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Los que suscribimos, del vecindario de Mérida,


elevamos a US. esta representación para que se sir­
va ponerla en consideración del H. Cuerpo que p re ­
side, a fin de que este atienda nuestros votos i con su
apoyo se digne dirijirla al próximo Congreso, a fin de
alcanzar un acto imprescindible, porque es de con­
veniencia pública, de supremo Ínteres para la g ene­
ración presente i para las venideras, de moral social,
de rigurosa justicia.
La lei de 9 de Abril de 1849 sobre beneficio de
espera ha establecido que esta deba concederse siem­
pre que resulte favorable al que la solicita, bien el
mayor número de acreedores, o bien la mayor suma
de créditos, siendo obligatoria para el resto de los
acreedores: que la espera no baje de seis anos, a me­
nos que el deudor la haya pedido por ménos tiempo :
que negada por la espresada mayoría, el Juez en ju i­
cio ordinario promovido por el deudor la conceda
hasta por nueve años, negándola en los casos del art.
11; i en fin, que la concesion de la espera, hecha en
tales términos, hace cesar los intereses o réditos de
los acreedores, con ecepcion de los réditos de capita­
les pertenecientes a las Universidades i Colegios, a
la Iglesia i Hospitales, a Capellanías i Obras pías.
- 2-

I nosotros usando del derecho constitucional de


representar con moderación ánte los funcionarios pú ­
blicos; como miembros de la familia venezolana que
participamos de sus males o de su prosperidad, inte­
resados en que se hagan patentes los vicios J e las ie-
yes qué labran nuestro infortunio'; poseídos de la in­
tención mas sana, con el corazon en paz, i despues
de haber procurado ilustrar nuestro pensar: conven­
cidos de la conveniencia, justicia i necesidad de la
derogación de la lei de espera; i persuadidos, en fin,
de que en este siglo de discusión, en esta República
de Instituciones filantrópicas, i en un tiempo en que
las calamidades públicas han aumentado la decaden­
cia de la riqueza general, que antes se habia hecho
sentir, i de que para restablecerla, en vez destrabas,
es mas necesario que nunca dejar libre el estímulo al
trabajo, abiertos los puertos al comercio i espcdita la
libertad de industria, vamos a presentar sin temor
varitte de los inconvenientes con que la lei de espera
acrecienta la suma de nuestros atrazos, coarta nues­
tros derechos, i prepara a nuestra decendencia i a la
patria nn porvenir doloroso, porque es infaliblemen­
te el de la indijencia i el de las consecuencias inse­
parables que acompañan a esta.
CAPITULO PRIM ERO
Anulación de lo$ contratos lejitímos anteriores a La let
de espera i alteración de la Jé de los convenios.
Esta lei impidiendo que los contratos se cumplan
en los términos convenido« lícitamente por los con­
tratantes i en los plazos estipulados, i anulando la
obligación de pagar los intereses contratados, ha *><fv
-i3-
ios pecios tejftiítiaHVMfte a le b r a d o s que se iulciaroh
i pttrfesGoiprfafattfccftiforttte'aíás leyès vigentes al tietti-
jty de su cetebrttcloii. P w OtìnsigBrfcente ha debilitado
sobre manera e » ve* de sostener f hoeerlo observar,
el relijioso respeto con que los cindadftnos debeti mi­
rar tas obligaciones contraídas j la fé en las promesas
ha perdido sa vigoi*; herida ha sjdo la inviolabilidad
-de lo s'pafctosi)3Ì^': *q nobwiouüfl /il ob oj-jj Ini fa■- i
Es, sia embargo, una lei primaria del derecho na­
turai que cada uno cumpla inviolablemente sn pala­
bra i realize aquello a que se ha obligado. No se es
suficiente cada hombre, limitadas como son sus facul­
tades : no encuentra en sí mismo cuanto le es preciso
para satisfacer las necesidades numerosas que le vie­
nen de la naturaleza, ni las muchas mas que nacen
de la sociedad en que por eso esta destinado a vivir,
De aquí, la imprescindible necesidad de esa recipro­
cidad de servicios que los hombres entre si se pres­
tan por mèdio de los pactos. I de aquí también, la
necesidad igualmente premiosa de guardar la fideli­
dad en los convenios. El principio de igualdad de
condicion entre los contratantes, i la obligación que
tenemos de no dañar a otro i de dar a cada uno lo
que es suyo, vienen en apoyo de este deber. Su es­
tricta observancia es el fundamento del orden nece­
sario para la vida social. Ni la seguridad ni el comer­
cio, ni la tranquilidad de los individuos, ni la prospe­
ridad de los pueblos son prácticos ni aún posibles des­
de que no se compela a los hombres a guardar la fé
desús promesas, i mónos desde que sea permitido el
despojo de lo ya adquirido por convenios perfec­
tos. Todo contrato forma un vínculo legal que obliga
-4 -
a los que le suscriben a dar o hacer aquello a que se
han obligado: este vínculo dá una acción para exijir
eficazmente la cosa prom etida; i tan sagrado es que
ni ia muerte lo rompe : i activa i pasivamente se tras­
mite a ios herederos.
De tan absoluta necesidad es que los contratos
sean invulnerables para conseguir la felicidad, pri­
mordial objeto de la asociación política: de tal ma­
nera su inviolabilidad está intimamente ligada con
cuantos objetos hacen cara la vida, i con cuantos in ­
tereses sociales pueden i deben ocupar asiduamente
la atención de los Gobiernos; tan indispensable es
para impedir el trastorno o desconcierto del sistema
o plan de vida que cada asociado ha de formarse pa­
ra el arreglo posible de sus actos, que los legislado­
res de todos tiempos, cual mas cual menos, han con­
sagrado esta verdad como fundamental para el orden
de las sociedades. I los mandatos legislativos para
hacerla respetable i santa en todos los contratos per­
mitidos, cualesquiera que sean su naturaleza i formas,
están consignados con profusion en nuestra legisla­
ción, i llenan nuestros Códigos.
En fuerza de estos fundamentos i bajo este aspec­
to, la violacion de los pactos lejítimos. creemos que
la lei de espera pugna directa i manifiestamente con
los mas sólidos i obvios principios de las leyes na­
turales; que ataca fuertemente los verdaderos inte­
reses de la sociedad venezolana; que es enteramente
inconciliable con el gran conjunto de nuestras leyes;
que es un corrosivo de la moral social; i que el bien­
estar, racionalmente entendido, de los asociados la
resiste.
-5 -
C A PITULO SEGUNDO.
L a lei de espera ha vulnerado el derecho de propiedad.
