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FACULTAD DE

GEOGRAFÍA E HISTORIA

GRADO EN HISTORIA

TRABAJO DE FIN DE GRADO

TÍTULO: Violencia política en la retaguardia republicana de Madrid.


1936-1937.

AUTOR: Javier Frutos Araujo

TUTOR: Fernando Hernández Holgado

CURSO ACADÉMICO: 2018/2019

CONVOCATORIA: Junio
Resumen
La intervención de grupos y organizaciones ligados a partidos y sindicatos obreros
tras el golpe de Estado del 17-18 de julio de 1936 provocó su fracaso en la mayor parte
del país. Esto creó una situación de pugna por el poder en los distintos territorios, entre
el Estado y las organizaciones obreras. Desde entonces, se produjeron numerosos
episodios de violencia en las retaguardias de los dos bandos contendientes. En este trabajo
se analizan los diversos estudios publicados hasta la fecha sobre los principales episodios
de violencia política ocurridos en la retaguardia republicana de Madrid en 1936-1937.
Estos son: el carácter de los autores de la violencia o “incontrolados”, los comités o
“checas” de donde procedían estos sujetos o donde la ejercían, y la violencia en masa
ejemplificada en los sucesos de Paracuellos del Jarama.
Palabras clave: violencia política, historiografía, incontrolados, comités,
Paracuellos.

Abstract
The failure of 17-18th July of 1936 coup d’état in the great majority of the country
was due to the intervention of different groups and organizations linked to workers’
parties and trade unions. This intervention lead to a conflict for power between the state
and workers’ organizations in different areas of the country. From that moment, there
were numerous violent episodes in the rear of both contending sides. The aim of this
article is to analyse different published studies about the main episodes of political
violence occurred in the republican rear in Madrid between 1936 and 1937. These are:
the character of violence perpetrators or “uncontrolled”; the committees, also known as
“checas”, where the perpetrators came from or where they applied that violence; and
massive violence which main example was produced in Paracuellos del Jarama.
Key words: political violence, historiography, uncontrolled, committees,
Paracuellos.

1
ÍNDICE

Abreviaturas utilizadas .................................................................................................. 3


Introducción .................................................................................................................... 4
1. Objetivos ........................................................................................................... 4
2. Justificación del tema ........................................................................................ 5
3. Metodología ...................................................................................................... 6
Capítulo I. Los “incontrolados” .................................................................................... 7
1. El primer registro historiográfico ...................................................................... 7
2. La literatura revisionista.................................................................................... 8
3. Nuevos enfoques: hacia la multidisciplinariedad............................................ 13
Capítulo II. Los comités revolucionarios o “checas” ................................................. 20
1. El primer registro historiográfico .................................................................... 21
2. La literatura revisionista.................................................................................. 21
3. Nuevos enfoques. Hacia la multidisciplinariedad ........................................... 23
Capítulo III. Paracuellos o la violencia en masa ........................................................ 31
1. El primer registro historiográfico .................................................................... 32
2. La literatura revisionista.................................................................................. 35
3. Nuevos enfoques. Hacia la multidisciplinariedad ........................................... 38
Conclusiones .................................................................................................................. 47
Bibliografía .................................................................................................................... 48

2
Abreviaturas utilizadas
En el presente trabajo se hace referencia de forma constante a numerosos
organismos, instituciones y entidades cuya relación de siglas recogeremos aquí, por orden
alfabético:
- AFIP: Archivo de la Fundación Indalecio Prieto
- AGA: Archivo General de la Administración
- AHN: Archivo Histórico nacional
- CG: Causa General
- CNT: Confederación Nacional de Trabajadores
- CPIP: Comité Provincial de Investigación Pública
- DGS: Dirección General de Seguridad
- FAI: Federación Anarquista Ibérica
- IR: Izquierda Republicana
- JDM: Junta de Defensa de Madrid
- MIVR: Milicias de Vigilancia de Retaguardia
- NKVD: Naródny Komissariat Vnútrennij Del: Comisariado del Pueblo
para Asuntos Internos
- PCE: Partido Comunista de España
- PSOE: Partido Socialista Obrero Español
- PSUC: Partit Socialista Unificat de Catalunya

3
Introducción
El golpe de Estado del 17-18 de julio de 1936 rompió definitivamente el marco
constitucional y legal que marcó la convivencia entre ciudadanos españoles durante la II
República. Abierta la vía expeditiva contra el orden legal establecido, la respuesta no
tardó en organizarse desde la base de la sociedad. Ante un Gobierno que en los primeros
momentos mostró una actitud dubitativa, las organizaciones obreras, políticas y sindicales
se echaron a la calle a defender o a luchar por lo que creyeron justo. Frente a la violencia
estructural y organizada desde arriba en el bando sublevado, estas organizaciones
desplegaron multitud de formas de violencia que, en general, entraron en conflicto con el
monopolio de la violencia antes atribuido al Estado. Este, incapaz de controlar el orden
público, se vio obligado a pugnar por él con estas organizaciones.1
La violencia se expresó bajo multitud de formas dentro de la retaguardia
republicana en Madrid durante la guerra civil española. La capital es el marco geográfico
que hemos analizado. Desde la simple intimidación por el hecho de aparentar pertenecer
a una clase social acomodada a la eliminación física del enemigo, encontramos distintas
formas de violencia que la historiografía reciente ha convenido en clasificar dentro del
tipo de violencia política. En relación a ella, los bandos contendientes empezaron a crear
una serie de narrativas sobre la violencia del bando contrario con muy diversos objetivos.

1. Objetivos
Para el caso republicano, el año en que se produjo más violencia política en
retaguardia fue el primero de la contienda: 1936. A finales del mismo, el Gobierno logró
establecer, en la medida de sus posibilidades, contrapesos que condujeron hacia su
reducción. El objetivo principal del presente trabajo es, recogiendo lo explicado en la
introducción, analizar los diferentes estudios publicados hasta la fecha sobre la violencia
política ejercida en la retaguardia republicana madrileña, en relación a las tres
problemáticas que han generado narrativas e interpretaciones más dispares entre sí: el
carácter de los autores de la violencia, los centros de donde procedía y la violencia en
masa en relación a los sucesos de Paracuellos del Jarama.
Uno de los aspectos que ya desde los inicios del conflicto produjo menos consenso
fue el carácter de los autores de la violencia. Para algunos “incontrolados”, para otros
“hordas marxistas”, lo cierto es que la violencia política parecía tener unas lógicas que

1
Preston, Paul. El Holocausto español. Barcelona, Debolsillo, 2013, 307-54

4
superaban los marcos que intentaron imponer desde cada uno de los bandos. Los
representantes del Estado republicano parecían querer distanciarse de la responsabilidad
de los actos de unos individuos que, ciertamente, operaban en su retaguardia. Todo ello
mirando al resto de potencias europeas, de las que esperaban recibir algún tipo de apoyo.
Los sublevados, en cambio, parecían buscar desprestigiar al Gobierno republicano a nivel
internacional, al permitir semejantes acciones en su territorio. Además, contribuían a
deshumanizar y desdibujar un enemigo que, independientemente de su grado de
colaboración o no en la guerra y de su militancia en diferentes partidos o sindicatos,
quedaba bajo la denominación “rojo”.
Otro fenómeno que ha generado interpretaciones más dispares corresponde a los
centros o agencias desde donde las distintas milicias de Madrid planificaron y ejecutaron
la violencia. Las milicias se configuraron a partir del mosaico de partidos y sindicatos
madrileños que dispusieron de espacios donde, ya antes de la guerra, realizaban todo tipo
de actividades. Tras la sublevación, estos espacios crearon diversos comités encargados
de diferentes labores, entre las que encontramos las relacionadas con la justicia y el orden
público. Sin embargo, en el bando sublevado comenzaron a conocerse bajo la
denominación “checa”, tanto por la supuesta relación de sus actividades con las realizadas
por la institución soviética como para relacionar la República con el mundo comunista.
Por último, el acontecimiento que ha provocado más polémica dentro de la guerra
civil en general y de la violencia política en particular ha sido la violencia en masa en
relación a los sucesos de Paracuellos del Jarama. Debido a su magnitud, ha producido las
interpretaciones más dispares, muchas veces por su más que evidente utilización con
diferentes motivos y objetivos políticos desde la propia contienda hasta después de la
Transición política a la democracia.

2. Justificación del tema


La guerra civil ha sido uno de los temas más estudiados de la historiografía
española. Representa el periodo más convulso de la historia reciente de nuestro país,
siendo esta de las causas que provoca que levante tanto interés. Sin embargo, considero
que es y ha sido su utilización con intenciones políticas el principal factor que ha
determinado el interés por él. En relación a esto, en lugar de profundizar en aspectos hasta
ahora menos estudiados – salvo excepciones –, algunos historiadores han optado por

5
evidenciar el escaso trabajo y rigor que existe detrás de ciertas publicaciones2. Con este
trabajo podemos adquirir una visión de conjunto de todas estas publicaciones,
evidenciando las diferentes formas de entender y hacer Historia.

3. Metodología
La importancia de la Guerra Civil española ha generado tal cantidad de
bibliografía que hemos tenido que reducir los autores que la han estudiado a los que
hacemos referencia a lo largo del trabajo. Recogemos sus aportaciones sobre las tres
temáticas que hemos mencionado más arriba, de forma más o menos cronológica, lo que
no significa que a medida que avancemos en el tiempo se vayan profundizando en
aspectos menos estudiados, como se constata. La disciplina histórica se va enriqueciendo
a medida que aumenta la bibliografía, se abre el acceso a fuentes primarias inéditas, se
introducen nuevas metodologías, marcos interpretativos y líneas de investigación, etc.
Los hechos históricos son los mismos, pero las historiadoras e historiadores van
cambiando las preguntas que hacen al pasado. Esta evolución hace de hilo conductor entre
los diferentes autores que han sido recogidos en el trabajo.

2
Para las excepciones, podemos mencionar a Jiménez Herrera; en cuanto a autores que combaten por
una historia rigurosa, podemos nombrar a Reig Tapia; los autores que han publicado obras con un
escaso valor histórico han ido creciendo con el paso de las últimas décadas, destacando Moa.

6
Capítulo I. Los “incontrolados”
En este capitulo se estudia la interpretación de diferentes autores sobre la
responsabilidad de las miles de víctimas mortales que se produjeron en la retaguardia
republicana madrileña tras el golpe de Estado del 17-18 de julio 1936. La narración sobre
su autoridad aplicó conceptos difusos que no explicaban la realidad del fenómeno. Desde
las esferas políticas de lo que quedaba del Estado republicano se empezó a hablar de
“incontrolados”, en referencia a grupos que actuaban sin ningún tipo de orden ni
disciplina. Buscaron distanciarse de unos hechos que les alejaban de conseguir el tan
ansiado apoyo de las potencias democráticas europeas. Los sublevados, por su parte,
hablaban de la “barbarie roja” de las “hordas marxistas”, buscando aterrorizar a las masas
y desprestigiar al Gobierno republicano a nivel internacional. Además, contribuían a
deshumanizar y desdibujar un enemigo que, independientemente de su grado de
colaboración o no en la guerra y de su militancia en diferentes partidos o sindicatos,
quedaba bajo la denominación “rojo”.

1. El primer registro historiográfico


Hugh Thomas forma parte de los primeros historiadores hispanistas que
estudiaron la guerra civil española con una metodología historiográficamente rigurosa.
Su obra vio la luz en 1961 y al año siguiente fue editada y traducida al castellano por la
editorial Ruedo ibérico3. La publicación de nuevas obras y la distancia de los
protagonistas con los hechos le permitieron elaborar su estudio. Sin embargo, desde el
primer momento reconoció su carácter incompleto y la necesidad de su revisión a medida
que se publicasen nuevos trabajos, como efectivamente hizo4.
El libro de Thomas, al ser una monografía, no nos presenta un estudio
especializado sobre la violencia política, pero ofreció unas perspectivas diferentes a la
historia oficial del régimen. Se basó en las diferentes publicaciones sobre la guerra que
se habían hecho hasta entonces, además de fuentes primarias como la Causa General

3
Editorial que, recordemos, fue fundada por republicanos exiliados en París.
4
Thomas, Hugh. La guerra civil española. París, Ruedo Ibérico, 1967, V-VII. En este trabajo hemos
empleado la primera traducción al castellano. A medida que se fueron publicando nuevos trabajos y
se fue permitiendo el acceso a archivos, el autor fue actualizando su estudio.

7
(CG)5. Para cuando fue publicado, aportó una metodología renovada y una interpretación
de los hechos que marcaron la historiografía posterior.
En relación a los autores de la violencia, Thomas señala que “resulta difícil
comprenderlos de otro modo que como la explosión final del odio y del resentimiento
intenso que se habían ido acumulando en lo profundo del pueblo español a lo largo de
muchas generaciones”. Resalta la existencia de hombres que, efectivamente, “disfrutaban
realmente matando”, pero precisa que eran una minoría. En contraposición, comunistas y
socialistas – sin especificar organización – entendían los asesinatos de las clases altas
como parte de la operación militar; los anarquistas, por su parte, “mataban como si fueran
místicos, dispuestos a aplastar para siempre todos los materialismos de este mundo, todos
los restos de un pasado burgués, hipócrita y corrompido”. Encontramos un intento de
explicar las lógicas y el sentido que los diferentes grupos obreros dieron a sus acciones
violentas6.

