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Revista de Psicología, Vol.

21, Nº 1, junio 2012

Análisis del Discurso y Psicología:


A veinte años de la revolución discursiva1
Discourse Analysis and Psychology:
Twenty Years after Discursive Revolution

Vicente Sisto Campos2

Resumen

Hace veinte años la American Behavioral Scientist dedicó un


número especial a la Segunda Revolución Cognitiva: la Revolución
Discursiva. El presente artículo revisa las principales ideas que origi-
naron esta perspectiva, especialmente a Potter y Wetherell (1987) y
Edwards y Potter (1992), que hasta hoy tienen gran impacto en los
nuevos desarrollos de la Psicología, particularmente de la Psicología
Social. Se muestra cómo el énfasis inicial puesto en los discursos como
entidades coherentes se desplaza a la consideración de estos como ac-
ciones responsivas y con un carácter retórico, situando a los discursos
como prácticas propiamente tales. Finalmente, se describe cómo la
perspectiva discursiva en los actuales debates postconstruccionistas
está caracterizando el devenir de las ciencias sociales contemporáneas.

Palabras clave: Psicología Discursiva, discurso, Teoría Social, sociocons-


truccionismo, postconstruccionismo.

Abstract

Twenty years ago, the American Behavioral Scientist pre-


sented a special issue dedicated to the Second Cognitive Revolution:
Discursive Revolution. This paper reviews the principal ideas that
gave rise to this perspective, especially Potter and Wetherell (1987)

1 Este artículo ha sido apoyado por FONDECYT a través del proyecto 1121112.
2 Académico Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Viña del Mar,
Chile. E-mail: vicente.sisto@ucv.cl

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and Edwards and Potter (1992), who even today have great impact in
new developments in psychology, particularly social psychology. It is
shown how the initial emphasis on discourses as coherent entities is
displaced to the notions of responsive actions and rhetorical character,
placing discourses as practices. Finally, this work describes how the
discursive perspective has a role in current post social constructionist
debate, giving a special quality to social sciences’ becoming.

Key words: Discursive Psychology, discourse, Social Theory, social cons-


tructionism, postconstructionism.

Hace veinte años la prestigiosa revista American Behavioral


Scientist, dedicó un número especial a “La Segunda Revolución Cognitiva”.
En la editorial, Rom Harré escribió: “la primera fue públicamente iniciada
en Harvard en los 1960s por J. S. Bruner y George Miller” (1992, p. 5),
e implicó un “alejamiento desde el conductismo hacia el estudio de la
cognición” (1992, p. 5). “Sin embargo –agrega–, una segunda revolución
cognitiva está tomando lugar silenciosamente, y se extiende ampliamente
fuera de los límites disciplinarios de la Psicología” (1992, p. 6). Según
describe, durante los años previos, muchas investigaciones, desde diversos
campos, coincidieron en remitir lo cognitivo a “procesos simbólicos,
realizados de acuerdo a ciertas reglas, de las cuales el uso del lenguaje es
la más poderosa y más sutil” (Harré, 1992, p. 6). La conclusión es clara:
“por supuesto, hay procesos cognitivos, pero éstos son inmanentes a las
prácticas discursivas que están justo frente a nuestras narices” (1992, p.
6). Por lo cual, lo cognitivo finalmente resulta una expresión de unos
procesos más complejos, de carácter social, llamados discursivos. Es así
que la “segunda revolución cognitiva” será la revolución discursiva. Cabe
destacar que este 2012, no solo se cumplen veinte años de la edición de
este número especial en el cual emerge esta nominación, sino que también
veinte años de la publicación del libro Discoursive Psychology de Derek
Edwards y Jonathan Potter, en el cual se acuña el término de Psicología
Discursiva, y veinticinco años de la publicación del emblemático Discourse

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and Social Psychology, Beyond Attitudes and Behaviour de Jonathan Potter y


Margaret Wetherell. Ambos textos son representativos de una perspectiva
originada en Inglaterra, y, si bien habrá otros desarrollos que traerán la
noción de discurso a la Psicología, esta será la que tendrá un impacto más
visible bajo la etiqueta de Psicología Discursiva.
Si bien algunos autores del campo de las ciencias sociales han
señalado que desde hace tiempo el giro discursivo “ya ha sido tomado”
(Denzin & Lincoln, 2003, p. 4), en psicología aún es una visión que
sigue disputando el campo disciplinar con las perspectivas funcionalistas
y cognitivas. En este contexto, el presente artículo se orienta a abordar
esta revolución discursiva a través de la revisión de algunos textos
emblemáticos publicados en la emergencia del movimiento discursivo en
psicología, poniendo especial interés en estos dos libros. Considerando que
los límites propios de un artículo no permiten una revisión exhaustiva, se
profundizará fundamentalmente en cómo los planteamientos discursivos
proponen nuevos modos de comprender lo psicológico como discurso y
como acción social. He aquí quizás el aporte fundamental realizado por
esta perspectiva al estudio y a la investigación en psicología, concretado
en una serie de herramientas empíricas que permiten el estudio de esta
relación.
Para comenzar, abordaremos al Socioconstruccionismo, línea de
pensamiento en la cual se va a inscribir el Discursivismo, para luego foca-
lizarse en el surgimiento de esta perspectiva, calificada como revolucionaria
en psicología.