Los venezolanos i estranjeros que con arreglo a las
leyes del pais habían contratado, i en fuerza de sus
contratos debia cumplirse lo convenido, entregándo­
seles las cosas, objeto de sus pactos, en los plazos d e ­
signados, sufren hoi una detención de lo suyo, un da­
ño, un menoscabo, obligándoseles a estar privados de
lo que les pertenecía, por el lapso de seis o nueve
afios; privados así, del derecho que tenían de poseer
alguna cosa suya, o de usar i disponer de ella a su
gusto, que es lo que constituye el derecho de propie­
dad. A su pesar, especialmente respecto de los acre­
edores que en el concurso niegan la espera, se les
despoja de los réditos é intereses que natural i legal­
mente tenían derecho a exijir en virtud de sus con­
venios. El derecho de exijirlos había entrado en el
patrimonio de uno de los contratantes, constituía una
parte de sus bienes, era una porcion de la fortuna va­
lidamente adquirida. Asi, la lei ha detentado lo que
era de ellos, i despojádoles de una parte de sus d e ­
rechos é intereses; les ha quitado sus adquisiciones
justas, sus haberes, i con ellos una cantidad de su fe­
licidad.
Hai, Señor, verdades de tanta importancia i con­
veniencia para el estado social que nunca es demas
repetirlas, inculcarlas i hacerlas resonar incesante­
mente en los oidos, asi de los que gobiernan como de
los que son gobernados. I a esta categoría pertene­
ce indudablemente el derecho de propiedad: por lo
que séanos permitido esponer algunas observaciones
-6 -
que demuestran cuan sagrado es i debe ser, tomán­
dolas en parte de lo mejor que se ha escrito sobre la
materia, para no atenernos a nuestro exclusivo juicio,
o para sostenerlas también con el apoyo de la autori­
dad.
El principio de lo mió i lo tuyo, Señor, es tan a n ­
tiguo como el mundo: tan anterior a las leyes positi­
vas como la lei n a tu ra l: tan universal como la super­
ficie del globo: tan inherente a la naturaleza huma­
na como el instinto de conservarse : tan esencial, ne­
cesario i útil al cuerpo social como el mas indispensa­
ble elemento para su conservación i perfección. En
efecto, cuando el entendimiento se remonta, atrave­
sando los siglos, hasta el nacimiento del jénero huma­
no ; en todos los estados del hombre, de barbarie o
de civilización; en todos los países, donde quiera que
se ha encontrado una porcion de la especie de los
humanos; cuando ni aun se habia pensado en formar
las sociedades civiles, ni se habian escrito leyes, ni
se habia convenido en nada: cuando los hombres se
guiaban no tanto por la razón embotada, cuanto por
las leyes del instinto que son las primeras, las mas
rudimentales, entonces, la propiedad era nn hecho
universal: en el corazon humano habia una propen­
sión vehemente, no facticia sino innata a la propie­
dad. Entonces, el hombre sin mas móvil para estar
en sociedad que el que la naturaleza puso en su cora­
zon para acercarse a sus semejantes, vagando por los
desiertos i los bosques i recorriendo las márjenes de
los rios en pos del sustento, tenia la propiedad del arco
que habia construido, la de sus flechas i de la casa que
habia cojido; i si alguno mas fuerte intentaba arre-
-7 -
batarsela se esforzaba en defenderla. Cuando fue pas­
tor tuvo la propiedad de su choza i de su rebano. Mas
despues, multiplicada su especie, i no pudiendo, nó­
made, sustentarse con las solas frutas naturales i la
caza, le fué forzoso cultivar la tierra, i forzoso tam­
bién distribuirla en fracciones que compusieron otras
tantas propiedades. Entonces, porque estaba en la
naturaleza de su ser, procuró tener i tuvo casa pro­
pia, como buscó i tuvo igualmente, movido por el mis­
mo natural sentimiento, su mujer propia i sus hijos,
a quienes i a su compañera amó i debió amar como
partes de su ser i mas que a sí mismo.
Asi, a medida que la especie humana crecía i se
desarrollaba, crecia i se desarrollaba la propiedad que
en su orijen fué hija del instinto i de la mera natura­
leza. Andando el tiempo se hicieron leyes para pro-
tejerla, i con la proporcion que era respetada, se acre­
centó, llenó la tierra de riquezas, multiplicó los go­
ces del hombre i difundió la civilización que anterior­
mente debió a ella su primer impulso i ha debido su
sostén despues. De este modo, si se observa la ma­
nera constante de ser el hombre en el largo camino
de las jeneraciones, se vé que desde su primera edad,
en el estado salvaje, naturalmente procuró la propie­
dad del palo con que formó su arco i su flecha, la del
producto de su caza, la de su choza i de su cabaña, la
de su porcion de tierra i de los frutos que hizo nacer
en e lla : de su mujer i de sus hijo s; i que cuando el
estado civil confirmó i sostuvo la propiedad, esta tomó
proporciones estensas colosales. Fué entonces que
por el benéfico influjo de la propiedad los valles i los
montes se cubrieron de plantaciones que puso la ma-
-8 -
no del hombre; que se abrieron caminos i se fabrica­
ron naves con que los hombres se pusieron en contac­
to, i pudieron satisfacer sus necesidades, cambiando
sus productos, yendo desde los extremos del globo;
que se crearon artes i reino la abundancia que dió
los medios de cultivarse el espíritu humano ; por el
patrocinio de la propiedad el hombre que nació des­
nudo i sin pan, tuvo hasta seda i púrpura para vestir­
se, vivió bajo suntuosos edificios i circundó la vida de
comodidades: por la propiedad fuéque existieron N i­
nive i Babilonia, Roma, Paris i Londres: i en la pro­
piedad está el orijen, el progreso, la conservación i
la magnificencia de los portentados de la tierra. I por
eso es que si alguna idea es digna de ser significada
con esta palabra sublime, d e r e c h o , es la propiedad.
“ Por medio de este derecho Dios ha civilizado al
mundo, i llevado al hombre del desierto a la ciudad,
de la crueldad a la dulzura, de la ignorancia al saber
i de la barbarie a la civilización. ”
Examinemos mas la naturaleza del hombre, i
acerquémonos a los primeros dias de su vida. Allí le
observamos que siendo niño, infante, incapaz de ima­
jinar siquiera que existían leyes humanas, hace suyo
el carino, el dije, el objeto que se le reg a la ; se lo
apropia ; jime i llora si se le quiere quitar : i lo retie­
ne i defiende si otro infante intenta disputárselo. ¡Ad­
mirable naturaleza que para ensenar a los hombres
la veneración con que debían acatar la propiedad i
las miras mismas que la providencia se propuso ha­
ciéndola esencial al hombre, puso en la cuna de esta
criatura el jérmen que debía tomar despues espansion
para hacer la dicha de lo mas noble entre lo creado '
-9 -
Hasta en el animal sin razón se nota esa misma in­
clinación a la propiedad, aunque en un grado inferior.
