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Algunos de nosotros ya lo hemos celebrado esta noche pasada, en la solemne Vigilia

Pascual.

Y miles y miles de comunidades cristianas lo están celebrando en todo el mundo, en


este domingo que es el más importante de los domingos del año.

Por eso hemos encendido este hermoso Cirio Pascual, que arderá en las misas de las
siete semanas del Tiempo Pascual que empieza hoy, y va hasta, el domingo de
Pentecostés.

Como símbolo silencioso pero expresivo de la presencia viva del Señor Resucitado

• (Cristo ha iniciado su Vida Nueva; nosotros también)

Las lecturas nos ayudan a darnos cuenta de la importancia de esta fiesta:

Cristo Jesús, después del trágico camino de la cruz y de la muerte, ha sido


resucitado a una Vida Nueva por la fuerza de Dios.

¿Os habéis dado cuenta del valiente testimonio que ha dado Pedro, el que había
negado cobardemente a Jesús?

Ahora, como hemos leído en la primera lectura, delante de todos declara:

"A Jesús de Nazaret lo mataron colgándolo de un madero.

Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros, que hemos comido
y bebido con él después de su resurrección".

A partir de ahora nadie podrá hacer callar a Pedro. Ni a los demás discípulos, que
irán anunciando a todos la buena noticia:

"Dios ha nombrado a Jesús juez de vivos y muertos. Los que creen en él reciben, por
su nombre, el perdón de los pecados".

Si creemos esta buena noticia, algo tiene que cambiar en nuestra vida. Ante todo,
se nos ha invitado a vivir pascualmente, o sea, según el estilo de vida de Jesús.

Pablo, en la segunda lectura, nos ha propuesto, a los que hemos sido bautizados en
Cristo Jesús, un programa muy dinámico y exigente:

"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba...

aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra".

Todos entendemos qué diferencia hay entre vivir según los criterios de este mundo,
que se obsesiona con los intereses de aquí abajo, y vivir según los criterios de
Jesús, que nos incita a poner los ojos en los valores definitivos.

Vivir según la Pascua significa vivir en alegría, sin perezas, sin cobardías ni
medias tintas.

La Pascua de Cristo tiene que llegar a ser también nuestra Pascua.

Para que nuestra vida sea más enérgica, más claramente inspirada en la alegría del
Resucitado.

Pero además tendríamos que anunciara los que nos rodean nuestra fe pascual.
La comunidad cristiana, siguiendo el ejemplo de aquellos primeros discípulos, y
sobre todo de Pedro, hace ya dos mil años que proclama ante el mundo este
acontecimiento que ha cambiado la historia.

Entonces decía Pedro: "Nosotros somos testigos... nos encargó predicar, dando
solemne testimonio, su resurrección".

Las mujeres, después del susto inicial, fueron también las primeras anunciadoras de
la noticia.

Los de Emaús corrieron a decírsela a los demás discípulos.

¿Y nosotros? Todos podemos ser misioneros y mensajeros, no tanto con discursos sino
con nuestro estilo de vida, de la noticia de la Pascua, de la convicción de que la
salvación está en Cristo Jesús, que él es quien da sentido a nuestra existencia,
que vale la pena seguir su camino porque ahí está la verdadera felicidad.

Cada uno en su ambiente: en nuestra familia (los padres a los hijos y los hijos a
los padres), en nuestra sociedad (en el mundo del trabajo o de las amistades o de
la escuela o de las distintas actividades), en la comunidad cristiana (con la
catequesis, con la colaboración en la vida parroquial)...

Si celebramos bien la Eucaristía, nuestro encuentro con el Resucitado, en que él


nos comunica su vida, tendremos ánimos para ser, en la historia de cada día, unas
personas "pascuales", que contagian a todos la alegría de su fe.

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