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Ramón Castilla y Marquesado (San Lorenzo de Tarapacá, Virreinato del Perú, 31 de agosto de
1797-Desierto de Tiliviche, Perú, 30 de mayo de 1867) fue un militar, estadista y político peruano,
presidente del Perú en los períodos 1845-1851 (como presidente constitucional), 1855-1862
(inicialmente como presidente provisorio y luego constitucional) y 1863 (por unos días como
encargado interino). Es el segundo presidente que más años gobernó la República Peruana, solo
superado por Augusto B. Leguía, siendo considerado el personaje más importante de las
primeras décadas del Perú independiente.
Presidente de la
Suprema Junta de
Gobierno del Perú
17 de febrero de
Descripción 1844-11 de
física y diciembre de 1844
Predece Domingo
psicológica sor Nieto
(como
Presidente
de la
Suprema
Junta de
Gobierno
del Perú)
Suceso Manuel
Ramón Castilla, como Presidente del
Perú. r Menéndez
(como
Bajo de Presidente
del Consejo
cuerpo,
de Estado)
Castilla
tenía una
constituc
ión de Encargado del
hierro y Mando del Perú
«Redentor del indio, libertador del negro, fundador de la libertad de prensa, demoledor del
cadalso político», así evocó el diario El Comercio la memoria de Castilla.
Infancia
Nació en el poblado de San Lorenzo de Tarapacá el 31 de agosto de 1797, durante el Virreinato
del Perú. Fue hijo del porteño Pedro de Castilla y Manzano, y de la mestiza tarapaqueña Juana
Marquesado y Romero.[3] Su abuelo paterno, el español Pedro Pablo Castilla, fue empleado de
hacienda durante la administración virreinal. Mientras que su abuelo materno, el genovés
Giovanni Batistta Marchese (quien castellanizó su nombre a Juan Bautista Marquesado) fue
coronel del Ejército Realista de España.
Durante su niñez, ayudó como leñador a su padre, e hizo viajes al desierto para recoger ramas
secas de algarrobos.[3] Luego quedó bajo la custodia de su hermano Leandro, trasladándose a
Lima en 1810 y posteriormente a la ciudad de Concepción, en Chile.[4]
Carrera militar
En el ejército realista
En 1812 se enroló, junto con su hermano Leandro, en el Ejército Real del Perú.[5] Contaba
entonces con quince años. Participó activamente en las campañas contra la patria vieja chilena.
Tras la derrota de los insurrectos independentistas, recibió en Santiago el despacho de cadete
efectivo en el regimiento de caballería Dragones de la Frontera (1816).[6] A los veinte años,
como oficial de escolta del brigadier Casimiro Marcó del Pont en el ejército español, sufrió la
derrota de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, y hubo de emprender la retirada, siendo
apresado en la hacienda Las Tablas, cercana a El Quisco.[7]
Enviado al campo de detención de Las Bruscas en Buenos Aires, logró escapar junto al también
prisionero realista Fernando Cacho. Pasó a Montevideo y de allí a Río de Janeiro, desde donde
emprendió retornó al Perú, atravesando las selvas del Mato Grosso (Brasil) hasta Santa Cruz de
la Sierra (actual Bolivia), y de allí hasta la sierra peruana, para bajar finalmente a Lima. Fue una
marcha a pie que duró cinco meses, atravesando 2350 leguas, muchas veces por territorios
salvajes, y que resultó de por si una hazaña impresionante.[3]
En el ejército independentista
Fue incorporado como alférez de caballería a un escuadrón de la Legión Peruana de la Guardia
(llamada después los Húsares de Junín), que se hallaba entonces en formación.[3] Trabajó
intensamente en el reclutamiento e instrucción de voluntarios. Tras la renuncia de San Martín
como Protector del Perú, se puso a las órdenes del nuevo gobierno establecido en Lima. Por sus
servicios en la organización de tropas peruanas, fue ascendido a mayor y luego a teniente
coronel de caballería.
Sirvió lealmente al presidente José de la Riva-Agüero, hasta que este intentó negociar con los
españoles, por lo que secundó la rebelión del coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente, que apresó
al presidente el 25 de noviembre de 1823.[4] A Castilla se le comisionó que apresara al general
Ramón Herrera, jefe del ejército, que se hallaba en Santa.[8] [9]
Se puso luego al servicio de la dictadura de Simón Bolívar, que desde el norte peruano
preparaba la campaña final de la independencia. Pero al negarse a cumplir la orden del
Libertador de entregar sus fuerzas al teniente coronel venezolano José Trinidad Morán, fue
arrestado en Trujillo y conducido con grilletes en las manos hasta el cuartel general de Caraz. Se
le liberó con la condición de que se presentara ante el jefe de la división peruana, José de La
Mar, para que este lo destinara como tuviera conveniente. La Mar lo incorporó como ayudante
del estado mayor del ejército unido libertador.[10]
No participó en la batalla de Junín, por pertenecer al estado mayor, pero tuvo la satisfacción de
que esa acción fuera decidida por la caballería peruana, en cuya formación había intervenido.[4]
Continuó a lo largo de la campaña que culminó en la batalla de Ayacucho, donde fue el primer
combatiente que ingresó en el campo realista, sufriendo heridas de bala y lanza al transmitir las
órdenes del comando. Antonio José de Sucre lo mencionó elogiosamente en el parte respectivo,
