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SUEÑOS HECHOS

REALIDAD
© Gustavo González Cugat
Sueños hechos realidad
ISBN:
Cugat Ediciones
Primera edición, (aquí va fecha)
Dirección de Arte: Hernán Morales Silva
Impreso en (nombre de la imprenta)
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
Derechos Reservados para todos los países
Prohibida su reproducción total o parcial
Fotocopiar y reproducir libros es un delito severamente penado por la ley y
lesiona gravemente los legítimos derechos de autor.
GUSTAVO GONZÁLEZ CUGAT

SUEÑOS HECHOS
REALIDAD
El emprendedor de Pichidegua
EDICIÓN ORIGINAL
Ninguna parte de este libro –en el que se incluye el diseño de portada– puede ser
fotocopiada, reproducida, almacenada, copiada, duplicada, calcada, multiplicada,
mimeografiada, imitada, transcrita, escaneada, digitalizada, litografiada, televisada,
trasladada, fotografiada, filmada, serigrafiada o transmitida en modo alguno, por nin-
gún medio existente en el mundo o por inventarse, sea éste químico, mecánico, vir-
tual, eléctrico, computacional, nuclear, manual, óptico, de microondas, de fibra ópti-
ca o de fotocopia sin el permiso previo, por escrito y ante notario público del Editor.
Mis agradecimientos a Dios, por darme
el privilegio de escribir este libro.
A mi amada esposa Firin por ser la mujer
que Dios eligió para mi vida y la iluminó.
A nuestros amados hijos con que Dios
nos premió y nos dio un nuevo aire para
que tuviéramos una familia que formar.
A nuestros nietos que son nuestra extensión
a quienes, con mi esposa, seguiremos apoyando
a través de sus padres, para darles
lo mejor que Dios no da.
A mis abuelitos catalanes, que de
su cultura pude heredar sus genes.
A mi Santa Madre, por ser
una bendición para mi vida.
A mi Padre, de quien tengo la certeza que por sus venas corría
sangre mapuche, lo que me hace mestizo, y por sus
cuidados y protección.
A mis hermanos, quienes siempre han
permanecido en el amor de Dios y en nosotros.
A nuestro amado pastor metodista pentecostal Laureano Muñoz
por su dedicación en la entrega de las enseñanzas de las
escrituras bíblicas en la escuela dominical.
A mis profesores de las escuelas 18 de Mal Paso y 4 de Pichidegua, que
con su vocación me entregaron lo que pude tener y desarrollar mi vida.
A mis amigos de la infancia, que me entregaron
su alegría, a pesar de sus carencias.
A mis primeros socios, en especial a don Camilo Vera, que con su ejemplo
para los negocios, pude desarrollar mi personalidad.
A nuestro amado pastor Alfredo Cooper, que me motivó
y me dio las directrices para escribir este libro.
Mis más sinceras bendiciones para todos quienes
lean este libro, cuyo propósito es el de entregar
esperanza y fe en Dios.
“Y sabemos que los que aman a Dios, todas
las cosas les ayudan para el bien.
Él tiene un propósito para cada uno”. (Romanos 8:28).
A los jóvenes que se están haciendo un camino
en la vida y quieren ser exitosos en los quehacer
que emprenden les dejo este legado, para que vean que
practicando una vida de esfuerzo, gratitud, generosidad,
humildad, fortaleza, alegría, optimismo, disciplina,
rigurosidad y diligencia y se rodean de personas
honestas y leales, conseguirán lo que se proponen
y comprenderán que es mejor
tener amigos que dinero.
Sueños hechos realidad

PREFACIO

EMPRENDIMIENTO Y ESPIRITUALIDAD
A todos nos quitarán todo,
no nos llevaremos nada,
dejaremos hechos para los demás,
nuestra única forma de trascendencia.
Carlos Cristos
Médico español
(1956-2008)

Uno de los grandes anhelos en la historia de la


humanidad ha sido el de trascender en el tiempo y no
desaparecer tan rápidamente de la memoria colecti-
va. De este modo, nuestras obras no se esfuman y otros
las pueden continuar y acrecentar. La célebre activis-
ta norteamericana por los derechos civiles, Rosa Par-
ks (1913-2005) decía que “los recuerdos de nuestras vidas,
de nuestras obras y de nuestros actos continuarán en otros”.
Con la muerte se ausenta nuestro cuerpo, no nos lleva-
mos nada, pero dejamos los hechos de nuestra vida, en
el corazón y en el espíritu de los que nos acompañaron
en nuestra existencia. El fruto de nuestros esfuerzos,

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Gustavo González Cugat

la creatividad y el entusiasmo con que hicimos nues-


tro trabajo, el cariño que brindamos a nuestros seres
queridos y la rectitud con que actuamos, finalmen-
te estructuran el legado que dejamos a las generacio-
nes más jóvenes. Muchas veces los aspectos materiales
de la cotidianeidad pueden llegar a generar una con-
fusión en este aspecto, pero siempre será el tiempo el
que se encargará de poner en su justo lugar el cometido
que nos guió en nuestro efímero tránsito terrenal y su
trascendencia.
En las páginas que vienen a continuación se
cuenta la vida de un hombre que conjugó con acier-
to y virtuosismo sus emprendimientos empresariales
con la espiritualidad, la sencillez y la sensibilidad so-
cial. Su habilidad, disciplina y constancia le permitie-
ron ser exitoso y destacado en sus logros comerciales y
la profunda devoción a sus creencias lo llevó a ocupar
un lugar relevante en la comunidad religiosa a la que
pertenece.
En los capítulos de este volumen conoceremos
cómo Gustavo González Cugat, un genuino hijo de
Pichidegua –una comuna de la provincia de Cacha-
poal– de descendencia catalana, formó un sólido con-
glomerado comercial en base al trabajo, al esfuerzo, al
sacrificio y la fe. Y mientras lo hacía, en ningún mo-
mento dejó a un lado sus creencias y siempre se man-
tuvo estrechamente ligado a su Iglesia y al desarrollo
integral de la fe en las personas.

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Sueños hechos realidad

El ejemplo de vida de este empresario armoni-


za varios elementos que no siempre van de la mano en
los emprendimientos comerciales y financieros. Por
una parte, sobresale una gestión administrativa escru-
pulosa, dedicada, transparente, visionaria y siempre
actualizada, que dio como resultado una cadena de su-
permercados que se despliegan desde la Región del Li-
bertador Bernardo O’Higgins hasta la Región de los
Lagos, en el sur de Chile. En este quehacer, el sello ha
sido una permanente superación de dificultades a tra-
vés de tesón y sacrificios y una mirada reflexiva y, en
particular, con una clara acentuación en los aspectos
más íntimos de la existencia humana, que se traducen
en el cultivo fraternal y entrañable de la fe.
Gustavo González Cugat comenzó su existencia
empresarial desde los peldaños más bajos de la pirámi-
de productiva y los fue subiendo con seguridad y deci-
sión. Los escaló haciendo frente a los desafíos que se le
iban presentando, sin importar sus complejidades, con
el único ánimo de salir adelante y darle no solo bien-
estar a su familia, sino contribuyendo decididamente
a una generación de trabajo productivo y mantenien-
do en alto sus arraigadas convicciones religiosas que,
en definitiva, son las que le dan sentido verdadero a la
trascendencia humana.

El editor

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Sueños hechos realidad

INTRODUCCIÓN

TESÓN DE CATALÁN
El catalán, de piedras hace pan.
Dicho popular español

Desde su inicio como nación, Chile ha sido un


país que se ha formado gracias a la influencia de otras
culturas, especialmente europeas, que se amalgama-
ron con los pueblos originarios de esta tierra. Sin lugar
a dudas, la española fue determinante en el desarrollo
inicial de la identidad nacional. España no es un país
homogéneo y la península de ascendencia latina se ha
caracterizado porque en ella han coexistido, a través
de los siglos, una serie de comunidades diversas que,
al desplazarse hacia América, y en particular a Chile,
contribuyeron decididamente a forjar, en mayor o me-
nor medida, el carácter criollo de esta nación. El con-
quistador Pedro de Valdivia, extremeño de nacimiento,
en una carta que le hizo llegar al rey Carlos I de España
en 1545, le solicita que haga saber a los mercaderes y

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Gustavo González Cugat

gentes que quieran viajar para avecindarse en este terri-


torio “…que vengan, porque esta tierra es tal que para vivir
en ella y perpetuarse, no la hay mejor en el mundo”.
El ascendiente hispano en el país es extenso y
significativo. En el folklore huaso encontramos a los
andaluces; la antigua aristocracia colonial procede de
vascos y castellanos, que fueron los que primero impul-
saron el desarrollo económico de Chile, como nación.
Los cántabros dejaron su huella en Chiloé; los canarios
dieron forma al acento chileno; los extremeños lega-
ron el nombre a la capital del país, Santiago; y los ga-
llegos, asturianos, aragoneses, valencianos y catalanes,
en diferente medida, pero con entusiasmo, han estado
presentes en la creación de nuestra cultura y el desen-
volvimiento de la educación.
Los problemas económicos que debió sopor-
tar España en el pasado, sumados al auge del salitre
en Chile, trajeron a nuestro país un importante con-
tingente de catalanes. Debido a esa considerable mi-
gración se fundó el Centre Catalá de Santiago de Xile
–Centro Catalán de Santiago de Chile– que congregó
a la comunidad catalana del territorio y que continúa
vigente en este siglo XXI.
Los notables aportes a nuestro país de parte de
Gustavo González Cugat, tal como lo hace notar el sig-
nificativo sonido de su segundo apellido, proceden del
tesón que singulariza a quienes tienen sus raíces en la
comunidad de Catalunia, en el noreste de la península

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Sueños hechos realidad

ibérica. Los catalanes han mantenido un variado flu-


jo migratorio desde Europa a Chile. Si bien el mayor
éxodo se produjo durante la década de 1930, como
consecuencia de la Guerra Civil Española, también se
originaron otras menores; una antes, en el siglo XIX,
y una siguiente en los inicios del siglo XX. Famosos en
la historia de Chile han sido algunos descendientes de
catalanes: Arturo Prat, mártir de la Guerra del Pacífico
y el presidente Manuel Montt Torres, entre otros. Ra-
món Carnicer, el compositor de la música del Himno
Patrio de Chile, también era catalán y pese a que no co-
noció el país, fue capaz de llevar a la música los inspira-
dos versos de Eusebio Lillo.
Al igual que casi todos los inmigrantes a nues-
tro país, antes del auge de la aeronáutica, la familia Cu-
gat llegó a Chile vía marítima y recaló en el puerto de
Valparaíso. No fue un arribo fácil, porque el año 1906
nuestro territorio padeció uno de los tantos devasta-
dores terremotos que han marcado su historia y la vio-
lenta sacudida de 1906 tuvo su epicentro justamente
en la denominada Joya del Pacífico también denomi-
nada cariñosamente Pancho. En el siglo XIX, los tri-
pulantes de los barcos chilenos, cuando llegaban desde
San Francisco, Estados Unidos, a Valparaíso, lo prime-
ro que avistaban desde la lejanía, al acercarse al puerto,
era la Iglesia de San Francisco, que se levanta en el Ce-
rro Barón. Cuando la divisaban exclamaban jubilosos
“llegamos a Pancho”, como familiarmente se les llama a

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Gustavo González Cugat

los Franciscos. El seísmo ocurrido en esa ciudad el 16


de agosto de 1906 destruyó gran parte de la zona cen-
tral de Chile y dejó una espeluznante cifra de más de
dos mil fallecidos.
Aquel fatídico año marcó con elocuencia parte
de la historia entre Chile y Catalunia. En aquel enton-
ces, los problemas económicos que atravesaba Espa-
ña, luego de la pérdida de una de sus últimas colonias
–Cuba–, a manos de Estados Unidos, mantenía al país
empobrecido en un continente que iba desbocado ha-
cia una de las peores y más sangrientas conflagraciones
del siglo XX, la Primera Guerra Mundial. Esta caótica
situación provocó un nuevo éxodo de españoles desde
la península y los catalanes nuevamente fueron parte
de una nueva avanzada de emigrantes hacia el Nuevo
Mundo, aunque esta vez en menor medida, pero de-
bido a que ya constituían una comunidad más indus-
trializada, en esta nueva oportunidad su aporte fue
relevante en el área de la manufacturación en serie de
productos.
Gustavo González Cugat representa el es-
píritu de los genuinos catalanes, pero él se siente
chileno y, también, tiene presente y honra a sus antepa-
sados mapuches. Por sus venas corre sangre de las tres
comunidades.

F. I. A. S.

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Sueños hechos realidad

ÉRASE UNA VEZ…

Érase una vez una familia que la componían los


padres y cuatro hijos, tres mujeres y un hombre. Un fin
de semana salieron de la ciudad hacia su casa que tenían
en un lago. Tenían un buen vivir con un automóvil
muy cómodo, con tres corridas de asientos, que los
trasladaba a todas partes. En el camino quedaron en
pana, un neumático se había pinchado y se detuvieron
para cambiar la rueda. Junto con su padre, también
se bajó del vehículo su hijo de unos diez años, que se
mantuvo firmemente pegado a su lado. El hombre sacó
el repuesto y dispuso todo el equipo que se necesitaba
para reemplazar la rueda averiada.
En los instantes en que el jefe de familia soltaba
las tuercas con una llave de cruz, el niño que no se se-
paraba de su padre, le dijo en tono perentorio: ¡tú no
sabes, déjame a mí! El padre, muy sorprendido por la

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Gustavo González Cugat

actitud de su hijo, le pasó la llave para que lo hiciera y


este niño flacuchento, pero muy saludable e inteligen-
te, tomó la herramienta e hizo todo el esfuerzo posible
para soltar las tuercas, mientras su padre lo observaba
atentamente y con admiración al ver cómo hacía un
gran esfuerzo para lograr lo que se había propuesto.
Su padre sabía que era imposible que su hijo fuera ca-
paz de soltar las tuercas firmemente apretadas a su eje,
porque no tenía ni la edad ni la experiencia para llevar
adelante esta tarea. Mientras tanto la madre y sus tres
hijas esperaban pacientemente a que se llevara a cabo
esta operación. Al cabo de unos momentos, el niño se
rindió y se hizo a un lado, para que su padre soltara las
tuercas y cambiara la rueda averiada por el repuesto,
pero el pequeño, pese a su decepción, en ningún mo-
mento se despegó de su progenitor. En ese tiempo, esta
familia ya era muy religiosa y unida, y los padres, que
eran muy trabajadores, amaban a sus hijos y los fines de
semana y las vacaciones inventaba cualquier cosa para
estar junto a ellos, fuera o dentro de su hogar; es proba-
ble que su propósito fuera el de alejarlo de las tentacio-
nes de una gran ciudad, que siempre son más materiales
que espirituales. La madre, claramente, era una mujer
muy especial, alegre, laboriosa, cariñosa, amante de su
esposo e hijos y completamente entregada a su hogar.
Y como si fuera poco, también era hermosa.
La historia que van a leer a continuación es real.
Gira en torno a una familia emprendedora y cristiana

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Sueños hechos realidad

a la que Dios ama y que, a través de su Iglesia, preparó


para que sus integrantes cumplieran un cometido bien-
hechor en la sociedad. Y así lo han hecho hasta ahora.
Pero esta es solo una parte de la historia; la que sigue, y
que todavía no ha ocurrido, la escribirán, y sobre todo
la enriquecerán, las nuevas generaciones. Este es el de-
safío que les espera.

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Sueños hechos realidad

PRIMERA FAMILIA
Honra a tu padre y a tu madre como el
Señor, tu Dios, te ha ordenado.
Así les irá bien y podrán vivir muchos años
en el país que tu Señor, tu Dios, te da.
Deuteronomio 5:16

Los emprendimientos más significativos y ex-


tensos son consecuencia no del empeño solitario de
una persona, sino de una cadena virtuosa que nace en
el pasado con los abuelos y continúa con los padres, los
hijos, los nietos, los bisnietos y así sucesivamente. Tam-
bién son el resultado de decisiones que los integrantes
de esta cadena fueron tomando en su tiempo y que abo-
naron el terreno para que las generaciones venideras
cosecharan sus frutos. Yo soy parte de una familia, que
forjó en silencio y con trabajo arduo, el destino de sus
descendientes.
Gustavo Cugat Bernet fue mi abuelo. Yo nací
en 1948, el mismo año en que fue asesinado Mahatma

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Gustavo González Cugat

Gandhi, el apóstol de la paz; en que los ingleses aban-


donaron la India; en que entró en vigencia el Plan
Marshall en Europa y que sacó de su postración al con-
tinente devastado por la Segunda Guerra Mundial; en
que se fundó el Consejo Mundial de Iglesias; en que se
creó la Organización de Estados Americanos, OEA, se
creó el Estado de Israel y, en Nueva York, la Organiza-
ción de las Naciones Unidas daba a conocer la Decla-
ración Universal de los Derechos Humanos. En Chile
gobernaba Gabriel González Videla; se aprobaba el
proyecto de ley sobre el voto femenino, que permitía
a las mujeres votar en las elecciones presidenciales; se
dictaba la famosa Ley Pereira que dio un gran impul-
so a la construcción de viviendas en el país y fallecía el
poeta Vicente Huidobro, fundador del Creacionismo.
Vine al mundo en tiempos en que se incubaba la Gue-
rra Fría, que mantuvo al planeta en vilo hasta fines de
la década de 1980, y que terminó con la caída del Muro
de Berlín, en 1989, y la desintegración de la Unión So-
viética, cuando yo ya tenía 41 años.
Mi abuelo abandonó este mundo en 1951, el año
en que se le concedió el Premio Nacional de Literatu-
ra a Gabriela Mistral, más de un lustro después de que
se le concediera el Premio Nobel de Literatura. Yo me
empinaba en los tres años, por lo tanto, todo lo que yo
supe de este hombre excepcional, que fue mi abuelo
materno, fue por lo que me contaba mi mamá sobre él,
a quien siempre lo recordaba con particular cariño. Ella

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Sueños hechos realidad

me contaba que era oriundo de una zona de Cataluña,


donde conoció a mi abuela María Casaoliva Dalmau.
A Chile llegaron en 1906, el año del asolador
terremoto de Valparaíso. En Barcelona, antes de em-
barcarse hacia el Nuevo Mundo, mi abuelo había sido
panadero y luego obrero y mi abuela laboró en una fá-
brica de textiles. En esos años de fines del siglo XIX, Ca-
taluña se caracterizaba por el florecimiento industrial y
mi abuela se adaptaba sin problemas y con habilidad a
esta nueva forma de asumir el trabajo. Pero, la vertien-
te comercial de mi familia, probablemente provenga de
una de mis bisabuelas que se dedicaba a esta actividad;
vendía géneros, que cargaba en una mula con la que se
paseaba por las calles de la ciudad, en una época en que
todavía no se había inventado el automóvil.
Mis abuelos llegaron a Chile con escasas perte-
nencias. Lo primero que hicieron fue establecerse con
un almacén de abarrotes y a los dos o tres años de per-
manencia en esta tierra, tan lejana de su hogar natal,
alcanzaron una relativa estabilidad económica, que les
permitió ir consolidándose lentamente. Así empeza-
ron los negocios en Chile de la estirpe catalana de los
Cugat Casaoliva. Esos fueron los orígenes más remotos
de la faceta comerciante de nuestra familia, que las ge-
neraciones siguientes han continuado desarrollando.
Gustavo Cugat y María Casaoliva desembarca-
ron en Valparaíso tras una larga travesía marítima y

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Gustavo González Cugat

como ingresaron con el estatus de inmigrantes venían


con un destino asignado: un fundo en la localidad agrí-
cola de El Monte, cerca de Melipilla, y a una distancia
de Santiago de 43 kilómetros. Poco tiempo permane-
cieron en esa zona, porque luego emigraron a Chillán,
el lugar de origen de Bernardo O’Higgins, el sargento
Juan de Dios Aldea, el pianista Claudio Arrau y el tenor
dramático Ramón Vinay, entre otras figuras señeras de
nuestra historia. En esta ciudad, distante a un poco más
de 400 kilómetros de la capital, se asentaron por un par
de años, para luego emprender rumbo a Santiago, don-
de instalaron su primer negocio.
Del viaje de mis abuelos a Chile solo sé lo que
me contaba mi mamá; que ellos, en realidad, no venían
a Chile, sino que su destino original era Buenos Aires,
Argentina, pero al arribar a esa ciudad, las autoridades
de inmigración les informaron que tendrían que variar
el punto de llegada y que su nuevo destino era Valpa-
raíso, el principal puerto chileno. Al comunicarles esta
determinación, también les advirtieron que para na-
vegar hasta esa localidad del océano Pacífico tendrían
que seguir hasta el Estrecho de Magallanes, en el ex-
tremo sur del continente, cruzarlo y si lo conseguían,
ingresarían finalmente a Chile. En esos años, el Estre-
cho de Magallanes y el Cabo de Hornos eran los luga-
res que sumaban las mayores cantidades de naufragio
en el mundo, en atención a la peligrosidad de sus aguas

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Sueños hechos realidad

y las escarpadas y angostas costas que los barcos tenían


que sortear.
A mi abuela sí la conocí. Ella, que nunca ha-
bló castellano sino que únicamente catalán, murió en
1955, cuando yo tenía siete años. La recuerdo muy bien
y tengo todavía presente en mi memoria el tono de su
voz, su acento, su fortaleza de carácter y su trato afec-
tuoso. Ella era muy parecida a mi mamá, tanto en el fí-
sico como en la forma de ser. Como era afectuosa, me
regaloneaba mucho, me hacía cariño con sus manos
suaves y varias veces escuché que le decía a mi mamá
“este niño es el que va a cuidar de ti”. Sus palabras fueron
proféticas y espero no haberla defraudado y honrado
sus deseos.
Yo siempre sostengo que en mi esencia existe un
70 por ciento de sangre catalana, un cinco por ciento
de mapuche y la suma o resultado a que se llega es lo
que se conoce como chileno de cepa; así me siento, el
fruto de la sinergia de dos pueblos aguerridos y deci-
didos, que se mantiene intacto en la sangre de nuestra
familia. Siento que esa sensación vital que nunca me
abandona, también le encuentro en nuestros hijos. Y
este fenómeno es curioso, porque en las ocasiones en
que tres de nuestros cuatro retoños visitan regularmen-
te Barcelona, siempre comentan que se sienten como
“en casa”, como que son parte de ese lugar, de esa cultu-
ra, de ese ambiente y de esa forma tan particular de ser.

