Está en la página 1de 3

Espejos – Cuento de Alejandro Dolina

La antigüedad clásica no conoció los espejos. Los sirios inventaron el vidrio soplado cien años antes de Cristo. Pero se

trataba de un vidrio opaco. Recién en el siglo XIII, en Venecia, se pudo obtener vidrio totalmente incoloro y transparente.

Las técnicas eran absolutamente secretas. Los artesanos trabajaban en una isla muy vigilada y las penas para los infidentes

eran de la mayor severidad.

En 1291 los venecianos descubrieron que si se revestía el vidrio con una lámina de metal se obtenía una superficie cuyos

reflejos eran nítidos y luminosos.

Durante muchos siglos, las personas sólo podían mirarse en el reflejo de las aguas quietas o en superficies de metal pulido.

Pero como la quietud de las aguas no era frecuente y el metal pulido era demasiado oneroso, casi nadie conocía su propio

aspecto. Las noticias que uno tenía acerca de su fealdad o belleza provenían de testimonios ajenos, siempre teñidos de

subjetividad, cuando no de malicia.

El padre Sallinger aseguró en el siglo XVIII que el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no siempre

estuvieron incomunicados. Hace muchos siglos ambos reinos vivían en paz y eran diversos, es decir, no coincidían como
ahora sus formas y colores. Los espejos no eran sino puertas que comunicaban un reino con otro.

Pero un día la gente del espejo invadió la tierra. Hubo una larga lucha y finalmente el Emperador Amarillo derrotó a los

invasores. El castigo que les impuso fue horroroso: los encarceló en los espejos y los obligó a repetir todos los actos de los

hombres.

Así están las cosas ahora. Pero un día la gente del espejo volverá a rebelarse.

Primero advertiremos algunas imperfecciones en los reflejos. Después oiremos sonidos extraños hasta que un color no

parecido a ningún otro señalará el comienzo de la nueva invasión. Las barreras de vidrio se romperán y esta vez la gente

del espejo vencerá.

Es probable que los sucesores del Emperador Amarillo ejerzan vigilancia permanente sobre el mundo del espejo. Quién

sabe qué clase de atentos guardianes estarán pendientes de la mínima heterodoxia de las imágenes para dar la voz de

alarma. Tal vez la rebelión esté próxima y también la venganza. Acaso pronto conozcamos la horrible condena de repetir

servilmente los movimientos ajenos.

Pero en este último instante aparece una idea perturbadora. ¿Quién nos asegura cuál es exactamente nuestro lado en el

espejo? ¿Quién puede jurar que decide sus movimientos?

Cabe la aciaga posibilidad de que otros estén tomando nuestras decisiones sin que nosotros lo sospechemos siquiera. Y

quizá hasta nuestro más soberano grito de libertad no sea sino el cumplimiento de unas conductas que amos desconocidos

nos imponen.

En ese caso el color misterioso no debe ser para nosotros una posibilidad alarmante sino una esperanza. ¡Que tiemble el

Emperador Amarillo! La hora de la venganza suena sólo para los derrotados.

Espejos II - Alejandro Dolina


Microcuento de Alejandro Dolina
Algunos aficionados a la magia postulan la existencia de espejos memoriosos,
que guardan las imágenes aun en ausencia de los objetos reflejados.
El músico Ives Castagnino jura que una tarde en La Perla de Flores le hizo gestos
de simpatía a una jovencita que descubrió en el espejo. En cierto momento, anotó el
número de su teléfono al revés en una servilleta que se puso luego en la frente. Ella
tomó nota. Suponiéndose aceptado, se dio vuelta para proseguir la seducción en forma
directa. La chica no estaba. Volvió a mirar el espejo y la vio ostensible y contundente,
con un solero a lunares.
Agotados los experimentos ópticos, el músico calculó que aquel espejo
conservaba imágenes del pasado y se fue tranquilamente.
La tarde siguiente, se cruzó en la puerta misma de La Perla con la jovencita del
solero. Después de filosofar brevemente, creyó entender que el espejo no reflejaba el
pasado, sino el futuro.
La confitería estaba desierta. La chica se sentó en la misma mesa del día anterior.
Castagnino —por capricho— modificó su ubicación.
Al rato la buscó en el espejo y no la encontró. Se acercó entonces a la mesa y se
disponía a hablarle, cuando vio que ella le hacía caritas al espejo mientras anotaba un
número de teléfono.
Castagnino captó al fin la verdad: en el espejo de La Perla de Flores podía verse el
pasado o el futuro, según donde uno se sentara. Perplejo ante aquellas reflexiones, ganó
la puerta y buscó una confitería sin espejos.

También podría gustarte