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Resumen
Este artículo analiza la democracia argentina en su trama de corrupción,
con todo lo que tiene de común –y de distinto– con respecto a otros regímenes
democráticos de Latinoamérica y Europa. Las respuestas nos llevan a pensar
el presente desde viejas y nuevas categorías. En el trasfondo de esta discusión
asoman ciertos nudos teóricos y prácticos con los que enfrentamos al problema
democrático arraigado en la corrupción. Desde la instauración democrática en
1983 se pueden distinguir dos formas diferentes de corrupción en la cumbre del
poder. El gobierno de Carlos Menem, de diez años de duración, y los gobiernos
del matrimonio Kirchner, que permanecieron 12 años en el poder. De estas dos
experiencias distintas pondremos el acento en ese entramado de corrupción
institucional que llamamos Estado faccioso.
1
(haquiroga@fibertel.com.ar) Doctor en Filosofía por la Universidad de las Islas Baleares. Profesor
e investigador de la Universidad Nacional de Rosario y de la Universidad Nacional del Litoral,
Argentina. Sus investigaciones están abocadas a la democracia, la ciudadanía, la representación, el
espacio público. Sus libros más destacados son: La Argentina en emergencia permanente (Edhasa,
2005); La República desolada. Los cambios políticos en la Argentina. 2001–2009 (Edhasa, 2010);
Democracia delegativa (Prometeo, 2011), coeditado con G. ‘Donnell y O. Iazzetta); La democracia
que no es. Política y sociedad en la Argentina. 1983–2016 (Edhasa, 2016).
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, año 20, nº 40.
Segundo semestre de 2018. Pp. 233-257. ISSN 1575-6823 e-ISSN 2340-2199 doi: 10.12795/araucaria.2018.i40.10
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Abstract
This article is intended to analyse Argentinian democracy in its corruption,
taking into account everything that it has in common– and all its differences–
regarding other democratic regimes in Latin America and Europe. The answers
lead us to think about the present from both old and new categories. Deep
inside this discussion some theoretical and practicalissues can be spotted with
which we have to face the democratic problem linked to corruption. Since the
democratic establishment in 1983 two different forms of corruption can be
distinguished in the highest positions of power. For instance the government of
Carlos Menem, which was as long as ten years of duration and the governments
of the Kirchner couple, who were on power for twelve years. From these two
different experiences we will make emphasis on the institutional corruption
that we call factious State.
Introducción
fue condenado a dos años y cuatro meses de prisión. De manera más reciente,
en Brasil, el fiscal Sérgio Moro condujo una investigación conocida como Lava
Jato caracterizada como una corrupción transnacional, y en ese proceso Lula
da Silva recibió una condena a 12 años que ha sido apelada, en tanto el ex
vicepresidente de Argentina Amado Boudou recibió una condena de 5 años y
seis meses de prisión en 2018, y el ex presidente de Uruguay Raúl Sendic está
procesado.
Con el gobierno de Carlos Menem en Argentina, también en los años
noventa, surgieron escándalos de corrupción en momentos en que se iniciaba
la reforma del Estado y la política de privatizaciones. El ex presidente fue
condenado en dos causas, sus sentencias fueron apeladas y en la actualidad se
espera un fallo de la Corte Suprema. El tema de la corrupción se instaló en la
conciencia pública a fines de los años noventa y comenzó a figurar en el tercer
lugar de las preocupaciones de los argentinos hasta alcanzar el primer puesto
en marzo y junio de 1992. En poco tiempo fue desplazado de ese lugar por la
gravedad de un fenómeno que atravesó los diez años de gobierno menemista,
el desempleo; fenómeno que persiste y que se ha acrecentado en la actualidad.
