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El documento habla sobre dos amigos que se preparan para irse juntos a la universidad lejos de sus familias. Aunque están emocionados por la libertad que tendrán, también tienen miedo de extrañar a sus seres queridos y de adaptarse a un nuevo lugar y costumbres. El día de la partida, las familias los acompañan al puerto entre lágrimas, aunque el padre de uno de los amigos oculta su tristeza para darles ánimos. Finalmente zarpan hacia su nueva aventura, dejando atrás su pueblo y sus
El documento habla sobre dos amigos que se preparan para irse juntos a la universidad lejos de sus familias. Aunque están emocionados por la libertad que tendrán, también tienen miedo de extrañar a sus seres queridos y de adaptarse a un nuevo lugar y costumbres. El día de la partida, las familias los acompañan al puerto entre lágrimas, aunque el padre de uno de los amigos oculta su tristeza para darles ánimos. Finalmente zarpan hacia su nueva aventura, dejando atrás su pueblo y sus
El documento habla sobre dos amigos que se preparan para irse juntos a la universidad lejos de sus familias. Aunque están emocionados por la libertad que tendrán, también tienen miedo de extrañar a sus seres queridos y de adaptarse a un nuevo lugar y costumbres. El día de la partida, las familias los acompañan al puerto entre lágrimas, aunque el padre de uno de los amigos oculta su tristeza para darles ánimos. Finalmente zarpan hacia su nueva aventura, dejando atrás su pueblo y sus
Sala manca . El estudio, sí, pero más que nada la li-
bertad. Estaríamos muy lejos de nuestras familias, podríamos disponer del tiempo, sin tutela alguna. Sabíamos, además, aunque no lo reconociéramos abier tamente, que no solo nos esperaba la libertad: también teníamos miedo a extrañar, a lo difícil que 20 sería sentirse distintos, a no adaptarnos a las nuevas costumbres, a la distancia. Era una gran suerte que fuéramos juntos; eso, sin duda, nos reconfortaba. Todo llega, y al fin llegó el día de la partida. Hasta el puerto se acercaron a despedirnos los Belgrano en pleno, más todos los López. Mi madre y la de Manuel lloraban sin ningún disimulo. Don Domingo, hombre acostumbrado a los viajes y los desarraigos, se mostraba tranquilo y seguro. Tal vez por imitarlo, mi padre ocultaba su nerviosismo, y hasta su tristeza. Sabía, claro, que la oportunidad que se me brinda- ba era imposible de rechazar, pero yo estaba seguro de que me extrañaría. Yo era el menor de sus hijos, y hoy, casi ochenta años después, puedo decir sin vergüenza que siempre me sentí su preferido. Zarpamos, por fin. Atrás quedó la aldea dimi- nuta, con nuestros recuerdos. Adelante, una vez