Está en la página 1de 9

See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.

net/publication/343763100

¡Buena caza! Una historia detrás de "Matando enanos a garrotazos", de


Alberto Laiseca (2da Parte)

Article · August 2020

CITATIONS READS

0 103

1 author:

Matías Raia
Universidad de Buenos Aires
6 PUBLICATIONS 1 CITATION

SEE PROFILE

All content following this page was uploaded by Matías Raia on 20 August 2020.

The user has requested enhancement of the downloaded file.


Año 5 / Número 22 / diciembre 2017

E N S A Y O

¡Buena caza! Una historia detrás de Matando enanos a garrotazos (2da Parte)

En la segunda parte de esta investigación acerca de la cita de Horacio “Pepe” Romeu con la que empieza el libro de cuentos de
Laiseca, Matías Raia desanda el camino de ese poema, atribuido al escritor Gallardo Drago, y reconstruye el nexo histórico y
literario que vincula a los tres autores argentinos en una trama detectivesca sobre gnomos y enanos de nuestra literatura.

P O R M A T Í A S R A I A

Unos golpecitos en la ventana​

Isabel Ordóñez y Sara Gallardo en el lago Bracciano, Italia, 1949.

​ ¿Te han dicho qué historias de naufragios y sirenas


cuentan los caracoles al ponerlos en tu oído;
saben qué escriben las gotas de lluvia cuando caen;
saben ellos el idioma de los pájaros y las flores?
¡Vamos a ver! ¿Te han dicho eso? ¿Lo supieron?

Sara Gallardo

Sara Gallardo solía pasar temporadas de vida silvestre y naturaleza amigable en la casa “San Pedro”, localizada en Chascomús.
Así lo recuerda uno de sus hermanos menores, Jorge Emilio, en sus memorias tituladas Geografía de la infancia (Idea viva, 2008).
Entre anécdotas, fotos y chismes de entrecasa, el hermano de Sara recupera una escena llamativa, casi increíble. En 1950, a los
19 años, Sara le escribe una carta a su prima Isabel, desde “San Pedro”, para contarle un extraño acontecimiento vivido en horario
nocturno:

Estaba durmiendo profundamente cuando me despiertan unos golpecitos en la ventana y una especie de cuchicheo
que me decía que me fuera al monte.

Papá no estaba, Miguel en una guitarreada, mamá arriba. Voy al cuarto de papá y agarro el revólver, me envuelvo en un
poncho, y con los dientes castañeteando, digamos que de frío, entreabro un postigo del escritorio.

El comienzo del relato nos introduce, sin problemas, en un clima de intriga. ¿Por qué “golpecitos” y no “golpes”? ¿Qué era esa
“especie de cuchicheo”? ¿Para qué el revólver? ¿Dónde estaban todos? La joven Sara Gallardo continúa:

La luz de la luna inundaba todo. Asomo la cabeza y oigo en el monte un rumor como de voces.

Ahora vos, que has vivido aquí, hacete una idea de las cosas que me pasarían por la mente: un confuso tropel de ideas
sobre el Vasco Elso, Nerita y otros entes se me cruzó por la cabeza.

Conforme la inquietud se agranda en esa oscura noche campestre, Sara vuelve a pensar en todos los dormidos (también estaban
recostados Jorge, Dorotea y Marta) y ausentes, cierra con llave el postigo y se mete a “tiritar en la cama”. Sin embargo, la
curiosidad gana la partida: la joven asoma la cabeza y escucha nuevamente voces que “no eran como de hombre, sino finitas
como de unos chiquitos”. Y ahora sí, sale revólver en mano, se encomienda a todos los santos y se produce el extraño encuentro:

Y llegué al medio del monte, donde hay un viejo paraíso con una cueva al pie y el tronco cubierto de musgo, y unos
talas retorcidos se sostienen unos a otros.

¡Y pensar que no me vas a creer Isabel! ¡Y pensar lo que vi!

