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Sefioras y sefiores: tema de hoy. Me , ya que admitimos que nues- fra influencia se basa esencialmente en le trasferencia, vale deci, en la sugestién; y a esto enlazaron la duda que sobre Ja objetividad de nuestros descubrimientos psicolégicos podia ‘char semejante preponderancia de la sugestin. Les he pro- metido darles una res rcunstanciada. poss exe anna) cin de apne flexiones teéricas? Empecemos por la primera. Yo fui alumno de Bernheim, 4 quien visité en Nancy, en 1889, y cuyo libro sobre la ii Ss nw shemale 2 7 OP erie HE Se Bes ie expo AB, HE pag 1984, done shld ua hs des "Rl a a Es onc pio ae him of Ratclote cde las masas 3 andlisis del yo (1921c), AE, 18, il # 408 sugestiOn traduje al alemén.* Durante afios practiqué el tra tamiento hipnotico, primero con sugestién prohibidora y des pués combinindolo con el método de Breuer de exploracién Bel paciente (cf. pig. 267]. Me asiste buen derecho, por tanto, para hablar sobre los resultados de Ia terapia hipnd- tea 0 de sugertin. Si, sen un vj aorismo médico, una terapia ideal debe set répida, coniable y_ no, desagradable a. Para el médico, a Ja larga se volvia monétona: prohibit en to casos, de idéntica manera istencia a los més variados d Jo. En algunos pacientes se podia apl ; en. uno se lograba mucho, en otto muy poco, y no se sabla el porqué. Més ‘enfadosa atin que esta caprichosidad del procedimiento era la falta de perdracién de Ios resultados, Pasado algn tem Po, se volvia a tener noticias del enfermo, la vieja GGicocia estaba ott ver ahi o habla sido sustivide por ona nueva. Era posible hipnotizarlo de nuevo. En el trasfondo estaba Ia advertencia, expresada por personas experimenta- das, de no repetir demasiado la hipnosis, pues se corria el riesgo de quebrantar la autonomia del enfermo y habituarlo feat terapa como a un narcitico, Coneedamos Que muchts veces las cosas selian a pedir de boca: tras pocos esfuerzos se lograba un éxito pleno y duradero,* Pero las condiciones de un desenlace tan favorable se ignoraban, Una vez me sucedié que un estado grave, que yo habia eliminado por completo mediante un breve tratamiento hipnético, reapa- recié tal cual después que la enferma, sin tener yo parte en ello, se enfadé conmigo; lograda Ja reconciliacién, pude hacer que ese estado desapareciera de nuevo y de manera més 12- ical, pero volvié a presentarse cuando ella por segunda vez, dione te pon ie teenies UNE oaks fein ef dese eptaon Us berepeatoue “ S51" Apenume, sagen, pgcotbrane. (891, tad ie th El es rer as Yr ‘ hand ‘cuenta de uno de estos éxitos en «Un caso de curs én por pote 1852931) 8 se distancié de mi. En otra ocasién, una enferma a quien repetidas veces yo habia curado de estados neuréticos me- diante hipnosis, mientras la trataba por una contingencia pat ticularmente pertinaz me eché de pronto los brazos al cue- lio? Esto lo bligeba a uno, quisiralo 0, ¢ ocuparse dela naturaleza y el origen de sui autoridad sugesti que ora os de Ia terapia hipndtica 1 paciente y mé- . Esta terapia se encuentra en la mis pleng armonia con una valoracién dels neurosis que es Pr sada atin por la mayoria de los médicos. El médica dice al neurético: «Usted no tiene nada, sélo esti nervioso; por es0 puedo hacerle desaparecer su trastorno en pocos minutos». Pero va en contra de nuestro pensamiento energetista el que on un minimo esfuerzo pueda moverse un gran peso abor- dindolo directamente y sin la ayuda externa de los dispo- sitivos apropiados. Hasta donde las circunstancias son com- parables, también en este caso la experiencia nos muestra ue ese attficio no produce resultados en las neurosis. Pero sé que este argumento no es inatacable; también existen «efectos de desencadenamiento». A Ia Juz del conosimiento que hemos obrenido del psi 5 [Freud volvié a narrar este bicgrifies (19254), AE, 2D, (Esta diferencia es psicoterapiae (19054), AE, 7, pags. 249.51. 