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Universidad Autónoma de Santo Domingo

Facultad de Humanidades
Escuela de Historia y Antropología

Historia de la Cultura Dominicana 1


Prof. Héctor Luis Martínez Práctica Núm. 3 Valor: 7 ptos.

Esclavitud y deculturación en América


Por Héctor Luis Martínez, Listín Diario, 20 de abril de 1997

Más de 12 millones de africanos llegaron al continente americano durante los tres


siglos y medio del oprobioso negocio de la trata. Esto significó, siendo
conservador, la movilización de unos 40 millones de personas si se tiene en
cuenta que, según Philip Curtin, cada esclavo vivo anclado en puerto americano
representaba por lo menos dos muertos en la travesía.

Reclutados y trasladados en las peores condiciones, los negros venían a constituir


la mano de obra que complementaría el cuadro exigido por el proceso de
acumulación originaria instalado por Europa en América.

Sin ellos, el éxito de las plantaciones de caña, café, algodón y tabaco, hubiera
resultado imposible, pues, junto a la incapacidad de trabajo y al colapso
demográfico de los nativos, estaban los remanentes medievales que en los
primeros conquistadores imponían una clara aversión hacia el trabajo productivo.

Hacia la entrada masiva

A partir de 1515 era evidente el cambio de actitud hacia el tipo de negros que
debía llegar a la Española y Cuba, umbrales de la trata negrera en América. La
posibilidad de que los ladinos fuesen moros, herejes, judíos o reconciliados,
infundía a la administración colonial un temor constante de la rebeldía negra. Por
esta razón, y en franca protección a las inversiones que marcaban la transición del
ciclo del oro al agrícola, religiosos, funcionarios y propietarios, solicitaron firme e
insistentemente la importación de trabajadores procedentes directamente de
África.

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El año 1518 marca la entrada masiva de negros llamados despectivamente
bozales, por su procedencia directa de África. Según José Antonio Luciano
Franco, “España carecía de los recursos indispensables para cubrir, en toda su
compleja intensidad, el comercio esclavista africano”. Por esta razón, el rey
Carlos I no vaciló en conceder los primeros privilegios de asientos o licencias a
Laurent de Gouvenot, gobernador de Bresa, para transportar los negros que
reclamaban los colonizadores de Santo Domingo y Cuba. Como se ve, estos
permisos tuvieron un carácter particular, pues nunca fueron concedidos
abiertamente, sino de manera privativa y controlados directamente por Sevilla. En
este comercio de gentes oficializado por España, portugueses y alemanes tuvieron
una importante participación por la vía del contrabando o de la compra de
derechos.

Deculturación del negro

Tras los mejores resultados en las faenas productivas, las etnias africanas fueron
sometidas a mecanismos de deculturación variados. Por ejemplo, la selección de
negros pertenecientes a diferentes etnias: zape, mandinga, congo, mina,
mondongo, angola, bíafara, carabalí, etc., perseguía restar las posibilidades de
rebeliones gracias a los problemas de comunicación, coherencia y reproducción
de sus valores culturales. No obstante, se sabe que los bozales pasaban por un
proceso de ladinización que, según Larrazábal Blanco, apenas duraba un año. Así,
se garantizaba la vigencia de importantes manifestaciones de la cultura africana.

Otro factor a tomar en cuenta era el de la edad. Los negros reclutados debían estar
entre los 15 y los 20 años, aunque también se incluyó a niños de 9 a 12 años. Los
más viejos no se tomaban en cuenta ya que su vida productiva y su capacidad de
adaptación eran considerablemente menores. Se establecía la edad por cálculo
visual, tamaño, dentadura, vello púbico y axilas. Junto al problema de mayor
rentabilidad, también eran seleccionados los negros de menos edad, debido a su
escaso dominio de la cultura oral y, como lo establece Moreno Fraginals, la
consecuente dificultad para trasmitirla.

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Desarraigado de su lar, el negro fue trasplantado en América y sometido a un
clima de explotación que le impedía reproducir franca y espontáneamente sus
manifestaciones culturales.

En lo adelante, sus niveles de socialización estarían medidos por un forzado


proceso de aprendizaje, el cual desembocó en la obligada combinación de sus
principales valores: creencias, comunicación, recreación, etc., con los impuestos
por los conquistadores. Si se toman en cuenta los involuntarios aportes del
indígena, afirma Uslar Pietri, es posible concluir que esta práctica derivó en uno
de los más extraordinarios procesos de sincretismo cultural de la historia de la
humanidad.

Rasgos de la deculturación

En América colonial, las posibilidades de socialización quedaron bloqueadas


puesto que las estructuras que las viabilizan: familia, escuela, comunidad, grupos,
ocupación, entre otras, acusaron el sello crítico de la administración colonial. Esta
situación incidió tanto en los esclavistas como en los esclavos.