2. La literatura revisionista
Como ya hemos señalado, el objetivo de este trabajo es recoger las aportaciones
que las y los historiadores van añadiendo al registro historiográfico. Sin embargo, para el
caso del estudio de la violencia política de la retaguardia republicana en general, y
madrileña en particular, este proceso no ha sido, ni mucho menos, lineal. En este primer
sub apartado dedicado a la literatura revisionista, vamos a hacer un pequeño análisis del
papel que ocupa en el registro historiográfico. Después, reflejaremos muy sucintamente
la visión de sus mayores representantes7, pues sus aportaciones son, sencillamente,
inexistentes, como ahora veremos.
Son múltiples los factores que han llevado al surgimiento de lo que autores como
Reig Tapia han venido a denominar “historietografía” neofranquista. Además de la
evidente cobertura mediática que han disfrutado, podemos encontrar cierta
responsabilidad en la historiografía profesional que, en un mundo “donde todos tienen
prisa”, no ha sido capaz de configurar un discurso alternativo al alcance de las nuevas
generaciones necesitadas de, valga la redundancia, “un discurso periódicamente

5
La Causa General es una fuente que puede ser empleada con muchos objetivos e intencionalidades
marcadas. Thomas usó la versión que distribuyó el régimen franquista al público general, con una
intencionalidad propagandística. Más abajo, nos detendremos en ella.
6
Ibíd.: 201
7
En los siguientes capítulos nos limitaremos a esto

8
renovado, ágil, didáctico, comprensivo y capaz de explicarle el mundo inmediato de sus
mayores del que apenas tienen noticia”. En este sentido, Reig Tapia cita a Ángel Duarte,
que sostiene que “publicistas como Pío Moa o César Vidal «se nutren» del vacío creado
con el relevo de la generación que hizo posible la transición, de las ignorancias y el
hartazgo de los jóvenes, consumidores preferentes de este género, para con la denostada
corrección política”8.
Reig Tapia señala, acertadamente, que “los debates serios, verdaderamente
historiográficos, políticos o culturales, son un peñazo (con perdón) y jamás podrán dejar
de ser excentricidades del gusto de minorías, que haberlas haylas”. Asumido esto, apunta
que “hay que buscar otro formato capaz de llegar a las grandes masas”.9 Son los
personajes mediáticos, situados en los márgenes de la historiografía, los que acaban
teniendo acogida en el gran público. Podemos encontrar un ejemplo en el libro de Pérez
Reverte, La guerra civil contada a los jóvenes10, cuyo título deja clara su intencionalidad.
Su discurso bebe del relato de los De la Cierva, que veremos más abajo: reparto de culpas,
guerra fratricida, etc. Tuvieron que ser un filósofo y una historiadora alejada de los
círculos académicos profesionales – Carlos Fernández Liria y Silvia Casado Arenas –
quienes le respondieron con ¿Qué fue la guerra civil?: nuestra historia explicada a los
jóvenes11, que bebe de las aportaciones de la historiografía profesional. La labor de
divulgación resulta imprescindible para la historiografía.
El historiador Espinosa Maestre ha estudiado a estos “historietógrafos” y ha
resumido los principios fundamentales de su “método”, que ha denominado “Método
Moa”: (1) simplificación del mensaje; (2) reiteración ad nauseam; (3) apariencia de
veracidad histórica; (4) estilo aparentemente desapasionado; (5) exposición y uso de los
argumentos contrarios para dar impresión de objetividad y superioridad; (6) mezcla
calculada de elementos y datos reales con exageraciones, mentiras y tergiversaciones”12.

8
Reig Tapia, Alberto, Anti Moa, Barcelona, Ediciones B, 2006, 158-61
9
Ibíd.: 146
10
Pérez Reverte, Arturo, La guerra civil contada a los jóvenes, Madrid, Alfaguara, 2015
11
Fernández Liria, Carlos y Casado Arenas, Silvia, Qué fue la fuera civil? Nuestra historia explicada
a los jóvenes. Madrid, Akal, 2017
12
Citado en Reig Tapia, Anti Moa, 155-56. El “método” que hemos reflejado corresponde al resumen
que hace Espinosa Maestre. Sin embargo, considero enormemente interesante hacer referencia a las
trece características del mismo, que Reig Tapia recoge: “(1) Exime a los investigadores de la tediosa
tarea de ponerse al día sobre el tema que desea tratar; (2) libera al historiador de los archivos, limitando
la búsqueda, si acaso, a los más cercanos a casa y siempre a unos cuantos documentos (incluso a uno
solo); (3) sitúa en la mesa-camilla el centro de operaciones del investigador; (4) ofrece libertad

9
Ricardo de la Cierva fue el historiador que impulsó un relato conciliador de la
guerra civil, como veremos en las siguientes líneas.13 Dentro de su recorrido académico,
llegó a ser catedrático por dos universidades. En referencia a la problemática que nos
atañe, sostiene que los problemas históricos que podrían derivarse del estudio de la guerra
civil española estarían resueltos a la altura de 1996, momento en que la editorial Fénix –
fundada por él mismo – publicó su Historia esencial de la Guerra Civil Española. Dado
que la historiografía habría superado todos los problemas, faltaría “poner las soluciones
una tras otra y ofrecer al público un relato coherente, documentado, conforme a la
Historia”. Confeccionar, como denomina, una “Historia auténtica”14.
A la altura de 2019 podemos decir que el debate sobre la guerra civil está lejos de
cerrarse, como comprobaremos más abajo gracias a las investigaciones de historiadores
e historiadoras altamente consideradas. La pretensión de De la Cierva de dar por cerrada
la discusión es bastante atrevida; más, cuando considera la Causa General como fuente
que proporciona “definitivos fondos y documentos aplastantes”15. Fuente que, como
vemos más abajo, no debe dejar de consultarse con el ojo crítico que su inmediata
procedencia exige, a lo que se añade la nueva información que nos han proporcionado
otras fuentes, sumando las que aún faltan.

absoluta para elegir nuestras fuentes e incluso la posibilidad de prescindir de ellas a capricho o no
citarlas; (5) acaba con la absurda distinción entre fuentes primarias y secundarias; (6) nos libra de la
caduca costumbre de contrastar nuestras hipótesis con las de otros historiadores; (7) al prescindirse
prácticamente del engorroso aparato crítico propio de la disciplina histórica desde el siglo XIX se
pone, por fin, la Historia al alcance de todos; (8) acaba con la enojosa figura del especialista e implanta
el principio de que la Historia está al alcance de cualquiera, incluso del que no la estudia; (9) reduce
el proceso de elaboración y edición de un libro a extremos inimaginables (la única limitación es la de
dar un plazo de 10 a 12 meses para que antes de sacar el próximo se venda el anterior); (10) al saltarse
todo tipo de trabas y convenciones supone una revolución en el mundo de la comunicación: los muros
entre el historiador y la sociedad han desaparecido; (11) ofrece como fruto de la investigación y de la
reflexión lo que hasta la fecha no se consideraba sino mera charla de café, copa y puro; (12) permite
presentar como elaborado «discurso histórico» la ideología franquista y neofranquista; y (13), sirve de
acicate para que otros «historiadores» similares salgan a la luz sin absurdos temores.” En Ibíd.: 54-55
13
Reig Tapia no duda en establecer una relación maestro-discípulo entre De la Cierva y Moa. Así se
refiere a De la Cierva: “escribidor, escribidor compulsivo, incontinente juntapalabras, lenguaraz
desmedido, opinólogo sin prudencia ni recato, manipulador siempre dispuesto a tergiversar la realidad
política, la historia, que pretende objetivamente analizar, que cree saber o aspira a establecer, que se
obstina en forzar sobre la base de sus prejuicios a la mayor gloria de Franco, al que juró ser «el
testamentario de su defensa»” en Ibíd.: 76-77
14
Cierva, Ricardo de la. Historia esencial de la Guerra Civil Española. Toledo, Fénix, 1996, VI
15
Cierva, Historia esencial… 409

10
Con respecto a la violencia desarrollada en las retaguardias y citando a Azaña, De
la Cierva entiende que si “las atrocidades cometidas en uno y otro campo se consideraran,
no desde el punto de vista de la autoridad del Estado y de la justicia legal, ni desde el de
la responsabilidad de quienes hayan gobernado en cada zona, sino como un fenómeno
patológico en la sociedad española, el valor demostrativo de unos y otros hechos viene a
ser el mismo; su carácter, mucho más entristecedor”. Esta forma de entender la violencia
procede de una historiografía que impulsó un relato muy concreto. Se inscribe en aquel
meta-relato que en los años sesenta – impulsado por el mismo De la Cierva desde su
Centro de Estudios de la Guerra Civil – vino a explicar la contienda como “locura trágica”
y “guerra fratricida”. Un relato que, como señala Ledesma, “además de despolitizarla (…)
tenía como ejes rectores esa “ficción moral” que fue la disolución de las responsabilidades
en un magmático “todos fuimos culpables” y la esencialización y reprobación ética de las
matanzas de la guerra16. Esta es una constante a lo largo de su libro.
El general Casas de la Vega, por su parte, forma parte de los militares franquistas17
que se acercaron al “terror” de Madrid, buscando escribir una historia “porque ya la
hicieron – la dejaron hecha para siempre – ellos con su muerte”. En su libro, El terror:
Madrid 1936. Investigación histórica y catálogo de víctimas identificadas, emplea
fuentes primarias como la Causa General, que considera fiable, “incontrovertible” y de
primera mano18; o las dos series mandadas hacer “por indicación del Generalísimo”, civil
y eclesiástica. Estas, junto a las Escalillas militares de entonces, “un conocimiento de las
operaciones razonables”, y determinados libros, le permiten dar cuenta de una lista
aproximada de muertos.19
Producido el “Alzamiento”, como se refiere nuestro autor al golpe de Estado
militar del 17-18 de julio de 1936, comenzarían los hechos “luctuosos” de la mano de

16
Ledesma Vera, José Luis. “El 1936 más opaco: las violencias en la zona republicana durante la
guerra civil y sus narrativas” en Historia Social, nº 58, 2007, 155
17
“Siempre he dicho y escrito que he sido y soy partidario del bando nacional en la guerra del 36 al
39 y que, después, he visto en el Caudillo un verdadero modelo de soldado y de hombre, al que he
tratado de imitar. Nadie que me conozca puede dudarlo”. En Casas de la Vega, Rafael. El terror:
Madrid 1936: investigación histórica y catálogo de víctimas identificadas. Madridejos, Toledo: Fénix,
1995, 233
18
La inmediata procedencia de la Causa General precisa de una crítica profunda. La consulta de esta
fuente le permite al general investir su obra de un carácter científico que desaparece cuando la emplea
de forma acrítica. Más abajo, veremos la crítica constructiva de esta fuente, imprescindible para el
estudio de la violencia política en la retaguardia republicana, de José Luis Ledesma.
19
Casas de la Vega, El terror… 19-23

11
grupos “izquierdistas revolucionarios”, que extenderían por Madrid la “barbarie roja”.
Para dar cifras, acude a los ya mencionados archivos de la CG, junto a libros como
Historia de la Cruzada Española20 de Joaquín Arrarás, o The Spanish Civil War, del
“publicista” Hugh Thomas21. También hace uso de las aportaciones del general Ramón
Salas Larrazábal22, que se encargó, como indica Ledesma, de sistematizar el ya
mencionado meta-relato que impulsó De la Cierva desde su Centro de Estudios23.
Stanley G. Payne, que estudia la guerra civil de forma paralela a la publicación de
los estudios que veremos en el siguiente sub apartado – obviando su existencia –, entiende
la violencia política producida en las retaguardias de los bandos contendientes como
inmediata continuación de la producida durante los años de la República, de unas 2.500
muertes. En este sentido, como venían incitándola desde los años previos, niega que
tuviera un carácter “espontáneo”. Sin embargo, citando a Ernst Nolte, se refiere a la “turba
indisciplinada” de los anarquistas sin añadir mayor análisis.24
Para Pío Moa, “por motivos de propaganda y por reclamar cierta legitimidad en
las relaciones con el exterior, los revolucionarios permitieron subsistir a un gobierno sin
autoridad, y se mantuvo la ficción de una continuidad esencial con la República”25. César
Vidal coincide con esta tesis, añadiendo que “en apenas unas semanas, el gobierno
republicano sería también revolucionario y estaría defendido por uno de los defensores
más denodados de la revolución”26. Más abajo, veremos cómo han entendido los

20
Citado en Ibíd.: 47
21
Citado – en inglés – en Ibíd.: 48. Casas de la Vega empleó la edición en inglés del libro que hemos
trabajado más arriba.
22
Salas Larrazábal, Ramón. Perdidas de la guerra. Barcelona, Editorial Planeta, 1977.
23
“Pertrechado con un amplio aparato estadístico, ofreció una primera contabilidad contrastada de
ambas violencias y mostraba que los dos bandos habían matado y casi por igual. Pero tras la supuesta
objetividad de su método, tan alambicado como recusable, se perfilaban otro tipo de conclusiones.
Una bien explícita: frente a una represión franquista más «moderada», la republicana había sido
«inundatoria», «cartesiana y universal», indiscriminada y «perfectamente dirigida». La otra, tan
implícita como poco casual por entonces: ante tal despliegue «definitivo» de datos y muertos, de los
unos y los otros, lo mejor era olvidar rencillas y pasar página, porque «todos tenemos mucho de qué
avergonzarnos y muy poco que reprocharnos»”: en Ledesma, El 1936 más opaco… 155-56
24
Payne, Stanley G., La Guerra Civil española, Madrid, Rialp, 2014, 133-34
25
Moa Rodríguez, Pio: Los mitos de la guerra civil. Madrid, La Esfera de los Libros, 2004, 206
26
Vidal, César, Las cárceles republicanas al descubierto. Barcelona, Carroggio, 2003, 84. Se refiere
a Largo Caballero, cuyo desempeño en el cargo es considerado por Helen Graham de ineficaz: en
Graham, Helen, La República española en guerra (1936-1939), Barcelona, Random House
Mondadori, 2006: 163-66. La crítica de la actividad de una determinada persona puede ir más allá si
se dejan atrás prejuicios ideológicos.

12
historiadores e historiadoras esa pugna por el poder entre los diferentes agentes que
disputaron el control de la retaguardia.

3. Nuevos enfoques: hacia la multidisciplinariedad


La tesis doctoral de Javier Cervera Gil ocupa un lugar muy importante dentro de
la historiografía de la violencia política de la retaguardia en Madrid. Se enmarca en un
conjunto de tradición de estudios27 que abordaron este tema en geografías concretas tras
el punto de partida que supuso la aportación de Josep Mª Solé i Sabaté y de Joan
Villarroya en 198928. Citando al profesor Aróstegui, Cervera señala en la introducción de
su trabajo que:

“El método científico en la investigación histórica es un procedimiento, que


pretende alcanzar un conocimiento pero asegurando que lo que se quiere conocer
es “explicado” y ello significa que debe darse cuenta de la realidad proponiendo
afirmaciones demostrables”29.

