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LA ESCUELA DE LAS MUJERES

ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA

CRISALDO: De manera que según dices, vienes a resolver lo de tu casamiento.


ARNOLFO: Si; Quiero que mañana quede todo consumado.
CRISALDO: Estamos solos, parece que podemos hablar en confianza sin que
nos oigan. Cómo amigo te hablo con sinceridad, Por qué me hace temblar tu
propósito Por qué mírese la cosa por donde se mire, veo imprudente que
tomes esposa.
ARNOLFO: Ósea que tú crees que debo tenerle miedo a tu ejemplo. Debo
temer lo mismo que todos. Quizás tu frente piensa que los cuernos son un
infalible accesorio de los demás.
CRISALDO: Creo que esas son vainas que nos pueden ocurrir a todos. Por eso
temo por ti. Recuerda que te has burlado de más de cien pobre maridos, que
ni grandes, ni pequeños, ni gordos, ni flacos, ni los locutores, ni los policías,
los trabajadores de las minas, ni los profesores se han librado de tus críticas.
Tu mayor placer ha sido sacar a la luz sus tapados.
ARNOLFO: Y con razón. ¿Existe ciudad en este mundo donde los maridos sean
tan pacientes como esta? ¿No es claro que todos cualquiera que sea su clase
están bien dotados de cornamenta? Algunos amasan riquezas que su mujer
entrega al que le hace cornudo. Otros que se las dan de contentos, pero no
menos imbéciles, ven como les envían regalos a sus mujeres. ¡Y que no se les
ocurra tener celos! Pues ellas alegan que son detalles dedicados a sus
virtudes. El tipo arma un escándalo que de nada le sirve. Otros cuando llegan
los galanes se ponen las botas, cogen el sombrero y se van. En estos casos
tengo conocimiento de que las esposas les cuentan a sus maridos que los
galanes necesitan de su ayuda, y el confiado esposo se duerme en la falsa
franqueza de su mujer. En fin. Por todas partes veo motivos para la sátira, y
bien puedo como espectador burlarme de esos insulsos.
CRISALDO: Si; Pero quien de otros se burla debe esperar que se desquiten
burlándose de él. Corres muchos riesgos. Te toca andar derechito sin un solo
tropezón. Por qué debes tener claro que al primer descuido andarás en
lengua de toda la gente.
ARNOLFO: Mi amigo no se preocupe. Muy sagaz tiene que ser el que me coja
en esas. Conozco bien los astutos rodeos y las sutiles tramas que para
burlarnos usan las mujeres. Para evitar peripecias he tomado mis
precauciones. Con quien me caso tiene una inocencia que librara mi frente de
protuberancias malignas.
CRISALDO: ¿Te casas con una tonta?
ARNOLFO: Me caso con una tonta para no ser cornudo. Como buen amigo
creo discreta a tu mujer. Pero siempre he pensado que la inteligencia
femenina es mal presagio. Y conozco muy bien lo que ha costado a ciertas
personas haber elegido esposas inteligentes, con talentos. Yo no soy de los
que va a unir a una ingeniosa mujer que siempre ande saliendo a reuniones,
de esas que se les da por escribir canciones y cantar versos en fiestas. Que
sea aplaudida por poetas folclóricos, artistas de medio pelo, jueces, políticos
y músicos vallenatos. Mientras yo posando como un santo sin devotos. No
quiero una mujer con tantas aptitudes. La mía no es ilustre, no sabe ni si
quiera lo que es una rima o una adivinanza. Si quieres probar su viveza y le
preguntas. ¿Te echo un polvo? Te responderá…. Huyyy pero si no estamos en
carnavales… En fin, deseo una esposa ignorante que solo sepa rezar,
amarme y también coser. No falta que se caiga un botón… es bueno que
sepa esas cosas…
CRISALDO: ¿Ósea que tu ideal de mujer es una Lerda?
ARNOLFO: ¡Prefiero una tonta fea! ¡Que una avispada elegante!
CRISALDO: La inteligencia y la belleza…
ARNOLFO: Basta de honestidad.
CRISALDO: Pero ¿Cómo quieres que una tonta no sepa lo que es honestidad?
Además, que debe ser aburrido y cansón tener una estúpida al lado de uno.
Parece que esa idea no es un buen fundamento para la seguridad tu frente.
Una mujer inteligente puede faltar a su deber, pero al menos lo deseara.
Mientras la tonta puede traicionar sin quererlo y hasta sin pensar que
traiciona.
ARNOLFO: ¡Que argumento tan profundo! Cada uno tiene sus métodos y yo
en la elección de mujer, como en otras cosas quiero seguir el mío. Soy lo
bastante rico para poder elegir una mujer que me lo deba todo. Que viva en
plena dependencia y sumisión, para nunca escuchar reproches por su dinero
o alcurnia. Conocí a tiempo a una niña de cuatro años que me inspiro cariño
por su aire sereno y dulce. Su madre una indígena muy urgida por la pobreza.
Accedió a entregármela contentísima de librarse de esa carga. La hice educar
según mi inclinación en un convento apartado y pequeño por allá por la
serranía del Perijá, recomendado a las monjitas que la volvieran tan idiota
como pudieran. Gracias a Dios mi propósito se cumplió, la muchacha creció y
la he encontrado tan inocente que bendije al cielo por darme una esposa a mi
gusto. Entonces, la retire del convento y como la casa mía del cañahuate
llegan tanta gente, la lleve a mi otra casa, la que está cerca al rio, y a la que
nadie me visita. Para que el trabajo que se le ha hecho a la muchachita no se
me eche a perder, la tengo al cuidado de gente tan simple como ella. Si me
preguntas porque te cuento todo esto, lo hago para que reconozcas mis
precauciones. Como eres un fiel amigo te invito esta noche a cenar con ella y
tanteándola me contaras que te parece mi elección.
CRISALDO: Esta bien.
ARNOLFO: La visita te va a permitir juzgar su inocencia. ¡Tiene unas simplezas
que me asombra! Me cuentan cosas de ella que me hacen morir de la risa. El
otro día me pregunto que si los niños se hacían por los oídos.
CRISALDO: ¡Haya yai… señor Arnulfo!
ARNOLFO: ¿Por qué me dices ese nombre?
CRISALDO: Se me olvida. Nunca recuerdo que debo llamarte señor de la Rosa.
Por qué carajos quieres después de cincuenta y tantos años rebautizarte. Y
además con el nombre de tus tierras.
ARNOLFO: Me gusta más que me llamen de la rosa que Arnolfo.
CRISALDO: Es muy difícil acordarse.
ARNOLFO: Puedo aguantarlo de los ignorantes, pero de ti.
CRISALDO: Lo que quieras.
ARNOLFO: Adiós. Voy a llegar aquí para que sepan que regrese.
CRISALDO: (Partiendo) De verdad que se está volviendo loco… Y de remate.
ARNOLFO: Este Lucho en ciertas vainas no anda bien de la cabeza. ¡Con que
verraquera se aferra a sus opiniones!
ACTO II
ESCENA PRIMERA