Asi es que el Castor i la Abeja fabrican su morada i
procuran retenerla como su ya : los pájaros hacen sus
nidos i no los ceden a otras a v es: algunos cuadrúpedos
é insectos hacen i tienen sus madrigueras, en cuya po­
sesión no se les molesta sin manifestarse ofendidos :
otros animales que viven en manadas tienen lugares
determinados pata pastar, i de donde no son desalo­
jados sino por la fuerza.
Contemplando al hombre en aislamiento, abstraí­
do del espectáculo del universo, tiene en sí mismo la
primera de sus propiedades, que es su persona; pro­
piedad por la que nadie puede acusarle de usurpa­
ción, ni la ha recibido de las leyes de los hombres :
suyos son los diferentes órganos que constituyen su
cuerpo: se sirve de ellos sin remordimiento, i nadie
ha imajinado decir que sean ajenos. Suyo es también
aquello inmaterial i noble que piensa en cada uno de
nosotros; que raciocina i dicierne ; que nos guia en el
camino de la vida, i nos asemeja a Dios. Se sirve el
hombre de ese ser cojitante que le dá tanto poderlo,
sin que tampoco pueda imajinarse que detenta las
cosas ajenas oq ue lo ha recibido de los hombres. Mas
como esas facultades físicas i morales no las ha recibi­
do de la providencia para tenerlas ociosas, sino en ac­
ción i en ejercicio constante a fin de que pueda cu­
brir su desnudez, curar sus enfermedades i ganar el
pan con el sudor de su frente, las aplica al trabajo
con que satisface sus necesidades i se forma un ha­
ber ; haber que contiene en sí una parte de la sustan­
cia del hombre gastada en adquirirlo, cuya adquisi-
-lo ­
ción es hecha a veces a costa del don precioso de la
salud I aún del de la vida: circunstancias graves que
debieran hacer subir de punto el deber de respetar
la propiedad. Este producto del trabajo del hom­
bre es su segunda propiedad ; pero nacida de sus pro­
pias facultades.
Existe, Señor, una !ei general que gobierna en
todo lo creado, por la cual cada una de las diversas
especies de seres tiene sus leyes peculiares que los ri-
jen, adecuadas a su naturaleza i necesidades, i pro­
pias para llenar los fines i funciones que la providen­
cia les impuso. En la especie a que pertenecemos es
una lei peculiar suya la propiedad : es esencial para
conservarse é indispensable para poder cumplirse los
designios que el Supremo Director del mundo quizo
hubiera en el sistema portentoso de la creación; i tan
inherente es a la naturaleza del hombre que, a no
ser así, no aconteciera que desde el primer instante
de la existencia del hombre, este tuvo una mansión
propia, i mui luego una mujer propia que Dios le dio
para endulzarle la copa de la v id a : ni sus primeros
hijos hubieran tenido esas materias propias que que­
maron en adoracion al Dios que a sus padres creó :
ni la propiedad se hubiera presentado en las épocas
de barbarie como un hecho general, en los tiempos
de algún desarrollo de la razón como una idea; i en
las edades de civilización como un principio : ni, co­
mo en todos los tiempos ha sucedido i tan frecuente­
mente, las naciones hubieran levantado ejércitos i
combatido con ardor por disputarse la propiedad : ni
en el hombre se observara en su infancia, cuando
adulto, i ew ln vejez esa propensión nnifurrne a ser
-1 1 -
propietario: ni los lejisladores de todos los países
hubieran sancionado la propiedad como esencial a la
conservación de los Estados: ni tan constantemente
los escritores la hubieran defendido como fundamen­
to de la vida: i ni Dios mismo hubiera creado al hom­
bre con la necesidad de trabajar para adquirir pro­
ductos propios que pudiera cambiar por los productos
de otros hombres para hacerse posible su conserva­
ción, i obligarlo a estar en sociedad; i ni le hubiera
dado ese apego a la vida, como para precisarle a bus­
car la propiedad con que conservara la existencia.
No tenemos, pues, temor de equivocarnos al ase­
gurar con la fuerza de una convicción profunda, irre­
vocable, que la propiedad es una lei de la naturale­
za, inherente al ser humano, esencial al estado social,
sagrada, i cuya inviolabilidad es tan indispensable,
tan absolutamente necesaria para no rebelarse con­
tra los principios eternos, que sin ella es de todo pun­
to imposible la vida, i el órden público.
Por otra parte ¿ quien ignora que los golpes sobre
el derecho de propiedad son el medio mas eficaz pa­
ra disminuir i hasta cegar la fuente misma de la pro­
ducción de la riqueza, que es el trabajo del hombre?
¿ puesto que la propensión natural del hombre es go­
zar sin trabajo, si no tiene seguridad de recojer el
fruto de su trabajo i disponer de el como le convenga;
si está destituido de tan indispensable estimulo, tra­
bajará por el solo placer de trabajar ? ¿ el que le h a­
ya despojado del incentivo de la propiedad, dejará de
ser culpable de su miseria i de los resultados de esta?
i si, como es cierto, entre los medios preventivos que
alejan ai hombre de la tentación de buscar la subsis­
-1 2 -
tencia en el pillaje o en la turbación de la tranquili­
dad pública, ninguno es mas poderoso que el amor a
su hacienda creada con sus fatigas, la cual recomien­
dan los publicistas como un principio conservador has­
ta haber llegado a decir uno de ellos que en su hacien­
da tiene el hombre su patria en mimiatura, i como
una fuente de felicidad, de esperanzas halagüeñas
para el individuo, i para el público ¿ no es esta una ra­
zón culminante para ni directa ni indirectamente, en
los dias de paz, ni en las tempestades políticas, ni a
pretesto de necesidad, ni interponiendo el bien pú­
blico, esta divinidad que tan frecuentemente se invo­
ca para todo, los particulares ni los gobiernos debili­
ten su virtud i ménos toleren i autorizen que ese prin­
cipio salvador que está en la propiedad de cada uno
sea barrenado por los atentados individuales, ni en
manera alguna por los actos que emanan desde el so­
lio de los soberanos ?