Aportó una metodología y un riguroso uso de las fuentes que convirtieron su obra
en un lugar de referencia para historiadores e historiadoras de muy diversas procedencias,
aunque no todos se apoyaron en él con los mismos objetivos, como tendremos ocasión de
ver más abajo.
Cervera acude a Tusell y a Tuñón de Lara para establecer una relación de causa-
efecto entre la violencia previa a la guerra civil – que pudo intensificarse desde las
elecciones de febrero de 1936 – y la que la propia guerra dio paso. Entiende la violencia
política de 1936 como continuación de la empleada por los partidos y sindicatos obreros
en octubre de 1934, y por los sectores de la derecha desde la derrota electoral de febrero
del 193630. Con respecto a la violencia política de la primavera de 1936, González Calleja
realizó una serie de estudios que para cuando Cervera estaba realizando su tesis, aún no
se habían publicado. En su trabajo, concluía que “la violencia no nació en la etapa del
Frente Popular, ni éste fue el responsable único o último de los graves conflictos que

27
Ledesma, El 1936 más opaco… 158-59
28
Josep Mª Solé i Sabaté, Joan Villarroya, La repressió a la reraguarda de Catalunya (1936-1939),
PAM, Barcelona, 1989
29
Citado en Cervera Gil, Javier, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Geografía e
Historia, y Departamento de Historia Contemporánea. Violencia política y acción clandestina la
retaguardia de Madrid en Guerra (1936-1939). Universidad Complutense de Madrid, Servicio de
Publicaciones, 2002, 33
30
Ibíd.: 38-41

13
trataron de resolverse mediante un golpe de Estado, y tras el fracaso de éste, en una
contienda fratricida” 31. A pesar de las carencias en este sentido, la investigación de
Cervera adquiere una gran relevancia dentro de la historiografía al introducir el concepto
de violencia política para la explicación de este fenómeno en la retaguardia republicana
madrileña32.
Cervera recoge la definición provisional que Julio Aróstegui dio al concepto,
según la cual “la violencia política responde a cualquier acción desprovista de reglas,
ejercida por un individuo o colectividad y dirigida a controlar el funcionamiento del
sistema político de una sociedad o a precipitar decisiones dentro de este sistema”. Para
completar la definición, Cervera acude a las aportaciones que desde la sociología
americana realizó Talcott Parsons, que son las que empleará lo largo de su tesis. Para
Cervera, “[Parsons], con el telón de fondo del control social, se refiere más a la fuerza,
que se convierte en elemento esencial de ese control por vía política, y en la que el sistema
político depende del crédito de los que lo dirigen”. Esta fuerza la encuentra Cervera en la
que adquieren las organizaciones políticas y sindicales tras frenar el golpe. Además,
cuando desde el Estado no se puede controlar el uso de la violencia por otros, Parsons
señala que el sistema colapsa, como ocurrió con la República en los primeros meses de
la guerra33.
La metodología que Cervera emplea para estudiar la violencia política en la
retaguardia republicana de Madrid se basa en un análisis de tipo cualitativo que se
pregunta por responsables, métodos y víctimas. Considera que son numerosos los análisis
de tipo cuantitativo y se limita a recoger, según el caso, las cifras que maneja la
historiografía científica, como veremos en este y otros capítulos34.
Durante las primeras semanas de la guerra se extendieron por las calles de Madrid
las múltiples formas en que se expresó la violencia política: “paseos”, incautaciones,
saqueos, requisas y registros. Correspondían a un tipo de justicia que el profesor Víctor
Alba, como recoge Cervera, ha denominado “justicia por consenso”. De hecho, durante

31
González Calleja, Eduardo, « La necro-lógica de la violencia sociopolítica en la primavera de
1936 », Mélanges de la Casa de Velázquez, 41-1 | 2011, 37-60.
32
Novedad en tanto en cuanto se aplica por primera vez para el caso madrileño, pues ya existían
numerosos estudios que lo habían utilizado en otros marcos geográficos. El primero sería el ya
mencionado trabajo de Josep Mª Solé i Sabaté, Joan Villarroya, La repressió a la reraguarda de
Catalunya (1936-1939), PAM, Barcelona, 1989
33
Citas en Cervera, Violencia política y… 40
34
Ibíd.: 42

14
esas primeras semanas fue aceptada por la mayoría de la gente, debido a la desconfianza
que la Justicia despertaba como institución al ser considerada patrimonio de los
poderosos. Cervera recoge unas notas que se encuentran en el Archivo General de la
Administración (AGA) y el Archivo Histórico Nacional (AHN) donde los autores de los
asesinatos expresaban los motivos que llevaron a la muerte a sus víctimas: en una nota se
leía “Por fascista y pistolero. Justicia del pueblo”. Pronto, la prensa moderada comenzó
a recoger declaraciones de las autoridades rechazando las actuaciones de los que
consideraban “incontrolados” 35. Cervera da por válida esta denominación para explicar
el fenómeno en la retaguardia madrileña. Veamos cómo lo argumenta.
Madrid vivió durante los primeros meses de la guerra una situación anárquica en
la que cada organización política puso en práctica su propio sistema policial, su propia
persecución de aquellos que consideraban sospechosos, sus propios métodos de
interrogatorio y sus propios medios de eliminación de los elementos que consideraron
“fascistas”. Un panorama que Cervera no duda en calificar caótico, descontrolado y
criminal. En muchas ocasiones, las acciones incontroladas estaban más relacionadas con
venganzas personales que con un intento de control político-social. Para analizar todas
estas acciones, Cervera acude a la documentación procedente de la Audiencia Territorial
de Madrid: los sumarios36 que por muerte, asesinato o hallazgo de cadáveres – más de
3.000 – se abrieron esos días y se conservan, a día de hoy, en los ya mencionados AHN
y AGA. Aplicando un riguroso procedimiento, Cervera solo tiene en cuenta los casos en
que es “absolutamente seguro que la persona objeto de apertura del sumario murió
efectivamente”, huyendo así de posibles equivocaciones y falseamientos37.
Para Cervera, “hay una razón muy clara para considerar a estos hechos que nos
ocupan como incontrolados”. Analizando todos los sumarios, “en TODOS lo único que
consta es que se ignora la identidad de los ejecutores de la acción. Ello es, evidentemente,
una muestra clara de descontrol de la situación” [Mayúsculas empleadas por el autor]38.
La relación de los datos recogidos de los sumarios con los que aporta la CG39 le permite

35
Ibíd.: 42-45
36
Cervera solo recoge los que hacen referencia a cadáveres hallados en el Madrid capital de 1936, es
decir, sin incluir los municipios que serían integrados posteriormente, como Vallecas o Vicálvaro:
Ibíd.: 65
37
Ibíd.: 64-66
38
Ibíd.: 67
39
Datos que aporta la Causa General que responden a declaraciones de familiares que vieron quiénes
se habían llevado a las víctimas antes de no volver a verles jamás: Ídem.

15
afirmar que fueron, principalmente, anarquistas, los principales autores de estos
“reprobables” actos. Sin embargo, Cervera acude a más documentación para corroborar,
con la mayor cantidad de fuentes posibles, esta afirmación. En la Memoria resumen del
Pleno local de Sindicatos Únicos de Madrid (6-11 de enero de 1937) se reconocían los
abusos cometidos. Además, la mayoría de “checas” que llevaron a cabo estas acciones
pertenecían a la organización confederal, seguidos de comunistas, y sin la significación
de socialistas o republicanos, con la excepción de García Atadell. Otro dato que debemos
tener en cuenta es la ausencia de confederales o avalados por los anarquistas en la relación
de 1909 individuos que solicitaron su ingreso como policías de la DGS. Cervera aventura
si preferían aplicar sus métodos por su cuenta sin colaborar con la entidad. No podemos
olvidar tampoco cómo, desde las primeras semanas, el Comité Nacional de la CNT
instaba a acometer “liquidaciones absolutas” del enemigo. Finalmente, debemos
considerar las acusaciones directas que el Delegado de Orden Público de la Junta de
Defensa de Madrid (JDM), José Cazorla, lanzó contra los anarcosindicalistas.40
Reunidas todas estas informaciones, Cervera concluye que todo apunta a una
responsabilidad anarquista.41 Son este tipo de análisis los que confieren al trabajo de
Cervera un enorme valor histórico: a pesar de las numerosas indicaciones que apuntan a
una autoría anarquista de estos actos, la ausencia de nombres en los sumarios le impiden
afirmarla.
Una de las principales líneas de investigación de José Luis Ledesma es la violencia
política contemporánea, especialmente en relación a la retaguardia republicana durante la
guerra civil. Su investigación no se centra en los momentos en que la violencia alcanzó
dimensiones espectaculares, como otros autores han hecho, sino en la explicación del
fenómeno en sí mismo, desde un análisis multidisciplinar que recoge aportaciones de la
historiografía, pero también de la sociología o la antropología.
Ledesma aborda la violencia política desde una perspectiva que supera los marcos
que habitualmente han tratado de explicar la problemática – desde las “hordas rojas” de
las que habló el franquismo, hasta la masa de “incontrolados” que esgrimieron posiciones
que trataron de justificar la actuación de la República –. Defiende que para estudiar y
comprender la violencia política no basta con “las circunstancias «objetivas» y los
condicionamientos estratégicos” que impone la guerra civil, sino que el análisis requiere

40
Ibíd.: 67-70
41
Ibíd.: 70

16
incluir las “coordenadas sociopolíticas, culturales y simbólicas; los rostros, vivencias,
significados y representaciones de aquella guerra en general y de la violencia en
particular”42. Veamos con más detalle estas ideas.
La sublevación militar, al alzarse contra la legalidad, abrió una vía expeditiva que
rompió el consenso constitucional. En el plano retórico, los sublevados dijeron defender
España de una revolución comunista que ya estaba en marcha, pero, paradójicamente, allí
donde fracasaron, estalló la revolución social. Las diferentes organizaciones políticas y
sindicales obreras establecieron entonces un “orden” revolucionario en la medida de sus
posibilidades y dentro de su área de influencia, asunto que ha trabajado Jiménez Herrera,
como se verá en el Capítulo 2.
Los comités que se encargaron de frenar la insurrección no surgieron de la nada,
sino del seno de las diferentes organizaciones políticas y sindicales. Estos grupos tenían
un recorrido histórico, unos ideales, unos referentes intelectuales, unos marcos de
comprensión de la realidad, unas pautas de acción y de comportamiento, y unos
mecanismos de participación política – por citar algunos elementos – cuya
heterogeneidad era su principal característica. El predominio de una u otra tendencia en
según que área geográfica tuvo que ver con su mayor o menor presencia de forma previa
a la guerra. La realidad nos mostraba todo un mosaico de colectivos con gran influencia
en la población.
Cuando la revolución se abrió paso, las tradiciones y prácticas políticas y
sindicales se vieron desbordadas. Las retóricas agresivas y los sueños utópicos de los años
y meses previos, en el nuevo escenario que abrió la guerra, se llenaron de contenido y
tomaron forma y acciones violentas. Estas pautas de actuación no se guiaban tanto por
una fe revolucionaria sino por unos marcos que tienen que ver con la definición del
concepto de cultura de Clifford Geertz, esto es, la red de significados colectivos creados
por el ser humano, donde a su vez se mueve. La guerra y el proceso revolucionario
difuminaron las pautas y autoridad de la política tradicional y los colectivos, que ahora
trataban de imponerse, buscaron vías alternativas que fueran reconocibles y creadoras de
significados, y las encontraron en los arsenales simbólicos e históricos de la cultura y la
protesta populares. Sus acciones se convirtieron en gestos que daban sentido al paso al
nuevo orden. La eliminación de enemigos pasaba a ser un rito de paso hacia el mañana

42
Ledesma Vera, José Luis. «La “santa ira popular” del 36: la violencia en guerra civil y revolución,
entre cultura y política». En Culturas y políticas de la violencia : España siglo XX, Editorial Siete
Mares, 2005, 160

17
revolucionario. La violencia se convirtió en un símbolo de la revolución en marcha que
emitía mensajes y proyectaba códigos43.
La violencia desatada contra el clero y la Iglesia es el mayor ejemplo de ello. El
anticlericalismo se había convertido en una arraigada identidad y en una cultura o
subcultura política compartidas por amplios sectores opuestos a la sublevación. Estos
elementos incidieron en que la violencia ejercida contra el clero fuera la que menos
consideraciones éticas suscitase. La Iglesia era considerada el principal freno y lastre para
la definitiva modernización del país por su papel como primera reproductora del orden
social existente, lo que empujó a que sus representantes sufrieran las mayores
persecuciones en las primeras semanas y meses del conflicto. El ejercicio de la violencia
contra ellos fue un símbolo en sí mismo que significaba la plasmación real del paso firme
hacia el mañana revolucionario44.
Con todo, Ledesma reconoce lagunas y problemas derivados de la aplicación de
componentes y recursos de tipo cultural al contexto que estudia. Señala que “no suele
quedar resuelto cómo lo cultural se integra y salva los vacíos del territorio social entre
estructura y acción” o que genera “dudas sobre la creciente laxitud conceptual de unas
nociones sugerentes pero en ocasiones de sesgo más descriptivo y metafórico que
explicativo”. Sin embargo, a su vez reconoce sus ventajas, en la medida que a pesar de la
apariencia espasmódica de la violencia, “se encuentra concebida y determinada por – y
debe ser coherente con – esquemas, interpretaciones, representaciones, imágenes,
discursos y expectativas previos”. Lo vemos en la construcción simbólica del enemigo.
Representado en momentos previos a la guerra en términos de alteridad, una vez estalla
la contienda “los códigos morales se relajan y dejan de inhibir con respecto a la muerte”.
Del odio se pasa al crimen. La guerra llena de contenido el nexo existente entre la cultura
y la práctica violenta.45
El ejercicio de la violencia se convirtió, además, en político. La insurrección
provocó una radical fragmentación del poder. Multitud de micropoderes emplearon la
violencia, primero contra los sublevados y sus apoyos, y luego entre ellos, como forma
de alzarse sobre el resto. Milicias adscritas a partidos y sindicatos empoderadas gracias
al control de las armas, junto a un Estado en fase de desarticulación que en un segundo
momento buscará recuperar sus atribuciones, lucharán por hacerse con la hegemonía de

43
Este y los anteriores párrafos, en Ibíd.: 161-165
44
Ibíd.: 173
45
Ibíd.: 170-171

18
un espacio político que la insurrección había dejado abierto. La violencia quedó
completamente adscrita a la política y a los conflictos de poder. Retóricamente se había
aludido a ella los años previos, pero constituía una variable extrema que solo la
sublevación militar permitió materializarla en “proceso político organizado”. Su
aplicación se convirtió en una fuente de autoridad ante un pueblo que, reclamando la
aplicación de una “justicia revolucionaria”, encontraba cauces de participación en esa
política transitoria hacia la nueva sociedad. Sin embargo, no podemos entender esa acción
política violenta que encarnan los fusilamientos y las ejecuciones sin el numeroso
repertorio de prácticas que la completan, como son los saqueos, las incautaciones, las
“checas” clandestinas y prisiones oficiales, los juicios sumarios y tribunales populares,
los ataques iconoclastas y legislación anticlerical, los campos de trabajo o la represión
económica46.
El estudio de Ledesma no busca justificar las violencias de los distintos grupos
revolucionarios. Su principal objetivo es comprender los marcos mentales que guiaron
sus pautas de actuación, las lógicas que impulsaron los distintos escenarios de violencia,
los motivos que llevaron a considerar innecesario el informe de un miliciano a su superior
que buscaba saber qué hacer con un grupo de “fascistas”, cuando para el superior
resultaban evidentes los pasos a seguir47. En definitiva, una violencia cuyas víctimas48
nos impiden sostener que fuera fruto de unos orígenes espontáneos o de actores
incontrolados. Declaraciones y detenciones previas, listas negras e informes o piquetes
armados y controles en sacas fueron algunos de los procedimientos que la guiaron, junto
a cierta permisividad de una población que confiaba en la resolución de sus problemas
gracias a la revolución, fueron algunos de los elementos que la encauzaron49.
La línea de investigación que abre Ledesma al estudiar la violencia política desde
la antropología y la sociología, además de la historiografía, es continuada por Helen
Graham, quien va a profundizar en aspectos relacionados con la adscripción política de
los llamados “incontrolados”. Denominar esa explosión de violencia popular bajo el
nombre de alguna organización concreta ayuda poco a entender sus formas y sus causas,