juzgándolo «muy digno de una distinción singular». Por su notable actuación recibió su ascenso
a teniente coronel efectivo.[4] En el hospital de sangre donde fue atendido, tuvo la ocasión de
reencontrarse con su hermano Leandro, quien se había mantenido leal a la causa del rey, y que
como él también había sido herido.[10] [5]
[n 1]
En 1825 pidió licencia para visitar a su familia en su provincia natal, y a su paso por Arequipa, el
prefecto Antonio Gutiérrez de la Fuente lo nombró subprefecto de la provincia de Tarapacá. En
tal función, se preocupó por incentivar la explotación minera.[11] En Arequipa conoció a la joven
Francisca Diez Canseco, hija de Manuel Diez Canseco Nieto y Mercedes Sánchez, con quien se
casó en 1835.[12]
En las guerras y revoluciones
republicanas
Como subprefecto de Tarapacá se opuso a la Constitución Vitalicia de Bolívar y al proyecto
político de crear la Federación de los Andes. Al frustrarse la reunión del Congreso, se decidió
que dicha Constitución se aprobaría a través de los Colegios Electorales. Todos la aprobaron,
menos el de Tarapacá, presumiblemente por la oposición de Castilla (1826).[11] [13]
Ascendido a coronel, pasó a Lima en 1830. El presidente Agustín Gamarra lo nombró su edecán
y en su compañía partió hacia Cuzco para combatir a la revolución federalista iniciada por el
coronel Gregorio Escobedo, que fue sofocada el mismo día por los mismos cuzqueños. No
obstante, Castilla continuó hasta la frontera con Bolivia y asumió la jefatura de Estado Mayor en
la división de reserva que guarnecía la región. Hubo entonces una seria amenaza de conflicto
bélico con Bolivia, pero por el momento se resolvió de manera pacífica (1831).[4]
De vuelta a Lima, Castilla censuró la política seguida por el presidente Gamarra y fue
involucrado en la conspiración del diputado Iguaín. Apresado el 1 de enero de 1832, fue recluido
primero en la Fortaleza del Real Felipe y luego en un pontón anclado en el Callao. Se cuenta que
involuntariamente delató al capitán Felipe Rossel, oficial de confianza del presidente, que acabó
siendo fusilado.[16] Estando preso, Castilla enfermó y fue trasladado al hospital de Santa Ana,
de donde fugó, embarcándose para Chile en mayo de 1833. El juicio que se le seguía fue
suspendido, y tiempo después resultó absuelto.[17]
En noviembre de 1833, reapareció en Tarapacá, donde respaldó la proclamación del general Luis
José de Orbegoso como presidente provisorio. Pasó a Arequipa y, al estallar la rebelión del
general Pedro Bermúdez, se mantuvo leal al gobierno y participó en la campaña contra los
rebeldes del sur, quienes fueron derrotados en la batalla de Cangallo (6 de abril de 1834).
Restablecida la paz interna tras el abrazo de Maquinhuayo, fue ascendido a General de
Brigada.[4] [18]
Fue nombrado prefecto y comandante general del departamento de Puno el 20 de junio de 1834,
pero renunció el 24 de marzo del año siguiente, al extenderse la rebelión iniciada por el general
Felipe Salaverry en el Callao. Se trasladó a Arequipa, donde se hallaba Orbegoso, ante quien
renovó su lealtad. Fue nombrado secretario general del gobierno, así como jefe de Estado
Mayor. Pero cuando Orbegoso pactó el 15 de junio de 1835 la intervención boliviana para
restaurar su autoridad en todo el país, Castilla, inflexible en su nacionalismo, se apartó de él.[4]
Hay que señalar, sin embargo, que Castilla, como la mayoría de los patriotas peruanos, era
partidario de la unión con Bolivia, pero con la condición de que fuera con la hegemonía
peruana.[19] De modo que cuando el presidente boliviano Andrés de Santa Cruz invadió el Perú,
Castilla se inclinó al bando peruanista (que encabezaban Salaverry y Gamarra), aunque siempre
se mostró reacio a servir a los gobiernos de facto.
Orbegoso, al verlo convertido en un crítico feroz de sus decisiones, lo relevó del mando y ordenó
su destierro a Tarapacá; pero en el trayecto enfermó y permaneció en Tacna.[20] [21]
Santa Cruz,
recelando de sus intenciones, ordenó su apresamiento, pero Castilla logró escapar,
embarcándose en Arica con rumbo al Callao. Rechazó la invitación que le hizo Salaverry de
reincorporarse al ejército, al constatar que dicho caudillo no quería comprometerse a favorecer
una restauración constitucional. Optó finalmente por ir a Chile, en febrero de 1836, el mismo
camino que siguieron otros peruanos tras el triunfo de Santa Cruz sobre Salaverry.[22]
En Chile, Castilla conformó el grupo de emigrados peruanos que se oponían al proyecto de la
Confederación Perú-Boliviana y que esperaban retornar con el apoyo de una fuerza
expedicionaria chilena, que el omnipotente ministro chileno Diego Portales alistaba
meticulosamente.[3] Pero un grupo de oficiales chilenos se opuso a esa expedición y se sublevó
en Quillota el 3 de junio de 1837, apresando a Portales. A las fuerzas chilenas enviadas a
debelar la sublevación se sumó Castilla al mando de los Coraceros de Junín, cuerpo integrado
por 150 voluntarios peruanos. Los amotinados fueron derrotados en el combate del Cerro
Barón, pero Portales resultó asesinado; no obstante, los planes de guerra del gobierno chileno
siguieron su curso.[23] [24]
