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Ventanas Todas 1981 05
Ventanas Todas 1981 05
Alguna vez hemos dicho que las minas de Aldea Moret dieron lugar a la primera
gran industria que se montó en Cáceres y que durante casi un siglo proporcionó el
pan a muchas familias cacereñas que fueron las que hicieron la barriada que
inaugura, allá por los años de 1875, el jurisconsulto y político español, que le dio
nombre, don Segismundo Moret y Prendergast, que fue varias veces ministro, así
como el creador —siéndolo de Hacienda y Ultramar— de la cédula personal, primer
documento nacional de identidad que tuvimos los españoles. También hemos dicho
que aquella industria de transformación de fosfatos nos la dejamos ir sin pena ni
gloria recientemente, por el “ciento volando” de las que pudieran venir al Polígono
Industrial. Pero no es a eso a lo que vamos a referirnos, sino a un dato que creemos
desconocen muchos cacereños, incluidos los que viven en dicha populosa barriada:
¿Quién fue el que descubrió y denunció la mina de fosfatos, la que dio origen a aquella
industria y barriada? Pues bien, aquella mina la descubrió y denunció el señor
Lorenzo “el Fraile”, que antes de colgar los hábitos se llamó fray Francisco Lorenzo
Acuña, natural de Miezas (Salamanca), quien tras secularizarse se casó en Cáceres,
donde abrió un ultramarino y hasta fue comisario de policía cuando mandaban los
liberales, ya que en dichas filas políticas militaba.
El señor Lorenzo “el Fraile” gustaba de pasear con su yerno, Acisclo, por el
Calerizo y una tarde que estaban sentados en un peñasco se fijó en una piedra
blanquecina que, analizada, resultó ser un ejemplar riquísimo de fosfato calizo. Como
era hombre listo y emprendedor, denunció la pertenencia minera que más tarde se
llamó “La Abundancia” y que, andando el tiempo, dio lugar a la industria y a la
barriada que nos ocupa y contribuyó, con su importancia a que pasara por aquí el
ferrocarril Madrid-Lisboa, enriqueciendo de paso al señor Lorenzo y a sus
descendientes.
Muchas veces tildamos de cursis a los demás, sin pararnos a escuchar las
razones que puedan tener para hacer o decir algo que a nosotros nos sale de ojo. En
este mundo nuestro, a cualquier nivel, todos hablamos, pero hay muy pocos que
sepamos escuchar, sobre todo cuando se trata de razones ajenas.
Viene esto a cuento porque en más de una ocasión hemos oído criticar a
nuestros vecinos, los portugueses, por encabezar sus cartas con el tratamiento de
“Excelentísimo señor”, tratamiento que aquí sólo damos a personas que ocupan altos
cargos. Pero si alguno se ha parado a escuchar las razones de los portugueses para
encabezar así sus cartas y criticar el encabezamiento de las nuestras con el “don”, se
habrá dado cuenta de que ambos tenemos razón y de que tanto pueden ellos tildarnos
de cursis, como nosotros a ellos, aunque en ambos casos estemos cometiendo una
inconsecuencia. Resulta que para los portugueses el tratamiento de “don” sólo lo
llevan las personas reales (así don Dionis, etc) por lo que ellos dicen que los
exagerados somos nosotros porque “excelentísimo señor” o “persona excelente”
puede ser cualquiera, pero “don” no es más que el rey, cuando lo tenían.
Tres cuarto de lo mismo viene ocurriendo con el criticar que los mejicanos
escriban “México” con equis, cuando nosotros hemos modernizado la palabra y lo
escribimos con jota. Pues, también tienen razones para hacerlo, y como hemos visto
criticar el que lo hagan, vamos a dar las que a nosotros nos dieron, precisamente en
México. Primero hemos de aclarar que aunque escriben “México” con equis, lo
pronuncian siempre con jota. Por lo que la “cursilada” —de haberla— sería la nuestra
de pronunciarlo con equis. Sus razones son las siguientes: cuando México se separó
de España, el nombre de su nación se escribía con equis, y ellos respetan el origen
histórico y ortográfico de aquella designación “clásica” que le pusimos los españoles.
Luego la ortografía del idioma ha evolucionado, pero este idioma no es ya patrimonio
exclusivo de los españoles peninsulares, sino de todos los hispanoparlantes, por lo
que yo estimo que es un deber nuestro respetar las razones históricas de origen de la
designación, y si nosotros evolucionamos y cambiamos la equis por la jota ellos no
quieren hacerlo porque su nación se llamó “México” en la época colonial y “México”
quieren que se siga llamando, aunque lo pronuncien con jota. Razón histórica muy
respetable, que pienso yo debemos acatar.
A la próxima me apunto
Decimos esto con todos los respetos para los manifestantes y para esas
centrales que pueden seguir haciendo lo que les venga en gana, porque esto es una
democracia, pero ya es un síntoma el que tenga que ser la “iniciativa privada” de los
de Valverde la que inicie esta modificación que, dicho sea de paso, es bastante más
atractiva que las manifestaciones a “palo seco”.
Para el próximo 1 de mayo, si Dios nos da salud, vamos a ser muchos los que nos
apuntemos a la manifestación de Valverde, si es que siguen haciéndola como este año.
Porque, la verdad, eso puede ser hasta un filón con vistas al turismo, del que debería
aprender la propia capital.
