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Nears 2 a ae os 3. PODERES DE LA NACION: EDUCAR Y ENCERRAR* (Incursiones en el positivismo mexicano) ae a es ern BRB fae Sei Aili De los elementos sefialados por Gramsci como articu- adores de la dominacion (hegemonia y coercion), los estudios de las ideologias en el México moderno y en general en Latinoamérica han puesto el acento sobre el Primero de ellos, al menos en un aspecto fundamental del mismo: el que se instrumenta a través de la educa- cin. Sin duda, este privilegiamiento obedece a una ‘oble motivacion: por una parte, al hecho de que la ins. truccién masiva es una de las herramientas prioritarias de reproduccién de los saberes dominantes y, por la otra, una concepcién de la ideologia que la considera solo en sus contenidos més explicito: La “filosoffa latinoamericana” resulta un caso ejem- plar en este tiitimo respecto: importada recurrentemente desde sus centros productotes, la exitosa adecuacién de algunas de sus tendencias a nuestro medio suele explicar- se dentro del ambito encantado de la Geistesgeschichte ©, como efecto reactivo, remitiéndola salvajemente a alguna de las infraestructuras de moda. No se trata sin embargo de exagerar estos déficit, desde que conocemos las precariedades a las que sigue sometida en términos generales la “historia de las ideas”, luego de que el salu- dable experimento estructuralista mostré en este terre- *_ La primera version de este trabajo fue publicada en la revis- ta Eepacios, Universidad Autonoma de Puebla, Centro de Inves- tigaciones Fos6tieas, num. 3, México, 1983, 29 Oscar Terén no frutos menos dulees de los que en an prineipio pro- metia. Estas vagas prevenciones enmarcaron parcialmente el intento que va a leerse y que tematizo algunos aspec- tos de la educacién y de la penalizacion carcelaria en México durante el gobierno de Porfirio Diaz (1877- 1911). Impensable sin el estimulo deslumbrante de Vigi- lar y castigar, la influencia foucaultiana ha querido ser controlada empero dentro del problema de Ja constitu- cién de la nacion en Latinoamérica. Por una vez, se deci dié mirar hacia otras instancias menos consagradas pero que también resultaron eficaces en la diagramacion de un espacio nacional. Esto es lo mismo que decir que seme- jante espacio no preexiste a esos saberes y practicas, sino que ¢s precisamente producido por dispositivos que implican la posicién de un sistema de reglas clasificato- rias que define a los sujetos sociales integrables al pro- yeeto de nacion y, simulténeamente, dibuja el limite mas alld del cual deberdn ser segregados los sectores no con- gruentes —econémica, social o culturalmente—con dicho modelo. Es sabido hasta qué punto este proceso se des- plegé autoritaiamente en cuanto a la marginacion y/o aniquilamiento de los sectores precapitalistas y prenacio- . nales; lo que sigue pretende mostrar el juego de un par de estrategias que en el mismo periode y dentro de ané- logo proyecto hicieron del cuerpo el blanco expreso de su dominacion. Los cuerpos educados No es preciso detenerse en el papel relevante desem- pefiado por Gabino Barreda en la estructuracion de la ensefianza estatal mexicana, asf como su intervencién ante en la gestion, creacion y direccion de la Escuela Nacional Preparatoria a partir de 1867." No 1. Gabino Bareda (1818-1881) fue uno de los mas considers bles intelectuales del perfodo y activo introductor del pensa- miento de Comte, cuyos cursos escuch6 en Paris hacia mediados del siglo pasado. Médico de cabecera del presidente Juarez, Gesempens cargos relevantes en la organizac.én de la educacion Ge su pais, dentro de la cual participé en la ereacion y direccion Gel nivel preuniversitarlo plasmado en la aétual Escuela Nacio- nal Preparatoria, En busca de la ideologia argentina 31 ‘caben dudas, igualmente, de la voluntad de positivismo manifestada por este atento diseipulo de Comte, pero lo que nos interesa sefialar no es la deduccién de sus pro- uestas a partir de una adhesion genética, sino algunos de sus efectos discursivos sobre el problema de la nacion ‘eentrados en las précticas educativas, con vistas al encua- dramiento disciplinario y moral de los comportamientos sociales. Sobre la base de algunas nociones extraidas de la frenologia, en su escrito de 1863 sobre “La educacion moral” se interroga incluso acerca de la posibilidad de modificacién de los habitos a través de la alteracion orgé- nica de los individuos: “si pudiésemos Uegar a producir el efecto deseado, es decir, la atrofia artificial de unos ‘Organos y el desarrollo de otros, lograrfamos modificar los actos del alma en el sentido més conveniente”.? Ante las objeciones que pudieren formularse de que ello sign ficarfa atentar contra las libertades individuales —tensio- nando el propio discurso de Barreda entre el positivismo y el liberalismo—, el fundador de la Escuela Nacional Preparatoria tiene la respuesta lista: la libertad, en defi- nitiva, debe estar subordinada a la discipliza y al orden, A través de este razonamiento, la autonomia individual es limitada por la verdad, es decir, por la legalidad de lo real, contenida en las ciencias y custodiada por sus poscedores pero también administrada por el Estado: el gobierno puede y debe intervenir en la educacion moral de sus sibditos, mas esta intervencién no podra ser ejer- cida sino “en las escuelas que subsistan a sus expensas””. En un mismo gesto, se expropiaba a la Iglesia la admi. nistracion de las practicas morales y se incursionaba en el ambito privado de los individuos. En estos momentos refundacionales, el intelectual extrae su fuente de legiti- midad y de poder de su vecindad con la Verdad, dado que sdlo el saber cientffico permite la adquisicion de las nociones metced a las cuales se apunta a esa emancipa- cién mental sin la cual se tora impensable la emanci- pacion politica, En el “Discurso de Guanajuato” resue- na como trasfondo esta expropiacién y legitimacién del poder por el saber: “Pan imposible es hoy que la poli- 2. Las citas de los toxtos de Barreda han sido tomadas de Gi bino Barreda, Estudios, México, UNAM, 1973: y La educacio ositivista en México, México, Porria, 1978. 