ARNOLFO: Cuanto he sufrido durante esta conversación. Tengo que


desentrañar este asunto. No me quiero imaginar la desgracia en la que puedo
caer. Me preocupa mi honor. Yo veo a Inés como mi mujer y si hay un desliz
me cubrirá de deshonra.

ESCENA II

ALANO: Yo he sido el que abrió la puerta esta vez señor.


ARNOLFO: Vengan. No les digo que vengan.
GEORGINA: Me da miedo patrón. Mirándolo se ponen los pelos de punta.
ARNOLFO: ¿Así que me desobedecieron en mi ausencia? ¿Me han
traicionado?
GEORGINA: Le ruego señor que no me machaque a palos.
ALANO: Para mí que lo mordió un perro furioso.
ARNOLFO: La ira me arranca las palabras. ¡Me sofoco! ¿Cómo han permitido
canallas que un hombre haya entrado a la casa? ¡Hey tú! ¡No huyas! Es
necesario que ahora mismo… ¡Como te muevas! Quiero que me digas…
Quiero que los dos. ¡Juro que el que se mueva lo mato! ¿Cómo entro ese
hombre a mi casa? Hablen rápido. Aja. ¿Qué dicen?
ALANO: Yo. Yo. He.
GEORGINA: ¡Tengo el corazón paralizado!
ARNOLFO: Recobremos el aliento. Necesito pasear para tomar aire. Creo que
es mejor escuchar todo de la misma boca de Inés. Paciencia y calma corazón
mío. Yo mismo la hare bajar mientras los empleados esperan aquí.
ACTO III

ESCENA PRIMERA

ARNOLFO: Todo resulto excelente. Estoy feliz porque han cumplido mis
órdenes con pelos y señales. El seductor barbilindo quedo confundido. Pero
recuerden que no hay que bajar la guardia. Los enamorados son verdaderos
satanes, con la garganta deseosa de placeres femeninos.
GEORGINA: Recordaremos bien tus órdenes. Ese señor nos hacía creer…
Pero ya no…
ALANO: No me tomare más del vino que usted guarda en el escaparate si ese
enamorador vuelve a entrar a la casa. ¡Es que es un aprovechado! La última
vez solo nos dio 10 billetes. ¡Nos pudo dar más!
ARNOLFO: Bueno. Bueno. Sigan con lo planeado. Tú Alano ve donde el
notario y dile que agilice los documentos, que ya voy. Georgina, dile a Inés
que baje.