Uno se asombra de la cantidad de amigos que no tiene. Suele pasar que es cierto
eso de que debe ser bueno el tener amigos hasta en el infierno, pero es curioso que
cuando a uno le llega la hora de la verdad —en la que esos que se dicen amigos tienen
que echarte una mano— a lo mejor lo que te echan es un pie para ponerte la
zancadilla. No sé si esto es condición humana que llegó a provocar el dicho de “cuanto
más conozco a los hombres, amo más a mi perro”, por aquello de la fidelidad; o bien
ese otro refrán que dice: “Conocidos, muchos; pero amigos, amigos, si acaso uno o
dos”… Traduzcan ustedes esto que nos pasa a nivel particular, al nivel nacional; se
darán cuenta de los pocos amigos que como nación tenemos, porque a esos niveles
todos van a lo suyo y a tirar de los pies al que, aunque sea de lejos y “por si acaso”,
pueda hacerles sombra.
Como nación algunos nos creímos que cuando llegara la democracia —pega que
se ponía entonces para todo— entraríamos de inmediato en el Mercado Común, nos
devolverían Gibraltar, estaríamos a partir un piñón (no un peñón) con toda Europa,
etc… Pero llegó la democracia y las cosas, en cuanto a amistad y ayuda de otras
naciones, siguen estando igual o quizás peor porque ya no nos valen las razones que
nos daban antes para no entrar. La señora Thatcher ha declarado que la devolución
de Gibraltar va para muy largo; Marruecos anda pidiendo garantías a la CEE ante el
ingreso de España por si afecta a sus cítricos, mientras nos siguen apresando barcos
pesqueros impunemente. Y donde las cosas ya llegan a unos niveles fuera de lo común
es con Francia, ya que mientras por un lado se llaman amigos nuestros, por el otro —
y ésta es constante histórica— tratan de hacernos cuantas faenas pueden: declaración
de todos sus políticos aspirantes a la presidencia de la negativa de entrada de España
en la CEE, amparo de la plana mayor de ETA y otros nidos terroristas, etcétera. Esto
sin contar otros “cariños” de menor cuantía como el de Rusia, que en vez de
diplomáticos nos envía espías con ánimo de desestabilizar nuestro equilibrio interior.
A uno le dan cada disgusto que es lógico que no queramos ver la prensa ni la
“tele”, por aquello de que nuestro hígado sufre con las muchas noticias negativas que,
porque se producen, tenemos que recoger en los medios de información y, como la
tendencia normal es la de hacer el avestruz —que dicen mete la cabeza en la arena
para no enterarse de nada— luchamos con ese instinto para que el hígado no se nos
altere, por aquello de la bilis, etc…
Pero hay medios caritativos que tratan de dorarnos la píldora y, por aquello que
el que no se conforma es porque no quiere, nos dicen cosas halagadoras y peregrinas
que suelen tener su gracia. Y conste que no soy yo de los que ven negruras por todos
lados, pero me ha hecho gracia el comentario de la “tele” que oí en su nueva sección
“Al cierre” en la que nos hablaron de que el dólar se nos ha puesto más caro, por no
decir que la peseta ha bajado frente a él, y entre las desventajas nos señalaron el que
los que viajen a los Estados Unidos “tendrían un pelín” más caro el viaje, aunque en
seguida y como contraposición, nos dijeron que ello tendría la ventaja de que al ser
más barato para los norteamericanos el venir a España, por costarles menos todo, en
compensación vendría más turismo del área del dólar. Conste que yo no pienso viajar
a los Estados Unidos, ni tampoco soy comprador de dólares como para preocuparme
grandemente por la noticia, como creo que ocurrirá a una gran mayoría de mis
convecinos, aunque los hay que se preocupan por todo.
Ayer, un cacereño que comentaba eta noticia, decía: “¿Que ha bajado la peseta?...
¡Hombre, a ver si baja lo suficiente como para que yo alcance alguna, porque estoy sin
blanca!”. También hay almas caritativas que andan diciendo que bajará hasta la
gasolina. Pero eso es menos creíble que el que el canon de compensación del
abastecimiento de aguas de Cáceres va a quitársenos. Ya salieron los técnicos del
abastecimiento echándonos un jarro de agua fría (que es lo suyo, porque de agua se
trata) diciendo que tendremos “canon” para nosotros, para nuestros hijos y para los
hijos de nuestros hijos, a lo que habrá que contestar “amén” porque hasta parece una
frase bíblica. Aclaro que nos estamos refiriendo al “canon” del agua, no al de don
Jaime que ese, quizás, por compensación, sí que andan a quitárnoslo o retrasárnoslo
cuanto puedan. Es más, me da a mi hasta miedo tratar de uno y otro porque, como
estamos en un país de sordos, a lo mejor —interesadamente— toman el rábano por
las hojas y nos quitan el de don Jaime basándose en que han entendido mal la
petición.