Cuando se vuelve la vista hacia las dichosas rejio-
nes donde mas respetado ha sido el derecho de pro­
piedad, se encuentra que se han encerrado en sus do­
minios, la riqueza i la opulencia. ¿ Como atrajo las
miradas del mundo entero la opulenta Atenas, fue el
emporio del comercio i el teatro brillante de las artes
i de las ciencias, i sus moradores se sentían henchi­
dos con el grandioso título de ciudadanos de Atenas,
fué por el robo o !a espoliacion, enemigos naturales
de la propiedad, o por el respeto inviolable que se
tributo a ella, i por el cúmulo de leyes que la prote-
jieron i la consagración de los majistrados para hacer­
las prácticas ? En los Estados Unidos, ¿ quien ha cul­
tivado i hermoseado aquel territorio que Guillermo
-1 3 -
Penn encontró desierto i salvaje, i lo ha cruzado de
caminos, llenado de haciendas i talleres, de grandes
poblaciones, i hasta le ha elevado al rango de una po­
tencia de primer orden, sino la seguridad que cada
ciudadano tiene de que es suyo el íruto de su indus­
tria, de que no hai desconfianza de que nadie pueda
arrebatarse lo, i de que pueda disponer para su bie­
nestar hasta de los quilates del producto de su traba­
jo? ¿ Quien, si n<5 el jenio bienhechor de la propie­
dad ha estimulado a los subditos de esa potencia que
cubre el mar con sus bajeles, a crear las cuantiosas
riquezas que tan poderosamente contribuyen a ha­
cerla respetable i a darle un lugar tan distinguido en
el catalago de las naciones ? ¿ Si nó el respeto sagra­
do a la propiedad, la nación que tiempo hace mar­
cha a la vanguardia de la civilización del mundo,
i cuya trasformacion política ha conmovido en otro
tiempo i conmueve hoi hasta los cimientos, de la E u­
ropa, sería capaz de ocupar posicion tan eminente ?
¿T endría las academias i museos, los plantíos agra­
rios, el vasto comercio, las fábricas i talleres, los ar­
senales i ejércitos i tantos otros elementos que la han
elevado i sostienen en tan alto grado de prosperidad,
sino hubiera consagrado i hecho práctico el derecho
de propiedad, si en sus políticas conmociones no fue­
ra mas severa que nunca en contener la expropiación
que en circunstancias iguales o semejantes en otros
paises se desborda i aún alcanza a no dejar en donde
imperaba la propiedad sino la huella de una lava,i si
no tuviera esa organización de policía que es el guar­
dián de la propiedad, i el inmediato ejecutor de las
providencias lejislativas que proscriben al ladrón i per­
-1 4 -
siguen los abusos del funcionarlo que viola el santua­
rio de la propiedad 1
Antes que los vastos talentos de M. M. Jhiers i
de La Martine dijeran el año próximo pasado en la
asamblea francesa que “ cuando se recorren todos los
países, salta a los ojos el hecho de que la prosperidad
de los diversos países es proporcionada al respeto
que se tiene a la propiedad, ” muchos políticos i eco­
nomistas habian sostenido la misma verdad. Testigos
de la exactitud de tal aserto las potencias menciona­
das que han volado al apogeo del poder i de la glo­
ria bajo el acatamiento al derecho de propiedad ; tes­
tigos los tenebrosos tiempos de los pueblos que sufrie­
ron el yugo de la miseria i de la ignorancia por el vio­
lento esfuerzo para destruir la propiedad i sobre sus es
combros establecer la igualdad de las fortunas: edad
que solo la fantacía poética pudo llamar de o ro : tes­
tigos también el Asia menor, la Grecia, el Egipto,
las costas de Africa, ricas en agricultura i florecien­
tes por su comercio i poblacion en la época venturo­
sa del imperio romano, i empobrecidas, casi desier­
tas ¡desoladas posteriormente por el mortífero siste­
ma de violacion de la propiedad bajo el imperio turco.
Señor, los desastres ocacionados en las perturba­
ciones políticas, las calamidades causadas por las con­
vulsiones de la tierra, la desolación que trae un m a­
léfico contajio, no igualan los estragos que nacen de
la falta de respeto a la propiedad: aquellos males se
reparan dentro de poco tiempo por el principio fe­
cundante i vivificador de la seguridad de la propie­
dad, siempre que se acate, observe i haga observar en
todas ocasiones i circunstancias como sagrado; por­
-1 5 -
que entonces existe la confianza, i el deseo natural
en el hombre de mejorar su suerte estimulan eficaz­
mente al trabajo creador de la riqueza : los males de
la inseguridad son trascendentales é irreparables por­
que abaten la emulación al trabajo i entorpecen las
facultades activas del hombre que no esperando dis­
frutar de su trabajo no hace sacrificios estériles para
tener riqueza acumulada i se contenta con lo indis­
pensable para conservar la v id a ; quizá consume mas
que producir, i jamás acumula capital. En pos de es­
ta inacción que es inevitable i forzosamente consi­
guiente, viene la miseria espantosa, i tras esta la ig­
norancia i los crímenes. I es una verdad incurable
que a proporcion que los golpes sobre la propiedad
se estienden i hacen duraderos, la inacción de las in­
dustrias también se estiende, se hace general i dura­
dera: i entonces, en toda su estension se cumple lo que
dijo el gran Montesquieu “ que cuando todo está en
inacción, un estado está perdido- ”
Pues, hasta este abismo insondable puede ser ar­
rastrada la sociedad venezolana, si se perpetua, si no
se detiene la corriente de los efectos funestos que las
leyes, como la de espera, violan la fe de los pactos,
enjendran la desmoralización en el comercio de la vi­
da, despojan a los nacionales i estranjeros de los d e ­
rechos adquiridos justamente i arranca al hombre una
porcion de su riqueza o de sus bienes sin indemni­
zación alguna.
- 16 -

C A PITU LO TER C E R O .
La lei de espera es funesta en alto grado á la sociedad,
porque tiene efecto retroactivo.
Como hemos demostrado, como aparece de los
considerandos, del espíritu i tenor literal de la lei, no
se limitó a paytar la conducta de los deudores en los
casos futuros a su promulgación, si sufrían atrazo
en sus industrias, i Ja de los acreedores, sino que es­
tendió su acción sobre lo pasado i comprendió los ac­
tos de los contratantes, anteriores, cuyo cumplimien­
to otras leyes habian garantido ántes de existir la lei
de espera. Por lo cual deshizo los pactos que eran
perfectos; quitó los derechos adquiridos i menoscabó
la fortuna de crecidísimo número de personas. Esto,
no obstante, ser un principio inconcurso la no retroac-
tividad de las leyes.
Pero, para conocer mejor la enormidad de ese de­
fecto ruinoso, conviene que ateniéndonos a doctrinas
sanas examinemos quees lo que se llama retroactivi-
dad de las leyes : en que razones se funda entre noso­
tros el principio de la no retroactividad : como ha sido
acatado por lejisladores de diversos paises; i cuales son
las circunstancias constitutivas de la retroactividad.
Llámase retroactividad la acción con que una leí
somete los hechos pasados a su poder.
