¿En qué se diferencian migración, asilo y refugio?
Aunque se confundan habitualmente, los términos “migrante”,
“solicitante de asilo” y “refugiado” no son sinónimos: cada uno exige unos requisitos e implica distintos niveles de protección. Conviene distinguirlos en esta época de crisis de refugiados, cierre de fronteras y aumento de la xenofobia a nivel internacional.
En pleno apogeo de los discursos nacionalistas y xenófobos, resulta
fundamental saber en qué se diferencian los conceptos de “migrante”, “solicitante de asilo” y “refugiado”, a los que se añade “desplazado interno”. El más general es el primero, que se refiere a las personas que se mueven de un punto a otro pero que no lo hacen huyendo de un conflicto, sino por mejorar sus condiciones de vida. Normalmente se utiliza para hablar de migración internacional, aquella cuyo país de destino es distinto al de partida. Hay muchos motivos por los que una persona puede escoger o verse forzada a emigrar, pero los más habituales son de tipo económico.
Los solicitantes de asilo son personas que piden protección en un país
extranjero, el paso previo a obtener la condición de refugiado. Así pues, las personas que piden asilo deben esperar a que el país donde lo han hecho se lo conceda, procedimiento que puede alargarse enormemente. En 2018 se estimaba que había 3,5 millones de solicitantes de asilo en el mundo. Si su solicitud de asilo es aprobada, los solicitantes pasan a disfrutar de la condición de refugiados.
Por último, los refugiados son personas que gozan de protección
internacional en el extranjero cuando en su propio país ven amenazada su vida por motivos religiosos, políticos, étnicos, sociales o de nacionalidad. Algunos países africanos y latinoamericanos también han ratificado acuerdos que consideran que vivir en un lugar en que se den guerras o enfrentamientos, aunque estos no supongan una amenaza contra esa persona individual, es circunstancia suficiente para conceder el estatus de refugiado. En 2019 había 25,9 millones de refugiados en todo el mundo. Los desplazados internos, por su parte, también huyen de conflictos o persecución, pero no han podido salir de su país, por lo que no pueden acceder a la protección de un Gobierno extranjero.
El estatuto del refugiado está recogido en la Convención de Ginebra de
1951, suscrita por 142 Estados. Los firmantes están obligados a garantizar la seguridad de los refugiados no devolviéndolos a sus países de origen y protegiendo sus derechos humanos, incluyendo su acceso a educación, sanidad y trabajo, entre otros. Para ocuparse de estas cuestiones, la ONU creó el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Este organismo se encarga de atender las necesidades de desplazados internos, refugiados y solicitantes de asilo, así como de facilitar su ubicación en países de acogida o su retorno a su país de origen.
En definitiva, cualquier persona que se traslada puede ser considerada un
migrante. Por su parte, los solicitantes de asilo son aquellos que han pedido acceder a la condición de refugiado y cuyo caso se está examinando, mientras que los refugiados ya han sido reconocidos como personas en peligro si regresan a sus países de origen y gozan de protección por ese motivo. Los desplazados internos, por su parte, también ven su vida amenazada pero no han podido salir de su país de origen. Además, la Unión Europea también contempla otro tipo de protección a extranjeros: la protección subsidiaria, que se aplica a quienes no cumplan los requisitos para ser reconocidos como refugiados pero aún así puedan sufrir riesgos si vuelven a sus países de origen, como enfrentarse a pena de muerte, por ejemplo.
Radiografía de la migración en el mundo
En 2019 había 272 millones de migrantes en todo el mundo, el equivalente al 3,5% de la población, tal y como muestran los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Es una cifra que no ha parado de crecer desde 1995, cuando el total ascendía a 174 millones de personas, y que guarda una estrecha relación con las fuertes transformaciones que se han dado a nivel mundial en ámbitos como el económico, social, político o tecnológico.
Una de sus causas más directas de este aumento en el número de
migrantes es la globalización, que ha derribado fronteras y ha dado lugar a un mercado de trabajo mundial. No en vano, el 74% de todos los inmigrantes internacionales tenían en 2019 edad de trabajar (20-64 años), y dos tercios de ellos eran en realidad migrantes laborales. Este tipo de flujos migratorios, que responden a tendencias a largo plazo como cambios demográficos, el desarrollo económico o el avance de la tecnología de las telecomunicaciones, suele darse a través de corredores migratorios establecidos a lo largo de muchos años entre países en desarrollo y economías más grandes. Eso explica, en parte, que Estados Unidos, Alemania, Arabia Saudí, Rusia y Reino Unido sean los principales destinos de migrantes del mundo: se trata de países con una numerosa mano de obra extranjera proveniente de países a menudo superpoblados con una economía más inestable, como India, México o China.
Este tipo de migración, la laboral o económica, no solo perdurará en los
próximos años, sino que está llamada a intensificarse. Las proyecciones indican que la población crecerá significativamente en las regiones menos desarrolladas en los próximos decenios, sobre todo en África, lo que aumentará el potencial migratorio de las generaciones futuras.
Pero no hay que olvidar que la inmigración internacional no es uniforme
en todo el mundo y que también responde a factores económicos, geográficos y demográficos puntuales. En los últimos años, de hecho, han acontecido importantes episodios de migración y desplazamiento a causa de conflictos armados ―como en Siria, Yemen, República Centroafricana, República Democrática del Congo o Sudán del Sur―, violencia extrema ―como la sufrida por los rohinyá en Birmania― o grave inestabilidad económica y política ―Venezuela―.
Muchas personas de estos países, más que trabajo, abandonaron su
ciudad natal o su país en busca de refugio. Así, del total de 272 millones de migrantes que había en 2019, el 7% eran refugiados y el 11% desplazados internos a raíz de la violencia y el conflicto. Los primeros se concentran, principalmente, en Turquía, Colombia, Pakistán, Uganda y Alemania, mientras que Siria, República Democrática del Congo, Colombia, Afganistán y Yemen tienen la mayor cifra de desplazados internos.
Conocer todos estos datos es imprescindible para plantear políticas
acordes a su magnitud, pero esto también es una tarea complicada. La migración es la variable demográfica “más problemática”, según advierte Ronald Skeldon, profesor de Geografía de la Universidad de Sussex (Inglaterra) y uno de los autores más reputados en lo que a la recopilación de datos sobre la migración se refiere. “A diferencia de los sucesos puntuales y únicos como el nacimiento y la muerte, que definen la duración de la vida de las personas, la migración puede ser un suceso múltiple”, argumenta.
La confección de una base de datos mundial sobre los orígenes y los
destinos de las personas migrantes, iniciada por la Universidad de Sussex y mantenida por la División de Población de las Naciones Unidas y el Banco Mundial, ha supuesto un paso de gigante. La principal conclusión es que la proporción de migrantes no ha sufrido grandes cambios en las tres últimas décadas y siempre se ha situado en torno al 3% de la población mundial. Pero lo que sí evolucionan son los flujos de inmigración y los vínculos que se establecen entre países. Tal y como explica Skeldon, “la movilidad es una característica intrínseca de todas las poblaciones”, pero es cierto que “algunas personas se mueven más que otras y lo hacen de maneras diferentes, lo que parece estar estrechamente vinculado al grado de desarrollo de los países, que a su vez se relaciona con la distribución de la población dentro de cada país”.