Estaba yo contando esto a un grupo de amigos, cuando nos llego la noticia del
acuerdo que, en pacto y parto común, habían tenido nuestros partidos políticos sobre
lo de parar todos los españoles unos segundos el día 12 a las doce en “rogativa” por
que desaparezca el terrorismo y se arreglen las cosas. Paco, que es un ingenuo que no
se entera de la “evolución”, peguntó: “¿Y por qué no habrán acordado unas rogativas a
algún santo como se hacía antes?”. La sapiencia de Antonio Belvedere le respondió:
“Pero hombre, ¿cómo quieres que un cúmulo de ideologías tan dispares puedan
acordar algo así? ¿Es que no te has enterado que ya no somos un estado confesional y
que el rezar a un santo sería una antigualla? Han tenido que elegir una especie de
rogativa laica, que todos puedan aceptar.” “Pues mira, a mi —insistió el otro— me
parece mejor un Padrenuestro que un minuto de silencio.” Belvedere, que es un
demócrata, le dijo: “Tú si quieres aprovecha el silencio y reza lo que te parezca, pero
no vas a obligar a los demás a que lo hagan.”
En fin, que Paco y alguno más han quedado en rezarle a Santa Rita, y unos
opinaron de un modo y otros deforma distinta, aunque no teniéndolas todas consigo
sobre la eficacia del “paro laico comunal”. Yo, ligando una cosa a otra, me di en
pensar: “¡Mira que si en estos momentos aparece el Rosendito de turno!”… En fin, que
quizás uno prefiere aquello de: “A Dios rogando y con el mazo dando”, pero allá cada
cual con sus ideas.
Yo no quiero entrar en las razones que pueden tener los peticionarios para
solicitar ese traslado que, estoy seguro, ellos desearían que fuera hasta de la
población, sino más bien en el sentido de que como el tema del mercado franco es un
tema general en el que no sólo están implicados los comerciantes sino los
consumidores que lo utilizan los miércoles de manera tumultuaria, se ha vuelto a
olvidar, o puede correrse el peligro de olvidar, la opinión que sobre el mencionado
mercadillo puedan tener los usuarios y consumidores en cuanto a su traslado y aun
modificación en cualquier sentido.
Hay un hecho que hay que reconocer, y es que el “mercadillo” ha servido para
frenar precios. Puede aducirse —y los comerciantes lo hacen— que los productos que
allí se expenden son de peor calidad que los suyos, pero la gente se arregla y se
ahorra unas pesetas y, sobre todo, están contentos con esta forma de venta.
Lo que sí nos da ello, es ocasión para decir que tanto esta ermita, como la de San
Benito, próxima a ella y posiblemente una de las más antiguas de la región,
pertenecieron a la parroquia de San Mateo de Cáceres, hasta que en el día 3 de junio
de 1886 fue consagrada y declarada parroquia la de San Eugenio de las Minas de
Aldea Moret que, desde entonces, es la que corre con la fiesta y conservación de estas
ermitas, aunque la de San Benito está casi totalmente perdida.
Pero curiosidades de este tipo hay muchas en los alrededores de Cáceres, como
por ejemplo la ermita de Santo Toribio de Liébana, de la que ya nadie se acuerda y
hoy está convertida en una casa de campo, cerca de Monte Abuela y el predio
conocido por “Pontefuera”, donde en 1632 había aún población de la que ya no
quedan restos. Todas estas ermitas tuvieron su romería pero ya, en muchos casos, no
quedan ni las ermitas. La de Santa Lucía se mantiene de verdadero milagro.
posiblemente por la atención que le presta la barriada de Aldea de Moret. Y esto es
todo, valga de información para los romeros, a los que deseamos pasen un magnífico
día.
“Me ayuda mucho —nos dijo una vez— el que los hispanos tenemos muy
arraigado el sentido de la familia que, por desgracia, ya no tienen los anglosajones. Y
busco a sus madres, a sus esposas, a sus hijos y procuro ayudarlos a todos para que
ese contacto no se pierda.” En fin, que Marcelo tiene su método y, aunque no presuma
de él, le está dando unos resultaos óptimos.
Amestoy tiene muy buenas “mimbres” para hacer un buen “cesto”; esperemos
que le salga redondo porque curas como el padre Marcelo los da esta tierra
frecuentemente. Lo que hace falta es darles ocasión para que “se destapen”.
El tema es, si ustedes quieren, nimio pero habrá que tratarlo porque ha llegado
hasta la “ventana” y no es nuestra sección de las que rechace temas ciudadanos que
puedan importar a un sector. A decir verdad, hay un poco de razón en suscitarlo,
porque existe un contrasentido en nuestro Ayuntamiento que es obligar a los
ciudadanos a hacer algo y no darle los medios para realizarlo. Tienen ustedes, por no
ir más allá, el tema de las papeleras: mucho decir que hay que mantener limpia la
ciudad, que no hay que tirar papeles en el suelo, que es asombroso el poco civismo de
ver una ciudad sucia cuando los ciudadanos —estos mismos ciudadanos de ahora—
fueron limpios no hace tanto tiempo… A todo esto cabe preguntar: “¿Pero dónde
tiramos los papeles si no hay papeleras?” Porque las que hay son tan pocas y tan
distanciadas unas de otras que hay que recorrer media ciudad para encontrar una
sana, y claro, el ciudadano sale a hacer sus cosas pero no a buscar con lupa —como un
nuevo Diógenes “papeleril”— alguna de las papeleras que restan.
