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DOMINGO II DE ADVIENTO

¡EL SEÑOR VIENE A SALVAR. PREPÁRENLE EL CAMINO!


En nuestro caminar por el adviento no estamos solos. Hay tres personas santas que nos
acompañan de especial modo: Isaías, Juan Bautista y la Virgen María. Este segundo
domingo despunta la figura de Juan Bautista, el profeta que grita en el desierto para que
le preparemos el camino al Señor convirtiéndonos y confesando nuestros pecados.
El Señor llega con fuerza
El comienzo de la segunda parte del libro de Isaías se abre con unas palabras de ánimo:
“consuelen, consuelen a mi pueblo”; la razón: el cautiverio va a terminar, Dios se va a
manifestar con fuerza, se va a revelar su gloria. Pero si nos importa mirar al pasado, a lo
que Dios hizo con su pueblo cautivo en Babilonia, es por lo que ahora quiere hacer con
nosotros, sus hijos, con toda la humanidad. El Señor viene a salvar, viene a conducir a
quienes viven en cualquier destierro existencial hacia una tierra nueva, hacia una
existencia de salvación: del pecado a la gracia, del dolor al consuelo, del nihilismo a la
esperanza. El Señor reúne, lleva en brazos y cuida a quienes se sienten perdidos y se
dejan abrazar por Él. ¿Lo crees? ¿Lo deseas de verdad -para todos- o te da igual?
Esperen y apresuren su venida
Mientras esperamos su venida gloriosa, la obra salvadora del Señor sigue su curso. El
adviento pone más claramente ante nuestros ojos la obra que el Señor realiza a lo largo
de todo el año. Esta obra de liberación la llevará a plenitud cuando vuelva en su gloria.
Porque el Señor ciertamente volverá. “El día del Señor llegará como un ladrón”, afirma
el apóstol Pedro, y entonces todo será transformado, habrá cielo nuevo y tierra nueva. A
nosotros toca estar a la espera, en vela, deseando esa venida. Incluso dice el apóstol que
apresuremos la venida del Señor. Y mientras esperamos, ¿qué hacer? “Procuren que
Dios los encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables”. ¿Si el Señor llegara
hoy, cómo te encontraría? Si el Señor parece tardar, aparte que para él “un día es como
mil años y mil años como un día”, es porque tiene paciencia y quiere que a todos llegue
su Buena noticia, que todos se conviertan y vean su salvación.
Prepárenle el camino
Ciertamente, en el adviento, podemos esperar una intervención más intensa y notable
del Señor, como nos anuncian los textos litúrgicos. Para que los más alejados y nosotros
mismos podamos ser objeto de esta venida, de esta manifestación poderosa y salvadora
del Señor, hemos de prepararnos. No sucede de una manera mágica. El Señor toma en
serio nuestra libertad. De ahí la apremiante exhortación del profeta Isaías y de Juan
Bautista a prepararle el camino. ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo prepararle el camino?
Primero, no se trata de preparar cosas (adornos, regalos, cantos, pesebres, luces,
compartires y un largo etc., eso será la añadidura), que es lo que suele hacerse y ahí se
queda todo, sino de prepararnos espiritualmente nosotros. Tanto Isaías como Juan nos
dan abundantes sugerencias: poner lo que nos falta (¿oración?, ¿obras de misericordia?,
¿escucha de la Palabra?), quitar lo que nos sobra (¿tibieza espiritual?, ¿pecados?,
¿trabajo excesivo?), enderezar lo torcido (actitudes a cambiar, malos caminos que
dejar…), convertirnos, en definitiva, dirá Juan, y confesar nuestros pecados. ¿Ya has
pensado recibir estos días, con una buena preparación, el sacramento de la Penitencia?
Juan además nos recuerda una maravillosa promesa: “Él -Jesús, el Salvador que viene-
los bautizará con Espíritu Santo”. Podemos esperar que este tiempo litúrgico (adviento-
navidad) concluya con una efusión más intensa del Espíritu, si lo vivimos fielmente.

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