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CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN A LA MORAL SEXUAL

En este primer capítulo, reflexionaremos brevemente sobre varios


elementos de la moral sexual. Iniciaremos haciéndonos conciencia de la
complejidad del tema que queremos tratar y del momento de crisis en
que se encuentra la misma moral sexual, ya sea como vida moral, ya sea
como reflexión ética. Estas primeras afirmaciones no son impedimentos
para justificar con firmeza el rol de la ética en el comportamiento sexual y
en ella el aporte de la teología moral católica. Dedicaremos un apartado
a la epistemología de esta teología moral y otro a los aportes que le
hacen las ciencias. Cerraremos el capítulo con unas palabras sobre la
sexualidad como misterio.

1. Moral Sexual, una empresa difícil

La sexualidad, el matrimonio y la familia siempre han sido considerados


temas de gran importancia en la teología moral católica. Esto, sin
embargo, no significa que en todos los aspectos de la moral sexual exista
la misma claridad, ni que ella sea comprendida de modo igual, en la
teoría y en la práctica, por todas las personas, ni siquiera por todos los
creyentes. Son múltiples las razones que hacen difícil encontrar
respuestas claras y universalmente aceptadas sobre las cuestiones
sexuales.

Indicaremos algunas de estas razones que creemos más relevantes.

1.1. La diversidad cultural de la conducta sexual

Las culturas han creado múltiples formas de comportamiento sexual, de


celebración matrimonial y de constitución familiar, muchas de las cuales
tienen sus raíces en su historia particular y en su evolución social. En
algunas culturas la esposa vive subordinada al esposo, en otras se
proclama la igualdad de los géneros. Existen la monogamia y la
poligamia; la indisolubilidad y el divorcio. En ciertas culturas, el
1
2

matrimonio se constituye mediante el pago convenido entre las familias,


siendo un beneficio para la familia de la mujer (África) o una carga (India),
en otras es mediante el consentimiento libre de ambos esposos. En
algunas partes, la mujer puede aparecer en público solamente
acompañada de un familiar o del marido y cubierta de la cabeza hasta los
pies con una burka, mientras en otras se permite la recreación desnuda
en sus playas. La apreciación de la circuncisión, tanto de hombres como
de mujeres varía según la cultura, y así también la virginidad de la mujer
antes del matrimonio. También la familia presenta diversos tipos, desde la
familia extendida hasta la familia nuclear, la familia formada por un
matrimonio con hijos y la familia monoparental1.

El cristianismo tiene la misión de inculturar el evangelio, evangelizando


las culturas2. Ella no impide que existan costumbres diferentes en la
vivencia de la sexualidad, del matrimonio y de la familia, conforme a la
riqueza cultural de los pueblos. El rol de la moral sexual cristiana es
examinar dichas costumbres, juzgarlas desde los criterios de la
Revelación y de la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios 3,
enmendar las erradas y proponer y promover conductas acordes con la
opción cristiana. No es siempre fácil distinguir entre las meras diferencias
culturales y las reales carencias de valor ético.

La lectura de la Biblia, la que debe iluminar la moral sexual cristiana en su


cometido, presenta una dificultad semejante a la recién nombrada para
discernir entre las costumbres culturales y los valores éticos de los
comportamientos sexuales y matrimoniales. Tony Mifsud anota sobre este
aspecto lo siguiente:

"El recurso a la biblia precisa de una cuidadosa hermenéutica para una


comprensión de la sexualidad y especialmente para una correcta
interpretación de las normas sexuales, ya que contiene un "lenguaje” y

1
La sociología se distancia de la relación matrimonio — familia. Así la encuesta
Casen 2006 de Mideplan maneja una tipología que además incluye las familias
unipersonales y las familias formadas por convivientes, anulados o separados. En
este esquema, las parejas homosexuales también pretenden ser consideradas
familias.
2
Cfr. Gaudium et Spes: 57-59.
3
Cfr. V.S.12.
2
3

una "mediación cultural” de su tiempo. El discernimiento ético debería


saber distinguir entre la norma cultural y una opción cristiana”4

1 .2 El carácter polivalente de la sexualidad

Otro factor que hace difícil la tarea de establecer normas éticas para la
conducta sexual es el carácter polivalente de la sexualidad. Podemos
distinguir las dimensiones biológica, psicológica y sociológica de la
conducta sexual, las cuales se han hecho objeto de sendas ciencias
humanas. Sus conocimientos son indispensables para un adecuado
discernimiento ético. Antes de llegar a emitir juicios éticos sobre los
comportamientos sexuales es preciso adquirir un amplio conocimiento
acerca de la sexualidad en cada una de estas dimensiones. La moral
sexual, como también los otros ramos de la moral, requieren un trabajo
interdisciplinar muy intenso.

Citamos a Marciano Vidal: “La polivalencia o el carácter plurivectorial es


un rasgo específico de la sexualidad humana. Por eso mismo, su
comprensión ha de ser cometido de diversos saberes, trabajando
interdisciplinarmente. Como punto de partida y como resultado de esa
interdisciplinaridad, se puede hablar de diversas dimensiones de la
sexualidad humana”5

1.3. Grandes diferencias en la estimativa ética de la conducta sexual

Una tercera razón de la dificultad para establecer una ética sexual,


universalmente aceptada, es que, mas que en cualquier otro campo de la
moral, existen frente a la ética sexual corrientes de pensamiento muy
diversas, desde el rigorismo extremo de la "no parvedad de materia" de la
moral católica casuística hasta las propuestas culturales de la revolución
sexual de Wilhelm Reich.6 Dichas corrientes de pensamiento sobre la

4
Tony Mifsud, Moral de Discernimiento III; Una Reivindicación ética de la
Sexualidad. Santiago de Chile, 2002. Ed. San Pablo, pág 46.
5
M.Vidal, Moral de Actitudes segunda parte; Moral del Amor y de la Sexualidad.
Madrid, 1991. Ed. P.S. Pág. 13.
3
4

sexualidad hacen extremadamente conflictivo el terreno de la moral


sexual7.