Volvió al Perú con la segunda expedición restauradora, comandada esta vez por el general
chileno Manuel Bulnes y el peruano Agustín Gamarra.[22] Esta expedición logró finalmente su
objetivo. Castilla peleó en el combate de Portada de Guías del 27 de agosto de 1838,[25] y en la
definitiva batalla de Yungay del 20 de enero de 1839, donde su energía y su visión táctica
evitaron la retirada de los restauradores y decidieron el triunfo de estos. A propósito, se dice que
cuando el general Bulnes ordenó la retirada con estas palabras: «Nos han sobado, retirémonos a
San Miguel donde podremos proseguir el ataque», Castilla, que comandaba la caballería, le
respondió: «No hemos venido a correr», y tomando unos batallones los condujo a la boca de la
quebrada de Áncash y fue así como decidió el triunfo de los restauradores.[26] [27]
[n 2] Por su
brillante actuación se hizo merecedor a su ascenso a General de División.[4]
Fue enviado a sofocar la revolución regeneracionista iniciada en Arequipa por el coronel Manuel
Ignacio de Vivanco, a quien derrotó en Cuevillas el 6 de abril de 1841; este fue el inicio de una de
las más enconadas rivalidades republicanas: Castilla versus Vivanco.[29]
De esta época se cuenta también un incidente que tuvo con el cónsul francés Armand Saillard, a
quien retó a duelo, lo que no se llegó a concretar. Episodio que es narrado en una tradición de
Ricardo Palma, pero de manera distorsionada.[30]
Castilla se mostró contrario a la alianza de Gamarra con el boliviano José Ballivián, entonces
desterrado en Perú.[31] Como jefe de Estado Mayor, acompañó a Gamarra en la campaña de
Bolivia. Ballivián, olvidando su alianza con Gamarra, se puso a la cabeza de la resistencia
boliviana y derrotó a los peruanos en la batalla de Ingavi, el 18 de noviembre de 1841, la misma
en la que falleció Gamarra.[32]
Castilla fue tomado prisionero en el campo de batalla y conducido a pie hasta Oruro, de donde
fue trasladado a Cochabamba y luego a Santa Cruz de la Sierra. En varias ocasiones tuvo
incidentes con sus custodios, motivo por el cual sufrió crueles maltratos. Firmada la paz con
Bolivia, retornó al Perú, arribando a Tacna el 5 de septiembre de 1842.[4] [33]
La revolución
constitucionalista de 1843-
1844
Por entonces el Perú se debatía en una anarquía militar y Castilla se propuso acabar con las
guerras de facciones y restablecer el imperio de la Constitución de 1839, contando con la
alianza de los generales Domingo Nieto y Manuel de Mendiburu. La meta de esta
autodenominada Revolución Constitucionalista, iniciada en Tacna el 17 de mayo de 1843, era
acabar con el gobierno de facto del Directorio encabezado por Vivanco y restablecer a la
autoridad legítima, es decir, a Manuel Menéndez, el sucesor de Gamarra en 1841, en su calidad
de presidente del Consejo de Estado (cargo equivalente a vicepresidente).[34]
Las primeras victorias sobre las fuerzas vivanquistas se obtuvieron en Pachía, cerca de Tacna,
el 29 de agosto de 1843 y en San Antonio, cerca de Moquegua, el 28 de octubre.[35] Con los
generales Domingo Nieto, José Félix Iguaín, y otros, Castilla integró el 3 de septiembre de ese
año una Junta de Gobierno Provisorio en el Cuzco,[36] cuya presidencia asumió tras el
misterioso fallecimiento de Nieto, pues no es seguro si murió por enfermedad o envenenado, el
17 de febrero de 1844.[37]
Un episodio de esta guerra fue la llamada Semana Magna, en la que el prefecto de Lima
Domingo Elías, hasta entonces leal a Vivanco, se alzó contra el Directorio y organizó la defensa
de la capital ante la amenaza de las fuerzas vivanquistas comandadas por José Rufino
Echenique. Pero este ataque no se produjo porque Felipe Pardo y Aliaga advirtió a Echenique
que Vivanco y Castilla se preparaban para un encuentro definitivo cerca de Arequipa.[38]
Elecciones de 1845
La tarea más importante del gobierno de Menéndez fue la realización de las elecciones para
presidente de la República, senadores y diputados (por entonces las elecciones eran indirectas,
por medio de colegios electorales). Manifiestamente, el candidato a la presidencia que contaba
con el favor popular era Ramón Castilla. Domingo Elías presentó también su candidatura, en
representación de los civiles. Pero los militares tenían entonces mucho más poder y llegada en
la población. De modo que Castilla obtuvo un triunfo categórico. El Congreso se instaló el 16 de
abril de 1845, bajo la presidencia de Manuel Cuadros Loayza, y luego de revisar las actas de los
colegios electorales, proclamó como vencedor a Castilla (19 de abril de 1845).[39] [40]
Primera Presidencia
Constitucional (1845-1851)
Su gobierno fue moderado y progresista.[42] Realizó una política de concordia, derogando los
decretos de expatriación expedidos contra los vencidos de la Confederación. Incluso, en 1847
les restituyó sus derechos, habiendo omitido, desde el principio también perseguir a los
partidarios del régimen de Vivanco; empleó, fuera de esto, en los puestos de la administración a
hombres competentes.[1]
Orden interno
Con este gobierno se inició la etapa que el historiador Jorge Basadre ha denominado del
«Apogeo Republicano», etapa de la historia republicana que culminaría con el combate del 2 de
mayo de 1866, en el Callao.
