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(39) “Cartularío de San Cugat de Vallés”; núms. 765, 794, 801, 806, 960
y 972.
(40) “Cartulario”; cit., doc. núm. 1.002.
(41) Citado antes en la nota 34. '
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puede faltar: su restauración tiene lugar “expulsis agarenís” (46 bis). Los
ejemplos se podrían repetir en abundante'número.
Y junto a lo anterior, el paradigma de la guerra y victoria sobre el sa—
rraceno: EI “Cronicón de San Cugat” elogia a Ramón Berenguer III, al
anotar el año de su muerte, como “nobilis triumphator Maíorice”, y de
R. Berenguer IV, en igual ocasión, nos dice: “Híc cepiºc magna virtute
Almeriam, Dertosam, Ilcrdam, Fragam, Siuranam et usque ad L opída
circa Ibcrum amnem et Ecclesiam Christi ubique constituir” (47).
Los “Gesta Comítum Barcinonncnsium” encomian a tantos príncipes,
condes barceloneses y reyes de Aragón, por cómo cumplieron ese deber
militar… La “multime arabum“ aparece, postulando la lucha contra ella,
por todas partes. A Vífredo I ya vimos cómo se le presentaba; de Borrell I
se dice que recuperó Barcelona, devastada por 106 agatenos; de Armengol
de Urgel que “mu1tos itaque conñíctus cum sarracenís habuít”, y por su
expedición en compañía de su hermano, en la que murió, se le llama
“el Cordobés” ; Ramón Berenguer I sometió doce reyes moros; 21 A1:—
mengol de Urgel se le llama de Barbastro por sus trabajos en el asedio
de este lugar; Ramón Berenguer II, que “plures etiam conñictus cum
sarracenis habuit” ; Ramón Berenguer IV, que acudió a la empresa de
Almería; Alfonso I de Aragón, “mirabilis sarracenorum debeliator”, et—
cétera, etc. (47 bis). De Pedro II se afirma, nada menos, que “totam inten—
cionem suam ad subiugandam tcrram sarracenorum direxit”.
Ribera de Perpeia, en la parte original de su obra, escribe elogios
análogos: Ramón Berenguer IV, “fo molt fort… ab serrains”; Alfonso
II, “sobre los serraíns no ach ventura”; Pedro II, “moltz castells mich
& serrains”, etc., etc. (48). Y con esta tabla de estimación siguen juz-
gando & sus condes y reyes los historiadores y cronistas catalanes. Para
Desclot, la gloria de Ramón Berenguer IV se funda en ser “qui más ha
conqués” (49). Y en Tomích la exaltación llega al grado sumo: el rey
Jaime I “fon appellat sant car fon molt aventuros contra moros” (49 bis).
Procedente de un centro historiográfico limítrofe entre Aragón y Ca—
(66) Ver Lacarra, “El rey Lobo de Murcia y la formación del señorío de
Albarracín”, en “Estudios dedicados a Menéndez Pidal”, III; pág. 517.
(67) “Cartularío de San Cugat”; doc. núm. 1.030.
(68) Ed. Gómez Moreno; pág. 27 (era MCXXXIV).
EL CONCEPTO DE ESPAñA EN LA EDAD MEDIA 271
de las cinco cartas dirigidas, emm 1100 y 1110, por el citado Papa, se
menciona a BSpaña, contemplando esa cadena de hechos sobre el ámbito
total de aquélla (71). Tesis de repliegue y vuelta que se recoge también
en una sentencia de Inocencio III (72).
Esa serie de conceptos que, formando globalmente el de Reconquista,
hemos enunciado, se enhebran, uno tras otro, en una creencia constante
sobre la que el espgñol medieval se basa: esa tierra cuyo dominio ilegíti—
mamente detentan los árabes, es de él, le pertenece. País de los árabes
y país de los cristianos no son dos entidades históricas separadas, sino
partes de una totalidad que pertenece, en su dominio, a los últimos.
Advirtamos una vez más que ese sentimiento de totalidad no significa
que haya de verse reunida la tierra bajo un único príncipe cristiano. Hasta
fecha muy avanzada, salvo la rarísíma excepción que veremos, quiere
decir tan sólo que ha de estar en manos de príncipes cristianos españoles.
El doble juego del sentimiento de parciaiidad de 10 que cristianos
y árabes poseen y de totalidad que abarca a una y otra parte, se expresa
con toda evidencia en la “Crónica Albeldense”, en la que se lamenta el
hecho de que, a pesar de la cotidiana guerra de los cristianos contra los
invasores, éstos, apoderados del reino de los godos, “adhuc usque ex
parte pertinacítei- possident“ (73). Es, pues, una parte 10 que todavía
los sarracenos poseen y sobre la conciencia de esa situación de fragmen—
tariedad en que se está, juega también la idea de totalidad en la “Crónica
Profética”, cuando espera que: Alfonso III reine próximamente “in omní
Spanic” (74).
De ahí que nuestra Edad Media tenga ese estupendo y singular ca—
rácter de Historia en marcha, en avance territorial, de tal mºdo que las
fases en que esa progresión se detiene no son más que paradas circuns—
tanciales, por tantos 1amentadas en las fechas mismas en que se producen.
La frontera meridional que en cada momento limita nuestros principados
cristianos postuía su proyección hacia adelante. En ella de permanente
(71) Villanueva, “Viaje”, XV, ap. XXXVII y ss. ; págs. 284 y ss.
(72) Villanueva, “Viaje”, XVI, ap. XXIX; págs. 286 y ss.
(73) Ed. cit.; pág. 601.
(74) Ed. cit.; pág. 623.