Porque la lei es una regla para dirijir las accio­
nes de los hombres, de cuya dirección no son sucep-
tibles las acciones ejecutadas ántes: porque la lei no
es obligatoria sino desde que se promulga : porque no
siendo incierto en el orden de la naturaleza sino el
porvenir, las leyes positivas que también hiciesen in­
cierto lo pasado, liarían, en mucho, mas desgraciada
-1 7 -
la condicion humana, haciéndola soportar la pena
de incertidumbre por lo que fué i por lo que puede
ser, porque la lei no puede tener efecto sino desde
que existe, pues que ella es una causa i no hai efec­
tos sin causas i en fin, porque el articulo constitucio­
nal 101 dispone que “ ninguna lei sea obligatoria
mientras no sea publicada con la solemnidad debida
en los lugares respectivos, ” disposición precedida i
secundada por otras vijentes que tocarémos; por estos
fundamentos es que la lei no puede aplicarse a las ac­
ciones o cosas verificadas en los tiempos pasados, sino
solo a las de los venideros; por eso es que el hombre no
puede ser turbado por leyes posteriores en los dere­
chos adquiridos a n te s ; i por eso es que los hechos pa­
sados que han caido bajo la cuchilla del tiempo están
fuera del alcance del imperio de la lei, como ex en ­
tos están de la jurisdicción de los hombres los mora­
dores de la rejion de los muertos.
Es este un principio conservador de la vida, del
honor i de la hacienda del hombre. Es un muro le­
vantado para impedir que se viole nuestra seguridad
personal castigándonos despues por hechos que no es­
tando vedados cuando se ejecutaron, se tenían por
permitidos, i para que no se atente a la propiedad,
privándonos de derechos o bienes adquridos bajo el
auspicio de las leyes anteriores.
Casi todos los lejisladores han rendido homenaje
a este principio saludable. Si la lejislacion de los Cé­
sares se hizo inmortal i marcó el rumbo que frecuen-~
temente han seguido otras lejislaciones, es porque en
consecuencia de sus indestructibles bases, " n o dañar
a otro, dar a cada uno lo que es suyo i vivir honesta-
-rs-
mente, ” puso en el frontispicio <£e los cówtigos roma­
nos la no retroaetividad de sus leyes. Las leVes fran­
cesas d e 5 de Brumario i de 17 de Nivoso del año
2 hicierom retroceder hasta el 14 de Julio dé 1789 la
igualdad absoluta de particiones entre coherederos;
pero convencida la nación de su grande érróh, por
decreto de 9 de Fructidor del año de 3 las derogo;
hizo mas, sancionó otra vez que ninguna lei civil o
criminal pudiese tener eíecto retroactivo; i en su có­
digo civil la Francia estatuyó que las leyes no dispu-
cieeen sino para lo futuro. Abundan los códigos de
la nación española en disposiciones iguales. La lei 121
tít. 2, la 8» tít. 4 o lib. 2, la 5» tít. 5 o lib. 3o, la 6a tít
5 U lib. 4 o del Fuero Juzgo i In lei 200 del Estilo es­
tablecen terminantemente que las leyes no rijen sino
los hechos futuros. En Venezuela, la lei 15 tít. 14
part. 3 establece que los contratos i delitos verificados
en tiempo de un fuero viejo sean juzgados i decididos
por dicho fuero, aunque se conozca de ellos en tiem­
pos de un fuero nuevo. Reconoce el mismo axioma
la lei 13 tít. 17 lib. 10. Novísima Rec. i la Constitu­
ción del Estado lo ha sancionado en el art. 101 cita­
do, prohibiendo que las leyes obliguen antes de ser
promulgadas, i en el 196, disponiendo que ningnn ve­
nezolano “ sea juzgado i menos castigado sino en vir­
tud de lei anterior a su delito o acción. ”
Son oircanstancias constitutivas de la retroactivi-
dad, primero ; que la lei obrando sobre lo pasado, <lo
a lte r e : i segundo; que lo altére con perjuicio de
las personas que son objetos de sus golpes, ¿ pero <joe
reconoce la lejislacion por pasado para los efectos ie-
gaVes ? Dicese pasado en el lenguaje legal lo que ya
-1 9 -
no e*tá pendiente, sino que se ha perfeccionado o es­
ta consumido. Asi, ia cosa debida por una obligación
civil no está pendiente, i nunca puede ser mudada
por las leyes ulteriores: la promesa,solamente inicia­
da, durante una lei, de dar o hacer alguna i perfec­
cionada bajo el réjimen de una nueva lei, es cosa pen­
diente i materia de la lei novísima. ¿ Cuando las leyes
posteriores perjudican a las personas a quienes se re ­
fieren sus disposiciones'? Es bien claro que esto acon­
tece cuando, sin indemnización que conserve ilesos
sus intereses, las priva de sus bienes o de sus dere­
chos adquiridos, que habían entrado en su patrimo­
nio i que no podian ser quitados por aquellos de quie­
nes los habian recibido: asi son los bienes i derechos
habidos en virtud de un contrato formado conforme a
las leyes que rejian al celebrarlo.
Despues de estas observaciones en que nos ha si­
do preciso detenernos para armarnos con el cetro de
la verdad ¿ habrá razón imparcial que ponga en duda
que en la lei de espera concurren cuantos requisitos
constituyen la viciosa retroactividad de las leyes ?
¿ No há ejercido su poder sobre los contratos anterio­
res? i No ha alterado los convenios i en parte inte­
grante no los ha rasgado? ¿ No los há recindido, pri­
vando a los acreedores, sin remunerarles su pérdida,
de lo que lejitimamente era suyo ? Contra los ines-
pugnables principios de no dañar a otro i de dar a
cada uno lo que es suyo, ¿ no los há privado de una
Cantidad de su felicidad ? I la lei que asi ha obrado.
¿ no es un jérmen fecundo de desconfianza, no ha des­
concertado los racionales planes que para sus nego­
ciaciones los individuos tenian establecidos, i no ma­
-2 0 -
ta la esperanza, dejando abierta la puerta a la d e ­
sesperación que principia en el mismo punto en que
aquella espira? I una lei que asi desarregla a la socie­
dad, ¿ no es injusta en el fondo, inmoral en la prácti­
ca i sobre manera funesta al Ínteres procomunal?
CA PITULO CUARTO.