Castilla hizo un gobierno basado en el libre juego de las instituciones públicas, y sustentado
sobre su recia personalidad de gran caudillo. Su gobierno fue de orden sin llegar a la
arbitrariedad. Respetó la libertad de prensa, dentro de los marcos permitidos por la ley,
impidiendo sus desbordes. Fue además un gobierno de unión nacional. Castilla llamó a sus
rivales políticos para que colaboraran con su gobierno. Se sumaron así vivanquistas como
Felipe Pardo y Aliaga, José Gregorio Paz Soldán y José Rufino Echenique. De todos modos se
produjeron conspiraciones que fueron severamente debeladas. Cuando en agosto de 1848 se
sublevó el general José Félix Iguaín, este fue vencido y reducido a prisión; y cuando en febrero
de 1849, se planeó una nueva sublevación encabezada por los generales Juan Crisóstomo
Torrico y Miguel de San Román, estos fueron tomados presos y deportados.[43]
Aspecto económico
En el campo económico, Castilla abordó tres puntos fundamentales: la reorganización de la
hacienda pública por el régimen de los presupuestos; el sistema de las consignaciones para la
venta del guano; y el pago de las deudas interna y externa.[44]
A partir de la década de 1840, el Perú se vio en posesión de una inesperada riqueza: el guano de
las islas y litorales, producto de las deposiciones de millones de aves marinas. Conocidas sus
propiedades fertilizantes desde la época prehispánica, estas fueron redescubiertas a principios
de la República y a partir de 1841 se empezó a vender en grandes cantidades a Europa, cuyos
gastados campos de cultivo lo necesitaban urgentemente.[46] Al principio, el Estado entregó
estos yacimientos en arriendo a particulares, quienes obtuvieron grandes ganancias. Visto lo
rentable del negocio, el Estado anuló esos contratos de arrendamiento e implantó el sistema
llamado de las Consignaciones (1849). Por este sistema, el Estado mantenía la propiedad del
guano hasta su venta final, pero encargaba a una determinada firma (el consignatario) la
extracción, transporte y venta del guano. El consignatario debía lograr el mejor precio posible
para el producto; luego descontaba del precio final de venta todos los gastos realizados y una
comisión, y entregaba la diferencia al Estado.[47] Esta diferencia equivalía casi a las dos
terceras partes o un 60% de la ganancia líquida.[48] La firma consignataria que durante muchos
años ejerció el monopolio en este negocio fue la Casa Gibbs, inglesa. Había también
consignatarios nacionales.[49]
El Estado recibió así sumas cuantiosas, con los que quedó holgada la caja fiscal, empleándose
preferentemente para la defensa nacional y para pagar las deudas externa e interna. Fue una
época de bonanza económica para el Estado, que se prolongó hasta 1870 y fue conocida como
la Era del Guano. No obstante, desde el principio se señalaron algunos vicios y defectos en este
sistema de venta del guano. El Estado, que andaba siempre urgido de dinero, solía pedir
adelantos a los consignatarios sobre el dinero a cobrar, y estos se lo daban con intereses de 4 a
6 %, usufructuando así a costa del Estado.[50] [47]
Cuando Castilla llegó al poder, el Perú tenía una cuantiosa deuda interna e externa que resolvió
pagar con las rentas del guano. La deuda interna la tenía con particulares que habían aportado,
en especie o en dinero, a favor de la guerra de la Independencia y durante las guerras y
revoluciones subsiguientes. La deuda externa la había contraído de varios países: Inglaterra y
Gran Colombia, contraída durante la lucha independentista; con Chile, por los gastos del ejército
libertador sanmartiniano y de los ejércitos restauradores; con España, según lo estipulado en la
Capitulación de Ayacucho; también con Francia y Estados Unidos.[51]
Por leyes dadas en 1847, 1848 y 1850, Castilla ordenó el pago de la deuda interna, pago al cual
se conoce con el nombre de «consolidación de la deuda interna»,[52] lo que originaría un
tremendo escándalo de corrupción en el siguiente gobierno de Echenique.
Por una ley de 1848, se ordenó el pago de la deuda externa a todos los países, con excepción de
España, a la que se le puso la condición de que primero reconociera la independencia del
Perú.[47] Se renegoció la deuda con Inglaterra, originalmente de 3 736 400 libras esterlinas pero
que se había elevado excesivamente por los intereses no pagados desde 1823; hubo como
trasfondo un favorecimiento a la Casa Gibbs (inglesa) en la venta del guano, por lo que se habló
del inicio de una «orgía financiera» en el Perú. Con Chile se acordó como toda y única deuda el
monto de 4 millones de pesos, los que se fueron pagando hasta 1856, con los intereses
correspondientes. Con Estados Unidos se reconoció una deuda de 300 mil pesos por daños y
perjuicios inferidos a sus propiedades, la que se canceló definitivamente en 1853. Con respecto
a la antigua Gran Colombia, cuyos herederos eran las repúblicas de Venezuela, Nueva Granada y
Ecuador, no se llegó a un acuerdo, correpondiéndole al siguiente gobierno resolver el asunto.[53]
Este pago masivo de la deuda externa fue una buena medida, pues así se cimentaba la
confianza internacional en el país.
La defensa nacional
Castilla, como buen militar, puso mucha dedicación a la defensa nacional, teniendo en cuenta
que el Perú limitaba con cuatro países, siempre dispuestos a agredir. Su estancia prolongada en
Chile en tiempos de Portales, lo hizo ver claramente el peligro que significaba para el Perú estar
desarmado. Por ello hizo las siguientes obras:
Como prueba del poderío naval que entonces tenía el Perú, sucedió un hecho significativo: unos
ciudadanos peruanos que enviaban buques mercantes a California, en plena fiebre del oro,
pidieron protección a Castilla. El presidente atendió el pedido y envió al bergantín Gamarra, que
permaneció diez meses en la bahía de San Francisco.[61]
Incidentes internacionales
La política internacional de Castilla estuvo orientada a darle al Perú la prestancia que debía de
tener entre los países de América y del mundo. Comprendió principalmente los siguientes
puntos:
Castilla, asesorado por expertos en el tema, abordó el problema educacional que desde la
fundación de la República se encontraba abandonado. El 14 de junio de 1850 dio el primer
Reglamento de Instrucción Pública, por el cual el Estado asumía la dirección y la administración
de la educación en el país. Empezó también a separar los tres grados de educación que se
daban en las escuelas, los colegios y las Universidades, aunque mantuvo la existencia de los
Colegios Mayores, uno de los cuales pasó a ser el Colegio Guadalupe, lo que mantuvo la
confusión existente desde la época colonial entre enseñanza media y superior.[72] [73]
Fue en este periodo que tuvo un importante desarrollo la educación superior en los colegios de
San Carlos y Guadalupe,[74] así como en el Colegio de la Independencia (luego Facultad de
Medicina de la Universidad de San Marcos) que bajo la dirección del doctor Cayetano Heredia
inició la reforma de los estudios médicos en el Perú. También se destacó el Seminario de Santo
Toribio.[75]
Herrera era rector del Convictorio de San Carlos, al que convirtió en el bastión de los
conservadores,[79] mientras que el Colegio Guadalupe, dirigido por el español Sebastián Lorente,
lo era de los liberales. Uno de los profesores del Guadalupe era el ya mencionado Pedro Gálvez,
que en 1850 asumió la dirección del colegio tras la renuncia de Lorente.[80] Se produjeron así
interesantes debates entre conservadores y liberales, sobre diversos temas, como el sufragio de
los indios.[81] En 1849, fueron elegidos diputados Bartolomé Herrera y Pedro Gálvez, quienes
llevaron a la tribuna parlamentaria las discusiones ideológicas realizadas hasta entonces desde
la cátedra.[82]
Elecciones de 1851
Para las elecciones de 1851, Castilla auspició la candidatura del general José Rufino Echenique,
con el apoyo de sectores conservadores. Otros candidatos importantes fueron el general
Manuel Ignacio de Vivanco, apoyado por los conservadores; y Domingo Elías, civil, fundador del
Club Progresista, apoyado por hombres de negocio e intelectuales liberales. También postularon
los generales Antonio Gutiérrez de La Fuente, Miguel de San Román y Pedro Pablo
Bermúdez.[99]
Echenique triunfó en esta elección, que a decir del historiador Jorge Basadre fue el primer
proceso electoral verdadero de la historia republicana del Perú,[100] aunque con serios indicios
de malas maniobras.