410 ico se lo posibilita mediante el auxilio de la sugestién, que copeta en el sentido de una educacién. Por eso se ha dicho con acierto que el tratamiento psicoanalitico es una suette de pos-educacién.? ‘Ahora espero_heberl ello en nosis dependemos del estado en que se encuentra la capa- cidad de trasferencia def enfermo, sin que podamos ejercer influencia alguna sobre esta wtima, Ya sea negativa 0, como curre casi siempre, ambivalente la trasferencia de Ix per- sona por hipnotizar, puede haberse protegido de ella por iculates; pero nada de eso podemos saber. En is trabajamos con Ia trasferencia misma, reso!- ‘vemos lo que se le contrapone, aptontamos el con el que queremos intervenir. Asf se nos hace posible sa- car muy diverso provecho del poder de Ia sugestidn; esté en nuesttas manos: no es el enfermo el que por si solo se giere To que le viene en gana, sino que gulamos su sugestién hasta el punto mismo en que él es asequible a su influencia, ‘Ahora me dirén ustedes que, se lame trasferencia o su- gestién Ia fuerza impulsora de nuestro anilisis, persiste de todos modos el peligro de que Ia influencia ejercida sobre el paciente vuclva dudosa la certeza objetiva de nuestros des- cubrimientos. Lo que favorece a la terapia es perjudicial para la investigacién. Es Ia objecién que con mayor frecuencia se hace al psicoandlisis, y es preciso confesar que, aun siendo certénea, no es posible desautorizatla por irracional. Pero si fuera correcta, el psicoandlisis no pasarfa a ser sino un tra- tamiento de sugesti6n may bien disfrazado y particularmente ficaz, y tendriamos derecho a tomer a la ligera todas sus aseveraciones sobre las influencias de la vida, la dindmica psi uica, el inconciente. Es lo que opinan los oponentes; en particular, todo lo que se refiere a la importancia de las ‘vivencias sexuales, si no estas mismas, se lo hemos «ins 1 [Véase ibid, pl. 256.1 ai lado» a los enfermos después que esas combinaciones se for. maron en nuestra corrompida fantas(a, Tales imputaciones se refutan mis ficilmente invocendo la experiencia que con ayuda de la teorfa, El que ha realizado psicoandlisis ba po- dido convencerse incontables veces de que es imposible su- gerir al enfermo de esa manera, Desde luego, no hay ninguna dlficaltad en hacerlo partidario de una determinada teosia y hasta en hacerlo participar en un posible error del médico. En esto él se comporta como otro cualquiera, como un alum: no, pero pot ese medio sélo se ha influido sobre su inteli gencia, no sobre su enfermedad. La solucidn de sus conflic: tos y ia superacién de sus resistencias s6lo se Jogra si se le han dado las representaciones-expectativa que coinciden con su realidad interior. Las conjeturas desacertadas del médico desentonan de nuevo en el curso del andlisis;* es preciso retirarlas y sustituirlas por algo més cottecto. Mediante una técnica cuidadosa se procuran evitar los éxitos de sugesti6n provisionales; pero por més que sobrevengan, son inofensi- vos, pues uno no se contenta con el primer éxito. No se considera terminado el andlisis si no se han esclarecido las oscuridades del caso, llenado las lagunas del recuerdo y des- cubierto las oportunidades en que se produjeron las repre- jones. En éxitos demasiado prematuros se disciernen més bien obstéculos que avances del trabajo anslitico, y los des- truimos resolviendo de continuo la trasferencia en que s¢ fundaban, En el fondo, es este ltimo rasgo el que separa el tratamiento analitico del basado puramente en la sugestién, y el que libra a los resultados analiticos de la sospecha de ser éxitos de sugestién. En cualquier otto tratamiento su gestivo, la trasferencia ¢s respetada cuidadosamente: se le deja intacta; en el analtico, ella misma es objeto del trata- miento y es descompuesta ‘en cada una de sus formas de toanilestacion, Pera te finalisacign de una cure anal, trasferencia misma tiene que ser desmontada; y si entonces sobreviene o se mantiene el éxito, no se basa en Ia sugestién, sino en la superaciGn de resistencias ejecutada con su ayuda ¥ en Ia trasformacin interior promovida en el enfermo. Ademés, el hecho de que durante