La lei de espera ha despedazado la Constitución de 1830
Como retroactiva que es, está la leí de espera en
abierta pugna con los artículos precitados 101 i 196
que mui claramente prohíben que las leyes ejerzan su
imperio ántes de ser promulgadas debidamente, i que
los magistrados tengan otra regla para juzgar que las
leyes del tiempo en que se cometieron los hechos, sean
contratos o delitos. Por el mismo respecto ha concul­
cado el art. 188 que garantiza a los venezolanos la li­
bertad civil: pues que consistiendo esta en el d e re ­
cho de hacer lo que Ift lei no prohibe i de tenerse por
permitido lo que no está vedado, despojó a los acre­
edores de sus derechos, i aún les inflijió una pena,,
porque toda pena es la privación de un derecho, por
los actos que no les estaban prohibidos; i mas, que
les estaban espresainente permitidos. El mismo artí­
culo garantizó la propiedad, i la propiedad fué viola­
da por la lei de espera. No solo por el peligro de
atentar a la seguridad personal i otros inconvenien­
tes, los artículos 191 i 192 declararon inviolables el
asilo doméstico i el secreto de papeles i cartas parti­
culares, sino también porque son propiedad de los
respectivos ciudadanos: i porque es una propiedad
del inventor, el 217 garantizó igualmente los descu­
brimientos i sus producciones; por los que deb« d a r­
-2 1 -
se un resarcimiento en caso de publicarlos. El 208
prohibió que algnn venezolano pudiera ser privado
de la menor porcion de su propiedad, o que fuese
aplicada algún uso público sin su consentimiento o
el del Congreso : i que para ser privado de ella debia
preceder comprobacion legal de exijirlo el Ínteres
público; previa también una justa compensación. En
vano la Constitución puso tantos diques para que la
propiedad estuviese defendida de la invasión que in­
tentaran las leyes posteriores, porque ese derecho
santo fue víctima de la lei de e sp e ra ; i en vano se
escriben las Constituciones si los derechos mas sa­
grados del hombre no tienen en ellas un antemural
tan sólido i tan alto que resistan el aseite de una lei
ulterior, i no sean salvadas por escalas tan elevadas
como la que formó la lei de espera para adueñarse
de lo que debió defender la cindadela de la Consti­
tución. Nada bastó para que los venezolanos tuvie­
sen asegurados sus derechos perfectos i sus b ie n es;
ni aún las fórmulas prescritas fueron salvadas.
CAPITULO QUINTO.
La lei de espera es ruinosa á las industrias porque ha
sembrado el descrédito i la desconfianza, i tan perni­
ciosa es al acreedor contra quien obra, como al deu­
dor á quien quizo favorecer.
No se detiene aqui el torrente de resultados pési­
mos para la sociedad, que naturalmente se despren­
den de la lei de espera. Esta lei es también una de
aquellas causas positivas que el hombre ménos ins­
truido en economía i ménos versado en el curso i jiro
de las transaciones i negocios en el comercio de la vi-
-2 2 -
da, conoce que hacen retirar los capitales de la cir­
culación i de la producción de la riq ueza; i no solo-
estancan sino que hacen retroceder los diferentes ra­
mos industriales, cuyos medios de conservación i pro­
greso quitan, porque los hacen ocultar o alejar de la
aplicación que se ¡es di<>. Desde que el dueño de un
capital en numerario, en un establecimiento mercan­
til, o en un plantel de cañas, cacao, cafees, edificios,
o en bestias, o en cualquiera otra especie, sabe que,
ora lo venda a crédito para pagarselo en un plazo
convenido; ora lo dé en arriendo o alquiler; ora a
préstamo, gratuitamente o para ganar un ínteres re­
muneratorio de las utilidades que deja de percibir i
del riesgo de perderlo; ora se desprenda de él por
un sentimiento de humanidad o de jenerosidad para
servir al necesitado, o para suministrar fondos al que
desea trab ajar; ora le enajene de alguna otra mane­
ra, pero siempre sin recibir en el acto su equivalente,
0 su precio al contado; desde que sabe, decimos, que
está espuesto su capital i no tiene seguridad de que
se le paguen los réditos, alquileres, fletes o prémios,
1 ménos el capital mismo; porque el deudor a pretes­
to o con motivo de atrazo, i tal vez sin alegar razón
aparente o escúlpante, puede ocurrir al beneficio de
espera i alcanzar la dilación del cumplimiento de sus
compromisos, i estincion de los intereses que debie­
ran compensar la privación de los productos i los aza­
res : desde que sabe que ha de ser retenido su capi­
tal por seis o nueve años, i sin garantías para asegu­
rar los pagos en estos plazos: i aún comprende i pre­
veo que esa dilación i tardan y.a pueden dar causa pa­
ra descuidar i perder su fortuna en manos de aquel a
-2 3 -
qnien no coutó esfuereos o sacrificios para adquirirla,
0 que accidentes indiferentes de la neglijencia i ma­
la ft pueden arruinar su caudal, grande o pequeño,
que acumuló en sus faenas i ahorros, i que bajo su
propia administración i la dilijente tutela de su ín­
teres individual se hubiera conservado o alménos in­
vertido en su provecho: desde que contemple este ca­
pitalista que puede ser privado en parte o en el todo,
por largo tiempo i quizá para siempre, del fruto de
sus sacrificios i economías: desde que piense que en
medio de los recursos bastantes para subsistir i aún
sostener una vida cómoda i sustentar i educar a los
seres que le son queridos, el famoso beneficio de es­
pera puede sumirle al dia siguiente en la indijencia
1 dejar a su mujer i a sus hijos en la miseria i la hor-
fandad ; desde que la previsión tan necesaria al indus­
trial, la prudencia, i mas que todo, el conocimiento
de los hombres i de la situación actual de las indus­
trias, le pongan delante de los ojos este triste, aflicti­
vo é inquietante cuadro que la lei de espera ocasio­
na i forma, tanto o mas fundado cuanto mas cierto sea
que causales inevitables o voluntarias, o simultánea­
mente de ambos modos, tengan en postración las in­
dustrias i hayan creado la dificultad, sino imposibili­
dad de la exactitud i fidelidad en el cumplimiento de
los convenios, é impidan la celebración de nuevas
transaciones i el desembolzo de los capitales: desde
que cualquiera hombre se haga estas obvias i justas
observaciones, preguntamos ¿ es verosímil, es fácil,
es posible que en vez de cerrar su cofre, de guar­
dar sus intereses i apartarlos del peligro de p e rd e r­
los, los ponga en circulación i aspire a destinarlos a
-2 4 -
la producción ? ¿ No es natural que a tan manifiesto
riesgo prefiera ocultarlos o mas bien consumirlos en
su provecho ? ¿ Puede creerse que los estranjeros re­
sidentes en Venezuela con sus haberes, no los re-
mnevan de sus destinos para preservarlos de ser de­
vorados por la lei de espera ? Por mas vehemente
cuanto evidente sea la tendencia que los capitales
tienen a trasladarse a los lugares donde puedan ser
productivos i por mas ciertas que sean la conveniencia
i necesidad que de ellos Venezuela tiene, ¿ hai fun­
damento para esperar que los que pensaran o pudie­
ran traer sus fortunas al pais, realizen sus deseos i se
haga efectiva esa remota posibilidad para ponerlas al
bordo de un abismo ?
