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CICLOS BIOGEOQUÍMICOS

Chapter · December 2015

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12 authors, including:

María de la Luz Espinosa-Fuentes Oscar Peralta


Universidad Nacional Autónoma de México Universidad Nacional Autónoma de México
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Telma Castro Patricia M Valdespino


Universidad Nacional Autónoma de México Lawrence Berkeley National Laboratory
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Wind Taxonomy and Wind Circulation Patterns in the Mexico City Region View project

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Capítulo 7
CICLOS BIOGEOQUÍMICOS

Autores líderes:
María de la Luz Espinosa Fuentes , Oscar Augusto Peralta Rosales y Telma Castro Romero2
2 2

Autores colaboradores:
Saúl Álvarez Borrego , José Tulio Arredondo Moreno , Rubén Alejandro Bernard Romero8,
14 15

René Martínez Bravo16, Omar Masera Cerutti16, Lyssette Elena Muñoz Villers2,
Patricia Margarita Valdespino Castillo27, Rodrigo Vargas Ramos6,17 y Héctor Erik Velasco Saldaña28,29.

UNAM CCA Centro de Ciencias de la Atmósfera,


2

6
CICESE Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada, B.C., 8UNAM Instituto de Geofísica,
14
CICESE Departamento de Ecología Marina, División de Oceanología.,
IPICyT Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica,
15

UNAM IIES Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, Campus Morelia, 17University of Delaware, EE.UU.,
16

UNAM Instituto de Ecología, 27UNAM Instituto de Ecología,


27

SMART Singapore-MIT Alliance for Research and Technology,


28

CENSAM Center for Environmental Sensing and Modeling, Singapore.


29

Palabras clave: Ciclos biogeoquímicos, gases efecto invernadero, captura y emisión,


ciclo del carbono, surgencias, metano ruminal, dimetisulfuro.
Resumen
Los desafíos que enfrenta la humanidad ante el calentamiento climático global hace fundamental entender los procesos de los
ecosistemas desde un punto de vista funcional para avanzar en el conocimiento sobre la interacción de la variabilidad climática
y los ciclos biogeoquímicos. En los ecosistemas terrestres, la suma total de carbono que ingresa a un ecosistema a través de la
fotosíntesis constituye la producción primaria bruta (GPP) y se ha estimado que el promedio global de GPP es aproximadamente
123 Pg C año-1 y para México es de 2.6 Pg C año-1. Las emisiones de respiración total del suelo han alcanzado valores de > 3.9
kg C m-2 año-1 como en el caso en el que el huracán Wilma impactó la Península de Yucatán en 2005. Y los bosques de Sonora
influenciados por el Monzón de Norte América pueden capturar hasta 374 g CO2 m-2 durante ésta temporada.

En Norteamérica se estima que en el periodo de 1990 – 2009 se emitieron 1720.0 ± 112.5 Tg C por año donde México aportó
cerca de 104.5 ± 10.6 Tg C por año; El inventario nacional de Gases Efecto Invernadero (GEI) reporta una emisión de 748,252 Gg
CO2-eq para el año 2010, lo que representa un incremento de 33.4 % con respecto a 1990. Las emisiones de CO2 representan
65.9 % del total de GEI, mientras que las emisiones de CH4 y N2O representan respectivamente el 22.3 % y 9.2 %. El restante 2.6 %
corresponde a emisiones de hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6). La distribución
por categoría de fuente de emisión es: energía, 67.3 %; agricultura, 12.3 %; procesos industriales, 8.2 %; uso de suelo, cambio de
uso de suelo, 6.3 %; y desechos, 5.9 %.

El sector forestal de México es un gran contribuyente a las emisiones de gases de efecto invernadero. La degradación fores-
tal, los incendios y el cambio de uso de suelo liberan continuamente grandes cantidades de CO2 equivalente. De acuerdo con
el Primer Inventario de Emisiones, en 1997 se reportaron 135,857 Gg CO2-eq q año-1 provenientes de los bosques; en la segunda
Comunicación Nacional 1998 se reportaron 161,422 Gg CO2-eq año-1 ; en la actualización del inventario al año 2002 se estimaron
99,376 Gg CO2-eq año-1; en la cuarta Comunicación Nacional se reportaron 80,162 y en la actualización al año 2010 las emisiones
del sector se determinaron en 73,872 Gg CO2-eq año-1 En este periodo (1990 - 2010) las emisiones de GEI del sector forestal han
representado entre 17 % y 30 % de las emisiones nacionales. Aunque los resultados del año 2010 exhiben una tendencia a la baja
de 45 % respecto a las primeras estimaciones de 1990, la incertidumbre asociada a los cálculos es aún muy alta.