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Gustavo González Cugat

Son catalanes en Cataluña y son chilenos en Rancagua


y eso también los convierte en ciudadanos cosmopoli-
tas, que les permite observar el mundo con una mirada
amplia, más reflexiva, inclusiva y respetuosa. Los que
han estado en Barcelona saben que es un poco diferen-
te España de Cataluña; eso de estar al lado de Europa
ha hecho que los catalanes tengan, sobre todo los de
Barcelona, una variedad de lenguas y de razas cuyo re-
sultado ha sido la multiculturalidad.
Mi abuelo Samuel González era hombre de gue-
rra, no como los catalanes que son personas de paz.
Por esa razón, es probable, esa región nunca ha podi-
do conseguir la independencia y, difícilmente, van a ir
a la guerra para alcanzar la libertad. Acá no. Nosotros
somos esa explosiva mezcla mapuche-española, que es
de guerra, y la historia de Chile constata que ambos
pueblos sostuvieron uno de los enfrentamientos más
cruentos en la época de la Conquista.
Los González son otra historia. Yo conozco poco
de ellos. Sé que tengo una deuda con los abuelos chi-
lenos, emparentados con Carmen Cruz Vergara –que
eran originarios de Los Andes–, a través del matrimo-
nio con mi abuela paterna. En esta otra línea familiar
ascendente sobresalen facciones más españoles, pero
en mi abuelo González, según me contaban, se mante-
nían visibles algunos rasgos mapuche. Él era de la zona
del Maule, de los alrededores de Villa Alegre, una loca-
lidad frutícola con fama de tener la mejor chicha dulce

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Sueños hechos realidad

del país. Mi papá, en una oportunidad, me llevó a visi-


tar la zona de sus ancestros, pero a mi abuelo no alcan-
cé a conocerlo; murió antes de que yo naciera. Pero mi
papá me llevó a recorrer donde él iba a veranear en su
niñez, porque mi abuelo González, al llegar a la mayo-
ría de edad, dejó la tierra que lo vio venir al mundo y
emigró a Santiago y mi progenitor nació en la capital.
Mi abuelo González –no lo tengo muy claro–,
debe haber sido campesino, porque donde nació, en
una zona rural en la que había muchas viñas, algunas
muy importantes, él, con toda seguridad, o trabajó en
los parrales, o parronales, como les decimos en Chile, o
debe haber sido dueño de un pedazo de tierra planta-
da con vides. Mi papá, en la búsqueda de su pasado, en
una ocasión me invitó a conocer un conventillo en el
que residió en la niñez. Me llevó a verlo porque vivió
en ese lugar, aunque no por mucho tiempo, y es posible
que él quisiera que yo comprendiera lo dura que puede
llegar a ser la vida en la miseria y cómo fueron las po-
blaciones callampas de mediados del siglo XX, una ex-
presión peyorativa para referirse a estas viviendas, hoy
desterrada de nuestro vocabulario. Sin necesidad que
me lo explicaran, yo entendí que mis abuelos paternos
había vivido en la precariedad.
Mi madre nació en Santiago, en 1912. Como mi
abuelo tenía un almacén en Santiago, en esta ciudad se
instalaron con el negocio. A los 13 años de mi mamá,
mi tío Pepe se fue a Pichidegua y un tiempo después

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Gustavo González Cugat

mis abuelos decidieron seguirlo. Creo que fue bastan-


te compleja esta decisión, especialmente para mi ma-
dre, que lamentó tener que dejar la capital debido a que
todo su mundo pertenecía a este lugar y se había acos-
tumbrado a la vida santiaguina.
Felizmente, como había lazos con una familia
amiga de mis abuelos, los Vidal Ferrer, que también
eran oriundos de Cataluña a Chile, mi mamá siempre
se trasladaba a Santiago a ver a sus amigas y, en una de
esas visitas, conoció a mi papá, Oscar González, que vi-
vía al frente de los Vidal. Fue uno de los hermanos de
esta familia el que hizo de Cupido y los presentó; mis
padres empezaron a verse, luego a salir, hasta que de-
cidieron casarse. Mi papá ya trabajaba en ese entonces,
pero por influencias de mi madre decidieron estable-
cerse en Santiago, con el primero de sus negocios.
Mi mamá fue la que instaló el negocio y mi pa-
dre era el que la ayudaba. Ella tempranamente demos-
tró su pasta de emprendedora y, en su manera de ser,
demostró que era la que tenía la carga genética para los
negocios, pero mi padre muy pronto le tomó el hilo a
esta actividad y se convirtió en una muy buena yunta de
su esposa, e iba con ella a todas las paradas, como dice la
frase popular.
Mi papá, previamente, hizo el servicio militar
obligatorio y, una vez concluido, del Ejército se fue a
Gendarmería, organismo penitenciario armado de

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Sueños hechos realidad

seguridad pública, en el que estuvo por alrededor de


cuatro años. Al contraer matrimonio con mi madre
dejó esta institución. Todavía conservo documentación
suya con todos los elogios y los castigos que recibió en
este quehacer, así que pienso que algunos de los rasgos
de rebeldía que me han caracterizado en algunas eta-
pas de mi vida los heredé de él, en especial cuando he
nadado en contra de la corriente y me vi enfrentado a
riesgos que, felizmente, pude sortear. Dicen que los ca-
talanes son duros de cabeza.
Tras el matrimonio, mis padres permanecieron
uno o dos años en Santiago, administrando su negocio.
En aquellos complejos y agitados días de 1930 el mun-
do, a duras penas, se reponía del crack económico de
1929. Chile, en esa época, fue uno de los países más de-
vastados por la denominada Gran Depresión, porque
las exportaciones de salitre y cobre estuvieron al bor-
de del colapso y la cesantía se dejó sentir a lo largo de
todo el territorio. En 1931, Chile, por primera vez, se
vio obligado a suspender los pagos de su deuda externa.
Ese mismo año, como consecuencia de la crisis econó-
mica y política, el presidente de la República, Carlos
Ibáñez del Campo, renunció a su cargo y partió al exi-
lio. En medio de una delicada recesión que sacudía al
país, mis padres tomaron la decisión de irse a Pichide-
gua, una localidad rural distante a 165 kilómetros de
Santiago, donde estaban radicados mis abuelos y mi tío

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Gustavo González Cugat

Pepe. Pichidegua es una voz mapudungun que, en esa


lengua, significa pequeños degús y alude a un simpático
roedor con una cola que parece pincel y que se asemeja
al hámster. Esta localidad es muy antigua y fue fundada
en 1593, a pocos años de que finalizara el denominado
período de la Conquista de Chile, que inició Pedro de
Valdivia en 1540.
En aquel lugar, mis abuelos y mi tío crearon y
mantuvieron por largo tiempo un negocio de abarrotes
al que mis papás agregaron a las existencias que comer-
cializaban ropa, géneros, zapatos y complementaron la
tienda con todo aquello que no trabajaban mis abue-
los. En ese entonces, el pueblo era pequeño, todavía no
se convertía en ciudad, y la competencia era escasa. Es
cierto que había otros locales comerciales y, lo más cu-
rioso de todo, es que el más fuerte de los existentes en
aquellos años era justamente el de los abuelos de mi es-
posa Silvia.
Mis abuelos paterno y materno fueron compe-
tencia en el tiempo en que una carreta era un bien muy
apreciado, porque casi no había automóviles en el sur
de Chile y recién empezaba a consolidarse como vehí-
culo de transporte. En 1930 tener un auto era propio
de personas adineradas y no de quienes pertenecían a
la clase media hacia abajo, como era nuestro caso. Mis
abuelos salían a vender en carretas tiradas por bueyes y,
antes de mi existencia, ya competían activamente en el
mercado de los abarrotes.

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Sueños hechos realidad

En aquellos años, es cierto que había más nego-


cios, pero yo diría que los más importantes pertenecían
a estas dos familias: los Valdés Ramírez, que iban por el
lado de los abuelos maternos, quienes tenían un alma-
cén de barrio en Pataguas Orilla y, por el lado nuestro,
los Cugat Casaoliva, en Mal Paso, ambas localidades de
la comuna de Pichidegua.
Después que se casaron mis padres, a los pocos
años empezamos a nacer nosotros, sus hijos. Yo tenía
tres hermanos; uno mayor, un año más que yo, y una
hermana menor, que me seguía. Óscar, a quién yo le
decía Oscarito, nació en 1947, yo vine al mundo en
1948 y mi hermana, María Isabel, llegó a nuestras vi-
das en 1949. Los tres nacimos seguidos, sin años de por
medio. Mi hermano, lamentablemente, falleció a los
15 años, porque nació con una cardiopatía congénita
que nunca pudo superar, pese a los esfuerzos de mis pa-
dres y los médicos.
En Mal Paso, al este de Pichidegua, con el cu-
rioso nombre que tiene la zona en que crecimos, nos
criamos los tres hermanos. Nuestra vecina, la señora
Teresa Guerra de Toro y Zambrano –descendiente de
la familia del conde de la Conquista, Mateo de Toro y
Zambrano, que presidió la Primera Junta Nacional de
Gobierno de 1810– era dueña del fundo La Torina. La
recordamos como una mujer bondadosa, quien al ver
cómo se deterioraba la salud de mi hermano Óscar, y

35
Gustavo González Cugat

su corazón no dejaba de crecer, le ofreció a mí mamá


traerle los medicamentos desde Europa.
Oscarito viajaba a menudo a la casa de una fa-
milia amiga de nuestros padres, que se había estable-
cido en la localidad costera de Llolleo, al lado de San
Antonio. Esa zona, hasta el día de hoy, la recomiendan
para que la visiten, por largas temporadas, las perso-
nas con problemas cardíacos. Un día, mientras visita-
ba unos tíos en Santiago y en la calle jugaba a la pelota
con unos amigos, Oscar repentinamente se sintió mal,
alcanzó a entrar a la casa de los tíos y falleció a los pocos
instantes. Quienes los acompañaron en esos momen-
tos de aflicción, después nos contaron que sus últimas
palabras fueron agradecerle a Dios por lo que había re-
cibido en su corta vida.
Mis padres nos criaron muy apegado a la fe
evangélica. Los tres hermanos tocábamos la guitarra y
el acordeón, pero Oscarito, además, ejecutaba el vio-
lín. Mi madre, al recibir la noticia de la muerte de mi
hermano, se arrodilló a orar. Recuerdo que la pena y el
dolor la embargaron, pero como era una mujer de una
fortaleza excepcional, no vi que una lágrima se desliza-
ra por sus mejillas; mi papá, en cambio, no paraba de
llorar y repetía, como una letanía, que habría preferi-
do morir él en vez de su querido hijo. Los funerales de
Oscar fueron en Santiago y fue sepultado en la tumba
donde reposan mis abuelitos y tíos paternos.

36
Sueños hechos realidad

Al momento de esta tragedia que enlutó a mi fa-


milia, yo tenía 14 años y ya me aprestaba a salir del co-
legio, lo que a la postre sucedió en 1962. Mi relación
con mi hermano siempre fue muy buena y la fraterni-
dad era entrañable; en esa complicidad llena de afecto
yo era el gracioso y él era, igual que mi mamá, el san-
tito. Éramos diferentes, pero nunca tuvimos problema
que nos separaran y con mi hermana, tampoco hubo
conflictos de ninguna naturaleza. En nuestra manera
de querernos, siempre lo he creído, estaban las raíces
catalanas, esa cepa europea que valoriza la tranquili-
dad, la paz y el respeto y evita el mal lenguaje.
Mi papá era un protector de la familia. En el pa-
tio levantó una muralla de ladrillo que cubrió todo el
contorno de nuestra propiedad. Se elevaba como tres
metros, para que nadie la traspasara y pusiera en pe-
ligro a su prole. Así lo recuerdo yo, como un hombre
bondadosos y protector. Mi papá siempre fue muy cui-
dadoso, porque en esos tiempos, en el campo, todavía
eran usuales los asaltos a lomo de caballo y a mano ar-
mada. Mi abuelo, siempre que recordaba esos episo-
dios de violencia, se refería a sus protagonistas como
los bandoleros o los cuatreros, los que en sus incursio-
nes aterraban a las poblaciones disparando a diestro y
siniestro y si alguien los enfrentaba, simplemente lo
mataban. De hecho, más de un vecino de los alrededo-
res, dueño de algún negocio, murió en esas luctuosas
circunstancias.

37
Gustavo González Cugat

A mí papá también le atraía la agricultura. Tenía


dos parcelitas en las que había plantado árboles fruta-
les: principalmente paltas, limones y duraznos. En mu-
chas ocasiones lo acompañé a trabajar en la poda y en el
riego y, para mí, era un agrado hacerlo.
Mi padre era un buen esposo, siempre estaba
ayudando a mi mamá en su negocio, nunca le hacía el
quite a los quehaceres diarios, por duros que fueran, y
le gustaba vender y salir de compras a Santiago. A veces
me llevaba con él y yo me sentía feliz de acompañarlo.
Recuerdo que a uno de sus proveedores, mi padre lo
llamaba el Ojo Rajado y lo visitábamos en un negocio
en el que vendía ropa usada, en especial, ternos. Tam-
bién íbamos a ver a otro proveedor qué vendía cami-
sas; su nombre de pila era Juan y mantenía un letrero
en la calle que a mí me llamaba mucho la atención; de-
cía Juanito se volvió loco, regala todo. “Mi papá realmente,
si bien es cierto que era una persona ruda, él también tenía
una gran capacidad para amar y era totalmente generoso”
acostumbra a decir mi hermana María Isabel González
Cugat cuando se acuerda de él.
Con la perspectiva de los años, yo creo que pese
a las carencias económicas de nuestra familia, fuimos
muy privilegiados, porque tuvimos tres cosas que son
esenciales en la sociedad: criar un niño, que se tradu-
ce, primero, en el amor de los papás; segundo, la pro-
tección y, tercero la fe. Hasta la edad de los 14 o 15
años, yo percibía a mis padres como verdaderos dioses,

38
Sueños hechos realidad

protectores, cariñosos, generosos, preocupados de su


entorno y creyentes agradecidos de Dios. Ellos nos
criaron al amparo de las enseñanzas de la Iglesia Evan-
gélica y, es verdad, que al principio no entendía mucho
al escuchar a los fieles elevaban sus voces, con auténtico
fervor, para decir aleluya o gloria a Dios o cuando cantá-
bamos; tampoco comprendía del todo lo que decían las
letras de los himnos que entonábamos, pero el tiempo
puso las cosas en su lugar y los desvelos de mis padres
me hicieron situarlos en un pedestal, porque se lo ha-
bían ganado con hechos concretos, sincera devoción y
compromiso con sus hijos.
Mi mamá, hasta los 18 años, fue ferviente católi-
ca, apostólica y romana y, como yo lo recuerdo, se con-
virtió a la fe evangélica en la casa de don Manuel Vidal.
Mi querida madre me contó en qué circunstancias fue
su conversión y cómo le cambió su vida interior. Car-
men Olguín, una entrañable amiga de la familia y que
la conoció muy bien, nos contó en un testimonio escri-
to que “ella era una mujer encantadora, era una mujer muy
linda desde dentro, ella sabía lo que a uno le pasaba y siem-
pre, a flor de labios, tenía un consejo sabio para entregarlo
a quien lo necesitara. Ella fue una persona muy linda en mi
vida, soy lo que soy gracias a ella, ella fue la que mostró este
camino maravilloso de conocer a Dios, de amar a Dios con
pasión”.
Mi mamá, como evangélica, era muy espe-
cial. Como catalana, y como una católica religiosa

39
Gustavo González Cugat

estructurada, siempre fue una evangélica atípica o de


excepción. Ella era mucho de leer la Biblia, de orar y
parte importante de su lenguaje siempre estaba relacio-
nado con este libro sagrado y, por ese motivo nos crió
así, para ser como somos, y lo hizo asistida por la pala-
bra de Dios, lo que resultó para nosotros una bendición
extraordinaria.
Mi madre, estando en vida, me decía “le pido a
Dios que nunca tenga que sufrir de dolores físicos” y, cla-
ramente, Dios escuchaba sus oraciones, porque nunca
padeció algún dolor.
El Señor es bueno y eterna su misericordia. Salmo
117, Himno de la victoria. Mi madre fue quien nos plas-
mó el amor de Dios. Ella fue de una inteligencia emo-
cional divina, no solo nos motivó a vivir como personas
de bien, también nos enseñó a amar y a preocuparnos
por los más necesitados. Heredó, como buena hija de
catalanes, la habilidad para los negocios y una de sus
principales preocupaciones era pagarles con estricta
puntualidad a sus proveedores. Cuando lo hacía, me
decía: “Hijo si tú quieres tener siempre dinero y que nunca
te falte, no le quedes debiendo a ningún proveedor, así siem-
pre tendrás el crédito abierto de parte de ellos”.
En el tiempo en que éramos niños, era usual que
mis padres invitaran a comer a algunos amigos nues-
tros, en particular a los que sufrían mayor desamparo.
Ellos nunca discriminaron, marginaron, excluyeron o

