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7 dolores de María

Día 4 “El camino de la amargura”

Inicio: Señal de la Cruz: Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros


enemigos, líbranos Señor Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo
y del Espíritu Santo. Amén.

Oración de inicio para todos los días: Virgen Maria, la llena de


gracia colmada con tantas virtudes, amiga cuando sonrío y más aún
cuando lloro; en este caminar meditando los dolores que viviste, permite
que mi corazón cuide el tuyo. Madre nuestra, serena y silenciosa, fiel
compañera con tus hijos en momentos de alegría y en momentos de
dolor, hoy, quiero acompañarte de manera fiel en tu dolor, déjame cuidarte madre mía, déjame
consolarte y acompañarte en tus dolores. Permíteme honrar mi hogar haciendo lo que Jesús dijo
desde la cruz: "madre ahí tienes a tu hijo", "hijo ahí tienes a tu Madre”, que bueno es recibirte en
mi hogar, para con amor y ternura aceptar juntas la voluntad de Dios y dar gracia por la
salvación entregada por medio de Jesús. Amén

Acto de contrición: Señor mío, Jesucristo, me arrepiento profundamente de todos mis pecados.
Humildemente suplico tu perdón y por medio de tu gracia concédeme ser verdaderamente
merecedor de tu amor, por los méritos de tu Pasión y Muerte y por los dolores de tu Madre
santísima. Amén

Meditación:
El camino de la amargura, es la escena que contemplamos en el misterio de los Afligidos, la cercanía
de la Virgen que comparte la pasión del Señor; vemos a María como la Madre Buena y Fiel que
constantemente renovó su Fiat, el sí que pronunció en Nazaret, que fue renovado día a día y de
forma especial en los momentos de prueba y dificultad. Junto al Hijo, fruto bendito de su vientre,
María colaboró de forma única y admirable en el misterio de nuestra Redención.
La historia nos dice que fueron aproximadamente entre 600 y 800 metros el recorrido que hizo
Jesús al Gólgota, cargando la cruz; no fue largo el camino, pero estamos seguros, que para María,
fue un dolor interminable.
En la pasión que Jesús vive, su Madre acompaña, quizá a distancia prudente, respetando la voluntad
del Padre, pero con mirada tan profunda que de seguro acaricio el alma de Jesús en ese caminar…
ella, fiel a su fe, en ese momento (quizá) recordó las palabras del Profeta Isaías: “Tomó sobre sí
nuestros pecados y cargó con nuestros dolores... en sus heridas hemos sido curados” (Is 53,4-5)
Este dolor que hoy reflexionamos, aunque no está plasmado como testimonio en los evangelios, es
una escena que todos sabemos que existió; es más, claramente podríamos asociarla al momento que
nos presenta el evangelio de Lucas cuando dice: “Lo seguía muchísima gente, especialmente
mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
«Hijas de Jerusalén, no lloren por mí. Lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos.»” (Lc 3,
27-28) asumimos que las mujeres lo conocen, lo ven en esas condiciones, lo acompañan en su
Calvario y expresan su sentir en llanto, en dolor, y entre esas mujeres, Maria, su madre, fiel
compañera.
Me imagino a Maria, llorando sin poder secarse las lágrimas, pues en ese momento deseaba más
cuidar de Jesús más que de ella misma.
Cuántos pensamientos habrán pasado por su mente… cuantas veces habrá intentado irrumpir en el
camino y tomar ella misma la cruz, cuanta amargura e impotencia, de ver desprotegido su más
preciado tesoro, el niño de sus ojos; cuántos recuerdos de ese niño pequeñito que corría a sus brazos
buscando su amor de madre, y ahora, ese niño ya crecido, se apartaba y de tan brutal manera, pues
ahora es Él quien abre sus brazos para albergar a toda la humanidad…
Sus corazones están ligados de manera eterna, la alegría de Jesús es también alegría para ella, y la
tristeza, el dolor de Jesús es también dolor en ella… En el evangelio de Juan, logramos ver esta
unión reflejada, podríamos decir que Jesús al sentirse tan unido a su madre, al sentir ese palpitar
acelerado de su corazón impotente, al sentir ese lamento profundo al mirarlo padecer, es que intenta
consolarla al decirle “Mujer, ahí tienes a tu hijo”,(Jn 19,26) como la expresión de un hijo afligido por
el desconsuelo de su madre, dándole aliento, fortaleza, un pilar en donde asentar todo ese amor que
ahora se siente dolido… y no simplemente eso, Jesús conoce el plan de Dios, sabe que ella también
será de fortaleza para los hombres, es por eso que lo expresa y lo deja asentado al mirar al discípulo
y decirle “ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27) como marcando su propia figura en el discípulo y en
todos nosotros…
El amor de Maria, la firmeza de aceptar la voluntad de Dios en su vida y en la de su hijo, es para
nosotros quizá, una de las mayores enseñanzas para meditar y guardar en nuestro corazón. Miremos
este dolor como signo de conversión en nuestro corazón, sabiendo que ante las aflicciones y dolores
tenemos a nuestra madre mirándonos con amor y ternura, y que ella nos tiene a nosotros para
unirnos a ella y a su hijo en cada Ave Maria.

Rezo: Letanías a los 7 dolores de María

Canción: https://youtu.be/RBQJeG84nbo?si=8ufcetf5qocfSuA8

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