Escultura de Ramón
Castilla en la Plazoleta de
la Merced (Jirón de la
Unión, frente a la Basílica
de La Merced).
Tras la batalla de La Palma, se instaló en Lima un gobierno provisional con Castilla como
Presidente, y los liberales Pedro Gálvez, Manuel Toribio Ureta y Domingo Elías como ministros,
más el general Miguel de San Román que ocupó el Ministerio de Guerra.[110] [111]
Una
importante medida fue el decreto del 25 de marzo de 1855, firmado por Castilla y Pedro Gálvez
en la ciudad de Huancayo, que anunciaba la absoluta libertad en comunicación del pensamiento
por medio de la imprenta; gran avance que se sumaba a los importantes decretos liberales de la
abolición de la esclavitud y la contribución de indígenas.[112]
Pero la primera y más importante medida que tomó el gobierno fue convocar a elecciones para
la reunión de una Convención Nacional o Congreso, cuyo fin sería reformar la Constitución. Por
primera vez se convocó a elecciones con sufragio directo y universal: directo, pues no se elegiría
a los Colegios Electorales, sino directamente a los representantes del nuevo Congreso; y
universal, porque todos los peruanos votarían sin ninguna limitación, sin importar ser analfabeto
o no tener fortuna. No se convocó, sin embargo, a elecciones para Presidente.[110]
La Constitución de la República
Peruana (1856). Esta constitución
fue promulgada por el presidente
Ramón Castilla.
En la Convención Nacional surgió una disputa tensa entre la mayoría liberal y la minoría
conservadora partidaria de Castilla. El más notable de los tribunos liberales era José Gálvez
Egúsquiza, hermano de Pedro Gálvez.[116] La Convención, además de funcionar como asamblea
constituyente, ejerció el Poder Legislativo en toda su extensión, dictando leyes de carácter
permanente y también de circunstancias. Por fin, después de grandes debates, en octubre de
1856 se terminó de discutir la nueva Constitución, que debía reemplazar a la Constitución
Conservadora de 1839.
La Constitución de 1856, de tendencia liberal, limitó las atribuciones del poder ejecutivo,
estableciendo la vacancia de la Presidencia de la República por atentar contra la forma de
gobierno o disolver el Congreso. Estableció que el período presidencial duraría cuatro años y no
seis años como en la anterior Constitución; creó el Consejo de Ministros; suprimió los fueros
personales, abolió la pena de muerte; estableció el sufragio popular directo para todos los
ciudadanos que supieran leer y escribir; restableció las Juntas Departamentales y las
Municipalidades.[117] Los liberales no lograron imponer la libertad de cultos, y el Estado
continuó protegiendo la religión católica, no permitiendo el ejercicio de otros cultos, pero se
suprimieron las vinculaciones y los fueros eclesiásticos, así como los diezmos y primicias.[118]
El presidente Castilla juró esta Constitución, que fue promulgada el 19 de octubre de 1856, pero
expresó su disconformidad con ella, sobre todo por la disminución de las atribuciones del
presidente, aumentando así la situación de confrontación entre el gobierno y el Congreso.[119]
La Convención fue disuelta el 2 de noviembre de 1857 por una patrulla de soldados a órdenes
del coronel Pablo Arguedas, mientras Castilla se hallaba ocupado en el asedio de Arequipa, en el
marco de la guerra civil estallada el año anterior.[120] Si bien Castilla condenó este acto, era
evidente que tal situación le convenía, tan así que una vez que retornó a Lima, no restituyó el
parlamento.[121]
Los conservadores, descontentos con el régimen liberal imperante, se reunieron en torno del
general Manuel Ignacio de Vivanco y se alzaron contra el gobierno.[122]
La rebelión quedó circunscrita a Arequipa, con escasas posibilidades de triunfo. Sin embargo, el
pueblo arequipeño decidió resistir. Para poner sitio a la ciudad, desde Puno partieron las fuerzas
gobiernistas a órdenes del general Miguel de San Román. El pueblo arequipeño se organizó,
formando batallones y construyendo defensas. En las cercanías de la ciudad se produjeron
sangrientos encuentros.[122] Uno de ellos, producido en Yumina, el 28 de junio de 1857, fue
considerado como un triunfo por los vivanquistas, aunque estos no lograron romper el cerco
que los gobiernistas les tendieron. Castilla decidió tomar personalmente el mando del ejército y
llegó por vía marítima al teatro de operaciones; y tras unirse a las fuerzas de San Román, puso
sitio a Arequipa.[125]
Por fin, después de ocho meses de asedio, Castilla ordenó el ataque a Arequipa. Se inició en la
noche del 5 de marzo de 1858 y se reanudó al día siguiente, siendo muy sangriento.[126] El
pueblo, atrincherado en San Antonio, Santa Rosa y Santa Marta, luchó tenazmente. En el famoso
Fuerte Malakoff sucumbió heroicamente el poeta Benito Bonifaz.[127] Hubo batallones enteros,
como el llamado Columnas Inmortales, que no se rindieron y fueron aniquilados.[128] En la
acequia de Santa Rosa la sangre corrió como agua. A las 11 y 30 de la mañana del 6 de marzo,
el ejército de Castilla se reunió en la Plaza de Armas de Arequipa, culminando así la lucha. La
rebelión estaba vencida. Vivanco huyó a Chile.[129]
Segunda Presidencia
Constitucional (1858-1862)
Elecciones de 1858
Si bien la rebelión de Vivanco fracasó, su intención, esto es, acabar con la influencia de los