Sobre la conflictividad en la moral escribe Urbano Sánchez:


“Por una parte, los inmovilistas (conservadores radicalizados) defienden
con agresividad “lo de siempre”, sus tradiciones, el orden vigente, las
costumbres antiguas la ideología que siempre dominó, etc. Son las
personas que optan por el extremo del péndulo, los que encarnan la fase
“de tesis desfasada” según vemos en la teoría hegeliana. Conviene
subrayar que a veces estas personas poseen el poder y la autoridad que
emplean contra los opositores. Estos opositores son los revolucionarios
(progresistas radicalizados) que se sitúan en el otro extremo del péndulo
en la fase hegeliana de antítesis. Son los que defienden agresivamente lo
nuevo a costa, a veces, de lesionar valores básicos”8

1.4. La poca eficacia de la moral sexual si no se proponen


soluciones holísticas

Una cuarta dificultad de la moral sexual es que el solo discernimiento


ético de las conductas sexuales frecuentemente no es de gran eficacia
para orientarlas, mientras no se resuelvan otros problemas o se
emprendan ciertas acciones paralelas.

Estamos de acuerdo en calificar el divorcio como un mal moral, un


fracaso ético, porque la ruptura de la comunidad familiar hace mucho
daño a los seres humanos. Pero esta condena al divorcio no servirá de
mucho para consolidar el matrimonio, mientras los novios no hagan, antes
de llegar a este paso definitivo y quizás con la ayuda de algún profesional,
un discernimiento más claro de su consentimiento mutuo en una alianza
de amor y de vida, y mientras no exista un acompañamiento pastoral y
profesional de los matrimonios, especialmente de los recién casados.
6
Cfr. A. Hortelano, Problemas actuales de la Moral II; la Violencia, el Amor y la
Sexualidad. Salamanca, 1990. Ed. Sígueme, pág. 243. Nombra W. Reich, La
Revolution sexuelle. Paris, 1968.
7
En nuestro país asistimos especialmente a un choque de posturas frente a la
educación sexual que conviniese darse a la generación joven de la enseñanza
secundaria, el que ha paralizado prácticamente toda iniciativa en esta materia.
8
U.Sanchez, Moral conflictiva. Salamanca, 1991. Ed. Sígueme, pág. 25.
4
5

Condenamos el aborto, pero no podemos evitarlo mientras no cambien


muchas cosas en nuestra sociedad: la irresponsabilidad de los varones, la
condena social de la mujer soltera embarazada, incluso de parte de su
propia familia, la falta de afecto de los padres hacia sus hijos, la pobreza,
las condiciones laborales poco respetuosas a la familia, etc.

Las relaciones sexuales precoces forman otro tópico recurrente de la


moral sexual, pero sin una adecuada educación sexual y, sobre todo, sin
una educación en y para el amor, no será posible revertir dicha conducta.

Últimamente se han hecho actuales los temas del acoso sexual y de la


pedofilia, pero otros temas como la violencia intrafamiliar y la prostitución
infantil siguen escondidos.

Queremos decir que es extremadamente difícil formular criterios básicos y


orientaciones prácticas para que la conducta sexual se haga
humanizadora, sin considerar la conducta humana como una totalidad. La
propuesta ética sexual debe comprender la conducta humana como un
todo, debe dar soluciones holísticas a los problemas sexuales personales
y sociales. En otras palabras, toda educación sexual debe estar inserta
en una educación integral de la persona y de la sociedad.

2. ¿Crisis en la moral sexual?

Es bastante común escuchar que nos encontramos en una crisis moral y


más específicamente se habla de una crisis de la moral sexual. Sin
embargo, el contenido de esta crisis no siempre tiene idéntico significado;
más bien debemos decir que existen notables diferencias entre los juicios
de los autores que tratan este asunto. Es importante descubrir la clave de
dicha crisis, a fin de que la reflexión moral sexual pueda aportar
respuestas adecuadas para afrontarla.

2.1. Crisis en el sentido de decadencia.

5
6

Hace unos años, monseñor Carlos Oviedo Cavada, entonces arzobispo


de Santiago, emitió un documento en el cual destacó “La creciente
inmoralidad que se advierte en la vida de las personas, en la vida pública
y en los medios de comunicación social”9. Si bien menciona en dicho
escrito diferentes formas de inmoralidad, el peso del documento trata de
la crisis moral en el ámbito sexual y matrimonial. Destaca como síntomas
relevantes de la crisis el permisivismo, la decadencia moral, el ambiente
de degradación y el libertinaje sexual, y encuentra sus causas en la
descristianización y el secularismo. "Han pasado ya a ser parte de
nuestra vida cotidiana la creciente erotización del ambiente, la
pornografía, la promiscuidad sexual juvenil, las campaña para cohonestar
esta promiscuidad con el mero uso de los preservativos y de otros
anticonceptivos, la anticoncepción misma, el divorcio y el aborto, las
iniciativas para legislar uno y otro, la desintegración familiar…”10

El documento produjo adhesiones y rechazos, estos últimos por diferir de


los juicios emitidos y porque el escrito destaca principalmente los
aspectos negativos; pero el concepto de crisis es claro: es la
desintegración moral.

2.2. Crisis en la fundamentación de la normativa moral

Sin desconocer que existen cambios en la conducta sexual de los seres


humanos que son preocupantes e indeseables, varios autores, sin
embargo, indican como centro de la crisis la insuficiente fundamentación
de la moral sexual de la Iglesia.

