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La muerte no es el final

Reflexiones desde la ética militar

Juan A. Moliner González


General de División del EA (Rva)
Academia de las Ciencias y las Artes Militares
Sección de Pensamiento y Moral Militar

El cambio en los valores, incluso en los más trascendentales, se produce, con mucha
frecuencia, como consecuencia de los desarrollos y avances científicos y tecnológicos. Entre
estos destacan hoy en día los grandes progresos biomédicos y aunque no se vislumbra en un
horizonte cercano que puedan derrotar a la muerte, este hecho ha sido un deseo permanente
de la humanidad y continúa ejerciendo una gran fascinación sobre nuestras mentes y
corazones. El ser humano quiere seguir «estando» en su ser vivo, no quiere morir. Esto es
universal, aunque las excepciones, como la del suicida o el que reclama una asistencia activa
para morir, plantean importantes interrogantes éticos.
Si algún día la inmortalidad se hiciera realidad, los valores, los principios, las virtudes que
regulan o aspiran a hacerlo sobre nuestros comportamientos se modificarían, quizá de forma
dramática y, en todo caso, de manera muy sustancial. Reconózcase que el anhelo de
inmortalidad está en la base de muchas creencias culturales, que consideran a la muerte como
un momento de tránsito tras la vida humana.
El principio sobre el que gira esta reflexión de alcance ético es la intrínseca relación entre la
vida y la muerte de los seres humanos. En el vivir, como despliegue de las capacidades que
tenemos los seres humanos, encontramos que la vida nos ofrece y plantea toda una serie de
realidades y entre ellas, y no como una más, la muerte ocupa un lugar esencial. Vivirla en

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plenitud exige ser enteramente consciente de que la vida del ser humano es una totalidad en
la que la muerte es una parte irresoluble e inseparable.
Cuando nos enfrentamos a la vida, uno de los aspectos que adquiere más relevancia y que
nos sitúa ante nuestra compleja existencia como seres humanos es la elección y desempeño
de una profesión.
Vida que incluye a la muerte y profesión que desempeña un papel clave en esa existencia,
dan pleno sentido a la afirmación de que «no hay vida humana sin muerte humana -y
viceversa-, de modo que la forma y los valores de la primera, en su agitación y movimiento,
son inseparables de las formas y valores que se proyectan e inscriben en el muro oscuro de
la segunda» (Jordi Ibáñez Fanés, Morir o no morir, 2020, p. 25).
Para un colectivo de personas, los que eligen como profesión la militar, el anhelo vital
empeñado en el desarrollo de su función los lleva a asumir la puesta en riesgo incluso de su
propia vida, les impulsa a la aceptación de la muerte en el cumplimiento del servicio, del
deber profesional elegido.
Puede esto sorprender a algunos. ¿Es que el militar escapa a esa tendencia universal de
rechazo de la muerte? ¿Qué razones puede haber para aceptar que su actividad profesional
le puede conducir a ese destino en plenitud física? ¿Tienen los militares tendencias suicidas
en su predisposición al riesgo? ¿Está esa vocación mediada por la razón o por impulsos
emocionales que descabalgan a los racionales para aceptar que la función de combate (y
otras) les pueden conducir a la muerte?
Para responder a estas cuestiones desde la ética militar existen varias razones y
consideraciones que se desgranan a continuación.
Un primer argumento parte de que la conexión entre la forma en que se vive y el modo en
que se muere suele asentarse en valores y virtudes de gran alcance y significado. Los
principios que constituyen el sustrato cultural, el ethos militar, con el que el soldado afronta
el ejercicio de su profesión, su vida de servicio público, son enormemente importantes para
comprender su actitud ante la muerte.
La capacidad de sacrificio, la entrega, el valor y el coraje, el compromiso, la lealtad, son
algunas de las virtudes militares esenciales. Asumirlas en todas las tareas cotidianas,
integrarlas en las propias razones y emociones, es la forma habitual que tiene el militar de
plantear su vida con plena conciencia de que la misma encierra en sí misma un final, de
forma que cuando llega, la muerte da pleno sentido a una vida de servicio público, de defensa
y entrega a la sociedad. De ese modo, la muerte tiene una dimensión pública y ejemplar,
basada en un concepto de la propia existencia que se apoya en el honor y la dignidad en
asumirla y sobrellevarla.
Cuando el militar afronta con valentía, que reviste diversas formas, el combate en el que
pone en riesgo su vida no está cometiendo suicidio, no se deja llevar por la inconsciencia,
sino que refleja una actitud firmemente asentada en un estilo de vida impulsado por virtudes

