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TRES

NARCISISMO. SEGUNDA FUNDACION


Debes amar el tiempo de los intentos debes amar la hora que nunca brilla y si no, no
pretendas tocar lo cierto sólo el amor engendra la maravilla sólo el amor consigue
encender lo muerto
Silvio Rodríguez
Para poder focalizar con nitidez las rupturas, pérdidas, y transformaciones que enmarcan
el padecimiento que porta y soporta el sujeto adolescente, resultó necesario lanzarnos a
la búsqueda de nuevos recursos teóricos. El propósito central que motivaba esta
búsqueda era que estos recursos pudieran dar cuenta de la envergadura de las
modificaciones ocasionadas, tanto en el seno de su psiquismo como en el contexto de sus
vínculos. En este sentido, la ampliación de los niveles de comprensión que nos brindó la
aplicación de los registros transubjetivo e intersubjetivo a los diversos entramados donde
se desencadenan las sucesivas crisis adolescentes, trajo aparejada una ineludible
rejerarquización de su compleja conflictiva. Esta rejerarquización, a su vez, se vio
consecuentemente reflejada en el ámbito metapsicológico, ya que las peripecias que se
desatan en ocasión de la puesta en marcha del procesamiento de la condición
adolescente generan un encadenamiento de profundas alteraciones en el registro
narcisista.
A lo largo de la historia de la clínica psicoanalítica con adolescentes han tenido mayor
relevancia y difusión los desarrollos que se ocuparon de las alternativas surgidas a raíz
del reflotamiento de la conflictiva edípica. En consecuencia, esta conflictiva resultó
utilizada usualmente a la manera de referente único al momento de abordar la
significación y la elaboración de las peripecias derivadas de la condición adolescente. Y si
bien una lectura en clave edípica podría ilustrar las particularidades originadas en esta
trama intersubjetiva, en tanto y en cuanto es allí donde se gestan los múltiples itinerarios
requeridos para el despliegue de la libido, la orientación de sus desarrollos puso un mayor
énfasis en la dimensión objetal de la misma. Por ende, a raíz de la perspectiva que tomó
este enfoque, y más allá del preponderante lugar que otorga a la operatoria de la
identificación, terminó por descuidar de forma significativa los importantes avatares a los
que se ve enfrentada la libido narcisista, a pesar de su decisiva injerencia en los mismos.
Por lo tanto, la intención de retomar una senda escasamente transitada por la literatura
psicoanalítica tiene el propósito de obtener una nueva clave de desciframiento. Con esta
nueva clave sería posible esclarecer la abigarrada urdimbre que caracteriza a las
metamorfosis que se inician con la llegada de la pubertad. Retomando, entonces, las
ideas derivadas de aquellos solitarios lineamientos, podremos descubrir esta clave a partir
de la puesta en marcha de una reconsideración del lugar axial que ocupa el registro
narcisista en la transfiguración adolescente. Es que este registro va a quedar
ampliamente expuesto al impacto proveniente del cúmulo de fluctuaciones desatadas por
la tormentosa dinámica que instala la condición adolescente. Esta dinámica, a pesar de su
compromiso de trabajar por la obtención de un montaje identitario estable, no podrá
impedir que su accionar redunde en el afianzamiento de una sensación de permanente
inseguridad, generada por la presencia de vivencias de fragilidad, inestabilidad,
impotencia, descalificación, y falta de confirmación yoica.
La presencia de este grupo de vivencias, que con su persistente bombardeo erosiona las
posibilidades concretas de alcanzar cualquier tipo de logro, se va a constituir en un factor
desestabilizante de los contrapesos interpuestos por el registro narcisista. Esta
desestabilización, que va a marcar a fuego el pulso que adopte el procesamiento del
transbordo imaginario1, es tributaria de la ineludible configuración de una nueva instancia
yoica, aquella que resulte capaz de pilotearla con éxito. A la sazón, es desde esta
perspectiva que se comprende como las graves dificultades, los grandes riesgos, los
profundos temores, y los desgarrantes sufrimientos que puedan producirse a lo largo de
este largo y sinuoso camino habrán de impactar de lleno en la línea de flotación del
narcisismo. Narcisismo, que al igual que la instancia yoica, se halla en pleno proceso de
refundación.
Este reposicionamiento teórico, que emplaza en el centro de la escena a las vicisitudes
acaecidas sobre el registro narcisista, no intenta promover la repetición de otra mutilante
lectura monolítica mediante el desplazamiento .de la estructura de una organización
psíquica por otra. Consecuentemente, si desde este reposicionamiento estamos
persuadidos de que la condición adolescente se configura en torno a un conflicto
prioritariamente narcisista (Garbarino, H. 1987), aún así no podríamos soslayar que el
Complejo de Edipo es la trama relacional constituida por los otros originarios y sus
realidades psíquicas singulares. Trama relacional a partir de la cual se habrá de
estructurar el sujeto (Hornstein, L. 2000), aunque no de una vez y para siempre, ya que su
configuración será tributaria de las vicisitudes resultantes de la serie de sucesivos y
respectivos encuentros2 con el conjunto de los otros del vínculo.

1
Ver capítulo 4.
2
Según el concepto desarrollado por Piera Aulagnier en La violencia de la interpretación
(Aulagnier P. 1975).
De esta manera, si la constitución psíquica del sujeto se produce en la trama relacional
urdida por la presencia y el accionar de los otros originarios y sus respectivas
producciones fantasmáticas, la estructuración del narcisismo de ningún modo podría irle a
la zaga. Por ende, la conformación de esta organización será también tributaria de la
presencia y accionar de estos otros, en tanto significarán con su mirada, con sus
enunciados, con sus silencios, con sus gestos, con sus emociones, con sus movimientos,
y con sus ausencias el valor que va adquiriendo a cada momento un sujeto, que en su
dependencia material y afectiva se nutre con avidez de esa corriente de significantes.
Asimismo, el forjado de esta valoración va a estar íntimamente relacionado con los
deseos, ambiciones, y expectativas depositados sobre el sujeto, o bien, con su efectiva
ausencia. Por lo tanto, la organización narcisista va a ser el resultado de una producción
vincular que incorporará y articulará en su circulación de carácter bifaz, las vicisitudes
valorativas surgidas de la interacción entre los registros intrasubjetivo e intersubjetivo.
En este sentido, no podemos vislumbrar al narcisismo como una entidad autónoma
escindida tanto de las dichas como de las tribulaciones propias de la problemática
edípica, pero tampoco de la de ningún otro complejo psíquico 3. Por el contrario, la
organización narcisista va a resultar de por sí tan interdependiente como las instancias
que configuran e integran la tópica del psiquismo. Es que del mismo modo que éstas, se
prefigura y consolida en la trama relacional que se entreteje con los otros del vínculo (en
primer término con los otros originarios, y posteriormente con los otros significativos).
Justamente, es a raíz de esta intermitente apertura hacia los otros del vínculo, que más
allá de la singularidad de cada caso va a mantener en disponibilidad su capacidad de
reconfigurarse en los sucesivos encuentros. Esta disponibilidad, si bien se encuentra
vigente a lo largo de la vida del sujeto, va a alcanzar uno de sus momentos de apogeo
durante la regencia de la condición adolescente.

