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¿Por qué tal abundancia y redundancia de comunidad? Dicho sig-
nificante circula fácilmente en diferentes contextos y es usada para
nombrar diferentes realidades de la vida social, porque remite a un
significado positivo de “unión”, “comunión”, “solidaridad” y “ve-
cindad”, etc., dicha palabra también transmite una sensación agra-
dable, un sentimiento acogedor (Bauman, 2003a: 7). Puede haber
personas malvadas o buenas, tener buenas o malas compañías o
se puede tener una mala compañía, o vivir en una mala sociedad,
pero la comunidad siempre es vista como buena, como cálida o
acogedora; dentro de ella no hay extraños, todos somos conocidos,
y podemos contar con una buena voluntad mutua.
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ingenuo (Velásquez, 1985), un remanente engañoso del populismo
romántico (Sennet, 2001 y 2002), una expresión de regímenes tota-
litarios o integristas (Touraine, 1997) o una ingenua iniciativa para
huir de la sociedad (Bauman, 2003 y 2003a).
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la comunidad como “asunto” de conocimiento a fines del siglo XIX,
coincidió con la consolidación del sistema capitalista en Europa, el
cual traía consigo la destrucción de formas y vínculos comunitarios
en el mundo rural y el deterioro y envilecimiento de la vida de los
trabajadores de las ciudades.
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Por eso, en diferentes lugares del planeta, “explotan por doquier
las referencias y vocabularios comunitarios y diferentes expresiones
de acción colectiva impulsadas en nombre de la comunidad (de
Marinis, 2010: 248). Por una parte, surgen experiencias, discursos y
proyectos que se autodefinen como comunitarios, como necesidad
de defender o de restablecer comunidades o como proyectos que
se definen en torno a imaginarios de modos de convivencia “armo-
niosos” que buscan establecerse en el futuro.
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que recorre un largo camino en la tradición filosófica occidental. En
un primer y largo periodo, desde la antigüedad griega hasta fines
del siglo XIX, la categoría comunidad entendida como koinonia, fue
asumida como sinónimo de “sociedad” y fue objeto de múltiples
reflexiones y debates por parte de los filósofos modernos que la
asumieron como “comunidad política” (Espósito, 2003; González,
2005). A juicio de Groppo (2011), la idea de comunidad ha sido tal
vez la idea central del pensamiento político moderno.
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Esta idea se desarrolla in extenso en el capítulo 2 de este informe.
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desprestigiara y fuera abandonada del debate académico en Euro-
pa y Norteamérica. Por otro lado, para los nuevos sistemas teóricos
hegemónicos de las ciencias sociales de la posguerra (estructural
funcionalismo y marxismo), la comunidad, como realidad histórica
y como concepto, sería necesariamente subsumida por los ineludi-
bles e irreversibles procesos de modernización y de consolidación
del capitalismo y el socialismo.
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el mundo intersubjetivo y en la realización de proyectos colectivos
donde los individuos se reconocen. Si la comunidad es la que de-
fine la identidad de los sujetos, sus proyectos de buen vivir y sus
reglas de vida pública, ésta también debe ser la fuente para las ideas
morales y los proyectos políticos.
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rismo como alternativa, de los grupos y movimientos que buscaban
defenderse de los efectos negativos del neoliberalismo capitalista y
el uniformismo de la globalización, representa hoy una regresión a
modos no democráticos o que conviven con ellos, dado que “su-
gieren la promesa de un contacto con lo autentico de los orígenes
(tierra, sangre) y –paradójicamente– no duda en convivir con la
propuesta de un mercado omnívoro que lo mismo ofrece lo global
que lo local” (Marinas, 2006: 10).
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conviene levantar esas restricciones y mostrar cómo la construc-
ción de las identidades morales y políticas en las comunidades
responden a un repertorio de códigos que reemplazan el etno-
centrismo y lo reformulan.
6. La comunidad se establece, y este es quizás uno de los aspectos
más destacados del problema hoy, en un contexto de afirma-
ción-negación. La brillante formulación de A. Maaluf nos lleva a
preguntarnos en qué medida las “identidades asesinas”, es decir
la construcción de la comunidad en el parámetro principal de
la violencia, nos ayuda a esclarecer la ética comunitarista y su
posible superación.
7. Proponer la construcción de un modelo que recoja los elementos
positivos del síntoma y desate su cierre ideológico, comienza por
la pregunta por el sujeto ético y político con el que se enfrenta la
comunidad en su proceso de constitución.