ESCENA III

ARNOLFO: ¡Gracias a mi ausencia casi me la arrebatan! Lo mejor es


convertirla rápido en mi mujer. Conformare su alma y su pensamiento como
me plazca, ya que esta entre mis manos como una blanda arcilla. Pero allá
viene el bandido, disimulemos y veamos hasta donde llega su despecho.
HORACIO: Vengo de tu casa. Parece que mi destino es no encontrarte en ella.
ARNOLFO: Soy un hombre ocupado Horacio. Pero hablemos. ¿Puedo saber
cómo andan tus amoríos? Veo maravilloso la rapidez de tus avances y me
interesa saber que todo sigue bien.
HORACIO: Después de revelar mi amor le han ocurrido ciertos infortunios.
ARNULFO: ¿Cómo así?
HORACIO: ¡Que mala suerte! Regreso de sus fincas el protector de mi bella
ARNULFO: ¡Que Desgracia!
HORACIO: Y lo que más me preocupa es que sospecho que se ha enterado de
mi secreto.
ARNULFO: ¿Y cómo carajos se ha enterado tan rápido?
HORACIO: No lo sé, pero se enteró. Fui a visitar a mi hermosura y el criado y
la criada cambiaron de una manera radical. Me dieron en la nariz con la
puerta. Y me han aclarado con fuetazos de varitas de totumo que ya no son
mis aliados y que no debo volver a esa casa.
ARNULFO: ¡Con la puerta en las narices!
HORACIO: ¡En las narices!
ARNULFO: Estuvo dura la cosa.
HORACIO: Quise negociar con ellos a través de la puerta, también a través de
la cerca, pero me respondían: “El Señor ha prohibido que entres”
ARNULFO: ¿Y no abrieron?
HORACIO: No. Inés Desde la ventana me ratifico el regreso del viejo cacreco.
Muy brava me ordeno que me fuera, que me alejara. Me confirmo su rabia de
un ladrillazo en la cabeza.
ARNULFO: ¿Ladrillo?
HORACIO: ¡Un tremendo ladrillo!
ARNULFO: ¡Que vaina! Se echó a perder tu romance.
HORACIO: Si. Me ha caído mal el retorno de ese viejo.
ARNULFO: Lo siento mucho por ti.
HORACIO: Ese hombre me perjudica.
ARNOLFO: Pero bueno. Conociéndote buscaras alguna salida. No creo que
este pequeño impase sea un problema para ti.
HORACIO: De algún modo necesito burlar la vigilancia del viejo celoso.
ARNOLFO: Pero será fácil. Ya que la muchacha te ama.
HORACIO: Es cierto.
ARNOLFO: Triunfaras entonces.
HORACIO: Eso espero.
ARNOLFO: El ladrillazo te ha dejado un poco turuleco. Pero no desanimado.
HORACIO: No. Lo que me ha sorprendido y no esperaba, es la audacia de la
joven. Hoy confieso que sin dudas que el amor cambia todas nuestras
costumbres y derrumba todo obstáculo. ¡Analiza esto! La joven enrollo un
papel escrito en el ladrillazo que me lanzo. ¿Crees que el amor estimula el
ingenio? ¿Qué piensas de tal ocurrencia? Lanzarme un escrito con ladrillo y
todo. ¿Cierto que fue bien sagaz? ¡Analízalo! No te burlas de la suerte del
viejo ridículo. Celoso. De la Ross el viejo inservible…
ARNOLFO: Sí. Si. Muy inservible.
HORACIO: ¡Que risa verdad! El hombre se arma contra mí. Atrinchera su casa,
me manda ladrillazos y me hecha a sus sirvientes. Y vea quien viene a
burlarse de sus estrategias, la niña que quiere mantener en extrema
ignorancia. Oiga, yo veo que la llegada de este señor pone en dificultades mi
amor, pero no deja de ser divertido todo este show… Creo que se me va a
salir la mandíbula de la risa. No te veo reír de esta locura.
ARNOLFO: Perdóname. Rio todo lo que puedo.
HORACIO: Mi amigazo. Te voy a mostrar la carta. Mi adorada ha puesto en
ella todo lo que siente su corazón. De una manera bondadosa, conmovedora,
tierna e inocente. Es así como una mujer expresa su primer sentimiento de
amor.
ARNOLFO: (Aparte) ¡Para eso es que te sirve saber escribir bellaca! ¡Por algo
no quería que te enseñaran!
HORACIO: (Leyendo la carta) Deseo decirte tantas cosas y no sé por dónde
empezar. Me obligan hacerte mal, pero yo no quiero. Empiezo a entender que
me han tenido en una suprema ignorancia. Pero no temo en decirte que hoy
no quiero estar sin ti. Que desean casarme a la fuerza. Pero siento que sin ti
me moriría. Que solo tú me haces sentir que puedo tocar el cielo cuando me
miras y tocas mis manos. Que mis piernas tiemblan cuando me susurras al
oído. Te juro que mi amor hacia ti es puro e inigualable. Que huiría contigo
hasta el fin del mundo, lejos de este viejo espantoso que desea que me
entregue a él. Tú eres mi verdadero amor Horacio y nadie cambiara eso.
Siempre tuya. Inés. Posdata. Perdóname por el ladrillazo. Curare cada una de
tus heridas a besos.
ARNOLFO: ¡Perra!
HORACIO: ¿Te pasa algo malo?
ARNOLFO: Nada.
HORACIO: ¿Has visto palabras tan bellas? No voy a dejarla en manos de ese
viejo loco, patán, miserable bestia.
ARNOLFO: ¡Adiós!
HORACIO: ¿Ya te vas?
ARNOLFO: Acabo de acordarme que debo hacer una diligencia.
HORACIO: Voy a buscar cómo entrar a esa casa. Te cuento esto porque eres
mi amigo. ¿No sabes cómo puedo hacerlo?
ARNOLFO: No. Tienes que arreglártelas sin mí.
HORACIO: Bueno. Adiós. Cuida de mis secretos.
ESCENA QUE REMPLAZA ALGUNOS MONOLOGOS Y SALTA AL ACTO IV

ARNOLFO: La bellaca me ha fingido inocencia. Vamos a ver qué cara tiene la


sinvergüenza después de tal mentira. Voy a entrar a molerle el rostro a
cachetadas. Por favor San Antonio de Padua, que mi frente quede absuelta de
los cuernos.
(Arnolfo entra a la casa y sale de inmediato)
Nunca la había visto tan hermosa. Jamás sus ojos fueron tan penetrantes.
Haberla recogido en su infancia. Haber albergado sobre ella todas mis
esperanzas cuidándola para mi durante trece años, para que un jovencito
atolondrado se enamore de ella y venga a quitármela en mis barbas. No
señor. Mi amiguito, No te burlaras de mí.

