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Facultad de Humanidades
Escuela de Historia y Antropología
Sin ellos, el éxito de las plantaciones de caña, café, algodón y tabaco, hubiera
resultado imposible, pues, junto a la incapacidad de trabajo y al colapso
demográfico de los nativos, estaban los remanentes medievales que en los
primeros conquistadores imponían una clara aversión hacia el trabajo productivo.
A partir de 1515 era evidente el cambio de actitud hacia el tipo de negros que
debía llegar a la Española y Cuba, umbrales de la trata negrera en América. La
posibilidad de que los ladinos fuesen moros, herejes, judíos o reconciliados,
infundía a la administración colonial un temor constante de la rebeldía negra. Por
esta razón, y en franca protección a las inversiones que marcaban la transición del
ciclo del oro al agrícola, religiosos, funcionarios y propietarios, solicitaron firme e
insistentemente la importación de trabajadores procedentes directamente de
África.
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El año 1518 marca la entrada masiva de negros llamados despectivamente
bozales, por su procedencia directa de África. Según José Antonio Luciano
Franco, “España carecía de los recursos indispensables para cubrir, en toda su
compleja intensidad, el comercio esclavista africano”. Por esta razón, el rey
Carlos I no vaciló en conceder los primeros privilegios de asientos o licencias a
Laurent de Gouvenot, gobernador de Bresa, para transportar los negros que
reclamaban los colonizadores de Santo Domingo y Cuba. Como se ve, estos
permisos tuvieron un carácter particular, pues nunca fueron concedidos
abiertamente, sino de manera privativa y controlados directamente por Sevilla. En
este comercio de gentes oficializado por España, portugueses y alemanes tuvieron
una importante participación por la vía del contrabando o de la compra de
derechos.
Tras los mejores resultados en las faenas productivas, las etnias africanas fueron
sometidas a mecanismos de deculturación variados. Por ejemplo, la selección de
negros pertenecientes a diferentes etnias: zape, mandinga, congo, mina,
mondongo, angola, bíafara, carabalí, etc., perseguía restar las posibilidades de
rebeliones gracias a los problemas de comunicación, coherencia y reproducción
de sus valores culturales. No obstante, se sabe que los bozales pasaban por un
proceso de ladinización que, según Larrazábal Blanco, apenas duraba un año. Así,
se garantizaba la vigencia de importantes manifestaciones de la cultura africana.
Otro factor a tomar en cuenta era el de la edad. Los negros reclutados debían estar
entre los 15 y los 20 años, aunque también se incluyó a niños de 9 a 12 años. Los
más viejos no se tomaban en cuenta ya que su vida productiva y su capacidad de
adaptación eran considerablemente menores. Se establecía la edad por cálculo
visual, tamaño, dentadura, vello púbico y axilas. Junto al problema de mayor
rentabilidad, también eran seleccionados los negros de menos edad, debido a su
escaso dominio de la cultura oral y, como lo establece Moreno Fraginals, la
consecuente dificultad para trasmitirla.
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Desarraigado de su lar, el negro fue trasplantado en América y sometido a un
clima de explotación que le impedía reproducir franca y espontáneamente sus
manifestaciones culturales.
Rasgos de la deculturación
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mujeres establecidos en algunas ordenanzas reales, siempre resultó latente la
desventaja numérica de las segundas frente a los primeros. Siguiendo las
estadísticas inglesas, el promedio general entre hombres y mujeres significaba un
alto riesgo en la economía colonial, debido alto índice de muertes por parto y,
además, a la baja tasa de fecundidad por el alto porcentaje de mortalidad infantil.
De las mujeres, solo el 10% llegaba a la edad madura. En sí, era difícil la
existencia de la familia negra. Además, quedaba desarticulada con la simple venta
o traslado de cualesquiera de sus miembros. En la plantación, el desprecio por la
familia negra se advertía claramente.
En lo que respecta a las viviendas, eran concebidas para la fácil vigilancia de los
negros, con patio central, en piedra, de forma rectangular y con una puerta. Estas
viviendas, tan diferentes a las conocidas en África, se convertían en una pieza más
del trauma insalvable que significaba la abrupta al continente americano.
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Creencias
Un componente insoslayable en el contenido de estas consideraciones acerca de la
deculturación del negro durante la sociedad colonial americana, es el de las
creencias religiosas.
Si la empresa ´evangelizadora´ fracasó con los aborígenes, sus resultados con los
africanos no fueron los más apetecidos. Las labores de las minas y de las
plantaciones cerraban las puertas a un real adoctrinamiento religioso. Esto se
infiere de la Ordenanza Real de 1528, en la que intentaba explicar “algunos
daños” cometidos por los negros con la excusa de que muchos de estos duraban
´días y hasta semanas sin visitarlos ni verlos cristianos´. Para 1568, Echagoyan
destaca, en su Relación de la isla Española, la ausencia de sacerdotes en los
ingenios y estancias, quejándose con énfasis de la poca ´cristiandad´ en la colonia,
por lo que debía imponerse un “alguacil para que echase a la cárcel a los que no
iban a la doctrina”. El desconcierto contenido en estos señalamientos de
Echagoyan, cobra mayor peso si se destaca que para el año citado el negro
representaba el componente de mayor incidencia demográfica en la Española.
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