El Socioconstruccionismo

Este movimiento surge a finales de la década de los sesenta, en el


marco de la creciente expansión del estructuralismo y, posteriormente, del
postestructuralismo, influido amplia y explícitamente por el denominado
giro lingüístico y la filosofía del lenguaje de segunda mitad del siglo XX,
encarnada por Wittgenstein. De acuerdo al Socioconstruccionismo, o
Construccionismo Social, el conocimiento no está en la mente de los

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individuos, las palabras no son reflejo de la mente, ni de una naturaleza


preexistente:
La fuente principal de las palabras que utilizamos sobre el mundo
radica en la relación social. Desde este ángulo lo que llamamos
conocimiento no es el producto de mentes individuales, sino
del intercambio social; no es el fruto de la individualidad sino el
de la interdependencia (Gergen, 1989, p. 169).
Estos procesos sociales que constituyen a la realidad toman
el carácter de procesos históricos, y se concretizan en discursos acerca
de la realidad (Gergen, 1989). En efecto, el lenguaje, en tanto sentidos
socialmente compartidos, construye realidades, y cambia junto con las
relaciones sociales.
Su efecto principal sobre la práctica en las ciencias sociales se
orienta como crítica a la utilización de los métodos de las ciencias naturales
en la investigación social. Los procesos sociales tal cual son descritos por
el socioconstruccionismo tienen características ante las cuales las reglas del
método científico y los laboratorios sociales son impotentes, incapaces de
abarcar. Por ello, el construccionismo social demanda situar la mirada en
los procesos sociales que otorgan sentido y existencia a la realidad, y esto
“no radica EN las personas, ni tampoco FUERA de ellas, sino que se ubica
precisamente ENTRE las personas, es decir, en el espacio de significados del
que participan o que construyen conjuntamente” (Ibáñez, 1989, p. 119).
Para ello se requieren métodos capaces de dar cuenta de esta complejidad
intersubjetiva, métodos liberados de la necesidad de ajustarse al método
científico experimental propio de las ciencias naturales que ha dominado a
la psicología social, como psicología social experimental.
El socioconstruccionismo, en tanto perspectiva teórica, va a tener
su eco en psicología. Primero, a través de la perspectiva culturalista con
su recuperación de la psicología soviética, especialmente en lo que dice
relación con el problema del desarrollo del niño. La psicología soviética, en
particular la perspectiva de Vygotsky y Leontiev, psicólogos ampliamente
recuperados por la avalancha culturalista, está basada en la noción marxista
de lenguaje, y esto es lo que transforma radicalmente la noción de sujeto

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a la que apunta la psicología culturalista. Sujeto emergente desde sus


contextos histórico-culturales, sujeto individualizado desde lo social.
Desde esta posición, distintos investigadores de la perspectiva culturalista se
aproximarán o formarán parte del movimiento socioconstruccionista (por
ejemplo, Shotter, 1978). Sin embargo, la mayoría de los autodenominados
psicólogos culturalistas, hasta el día de hoy, reducen su ámbito de acción al
desarrollo psicológico del niño.
Va a ser la introducción del análisis del discurso a la investigación
en psicología social la que traerá consigo el desarrollo de una de las
respuestas más consistentes desde una perspectiva socioconstruccionista a
la Psicología Cognitiva: la Psicología Discursiva.

Antecedentes del Análisis del Discurso

El análisis del discurso es traído a la psicología social desde la


lingüística y la pragmática a partir del reconocimiento de la importancia del
lenguaje en la vida social. Su advenimiento significa no solo la incorporación
de una herramienta metodológica más en el amplio repertorio de métodos
cualitativos de la psicología social, sino también la introducción de una
perspectiva teórica que se funda en la noción de que “el lenguaje ordena
nuestras percepciones y hace que las cosas sucedan, mostrando cómo el
lenguaje puede ser usado para construir y crear la interacción social y
diversos mundos sociales” (Potter & Wetherell, 1987, p. 1).
En un sentido amplio, la noción de discurso es usada para tratar
todos los tipos de interacciones lingüísticas, sean habladas o en la forma
de textos escritos, de carácter formal e informal; de modo que el análisis
del discurso se constituiría entonces como el análisis de cualquier tipo de
material discursivo (Potter & Wetherell, 1987).
En esta perspectiva, el objetivo con que se plantea la incorporación
del análisis del discurso como herramienta para la psicología social es
“obtener un mejor entendimiento de la vida social y de la interacción social
a través del estudio de textos sociales” (Potter & Wetherell, 1987, p. 3).
El análisis del discurso aplicado a la psicología social tiene sus
raíces en una amplia variedad de teorías literarias, filosóficas, sociológicas

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y lingüísticas. De hecho, dependiendo del autor, las fuentes variarán en


alguna medida. Por ejemplo, Parker (1992) señala al trabajo de Michel
Foucault y de Roland Barthes como algunas de las principales fuentes.
Potter y Wetherell (1987) y Edwards y Potter (1992), por su parte, dan
un mayor énfasis a la teoría de los actos de habla y a la etnometodología.
A pesar de estas diferencias, los diversos autores coinciden en
señalar que es a través del lenguaje que gran parte de nuestras actividades
son realizadas. El habla y la escritura, como plantean Potter y Wetherell
(1987), no existen en la pureza conceptual, sino que son antes que nada
medios para la acción. Por lo anterior no resulta extraño que la perspectiva
chomskiana, dominante en la visión cognitivista, sea rechazada por estos
psicólogos analistas del discurso. Chomsky (1965) pone como objeto de
estudio a la lengua, descrita como estructura profunda, como un código
descontextualizado que solo se expresa en el habla cotidiana, y reside a nivel
individual (en las estructuras neurales), enfatizándose así lo individual por
sobre lo social. El discurso, en cambio, vive en la arena de la práctica social,
y siendo la práctica cotidiana del lenguaje siempre una práctica orientada
hacia un otro, no puede ser desechada su existencia social.
He ahí que se reconoce la influencia de la teoría de los actos de habla
de Austin (1982) y Searle (1965), la que se focaliza en cómo el lenguaje
es usado cotidianamente como una forma de acción, considerándosele
como la iniciación de la pragmática moderna. Se funda en la noción de
que el lenguaje no solo permite describir el mundo, sino que hace cosas,
poniendo su énfasis en las consecuencias del uso del lenguaje.
Por su parte, la investigación etnometodológica, desarrollada como
disciplina empírica, centrada en cómo adquiere sentido la vida cotidiana,
se constituirá en otro de los referentes esenciales. Estos investigadores
consideran que la interacción no es un fenómeno que siga órdenes
predeterminados, más bien los sujetos la producen activamente. En esto el
lenguaje juega un rol fundamental, ya que las descripciones y explicaciones
formulan la naturaleza de la acción y de la situación. Tal como lo plantea
Garfinkel (en Heritage, 1984), las actividades por medio de las cuales los
miembros producen y manejan las situaciones de las actividades cotidianas
organizadas son idénticas a los métodos que utilizan para hacer explicables