liberales en las decisiones de gobierno, terminó por imponerse. La Convención, disuelta en
noviembre de 1857, no fue nuevamente convocada e incluso fueron enviados al destierro los
principales líderes liberales.[130]
Castilla convocó a elecciones para un Congreso Extraordinario y para la elección del Presidente
Constitucional de la República, ya que él era solo Presidente provisorio. Se presentó como
candidato. Por su parte, importantes líderes liberales como Benito Laso, Francisco Javier
Mariátegui, José Gálvez Egúsquiza, Francisco de Paula González Vigil y José Gregorio Paz
Soldán, se organizaron y lanzaron la candidatura del general José Miguel Medina. Realizadas las
elecciones, triunfó Castilla. El nuevo Congreso se instaló el 12 de octubre de 1858 y proclamó a
Castilla Presidente Constitucional, para un mandato de cuatro años.[131]
Nueva elección del Congreso (1859)
El Congreso Extraordinario suspendió sus sesiones en mayo de 1859, anunciando su
reinstalación como Congreso Ordinario para julio del mismo año.[132] Pero el gobierno frustró
tal iniciativa, decretando elecciones para nuevos representantes, que se reunirían en el año
siguiente. Castilla argumentó al respecto que el Congreso, al pretender autoconvocarse, había
tomado una decisión antoconstitucional, pues solo al Ejecutivo competía su convocatoria. Sin
embargo, corrió la versión de que en realidad, Castilla se había enterado de que el Congreso
pretendía vacarlo y que por eso tomó tal decisión.[133]
Una de las polémicas más notables que se desarrolló en el Congreso de 1858-59 fue el debate
sobre la abolición de la pena de muerte, principio que ya había establecido la Constitución de
1856. El Congreso se pronunció por dicha abolición, lo que fue apoyado por el gobierno de
Castilla (algunos autores atribuyen a Castilla el mérito de realizar esta reforma).[134]
La Constitución liberal de 1856 no había satisfecho al país. El Congreso de 1860, elegido en las
nuevas elecciones convocadas por Castilla, se arrogó la facultad de Constituyente, procediendo
rápidamente a discutir y reformar la Constitución.[135] Se produjeron grandes debates. Como
líder de los conservadores se hallaba nuevamente Bartolomé Herrera, quien presidió el
Congreso. En el bando liberal se notó la ausencia de los hermanos Gálvez.[136]
Un grupo de liberales que quedaron en Lima, tramaron varias conjuras contra Castilla. El 25 de
julio de 1860 un embozado a caballo intentó asesinar a Castilla en la Plaza Mayor de Lima,
logrando solo herirle con un disparo en el brazo. Y el 28 de noviembre del mismo año, varios
civiles armados y una parte del batallón Lima (que fue sacado de su cuartel con engaños)
atacaron el domicilio del presidente situado en la esquina de las calles Divorciadas e Higueras;
pero la tropa reaccionó y fue repelido el ataque.[137]
En 1857 se batieron todas las marcas en la venta del guano: este llegó a representar el 83 % de
todos los ingresos estatales. El guano se convirtió prácticamente en el único sostén del Estado.
Empezaron entonces los problemas con los consignatarios, que obtenían grandes ganancias.
Como el tesoro público se hallaba siempre requerido de dinero, los consignatarios adelantaban
empréstitos al Estado a cuenta del guano que explotarían en el futuro, con altos intereses, lo
que a la larga traería la ruina económica al país, al ser el guano solo una riqueza pasajera. Pero
por lo pronto, el Perú disfrutaba de los ingresos del guano.[138]
A las alturas de 1860, el Perú exportaba, además de guano, el salitre procedente de Tarapacá,
bórax, plata, lanas. Importaba, en cambio, alimentos, ropa, muebles y artículos suntuarios, tales
como sedas, vinos y licores.[138]
Se siguió permitiendo el ingreso de trabajadores chinos (culíes) para la explotación del guano a
través de "el enganche". El primero en traer chinos al Perú fue Domingo Elías.
La obra educacional
Castilla promulgó el 7 de abril de 1855 un nuevo Reglamento de Instrucción Pública, el cual se
mantendría vigente hasta el gobierno de Manuel Pardo y Lavalle (1872-76). Este Reglamento
estructuró adecuadamente el sistema educativo, disponiendo que la instrucción pública tuviera
tres grados: la popular, la media y la superior. Se acabó así con la indefinición que existía en
dicho campo, pues hasta entonces no se diferenciaba la educación media de la superior.[139]
Bajo el concepto de instrucción popular se encontraban las escuelas de primeras letras, las de
artes y oficios, las de la infancia y la escuela normal. El Estado se proponía masificarla y a
hacerla gratuita para los pobres.[140] Se planeó la construcción de locales escolares, pero al no
disponerse de los recursos necesarios, esta reforma quedó mayormente en el papel.[141]
Política americanista
La política internacional de Castilla, en este segundo gobierno, tal como ya había ocurrido en el
primero, se inspiró en un profundo sentimiento de la solidaridad americana, y en una conciencia
siempre atenta al orgullo de la patria y la dignidad de la nación. Por entonces, las grandes
potencias europeas intervinieron en algunos países independientes de América y la política de
Castilla fue la de oponerse enérgicamente a esas pretensiones convocando a la unidad
americana.[144] Veamos algunos aspectos de esta política.
Desarrollo de la Amazonía
Defensa nacional
La fragata Amazonas.
