Está en la página 1de 1

Déjame verte claro,

que para mis ojos tu mirada,

que para mi amor tu ceguera,

que para nuestras almas la tranquilidad.

Porque aquí estoy, siendo fuego,

y ahí estás, siendo tú mi leña;

solo déjame abrigarte entre las llamas del calor enardecido.

Ignoremos los susurros agonizantes entre las sombras,

escuchemos las suplicas de mis manos buscando las tuyas,

grita conmigo el vacío que provoca la lejanía de nuestros cuerpos,

e implórame el deshacerte a besos,

que para eso están mis voces quebrantadas

y mis labios desorientados por tus llamadas,

que solo ante tus ruegos se encarnan mis deseos

Y se enfurecen tus complejos.

Vuelve y recítame tu nombre

o la canción de tu vida

o los miedos de las cuevas que ante tus sombras suplican,

vérsame tus miedos,

escúpeme tus temores,

llórame los mares de tus odiseas en las noches.

Quédate ahí y déjate consentir,

que si por mi fuese te otorgaría todo,

todo aquello que a tus lenguas endulce,

todo lo que a tu cuerpo le siente,

todo lo que a tus ojos encapriche;

que a tu ser no podré negarle nada menos de lo que merece

y lo merece todo, a menos que no lo desees.

También podría gustarte