40
Sueños hechos realidad

hicieron diferencias con otras personas por carencias


económicas, clase o etnia. Esa actitud frente a la vida
fue una experiencia que marcó mi adolescencia, que
me enseñó a atesorar el valor de la humildad y desa-
rrolló en mí la sensibilidad por las personas que más
sufren.
Tiempo después mi papá se convirtió a la fe
evangélica y empezamos a ir todos a la iglesia, a aque-
lla donde estaban las palmeras, en Pichidegua, que era
la casa de al lado. Todavía la iglesia está en el mismo
lugar, al otro lado de la Escuela 18. Un poco más allá
corrían las aguas del río Cachapoal, al que todos los ve-
ranos íbamos a bañarnos, y por el que hoy apenas se
desliza un hilo de agua. Y cuando llegaba el invierno
nos íbamos al cerro, a caminar, a pensar o a cazar co-
nejos; armábamos lazos en la tarde y, en la madrugada,
íbamos a ver si alguna presa había caído. Con las codor-
nices teníamos que hacer jaulas para atraparlas.
Yo creo que de los tres hermanos, fui el que desa-
rrolló un carácter más dinámico, impetuoso y pleno de
energías. Desde chico, me acuerdo, que como a eso de
los seis años era bien mañoso. En mi niñez era habitual
que anduviera pegado a las faldas de mi mamá, siguién-
dola para todos lados, y buscando qué hacer. Pero mis
hermanos eran diferentes, eran más reposados, apaci-
bles y contemplativos. Yo era más intenso y mi sistema
nervioso estaba siempre activo, despabilado, inquieto y

41
Gustavo González Cugat

atento a lo que ocurría a mi alrededor. Hasta el día de


hoy sigo igual y aunque parece que mi cuerpo descan-
sa, mi mente siempre esta despierta y alerta, lo que me
permite estar conectado con la realidad y advertir los
cambios, antes que sobrevengan. De este modo, mi ca-
pacidad de reacción se anticipa a los procesos naturales
de una sociedad en permanente evolución.
Mi madre continuamente citaba la Biblia y con
suma habilidad encontraba en sus páginas mensajes
que nos guiaran, enseñaran y aconsejaran. Uno con el
tiempo valora que este libro sagrado no se equivoque y
que no sea solo una herramienta para la salvación del
alma, sino que también sea una guía juiciosa, prudente
y versada sobre cómo se debe encauzar la vida y cómo
enseñar a la familia.
Mis padres fueron muy inteligentes y sobre todo
muy sabios al enseñarnos a compartir con personas de
dinero pero, también, con gente muy humilde. Esta
forma de vivir fue la que nos dio una riqueza interior
que, con el tiempo, hemos sabido valorar y agradecer
por lo que nos ha entregado.
Lo más importante en mi vida ha sido la fami-
lia que me crió y que gracias a Dios tuve: mamá, papá
y hermanos. Ha sido una bendición, porque me per-
mitió crecer en un ambiente hogareño, afectuoso, muy
apegado a la Iglesia, con progenitores muy preocupa-
dos de nosotros, con trabajo, sueños, realizaciones y un

42
Sueños hechos realidad

cariño intacto que me mantiene unido a mi hermana


hasta ahora.
De los labios de mi madre siempre oí buenas pa-
labras. Nunca la vi ni sentí discutir, ni con mi padre, ni
con mis hermanos ni con nadie. Nunca he conocido a
alguien que dijera esta señora me dijo algo feo o una mala
actitud de ella hacia alguien. Jamás.
En la época en que fui niño había muchas necesi-
dades entre los vecinos, que estos no podían satisfacer.
El trabajo y el dinero escaseaban. En ese entonces, en el
barrio, éramos como dos o tres familias con algo más de
recursos, que nos permitían solventar las obligaciones
y las exigencias del diario vivir. El resto era una pobre-
za amarga y triste. Era frecuente ver niños a pata pelá,
las enfermedades hacían estragos y la desnutrición era
un flagelo que no hacía distinciones de edad. Hacia la
mitad de la década de 1950, las esperanzas de vida para
los hombres eran de 53 años y las mujeres de 57. Poca
gente llegaba a los 60 años. Mis padres, en esas etapas
de quebranto e insuficiencias, invitaban a los vecinos
más desamparados a compartir nuestros alimentos,
nosotros jugábamos con sus hijos y nos íbamos juntos
a la escuela y de la estrechez y las penurias nacieron
grandes amistades y momentos inolvidables.
Esos tiempos me los trajo a la memoria mi ami-
go Luis Alfredo Huidobro, el inolvidable Chito, quien,
a través de una letras, me los recordó. El texto que me

43
Gustavo González Cugat

hizo llegar, en una oportunidad, dice así: “Era una cosa


de amistad diaria, era nuestra infancia. Jugábamos al trom-
po, a las bolitas, nos bañábamos en los canales con el permi-
so de nuestra madre… a veces. Nosotros nos juntábamos con
todas las personas sencillas, no teníamos diferencias de cla-
ses sociales ni nada, porque uno tenía más, porque otro tenía
menos; éramos personas llanas a todo y cuando nos picába-
mos nos tirábamos espigas y lo único nomás que mi compa-
dre, Gustavo era muy picota cuando le ganaban” .
Claro. No me gustaba perder a las bolitas. Yo, en
esos años, le encargaba bolitas a mi mamá, porque ella
no las comercializaba en el negocio. En realidad, lo que
yo hacía era vendérselas a mis amigos y después se las
ganaba y se las volvía a vender. Ese primitivo queha-
cer comercial era espectacular y sobre todo rentable.
Las bolitas fueron la base de mi primer emprendimien-
to. Yo las acumulaba en sacos; para mí eran como una
mina de oro, eran mi tesoro.
A los 16 o 17 años, ya más crecido, jugaba en el
club Independiente de Pichidegua. Como yo ya tenía
un camión, los integrantes del equipo me pedían que
los llevara a jugar a otros lugares y ahí yo aprovechaba
para aumentar el alcance de mis primeros y modestos
emprendimientos. Así fui ampliando poco a poco mi
radio de acción para los negocios y el fútbol era el pre-
texto para hacerlo, porque no tenía la capacidad física
para practicarlo intensamente, debido a que me daban

44
Sueños hechos realidad

ataques de anginas de pecho; así que no estaba para ser


un Messi, en el futuro, estaba para disfrutar de su jue-
go, desde las graderías de un estadio o frente a un tele-
visor, no como para competir con él.
En el colegio, me imagino, yo debo haber sido el
que tildan de porro. Yo creo que de las materias que se
estudiaban, las pocas que me gustaban eran Matemáti-
cas, porque este ramo lo encontraba entretenido y me
gustaba; Historia, solo un poco, lo indispensable; Artes
Manuales también me agradaba, tenía facilidades, pero
un poco nomás. A la hora de entrar en Castellano y Li-
teratura, definitivamente no era lo mío. No había caso.
Era como si me hablaran en chino. No entendía nada,
incluso me aburría. En esta asignatura yo iba a calen-
tar asiento, como se decía en aquellos años, y mien-
tras duraba la clase, confieso que mi mente vagaba por
otros lados y, sobre todo, pensaba en cómo irme con
mis amigos a la Isla o al cerro. En esa horas de clases,
hidalgamente confieso que yo no sabía de qué habla-
ba el profesor, así que en ese ramo los rojos aparecían
bastante seguidos en mi libreta de notas. En las oportu-
nidades en que no había clases, en primavera e inicios
del verano, nos íbamos al río Cachapoal con un grupo
de amigos a nadar o a pescar; este quedaba a unos 300
metros de nuestra casa y, pese a los años que ya tengo,
siempre que puedo vuelvo, con algunos de mis amigos
de aquellos años, a recorrer esos lugares de niñez y ju-
ventud y, por algunos instantes, soy joven de nuevo.

45
Gustavo González Cugat

Mi amigo de la infancia, Gustavo Guillermo Sil-


va, a quien le decíamos afectuosamente Bola de Fuego,
cuando nos vemos, siempre recuerda aquellos tiempos
con estas palabras: “Teníamos todas las mañas y jugába-
mos al pillarse. En el canal nos bañábamos y a sus aguas nos
tirábamos desde las ramas más altas de un sauce, que estaba
frente de la propiedad de don Oscar, la de las tres palmeras.
Ahí nos tirábamos a patita pelada y en calzoncillos. El agua
era clarita y antes, hasta se podía tomar”.
Al otro lado estaba la Iglesia Metodista Pente-
costal, a la que pertenecían mis padres, y a la que des-
de niños nos hicieron asiduos a ella. A esa edad yo veía
y sentía a mi papá como a un Dios y esa percepción
me hacía feliz y seguro a su lado; pero, en el caso de
mi mamá, yo fui siempre un mamón, un niño apegado
a sus pretinas. En las tardes, a la hora del crepúsculo,
como era tradicional en esos años, mis padres se pasea-
ban por la vereda frente a nuestra casa. Mi mamá lo to-
maba del brazo y yo los acompañaba aferrado a ella.
En las tardes muy frías, mi mamá se abrigaba con una
capa y yo me metía debajo de ella; únicamente dejaba
los ojos a la vista.
Primero estudié en la Escuela Nº 18, que ha cam-
biado mucho, y es la única que queda en el sector de
Mal Paso de Pichidegua. Estaba al lado de mi casa y en
ese plantel de educación primaria estuve hasta cuarta
preparatoria, hoy cuarto básico. Después me traslada-
ron al Grupo Escolar, en la Escuela N°4 de Pichidegua,

46
Sueños hechos realidad

que todavía existe. En este establecimiento hice el quin-


to y sexto grado de preparatoria, pero creo que repetí
uno de esos cursos… si es que no fueron los dos.
Mis papás, después de estas experiencias, me
quisieron cambiar a San Fernando, al colegio de los cu-
ritas de esa ciudad –pese a mi manifiesta resistencia a
trasladarme a ese lugar–, pero igual terminaron lleván-
dome, para que conociera cómo era la situación en ese
establecimiento. Cuando llegamos, definitivamente no
me gustó lo que vi y alcancé a sentir que poco menos
que me estaban trasladando al infierno. No me gusta-
ron los alumnos que iban ser mis compañeros. Tengo
nítido ese recuerdo en mi memoria, como que me ro-
deaban numerosos niños y me hacían gracias para que
enganchara con ellos, pero yo creo que sus verdaderas
intenciones conmigo eran más bien algo parecido al
bullying o maltrato escolar y que el propósito que los
animaba eran el de dañarme. El episodio, en mi mente,
sigue siendo difuso y poco grato. También me acuer-
do de unos curitas que nos recibieron y acompañaron,
pero bueno, Dios me libró de esa experiencia. Fue solo
una pasada por el día y, gracias a Dios, me devolvieron
a la casa.
Respecto a mi manera de ser, en la adolescen-
cia mi sistema nervioso a veces experimentaba cambios
bruscos. Un amigo de mis padres me llamaba Nervito.
Una de las situaciones que más me ponía tenso era salir
de clases, tipo cinco de la tarde, y regresar a mi hogar.

47
Gustavo González Cugat

En esas oportunidades tomaba mi bicicleta y me iba


muy rápido, para llegar a mi destino en el tiempo más
breve posible; mi bici era una mediapista marca Lega-
no, italiana, que mi mamá me había regalado y que, an-
tes de hacerlo, me llevó a una tienda de San Vicente de
Tagua Tagua para que yo mismo la escogiera. El cole-
gio quedaba a dos kilómetros de distancia de mi casa.
Era la Escuela Nº 4, que llevaba el nombre de don En-
rique Serrano de Viale Ligo, un exalcalde de Pichide-
gua que también fue diputado y ministro de Estado. Yo
estudié ahí desde quinto a sexto básico, y, tal como lo
conté en unos párrafos anteriores, era uno de los po-
rros del curso, excepto en matemáticas, que es uno de
los dones que Dios me dio.
Antes de irme al colegio le pedía a mi mamá que
por favor me esperara fuera de la casa, porque como
ella era delicada de salud y se enfermaba muy seguido,
yo vivía en la incertidumbre por el temor a las recaídas.
Como siempre quería saber si estaba bien de salud, le
pedía que me aguardara en la puerta para, desde lejos,
verla y comprobar que estaba bien. Esa inquietud me
mantenía nervioso las veces en que no estaba cerca de
ella y, en algunas oportunidades, me fui a tanta veloci-
dad a mi hogar que era usual que sufriera accidentes en
el trayecto; incluso, una vez, al llegar al final del cami-
no terminé desmayado de cansancio. Así era. Pero la fe-
licidad y la alegría que me embargaban al ir llegando a
mi casa y ver a mi mamá, que me estaba esperando a la

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Sueños hechos realidad

entrada de mi hogar, eran inmensas. En cambio, cuan-


do por alguna circunstancia no estaba, yo me ponía
muy tenso y entraba corriendo a buscarla. Solo al ver-
la y tenerla a mi lado regresaba la tranquilidad. Era un
genuino mamón. Mi tía María Isabel, hermana de mi
papá, siempre contaba que lo que yo hacía “era una cosa
tremenda, porque –aseguraba– que yo creía que mi mamá,
que pasaba muy enferma, se iba a morir”.

49
Sueños hechos realidad

INFIERNO
Mucha gente que crece en un ambiente de iglesia tiende a caer
en este infierno de legalismo, donde de repente uno está cons-
ciente de guardar ciertas leyes, ciertas reglas y la religiosidad
se pone cargante, uno quiere liberarse de la esclavitud a lo reli-
gioso. Jesús realmente nunca apunta a la religiosidad, incluso
a la gente que él más fustiga son a los líderes religiosos de sus
tiempos, porque ahí dice que atan a la gente con sus reglas.
Alfred Copper
Pastor Iglesia Anglicana de Chile

Hasta los 14 años yo siento que viví en el paraíso;


hasta esa edad llevé una vida como la que a cualquier
niño le gustaría tener en su infancia o que lo criaran
como a mí me criaron, gracias a Dios y a mis padres.
Pero al llegar a la adolescencia me subí al camión y ahí
comenzaron los que yo denomino los años del infierno,
porque cada vez que recuerdo ese tiempo, siento como
que hubiera vivido en las sombras en un período oscu-
ro de mi vida que se prolongó hasta los 24 años. Fue-
ron casi diez años en los que hasta me salvé de morir en
algunos accidentes en la carretera, en los que también

51
Gustavo González Cugat

padecí una depresión que me sumergió en las tinieblas


y que permitieron entender porque tanta gente se sui-
cida. Fueron años para olvidar. Terribles.
Con el tiempo he llegado a creer que eso de estar
en el infierno, en realidad es el desorden con que se en-
frenta la vida, la ausencia de horizontes, la indisciplina,
el vivir sin objetivos y sin pensar ni siquiera en el día si-
guiente, pero, felizmente, como dice Mateo (10:28) “no
temáis a los que matan el cuerpo, porque no pueden matar el
alma”. A temprana edad me subí al camión de la familia
y empecé a recorrer Chile, yendo de un lado a otro. Pri-
mero fui copiloto o ayudante del chofer, después con-
ductor y, en esta condición, preferí nunca andar solo y
lo hice siempre acompañado de un amigo, porque que-
ría enterarme de todo. Pero, en esas andanzas de juven-
tud, muchas veces terminé conociendo más lo malo
que lo bueno. Y uno no sabe que se es malo hasta el ins-
tante en que se averigua lo que, realmente, es bueno,
que fue lo que felizmente ocurrió después. Pero no nos
adelantemos.
No he sido hombre de vicios. El alcohol nun-
ca me llamó la atención, pero reconozco que lo probé
solo para no ser menos que los demás, no porque me
gustara o lo necesitara. Si los amigos bebían, yo tam-
bién lo hacía; por imitación. Lo mismo me ocurría con
el cigarrillo; si otros fumaban, ¿por qué no lo iba ha-
cer yo? Nuevamente el torpe afán del remedo o de la
emulación de lo malo, pero no de lo bueno. Y todo lo

52
Sueños hechos realidad

hacía sin pensarlo; un mono total, como se decía en mis


tiempos de juventud, influenciado por ángeles negros;
uno más, y para colmo del montón.
También experimenté algunas relaciones tor-
mentosas, sin destino, sin amor; solo pasión ciega e
inútil, con más desilusiones que agrados. No fueron in-
gratas ni desapacibles, pero no enriquecieron mi vida.
No la estimularon ni tampoco la iluminaron. El amor,
en esos tiempos, fue volátil, inestable, ligero. Clara-
mente no era el amor que conocí después de los 24 años
y que sí enalteció mi vida y que lo sigue haciendo has-
ta ahora. Las relaciones tormentosas de aquel entonces
me dejaron un sabor amargo, que, por fortuna, empe-
zó a desaparecer cuando comencé a madurar, llegó Fi-
rin (nombre cariñoso que doy a mi esposa) a mi vida y
esta etapa llegó a su fin.
Para entender este período de mi vida hay que re-
cordar que mi niñez la viví en la década de 1950, época
en que hizo furor el rock and roll con Elvis Presley y Bill
Halley y se incubaba lo que sería la sociedad de consu-
mo en el mundo, como tan bien muestra este período la
serie de televisión Mad Men. Pero mi adolescencia fue
otra cosa, porque fui testigo de grandes cambios en el
planeta y de situaciones que lo conmocionaron. Fueron
asesinados John Kennedy, Martin Luther King, Patrice
Lumumba, Malcom X, Robert Kennedy y se suicidó el
presidente brasileño Joao Goulart, que cuando visitó
Chile, en 1963, recibió en las calles una de las bienve-

53
Gustavo González Cugat

nidas más cálidas que hasta ese momento se le hubiera


brindado a un mandatario extranjero. Casi a fines de
los años ’60 una pandilla de inspiración satánica lidera-
da por Charles Manson, en Los Ángeles, asesinó bru-
talmente a la actriz Sharon Tate y a los invitados que
esa noche recibía en su hogar. El salvajismo con que
procedieron los criminales conmocionó al mundo La
década de 1960 fue convulsionada y creativa a la vez.
Se inició con el twist, que popularizó Chubby Chec-
ker, y hacia 1964 irrumpieron The Beatles en el esce-
nario musical. El Muro de Berlín se empezó a levantar
en 1961. El movimiento hippie se extendía por todo el
mundo occidental y las corrientes feministas empeza-
ban a fortalecerse. Las costumbres comenzaron a libe-
ralizarse y, por ende, las tentaciones aumentaron. En
1964 el estilista vienés Rudi Gernreich escandalizó a
los sectores más conservadores de la sociedad occiden-
tal y presentó el monokini, un traje de baño sin la parte
de arriba y que dejaba los senos al aire.
Nuestro país recibió la nueva década con el de-
but del escudo, que reemplazó al peso como moneda
legal, y con el terremoto más devastador de la historia
de la humanidad. El 22 de mayo de 1960, el cataclismo
se ensañó con Valdivia y su intensidad alcanzó 9,5 en la
escala de Richter; dejó más de dos millones de damnifi-
cados. También debutaban los coléricos, que era el nom-
bre que recibieron los jóvenes rebeldes chilenos y nació
un movimiento musical que se conoció como la Nueva

54
Sueños hechos realidad

Ola. En 1962 se jugó el Mundial de Fútbol en Chile y la


televisión empezó a llegar a los hogares en reemplazo
de la radio. Para los adolescentes, todos estos cambios
les abrían posibilidades insospechadas y los atractivos
que venían aparejados eran un anzuelo irresistible. Yo
viví intensamente y con entusiasmo esa época.
Yo creo que en ese tiempo de inestabilidad, de
transformaciones sociales, de incertidumbre y versati-
lidad se me enfrió la fe. Yo le pedía a Dios que me res-
catara de todos estos riesgos, que me alejara de la vida
que estaba llevando, que me devolviera a ese equilibrio
y seguridad que había experimentado en mi hogar de
la niñez, junto a mi familia, pero algo me hacía resis-
tir al cambio. Tuve que ser fuerte para enrielarme y
siento que en mis momentos de debilidad la mano de
Dios estuvo ahí, conmigo, y me devolvió al camino de
la honorabilidad. “Tú también me has dado el escudo de
tu salvación; tu diestra me sostiene y tu benevolencia me en-
grandece” dice el libro de los Salmos (89:21).
Así fue como salí de una vida sin sentido y pasé
a la etapa de la religiosidad, como yo la llamo. Estos fe-
lices años de religiosidad se iniciaron cuando contraje
matrimonio con la que ha sido mi compañera toda la
vida. Y, desde ese entonces, no me canso de repetir que
mi esposa es algo divino que Dios eligió para mí de su
jardín. ¿Cuál es la flor más hermosa que tengo en este

55
Gustavo González Cugat

jardín? y él la escogió y me la regaló. Siento que es lo


mejor que me ha pasado en la vida.
A la mayoría de edad, que antes se iniciaba a los
21 años, una vez que cumplí los 26 y luego de casar-
me, entré a vivir una religiosidad plena. Atrás queda-
ron para siempre las irresponsabilidades y el vivir el día
como si fuera el último. Yo, que me había criado en la
fe de la Iglesia Pentecostal, por diez años me alejé de
sus templos, y lo hice para ser consecuente y respetuo-
so con el credo en que fui formado y, mientras estuve
orillando los límites del infierno, preferí mantenerme
alejado de los lugares donde se escuchaba la palabra de
Dios.
La década de 1960 terminó para mí con la entra-
da a la mayoría de edad, porque cumplía 21 años y con
una transformación radical de vida. Y 1969 fue tam-
bién el año en que el hombre llegó a la Luna y el mun-
do nunca más volvería a ser el mismo que me vio nacer.
Fueron también los años en que vimos en las paredes
frases como haz el amor y no la guerra, prohibido prohi-
bir, la paz comienza con una sonrisa, dale una oportunidad
a la paz y si quieres que el mundo cambie, comienza por ti
mismo.

