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“La sexualidad enlatada”

Por Claudia Gilman


La razón (Suplemento de cultura)

“La sexualidad enlatada” 1


por Claudia Gilman (UBA)
Lo que a usted le pasa, lector, lectora, lo que a ustedes les preocupa,
pareja, no es exclusivamente suyo: por una módica suma, lo pueden verificar
en cualquier librería.
Como brota el maíz tras un periodo de bonanza, cubriendo toda la
superficie sembrada, con homogeneidad, planta con planta en absoluta
identidad con su especie y género específico, semejantes, iguales,
intercambiables (un choclo u otro choclo es indistinto a la hora del
puchero), así han surgido los manuales de divulgación sexual. Escritura de
apuro, sus signos más conspicuos son la copia de unos a otros, como hechos
en espejo, los olvidos, las citas incompletas, algunos anacronismos históricos.
Se habla en uno de sociedad “grecorromana” que es como decir la
civilización egiptoneoyorquina. Escritos al pie de la imprenta, ávidos de

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La razón. Suplemento de cultura. Domingo 1 de febrero de 1987, pp. 5-6

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“La sexualidad enlatada”
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circular entre un público legítimamente interesado, y de venderse, pagan el


precio de una escritura a menudo descuidada y pobre.
Pero el lector siempre queda tranquilo. La pasión se objetiva, se
socializa. Todos tenemos los mismos problemas, nada de nuestra
singularidad es, en verdad, singular. Uno se encuentra objetivado en el texto,
el que a su vez proporciona una suerte de subjetividad a condición de que se
practiquen los ejercicios propuestos, entre los cuales el principal puede
resumirse en la frase “sea usted mismo”. Pero viniendo de fuera, tal
mismidad supone que uno no es suficientemente uno, de modo que al serlo
por consejo de la obra, el lector se encuentra con que si antes no era
cabalmente él mismo, ahora, después de pasar por la experiencia de la
mismidad, ésta es prestada y, por tanto, exterior. En suma, si tal singularidad
se presupone incompleta antes de la lectura, también se niega a partir de
ella.
El “caso” es el modelo de la objetivación: María, 24 años, soltera; Juan
70 años, viudo; Tom y Celia, joven pareja de clase media. En fin, alguien
como usted, como todos. La identificación opera de manea inmediata;
puede que el problema no se solucione pero al menos se comparte.
“De cómo sentirse un supermacho” puede titularse el libro que afirma que
todo hombre normal tiene, de cada diez coitos, entre dos y tres fallas de
erección, y también el que dice, citando a un “conocido psiquiatra” (sic) que
“un hombre que no haya tenido alguna vez pérdida de la erección debería ir
corriendo a una consulta psicológica”.
Al mismo tiempo que el que no ha tenido una falla pasa a
contemplarse como un héroe del sexo, en la consiguiente pertinencia de ese
enunciado para todos los individuos en igual situación, se produce la
paradoja de que lo que se da (el lugar del supermacho), en ese mismo
movimiento, se quita. Si muchos son supermachos, la excelencia que define
el carácter exclusivo se pierde en la indiferencia de la cantidad.
El hombre sexualmente feliz, La sexualidad masculina, Sexualidad
femenina, Viviendo nuestra sexualidad, Cómo hacer el amor con la misma
persona el resto de su vida, descansan sobre la idea de un sexo informable y
transmisible en un determinado número de paginas. Tal número parece ser
fijo, como se compraba en el hecho de que cada libro dice lo mismo que los
demás. Uno: “En general se piensa que la sexualidad femenina es misteriosa,
complicada, llena de problemas: todo lo contrario de la masculina” (de La
sexualidad masculina, página 30). Otro: “Una creencia muy difundida es
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que, mientras la sexualidad femenina es compleja, misteriosa y llena de