Estaban sentados en el suelo, y en los troncos de los árboles. ¡Ah! Si no tuviera la prueba aquí sobre la mesa, te aseguro
que yo creería que he soñado.

Tienen el largo de un dedo de tamaño y vuelan sin alas, como empujados en el aire por una fuerza invisible. Yo los veía
por primera vez.

​Poco importa la veracidad de la anécdota, Sara Gallardo a los 19 años ya daba muestras de poder contar una historia con sencillez
y cuidado, con suspenso y sentimiento. En todo caso, interesan los pequeños seres hallados (¿o la estarían buscando?), que Sara
describe así:

Había una multitud de los duendecillos de los cuentos, como personitas, esbeltos, frágiles, sutiles y de ojos verdes. Se
vestían pareciera que con pétalos de flores y pieles de laucha, pero no lo puedo asegurar porque yo estaba muy
turbada, y la luz de la luna engaña mucho.

Al pie del paraíso, en la boca de la cueva había un montón de gnomos, tal como uno se los imagina, pero más chicos
de lo que yo creía que son.

En las hojas yo veía que algo se agitaba y después supe que eran silfos, que viven por los árboles, y son como verdes y
traslúcidos.

Yo no podía creer.

La carta completa es increíble. El rey de todos estos liliputenses amonesta a Sara por no creer en ellos, por haber desconocido
años y años de coexistencia entre los humanos y ellos, y le da unas pequeñas flores amarillas como prueba del encuentro. Como
la famosa flor de Coleridge. Pero con enanos.

Alaradas

Quiero ser normal y que mis paredes lleguen al borde exacto de mi alma.

Gallardo Drago
A primera vista, la anécdota naïf que la autora de Eisejuaz escribe a su prima Isabel, entre Coleridge y Disney, no tendría
demasiado vínculo con el libro de relatos de Alberto Laiseca, Matando enanos a garrotazos. Excepto por los enanos, claro. Como
bien quedaba claro en el cierre de la primera parte de esta pesquisa literaria, abordados los nombres iniciales del recorrido ―es
decir, Laiseca y Pepe Romeu― quedaba una incógnita planteada: ¿a quién refería la firma “Gallardo Drago” en la poesía citada
por Pepón en A bailar esta ranchera (1970)? En el bosque de historias perdidas, libros olvidados y citas atribuidas, nada es tan
sencillo. Una primera lectura, errónea, nos hubiera abandonado en Sara Gallardo, embajadora de los enanos, según la carta
recobrada por su hermano Jorge Emilio.

Y sin embargo, las pistas conducían por otro sendero y con hacer la pregunta correcta a la persona correcta, por caso un amigo de
Pepón Romeu, las palabras son claves: “Ah, sí, el poema de los enanos. Creo que Pepe lo copió de un hermano de Sara Gallardo,
la escritora. Ese hermano también escribía, era poeta”. Con eso, ya se puede empezar a tirar del hilo. Los hermanos Gallardo
Drago, hijos de Guillermo Gallardo y de Sara Drago, eran cinco: Guillermo, Sara, Miguel, Marta, Jorge Emilio y Dorotea (en ese
orden). La narradora era Sara; el poeta, Miguel.