56
Sueños hechos realidad

RELIGIOSIDAD Y FE
Jesús volvió a hablarle a la gente:
Yo soy la luz que alumbra a todos los que
viven en este mundo. Síganme y no caminarán en la
oscuridad, pues tendrán la luz que les da la vida.
Juan 8:12

Yo nací en el seno de una familia que pertenecía


a la Iglesia Evangélica. Mi madre, a los 18 años, des-
pués de haber sido muy católica y haber participado en
el movimiento juvenil de ese credo, se convirtió a la fe
evangélica. Fue su madrina la que comenzó a invitarla a
reuniones del protestantismo evangélico, hacia 1928, y
lentamente ella empezó a alejarse de la religión en que
había crecido y se acercó a esta doctrina de la salvación
y vivió la experiencia de nacer de nuevo. Yo crecí, junto a
mis padres, asistiendo a los cultos de adoración de Dios
y a los servicios dominicales, pero después, como em-
pecé a trabajar a los 15 años, como ayudante de chofer,
me alejé de la iglesia y de la fe, pero siempre pensan-
do que Dios me cuidaría y protegería. De hecho, en va-

57
Gustavo González Cugat

rias oportunidades me libró de algunos accidentes que


tuve. Pues bien, superada la etapa que yo llamo del in-
fierno, contraje matrimonio y me reintegré a la iglesia.
En esta nueva vida, que se inició a los 26 años,
todo fue diferente y más que un hombre religioso, a los
40 años ya era alguien que profesaba una fe o se relacio-
naba con ella; en ese entonces, me di cuenta de que, en
realidad, yo era un hombre de fe, que vive en plenitud
lo que profesa y cree y, en consecuencia, actúa y se des-
envuelve de acuerdo a sus ideales y convicciones.
Con mi esposa, sagradamente, íbamos los do-
mingos a la iglesia, acompañados de nuestros hijos,
que participaban con entusiasmo de la escuela domi-
nical. Esta vida, a mí me permitió salir del abismo en el
que había estado, disfrutar de la luminosidad de las pa-
labras del libro sagrado, participar con vehemencia de
las alabanzas a través de los himnos, y entender la pro-
fundidad de los sermones. Esta vida plena me permitió
transitar con tranquilidad desde los 40 años hacia ade-
lante y enfrentar con certidumbre los desafíos del día
a día.
También fue una época en que creo que Dios
nos puso a prueba y padecí algunas enfermedades. An-
dábamos de médico en médico y, como buen hombre
religioso y conocedor, a lo mejor no tanto de la pala-
bra, pero sí de lo que Dios entregaba como posibilidad
de sanar enfermedades a los médicos, yo me ponía en

58
Sueños hechos realidad

sus manos y luchaba por superar las ansiedades, depre-


siones, abatimiento, sistema nervioso alterado y decai-
miento, teniendo siempre presente que era necesario
sobreponerse para seguir adelante.
Un día, cansado de tanta peregrinación por las
consultas de los mejores especialistas, porque no esca-
timé dinero para ponerme en manos de las eminencias
médicas de más prestigio de aquel tiempo, sentí que
algo no andaba bien. En primer lugar, los remedios,
por costosos que fueran, no solucionaban mis proble-
mas, lo que finalmente me hizo entender que no siem-
pre el dinero puede comprar todo lo que uno quiere.
Fue un neurólogo de la Universidad de Chile el que me
abrió los ojos, terminó con las soluciones de parche y
me pavimentó el camino hacia la recuperación. Él me
explicó que mis enfermedades era psicosomáticas y
que, al parecer, hasta ese momento, yo no había com-
prendido lo que significaba esa palabra. Entonces, con
paciencia, sencillez y sabiduría me explicó que el cere-
bro, como tiene la capacidad de sanar un cuerpo, tam-
bién tiene la capacidad de enfermar el mismo cuerpo.
Esas, me recalcó, son las enfermedades síquicas y que
para superarlas no solo se necesitan ansiolíticos, sino
también la voluntad de controlar el cerebro y no que
este lo controle a uno. Si yo no era capaz de contener
estas dificultades y, a través de la voluntad, dominar mi
mente, el paso siguiente iban a ser los psiquiatras. Gra-
cias a Dios nunca llegué a sus consultorios.

59
Gustavo González Cugat

A partir de ese día, que fue una verdadera reve-


lación, todo empezó a mejorar. A la mañana siguiente,
al levantarme para ir a dejar los niños al colegio junto
a mi esposa, antes de salir de la casa me arrodillé y le
pedí ayuda y fortaleza al Señor. Mientras lo hacía, sen-
tí como si una voz me hablara para decirme: “Yo te hice
sano, pero tu manera de pensar y de vivir te tienen enfermo.
Cambia tu manera de pensar y va a cambiar tu manera de
vivir y tu salud será restaurada”. Esa experiencia místi-
ca me impactó, porque yo nunca había escuchado una
voz dentro de mí. Hasta llegué a pensar en la esquizo-
frenia y no descarté, en un momento, que me estuvie-
ra agravando. Pero al pensarlo bien, entendí que había
escuchado una voz que estaba bien enfocada y que me
orientaba hacia la sanación y el lado positivo de la vida.
Reflexioné unos instantes, permanecí en silencio y lue-
go, convencido de que había escuchado la palabra de
Dios, me acerqué a mi esposa y le dije que con la ayu-
da del Altísimo mi vida iba a cambiar a partir desde ese
momento en adelante, que no iba a darle tantas vueltas
a los problemas y que no iba a pensar en aquello que me
desviaba de mis objetivos esenciales. Así terminó esa
vida religiosa mía y empezamos a acercarnos, con otra
actitud, a la Iglesia Anglicana. Esto debe haber ocurri-
do en el año 2000 o quizás un poco antes.
Mi postura era decidida. Había que cambiar.
Había que prescindir de los ansiolíticos. Había que for-
talecer la voluntad. Los remedios desaparecieron de mi

60
Sueños hechos realidad

vida y pese a que sentí que a veces los necesitaba, no


sucumbí a la tentación de la dependencia de los fárma-
cos. Hubo días en que estuve a punto de desistir de mis
mejores propósitos, en instantes en que el carácter fla-
queaba. La transpiración me advertía que mi cuerpo
luchaba por salir adelante y, por momentos, los nervios
me consumían. El peligroso síndrome de la abstinencia
se hizo presente, me temblaban hasta las manos, pero
así y todo seguía aferrado a mi fe en Dios y, después de
un par de semanas, empezaron a desaparecer paulati-
namente los síntomas y sentí que mi cuerpo y mi mente
encontraban la paz a través de la recuperación.
Fue la familia Rudel –el esposo era Eduardo y su
señora, Pilar– la que nos llevó a la Iglesia Anglicana.
Una de las hijas de ese matrimonio, que, a su vez, tenía
tres hijos y uno era compañera de mi hija Carola, nos
habló de la Iglesia La Trinidad, a la que ella asistía re-
gularmente y que era como estar en Sábados Gigantes,
el programa que conducía Don Francisco en Canal 13.
Estaba a cargo del pastor Alfred Cooper, que también
fue capellán evangélico de La Moneda. En el año 2019,
el prelado publicó un libro muy interesante y revela-
dor —Desde el palacio— en el que cuenta cómo se des-
envuelven los pasillos del poder en las altas esferas de la
política, qué funciones cumple la oficina del segundo
piso del palacio de Gobierno, cuál es el perfil humano
de quienes se desempeñan tras sus muros y en qué con-
siste el trabajo de la oficina evangélica. El templo que

61
Gustavo González Cugat

dirige el pastor Cooper se encuentra en la calle Nues-


tra Señora del Rosario, en Las Condes. Fuimos con mi
esposa a conocerlo y nos gustó. También apreciamos y
agradecimos el cálido recibimiento que nos dio su pas-
tor titular, su esposa y su familia y, desde ese día, empe-
zamos a asistir a sus servicios. Esto sucedió a comienzos
del años 2000. Aunque después nos establecimos en
Rancagua, desde ese día pertenecemos a esta iglesia y
él sigue siendo nuestro pastor.
En ese lugar de oración empezó el cambio y ahí
seguimos aferrados. Yo siempre lo relaciono con mis
primeros 15 años de vida, que realmente los empecé a
vivir desde los 40 hacia arriba. Siento que fue muy si-
milar a mi niñez.
Cuando nos casamos con mi esposa, si bien es
cierto que empezaron mis años de religiosidad, la in-
tensidad por aumentar los bienes material bajó un
poco, pero no al punto de llegar a vivir con un voto de
pobreza. Mis aspiraciones, mis proyectos y mis objeti-
vos siguieron presentes, pero con otro matiz. Empecé
a valorar más la vida, sobre todo la experiencia espiri-
tual y la fe.
Mi transformación fue definitiva cuando sentí
esa revelación o esas palabras que una mañana escuché
y que me hicieron cambiar. Mis pensamientos de aquel
entonces, yo diría que desenfocados o desbordados, es-
taban muy orientados hacia el materialismo, algo que

62
Sueños hechos realidad

corrompía mi alma y mi mente. La positiva evolución


que experimenté fue fuerte y mi capacidad para traba-
jar y el talento que Dios me dio, los puse a su servicio
y a la comunidad, para que otros también se pudieran
beneficiar de mis capacidades e intelecto. Primero fue
mi esposa, luego nuestros hijos, y pronto empezaron
a llegar los nietos. Si había trabajo, voluntad, esfuerzo
y solidaridad en los quehaceres diarios, los trabajado-
res se beneficiarían de las labores mancomunadas y así
también, si teníamos clientes, estos igualmente debe-
rían ser considerados y beneficiados. Mi cambio en la
forma de pensar fue radical, lo que agradezco a Dios,
porque cómo estaba viviendo era una verdadera lásti-
ma, porque de ese modo no se disfruta la vida.
En el siglo XVIII, el filósofo escocés de forma-
ción calvinista, Thomas Carlyle, resumió esta filosofía
en una frase breve y certera: “Aquel que tiene fe no está
nunca solo”.

63
Sueños hechos realidad

NEGOCIOS
Más valen dos que uno, porque
obtienen más fruto de su esfuerzo.
Eclesiastés 4:9

Después de la visita que hicimos con mis padres a


la vecina ciudad de San Fernando a conocer un colegio
católico, con el propósito de que yo pudiera ser incor-
porado a sus aulas y que, a la postre, terminó en una de-
cepción, como ya les conté anteriormente, retornamos
a Pichidegua y, al llegar a casa, le manifesté a mis pa-
dres que quería trabajar. Como parte del negocio de la
familia había un camión del año 1957, que viajaba con
frecuencia hacia Santiago, cargado con productos agrí-
colas de la zona y retornaba sin carga, lo que significaba
un desaprovechamiento de su capacidad de transporte.
Lo manejaba un chofer experimentado y yo, como re-
cién me encumbraba en los 15 años, no tenía permiso
para conducir vehículos de ningún tipo. Por lo tanto,
propuse desempeñarme como peoneta, es decir en ca-
lidad de auxiliar de carga. De este modo, y con la ayuda

65
Gustavo González Cugat

de Dios, sería parte de la gestión laboral de la pequeña


empresa familiar y contribuiría a su fortalecimiento y
consolidación.
Mi papá fue escueto en responder: Ahí está el ca-
mión, ponte a trabajar, me dijo. Lo que hacíamos hasta
ese entonces, entre 1963 y 1970, era comprar produc-
tos agrícolas de la región para venderlos en Santiago,
Talca, Chillán y Concepción. Después, en la capital,
durante el período de la Unidad Popular, empezamos
a adquirir todo aquello que se necesitaba en los alma-
cenes y tiendas de Pichidegua y alrededores y lo lle-
vábamos a esa localidad. Lo hacía en un vehículo que
compré con un socio, Camilo Vera. En este quehacer,
me mantuve hasta cumplir los 18 años y todo lo que ga-
naba con mi esfuerzo lo entregaba a mis padres, como
un aporte espontáneo, para el sostén del hogar, lo que
siempre se me agradeció con cariño. Pero, a esa edad,
empecé a darme cuenta —al ver que había agricultores
que cosechaban el maíz y lo guardaban en graneros has-
ta diciembre— de que iba a ser necesario crear un ca-
pital de trabajo para hacer frente a la enorme cantidad
que compromisos que se avecinaban y, también, con el
fin de proyectarme hacia el futuro. Así que, en una pri-
mera etapa, me asocié con mi padre en la propiedad del
camión y durante un año, como consecuencia de una
gestión exitosa, pude comprar otro vehículo similar,
un Chevrolet americano de 1967 de ocho toneladas,
pero este lo adquirí con otro socio. Se lo compramos a

66
Sueños hechos realidad

don Mario Correa Chadwick y, en el momento de con-


cretar la transacción, mi asociado me confesó que no
contaba con el dinero suficiente para poner su parte. A
punto de naufragar la transacción, mi mamá se allanó
a aportar el dinero que faltaba, se lo prestó a mí socio,
pero yo, para asegurar la devolución, me convertí en su
aval. Como quedó un saldo pendiente, el antiguo pro-
pietario nos dio un año para pagarlo, lo que hicimos
puntillosamente en el plazo pactado: cumplimos con
él y devolvimos el préstamo a mi madre. Este empren-
dimiento me permitió extender el área de operaciones
hasta Osorno, por el sur, y hasta Arica, por el norte y
también ofrecer un servicio de fletes. Uno de nuestros
clientes fue Coca Cola, que nos asignó un sector para
distribuir su bebida. Esta etapa inicial de mi vida labo-
ral culminó con la disolución de las sociedades que ha-
bía formado, mi independencia total y mi matrimonio.
En el desenvolvimiento de esa primera ocupa-
ción, de peoneta pasé a chofer al cumplir la edad que
la ley exigía para manejar y, luego, seguí como gestor
de negocios, porque era necesario tener una cartera de
clientes para no mantener los camiones estacionados.
En el fondo, uno aprende rápido que cuando se es inde-
pendiente, los dueños, finalmente, tienen que hacer de
todo y estar en todas, para que los negocios prosperen,
los beneficios se incrementen y, lo más importante, se
paguen los préstamos con estricta puntualidad. Al ojo
del amo engorda el caballo, dice con certeza el refrán

67
Gustavo González Cugat

popular. Por esta razón, una gestión cuidadosa y res-


ponsable es lo que, a la larga, le da credibilidad a una
empresa, a sus administradores y a sus dueños.
El conocimiento que fui adquiriendo con la
práctica diaria fue lo que me llevó a decidir que para
crecer había que salir de Pichidegua y extender las ope-
raciones hacia el norte y el sur del país y, para hacerlo,
había que aventurarse hacia lo desconocido, atreverse,
porque en esos tiempos ningún empresario de Pichide-
gua se arriesgaba a traspasar las fronteras de la comu-
na, porque con seguridad los riesgos iban a aumentar.
Pero, nosotros lo hicimos.
Luego me convencí de que lo mío no era la ge-
neración, elaboración o creación de productos. Lo que
yo realmente conocía y empezaba a dominar era la ges-
tión intermediaria y en eso nos convertimos y es lo que
seguimos siendo hasta ahora: intermediarios.
Mi esposa, en ese entonces de 20 años, joven y
madre de nuestra primera hija, María Silvia, también
tenía inquietudes comerciales y para concretarlas tuvo
una poderosa aliada. Y, en este caso, más pertinente se-
ría decir que encontró una aliada inesperada para los
proyectos que rondaban en su cabeza: mi madre. Ella,
a instancias de Silvia, habló conmigo para que abriéra-
mos un almacén y yo, a mi mamá, no podía decirle que
no. Así que lo instalamos en una bodega que teníamos,
y esta tienda que iniciamos, con el correr del tiempo,

68
Sueños hechos realidad

sería el comienzo de nuestro primer emprendimien-


to. Yo fui muy franco con mi esposa en ese tiempo y la
respaldé en su iniciativa, porque mi madre me lo pidió
y de ello estaré siempre agradecido. También es cierto
que a mi señora le advertí acerca de las dificultades que
iba a tener que sortear de ahora en adelante y que si nos
iba mal, tenía que tener muy claro que podríamos lle-
gar a perder un camión. Además, ella se comprometió
a que si el trabajo le complicaba la vida, volvería a de-
dicarse por entero al hogar. Pero, por fortuna, nada de
eso ocurrió y lo que naturalmente vino a continuación
–después que comenzó a funcionar el negocio–, fue
que los camiones pasaron a ser un apoyo al almacén.
Como es obvio que no era posible destinar todas
las utilidades a este emprendimiento, no fuimos ambi-
ciosos, sino que realistas. Así que el negocio empezó a
funcionar en una bodega con un piso de cemento, me-
sones rústicos y amplios, estanterías proyectadas para
la mejor exhibición de las mercaderías, puertas sólidas
de madera y candados de buena calidad. Mi esposa fue
muy clara en el manejo del local y todo lo que se com-
praba el día martes se pagaba a los proveedores pun-
tualmente el sábado siguiente, es decir no se permitía
un crédito de más allá de siete días, lo que le daba la es-
tabilidad necesaria para vivir sin deudas y en paz. Tam-
bién se comprometió a llevar los inventarios al día y con
puntillosa estrictez, para estar completamente segura
de que el negocio era rentable y que lo que entraba se

