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Teología del matrimonio

El significado de “Sí, acepto”

A un grupo de niños se le presentó la pregunta: “¿Qué es el amor?” Y algunas de sus respuestas


son estas:

Amor es cuando se besan todo el tiempo. Luego cuando se cansan de besar, todavía
quieren estar juntos y siguen hablando y hablando. Mami y papi son así. Se ve asqueroso
cuando se besan.
Amor es cuando mami ve a papi sucio, sudado y oliendo mal, pero sigue diciendo que es
más guapo que Robert Redford.
El amor es cuando mi mami le da a mi papi la mejor pieza del pollo.
Cuando a mi abuelita le dio artritis, ya no podía agacharse para pintarse las uñas de los
pies. Por eso, mi abuelo siempre lo hace por ella, aunque también tiene artritis en las
manos. Eso es amor.1
¿Qué es el amor? Esta pregunta es muy problemática para muchos adultos. Pero veamos cómo
todas las respuestas de estos niños contienen observaciones de sus padres o abuelos. Si estás
casado y tienes hijos, ¿tus hijos pueden ver el amor ejemplificado en tu matrimonio?

Quisiera plantear una pregunta a todos los que defendemos la santidad del matrimonio:
Exactamente, ¿qué es el matrimonio? Si creemos que el matrimonio es sagrado, lo cual es cierto,
debemos tener la capacidad de explicar su propósito y su significado.

El matrimonio es pacto

El concepto de pacto está implícito en este texto fundacional sobre el matrimonio:

Entonces dijo el hombre:


“Ahora, esta es hueso de mis huesos
y carne de mi carne.
Esta será llamada ‘mujer’,
porque fue tomada del hombre”.
Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una
sola carne. (Génesis 2:23-24)
En el antiguo cercano oriente, el dar un nombre a alguien tenía un significado muy profundo. Dios
le dio nombre a Abraham y a Israel al momento de entrar en pacto con ellos (Génesis 17:5; 35:10).
De un modo similar, en el jardín del Edén, el hombre nombró a la mujer al entrar con ella en el
pacto de matrimonio.2

Walter Brueggemann, experto en Antiguo Testamento, cree que hueso y carne también podrían
tener un significado metafórico de fuerza y debilidad, y que juntos constituyen una fórmula de
alianza.3 Esto quiere decir que Adán se estaba comprometiendo a cumplir este pacto en tiempos
de fortaleza y también en tiempos de debilidad. Estaba diciendo que este pacto con Eva no iba a
ser afectado por las circunstancias cambiantes. “Hueso de mis huesos y carne de mi carne” implica
una fórmula de constancia y de lealtad permanente.4

El matrimonio es uno

“Y serán una sola carne” (Génesis 2:24). El concepto de una sola carne es definitivamente lo más
profundo y fundamental que dicen las Escrituras sobre el matrimonio. Este ideal edénico no sólo
es un plano del diseño para el pacto matrimonial y una metáfora de la unión física entre esposo y
esposa, sino que también es un patrón divino de pacto para la relación entre Dios y su pueblo que
está por toda la Biblia. “Una carne” es la estructura subyacente de muchos textos bíblicos que
tratan sobre el matrimonio y que emprenden su defensa.

Esta frase, una carne, primordialmente se refiere al sexo en el matrimonio, pero también
comunica algo más profundo que simplemente hacer el amor: el pacto matrimonial es una unión
permanente, exclusiva, e integral de dos personas. Dennis Hollinger explica que una carne “apunta
hacia el lazo único y exclusivo de unión física, emocional y espiritual que ocurre por medio de la
relación sexual”.5

La palabra hebrea que se traduce “una” en este pasaje es ‘echad. Vemos esta misma palabra
también en Deuteronomio 6:4: “Escucha, Israel: el SEÑOR nuestro Dios, el SEÑOR uno es”. En este
pasaje, el UNO es tanto unidad como diversidad –Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así mismo, la
unidad y la diversidad se expresan en el UNO del matrimonio como masculino y femenino.