la cure tenemos, que luchar incesantemente contra resistencias que saben mudar- se en trasferencias negativas (hostiles) opera en sentido con- trario a la produccién de sugestiones singulares. Tampoco dejaremos de mencionar que un gran nimero de resultados Singlaes del andl, que de ot modo cxefan bao In soe pecha de ser productos de la sugesti6n, nos son corroborados $ [Se da un peat eemlo dello I historia det «Hombre tor Labose (TSN), AEG fog 349 412 desde otra fuente inobjetable. Nuestros testigos son en este ¢¢as0 los dementes y los paranoicos, insospechables, desde luego, de recibir una influencia sugestiva. Lo que estos en- fermos nos cuentan de sus traducciones simbdlicas y sus fa tasfas, que en ellos han penetrado hasta la conciencia, coin- ‘ide punto por punto con los resultados de nuesteas inda- ‘gaciones sobre el inconciente de los que suften neurosis de trasferencia, y asi confirma la correccién objetiva de m tras interpretaciones, tan a menudo puestas en tela de ju Creo que no se equivocarén ustedes si en estos puntos con- flan en el andlisis. Completemos ahora nuestra exposicién del mecanismo de la curacién presenténdolo con las fSrmulas de la teorfa de la libido. El neurdtico es incapaz de gozar y de producir {ren- dir); de lo primero, porque su libido no esté dirigida a nin- arin objeto real, y de Jo segundo, porque tiene que gastar tuna gran proporcién de su energia restante en mantener ala Tibido en el estado de represién {desalojo) y defenderse de ‘su asedio, Sanatia si el conflicto entre su yo y su libido to- case a su fin, y su yo pudiera disponer de nuevo de su li- bido. La tarea terapéutica consiste, entonces, en desasir la ido de sus provisionales ligaduras sustrafdas al yo, para ponerla de nuevo al servicio de este. Ahora bien, cdénde esté la libido del neurético? Fécil es averiguatlo; esté li gada a los sintomas, que le procuran Ja satisfaccién susti- tutiva, la tinica posible por el momento. Por tanto, es pre- ciso apoderarse de los sintomas, resolverlos; es justamente {o que el enfermo nos pide. Para solucionat los sintomas es, preciso remontarse hasta su génesis, hasta el conflicto del cual nacieron; es preciso renovar este conflicto y Hlevarlo a otro desenlace con el auxilio de fuerzas impulsotes que en su momento no estaban disponibles. Esta revisién del. po- ceso represivo * s6lo en parte puede consumarse en las hue- llas mnémicas de los sucesos que otiginaron la represin. La pieza decisiva del trabajo se ejecuta cuando en la relacién con el médico, en la «trasferencia», se crean versiones nue- vvas de aquel viejo conflicto, versiones en las que el enfermo queteia comportarse como 16 hizo en su tiempo, mientras que tino, reuniendo todas las fuerzas an{micas disponibles (del paciente], lo obliga a tomar otra decisién. La trasferencia se convierte entonces en el campo de batalla en el que estén revisi6n del proceso re * (Revision des Verdrangunesprozesse i fe metifora que sugiere eae ode oats Ber precediieno oda) 43 deitinadas a encontrarse todas Jas fuerzas que se combaten entre sf. Toda la libido, asi como toda resistencia contra ella, con- verge en una tinica relacién, la relacién con el médico; es inevitable entonces que los sintomas queden despojados de libido, En lugar de la enfermedad propia del paciente, ape rece Ia de la trasferencia, producida attificialmente: la en- fermedad de la trasferencia; en lugar de Jos diversos tipos de objetos libidinales irteales, aparece un tinico objeto, tam- bign fantaseado: la persona del médico. Pero la nueva lucha en torno de este objeto es elevada, con el auxilio de Ja su- gestién médica, al estadio psiquico més alto; trascurre como conflicto animico normal. Por Ia evitacién de una represién nueva, la enajenacién entre yo y libido toca a su fin, y se restablece la unidad animica de la persona. Cuando la libido vwuelve a ser desasida de ese objeto provisional que ¢s Ja persona del médico, ya no puede volver atrés a sus objetos primeros, sino que queda a disposicién del yo. Los