3
Tal como lo desarrolla Jacques Lacan en su texto sobre la familia (Lacan, J. 1938).
No obstante, la necesaria articulación teórica entre estas dos grandes organizaciones
psíquicas en una configuración de carácter bifronte (que incluyera sus respectivas
correlaciones, derivaciones, miscibilidades, y producciones asociadas), más allá de su
efectiva operatividad en la generalidad del ámbito clínico, no lograría atrapar
completamente la especificidad de la conflictiva adolescente. Es que para poder abordar e
intervenir desde la perspectiva que requiere el procesamiento del transbordo imaginario,
resulta imprescindible delinear una jerarquización que tome en cuenta los diversos niveles
en los que discurre la reestructuración psíquica que demanda la condición adolescente.
De este modo, será en torno a las vicisitudes que se derivan de la ecuación narcisista que
se halle en juego en el sujeto, donde el talud elaborativo alcanzará su mayor profundidad.
YO, MI, MIO
Con la llegada de la marea puberal se inicia el recorrido de las grandes perturbaciones
que habrán de afectar de manera insoslayable el equilibrio que el registro narcisista fue
laboriosamente engarzando durante el período de la infancia. Es que al calor de este
estremecimiento comenzarán a desmantelarse las diversas apoyaturas sobre las que se
anclaban sus dimensiones tópica, dinámica, y económica. Consecuentemente, a partir de
ese preciso momento la estructura psíquica forjada por el infante en el contexto del
entramado vincular que lo circunda, comienza a crujir al compás tanto de la irrupción
hormonal, como de las nuevas exigencias y desafíos provenientes de la realidad cultural.
Es en el marco de este profundo trastrocamiento que se disparan la serie de rupturas,
pérdidas, y transformaciones que finalmente habrán de decretar la muerte civil del Yo
acuñado durante los años de la infancia.
En este sentido, la brutal caída en desgracia de la instancia yoica trae aparejada una
exigencia de trabajo psíquico y vincular que sólo puede compararse con la que acontece
en los tiempos del sepultamiento del Complejo de Edipo. A la sazón, una vez más en su
corta historia el sujeto deberá recomponer de manera cardinal la estructura de su mundo
interno. Esta vez, al igual que la anterior, lo hará para poder enfrentar las demandas que
emanan tanto de los otros del vínculo como de su espacio circundante. Por tanto, para
acometer semejante desafío deberá contar con los servicios de un andamiaje mental
suficientemente bueno. En caso contrario, casi con seguridad, podrá caer víctima de las
consecuencias físicas y psíquicas que conllevan, en un sentido de gravedad creciente, el
emplazamiento de un retraso madurativo, de un trastorno funcional, o directamente, de
una enfermedad declarada.
Por lo tanto, si acordamos que la instancia yoica está conformada por “las
representaciones de sí y también por sus posesiones que comprenden tanto las
relaciones de objeto como sus realizaciones” (Hornstein, L. 2000, pág. 74), el cimbronazo
puberal habrá de poner en crisis con un solo y preciso golpe tanto el cumulo de
representaciones acumuladas, como el conjunto de posesiones forjadas a lo largo de la
infancia. Este severo golpe sobre el registro narcisista va a propagar el reguero de la
crisis a lo largo y a lo ancho de los pilares que sostienen el apuntalamiento del psiquismo
infantil. Precisamente, este sentirá como sus ahora debilitadas apoyaturas (la relación
consigo mismo, con los otros del vínculo, y con cuerpo), y por ende, sus condiciones de
estabilidad, comienzan a sacudirse al compás del vendaval desatado por la onda
expansiva emanada por aquel cimbronazo.
En consecuencia, el inevitable desmantelamiento de este sistema de representaciones se
hará juntamente con la puesta en marcha del proceso que conduce la remodelación
identificatoria. Este proceso pondrá proa hacia su objetivo sin que esto signifique alivio
alguno para el sufrimiento narcisista frente a la fragilidad, la inestabilidad, la impotencia, la
descalificación, y la desconfirmación yoica. Por otra parte, tampoco se disipará el monto
de angustia que despierta el vaciamiento de recursos necesarios para conservar y/o
renovar las dinámicas vinculares con los otros significativos, o bien, para conseguir el
aporte oxigenante de nuevas vinculaciones. En esta misma línea, otro tanto habrá de
ocurrir con la retención del conjunto de pergaminos que detentaban los antiguos logros,
junto con los intentos de cimentar a futuro la obtención de otros nuevos.
En este sentido, la organización narcisista en tanto investidura pulsional del Yo habrá de
padecer los mismos avatares que le toquen atravesar a esta instancia. Por ende, a partir
del reconocimiento de la crisis desatada, las nuevas representaciones que la instancia
yoica habrá de forjar de sí misma, tanto para uso ajeno como propio, van a estar
sostenidas y referidas por el constante proceso de configuración y reconfiguración que se
lleva a cabo en torno a su imagen. Esta habrá de sufrir una permanente actualización, que
se producirá casi en tiempo real, desde el momento mismo en que den comienzo las
señales emitidas por las dos grandes vertientes de judicación y adjudicación de valor: las
que provienen del interior del propio sujeto y las que se originan en el ámbito poblado por
los otros del vínculo.
Este proceso de generación de nuevas representaciones que habrá de acompañar al
sujeto durante el tiempo que transcurra su condición adolescente, estará fogoneado por el
frente conformado por los dos tipos de urgencias que ya hemos descrito; la identificatoria
y la vinculatoria. Este frente se convertirá en promotor de la avidez por la incorporación,
tanto en el plano representacional como en el vivencial, de las experiencias provenientes
de los encuentros inaugurales con los nuevos integrantes que aporta el registro
intersubjetivo. Estos nuevos otros, que en algunos casos pueden pasar a engrosar el
conjunto de los otros significativos, no sólo llegan acompañados por sus singulares
modelos mentales y actitudinales, sino que traen consigo a sus propios otros, tanto reales,
como fantaseados. De este modo, se sientan las bases para reeditar con los otros de
estos otros la triangulación identificatoria que se había consolidado a partir del entramado
vincular urdido por la trama edípica.
De tal forma, se configura para el ciclo vital que se inicia, un circuito relacional que va a
incluir en su dinámica montantes identificatorios tanto de corte dual como de corte
triangular. Estas dos tipologías darán cuenta de los requerimientos identificatorios
provenientes de los registros narcisista y objetal, a la hora de incorporar, internalizar, e
introyectar aspectos o modos de relacionarse de los otros del vínculo. Esta avidez
incorporativa, internalizadora, e identificatoria va a producir una embriaguez momentánea
a la hora de eludir el dolor por las pérdidas que ocurren en el mismo espacio-tiempo
donde se producen las nuevas adquisiciones. Sin embargo, en cada nueva experiencia, o
en cada rememoración, el adolescente puede volver a toparse con la doble punzada de
dolor proveniente de un narcisismo escorado, que tal como reza el tango combina la
vergüenza de haber sido con el dolor de ya no ser.