La palabra hebrea que se traduce “carne” en Génesis 2 es basar, que se refiere no sólo al tejido
suave del cuerpo, sino también a la totalidad de la persona.6 Por lo tanto, esta unión de una sola
carne en el matrimonio es más que la simple relación sexual; es una realidad totalmente
abarcadora que fusiona a dos personas diferentes en una sola.

En el Nuevo Testamento, los fariseos intentan encajonar a Jesús en la discusión sobre el divorcio.
Como respuesta a su pregunta deshonesta e hipócrita, Jesús aplica este paradigma del ser UNO,
citando Génesis 2:24: “‘Por esta causa el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su
mujer; y serán los dos una sola carne’. Así que ya no son más dos, sino una sola carne” (Mateo
19:5-6; Marcos 10:7-8). No hay nada más claro que el concepto de “una carne” para comunicar lo
indivisible del matrimonio. No se trata sólo de que el matrimonio “no debiera separarse; es que no
se puede”.7

Sin embargo, a la luz de esta unidad, debemos evitar con cuidado un error muy común. Los
esposos bromean diciendo que su esposa es su mejor mitad. Pero según las Escrituras, el
matrimonio no está compuesto por dos mitades que se hacen una; es más bien dos enteros que se
hacen uno. No es correcto que quienes están comprometidos para casarse digan que su prometida
es la otra mitad que les falta para estar completos. Ninguna otra persona nos completa. Estamos
completos sólo en Cristo. Frecuentemente le digo a mis alumnos: “Sean completos antes de
hacerse uno”. Cuando dos personas incompletas intentan hacerse uno, nunca lo logran. Más bien,
el resultado es un desorden de codependencia.

Si el matrimonio es dos que se hacen uno, ¿qué de la poligamia? Los defensores del matrimonio
homosexual casi siempre argumentan que la poligamia es una forma de matrimonio bíblico. Sin
embargo, al estudiar de cerca cada caso, vemos que la Biblia utiliza esos ejemplos de poligamia
para articular una teología de reprobación.

Richard Davidson, experto en Antiguo Testamento, explica que los ejemplos bíblicos de poligamia
están repletos de “discordia, rivalidad, quebranto de corazón, incluso rebelión, lo cual revela las
motivaciones negativas y/o consecuencias desastrosas que invariablemente acompañaron esas
desviaciones del estándar de Dios en el Edén”.8

Veamos el primer caso de poligamia, que se encuentra en Génesis 4:19: “Lamec tomó para sí dos
mujeres”. Lo que sigue después en Génesis 4:23-24 nos brinda un panorama del corazón de
Lamec: es un asesino violento y vengativo. “Entonces Lamec dijo a sus mujeres: ‘Ada y Zila, oigan
mi voz. Oh mujeres de Lamec, escuchen mi dicho: Yo maté a un hombre, porque me hirió; maté a
un muchacho, porque me golpeó. Si Caín ha de ser vengado siete veces, Lamec lo será setenta y
siete veces’”. La primera referencia bíblica a la poligamia tiene que ver con un hombre impío y
reprobado. Esta teología de reprobación continúa por todo el Antiguo Testamento.

Por ejemplo, en las tiendas que habitaba Abraham, vemos la contienda entre Agar y Saraí; en el
hogar de Jacob, la discordia entre Raquel y Lea. El testimonio contra la poligamia es uniforme en el
Antiguo Testamento, y se expresa claramente una teología de reprobación por la distorsión del
orden de Dios para el matrimonio desde la creación.