46
Ibíd.: 177-182
47
Tras dirigirse a él, le contestó que “ciertas cosas no se preguntan”. En Ibíd.: 160
48
Se han establecido, provisionalmente y a falta de nuevos estudios, en 49.272 para la retaguardia
republicana. En Espinosa Maestre, Francisco. Violencia Roja y Azul: España, 1936-1950. Barcelona,
Crítica, 2010, 247
49
Ledesma, La santa…, 190

19
que tenían más que ver con su grado de presencia en el territorio. De esta forma, si
predominaban fuerzas milicianas libertarias, los cenetistas llevaban a cabo la represión,
pero en otras zonas fueron comunistas, miembros del PSUC, poumistas, republicanos,
ugetistas o, simplemente, “de izquierdas”. Denominar esa violencia popular producto de
“incontrolados” relacionados al anarquismo tiene que ver con un escaso entendimiento
de las formas organizativas de los anarquistas. Los militantes de la FAI actuaban de forma
mucho más independiente que los de la CNT. Lo hacían en pequeños grupos que
desarrollaban sus acciones con plena autonomía, pero no de forma arbitraria, sino bajo
unas lógicas concretas, como hemos visto.50
Cervera hablaba de una violencia “incontrolada” en la retaguardia de Madrid en
la medida que en los sumarios que estudió no aparecía el nombre de ningún responsable,
y apuntaba a una responsabilidad anarquista. Graham ha trabajado las aportaciones de
Cervera pero interpreta este anonimato con el enfoque que introdujo Ledesma. La
vinculación o no de los autores de la violencia con entidades políticas de la izquierda y la
idea de que estaban siendo “dirigidos” por sus líderes tiene poca relación con el devenir
de los acontecimientos sobre el terreno. De hecho, “el modelo explicativo que busca
mostrar cómo «se daban las órdenes» se nutre demasiado de la mentalidad y las
publicaciones conspirativas de la derecha contemporánea”, que se convirtieron en la base
para elaborar la Causa General. En la España urbana, “el mayor anonimato y la mayor
fragmentación de la vida junto con la simple concentración de población hacen más difícil
establecer dónde terminaban los motivos anticlericales y anticapitalistas y dónde
empezaban los ajustes de cuentas menos claramente políticos”.51

Capítulo II. Los comités revolucionarios o “checas”


En este capítulo se estudian las diferentes interpretaciones de las “checas” o
centros que se configuraron en la retaguardia madrileña. En estos espacios, las
organizaciones obreras crearon diversos comités encargados de diferentes labores, entre
las que encontramos las relacionadas con la justicia y el orden público, junto a las más
variadas actividades. Sin embargo, en el bando sublevado comenzaron a conocerse bajo

50
Graham, Helen, La República española en guerra (1936-1939). Barcelona, Random House
Mondadori, 2006, 110-14
51
Ibíd.: 114-16

20
la denominación “checa”, tanto por la supuesta relación de sus actividades con las
realizadas por la institución soviética como para relacionar la República con el mundo
comunista.

1. El primer registro historiográfico


Hugh Thomas entendió las “checas” como los grupos especiales de investigación
que todos los sindicatos y partidos políticos de la República establecieron durante los
primeros días de la guerra, “cada uno con un poder absoluto, responsables ante un partido,
un departamento del gobierno, o un simple individuo”. Según su estudio, estos grupos se
enorgullecían de llamarse a sí mismos según la denominación rusa “checa”. Sin embargo,
no basa esta afirmación en ninguna fuente específica y acude a la Causa General para
situar su número en 227 para el caso de Madrid. Investigaciones posteriores han aclarado
la primera premisa y matizado la segunda, como veremos más abajo.52
Gibson, en su estudio de los sucesos de Paracuellos, dedica algunas líneas a una
de las “checas” oficiales, el Comité Provincial de Investigación Pública, establecido por
el Gobierno a comienzos de agosto de 1936. Integraba representantes de los partidos que
formaban el Frente Popular, incluidos los anarquistas. Esta “checa” – término que Gibson
acepta sin matices – se situó, primero, en el Círculo de Bellas Artes en la calle de Alcalá
número 42, y pasaría a la calle Fomento, número 9. Albergó seis tribunales y las labores
de vigilancia, traslado y ejecución de los presos correspondían a las Milicias de Vigilancia
de Retaguardia (MIVR). Para reconstruir las vivencias de las personas que pasaron por
ella, Gibson recoge los testimonios de la Causa General de Manuel Rascón Ramírez,
Ramón Torrecilla Guijarro y Manuel Muñoz Martínez.53
Mediante el testimonio de Jesús de Galíndez, presidente en Madrid del Partido
Nacionalista Vasco, en su libro, Los vascos en el Madrid Sitiado54, Gibson señala que
hubo personas que, efectivamente, fueron asesinadas, pero también las hubo que se
salvaron. Esta “checa” sería disuelta por la acción de la JDM.

2. La literatura revisionista
Ya hemos hablado en el Capítulo I del uso que hace el general Casas de la Vega
de las fuentes. Veamos ahora su interpretación de las “checas”. Considera completamente

52
Thomas, La guerra… 198-200
53
Gibson, Ian, Paracuellos, cómo fue. Barcelona, Argos Vergara, 1983, 41-43
54
Citado en Ibíd.: 43

21
válida esta denominación, por dos razones: el uso habitual del término que se da en los
libros y porque no encontró otra denominación para comprender su amplio significado.
Reconoce que fue un fenómeno complejo pero solo refleja su función represiva. Entiende
por checa “todo establecimiento de carácter político o sindical (…) siempre que una parte
de su superficie estuviera dedicada al interrogatorio o a la custodia de presos”.55
Encontraríamos “checas” con distintas funciones, como cuarteles de Milicias o
cárceles. Sin embargo, hay un tipo de “checas” que se escapan del entendimiento de
nuestro autor, que engloba dentro del tipo “denominación engañosa”. El empleo de un
análisis tan superficial y de una definición tan inexacta con la realidad, reducida al
elemento represivo, le lleva a introducir en ese tipo a los locales de Mujeres Antifascistas,
Amigos de la URSS, Centro de la JSU, etc. Tendrían funciones que, como veremos más
abajo con Jiménez Herrera, no tenían porque ser represivas. Para el general, en todas ellas
“cabía cualquier sorpresa, cualquier desgracia, cualquier problema”.56
César Vidal estudia las “checas” en Checas de Madrid: las cárceles republicanas
al descubierto57. Jiménez Herrera, historiador cuya tesis doctoral investiga estos centros,
apenas le menciona, indicativo de sus escasas o nulas aportaciones.58 Vidal entiende las
“checas” no como el instrumento de terror y represión circunscrito a los comunistas al
estilo ruso, sino que “no hubo una sola organización del Frente Popular que renunciara a
organizar sus propias checas”. A través de ellas, “no sólo se garantizaba una participación
activa en la revolución en marcha sino que además se disfrutaba de un medio privilegiado
para imponer el pavor entre los posibles desafectos, para torturar y asesinar a sus
enemigos, e incluso para obtener fondos derivados del despojo de los detenidos”59.
Stanley G. Payne recoge la proliferación de comités que tuvo lugar en el país,
cuya composición variaba en función de la fuerza de las distintas organizaciones obreras
en el territorio. Recogiendo la interpretación de Carlos M. Rama, habla de una compleja
y confusa estructura de poder denominada “Confederación Republicana Revolucionaria

55
Casas de la Vega, El terror… 77-81
56
Ibíd.: 82
57
Vidal, César, Las cárceles republicanas al descubierto. Barcelona, Carroggio, 2003
58
Jiménez señala, con respecto a autores como Vidal o Moa, que “una parte de los postulados
defendidos en la Causa General constituyen la principal herramienta de trabajo de historiadores y
publicistas afectos a este género con clara voluntad ideológica”. En Jiménez Herrera, Fernando y José
María Faraldo, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Geografía e Historia, y
Departamento de Historia Contemporánea.. Los comités madrileños en 1936 un análisis
microhistórico de la represión. 2017, 36
59
Vidal, Checas de… 90

22
de 1936-1937”. La política que el nuevo gobierno de Largo Caballero desarrolló a partir
de septiembre, dirigida a recuperar para el Estado el control de la situación, lleva a nuestro
autor a hablar del inicio de la “«Tercera» República, la revolucionaria”. De hecho, esta
sería la continuación de una anterior fase de “transición a la revolución”, que iría desde
febrero a septiembre de 1936. La interpretación de Payne nos induce a pensar que ya
desde las elecciones de febrero de 1936 había un proyecto revolucionario – que se ve
obligado a matizar reconociendo el diferente peso de las organizaciones – que culminaría
en septiembre de ese mismo año, olvidando la nueva coyuntura que abrió el golpe de
Estado del 17-18 de julio de 1936. A pesar de todo, reconoce “el nuevo Estado
revolucionario español carecía de una fuerza dictatorial hegemónica” y encontramos un
mosaico de partidos y sindicatos que pugnaron por el control de la situación. Sin embargo,
se fueron encuadrando en el nuevo sistema estatal impulsado por Largo Caballero,
ejemplificado en los “tribunales populares”.60
Aun hablando de comités, cuando se refiere a sus actividades represoras se refiere
a ellos como “checas”. No encontramos en su análisis ningún estudio de estos centros,
limitándose a señalar que se trataban de los locales espaciales y las prisiones donde los
partidos de izquierda constituyeron numerosos “escuadrones de la muerte”, desde donde
organizaron la represión, en ocasiones con la autorización de autoridades
gubernamentales republicanas como Manuel Muñoz, director general de seguridad, y
Ángel Galarza, ministro de gobernación en septiembre de 193661. Para el caso de Madrid,
recuerda la genealogía del nombre – la ya mencionada institución soviética – pero no
profundiza más. Más abajo, recogemos las aportaciones de Jiménez Herrera en relación
a la genealogía del término y la historia detrás de su uso para hacer referencia a los
comités.

3. Nuevos enfoques. Hacia la multidisciplinariedad


Para Javier Cervera Gil, las “checas” de la retaguardia de Madrid tuvieron un
carácter incontrolado, en tanto en cuanto “la muerte, producto de esta violencia, se
producía de manera totalmente gratuita, sin control y de manera clandestina”.
Encontramos que esta tesis coincide con la que tenía con respecto al carácter de los
autores de la violencia. De hecho, el estudio que hace de ese carácter es posterior a su

60
Payne, La guerra… 121-23
61
Ibíd.: 134

23
análisis de las “checas”, al ser de estos espacios de donde procedían los responsables.
Antes de estudiar el fenómeno, Cervera acude a Peter Wyden para determinar qué fueron
las “checas”. Para Wyden, “la palabra checa se usó en toda España para referirse a los
temidos tribunales (muchas veces autodesignados) que surgieron en muchas vecindades
a fin de eliminar al “enemigo fascista”, a menudo a base de (sic) denuncias de escasísima
fiabilidad”. La definición del significado de la sigla rusa Cheka – Comisión
Extraordinaria Panrusa para la supresión de la contrarrevolución y del sabotaje – le
permite completar el significado62. Es necesario realizar un comentario sobre este punto.
La definición que Cervera emplea para explicar las “checas”, que a su vez procede
de las conclusiones de Wyden, resulta bastante incompleta. Debemos señalar que el
trabajo de Cervera no tiene las “checas” como principal objeto de estudio y se limita a
recoger las aportaciones de otros autores. Sin embargo, eso no le exculpa en incurrir, de
nuevo, en las mismas imprecisiones. No solo no explica su lógica interna o el sentido que
le dieron sus miembros63, sino que acude al sentido que le dieron sus (potenciales)
víctimas: “la palabra checa se usó (…) para referirse a los temidos tribunales (…)”64.
Junto a esto, la alusión que hace a la institución soviética es meramente informativa y se
limita a explicar el significado de la sigla. Al entender las “checas” como se conocieron
a nivel popular, incluye en una misma categoría “represora” a unos espacios que, como
veremos de la mano de aportaciones de autores como Jiménez Herrera, se caracterizaban
por realizar multitud de actividades, no solo represoras.
Cervera hace una lista de las principales “checas” – por su actividad represora – a
partir de las conclusiones que extrajo del análisis de la Pieza 4 (“Checas”) de la CG en
los fondos contemporáneos del AHN. Al incluir en una misma categoría tanto las checas
que llevaban a cabo actividades represoras como las que no, llega a una cifra similar a la
de los autores que han empleado esta fuente: más de doscientas. Pertenecían a los distintos
servicios de seguridad, milicias, y a los sindicatos y partidos del Frente Popular. En esta
lista la mayoría llevaban a cabo ejecuciones, pero también encontramos las que
albergaban detenidos. Quedan fuera de esta selección aquellas que llevaban actividades
de tipo cultural que, a su vez, quedarían insertas bajo esa imprecisa definición de
“checa”.65

62
Cervera, Violencia política y… 53
63
Las denominaban comités, como veremos más abajo con Jiménez Herrera
64
Cervera, Violencia política y… 53
65
Ibíd.: 57-63

24
Helen Graham destaca el particularismo plasmado en la resistencia al golpe en los
distintos centros urbanos del país, resaltando la organización de la resistencia popular
inicial en torno a las milicias, y de las estructuras de comités que la apoyaban y
aprovisionaban, a partir del PSOE, la UGT, la CNT y el PCE. El apoyo – “al menos, de
una parte” – de oficiales del ejército profesional leales a la República y de las fuerzas de
orden público a las acciones que desarrollaron para frenar la sublevación fue fundamental.
En este sentido, allí donde fue sofocada proliferaron “soluciones para la organización de
la vida cotidiana de carácter local: desde el transporte, las comunicaciones y el
abastecimiento de agua, a la organización cooperativa de abastecimiento de alimentos,
talleres, periódicos, restaurante y barberías”. Graham se refiere a estos comités como sus
organizadores los entendieron y denominaron, no empleando el término “checa”. En este
sentido, esa forma de entenderlos estuvo muy influida por las diferentes experiencias
históricas previas.66
Con el objetivo de limitar el daño político que causaba la “justicia” sumaria y los
“paseos”, el Gobierno estableció los “tribunales populares”, que marcaron un hito en el
gradual proceso de control del orden público y la justicia en la retaguardia republicana.
Sin embargo, independientemente de la efectividad o no de la actividad de los comités
dirigida a la defensa de la retaguardia, en el fondo “no venía al caso dado que su misma
existencia era una afrenta a la autoridad y legitimidad del Gobierno”. Graham rescata de
esta forma la opinión de algunos ministros como Negrín, evidenciando la pugna por el
poder de los diferentes actores en la retaguardia republicana.67
Dentro de sus investigaciones sobre la violencia política en retaguardia
republicana, José Luis Ledesma se acerca a las “checas” con una metodología precisa y
solvente, acudiendo, entre otras, a la documentación que nos proporciona la Causa
General. Esta fuente ha sido empleada por la mayoría de investigadores de la violencia
política en retaguardia republicana, pero con muy diversas intenciones. Ledesma trabaja
con ella, pero tomando las consideraciones que precisa68. Estimo oportuno rescatar estas
notas con el objetivo de situarla dentro de las fuentes disponibles para los historiadores.