32 Oscar Teran tiea marche sin apoyarse en la ciencia, como que la clen- cia deje de comprender en sus dominios a la politica”. Pero asimismo, si la nacién hubiera sido un objeto pre- existente inscripto en un destino anterior, se explicaria mal ese trabajo obstinado en el que la novela naturalista, los textos criminolégicos y Ios discursos psiquiatri revelan la emergencia de mecanismos institucionales des- tinados a la constitucion de sujetos normalizados.° Seria empobrecedor comprender en términos exclusivos de “filosofia” o de doctrina general, por ejemplo, un texto tan representativo como la carta que Gabino Barreda dirigi6 a Riva Palacio el 10 de octubre de 1870, donde se percibe —més acé de los grandes bloques ideoldgicos de filiacién positivista— la lucha por relativizar el papel de los profesionales del derecho en tanto sujetos habilitad para ‘“decir la delincuencia” y a sustituirlos por los médi- ‘cos, en una estructura discursiva de larga duracion cuyas consecuencias registraremos en los textos carcelarios pos- teriores.* Esta “medicalizacion” del derecho formaba sistema con la patologizacion de los fendmenos sociales disonantes con el ordenamiento nacional programado por los sectores modernizantes. Andlogamente, para la Argentina es en los escritos de José Ingenieros —como se vera en el capitulo siguiente— donde pueden hallarse expresiones privilegiadas de este tipo de dispositivo discursivo montado pard resolver los desafios planteados por los fenmenos conjugados de la inmigracion masiva, Ja emergencia del anarquismo y el estallido de la “cues tién social”. Precisamente porque se traté de una inven- cién, la nacién no se dedujo de un modo de produccion, sino que requirié de la sintesis empitica de aconteci- mientos heterogéneos y azarosos, es decir, histéricos, 3. Sobre estos aspectos en la historia argertina, véase H. Vezze- tti, “La locura y el delito. Un analisis del dscurso eriminologico ‘en'la Argentina del novecientos”, en P. Legendre et al, El'diceur- fo juridico, Buenos Aires, Hachette, 1982, y La locura en la ‘Argentine, Buenos Alves, Fotios, 1983) 4 “En efecto —dice Barreda en la carta mencionsda—, ya sea que se trate de heridas, de infantieldio, de estupros, de cuestio. fos de identidad, de simulaciones, etc. ote., es imposible poder, ho digo ya resolver las cuestiones, pero nl sigulera comprender la Sificultad que realmente presentan dichas cuestiones, sin conocer las funciones vitales que en ceda uno de eos hecios uridicos itervienen.” En busca de la ideologta argentina 33 que pusieron en juego también una serie compleja de mecanismos de disciplina pero también de clasificacion del mundo social, Sera ciertamente obvio recoger el ele- mento disciplinario presente en la organizacion peniten- ciaria positivista, pero si menos obvios aparecen estos efectos en la programacion educativa de Gabino Barre- da, es no obstante el mismo’ propulsor de la Escuela Nacional Preparatoria el que sefiala nitidamente la efi- cacia de las “formas” en ese tipo de pricticas: “Tales estudios, y en general todos los preparatorios, son una verdadera gimnasia intelectual [...] Nadie objeta a la gimnéstica corporal 1a perfecta inutilidad efectiva de todos y cada uno de los esfuerzos musculares que la constituyen [...] ;Por qué no apreciar en la misma for- ma la gimnéstica espiritual?”, en la estricta medida en que su objetivo real reside en “a disciplina mental a que nos acostumbra”.® Para esta finalidad basicamente nor- malizadora, también el encierro juega su papel expreso aun etando ambiguo, como quedé de relieve en la dis- cusién sobre el régimen‘de internado on la Escuela Nacional Preparatoria, Buena parte de esta ambigiiedad provenfa de las objeciones que en el curso del debate Ile- garian a formularse en estos términos: “;Puede el go- biemo tener més interés que el padre en la educaci6n de 5 Una opinion bomélogs en Sarmiento: “Desputs de estas lecturas de nuestros moderos Plutarcos, y coms higiene moral, viene 1a kimnasia. Una hora de mover los brazcs, la cabeza a la Gerecha, a ta f2quierda, hacia arviba, hacia abajo, la vor del mi stro, todos a un tiempo, y en perfects igualdad, vale mas que todos los preceptos de moral escrita, zCuantas veces obedece un nino al dia para elecutar actos arménicos, de conunto, acomnpa sados, que no dependen de su voluntad? He ahi a moral. El dau cho, el manolo, el napolitano, el griego dan una punalada 0 hun. Gen’ un estiletp, como el eaballo da coces, com) el tore bravio embiste, por crispacion de nervios, contra el color colorado que Jo iirita, por la facilidad de encenderse en cdlera, hombre 6 tore 4 cada contraricsdad, La escuela, 1s gumnastics, ta fila, Ia hilera, 1 compas van disminuvendo iss erispacionest la reglay la repett cion de los movimientos vienen amansando al animalito bipedo ‘que cuando llegue a la plonitud de su fuerea es an hombre 9 n lun tigre, habituado a todos los contactos, y avezado 2 todas a ‘Gisciplinas sociales, Las escuelae salvarian doscieatas vidas amuel mente con la gimnasties, y el sentarse y levantarse metodics mente. La gimnastica civilizard a los Tobas, que no conocen diseiplina sino cuando van ala guerra, afin de robax y matar con Sxito” ("Sobre instruceion popular”, Tucuman, 12 de agosto de 1886, en Obrus de D. F. Sarmiento, Buenos Alves, Libreria Li Facultad, 1813, t. XLVI p. 978), 34 Oscar Terén los hijos?” Sin circunloquios, en “‘Algunas ideas respecto de instruccién primaria”, de 1875, el mismo. Barreda diré: “Nosotros no venimos