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En un pequeño pueblo rodeado de campos y bosques, vivía un abuelo llamado Don

Fernando y su nieto, Mateo. Don Fernando era un hombre sabio y soñador que siempre
había sentido una profunda fascinación por las estrellas y los planetas. Desde que
Mateo era pequeño, su abuelo le contaba historias sobre el universo y los secretos
del cosmos. Juntos pasaban horas mirando el cielo nocturno, identificando
constelaciones y imaginando viajes intergalácticos.

Un día, mientras Mateo y Don Fernando observaban una lluvia de estrellas, el niño
le preguntó a su abuelo si alguna vez podrían viajar al espacio juntos. Con una
sonrisa en el rostro, Don Fernando acarició la cabeza de Mateo y le prometió que
harían realidad ese sueño. A partir de ese momento, comenzaron a planificar y
construir su propio cohete espacial, pero no sería un cohete cualquiera, sería un
cohete de cartón.

Con paciencia y creatividad, Don Fernando y Mateo se embarcaron en la emocionante


tarea de diseñar y construir su cohete de cartón. Utilizando cajas, tubos de papel
higiénico, papel de aluminio y mucha cinta adhesiva, dieron forma a su nave
espacial con la ayuda de vecinos y amigos del pueblo que se unieron al proyecto.

A medida que el cohete de cartón tomaba forma, la comunidad entera se involucraba


en el entusiasmo de Don Fernando y Mateo. Niños y adultos colaboraban pintando
estrellas en las paredes de la nave, agregando luces parpadeantes y diseñando un
panel de control improvisado con botones y palancas de juguete.

Finalmente, llegó el día del gran lanzamiento. El pueblo entero se reunió en el


campo de fútbol, transformado en una improvisada pista de despegue para el cohete
de cartón. Con un conteo regresivo emocionante, Don Fernando y Mateo se acomodaron
en la cabina de mando, listos para emprender su viaje hacia las estrellas.

El cohete de cartón se elevó lentamente hacia el cielo, impulsado por la


imaginación y la esperanza de los dos exploradores. A medida que ascendían, el
abuelo y el nieto contemplaban maravillados la Tierra desde arriba, viendo cómo los
campos y bosques se convertían en un mosaico de colores y formas.

Atravesando las capas de la atmósfera, el cohete de cartón se adentró en el espacio


profundo, donde las estrellas brillaban con una intensidad deslumbrante. Don
Fernando y Mateo se asombraban ante la vastedad del universo, sintiéndose pequeños
e infinitamente grandiosos al mismo tiempo.

Durante su travesía espacial, padre e hijo vivieron experiencias increíbles:


flotaron en gravedad cero, se deslizaron entre asteroides luminosos y se
maravillaron con la belleza de las nebulosas coloridas. En cada rincón del cosmos,
descubrían nuevos mundos y criaturas extrañas que solo existían en sus sueños más
salvajes.

Pero incluso en medio de la inmensidad del espacio, Don Fernando y Mateo siempre
encontraban tiempo para compartir momentos especiales: conversaciones íntimas sobre
la vida, risas contagiosas ante las travesuras de un robot alienígena y abrazos
reconfortantes en las noches estrelladas.

Después de días de exploración intergaláctica, el cohete de cartón regresó a la


Tierra, aterrizando suavemente en el mismo campo de fútbol donde todo comenzó. El
pueblo entero esperaba con ansias la llegada de los héroes espaciales, celebrando
con aplausos, lágrimas de emoción y una fiesta que duraría toda la noche.

Don Fernando y Mateo descendieron de su nave espacial hecha de cartón, con una
sonrisa de satisfacción en sus rostros y el corazón lleno de recuerdos
inolvidables. Aunque su viaje al espacio había llegado a su fin, la aventura de
explorar juntos nunca terminaría, porque en cada estrella que brillaba en el
firmamento, veían reflejado el amor y la complicidad que los unía para siempre.

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