En ese decenio, la sociedad argentina no salía de su asombro, ante lo que
vislumbraba era sólo el comienzo de un escándalo político, cuando oyó decir
al dirigente sindical Luis Barrionuevo (hombre cercano al presidente Menem)
y titular de la Administración Nacional del Seguro de Salud (que tenía a su
cargo cifras millonarias correspondientes a las obras sociales sindicales), que
“en este país la plata no se hace trabajando”, para luego describir cómo han
ganado dinero algunos sindicalistas. La frase memorable tenía un corolario: “Si
queremos que este país se arregle tenemos que dejar de robar dos años”. En la
misma ocasión en que reveló el método con que se hace fortuna, Barrionuevo
reconoció además haber aportado en su momento un millón de dólares a
la campaña electoral del entonces candidato Carlos Menem, levantando
suspicacias contra la propia imagen del jefe de Estado.
Los hechos de corrupción señalados –a simple título informativo– y las
declaraciones de Barrionuevo, que no fue convocado de oficio por ningún juez,
ponen en evidencia los límites de la responsabilidad política de los gobernantes
y el endeble interés de la justicia por investigar y avanzar en el camino de la
moralización política como superación de la corrupción. Fueron principalmente
los jueces federales designados por Menem los que desprestigiaron el poder
judicial y conformaron una justicia complaciente con el poder.
Desde esos escándalos de corrupción tan inquietantes, pasando por las
coimas en el Senado durante el gobierno de la Alianza en el año 2000, hasta el
descubrimiento de una red de corrupción en el período kirchnerista, la sociedad
argentina se enfrenta ante una situación desconocida que la lleva a la negatividad
extrema. Lo que está sucediendo es verdaderamente inédito en su historia,
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, año 20, nº 40.
Segundo semestre de 2018. Pp. 233-257. ISSN 1575-6823 e-ISSN 2340-2199 doi: 10.12795/araucaria.2018.i40.10
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desde el momento en que tomó estado público los “cuadernos de las coimas”.
Son ocho cuadernos que registran las coimas millonarias vinculadas a empresas
de la construcción y del sector energético, que fueron redactados por el chofer,
Oscar Centeno, que transportaba bolsas y valijas con millones de dólares hasta
la Quinta de Olivos, sede de la residencia presidencial, y a la propia casa del
matrimonio Kirchner. El chofer cumplía su tarea junto a funcionarios de alto
nivel del ministro de Planeamiento Julio De Vido, hoy detenido después que se le
retiró el fuero como diputado nacional. Escritos de manera minuciosa y obsesiva,
durante diez años, los cuadernos de Centeno han producido una sisma en sectores
de la dirigencia política y del empresario, que roza a algunos jueces. Es la mayor
causa de corrupción conocida hasta ahora en la Argentina, que cuenta con un gran
número de funcionarios y empresarios detenidos y procesados, la mayaría de los
cuales ha optado por el régimen del imputado colaborador o arrepentido.
Estos hechos han superado en intensidad y gravedad a la descarnada imagen
en la cual se observa en un video a José López, secretario de Obras Públicas
del kirchnerismo, en el momento en que arrojaba bolsos con nueve millones de
dólares para hacerlos ingresar a un convento a través de sus muros, suceso que,
a la vez, contó con la complicidad de las monjas de dicha institución religiosa,
en junio de 2016; el mismo funcionario portaba un arma larga de alto calibre.
¿Cómo caracterizar estas conductas corruptas de un grupo de gobernantes
y funcionarios que durante doce años mantuvieron en sus manos el control del
Estado? En la historia argentina del siglo XX, al menos, no se había configurado
nunca una situación semejante. Este entramado de corrupción se llevó a cabo
mediante un sistema institucional que he calificado de Estado faccioso, a falta
de una denominación mejor2. El Estado faccioso es la expresión de la corrupción
organizada y sistemática que ha condicionado la vida cotidiana por la forma en
que se saquearon los recursos públicos, a través del enriquecimiento ilícito de
funcionarios del más alto nivel, de dirigentes políticos, jueces y empresarios.