Otro tanto diríamos de lo de la “grúa” que se nos lleva los coches, y que la
recomendación que nos hace el Ayuntamiento es que los pongamos en los
aparcamientos autorizados, cuando saben de sobra que todos están saturados. El que
viene a hacer una gestión a Cáceres no va a hacerla con el coche puesto, como si fuera
un traje, y tendrá que dejarlo en algún sitio. Si este sitio no se encuentra, porque no
hay aparcamientos, no le queda otra que “jugársela” con la grúa.
Pues bien, esto mismo ocurre —y es lo que será objeto de nuestro comentario—
con los urinarios. Los pocos que había se han ido suprimiendo: el de san Juan, el de la
calle San José, el que había en la parte alta de Cánovas, etc., y sólo quedan el del
parque de Calvo Sotelo y el del Ayuntamiento por la calle Defensores del Alcázar, pero
se da el caso de que hace más de un mes este último está cerrado, y el de Calvo Sotelo
abre intermitentemente, pero siempre está cerrado cuando el usuario lo necesita…
“¿Qué ha pasado aquí?”, se preguntaba un vecino en un bar donde se hablaba del
tema. “Es que como don Manuel, el alcalde, se ha ido a La Roche – Sur – Yon, a lo
mejor se ha llevado las llaves”, respondió el listo de turno Se habló de que si luego
uno hace el “pis” donde le apetece, a lo peor llega el guardia y te multa, porque no va a
ir uno al Ayuntamiento diciendo: “Don Manuel, que me hago el “pis”, ábrame usted el
urinario”…, y mucho menos puede pensarse en una manifestación de “miccionantes”
(vulgo meones) reclamando las llaves al alcalde, en fin, que es para pensarlo.
Diario HOY, 13 de mayo de 1981
NOTA.- La foto de los urinarios de la calle San José, a cuya puerta aparece la que fue
encargada de los mismos y empleada del Ayuntamiento Dña. Emilia Rubio
Vázquez, ha sido facilitada por su bisnieta Dña. Esperanza Cruz Fuentes.
Las dos fotos de los urinarios de la Plaza Mayor (la primera, con los
urinarios al pie de la escalinata del Ayuntamiento y la segunda con urinarios
donde actualmente está la oficina de turismo) han sido facilitadas por D. Luis
Montes Quijada.
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La calma turbada
Tiene Wenceslao Fernández Flores una deliciosa novelita titulada “La calma
turbada”, en la que narra —con el salero que tenía este autor— la verdadera
revolución que ocurrió entre los vecinos de un pequeño pueblo con la llegada de un
equipo de peliculeros para hacer allí unas filmaciones. El que más y el que menos se
creían protagonista de la película y fueron presa de la misma locura que invadió a don
Quijote por leer libros de caballería. Don Quijote se vistió de cabalero andante y salió
a buscar aventuras por los caminos, y los vecinos de ese pueblecito comenzaron a
vivir como si estuvieran protagonizando una película.
Pienso yo que algo de esto viene ocurriendo en muchos de nuestros pueblos sin
que yo sepa decir cuál es el agente turbador, aunque muchos piensen que pueda ser el
cine o la televisión, que nos sirven violencia a manos llenas. Por no ir más allá,
tenemos la noticia surgida en Mohedas de Granadilla, donde unos jóvenes de la
localidad: Timoteo Rodríguez, Juan Fernández y Pedro Batuecas, según los partes de
la Guardia civil que intervino en el asunto, comenzaron a hacerle la vida imposible al
pobre maestro, don Virgilio, al que le robaron 700.000 pesetas en joyas, le quitaron
posteriormente un ciclomotor y lo quemaron y, últimamente, comenzaron a mandarle
anónimos amenazándole de muerte si no les daba otras 200.000 pesetas, y firmando
como “ETA – militar”.
Los cacereños, creo que al igual que casi todos los ciudadanos españoles y del
mundo, vivimos la tarde del día 13, y parte de la noche, pendientes de la salud del
Santo Padre y consternados porque pueda haber alguien que, aun no siendo católico,
pueda atentar contra un adalid de la paz como es Juan Pablo II, que aparte de ser el
Vicario de Cristo en la Tierra, no ha hecho mal a nadie y ha sido y es el paño de
lágrimas de todo el mundo. Claro que a Cristo, siendo Hijo de Dios y el salvador del
mundo, también le crucificaron. Pero esto no puede ser consuelo, sino más bien la
aceptación de un mundo y una Humanidad en la que hay mucha suciedad en todos los
sentidos y donde se aplaude aín al Barrabás de turno y se sigue crucificando a Cristo a
cada momento.
Dicho esto y aparte de unir mi oración a las que todos, o casi todos —porque
uno no sabe ya a qué carta quedarse—, los cacereños elevan por la pronta salud del
santo Padre, entro en los comentarios tomados al oído.
Ayer fue el día de San Isidro Labrador, santo al que nuestro pueblo le tiene gran
devoción y confianza. En nuestra propia capital no se festeja ya, como debió hacerse
de antiguo, pero sí en nuestros pueblos de alrededor, porque no en vano son pueblos
agrícolas que admiraron siempre a san Isidro y tuvieron con él una confianza rayana
ya en el compadreo, de lo que es muestra la copla, cuyo origen desconozco, ya que se
canta en muchos de ellos:
“San Isidro Labrador
pájaro que nunca anidas,
no le pegues al muchacho
que apareció la petaca…”
Como ven la copla no tiene ni pies ni cabeza, pero el hecho es que se sigue
cantando en muchos de nuestros pueblos, como se cantan otras muchas coplas del
mismo corte que no tienen ningún sentido ofensivo, sino más bien el de la confianza
casi fraternal en el labrador santificado que debió ser Isidro.