poderes contra los cuales se libré batalla en el curso de este trabajo terapéutico son, por un iado, la repugnancia del yo hacia ciertas orientaciones de Ja libido, repugnancia que se exte riori2d como inclinacién a reprimir, y, por el otto, la petti nacia 0 viscosidad de Ia libido Cpdg. 3171, que no quiere sbandonat los objetos que una vez invistié. El trabajo terapéutico se descompone, puts, en dos fases; ‘en Ja primera, toda Ia libido es esforzada a pasat de los sfn- tomas a la trasferencia y concentrada ahi, y en la segunda se libra batalla en toro de este nuevo objeto, y otra vez s€ libera de él a la libido. El cambio decisive para el buen desenlace consiste en que se elimine el circuito de Ia repre sin en este conflicto asf renovado, de suerte que Ia libido rno pueda sustraerse nuevamente al’ yo mediante Ia huida al inconciente. Ese cambio es posibilitado por un cambio en €l yo, que se consuma bajo la influencia de 1a sugestiOn médica, Mediante el trabajo de interpretacién, que traspone lo inconciente en conciente, el yo es engrosado a expensas de eso inconciente; por obra de la ensefianza, se reconcilia con Ia libido y se inclina a concederle alguna satisfaccién, y su horror ante los reclamos de Ja libido se reduce por la posibilidad de neutralizar un monto parcial de ella mediante sublimacién, Mientras més coincidan los procesos del miento con esta descripcidn ideal, tanto mayor sera el de la terapia psicoanalitica. Ella’ encuentra sus limites en la falta de movilidad de Ia libido, que puede mostrarse remisa a abandonar sus objetos, y en la rigidez del narcisismo, que no permite que la trasferencia sobre objetos sobrepase cier- ta frontera, Quizds arrojemos mas luz sobre la dinmica del 414 proceso de curacién anotando que capturamos el total de la libido susteaida del gobierno del yo en la medida en. que atraemos sobre nosotros, mediante Ia trasferencia, una parte de ella. No esté de més el aviso de que las distribuciones de la li- bido que se establecen en el curso del tratamiento y por ‘obra de él no permiten extraet una inferencia directa acerca de las colocaciones de la libido en el curso de | Suponiendo que logremos finiquitar con feli mediante el establecimiento y ef desasimiento de una fuerte trasferencia paterna sobre el médico, seria erréneo inferit gue el enfermo padecié antes a rafz de una ligaz6n incon- ciente de su libido con el padre. La trasferencia paterna no es mas que el campo de batalla en el cual nos apoderamos de la libido; Ia libido del enfermo ha sido guiada hasta ahi desde otras posiciones, Ese campo de batalla no ha de coin- cidir por fuerza con uno de los bastiones importantes del enemigo. La capital enemiga no ha de defenderse necesatia mente a sus puertas. Sélo después de desasit de nuevo | trasferencia es posible reconstruir en el pensamiento Ia di tribucién libidinal que habia prevalecido en el curso de Ia enfermedad. Desde el punto de vista de Ia teoria de la libido, podemos decir todavia unas sltimas palabras sobre el suefio. Los suefios de los neuréticos nos sirven, como sus operaciones fallidas y sus ocutrencias libres, para colegir el sentido de los sintomas y descubrir la colocacién de la libido. Nos mues- tran, en la forma del cumplimiento de deseo, los deseos que cayeron bajo Ja. represién y los objetos a los cuales queds aferrads la libido sustraida al yo. Por eso Ia interpretacién de los suefios desempefia un destacado papel en el trat miento psicoanalitico y en muchos casos es, durante Iargas pocas, el instrumento de trabajo més importante. Ya sa mos* que el estado del dormir, por sf solo, provoca cierto receso de Ins represiones. Este atemperamiento de la presién que gravita sobre Ia mocién reprimida hace posible que ella se procure en el suefio una exptesién mucho més clara que Ja que durante el dia puede otorgatle el, sintoma. Asi, el estudio del suefio se convierte en fa via de acceso més c6- ‘moda para el conocimiento de lo inconciente reprimido, a To cual pertenece Ja libido sustraida al yo. Ahora