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esos contextos; es esto lo que los etnometodólogos llaman la propiedad


reflexiva del lenguaje.
Desde esta perspectiva, se extrae la noción que el lenguaje
no solo es reproducido, sino que también es producido en el habla
cotidiana, construyendo las situaciones concretas y la acción misma. Estas
interacciones, además, siempre están envueltas en el trabajo interpretativo
que realizan sus participantes, los que utilizan el conocimiento de contexto
que poseen. Se rescata, también, que el habla hace cosas, poniendo énfasis
en la función de las interacciones lingüísticas.
La otra disciplina de la que los analistas del discurso reconocen
herencia es la semiología postestructuralista francesa, en especial la
semiótica connotativa propuesta por el danés Hjemslev y continuada
por Barthes a través de su noción de mito. Al significado convencional
de cada signo, limitado por el código de la lengua que hace posible la
comunicación, llamado plano denotativo del signo, le corresponde un
nivel más complejo de significación, denominado connotativo, que se
constituye por el contexto psicológico y social del signo en su uso concreto
(Barthes, 1970). Es en este plano que Barthes (Barthes, 1988) señala
que los significados no son naturales, sino que están dominados por las
convenciones sociales concretas de una determinada comunidad. Es a
esto a lo que denomina mito, resultando esta una idea fundamental para
la comprensión discursiva (Potter & Wetherell, 1987). Finalmente, cabe
destacar la influencia de Foucault (1983) mediante su noción de discurso
como conjunto de reglas no explícitas que fijan las posibilidades en que
puede ser algo dicho, creando así determinados objetos y no otros.

El discurso

A partir de estos antecedentes, Potter y Wetherell (1987)


propondrán abordar al discurso a través de tres dimensiones relevantes:
función, construcción y variación.
Tomando la noción que los discursos son usados para hacer cosas,
los discursos deben ser vistos desde el punto de la función que tienen.
Pero estas funciones no siempre son explícitas, por ello será la lectura de

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contexto que realice el analista la que determinará la función específica de


tal o cual discurso.
El discurso construye versiones sobre el mundo. Según Potter y
Wetherell (1987), la función implica la construcción de versiones y esto
está demostrado por la variación del lenguaje. La construcción de los
eventos de los que se da cuenta a través del lenguaje siempre pasa por el uso
de los recursos lingüísticos preexistentes en el lenguaje mismo, y el uso de
los recursos incluidos en el dar cuenta de eventos siempre está determinado
por un proceso de selección activa que se lleva a cabo al momento de
construir la versión a través del lenguaje. A lo anterior es necesario agregar
que la interacción social adquiere como una de sus formas primordiales el
dar cuenta de eventos, concebidos como una realidad más allá de la misma
interacción, por lo que el habla cotidiana, en tanto orientada a dar cuenta de
eventos, puede ser concebida como una potente constructora de realidad,
y esta cualidad emerge no de una intención premeditada por la persona
hablante, sino de la necesidad de dar sentido a los fenómenos y al hecho
de estar sumergida en la actividad social cotidiana de construir versiones
coherentes como justificaciones (Billig, 1987; Potter & Wetherell, 1987).
Por último, la variación como característica del discurso emerge
de la observación del habla cotidiana y hace referencia a que el lenguaje
cambia constantemente de funciones, en relación a las transformaciones
de sus contextos. De modo que con el concepto de variación se quiere
proponer que el lenguaje puede ser usado con una gran variedad de
funciones y que su uso implica una amplia variedad de consecuencias; un
mismo fenómeno puede ser descrito de una gran variedad de maneras,
posibilitando dar cuenta de distintas versiones de un fenómeno. Así, la
perspectiva del análisis del discurso asume al lenguaje como una entidad
variable y relacionada a sus contextos, a diferencia de la perspectiva más
realista, representacionista, del lenguaje tal como fue asumido por el
cognitivismo, que da mayor énfasis a la consistencia como signo de validez.
Desde el análisis del discurso se concibe que las personas siempre
construyen a través del lenguaje versiones y eventos, modifican su
despliegue discursivo de acuerdo a los contextos en que este es elaborado
como consecuencia de la necesidad de desarrollar un amplio rango

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de actividades en su habla, con el fin de lograr diversos efectos, o una


coherencia argumentativa en el dar cuenta.
A partir de lo anterior, los analistas del discurso dejan de lado la
comprensión del lenguaje desde una perspectiva realista representacionista,
cobrando así el discurso derecho propio a ser analizado como una entidad
autónoma, transformándose en un tópico central para el análisis de los
procesos de interacción social, reenfocándose una gran cantidad de
problemas propios de la psicología social clásica.