No se trata, como veremos, de un Estado mafioso, capturado por la mafia, sino
de un grupo faccioso de gobernantes que se organiza desde la cumbre del poder
político para efectuar una facturación propia de las arcas públicas.
La democracia argentina convive con signos contradictorios, que ilusionan
y decepcionan, la nuestra es una democracia a medio hacer. En ella sobresalen
la violencia, una justicia que llega tardíamente, la sensación de impunidad, el
estancamiento económico, las desigualdades múltiples, la falta de estímulo, el
sentimiento de decadencia. Los hechos de corrupción del período kirchnerista
emergen a luz de una manera brutal y literal ha dejado estupefacta a la ciudadanía.
La corrupción sistémica organizada y reproducida desde redes institucionales
atenta contra los principios y valores éticos de cualquier sociedad.
2
Hugo Quiroga, La democracia que no es. Política y sociedad en la Argentina (1983-2016),
Buenos Aires, Edhasa, 2016.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, año 20, nº 40.
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Corrupción de principios, corrupción de las instituciones
3
En este parágrafo he tomado en cuenta algunos aspectos de mi artículo “Corrupción de principios
y corrupción de las instituciones. Una encrucijada para la democracia” (en Hugo Quiroga, La
democracia que tenemos. Ensayos políticos sobre la argentina actual, Homo Sapiens Ediciones,
Rosario, 1995.
4
Platón, República (Traducción del griego por Antonio Camarero. Estudio preliminar y notas Luis
Farré), Buenos Aires, EUDEBA, 1986.
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5
Sheldon S. Wolin, Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo
invertido. Buenos Aires, Katz Editores, 1974, pp. 367-368.
6
Maquiavelo, Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio (Traducción de Luis Navarro,
Notas de Miguel Saralegui), en Maquiavelo (Estudio Introductorio de Juan Manuel Forte Monge),
Madrid, Editorial Gredos, 2011.
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7
Alberto Saoner, “Virtud y virtú en Maquiavelo” (En José M. González y CarlosThiebaut. Eds.),
Convicciones políticas y responsabilidades éticas, Anthropos, Barcelona, 1990.
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8
Sobre esta noción véase Susan Rose-Ackerman, La corrupción y los gobiernos. Causas,
consecuencias y reformas, Madrid, Siglo XXI, 2001.
9
El empresario Yabrán, que amasó una fortuna inexplicable en veinte años guardó una relación
profunda y generosa con la cumbre del menemismo. Mantuvo también excelentes vínculos con
hombres del partido radical. Su influencia sobre el poder se puso de manifiesto en sus conexiones
con ministros, secretarios de Estado, jueces, legisladores y sectores policiales. Con un patrimonio
calculado en 3.000 millones de dólares vivió rodeado de un gigantesco sistema de seguridad hasta que
puso fin a su vida para escapar de la justicia en el mes de mayo de 1990, tras ser acusado de la muerte
del periodista José Luis Cabezas. El gobierno de Menem le ofreció su protección: fue recibido con
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“En el sistema hipercorrupto [hablando del caso argentino] todos los valores
económicos se distorsionan y prácticamente no hay mercados, ya que el
empresariado va a ganar más en función de su relación con algunos centros de
poder que por una conducta optimizadora”.
todos los honores en la Casa de Gobierno por el Jefe de Gabinete, Jorge Rodríguez, cuando pesaba
sobre él la acusación judicial. Menem tomó distancia por las repercusiones negativas que le traía esa
relación, tanto a nivel nacional como internacional. Washington se interesaba en Yabrán por las firmes
sospechas de lavado de dinero. Además de los oscuros negocios, para los argentinos Yabrán era el
responsable intelectual del asesinato de Cabezas.
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Entrevista de Matellanes para Cash, Suplemento Económico del diario Página 12, 5/7/92.