aqui a sostener hipécrita- mente que ella no implica una restricci6n de la libertad individual y aun de la doméstica”. Y es que, al centrarse en los aspectos disciplinantes, “la instruccién primaria obligatoria es cuestion de conveniencia y de estabilidad social”, Por lo demés, todos estos procesos de constitucion del objeto nacional en Latinoamérica requirieron el ejer- cicio de una vasta tarea clasificatoria dentro de la cual Ja fundacion de jardines botanicos y zoologicos durante Ja “edad positivista” respondié a algo mas que a una réctica desinteresada del conocimiento o a satisfacer las necesidades de expansion de una sociedad en acelerado Proceso de modernizacién:® “Pero er. lo que aventaja a todas las otras clencias el estudio de la historia natural, y muy sefialadamente el de la zoologia, es en la préctica y cultivo del mas importante de los artificios logicos; quiero hablar de! arte de las clasificaciones”, Quienes sospechen que” detrés de estas afirmaciones se alberga una extralimitacién exegética deberian a su vez sospe- char de su propia creencia acerca del caracter “oculto” de las intenciones de los grupos intelestuales dominan- tes. Porque aquel arte taxonémico, en el escrito de Barreda de 1872 sobre Ia instrucci6n pibblica es conside- rado esencial para un correcto ejercicio de la abogacia y para la comprensi6n de la organizacion nacional: “El estudio y conocimiento de estas leyes no puede menos de ser la mejor preparacién para el que mas tarde quiera comprender las leyes efectivas de la vida social, y la in ma relacion que forzosamente existe entre la vida de una nacién y su modo especial de organizacion [...] Y serd sin duda el mejor preservativo contra esas tendencias anarquicas y tirénicas de ciertos politicos modernos”. aPodemos seguir, entonces, consideraudo subsidiarios esos espacios de emergencia de unos saberes que tienden a ser ubicados o bien en el campo especializado de la 6 Estudios en esta direccién pueden hallarse en Materiales, xevista del Departamento de Andlisls Critico © Histonies de La Escuelita: véase P. Pschepiurea, “El parque metropolitans ‘Materiates, Buenos Aires nim. 2, 1982 En busca de la ideologta argentina 35 “historia de las ciencias” o bien en el de la ineficacia ideolégica? ,No deberemos confesar, mas modestamen- te, que en la historiografia de las ideas atin desconoce- mos —cegados por la imagen soberana de la filosofia— las téenicas particulares, los puntos precisos de constitucion y el peso relativo de esos saberes menos gloriosos pero que tal vez hayan participado en no escasa medida en la diagramacién de un espacio nacional? Siempre algunas de estas conexiones podran tachar- se de atbitrariedad, pero cuando el mismo Barreda nos remite a Bentham como a “la autoridad mas grande en materia de codificacion”, ,podria acusérsenos de ceder a la moda si evocamos la estrech sima vinculacién puesta » de relieve tiitimamente entre Bentham y toda una técni- ca del castigo carcelario que se tornarfa tna estrategia de vigilancia y un método preciso de clasificacion social? ? Los cuerpos aprisionados Porque también en la prision porfiiana iba a ser necesario extremar el arte taxonémico para evitar los eruces indebidos y constituir a cada sujeto en un indi duo sujetado primordialmente mediante la metafisica del trabajo: 1864: “En este edificio se encontraban encerrados 780 hombres y 336 mujeres: total, 1,116 personas, De los 780 hombres habia ocupados en algiin traba- jo 209 [...], los 571 hombres restantes permanecfan enteramente ociosos, lo mismo que todas las mu- jeres”. 1900: “Los presos trabajaran en sus respectivos apo sentos, a no ser que la naturaleza del trabajo a que estén destinados exija que lo practiquen en otro local {... Bl trabajo s6lo se suspenderd los domin- 08 y los dias de fiesta nacional”. 7. Sobre esta temética, cfr. B. E. Mari, Le problemdtica det castigo. BI discurso de Jeremy Bentham ¥ Michel Foucault, ‘Buenos Aires, Hachette, 1983, & Informe sobre loz establecimientos de beneficencia y correccionales de esta capital, escrito por Joaquin eazbaleeta en 36 Oscar Terén Diffcilmente podria sostenerse no obstante que esta modernizacién de la penalidad mexicana provino de dis- positivos nacidos auténomamente en la sociedad civil iinico caso en el cual —segin el Foucault de la Microfi- sica del poder— “el Estado es superestructural con tela- cién a toda una serie de redes de poder que pasan a tra- vés del cuerpo, la sexualidad, la familia, los movimientos, los saberes, la técnica” (...} Dadas las caracteristicas de construccién de la nacién “desde arriba” mediante un fuerte protagonismo estatal, parece més legitimo presu- mir que asistimos al intento de “construccion cautelosa y sélida de un andamiaje juridico que guie desde afuera los desarrollos necesarios del aparato productivo”.? Pi za dentro de esa construcci6n, la penitenciaria solemne- mente inaugurada por Porfirio Diaz el 2% de septiembre de 1900 revela en sti reglamento un conjunto de préc cas perfectamente racionalizadas sobre la organizacion del tiempo y el espacio de los prisioneros,‘° dentro de un mbito arquitectonico que —empréstitos extranjeros mediante— ciment6 el prestigio en materia de obras piiblicas del régimen de don Porfirio."! En 1886, con nada disimulado orgullo, el ingeniero 1864, publicado por su hijo Luis Garcia Pimentel, México, Mo- demna Libreria Religiosa, 1907, y “Reglamenta de carceles dic- tado el 14 de septiembre de 1300". en Sstablecimientos penales del Distrito Federal. Decretos y regiamentos, Mexico D. F., Im- renta del Gobierno, 1900. Una excelente recopilacion de este Epo. de documentos fue publicada en el Boletin del Archivo General de to Nacidn. México, Tit Sexe, tomo VI, num 1 (18), Snare marzo 1989. 9A. Gramsci, “Americanism y Fordismo”, en Notas sobre Maquisvelo, sobre politica y sobre el Estado moderno, México, ‘Juan Pablos, vol. 1,9. 