66
Graham, La República… 118-23
67
Ibíd.: 183-85
68
Ledesma Vera, José Luis. “La Causa General:” fuente sobre la violencia, la Guerra Civil (y el
franquismo)”, en Spagna Contemporánea (Turín, Italia), 28, XIV, 2005. Este y los sucesivos párrafos
relacionados con la crítica de Ledesma de la CG, están basados en este artículo.

25
La Causa General fue el gran proceso judicial iniciado por el bando sublevado
durante la guerra pero continuado durante la dictadura con el objetivo explícito de dejar
constancia del conjunto de víctimas y sus responsables; e implícito, al convertirse en una
gran obra propagandística que publicitó esas acciones y, a su vez, en una fuente de
legitimidad para el régimen. En este sentido, se fueron publicando sucesivos volúmenes
de cara a su distribución al gran público, desde 1943 a 1961.
Está compuesta por un total de 1.953 legajos y más de 4.000 cajas, de los cuales
531 corresponden a una división provincial y, el resto, constituye un enorme anexo
documental procedente de los distintos organismos judiciales surgidos en el marco de la
justicia popular republicana. En un afán por basar documentalmente la instrucción de la
Causa General, se anexó tal cantidad de documentación.
Su empleo como fuente histórica requiere grandes dosis de precaución y crítica
heurística respecto a la naturaleza politizada, parcial e incluso sectaria de su
documentación. El estudio de la Causa General como objeto en sí mismo permite a
Ledesma valorar aspectos negativos y positivos en cuanto a su uso como fuente. En
cuanto a los negativos, destaca la gran desorganización de los fondos, su inmediato fin
propagandístico, la gran carga ideológica del registro o la sobredimensión de cifras69. En
lo referido a los aspectos positivos, tiene un enorme valor por la riqueza de los datos que
nos proporciona para historiar tanto las formas de violencia menores como las que tienen
como fin la muerte del individuo. Además, aun siendo una fuente sesgada, su enorme
extensión la convierte en insustituible; tanto, que constituye la mayor fuente documental
en lo referido a la violencia de cualquier guerra civil contemporánea. El anexo de
documentación original republicana nos permite, también, estudiar multitud de aspectos
referidos a la justicia de este bando.
Ledesma concluye resaltando el gran objeto de estudio que constituye en sí misma
la Causa General. Su principal intención, dejar constancia de los “crímenes” cometidos
por los “rojos”, unida a su empleo con fines propagandísticos, nos permiten estudiar las
mismas entrañas del régimen. Supone una fuente primaria del lenguaje y discurso
franquista, empleado para su legitimación tanto a nivel interno como internacionalmente,
y tanto durante la misma contienda como en su inmediata posguerra. Fue, en sí misma,
un lugar de memoria para el franquismo.

69
Para el caso de Zaragoza, objeto de la tesis doctoral de Ledesma, las víctimas disminuían de las
1.108 aportadas por la CG a las 742 como resultado de la investigación del autor. Ibíd.: 217

26
Volviendo al objeto de estudio de este capítulo, Ledesma abre el camino a
investigaciones más precisas del fenómeno de las “checas” – como la que veremos a
continuación de Jiménez Herrera – rechazando la comparación de estos centros con la
Cheka soviética, y prefiere denominarlas órganos. Contra la tesis de Vidal – de una
estructura “chequista” emanada del Estado –, sostiene que lo que hubo fue una
“proliferación de órganos variopintos (…) [que iban] desde el más modesto local
clandestino de partido o sindicato en algún barrio popular hasta grupos y patrullas
milicianas e incluso instancias teóricamente emanadas de la propia Dirección General de
Seguridad”. Les unía su temprana aparición, la utilización de locales de partidos o
sindicatos o edificios incautados por ellos, o su actividad más o menos clandestina. Allí
eran llevados los “enemigos” y decidían qué hacer con ellos. Aceptando el sentido más
amplio del término, Ledesma recoge la cifra de Cervera y los sitúa en 200, resaltando
aquellos que fueron más célebres. Entre ellos, cabe destacar los órganos adscritos al CNT
– como la checa del Cine Europa –; al PCE – como la de la calle San Bernardo –; al
PSOE; a Izquierda Republicana ; e incluso a los restos de las instituciones de orden
público, como la 1.ª Compañía de Enlace del Ministerio de Gobernación. De todas,
destacaría la “Checa de Fomento” – el CPIP.70
Fernando Jiménez Herrera ha dedicado la mayor parte de su investigación al
estudio de los comités revolucionarios o “checas”, desde el inicio de la sublevación,
cuando empiezan a configurarse, hasta finales de 1936, cuando el control del Estado
empieza a desarticularlos. Su tesis doctoral71 ha contribuido a dar luz a una problemática
que la historiografía especialista del tema había asumido, con más o menos crítica, en sus
estudios. El valor de su trabajo reside en la gran cantidad de archivos históricos a los que
acude para revisar sus extensos fondos.
El 17 de julio de 1936, la guarnición de Melilla se sublevó contra el Estado y la
legalidad republicana. Los rumores no dejaron de correr a pesar del intento de censura
del Gobierno, y los militantes de las diferentes organizaciones políticas y sindicales
comenzaron a movilizarse. La confirmación de la realidad al día siguiente por parte de
Casares Quiroga no hizo sino acelerar el proceso de obtención de armas, por entonces de

70
Ledesma Vera, José Luis, «Una retaguardia al rojo». En Violencia Roja y Azul: España, 1936-1950.
Barcelona, Crítica, 2010, 190-92
71
Jiménez Herrera, Fernando y Faraldo, José María, Universidad Complutense de Madrid, Facultad
de Geografía e Historia, y Departamento de Historia Contemporánea.. Los comités madrileños en 1936
un análisis microhistórico de la represión. 2017.

27
forma clandestina, pero que el nuevo gobierno de José Giral del 19 de julio hizo
legítima72. El control de las armas produjo un empoderamiento de las organizaciones
madrileñas frente a un Estado que veía cómo iba perdiendo las atribuciones que
tradicionalmente tenía otorgadas, especialmente en materia de justicia y orden público.
Ateneos libertarios, casas del pueblo, círculos y agrupaciones socialistas o radios
comunistas, entre otros, sumaron a las tareas culturales o políticas a las que estaban
acostumbrados, las relacionadas con la seguridad y el orden público, la justicia, labores
sociales o de gestión en el área donde estaban situadas73. A partir de entonces, impulsaron
la creación de comités encargados de diferentes tareas, entre ellas y la que principalmente
nos interesa, la defensa de la capital. Así, los militantes, ahora milicianos, lograrían
sofocar la sublevación no solo en Madrid, que es el caso que nos ocupa, sino en muchas
otras ciudades en España.
La investigación de Jiménez ha ayudado a clarificar el papel de los comités dentro
de los primeros meses de una guerra cuyo recorrido aún era incierto. La historiografía ha
asumido la denominación “checa” que la derecha conservadora comenzó a utilizar en
prensa durante los primeros meses del conflicto. Jiménez recoge el significado que
distintos historiadores han atribuido al concepto74 y, siguiendo esa estela, acude a la raíz
de la analogía. En sus trabajos refleja sus investigaciones sobre la Cheká soviética para,
una vez comprendido el sentido de esta institución, comprobar si su comparación con los
comités revolucionarios ayuda en la comprensión del fenómeno. Sin embargo, estudiar la
génesis de esta institución no suponía una novedad en la historiografía, con matices. Si
bien César Vidal también lo hizo, el valor histórico de ambos estudios está lejos de tener
el mismo peso. Vidal estudió el fenómeno con una intencionalidad clara: acusar al
Gobierno republicano de implantar una sangrienta institución en España. No creyó
necesario hacer un estudio comparativo, a pesar de que sería lo mínimo exigible a unas
afirmaciones que hermanan ambos fenómenos. En Jiménez, en cambio, encontramos una
metodología histórica muy rigurosa, como ahora comprobaremos.

72
Ruiz, Julius, El terror rojo, Madrid, Espasa, 2012, 59-60
73
Jiménez Herrera, Fernando, «Capítulo 1. Detrás del “Terror rojo”. Los comités madrileños durante
el verano-otoño de 1936». En Madrid, una ciudad en guerra (1936-1948). Catarata, 2016, 32
74
Jiménez Herrera, Fernando, «¿Hubo checas en el Madrid de la Guerra Civil? Estudio comparado de
la policía política soviética y los comités revolucionarios españoles (verano-otoño 1936)». Hispania
Nova: Revista de historia contemporánea, n.o 17 (2019): 74

28
Las diferencias que guardan entre sí ambos organismos son numerosas y tienen
que ver con cuestiones clave de su origen y funcionamiento. Fundamentalmente, se
distancian en cuanto a su creación y razón de ser, en su conexión con el Gobierno y en su
regulación interna, en los dilemas morales que se plantean en relación al ejercicio de la
violencia, en su propia concepción legal y en la ideología de sus integrantes o en lo
espacios que ocupan. Jiménez considera que no existe ni ligazón causal ni semejanza
formal alguna entre la Cheká rusa y los comités madrileños. Si aquella fue un órgano
centralizado, formalizado por un decreto e impulsado por un poder estatal, estos
procedían de organizaciones políticas diversas, sub-estatales y, en ese sentido, tenían
cierto grado de autonomía. Apunta, acertadamente, que el hecho de compartir el ejercicio
de una violencia que consideraban revolucionaria no implica que hubiera, en el caso
español, un intento de emularla. Jiménez piensa que ocurría justamente lo contrario:
“poseían una función de poder a escala micro, que contrastaba con la intención
centralizadora del ejercicio de la violencia de la institución rusa” 75.
El estudio comparado de estos dos organismos lleva a Jiménez a negar la validez
del término “checa” aplicado a los comités revolucionarios españoles. Hablar de “checas”
para referirse a los comités revolucionaros supone homogeneizar la actuación de unos
comités que, si por algo se caracterizaban, era por su gran heterogeneidad. Además, su
uso simplifica o reduce a sus actividades violentas la acción de los miembros de los
comités, que quedaban bajo la sombra de “chequista”, consiguiendo así la propaganda
franquista generar la idea, entre los suyos, de un enemigo irreconciliable76. Sin embargo,
esta situación distorsionaba una realidad mucho más compleja. Los comités se crearon a
partir del personal perteneciente a los diferentes centros adscritos a las organizaciones,
partidos y sindicatos obreros. Estas personas se adscribían al comité a título personal, es
decir, al margen del centro, y sus actividades se hacían de forma independiente. A las
ocupaciones a las que estaban acostumbrados estos centros – eran espacios donde
confluían diferentes planteamientos culturales, educativos, propagandísticos y
emancipadores al servicio de la clase obrera77 – se sumaron otras relacionadas con la
nueva situación bélica, sin desplazarlas. Asumieron funciones humanitarias, como el

75
Jiménez, Los comités…, 107
76
Ibíd.: 439
77
Ibíd.: 172

29
envío de material alimenticio o prendas al frente, el reparto de alimentos, la instalación
de comedores o la gestión de cooperativas ligadas a la industria o la producción agraria78.
Como Ponce y Sánchez señalan, uno de los elementos que lastran el quehacer
historiográfico reside, justamente, en el empleo de determinados conceptos que suelen
desdibujar sus límites y, al final, terminan por vaciarlos de contenido. El historiador debe
ser consciente del ámbito al que va dirigida su investigación – divulgación o círculos
académicos –, empleando el lenguaje y terminología pertinentes, pero esto no conlleva
la utilización conceptos que den lugar a confusión y equívocos. Además, su uso tiene
detrás su propia historia. Para el caso de las “checas”, encontramos el origen del empleo
de este concepto en publicaciones de medios de derechas que buscan un determinado
objetivo. Como cualquier otra disciplina, la historia cuenta entre sus herramientas con un
lenguaje técnico que posibilita la comunicación fluida en los círculos académicos.
Insertar en el discurso histórico acepciones determinadas por círculos mediáticos o
corrientes de opinión pública solo facilitan ambigüedades que dificultan el ejercicio de la
profesión.79
Resulta problemática la asignación de categorías morales al empleo de
determinados conceptos, pues en determinadas ocasiones lleva a catalogar en una
determinada tendencia política al historiador. Hablar de centros cuando nos referimos a
las checas no implica rebajar las funciones represoras que en un momento dado
ejercieron. En este sentido, fuera de los círculos académicos se tiende a situar a los
historiadores e historiadoras en una u otra trinchera ideológica, no tanto en función de su
labor investigadora, sino del uso que dé a determinados conceptos. Sin embargo, son la
metodología y el rigor historiográfico los elementos que invisten un trabajo de valor
científico, y no la presencia o ausencia de una determinada posición política del
historiador. De acuerdo con esto, es posible configurar diversas interpretaciones de la
historia – algo que enriquece la disciplina – llevando a cabo un uso riguroso de los
términos.80
Siguiendo este hilo, Jiménez plantea la banalización del término “checa” que ha
protagonizado la historiografía de la guerra civil. Al igual que la palabra fascista, “checa”

78
Ibíd.: 16-17
79
Ponce Alberca, Julio y Sánchez González, Irene, “No sólo represión. Dictadura franquista,
conceptos históricos y categorías morales”, en Hispania Nova: Revista de Historia Contemporánea,
nº 10 (2012): 3-5
80
Ibíd.: 1-3

30
es uno de esos términos que, por su continuo uso a lo largo de la historia, ha sufrido una
devaluación y una pérdida de significado81. Utilizar el término “es una expresión
reduccionista y heterogénea que no ayuda a la comprensión del pasado”82. Es cuando
acudimos a su genealogía cuando comprobamos lo ineficaz que resulta para describir el
fenómeno, como hemos podido constatar. Distinto resultaría emplearlo con el objetivo de
los sublevados: como forma de desacreditar la República en el panorama internacional,
relacionándola a la URSS83. Jiménez recurre a la prensa para corroborar cómo el término
ya había sido introducido en el imaginario social bajo connotaciones peyorativas que
hacían pensar en una violencia en masa y despiadada. Además, deshumanizaba al
enemigo ligándolo a injerencias externas enfrentadas a la “idea de España” promovida
por los golpistas84.
Para Jiménez, la elaboración de leyes o la creación de cuerpos de seguridad o
centros – como las Milicias de Vigilancia de Retaguardia o el Centro Provincial de
Investigación Pública, respectivamente – responden a la búsqueda del Estado republicano
de frenar la acción autónoma de los comités en relación a la justicia y el orden público.
Incluían así la revolución en el aparato estatal, pudiendo así controlarla y limitarla85.