Monseñor Jorge Hourton, en una pequeña obra11, hace una revisión


crítica de la enseñanza moral católica y dice: "Me siento incómodo
también ante la actitud despectiva de ciertos moralistas católicos
legalistas ante los que critican como crisis moral marcada por el

9
Carlos Oviedo Cavada, Moral, Juventud y Sociedad permisiva. Santiago de Chile,
1991. Ed. Salesianos, n.1.
10
O.C. n. 20. Cfr. Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana; Verdad y
Significado. 1995. En n.6 habla de una civilización enferma.
11
Jorge Hourton, Sexualidad, Familia, Divorcio. Santiago de Chile, 1994. Ed. San
Pablo.
6
7

hedonismo, la búsqueda del placer, la “permisividad”, corrupciones que


atribuyen con frecuencia a la ausencia de Dios y falta de sentido religioso.
Creo que el argumento es de apologética deficiente, que la experiencia no
confirma.12 El cree que es preciso liberar a nuestros adolescentes y
jóvenes "tanto de los tabúes de proveniencia religiosa como del
permisivismo del que hacen gala muchas publicaciones sobre esta
materia que nos preocupa”13.

Eduardo López Azpitarte, en su excelente obra sobre la ética de la


sexualidad y del matrimonio14, se refiere en el primer capítulo a la crisis:
“Hay que reconocer, de cualquier manera, que la enseñanza oficial de la
Iglesia se encuentra en un momento de crisis profunda. No es sólo que
hoy se quebrantan sus normas vigentes como ha sucedido siempre en la
historia en todos los campos de la praxis, sino que existe un rechazo
positivo y un disentimiento claramente manifestado”15. El autor, para
corregir la utilización del sexo como entretenimiento y diversión, propone
reemplazar la moral de imposición autoritaria por una moral
comprensiblemente justificada. "La gente tiene derecho a saber el porqué
de lo mandado como imperativo moral y esa pregunta no es siempre fruto
de la rebeldía o falta de docilidad, aunque a veces se propone en ese
clima, sino una manifestación de la madurez humana y evangélica”16.

También Tony Mifsud piensa en la misma dirección. Afirma que la crisis


consiste, no en la transgresión de las normas, sino en su rechazo,
disentimiento u olvido. No es solución la imposición autoritaria; hay que
descubrir el fondo del problema. Destaca que no se cuestiona la moral en
si, es decir el discurso imperativo; tampoco se niega la misión moral de la
Iglesia; ni siquiera se opone a que haya normas éticas concretas para la
conducta sexual. La crisis se centra en normas sexuales concretas que
son cuestionadas, rechazadas u olvidadas17.

12
O.C. pág. 35.
13
O.C. pág. 28.
14
Eduardo López Azpitarte, Ética de la Sexualidad y del Matrimonio. Madrid, 1992.
Ed. Paulinas
15
O.C. pág. 33.
16
O.C. pág. 38.
17
Cfr. Tony Mifsud, Moral de Discernimiento III; Una Reinvindicación ética de la
Sexualidad. Santiago de Chile, 2002. Ed. San Pablo, pág. 229-233.
7
8

Marciano Vidal, aunque no habla directamente de una crisis en la moral


sexual, sí menciona la falta de aceptación y de credibilidad de la
normativa sexual cristiana.18 La explica como una incoherencia entre la
comprensión y valoración renovadas de la sexualidad humana en la
doctrina de las iglesias y en la reflexión teológica, por una parte, y por
otra, las normas sexuales concretas, cuyas formulaciones son
autoritarias, cerradas, abstractas, absolutas y preferentemente
prohibitivas y cuyo contenido no siempre corresponde al valor que
pretenden salvaguardar.

Para combatir la crisis, creemos que un primer paso debe ser el de


fundamentar comprensiblemente la propuesta ética. Es ésta la misión de
la teología moral en la cual se concentrará ahora nuestra reflexión.

3. Justificación de la teología moral sexual

En este apartado, debemos preguntamos primero si es necesario


introducir el factor ético en la conducta sexual. ¿No es preferible que
el ser humano viva su sexualidad espontáneamente sin tantas
restricciones y prohibiciones? ¿Por qué gravar sus expresiones con
valores éticos? ¿Acaso no bastan las ciencias humanas que nos
explican su funcionamiento biológico, psíquico y social?

En seguida queremos indicar con claridad el rol indispensable de la


teología moral católica en el comportamiento sexual. ¿Contribuye con
algún aporte específico a la ética sexual que la enriquece?

3.1. Justificación del factor ético en la sexualidad humana

Para justificar la ética sexual queremos, en primer lugar, aportar un


elemento histórico valioso: todas las culturas de la humanidad han tenido
en su historia, y tienen en la actualidad alguna normativa para la conducta
sexual. A través de estas normas, los pueblos han expresado su
18
Cfr. Marciano Vidal, Moral de Actitudes II, segunda parte; Moral del Amor y de la
Sexualidad. Madrid, 1991. Ed. P.S. pág. 206-209. Compare también José Vico
Peinado, Liberación sexual y Ética cristiana. Madrid, 1999. Ed. San Pablo. Pág.
23-24.
8
9

experiencia y sabiduría conforme al crecimiento sociocultural y a su


capacidad de reflexión ética. Es una falacia hablar de la libertad sexual de
los pueblos primitivos.