301. 10 RarionalizaciOn del tiempo: “Los presos permanecerin el fa y la noche en sus zespectivos aporentos, con sulecion al reg ‘mien clgulente: I. Se levantaran a las 6 de la aanana y de ese hora hasta Ine fre ascarén, hardin la limpiesa de ou sposente y toma: vin el primer allmento: Il, De 8 de la manana s 12 del dva Scuparan en el trabajo que les corresponda; Ill. De 12 del dia a 2 de Ia tarde continuaran su trabajo: V. A las de la tarde re ‘bizdn gu tercer alimento; VI. De esa hora a las 9 de la noche ext Pin en descanso; VII. Terminadas las horas de dascanso, se tocard 42 silencio, se recogerin los presos y no se Demmitira que tengan 11 Véase Inauguracién de ta Penitenciaria de México, Resehia historiea de su construceion, México, Impr. de F. Diaz de Leon, 1900, En busea de la ideologta argentina 37 y diputado por Michoacan, José Marfa Romero, habia explicado que “en todos los departamentos las celdas son iguales y tienen 3 m 60 cm de largo, 2m 10m de ancho y 4 m 20 cm de altura [...) Las ventanas tienen exteriormente una pantalla a 55° para evitar la comuni- cacion de los presos”.!? Manifiestamente, esta com- partimentacién de los cuerpos se inscribe en el universo de discurso de la corriente clasica del derecho penal, con la que desde mediados del siglo XIX empezaron a fami- liarizarse los jurisconsultos mexicanos.'? Esta vertiente —nacida para implementar una estrategia de castigo dife- renciada de Ia del Antiguo Régimen y que lograba con Beccaria y Carrara sus colaboraciones més difundidas— Fabia inspirado el Codigo penal mexicano de 1871, influencia transmitida a su vez a través del eédigo penal espafiol de 1850 y su reforma de 1870."4 Se sabe que esta escuela considera a la pena como un medio de pro- teecién juridica que tiende a compensar retributivamen- te el deiito cometido, porque —como decfa Carrara— “il delito non é un ente difatto, ma un ente giuridico; non é un’azione, ma una infrazione”’. Reparacién aflictiva del acto social violado, la finalidad de la.sencién consistia en el restablecimiento del orden en la socieded; para ello, el aislamiento era considerado un instramento impres- cindible de moralizacién, En la “Exposieion de motivos”” del ministro Martfnez Castro fundamentando el eddigo penal de 1871, la compartimentaci6n es trateda como un medio indispensable para la “correccién moral de los reos”, De ahi que el articulo 130 del mismo dispusiera el sistema celular, elemento que —sumado 2 “acusados retoques de corteccionalismo”—"* permitiria concluir a Martinez Castro que la prision es “la tinica que, a las, calidades de divisible, moral, irrevocable y en cierto 12 José Maria Romero, La Ponilenciaria, México, Impr, de J. V. Villada, 1886, p. 27. se 13 Francisco Gonzalez de Cossio, Apuntes pars una historia del ars puniendi en México, México, Offset Larios, 1963. 14 Luis Jiménez de Asia, Tratado de derecho penal, Buenos ‘Altes, Loseda, 1950, t.1,p. 971. 15 Raill Carraneé y Trufillo, Derecho penal mexicano, México, Antigua Libreria Robredo, 1988, 4a. ed, Parte general, tT, 3.86 38 Oscar Terén modo reparable, reine las de ser aflictiva, ejemplar y correccional”. i Este espacio carcelario se vacia asi sobre un territo- vio de la moralidad, ya que 1a ruptura de la incomunica- ci6n sélo se justificaba para conectar al reo con los sacer- dotes u otra autoridad con el fin de “instruirlos en su religion 0 moral”.!® Pero ademés la separacion de los ‘cuerpos se corresponde con el componente de patologi- zacién con que, menos manifiestamente, se constituye el ‘objeto tedrico de la delincuencia, en un movimiento homélogo a la difusion en el tiltimo tercio del siglo XIX de la nocién de enfermedad fundamentada por Claude Bernard.'7 Porque, en efecto, el fendmeno delictivo es concebido segiin un modelo mérbido: en la eéircel, la sociedad “arroja y secuestra a los contaminados del vicio que la infesta, y ellos a su vez transmiten el contagio y 10 propagan. Triste reacciOn, que extendiendo cada dia su funesto efrculo, no podra ser sofocada sino con el hierro y el fuego, como se extirpa un envejecido céncer”.'* De alli los cuidados profilécticos puestos er: la seleccion del lugar para la construcci6n de la nueva penitenciaria,!? ya que la carcel funciona como metéfora del Mal, donde “el inocente calumniado se confunde con el criminal endurecido [...] La eércel no es mas que un foco de eorrupeién” y se revela, al fin, como una “escuela de inmoralidad y de delitos”.2° Ese riesgo de contaminacién es lo que impone la necesidad de separar, dividir y segregar. Primero, respec- to del mundo exterior: “‘Los edificios destinados a est 16 Cédigo penal para el Distrito Federal y Territorio de la Baia California sobre delitos del fuero comun y para tode lo Repu: Dilea sobre delitos contra la federacion, México, Impr. del Go- ‘ieeno, on Palacio, 1871, art, 132. Elmigmo concepto reapareco en Inquguracin..., op. cit, ‘p. 6. Lo mismo puede verse en cl azticulo 72 del Raglamento de te Penitenciaria de Mexico, 1900, 17 Véase Ignacio Chavez, México en la cultura médica, México, El Colegio Nacional, 1947, p. 80 y ss. 18 Informe sobre los establecimientos..., op. cit. pp. 71-72. 19 “En aquel rumbo se tiene franca y abierta ventilaci6n; los vientos dominantes del Ny NE no evan sobre la cludad los mlasmas producidos por la agrupacion de los presos” (J.M. Ro- mero, La Penifenciario, op. cit., D. 17). 