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El sol, en su lento declive, arrojaba sus últimos destellos sobre las calles de Lima,

impregnándolas con una melancolía ancestral. Allí, entre el bullicio de la ciudad y el


murmullo de sus habitantes, se entretejía la vida en un tapiz de pasiones y secretos
ocultos.

En una esquina perdida, donde el tiempo parecía detenerse, se encontraba José, un


hombre marcado por las cicatrices del pasado y los anhelos del mañana. Sus ojos,
oscuros como la noche, reflejaban la tormenta interior que lo consumía, mientras sus
manos temblorosas buscaban refugio en el bolsillo de su abrigo gastado.

Al otro lado de la plaza, María, con su mirada serena y su cabello al viento, caminaba
con la gracia de una bailarina en un escenario improvisado. Su presencia era un bálsamo
para los corazones afligidos, una promesa de redención en un mundo lleno de desdicha.

El destino, caprichoso como siempre, los había unido en un juego de pasión y deseo,
donde cada encuentro era un nuevo capítulo en la eterna danza del amor y el
desencanto. Entre susurros clandestinos y caricias robadas, se perdían en un laberinto de
emociones prohibidas, donde el riesgo era tan tentador como peligroso.

Así, en medio de las sombras que envolvían la ciudad, José y María se encontraban
atrapados en un romance clandestino, donde el tiempo se desvanecía entre sus manos y
el mundo exterior se desvanecía en la penumbra de la noche.

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