"El hecho tiene una comprobación científica: a lo largo de todas las


culturas, a pesar de las manifestaciones diferentes y por encima de las
ideas religiosas o profanas que las sustentan, nunca ha faltado una cierta
normatividad. Ni siquiera en los pueblos primitivos, donde la sexualidad
produce la impresión de vivirse en un clima espontáneo, sin límites o
prescripciones, la libertad de comportamiento no es plena, sino que se
haya sujeta por múltiples normas higiénicas, culturales o religiosas de
todo tipo.”19

Pero existe una razón mucho más poderosa: la ética es una condición
indispensable para el carácter humano de la conducta sexual. Sin duda,
las ciencias humanas son de gran interés para comprender la dimensión
sexual del hombre. La biología, la psicología, la sociología cultural y la
antropología han ampliado en gran medida nuestros conocimientos
acerca de esa realidad un tanto enigmática de los seres humanos. Pero,
cada una dentro de su campo, nos dan a conocer la realidad existente, el
“ser” de la sexualidad y de la conducta sexual. Para el carácter humano
de la sexualidad, hace falta algo más: entender el “deber ser” de ese
comportamiento sexual; ese es el terreno de la ética.

Édouard Boné, un jesuita paleontólogo, explica que en la evolución de los


aproximadamente 17 mil millones de años que tiene nuestro universo, se
deben indicar dos umbrales esenciales que dividen la historia del universo
en tres estadios diferentes; el de lo inorgánico, el de lo orgánico y el de lo
humano. Cada uno de los estadios tiene su propia normativa: en el
mundo inorgánico dominan las leyes físico-químicas, en el orgánico,
manteniéndose las leyes anteriores, se añaden las leyes biológicas y en
el humano, manteniéndose las leyes físicas, químicas y biológicas, se
estrena la ley moral. Sin normativa ética simplemente no puede hablarse
de vida humana.

19
E. López Azpitarte, Ética de la Sexualidad y del Matrimonio. Madrid, 1992. Ed.
Paulinas, pág.114.
9
10

"Cuando el ser humano despierta lo hace necesariamente como “animal


ético”.20

De la misma manera, M. Vidal aporta sus argumentos para justificar el


factor ético en la conducta sexual: afirma que todo comportamiento
humano tiene una dimensión ética. Si consideramos que el
comportamiento sexual es humano, si concordamos que la sexualidad es
una estructura que configura la existencia humana, entonces corresponde
asignarle el carácter ético. Añade que, si se prescindiera de la dimensión
ética de la sexualidad humana, esta corre el peligro de deshumanizarse y
desintegrarse, causando daño a las personas. Debe entenderse que la
dimensión ética, de plantearse en forma correcta, no inhibe la realidad
sexual, sino que le otorga el carácter que enriquece la vida del hombre.21

3.2. Justificación de la Teología Moral Católica sobre la sexualidad

Hemos hecho mención de la crisis que atraviesa la moral sexual


católica22. Esto no significa que dudamos de su capacidad para aportar
significativamente a la ética sexual; muy por el contrario, creemos que le
corresponde hacer un aporte específico y original desde la fe cristiana.
Hay una riqueza moral en el Evangelio que debe ser aprovechada en una
renovada reflexión sobre el plan de Dios con el ser humano, hecho macho
y hembra.

La religión cristiana da origen a una visión consecuente sobre el hombre,


el mundo y la historia: la cosmovisión cristiana, que es el punto de partida
y fundamentación de su discernimiento ético. Así la moral cristiana se
hace mediación práxica de la fe. La cosmovisión cristiana también es
decisiva para la moral sexual católica. Queremos indicar algunos
elementos fundamentales:

20
Édouard Boné, ¿Es Dios una Hipótesis inútil? Santander, 2000. Ed. Sal Terrae,
pág. 109 y 111.
21
Cfr. M. Vidal, Moral de Actitudes II, segunda parte; Moral del Amor y de la
Sexualidad. Madrid, 1991. Ed. P.S. pág. 184.
22
Cfr. O.C. Pág. 117. También José Vico Peinado, Liberación sexual y Ética
cristiana. Madrid, 1999. Ed. San Pablo, pág. 23-25.
10
11

 Desde las primeras páginas de la Biblia resalta la especial dignidad


del ser humano que es creado como finalidad de toda la creación
hecho a imagen y semejanza del mismo Creador. En la redención, el
Verbo de Dios no duda hacerse parte de esta humanidad, dignificando
así la naturaleza humana. Y es parte de ese proyecto de Dios que el
hombre resucite en cuerpo y espíritu y participe en su vida eterna. 23 El
principio de la dignidad intrínseca del ser humano, cuerpo y espíritu,
hombre y mujer, ilumina toda su conducta, también la sexual. Siempre,
hombre y mujer deben actuar y tratarse mutuamente con respeto a
esa dignidad, rechazando todo comportamiento que instrumentalice a
la persona, porque es indigno al ser humano ser instrumento de los
demás. Esta dignidad es compartida por ambos sexos. Todo
comportamiento sexual que atropella esta igualdad fundamental entre
hombres y mujeres será contrario a la moral cristiana. Esta dignidad
requiere también que el hombre actúe en libertad24. No hay dignidad
en la relación sexual impuesta, ni en la que es producto del impulso no
dominado.

 La sexualidad humana participa de la dignidad inherente a su ser. La


sexualidad es creación de Dios, quien vio que lo que había hecho era
muy bueno. Les dio al varón y a la mujer la misión de formar una sola
carne y de llenar la tierra. Desde la cosmovisión judío-cristiana, la
sexualidad es una realidad creada en el hombre; no hay razón para
sacralizarla como sucedía en las culturas contemporáneas a la
redacción del Antiguo Testamento. Tampoco existen motivos para
rechazarla como condición negativa en el hombre, lo que hacían
ciertas herejías en los primeros siglos de cristianismo. Por otro lado,
debe evitarse banalizar dicha realidad en el ser humano, como ocurre
en nuestros tiempos, en nombre de la llamada libertad sexual. La
sexualidad humana conlleva una responsabilidad, tanto por la relación
humana entre las personas, ya que la sexualidad constituye una
especie de diálogo, como por la manutención de la vida del género
humano.