Isidro era madrileño, nacido en lo que después sería la capital del Reino, y que
entonces se llamaba “Maioritum”; vivió por el siglo XII y estaba casado con María de la
Cabeza —que también fue santificada—. Él fue canonizado por Gregorio XV y desde
entonces fue el patrono y valedor de todos los agricultores y el admirado de todos los
españoles, que más o menos hemos dejado la reja y el arado hace poco… Algunos
todavía siguen con ella, pero como se están poniendo las cosas —y si San Isidro no lo
remedia— van a tener también que dejarla.
Yo muchas veces me he preguntado por qué estaba tan generalizada la
admiración al Santo Isidro, y tengo para mí que tiene sus motivos, no confesados.
Como se recordará, existe la piadosa leyenda de que, mientras Isidro dormía, unos
ángeles le cultivaban los campos —no digo yo que el santo no diera golpe, pero hay
muchos que lo piensan— y ahí cifro, en mi fuero interno, la admiración por el bendito
Isidro que, por bueno, alcanzó esa inestimable ayuda. Nuestro pueblo, nosotros
mismos, quisiéramos conseguir por otros medios —aunque fueran menos santos— lo
que Isidro logró por sus inestimables cualidades, y así echamos la quiniela, jugamos a
la lotería, nos “embarcamos” en el “bingo”, etc., etc… Lo que ya es un síntoma de que
nuestra admiración está más en lo accesorio del santo, que era el que encontraba
ayudas sin pedirlas, que en lo esencial, como es el imitar su vida como siervo de Dios
no regateando el trabajo.
En fin, amigos, que siempre nos quedamos por las ramas, lo que no debe
gustarle a San Isidro.
Diario HOY, 16 de mayo de 1981
184
Ahora que casi tenemos nuestra feria de mayo en puertas, bueno será reconocer
que de antiguo las viejas comisiones de festejos que precedieron a la actual —
hablamos casi de principios de siglo— promovieron a nivel popular muchos de los
inventos que estaban entonces, como quien dice, recién hechos. Así, en nuestras
ferias, los cacereños de aquel entonces pudieron ver los primeros globos aerostáticos;
los primeros aviones o aeroplanos —como entonces se decía— con demostraciones
como las de Henry Tixler, que vino varias veces, con uno de aquellos cacharros
voladores que se deshacían con cualquier golpe, pero que ilusionaba a la
concurrencia, y lo mismo podríamos decir de las primeras exhibiciones de cine mudo
que solían hacerse ante el Ayuntamiento, a plaza llena y sobre una pantalla
improvisada en lo alto de la escalinata para que la viera todo el mundo.
El cine arraigó aquí desde los primeros momentos y hubo casetas desmontables
en San Juan, y creo que en la plaza de la Concepción, donde los cacereños vieron las
primeas películas de aquel entonces, movida a manivela, y donde se formaban los
primeros “operadores” que luego fueron famosos en Cáceres, como Toribio López
“Tori”, aunque luego no siguiera por esa profesión, y el famosísimo señor Pulido, más
conocido por “Petola” que fue el maestro de operadores cacereños, hasta que se jubiló
no hace tantos años. Es más, ya con el cine sonoro y en las primeras salas cerradas y
permanentes que hubo, “Petola” era una personalidad popular, hasta el punto de que
cuando había carreras de “cow – boy”, el público exclamada, animándole —ya que la
cinta se movía a manivela—: “¡Siguelá, Petola!” con el fin de que no se parara.
Hay algo que muchos no creen en la actualidad pero que nos consta ocurría, en
el mismo “Gran Teatro” que todavía existe, cuando se ofrecían películas musicales,
Tras de cada canción el público aplaudía pidiendo se repitiera (como si el cantante lo
hiciera en vivo) y el bueno de “Petola” paraba unos momentos, rebobinaba el filme y
volvía a poner la canción aplaudida. Puedo afirmar que con las películas de tangos de
Gardel, las peticiones de repetición eran continuas, y hasta que causó cierta
indignación el que una de las empresas que lo explotaba (creo que la SAGE), al
cambiar los proyectores por otros automáticos, tenía que poner carteles en los que se
decía: “Advertimos al respetable que
La “ventana” del pasado domingo llegó a los lectores con el alféizar roto; o sea
—para entendernos— que la parte final quedó cortada y la narración interrumpida,
como en las viejas “hojas del calendario” en las que ponían al final: “La solución
mañana”. Lo malo es que como en dicha “ventana” no se puso esa coletilla final, el
lector se habrá preguntado: ¿Y qué pasó aquí? Pues bien, el “ventanero” tratará ahora
de justificarse con ustedes recurriendo al socorrido dicho: “Es que esos diablillos de
las redacciones, seguro que andaban jugando con las tijeras y dieron el tijeretazo sin
ofrecer explicación ninguna a los seguidores de la “ventana” ni al propio ventanero”.
El “ventanero” lo lamenta sinceramente y ahora está un poco mosca, porque los
referidos diablillos la han tomado con esta sección y no gana uno para justificaciones.