69
Gustavo González Cugat

vendía y no se perdía, por ejemplo, como consecuencia


de una mala gestión. Desde el primer registro de com-
pras y ventas que mi esposa empezó a llevar, a los tres
meses del primer balance, nos dimos cuenta de que lo
que teníamos entre manos era un gran negocio.
Yo estoy convencido de mis afirmaciones, y para
ello cito palabras del libro sagrado, en donde dice que
Dios da dones y talentos y que las generaciones serán
bendecidas y prosperadas, en tercera o cuarta gene-
ración, y que la ayuda divina es una realidad. Enton-
ces, concluyo, a la luz de esta verdad, que la historia de
nuestra familia se inició varias generaciones atrás y me
acuerdo con mucho cariño de mi mamá contándome
cómo mi bisabuela, en Barcelona, salía a vender género
a lomo de un burro, y cómo este tesón de comercian-
te innato se fue traspasando a mis abuelos, a mis padre
y llegó incólume hasta nosotros. Mi quehacer, a través
del tiempo, me ha demostrado que existen las bendi-
ciones de Dios a quienes se esfuerzan y perseveran en
su trabajo y no he encontrado mejor evidencia y con-
firmación a este aserto que nuestra propia experiencia
laboral y empresarial, con una familia entera dedicada
a sacar adelante los proyectos familiares. Dios se mani-
fiesta de muchísimas maneras.
Don Mario Cifras –para mí, siempre fue “don
Mario”–, un amigo de la familia, que estuvo con no-
sotros desde el principio, y que nos conoce muy bien,
siempre recuerda cómo iniciamos nuestros negocios,

70
Sueños hechos realidad

en una época en que yo insistía tercamente en una


vida plácida con una esposa en casa, con los hijos co-
rreteando felices por los alrededores y ella preocupada
que nada malo les pudiera ocurrir. Cito las palabra de
nuestro amigo cuando su memoria evoca esos comien-
zos: “Para mí –escucho la voz de don Mario– la idea que
tenía don Gustavo era tener una empresa de transportes, o
algo así, pero no ‘para el chaucheo’. Así se lo comentaba a la
señora Silvia, sus esposa, y ella le contestaba que se aburría
en casa, que mejor le trajera cosas para vender. Fue así como,
en una temporada de sandías, en la que le fue muy bien a
don Gustavo, compró otro camión, lo tuvo un tiempo y como
no le gustó lo vendió, para consolidar su inversión. En ese
tiempo, en Pichidegua, las cosas se hacían de la manera si-
guiente: llegaba un vendedor de una gran empresa y hacía
una preventa en todos los negocitos que visitaba, luego regre-
saba a Santiago y desde la capital despachaba la mercadería
a sus clientes. Nosotros hicimos algo diferente. Comenzamos
a traer mercadería directamente desde Santiago, la que por
razones obvias podíamos venderla más barata que la del in-
termediario de la capital. Así fuimos creando una cartera de
clientes, en la que estaba el abuelito de mi esposa don Juan
Valdés Ramírez, que se fue ampliando paulatinamente y
que se convirtió en el germen de los supermercados. Atrever-
se fue el pilar de su éxito”.
Como la distribución de mercaderías fue en au-
mento, se incrementó el negocio del transporte, por
un lado, y el del almacén, por el otro. Fue necesario,

71
Gustavo González Cugat

entonces, ir más allá de Rancagua en la búsqueda de


mejores posibilidades y lo que hicimos fue ponernos al
lado de las otras distribuidoras, que recorrían distintas
regiones en busca de buenas oportunidades, y no lo hi-
cimos con el fin de vender, sino que para comprar al
lado de ellos y obtener mejores precios. Y la ampliación
de nuestras operaciones también trajo aparejada otra
preocupación, la de aumentar la planta de empleados
con gente de confianza, que pudiera asumir responsa-
bilidades de mayor envergadura en un negocio com-
plejo, muy pormenorizado, difícil de controlar y de
delicado manejo, sobre todo al trabajar con alimentos.
Al principio lo hacía todo, quería estar en todas par-
tes, manejar el camión, cargar y descargar, comprar y
vender, negociar, administrar, controlar y pronto me
di cuenta de que eso era imposible. Entonces fue ne-
cesario tomar la decisión de delegar y a los amigos de
infancia y a los familiares más próximos se les dio la
oportunidad de ser los primeros en empezar a asumir
tareas de responsabilidad en nuestro emprendimiento.

72
Sueños hechos realidad

DESAFÍOS DEL CRECIMIENTO


Que todas vuestras cosas
sean hechas con amor.
Corintios 16:14

En 1980 –en el año en que comenzó a funcionar


el Teleférico del Cerro San Cristóbal, se puso en mar-
cha la extensión de la línea 1 del Metro hasta la Escuela
Militar, comenzó a darse el programa Chilenazo en el
Canal 11 de ese entonces, y fallecían la escritora Ma-
ría Luisa Bombal y el expresidente Gabriel González
Videla– inauguramos el segundo almacén; lo hicimos
en San Vicente de Tagua Tagua, localidad ubicada a 25
kilómetros de Pichidegua, donde ya funcionaba exito-
samente el primero. Esta ciudad de la provincia de Ca-
chapoal recibió este nombre como una advocación a
san Vicente Ferrer, en primer lugar, y en alusión a unos
pájaros acuáticos denominados taguas, que habitan en
lagunas y pajonales. Fue fundada en 1846 por Carmen
Gallegos. Tras su venturosa puesta en marcha, empezó

73
Gustavo González Cugat

a rondarme la idea de que otro buen lugar para insta-


larnos era Rancagua, capital de la Región del Liberta-
dor Bernardo O’Higgins, distante a 87 kilómetros de
Santiago. Luego de darle algunas vueltas a esta idea,
decidimos poner en marcha el tercer local, el que al
abrir sus puertas, de inmediato concitó la atención en
los alrededores, lo que se tradujo, en corto tiempo, en
muy buenas ventas. Ya funcionando los tres negocios,
hice uno de los últimos viajes a Santiago, manejando yo
mismo el camión que teníamos.
Camino hacia la capital, ensimismado en mis
pensamientos, mi espíritu empezó a ser víctima de una
confusión. Estaba viviendo los últimos años de lo que
llamé mi etapa de religiosidad y todavía no tenía claro
hacia dónde íbamos o qué haríamos con nuestros nego-
cios. Así se iniciaron casi siete años de dificultades eco-
nómicas y empecé a cometer un error tras otro.
Mientras tanto, mi esposa Silvia se mantenía fir-
me y entusiasta frente a los almacenes y en el que ella
atendía, nadie la movía de la caja y, desde ese lugar, con-
trolaba con mano segura y férrea los tres negocios. Ha-
cía las boletas, cobraba, daba vueltos sin equivocarse,
instruía al personal, atendía proveedores y les pagaba
cuando había que hacerlo, era amable con los clientes
y no se le escapaba ningún detalle. Nunca nadie supo
cómo lo hacía, y nunca nadie dudó de que era, en rea-
lidad, extremadamente eficiente en su quehacer diario.

74
Sueños hechos realidad

Entusiasmados por el incremento continuo de


los ingresos, primero compré un terreno de cinco mil
metros cuadrados en el lago Rapel, construimos una
casa de 400 metros cuadrados en ese lugar y adqui-
rí una lancha; luego agregué al patrimonio dos casas
en Rancagua, un matadero, arrendé locales para ins-
talar almacenes en San Fernando, Curicó e inaugura-
mos dos supermercados en Talca. Para abrir oficinas en
Santiago, primero compramos una propiedad en calle
Exposición con Tucapel, donde nos instalamos para las
operaciones al por mayor, a continuación otra en Gran
Avenida, con el fin de destinarla a un supermercado,
más una casa en Santa María de Manquehue, para la
familia. Todas estas compras las pagaba con créditos a
corto plazo que nos otorgaban los bancos. Fueron siete
años de falta de claridad en los negocios.
En el 2000, pleno inicio del siglo XXI, me vi obli-
gado a regresar a Rancagua, porque en ese año la cade-
na Jumbo se instaló en esa localidad y nuestras ventas
se redujeron en casi un treinta por ciento. Para sortear
las dificultades que se avecinaban, nos dimos cuenta
que no servía una administración a la distancia, sino
que era necesaria mi presencia, para afrontar personal-
mente los problemas financieros que se estaban presen-
tando y no poner en riego lo que se había levantado
con tanto esfuerzo. Me trasladé solo a Rancagua, para
no cambiar de colegio a los niños ni alterar las rutinas

75
Gustavo González Cugat

familiares. En junio del 2000 ya estaba nuevamente en


la región en la que habíamos comenzado y me puse al
frente del supermercado de Santa María 381 de Ranca-
gua que, en ese entonces, era el que más vendía. Desde
todo punto de vista fue una buena decisión, porque fue
posible detener la tendencia a la baja y recuperar el ni-
vel de ventas que habíamos alcanzado antes de que nos
amenazara una competencia.
En este período de reflexión y de decisiones tras-
cendentales, mi esposa Silvia recordaba cómo había-
mos asumido las transformaciones que nos llevaron
desde un almacén a un supermercado y lo que signifi-
caba en nuestras vidas este desafío. Cito textualmente
sus palabras: “Cuando cambiamos el sistema del mesón de
atención a público al supermercado, en San Vicente, no exis-
tía el concepto de la autoatención. Estaba la fruta, las ver-
duras, la carnicería, la rotisería, los abarrotes, el pan y todo
lo que ofrece un local de esta naturaleza al alcance del pú-
blico. Nadie atendía. Muchas señoras preguntaban cómo se
compraba y nosotros les explicábamos que había que tomar
un carrito y echar en su interior todo lo que necesitara y que,
al final, pasara por la caja y pagara. También les mostrá-
bamos las ofertas y la conveniencia de aprovecharlas. Poco
a poco, los clientes se fueron fascinando con el sistema y se
acostumbraron a él. A principio estuvimos varias semanas
enseñando cómo comprar en un supermercado con un carro,
a gente que nunca había visto… un carro”.

76
Sueños hechos realidad

A la hora de los balances y los recuentos de vida,


yo creo que nací con el espíritu de generar dinero. Des-
de los 15 años –en ese tiempo que he calificado de un
tránsito por el infierno– hasta los 24, el materialismo
primó en mi vida. Trabajé para mis papás y hasta los 18
años, todo lo que ganaba se lo daba a ellos; no me deja-
ba nada para mí. Después empecé a usar el dinero que
recibía en necesidades personales y sentí que en mi in-
terior se despertaba una fuerte inclinación por los as-
pectos materiales de la vida. Soñaba con grandes cosas
–yates, automóviles, buena ropa–, o sea, me embarga-
ba el cuento típico y vano de las ambiciones mundanas,
triviales y vacías de contenido. Yo pensaba que eso me
hacía bien, pero, de manera simultánea, me iba sintien-
do espiritual y físicamente mal, porque me empezaba a
dar cuenta de que no era correcto pensar y trabajar por
cosas sin sentido.
Una vez que la empresa se estabilizó, redujimos
el tranco y continuamos con un crecimiento más len-
to, pero seguro. Empezamos a tranquilizarnos, porque
las ventas estaban pagando holgadamente los gastos y
alguna utilidad neta quedaba para la empresa. Fue en
ese entonces cuando germinó la idea de levantar un
supermercado grande, al que dimos el nombre de Cu-
gat Baquedano, en la calle San Ramón de Rancagua.
El terrenos se compró en el 2004 –en el mismo año en
que Fernando González y Nicolás Massú ganaron la

77
Gustavo González Cugat

medalla de oro en tenis, modalidad dobles, en los Jue-


gos Olímpicos de Atenas y se realizó la reunión de la
APEC en nuestro país– y el supermercado abrió sus
puertas al año siguiente, el mismo en que nevó sorpre-
sivamente en Rancagua y San Fernando, algo inusual
en la zona. Esa decisión se tradujo en una buena inver-
sión tanto inmobiliaria como comercial.
Llevar a la práctica este proyecto no fue fácil,
porque en esa oportunidad tuvimos que recurrir a un
banco, debido a que la inversión era mayor que lo habi-
tual y se necesitaba mucho capital. Nosotros teníamos
recursos, pero eran insuficientes y no alcanzaban para
cubrir los costos del terreno y la construcción. Calculo
que necesitábamos unos tres millones de dólares de ese
tiempo y nosotros nunca habíamos hecho una inver-
sión de esa envergadura.
Yo siempre he creído que Dios pone en cada uno
de nosotros las cosas que son buenas para nuestro cre-
cimiento espiritual y material. Lo hace con señales
que hay que reconocer, para no dejar pasar las mejores
oportunidades. Así ocurrió en nuestro caso. Un día ad-
vertí una de esas señales, en un tiempo en que ya estaba
viviendo mis años de fe. Así que lo que sucedió, y que
cuento a continuación, yo lo relaciono con esas señales
que son cosas del Señor, sobre todo cuando se advierte
que están enfocadas hacia el bien. Por esos días apare-
cieron en nuestras vidas unos ejecutivos del Banco BCI

78
Sueños hechos realidad

y nos comentaron que les interesaba que nos convir-


tiéramos en sus clientes. Yo les respondí que también
nos atraía la proposición que nos planteaban, pero que
si querían que nos convirtiéramos en sus clientes, nos
permitieran reunirnos con el dueño del banco, y que
si aceptaban, a la cita acudiría con mi esposa. En esa
oportunidad, le íbamos a plantear el proyecto que te-
níamos en mente y si creían factible que se concediera
un préstamo para financiarlo.
No pasaron más de quince días y nos llamaron
para anunciarnos que la máxima autoridad de la ins-
titución nos iba a recibir en Santiago. En ese tiempo,
el banco era más pequeño y su casa matriz estaba en
pleno centro de Santiago, en Huérfanos con Bandera,
lugar donde nació el Banco BCI, que había sido fun-
dado como Banco de Crédito e Inversiones, en 1937,
por Juan Yarur Lolas y que ahora manejaban sus des-
cendientes. A la reunión con el presidente de aquel en-
tonces, Luis Enrique Yarur Rey, yo le llevé una Biblia
–del Diario Vivir–, la que yo leo y que corresponde a
una edición Reina Valera de estudio, utilizada por los
protestantes hispanohablantes, de 1960. Empezamos a
conversar y le expusimos nuestro proyecto el que, para
ponerlo en marcha, necesitaba un financiamiento. Le
contamos que ya habíamos comprado el terreno y que,
ahora, nos faltaba construir. Nos escuchó atentamen-
te y respondió que el banco nos iba a financiar los tres

79
Gustavo González Cugat

millones de dólares que necesitábamos. Nos presentó


unos gerentes y, al despedirnos, le entregué la Biblia
que le llevaba. Antes de ponerla en sus manos mi esposa
le escribió una dedicatoria. Él, a su vez, tomó un libro
que hablaba de su familia y retribuyó nuestra atención.
Así fue como se concibió la parte financiera de este pro-
yecto. Tomamos un crédito a cinco años que, para can-
celarlo, nos obligó a ajustarnos con mucho sacrificio el
cinturón. El proyecto lo echamos a andar. Al principio
nos costó bastante que las ventas alcanzaran a pagar las
cuotas mensuales, pero, gracias a Dios, a continuación,
todo empezó a mejorar. Me acuerdo de que el crédito
lo tomamos a cinco años, pero lo saldamos dos años an-
tes de su vencimiento.
Nosotros tuvimos dos etapas. La primera fue la
de los ‘80, cuando llegamos de Pichidegua a San Vicen-
te, y pusimos en marcha el segundo almacén. De 1980
a 1987 abrimos varias sucursales: Rancagua, Rengo,
San Fernando, Curicó, Talca y Santiago pero, en este
último lugar, tuvimos un serio problema de choque
cultural, aunque, gracias a Dios, nunca nos vimos en-
frentados a problemas que amenazaran nuestro patri-
monio. Como Dios me dio ese don que aconseja que el
patrimonio siempre tiene que cubrir las deudas, si se
llega a generar un problema financiero, la solución es
muy simple: reducir el patrimonio y pagar lo adeuda-
do. Esa fue una enseñanza de mi madre, que siempre he
tenido presente en mi quehacer empresarial.

80
Sueños hechos realidad

Mi mamá, en mi niñez y después en mi adoles-


cencia, siempre me repetía que en los negocios, para te-
ner reputación y credibilidad, siempre había que pagar
a tiempo a los proveedores y nunca quedar debiendo
dinero a ninguna persona. Si yo cumplía y me ajusta-
ba a esta máxima, invariablemente iba a tener crédito
a tiempo y el dinero nunca me iba a faltar. Y claro, así
lo hemos hecho. Yo creo que mi madre fue profética y,
como consecuencia de sus enseñanzas, continuamente
cumplimos con todos nuestros compromisos, gracias a
Dios y al orden en nuestras finanzas. Cuando se debe
dinero, se paga. Y punto.
En el supermercado de Santiago tuvimos una
seria crisis de liquidez y, para cumplir con nuestros
compromisos tuvimos que empezar a enajenar parte
de nuestro patrimonio. Vendimos la casa de Santiago,
también la de Rapel y luego el matadero, más unas pro-
piedades que, en ese tiempo, no daban rentabilidad. Lo
tuvimos que hacer porque el banco nos presionó y nos
dijo que ya no habría más créditos y que lo que le debía-
mos hasta ese momento, sobre todo lo que correspon-
día al corto plazo, tenía que saldarse en pagarés a 30 o
a 60 días, lo que fue dramático para nuestras finanzas.
Salimos bien parados, gracias a Dios, una vez más.
Tras esta experiencia, enmendamos el rumbo. Se
acabaron los arriendos de locales para instalar super-
mercados. Desde 2012, en adelante, tomamos la deci-
sión que todos nuestros supermercados iban a estar en

81
Gustavo González Cugat

espacios propios, es decir, primero comprábamos un


terreno apropiado y, a continuación, construíamos. Así
fue, entonces, que empezaron las aperturas en Temuco,
Osorno, Puerto Montt, San Fernando, Linares y Chi-
llán. Tras esta decisión y con pie firme comenzamos a
avanzar en nuestros propósitos, todo mejoró y nos em-
pezó a ir mucho mejor, con un caso bastante emblemá-
tico de por medio; ocurrió cuando adquirimos el local
que había ocupado anteriormente el Unimarc de Puer-
to Montt. Ese local, al comprarlo, vendía alrededor de
120 millones de pesos mensuales, pero perdía 40 millo-
nes en el mismo período. En la oportunidad en que fue
enajenado estaba cerrado. Lo fuimos a ver, lo observé
detenidamente y Dios me recordó que mis inicios con
mi papá fueron las frutas y verduras, sembrando, plan-
tando y comprando y vendiendo productos agrícolas.
En esta cavilaciones llegué a la conclusión que Puerto
Montt era una ciudad ideal para que este supermerca-
do fuera reconocido por la calidad de sus frutas y ver-
duras y que estos productos iban a ser la fortaleza que
atraería a los clientes. Lo pensé seriamente y lo compra-
mos y, una vez más, gracias a Dios, superamos en poco
tiempo los mil millones de pesos mensuales en ventas,
con una rentabilidad normal que, en un supermercado
con ese volumen de comercialización, podríamos decir
que se dio algo parecido a lo divino y que hasta el día de
hoy no se puede explicar humanamente. Fue una clara

82
Sueños hechos realidad

consecuencia de los dones y talentos de los que hablaba


en páginas anteriores.
El esfuerzo, la confianza, la fe y la visión de fu-
turo nos permitieron crecer, pero el equipo que se fue
formando a nuestro alrededor también contribuyó al
desarrollo de la empresa, porque nos fue permitiendo
delegar algunas responsabilidad en profesionales ta-
lentosos, creativos y de honorabilidad intachable. Es
obvio que en esta marcha virtuosa hacia el futuro, en
un mundo en constante cambio, más de alguna oveja
descarriada se cruzó en nuestro camino, la que luego
siguió en su andar… pero lejos de nosotros.
Pensando en el futuro, y con la ayuda de Dios,
estamos desarrollando un proyecto con una propiedad
ya comprada en Cataluña, en un barrio de Girona (Ge-
rona, en castellano), abriremos nuestro primer super-
mercado en España. Esperamos que ese sea el inicio de
una cadena de supermercados Cugat en Europa. Luego
de consolidarnos en la zona de Cataluña, nuestros ojos
se dirigirán a China, en particular a Shanghái. Si todo
resulta, creemos que nuestros hijos y nietos, en la me-
dida que quieran estar presentes en nuestros proyectos,
van a tener harto en que entretenerse.
Con mi esposa estamos viajando desde el año
2010 a China, que ha tenido una significativa evolu-
ción en lo económico, en varios aspectos, que bien vale
la pena destacar, por ser interesantes y competitivos;

83
Gustavo González Cugat

yo creo que se trata de una cultura que todavía está ex-


perimentando una reveladora y expresiva evolución,
en la que para vivir relativamente bien hay que traba-
jar y cuidar mucho el dinero. No cabe duda de que su
desenvolvimiento ha sido inteligente y ha demostrado
que, a pesar de mantener la ideología comunista, que
ha fracasado en otros lugares del mundo, en China,
en algunos aspectos, funciona bastante bien. Ese es un
país que está dando confianza para instalarse. En el fu-
turo, el intercambio tendrá que equilibrarse, porque
así como nosotros somos grandes compradores de sus
productos, es hora de que Chile también incremente
sus exportaciones a esa nación asiática. Está demostra-
do, por ejemplo, que los chinos son muy aficionados a
las cerezas y que les pagan muy bien a los exportadores
chilenos por esta fruta. Si hoy son las cerezas, en el fu-
turo habrá que agregar nuevas exportaciones al gigan-
te de Oriente.
Dos de nuestras hijas están viviendo en Cataluña,
con cuatro de nuestros nietos, ya todos grandes. Desde
aquí los apoyamos, para que se interesen en el negocio
familiar, claro que en la medida que lo deseen, porque
nunca hemos forzado a ninguno de los hijos y nietos a
participar en nuestros emprendimientos. Pero si se in-
teresan o motivan, las puertas siempre estarán abiertas
para ellos. De todos modos, la participación familiar es
alta y estimulante y nuestra tercera generación siempre
nos apoya en las instancias en que la necesitamos.