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Corrupción de principios, corrupción de las instituciones
“La visión que yo obtuve a través de mi trabajo es que un empresario que hace
negocios con el Estado argentino no puede dejar de coimear. Si esto es así, si
la coima es una condición para la existencia de la empresa, ningún código de
ética la va a parar”.
También existen causas de otro orden, que tienen que ver con la moral
pública. Aludimos a una clase de corrupción ya mencionada que Aron11
designa con el nombre de “espíritu público” que se materializa cuando los
representantes de los ciudadanos se ocupan de su propio juego olvidándose de
los problemas de la sociedad, lo que ataca al corazón mismo de la democracia.
La descomposición del espíritu público resulta, por tanto, del funcionamiento
de las propias instituciones, de sus deficiencias y debilidades, así como también
de la misma cultura política de la sociedad. Es la corrupción de principios
que describía Montesquieu. Se corrompe la conducta de los funcionarios
y se traiciona al “servicio público”. En este sentido, vale la pena recordar a
Bourdieu12 que cita a un autor alemán que escribía sobre el antiguo Egipto: “Él
muestra (dice Bourdieu) cómo, en una época de crisis de confianza en el Estado
y en el bien público, se veían florecer dos cosas, en los dirigentes, la corrupción
y, en los dominados, la religiosidad personal asociada con la desesperación
respecto de los recursos temporales”. Algo de esto sucedió en la Argentina de
los años noventa: descenso en el interés por los asuntos públicos, desconfianza
en la clase política (reprochada por corrupción) y un crecimiento notable de las
religiones no tradicionales.
La corrupción prospera, además, en aquellos países semejantes a la
Argentina que carecen de tradición democrática firme. El sistema político
pretoriano, vigente entre 1930 y 1983, no permitió la estructuración de un
verdadero sistema de partidos. En nuestra argumentación hay dos conceptos
que se encuentran muy vinculados: el sistema político y el sistema de partidos.
Pero esta ecuación se completa con un tercer término: la alternancia del poder,
que sólo fue posible en las elecciones nacionales de 1989 y 1999 (más tarde
aconteció la de diciembre de 2015). Pretorianismo, escasa competencia entre
partidos y rotación del poder entre civiles y militares caracterizó a la vida
política argentina entre 1930 (fecha del primer golpe de Estado) y 1983.
Hay situaciones especiales en la vida de una sociedad que estimulan la
corrupción. Ella suele aflorar más abiertamente y rozar las más altas esferas del
11
Raymond Aron, Démocratie et totalitarisme, Folio-Essais, Paris, 1990, Cap. IX.
12
Pierre Bourdieu, entrevista de Roger Pol Droit y Thomas Ferenczi, Suplemento Cultura y
Nación, de Clarín, 30/7/92.
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13
Claude Lefort, “¿Renacimiento de la democracia?”, en Claude Lefort, La incertidumbre
democrática. Ensayos sobre lo político, Barcelona, Edición de Esteban Molina, Anthropos, p. 270.
14
R.M. MacIver, El monstruo del Estado (1942), (título original en inglés Leviatán and the people,
de 1939), México, FCE. p. 70.
15
Paul Ricoeur, Política, sociedad e historicidad, Buenos Aires, Editorial docencia, pp. 57-58.
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El tema ha sido tratado en varias obras, remito especialmente a Hugo Quiroga, La Argentina en
Emergencia permanente, Buenos Aires, Edhasa, 2005.
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¿Hasta qué punto pueden convivir estas tres configuraciones?, ¿en qué
medida interfiere el Estado faccioso, carente de reglas, en el Estado de derecho
atenuado, o viceversa? ¿Cómo se puede superar ese lado oscuro del Estado?