La vergüenza de haber sido sale a escena porque todo aquello que pertenece al pasado,
en tanto refiera a la historia infantil, va a sufrir un rotundo rechazo. Es que para evitar la
amenaza de una segura devaluación narcisista, el joven necesita sacar de circulación
esta embarazosa imagen. Esta exclusión no sólo evita la caída en el agobio de sentirse
en inferioridad de condiciones, sino que también lo sustrae de quedar ligado a los hoy
impresentables placeres y ventajas de la dependencia material y afectiva que le brindaba
la familia durante la infancia. A continuación, sin solución de continuidad, surge el dolor de
ya no ser, porque en el insufrible presente de esta profunda crisis identificatoria que lo
atraviesa, retorna la doliente imagen de un mundo ya perdido. Es que a pesar del
desesperado e inútil esfuerzo por impedirlo, este mundo perdido también arrastra cuesta
abajo en su rodada una imagen de sí mismo que otrora conformó un montaje identitario
perdurable4.

4
Esta imagen queda asociada en numerosas oportunidades a la del niño maravilloso (Leclaire,
S. 1975).
Sobre la base de esta sangría narcisista es que la condición adolescente habrá de
centrarse para encarar las dificultades asociadas a la construcción de una nueva dotación
identitaria. Dotación que implementada en ocasión del transbordo imaginario pueda servir
a los fines de atravesar la distancia que separa las orillas de la niñez de las del mundo
adulto, para luego poder ingresar definitivamente en él. Puesto en otros términos, resulta
imprescindible la generación de un proyecto identificatorio que de cuenta de la
construcción, acceso, y vigencia de una categoría relativa al futuro, que simultáneamente
pueda fundar un pasado desde donde proyectar ese devenir. Este proyecto identificatorio
es un proyecto temporal que sostiene el sueño de un mañana siempre a punto de ser
capturado, tal como habrá de marcarse tópica y dinámicamente en la indeleble e
inexorable distancia que habrá de separar por siempre a la instancia yoica del Ideal del
Yo.
SEGUNDA FUNDACIÓN
Esta nueva dotación identitaria que inicia su periplo constructivo a partir de la puesta en
marcha de la remodelación identificatoria, va a plasmar su proyecto sobre el terreno
donde al mismo tiempo comienza a desmontarse el ya inviable psiquismo infantil. Por lo
tanto, a manera de comparación con las sagas históricas de aquellos emplazamientos
urbanos destruidos por acontecimientos naturales o por conflictos bélicos, y que en algún
momento posterior fueron reconstruidos desde sus propias cenizas, el registro narcisista y
la instancia yoica serán los protagonistas de una simbólica segunda fundación. Tal como
podría hacernos rememorar un recorrido imaginario que nos llevara a través del tiempo y
del espacio por ciudades como Babilonia, Alejandría, Jerusalén, San Francisco, Londres,
Buenos Aires, Hiroshima, o Berlín.
Por ende, la construcción de un nuevo montaje identitario a expensas de la operatoria de
la remodelación identificatoria va a implicar la puesta en juego de una dinámica donde
aquello que se adquiere sólo se obtiene a cambio de algo que se pierde. Es en este
sentido que cualquier tipo de pérdida va a desencadenar un movimiento de suma
complejidad en los equilibrios que rigen el mundo interno del sujeto. Tal es así, que sus
efectos directos y sus posteriores repercusiones van a producir importantes
modificaciones tanto en la economía libidinal, como en la dinámica intrasistémica e
intersistémica que engloba a las instancias que conforman la tópica. En consecuencia, en
toda situación de pérdida se van a originar derivaciones irreversibles en el registro
narcisista, ya que a partir del inicio del correspondiente proceso de duelo va a comenzar
una recomposición del conjunto de las identificaciones que moran en el seno del Yo.
Es en ocasión de este proceso de duelo que el registro narcisista conduce y cataliza la
sustitución total o parcial del objeto perdido (tanto sea la representación de un otro
significativo, como la de un aspecto propio), con los materiales que aporta la instancia
yoica. De esta forma, se transforman las investiduras resignadas en una identificación que
retiene una o varias cualidades de aquel, haciéndolas propias por la mediación de ese
mismo acto. Sin embargo, este proceso de apropiación necesita para poder llevarse
íntegramente a cabo, que se realice a su vez una metabolización del apuntalamiento
efectuado sobre la trama relacional que contenía la vinculación con dicho objeto. Es que
sólo a partir de que se produzca esta transcripción, aquellas cualidades habrán de cobrar
tanto un determinado valor como un sentido preciso, en la medida que se inscriban en sus
correspondientes contextos de significación y jerarquización. Será, de esta manera, como
se logra obtener un nuevo posicionamiento subjetivo frente a la pérdida acontecida
(Lagache, D. 1961), (Kaés, R. 1993a), (Bernard, M. y col. 1996b)
.
Por tanto, resulta primordial para un dimensionamiento exhaustivo de esta segunda
fundación que sobrelleva el narcisismo, volver a remarcar que su primigenia configuración
también se produjo en el territorio del trabajo de la intersubjetividad 5. Justamente, con la
puesta en marcha de este trabajo comienzan a estructurarse al interior del sujeto todas
aquellas representaciones relacionadas con la mismidad. Es que la formación del
psiquismo en el mítico momento de los orígenes resultó tan indisociable de la activa
presencia del otro del vínculo, como en su posterior proceso de consolidación. Tanto para
una como para otra, el otro del vínculo aportó la investidura de sus deseos, de sus
afectos, de su discurso simbolizante, y de sus enunciados identificatorios. Ahora, en plena
crisis adolescente, vale decir en pleno trastrocamiento de las estructuras internas, el papel
que habrán de jugar los otros del vínculo en la remodelación del narcisismo en tanto
objetos, modelos, rivales, y auxiliares va a resultar nuevamente decisivo.
Por su parte, estos desarrollos han destacado hasta el momento la presencia de una
vertiente transformadora por parte del narcisismo y la instancia yoica, piloteada por los
perfiles deconstructivo y constructivo. Sin embargo, resulta fundamental destacar que
también existe otra vertiente que cuenta con la misma importancia y jerarquía que aquella.
Esta otra vertiente se despliega sobre el campo de la permanencia, vale decir, en torno de
aquellas representaciones que habrán de transformarse en el hilo conductor que conecte
al niño que paulatinamente se va desvaneciendo con el adolescente que con urgencia se
está configurando. Gracias a la mediación de este conjunto de representaciones,
sostenidas y actualizadas por los perfiles reconstructivos y de reensamblado, este
proceso permitirá que el sujeto pueda reconocerse en su mismidad, aún con todas las
dificultades que conlleva el caso debido a la profundidad de las modificaciones que irá
sufriendo. Esta última vertiente, que da cuenta de la permanencia y, por tanto, involucra a
la constelación identitaria, es tributaria del sentimiento de sí (conciencia respecto de sí
mismo), en la medida que ambas nociones evocan tanto continuidad como cohesión.

5
Ver capítulo 9.
En consecuencia, el tiempo correspondiente a la infancia debería poder cerrar su ciclo
con la puesta a punto de un conjunto de representaciones, que en la medida que
custodien la perspectiva de lo permanente podrán conservar la singularidad del sujeto.