84
Sueños hechos realidad

En la actualidad, el intercambio comercial con


España es muy fluido al igual que con otros países de
Europa, como Turquía y Portugal. Por nuestra par-
te, estamos comenzando a enviar cerezas a Barcelona
y estamos abierto a todas las posibilidades que se nos
presenten. Mientras tanto, se puede decir que estamos
en un proceso de aprendizaje de la logística que debere-
mos aplicar si fructifican los nuevos negocios. Nuestra
hija, María Silvia, es parte de este proceso de apertura
a los mercados internacionales y su responsabilidad, en
esta etapa, es aprender para el día en que abramos el su-
permercado en Girona y todo pueda funcionar como
una máquina recién aceitada. China… vendrá a con-
tinuación. En marzo de 2019 nuestra hija Catalina se
incorporó al proyecto Barcelona, como psicóloga en el
reclutamiento de personal y, además, se incorporó al
staff de la inmobiliaria cuya sede está en Cataluña.
El futuro de los negocios de la familia se ha visto
reforzado con la disposición de nuestros nietos Gabriel
y Bruna para incorporarse a puestos de responsabilidad
en el holding; él estudia Economía en Londres y ella
Derecho, en Barcelona.
Pero siempre la prioridad la va a tener Chile,
en la medida que la familia se mantenga unida y par-
ticipe de nuestro quehacer empresarial. Chile, por sus
condiciones naturales y también por el afecto y grati-
tud que tenemos por la forma cómo acogieron a nues-
tros antepasados, siempre estará en nuestro corazón

85
Gustavo González Cugat

y prioridades. Y como también somos de Pichidegua,


igualmente vamos a estar presentes en las necesidades
de la comuna. La autoridad frecuentemente nos recal-
ca que para la zona siempre será importante que un
Cugat participe activamente en los planes de desarro-
llo de la ciudad y así será.
Los planes de Cugat contemplan todo el terri-
torio, de Arica a Punta Arenas. Pero, insistimos, nos
estableceremos en otros puntos del territorio solo si
encontramos terrenos apropiados, con una buena ubi-
cación y a un precio de mercado. Y cada vez que lo lo-
calicemos, un nuevo Supermercado Cugat abrirá sus
puertas. Nuestros desafío es estar en todo Chile, inclu-
so en comunas con gente más necesitada, porque por
sobre todo nos interesa el buen servicio más que el di-
nero. Eso significa que no descartamos los suburbios
en los que viven personas con menos ingresos, donde
no llegan las grandes cadenas. Nosotros, como lo he-
mos dicho en distintas oportunidades, también esta-
mos dispuestos a instalarnos en lugares donde escasea
el dinero, porque las necesidades básicas siguen siendo
las mismas en todos los seres humanos, sin distinción
social.
Pichidegua, para nosotros, es un tema apar-
te. Esta comuna está en nuestros pensamientos y
preferencias de manera permanente. Y así como con-
tribuimos decididamente a que se construyeran o re-
construyeran viviendas de nuestros colaboradores de la

86
Sueños hechos realidad

zona –dañadas por el terremoto de febrero de 2010–


hoy mantenemos una carpeta de proyectos para obras
de adelanto en la comuna, que vayan en beneficio de
sus habitantes, tanto en sus aspectos materiales como
espirituales.

87
Sueños hechos realidad

CUGAT CHILE
Nunca se olviden de hacer lo bueno, ni de
compartir lo que tienen con los que no tienen nada.
Esos son los sacrificios que agradan a Dios.
Hebreos 13:16

El negocio de los supermercados en Chile ha


sido un aporte relevante a la economía nacional por-
que, en la práctica, de norte a sur, operan las cadenas
más grandes del país, a las que hay que sumar Walmart
de Estados Unidos. El aporte de estas empresas ha sido
significativo, principalmente en el mejoramiento y po-
sicionamiento del área de autoservicios en todo el te-
rritorio, donde han demostrado eficiencia, capacidad,
dinamismo, utilidad, asistencia efectiva al cliente y do-
minio y talento organizativa.
En la historia del comercio detallista, el invento
de los supermercados es relativamente nuevo. Algunas
fuentes aseguran que este concepto de ventas lo con-
cibió Vincent Astor al inaugurar en 1915 el Mercado
Astor de Nueva York. Otras versiones afirman que el

89
Gustavo González Cugat

hombre que verdaderamente empezó a dar forma al


fue Clarence Saunders, al abrir, en 1916, en Memphis,
Tennessee, el primer local de un supermercado de cu-
rioso nombre –Piggly Wiggly– que, en la actualidad,
tiene más de 600 tiendas en Estados Unidos. Esta em-
presa fue la que perfeccionó el sistema de autoservicio.
En Chile, la historia registra que el primer super-
mercado comenzó a funcionar en 1957 con la apertura
del que fue pionero en este rubro, Almac, en Providen-
cia 2162. En 1961, la idea se replicó al abrirse al público
el Supermercado Unicoop, ligado a la Iglesia Católica,
y que, en sus orígenes, tuvo un claro propósito social.
En la crisis económica de la década de 1970 fue vendi-
do a la Compañía Refinería de Azúcar de Viña del Mar
(CRAV) que, en el año 1981, lo traspasó al empresario
Francisco Javier Errázuriz, quien le cambió el nombre
a UNIMARC. Años después fue transferido al grupo
económico que lidera Álvaro Saieh.
Las características esenciales de los supermerca-
dos son los espacios amplios e iluminados, la higiene
escrupulosa, la climatización del ambiente, los precios
atractivos de los productos que se ofrecen, su amplísi-
ma variedad, el autoservicio, la alta rotación de sus exis-
tencias y su exhibición cómoda y atrayente, las ofertas
y la distribución racional de las mercaderías. En nues-
tro caso, se suma la concepción social y un acendrado
espíritu de servicio.

90
Sueños hechos realidad

Nuestra cadena está entre los cinco grandes su-


permercadistas que operan en el país, junto a Walmart,
Cencosud, Unimarc y Tottus. Nosotros, al ser la quinta
más grande de Chile, en cuanto a volumen de ventas,
sin lugar a dudas somos la más extensa en el ámbito re-
gional y nos mantenemos en permanente crecimiento.
Cinco son los pilares de la familia: inmobiliaria, ope-
radora de supermercados, construcción, agricultura y
transporte.
Dadas las características de la geografía del país y
a lo vasto del territorio, las posibilidades de desarrollo
e incremento de las cadenas regionales son auspiciosas.
Nosotros hemos llegado al convencimiento que en los
próximos años estaremos en presencia de un renacer de
las cadenas regionales, que puede que sea algo lento al
principio, pero que se va a ir consolidando con el trans-
currir de los años. Las necesidades de abastecimiento
de la población crecen de manera sostenida y los su-
permercados las han atendido y satisfecho con objetiva
efectividad. Además, este sector se ha profesionaliza-
do y ha sabido incorporar a su quehacer los más sofis-
ticados adelantos tecnológicos y, simultáneamente, ha
formado generaciones que se han especializado en este
cometido. El ADN de nuestra empresa, que en nuestro
caso procede de nuestros antepasados, ha continuado
depurándose y perfilando para administrar un nego-
cio complejo, delicado –trabajamos con alimentos–,
sensible a la opinión pública y de enorme responsabi-

91
Gustavo González Cugat

lidad social. En nuestro caso, hemos formado una ver-


dadera escuela de supermercadistas, de cuyos alumnos
más aventajadas tenemos la seguridad que preservarán
nuestro legado y competirán con ética y lealtad.
Con frecuencia me dirijo a mi familia para ex-
presarles que mientras yo sea el responsable del grupo,
mi obligación será velar por el crecimiento y la diver-
sificación. Como dice el sentir popular, los siempre
serán un riesgo implícito hacia el futuro, en atención
a los vaivenes de la economía y a los cambios sociales
cada vez más acelerados. También propiciamos exten-
dernos fuera del país y hemos elegido España, como
primer destino, por ser descendientes de catalanes.
Nuestra familia, como si fuera una verdadera escuela
especializada en esta materia, siempre está ofrecien-
do oportunidades a sus integrantes para que sigan es-
tudios superiores, se capaciten, conozcan las entrañas
del negocio y, si lo desean, en el futuro se incorporen
a su administración, aportando imaginación, creativi-
dad, entusiasmo, iniciativa y ese sentido de la moder-
nidad que, por razones, obvias, hoy los jóvenes captan
con mayor rapidez. Mientras Dios nos dé vida y sa-
lud, mi esposa y yo seguiremos extendiendo nuestras
actividades a lo largo de todo Chile, dando oportuni-
dades, capacitando a nuestra gente y ofreciendo traba-
jo en una empresa en la que los valores cristianos sean
esenciales; como familia nos interesa vivir y trabajar en
países en donde las instituciones funcionen, que Cugat

92
Sueños hechos realidad

esté presente en esos lugares en los cuales la corrupción


no tenga cabida y el respeto sea una norma indeleble
de vida. Nuestra fundación estará en países que reúnan
los requisitos anteriores y donde se puedan instalar su-
permercados sin fines de lucro.
Por otro lado, también he pensado que Dios nos
orienta como creyentes que somos y nuestra fe nos re-
pite una y otra vez que tenemos que ir donde el hambre
todavía está presente, para contribuir a su erradicación,
donde hay necesidades no satisfechas, donde el espíritu
está desalentado y donde la fe titubea. Entonces, como
nuestra conversación con Dios es permanente, nunca
la dejamos a un lado, porque su compañía nos hace ser
agradecidos. Siempre siento que una voz me sopla al
oído, para que me acuerde, que se nos ha dado una fun-
dación sin fines de lucro, para asistir al prójimo y para
combatir ese cáncer que es la corrupción, que solo se
extinguirá elevando los estándares de vida, pero, sobre
todo, mejorando la educación, en especial en lo relati-
vo al cultivo de valores esenciales de convivencia y el
aquilatamiento y la custodia de los comportamientos
éticos. Solo así se extirpará el soborno y el cohecho y
el espíritu saldrá fortalecido. Lo que Dios nos ha dado
como negocio ha sido para favorecer a la clase media
esforzada y a los más humildes, que necesitan oportu-
nidades reales. Nuestra fundación Espíritu y Palabra,
sin fines de lucro, se sostiene en las enseñanzas que nos
entrega Dios y donde su voz siempre será una clara

93
Gustavo González Cugat

advertencia de que la corrupción nunca tendrá cabida


en nuestro quehacer. Lo que más me preocupa y cuido
para mi familia —esposa, hijos, nietos— es que el fu-
turo sea macizo, consistente y arraigado en los valores
cristianos. Aspiramos a ser recordados como personas
de bien, esforzadas, honorables, trabajadoras, solida-
rias, prudentes, justas y de fe. Así queremos que nos re-
cuerden las generaciones futuras, las que se formaron y
lo siguen haciendo en nuestro hogar.
Nuestros dos grandes negocios ya están defi-
nidos hace varios años. Por un lado, está la parte in-
mobiliaria, que es la que trabajamos con un grupo de
profesionales muy capacitados, para abrirla a la Bolsa,
y que será la primera que estrenaremos, porque es muy
atractiva para los inversionistas. La otra se relaciona
con la operación de supermercados. Ambos negocios
están relacionados, aunque son actividades distintas,
pero que se necesitan mutuamente para crecer. Una
comprará y construirá y la otra operará y venderá, lo
que traerá como consecuencia una sinergia prodigio-
sa. Esos son los dos grandes negocios que administra-
mos nosotros.
El , que es la compraventa al detalle, y que eng-
loba empresas especializadas en la comercialización
masiva es una arista de la modernidad, pero lo nuestro
es más acotado; son los supermercados, que más que
grandes multitiendas que tienen de todo, lo que noso-
tros administramos es la canasta básica familiar y, en

94
Sueños hechos realidad

este cometido, es donde nos sentimos realmente bien.


Por un lado, mi esposa se ha capacitado en lo que es
esencial para el hogar, pero a mí me gusta más lo re-
lacionado con la fruta y la verdura, porque, por sobre
todas las cosas, contribuyen positivamente al bienestar
de la salud. Me gusta mucho pensar en que si uno está
vendiendo algo a alguien, es para mejorarle la vida y si
algo enriquece y fortalece la salud son la fruta y las ver-
duras; además su rotación, en nuestros locales, es im-
presionantemente alta y para asegurar la calidad y el
frescor hay que comprar todos los días enormes can-
tidades de productos vegetales, para así mantener un
abastecimiento respaldado por los más altos estándares
de higiene y seguridad.
En el universo de los negocios hay algo que es
muy cierto y es aquello que dice que no existe activi-
dad comercial mala, y es obvio que nos referimos a
emprendimientos legítimos. Lo que sí hay son malos
administradores. Esa es una verdad indesmentible. En
los negocios, los que dirigen son los que hacen la dife-
rencia; o se es bueno o se es malo. No hay términos me-
dios. El ensayista irlandés anglicano Edmundo Burke,
en el siglo XVIII, dijo una gran verdad sobre esta acti-
vidad: .
A estas altura de la existencia, uno tiene que de-
finir a qué vida se aspira, porque el supermercado es
demandante. Cuando hablo de nuestros locales, acos-
tumbro a compararlos con una guagua que necesita

95
Gustavo González Cugat

atención durante las 24 horas, siempre hay que estar


preocupado por ella, cambiarle los pañales a tiempo,
darles su comida a las horas que corresponden, velar
por su salud y cuidar de que no se vayan a caer. Así son
los supermercados.
Yo creo que hacia el futuro, Supermercados Cu-
gat tiene mucha vida por delante, socialmente signifi-
cativa, saludable y provechosa. Estamos orgullosos de
lo que hemos hecho y de instaurar lo que llamamos
la cultura Cugat, que es una forma de hacer las cosas
con ética y prolijidad. De hacerlas bien. Con eficacia
y una mirada de largo plazo. Ya tenemos definido un
margen, que no es elevado y, también, sabemos que
nuestros clientes tienen que hacer un esfuerzo gigante
para mejorar su calidad de vida; por lo tanto, tenemos
el compromiso de que tengan acceso a los productos
de la más alta calidad, pero a precios razonables, para
que nadie se quede con las ganas de comprar algo, y
que no lo pueda hacer, porque no le alcanzó el dinero.
Yo creo que nuestro concepto de negocio e inspiración
cristiana tienen un futuro excepcionalmente positivo y
edificante.
El tiempo de la transición en nuestras empresas,
de una generación a otra, se está acercando, porque yo
no sé cuánto tiempo más voy a vivir. En la recta final de
nuestras vidas llega un momento en que las responsabi-
lidades hay que empezar a traspasarlas paulatinamen-
te a los hijos, para que estos, que ya tienen el método,

96
Sueños hechos realidad

lo afinen, lo depuren, lo perfeccionen y lo adapten a


su modo de ser. Estos cambios en el timón deben darse
con la mayor naturalidad posible, para que la nave no
se sacuda.
El traspaso será hacia los hijos, pero en aten-
ción a mi edad, también tendrán que participar en esta
operación algunos de mis nietos. Esta cesión de obli-
gaciones y deberes tiene sus complejidades, porque el
concepto que sostiene nuestro negocio es diferente y
la responsabilidad social, en nuestro trabajo, es funda-
mental. Por principios, nosotros nos hemos impuesto
el deber de entregar parte del dinero que recibimos a
quienes más lo necesitan. Esta es la característica que
nos hace completamente distintos a otros negocios de
la misma naturaleza. Nosotros retribuimos a la socie-
dad lo que nos ha dado y siempre vamos en su ayuda,
o tendemos una mano, a los más desamparados. Con
esta filosofía de vida esperamos cumplir con lo que de-
cía el escritor británico Chales Dickens, que tan acer-
tadamente describió el dolor de los más necesitados del
siglo XIX.