Los diversos estudios a distintas escalas temporales y espaciales han logrado un mejor entendimiento del ciclo del carbono
en el sector forestal del país y permiten diseñar así acciones de mitigación efectivas. Estas acciones se dividen en tres: 1) secues-
tro mediante reforestación y agroforestería; 2) actividades de sustitución de carbono derivado del uso de la energía del petróleo
y carbón mineral por carbono proveniente de la bioenergía sustentable; y 3) actividades de conservación mediante las emisiones
evitadas del carbono almacenado en los diferentes compartimentos del bosque .

En zonas urbanas, con excepción de la Ciudad de México, las emisiones urbanas de GEI no se han cuantificado de manera
individual. Se sabe que las ciudades son la principal fuente de emisión de CO2 hacia la atmósfera y que tienen un papel funda-
mental en las acciones de mitigación. Las emisiones del Distrito Federal representan el 4 % (30,731 Gg CO2-eq), el transporte
terrestre contribuye con 37.5 % y el consumo de energía 31.0 %. La eliminación de residuos sólidos y la combustión residencial
de gas L.P. y natural contribuyen respectivamente con el 11.4 % y 7.0 %.

Por su población, México ocupa el decimoprimer lugar del mundo. Su disponibilidad de agua promedio per cápita lo ubica en
el lugar 89 del mundo, con 4,261 m3 por habitante por año. Para el año 2030, la proyección de crecimiento demográfico muestra
un incremento mayor en las zonas urbanas comparadas con las rurales. En 1950 la disponibilidad per cápita del agua corres-
pondía a 17,742 m3, año-1, en 2009 se redujo a 4,261 m3 año-1, y que para el año 2030 se estima será de 3,783 m3. Aun sin cambio
climático, la gestión de los recursos hídricos en México se complicará en los próximos años como resultado del crecimiento
demográfico y del desarrollo económico, que típicamente incrementa el consumo per cápita.

Entre los ciclos biogeoquímicos que regulan los flujos de materia y energía en los sistemas naturales, los ciclos del nitró-
geno (N) y del fósforo (P) han sido estudiados con particular interés ya que la sobrecarga de estos elementos en los sistemas
naturales son causa directa de la eutrofización de los mismos. Recientemente se ha relacionado el aumento de la temperatura
con la “disminución” de los umbrales de eutrofización, es decir, que en un mundo más cálido, la misma carga de nutrientes en
los ecosistemas ocasionaría efectos más graves asociados a la eutrofización p. ej., incrementando la frecuencia y la intensidad
de florecimientos masivos algales en los sistemas acuáticos o bien generando una producción primaria tan abundante que al
desbalancear la dinámica del oxígeno (fotosíntesis/respiración) genera zonas anóxicas o “muertas” en las capas profundas de
lagos, lagunas y cuencas oceánicas.

Las aguas mexicanas del Pacífico tienden a ser fuentes de CO2 hacia la atmósfera, mientras que las del Golfo de México y del
Caribe tienden a estar en equilibrio con la atmósfera. El área frente a la península de California es considerada como una fuente
de CO2 del agua al aire con un flujo medio anual de CO2 de 0.41 moles C m-2 año-1. En el caso de lagunas costeras mexicanas se
reportan flujos de CO2 y CH4 en agua-aire en las lagunas de Chautengo y Tres Palos en Guerrero, México. En la laguna de Chau-
tengo se reporta un promedio de captura de CH4 de 8.7 mg/m2/día y la emisión de 15.4 mg/m2/día. La captura de CO2 de 1,001.7
mg/m2/día y la emisión de 2,241.5 mg/m2/día. En la laguna de Tres Palos el promedio de captura de CH4 fue 127.7 mg/m2/día y la
emisión 1,483.3 mg/m2/día. La captura de CO2 presentó un valor promedio de 1,475 mg/m2/día y la emisión 95 mg/m2/día. En el
área natural protegida Laguna de Términos en 2012 y 2013 durante la temporada de secas se reporta un flujo de CO2 de 116 mg/
m2/h para el muestreo del 2012 y de 250 mg/m2/h en la campaña de 2013. En cuanto a los flujos de CH4 se estimaron valores de
2.3 mg/m2/h para la campaña de 2012 y 3.3 mg/m2/h en la campaña de 2013.

El país en conjunto ha avanzado en la cuantificación de sus emisiones de GEI a la atmósfera; sin embargo, no se ha genera-
do información científica suficiente que permita evaluar la veracidad y precisión de los inventarios de emisiones. Se requieren
mediciones directas e indirectas que permitan corroborar de manera independiente las emisiones estimadas. Esto es, se nece-
sitan sistemas de monitoreo de GEI que cubran las escalas empleadas en los inventarios y sean útiles para evaluar políticas de
mitigación. Algunos esfuerzos, como los de MexFlux por establecer una red de monitoreo de flujos de carbono en México están
contribuyendo con información para evaluar las emisiones de CO2 provenientes de ecosistemas naturales y urbanos.
Introducción

La humanidad enfrenta desafíos nuevos para desarrollar políticas y mecanismos prácticos de adaptación y mitigación ante el
calentamiento climático global. Para esto, la comunidad científica tiene la responsabilidad de proporcionar las bases analíticas y
cuantitativas que permitan fundamentar e instrumentar tales políticas y estrategias. Estas bases incluyen la compilación de co-
nocimiento sobre la respuesta de los ecosistemas a la variabilidad y las alteraciones en la composición atmosférica y en el clima
global por gases de efecto invernadero (GEI) tales como dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O).