bien, en ningin punto esencial los sueiios de los neuréticos se diferencian de los suefios de las personas nor- ° TCE. 15, pg. 200.1 41s males; y quizé ni siquiera sean diferenciables, Serfa absurdo dat sazén de los suefios de los neutéticos de una manera que no valiera también para los suefios de los normales Tenemos que decit, entonces, que la diferencia entre neu. rosis y salud vale s6lo para el dia; no se continda en la vida onirica. Nos vemos precisados a trasladar tambicn a los hom- bres sanos una cantidad de supuestos que en el neurstico se obtienen a rafz de la ttabazdn entre sus suefios y sus sin- tomas. No podemos poner en entredicho que también la persona sana posee en su vida animica lo tinico que posibi Tita tanto ta formacién del suefio como la del sintoma: debe mos inferir que también ella ha realizado represiones y hace un cierto gasto para mantenerlas, que su sistema del incon- ciente oculta mociones reprimidas, aunque investidas de ener- bia, y que una parte de su libido ya no esta disponible para sw 30, Por tanto, también Ja persona sana es virtualmente neurética, pero el suefio parece ser el vinico sintoma que ella es capaz de formar, Y en verdad, si sometemos a un examen més preciso su vida de vigilia, descubsimos —Io cual refuta quella apariencia— que esta vida supuestamente sana esté surcada por innumerables formaciones de sintoma, aunque minimas y carentes de importancia préctica La diferencia entre salud nerviosa y neurosis se circuns- cribe, pues, a lo préctico, y se define por el resultado, a saber, si le’ ha quedado a Ta persona en medida suficiente la capacidad de gozar y de producit. Probablemente se re: conduzca a la proporcién telativa entre los montos de ener aia que han quedado libres y los ligados por tepresién, y es de indole cuantitativa, no cualitativa. No me hace falta advertirles que esta inteleccién es el fundamento tedrico de Ia conviccién de que las neurosis son curables en principio, 4 pesar de su artaigo en la disposicién constitucional. Hasta ahi llega lo que podemos discernir, en cuanto a la caracterizacién de la salud, a partic del hecho sefialado: Ia identidad de los suefios en los sanos y en los neuréticos, Pero en cuanto al sueiio mismo se sigue esta otra conclusi6n: 10 podemos desasirlo de sus vinculos con los sintomas neu- r6ticos; no debemos creer que la férmula segtin la cual es tuna trasposicién de pensamientos en una forma arcaica de ‘expresion agota su naturaleza,® y tenemos que suponer que realmente nos muestra colocaciones libidinales e investiduras de objeto preexistentes.!* % ICE. 15, lg. 182.1 de ue edie ee ates tes dea = sole sigan mecttos geese et ‘Tos celos, la paranoia y la homosexuslidad» (19226), AE, 18, pégs. Bor y 22283 436 Nos acercamos al final. Quizas estén ustedes desilusiona. dds por el hecho de que sobre el tema de la terapia psicoana- litica sdlo les he contado cosas tedticas, y nada acerca de las condiciones bajo las cuales se emprende 1a cura, ni de los resultados que obtiene. Pero omito ambas cosas. La primera, porque no me propuse darles ninguna guia préctica para el jercicio del psicoanalisis,y la segunda, porque mikiples mo- tivos me hacen abstenerme de ello. Al comienzo de nuestros cologuios [de este aio, pag. 234] destaqué que en cizcuns- tancias favorables alcanzamos éxitos terapéuticos que no les van en zaga a los mejores que se obtienen en el campo de Ja medicina interna; y aun puedo agregar que no se Jos con- seguiria con ningtin otto procedimiento. Pero si dijeta més, receeria sobre m{ Ja sospecha de que pretendo acallar con un pregén publictario las voces que se alzan para expresar su menosprecio, Repetidas veces «colegas» médicos han for- mulado en contra de los psicoanalistas, incluso en congresos piiblicos, la amenaza de que mediante una recopilacin de los fracasos y Jos resultados datiinos del andisis abriian los ojos a las personas que sufren acerca de Ia falsedad de este mé todo de tratamiento. Pero, prescindiendo de lo odioso de ‘esa denuncia, semejante