El Análisis del Discurso

Los discursos existen en tanto pedazos de discursos repartidos en


textos (Parker, 1992). Los textos son tejidos delimitados de significados
reproducidos de cualquier forma que puedan dar una luz interpretativa.
Estos son del más distinto tipo: entrevistas, noticias, fotografías,
conversaciones, entre otros (Potter, 1998; Potter & Wetherell, 1987). Es
la traslación de este texto a un soporte escrito o hablado lo que permite
visualizar ese discurso, es decir donde la categoría de discurso se vuelve más
apropiada (Parker, 1992).
Estos textos, traducidos a soporte escrito o hablado, son
entendidos no como caminos secundarios para abordar alguna cosa más
allá del texto, como podrían ser actitudes, procesos cognitivos o hechos.
El texto es tratado como “una realidad en su propio derecho” (Potter &
Wetherell, 1987, p. 160), de modo que a este enfoque le importa el habla
y la escritura en sí misma, y cómo en ella son constituidos objetos y sujetos.
Así la pregunta de investigación que guía al analista de discurso
dice relación con la construcción que realiza el discurso y la función que
este tiene: cómo está articulado el discurso y qué es obtenido a través de
esta construcción (Potter & Wetherell, 1987).
No es nuestra intención describir las etapas de análisis de discurso
tal cual ya han sido planteadas en distintos textos (Edwards & Potter,
1992; Iñiguez & Antaki, 1994; Parker, 1992; Potter & Wetherell, 1987,
entre otros). Sin embargo, detengámonos en un proceso definido como

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central en el análisis de discurso: el cómo a partir de textos son extraídos


discursos.
Si lo que se encuentra son textos, trozos de discurso, una tarea
crítica en el análisis es obtener, a partir de esos textos, discursos propiamente
tales. Para ello, Potter y Wetherell (1987) proponen la noción de repertorios
interpretativos. Estos son definidos como:
sistemas de términos usados recurrentemente para caracterizar y
evaluar acciones, eventos y otros fenómenos. Un repertorio, como
los repertorios empiricistas y contingentes, son usados a través
de un rango limitado de términos en construcciones estilísticas y
gramáticas particulares. Con frecuencia un repertorio se organizará
alrededor de metáforas y otras figuras del habla (p. 149).
El material de trabajo siempre son textos, o pasajes del discurso,
fragmentados y muchas veces contradictorios. Para establecer los
repertorios interpretativos que se despliegan en cada uno de estos pasajes se
realizan dos tipos de tareas interrelacionadas: la primera consiste en buscar
patrones de variabilidad y de consistencia, y la segunda tiene que ver con
la descripción de sus funciones y consecuencias.
La variabilidad hace referencia a cómo mismas acciones, eventos o
creencias, son descritos mediante el discurso, en distintas circunstancias de
modos distintos. Por ello la consistencia no tiene relación con la descripción
de un mundo coherente, sino más bien con el ajuste de los discursos a
diferentes contextos. Es decir, el habla puede dar cuenta de un mismo
objeto de modos diversos (variabilidad), construyéndolo distintamente
según la circunstancia (consistencia). En estos patrones de consistencia
entre los modos de dar cuenta y las circunstancias de enunciación se
constituyen los repertorios interpretativos como un sistema de términos
recurrentemente usados con una particular construcción estilística y
gramática. Así la variabilidad está entre distintos textos correspondientes
a distintos repertorios interpretativos, no al interior de cada repertorio
interpretativo.
A la vez, tal como queda de manifiesto en las investigaciones en
torno al racismo realizadas por Wetherell y Potter (1992), los repertorios

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interpretativos quedan relacionados con las circunstancias ante las cuales


aparecen, dando cuenta de eventos, creencias o acciones, adquiriendo una
estructura de tipo argumentativo. Es decir, diferentes temas, metáforas o
términos, pueden ser invocados desde el repertorio según su conveniencia
o ajuste a un contexto inmediato (Potter, Wetherell, Gill & Edwards,
1990). Así, los discursos emergen construyendo a los objetos de los que
dan cuenta de modos diferentes según la circunstancia, adquiriendo la
dirección de una explicación dirigida a ese contexto específico.
A partir de la identificación de los repertorios interpretativos
que aparecen en el texto analizado, se hipotetiza la función que cada uno
tendría en el contexto ante el cual son usados recurrentemente. “El análisis
debe mostrarnos cómo el discurso se articula y encaja junto, y cómo la
estructura discursiva produce efectos y funciones” (Potter & Wetherell,
1987, p. 170).
Parker, en Discourse Dynamics (1992), definirá discurso como un
sistema coherente de significados. Según este autor, cuando las metáforas,
analogías y dibujos de un discurso son transformados en declaraciones
de la realidad, el discurso se transforma en cualquier sistema reglado de
declaraciones. En efecto, las declaraciones en un discurso pueden ser
agrupadas, dando una cierta coherencia, siempre que se refieran al mismo
tópico. Siguiendo la perspectiva realista crítica de Bashkar, Parker propone
que, a partir de esta operación se puede considerar el rango del discurso
entre los que podrían resultar beneficiados en el discurso y los oprimidos
del discurso, abordando los efectos de poder.
Sin profundizar en la propuesta de Parker, podemos apreciar que
coincide con la de Potter y Wetherell. Ambas dan cuenta de un proceso
que, a partir de textualidades fragmentarias, debe “dar coherencia a un
cuerpo discursivo” (Potter & Wetherell, 1987, p. 170). De hecho, para
estos últimos, la coherencia en el discurso permite la validación del análisis
(Potter & Wetherell, 1987). Esta operación constructiva de coherencias,
según los autores, no puede quedar fuera del análisis. Por ello la reflexividad
se convierte en condición para esta investigación. “Cuando los analistas de
discurso leen textos continuamente ponen entre comillas lo que leen, se
preguntan ¿por qué fue dicho esto?, y no qué, ¿por qué estas palabras? y