En el Nuevo Testamento se puede ver incluso con mayor claridad, pues el Señor Jesús y el apóstol
Pablo afirman el paradigma matrimonial de “una sola carne” (Mateo 19:5-6; Marcos 10:8; 1
Corintios 6:16; Efesios 5:31). La respuesta del Señor Jesús al por qué se permitió el divorcio bien
puede también aplicarse a por qué se permitió la poligamia: “Por la dureza de su corazón” (Mateo
19:8).9

Juan Crisóstomo, padre de la iglesia antigua, cuyo nombre significa “boca de oro”, defendió la
monogamia en el matrimonio al ver fielmente los textos de Génesis 1 y 2. Él afirmó que si la
intención original de Dios para el hombre hubiese sido darle varias esposas, “habría formado a
varias mujeres al crear a un hombre”.10

Desde el principio

En Marcos 10:2-9 aparecen los fariseos cuestionando a Jesús sobre el divorcio. La respuesta del
Hijo de Dios es un rechazo muy firme que denuncia la práctica de disolver el matrimonio por
cualquier razón y que deja ver la dureza del corazón humano (v.5). Como ya hemos visto, Jesús
fundamentó su enseñanza sobre el matrimonio en el relato de la creación:

Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer. Por esta causa el
hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola
carne. Así que, ya no son más dos sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido no
lo separe el hombre. (vv. 6-9)
El Señor Jesús pudo haber usado muchos otros pasajes para afirmar la naturaleza permanente del
pacto matrimonial, pero nada es más fundacional que este prototipo edénico: la unión del pacto
entre Adán y Eva.

Dios es Señor del matrimonio porque Dios es Quien une a un hombre y una mujer. “No lo separe el
hombre” es nuestro recordatorio de que el divorcio es contrario al orden de Dios en la creación
“desde el principio”. Los hombres y mujeres no deben deshacer lo que Dios ha hecho. Romper
intencionalmente un matrimonio es un intento de usurpar el lugar de Dios. Así, Jesús mostró la
contradicción que hay entre Dios que une y los judíos del primer siglo que promovían la
separación prácticamente por cualquier razón.11

Sin embargo, si lo que el Señor Jesús quería era reafirmar la indivisibilidad del matrimonio, la
figura de “una sola carne” en Génesis 2:24 habría sido suficiente. Pero Jesús introduce el conecto
bíblico de la diferenciación sexual, de Génesis 1:27, que a primera vista no parece tener relevancia
directa “Dios los hizo hombre y mujer” (Marcos 10:6).12 Pero para el Señor Jesús sí es
inmensamente relevante: no hay matrimonio fuera del paradigma bíblico de hombre y mujer.
Jesús vincula la creación de “hombre y mujer” (Génesis 1:27) con la creación del matrimonio de
“una sola carne” (Génesis 2:24). Esto ilustra de manera muy hermosa que Dios separa hombre y
mujer en la creación y unifica hombre y mujer en el matrimonio. Jesús está afirmando que cuando
Dios hizo al hombre y la mujer, nuestro creador ya tenía en mente la unión matrimonial que
vendría a continuación.

David Gushee, que afirma ser “el líder de los expertos en ética entre los evangélicos de Estados
Unidos”, cambió su posición sobre el matrimonio del mismo sexo y ahora hace un llamado a “la
plena aceptación de los cristianos LGBT”. Él dice que Jesús en Marcos 10 está hablando sólo del
divorcio y que ese pasaje es irrelevante en la discusión sobre el matrimonio del mismo sexo. 13

Sin embargo, debido a que el Señor Jesús incluye a Génesis 1:27 en Marcos 10:6 –“Dios los hizo
hombre y mujer”—la opinión de Gushee no sobrevive a un examen minucioso. Por un lado, Dios
separa los sexos en Génesis 1; por otro lado, Dios los une en Génesis 2. Lo que Gushee no alcanza
a ver es esto: la pregunta de los fariseos sobre el divorcio está subordinada a la enseñanza de
Jesús sobre el matrimonio. El Hijo de Dios enseña dos cosas sobre el matrimonio: es indisoluble y
fundamentalmente es de un hombre y una mujer.

No debemos perder de vista otra implicación de la conexión entre Génesis 1:27 y el matrimonio.
Este pasaje no sólo establece la realidad de la diferenciación sexual, sino que –lo más importante
—también es el pasaje clave de donde emana la doctrina de la imago Dei. En otras palabras, en
Marcos 10:6-8, Jesús proclama no sólo que es esencial que el matrimonio sea de hombre y mujer,
sino también que el matrimonio apunta hacia la imagen de Dios. De modo que está uniendo la
esencia del matrimonio con la esencia de la humanidad.