Como vimos, el Estado argentino fue resignificado durante el kirchnerismo
por su representación facciosa, aun cuando con anterioridad se pueden
encontrar también repetidos antecedentes de corrupción. La diferencia es que
durante esos años de hegemonía kirchnerista tuvo lugar la construcción de una
matriz facciosa: el Estado como arma para delinquir. La vida política y las
instituciones de la democracia y del Estado están siempre sujetas a cambio, en
cuanto se adaptan a nuevas condiciones históricas. Pero la calidad institucional
se mide también por las marcas que deja en la sociedad un sistema de poder
hegemónico y faccioso. No puede haber recuperación de la democracia
argentina sin la reconstitución de un Estado devastado, faccioso, que atenúa
cada vez más el Estado de derecho, y que suscita, de manera constante, un
ejercicio extraordinario del acto de gobernar.
La zona oscura del poder estatal requiere que el detentador del gobierno
actúe al margen de los principios del derecho. Se trata de una zona esquiva,
irracional, que hace entrar a la democracia en contradicción con ella misma,
que nos remite a una figura en la cual la democracia está sometida a unas
circunstancias y a unas necesidades que incluyen la posibilidad de invocación
permanente de los poderes excepcionales.
Lo que hace el hombre a través de las instituciones es siempre incierto,
pues la experiencia histórica del poder carece de certeza. La institución es una
entidad dinámica, no estática, que tiende a conseguir fines determinados. Ese
fin es lo que especifica su movimiento. No se reduce a un lugar, a un edificio,
a funciones persuasivas y consensuales, roles sociales, esferas de actividades,
sino que posee además un significado simbólico.
Más allá de reglas y costumbres, la institución es la expresión de la
“condensación” de relaciones sociales, lo cual incluye relaciones de fuerza y
poder. La Corona Inglesa es una institución, lo mismo que el Estado, la familia,
la propiedad, el sufragio, la ciudadanía, la bandera, el soldado desconocido
que descansa bajo el Arco de Triunfo como un símbolo de la victoria es una
institución, etc.
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17
Paul Ricoeur, “La paradoja de la autoridad”, en Ricoeur, Paul, Lo Justo 2. Estudios, lecturas y
ejercicios de ética aplicada, Madrid, Trotta, 2008.
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Se la llama así al accidente ferroviario ocurrido en la Estación Once de Buenos en 2012 en el que
fallecieron 51 personas con más de 700 heridos por el mal estado del tren, lo que dio lugar a causas
de corrupción.
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20
Paul Ricoeur,”Le paradoxe politique” (texto de 1957), en Ricoeur, Histoire y vérité, Paris, Seuil,
1964.
21
Ricardo Sidicaro, “Las anomias argentinas”, en Apuntes .Buenos Aires, CECYP, Nº 26, pp.
120-134.
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Reflexión final
22
Samuel P. Huntington, El orden político en las sociedades de cambio, Paidós, Buenos Aires,
1990.
23
Raymon Aron, Démocratie et totalitarisme, Ob. Cit.
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los altos niveles de corrupción, lo que podría tener derivaciones peligrosas para
la estabilidad de la democracia. El problema se agrava porque el poder judicial,
encargado de esclarecer los hechos, quedó bajo sospecha, lo que generó dudas
sobre la posibilidad de conocer la verdad y sancionar a los culpables. La
desconfianza colectiva en los políticos, funcionarios y magistrados abona un
terreno fértil para las deslealtades al orden democrático.
De nuevo, ¿cómo controlar la corrupción que obedece tanto a
comportamientos individuales como estructurales? La resolución del problema
es difícil. ¿Cómo lograr que los funcionarios y los representantes de los
ciudadanos recuperen la moral pública y la virtud cívica, con instituciones
corruptas y cuando predomina la incredulidad colectiva sobre sus quehaceres?
El desafío es aún mayor. Una respuesta posible es la que proviene de la
apelación a la moral pública y la virtud republicana. Tal vez convenga recordar
las palabras de Montesquieu: “la corrupción de cada gobierno comienza
casi siempre por la de sus principios”. La virtud política es el principio de la
democracia. No parece, por cierto, un mal punto de partida.
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Referencias bibliográficas:
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, año 20, nº 40.
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