En fin, como lo iniciado hay que terminarlo —siempre que los diablillos nos lo
permitan— les diré que en aquella “ventana” rota me estaba refiriendo a cuando en
los cines de Cáceres, porque el público aplaudía a las canciones de las películas, el
operador había de rebobinarlas y repetir el cantable. Esto era para él una lata, porque
el proyector se movía a manivela, pero duró por costumbre hasta que una empresa
automatizó el sistema de proyección y, con gran indignación de los cacereños de
entonces, hubo que poner unos carteles en los que decía: “Advertimos al respetable,
que por el sistema automático de proyección, no podremos repetir los cantables de
las películas, aunque se aplauda.”
Eso era todo y con ello queda completa la “ventana” defenestrada por los
diablillos; esperemos que el de las tijeras sea esta vez más comedido y no le pegue
otro tijeretazo, porque si no, no habría más remedio que cerrar la ventana y
reunirnos en cualquier sitio para que les complete la historia o les cuente otras como
éstas sin que el diablillo nos moleste.
Derechos y obligaciones
Más de dos y más de tres están que no se les arrima la camisa al cuerpo con la
noticia emanada de la Cámara de Comercio de que van a crear un registro de morosos
para tenerlo a disposición del comercio provincial y que cada cual sepa a qué atenerse
si el “cliente” es uno de los incluidos en el “índice prohibido”. Yo pienso que cada cual
es muy quién para defender sus intereses y que la Cámara defendiendo el de sus
asociados hace bien en recurrir a la creación de ese registro y aun a otras medidas,
para ver quién es “de fiar” y quien no lo es.
En eso de las “letras” se había llegado a unos extremos que era lógico que
aparecieran esas medidas. Ya conocen ustedes lo de aquel que metía todas en un saco,
lo movía bien, y sacaba una cada mes, que era la que atendía, quedando las demás a la
espera de mejor suerte.
Lo que temo yo, y algún comerciante con el que he hablado del asunto, es que la
lista o registro va a ser así como un tomo del “Aranzadi” y que no va a haber forma de
consultarlo en un momento, a no ser que se emplee un orden alfabético como el de los
diccionarios. Ustedes se imaginan a un comerciante que le diga al cliente: “Vuelva
usted mañana, para que nos de tiempo a consultar si está usted en la lista…” En fin,
que hay quien piensa que si en la lista se pone a todos los morosos se corre el peligro
de que el comercio se quede sin clientela.
De entrada diremos que don Juan Muñoz Chaves fue un líder político liberal y un
gran abogado. La antorcha del liberalismo la había ostentado esta familia, que era
originaria de Bienvenida (Badajoz) aunque se afincaron en Cáceres desde mediados
del pasado siglo, casi desde su llegada. Tan es así que en lo local y aún en lo regional al
liberalismo se le conoció por “chavismo”.
Don Juan, incorporado al Colegio de Abogados en 1877, fue decano del mismo,
presidente en la Cámara Agrícola, de la Diputación Provincial, diputado a Cortes por
Hoyos, senador del reino por Granada y por Cáceres y gran amigo de don Segismundo
Moret, que a la sazón era presidente del Consejo de Ministros y que lo nombró, en
primeros de noviembre de 1909, director general de la Administración Local y
miembro de la Comisión de Presupuestos del Senado y se dice que hubiera llegado a
ministro, pues tenía dotes sobradas para ello.
Iba a contestarle, pero interrumpió otra voz lejana: “¿es Zaragoza?, que llamo a
ver cómo están los niños”; al par de ésta, de nuevo el de Pamplona: “¿Es Bilbao?” La
de Trujillo dijo: “¿Y quién es ahora?”, por lo que hube de aclararle que era un amigo
mío de Pamplona al que había conocido por el mismo sistema, pero terció otro más
desde La Coruña preguntando no sé qué de una mercancía y de si había llegado. La de
Trujillo se desesperaba y sólo hacía reclamar el dinero que aquello le estaba
costando; el de Pamplona le aconsejó que reclamara a la Telefónica y que él estaba
dispuesto a servir de testigo, además de que él pensaba hacer lo mismo porque no
había derecho… Salieron algunos más, que volvían a pedir que colgáramos y lo
intentáramos de nuevo, pero ni por esas; yo creo que hablamos con media España,
pero no con quien nos interesaba.
La lluvia y la cadena
¿Qué haría nuestro buen Manuel Bermejo?, lo inmediato reunir la Junta y tener
una larga discusión, en la que —a lo mejor— los socialistas decían: “Cadena sí, pero
con capitalidad en Mérida. Si no se nos compensa con esa petición, aquí no tira de la
cadena nadie”. Por su parte el grupo de UCD diría que la cadena se intentaba politizar
y exigirían una serie de consejerías a cambio del tirón, o bien harían ver que la lluvia
venía mal para la fruta temprana, para los pastos, para la riqueza cerecera del Valle, y
aun para los industriales feriantes y taurinos, que a lo mejor hasta eran del partido…
En fin, que es mejor que no nos den, entre las competencias, la de la cadena y que siga
lloviendo según Dios quiera.