Por lo tanto, el matrimonio no es un derecho civil ni un derecho humano básico. Como cristianos,
no tenemos derechos; nuestro único derecho está en Cristo. Además, el sexo no es lo que los
adultos pueden hacer libremente con su cuerpo. “Desde el principio” Dios creó el matrimonio para
que fuera un pacto indisoluble entre “hombre y mujer”, en una profunda correlación con la
imagen de Dios. Cualquier distorsión del matrimonio –sea por divorcio, adulterio, sexo
prematrimonial, o unión del mismo sexo—no sólo es contraria a la voluntad de Dios, sino que
también es una afrenta a la imagen de Dios.

La meta del matrimonio

Tanto Pablo como el Señor Jesús citan Génesis 2:24 como el texto fundacional para comprender el
matrimonio: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los
dos una sola carne” (Efesios 5:31). La teología del matrimonio, como lo demuestran Pablo y el
Señor Jesús, se edifica sobre este aspecto clave de “una sola carne”.

Es muy importante que Pablo añade inmediatamente: “Grande es este misterio, pero lo digo
respecto de Cristo y de la iglesia” (v.32). Pablo utiliza el concepto de “una sola carne” como
fundamento para revelar el misterio “grande” y la importancia escatológica del matrimonio. Jesús
enseña sobre la esencia del matrimonio en Marcos 10, pero Pablo explica la meta o propósito del
matrimonio en Efesios 5.

La palabra griega que se utiliza en ese texto es mega, que significa “grandioso” o “importante”. La
referencia de Pablo al “misterio” comunica que la unión en una sola carne entre esposo y esposa
es un tipo único de relación humana que apunta hacia algo grande y profundo.

En el Antiguo Testamento, Yahvé –el Señor Dios—es el esposo de Israel.14 El misterio “grande” que
Pablo observa es cómo esta tipología se enmarca en la relación matrimonial. Mientras que en el
Antiguo Testamento Yahvé es el esposo, en el Nuevo el esposo es Cristo. En el Antiguo
Testamento, Israel es la esposa, pero en el Nuevo, la esposa es la iglesia.15

Hay que decir claramente que la relación entre Cristo y la iglesia no es como un matrimonio
humano; más bien, el matrimonio humano prefigura la realidad última que es la unión entre Cristo
y la iglesia. El primer matrimonio en la creación, entre Adán y Eva en Génesis 2:24, corresponde
tipológicamente a Cristo y la iglesia en la consumación.16 El matrimonio humano es sólo un
prototipo de la relación entre Dios y su pueblo, y el arquetipo escatológico final lo constituyen
Cristo y la iglesia.

Por lo tanto, el propósito del matrimonio humano no es en última instancia que el esposo y la
esposa se amen mutuamente. El verdadero fin del matrimonio es apuntar hacia la realidad última
y eterna de Cristo y la iglesia. El matrimonio es sólo una sombra momentánea; Cristo y la iglesia
son la realidad perfecta y eterna.17 Pero si Cristo y la iglesia son la realidad, ¿qué pasará con la
sombra en el día final?

Jesús respondió a este asunto en Mateo 22. Los saduceos, maliciosamente, le preguntaron sobre
una supuesta mujer que enviudó de siete hermanos, y quieren saber de quién será esposa en la
resurrección. La respuesta de Jesús debe haber causado mucha sorpresa a sus oyentes: “porque
en la resurrección no se casan ni se dan en casamiento sino que son como los ángeles que están
en el cielo” (Mateo 22:30; Marcos 12:25; Lucas 20:34-36).

Los saduceos no creían en la resurrección, y suponían burlonamente que si Dios levantaba a los
muertos, la vida en el cielo sería simplemente una extensión de la vida aquí en la tierra. Estaban
muy equivocados. En la resurrección, las cosas no serán como son ahora. Nuestro cuerpo físico
será transformado (Filipenses 3:21). Habrá un nuevo cielo y una nueva tierra (Apocalipsis 21:1). No
habrá más lágrimas, ni más muerte, ni más lamento, ni más llanto, ni más dolor (Apocalipsis 21:4).