Capítulo III. Paracuellos o la violencia en masa


En este capítulo se estudian las “sacas” masivas de presos de diferentes cárceles
de Madrid que se produjeron en el periodo comprendido entre el 7 de noviembre y 4 de
diciembre de 1936, y terminaron con la vida de miles de personas en las afueras de los
municipios de Paracuellos del Jarama y de Torrejón de Ardoz. Suponen uno de los
sucesos históricos que más problemáticas han generado a la hora de estudiar la guerra
civil y, en concreto, la violencia política en retaguardia republicana, dando lugar a las
más diversas interpretaciones. Las historiadoras e historiadores que han intentado
explicar o narrar lo sucedido lo han hecho haciendo – u omitiendo – una serie de
consideraciones previas que tienen que ver con la existencia de puntos oscuros que

81
Jiménez, Los comités…: 34
82
Ibíd.: 107
83
Ibíd.: 33
84
Ibíd.: 438-39
85
Ibíd. 440

31
dificultan su labor a la hora de afirmar la realidad de los hechos. Es esta acción u omisión
la que nos va a permitir valorar la calidad de la metodología aplicada por el historiador o
la prudencia a la hora de afirmar hechos sobre los que aún pesan ausencias de elementos
clave en su explicación. Dado el carácter dialéctico de la disciplina histórica, las
afirmaciones que cierran una discusión sobre la que aún existen lagunas nos alejan de
nuestro propósito último: entender y explicar el hecho histórico en su contexto teniendo
en cuenta todas las variables en que se inscribe. Asumido esto, iremos viendo la diferente
forma que tienen los historiadores e historiadoras de abordar estos sucesos.

1. El primer registro historiográfico


Hugh Thomas dedicó algunas líneas a los sucesos de Paracuellos en su estudio
sobre la guerra civil española. Se apoya en Koltsov, corresponsal del diario Pravda en
Madrid; en el trabajo de Galíndez; en el de Irzaga; y en la CG.86 Afirma que el primero,
Koltsov, asumió la responsabilidad de sacar de Madrid a los principales presos políticos
de la Cárcel Modelo, tras la marcha del Gobierno a València la tarde del 6 de noviembre.
Serían asesinados en las inmediaciones de Paracuellos, primero, y en San Fernando de
Henares y Torrejón de Ardoz, después, un gran numero de personas que Thomas no
especifica.87
El estudio sobre las matanzas de Paracuellos del hispanista Ian Gibson88 marcó un
antes y un después en la investigación histórica de las matanzas en masa de noviembre y
diciembre de 1936. Como él mismo precisa, su intención no fue estudiar todas las
violencias que ocurrieron en la retaguardia republicana en 1936, sino que investiga cómo,
cuándo, quiénes y cuántas víctimas se cobraron aquellos hechos. Su propósito no es otro
que ayudar en la búsqueda de la verdad sobre lo ocurrido en ambos bandos de la guerra
para “avanzar con pie firme por el camino de la construcción de la gran España moderada,
fraternal y generosa con la que sueñan la inmensa mayoría de los españoles”89.
Su investigación vio la Causa General como una fuente novedosa para el estudio
de la violencia republicana, puesto que en 1980 sus fondos fueron trasladados al Archivo
Histórico Nacional y pudieron ser consultados por los investigadores. Aprovechando
esto, no deja de criticar su inmediata procedencia y asume que, dentro de las declaraciones

86
Veremos el papel de estas personas más abajo
87
Thomas, La guerra… 363-65
88
Gibson, Ian. Paracuellos, cómo fue. Barcelona, Argos Vergara, 1983
89
Ibíd.: 7-8

32
de presos que recoge, se mezclan “verdades y mentiras fuertemente condicionadas por
las circunstancias en las cuales se prestaban”90.
El primer número del Boletín Oficial de la JDM, que Gibson recoge, revela la
decisión de la Junta de acabar con las “policías paralelas” y de centralizar toda actividad
dirigida a reprimir la “quinta columna”, permitiendo así su control. En el Boletín
encontramos disposiciones firmadas por Carrillo, Consejero de Orden Público de la JDM,
que creaban en la DGS un Consejo presidido por el delegado de la Consejería de Orden
Público (Segundo Serrano) y vicepresidido por el subdirector general de seguridad
(Girauta). La labor de este Consejo se relacionó con “el mantenimiento de detenciones y
libertades, así como también el movimiento, traslado, etc. de detenidos”91, y estaría
subordinado a la Consejería de Orden Público. Gibson, que se apoya en las declaraciones
en la Causa General de Rascón, Torrecilla y Muñoz, sostiene que el Consejo asumió las
tareas que anteriormente desempeñaba el CPIP. Se habían transferido cinco de sus
mejores miembros y los archivos del Comité, al Consejo. Concluye de esta forma: “con
los ficheros y servicios tanto del CPIP como de la Secretaría Técnica de la DGS en la
mano, a la Consejería de Orden Público de la JDM no le faltaban medios para asegurar,
bajo su único control, la organización centralizada de la represión de la «quinta
columna»”92.
Con Diario de la guerra española de Mijail Koltsov, corresponsal de Pravda en
Madrid, Gibson se acerca a los días previos a las grandes sacas. El soviético detestaba la
desorganización que reinaba en las cárceles de Madrid y continuamente recordaba la
necesidad de dar solución a ese problema. Solución que, finalmente, el Gobierno evitó
tomar antes del abandono de Madrid la tarde del 6 de noviembre.93
Veamos con qué fuentes reconstruye Gibson las “sacas” masivas de presos de las
principales cárceles del Madrid de noviembre de 1936 – que fueron la Modelo, San
Antón, Porlier y Ventas –. Los diarios y memorias de los presos presentes en la Cárcel
Modelo cuando se efectuaron las “sacas” son una de ellas. Los de “El Duende Azul”
(Antonio Cobanela Caamaño), “El preso 831”, G. Arsenio de Izaga o el padre agustino
Carlos Vicuña Murguiondo le permiten establecer la cronología de los sucesos para los

90
Ibíd.: 21-22
91
Boletín Oficial de la Junta de Defensa de Madrid, número I, 13 de noviembre de 1936, 1-2, citado
en Gibson, Ibíd.: 38
92
Ibíd.: 34-51
93
Ibíd.: 54-72

33
días 7 y 8.94 Junto a estos, resulta imprescindible el testimonio de una fuente que, para
entonces, no había sido citada en España: el diplomático Félix Schlayer, de la Legación
de Noruega, se preocupó por la situación de los presos políticos en las cárceles de
Madrid95. De sus frecuentes visitas a las cárceles, y de su reunión con Carrillo el mismo
día 7 de noviembre, Schlayer declaró ante los jueces de la Causa General que el consejero,
al menos ese día y debido a la situación de “anarquía”, no tuvo constancia de lo
sucedido.96
Junto a Schlayer, resulta fundamental entender el papel del doctor Henny, médico
de la Cruz Roja Internacional en España, que también se preocupó por la situación de los
presos políticos de las cárceles madrileñas y realizó gestiones en su favor. Henny sufrió
un ataque aéreo en su regreso a Ginebra, del que Schlayer no duda en hacer responsable
al “Gobierno rojo”. Adelardo Fernández Arias, refugiado en la Embajada argentina y
colaborador de Henny, coincide en esto con Schalyer, y en su libro, Madrid bajo «el
terror»97 señala que Henny se llevó la bala que le extrajeron de la pierna a Ginebra,
demostrando su análisis que pertenecía a las usadas por aviones “rojos”; además,
entregaría su “informe terrorífico”. Gibson envió estos textos al Comité Internacional de
la Cruz Roja, que desmintió el análisis de la bala y la existencia de documentos
reveladores acerca de las sacas de las cárceles de Madrid.98
Para estudiar la cifra de víctimas, Gibson estudia los oficios recogidos en la Causa
General, donde se indicaban órdenes – para los presos de las distintas cárceles – de
traslado a la prisión de Alcalá de Henares, al penal de Chinchilla, o de puesta en libertad.
La relación de nombres es entonces contrastada con las listas que el periódico El Alcázar
publicó el 3 de enero de 1977, que nuestro autor no critica de ninguna forma99. Apunta
que aunque los nombres de los presos “sacados” no apareciesen en estas listas, pudieron
también ser fusilados. Los oficios estaban firmados por Serrano Poncela o Girauta, que
ya vimos que pertenecían al ámbito de la DGS.100 Gibson sitúa en 2.400 la cifra
aproximada de presos “sacados” de las cárceles entre el 7 de noviembre, momento de la

94
Ibíd.: 79
95
Ibíd.: 109. Gibson le define como un “derechista antimarxista”, conocido por su simpatía con los
sublevados
96
Ibíd.: 121
97
Citado en Ibíd.:130-31
98
Ibíd.: 127-34
99
Más abajo, veremos cómo Cervera polemiza con Gibson por el tratamiento que dio a estas listas
100
Ibíd.: 135-74

34
toma de posesión de la JDM, y el 4 de diciembre, cuando el anarquista Melchor Rodríguez
fue nombrado delegado especial de prisiones, cuya intervención fue decisiva para
terminar con estas “sacas”. Lo hace de acuerdo a los datos de la Asociación de Familiares
de los Mártires y de la Causa General de Madrid.101
El estudio de Gibson termina con las responsabilidades. Valora la posible
colaboración de asesores rusos que presionaron a sus camaradas españoles del PCE,
organización en quien recaería la mayor parte de responsabilidad, debido a su hegemonía
dentro del Consejo que estableció Carrillo en la DGS. Para nuestro autor “todo funcionó,
tanto en Paracuellos del Jarama como en Torrejón de Ardoz, con la precisión de una
máquina bien engrasada. De improvisación, nada. De intercepción, nada. Fue una
operación cuidadosamente montada desde Madrid”. Gibson piensa que, aun no teniendo
constancia de las “sacas” de los días 7 y 8, Carrillo tuvo que conocer el resto. En su
estudio, recoge una entrevista que hizo al ex consejero102, donde explica sus recuerdos de
los sucesos, que contrasta con sus investigaciones. Concluye argumentando que tanto
Carrillo como Serrano Poncela prefirieron “no darse por enterados de lo que ocurría,
aparentando ignorar la existencia de un sistema de terror muerte implantado antes de su
llegada al poder” que continuó durante su mandato. Con todo, no debemos olvidar la
importancia del contexto de asedio que vivió el Madrid de noviembre de 1936,
determinante para impulsar los sucesos.103

2. La literatura revisionista
Ricardo de la Cierva tiene una intención clara cuando estudia los sucesos de
Paracuellos: hacer de Santiago Carrillo el principal responsable. De hecho, en el libro que
hemos venido usando para exponer su interpretación de los “incontrolados” y las
“checas”, el capítulo dedicado a estos episodios de violencia en masa, se llama
“Paracuellos y la represión: Carrillo es culpable”104.
Si toda investigación parte de una hipótesis, De la Cierva prescinde de ella y parte
de una premisa clara: al redactar la primera versión del capítulo, tenía asumida la
responsabilidad de Carrillo. 105 Podemos prever así una narración de los sucesos dirigida

101
Ibíd.: 184-91
102
Ibíd.: 192-22
103
Ibíd.: 223- 38
104
Cierva, Historia esencial…, 409-27
105
Ibíd.: 409

35
a desprestigiar a un dirigente político concreto en una coyuntura histórica determinada,
más que a explicarlos.
La ausencia de cualquier atisbo de crítica hacia las fuentes por parte de nuestro
autor es constante a lo largo del libro, y en concreto en este capítulo. Se limita ha
valorarlas positiva o negativamente en función de si le ayudan a conseguir su propósito.
Así, si el análisis del profesor Aróstegui106 se convierte en “lamentable”, el de Gibson107
es una “cuidadosa investigación”, y el del general Salas Larrazábal una “magna obra de
investigación”, que dispone de las “cifras más fiables”. No espere el lector de De la Cierva
encontrar un análisis más profundo de las aportaciones de estos autores.
Apoyándose en Gibson, Salas Larrazábal y Carlos Fernández, concluye que
disponemos de los “datos definitivos”: sitúa en 16.449 las víctimas “producidas por el
Frente Popular”, y en unos 2.400 las procedentes de las “sacas” producidas entre el 7 de
noviembre y 4 de diciembre de 1936.
Junto a las publicaciones de estos autores, De la Cierva dispone de otra serie de
fuentes con las que intenta sustentar su premisa inicial. De nuevo, no encontramos
ninguna señal de crítica. En el Pleno Ampliado del PCE celebrado en València en marzo
de 1937, apunta que Carrillo “reconoció su responsabilidad”. En el testimonio en la CG
de Manuel Rascón – miembro de la Comisión de Interrogatorios creada por Carrillo –,
disponemos del “dictamen claro” de la responsabilidad de Carrillo. Jesús de Galíndez,
en su libro Los vascos en el Madrid sitiado108, le hacía responsable. Nuestro autor hace
resaltar su posición favorable hacia la República como si fuese un factor que enriqueciera
las fuentes a las que recurre por el mero hecho de pertenecer a los dos bandos. Koltsov,
en su Diario de la guerra de España109 atribuye al PCE la responsabilidad. La declaración
de Ramón Torrecilla –comunista y miembro del consejo de Orden Público – en la CG le
permite hacer al ministro de Gobernación, Ángel Galarza, último responsable110. Por
último, es el Acta de la Reunión del Consejo de la JDM del 11 de noviembre la que supone
la “prueba final sobre la responsabilidad personal de Carrillo” al dejar en evidencia las

106
En Tuñón de Lara, Manuel et al., La Guerra Civil Española: 50 años después. Barcelona, Labor,
1985
107
Gibson, Ian. Paracuellos, cómo fue. Barcelona, Argos Vergara, 1983.
108
Galíndez, Jesús De. Los Vascos En El Madrid Sitiado. Buenos Aires, Vasca Ekin, 1945
109
Koltsov, Mijail, Diario de la guerra de España, París, Ruedo Ibérico, 1963
110
A estas alturas, no esperemos encontrar ningún comentario sobre la Causa General. Más abajo,
veremos cómo otros autores – especialmente José Luis Ledesma – han realizado análisis críticos de
esta fuente.