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y valores militares que, a menudo, no solo impregnan su desempeño profesional, sino que
iluminan y rigen todas las facetas de su vida, en paz y en guerra.
No solo porque en las circunstancias actuales, la destrucción letal de las armas cada vez
reduce más las posibilidades de ser herido, sino porque incluso asumiendo la muerte o una
agonía dolorosa, el militar acepta morir en combate en base a principios y valores a los que
otorga un alcance mucho más trascendente que el de la propia vida. Para lograr darle esa
nobleza, el militar reflexiona sobre su propia vida y el sentido que le da, algo que solo se
puede hacer cuando se pone en relación con la muerte.
Deliberación que es mediada por el conjunto de valores morales que asume en su desempeño
profesional. Decisión que toma el militar sabiendo cuál es su relación con la muerte y que,
en determinadas circunstancias de su profesión, asume responsablemente y, además, niega
cualquier tipo de inhibición y establece unos sistemas de respeto y duelo grupal ante la propia
muerte y la del compañero.
Otro aspecto que es necesario considerar es que el soldado no solo acepta el peligro mientras
expone su vida ante la suprema acción del combate, sea una guerra abierta, sea en una misión
de ayuda humanitaria tratando de paliar el sufrimiento de seres humanos y colaborar en la
seguridad internacional. El riesgo para el militar permanece a lo largo de toda su vida
profesional.
Está presente desde el mismo momento de su incorporación a la función de servicio público
que es la milicia, en la que tiene que asumir que el riesgo físico forma parte de su vida
cotidiana. En la preparación para cumplir su función debe instruirse, adiestrarse y entrenarse,
actividades fundamentalmente desarrolladas en tiempo de paz y en las que, aunque el
mantenimiento de los principios y condiciones de seguridad sean prioritarios, el peligro y el
riesgo siguen estando presentes. A lo largo de la profesión y hasta los momentos finales,
desempeñará puestos y posiciones en las que, aunque menos expuestas físicamente, debe
arriesgar ante situaciones complejas tomando decisiones que afectan a muchas personas y
en las que arriesga su prestigio e integridad moral.
Esencial reflexión a tener en cuenta es que el objetivo primordial del militar es cumplir su
misión. Para lograr esto, casi nunca llegar al sacrificio inútil de la vida es la mejor forma de
alcanzarlo, sino cumpliendo los deberes y cometidos y conservando la vida propia con los
medios legales y legítimos puestos a su disposición, incluso en la función del combate, que
es para el militar la situación esencial de su profesión y que, inevitablemente y por desgracia,
produce destrucción y muerte. Ahora bien, también es necesario estar preparado para morir
cuando ello sea la última razón para cumplir la misión.
Por tanto, incluso en las acciones en las que el soldado expone su vida para cumplir la misión,
es imprescindible mantener la actitud reflexiva que exige continuar existiendo y
oponiéndose a la muerte, al servicio de su Patria y sus conciudadanos, y rechazando la
irracional exposición a riesgos vanos e innecesarios dejándose llevar por el principio del
valor por el valor. Aunque la muerte afecta al individuo en su consideración más individual,
aunque es asunto privado y personal, el militar le asigna un doble significado. Por un lado,

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le da un contenido social, precisamente por la intrínseca sociabilidad del ser humano,
manifestada aquí en el servicio y la generosidad que subyacen al proporcionar defensa y
seguridad a los demás. Por otro, constituye un ejemplo de ejemplaridad y entrega por un
bien superior: la Patria.
La preparación del militar para una entrega tan definitiva como es la de la propia vida exige
un proceso en el que esa posibilidad se interioriza y asienta en la razón y en las emociones
propias. Precisamente para lograr ese objetivo final de cumplir la misión, solo el que ha
asumido activamente superar los riesgos físicos y morales de forma sistemática, podrá llegar
en el momento crucial del uso de la fuerza letal en las mejores condiciones para sobrevivir
y alcanzar el objetivo. Además, se añadirá al cumplimiento de la misión, el respeto a los
deberes y el legado a las generaciones futuras, contribuyendo todo ello a colmar de sentido
a la vida y a la muerte con que inevitablemente finaliza.
Otro fundamento del aprecio por la vida digna, que incluye el ponerla en riesgo hasta la
muerte, propio del militar, deriva del sentido honorable y ético que otorga y con el que se
auto exige en el ejercicio de su profesión. La dignidad de la muerte para el militar es una
dignidad diferente de la que demanda el que solicita la aplicación, por ejemplo, de una
eutanasia activa. No solo por sí, sino por los demás.
El soldado va aprendiendo que su profesión significa también aprender a morir o, al menos,
a aceptar la muerte, en una tarea que asume con la conciencia de que nunca será inútil y
nunca será olvidada. Su significado surge de la finalidad de proteger a todos los miembros
de su comunidad nacional ante las agresiones externas, así como defender la convivencia
basada en los principios de libertad, justicia, igualdad y seguridad, incluyendo la exposición
directa, llegado el caso y para lograrlo, a la muerte.
El pleno significado de la profesión de las armas para el militar surge de su conciencia de
que en última instancia tendrá que exponer su vida. Asumiendo racional y emocionalmente
esa realidad, aspira a dar un sentido íntegro a su condición de ser humano, a vivir en la
plenitud que le otorga su disposición de servicio público en la defensa de sus conciudadanos.

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