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(75) “Poéme sur Louis le Píeux et Epitres ou Roi Pépin”; París, ed. de
Fatal, 1932; págs. 16 y 18, versos 160—161 y 171.
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tierra de mºros: “de ipsas parias de Ispanía quas hodie inde babes ct
dehínc adquisieris, 11€un de ipso omní honore quem hodíe habes et in
antea adquisiturus cris. Deo íuvante“ (84). En el testamento de Alfonso
el Batallador se hace cesión de una ciudad, en estos términos: “sí Deus
dederit michi Tortosam”, y aun se encuentran una cláusula general que
responde al mismo pensamiento: “quantum ego adquisivi vel in futurum,
auxiliame Deo, adquiram...” (85). En 1135 Ramiro II, al conceder la
iglesia de Barbastro & la de Roda, da expresión a su esperanza de recon—
quista: “usquequo dominas Illerdam manibus reddat Christianorum” (86).
Alfonso VII da a Santiago bienes en la ciudad de Mérida “nunc temporis
a Sarracem's possessa, quam Dei opítu1ante pºtentia in proxímum nos
credimus habíturos, devícta et expulsa Smacenorum ínñdeli spurcitia”
(87).
En un episcopado, sito en la frontera de Cataluña y Aragón y durante
mucho tiempo fronterizo con los moros, se produce una de las más plenas
manifestaciones de voluntad y esperanza de Reconquista. En la concordia
de San Juan de la Peña que, ante el rey Sancho Ramírez, —se estipula en
1080, entre Raimundo de Dalmacia, obispo de Roda, y García de Aragón,
obispo de Jaca, se señalan 3 Roda, como zona de expansión futura, bienes
en la Barbutanía “ut sí míserante Deo fuerít gens Ismaelitarum a nostris
ñníbus expulsa sicuti ipso largiente in proximo futuro esse credimus et
speramus” (88).
Es imposible negar la clara voluntad reconquistadora que en ese tipo
de escritos se manifiesta. Pero, es más, alguna vez descubrimos que esa
esperanza se basa en la creencia de que esos bienes que se otorgan y que
todavía se hallan en manos del infiel cuando la concesión se hace, son
algo que_ pertenece o, mejor dicho, debe pertenecer al que lo recibe. De
este modo, el obispo de Barbastro, al recuperarse Lérida “sedem suam
Hilerdam, Dei gratía obtinuít”, y a partir de entonces “Vocatus est
Hylerdensís episcopus”; es decir, no es que se le dio, simplemente, sino
que le correspondía (89).
vel alodibus quae hodíe habet vel unquam habuít tempore Paganurum”
(95).
Esto que me aventura "a calificar de un sentimiento de continuidad,
en virtud del cual 10 rcconquístado se considera igual a sí mismo, antes
de su pérdida y después de su recuperación, y, por tanto, relativamente
igual también en el intervalo transcurfido entre esos dos momentos lími—
tes, da a la Edad Media ese constante aspecto de resmuracíón. Se res-
tauran iglesias, villas, fortalezas. La Reconquista no es una creación
ex-níhilo, no es tan siquiera la creación de algo nuevo. Es una restaura—
ción, y cn la unidad total de su empresa una restauración de España.
Por eso, 10 que Jaime I, cediendo al profetísmo de la época, espera que
pueda tocarle & él como personal destino, 10 enuncia así: “un Rey ho ha
tot a restaurar” (96). Insisto en que no pretendo afirmar que los hechos
acontecieran así y que el resultado histórico obtenido fuera efectivamente
una restauración, en la que: es obvio decirlo, no creo; pero esa era la
interpretación coetánea de los hechos. Y nos ocupamos de la idea de la
Reconquista, no de la Reconquista en su desenvolvimiento efectivo.
Observemos ahora que las notas señaladas hasta aquí, cuyo encade—
namiento compone el concepto de Reconquista, configuran un tipo de
vida y, como consecuencia de ello, una continuidad de carácter que
encuentra su primera manifestación polémica en un conocido pasaje de
la “Crónica Silense” (97). Pero eso que la Silense afirma responde al
propio sentimiento de los mismos españoles implicados en la tarea común
y participantes en ese mismo tipo de existencia: lucha para reconquistar
lo perdido y esfuerzo restaurador. Algunºs particulares lo cuentan así,
al hacer donación de 10 que tienen ——un personaje asturiano llamado
Gration da al diácono Gonzado una iglesia, de la que (con la dura
sobriedad del tiempo, año 906) habla en estos términos: “ecclesía voca—
bulo Sancte Marie quod fuit dirupta & paganis et ego cum Dei íuvamínc
restauraví tam, síve et Kasas quas íbidem construxi et vinea quod ibídem
manibus meis plantavi et: sernas in locos predictos” (98). La referencia
al trabajo de las propias manos es frecuente en nuestros diplomas de la
alta Edad Media y pone en ellos una nota de realismo acentuado. “Et
ego Osoníus iam nominatum hediñcavit cum manibus nostrís ecclesia
(99) “Libro de regla” () Cartulario de Santillana del Mar, doc. núm. LIII.
(100) “Cartulairc de 1*Abbaye de Saint Cictor de Marseille”, ed. de Qué—
tard, París, 1857, núm. 829; año 1095.
(101) Villanueva, “Viaje”, V; pág. 263. El Toledano describe así este vi—
vacísímo cuadro de la vida hispana: “Tama erat tum: temporis infestado Ara»
bum, quod Milites, Comites et etiam Reges in domibus ubí uxorum thalami or—
nabantur, equis stationem parabant, ut quacumque hora clamor ínvadcmium in—
sonaret, ad equos et anna possem; sine dilatione alíqua festínare”. Hísp. Illus.,
II, pág. 93.