97
Sueños hechos realidad

FAMILIA
¡Qué difícil es hallar una mujer extraordinaria!
¡Hallarla es como encontrar una joya muy valiosa!
Quien se casa con ella puede darle toda su confianza;
Dinero nunca le faltará.
A ella todo lo sale bien; nunca nada le sale mal.
Proverbios 31:10

Yo me casé en 1975, a los 26 años, algo pasado


de los estándares de aquella época en la que los varones
contraían matrimonio algo más jóvenes. Ese fue el pe-
ríodo en que la línea 1 del metro de Santiago comenzó
a funcionar parcialmente entre las estaciones San Pa-
blo y La Moneda, un terremoto sacudió las ciudades de
La Serena, Coquimbo y Vicuña, falleció el célebre pe-
riodista Luis Hernández Parker, la Organización de las
Naciones Unidas proclamó a 1975 como el Año Inter-
nacional de la Mujer y la moneda oficial chilena dejó
de ser el escudo y volvió a ser el peso. Lo que hace lla-
mativa e interesante nuestra historia con Silvia es que
tempranamente coincidimos en el mismo colegio de

99
Gustavo González Cugat

Pichidegua, pero como soy siete años mayor que ella,


estábamos en cursos diferentes, y yo, obviamente, iba
más adelantado. En ese tiempo ni siquiera conversába-
mos, porque no es usual que los alumnos de más edad
se fijen en las niñas de los cursos inferiores; uno apun-
taba más hacia arriba. Posiblemente estuvimos alrede-
dor de dos años en el mismo colegio sin saber que algún
día nos íbamos a casar.
En esa etapa de juventud, en Pichidegua, cuando
no tenía mucho trabajo en los camiones, me iba donde
mis padres a ayudarlos en las ventas. Mi esposa, al traer
a la memoria esos tiempos, se acuerda de haberme vis-
to por ahí, a la pasada, siempre afirmado con un pie en
un muro.
Silvia recuerda que reparó en mí cuando suma-
ba más o menos 14 años de edad, plena adolescencia.
En aquel entonces, ella tenía una tía que cosía y, según
cuentan, era bastante desordenada; siempre le faltaba
hilo o se le perdían la agujas o los dedales, entonces,
para salir del apuro, enviaba a Silvia, en bicicleta, a la
paquetería de mis papás a buscar lo que le faltaba y en
uno de sus tantos viajes, recuerda que me vio… pero
que no le llamé la atención en esas oportunidades. En
aquel entonces, yo me erguía en los 21 años.
Al año siguiente, en una oportunidad en que ella
regresaba a su casa, ubicada en Patagua Orilla, proce-
dente del colegio de Santa Inés de San Vicente, en la

100
Sueños hechos realidad

micro en que ambos viajábamos, me despertó la curio-


sidad un rostro entre la gente. Era el de ella, una niña
en aquel entonces, que iba de pie, al lado del chofer; yo,
desde el centro del vehículo y apretado entre la gente,
me dediqué a observarla. Esa cara, en ese instante –que
yo creía que nunca había visto–, quizás porque no me
había fijado bien, me pareció simplemente maravillo-
sa, con facciones que se delineaban con personalidad y
que resplandecían en la multitud. Era una imagen que
sobresalía por su belleza, su encanto y simpatía; real-
mente me impactó.
Mi corazón quedó tan prendado de esa mucha-
cha que en los cuatro años siguientes no la pude olvi-
dar. Cuando la volví a ver, en un largo tiempo que para
mí fue una eternidad, la reconocí de inmediato, aun-
que su semblante ya no era el mismo. Si bien era más
adulto y más definido, igualmente seguía siendo her-
moso y la aureola que la rodeaba la hacía desprender
vitalidad, carácter y luminosidad. Era la mujer que ha-
bía atrapado mi corazón y este me dijo que no había
que esperar más. Esa vez no la dejé escapar y lentamen-
te empezó a nacer el amor. Fueron seis meses de polo-
leo y nos casamos.
Yo tenía una amiga en aquel tiempo, Leticia
Valenzuela, que era cercana a ella y que vivía frente a
la casa de sus abuelos. Un día invitamos a Silvia a un
carnaval regional, pero ella, si bien aceptó comer con

101
Gustavo González Cugat

nosotros un anticucho, muy luego y con prisa se excusó


y regresó a su hogar, porque, tiempo después me con-
fesó, pensó que entre Leticia y yo existía una relación
sentimental y que nos iba a importunar tocando el vio-
lín, una frase coloquial que se entiende como interrum-
pir o cohibir un coloquio amoroso de otras personas
que, en este caso, no existía. Al creer que su presencia
nos incomodaría y que solo la habíamos invitado por
simple cortesía, ofreció una excusa y retornó al hogar
de sus abuelitos.
Silvia siempre cuenta que en esa oportunidad no
me asoció con la persona que había visto cuatro años
atrás apoyado en una pared y, como siempre ha sido
muy prudente, y lo sigue siendo, en esa ocasión pen-
só que lo adecuado era no importunar y desaparecer.
No mucho tiempo después, me enteré de que ella había
postulado a una carrera profesional y que había sido
aceptada en Ginecología y Obstetricia en la Univer-
sidad de Concepción, pero que había desistido de ma-
tricularse en esa casa superior de estudios, porque su
madre se había puesto a llorar de pena y dijo que no iba
a soportar la lejanía de su hija; además, estaba conven-
cida de que las universidades, palabra textuales de ella,
eran antros de revoltosos y eso la asustaba sobremanera.
Como resultado de la llantina materna, Silvia se quedó
en Pichidegua y la capacitaron, después de una prueba,
para que trabajara como telefonista en una sucursal de
la Compañía de Teléfonos de Chile de Pichidegua.

102
Sueños hechos realidad

Un día que Silvia caminaba con tranco rápido


y cargada de paquetes hacia el paradero de las micros,
para viajar a su lugar de trabajo, pasó frente a mi casa
en los momentos en que yo lavaba mi auto. Cuando la
vi, le pregunté si iba apurada, y ella me contestó que
más o menos. Esa respuesta la interpreté como una tá-
cita aceptación a que conversáramos, pero, sin detener
el paso, siguió avanzando como si fuera huyendo de
algo… o de alguien, que supongo que era yo.
Pese a su gentileza en responder y a la prisa de
su caminar, en los días siguientes volví a verla transitar
hacia el paradero. Yo la observaba atento y silencioso
desde una ventana. Con los años, y ya casados, ella me
confesó que se daba cuenta de que yo la atisbaba a tra-
vés de las cortinas y que también se fijó en el número de
mi casa, para averiguar quiénes vivían ahí.
Semanas más tarde, a través de una amiga co-
mún que trabajaba en la CTC, esta le hizo una broma.
Ella le dijo que le iba a enseñar a traspasar una llamada
a una caseta que estaba en el exterior. Así se hizo pero,
para sorpresa de ella, su compañera de trabajo la comu-
nicó conmigo. Tras una breve aclaración del supuesto
malentendido, felizmente quedó claro que solo se tra-
taba de una broma inocente de su compañera, pero yo
aproveché de preguntarle si podía ir a buscarla a su tra-
bajo y ella aceptó. Y así comenzó nuestra relación, por-
que ese mismo día le conté que me gustaba y le pedí
que pololeáramos y que nos casáramos en seis meses

103
Gustavo González Cugat

más. Fue complicado para ella y no me respondió. Su


mamá, en primer lugar, le tenía estrictamente prohi-
bido subir a un vehículo de un desconocido y, hasta ese
entonces, para ella y su familia yo era un completo des-
conocido, pese a que vivíamos en el mismo vecindario.
Para colmo, como la llevé en auto hasta su casa, ese día
llegó más temprano y tuvo que reconocer que yo la ha-
bía ido a dejar. Ese atardecer, Silvia no lo pasó bien y
tuvo que prometer que no volvería a subir a mi coche.
Pero yo persistía. El 11 de septiembre de 1974 le
pedí nuevamente que pololeáramos y me fijé un plazo
de seis meses para casarnos y si eso no ocurría, lo más
sano iba a ser que termináramos nuestra incipiente re-
lación. No fueron fáciles esos días de desencuentro, en
que yo insistía en verla, pero como ella era menor de
edad, no podía tomar sus decisiones de manera inde-
pendiente; Silvia se sentía muy unida a su familia y no
estaba dispuesta a preguntar si podía casarse conmigo,
ni menos a contradecirla, si la respuesta era negativa.
Sin perjuicio de esto, Silvia había contado en su hogar
que yo la acompañaba a su casa y lo había hecho antes
de que yo le pidiera pololeo.
Finalmente, ella empezó a ceder y aceptó a rega-
ñadientes algunos regalos que me permití hacerle. En
la oportunidad en que le llevé una argolla de compro-
miso, me armé de valor y hablé con sus padres y el 12
de abril de 1975 nos casamos por la iglesia; una semana
antes, lo habíamos hecho por el civil.

104
Sueños hechos realidad

Hasta ese entonces, yo siempre había soñado


con una esposa en la casa, lo que solo resultó durante el
primer año. Al segundo, mi esposa que era muy inquie-
ta, habló con mi mamá para que yo le pusiera un ne-
gocio. Así comenzamos. Yo la proveía de mercaderías,
pero ella también se surtía con proveedores que le ofre-
cían productos que yo no tenía. Al principio, yo estaba
reticente con este emprendimiento de mi señora y le
advertía que si le llegaba a ir mal podríamos perder un
camión. También le insinuaba que al primer problema
que le complicara la vida, tendría que retornar a la vida
hogareña. Esos fueron los años en que venía saliendo
del infierno y lo que menos quería eran complicacio-
nes. En ese tiempo anhelaba fervientemente mucha
alegría, satisfacciones, tranquilidad y estar agradeci-
do y contento. Yo estaba enamorado de ella, porque
era una mujer auténtica y sencilla, que disfrutaba de la
vida, características que mantenía, pero reconozco que
desconocía ese afán que la movía por hacer cosas y ser
útil a la sociedad. Para ese tiempo, claramente era una
mujer de avanzada, inclinada a la independencia y en-
tendí, entonces, que Dios había sido bueno y generoso
con nosotros y me había llevado hacia la esposa indica-
da. Tuve que aceptar que a mi señora le gustaba el tra-
bajo y, en particular, los negocios, pero, muchas veces,
más de lo que yo creía que debía ser. Silvia es de aque-
llas personas que solo puede descansar un rato, porque
a los minutos siguientes está haciendo algo en cualquier

105
Gustavo González Cugat

parte de la casa, en la cocina, en un baño o en el jar-


dín. A ella nunca le faltará algo que hacer y cuando está
quieta, pronto algo útil despertará su interés. Nuestra
hija Carola acostumbra a decirle en broma que tiene la
memoria en el traste, porque cada vez que se sienta se
acuerda de algo y se levanta a hacerlo.
Un texto que escribió mi esposa resume su ma-
nera de ser. Dice así: “Yo creo que mi mayor felicidad ha
sido conocer a Dios. Para mí no hay esposo, ni hijos, ni tra-
bajo, ni nietos sin la presencia de Dios y haberlo conocido,
como lo conozco y la relación que mantengo con él no se com-
para con nada. Si alguna vez yo llego a perder la estrecha re-
lación que tengo con Dios, yo creo que pierdo la relación con
mi marido, con los hijos, con los nietos. En una circunstan-
cia hipotética como esa, pienso que mi vida sería super mise-
rable, porque yo soy muy acelerada, me gusta hacer muchas
cosas y todas juntas. Puedo estar en la oficina con cinco per-
sonas, contestando un correo y yo sé que estoy hablando con
cada una de ellas. Si ese ritmo que tengo lo tuviera solamen-
te humanamente, yo creo que estaría muy mal, mal, mal,
mal; entonces cuando yo trabajo estoy totalmente abocada a
lo que hago, pero cuando regreso a mi hogar tomo la Biblia,
oro y me gusta estar sola, porque me conecto con Dios. Con-
verso con él, no le pido cosas, y yo siento como que me llena
de algo, como una fuerza, una potencia y eso me hace vivir
el día a día”.
Mi esposa se esfuerza en este crecimiento espi-
ritual, que es realmente impresionante. En mi caso,

106
Sueños hechos realidad

yo siento que Dios me da mil ideas a cada momento


y me obliga a tener iniciativas y armar equipos de tra-
bajo, para que se vayan concretando paulatinamente
las ideas que recibo, pero a mi esposa le gusta que esas
ideas, que a mí se me ocurren, no solo se definan y deli-
miten, sino que, además, se hagan bien. A ella le atraen
la perfección, la excelencia y la prontitud. En cambio,
yo trato de lograr algo bueno y con eso soy feliz. No
soy perfeccionista, solo avanzo a un ritmo más lento,
pero seguro y con la confianza de Dios.
En algunas oportunidades, algunas personas me
han recomendado que deje de seguir abriendo super-
mercados, para que así mi esposa pueda descansar. No
conocen a Silvia y tampoco a mí. Nuestros compro-
misos son con los dones que Dios no dio y en nuestro
quehacer también están involucrados nuestros hijos y
nietos. Ese pacto que asumimos con lo que creemos es
demasiado fuerte e indisoluble. Mi esposa no está obli-
gada a trabajar y lo hace simplemente porque le gus-
ta hacerlo. Y yo, pese a la edad y a que soy siete años
mayor que ella, hoy estoy bien, gracias a Dios. Todas
mis enfermedades –que por lo demás son propias de
la edad, así que a nadie deben sorprender– están con-
troladas y bien tratadas. No tengo mayores problemas.
Además, en lo que respecta a mi salud, soy metódico y
riguroso y los remedios que debo ingerir, lo hago exac-
tamente a la hora en que los médicos prescriben que
debo tomarlos. Algunas de mis afecciones son crónicas

107
Gustavo González Cugat

o congénitas, pero las mantengo a raya, porque Dios


está conmigo y me guió hacia los mejores especialis-
tas que se pueden encontrar en nuestro país y que me
mantienen activo y sano de cuerpo y mente. Uno de los
médicos que me atiende es mujer. Su especialidad es la
cardiología. Se llama Mónica Acevedo. Ella, desde el
momento en que la conocí, me di cuenta que era una
profesional en mi estilo: rápida dinámica y precisa en
sus diagnósticos. Desde que me atiende no he vuelto a
padecer episodios de arritmia y me mantiene saludable
y vital; también puso fin a mis esporádicas estadas en
las UTI de varias clínicas de Santiago y Miami.
Una vez que nos casamos, Silvia quedó emba-
raza al segundo mes del matrimonio. La primera de
nuestros hijos en nacer fue María Silvia, el 14 de enero
de 1976. Para mí, su nacimiento significó un impacto
emocional muy intenso. Sentí una profunda gratitud
hacia el Señor, que bendecía nuestro hogar con un pri-
mer retoño. A pesar de que ya estaba viviendo mis años
de religiosidad, eso de ser padre, para mí fue como un
milagro; realmente yo estaba emocionado, y me dio
un impulso y una energía extra para el trabajo. Yo veía
que asumía una responsabilidad mayor, lo que era muy
bueno, porque añadía a nuestras vidas una motivación
prodigiosa hacia el éxito.
Muy pronto llegó la segunda hija, Carola Alejan-
dra, y todo seguía mejorando y con el tercero, Gustavo

108
Sueños hechos realidad

Xavier, el único hombre, ahí, la felicidad terminó por


ser completa y yo me sentí en las nubes. El cuarto hijo
nuevamente fue una mujer, Catalina Isabel, y como se
presentaron problemas de salud en Silvia, que la obli-
garon a recibir corticoides, un médico recomendó in-
terrumpir el embarazo, a lo que nos opusimos, porque
si la voluntad de Dios era que viniera al mundo, ningu-
no de nosotros iba a impedir a que se cumplieran sus
designios.
Se hizo la voluntad del Señor y, en estas circuns-
tancias, nació nuestra cuarta hija. Luego de la alegría
de su recibimiento se nos insinuó que mi esposa reci-
biera un tratamiento para que no volviera a tener hijos.
Mi respuesta fue contarle al médico nuestra historia.
Le manifestamos que al casarnos cocinábamos en una
asadera, que nos regalaron para el matrimonio, que te-
níamos un comedor cuyas sillas eran cajas de cartón
repletas de mercadería y que, a medida que otro inte-
grante llegaba a nuestra familia, prosperábamos y que
siempre había sido así. Entonces me respondió que no
le hiciera caso y que siguiéramos concibiendo hijos.
Con la ayuda del Señor pensamos seguir tenien-
do hijos, pero los nacimientos llegaron a su fin sin que
nosotros nada hiciéramos para que esto ocurriera. Pa-
rece que Dios nos probaba, para saber si éramos capaz
de esperar a lo que Él dispusiera para la familia. Una
vez que Él estimó que nuestros hijos eran suficientes

109
Gustavo González Cugat

para consolidar un hogar, nunca más mi esposa volvió a


embarazarse. Si Dios quiso cuatro hijos para nosotros,
cuatro hijos tuvimos.
Con los hijos y mi esposa –lo he dicho en más de
una oportunidad– me siento feliz y agradecido. Silvia
ha sido una madre excepcional y una mujer de Dios,
devota y reconocida de su generosidad y bondad divi-
nas. En todo sentido, uno percibe que los hijos están
tremendamente agradecidos de la vida que llevan, pri-
mero de Dios y después de su madre, por lo que ella ha
significado en sus vidas. Y para mí, lo mismo. Yo sien-
to que hemos sido inmensamente agradecidos por te-
ner hijos como lo que son los nuestros. Una de las cosas
que más admiro de ellos es cómo han desarrollado la
fe, el sentido de la honestidad y la justicia, la lealtad,
el espíritu solidario, la responsabilidad, la generosidad
con sus semejantes, la misericordia y la perseverancia.
Me alegra cómo son, cómo crecieron y cómo se desen-
vuelven en sus vidas; los cuatro trabajando y los cuatro
están muy conscientes de los valores que recibieron de
la familia, de la Iglesia y que ellos traspasan a sus hijos
Con mi esposa no somos de grandes lujos ni de
vivir en ostentación. No somos de esas personas. Cree-
mos que la auténtica felicidad está en lo que uno lo-
gra día a día, entonces si nos hace feliz comer porotos
granados, comamos porotos granados y no por tener
recursos, privilegiar exquisiteces, únicamente por-
que se pueden pagar. No; nosotros somos de los que

110
Sueños hechos realidad

disfrutamos con lo que Dios nos da, sin caer en la mez-


quindad, el egoísmo o la avaricia. Los extremos tampo-
co nos gustan.
Los años de matrimonio con mi esposa han sido
apasionantes, porque seguimos sintiéndonos novios,
más que padres, abuelos o ya entrando a la ancianidad.
Seguimos siendo capaces de disfrutar con lo que hacía-
mos en la juventud lejana, todavía presente en nuestros
corazones, que continúa latiendo con la misma pasión
del día en que reparé en Silvia en una micro llena de
gente y yo me fijé en ella mientras se afirmaba del pilar
de fierro de una micro junto al chofer.

111
Sueños hechos realidad

GUSTAVO GONZÁLEZ CUGAT


EN FRASES Y RECUERDOS
DE SUS MÁS CERCANOS
El hombre se pule en el trato con su prójimo.
Proverbios 27:17

Alfred Cooper, pastor Iglesia Anglicana de Chile.


“Yo admiro muchísimo a Gustavo y Silvia por-
que son de las familias chilenas que tienen una histo-
ria de superación, en especial de superación en la fe
cristiana. Ellos parten muy humildes de una familia de
inmigrantes catalanes. Yo he estado con ellos en el ce-
menterio donde descubrimos las tumbas de sus ante-
pasados y fue muy emocionante ese hallazgo, porque
a fines del siglo XIX no le era fácil a estos inmigrantes
llegar a Chile; así que pasaron penurias y dificultades”.
Eduardo Mege Salinas, amigo de Gustavo.
“Era el año 2000 cuando llegué como gerente zo-
nal de las regiones el Libertador Bernardo O’Higgins y

113
Gustavo González Cugat

del Maule Sexta y Séptima Región. Vivía en Machalí


con mi familia. Mi señora estaba esperando a nuestro
tercer hijo, Eduardo, que nació en Rancagua.
»Conocí a Gustavo y a su señora cuando
tenían oficinas en el local de Santa María. Logramos
conocernos y conversar de diversos temas en reuniones
que sostenía con ellos y la relación fue fluida desde un
inicio.
»Gustavo y Silvia eran personas más bien
introvertidas, según lo percibía yo, y no se relacionaban
con mucha gente en privado. Posteriormente, y siendo
gerente de ventas de Viña San Pedro, lo invité a viajar
al extranjero junto a varios otros clientes dueños
de supermercados regionales. Desde ese entonces,
logramos compartir mucho más en lo personal, donde
Gustavo y Silvia sobresalían por su buen humor y por
ser muy buenos cristianos.
»Con posterioridad, siendo gerente comercial
de Cecinas Winter, durante más de diez años,
realizamos muchos viajes al extranjero con clientes
relevantes y Gustavo y Silvia fueron a todas estas giras
y compartieron con todos sus pares del país, también
conmigo y posteriormente con mi esposa Isabel.
»La relación entre nosotros siempre fue muy
buena, sincera, transparente y cariñosa. Con Gustavo,
más allá de ser proveedor de CCU y Winter en Cugat,
nos fuimos transformando en amigos de verdad.