 El amor es el camino para humanizar la sexualidad, porque cuando las


personas se aman, se reconocen y se respetan como personas. El
23
Cfr. Gaudium et Spes: 12 y 22.
24
G.S. 17.
11
12

hombre alcanza su perfección de imagen de Dios mediante el amor, ya


que Dios es amor. Por eso, el principal precepto de la vida cristiana es
amar a Dios y al prójimo. En él, todos los demás preceptos encuentran
su cumplimiento. Es tanta la importancia que la religión cristiana da al
amor en la comunidad conyugal entre el hombre y la mujer, que lo
considera un signo sagrado, sacramento, del amor entre Dios y los
hombres, del amor entre Cristo y la Iglesia. Dios se deja llamar
“esposo” y “padre”. El ideal ético cristiano es que la pareja humana de
varón y mujer viva su sexualidad en una relación profunda de amor; en
otras palabras, que forme una comunidad íntima de amor y de vida;
que convierta la sexualidad en lenguaje de su amor; que asuma todo el
conjunto de valores éticos, sin los cuales el amor no sería posible:
fidelidad, sinceridad, exclusividad, respeto, etc.

 La cosmovisión cristiana reconoce la presencia del Reino de Dios


cuando los débiles y los más vulnerables alcancen a ser reconocidos
en su dignidad de seres humanos y de hijos de Dios. En el Antiguo
Testamento, Dios se manifestó solidario con los débiles, y de la misma
manera Jesús se identificó con “estos hermanos más pequeños”
(Mat.25, 40). La preferencia por el débil también debe mostrarse en la
moral sexual. En el comportamiento sexual, con frecuencia los seres
humanos se comportan con violencia: los hombres con respecto a las
mujeres; los adultos con respecto a los menores; los vencedores con
respecto a los vencidos, los sanos con respecto a los enfermos, en
resumen, los fuertes con respecto a los débiles. Es una exigencia
irrenunciable de la ética cristiana tener una opción preferencial por
todo lo vulnerable entre los hombres y todo lo vulnerable en el
hombre. La solidaridad con los que sufren por la violencia sexual es
una expresión concreta de esa opción por el pobre. Esta preocupación
por el débil y su defensa contra la violencia sexual, como parte del
ideal del Reino de Dios, puede ser una razón válida para consagrar la
vida entera. De esta manera, puede dar origen a la virginidad, ya sea
como testimonio contra la violencia sexual, ya sea para dedicarse
exclusivamente a sus víctimas.

Como conclusión, queremos afirmar tres postulados con respecto al tema


en discusión:

12
13

- La cosmovisión cristiana es un punto de partida válido para una


auténtica ética sexual católica. Es cierto que los principios arriba
mencionados aún no resuelven todos los problemas que se presentan
en el comportamiento sexual humano; será necesario, en cada caso,
profundizarlos, completarlos y concretizarlos.

- Los criterios éticos de dignidad, igualdad, libertad, responsabilidad,


amor, solidaridad, etc, que fluyen de la cosmovisión cristiana, son
exigencias de humanización. Por esta razón, la ética sexual católica no
pretende limitarse al ámbito de sus propios fieles, sino ser un aporte
serio a la ética sexual, destinada a orientar el comportamiento sexual
de los hombres en general.

- Para una participación efectiva de la ética sexual católica en el


concierto universal de la ética sexual, será necesario, además de la
cosmovisión cristiana basada en la fe, elaborar los argumentos
racionales, universalmente comprensibles y comunicables de estos
criterios. De otro modo, no será posible entrar en diálogo serio con las
demás éticas sexuales.

4. La Epistemología del discurso Teológico-moral

4.1. Noción

El valor de las conclusiones de una ciencia o disciplina cualquiera


depende de la calidad de sus fuentes y del modo crítico de emplearlas.
Por lo tanto, toda ciencia o saber necesita un discurso científico y crítico
(episteme), mediante fundamentos y argumentos, para validar sus
conclusiones. Es la epistemología la que investiga y establece el discurso
adecuado, crítico y científico, para que una disciplina fundamente y
argumente sus conclusiones.

Así la epistemología teológico-moral no se preocupa de la moralidad en


si, sino de los fundamentos, de las fuentes, de los criterios y de los
argumentos del discurso teológico-moral. Es un tema metamoral que en
realidad se ubica en la moral fundamental. Aquí hacemos mención de ella
13
14

para insertar mejor la teología moral católica sobre la sexualidad, el


matrimonio y la familia, en la reflexión moral más general y para justificar
el diálogo entre la ética y las ciencias.

4.2. El principio epistemológico: “A la luz del Evangelio y de la


experiencia humana”

Gaudium et Spes 46 sirve de introducción a la segunda parte de esta


Constitución Pastoral, en que se tratan los temas: matrimonio, cultura,
economía, política y paz internacional. El Concilio quiere llamar la
atención sobre estos problemas actuales y urgentes, “a la luz del
Evangelio y de la experiencia humana”.25 Mediante esta expresión, el
Concilio establece el núcleo de la epistemología teológico-moral, según la
cual deben ser estudiados los problemas morales y debe ser orientada
toda la vida moral.26

 A la luz del Evangelio: el mismo Concilio, en la Constitución sobre la


Revelación afirma que el Evangelio es “fuente de toda verdad
salvadora y de toda norma de conducta”.27 Aquí, la palabra Evangelio
debe ser entendida en el sentido del Concilio de Trento, es decir, como
Revelación, y no sólo como palabra escrita “La Tradición y la Escritura
constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiada a la
Iglesia”28. Por otra parte, establece que le corresponde al Magisterio de
la Iglesia el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios 29.
Por lo tanto, los “lugares teológicos” o fuentes de la teología moral,
desde el Evangelio son estos tres: La Sagrada Escritura, la Tradición y
el Magisterio de la Iglesia.