20 Informe sobre los establecimlento: op. cit., 71. En busca de la ideologia argentina 39 blecimientos penales estarén siempre limitados por muros que no tengan ventanas ni otros claros a menos de 3 metros de altura sobre la via piblica”. Luego, aisla- miento en el interior mismo de la prision, que se mantie- ne ineluso en los tiempos libres, para lo cual cada uno de estos patios contiene veintiocho compartimientos en forma de trapecios cireulares, en los que “pueden hallar- se_a la vez veintiocho presos sin que tengan comunic cin entre si”. Y como toda separacién implica crite- rios distintivos, en sus extremos la prision debe configu- rat una maguinaria destinada a lograr una fina labor clasificatoria: “Art. 213. Mensualmente y en vista de las ~anotaciones hechas sobre conducta de los 108, se divi dird a éstos en cuatro clases graduales [...] Los reos de la primera clase usarén como distintivo una cinta roja en el brazo derecho, los de la segunda usarén cinta verde, y azul los de la tercera. Los de la cuarta clase no us: istintivo alguno”.”? Racionalizacion del espacio y el tiempo, separacion y clasificacién de los individuos, ia prision instaura igual- mente la represi6n sobre la sexualidad?? y cepitaliza esta perversa energia a través de los desfiladeros del producti- vismo. En la exposicion de los “principios filoséficos en que se funda”, el escrito La Penitenciaria, de 1886, pos- tulaba la practica de un sistema de premios y castigos “tomado de la observacién de la vida social”, donde el trabajo sirve no s6lo como elemento de moralizacion, sino también como recurso meramente financiero. La economia politica ingresaba asf en la constitucién del saber penitenciario, ya que —fundandose en la autoridad de Villey— se argumenta que el trabajo cumple un cua- druple objetivo social: la enmienda del delincuente al combatir la ociosidad; el mantenimiento de la disciplina, ya que el trabajo contiene la turbulencia de los hombres violentos y depravados; 1a proteccién de la hacienda 21 “Reglamento de cérceles...", op. cit. 22 “Art. 73. A los departamontos de mujeres no se permitiré la entrada dé présos varones, y cuando sea indispensable que entren por razén de reparaciones del edificio u otro motivo de necest ad, se tomardn las medidas apropiadas Dara eviter toda eomunt ‘acion con las presas.” 40 Oscar Teran piblica mediante el aporte econdmico de los propios eos, y la garantia de la seguridad piblica, al dotar a los prisioneros con un oficio util para cuando recuperen su libertad. Procesado mediante un complejo mecanismo de recompensas y castigos, el trabajo se ubicaba en el centro de una pedagogia del cuerpo. Este procedimiento seccio- nna y teparte la pena en cuatro periodos, mediante una combinatoria fundada en distintas variables: trabajo, soledad, retribucion monetatia, instruccion, moralidad... Primer esealén de este archipiélago de la penalidad: la prision celular, “con trabajo penoso y sin retribucién, ‘con alimento corto y de ordinaria calidad (...] Este rigor tiene por objeto producir en el 4nimo del delincuente una profunda impresion. Durante este perfodo se explica al reo las ventajas que tendra si observa buena conducta, y los males que le causard su incorreccion”.** La segun- da etapa es de prision comin con trabajo durante el dia y separacion por la noche, con retribueién escasa, “por- que el objetivo de ella es ofrecerle en perspectiva, es decir, en el tercer perfodo, mayor y mas facil lucro, pro- bando de este modo su constancia en la enmienda”’. El pasaje de uno a otro estadio esté materiaticamente regu- lado por un niimero preasignado de boletos de premio “tres son por recompensa de su trabajo, tres por premio de aplicacién en la escuela y tres poy premio de buena conducta”, Para pasar del grado infimo de la escala al superior se precisan 18 premios; el paso siguiente requie- re 54 y para ingresar en la mas avanzada se necesitan 108. Como contrapartida, “el preso que intente fugarse sera castigado con incomunicacién absoluta y con traba- jo fuerte por dos o cuatro meses”.”* Trabajo, educacin, retribucion, moralismo y soledad entrelazan de ese modo sus valores en esta sumatoria casi delirante del castigo que cuadricula las alucinaciones esperanzadas de la perdi- da libertad. No eran metéforas entonces las que utilizaba el licenciado Miguel 8. Macedo, presidente del Consejo de Direccion de la Penitenciaria, al inaugurar este insti- tuto en donde, como en el deseo realizado, |a normali- zecién se identifica con la muerte: “aqui todo va a ser 29 J.M. Romero, La Penitenciar(a, op. cit, p. 16. 24 “Reglamento de cérceles”, op. cit, art. 87. En busca de Ia ideologra argentina 4 silencio, quietud, casi muerte; al poblarse estos recintos se advertiré apenas que albergan seres vivientes; al per- dere el eco de vuestros pasos, comenzaré el reinado del silencio y la soledad”. Un sistema semejante debié articular entre las pare- des de la prisién un celoso mecanismo de vigilancia en el cual no resulta diffeil reconocer una niteva realiza- cin del panoptismo en tierras americanas. Pero tampoco ilancia desdefia apelar a las técnicas que désde los ficheros policiales se comunican ya fluidamente con el nacimiento de las ciencias humanas. Léase si no el capi- tulo “De la estadistica carcelaria”, donde se instruye al personal penitenciario sobre los datos —minaciosos, pro- jos, didacticamente solicitados— para clasificar a los distintos tipos de individuos que ingresan en la prisién, La categoria de “clase social” configura uno de sus rubros taxonémicos, y esta nocién reconoce alli una pri- maria pero no menos precisa simbolizacién que en otro registro de la ideologia oficial seguramente se negaba: “Primera clase (individuos de buena posicion que visten saco 0 levita), Segunda clase (individuos de condicion media que visten de hinsa 0 chaqueta y pantalén), Terce- 1a clase (individuos de condicién inferior que visten ordi- nariamente de camisa y calzon)”... No podemos abusar més con la referencia a estos textos notables; sf, contrastarlos con el perfil de la delin- cuencia durante el porfirismo para petcibir que las deta- lladas estadisticas criminolégicas de la época artojan cifras sumamente menores de lo que las opiniones reco- idas en los periddicos permitirian suponer, En 1877 el niimero de sentenciados era de 0.15% rerpecto de la poblacién total, y ocho afios después el ineremento regis- trado es minimo: 0.16%. Es cierto que la mayor tasa se registraba en la capital de la Repiiblica, pero de todos modos, y “contra lo aparente, las estadisticas criminales de 1870 a 1885 demostraban sin lugar a dudas que el descenso teal de la delincuencia era notable y progre- sivo”.25 Sin embargo, las publicaciones de la época refle- jan una especie de “gran miedo” donde el tema de la 25 D, Cossio Villegas, Historia moderna de Mésito, BI porfiris- mo, México, p. 248. 