114
Sueños hechos realidad

»Han transcurrido más de 19 años desde que


nos conocemos y nunca hemos perdido contacto.
En momentos económicos complicados de mi vida,
con dos emprendimientos que he tenido con magros
resultados, me ha dado la oportunidad de trabajar con
él. Esto ha significado de parte mía y de mi familia un
gran reconocimiento a Gustavo, Silvia y Familia, ya que
personas como él quedan muy pocas y su cristianismo
no lo solo lo pregona, sino que lo practica en esta vida.
Eso engrandece a Gustavo como persona, porque
siempre actúa con buena fe.
»Adicional a la parte personal, que es la más
importante, debo reconocer su gran capacidad y su
visión como empresario, en una persona que se inició
en un pueblo muy pequeño, pero bello, como es
Pichidegua. Hoy tiene una cadena de supermercado,
con locales en diversas zonas del país, a lo que suma
una inmobiliaria y otros negocios que posee tanto en
Chile y como en el extranjero.
»Yo no tengo duda que todo el desarrollo
económico que ha tenido no es casualidad, sino que
se lo ha ganado con creces junto a su señora, por su
constancia, capacidad empresarial, gran visión a largo
plazo y su enorme fe cristiana, que practica día a día y
que guía su vida.
»Mi reconocimiento, cariño y admiración
al empresario, al hombre de familia y al amigo que
siempre ha estado a mi lado”.

115
Gustavo González Cugat

Mónica Galaz Bravo, colaboradora cercana a


Gustavo.
“En este momento quiero retroceder en el tiem-
po, hasta hace 35 años, cuando por razones laborales
llegué a formar parte de Supermercados Cugat. En
esos momentos, el nombre de la empresa era Comer-
cial Cugat, “el Cugat” como lo llamaba la gente, y sus
dueños eran don Gustavo González Cugat y la señora
Silvia Valdés Ovalle. Me llamó muchísimo la atención
conocer un matrimonio tan joven, ya con cuatro hijos
–María Silvia, Carola, Gustavo y Catalina–, la última
con tan solo seis meses de vida.
»Cugat estaba conformado por una distribuidora
–todavía pequeña–, más locales comerciales al
mesón ubicados en Pichidegua, San Vicente, Rengo
y Rancagua. Don Gustavo, en aquel tiempo, era una
persona netamente dedicado a lo comercial y la señora
Silvia, al área financiera, a cuidar las lucas.
»Don Gustavo era un comerciante muy
audaz y arriesgado, con el vivo deseo de crecer
empresarialmente, lo que lo llevó, en corto tiempo, a
inaugurar un pequeño supermercado en Rancagua,
en Avenida España. Él ha contado que en ese local
aprendió lo que eran los supermercados.
»Al corto tiempo –fines de 1984– se inauguró
con mucho éxito el local de Santa María, llamado
“económico”; después nos fuimos a Santiago, a las

116
Sueños hechos realidad

calles Exposición 998 y a San Diego 133 que, con el


tiempo, se convirtió en un restaurant de comida rápida.
Desde ese momento, no lo paró nadie y siguieron las
inauguraciones en San Vicente, Rengo, Baquedano y
Pichidegua.
»El regreso a Rancagua se produjo por la
inauguración del primer Jumbo en la ciudad y las
ventas en Santa María que, en ese momento, era el más
importante de sus supermercados, bajaron en un 30 por
ciento; por lo tanto, don Gustavo regresó a Rancagua y
su familia lo hizo cuando terminó el año escolar.
»En todo ese tiempo, tuve la oportunidad de
acompañarlos. También me fui a Santiago y en ese
tiempo nació mi segunda hija. Como olvidar que
fueron ellos –don Gustavo y la señora Silvia– quienes
me fueron a buscar a la clínica y estuve unos días en su
casa.
»Cuando don Gustavo regresó nuevamente a
Rancagua, yo también lo hice y viajaba de lunes a jueves
a Santiago y los fines de semana trabajaba en Santa
María. Fueron años con altos y bajos comercialmente,
ya que hubo momentos muy críticos, pero siempre
estuvimos ahí.
»Hace algunos años empezó un crecimiento
explosivo y se inauguraron supermercados en Temuco,
Osorno, San Fernando, Puerto Montt, Linares y,
últimamente, en Chillan y, como siempre, con mucho
éxito.

117
Gustavo González Cugat

»Eso es en lo comercial.
»Ahora quiero contar la parte humana del
matrimonio González-Valdés, una familia cristiana
que me ha enseñado a ser una mejor mujer, esposa,
madre y persona. He aprendido a conocer más a Dios.
Todos los jueves tenemos un pequeño estudio bíblico
que hace bien para nuestras almas.
«Es por todo esta razón que solo quiero decir las
gracias; en particular a Dios, por haberme puesto hace
35 años en el lugar y momento preciso.
»Gracias a don Gustavo y la señora Silvia por
estos 35 años de trabajo y la confianza que en mi han
depositado”.
Manuel Vidal Ferrer, amigo de los padres de Gustavo.
“Cuando se conoció con Óscar González, mi
hermano era amigo suyo y se lo llevó para allá, porque
conocía a la María mi hermano, dijo: yo te llevo para
allá. Le hizo gancho. Después que se casaron se fueron
para Pichidegua y allá se instaló, él siguió con el nego-
cio, Oscar González, porque los viejos, papás de la Ma-
ría; estaban viejos así que se hizo cargo él del negocio
allá”.
Silvia Valdés.
“Yo nunca supe que alguna vez habíamos sido
competencia en Pichidegua. Después que nos casa-
mos, mi suegra empezó a contarnos que su hermano

118
Sueños hechos realidad

se acordaba que su competidor era mi abuelito; así que


este episodio del pasado lo supe después de mi matri-
monio con Gustavo. A mí siempre me gustó el nego-
cio… siempre”.
María Isabel González Cugat, hermana de Gustavo.
“Mi mamá y papá donaron la primera iglesia en
Mal Paso; ahí se edificó la Iglesia Metodista Pentecostal
y nosotros vivíamos justo al lado. Después de esa iglesia
mi papá compró unos terrenos en el pueblo, en un lu-
gar que se llama población Santa Teresita”.
Guillermo Vásquez, amigo de infancia.
“La madre de Gustavo era una mujer tremenda-
mente religiosa en su camino de búsqueda del reino de
Dios, pero, al mismo tiempo, muy abierta a lo humano
y en esto, creo yo, que Gustavo tiene una faceta clara,
que su mamá marcó en su manera de ser”.
Luis Alfredo Huidobro “El Chito”, amigo de infancia
de Gustavo.
“Era una cosa de amistad diaria en nuestra infan-
cia. Jugábamos al trompo, a las bolitas, nos bañábamos
en los canales con el permiso de nuestra madre, a veces.
Nosotros nos juntábamos con todas las personas senci-
llas, no teníamos diferencias de clases sociales ni nada,
porque uno tuviera más, o porque otro tuviera menos;
éramos personas llanas en todo sentido y cuando nos

119
Gustavo González Cugat

picábamos, nos tirábamos espigas. En todo caso, mi


compadre Gustavo era muy picota cuando le ganaban
a las bolitas”.
Raúl Moya, “El Pito”, amigo de infancia de Gustavo.
“Gustavo cooperó harto con el club de fútbol El
Independiente, porque en ese tiempo jugaban en una
cancha pelada, de puro maicillo. Después llegamos no-
sotros, comenzamos a parar la jugarreta y nos propusi-
mos arreglar la cancha. En esa circunstancia le pedimos
que cooperara con nuestra iniciativa y él nos ayudaba
con abono, para tirarle a la cancha y nos prestaba los
caballos para trabajar en ella.”.
Guillermo Silva Salas “El bola de fuego”, amigo de in-
fancia de Gustavo.
“Desde temprana edad teníamos todas las mañas
de los cabros chicos y, en especial, nos gustaba jugar al
pillarse. En el canal, cercano a la casa, nos bañábamos y
nos tirábamos al agua desde arriba de un sauce, el que
estaba frente donde vivía don Oscar, cerca de las tres
palmeras. Ahí caminábamos por el agua a patita pela-
da. El agua era clarita, e incluso se podía tomar”.
Adrián Torres, profesor de Gustavo escuela Mal Paso.
“Gustavo era un chiquillo que al principio le
costaba aprender todas esas cosas que se enseñan en
el colegio, pero con el tiempo se fue preocupando y

120
Sueños hechos realidad

aprendiendo todo lo que estaba relacionado con las ac-


tividades que él desarrollaba; entonces comenzó a con-
vertirse en un joven, que se esmeraba en surgir, en ser
otro, de mucho provecho e inteligencia, y la prueba
está aquí, pues”.
Pastor Alfred Cooper de la Iglesia Anglicana de Chile
“La religiosidad puede ser un infierno, porque
uno queda atado a lo que son las reglas religiosas y des-
pués se está consciente solo de una sola cosa: que se
está viviendo hipócritamente, que se está viviendo otra
vida, por debajo, una vida de pecados que se desliza en
silencio, pero públicamente, se hace gala de una vida
supuestamente religiosa”.
Pastor Alfred Cooper de la Iglesia Anglicana de Chile.
“Es maravilloso ver como ellos se aman, como se
han aprendido a amar, a conocerse, tolerarse y yo diría
que lo que envuelve todo esto es su energía, su perse-
verancia, su recto caminar, el amor en familia, su ma-
trimonio, y la fe en Cristo, buscando ser personas que
aman a su grupo laboral. Es su fe lo que los hace ser ins-
pirados, son los primeros en decir que no son perfectos,
pero que la fe los ha llevado cada vez más a buscar los
mejores caminos de Dios en el desenvolvimiento de su
trabajo y de su familia”.

121
Gustavo González Cugat

Héctor Valdés, papá de Silvia.


“Yo quiero a Gustavo porque es un hombre bue-
no y trabajador, le tengo buena como se dice coloquial-
mente en Chile. Cuando Gustavo y Silvia se casaron,
la señora María, la mamá de Gustavo, me contó que
su hijo tenía dos camiones y un auto rojo, pero que le
insistía a Silvia, su esposa, que vendieran uno de los
camiones, el de tres cuartos y que, con el dinero que
recibieran, pusieran un negocio. Los recuerdos de su
madre siempre eran buenos y cariñosa hacia su hijo
y hablaban de un hombre responsable. Yo creo que la
vida le ha dado mucho a esta familia, porque Dios los
ha tenido muy presentes y ellos se han propuesto y han
conseguido, cosas buenas”.
Mario Cifras, amigo de la familia.
“Hasta que don Gustavo aprendió a delegar, un
día se atrevió, aunque le costó encontrar gente de con-
fianza. Aquí en San Vicente, su arribo fue un boom, de-
jamos de andar de a dos. Él tuvo que bajarse del camión
y comenzar a acarrear las mercaderías de un lado a otro
y no le hacía el quite al trabajo. Todo lo contrario. Una
vez por semana iba a Santiago y vendía todo lo que lle-
vaba, mientras yo regresaba con otra camionada y tam-
bién se vendía”.

122
Sueños hechos realidad

Silva Valdés, esposa de Gustavo.


“El desafío fue cambiar el sistema de mesón al
modelo de supermercado, y no había ninguno en San
Vicente; en ese tiempo, en provincias no existía el con-
cepto de supermercado. Estaban los negocios de fru-
ta y verdura, la carnicería, la rotisería, la panadería o
el bazar, pero no había supermercado, así que cuando
comenzamos era necesario explicarle a los clientes que
tomaran un carrito, lo llenaran con lo que necesitaran
y que después pasaran por la caja y pagaran. Lo que
hoy es normal, en ese tiempo no lo era; era excepcio-
nal. Siempre ubicábamos en el muro derecho todas las
ofertas… super buenas ofertas; el jurel ‘San José’, la le-
che, el azúcar, el arroz, la harina, todas estas cosas que
la gente consume a diario. Ya, ¿va a querer esto? o ¿va
a querer lo otro? y las señoras fascinadas con el carro.
Estuvimos una semana enseñándoles cómo comprar en
un supermercado, porque en San Vicente nunca nadie
en su vida había tomado un carro para comprar en una
tienda”.
Sergio Arriaza Díaz, gerente Corporativo de la
empresa.
“Yo llevo muchos años trabajando en Supermer-
cados Cugat, con don Gustavo y la señora Silvia, y yo
creo que si uno no puede hablar mucho de los vein-
titantos tantos años antes de que llegara yo, si puedo

123
Gustavo González Cugat

hacerlo de los últimos diez o doce años, en el que he-


mos logrado concretar muchos proyectos y sueños que
tenía don Gustavo. Antes de que existiera el salón de
ventas de Baquedano, él siempre me comentaba que
le gustaría tener un local de 10 mil metros cuadrados.
Él ansiaba una sala con una enorme superficie, como
lo era Walmart en Estados Unidos, en esos años. Y no
paró de hablarme de su proyecto hasta que lo concretó.
Él convierte los sueños en realidad”.
Sergio Arriaza Díaz, gerente Corporativo de la
empresa.
“Hasta que el supermercado se pudo levantar, y
se hizo en tiempos difíciles, pero gracias a Dios hoy día
es una sala consolidada. Y así como este de Baquedano,
ha habido muchos otros proyectos que hemos desarro-
llado en conjunto y que se han traducido en un valioso
desarrollo profesional para mí, y un extenso desarrollo
como empresario para don Gustavo. También se han
concretado muchos anhelos personales, suyos y míos,
y yo me alegro de ser parte de una empresa en perma-
nente crecimiento”.
Silvia Valdés, esposa de Gustavo.
“Yo creo que ni en los sueños más fantásticos
de mi parte, pensé que hubiéramos podido concretar
nuestros proyectos de supermercados. San Vicente ya
era importante para nosotros, era un logro grande.

124
Sueños hechos realidad

Después, como nos fue muy bien, dimos el salto más


importante, el más grande en nuestros negocios. Des-
de 1976 hasta el 2000, los pasos fueron más lentos y
se dieron con mucho esfuerzo. Desde el 2000, en ade-
lante, yo creo que Dios cambió nuestra forma de ver
los negocios, porque antes nosotros lo hacíamos todo:
comprábamos, reponíamos, descargábamos el camión,
vendíamos, hacíamos la caja, íbamos al banco, cambiá-
bamos las monedas, es decir, absolutamente todo. En-
tonces cuando uno no delega y no asigna y distribuye
responsabilidades, el avance es más lento. Fue en ese
momento cuando decidimos que había que buscar inge-
nieros, contadores y especialistas en todo lo que requie-
re la administración de una cadena de supermercados”.
Silvia Valdés, esposa de Gustavo.
“Un día llegó a nuestras oficinas una persona que
se llamaba Pedro Carcuro, que era primo del comenta-
rista deportivo Pedro Carcuro. Nosotros teníamos el
concepto de familia, de estar siempre presentes en todo
el quehacer laboral y productivo, el estar siempre di-
ciendo hágalo as…, de nuevo se equivocó… o tenga cuidado
para la próxima vez; y se podría decir, figuradamente,
que Pedro Carcuro llegó muy enérgico, a ordenar y ha-
cer cumplir el trabajo, a que se respetaran los horarios,
a mantener la limpieza, a organizar el día, a reponer en
diez minutos y no en media hora y estaba todo el día
con el ojo atento a lo que ocurría. Fue en esa instancia,

125
Gustavo González Cugat

cuando nosotros comenzamos a tener más tiempo para


planificar el futuro con otros proyectos. Habíamos en-
contrado la persona que organizaba los quehaceres
de la sala de ventas y nosotros podíamos atender con
tranquilidad a los proveedores, negociar las compras,
ir al banco, revisar los precios, para que fueran los más
atractivos, y administrar con tranquilidad. Cuando lle-
gó Pedro Carcuro nuestro trabajo se orientó decidida-
mente al crecimiento y la profesionalización”.
María Silvia González, hija mayor de Silvia y Gustavo.
“Me dices infancia y lo primero que me imagi-
no es todo, ballet, clases de tenis, natación, esquiar, la
nieve, el agua, la lancha, el lago, la playa, viaje, todo
el rato viaje, mi papá nos sacaba a hacer de todo y cla-
ses de todo, estuve poco rato, no supimos, por lo me-
nos yo; también a desarrollar a una disciplina, pero mi
papá siempre se encargaba de que estuviéramos hacien-
do algo. Yo siempre me sentí orgullosa de mi nombre,
de cargar algo que uno aprende en el mundo indígena,
como de hacerse cargo de los ancestros, de dónde viene
uno; entonces, tener el nombre de mis dos abuelas, que
para mí son el arquetipo de abuelas con conocimien-
to, sabiduría, de amor y cariño, porque era ese tipo de
abuelas. Es una alegría para mí, porque las recuerdo,
son personas exquisitas, amorosas”.

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Sueños hechos realidad

Carola González Valdés, hija de Silvia y Gustavo.


“Es rico verse crecer desde porota, como era yo,
pintamonos total, buena para el show; yo creo que Ho-
llywood me perdió. Lo pasábamos chancho, mi papá te-
nía este concepto, que a través de los años lo valoré cada
vez más y que nos hacía hacer harto deporte. Yo creo
que si no hay peleas, después no hay risas. Es rico eso
que nosotros vivimos, con mi hermana super yunta,
con mi hermano chico super cariñoso, como que tene-
mos buena onda. Como buen concho yo creo, como que
los conchos son así, son como más intensos, pero bien, la
Cata con su personalidad y todo la amamos con el cora-
zón. Todos los viajes eternos en el auto, éramos los cua-
tro juntos, y Gustavo se iba a jugar fútbol a su liga en
el colegio y partíamos todos a verlo, éramos como bien
apatotados. A Marbella todos juntos, a Rapel todos jun-
tos, yo creo que mis papás se dieron el tiempo de dar-
nos calidad de vida familiar”.
Gustavo González Valdés, hijo de Silvia y Gustavo.
“Yo tengo buenos recuerdos. Creo que la mía fue
una infancia normal, buena. Empezamos a hacer via-
jes cuando yo era más grande. En todo caso, antes ha-
cíamos viajes dentro de Chile, para las vacaciones, pero
después de los diez años empezamos a hacer más viajes
hacia el exterior. Mis padres son personas bien impe-
tuosas, con harta energía, son personas muy especiales,

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Gustavo González Cugat

tienen talentos distintos, tienen cosas diferentes, pero


son igual de determinados para hacer las cosas, se les
mete algo en la cabeza y lo hacen”.
Catalina González, hija menor de Gustavo y Silvia.
“La Carola, bacán, con Gustavo nos vemos harto.
Cada vez que voy al sur me junto con él, soy madrina
de uno de sus hijos. A su esposa, María Paz, la conoz-
co desde antes, cuando íbamos a scout; a mis sobrinos,
a todos les tengo un cariño especial. La Carola es ge-
nuina, puro amor; ella es cinco años mayor, tengo muy
buenos recuerdos de ellos, siempre íbamos a la playa
con Silvia, que como es mayor, nunca hubo tanta inte-
racción, pero con Gustavo nos arrancábamos en moto.
La Carola me invitaba a salir; tengo muy buenos senti-
mientos hacia ellos, los quiero harto. Gustavo y Caro-
la fueron lejos los que más me cuidaron, siempre, me
recuerdo en un viaje que había que subir una cascada y
yo era chica, tenía como once años, y yo estaba muerta
de susto, me puse a llorar y la Carola quería puro subir
y me esperó y me tomaba la mano mientras yo lloraba,
me calmaba, porque estaba super angustiada”.

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ALBUM GRÁFICO
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ÍNDICE

13
PREFACIO.
EMPRENDIMIENTO Y ESPIRITUALIDAD
17
INTRODUCCIÓN.
TESÓN DE CATALÁN
21
ÉRASE UNA VEZ...
25
PRIMERA FAMILIA
51
INFIERNO
57
RELIGIOSIDAD Y FE
65
NEGOCIOS
73
DESAFÍOS DEL CRECIMIENTO
89
CUGAT CHILE
99
FAMILIA
113
GUSTAVO GONZÁLEZ CUGAT EN
FRASES Y RECUERDOS
DE SUS MÁS CERCANOS
129
ÁLBUM GRÁFICO
Este libro se terminó de imprimir
en abril de 2020 en XX
Santiago de Chile

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