25
G.S. 46.
26
Damos aquí un tratamiento resumido al tema. Para mayor profundidad, consulte los
textos de moral fundamental. Por ejemplo: M. Vidal, Nueva Moral fundamental; un
Hogar teológico de la Ética. Bilbao, 2000. Ed. Desclee De Brouwer, pig. 913-976, Cfr.
Leonardo van Marrewijk, Moral fundamental; Para dar frutos en la caridad. Santiago,
2006. Ed. UCSH, pág 15-20.
27
D.V.7.
28
D.V.10.
29
Cfr. D.V. 10.
14
15

 A la luz de a experiencia humana. Resulta más difícil definir este


segundo elemento de la epistemología teológico-moral. Son muchas
cosas y de muy diferente índole, las que constituyen la experiencia de
la humanidad. “Es propio de todo el pueblo de Dios, pero
principalmente de los pastores de los teólogos auscultar, discernir e
interpretar con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de
nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la
verdad revelada pueda ser mejor percibida. mejor entendida y
expresada en forma mas adecuada”30. Entre estas voces podemos
enumerar: los signos de la época”31, la literatura y el arte32, la ética
filosófica33, las ciencias34, y la cultura en general35. La importancia de
los conocimientos científicos para el trabajo pastoral y el desarrollo de
la ética sexual, también la católica, la expresa el Concilio Vaticano II en
la ya citada Constitución Pastoral: “Hay que reconocer y emplear
suficientemente en el trabajo pastoral no solo los principios teológicos,
sino también los descubrimientos de las ciencias profanas sobre todo
en psicología y en sociología llevando así a los fieles a una mas pura y
madura vida de fe”.

5. Aportes de las ciencias a la Teología Moral Sexual

Varios de los autores que nos acompañan en este estudio de la teología


moral sexual dedican un espacio amplio a los aportes científicos a fin de
lograr una mejor comprensión de la dimensión sexual en el ser humano. 36
Al respecto observa Tony Mifsud: “Cualquier aproximación ética de la

30
G.S. 44.
31
Cfr. G.S. 4.
32
Cfr. G.S. 62.
33
Cfr. Fides et Ratio 68; G.S. 44 y 62.
34
Cfr. G.S. 62.
35
Cfr. G.S. 53-62.
36
Cfr. M. Vidal, Moral de Actitudes II, segunda parte; Moral del Amor y de la
Sexualidad. Madrid, 1991. Ed. P.S. pág. 11-93. T. Mifsud, Moral de Discernimiento
III; Una Reivindicación ética de la Sexualidad. Santiago de Chile, 2002. Ed. San
Pablo, pág. 25-108. E. López Azpitarte, Ética de la Sexualidad y del Matrimonio.
Madrid, 1992. Ed. Paulinas, pág. 11-75. A. Hortelano, Problemas actuales de Moral
II; La Violencia, el Amor y la Sexualidad. Salamanca, 1990. Ed. Sígueme, pág. 271-
414.
15
16

sexualidad humana precisa de un momento preliminar de comprensión de


esta realidad tan única pero tan polivalente(…). Sólo una comprensión
adecuada correcta del significado antropológico del ser sexuado permite
señalar orientaciones éticas que buscan la humanización de esta
dimensión básica del ser humano”37.
Los que pretendemos estudiar la normativa ética de la conducta sexual
debemos tomar muy en serio esta ineludible tarea de informarnos lo mas
ampliamente posible de los avances de los diferentes saberes para
adquirir un conocimiento interdisciplinar de la dimensión sexual del
hombre. Si en esta sección dedicamos solamente un pequeño espacio a
dicha tarea es porque existen muy buenos textos que cumplen este
cometido. Por tanto, no vamos a comentar los aspectos biológicos,
psicológicos y socioculturales de la sexualidad; nos limitaremos a tocar
aquellos puntos que creemos de interés inmediato para la moral sexual.

5.1. Aportes desde la Biología

Existen en las características físicas de la sexualidad de los seres


humanos, y en la actividad sexual correspondiente, ciertas semejanzas
con las de los animales. A ambos les rigen leyes biológicas. Estas
semejanzas, sin embargo, no reducen la actividad sexual humana a algo
animal. La sexualidad humana es cualitativamente diferente de la
sexualidad animal.

Se reconoce el acto genital animal como algo instintivo, es decir, un


hecho que depende exclusivamente de la acción de las hormonas sobre
los centros nerviosos. Esto hace que el instinto actúe con esquemas
rígidos e innatos. Distintamente, la genitalidad humana depende del
funcionamiento de la corteza cerebral, que permite al hombre tener
conciencia de sí mismo y que le ofrece la posibilidad de dominio sobre su
propio comportamiento; el ser humano es capaz de poner límites y
condiciones humanas a su conducta sexual. Por lo tanto, no deberíamos
hablar del instinto sexual del hombre, sino del impulso sexual o pulsión
sexual, ya que permite ser humanizado y ser transformado en expresión
de persona.

37
O.C. Pág. 25.
16
17

Además, en los animales, el despertar del instinto genital tiene una


periodicidad determinada y coincide con la posibilidad reproductiva. En
los seres humanos, el deseo del encuentro genital excede en mucho la
búsqueda de la procreación. La función sexual en el hombre no se
limita a la procreación, sino que se extiende al reforzamiento del lazo con
la pareja, gracias a los múltiples goces del encuentro sexual. De esta
manera, ya encontramos en la instancia biológica de la sexualidad
humana las funciones tanto procreativa como unitiva.