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¿dónde caben las connotaciones de esas palabras en diferentes modos de


hablar sobre el mundo?” (Parker, 1992, pp. 3-4). Potter y Wetherell (1987)
lo explican así “el analista constantemente se pregunta: ¿Por qué yo estoy
leyendo este pasaje de esta manera? ¿Qué características y efectos produce
esta lectura?” (p. 168). Incluso, Potter y Wetherell (1987), plantean,
como criterio de validez, la orientación de los participantes, proponiendo
corroborar en la misma entrevista, a través de los turnos de habla, las lecturas
analíticas, mediante un proceso reflexivo conjunto que dé cuenta de lo que
para ellos constituye la consistencia y la diferencia. Esto, sin embargo, no
será profundizado directamente al menos por estos autores en trabajos
posteriores.
He aquí que emerge el análisis del discurso como una alternativa a
los métodos tradicionales en psicología social, como son la categorización
de comportamientos, la medición de variables y los diversos intentos de
desarrollar modelos predictivos del comportamiento humano. Estas pers-
pectivas son criticadas, en tanto las categorías que usamos para describir
un objeto no son reflejo de sus cualidades intrínsecas y predefinidas; al
contrario, son estas categorías las que traen el objeto a existencia, efecti-
vamente son las categorías de análisis las que determinan los resultados, y
no a la inversa.

Del análisis de discurso a la Psicología Discursiva

La emergencia del análisis del discurso como herramienta meto-


dológica no se limitó a la simple aportación de un medio más para la
investigación en psicología social. Su introducción se transformó también
en el nacimiento de una nueva perspectiva psicológica que para algunos
será una nueva revolución en la psicología, como lo fue en su momento la
revolución cognitiva (Edwards, 1997; Harré, 1992; Harré & Gillet, 1994;
Shotter, 2001). Si bien existen diversas perspectivas que coinciden en cen-
trar las explicaciones de los fenómenos psicológicos en torno al concepto
de significación y a los procesos por los cuales los significados son creados,
negociados y usados al interior de una comunidad, con la incorporación

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del análisis del discurso, estas encontraron su punto de anclaje en el con-


cepto de discurso, constituyéndose así una psicología discursiva propiamente
tal, nominación que será título de la obra de Edwards y Potter (1992) y
que será difundida originalmente desde el grupo alojado en la Universidad
de Lougborough.
Según Potter (1998), la psicología discursiva se orienta a descubrir
cómo son construidos los eventos, poniendo su foco
en la interacción cotidiana, en el habla y discurso, en las activi-
dades que la gente realiza cuando dan sentido al mundo social y
a los recursos (sistemas de categorías, vocabularios, nociones de
personas, etc.) de los cuales dependen estas actividades (...) La
psicología discursiva cambia el énfasis desde la naturaleza de lo
estático individual hacia la práctica dinámica de la interacción
(p. 150).
Los discursos son así concebidos como constitutivos de los
fenómenos psicológicos. Con la psicología culturalista, se giró la mirada
hacia el papel fundamental que le cabía al lenguaje en lo psicológico, la
psicología discursiva concretiza esta importancia del lenguaje en la noción
de discurso, el habla y la escritura orientados a la acción (Edwards & Potter,
1992). El lenguaje, entonces, es visto en el contexto de su ocurrencia, como
construcción ocasionada y situada.
De este modo, la psicología discursiva aparece presentándose
como una reconceptualización teórica radical que abarcará los conceptos
de sujeto, subjetivación, construcción de objeto y de realidad, y demás
fenómenos intersubjetivos. Diversas investigaciones bajo esta perspectiva
han permitido abordar los problemas habituales de la psicología en los
diversos campos: memoria (Edwards, 1997; Middleton & Edwards,
1990), emoción (Edwards, 1997), prejuicio (Potter & Wetherell, 1987;
Wetherell & Potter 1992), psicopatología e identidad (Shotter & Gergen,
1989). Una característica central de la psicología discursiva será que
esta trata tanto con la realidad externa, como con la psicológica, como
referidas a acciones discursivas, abiertas a la capacidad constructiva de las
descripciones e implicaciones de estas acciones discursivas (Edwards &
Parker, 1992).

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Para la Psicología Discursiva los sujetos se construyen en las ac-


tividades discursivas: “Un sujeto, un sentido del ser, es una constitución
localizada al interior de la esfera expresiva, la cual encuentra su voz a través
de grupos de atributos y responsabilidades asignadas a él como a una varie-
dad de otros objetos” (Parker, 1992 p. 9); es por ello que se enfatiza que el
discurso interpela a los sujetos constituyéndolos de determinadas maneras
y que, como sujetos, no podemos evitar las percepciones de nosotros mis-
mos y de los otros a las que el discurso nos invita.
Si el discurso es utilizado variablemente y en consistencia a las
circunstancias, entonces el sí mismo y la identidad son visualizadas como
versiones construidas factualmente, calzando con las actividades prácticas
e interacciones de la gente (Edwards & Potter, 1992).
De lo anterior se desprende que el sujeto no resulta concebido
como una producción individual, sino más bien social, variable y moldeable
contextualmente, enfrentando las principales tradiciones en psicología que
han abordado el problema de la identidad y de la subjetividad como una
entidad individualizada y estable, como por ejemplo las teorías clásicas de
la personalidad. Si son los discursos los que producen sujetos, entonces el
sujeto no puede ser concebido como una mónada individualizada estable
y permanente, “no existe ‘un’ verdadero self esperando ser descubierto,
sí una multitud de seres encontrados en los diferentes tipos de prácticas
lingüísticas” (Potter & Wetherell, 1987, p. 102) articuladas ahora, en el
pasado, histórica y transculturalmente.
La psicología discursiva se ha empeñado en el estudio de cómo
particulares versiones del ser y del otro son usadas y estabilizadas en
coherencia con una particular versión de los eventos, del mundo, como
recurso para determinadas acciones (Edwards & Potter, 1992). En este
sentido, los distintos modelos psicológicos de sujeto son vistos como una
construcción teórica localizada históricamente. Al depender de ciertos
tipos de prácticas sociales son inevitablemente contingentes al contexto
cultural e histórico inmediato al desarrollo del modelo.
El sujeto es, entonces, producido en el discurso, entendido como
una práctica dirigida. Así, de la presión para dar cuenta de sí y hacerse

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inteligible a los otros mediante el discurso emergería el sujeto, implicado en


la práctica social discursiva (Potter & Wetherell, 1987). Desde este punto
de vista, en que es el discurso el que da cuerpo permitiendo la emergencia
de un sujeto, la matriz gramática del lenguaje y su uso cotidiano toman
relevancia para un análisis discursivo de la constitución del sujeto.

