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ROBO CLERICAL

Era 31 de diciembre, en el pueblo sonaban las campanas de la iglesia. Llovía fuerte, el sonido de las
gotas cayendo sobre el techo de barro de la casa se sincronizaban con la música de fondo.
Recuerdo el olor de la leña cocinando la cena de media noche, el aroma de mi abuela que se
alistaba para la fiesta y mi felicidad al saber que todo era regocijo como casi todas las festividades
de fin de año.

Fidel, Castro y Hugo eran mis mejores amigos. Al igual que yo, ellos también eran hijos de
campesinos, de esos que viven de sembrar lo que esté generando más ganancias y que se resisten
a sembrar hoja de coca.

Todo estaba planeado y fríamente calculado. Después de recibir el año nuevo, nos dirigiríamos
hacia la iglesia del pueblo y con el ingenio que caracterizaba a Fidel más la capacidad física de
Castro, a la 1 de la mañana robaríamos la copa del cáliz que usaba el cura en sus rituales. Era una
copa de oro italiano de 18 quilates con incrustaciones en diamante en todo el borde superior, una
pieza muy valiosa.

Ustedes me disculparán, pero ese robo era un botín tan grande que aun cuando repartiéramos la
ganancia entre los 4, tendríamos el dinero suficiente para sacar de la pobreza a nuestras familias,
por eso todo el plan valía la pena.

Hugo y yo seríamos los campaneros, los que avisaríamos que no haya nadie cerca que pudiera
alertar a las autoridades o advirtiera la presencia del cura de la iglesia. Faltando 5 minutos para la
1 de la mañana y después de los respectivos besos, abrazos y buenos deseos para el año nuevo
con nuestras familias, nos encontramos en el punto indicado, una vieja escuela que en algún
momento fue la base de operaciones militares del ejército nacional pero que habían abandonado
por la presencia de grupos paramilitares en la zona.

Llegamos a la iglesia. Yo vigilaba el costado norte y Hugo el extremo sur mientras Fidel hacía sus
cálculos: "Dos saltos para llegar al techo y 20 pasos para llegar a una ventana que da ingreso a la
iglesia, con eso coronamos la operación muchachos". Castro, que tenía entrenamiento en los
cultivos de banano de su familia, podía moverse con agilidad y sigilo; saltó al techo, avanzó por el
mismo y abrió la ventana, se volteó, nos hizo una señal de "todo en orden" e ingresó al recinto.

Todo estaba en silencio, yo sentía el corazón en el cuello, los latidos se hacían fuertes al punto de
casi escucharlos. Hugo, mientras tanto, me hacía señales indicando que no había nadie en la zona.

1, 2, 3, 4 y 5 minutos pasaron mientras todos seguíamos esperando alguna señal de Castro. Fidel,
inquieto por la ausencia del compañero y temiendo que sus cálculos no se hayan hecho de la
manera correcta, se apresuró al techo de la iglesia e ingresó por la ventana al interior de esta y
mientras tanto, el silencio se tornaba cada vez más inquietante.

1, 2, 3, 4 y 5 minutos volvieron a transcurrir sin saber nada de Castro y mucho menos de Fidel. Los
nervios se apoderaban de mi ser, le silbé a Hugo para que se acercara y le pregunté ¿Ahora qué
hacemos? – No sé, todo esto es muy raro, respondió con la misma preocupación, pero tratando de
mantener la calma. – Voy a entrar, afirmó Hugo y yo apoyé su decisión con un movimiento de
cabeza que indicaba aprobación. Siguiendo los mismos pasos de Castro y de Fidel, Hugo saltó al
interior de la iglesia y entonces el silencio se apoderó de toda la situación, ahora yo estaba solo y
con más miedo que nunca.
1, 2, 3, 4 y 5 minutos volvieron a pasar y ninguno de mis amigos salió. El desespero se apoderaba
de mí y justo en el momento en que había decidido recorrer el mismo camino para entrar a la
iglesia, sonaron las puertas principales del recinto mientras salía el padre. Lo reconocí por su cara
sin expresión y con las cejas pobladas, pero su vestimenta era diferente; tenía un uniforme
camuflado, un casco militar y un arma en su cintura. El cura resultó ser un paramilitar en las
noches y un sacerdote en el día.

Me miró fijamente y comenzó a acercase, las piernas me temblaban, no me podía mover y


pensaba "si corro me dispara por la espalda". A un metro de distancia, su cara se tornó amigable y
con un gesto de aprobación me dijo: Comandante, dimos de baja a los 3 objetivos y fueron
reportados como guerrilleros, hemos cumplido con el objetivo de la operación.

Sus palabras me hundieron en un pozo de lodo profundo mientras una parálisis se apoderaba de
mi cuerpo y el tiempo se detuvo. Mi alma se comenzó a consumir, seguía inmóvil, todo el cuerpo
me pesaba y no reaccionaba y mucho menos podía gritar ¿Cómo llegué hasta acá? ¿Ordené el
asesinato de mis propios amigos? Pensaba una y otra vez.

Y justo cuando iba a responderle al cura paramilitar, un golpeteo comenzó a sonar, golpe tras
golpe el sonido era más y más fuerte. Cerré los ojos con fuerza y seguía allí, los abrí y los cerré una
y otra vez hasta que sonó una explosión.

Volví a cerrar los ojos con todas mis fuerzas y cuando los volví a abrir vi a mi abuela
despertándome mientras me decía "Mijo, ya es año nuevo, usted se quedó dormido y tenemos
que ir a celebrar".

Me sequé el sudor, me alisté muy rápido y llamé a Fidel, Castro y Hugo "Se cancela la operación"
es momento de celebrar y de vivir.

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