¿Qué ha de saberse realmente, pretendiendo surcar nubes
repletas de esperpento conjunto de dolencias y risas mescladas con
melódicos quejidos de sufrimiento?, si los cánticos gloriosos enfrentan al empezar los tristes arrebatamientos de los pobres seres a quienes el dolor les debe la vida. La mirada acusa y el dedo delata, fuiste y serás, largo letargo de agonía, deja fluir la sangre, pues tú ya manchado has estado. Y la mente enferma pregunta si puede olerte, tocarte, masturbarse mientras el pliegue sucio toquetea las partes prohibidas, agarra el cuerpo y acaricia el suave tacto que excita al más despechado, porque encuentra en la carne un intenso placer y en la mugre un modo de vida. Acaricia el orificio, huele ese purulento hedor y lo muerde para expulsar su sabia, luego va al prohibido; donde la espalda deja de ser espalda, donde la columna adquiere nueva forma, y se introducen los olfatos, las manos sobre el pecado y el error; y luego hay una mente pidiendo clemencia por ser y siempre pertenecer al horror, que con labia ponzoñosa seduce a la justicia, que con razón y malicia vuelve a sus andanzas y se deja llevar por el calor, por la vergüenza nunca se mata y por el rigor su garrote introduce en donde la palabra perdón nunca lo hará.