De las características biológicas de la sexualidad humana podemos


deducir algunas conclusiones importantes para la ética.

 No se pueden aplicar, sin más, las leyes etológicas 38 al


comportamiento humano, suponiendo una misma ley natural para
animales y seres humanos. Existe una diferencia cualitativa entre la
sexualidad animal y la humana. En esta última, es válido distinguir la
función unitiva de la función procreativa. Dice M. Vidal: “Al no
identificar sexualidad con procreación reconocemos que existe una
posible y válida separación entre función unitiva y función procreativa
dentro de la sexualidad humana. Los criterios éticos que regulan la
diferencia y la relación entre ambos aspectos deben ser pensados
desde una antropología sexual plenamente humana, en la que no hay
“confusión” de las dos dimensiones, aunque sí debe haber una
correcta relación”39.

 No es la fisiología la que dirige la moral. Aunque hay que tener en


cuenta los factores biológicos; estos no son decisivos en la conducta
sexual. Es posible vivir la sexualidad con responsabilidad y respeto.
Así, por ejemplo, el goce placentero puede tener un pleno sentido
humano en el encuentro de la pareja, como también puede ser un
signo de egoísmo, cuando se usa al otro como objeto de su propia
satisfacción.

38
Etología: ciencia de la conducta animal.
39
M.Vidal, Moral de Actitudes II, segunda parte; Moral del Amor y de la Sexualidad.
Madrid, 1991. Ed. P.S. pág. 23 Cfr. también T. Mifsud, Moral de Discernimiento III;
La Reinvindicación ética de la Sexualidad. Santiago de Chile, 2002. Ed. San Pablo,
pág. 31.
17
18

 La práctica del acto genital no es una necesidad absoluta exigida


por el organismo biológico. La necesidad genital, por imperiosa que
sea, es dominada por la voluntad del hombre. La necesidad genital no
es del individuo sino de la especie.40

5.2. Aportes desde la Psicología

Como primera característica de la dimensión psicológica de la sexualidad


humana podemos nombrar el hecho de que el ser humano tiene
conciencia de su actuación, de sus sensaciones, sentimientos y deseos.
El comportamiento sexual es vivenciado y como tal se convierte en
conducta humana. “Desde ese momento, la pulsión sexual se abre a la
luz, se abre a la relación, se convierte en conducta, se reviste de
lenguaje, se encarna en símbolos, se desarrolla en la celebración festiva
del goce sexual”41

Pero no toda la realidad sexual del ser humano emerge al nivel


consciente. Desde Freud, aprendimos de la existencia de procesos
psíquicos inconscientes, con sus propias leyes, distintas de las leyes
lógicas. En efecto, las primeras etapas de desarrollo sexual pueden
originar conflictos: deseos, miedos o fantasías, que llegan a ser
reprimidos hacia el inconsciente, desde donde influyen en la vida sexual
adulta. El psicoanálisis puede desvelar dichos conflictos al paciente,
haciéndolos conscientes, a fin de buscarles soluciones.
Desde la psicología, también tenemos conocimiento de la evolución que
se realiza en la sexualidad de cada ser humano, desde la concepción
hasta alcanzar la vida adulta, y de la influencia que ejercen sobre ella
especialmente los padres. Influyen en esta evolución la calidad de
expectativas que tienen los padres durante el embarazo y la experiencia
al nacer; tiene importancia la manera de superar, en la niñez, las fases
oral, anal y fálica y de resolver correctamente el conflicto de Edipo.
Terminada la latencia sexual en la niñez, irrumpe la pubertad con una

40
Es ilustrativo el pequeño texto de José I. Gonzáles Faus, Sexo, Verdades y
Discurso eclesiástico. Maliaño (Cantabria), 1993. Ed. Sal Terrae, pag.7-15.
41
M.Vidal, Moral de Actitudes II, segunda parte; Moral del Amor y de la Sexualidad.
Madrid, 1991. Ed. P.S. pág. 32.
18
19

rápida maduración genital, acompañada por un desarrollo mucho más


lento de identidad sexual.

La madurez personal no se realiza sino a través de la relación


interpersonal y esta no puede lograrse sino mediante la maduración de la
persona. Esto tiene validez especial para la maduración sexual: se logra
mediante el encuentro y el diálogo con el sexo opuesto. En la
adolescencia, la relación entre los sexos se desarrolla en diferentes
etapas: desde una atracción idealizada y curiosidad hacia el sexo opuesto
en general, a través de un interés más concreto por el hombre o la mujer
real, hasta llegar a formar una relación interpersonal con un hombre o una
mujer determinada.

A partir de estos breves datos psicológicos, podemos hacer algunas


observaciones para la ética sexual:

 El comportamiento sexual, como todo el comportamiento humano, es


influenciado por los condicionamientos psicológicos42. El conocimiento
de estos factores es indispensable para comprender las limitaciones de
la libertad con que una persona actúa y, por lo tanto, para juzgar
éticamente esa conducta sexual determinada.

 La sexualidad humana debe entenderse en clave dinámica; requiere


de un proceso de sucesiva maduración, de superación de etapas y de
integración en el proceso personal de apertura hacia el otro. Para
establecer la responsabilidad ética de una determinada conducta
sexual debe tomarse en cuenta el estado de desarrollo en que se
encuentra la persona.

 En este campo psicológico, existe para todo hombre y mujer una tarea
ética importante: alcanzar una madurez personal suficiente, sin la cual
no es posible construir una relación equilibrada en la vida sexual.