ACTO IV
ESCENA IV
ALANO: Señor. El notario se fue de luna de miel, recién casado, debe estar
pasándola buenísimo.
ARNOLFO: Dejemos eso para otro día. Alano, Georgina. Acérquense. Ustedes
son mis fieles, buenos y verdaderos amigos. Les advierto que desean hacerle
un mal a mi amor. Amigos imagínense que grave seria que le quitaran el
honor a su patrón. La gente los señalaría con el dedo y se burlaría de ustedes.
¡Esos son los empleados del viejo cacreco, del viejo cachón! Así que mi
dificultad también los afecta. Deben hacer guardia para que se galán de
ningún modo…
GEORGINA: Ya le probamos que hemos aprendido nuestra lección.
ARNOLFO: No se dejen convencer de sus buenas razones.
ALANO: Claro que no.
GOERGINA: Ya sabemos cómo defendernos.
ARNOLFO: Sin embargo, quisiera saber que le responderían si el bandido
llegara diciendo: ¡Alano de mi alma, apaga la languidez de mi corazón!
ALANO: Respondería: ¡Eres un desgraciado!
ARNOLFO: Bien. Y a esto otro: ¡Preciosa Georgina, eres tan dulce, divina y
buena!
GEORGINA: ¡Bellaco! ¡Tramposo!
ARNOLFO: Alano, ¡Es mi destino entrar a la habitación de Inés!
ALANO: Eres un rufián
ARNOLFO: Georgina, ¡Seguro moriré si no te compadeces de mi pena!
GEORGINA: Eres un desvergonzado.
ARNOLFO: Muy bien. Y si dice: No soy de los hombres que pretenden que las
cosas se le den gratuitamente. Cuando se me hace un favor se recompensarlo
y por eso toma Alano para un buen vino y un delicioso pan francés con queso
holandés. Y tu Georgina para un buen refajo con cerveza extranjera. (Los dos
toman el dinero) Esto es solo un adelanto y demuestra los beneficios que
puedes obtener. A cambio solo les pido que me dejen ver a su bella señora.
GEORGINA: (Golpeándolo) A otra con eso.
ARNOLFO: Bien.
ALANO: ¡Fuera de aquí!
ARNOLFO: ¡Bien!
GEORGINA: Sal de aquí sinvergüenza.
(Le dan golpes a Arnolfo)
ARNOLFO: Bueno. ¡Basta!
GEORGINA: ¿Lo hice bien?
ALANO: ¿Cómo nos vio?
ARNOLFO: Bien. Solo que no debieron agarrar el dinero.
GEORGINA: No nos acordamos de ese punto.
ALANO: ¿Quieres que lo volvamos hacer?
ARNOLFO: No. Es suficiente. Entren a la casa.
ALANO: ¿No tienes otra orden?
ARNOLFO: No. Quiero que entren a la casa. Quédense con el dinero. Ojo.
Alerta con la vigilancia.
ESCENA V
ARNOLFO: Hare la guardia en esta esquina. Para alejar a los zapateros a
domicilio, los vendedores de queques, al de las paletas, el de los bollos, el del
pescado y los vendedores de almojábanas. Esa gente siempre se presta para
favorecer los juegos amorosos. Por algo he visto el mundo y conozco todas
sus trampas. Mucha destreza habrá que tener el pelilargo para lograr meter
un billete o mensaje a la casa.
ESCENA VI
HORACIO, ARNOLFO
HORACIO: Que bien encontrarte de nuevo. Te cuento que acabo de salvarme
de una. Después que me despedí de ti. Vi a Inés sola en el balcón, me hizo
una señal para que nos viéramos en el jardín. Me abrió la puerta y me llevo a
su cuarto. Estábamos los dos solos, cuando de pronto sentimos que el viejo
celoso subía las escaleras. Ágilmente Inés me encero en su armario. Escuche
al hombre que entro al cuarto soltando refunfuños, dando golpes a la mesa, a
las paredes y hasta el gato llevo se llevó su patada. Rompió todo lo que
encontró. ¡Sin duda el viejo sabe algo! Después de soltar su rabia el
perturbado viejo cacreco salió sin decir una palabra. Inés y yo quedamos que
bien caída la noche entrare sigilosamente a los jardines de la casa. Tres
chiflidos serán la clave para que Inés me abra la ventana y lance sus sabanas
amarradas en forma de soga, por donde subiré para después ayudarla a bajar
y escapar conmigo. Te confieso todo porque eres mi amigo. Seguro celebraras
mis éxitos. Adiós. Se hace tarde y debo prepararlo todo.
ESCENA VII
ARNOLFO

ARNOLFO: ¡No me dejo ni respirar! Por más de veinte años he contemplado


el triste destino de muchos maridos. Educándome con cuidado y aprendiendo
de las cabezas ajenas. ¿Sera posible que la astucia de Inés burle mis medidas?
¿Verme yo, tan viejo como estoy engañado por esa muchachita y su
enamorado? No me voy a quedar con los brazos cruzados. Si ese pedacito de
hombre me ha robado el corazón de Inés, yo le impediré que se apodere de
lo demás. Me es útil que el tonto no sepa que su confidente es su rival. Eso
me da la ventaja de saber todos sus movimientos.