Del mismo modo, el tiempo pasado podrá mantenerse, gracias a esta custodia,
preservado de ulteriores modificaciones mientras se desarrollan las alternativas que
caracterizan al procesamiento de la condición adolescente. Por tanto, aquella puesta a
punto se habrá de convertir, precisamente, en el trabajo por el cual ese tiempo pasado y
perdido se transforma y continúa existiendo psíquicamente de tal manera que “permite al
sujeto hacer de su infancia ese ‘antes’ que preservará una ligazón con su presente,
gracias a la cual se construye un pasado como causa y fuente de su ser” (Aulagnier, P.
1989, pág. 444).
Sin embargo, el procesamiento que habrá de sufrir la dimensión temporal del pasado en
su sinuosa trayectoria hacia la constitución de una versión histórica propia, hará necesaria
una constante incorporación de nuevos datos. Es que la información sobre sí mismo que
se transcribe a partir del nuevo cúmulo de vivencias irá engrosando el capital identitario
en la medida que la temporalidad expanda sus dominios. Por ende, esta incorporación
tendrá como objetivo que la dotación identitaria en construcción mantenga un grado
aceptable de cohesión, gracias al hilo conductor que mantiene en comunicación lo ya
sabido con lo novedoso. Consecuentemente, el sentimiento de sí no se encuentra en
condiciones de instituirse de una vez y para siempre. Por el contrario, su continuidad va a
depender no sólo del trabajo de conservación de lo permanente, sino también de la
tributación que efectúan las urgencias identificatoria y vinculatoria.
Esta tributación operará sobre la base dé que los movimientos que desencadenan estas
urgencias “no son entonces separables de ese movimiento temporal que sirve de hilo
conductor, de ligazón, tanto en la sucesión de las posiciones identificatorias ocupadas
como en la de los objetos de investiduras sucesivamente elegidos” (Aulagnier, P. 1989,
pág. 451). En este sentido, acordamos con que el período de la infancia “cubre el tiempo
necesario para la organización y apropiación de los materiales que permiten que un
tiempo pasado devenga para el sujeto ese bien inalienable que puede por sí mismo
permitirle la aprehensión de su presente y la anticipación de un futuro” (ibíd., pág. 451).
Sin embargo, durante el procesamiento del transbordo imaginario el sentimiento de sí
sufrirá tal hostigamiento por parte de las vicisitudes que provee el encuentro con la
realidad de este momento crucial, que se verá obligado a una continua recomposición.
De este modo, la presencia de este tiempo pasado convertido finalmente en historia
personal, que desde el mismísimo momento inaugural comienza a aportar sus materiales
a la causa perseguida por el montaje identitario, no habrá de alcanzar para paliar las
vivencias de fragilidad, inestabilidad, impotencia, descalificación, y falta de confirmación
yoica que padece el sujeto adolescente. Es que el profundo sufrimiento que generan
estas vivencias se encuentra asociado tanto a las pérdidas acaecidas, como a la falta de
garantías de estabilidad que ofrece la operatoria de la remodelación identificatoria al
momento del recambio representacional. Por ende, el zarandeo que ésta ejerce tanto
sobre la instancia yoica, como sobre el registro narcisista, será acompañado por un
conjunto de sensaciones displacenteras que incluirá en su variada grilla, de manera
preferencial, a temores, ansiedades, y angustias.
De este modo, la remodelación identificatoria, tal como lo venimos planteando, se
constituye en la herramienta por excelencia a la hora de facilitarle al sujeto la continuación
de su viaje a través del derrotero madurativo. No obstante, su profundo trabajo la habrá
de convertir, con una tonalidad claramente paradojal, en una fuente de permanentes
desequilibrios tanto para el registro intrasubjetivo como para el intersubjetivo. Es que su
trabajo de recambio representacional no puede asegurar que las representaciones, que
en ocasión de su arribo relevan a aquellas otras que se ven descartadas, vayan a
permanecer de manera definitiva. Al mismo tiempo, cuenta con el agravante de que
durante el procesamiento del transbordo imaginario esta operatoria se habrá de repetir
innumerables veces, arrojando al sujeto y a sus otros significativos, a una sensación
vertiginosa que aparenta no tener solución de continuidad.
Como todo proceso liminar, la refundación del narcisismo que acontece bajo la regencia
de la condición adolescente, no dejará de echar luces y sombras al ritmo de su paso. En
este sentido, el fortalecimiento yoico derivado de la creación de nuevas investiduras en
relación Con las imágenes solventes y provechosas que el sujeto va forjando de sí mismo,
junto con el trato que habrá de dispensarse a partir de ellas, y con el consecuente
reposicionamiento frente a sí mismo y a los otros del vínculo, no desalentará la presencia
y la insistencia de la prueba confirmatoria de una incapacidad anunciada. Por lo tanto,
mientras dure el procesamiento del transbordo imaginario el peligro habrá de persistir, ya
que a pesar del enorme esfuerzo con el que se lo ha logrado, no habrá garantías
permanentes que protejan a todo aquello que fue construido o reconstruido de una
palpable posibilidad de disolución.
UN OJO EN EL CIELO
Hasta aquí hemos abordado como el registro narcisista y la instancia yoica son afectados
por la sucesión de relevos y recambios representacionales que introduce el
procesamiento de la remodelación identificatoria. Como resultado de los mismos se
produce al interior del psiquismo un movimiento de refundación que abarca tanto a la
jurisdicción del Yo como a la del narcisismo. Esta refundación se lleva acabo
incorporando junto a las nuevas estructuras los remanentes de las viejas que no hubieran
caído en desuso. No obstante, la onda expansiva resultante de estos relevos y recambios
no va a quedar circunscrita sólo a estas dos jurisdicciones, ya que el Superyó y el
conjunto de sus subestructuras (Ideal del Yo, Conciencia Moral, y Autoobservación), van a
sufrir también, a su modo y en su medida, las alternativas propias de aquel
procesamiento.
La irrupción puberal va a promover con el aporte de sus cantidades el descongelamiento
de la libido sexual, que de esta forma abandonará la fase de latencia para quedar bajo la
primacía de la fase genital. El trastrocamiento producido en los registros intrasubjetivo e
intersubjetivo que trae aparejada esta irrupción va a afectar las condiciones bajo las
cuales se ponen en marcha y se ejecutan las operatorias de la represión. Asimismo, este
trastrocamiento implicará el despliegue de un trabajo psíquico y vincular de
reposicionamiento y reconfiguración a cargo del sujeto adolescente y de sus otros
significativos. Reposicionamiento y reconfiguración que girará en torno al compendio de
los códigos y normativas que históricamente rigieron los destinos del imaginario familiar.
Justamente, es aquí donde entra en juego la instancia superyoica, en tanto las
modificaciones en curso van a afectar sus fundamentos estructurales, su dinámica de
intercambios, y su ecuación económica.