recopilacién ni siquiera permitiria formarse un juicio correcto sobre la eficacia terapéutica del andlisis. Como ustedes saben, la terapia analftica es joven; se requitié largo tiempo hasta que pudiera establecetse e técnica, y ello s6lo pudo hacerse en el trabajo mismo mnerced a una experiencia cecieme, A causa de ls difea- tades que ofrece la instruccién, el médico que se inicia en el psicoandlisis esté librado, en mayor medida que otro es- pecialista, a su propia capacidad en cuanto a su ulterior for- macién, y los resultados que obtenga en sus primeros aifos ‘nunca permitirén juzgar Ia productivided de la terapia ans- Iitica ‘Muchos intentos de tratamiento fracasaron en Ja época inicial del andlisis porque se emprendieron en casos para los ue en modo alguno resulta apto este procedimiento, y que hoy excluimos de nuestro registro de indicaciones. Pero es. tas indicaciones s6lo pudieron obtenerse mediante el ensayo. No se sabia de antemano, en aquel tiempo, que la paranoia y la dementia praecox en sus formas acusadas son inaccesi- bes, y se tenia el derecho a probar el método en toda clase de afecciones. Empero, la mayorfa de los fracasos de aquellos primeros afios no se produjeron por culpa del médico ni or una inapropiada eleccién del paciente, sino, por el ca- ricter desfavorable de las condiciones externas. Sélo nos hhemos referido a las resistencias internas, las del paciente, que son necesarias y superables, Las resistencias externas 417 que oftecen al andlisis Iss condiciones de vida del enfer. tho, su ambiente, tienen escaso interés tedtico, pero la mé xima importancia prictica. El tratamiento psicoanalitico ha de equipararse a una intervencién quindrgica y, como esta, cexige realizarse dentro del marco més favorable para lograr éxito, Ustedes conocen los preparativos que suele pedir el cirujano: un lugar adecuado, buena luz, ayudantes, aleje miento de los parientes, etc. Ahora pregintense cudntas de estas operaciones saldrian bien si tuvieran que realizarse en presencia de todos los miembros de la familia, que meterian su nariz en la mesa de operaciones y a cada corte de bistur{ prorrumpirfan en gritos. En los tratamientos psicoanaliti- cos, la intromisidn de los parientes es directamente un peli sro, y de tal indole que no se sabe cSmo remediarlo. Tene- mos armas contra las resistencias internas de los pacientes, cuyo eardeter necesatio teconocemos, pero, gcdmo nos de- fenderfamos contra aquellas resistencias externas? Ningin esclarecimiento puede ganarles ef flanco a los parientes; no es posible moverlos a que se mantengan apartados de todo el asunto, y jamfs se puede hacer causa comin con ellos, pues se correria el peligro de perder la confianza del enfer. mo, quien pide —con raz6n, por lo demés— que el hom- bre en quien ha depositado su fe abrace tambien su partido. Quien conozca las profundas desavenencias que pueden di- vvidir a una familia no se sorprenderé, como analista, si en- ccuentra que los allegados del enfermo revelan a veces més interés en que 4 siga como hasta ahora, y no que sane. Y toda vez que la neurosis se entrama con conflictos entre Jos miembros de la familia, como es, tan frecuente, el miem- bro sano no vacila mucho entre su interés y el'del resta- blecimiento del enfermo. No es de maravillar entonces que el matido no vea con buenos ojos un tratamiento en el cual, segtin acertadamente puede suponer, se desplegaré st registro de pecados; tampoco nosotros nos maravillamos, pero no podemos reprocharnos nada si nuestro empefio te- sulta infructuoso y se interrumpe antes de tiempo porque Ja resistencia del marido vino a sumarse a la de la mujer enferma. Es que habrfamos emprendido algo que era itrea- fizable en Ias condiciones existentes. Les contaré s6lo un caso, entre muchos que podria, en que por miramientos médicos me vi, condenado al papel de victima, Hace muchos afios tomé bajo tratamiento analitico una muchacha joven; @ causa de su angustia, desde hacia largo tiempo no podfa andar por la calle ni permanecer sola ‘en su