ESCENA VIII
CRISALDO, ARNOLFO

CRISALDO: Mi compadre. ¿Qué? ¿Comemos algo y después salimos a beber?


ARNOLFO: No. Ni comeré, ni beberé esta noche.
CRISALDO: Es que se te ocurren unas cosas.
ARNOLFO: Estoy un poco preocupado.
CRISALDO: ¿Ya no piensas casarte?
ARNOLFO: Te gusta preguntar unas vainas.
CRISALDO: ¡Deja la rabia! ¿Qué es lo que te preocupa? Viéndote la cara creo
que tus amores no andan muy bien. Unas cervezas bien frías quitan esas
rabias.
ARNOLFO: Páseme lo que me pase. No me ocurrirá lo que a ciertas personas
que sufren silenciosos y con paciencia la llegada de los galanes de sus
mujeres.
CRISALDO: Es extraño que un hombre con tu criterio se ahinqué tanto en ese
asunto. Que no conciba que esas cosas pasan en el mundo y ya. Para ti, un
avaro, un pícaro, un político corrupto no son nada en comparación con un
cornudo. Y además piensas que eres un hombre distinguido y de honor. Por
no tener cuernos. Qué manera de ver las cosas. Por qué crees que nuestra
reputación depende si te ponen los cachos o no. No podemos estar metiendo
las narices en los líos ajenos. Está bien que no aplaudamos a los maridos que
se alegran de sus cuernos. Pero tampoco tenemos que andar guapos,
regañando, refunfuñando y queriendo decirle al mundo lo que a nadie le
interesa saber. Hay que dejarse de extremos. Entiende, la habilidad consiste
en saber mirar los sucesos por el lado bueno. ¿No te gustaría un Whisky?
ARNOLFO: Tu excelente discurso merece los aplausos de toda la
confederación de cornudos. Y estoy seguro después de tus bellas palabras
que muchos se unirán.
CRISALDO: Elegir mujer es como jugar a las cartas. Hay que enfrentar el juego
con destreza y dominar el alma, para que asuma la mala suerte como una
experiencia.
ARNOLFO: Comer y beber convenciéndose de que los cuernos no tienen
importancia.
CRISALDO: Compadre, tal vez tenga sus placeres la cornuderia.
ARNOLFO: Si tu deseas ser cornudo, no voy hacer yo quien siga tus pasos.
CRISALDO: No hay que jurar. Si la suerte te ha destinado a ser cornudo. Tus
cuidados no servirán de nada.
ARNOLFO: ¡Cornudo yo!
CRISALDO: ¡Y que! Sin ofenderte, hay muchos cornudos que te superan en
aspecto, porte, elegancia y riquezas.
ARNOLFO: Ya no me gusta esta conversación. ¡Adiós!
CRISALDO: Adiós. Acuérdate, Nunca digas, de esta agua no beberé. Ya
sabremos qué le pasa mi compadre.

ESCENA IX
ARNOLFO, ALANO, GEORGINA

ARNOLFO: Mis amigos, solicito su ayuda. Estoy muy agradecido por sus
servicios. Pero en esta ocasión los necesito concentrados. Si me ayudan
contaran con una excelente recompensa. El hombre que saben quiere
treparse esta noche hasta el cuarto de Inés. Le tenderemos una emboscada.
Cada uno agarre un garrote bien grande y cuando el peladito este llegando a
la ventana lo levantaran a golpes. Le dejaremos un recuerdo en su espalda
que le quitara las ganas de volver. ¿Tienen ganas de ayudarme? ¿Ganarse una
plática extra?
ALANO: Señor. Lo que va a recibir ese cristiano de mi parte es golpe.
GEORGINA: La espalda le va a quedar moradita.
ARNOLFO: Vuelvan adentro y no hablen esto con nadie. No hubiera en la
ciudad tantos cornudos si los maridos recibieran de esta manera a los galanes
de las mujeres.

ACTO V
ESCENA I
ARNOLFO, GEORGINA, ALANO

ARNOLFO: ¡Hay! Bastardos. ¿Qué han hecho? Por qué esa violencia.
ALANO: Hicimos lo que usted nos pidió.
ARNOLFO: No saquen excusas. Mi orden fue molerle a garrote. No matarlo.
Les dije que le pegaran en la espalda no en la cabeza. Entren. Y no digan nada
de esto. Voy a la plaza. Creo que necesito un buen trago, pensar bien lo que
debo hacer.

ESCENA II
Horacio, Arnolfo.

ARNOLFO: Debí saber que estos inútiles.