Mi vuelta a Turulandia
Aquello, como digo, era entonces un paraíso donde todo marchaba a las mil
maravillas, la gente se estimaba, los partidos discutían dentro de un orden y la ley,
aún la que regía para los guardias fronterizos, se respetaba al máximo, aunque a decir
verdad el exceso de papeleo les tenía un poco desazonados, porque lo malo era que
los bandidos que comenzaron a pulular por las fronteras, no observaban esta sana y
sabia ley y apretaban el gatillo sin pedir permiso a nadie… Pero como ensayo
filosófico aquello era una maravilla.
Me decía ayer uno de los jefes militares de la Cruz Roja en Cáceres, que ahora, en
el cuerpo de voluntarios de Cruz Roja, les va siendo cada día más difícil encontrar
soldados conductores para las ambulancias que esta tropa tiene en Cáceres. Antes les
era más fácil encontrar entre los voluntarios conductores, porque casi todos tenían el
carnet de conducir, pero resulta que ahora es cada vez más difícil que entre los
voluntarios se encuentren gentes que tengan este requisito, por lo que se las ven y se
las desean para encontrar los conductores de ambulancia necesarios.
Hablamos del asunto y estimamos que ello era un índice de que el nivel
económico medio, al menos de nuestras gentes, baja rápidamente y las 20.000
pesetas que más o menos costaba hacerse del carnet de conducir —aparte de la
aprobación de exámenes— que antes tenía cualquiera, ahora comienzan a escasear,
máxime cuando —por esa baja del nivel adquisitivo— muchos de estos jóvenes que
antes aspiraban a tener un coche, ahora no pueden aspirar a ello. Es más, se da el caso
curioso de que los que proceden de pueblos, o zonas rurales, sí suelen tener este
requisito quizás porque allí el coche se emplea más como herramienta de trabajo,
para ir al campo o para atender la ganadería, o bien hay la necesidad de sacarlo para
poder conducir el tractor que se emplee en las labores agrícolas. Ello sin duda supone
un sacrificio económico que se acomete por verdadera necesidad, mientras en la
ciudad el coche —que antes tenía cualquiera— comienza a ser ya un artículo de lujo.
Para que no lo duden, les voy a contar un suceso ocurrido aquí cuando las
primeras bombas atómicas. Sus protagonistas viven y trataremos de evitar nombres
reales. Se dio el caso de que una partida de bromistas convenció a un conocido, al que
llamaremos Felipe, de que el material principal se extraía del “tuétano” de los huesos
de los perros. Felipe era hombre callado y ambicioso y vio que era un negocio el
hacerse de perros y venderlos a los americanos. El grupo le estimuló la idea y hasta le
convencieron de que se estaba preparando un vagón de ferrocarril para, mediante
compra, enviar estos animales a los americanos. Mi buen Felipe reunió hasta medio
centenar de perros y se presentó con ellos a la Estación, donde le enviaron los
bromistas, preguntando por un determinado factor —también del grupo— que
aunque no estaba en el “ajo” se imaginó la broma y le dijo: —“Pero hombre, cómo te
voy a facturar los perros sin saber el peso. Vete a ver a Pedro y que te los pese”. Pedro
era uno de los del grupo, que trabajaba en unos almacenes de ultramarinos y que tuvo
que recibir al bueno de Felipe y su jauría y que, entendiendo la broma, le envió a otro
amigo veterinario, para que le hiciera la “guía”… En definitiva, que Felipe recorrió
medio Cáceres con sus perros —muchos de ellos adquiridos a lazo— hasta que
dándose cuenta de que le embromaban, les dio suelta a todos proporcionando un
gran trabajo a “Sabanilla” el lacero. Broma sí, pero para que vean que aquí nos lo
creemos todo.
Una madre de familia nos refería, angustiada, los tremendos apuros que pasó el
jueves cuando, en unión de sus hijos e hijas, veía el segundo programa de Televisión
Española, concretamente el espacio titulado “Entre dos luces”, que se emite sobre las
20,30 horas, o sea, las ocho y media de la tarde, hora en la que muchos niños,
adolescentes y jóvenes en general están viendo el programa.
“Yo no sabía qué hacer —no confesaba la señora— porque muchas cosas de las
que explicaron yo las desconocía y todo mi afán era hablar para distraer la atención
de mis hijos de la pequeña pantalla, sin llegar a conseguirlo hasta que por las buenas
cerré el receptor.”
No nos consideramos pacatos y hasta pensamos que esos temas, con la escucha
precisa a la que no pueda hacer daño, pueden tratarse, pero no indiscriminadamente
y cuando se sabe por la hora —8,30 de la tarde—, que la escucha es infantil o juvenil y
el tema abordado puede hacerles más daño que beneficio.
Mi tocayo, el señor Bullón, tenía gran interés en que a las ferias de mayo de
Cáceres se les acabara llamado “Ferias de San Fernando”, como a las de septiembre —
que inventó el alcalde Francisco Elviro Messeguer— se les llamó de “San Miguel”. Yo,
por aquello de llamarme también Fernando, me veía entre la espada y la pared para
hacer campaña de este nombre, por aquello de que no pensaran que era un
“autobombo” entre los que llevamos el nombre del santo rey, que somos muchos en
esta tierra y, a decir verdad, el nombre viene pegando —cosa que a mí me agrada—
aunque yo les doy ni palabra que no he intervenido para promocionarlo.