36
responsabilidades que tenía por el puesto que ocupaba en la JDM. De la Cierva cierra el
debate y concluye, afirmando: “la responsabilidad del Gobierno de la República, de la
Junta Delegada de Defensa de Madrid, de la Consejería de Orden Público y de los
asesores soviéticos apoyados por el PCE en las matanzas de Madrid durante el mes de
noviembre y los primeros días de diciembre de 1936”111.
Ya hemos visto el tratamiento de las fuentes primarias que hace el general Casas
de la Vega. Para los sucesos de Paracuellos, acude a la Causa General, a los libros de
Koltsov y Schlayer, a listas del periódico El Alcázar – que si bien Gibson apenas criticaba,
nuestro autor prácticamente ensalza, considerándolas muy fiables112 –, y resalta la
importancia de las listas del oficial valenciano, Funcionario de Prisiones, presentes en la
CG. Su interpretación de los hechos se enmarca en la línea de De la Cierva y busca, con
pruebas “definitivas”, hacer responsable a Santiago Carrillo y al gobierno de la República,
personificado en Largo Caballero, Galarza, Muñoz y Girauta.113 Estas pruebas las obtiene
de la CG, pero añade un libro, Discursos pronunciados en el Pleno Ampliado del Comité
Central del Partido Comunista de España, celebrado en Valencia los días 7 y 8 de Marzo
de 1.937”114. En él se registran las palabras de Carrillo, que pedía contundencia en la
acción contra la quinta columna, y la resolución del pleno, que reflejaba esas peticiones.
Son estas pruebas suficiente para sus propósitos iniciales. Para terminar, señalamos que
Casas sitúa en 2.530 las víctimas de las “sacas” de las cárceles madrileñas en noviembre
de 1936115.
Stanley G. Payne acude al Acta de la reunión del Comité Nacional de la CNT
celebrado en Madrid el 18 de noviembre de 1936 – que recoge Martínez Reverte – para
afirmar que la JDM, considerando el peligro que suponían los miles de oficiales en las
prisiones, y empujada por soviéticos, comunistas, socialistas y anarquistas, ordenó la
“ejecución inmediata de todos los fascistas y elementos peligrosos”. Como otros autores
que hemos visto, insiste en la idea de la autoría de Santiago Carrillo como consejero de
orden público de la JDM, bajo cuya labor se ejecutaron unas 2.500 personas y fueron
arrojadas a fosas cercanas a Paracuellos del Jarama y localidades situadas al este de la

111
Cierva, Historia esencial… 409-20
112
Casas de la Vega, El terror… 178
113
Ibíd.: 172
114
Citado en Ibíd.: 238
115
Ibíd.: 223

37
capital116. En el siguiente apartado, veremos el exhaustivo análisis que realiza Cervera
para rebajar esta cifra a unas 2.000 personas, pero resulta comprensible que Payne no
recoja esta cifra pues no hace ninguna referencia a este historiador a lo largo de su libro,
a pesar de que la investigación de Cervera sea anterior a su publicación.
César Vidal, a pesar de reconocer que los sucesos de Paracuellos “siguen
provocando caldeadas controversias a casi tres cuartos de siglo de distancia”, no hace uso
de ninguna fuente que aporte alguna novedad. Reproduce una narración en la línea de las
publicaciones que hemos visto con De la Cierva o Casas de la Vega. Por ello, nos
limitamos a señalar que explica el papel que desempeño Carrillo en las matanzas pero
intenta reflejar el sentir común de todas las fuerzas del Frente Popular en torno a la “idea
de exterminar a todos los adversarios políticos”117. Pío Moa señala, en la línea de lo que
comentamos en el Capítulo 1, que “la discusión sobre la autoría de las masacres no ha
cesado”, para luego afirmar que las matanzas “fueron conocidas y sin duda aprobadas por
el ministro de la Gobernación, Galarza, y por otros ministros, así como por el director
general de Seguridad, Muñoz. La organización corrió a cargo de la JDM, de la que
Carrillo era consejero de Orden Público”. Concluye, al menos sin afirmar, que “se trató
muy probablemente de una operación patrocinada por la NKVD y cumplida de buen
grado por autoridades españolas que tenían a los soviéticos por modelo”118.

3. Nuevos enfoques. Hacia la multidisciplinariedad


Javier Cervera, dentro de su tesis doctoral, dedica un capítulo a las sacas de presos
de noviembre de 1936 en Madrid. En el examen de estos hechos tiene en cuenta los vacíos
existentes en las fuentes para evitar afirmaciones que, en caso de hacerlas, van paralelas
a la prudencia que el análisis historiográficamente considerado requiere.
Para conocer los días en que tuvieron lugar estas sacas y asesinatos, Cervera acude
a la documentación de la DGS y a los testimonios de la CG de Madrid.119 Apunta que,
entre los días 7 de noviembre y 4 de diciembre, se produjeron 33 expediciones masivas

116
Payne, La guerra… 137
117
Vidal, Checas de…. 129
118
Moa, Los mitos…334-35
119
Cervera, Violencia política y…: 780

38
de presos, de las que 23 acabaron con la vida de todos sus integrantes y las 10 restantes
alcanzaron el destino previsto120. El método era el siguiente:

“Las extracciones de presos de las cárceles se hacían con listas elaboradas y


además se acompañaban de una notificación de carácter oficial con membrete de
la DGS y, en ocasiones, añadido el Delegado de Orden Público de la JDM,
Segundo Serrano Poncela. La “excusa” que se alegaba para requerir a los presos
era que iban a ser supuestamente puestos en libertad o trasladados a otra prisión
(fundamentalmente a Alcalá de Henares o a Chinchilla).”121

Acudiendo a testimonios orales y a declaraciones en la Causa General, Cervera


reconstruye cómo eran llamados los presos para su “traslado” o “puesta en libertad”,
además de su posterior transporte, en autobuses de dos pisos o camiones.
En cuanto a su número, Cervera es claro: “a estas alturas de nuestra investigación
no estamos en condiciones de precisar con total exactitud el volumen total de las víctimas
de estos sucesos”. Se conocen cifras parciales, de algunos días. En este sentido, Cervera
polemiza con Gibson en cuanto al valor que da al periódico “El Alcázar” por la relación
de víctimas que publicó en el número del 3 de enero de 1977. Considera que no debió
emplear este listado con “mucho rigor”, dada la abundancia de errores que ha podido
encontrar. Pone en tela de juicio la cifra que da Gibson “en su mediocre y más que
discutible obra, que se apoya demasiado en estas listas”, de en torno a 2.400 víctimas. Un
número similar daba el general Casas de la Vega, de cuyo listado Cervera encontró
inexactitudes, repeticiones de nombres, errores en la fecha, lugar y circunstancias de la
muerte de la víctima, o personas que aún viven. Nuestro autor zanja el asunto situando el
volumen de víctimas en algo más de 2.000 asesinados en Paracuellos y Torrejón. Para él,
el número no es tan importante como la inmoralidad en sí que suponen estos hechos.122
Cervera afirma que “las víctimas no respondían a una elección irreflexiva (…) Se
trataba de listas de presos elaboradas con cuidado, nunca, en absoluto, algo ejecutado al
azar”123. En cuanto a las responsabilidades, nuestro autor se muestra muy comedido a la
hora de hacer afirmaciones concluyentes, debido a los elementos que ya hemos señalado.
De cara a esclarecerlas, conviene precisar dos aspectos legales que el Reglamento del
Servicio de Prisiones señala. Dado que la mayoría de los presos que ingresaron en las

120
Ibíd.: 780-81
121
Ibíd.: 782
122
Ibíd.: 786-89
123
Ibíd.: 784-85

39
cárceles aún no habían sido juzgados, dependían del Gobernador Civil y no del Director
General de prisiones. Sin embargo, las órdenes de libertad o traslado se hacían con
órdenes que venían de la DGS y la firma de su titular o del Delegado de la Consejería de
Orden Público de la JDM, Segundo Serrano Poncela. Según el Reglamento, sólo los
presos sentenciados serían responsabilidad de la Dirección de Prisiones, pero la JDM creó
el Consejo de Investigación de la DGS que se encargaría de detenciones, libertades y
traslados. Concluye que la autoría de las expediciones la podemos encontrar en centros
oficiales o personas con poder en las mismas, relacionados con el control del orden
público. Todo parece apuntar al entorno de la DGS. 124
Diferencia entre quienes tuvieron una responsabilidad directa o indirecta.
Comenzaremos repasando las directas. Argumenta cómo ni anarquistas, socialistas o
republicanos, ni el Gobierno ni sus tribunales de Justicia, fueron responsables de las
expediciones. Así, no lo llega a afirmar pero piensa que la responsabilidad directa estaría
en sectores comunistas. Los anarquistas tendían a practicar los “paseos”, y no elaboraban
selecciones en listas. El Gobierno marchó a València la tarde del 6 de noviembre y no le
interesaba patrocinar unas matanzas que terminarían por enterrar el prestigio que estaba
intentando mantener de cara al resto de países. Dentro del ámbito del Gobierno, donde se
incluiría la DGS, Cervera excluye a su titular, Manuel Muñoz, a quien vimos cómo Casas
de la Vega trataba de culpar. Lo argumenta con su huida con el Gobierno y con que la
última orden con su firma, del día 7, cuando empiezan las sacas, estaba manipulada. En
cuanto a los Tribunales Populares, ya hemos comentado cómo el Reglamento no les
capacitaba para liberar o trasladar presos; además, después del 4 de diciembre, son
numerosos los casos en que reclaman al inculpado para su comparecencia y comprueban
que no se encontraba en la cárcel, de lo cual tendrían constancia en caso de haber
participado.125
Santiago Carrillo vuelve al centro del estudio cuando Cervera examina la posible
responsabilidad de los comunistas, pero puntualiza que “no se puede acusar, con base y
según los datos que hoy poseemos, al entonces Consejero”. Sin embargo, la persona que
estuvo detrás debía estar en la DGS, y esa persona dependía de la Consejería de Carrillo.
Para Cervera, las firmas de las órdenes no pueden servir para responsabilizar a alguien,
puesto que una Orden del 23 de octubre del Ministerio de Gobernación autorizaba al

124
Ibíd.: 790-92
125
Ibíd.: 792-96

40
Director General de Seguridad a firmar con estampilla, lo que permitiría falsificarlas. La
que más aparece es la de Segundo Serrano Poncela, Delegado de la Consejería de Orden
Público en la DGS, nombrado por Carrillo. Cervera apunta que su rúbrica pudo ser
falsificada o que pudo firmar él mismo las órdenes a la vez que otros papeles. Sin
embargo, y debido a su fallecimiento, “se llevó con él gran parte de la verdad”126.
Cervera otorga consistencia a la hipótesis que sitúa el origen de los sucesos en los
asesores soviéticos, entre los que encontramos a Koltsov y Berzin. El primero, tras su
llegada, pronto estableció contacto con importantes cuadros comunistas y destacó la
gravedad del que consideraba “problema de las cárceles”. El segundo, responsable de la
actividad de los soviéticos en Madrid, de entre las autoridades republicanas en Madrid se
relacionó principalmente con Carrillo. En cuanto a su posible intervención, encontramos
una serie de interrogantes a los que nuestro autor no puede responder por la escasez de
pruebas. Cervera plantea una posible relación entre el interés de los soviéticos por el
orden público y la situación de las cárceles con la organización de las expediciones
masivas – que, como hemos visto, tuvieron mucha relación con la actuación de la DGS.
El diferente final de las sacas – traslado o muerte – tampoco puede explicarse con las
informaciones que disponemos.127
Los tres policías de la DGS encargados de organizar las sacas – como
representantes del Consejo de Investigación de esta entidad en las prisiones de Ventas,
Porlier y San Antón – eran comunistas y acompañaron las expediciones hasta su final. Un
cuarto llevaba las órdenes de traslado o libertad. Para Cervera, “no es concluyente, pero
sí significativo, que quienes estaban encargados de poner en marcha estos hechos fueran
sólo comunistas” y no de cualquier otra organización. Sin embargo, recuerda que el
“capítulo de las responsabilidades directas, como se ve, está aún muy oscuro”128.
Nos ocuparemos ahora de repasar las responsabilidades indirectas. En estas,
Cervera no duda en incluir a Carrillo. Si bien pudo no tener noticia de las sacas de los
primeros días – algo que corrobora Schlayer, que se había reunido con el general Miaja y
el mismo Carrillo el día 7 – a partir del 9 o 10 tuvo que enterarse de ellas. En entrevistas
como la que concedió a Gibson asegura que, dado el cargo que ocupaba, tenía muchas
preocupaciones encima, y dado el número de muertes que había todos los días en la

126
Ibíd.: 799-800
127
Ibíd.: 800-3
128
Ibíd.: 804.

41
ciudad, “lo cierto es que en ese momento era o ellos o nosotros”129. Cervera recoge la
sesión de la JDM con la que otros autores tratan de responsabilizar a Carrillo para
comprobar que había consenso en la necesidad de la evacuación de la Modelo, que esta
dependía de la Consejería de Orden Público, que el Cuerpo Diplomático se había
interesado por los presos y que, dada la necesidad de «más seguridad exterior», algo
ocurrió para que esta fuera necesaria130.
El Gobierno fue consciente de la situación desde el mismo día 10, cuando los
ministros Irujo y Giral preguntaron por los sucesos y se les respondió con el
desconocimiento de los mismos. Las sacas continuaron hasta el 4 de diciembre, cuando
Melchor Rodríguez fue puesto al frente de la Delegación Especial de Prisiones de Madrid
de la Dirección General de Prisiones. Recordemos que esta, según el Reglamento ya
citado, no tenía la capacidad de llevar a cabo las detenciones, traslados o puestas en
libertad; sin embargo, desde ese puesto consiguió poner fin a los sucesos. Cervera se
pregunta si Carrillo tuvo o no voluntad de hacerlo, reconociendo que quizás tuvo otras
preocupaciones prioritarias a esta en momentos tan críticos para la ciudad de Madrid:
bombardeos casi diarios y una necesidad de acabar con la actividad de los llamados
“incontrolados”.
La realidad es que tras la intervención de Melchor Rodríguez se controló la
situación de las cárceles. “La República fue recuperando el control del orden público en
la retaguardia y en este campo la situación se acercó a la normalidad, en lo que cabía,
dadas las circunstancias”131 concluye Cervera.
Helen Graham señala que para entender el por qué de los sucesos de Paracuellos
debemos tener en cuenta el contexto histórico de noviembre de 1936 y la vulnerabilidad
del Madrid sitiado: “el sentimiento de vivir al límite, de que solo había dos opciones en
la lucha (la supervivencia o la destrucción), envuelve los días de noviembre, y aumentó
muchísimo el miedo y el odio hacia el enemigo interno”. Recoge la cifra de Gibson de
1.200 víctimas para los días 7 y 8 de noviembre de 1936 en los pueblos de Paracuellos
del Jarama y Torrejón de Ardoz. El gran número de asesinatos hace pensar a Graham en
la existencia de un plan previo y en la participación de agentes de la DGS, “que seguían
las órdenes de Valencia tanto en el momento de los primeros traslados del 7 y 8 de
noviembre como durante la mayor parte del mes”. Esto, junto a las evasivas respuestas