HORACIO: Hola. Arnolfo.
ARNOLFO: ¿Quién habla?
HORACIO: Soy Horacio.
ARNOLFO: ¡Madre santa! Es una alucinación, es un fantasma. Aléjate de mí
espanto.
HORACIO: Arnolfo, soy Horacio. Tu amigo.
ARNOLFO: ¿Seguro? No eres un…
HORACIO: Si. He pasado por una palera esta noche, pero estoy vivo.
¿Madrugaste?
ARNOLFO: Si. Corro hasta patillal todas las mañanas.
HORACIO: Me dirigía a tu casa a pedirte otro favor. Te cuento que todo ha
salido bien. Mucho mejor de lo que yo esperaba. No sé cómo el viejo imbécil
averiguo la cita que tenía con Inés. Cuando estaba a punto de llegar a la
ventana los sirvientes me han levantado a garrote. Me hicieron perder
equilibrio y caer abajo. Los atacantes, al verme inmóvil a causa del totaso
creyeron que me habían matado, entre esos el viejo verde me imagino. Los
tontos han bajado a tocarme sin ninguna luz. Puedes creer que en la
oscuridad de la noche les parecí un cadáver. Empezaron acusarse entre sí.
Inés aprovecho la confusión y se escapó de la casa y me encontró sobándome
la cabeza afuera. Ni la muerte podrá separarme de Inés. Solicito de ti mi
amigo que bajo estricto secreto le des alojamiento por uno o dos días.
Mientras preparo la huida de la ciudad debo ocultar su fuga por si las moscas
la persiguen.
ARNOLFO: No dudes que estoy a tu servicio.
HORACIO: ¡Gracias por este favor!
ARNOLFO: Doy gracias al cielo por poder ser útil y te aseguro que nunca he
hecho algo con tanta alegría.
HORACIO: Pensé que no lo harías. Perdóname la fogosidad de mi juventud.
ARNOLFO: Bueno. ¿Cómo haremos esto? Ya está aclarando, debes traer a tu
amada rápido y sin ser visto. Nos separaremos y yo la llevare a mi casa. Aquí
te espero.
HORACIO: No se diga más. Voy por Inés.

ESCENA III
Horacio, Inés, Arnulfo
HORACIO: No te asustes. el lugar donde van llevarte es seguro.
(Arnolfo toma la mano de Inés sin que ella lo reconozca)
INES: ¿Por qué te separas de mí?
HORACIO: Es necesario Inés.
INES: Regresa pronto. Te lo ruego.
HORACIO: Vendré lo más rápido. Es fuerte el amor que siento por ti.
INES: Cuando no te veo pierdo mi alegría.
HORACIO: Es doloroso separarme de ti.
INES: Si fuera verdad te quedarías a mi lado.
HORACIO: ¿Cómo puedes dudar de mi amor?
INES: No me amas tanto como yo a ti. (Siente que Arnolfo la aprieta) Me
están halando con fuerza.
HORACIO: Aquí corremos peligro de ser vistos. El amigo que te sujeta lo hace
para ayudarnos.
INES: Pero seguir a un desconocido…
HORACIO: Estarás muy bien en sus manos.
INES: Me encontraría mejor en las tuyas.
HORACIO: Yo también mi hermosura.
INES: (A Arnolfo) ¡Espera!
(Arnolfo se la lleva)
HORACIO: ¡Adiós!
INES: ¿Cuándo te volveré a ver?
HORACIO: Muy pronto.
INES: Me harás mucha falta.
HORACIO: Tú también.