42 Oscar Terén delincuencia ocupa varias tiradas. Este fantasma de una delincuencia tan temida como acorralada puede haberse constituido en los huecos de una modernizacion que el porfirismo impulso desde un modelo autoritario progresista andlogo al del roquismo en la Argentina, pero desencadenado sobre una muy diversa realidad social y cultural, que la Revolucién Mexicana pondria pocos afios después dramaticamente de telieve. De hecho, 1a insercién del pais en el circuito capitalista y la formacion de una nacién moderna podian reconocerse en un pro- yecto que ha sido resumido en estos puntos: aumento de la poblacién mediante la inmigracion; colonizacion de las tierras incultas; desarrollo de las aptitudes pro: ductivas del eampesino merced a la ensefianza; incremen- to de la actividad agricola, industrial y comercial a través de modemos sistemas de comunicacion y con el concur- so de inversiones extranjeras. Empero, en este universo social, donde 4/5 partes de la poblacién activa viven en el campo, la desigualdad social es enorme, y esa inmensa base descontenta resultaba sin duda un suelo fértil para €l desarrollo de diversas formas de bandidismo social. “No deja de ser significative que Frias y Sata (pintor y retratista de tipos mexicanos de la é90ca) s6lo haya puesto en su Album dos tipos rurales: el bandolero y el cura pueblerino”.2® Por eso, ya durante “la Repiblica restaurada” por el juarismo se habfan dictado severas penas que suspendfan algunas garantias constitucionales y que facultaban a “los habitantes de cualquier lugar de la Repiblica (para) reunirse, para perseguir a los bandi- dos que hayan cometido, o estén amenazando cometer algin asalto o plagio”, y en las décadas finales del siglo XIX es notorio que la criminalidad adopta formas socia- les27 El proceso de modernizacin arrojaba sobre el escenario el precipitado de un mundo rural que se agita- ba y resistia desde las formas clasicas de los “rebeldes primitivos” ante la expansion de la racionalidad capita- 26 id., pp. 328-330. 27 Leyes sobre salteadores y plagiarios, 28 de mayo de 1872, spi, y Constancio Bemaldo de Quiroz, EI bandolerismo en Espake y en México, México, Edit, Juridica Mexicana, 1959, 1p. 365. En México la palabra “plagiar” es utilizada seein ia acep ‘ion de “‘apoderarse de una persona para obtener reseate por su libertad” (Diccionario de la Lengua Bapavola). En busea de la ideologia argentina 43 lista, pero a diferencia de 1a Argentina —donde estas figuras iban a ser adscriptas a la subversividad anarquista y extranjera—, en México es el estallido del campo el que baldona los suefios de progreso de la burguesia citadina: “No se puede dar un paso —escribia Ignacio Manuel Altamirano— sin encontrar un mendigo o una mendiga. Estos desgraciados pululan por todas partes”. Cuando el cédigo penal de 1871 incluyé aa vagan- cia entre los detitos de orden pablico, era manifiesto ade- mis que el liberalismo, desmaredndose de la ética de la caridad, dejaba a la miseria librada al juego auténomo de las fuerzas del mereado. Despojada de su aureola evangé- lica, 1a recolocacién de la miseria en un nuevo sistema de walores no era sin embargo parte de una modificacién and- Joga en Ja calidad del delito, En vez de producirse enton- ees un franco pasaje de los ilegalismos contra las perso- nas hacia los delitos contra los bienes —indice de un desarrollo criminologico moderno-, las estadisticas sefia- an en 1881, para los recluidos en la cércel de Belem, un 12% de delitos contra la propiedad frente al 64% de cri- ‘menes contra las personas, preeminencia que se mantiene en 1896, cuando los delitos de sangre representaban c Jas dos terceras partes del total.’® Ms bien, en el convul- sionado siglo XIX mexicano, es el delito pelitico el que, ‘como un viajero sin rostto, habita los cécigos y reg! mentos del momento, culpabilizado por los discursos de la punicion penal. El capitulo VI del cédigo de 1871 definia asi como delincuentes a “los que con carteles dirigidos al pueblo, o haciendo circular entre éste manus- aritos o impresos, 0 por medio de diseursos en piiblico, estimulan a la multitud a cometer un delito determi. nado”, y en los articulos 190 y 1095 se castigaban los delitos de rebelién y contra la seguridad interior de la Repiblica. Tampoco, por ello, serfa casual que entre “las cosas de introducctén y posesion prohibidas”, el reg mento penitenciario ubique —al lado de armas, barre nes y bebidas embriagantes— a los “petiddicos pol ticos”. Sobre este vasto horizonte social donde se confun- fan las figuras de ta miseria, el crimen, la enfermedad 8 Chi. Extadition General de ls Replica Mexicana. Ramo caSdl Mbseo! Tipouratla de a Scctetaria de Pomento, 1850- 44 Oscar Terén y la improductividad, debia desplegarse necesariamente un profundo debate que opuso a reformadores y ene: migos del régimen penitenciario. En este marco, el infor- me de 1864 sera un adelanto, pero no més, en la denun- cia de la ineficacia de las prisiones, vincwlada en gran medida con sus malas condiciones habitacionales: “La cércel de la ciudad es estrecha, ligubre, inmunda. Hasta donde el brazo puede alcanzar, estin salpicadas las pare- des con la sangre de los insectos que comen