De estas vías de socialización, la ocupacional representó una mayor incidencia en


la vida del esclavo. El trabajo era lento e imperfecto en las plantaciones. Aunque
se trabajaba sin descanso, en horarios muy extensos y con la inyección frecuente
de esclavos renovados, el incremento de la producción era una meta a lograr en
las unidades productivas. En ellas, era el esclavo un ´hombre máquina´, que veía
reducidas sus facultades de manera precoz, disminuida su vida útil y, por lo
irreversible del cambio, llegaba inevitablemente el envejecimiento prematuro.

Toda la amargura provocada por el confinamiento en las unidades productivas, los


peldaños perdidos ante la imposibilidad de la recreación cultural en sentido pleno,
condujo a los negros por el carril de la ´clandestinidad, de la comunicación
subterránea y del sincretismo cultural´.

El desarraigo familiar representa una expresión no menos importante en el


proceso de deculturación ponderado. A pesar de los porcentajes de hombres y

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mujeres establecidos en algunas ordenanzas reales, siempre resultó latente la
desventaja numérica de las segundas frente a los primeros. Siguiendo las
estadísticas inglesas, el promedio general entre hombres y mujeres significaba un
alto riesgo en la economía colonial, debido alto índice de muertes por parto y,
además, a la baja tasa de fecundidad por el alto porcentaje de mortalidad infantil.
De las mujeres, solo el 10% llegaba a la edad madura. En sí, era difícil la
existencia de la familia negra. Además, quedaba desarticulada con la simple venta
o traslado de cualesquiera de sus miembros. En la plantación, el desprecio por la
familia negra se advertía claramente.

Otra prueba acerca de la desproporción entre hombres y mujeres africanos en la


sociedad colonial americana reside en el contenido de los cantos, cuentos y bailes
negros. En ellos se expresa con frecuencia un sentido de represión y obsesión
sexual.

El consumo de alimentos impuestos a los negros también formaba parte del


proceso de deculturación en análisis. Se les proveía de alimentos cual si fuera el
combustible garante del trabajo, sin ningún parámetro nutricional, simplemente,
se partía de la ´ingesta y excreta´. El esclavo de las plantaciones azucareras, en
sus dos comidas por día, tenía acceso a miel de purga, azúcar, guarapo, arroz,
carne o pescado salado. Probablemente, la abundante sudoración provocada por
las faenas del ingenio, llevaron al negro a una excesiva preferencia por la sal. El
nivel de ingesta de este condimento resultaba precario, pero superior al conocido
en África. ¿Está en esta experiencia la explicación de parte de nuestras
preferencias alimenticias?

En lo que respecta a las viviendas, eran concebidas para la fácil vigilancia de los
negros, con patio central, en piedra, de forma rectangular y con una puerta. Estas
viviendas, tan diferentes a las conocidas en África, se convertían en una pieza más
del trauma insalvable que significaba la abrupta al continente americano.

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Creencias
Un componente insoslayable en el contenido de estas consideraciones acerca de la
deculturación del negro durante la sociedad colonial americana, es el de las
creencias religiosas.

Si la empresa ´evangelizadora´ fracasó con los aborígenes, sus resultados con los
africanos no fueron los más apetecidos. Las labores de las minas y de las
plantaciones cerraban las puertas a un real adoctrinamiento religioso. Esto se
infiere de la Ordenanza Real de 1528, en la que intentaba explicar “algunos
daños” cometidos por los negros con la excusa de que muchos de estos duraban
´días y hasta semanas sin visitarlos ni verlos cristianos´. Para 1568, Echagoyan
destaca, en su Relación de la isla Española, la ausencia de sacerdotes en los
ingenios y estancias, quejándose con énfasis de la poca ´cristiandad´ en la colonia,
por lo que debía imponerse un “alguacil para que echase a la cárcel a los que no
iban a la doctrina”. El desconcierto contenido en estos señalamientos de
Echagoyan, cobra mayor peso si se destaca que para el año citado el negro
representaba el componente de mayor incidencia demográfica en la Española.

De lo antes expuesto, aprendizaje forzoso, dependencia inicial del ambiente,


limitaciones en la comunicación, circulación y recreación, se interpreta que las
iniciativas del negro hacia expresiones culturales independientes se expresaron a
un ritmo lento, orientado por un desbalance entre sus niveles de desarrollo social
y sicológico.

Por buena fortuna, la marginación que acompañó el proceso de deculturación


esbozado, se tradujo en “una segmentación sociocultural que implicó el
incremento del sentimiento de la identidad entre los esclavos”. Esto así, gracias a
la combinación que en el proceso de criollización, permitió en América, al decir
del libertador Simón Bolívar, el advenimiento de una pequeña especie humana.

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