Sujetados al discurso como acción

Parker (1992) especifica que cuando abordamos un discurso de-


terminado, la construcción de sujetos debe ser enfocada observando, por
una parte, al que dirige nuestra atención (addressor) no tanto como autor
que ha originado el texto, sino como cobrando existencia en él; y, por
otra parte, a aquel al que se dirige el texto, incluyendo qué rol optamos
como escuchas de él. Distinguido esto, debe describirse cómo los sujetos
referidos somos posicionados como sujetos en el flujo discursivo, qué nos
permite decir, qué derechos tenemos para decir qué cosas, en tanto sujetos
constituidos en un determinado discurso.
Así, el sujeto de la psicología discursiva resulta visualizado como
un flujo determinándose en las prácticas sociales discursivas, el discurso
articula al sujeto como parte de la direccionalidad de tipo argumentativa
y retórica que caracteriza a las prácticas discursivas cotidianas. El sujeto
viene determinado como una práctica argumentativa que intenta alcanzar
consistencia con su circunstancia de emisión.
Los discursos varían, utilizándose distintos repertorios interpreta-
tivos en cada situación, por tanto, el sujeto varía, como una construcción
dependiente de estos repertorios interpretativos, o discursos que constitu-
yen a las prácticas sociales cotidianas.
Al respecto, Potter y Wetherell (1987), señalan que el reconoci-
miento de la subjetividad, como parte de cada uno de los distintos discur-
sos que se entrecruzan en las prácticas lingüísticas concretas, ayudaría a la
emancipación de la necesidad de un modelo rígido y estable, independien-
te de las circunstancias del “yo”.
Los sujetos son sujetos hablantes, lo definitorio de sus características
vendrá dado por su práctica cotidiana de hablar y dar cuenta de hechos y de sí

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile

mismo como fuente de descripciones y argumentos. Los discursos en los cuales


su práctica lingüística se desarrolla determinarán sus características propias, en
tanto construcciones variables de acuerdo a las circunstancias, que determinan
la aparición de los discursos. De esta manera, los sujetos resultan construidos
en el discurso, en cómo, en su ajuste de tipo retórico a las circunstancias, surge
el hablante o el escucha, constituyéndose el sujeto en el uso del discurso.
En efecto, la variabilidad pone a los discursos en una relación
constitutiva con sus contextos, permitiendo a la psicología discursiva ver
al discurso en su despliegue cotidiano en el habla y la escritura, y al sujeto
emergiendo en ese despliegue.
El habla despliega el cómo la gente define y persigue cada tópico,
cómo ellos mismos, los hablantes, son desplegados y resueltos,
cómo ellos son argumentados, demandados y evitados, y cómo
ellos son formulados al interior de actividades conversacionales,
cada una de las cuales asigna, evita o mitiga responsabilidades o
culpas (Edwards & Potter, 1992, p. 16).
He aquí que los discursos son puestos en acción.
Las descripciones que realizan los participantes de la acción discur-
siva quedan referidas y son juzgadas no persiguiendo desinteresadamente
la verdad, sino por las contingencias de la acción práctica. “Puesto de otro
modo, las epistemologías de nuestro discurso cotidiano son organizadas
según la adecuación o utilidad más que por su validez y corrección” (Ed-
wards & Potter, 1992, p. 16).
Es a partir de las construcciones discursivas en la vida cotidiana
que la realidad es construida como tal, y en la que los hablantes son des-
plegados de un cierto modo, determinándose así percepción, inferencias y
otros procesos psicológicos.
Por ello la psicología discursiva quedará referida a la organización
de la vida cotidiana, entendida como una organización de tipo retórico
argumentativo que determinará la variabilidad discursiva.

Un modelo de acción discursiva

En el libro Discoursive Psychology (Edwards & Potter, 1992), se propone


un modelo como base para la psicología discursiva: el Discoursive Action

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Análisis del Discurso y Psicología: A veinte años de la revolución discursiva

Model (DAM), o modelo de acción discursiva. Este intenta capturar las


principales características que adquiere el discurso contemplado en su
despliegue en las prácticas discursivas que realizan las personas. En este se
remarcan tres dimensiones (1992, p. 154):
a. El Discurso como Acción
1. El foco está en la acción, no en la cognición.
2. El recuerdo y las atribuciones devienen operacionalmente en
tanto reportes (y descripciones, formulaciones, versiones y otras
formas de dar cuenta) e inferencias que estos posibilitan.
3. Los reportes están situados en secuencias de actividad cada
una de las cuales envuelve implicaciones de culpa, rechazo y
defensa.
b. La Construcción de Hechos e Intereses
1. Existe un dilema de intereses o posiciones las cuales con
frecuencia son administradas realizando atribuciones a través de
los reportes.
2. Los reportes son por lo tanto construidos/desplegados como
factuales a través de una variedad de técnicas discursivas.
3. Los reportes son organizados retóricamente para anular alterna-
tivas.
c. La Capacidad de Dar Cuenta
1. Los reportes de un evento atienden a la agencia y a la capacidad
de dar cuenta.
2. Los reportes atienden a la condición de un hablante en la acción
de dar cuenta, incluyéndose esto en el reporte.
3. Los últimos dos puntos están por lo tanto relacionados, así como
el 1 queda desplegado por el 2, y el 2 es desplegado por el 1.
Tal como se puede apreciar, este modelo nos orienta a visualizar las
descripciones, narraciones y otras textualidades, con las cuales continua-
mente trabaja la psicología, como formas de acción en sí mismas, que están
situadas en secuencias de actividades. Los hechos reportados, por lo tanto,
debemos comprenderlos no como representaciones, sino que en relación a
lo que hacen y sus efectos, por lo que deben ser analizadas en función de
qué permiten y justifican, y qué otras posibilidades y versiones alternativas