casa, Poco a poco se le fue escapando la confesién de ue su fantasta habfa sido capturada por unas observaciones casuales del tierno vinculo entre su madre y un adinerado 418 amigo de la casa. Pero fue tan torpe —o tan refinada— como para dar a la madre indicios sobre lo que se hablaba en las sesiones de andlisis; alter6 su comportamiento para con ella, empeiiéndose en que nadie més que la madre podia protegerla del tettor de estar sola, e interponiéndosele en la puerta, presa de angustia, cuando pretendia abandonar la case. También la madre habia estado antes muy enferma de los nervios, pero se habia curado, hacfa afios, en un insti tuto hidropatico. O mejor digan ustedes que en ese instituto hhabfa conocido al hombre con quien pudo entablar una re- Taci6n satisfactoria en todo sentido. Alertada por las tor- mentosas demandas de la muchacha, la madre comprendié de pronto el significado de la angustia de su hija. Esta en- fermaba para retener prisionera a la madre y quitarle Ja li bertad de movimientos que Je era indispensable para la re- lacién con el amado. La madre tomé répidamente su de sin: puso fin al dafino tratamiento. La muchacha fu ternada en un instituto para enfermos mentales y durante argos afios Ja exhibieron como una «pobre victima del psi- coanilisis». Y en todo ese tiempo se proyecté sobre mi la ‘mala fama por el pésimo desenlace de ese tratamiento. Yo ‘me mantuve callado, pues me creia ligado por el deber de Ia disctecién médica. Mucho después me enteré, por un co- lega que habia visitado aquel instituto y visto alli a la ‘muchacha agorafébica, de que la relacién entre su madre y el acandalado amigo de la familia era notoria en la ciudad y probablemente tenia el consentimiento del esposo y px dre. A ese «secreto> se hebfa sacrificado entonces el t13- tamiento, En los afios que precedieron a la guerra, cuando una clien- tela oriunda de muchos paises extranjeros me independizé del favor o disfavor que se me dispensaba en mi propia ciudad, me impuse a regla de no tomar en tratamiento a ‘enfermos que no fueran sui juris, vale decir, independientes de otros en los asuntos esenciales de su vida. No a todo psicoanalista le est permitido hacerlo. Quizas ustedes, por mi advertencia acerca de los parientes, infieran que a los fines del psicoandlisis ¢s preciso aislar a los enfermos de su familia, y por tanto esta terapia se circunscribirfa a los in- ternados en los institutos de enfermos mentales. Pero yo no podria coincidir con esto; es mucho més ventajoso que los ‘enfermos —en la medida en que no estén en una fase de grave agotamiento— se encuentren durante el tratamiento ‘en medio de aquellas relaciones con las que tienen que bre- gar para cumplir las tareas que se les plantean. Sélo que los parientes no deberfan eliminar esa ventaja con su conducta y, en general, adoptar una actitud hostil frente al empefio a9 médico. ¢Pero cémo puede pretenderse influir de ese modo fn factores inasequibles para nosotros? Desde luego, tam- bien colegirén ustedes cuiinto dependen las perspectivas de jento del medio social y del estado cultural de ‘Todo esto pinta con tintes sombrios Ja perspectiva del psi- coandlisis como terapia eficaz, eno es cierto? Y ello por més que la abrumadora mayorfa de nuestros fracasos pueda impu- tarse a esos factores perturbadores y explicarse por ellos. Amigos del anélisis nos han aconsejado por eso salir al paso de una recopilacién de fracasos con una estadistica de éxi tos, que nosotros establecerfamos. Tampoco en esto com. cuerdo, Sostengo que una estadistica carcce de valor cuando Jas unidades incluidas en sus series presentan tan escasa ho- ‘mogeneidad, y los casos de neurosis que se tomaron en tra- tamiento no fueron realmente, en los mas diversos aspectos, cequivalentes. Ademés, el lapso que podria abarcarse es de- masiado breve para juzgar sobre la persistencia de las cu- taciones,"® y muchos as0s nit siquiera podeian comunicarse. Correspondieron a personas que habfan mantenido en se- creto tanto su enfermedad como su tratamiento, y cuya curacién debie callatse igualmente, Pero el més fuerte disus- sivo reside en Ia comprensién de que en materia de terapia los seres humanos se comportan de Ia manera mis itracio nal, de suerte que no hay perspectivas de lograr nada con ellos por medios racionales. Una innovacién terapéutica es, © bien tecibida con un entusiasmo delirante, como ocurtié cuando Koch dio a publicidad su primera tuberculina con- tra la tuberculosis,!