5.3. Aportes desde la Sociología

42
Cfr. Veritatis Splendor n.33.
19
20

Sería un error pensar que la sexualidad fuera sólo parte de la intimidad de


la persona o perteneciera exclusivamente al “área privada”. La
sexualidad, por ser mucho más que genitalidad, esta dotada de una
dimensión social. “Contrariamente a lo que, con excesiva frecuencia se
cree todavía, los comportamientos sexuales no competen únicamente a la
vida privada de los individuos. La sociedad no deja de intervenir, bien sea
a través del cauce institucional, como el matrimonio y la legislación aneja
a ella, bien sea a través de los modelos que promueve y desarrolla sobre
todo por los medios de comunicación. Por el contrario, la manera de
comprender y vivir la sexualidad puede ejercer un influjo sobre la
evolución de la sociedad.”43

La vida sexual de las personas, en el sentido amplio de la palabra, recibe


de parte de la sociedad diversas regulaciones y funciones, que en su
conjunto constituyen la dimensión social de la sexualidad. En primer
lugar, la sociedad regula las expresiones del impulso sexual, para evitar
desviaciones. Como la pulsión sexual humana no está regida por un
instinto innato y rígido como en los animales, el comportamiento sexual
del hombre no tiene la misma seguridad hacia el fin y necesita la
regulación cultural que lo humaniza. Los canales de socialización como la
familia, la escuela, la religión, las leyes, el sistema político, los medios de
comunicación social, etc, entregan esquemas culturales de conducta
mediante sus modelos, sus costumbres, sus valores, sus criterios y sus
actitudes. En segundo lugar, la sociedad absorbe la energía excedente
del impulso sexual. Como la sexualidad humana no está limitada por una
periodicidad, existe un excedente de fuerza sexual que requiere ser
utilizado. Las instituciones sociales tienen el fin de ocupar esa energía
sobrante en actividades sociales, políticas, científicas, artísticas, etc. En
tercer lugar, la sociedad ofrece moldes culturales para la vivencia del
erotismo. En la conducta sexual humana es posible separar el placer
sexual de la finalidad biológica procreativa. El placer, así liberado, busca
otras formas de percepción y de expresión, no necesariamente centrado
en las zonas genitales. Las actividades sociales permiten al erotismo
expresarse en el baile, el deporte, la manera de vestir, los espectáculos,
etc.44
43
Equipo interdisciplinar, Sexualidad y Vida cristiana. Santander, 1982. Ed. Sal Terrae.
44
Cfr. M. Vidal, Moral de Actitudes II, segunda parte; Moral del Amor y de la Sexualidad.
Madrid, 1991. Ed. P.S. Pág. . 52-53.
20
21

La antropología socio-cultural ha dejado en evidencia que existe, en las


diferentes culturas, una gran diversidad de modelos de conducta,
costumbres, valores, criterios y reglamentación social con respecto a la
conducta sexual humana.

Queremos, a partir de estos datos sociológicos, hacer algunas


observaciones de importancia ética:

 No todas las formas culturales son éticamente válidas, por extensa que
sea su práctica, ya que no siempre aportan a la configuración de la
persona. Es la difícil tarea de la moral analizar, criticar y valorar las
expresiones socio-culturales de la sexualidad y ofrecer propuestas de
corrección y criterios y normas de convivencia.

 Por otra parte, el ideal ético no ha de identificarse necesariamente con


una determinada forma socio-cultural. Puede haber dos o más
esquemas culturales que de manera distinta expresan el mismo ideal
ético, iluminando facetas diferentes.

 El estudio de la antropología socio-cultural no entrega bases


suficientes para establecer una ética del comportamiento sexual. La
moral no se fundamenta en la estadística de la realidad sino en la
necesidad de humanización del comportamiento sexual45.

6. La Sexualidad Humana como misterio

Gracias a las investigaciones científicas, tenemos un conocimiento amplio


de la realidad sexual del ser humano. Sin embargo, esta mantiene un
sello de misterio, incluso para la misma persona sexuada. El hombre se
siente orgulloso de su sexualidad y, a la vez, la experimenta como una
fuerza difícil de dominar y de conducir; en vez de ser lenguaje de amor,
puede llegar a ser un vergonzoso dominio sobre el otro; en vez de
humanizar puede deshumanizar. El hombre entiende que debe encauzar
su energía sexual en un amor sin límites en grado y tiempo, pero,
simultáneamente, se da cuenta de sus propias limitaciones que le impiden
45
V. S. 46.
21
22

traducirlo en realidad. Se siente casi fatalmente atraído hacia el otro sexo


y, sin embargo, el matrimonio se le presenta como una empresa de
inmensos desafíos. Están presentes en la sexualidad tanto la vida como
la muerte, lo finito y lo infinito, el momento y la eternidad.

No es de extrañar que, en las culturas precientíficas, se haya sacralizado


la sexualidad mediante los tabúes que son las prohibiciones no
fundamentadas y sacralmente sancionadas, cuya violación atrae
automáticamente la sanción; mediante los mitos que interpretan la
sexualidad humana como imitación de la actuación divina (hierogamia) y
mediante los ritos, practicas sexuales como formas sacramentales de
comunión con la divinidad (prostitución sagrada). La teología bíblica
erradicó esta consideración divinizada de la sexualidad.

Nuestra cultura científica nos impide ver la sexualidad como una realidad
sacralizada. Pero no evita que también en nuestros tiempos existan
múltiples tabúes, mitos y ritos, que son manifestación de esa misteriosa
realidad de la sexualidad humana.

La cultura científica, sin embargo, no es impedimento para que la


sexualidad se abra al Absoluto. “No es la represión como tampoco la
divinización de la sexualidad, sino su humanización lo que conduce a la
comunión y participación divina”46.

46
T. Mifsud, Moral de Discernimiento III; Una Reivindicación ética de la Sexualidad.
Santiago de Chile, 2002. Ed. San Pablo, pág. 56.c
22

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