Pero, nombre aparte, nuestra feria actual de mayo se remonta —tal y como está,
y aunque descienda de la feria foral— nada más que a principios de siglo, y fue
precisamente el comercio de Cáceres el que más insistió en promocionarla. Lo que sí
pasa es que esta feria ha sido una feria itinerante, en cuanto a parque de atracciones
se refiere. Dicen que se celebró en las inmediaciones del Colegio de San Francisco,
también en la Plaza Mayor, en la plaza de San Juan, donde hoy está el edificio del INP,
cuando aquello era un solar. Yo la he conocido también en la avenida de la Virgen de
la Montaña, cuando las edificaciones llegaban sólo a la actual Escuela de Magisterio,
en el “Rodeo” ha estado varias veces y en varios sitios y, por fin, donde ha arraigado
más tiempo ha sido donde ahora se hace, o sea, en los antiguos terrenos de la estación
vieja, pero al parecer ya para poco tiempo, porque allí se hará el polígono residencial
“Los Fratres”, con lo que el parque de atracciones deberá “emigrar” de nuevo y buscar
otro lugar donde ubicarse.
¿Y qué lugar? Se viene hablando de un montón de sitios: Cerca del polígono “Las
Capellanías”, en las inmediaciones de la charca Musia, volver de nuevo al “Rodeo”,
llevarla cerca del Espíritu Santo…, en fin, que hay opiniones para todo los gustos, pero
sobre todo, creemos que el Ayuntamiento debe buscarle ya un sitio fijo para próximos
años.
No obstante, es curioso saber que la vida social de Cáceres giró casi siempre
alrededor de un café —y me refiero a la vida del verdadero pueblo, no a la de los
“señores” que tuvieron su casino—. He citado el café de “Santa Catalina” que fue
centro de reunión social de primeros de siglo, pero herederos de él —y ya conocidos
por mí— fueron el “Café Viena” donde cacereños como Pedro de Lorenzo y Leocadio
Mejías, comenzaron a hacer sus primeros pinitos literarios aunque entonces se
firmaran: Viky y Kopolan, lanzando una deliciosa novela con el extraño título de Santa
Lila de la Luna y Lola, en la que se describe, de forma deliciosa, el mencionado café
provinciano.
Después fue el “Jamec”, que fundó Eugenio Alonso, que trajo a Cáceres las
primeras bandas de “jazz” con el negro Arango incluido.
Más tarde sería el “Avenida” el que acaparara la vida social cacereña, con sus
dos barras, la de los “cursis” y los menos cursis, que nos ofreció las primeras
“animadoras” entre las que se cuenta la famosísima cantante lírica Pilar Lorengar,
aunque entonces no se llamara así, sino Lorenza García, más tarde Loren Garcí, y
posteriormente el nombre artístico que ahora tiene.
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Para Fernando:
Y sigo contigo: La tercera fue que volviste sobre la misma polémica, repitiendo
el eco con mayor sonoridad y a semejanza de esas repeticiones que se dan en esa
Serranía de los Órganos, que sólo conozco por aquella película en la que Joselito,
entonces un niño, interpreta una canción, como solo un ruiseñor podría hacerlo, en la
soledad de aquellas bellísimas montañas.
También estoy enterado de tu interés para que yo escriba —¿más?— sobre esta
querida ciudad cacereña de la multitud de anécdotas y sucedidos que, por mi
afortunada y larga vida, presencié, o supe, a través de algunos relatos; para que quede
constancia y, tal vez pudieran tener su utilidad a los futuros historiadores que nos
sucedan.
Sobre esto, no puedo hacer una promesa de complacerte, aparte de que son
muchas las cosas que tengo contadas y publicadas, o archivadas, pues los años no
pasan en balde y cada vez me va gustando más el vivir sin molestias ni
preocupaciones, aunque luego no soy capaz de conseguirlo.
Pero eso sí, de momento voy a hacer una excepción, porque te la mereces, y te
voy a contar la pequeña historia de aquel perro que, a la presencia del “Gachó”, y por
motivo justificado (que conste), le gruñía invariablemente, demostrándole su rencor y
enemistad.
Como este preámbulo ha salido demasiado extenso, lo dejo para un próximo día,
teniendo en cuenta que, para mí el ser un buen periodista (una ilusión de toda mi
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vida) necesita que sus artículos tengan tres condiciones: primera, ser cortos; segunda,
ser claros y tercera, ser instructivos.
Espero que la dirección de HOY, si publica estas líneas, me ceda otro espacio
para que cuente la biografía y andanzas del “fox terrier” de inolvidable recuerdo y
que, en vida, atendía por el nombre de “Curro”.
Unos puntos suspensivos que podrían servir para que, ese anónimo que
contesta interiormente, nos citara a una charla y, entre todos, enriqueceríamos el
filón – histórico de nuestro Cáceres desde primeros de siglo.
Luis Montalbán
A los que tengan menos de 50 años es probable que los nombres de “Café
Avenida” o “Jamec” no los conozcan más que por lejanas referencias o alguna foto. Es
más probable, aún, que no hayan oído hablar nunca del famosísimo “Café de Santa
Catalina”, que estuvo en la Plaza, esquina con General Ezponda (donde luego “El
Pato”), o del “Café Viena”, en Pintores.
En esta Ventana Fernando García Morales nos habla de ellos. Muy interesante.
https://ventanasalaciudad.blogspot.com.es/2017/06/los-viejos-cafes-
cacerenos.html