La primera medida que tomó Castilla fue decretar el bloqueo pacífico de toda la costa
ecuatoriana (26 de octubre de 1858). Guayaquil empezó a sufrir los estragos del sitio, por lo que
el comandante general de esa plaza, general Guillermo Franco, aceptó firmar un armisticio con
el jefe de la flota peruana, vicealmirante Ignacio Mariátegui (20 de agosto de 1859). Poco
después Castilla aprobó la suspensión del bloqueo de toda la costa ecuatoriana, para así
facilitar un arreglo con el gobierno ecuatoriano.[160]
Pero sucedió que el Ecuador entró en un período de anarquía política, ante el inicio de una
guerra civil en la que se establecieron cuatro gobiernos provisorios: un triunvirato en Quito,
presidido por Gabriel García Moreno, una jefatura suprema en Guayaquil, al mando de Guillermo
Franco y que dominaba toda la costa, un gobierno títere de Franco en Cuenca y un gobierno
federal en la provincia de Loja, al mando de Manuel Carrión.[161]
El problema que se planteaba a Castilla era pues que, no habiendo un único gobierno
plenamente legítimo en el Ecuador, no era posible iniciar conversaciones, pues se corría el
riesgo de que una facción invalidase lo que la otra aceptase. Castilla preparó entonces una
expedición naval y militar contra el Ecuador, y el 29 de septiembre de 1859, se embarcó él
mismo. Dejó en el poder en Lima al doctor Juan Manuel del Mar.[160]
La armada peruana la conformaban 15 buques, que transportaban a seis mil soldados. Como el
propósito de Castilla no era el de humillar al Ecuador ni de arrebatarle territorio, envió una nota a
cada uno de los jefes de las facciones ecuatorianas, dándoles un plazo de 30 días para que
llegaran a entenderse y conformaran un gobierno legítimo; en caso de no ocurrir ello, anunció su
propósito de reanudar las operaciones militares.[162]
Pintura anónima del siglo xix, que
representa la toma de Guayaquil por
parte de las fuerzas peruanas en
1860.
Así pues, con la autorización de Franco, las tropas peruanas entraron en Guayaquil el 7 de enero
de 1860, sin necesidad de disparar un balazo. El 25 de enero, Castilla firmó con el gobierno de
Franco el Tratado de Mapasingue, en el que, esencialmente, el Ecuador reconocía la validez de la
Real Cédula de 1802, y por tanto la soberanía peruana sobre los territorios de Quijos y Canelos;
declaraba nula la adjudicación de territorios hecha a sus acreedores ingleses y se establecía
que dentro de un plazo de dos años, una Comisión especialmente nombrada por los dos países
procedería a señalar los límites entre ambos Estados. Castilla no quiso mostrarse implacable o
feroz con Ecuador y antes de marcharse, obsequió uniformes, calzados y fusiles al ejército
franquista.[164]
No obstante, Franco no era el gobernante legítimo del Ecuador, sino apenas un dictador
secesionista en Guayaquil, y fue derrotado por las tropas del gobierno de Quito, presidido por
García Moreno, el 26 de septiembre de 1860. Este gobierno desaprobó el tratado de Mapasingue
el 8 de abril de 1861. El gobierno peruano no tuvo ninguna reacción ante este hecho, porque
intuía que la opinión de su ciudadanía era contraria a la guerra, aparte de que la atención de la
cancillería estaba en otros asuntos, como una posible guerra con Bolivia y las amenazas
europeas al continente. El Congreso peruano, ya en el gobierno de Miguel de San Román, se
encargó a la vez de desaprobar el tratado de Mapasingue, en 1863.[165] [166]
El problema con el Ecuador se prolongaría por mucho tiempo más, volviéndose un asunto
centenario. En el Perú se ha reprochado a Castilla no haberle dado solución entonces, teniendo
todo a su favor para hacerlo. Los continuos problemas limítrofes entre ambos países darían
lugar a una nueva guerra peruano-ecuatoriana en 1941, conocida como la Guerra del 41.[n 3]
Edificio de la Penitenciaría de
Lima, considerado el más sólido
de la capital. Foto de 1875.
Realizadas las elecciones, resultó elegido San Román como presidente; como primer
vicepresidente fue elegido el general Pezet, y como segundo vicepresidente, el general Pedro
Diez Canseco.[186]
Encargado del Mando (1863)
El presidente Miguel de San Román tuvo un gobierno efímero, pues falleció el 3 de abril de 1863,
tras apenas cinco meses de iniciado su mandato. De manera interina, Castilla asumió
nuevamente el mando de la Nación, pues ninguno de los dos vicepresidentes se hallaban
entonces en Lima (Pezet se hallaba en Europa y Diez Canseco en Arequipa). Castilla recibió tal
encargo por ser el oficial de más alta graduación del ejército.[187]
Muchos temieron que Castilla aprovecharía la ocasión para perpetuarse en el poder y hubo
alarma en los medios económicos. Pero cuando el 9 de abril regresó a Lima el segundo
vicepresidente Pedro Diez Canseco, Castilla le entregó tranquilamente el mando, de modo que
solo estuvo en el poder unos días. Diez Canseco, por su parte, ocupó también el poder de
manera transitoria, hasta el retorno del primer vicepresidente, Juan Antonio Pezet, que había
viajado a Europa por motivos de salud. Cuatro meses después, retornó Pezet y asumió la
presidencia el 5 de agosto; de acuerdo a la Constitución, debía culminar el período de San
Román.[188]
Últimos años
En 1864, Castilla fue elegido senador por Tarapacá y presidente de su cámara;[189] desde esa
posición condenó la política internacional del gobierno de Pezet con respecto a la agresión de la
escuadra española del Pacífico. Personalmente fue a Palacio de Gobierno para increpar con
bastante dureza a Pezet, por lo que fue apresado y embarcado al destierro, siendo conducido
hasta las playas de Gibraltar, en febrero de 1865.[187] Pero esta medida no favoreció al gobierno,
pues Pezet terminó siendo derrocado, gracias precisamente a la chispa revolucionaria que dejó
encendida Castilla, lo que daría lugar al surgimiento de figuras pertenecientes a la segunda
generación posterior a la independencia. En su ausencia se produjo el combate del Dos de Mayo
de 1866, última acción de la flota española en aguas peruanas, que fue celebrado como una
victoria por el Perú y sus aliados sudamericanos.