A fortiori, aquello que durante la niñez se hallaba prohibido, inhibido, o simplemente
imposibilitado por falta de madurez física se transformará ahora en condición de
posibilidad de una intensa actividad exploratoria. Esta actividad es la que va a incidir
decididamente a la hora de la conquista tanto de un montaje identitario sexual como la de
una serie de partenaires, cuya presencia resultará imprescindible para que aquella sea
reconocida y ejercida6. Esta actividad exploratoria se apuntala en la semiautonomía que
oferta y concede el escenario que queda delineado a partir del establecimiento de la
condición adolescente. Sin embargo, para poder usufructuar tanto aquella oferta como
esta concesión no va a alcanzar con su simple presencia fáctica, también se hace
necesario en pos de lograr su apropiación la activación por parte del sujeto de sus
deseos, representaciones, y afectos.

6
La presencia de estos partenaires será también imprescindible para la deconstrucción,
construcción, reconstrucción, y reensamblado de los objetos internos.
Por otra parte, el progresivo desasimiento de la autoridad parental también se encuentra
en consonancia con la búsqueda de nuevos espacios de experimentación dentro y fuera
del hogar. Por esta razón, se torna indispensable no sólo el reposicionamiento y la
reconfiguración respecto del conjunto de los códigos y normativas vigentes, sino también
del campo de los ideales que lo suministró. Este campo activamente sostenido por los
adultos, y que hasta el momento resultaba prácticamente hegemónico en su primacía, se
verá tan duramente cuestionado como sus propios mentores o portadores. Este
cuestionamiento, que contará con un andamiaje foráneo al imaginario familiar, se apoyará
en la persistente avalancha de ideas, valores, modelos, actitudes, y conductas
introducidas a contrapelo por el propio adolescente.
Semejando en alguna manera el impacto cultural que sufrió occidente con la llegada de
las invasiones bárbaras, estas inéditas significaciones imaginarias sociales en su
característico afán de conquista instituyente, tomarán por asalto la dinámica intersubjetiva
familiar. En consecuencia, habrán de instalar allí sus cabeceras de playa de tal forma que
el paisaje de los intercambios y sus contenidos sufrirá, a partir de ese momento, un
trastorno que podríamos considerar definitivo. Este trastorno en el registro intersubjetivo
puede ilustrarse con diversas manifestaciones, como por ejemplo, a través de un
escenario de rupturas parciales o totales, con posturas más o menos irreconciliables entre
los adultos y el adolescente. No obstante, también puede manifestarse por medio de un
conjunto de filtraciones o modificaciones en el imaginario familiar, sin que por ello se
llegue a un escenario marcado por la ruptura. De este modo, aunque se conserve
razonablemente intacta la sujeción a dicho imaginario, ésta no se sostendrá sin los
matices derivados del impacto generado tanto por el cuestionamiento como por la
resignificación.
De esta forma, los modelos de pensamiento y acción introducidos por el registro
transubjetivo en la dinámica intersubjetiva, en concordancia con los tiempos posteriores a
la finalización de la fase de latencia, van a promover el procesamiento de la remodelación
de la instancia superyoica. A la sazón, ésta sufrirá una serie de ineludibles alteraciones
que la inducirá a configurar un formato que se irá aproximando de manera progresiva a la
versión adulta. Esta situación podrá verificarse a partir de las repercusiones y
modificaciones que se habrán de producir en los diversos registros en ocasión de la
reformulación de la actividad represiva, y de las transformaciones ocurridas tanto en la
jurisdicción ético-moral como en la de los ideales. Asimismo, se van a ocasionar una serie
de rectificaciones en la dinámica propia de la tópica psíquica que va a comprender tanto a
los intercambios intrasistémicos como a los intersistémicos.
En este sentido, los estratégicos reposicionamientos dentro de la propia instancia
superyoica obligarán a forjar un nuevo balance de fuerzas en relación con las otras
instancias y la realidad exterior. Las profundas transformaciones e innovaciones en la
dinámica familiar y social redefinirán las formas de intercambio y vinculación entre el
adolescente, los otros del vínculo, y su medio circundante. Otro tanto ocurrirá con los
aportes cuestionadores y enriquecedores introducidos por el registro transubjetivo, que
forjarán una nueva síntesis cultural que el sujeto adolescente portará tanto dentro del
ámbito de la familia como extramuros. Finalmente, todas estas alteraciones repercutirán
sobre el equilibrio del registro narcisista que también deberá acomodarse a los nuevos
tiempos a partir de la imprescindible reformulación de los pilares que sostienen la
autoestima. De este modo, apoyado sobre estas nuevas bases el psiquismo podrá evitar
no sólo el colapso que derivaría de la permanencia en la configuración superyoica infantil,
sino también el que acaecería de impedirse el acceso al procesamiento del transbordo
imaginario.
Por otra parte, este proceso que colma de alteraciones la jurisdicción superyoica resulta
comparable con el que ocurre en el seno de la instancia yoica. Es que el trabajo
deconstructivo que realiza la operatoria de la desidentificación en el marco de la
remodelación identificatoria, a partir del relevamiento y reemplazo de las viejas
representaciones por otras nuevas, va a ostentar el mismo cuño. A su vez, estas nuevas
representaciones no habrán de surgir de las producciones originadas en el Superyó de los
miembros de la pareja parental, tal como ocurrió en la primera modelización identificatoria
de esta instancia. Esto se debe a que durante “el curso del desarrollo, el Superyó cobra,
además, los influjos de aquellas personas que han pasado a ocupar el lugar de los padres
vale decir, educadores, maestros, arquetipos ideales.” (Freud, S. 1933, pág. 60). Y si bien
estos influjos comienzan a capitalizarse a posteriori del sepultamiento edípico, la nueva
modelización se va a efectuar sobre la base de las representaciones incorporadas en
ocasión de la intensa porosidad identificatoria que instituye la condición adolescente.
De este modo, este poderoso influjo que aportan los otros del vínculo con sus modelos de
pensamiento y acción, ejerce sobre el Ideal del Yo de los adolescentes la presión
necesaria y suficiente para activar el trabajo de las urgencias identificatoria y vinculatoria.
A este influjo debemos sumar el constante repiqueteo de las significaciones imaginarias
sociales que circulan por la cultura de la época, cuyas ideas y valores contribuirán a
engrosar aquella presión. De este modo, se abrirá paso la sucesión de representaciones
que van a acudir a la hora del relevo de aquellas otras cuya vigencia haya finalmente
caducado. Esta rotunda caducidad se va a producir debido a que las viejas
representaciones ya no están en condiciones de sostener el curso de la vida anímica en
general, y del Superyó en particular, a raíz del desacople con los vientos de
transformación que ya habían comenzado a soplar con la irrupción de lo puberal.
Es en este sentido que retorna, una vez más, la idea de un psiquismo abierto, con un
perfil de carácter autoorganizador, y en una permanente relación de intercambio con el
mundo externo. De este modo, esta idea vuelve por sus fueros para demostrar que la
plasticidad del psiquismo, a la hora de su incansable búsqueda, excede el anhelo del
simple equilibrio para bucear en el terreno de la complejidad. Esta complejidad que
adquiere la operatoria mental va a estar marcada por las nuevas formas y figuras que
genera, conjuntamente, con las potencialidades que a partir de aquellas se habrán de
desplegar. Esta facultad generativa y expansiva se va a desarrollar al mismo tiempo que
se incrementa la capacidad de acoger e implementar un mayor nivel de desorden
(Hornstein, L. 2000).