ESCENA IV
ARNOLFO: Por aquí. Te llevo a otro lugar. Te voy a esconder en un sitio
seguro. (descubriéndose) ¡Me recuerdas!
INES: ¡Ay! ¡Huy!
ARNOLFO: ¡Bellaca! ¡Te asusta mi cara! Tu galancito está bastante lejos, así
que es inútil que pidas auxilio. Aparentas inocencia y preguntas que si los
niños se hacen por los oídos. Pero sabes dar citas nocturnas y escaparte con
tu principito. ¡Perversa! A pesar de los beneficios que te doy llegas a todo
esto.
INES: ¿Porque me insultas?
ARNOLFO: ¿Te parece poco la gran ofensa que me has hecho?
INES: Yo no veo ningún mal en lo que hago.
ARNOLFO: ¿No es maldad seguir a ese Galán?
INES: Él quiere casarse conmigo y de eso hablan tus lecciones. Tu dijiste que
el matrimonio quita todo pecado.
ARNOLFO: Pero era yo quien te quería como mi mujer. Y me parece que fui
bastante claro.
INES: Si lo fuiste. Para ser sincera, Horacio me gusta más que tú. Tus palabras
dibujan el matrimonio como una cosa espantosa. Casarme contigo sería
terrible, fastidioso, se convertiría en mi condena. Mi deseo es casarme con
Horacio, el me muestra un matrimonio lleno de placeres.
ARNOLFO: ¡Con que lo amas traidora!
INES: Si.
ARNOLFO: ¿Y tienes el descaro de decírmelo?
INES: ¿Por qué no, si es la verdad?
ARNOLFO: ¿Acaso tienes que amarle?
INES: ¿Acaso puedo dejar de amarlo? Yo no conocía el amor antes de
conocerlo.
ARNOLFO: Te va a tocar alejarte de ese pervertido deseo.
INES: ¿Cómo se puede alejar uno de lo que ama?
ARNOLFO: ¡Es que no entiendes que me ofende!
INES: No. ¿Qué daño te puede hacer?
ARNOLFO: Ámame a mí.
INES: ¿A Ti?
ARNOLFO: Si.
INES: No.
ARNOLFO: ¿Como que no?
INES: ¿Quieres que te mienta?
ARNOLFO: ¿Por qué no me amas niña insolente?
INES: Yo no tengo la culpa. ¿Por qué no procuraste hacerte amar como lo hizo
Horacio? Yo jamás te lo impedí.
ARNOLFO: Lo he tratado con toda mi fuerza. Pero no ha servido de nada mi
empeño.
INES: Entonces Horacio entiende más de eso que tú. A él no le ha costado
trabajo hacerse amar.
ARNOLFO: ¡Vea como argumenta y razona la bellaca! Bueno, Si eres tan
lucida en tus razonamientos. Entonces, ¿Para qué te he mantenido todos
estos años?
INES: Horacio te pagara hasta el último peso.
ARNOLFO: ¿Ósea que él puede pagarme las obligaciones que tú tienes
conmigo? Picara. ´
INES: No creo que sean tan grandes como dices.
ARNOLFO: Haberte criado desde chiquita con todos los cuidados. ¿No es
nada?
INES: ¡Lindo como me mandaste a educar! Me querías mantener como una
ignorante. No te agradezco lo que has hecho por mí. Gracias al cielo ya tengo
edad suficiente para seguir adelante y no pasar más por tonta.
ARNOLFO: ¿Así que te avergüenzas de toda mi ayuda y quieres seguir tras el
pendejito ese?
INES: ¡No lo dudes! Gracias a él sé que puedo llegar aprender. Y con eso le
debo más que a ti.
ARNOLFO: Palo corrió en esas batatas es lo que te voy a dar por atrevida.
INES: Si eso le complace. Hágalo.
ARNOLFO: Me desarman sus palabras. Bueno traidora. Hagamos la paz. Yo te
perdono todo. Considera el amor que tengo por ti. Recompénsame,
amándome.
INES: Con todo mi corazón te complacería. Si en mi estuviera, nada me
costaría.
ARNOLFO: Vamos mi niña. Si quieres, puedes. Escucha este suspiro de amor.
Observa mi mirada. Escucha mi voz romántica. “Lucero espiritual” Lucero,
lucero… Deja el amor que le tienes a ese mocoso. Serás cien veces más feliz
conmigo. Te voy a acariciar de día y de noche. Te abrazare, te comeré… a
besos. Harás lo que quieras. Sin discutirlo todo será como quieras. ¿Qué más
quieres? A todo lo que nos hace llegar el amor. ¿Quieres verme llorar?
¿Quieres que me reviente a golpes? ¿Quieres que me arranque los cabellos?
¿Quieres que me mate? ¡Alano! ¡Alano! (Aparece Alano) ¡Tráeme la pistola!
La pistola. (Alano sale corriendo) Si así lo quieres, estoy por demostrarte mi
amor.
(Se escucha afuera un fuerte disparo. Arnolfo brinca asustado y se esconde)
ARNOLFO: Mi madre. ¡Que paso!
GEORGINA: Señor. Alano ha matado el perro con la pistola.
ARNOLFO: Inútil. Imbécil.
Se ve Alano huyendo con una maleta y su jaula.
INES: Tus discursos no me llegan al alma. Con dos palabras Horacio hace más
que tú.
ARNOLFO: Ahora si me sacaste de quicio. No solo yo me quedare sin ti. Antes
de que amanezca te voy a sacar de este pueblo. Me vengare llevándote a la
soledad de un convento.

ESCENA V
Arnolfo, Georgina
ARNOLFO: ¡Alano! ¡Alano!
GEORGINA: Señor, recuerde que salió como alma que lleva el diablo después
de asesinar a tres gallinas de un solo tiro. Por otro lado, señor parece que
Inés y el cadáver se han ido juntos.
ARNOLFO: No, aquí está la traidora. Enciérrala con llave en mi cuarto.
Regresare antes de mediodía. Quizás lejos de aquí te cures de ese amor. Voy
por el Toyota.
Georgina sale cargando a Inés.

ESCENA VI
Horacio, Arnolfo

HORACIO: Arnolfo. Vengo a buscarte. ¡Se cumplió mi desgracia! Mi padre ya


llego al Valle, Me lo encontré parrandeando en la plaza. Y lo que yo no sabía
es me quiere casar. ¡Es una injustica! Me quieren separar de mi hermosa. Tu
que eres mi amigo y has participado de mi lucha. La lucha por mi amor.
Comprenderás que este es el peor golpe que puedo recibir. Y la culpa es ese
Enrique, del que te hable. El llego con mi padre y es con su única hija, con la
que me quieren casar. Cuando supe que mi padre te quiere visitar, decidí
adelantarme para pedirte que le ocultes mi compromiso y trates de disuadirlo
de que me case.
ARNOLFO: Bueno. Así será.
HORACIO: Aconséjale que aplace todo.
ARNOLFO: Claro que sí. No dejare de hacerlo.
HORACIO: Gracias mi amigo. En ti confió.
ARNOLFO: Te lo agradezco.
HORACIO: Te considero como un padre.
ARNOLFO: Hijo.

