Al dar comienzo al tiempo de navidad con las vísperas y la misa vespertina de la vigilia, lo primero que deberíamos tomar en cuenta es precisamente eso: que nos disponemos a celebrar, no solo unas fiestas, sino un tiempo litúrgico, que durará, este año, hasta el siete de enero. Un tiempo que tiene su octava y que, después, se alarga hasta la Epifanía y la fiesta del Bautismo del Señor. Si queremos captar mejor, sin tanto reduccionismo como suele verse, los misterios de salvación que la Iglesia celebra estos días, el misterio del Verbo hecho carne en toda su amplitud, leamos y meditemos, para empezar, los textos (antífonas, oraciones, lecturas) de las cuatro misas que la liturgia de la solemnidad de la Natividad del Señor nos ofrece (vespertina, medianoche, aurora y día). Cristo, luz verdadera Sin lugar a dudas, la navidad es una fiesta de luz. Y lo es porque Cristo es la luz del mundo. La primera lectura de la misa de medianoche comienza con este anuncio: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande, habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”. ¿Le abrirá el mundo las puertas a la luz? ¿Estás dispuesto tú a poner delante del Señor esas sombras y oscuridades de tu vida? Porque el evangelio de la misa del día nos advierte que “la luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió” y más adelante: “la Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba, el mundo se hizo por medio de ella y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron”. Pero, para “los que vivimos inmersos en la luz de la Palabra hecha carne”, la oración colecta de la misa de la aurora pide “que resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu”. Cristo, Salvador El anuncio de los ángeles a los pastores es claro: “no teman, les traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Sí, el Señor viene a romper opresiones y cargas; “mira a tu Salvador que llega” anuncia Isaías, y lo acompaña la victoria; la victoria sobre el pecado, el demonio y la muerte. A quienes lo acogemos este año, se nos anuncia salvación y victoria. Los fragmentos de la Carta a Tito que escuchamos en la segunda lectura de las misas de medianoche y aurora, nos recuerdan que “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos” y “ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre (…) que, según su propia misericordia, nos ha salvado con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo”. Navidad es “la fiesta esperanzadora de nuestra redención”. Déjate, pues, salvar de tu pecado. Cristo, Palabra (Verbo) del Padre La navidad, incluso el mismo adviento, desgraciadamente, se ha convertido en tiempo de jolgorio y bulla, tiempo de dispersión y superficialidad. Sin embargo, navidad es la celebración de que “el Verbo (la Palabra eterna de Dios, su Hijo) se hizo hombre”. Para que nazca en ti la Palabra necesitas hacer silencio. El Verbo es el mensajero del designio divino, Aquel mediante el cual Dios da a la humanidad su palabra definitiva (palabra viva, eficaz, salvadora), porque “a Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Navidad es tiempo de silencio para escuchar al Verbo que te habla al corazón. La navidad hay que vivirla como (y con) María que “conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. No apagues la Luz, no rechaces al Salvador, no hagas oído sordo a la Palabra.