Es indudable que por una consecuencia de los
cálculos aún poco previsores: el hombre laborioso i
acaudalado h a d e alejar su patrimonio de cualquier
destino que en otro caso pudiera tener en V enezue­
la, viendo sobre él levantada la lei de espera, co­
mo la espada de Dionicio para destruirlo. I para re-
defiirnos de dar mas estencion a este raciocinio, aglo­
merando pruebas tomadas de la manera natural i
prudente de obrar los hombres en circunstancias tales,
apelamos al juicio íntimo de cuantos tengan bienes
en este pais i mediten el modo regular de adminis­
trarlos, i la incesante amenaza que la susodicha lei
les hace, porque el ínteres individual es el mayor
juez, particularmente en discusión sobre materia que
tan intimamente está ligada con la felicidad o ruina
de cada hombre.
Tras la ocultación i retiro de los capitales, la ri­
queza se detiene i se agota ; los talleres escasean sus
-2 5 -
artículos o se cierran; el comercio detiene su vuelo i
se ahuyenta de nuestro pobre mercado; la agricultu­
ra desciende de la triste posicion que tenia, i acaso es
anonada enteramente, porque faltaron los medios de
poner las plantaciones, de desmontar las haciendas i
hasta de recojer los frutos; los salarios de los trabaja­
dores se disminuyen i esperimentan una decadencia
que hace sufrir al hombre que cada dia buscaba el sus­
tento con su trabajo de artesano, de jornalero & c .; el
necesitado encuentra cerrada la puerta del hombre
pudiente, i quizá, aguijoneado por la necesidad se
lanza en la carrera del crimen para encontrar el pan.
Asi, la miseria se difunde, el malestar de los ve­
nezolanos se agrava; i esta suma de males debida a
la lei de espera que ha sembrado la desconfianza i
menoscabado el crédito, el crédito gran capital en el
comercio, se hace sentir cada dia mas i aumenta los
sufrimientos de todos los individuos de la sociedad,
ricos o pobres, acreedores o deudores. I los que hoi
no sienten el azote de la lei i por eso la aplauden,
mañana sentirán sus efectos i jemirán bajo su influen­
cia desoladora. Como la clase proletaria i meneste­
rosa tiene en la misma lei que se hizo a su favor un
obstáculo para encontrar prestado o de otro modo
lo que le es indispensable para satisfacer el ham­
bre i mitigar sus angustias, i el ciudadano con bienes
tiene también en ella una traba para socorrerle o dar
jiro productivo a sus intereses, acontece que la lei de
espera tiene i ha de tener contra sf aquel aquien hos­
tiliza i aquel a quien se propone favorecer: el reme­
dio que ella da a la necesidad es peor que el mal.
Halagar puede mui accidentalmente a los que hoi re­
-26-
ciben su favor, pero les oculta la copa envenenada
que les tiene preparada. Su influencia es semejante
a la de los específicos que instantáneamente calman
el dolor en el cuerpo humano para hacerlo luego mas
acerbo i desesperante.
C A PITU LO SESTO.
La lei de espera es una provocation de disenciones in­
ternacionales i odiosa por los privilejios que dá i los
medios de que se sirve.
Restrictiva é interdíctiva de la libertad de indus­
tria es la lei como acabamos de demostrarlo; i no
podemos encontrar medio de conciliaria con el artí­
culo constitucional 209 que consagró la amplia liber­
tad de industria i de comercio. Por cuyo motivo te ­
memos mucho que las diversas potencias con quienes
Venezuela tiene tratados de amistad i de comercio,
en virtud de la protección que deben a sus subditos,
i considerando ademas, que la lei violó los contra­
tos i la propiedad, por principios de derecho interna­
cional la protesten ; que esto traiga a la República
un gravamen pecuniario por indemnización de da­
nos o dias de amargura. La resolución en que S. E.
el Poder Ejecutivo ha ordenado que los gobernado­
res le hagan pasar noticia exacta del número de per­
sonas que hayan implorado el beneficio de espera,
con discriminación de nacionales i estranjeros, nos
hace presentir que a S. E. ocupan seriamente los mu­
chos i graves inconvenientes de la lei.
Una distinción odiosa ha establecido la lei conce­
diendo a las universidades i colejios, a la Iglesia i
hospitales, a los poseedores de capellanías i obras
-2 7 -
pias el poder continuar percibiendo ios réditos desús
capitales, i negando este derecho a los demas capita­
listas. ¿ Es por ventura mas sagrada i digna de ser
respetada la propiedad de aquellos que la de los se­
gundos ? Si el fundamento de exijir intereses o rédi­
to es el que se tenga una compensación por el pro­
ducto que de su capital deja de percibir el dueño, i
por el peligro de perderlo, estando fuera de su poder,
o como suele decirse, por el lucro cesante i daño
emerjente, ¿ este fundamento no concurre igualmen­
te en favor de unos i otros dueños de capitales ? ¿ El
capital de un comerciante, de un hacendado o de al-
gun otro de los no favorecidos por la lei, no tiene la
susceptibilidad de producir tanto como los otros ca­
pitales, i sus dueños por algún motivo son indignos de
recibir como los demas algún lucro por la privación
en que están de lo que es suyo? La libertad de indus­
tria que ántes de ser garantida por la C^onstitucion esta
ba sancionada por la razón, ¿ es un derecho que ha po­
dido restrinjirse para condenar a unos acreedores, i
conservarse intacto para favorecer a una clase parti­
cular de capitalistas, sin establecer en favor de estos
un privilejio, i sin cometer contra los otros una vio­
lación de la Constitución i de la sanción de la razón?
¿ Se habrá querido castigar a unos acreedores porque
en consonancia con las leyes que rejian i los princi­
pios económicos i políticos, estipuláronlos intereses
que en todas partes producen los capitales ? La lei
obró en esto contra todos los principios de justicia; i
estableciendo esa desigualdad, infrinjió también el
artículo constitucional 108 que garantizó la igualdad
ante la lei. [ I no es una contradicion repugnante que
-2 8 -
reconociendo la lei de 28 de Abril de 1848 un ínte­
res convencional de 9 por 100 i otro legal de 5 por
100, i que mientras el Congreso del mismo ario auto­
rizó a S. E. el Poder Ejecutivo para contratar un em­
préstito pagando intereses, se niegue absolutamente
a ciertos acreedores exijir algunos por sus capitales
que contra su voluntad son detenidos?