AMOR SIN BARRERAS
Por otra parte, en las cuestiones relacionadas con la actividad represiva, tanto la
Conciencia Moral como el Ideal del Yo serán convocados a la hora de dirimir los cursos
de acción a seguir. En este sentido, si la Conciencia moral marca las consignas acerca de
lo que se debe o no se debe hacer, el Ideal habrá de atizar las aspiraciones sobre lo que
se debe ser y tener. Desde esta perspectiva se deduce la profunda intrincación que
ambos guardan en relación con el registro narcisista. Es que la represión se pondrá en
marcha frente a una ideación, un deseo, o una acción cuya meta pulsional pudiera
mancillar los códigos éticos o morales en vigencia. Del mismo modo, habrá de entrar en
juego a raíz de la posibilidad de minar las aspiraciones que el Ideal atesora para el Yo en
un futuro próximo o lejano. En cualquiera de estos casos si la represión fallara en su
trabajo de impedir que esas representaciones accedan a la conciencia, el narcisismo
sufriría un duro golpe a la hora del intento, ahora fallido, de conservar tanto el amor propio
como el de los otros del vínculo7.

7
El registro narcisista podría también verse afectado por otra conflictiva de naturaleza inconciente
donde se encuentren presentes representaciones de carácter injuriante para las normativas que
rigen a la autoestima. Esta sencilla presencia puede resultar muy lesiva para aquel, generando
una consecuente pérdida de valía en la jurisdicción yoico. Considerar esta opción excede nuestros
propósitos, pues nos llevaría a un tipo de escenario de corte psicopatológico dominado por la
dinámica de los trastornos narcisistas (Bleichmar, H. 1997).
Sin embargo, esta clásica descripción de la operatoria represiva no alcanza a ilustrar con
profundidad la complejidad de su estructuración, debido a que se centra de manera
exclusiva en la dinámica del registro intrasubjetivo. A la sazón, para poder profundizar en
este sentido es necesario destacar que las condiciones que configuran y ponen en
marcha a la actividad represiva son tributarias de la presencia y de la actividad mental de
los otros del vínculo. Justamente, es a raíz de dicha presencia y actividad que aquellas
condiciones van a adoptar el carácter de correpresivas (Kaës, R. 1993a). En
consecuencia, la decisiva participación de los otros del vínculo en la estructuración de las
dimensiones tópica, dinámica, y económica de la represión, vuelve a demostrar la
gravitación que tiene el registro intersubjetivo en los diversos movimientos que se
producen en la profundidad del mundo interno8.
De este modo, la actividad represiva considerada desde esta perspectiva mancomunada
instala su operatoria apuntalándose sobre la dinámica del imaginario familiar y sus
vicisitudes asociadas. Esta operatoria conjunta puede rastrearse en todas las
modalidades de aquella actividad, aunque resalte especialmente en la urticante cuestión
de la sexualidad adolescente. Respecto de este tópico los adultos habrán de aceptar, en
el mejor de los casos, las modificaciones en las dinámicas intrasubjetiva e intersubjetiva
que el establecimiento de la condición adolescente trae aparejada. Sólo a partir de esta
premisa podrán encarar la exigencia de trabajo psíquico y vincular necesaria para
metabolizar tanto la sexualidad del hijo como su pleno derecho a ejercerla. Del mismo
modo, deberán asumir la posibilidad real y actual de que éste se convierta en el dueño de
su propio destino dentro del marco que brinda la creciente semiautonomía obtenida a
través del procesamiento del transbordo imaginario.

8
Ver capítulo 9.
Consecuentemente, el de la temática sexual será uno de los conjuntos representacionales
que habrá de reconfigurarse tanto en el psiquismo adolescente como en el de sus
progenitores. Esta reconfiguración es la que va a dar lugar a la elaboración de otro código
legal, uno que resulte acorde a los nuevos tiempos. Este código deberá incluir en su
articulado una serie de normativas que por medio de sus incumbencias alcancen
diferencialmente a padres e hijos mediante la insustituible conservación de la brecha
generacional. Por lo demás, si bien la temática sexual resulta axial en la jerarquía de los
conjuntos representacionales que se van a reconfigurar, no va a resultar la única. Dentro
del marco de lo que se debe o no se debe hacer van a ingresar numerosos conjuntos de
representaciones que necesitan actualizar su estatuto. De esta forma, la Conciencia Moral
aborda e inicia el trabajo de deconstrucción, construcción, reconstrucción, y
reensamblado de las normativas que la habrán de regir de ahí en más.
Por otra parte, en el caso del Ideal del Yo la temática que inmediatamente entra en
conmoción es la que pertenece a la dimensión de lo que se ambiciona ser o tener. En
este sentido, las viejas aspiraciones parentales que contribuyeron a dar forma a esta
subestructura, y que con el tiempo se fueron despersonalizando, y por lo tanto,
haciéndose cada vez más abstractas, permanecen aún vigentes en algunas producciones
discursivas y desiderativas del imaginario familiar. Asimismo, pueden subsistir en algunos
anhelos que hayan perdurado en el sujeto adolescente, como por ejemplo los de
conquistar, o bien, reconquistar una vez más el orgullo parental convirtiéndose así en el
portador del destino que alguna vez imaginaron para él. Sin embargo, el progresivo
apropiamiento de su condición semiautónoma con sus consecuentes posibilidades
electivas, apuntaladas en la oleada de aportes provenientes del registro transubjetivo,
contribuirá a poner en cuestión aquello que los padres imaginaron para ese hijo desde sus
propias proyecciones narcisistas.
Por esta razón, lo que pone en juego la operatoria de la remodelación identificatoria a
nivel del campo de los ideales es la cuestión crucial del proyecto identificatorio. Este
proyecto va a calar hondo tanto en la vertiente vocacional, como en la consolidación de
una imagen de sí mismo. Ambas se deberán adecuar a la requisitoria relacional de los
otros del vínculo, en un mundo poblado por nuevos derechos y obligaciones. Es en este
preciso punto donde la dimensión de futuro comienza a tallar fuertemente sobre el registro
narcisista. Esto se debe a que los diversos escenarios donde se habrán de jugar las
fantasías adolescentes, con sus respectivos personajes y vicisitudes, estarán enmarcados
por un determinado nivel de valoración. Es que en estas fantasías sobre sí mismo se van
a delinear circunstancias, situaciones, y contextos radicados en diversas proximidades
temporales, donde el sujeto se proyectará con los guarismos resultantes de la medida que
alcance el estado actual de su autoestima, o bien, con la que le agradaría contar.
Estas valoraciones, tanto propias como ajenas, habrán de poner en tensión la anhelada
gratificación narcisista de su logro con las posibilidades reales de su obtención. Estas
posibilidades, ya en el plano personal, ya en el contextual, van a dar lugar a un
determinado espectro de emociones y sentimientos. Este podrá virar desde el extremo de
la alegre exaltación que genera una prima de placer anticipado, al brusco descenso a los
infiernos a raíz de una angustia, o de una pena, que queda anclada en la desolación de la
impotencia. Esta dinámica que baraja de manera casi permanente un conjunto de
representaciones anticipadas, jugará un papel central en la economía psíquica del joven
en transbordo, obligándolo a la manera de quien renueva su vestuario, a probarse
imágenes a futuro sin solución de continuidad.