problemas, la masculina es lo más simple del mundo y libre de problemas”
(de Viviendo nuestra sexualidad, página 159).
Lo mismo una y otra vez (si se nos ocurre hacer la lectura de todos los
libros): que la menstruación no es incompatible con el sexo, que la
penetración no es lo único importante en la relación sexual, que debemos
permitirnos gozar, que debemos “ser nosotros”. Por supuesto, no está en
cuestión la mayoría de esas afirmaciones, ni su validez, ni su necesidad; lo
que queda por aclarar es si esta perspectiva pedagógica, lanzada como
artillería pesada, puede acabar con los conflictos que se plantean.
En el grueso de la bibliografía se sostiene la inexistencia de patrones
normales o correctos de conducta sexual que deban seguirse como regla y se
sostiene que es legítimo que cada cual goce con aquello que lo hace gozar.
Sin embargo, no es imposible encontrar una lista de las cualidades que
“debe tener” (y las formas del verbo “debe” aparecen con harta frecuencia)
el “buen sexo”, entre las cuales se cuenta el ser alegre, sensible y generoso.
Lo cual desmiente, a su vez, la falta de criterios que legitimen una sexualidad
(si hay buen sexo, se sobreentiende, también habrá uno malo), y abre un
interrogante angustioso: ¿cómo se hace para ser siempre alegre, generoso o
sensible a partir de una lectura? Los problemas sexuales se desplazan a otras
áreas, se desexualizan.
Parafraseando a Roland Barthes se podría decir que en estos textos la
claridad sorprendente de los seres y sus relaciones no está reservada a la
obra: la vida misma es clara; una misma trivialidad rige la relación de los
hombres en el libro y en el mundo.
Lo que valía para la objetivación de las pasiones de los sujetos es
también predicable de esta bibliografía. Con su acuerdo sorprendente, en
esta vocación de decir lo mismo, pero encuadernado en diferentes tapas, se
estandariza la información. Por eso un libro puede leerse en lugar de todos
los libros. La satisfacción sexual, difícil en la vida, tiene un placebo en la
lectura. El sexo se desexualiza y se traslada a la actividad de leer. Hemos
llegado a un nuevo fetiche: el libro.
Imagínese el futuro lector ante los estantes atiborrados de una librería,
a punto de elegir cuál comprar, como en la góndola del supermercado, una
lata de tomates. Puré “Granjatómica”, puré “Rojo carnal”, puré “La
ponderosa”. ¿Cuál elegir? Y, además ¿por qué?

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El afán de reiteración que tiende sus líneas entre libro y libro


encuentra aun en si interior la misma táctica. Hay temas repetidos
incesantemente en diversos capítulos, como en la suposición de que tal vez
nadie habrá de leer el libro completo. Otra vez: un capítulo puede ser todos
los capítulos. (¿Qué es el clítoris? ¿Qué es un orgasmo?; o “el lector se
preguntará ¿qué es un sexólogo?”). Se incluyen en glosario términos como
“pareja”, “culpa” o “rabia” (definido este último como cólera u odio intenso
usado comúnmente para significar furor, cólera) Es indudable que aquí se
configura un destinatario que no necesariamente debe coincidir con el lector
real. Puede primar el tono más seco de la ciencia o el tono íntimo, secreto,
que se refuerza en el uso del “nosotros” o “nosotras”, lo cual está sugiriendo
“hablamos de hombre a hombre” o “de mujer a mujer”. Esto es, usted
puede confiar en mí.
Hay una significativa diferencia entre lo que parece interesar al lector-
hembra (no confundir con Cortázar) y al lector-hombre. Como hipótesis, no
parece descabellado suponer que el conocimiento de las expectativas
correspondientes a cada sexo es productor de la experiencia clínica que la
mayoría de estos autores ha realizado con pacientes. En la lectura sobre
sexualidad masculina, lo que está en un notorio primer plano es la cuestión
de la falla, al punto que el libro titulado El hombre sexualmente feliz dedica,
de dieciocho capítulos, por lo menos quince, a las disfunciones sexuales, ya
fuere para describirlas, para determinar sus causas o establecer métodos para
su tratamiento. Otro, que promete información sobre sexualidad masculina,
considera que ésta incluye primordialmente información sobre dificultades
sexuales, sus causas y sus posibles terapias. Se dice que la erección no es
todo en el sexo, pero a la vez se plantea que la erección sí lo es todo en el
libro.
En lo referido a la mujer, tiene un espacio privilegiado la necesidad de
superar prejuicios, de superar el sexo de la reproducción y
fundamentalmente se insiste en la búsqueda del placer: el placer en todas sus
formas y cómo obtenerlo.
Este “cómo” rige (en la mejor tradición Dale Carnegie o las
Selecciones del Reader’s Digest) desde el título, el libro de la terapista sexual
sueca Dagmar O’Connor: cómo excitarnos, cómo enfriarnos ante un tercero
para no ser infieles a nuestra pareja, cómo soportarnos aunque nos odiemos,
cómo desear a quien ya no toleramos. En fin, queda preguntarse si vale la
pena. Sus “casos”, que siempre acaban por acabar (bien), tienen el estatuto
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de personajes de comedia, que sufren pero al fin triunfan. Como en el caso


de la pareja ya madura que fue a consultar al especialista porque les
resultaba dolorosa la penetración a causa de las infecciones vaginales
continuas que padecía la mujer. En el mejor estilo del héroe socarrón,
sabelotodo, O’Connor les espeta: “Díganme—les pregunté tratando de evitar
la sonrisa-- ¿cuántos hijos más quieren tener?” Y sigue. “Por un momento
me miraron como si yo estuviera completamente loca. Y entonces, al
unísono, rompieron a reír a carcajadas.” La mágica curación, sustentada en
una anagnórisis (sexo no es igual a coito) tan veloz como superficial, parece
garantizada.
En el “todo se puede si lo desea”, que ofrece esta literatura, parece
que el placer está más en el libro que en la vida.

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