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile

anula. A la vez, estos reportes textuales, descripciones, narraciones, dan


cuenta de posiciones de sujeto, construyéndolas. El hablante mismo emer-
ge en su propio reporte como agente, habilitado a ciertas formas de acción
y posibilitado como narrador con una capacidad de dar cuenta de ciertas
cosas y de un cierto modo.
Este modelo intenta sintetizar el enfoque con el que la psicología
discursiva aborda los principales problemas propios de la psicología
cognitivista. Efectivamente, el lenguaje es señalado no como representación,
sino como acción. “La psicología discursiva está referida con las prácticas de
las personas: comunicación, interacción, y la organización de esas prácticas
en diferentes tipos de contextos” (Edwards & Potter, 1992, p. 156). Así, el
discursivismo intenta derrotar la reducción individualista de la psicología
cognitiva centrándose en la interacción. Edwards y Potter (1992) son
enfáticos en señalar que las vidas humanas vívidas están compuestas, como
materia primordial, por actividades situadas en un contexto retórico y
discursivo, de justificación y argumentación, que sería el que caracterizaría
y daría cuerpo a la vida social. Por ello, el objeto central de la psicología
discursiva es la naturaleza de la acción discursiva como parte de una
secuencia de actividad retórica en las prácticas cotidianas de justificación,
argumentación, asignación de responsabilidad y culpa.
La vida social, entonces, cobra su existencia en las interacciones dis-
cursivas, en el uso de discursos en secuencias de actividad, cada una de las
cuales envuelve implicaciones de culpa, rechazo y defensa, a través de las
que se administran intereses o posiciones, desplegándose los reportes como
factuales a través de una variedad de técnicas discursivas, y organizados
retóricamente para anular alternativas. Es en el uso de los sistemas dis-
cursivos en la vida social, entendida retóricamente, que los hablantes son
construidos en la acción de dar cuenta y de ser aludidos por el discurso.
La vida social es vista como un debate de tipo retórico realizado a
través de los discursos desplegados en el habla y la escritura. La vida social
es realizada en el despliegue cotidiano de los discursos como estrategias
retóricas, en las cuales los sujetos son construidos en tanto aludidos por el
discurso, de alguna manera, sea como hablante o escucha al cual se dirige.

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Análisis del Discurso y Psicología: A veinte años de la revolución discursiva

Un epílogo veinte años después

Tal como hemos apreciado, la perspectiva discursiva emerge en


psicología ante la insuficiencia de las miradas representacionistas para
dar cuenta de la relación que se establece entre lo cognitivo, de tipo
individual, y lo social, cuestionándose tanto sus fundamentos ontológicos
y epistemológicos, como sus prácticas investigativas. En efecto, el
cognitivismo pudo sustentarse en una concepción según la cual el lenguaje
sería efectivamente un adecuado dispositivo para la representación de la
realidad. Sin embargo, el devenir de las ciencias sociales y, en particular,
del estudio del lenguaje, darán cuenta de su dimensión constructiva, ligada
a las prácticas sociales y dependiente de estas. Tal como señalará Eco en
su Tratado de Semiótica General (1981), los códigos “abstractos”, que
permiten toda producción lingüística, dependen antes que nada del propio
devenir cultural. Es así que, en el contexto del auge socioconstruccionista,
la perspectiva discursiva permitirá abordar de un modo muy concreto
y empírico cómo las categorías, reportes y narraciones, mediante las
cuales damos cuenta de nuestros procesos cognitivos, tienen un carácter
constructivo, constituyéndose en prácticas sociales propiamente tales.
Si consideramos el devenir de la perspectiva discursiva a partir
de los textos citados en este artículo, podremos apreciar una cierta
transformación en la consideración de lo discursivo. Si en Discourse and
Social Psychology de Potter y Wetherell (1987), el énfasis se ponía en la
coherencia del discurso, en Discoursive Psychology, de Edwards, y del
mismo Potter (1992), se produce un desplazamiento significativo hacia
la comprensión de los discursos como prácticas retóricas, enfatizando
el carácter responsivo y situado de las acciones discursivas. El hablar de
acciones o prácticas discursivas, en vez de discurso propiamente tal, supone
una concepción más práctica, situada y heterogénea del discurso. He aquí
que podemos visualizar a la perspectiva discursiva como una mirada en
movimiento, conectándose y participando de los debates contemporáneos
de las ciencias sociales, transformándose continuamente, un movimiento
que no se detendrá en los años siguientes.