A diferencia del tiempo de la infancia con sus clásicas enunciaciones (cuando sea grande
voy a ser como tal o cual), el empleo de estas imágenes a futuro en el campo de la
fantasía adolescente va a resultar mucho más intenso. De este modo, estas van a ser
probadas, usadas, elegidas, rechazadas, desechadas, y/o recicladas en una danza que
se extiende a lo largo del tiempo que dure el transbordo imaginario. Este singular
procedimiento es tributario de la urgencia identificatoria., y funciona como un regulador de
las ansiedades narcisistas. Estas surgen de los temores y amenazas de indefinición, de
incertidumbre, de frustración, de fracaso, y de impotencia a la hora de procesar las
vicisitudes asociadas a las aspiraciones vocacionales y al encuentro con los otros del
vínculo. Siguiendo con nuestra metáfora, si la que permanece en el probador
cambiándose de ropa sin cesar es la instancia yoica, el vendedor que le sugiere y le
acerca las prendas no es otro que el Ideal del Yo.
En este sentido, la actividad de esta subestructura será definitoria por el filtrado y la
absorción de las ideas y valores que proveen las significaciones imaginarias sociales, las
cuales van a modificar decisivamente la deontología del imaginario adolescente de cada
camada juvenil. De la misma manera, el campo de los ideales incluirá en su constante
trabajo de producción de imágenes deseables o imponibles para el Yo los modelos de
pensamiento y acción provenientes de los otros del vínculo. Inevitablemente, estos habrán
de tensar, aunque con una fuerza singular en cada caso, la conexión con un narcisismo
que se refunda en función de un nuevo proyecto identificatorio. Proyecto mediante el cual
el joven aspirará insertarse en el mundo cultural adulto con una estructura psíquica
acorde.
De este modo, en la medida que las aspiraciones que el Ideal marca para la instancia
yoica se demoren, se desvíen, se distorsionen, o peor aún, se malogren, la tensión
crecerá dentro del registro narcisista. Esta tensión narcisista provocará la irrupción de
temor, ansiedad, angustia, dolor, o bien, algún tipo de combinatoria donde algunas de
estas emociones se presenten en forma mixturada. De esta manera, este conjunto de
emociones va a estar presente a lo largo del procesamiento del transbordo imaginario, de
tal forma que el término adolecer con su significado de sufrimiento no nos haga olvidar la
carga de padecimientos que el joven sostiene. Esta carga que habrá de portar y soportar
nos mostrará los frentes abiertos de un psiquismo en construcción, de un lugar en el
mundo provisorio, y de un destino aún incierto
Por otra parte, el Ideal del Yo y la Conciencia Moral van a mantener una fluida
comunicación con la Autoobservación. Esta conexión intrasistémicales permite trabajar
conjuntamente en ocasión de la reformulación que sufre el registro narcisista, a raíz de la
reconfiguración del sentimiento de sí. De esta manera, la Autoobservación también habrá
de modificarse en la medida que la forma de contemplarse a sí mismo por parte del
adolescente implique la aparición de contundentes variaciones. Estas variaciones surgirán
de las alternativas derivadas de la instalación de la condición adolescente, siendo una de
sus vertientes principales el acceso al manejo parcial de sus decisiones. Es que a partir
de comenzar a tomar las riendas de su vida, se hace presente en el joven la conciencia
de sí mismo con mucha mayor intensidad, más allá de las negaciones y desmentidas
funcionales al inquietante reconocimiento de la propia finitud.
Es en este sentido que se produce un aumento de la capacidad reflexiva en la dinámica
psíquica de los jóvenes. Este incremento estará marcado por interacción entre las
modificaciones introducidas en las incumbencias de la actividad represiva, y la persistente
creación de nuevas imágenes correspondientes a sí mismo. Esta sinergia va a traer
aparejado un grado mayor de libertad interna y externa que se verá reflejado en el
precipitado que deja el trabajo de las imágenes a futuro. Estas van a engrosar la
conciencia de sí mismo y de sus potencialidades, en tanto se multiplican las formas de
pensarse y presentarse ante sí y ante los demás. Finalmente, y como corolario de estas
modificaciones en el caudal representativo de la mismidad, se va a producir una decisiva
ampliación en el ámbito del preconciente, con el consiguiente enriquecimiento de la vida
psíquica9.

9
Ver capítulo 9.
SENSATEZ Y SENTIMIENTOS
Las grandes modificaciones acaecidas en el seno de las instancias yoica y superyoica, en
ocasión de la refundación del narcisismo, van a delinear los nuevos escenarios, tanto
internos como externos, donde se va a deslizaría vida anímica del sujeto adolescente. Tal
como acabamos de describir, estas modificaciones estructurales que acompañan el
procesamiento de la remodelación identificatoria, van a repercutir inexorablemente sobre
la tópica, la dinámica, y la economía del registro narcisista. De este modo, se van a
generar una serie de oscilaciones de diverso rango de brusquedad con epicentro en el
territorio de la autoestima.
La autoestima, denominada también sentimiento de estima de sí, mensura la calidad de lo
que es propio desde dos puntos de vista bien definidos. El primero de ellos se centra en
las nociones de aprecio y valoración. El segundo, en cambio, trabaja en la línea de la
evaluación y el juicio. Sin embargo, para que estos dos puntos de vista sobre las
vivencias del propio valor cobren un sentido netamente operativo, resulta necesario que
cuenten con el marco de referencia que solamente puede brindar un sistema de ideales.
Este sistema, donde los ideales quedan contenidos y organizados en torno a una escala
jerárquica, es el que justamente caracteriza a la configuración de la instancia superyoica y
sus subestructuras asociadas.
En este sentido, la autoestima es la “resultante de un devenir de las realizaciones acordes
con la constelación de ideales que invisten narcisísticamente al Yo así como del abanico
vincular de los investimientos significativos. Los factores de la realidad que influyen en el
sentimiento de estima de sí son, entonces, las satisfacciones libidinales y los logros
acordes a metas y aspiraciones del ideal” (Hornstein, L. 2000, pág. 216). No obstante,
esta resultante no puede mantenerse en un posicionamiento estable de manera
constante, sino que fluctúa entre los márgenes delimitados por las vivencias de
gratificación o de frustración. Estas vivencias van a surgir como corolario de los
encuentros con los otros del vínculo, especialmente a partir de la aceptación o el rechazo
que se derive de dichas vinculaciones. Asimismo, estas vivencias pueden manifestarse a
raíz del intervalo que separa a las aspiraciones sostenidas por el Ideal respecto de los
logros obtenidos por el Yo.
Por tanto, el investimiento narcisista del Yo se encuentra supeditado a un cúmulo de
aportes provenientes de dos fuentes: los originados en los otros del vínculo, y los que
surgen del propio Superyó. Estos aportes van a estar organizados de tal forma, que tanto
unos como otros deberán confirmar al sujeto como seguro destinatario de amor y
reconocimiento. Asimismo, este investimiento se verá supeditado a las satisfacciones
libidinales (directas, inhibidas en su meta, y/o sublimadas), y a la posesión de una imagen
corporal saludable que, además, resulte acorde a los códigos estéticos del Ideal. Sin
embargo, este investimiento estará constantemente expuesto a fugas de energía, tanto
por las pérdidas sufridas en el campo vincular, por los excesos de exigencia superyoica,
por la imposibilidad de cumplir las metas perseguidas por el Ideal, como por
enfermedades inhabilitantes, o bien, indeseadas transformaciones corporales.