Miguel Gallardo Drago, fotografiado por Iaros en 1967

Miguel Ángel Gallardo Drago nace en 1933 [1] y muere en 1986. Cambia de colegio “con frecuencia extraordinaria”, según su
hermano menor Jorge Emilio, y permanece pupilo en colegios de Santa Fe y de Córdoba. Luego, se volcará al periodismo y a la
poesía. En los años 50, junto con algunos amigos y familiares, comienza a participar de reuniones antiperonistas y distribuye
panfletos, actividades que supondrán allanamientos en la casa de los Gallardo. Así, en 1955, Miguel y su padre Guillermo, tal
como lo recobran las memorias Geografía de la infancia , se enteran desde la cárcel de Villa Devoto de los bombardeos a Plaza de
Mayo del 16 de junio. Para esos años, Gallardo Drago ―Miguel Gallardo Drago― pasa por la redacción y por el suplemento
literario del diario La Nación . Para dicho suplemento, escribe reseñas pero también poemas. Otro texto biográfico, en este caso Mi
aventura en el siglo XX. Memorias de un escritor (Dunken, 2004), del doctor Arturo Pellet Lastra, recuerda a Gallardo Drago en los
primeros años 60, recorriendo los cafés porteños de la bohemia: el Coto, el Florida, Chambery y el Moderno. Pellet Lastra
menciona entre los personajes conocidos en esas mesas a “Miguel Gallardo, de La Nación ” y, unas líneas más tarde, agrega otra
pincelada: “Era cosa de sentarse y entreverarse enseguida en alguna discusión sobre temas tan abstrusos como ‘qué habría
querido decir Miguel Gallardo en La Nación del domingo sobre la poesía surrealista, porque nadie le entendió un carajo…’”.
Tapa del único libro de Miguel Gallardo Drago, publicado por Ediciones del Hombre Nuevo, 1958

Efectivamente, además de dedicarse al periodismo, Gallardo Drago publica un solo poemario, de corte surrealista, titulado
Alaradas [2] (1958). El pequeño libro ve la luz a través de la editorial Ediciones del Hombre Nuevo, que dependía del grupo de
poesía y compromiso humanista-metafísico, liderado por el crítico de arte Rafael Squirru y secundado por el filósofo y escritor
Fernando Demaría. Sobre dicho grupo, en una antología poética que resultará central para trazar el vínculo entre los enanos de la
ya consustanciada trinidad Laiseca-Romeu-Gallardo Drago, se deja leer:

El ‘Hombre Nuevo’, [3] largamente teorizado por Rafael Squirru, su cabeza visible, es un movimiento de tendencia
americanista, explicitación metafísica y rme creencia en la renovación del hombre. Casi todos sus integrantes parten
de una mística cristiana. Gallardo y Squirru son poetas dispares, anticanónicos, provistos de un agudo sentido del
humor, en una línea de displicente o cio y mucha espontaneidad. Demaría es otro de los teóricos del grupo. Poetas
alejados de las revistas y del quehacer literario en general (con excepción de Squirru) sus escuetas producciones nos
han obligado a reducirnos en nuestra muestra.​

Entonces, Miguel Gallardo Drago, periodista y poeta, quien estuvo un poco alejado de todos en varios momentos de su vida,
hermano de Sara Gallardo, autor de un libro olvidado, [4] es la pieza clave en esta historia sobre enanos sádicos y florcitas
apaleadas. Una historia que empezó con un título laisequiano: Matando enanos a garrotazos, continúo con un poema citado por el
actor y novelista Pepe Romeu en su novela experimental y que nos condujo hasta Gallardo Drago, poeta surrealista. Ahora sí,
volvamos al epígrafe.

En una selva umbría


Tapa de la antología de 1961, que compiló Juan Carlos Martelli

Así, pues, lectores, tomad un hierro (un garrote de fresno, un trinchante o cualquier otra cosa), y penetrad alegremente en las
selvas de estos trece cuentos. ¡Buena caza!

Laiseca, el gigante

La Antología de poesía nueva en la República Argentina (Ediciones Anuario, 1961), compilada por el narrador Juan Carlos Martelli
incluye nombres como Raúl Gustavo Aguirre, Manuel J. Castilla, Juan Gelman, Francisco Madariaga, Oscar Masotta (¡!) y
Alejandra Pizarnik, entre otros. En la sección que cierra el volumen, se encuentra la “Presentación de los poetas”: nombre, foto y
una pequeña biografía de cada uno. Son las páginas de esta antología las que alojan el poema de Gallardo Drago que Pepón
Romeu recuperaba en la apertura de su novela A bailar esta ranchera , en 1970. Esos versos no figuran en Alaradas, el lugar
esperable, pero sí aquí, una muestra del poeta del grupo Hombre Nuevo. En la presentación, se lo ve a Gallardo Drago con mirada
segura, sostenida, el pelo oscuro y engominado, vestido de traje y corbata, con mucha pulcritud. Los poemas de Gallardo Drago
que se incluyen en la Antología ―algunos corresponden a su primera y única obra y otros no― son: “Alaradas I, IV”; “Consejo
porteño (Alarada)”; “Alarada del deseo”; “Alarada”; “Poema”; “Nada más que antes”; “Gladys”; y “I”. Interesa el último poema en
particular. En la página 65 de la antología de Juan Carlos Martelli leemos:

En una selva umbría,


dos enanos le pegaban
a una flor y le decían:
―No nos gustan las florcitas
aunque tengan buen olor.

​Vale la pena comparar con la versión de Horacio Romeu en la primera página de su novela A bailar esta ranchera:
(COMIENZA CASTRO)

A la vera de un camino
Dos enanos castigaban a una flor
Mientras le decían:
―Aunque tengas buen olor
¡no nos gustan las florcitas!

Gallardo Drago

Las modificaciones entre el poema de Gallardo Drago y el de Pepe son evidentes: cambios en la métrica y en la rima, cambios en
el vocabulario, una intensidad y una violencia que aumenta de uno a otro… Como mencionábamos en la primera parte de esta
búsqueda, A bailar esta ranchera es una novela sostenida sobre el plagio controlado; en este caso, Romeu toma los versos de
Gallardo Drago y realiza una reversión libre, un poco más oscura, un poco más perversa. [5] Cita al poeta ―algo que no hace a lo
largo de la obra en la que se copian fragmentos textuales de distintos libros y escritores pero casi nunca se los menciona― pero
escamotea el nombre de pila.

Presentación de Gallardo Drago en la "Antología de poesía nueva en la República Argentina", 1961

¿Cómo habrá llegado Romeu a esta poesía? Es muy posible que la Antología de poesía nueva en la República Argentina , de
Martelli, haya sido la clave, el punto de unión. Quizás hasta Laiseca la haya hojeado, allá por la década del 60. Existen chances de
que se hayan cruzado por el ghetto, por la vuelta de la bohemia porteña. Como señalamos, el conde Lai y Pepe se juntaban en el
Moderno y Gallardo Drago frecuentaba este bar desde años antes. Es probable, pues, que hacia mediados de los 60 siguiera
sentándose en esas mesas de café, alcohol y cigarrillos. Más allá de esos azarosos encuentros, lo cierto es que la lectura y la
literatura movieron sus hilos: Gallardo Drago escribió su poema con enanos que golpean a una flor; Romeu lo usó de epígrafe para
su novela, reversionándolo y recobrando el apellido del poeta surrealista; y Lai lo puso en discusión entre sus personajes, planeó
la venganza de Pepón, y reformuló todo en un título inolvidable. Magia de la palabra, una escritura pequeña sostenida sobre
anacronismos deliberados y atribuciones veladas.

Cuando en 1950, Sara, la hermana del poeta Miguel Gallardo Drago, se encuentra con el rey de enanos, duendes, sirenas y silfos
en pleno Chascomús, a altas y oscuras horas de la noche, la conversación se cierra de este modo:

―Bueno, niña, ¿te creerán las gentes cuando les expliques?


―No sé… este… señor… trataré por lo menos…
(En ese momento pasó una idea “ventajita” por mi cerebro).
―Quisiera pedirle algo –le dije.
―Habla.
―¿No podría aprender yo todo lo que Ud. me dijo antes: lo que escriban las gotas de lluvia, los cuentos de naufragios y
todo eso?
El rey hizo una sonrisita y me contestó que hay que querer para poder y buscar para encontrar, con lo que me quedé
medio desconcertada.
Después me miró y dijo:
―Adiós. ¿Te olvidarás de nosotros?

Sara no se olvidó. Tampoco Gallardo Drago, ni Romeu, ni Laiseca.

