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Llanto de la Noche Eterna

Maximiliano González Hernández

En la vastedad de la desolación,
mi corazón yace, sin amor, sin canción.
En el silencio de los días grises,
se ahoga el eco de los sueños felices.

Sin un abrazo que rompa el frío,


cruza la vida, un alma sin alivio.
En mí mirar, un reflejo de ausencia,
una danza triste, sin la esencia.

En el rincón sagrado de mi mente,


reside su imagen, serena y potente,
un legado de afecto y consejos sabios,
aunque en la realidad se torne sombrío.

En la quietud de la tristeza,mi madre yace enferma,


un suspiro débil,una llama que aún se gobierna.
En la penumbra del dolor, se entreteje su historia,
un verso marcado por la sombra de la memoria.
Las lágrimas en silencio riegan el jardín del alma,
donde el amor perdura, a pesar de cualquier calma.
La enfermedad, cual sombra oscura, no apaga su luz,
ella es un faro que ilumina con virtud.

Mi padre, en la lejanía del más allá,


observa, como un guardián invisible,
que el cielo conserva. Su legado florece en cada rincón del hogar,
como un susurro suave, como un eco en el mar.

En el lienzo de la vida, su retrato,


colores apagados, como un gris de duelo.
La muerte se lleva el abrazo exacto,
y en mi pecho queda un profundo desvelo.

Las lápidas calladas en el camposanto,


testigos mudos de historias que se van.
Mi madre, mi amor, en este quebranto,
se convierte en un suspiro, un lejano cantar.

Entre sombras y lágrimas escritas,


en el libro de la tristeza que leo.
Persiste el amor, aunque la vida limita,
la esencia de mi madre, un eterno anhelo.

Las lágrimas son versos que caen al papel,


pintando nostalgias, como un pincel,
en la paleta de la añoranza palpita,
la esencia de un padre que ya no habita.

Recuerdo sus manos, cálidas y sabias,


tejiendo historias en las noches de invierno.
Ahora son estrellas que en el cielo brillan,
guías luminosas en mi sendero interno.

Aunque el tiempo avance implacable,


su amor se guarda en un rincón intocable,
como un perfume en el aire flota,
una madre ausente, oh la eterna nota.

Mis labios sellados, como un pacto con la noche,


guardan en su silencio el peso de un reproche.
Intento expresar la tormenta que hay en el interior,
pero las palabras se desvanecen, sin hallar su rumor.
El viento lleva consigo mis pensamientos cautivos,
como mariposas al vuelo, pero sin alas, fugitivos.
Quisiera liberarlos, dejarlos danzar en la brisa,
pero las cadenas del silencio son como sombras en la risa.

En la distancia, donde el sol se oculta,


mi corazón busca tu presencia, hermano.
Entre las sombras de la nostalgia culta,
te encuentras ausente, como un lejano llano.

En el abismo de la soledad perdida,


mis pasos son ecos de un dolor profundo.
El vacío abraza, la esperanza se olvida,
mi ser se desliza hacia el segundo.

El ruiseñor calló su dulce melodía,


las mariposas huyeron, perdida su alegría.
El aroma fresco se tornó en melancolía,
una primavera que en la tristeza se enfría.
Los árboles lloran hojas secas al suelo,
testigos mudos de un amor que ya es duelo.
El río que cantaba su canción serena,
corre entre lágrimas, triste condena.

En el jardín floreciente, entre rosas y claveles,


se despidió la vida, entre suspiros crueles.
El canto de los pájaros, testigo de la tragedia,
mientras la primavera llora su melancolía.

Querido destino, abrázame con plenitud,


como el amor eterno en su altitud.
Que mi herida explique mi partida,
último adiós en esta despedida…

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