La lei de espera, contra el mandato de justicia
universal de que nadie se enriquezca con daño de
otro, quitó a unos para dar a otros, como queriendo
dar un paso para nivelar las fortunas: lo cual se resien­
te i participa de las máximas del comunismo ; i el co­
munismo es la mas desacertada invención humana,
porque es imposible su institución absolutamente im­
posible su estabilidad, i los esfuerzos para crearlo i
sostenerlo, son el sepulcro de la sociedad.
CAPITULO SEPTIM O.
La lei de espera dá o quizo dar a las industrias un au­
xilio directo antipolítico i antieconómico.
Sí, dicha lei propúsose ministrar a la industria
una protección directa bajo cuyo amparo, por mas
que se pretenda otra cosa, se acojen los que a despe­
cho de la justicia i aún sin atrasos retienen en su po­
der los caudales ajenos; los que han esperimentado
alguna decadencia por imprudencia en sus calculoso
por haber acometido empresas exajeradas; i los que
lian disipado en el lujo que por mil motivos debiera
desterrarse de esta tierra pobre, en los festines o en
los vicios, los bienes que no crearon sino que de otro
recibieron. Casi en vano el art. 11 de la lei determi­
nó caso* que escluvan el beneficio de espera, por-
-2 9 -
que el ménos conocedor de las dificultades que ocur­
ren en los juicios sabe que la malicia liare ilusoria la
lei, sin que por ello esta sea justificable, pues que el
lejislador para sancionarla debe echar en la balanza
la suma entera de toda especie de inconvenientes:
la cual lei, por otra parte, ha creado dispendiosos plei­
tos para que los acreedores que debieran estar en pa­
cifica posesion de lo suyo, puedan alguna vez reco­
brarlo.
El gran Filangieri, antorcha de su siglo, quizo que
la administración pública tuviese por regla invariable
de conducta el luminoso principio; injerirse cuanto
menos sea posible: dejar hacer cuanto mas sea posible.
El profundo Jeremías Benthan i muchos otros escri­
tores eminentes, publicistas i economistas del siglo,
i gabinetes que están en posesion de la alta reputa­
ción de ilustrados, han proclamado el mismo princi­
pio, del cual estamos lejos de ser adversarios. Ingen­
tes inconvenientes nacen de la acción directa de los
Gobiernos para fomentar las industrias o subvenir a
sus males. La moralidad de las clases industriosas que
consiste en que los resultados de sus planes i combi­
naciones dependan únicamente de si mismos es decir,
de la prudencia i acierto con que se han trazado: i el
sentimiento de actividad i de enerjíaque naturalmen­
te domina al hombre i dá a su trabajo productos mas
eficaces, cuando todo se lo debe a si mismo, de lo que
tenemos una esperiencia personal, larga i profunda,
son móviles del progreso industrial, que se atenúan
siempre i a veces desaparecen del todo, si el elem en­
to estraño de la autoridad se ofrece como intermedio
para suplir la falta de circunspección de intelijencia,
-30-
de actividad i destreza i de moralidad de la clase tra­
bajadora. Exajéranse entonces los atrasos; la menti­
ra, i por consiguiente la inmoralidad se hacen un lu­
g a r: la facilidad de equivocarse el lejislador i las di­
ficultades de que se rodea, crecen en los reclamos
continuos é interesados: contráese el hábito de espe­
rar la acción del Gobierno i por eso la laboriosidad
se paraliza i se descuidan los intereses materiales,
que por otra parte son esenciales para los intereses
morales i políticos: un Gobierno que, lleno siempre
de diversas i numerosas atenciones, nunca puede dis­
cernir suficientemente los variados motivos de des­
gracia que cada asociado esperimente, en el inmenso
conjunto de accidentes que influyen en la decaden­
cia de las industrias, o burla la esperanza que crea una
vez en el ánimo de los pueblos, o9e encuentra cir­
cundado de embarazos que le impiden obrar acerta­
damente, si pretende atender a cuantos exijen i es­
peran su protección directa.
El sistema de protejer indirectamente las indus­
trias, a toda luz, es el justo, el racional, el expedito
i el natural para dar incremento a la riqueza, repa­
rar sus pérdidas i restablecer el equilibrio entre la
demanda i la producción. Si un Gobierno garantiza
relijiosamente la propiedad : si liberta de trabas a la
industria; si respeta i hace respetar la seguridad per­
sonal : si en vez de gravosos derechos que encade­
nan al comercio, los establece cuanto menos onero­
sos sea posible, i proporciona lo» medios de satisfa­
cerlos cómoda ¡fácilm ente; si remueve los obstácu­
los nacidos de falta de vías de comunicación : si hace
que la policía vi ji le para que el hombre que p<ied¡*
-3 1 -
trabajar no esté entregado a la pereza, a la vagancia,
a los crímenes i a esa ambición de vivir exclusivamen­
te en pos de los destinos; i si la injusticia no mata la
noble emulación del que sobresale por su intelijencia
i por su laboriosidad i honradez, entonces habrá he­
cho cuanto pueda hacer un lejislador sabio i discreto
para desempeñar el ministerio divino de conseguir la
felicidad de los hom bres; entonces no habrá hecho
tuerza al órden social, ni impedido que las cosas si­
gan su curso natural; i entonces habrá creado un vas­
to manantial de donde partirán copiosos i saludables
arroyos para fertilizar el campo de la industria en to­
do el ámbito de su dominación, i para reponer los
males accidentales que aquejen a la riqueza. Honor
inmarcesible i gloria inmortal a los Gobiernos que
por este camino hayan conducido o conduzcan a sus
pueblos al pináculo de la prosperidad i de la gran­
deza.
CONCLUSION.
Hemos tocado ya el lindero a donde nos habíamos
propuesto llegar. No nos cabe la lisonja de creer que
hayamos dicho cuanto puede ocurrir en materia tan
fecunda i tan rica ; ni un escrito de este jénero pue­
de abarcar una discusión completa que mereciera un
tratado. Sin embargo se habrá logrado nuestro objeto
si nuestros razonamientos son bastantes para disipar
la ilusión que la lei de espera ha podido crear en las
personas no instruidas, i si en los hombres de saber
tienen algún peso que haga caer la balanza del lado
de los males con que la lei destroza los intereses so­
ciales. i se alcan^a su derogación : o si al menos sumi­
-3 2 -
nistran armas para defender los derechos de los aso­
ciados, que ella lacera i hace desaparecer. La conse-
cusion que la patria haga de este gran fin, será la úni­
ca remuneración a que aspiramos, como ha sido el
exclusivo móvil de nuestro trabajo, i como nos es tes­
tigo el que sondea los corazones i rije los destinos
del universo.
Son por tanto, nuestros ardientes votos que US.
se sirva acojer nuestras ideas i darles el curso que he­
mos pedido.

Mérida Noviembre 26 de 1849.

R afael Salan.
Pedro Momalvp,.

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