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile

Hoy, a veinte años de la revolución discursiva, el debate en


ciencias sociales está fuertemente orientado por las llamadas perspectivas
postconstruccionistas (Íñiguez, 2005). Estas coinciden en rechazar los
llamados “trucos divinos”, tanto del positivismo como del relativismo
estructural. Tal como señaló Haraway (1991), ambas remiten toda
práctica social, finalmente, a una entidad que está ahí y es independiente,
adquiriendo una realidad objetiva, como podrían ser los discursos
entendidos como estructuras coherentes que son reproducidas en el
devenir cotidiano, y cuyas huellas encontramos en diversas producciones
textuales. Por el contrario, las perspectivas postconstruccionistas
desarrollarán y profundizarán la noción de práctica discursiva, mostrando
cómo cada una de ellas es producción a la vez que reproducción, noción
que ha influido incluso en los nuevos debates en investigación cualitativa
(Sisto, 2008).
La noción de performatividad de Butler será fundamental en
este desarrollo. Según ella, el género solo existe en la medida en que es
actuado, posicionándolo en el ámbito de la acción social, en diálogo con
los procesos de cristalización y solidificación emergentes de la reiteración
ritualizada. De modo que lo que a primera vista es sólido y estructural,
resulta un emergente a partir de prácticas reiteradas ritualizadamente,
pero que cobran vida en la acción misma, donde tiene lugar su propia
transformación (Butler, 1990).
En esta misma dirección, la comprensión desarrollada por
Deleuze ha sido inspiradora (Deleuze & Guattari, 1997). Estos autores
dan cuenta de lo social como un proceso múltiple y heterogéneo con
fuerzas orientadas a la territorialización, generando estructuralidad, a la
vez que a la desterritorialización, con lo cual la oposición entre cambio y
estructura se disuelve en un espacio configurado por líneas estructuradas
y de fuga que no llegan a solidificarse. Esta comprensión la podemos ver
con claridad en Nikolas Rose, que, a la hora de pensar los procesos de
subjetivación, acude a la metáfora del pliegue. Según esta noción, el ser
humano no es una entidad con una historia, sino más bien el blanco de una
multiplicidad de tipos de trabajo, pensable más como una latitud o una

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Análisis del Discurso y Psicología: A veinte años de la revolución discursiva

longitud donde se intersectan distintos vectores a velocidades diferentes.


La “interioridad”, que tantos se sienten obligados a diagnosticar, no es la
del sistema psicológico, sino la de una superficie discontinua, una especie
de plegamiento de la exterioridad. Tal como propone Rose (1998), quizás
podamos pensar el poder que los modos de subjetivación tienen sobre los
seres humanos en función de este plegamiento. Los pliegues incorporan
sin totalizar, internalizan sin unificar, reúnen discontinuamente en forma
de dobleces que configuran superficies, espacios, flujos y relaciones.
Finalmente, cabe destacar la influencia actual de la Teoría del Actor
Red, derivada del pensamiento de autores como Bruno Latour y Michell
Callon. Al poner nuestra mirada en la práctica situada, cobran relevancia
los objetos y dispositivos como actores no humanos participando de las
redes de acción discursiva. En este sentido, recientemente Tirado (2011)
ha llamado la atención en torno a la necesidad de centrar nuestros análisis
y estudios en el acontecimiento y en los objetos como actores sociales. Esta
perspectiva establece una horizontalidad entre objetos, discurso y sujetos,
analizando cómo sus entidades se producen en la conexión. Por ello, esta
visión será especialmente crítica al excesivo énfasis que habría puesto la
Psicología Discursiva en el discurso, subordinando el valor de relaciones
tan textualizadas como materiales.
Hoy estamos ante un horizonte nuevo, con nuevos debates,
nuevas concepciones que han resituado la noción de discurso en una red
más compleja de prácticas semióticas y materiales.
En este contexto ¿cabe hablar de una Psicología Discursiva
propiamente tal? En nuestro parecer, en parte sí y en parte no.
En parte sí, pues esta etiqueta efectivamente nomina una mirada
y una práctica que permite abordar los reportes y descripciones, que antes
habían sido tomados como representaciones, como prácticas situadas. Sin
embargo, hemos dicho también que no. Consideramos que la etiqueta
Psicología Discursiva tiene un efecto reificante que, si bien puede ser útil
en tanto permite visibilizar una práctica y una perspectiva en el contexto
del devenir de las comunidades académicas, presenta el riesgo de establecer
límites que pueden ser peligrosos para la propia mirada discursiva. Como

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Revista de Psicología de la Universidad de Chile

puede desprenderse desde el debate postconstruccionista, el valor de la


práctica analítica emergida de la Psicología Discursiva requiere articularse
con otras prácticas analíticas y otras miradas que hoy están llenando el
espacio de las ciencias sociales, las que nos permiten comprender de un
modo más complejo y amplio los procesos de producción y reproducción
social, enfocándonos en las prácticas situadas.
Para finalizar, quisiéramos citar una anécdota ocurrida en el
transcurso de la asignatura Epistemología Psicológica que hace algunos
años impartía la Escuela de Psicología de la Pontifica Universidad Católica
de Valparaíso. Como parte de las actividades docentes, los estudiantes
debían confrontarse en grupos a través de un debate que tenía el formato
de un juicio oral. En uno de estos juicios, un grupo, en representación
de Donna Haraway, acusaba al trabajo de Jonathan Potter como un
trabajo excesivamente centrado en el discurso, dejando de lado las
prácticas situadas en las cuales este se produce. La anécdota refiere a que el
grupo, al cual le correspondía defender a Potter, le escribió directamente,
transcribiéndole la acusación. Prontamente, el académico inglés respondió,
indicando que efectivamente estaba, en parte, de acuerdo con la acusación,
pues la perspectiva discursiva podría caer efectivamente en centrarse en
una dimensión reproductiva, por ello, si bien afirmaba el poder de ella
en el análisis de los procesos sociales, a la vez señalaba la necesidad de
nutrirse con este debate que estaba ocurriendo, reivindicando así el valor
de la perspectiva y, particularmente de las herramientas analíticas, para
este nuevo marco de las ciencias sociales. En efecto, hoy a veinte años de
la revolución discursiva, nuevos debates abren un nuevo horizonte para el
análisis de lo social.

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