ESCENA VII
Enrique, Orontes, Crisaldo, Horacio, Arnolfo, Georgina
ORONTES: Oye como ha crecido Valledupar.
CRISALDO: Si. Ha crecido en parques, plazas, algunas avenidas. No hay
teatros ni museos. Pero si están construyendo grandes edificios por todas
partes. No sabemos de dónde sale la plata. Pero están echando cemento. El
desarrollo urbanístico ha llegado a Valledupar. (Ríen)
ORONTES: ¡Arnolfo!
ARNOLFO: (A Horacio) ¡Cálmate!
ARNOLFO: ¡Orontes!
ORONTES: Que placer volver a verte.
ARNOLFO: Que gran alegría.
ORONTES: Hemos venido…
ARNOLFO: Ya lo sé. No debes darme detalles.
ORONTES: No deja de haber chismosos por estas tierras.
ARNOLFO: Tu hijo no desea casarse. Pero mi consejo es que lo hagas cuanto
antes. No lo aplaces. Como padre debes hacer valer tu autoridad. A los
jóvenes de hoy hay que tratarlos con rigor. Nuestra tolerancia les hace daño.
HORACIO: ¡Traidor!
CRISALDO: Si el joven se siente mal no podemos usar la violencia. Creo que
Orontes opina lo mismo.
ARNOLFO: ¿Y que el padre se deje gobernar por el hijo? Un padre debe hacer
obedecer a su hijo. Orontes es mi amigo y su reputación es como la mía. Si ha
dado la palabra tiene que mantenerla. Se lo que hago y digo lo que debo.
ORONTES: Así se habla. Mi hijo obedecerá mis órdenes de casarse Arnolfo.
CRISALDO: Ya les conté que a nuestro amigo le molesta que lo llamen por su
nombre. Ahora le dicen señor de la Rosa.
HORACIO: (A Arnulfo) ¿Eso es verdad?
ARNOLFO: (A Horacio) Si. Ese es el misterio. No podía dejar que te burlaras
de mí. ¡Bellaco!
GEORGINA: ¡Señor! ¡Señor! Me cuesta trabajo detener a Inés. ¡Apúrese!
Quiere escapar a toda costa. Yo creo que es capaz de tirarse por la ventana.
ARNOLFO: Sácala del cuarto y tráela aquí. (A Orontes) Decide rápido el día de
la ceremonia. Me declaro uno de los padrinos.
ENRIQUE: (A Georgina) Huyy… Pero de donde salió esta belleza tropical.
Se escucha el grito de Inés lanzándose del Balcón.
GEORGINA: ¡Hay mi mama! Se mató la muchacha. Se lo dije.
Inés aparece huyendo despelucada con zapatos en las manos. Ve a Horacio y
corre a sus brazos.
ARNOLFO: (Arrebatándosela a Horacio) Ven. Dale un hasta nunca a tu galán,
no todos los enamorados satisfacen su amor.
INES: Horacio. ¿Vas a dejar que me lleven?
HORACIO: El dolor es tan fuerte que no se ni dónde estoy.
ARNOLFO: Vamos fastidiosa.
INES: No quiero irme.
ORONTES: Bueno. Explícanos que es lo que pasa aquí. ¿Cuál es el embolate?
Estamos de espectadores y no entendemos nada.
ARNOLFO: Mañana te explicare con más detenimiento. Hasta la vista.
ORONTES: ¿A donde vas?
ARNOLFO: Te aconsejo. Que diga lo que diga tu muchachito lo cases.
ORONTES: A eso venimos. Para hacerlo falta una cosa. O más bien la otra
parte. Y es que en tu casa está la futura esposa. Es la hija que hace muchos
años tuvo la amable Sara con mi amigo Enrique. Claro está, bajo vínculos
secretos. Si no sabías todo esto… ¿Por qué el discurso?
ENRIQUE: (A Georgina) Beauté du tropique (Tienes en tu cuerpo la belleza de
la mujer del trópico)
ARNOLFO: Pero.
CRISALDO: Mi hermana Sara ocultándose de la familia, se casó en secreto y
pario a su hija en secreto. Ya que las dos familias no se gustaban por que la de
enrique era conservadora y mi familia liberal.
ORONTES: (Tomando el brazo a Enrique) La comadre Sara y mi compadre
Enrique por querer hacer lo mejor le dieron a cuidar la niña a una indígena en
la sierra.
ENRIQUE: Si. Mi chiquita.
CRISALDO: Mi hermana Sara falleció. Y Enrique decide salir a correr peligro en
tierras extranjeras, buscando mejor suerte a sus dificultades económicas.
ORONTES: Tierras extranjeras que le dieron trabajo como artista y lo han
hecho ganar mucha plata. La que no se iba a ganar aquí, gracias a la envidia y
las malas habladurías. Enrique regreso y fue a buscar a su hija, donde la
indígena. Y ella con franqueza le conto que debido a su extrema pobreza te
había entregado la niña cuando tenía cuatro años.
CRISALDO: (A Arnolfo) Mañana baja la indígena de la sierra para corroborar
todo. Creo que la suerte esta vez no te acompaña mi querido amigo.
Arnolfo sale despavorido.
ORONTES: Que le pasa Arnolfo. Por qué sale como loco sin decir nada.
HORACIO: Luego te contare padre. Por ahora te presento a Inés. Es ella a la
que vienen a buscar.
ENRIQUE: Desde que ti vi Inés no tuve la menor duda de que eras mi hija.
¡Ma fille! ¡Hija mía!
CRISALDO: Bueno. ¡Festejemos! Todo salió bien. No les apetece un Whisky.
En la salida se escucha diferentes textos de todos los actores. Cuando estos
salen aparece Arnolfo como perseguido por una jauría de perros. Luego se ve
correr a Enrique detrás de Georgina. FIN

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