8. Ese modelo crítico de lo ético de lo político que toma el comuni-
tarismo como punto de arranque, se confronta hoy con nuevas
aproximaciones a la racionalidad práctica: es de gran importan-
cia el conjunto de revisiones en torno al juicio (a la crítica kantia-
na del discernimiento) en la medida que nos ayudan a pensar y
desarrollar un tipo de argumentación que aúne los requisitos del
formalismo y la atención de lo ético y político.
9. El modelo trata de aportar un nuevo modo de representación
de lo político éticamente considerado… Lo político como confi-
guración ética de lo social y las relecturas de la política arendtia-
na, se propone una nueva forma de lectura ética de lo político
atendiendo a su configuración (mise en forme) construcción de
sentido (mise en sens) y representación ritual institucional (mise
en scene). Desde este punto de vista, lo comunitario es visto
como el poder creador de valores y procedimientos que implica
una visión no fundamentalista de lo político”.
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Sin embargo, el punto de partida del presente libro y el interés que
lo anima, son diferentes, pues consideramos que “lo que está en
juego” con lo comunitario desde nuestra realidad latinoamericana
es otra cosa. No desconozco que en nuestra región también se den
experiencias y propuestas comunitaristas que buscan evadir las con-
tingencias del presente (como algunas iglesias pentecostalistas, gru-
pos esotéricos y de nueva era) y de algunas comunidades surgidas
bajo la lógica de la sociedad del consumo (clubes de fans, barristas
y subculturas estéticas). Pero lo que aparece como “novedoso” en
nuestro continente, es la persistencia, emergencia y proliferación de
“diferentes expresiones de acción colectiva impulsadas en nombre
de la comunidad” (de Marinis, 2010: 248), cuyas potencialidades
instituyentes y emancipadoras están aún por valorar.
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dieron acabar con las formas comunitarias de producción, gobierno
y cultura o fueron reactivadas a través de políticas de ejidización
(como en México) o de colonización colectiva y de restitución de
tierras comunales.
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“otros mundos sean posibles” reconozcamos las potencias que allí
están en juego.
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También, en estas últimas décadas, cobran fuerza nuevas corrientes
que interrogan la comunidad desde posturas filosóficas originales.
Primero en Francia y luego en Italia, autores como Nancy, Blan-
chot, Derrida, Agamben y Esposito (por nombrar a los más repre-
sentativos de ambos países) publicaron una serie de textos acerca
de la “comunidad” con los que intentaban llamar la atención sobre
la necesidad de pensar de nuevo, y de otro modo, la pregunta por el
“ser-en-común; ya sea retomando la etimología romana de commu-
nitas, ya sea acudiendo a planteamientos de filósofos de comienzos
del siglo XX como Heidegger y Bataille, hacen una crítica radical a
las concepciones que identifican la comunidad con lo común como
fundamento del vínculo, acudiendo más bien a categorías como
diferencia, alteridad, singularidad, compromiso y don como claves
para repensarla.
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Metáfora propuesta por Boaventura de Sousa Santos para referirse al conjunto de
posiciones que expresan la periférico y lo subalternizado en el orden mundial actual; no
siempre coincide con el norte geográfico, porque este también tiene su propio Sur, así
como en los países del sur geográfico, también hay su Norte.
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plantea De Marinis (2010: 358), las “ansias de la comunidad”, lejos
de haber desaparecido, más bien se exacerban, ante las abruma-
doras evidencias que actualmente tenemos de que la “sociedad”
se desvanece, se disgrega, se difumina, ya no nos contiene, no
nos aloja, ni nos da certeza. Otra preocupación por la comunidad,
como, vínculo, valor y modo de vida, se asocia al reconocimiento
de los efectos adversos y resistencias a la expansión del capitalismo
en todas las esferas de la vida social (Torres 1997 y 2002).
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que y teorías provenientes de las ciencias sociales con argumentos
gestados en la filosofía?
Por otra parte, “lo que está en juego”, desde América Latina y el
Sur mundial, es el potencial emancipador de lo comunitario reivin-
dicado por diferentes prácticas, procesos asociativos y movimientos
sociales; en consecuencia, ¿tienen algo que aportar estos debates
intelectuales a la reivindicación de lo comunitario desde el Sur?
¿Pueden estas emergencias de valores, vínculos y modos de vida
en común al interpelar y aportar al campo académico en torno a la
comunidad?
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