Casado con la dama arequipeña Francisca Diez-Canseco y Corbacho, hija del general Manuel
José Diez-Canseco Nieto y hermana de Francisco y Pedro Diez Canseco Corbacho, militares y
políticos. No tuvo descendencia en ella. Sin embargo, tuvo tres hijos naturales reconocidos (dos
antes de casarse y uno durante su matrimonio), y algunos señalan que hubo otros tres no
reconocidos.[12]
Los tres hijos reconocidos que tuvo antes de su matrimonio con Francisca, fueron los
siguientes:[12]
En su obra Historia de la República del Perú, el historiador Jorge Basadre hace una memorable
efigie del Gran Mariscal Ramón Castilla, que pasamos a extractar.
Ramón Castilla es, en resumen, lo mejor de los primeros cincuenta años de la República
peruana. Es aquella figura a la que todos llaman taita (padre), el libertador del negro, el redentor
del indio, un hombre muy sencillo y del pueblo, y que llegó con su nombre muy adentro de las
multitudes. Patriota a carta cabal, su amor al Perú no solo fue de «palanganada» (fanfarronada),
sino que lo demostró en la práctica con creces, como militar y gobernante. Supo ser al mismo
tiempo caudillo y estadista, y trajo orden y prosperidad al Estado, por eso al grito de «¡Viva
Castilla!» la gente se iba a matar, y al mismo grito se hicieron y deshicieron revoluciones hasta el
mismo día de su muerte.[193]
Pero este mismo caudillo y estadista, que le tocó gobernar en medio de la prosperidad
económica del guano que a tantos enriquecieron, murió pobre y con deudas, y por ello el poeta
Carlos Augusto Salaverry dijo:[194]
La pluma de la historia
dirá un día,
Cuando su cetro la
verdad recobre:
"Fue tan patriota como
se podía,
Y aunque el oro a sus
plantas esparcía;
El pueblo le bendijo:
murió pobre."
«Leyendo su biografía cabe exclamar: "Aquí se aprende a triunfar". Ante el vencedor de Barón, de
Yungay, de Intiorco, de Cuevillas, de Pachía, de San Antonio, de Carmen Alto, de Izcuchaca, de La
Palma, de Arequipa, de Mapasingue, cabe decir: He aquí un guerrero peruano cuya exaltación
puede hacerse sin lamentaciones de "yaraví"». (Basadre).[194] [195]
La casa de Castilla
Ya como presidente, Castilla tuvo dos casas en Lima: una en Chorrillos, probablemente en la
calle del Tren, y otra en la calle Divorciadas e Higueras (actual intersección de los jirones Cuzco
y Carabaya). La primera fue totalmente destruida por la barbarie chilena durante la guerra del
Pacífico, mientras que la segunda sobrevive hasta la actualidad, después de su ejemplar
restauración realizada entre 2004 y 2013. Es una antigua casa colonial que data del siglo xvii.
Castilla la adquirió en 1850, de la testamentaria de Mariano de la Puente, por 20 000 pesos. Tras
el fallecimiento de Castilla, su viuda Francisca Diez Canseco, agobiada por las deudas de su
esposo, vendió la propiedad por 30 000 pesos. Después de pasar por una serie de propietarios,
fue adquirida por el Estado, yendo a manos del INC (actualmente Ministerio de Cultura).
Declarada monumento histórico, alberga ahora a las instituciones dedicadas a exaltar la
verdadera trascendencia histórica del gran libertador así como el museo de sitio.[12]
Homenajes
Por ley aprobada en el Congreso de la República el 25 de junio de 1867 se dispuso que el Poder
Ejecutivo tomara las disposiciones necesarias para los funerales de Castilla, que se realizarían
en Lima. El gobierno del coronel Mariano Ignacio Prado (contra el que se había sublevado)
ordenó gastar 16 000 soles en el mausoleo del Mariscal que debía llevar la inscripción: «El Perú
al Gran Mariscal Ramón Castilla». Una comisión del Congreso asistió a los funerales, y a la
viuda, doña Francisca Diez Canseco, le fue asignado un montepío como si su esposo hubiera
muerto en guarnición. La muerte de Castilla causó honda repercusión en todo el país y paralizó
por algún tiempo la ofensiva de los opositores al gobierno, previo al estallido de la revolución
que tumbó al gobierno de Mariano Ignacio Prado.[196]
Aparte de ese mausoleo suntuoso erigido en el Cementerio Presbítero Maestro, tardó mucho
tiempo en levantarse en el centro de Lima un monumento digno de la memoria del Gran
Mariscal. El primero fue inaugurado en 1915, en la Plazoleta de La Merced (Jirón de la Unión,
frente a la Basílica de La Merced), y fue obra del escultor limeño David Lozano. Este
monumento, de dimensiones modestas, representa una efigie pedestre de Castilla, en actitud
sencilla.
El 9 de diciembre de 1940, el teniente coronel del ejército argentino Raúl Aguirre Molina
pronunció el siguiente discurso al entregar una placa conmemorativa al monumento de Castilla
en Lima:[196]
En mi tierra, en su más
bello ambiente, el de los
gauchos, un criollo
conquista fama y
nombradía, cuando en
las justas camperas, no
pudiendo dominar la
ferocidad del redomón,
el jinete cae a tierra con
las riendas en la mano.
Castilla sublimizó la
proeza. Cuando su
trompa de órdenes tocó
¡Alto! Al final de la
jornada, el jefe hecho
pie a tierra, apoyó la
cabeza sobre el pecho de
su ayudante, y, como
buen soldado de
caballería murió con las
riendas en la mano.
Notas
Batalla de Yungay
Guerra civil peruana de 1843-1844
Guerra civil peruana de 1856-1858
Guerra peruano-ecuatoriana (1858-
1860)
Referencias
Bibliografía
Obtenido de
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title=Ramón_Castilla&oldid=158773965»