129
Ibíd.: 813
130
Ibíd.: 805-6
131
Ibíd.: 813

42
del ministro de Gobernación Galarza – preguntado por los ministros Irujo y Giral –,
sugiere que la responsabilidad iría más allá de Santiago Carrillo y Segundo Serrano,
Consejero de Orden Público en la JDM y su delegado, respectivamente.132
Graham valora la posible influencia comunista de forma indirecta de la mano de
Koltsov, cuya preocupación por la situación en las cárceles sería escuchada en la medida
que “reproducía los temores de los mismos defensores republicanos”.133 Lo que marca la
diferencia de su interpretación es la valoración que hace de Melchor Rodríguez. Reconoce
la importancia de su decisiva intervención para frenar las “sacas” pero, a su vez, considera
que sigue siendo “una figura controvertida”. En el Acta de la reunión de la JDM del 15
de abril de 1937, observa su “sorprendente comentario culpando a los mismos
republicanos de los bombardeos de Madrid por la violencia popular en la retaguardia”,
que recuerda Cazorla en la reunión.134 En general, la mayoría de historiadores e
historiadoras valoran positivamente la figura de Melchor Rodríguez, y debemos esperar
a Graham para encontrar una crítica a su figura.
Ángel Viñas argumenta, dentro su riguroso estudio de los sucesos de Paracuellos,
la importancia del vector soviético, apoyándose en numerosas fuentes documentales.
Orlov, agente de la NKVD, estuvo presente en el otoño de 1936 Madrid. Por su parte,
Iosif Grigulevich135, agente también de la NKVD, llegaría a España en octubre. Grig se
presentó en primer lugar a Carrillo, que le remitiría a Orlov, y sería derivado a la DGS,
donde encabezó un “grupo especial” dedicado a “tareas sucias”. Dependería de las
órdenes de Orlov. Del Archivo Ruso Estatal Militar (RGVA) de Moscú, Viñas analiza un
informe sobre las actividades del grupo de asesores soviéticos en Madrid para el periodo
que va entre noviembre de 1936 y marzo de 1937, redactado por el agregado militar
Gorev. En él se habla de los “vecinos” – los agentes de la NKVD – como quienes
“hicieron mucho para impedir una sublevación interna”. Gorev también hace referencia
al tantas veces referenciado periodista del Pravda, Koltsov, que cumplió sus órdenes de
forma leal. Orlov o, en su defecto, Grig, sugerirían a Pedro Checa, secretario de
organización del PCE, liberar Madrid del enemigo interno.136

132
Graham, La República… 210-13
133
Ibíd.: 214
134
Citado en Ibíd.: 494
135
Las informaciones de Grig son documentas por Viñas mediante tres de sus biografías. En Viñas,
Ángel, La sombra letal de Paracuellos en El escudo de la República: el oro de España, la apuesta
soviética y los hechos de mayo de 1937. Barcelona, Crítica, 2007, 60
136
Ibíd.: 56-68

43
Viñas recoge un informe de la policía republicana sobre el caso Nin, que obtiene
del Archivo de la Fundación de Indalecio Prieto (AFIP)137, que le permite reforzar la tesis
de una conexión de la Consejería de Orden Público con la NKVD, pues muestra que “los
expertos de la NKVD hicieron todo lo posible por ayudar a las incipientes instancias
republicanas a incrementar su efectividad en la lucha contra el común adversario. No
alude para nada al caso de los presos pero indica que la Consejería de Orden Público que
dirigía Carrillo tenía contacto estrecho con los especialistas soviéticos y, al menos en
parte, orientaba sus actividades”138. Para Viñas, la única gran “hazaña” de la NKVD en
tierras españolas fue la “sugerencia” sobre qué con los presos, cuyas huellas “se
encubrieron cuidadosamente”. En la operación, harían sus armas Orlov y Grigulevich,
“cuya biografía resalta su participación activa en otras labores de represión en Madrid en
aquellas fechas”.139
El historiador hispanista Paul Preston estudia los sucesos de Paracuellos
acudiendo a numerosas fuentes, pero no encontramos ninguna que pueda aportar alguna
novedad para esclarecer el tema. Al igual que Cervera, no cae en afirmar nada que no esté
probado y, en la línea de Graham, inserta los sucesos de Paracuellos en la situación de
asedio que estaba viviendo Madrid, y la hipótesis a la que da más credibilidad es la del
protagonismo de los comunistas bajo influencia y asesoramiento soviético.140
Al igual que Payne, Julius Ruiz141 acude al acta de la reunión del Comité Nacional
de la Confederación para el 8 de noviembre de 1936 – presente en el archivo de la CNT

137
Citado en Ibíd.: 75
138
Ibíd.: 75-76
139
Ibíd.: 78
140
Preston, El Holocausto… _
141
Son numerosas las críticas que ha recibido Julius Ruiz de la historiografía profesional. Ledesma
apunta que su trabajo no puede considerarse definitivo ni puede dar “carpetazo” al asunto, y “su
análisis descansa en el fondo sobre bases que despiertan algunas dudas”. En Ledesma Vera, José Luis,
“Las violencias en la zona republicana y sus paradojas”, en Reig Tapia, Alberto y Sánchez Cervelló,
Josep (coord.), La guerra civil española 80 años después: un conflicto internacional y una fractura
cultural, Madrid, Tecnos, 2019, 48. Reig Tapia, por su parte, es más incisivo: “No acertamos a calibrar
tampoco en qué mejora JR en dicho libro su análisis de las prisiones madrileñas y otras muchas
cuestiones íntimamente relacionadas con las matanzas de Paracuellos (tribunales populares, quinta
columna, etc.) a lo dicho por Ian Gibson en su libro pionero o Javier Cervera en su excelente libro
sobre el particular”. Añade, que su objetivo principal “parece apuntar ahora a resaltar o evidenciar lo
más posible las responsabilidades del consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid,
Santiago Carrillo, en tan sanguinarios crímenes, las del PCE fundamentalmente, y también las de los
anarquistas, las de los servicios policiales del Ministerio del Interior e incluso las del mismísimo
Gobierno y su presidente, así como a minimizar el papel e influencia de los asesores soviéticos, que

44
de Ámsterdam – para examinar el supuesto carácter organizado de las sacas de
noviembre142. A diferencia de Payne – quien, recordemos, habló de un empuje soviético,
comunista, socialista y anarquista143 –, Ruiz considera que, a pesar de la mención explícita
a los socialistas, el PSOE no tuvo un papel importante, que recayó en la CNT-FAI y el
PCE. Sin embargo, esto no implicaba que no fuesen conscientes de los sucesos. En
contraposición a la insistencia de Gibson en el carácter organizado de las sacas y
matanzas, Ruiz recoge la ausencia de un proyecto de exterminio en la citada reunión. Para
nuestro autor, los sucesos solo se entienden si los enmarcamos en el contexto de una
guerra contra la supuesta quinta columna de Madrid. Con la violencia en masa, se estaría
acabando con su elemento más visible144.
Para Ruiz, “las masacres acaecidas entre el 7 y el 9 de noviembre fueron como las
ejecuciones del CPIP, pero a una escala mucho mayor”145. Para realizar esta afirmación
acude a la mencionada operación ya existente del CPIP que preveía evacuar los elementos
más peligrosos. Creo conveniente recuperar una de sus tesis principales:

“La colocación de Paracuellos dentro de un marco cronológico más amplio


implica que el largo y estéril debate sobre si el Gobierno republicano «ordenó»
las masacres antes de su salida el 6 de noviembre pierde su importancia. No hubo
directivas del Gobierno para que se realizaran esas matanzas, pero los ministros
clave aceptaron la solución del CPIP (…) Aunque actuó [el CPIP] por propia
iniciativa, recibió la legitimación retrospectiva por sus acciones de manos de
Ángel Galarza y Manuel Muñoz en forma de órdenes de la DGS de evacuación

es como negar la evidencia, la situación del orden público en una ciudad asediada con el enemigo a
las puertas y el Gobierno huido a Valencia. Es el caso que, sin el menor ánimo de minimizar el esfuerzo
de JR, tales pretensiones no son en absoluto novedosas y han sido analizadas por activa y por pasiva
por buen número de estudiosos”. Concluye, señalando que “JR es un historiador competente, pero no
pocas de sus observaciones están equivocadas y faltas de sutileza analítica, hace afirmaciones
apoyadas en los conocidos estudios de Gibson, Cervera, Preston o Viñas para a continuación
contradecirles o desautorizarlos sin contraponer otras fuentes o documentos que avalaran su criterio
como sería de rigor”. Reig Tapia, Alberto. La Crítica De La Crítica. Inconsecuentes, Insustanciales,
Impotentes, Prepotentes Y Equidistantes. Madrid, Siglo XXI, 2017, 372-75.
142
A diferencia de Payne, que recurre a la copia del Acta que hace Martínez Reverte en su libro –
autoras como Graham han cuestionado su dudosa procedencia (Véase Graham, La República… 492-
93) – Ruiz va a acudir directamente al archivo de la CNT, que se encuentra en Ámsterdam, apuntando
que “solamente se encuentran en los archivos del movimiento las actas de esta reunión en particular”:
en Ruiz, El terror… 403.
143
Citado en Payne, La guerra… 137
144
Ruiz, El terror…, 265-71
145
Ibíd.: 284

45
(…) [quienes] mantuvieron una atmósfera permisiva (…) hasta el 6 de
noviembre”.146

Esa atmósfera permisiva la recrea Ruiz acudiendo – como ya hizo Gibson en su


día – a la ya mencionada conversación por teletipo de Galarza con Irujo y Giral. Debo
destacar, además, que Ruiz no hace ninguna mención al Reglamento de prisiones ni a la
Orden del Ministerio de Gobernación que autorizaba al Director General de Seguridad a
firmar con estampilla, elementos que Cervera sí tenía en cuenta para estudiar las
responsabilidades de cada quién. En cuanto al papel de Carrillo, Ruiz recoge las tesis de
Cervera o de Helen Graham, pero critica la de Ángel Viñas – de “relativa culpabilidad”
–, pues que cree que se basa en dos suposiciones falsas: la primera, el supuesto
desconocimiento del consejero del traslado de más de 1.000 reclusos; y la segunda, que
los miembros del Consejo de Investigación de la DGS quisieron ocultarle los hechos por
si intervenía para impedirlos. Ruiz ve poco probable que no tuviera conocimiento de ello
debido a su cercanía geográfica a los lugares desde donde se organizaba todo, pero
reconoce que su “frenética agenda” pudo impedir que dedicara su tiempo a las
obligaciones administrativas, que delegó en Serrano Poncela147.
En contra de la inspiración soviética de las matanzas que argüía Ángel Viñas, o la
consistencia que otorgaba Cervera a esa hipótesis, Ruiz afirma que Paracuellos “fue en
realidad una operación organizada por españoles para matar a otros españoles”. Cree
importante su influencia, pero considera más relevante el hecho de que algunos miembros
del Consejo de Investigación de la DGS fueran responsables del “terror” del CPIP antes
de la llegada del NKVD.148

146
Ibíd.: 285
147
Ibíd.: 290-92
148
Ibíd.: 293

46
Conclusiones
El tiempo y dedicación que las historiadoras y los historiadores dedican en
elaborar un trabajo de investigación marca y diferencia el resultado. Este proceso no
empieza con la escritura del texto, sino que arranca con la lectura de toda la bibliografía
publicada sobre el tema que se quiere investigar. Esta fase tiene como resultado el “estado
de la cuestión”, es decir, una puesta al día de todas las publicaciones sobre el tema. El
investigador o la investigadora tendrá entonces un dominio pleno sobre los aspectos que
más se han estudiado, pudiendo dirigir así su investigación al estudio de los puntos más
oscuros. El trabajo de archivos y fuentes de diversa procedencia le permitirán dotar a su
trabajo de una base documental indispensable.
Cuando hemos estudiado las publicaciones de los autores que hemos reflejado en
este trabajo, rápidamente hemos podido comprobar estos aspectos. La diferencia entre un
trabajo que tiene detrás una gran labor investigadora y otro que sigue, como Espinosa
Maestre denominaba más arriba, el “Método Moa”, resulta abismal. La diferencia entre
el corpus bibliográfico entre unos y otros es reveladora; la consulta directa y el trabajo de
archivos, determinante.
Como indicamos en la introducción, la importancia de la Guerra Civil española
ha generado una bibliografía enorme. La historiografía profesional y académica ha ido
enriqueciendo sus trabajos a medida que se ha permitido el acceso a fuentes cuya consulta
había estado vetada y se han introducido nuevas metodologías, marcos interpretativos y
líneas de investigación. Sin embargo, en los márgenes de esta historiografía y en relación
a puntos sobre los cuales aún queda mucho por aclarar, han ido surgiendo una serie de
autores que, aprovechando el foco mediático que les han ofrecido y el patrocinio de
grandes editoriales, han publicado una serie de trabajos que se alejan de las
investigaciones históricas rigurosas y profesionales.
La violencia política en la retaguardia republicana en general, y madrileña en
particular, tiene estudios de un gran peso histórico que han generado consensos dentro de
la historiografía profesional. A pesar de ello, la ausencia de trabajos de divulgación, que
tienen como objetivo principal trasladar a la sociedad estos consensos, ha creado las
condiciones para el surgimiento de esa “historietografía” de la que habla Reig Tapia.
A lo largo de este trabajo hemos podido comprobar estas diferentes formas de
entender, estudiar, trabajar y explicar la Historia. A la vista de los resultados, creo que el
camino a seguir para hacer avanzar la disciplina es claro: trabajo, esfuerzo y dedicación,
pero también pasión por entender y comprender el pasado de todas y todos.

47
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2007.

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