* 0 bien tratada con radical desconfianza, como la vacuna de Jenner, realmente benéfica, que todavia hoy tiene sus irreconciliables enemigos. Contra el psicoané- lisis hbo, es evidente, un prejuicio. Cuando se resolvia un caso dificil, se podia ofr: «Eso no es una prueba, se habria curado solo en ese lapsor. Y si una enferma que ya habia pasedo por cuutzo ellos de depresion y mania inilaba ta- tamiento conmigo durante una pausa tras la melancolia, y tes semanas después se encontraba de nuevo al comienzo de una mania, todos los miembros de la familia, pero tam- bign Inala autordad médica llamada consulta, quedaban convencidos de que el reciente ataque no era sino la conse- ‘cuencia del andlisis ensayado con ella. Nada puede hacerse contra los prejuicios; miren ustedes, si no, los prejuicios que tun grupo de pueblos en guerra han engendrado unos contra 42 (En las Nucoas conferencias (19334), AE, 22, pip. 141, Freud semis 6 ale texaplotio del pani} a 90, La esperanza que vio satisfecha.] * utcitado esta vacuna no se 420 otros. Lo més racional es esperar y confiar en el tiempo, que los desgasta. Un dia los mismos hombres pensarin de ‘otro modo que hasta entonces acerca de las mismas cosss; por qué razén no pensaron asi desde antes, he ahi un oscuro misterio. Posiblemente, el prejuicio contra la terapia analitica ya ha cempezado a dectecer. La constante difusidn de las docttinas analiticas, el mayor mimero de médicos que aplican el ané- lisis en muchos paises, parecen garantizarlo. Cuando yo era tun médico joven, me encontré en medio de una similar tor- menta de indignacién de los médicos contra el tratamiento de la sugestién hipnética, que hoy es opuesto al psicoané- lisis por los «moderados».2* Empero, el hipnotismo no ha cumplido como agente terapéutico lo’ que al comienzo pro- metid; nosotros, los psicoandlistas, tenemos derecho a pro- clamamnos sus legitimos heredetos, y no olvidamos todo el estimulo y todo el esclatecimiento tedtico que le debemos. Los dafios que se atribuyen al psicoanilisis se reducen, en Jo esencial, a transitorias manifestaciones de agudizacién de conflictos cuando el andlisis se hace torpemente © cuando se lo interrumpe por la mitad. Ustedes ya tienen informa- cin acerca de lo que hacemos con los enfermos, y pueden formarse un juicio propio sobre si nuestros empeiios son ap- tos para provocar un perjuicio duradero. Un abuso del ané- ‘es posible en diversos sentidos; sobre todo, la trasferen cia es un instramento peligroso en manos de un médico inescrupuloso. Pero ningtin instrumento o procedimiento mé- dico esté a salvo de abusos; si un cuchillo no corta, tam. poco puede servir para curar. He legado al final, sefioras y sefiores. Les confieso, y cs algo més que una f6rmula convencional, que soy muy sensible a los muchos defectos de las conferencias que es he dado. Sobre todo me pesa haberles prometido tan a menudo volver més adelante sobre un tema rozado al pasar, y que después la trama de mi exposicién no me dejara cum: plir esa promesa. Me he propuesto informarles sobre una materia todavia inacabada, en pleno desarrollo, y mi, propio resumen snttico ha reutado incompleto. En muchos sajes apronté el material para una conclusidn que después fo extfoje. Pero 10. podia pretender convertinos a ustedes en expertos; sélo quise aportarles esclarecimiento y estimulo. 34 FAlgunos datos notables sobre la oposicién médica se hallardn en una antigua reseia de Freud sobre un ‘bro del co. ocd sain suizo Augun Fovel (Frevd, 1850), AE, ps. 99 y sig, 421

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