Cuando esta verdad gloriosa se realice en la eternidad, la sombra terrena del matrimonio será
absorbida por la realidad perfecta de Cristo que se desposará con la iglesia. No habrá más razón
para la existencia de la sombra imperfecta del matrimonio terrenal. Pero esto no significa que se
borrará todo recuerdo de las relaciones terrenales.

Significa que todos los creyentes se desposarán con Cristo y que nuestra devoción y nuestros
afectos más profundos serán sólo para Cristo. Gastaremos nuestro tiempo y energía en la gloria
maravillosa y satisfactoria de adorar y servir a Dios en su presencia. No habrá nada que sea más
importante.

Aunque no estaremos casados en el cielo, será aún mejor –eso está garantizado. Por lo tanto, no
debemos pensar que la soltería es un estado temporal antes del matrimonio. Más bien, el
matrimonio es un estado temporal antes de la eternidad.

El pastor jubilado Ken Smith recientemente enviudó. Había estado casado con Floy durante
sesenta años. Gracias a su amor por el Señor y a su amor por los perdidos, mi hermana en Cristo
Rosaria Butterfield fue conociendo a un Dios santo y amoroso.

Después de la muerte de Floy, muchos trataron de consolar al pastor Ken. Decían con buenas
intenciones: “¿Acaso no desea usted que llegue el día en que se volverá a reunir con su esposa en
el cielo?” Y su respuesta siempre fue: “No tengo esposa en el cielo, pero sí estoy muy deseoso de
estar en plena y total unión con Cristo”. Así me lo explicó a mí en un correo electrónico:

Estaba observando mi argolla matrimonial y pensando en si debía usarla o no. Recordé el


voto matrimonial que hicimos. El voto dice: “hasta que la muerte nos separe”. Esta idea
me condujo a ver nuestra boda como algo “cumplido”. Reflexioné en la idea de que
nuestro matrimonio ya estaba cumplido, y me dio un motivo nuevo para agradecer por mi
querida Floy. ¡Nuestro matrimonio no fue interrumpido, sino que llegó a su cumplimiento!
No es necesario hablar de la renovación de nuestra relación como esposos en el cielo.
Nuestro matrimonio fue una institución “terrenal”, y ya está cumplida. Así que me quité el
anillo. El matrimonio llegó a su cumplimiento. Es interesante que al pensar así me llegó un
consuelo inmenso, paz y gratitud.
El consuelo del pastor Ken fue su buena teología. Su comentario puede parecer extraño en un
hombre que está sufriendo la pérdida de su esposa amada y fiel, pero estaba delineando la
intensidad de su dolor al mismo tiempo que defendiendo y celebrando la unión completa de Floy
con su Salvador resucitado –y la esperanza cierta de su propia unión y glorificación en el futuro.

La argolla matrimonial del pastor Ken era un símbolo de su matrimonio terrenal con Floy. Y ahora
su matrimonio ha llegado a su cumplimiento, porque ella descansa en los brazos de nuestro Señor.
Ella, con todos los otros santos que se nos han adelantado –como la novia de Cristo—esperan con
júbilo ese maravilloso día, el día de las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:6-9), cuando todos los
elegidos en gloria consumada cantarán juntos: “Gocémonos, alegrémonos y démosle gloria,
porque han llegado las bodas del Cordero, y su novia se ha preparado” (v. 7).
El matrimonio terrenal no es algo eterno, ni último. Es una realidad penúltima. Lo último es lo que
nos espera en la eternidad, y para eso fuimos creados –independientemente de si somos solteros
o casados. Cuando se llega a sentir un cierto descontento en el matrimonio, incluso si se trata de
un matrimonio sano y bueno, es normal. Sólo hay un matrimonio que podrá darnos
contentamiento perfecto, total y último. El cielo será la unión completa y la gloria consumada con
Cristo. No hay gozo más grande que ese.

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