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Entonces fui a mi estudio de Ciudad de México y traje conmigo a la provincia una buena cantidad
de libros, pensé que después de impartir mis clases de filosofía en la regional podría leer todo lo
que me viniera en ganas. Los primeros días comenzó a funcionar de maravillas, me propuse leer
los últimos tres libros de Vallejo y escribir una suerte de ensayo al respecto. A los dos o tres días
las cosas comenzaron a resultar extrañas, como si no tuviera ganas siquiera de tomar el libro e
irme al jardín de mi casa. Tengo una triste hipótesis de por qué las cosas no me salen en el
asuntito de la lectura: la he asociado con haberla leído en voz alta en un sitio de donde no pude
retirarme a tiempo. ¡Fue hermoso, sin embargo!
Lo he dicho antes, con este señor se aprende a hujuputear de la manera más correcta posible.
Dices que es una novela, yo digo que es un monólogo que va escupiendo los propios dolores del
personaje, pero yo quiero entender a Fernando Vallejo, parece que él es el que grita, el que
demanda dejar en claro que tenía razón, que el ser humano es una basura y que no merece un
solo instante de existencia en este mundo que nos cupo en suerte.
Vallejo se vuelve dictador y pone sobre la mesa los derechos, los juzga y determina que en su lugar
quedarán los deberes.
Habla de Colombia, de hecho, estas memorias son para Colombia, aunque voy leyendo y parece
que también son para México, donde vivió una buena cantidad de años. Pero, si me apuran,
también son para el resto de Latinoamérica. Para todo el mundo no sé.
Un día toma posesión y se dedica a fusilar a los que considera la basura que ha gobernado y
dañado a su país Colombia. Fusilar y decapitar, así dice el escritor antioqueño. Piensa la política y
termina aborreciéndola.