Así quedó marcado un sendero para pequeños seres que arranca por los años 50 con las poesías perdidas de Gallardo Drago,
confluye en las mesas sesenteras del Moderno, pasa por la novela-artefacto de los 70 de Romeu y termina en los 80 con el libro
monstruoso de relatos de Laiseca. Tal vez estos enanos de una metafísica contrahecha aparezcan, a través de la selva umbría,
para dejar una bomba o una ristra de petardos depositada en el solemne umbral de doña Literatura. Tal vez no sea cosa de risa,
como nos advirtió desde la contratapa de Matando enanos a garrotazos, el gigante Alberto Laiseca.

Notas

1) Ese mismo año, el 21 de octubre, Jorge Luis Borges, enemigo recalcitrante de Matando enanos a garrotazos, el libro de relatos
de Laiseca, publicaba un pequeño perfil narrativo sobre… gnomos. Como una ironía anacrónica, en las páginas de la Revista
Multicolor de los Sábados del diario Crítica, un breve bosquejo sin firma ―aunque atribuible a Borges ya que luego aparecería
reelaborado en un libro en colaboración― presentaba esta fascinante enumeración caótica: “Sea lo que fuere, el gnomo es el
personaje más popular de la superstición noruega. Es el alegre responsable de todas las catástrofes diminutas de la casa y la
chacra: el dulce que se corta, la leche agriada, la valiosa correa que se pierde, la envarada camisa dominguera que se puebla de
arrugas, la mancha de indeleble cerveza en la sábana de los huéspedes, el humo irritador de las gargantas, el ratón que se
domicilia en el queso, la harina que se mezcla con el rapé, la jarra de agua que no cae a tiempo sobre el compañero de la
infancia”.

2) El término amerita una breve mención: en el libro, una nota explicativa al título aclara que alarada es “un grito profundo que
abriga alguna esperanza”. Como una mezcla de múltiples vocablos ―sin repetir y sin soplar: alarido, alada, ala, alborada, hada…
― Gallardo Drago inventa el neologismo que, años más tarde, seguiría recordando en su columna en la revista La Semana el
artista plástico y amigo de Miguel, Federico Manuel Peralta Ramos.

3) En términos muy generales, esta idea del hombre nuevo provenía más de San Pablo que del Che Guevara. El presidente
norteamericano John Fitzgerald Kennedy era uno de los referentes políticos del grupo y en su conmemoración lograron construir
―por la mediación de Demaría y con un polémico discurso de inauguración de Squirru en 1967― el inquietante Monumento a
Kennedy en Quemú Quemú, provincia de La Pampa.

4) En 1957, un año antes de la publicación de Alaradas, Borges publicaba en colaboración con Margarita Guerrero el volumen
Manual de zoología fantástico. Entre sus páginas, el autor de Ficciones y detractor del título Matando enanos a garrotazos, dedica
un breve texto a los gnomos. Un fragmento dice: “Gnosis, en griego, es "conocimiento"; se ha conjeturado que Paracelso inventó la
palabra "gnomo", porque éstos conocían y podían revelar a los hombres el preciso lugar en que los metales estaban escondidos”.

5) Si de pequeños perversos se trata, el relato de Juan Rodolfo Wilcock “La fiesta de los enanos” es ineludible (publicado por
primera vez en la revista Ficción en 1960, luego recopilado en el libro El caos). Precursor de “El niño proletario”, de Osvaldo
Lamborghini, en esta ficción, los enanos de la casa de la calle Solís, Présule y Anfio, se vengan de forma despiadada del sobrino
huérfano y provinciano de la señora de la casa llamado Raúl. Sin escatimar en vejaciones, las cosas que hacen con el pobre
muchachos estos dos liliputenses bien podría emparentarse con el tono del título y el epígrafe que nos convocan.
View publication stats

Copyright © 2017 Revista Invisibles. Av. Jujuy 839, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todos los derechos reservados.

ISSN 2347-0216

  

También podría gustarte