vivos a los 12° Catorce afios después, el secretario de Gobernacién informaba que la carcel de Belem estaba en ruinas. Para entonces, Justo Sierra estimaba que las prisiones “eran magnificas escuelas normales del crimen” y Gutiérrez Najera reclamaba la aplicacion de la pena de muerte “mientras no hubiera penitenciarias, verda- deras escuelas de moral”. Inversamente, la médica uto- pfa de la marginalidad optaba por el humanitarismo car- celario, y en el plan politico de 1886 e! célebre bando lero social Heraclio Bernal dictaminaba: “V. Estableci miento de penitenclarias y aboliciOn de la pena de muer te... Finalmente, quién no lo sabe, el proyecto carcelario se impuso, Hacia 1881 se inician los estudios previos para la ereccién de una penitenciaria en el Distrito Fede- ral, proyecto que se presenta al ejecutivo a fines de 1882, En la elecci6n de su emplazamiento.se decidi6 que se estableciera “en uno de los Tlanos contiguos a la capi- tal, para atender eficazmente a sti organizacién y defen- derla de los ataques de los revolucionarios”.>! Bn 1885 habrian de comenzar los trabajos del edificio, que por fin se inaugur en 1900. “Feliz vos —dijo Miguel 8. Macedo, director de la penitenciarfa-, sefior presidente, bajo cuyos auspicios se implementa tal reforma: bastaré ella para haceros merecedor de la gratitud de los pdste- tos, auunque no tuviérais otros méritos ni més altos titu- Jos a la vida inmortal de nuestra historia” 2? 29 Informe sobre lor ertablecimientos..., op. lt, p. 74 80 Fausto A. Marin, La rebelién de la Serre. Vida de Heraclio Bernal, Mexieo, Bait. América, 1950, p. 138. 81 J.M. Romero, op. cit. p. 17 32 Discurso pronunciado por el Sc. Lic. Miguel S. Macedo, En busea de la ideologta argentina 45 El castigo penitenciatio quedaba subsumido te6tica: mente en el conjunto de proposiciones legales articuladas por el cédigo penal de 1871, cuya vigencia cubrié con largueza el perfodo porfirista. Tanto por su letra como por las exégesis de los penalistas, dicho cuerpo legal reco- noce una clara filiacién clasicista, al ubicar la base de la imputabilidad sobre principios moreles fundados en el libre arbitrio y excluir consiguientemente la responsabi lidad criminal en caso de “enajenacion mental que quite la libertad” o de “embriaguez. completa que priva enter mente de la raz6n”. De modo que si la institueién per tenciaria se hubiese ajustado a las preceptivas legales que doctrinariamente la tegulaban, las técnieas del castigo penal habrian permanecido completamente al margen del movimiento inaugurado por la escuele positiva italia- na a pattir de 1876 con la publicacién de L'uomo delin- quente de Lombroso. Desde un territorio definido en contacto con la frenologia y la psiquiatria, la criminolo- gia lombrosiana y el penalismo derivado de Gardfalo proyectaron una profunda reforma que intentaba atacar la causa del delito mediante la deteccion preventiva y profiléctica de los individuos criminales. Para ello, pre- tendia servirse de una clasificacion basada en la manifes- tacién somética y fisiognémica de sus ‘‘rasgos mérbi- dos”, y construyé la tipologia de “‘delincuente nato”, desplazando el criterio de imputabilidad desde la respon- sabilidad hacia la peligrosidad social, que Grispigni defi- nié como “la capacidad de una persona de convertirse con toda probabilidad en autora de un delito”. Este desplazamiento implicé 1a transferencia del delito como entidad juridica hacia su definicion como una accion determinada por factores biolégicos y sociales, con lo cual, por ejemplo, 1a locura dejaba de ser atenuante ara convertirse en una agravante penal.°? En sintesis, si la escuela clésica habia impulsado a los hombres a conocer la justicia, Ia escuela positiva exhortaba a la director presidente de Ia Ponitenciarfa, el 29 de septiembre de 1900, en InauguraciOn..., op. cit 33 Mas ain: “el dolincuente es un loco, expresa la escuela post tiva”, véase Juan G. A. Alpuche, 1 erepuseuio de la doctring ositiva del derecho penal, México, Imprenta. Universitarta, 1952, p. 38. a6 Oscar Teran justicia a conocer a los Hiombres,* y esta gnoseologi: antropolégica del nuevo penalismo reforzara con técni- ‘cas sociolégicas y antropolégicas los sistemas de control del clasicismo eriminolégico. Se sabe que la doctrina antropologica italiana ya era conocida en México en la ditima década del siglo pasado a través de la catedra de derecto penal de la Facultad de Jurisprudencia ejercida justamente por Miguel S, Mace- o,3° pero, segin un esquema politico legalista donde el poder se derramara imperturbablemente desde la ciispide del Estado hacia las institueiones subordinadas, la peni- tenciaria inaugurada en 1900 deberia revelar —ajustén: dose al c6digo penal vigente— una estructura sin incrus- taciones positivistas. Y sin embargo, no s6lola alocucién inaugural del director de la cércel abunda er dichas refe- rencias; también las contiene el discurso del gobernador del Distrito: “Mucho puede conseguirse —dijo en la oportunidad— si el personal director tiene o adquiere las nociones de biologia y antropologia criminal”. Y que no se trataba de meros discursos de ocasion lo demuestra la circunstancia de que, al ingresar en la prision, se desen- cadenaba sobre el reo un preciso mecanismo de identifi- cacion antropométrica segiin el sistema Bertillon.®® Por vias laterales que eludian expresamente la supuesta sobe- ranfa de la ley escrita, el positivismo penetraba en las estrategias del poder coercitivo de la sociedad mexicana, y en el mismo movimiento habilitaba la emergencia de sujetos extrajuridicos investidos de autoridad para determinar la figura del delincuente, ya que el sistema Bertillon referido en el reglamento alude al conjunto 94 R. Carvaned y Truillo, op. cit. 5 José A. Ceniceros, Tres estudios de criminologia, México, Cuadernos Griminalia, 1941, pp. 50 y 52. Cfr. también Julio jerrero, La génerls del crimen en México. Estudio de psiquia- fa social, México-Paris, Libreria de la Vda. de Ch. Bouret, 1900. 