En este sentido, el vendaval que desata la llegada de la pubertad arrasará con las
referencias del sistema de valores e ideales que orientaban al sujeto en el tiempo de la
infancia. Esto precipitará la entrada a escena de las urgencias identificatoria y vinculatoria
al intrincado y laborioso recambio representacional. A la sazón, el sentimiento de estima
sí deberá reposicionarse en relación con las transformaciones acaecidas tanto en el
territorio del Yo como en el del Superyó. De este modo, se podrá evitar ser presa de las
grandes distorsiones a las que a partir de ese momento se encontrará expuesto. Es que la
pérdida de los recursos instrumentales acopiados a lo largo de la infancia, juntamente con
el cambio en el tenor de las demandas y expectativas por parte de los otros significativos
y del contexto sociocultural, pueden empujar al adolescente al abismo del colapso
narcisista y sus afecciones asociadas: aislamiento, abulia, sometimiento, depresión,
masoquismo, brote psicótico, suicidio.
Por ende, este reposicionamiento de la autoestima no podrá lograrse sin un monto
variable de sensaciones dolorosas que acompañará al adolescente a lo largo del tiempo
que dure la condición adolescente. Es que los permanentes desacoples entre las
vivencias, emociones, deseos, y representaciones que transitan a través de una instancia
yoica que pugna por una alianza estabilizante, organizativa, y operativa, generan bruscos
cambios de tensión. Estas tensiones pueden descargarse alternativamente en forma de
ansiedad, angustia, frustración, ira, impotencia, desesperación, abatimiento, desinterés,
nihilismo, o en alguna de sus posibles combinaciones. En este sentido, la operatoria de la
remodelación identificatoria aún con los aportes de los modelos ofrecidos por las
significaciones imaginarias sociales, por los otros del vínculo, y por el propio mundo
interno, no podrá garantizar dicha estabilidad.
De este modo, la reconfiguración de su propia valoración, que el joven se ve obligado a
encarar vez tras vez, se basa en la imposibilidad de encontrar una solución identitaria
definitiva a su conflictiva transición. Esta situación reconoce en su origen varias fuentes,
una de ellas se basa en la efímera duración que pueden tener subjetivos, especialmente
aquellos que se manifiestan a través de una suerte de coagulación de imágenes de sí
mismo. Otra fuente se puede detectar en lo volátil que pueden resultar las envolturas
vinculares en las que el adolescente intenta apuntalarse en cada ocasión. Pero también,
la encontramos en la recurrente necesidad de adaptarse a situaciones inéditas, sin que
medie un tiempo de elaboración adecuado a la velocidad en la que se mueve su mundo
interno.
Esto es lo que suele suceder con los dificultosos pasajes que se producen en el traspaso
que se establece tanto entre la escuela primaria y la secundaria, como entre la escuela
secundaria y la universidad. Asimismo, esto sucede aún con el concurso de un elemental
atenuante, aquel que surge de los ingentes esfuerzos de cuidado que en esta línea
puedan efectuar el discurso y las acciones de los otros significativos. Por tanto, la
exigencia suplementaria a la que está sometido el sujeto adolescente a partir de esta
serie de revalorizaciones, deriva en una secuencia de encadenamientos sin garantías de
estabilidad ni de permanencia. Este faltante de estabilidad es el que termina
retroalimentando el inevitable círculo vicioso al que se ve expuesta la dinámica que
caracteriza al sentimiento de estima de sí durante esta tumultuosa transición.
De este modo, la inestabilidad de la propia valoración en este ciclo vital se constituye en
una temática distinguida por una gran vulnerabilidad. Esto se debe a que se encuentra
enlazada a un conjunto de decisivas preguntas, las cuales giran en torno a la dotación
identitaria (¿quién soy?), a la pertenencia (¿cuál es mi lugar?), a la capacidad (¿qué
puedo hacer?), y al proyecto a futuro (adonde voy?). El significado que adquieren estas
preguntas, junto a los requerimientos originados en la necesidad de reconocimiento por
parte de los otros del vínculo, se aproximan en una medida metafórica al mito griego de
Sísifo10. Es que a su manera el adolescente debe intentar resolver las situaciones
conflictivas que constantemente le salen al cruce, para que una vez conjurado su efecto
se encuentre disponible para encarar las subsiguientes. Estas, a su vez, estarán
seguramente signadas por una mayor complejidad, en una danza que se perpetúa
indefinidamente, acompañada por el repiqueteo de la ausencia de respuestas definitivas.
Tal como puede apreciarse, en todo este proceso de recambio representacional el registro
narcisista sufre, a través de la dimensión de la autoestima, un bombardeo sobre los
puntales en los que apoyaba sus criterios de valoración. Por ende, la refundación del
narcisismo implicará el trabajo de delinear y forjar nuevos puntales con sus respectivos
valores asociados, a partir del trabajo demandado por las urgencias identificatoria y
vinculatoria. Estos resultarán acordes a la situación en la que el sujeto adolescente se
encuentra, es decir, en plena construcción de esquemas referenciales y de acción
(definitivos en las apariencias que suscribe el anhelo, pero decepcionantemente
provisorios a la hora de su corroboración en la realidad). De este modo, el viejo
narcisismo infantil deberá dejar libre el paso a este nuevo modelo, donde la evaluación
valorativa se produzca de acuerdo a estos flamantes esquemas. Demás está aclarar, que
esto no va a alcanzar para atemperar el padecimiento derivado tanto del tiempo necesario
para consolidar el proceso de refundación, como del surgimiento de las tensiones
inherentes a la puesta en marcha de los nuevos mandatos superyoicos.

10
Después de su muerte, este fundador y rey de Corinto, fue castigado por Zeus. Este le impuso la
titánica tarea de empujar eternamente una enorme roca por la pendiente de una montaña. Al
llegar a la cima, y debido a su peso, la roca empezaba a arrastrarlo hasta precipitarlo barranca
abajo, a raíz de lo cual debía comenzar nuevamente su tarea.
De esta forma, las imágenes a futuro que se consoliden en el seno del Ideal del Yo, y que
desde ahí orienten la dirección y el sentido que contraigan las diversas exploraciones que
el sujeto adolescente encare, habrán de retomar y absorber la energía que portaban los
viejos mandatos, ahora caídos en desuso. La adecuación del sujeto a estas nuevas
metas, y su consecuente anhelo de obtenerlas, se transformará en fuente de gratificación
o sufrimiento de acuerdo a las posibilidades de realización de las mismas en tiempo y
forma. Por tanto, la ponderación del sentimiento de estima de sí se hará sobre la base de
este nuevo diseño, y su regulación dependerá no sólo de los grados de aproximación a la
obtención de los objetivos deseados, sino también de la mayor o menor tolerancia a las
condiciones de posibilidad que ofrezca el medio sociocultural en cada momento histórico.

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