36 “Art, 260. La signacién antropométrica se tomaré confor sme al sistema Bertillon, y comprenderd: I. Las medidas siguien- tes: Talla, brazo, busto, dldmetzos longitudinal y transversal de la cabeza, longitud y anchura de la oreja derecha, longitud del pie Gzquierdo, de los dedos medio y auricular o menique de la mano izquierda y del antebrazo izquierdo; I. El color del fea, expre- sando el niimero que le corresponda conforme a la elasificsetén de Bertillon, la forma de la aureola y el color de Ia periferla.” Para la srgumentacion en defensa de que “el mito lombréstimo En busca de la ideologia argentina 47 de pautas antropométricas identificatorias de la erimi- nalidad ideadas hacia 1880 por el médico francés Alphonse Bertilion. Coherente con tal origen, el articulo 268 de dicho reglamento determina que “el gabinete antropométrico estaré a cargo del médico director”; en la zona de contacto entre la enfermedad y el crimen, era ahora si “obvio” que el médico resultara legitimado en su capacidad de decir la ley al modo “como ei juez dice la ley”. ¥ es que dentro del proyecto de modernizacion econémica, los positivistas latinoamericanos del siglo pasado practicaron una estrategia que todos los reduccio- nismos posteriores se obstinaron en olvidar: que no hay posibilidad de garantizar la explotaciéa sin al mismo tiempo asegurar la dominacién. Cuerpo explotado y cuerpo dominado nombran dos rostros de un mismo dis- positive que ni siquiera “didascdlicamente” es posible desagregar, y configuran los dos polos de un circuito por donde fluyen las energias fusionadas de la economia y del poder. Quienes de todos modos prefieran seguir remitiendo sus_certezas historiograficas al ambito del marxismo deberfan recordar que en El Capital también se marca el “papel preponderante”” sobre las relaciones economicas desempefiado por “‘la tradicién”, asi como el interés de la clase dominante por sancionar con “el sello de la ley el estado de cosas existente y fijar legal- mente las barreras que el uso y la tradicién han trazado”, de suerte tal que “esta regla y este orden son, ellos mis- mos, un factor indispensable de todo modo de produc- cién”. Incluso si se deseara mantener la categoria grams- ina de bloque historico, “en el que el contenido eco- némico-social y la forma ético-politica se identi coneretamente”, s6lo podria hacérselo consecuentemen- te eliminando nada menos que esa serie de dualismos (base/superestructura; contenido/forma...) que slo con- ducen a reinstaurar la caracterizacion de las ideologias y del poder como expresion de una realidad previamente ‘constituida. En el caso que nos ocupa eso implica, en lugar de buscar la huidiza cuando no misteriosa ““iltima fue resultado de una ‘toma del poder’, por asi decirlo, por parte de los médicos”, véase T. Taylor y otros, La nueva eriminolog‘, Buenos Alres, Amorrortu, 197, p. 57 ¥ ss. 48 Oscar Teran instancia”, centramos en la determinacién de las condi: clones de posibilidad para la articulacin de un conjunto de practicas econdmicas y de poder fusionadas con ele- mentos discursivos que permitieron la consiitucién del ‘objeto nacional. Esto significa que es preciso, luego, ima- ginarse a la nacion no como un “resultado” generado pasivamente a partir de la imposicién de ceterminado modo de produccion, sino como el conjunto de disposi- tivos que permitieron la fusion de esos elementos en una unidad especifica. No imaginarla, pues, como la fenome- nizacion de un “ser nacional” predado en cuya intimidad ya hablaria silenciosamente un lenguaje esencial y ante- tior a las practicas “superestructurales”, y ni siquiera ‘pensarla como “marco” ineludible pero fastidioso dé las luchas de clases y fuerzas sociales, sino como laposicion misma de un sistema de reglas en el que se dirimian los, proyectos de hegemonia y control. Para ello, por iltimo, seria menester atender a esas practicas y discursos apa- rentemente secundarios y euyo listado incluso conoce- mos mal. Maxime cuando a veces los artifices de esos mecanismos fueron plenamente conscientes de que los dispositivos —escuelas, prisiones~ que elaboraban no eran sino la invencién de microsociedades también modélicas, dentro de un juego de relaciones casi biunivo- cas, para la nacion que imaginaban: “La semejanza de la constitucién de la penitenciaria con la de la sociedad —decia el Proyecto de 1882— debe ensefiar al preso que en ésta, lo mismo que en aquélla, el medio de obtener el bienestar y la felicidad es la honradez, y que el camino del vicio leva siempre al dolor y termina en el infor. tunio”. El Proyecto de Penitenciaria del Distrito Federal, de 1882, revela este objetivo hasta el cinismo: “Asi pues, un sistema que basado en estos principios coloca al delin- cuente entre el placer y el dolor y pone en juego en su alma méviles, temor y esperanza, hiere la fibra més deli- cada y palpitante, y no hay por qué asombrarse de que gobierne a los hombres como déciles ovejas”. Por eso, si los motivos tedricos no bastaran, habria que ubicar de todas maneras este tipo de indagaciones dentro de los géneros urgentes por la raz6n moral de que “muchos de los seres que pueblan infiernos como el que aqui se des- nuda podrian estar de nuestro lado, si nuestro lado no En busca de la ideologra argentina 49 mantuviera con tan persistente eficacia lor diversos ghe- ttos que protegen la ciudad del hombre normal”.?? O, quizas, porque es “nuestro lado” el que se ha dedicado con implacable constancia a exorcizar una y otra vez todo aquello que no le devolvia la imagen monotona pero tranquilizadora de lo Mismo. 87 Julio Cortézar, Territorios, México, Siglo XX1, 1978.

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