Es fundamental entender los procesos de los ecosistemas desde un punto de vista funcional para avanzar en el conocimiento
sobre la interacción de la variabilidad climática, los cambios en la cobertura y la composición vegetal (por cambio de uso de
suelo) y sus vínculos con los ciclos biogeoquímicos (Chapin et. al., 2012). Así, a través de los procesos de fotosíntesis y respira-
ción, los ecosistemas terrestres son fundamentales en el secuestro y emisión de CO2. Además, la composición y la extensión de
la cobertura vegetal determinan propiedades físicas de la superficie terrestre tales como el albedo, la emisividad y la rugosidad
aerodinámica, que a su vez influyen en la temperatura del aire, precipitación, y velocidad del viento, entre otras variables clima-
tológicas (Burba y Verma 2005) que influyen la dinámica de las emisiones de GEI. En general, el clima es el factor gobernante que
determina la presencia, extensión y distribución de los ecosistemas, así como de numerosos procesos biológicos, establecién-
dose con ello una compleja retroalimentación entre la biósfera y la dinámica climática del planeta (Heimann y Reichstein 2008).

A pesar de su importancia, el conocimiento de las interacciones entre el clima y los ciclos biogeoquímicos, como el del car-
bono, es aún muy limitado especialmente en nuestro país (Vargas et. al., 2013). El Panel Intergubernamental de Expertos sobre
el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) ha definido esta limitación como una “incertidumbre clave” en nuestro en-
tendimiento del clima presente y futuro (IPCC 2007). Afortunadamente, el estudio de dichas interacciones ha registrado avances
importantes gracias al desarrollo de nuevas técnicas y metodologías experimentales para medir el intercambio de vapor de
agua, carbono, calor sensible y radiación solar a múltiples escalas espaciales y temporales (Canadell et ál., 2000). Este desarrollo
tecnológico y científico ha exigido un vínculo multidisciplinario entre diferentes campos de la geociencia, biogeoquímica, ecolo-
gía y matemáticas, el cual ha permitido incrementar y optimizar las mediciones en campo, así como también las bases de datos
para su aplicación en modelos ecosistémicos más precisos (Williams et ál., 2009, Vargas et ál., 2011).

1. Ciclos biogeoquímicos
1.1 Ciclo del carbono
1.1.1 Ecosistemas terrestres

La suma total de carbono que ingresa a un ecosistema a través de la fotosíntesis constituye la producción primaria bruta (GPP,
por sus siglas en inglés) y se ha estimado que el promedio global de GPP es aproximadamente 123 Pg C año-1 (Beer et ál., 2010) y
para México es cerca de 2.6 Pg C año-1 (Vargas et ál., datos no publicados). En los ecosistemas, una fracción del CO2 asimilado por
las plantas retorna a la atmósfera por medio de la respiración total (Reco). El balance entre la captura de CO2 vía GPP y su pérdida
por Reco constituye el intercambio neto del ecosistema (NEE por sus siglas en inglés), el cual determina en última instancia si se
trata de una fuente o de un sumidero de carbono.

Los primeros estudios sobre el ciclo del carbono en México datan de la década de los noventa y se enfocan en la variación de
la biomasa en bosques tropicales húmedos y secos (Martinez-Yrizar et ál., 1992; Martinez-Yrizar 1995; Martinez-Yrizar et ál., 1996;
Hughes et ál., 1999). Sin embargo, en los últimos 15 años se ha avanzado con estudios en bosques tropicales húmedos (Hughes
et ál., 2000), bosques tropicales deciduos (Lawrence y Foster 2002; Maass et ál., 2002; Jaramillo et ál., 2003b; Kauffman et ál.,
2003; Read and Lawrence 2003a; 2003b; Vargas et ál., 2008) y bosques en zonas áridas (Burquez et ál., 2010).

Todos ellos han cuantificado la biomasa aérea, pero muy pocos han abarcado estudios sobre la biomasa subterránea, como
raíces y hojarasca (Castellanos et ál., 1991; Castellanos et ál., 2001; Jaramillo et ál., 2003a; Vargas et ál., 2008; Vargas et ál., 2009). A
nivel nacional existen sólo dos estudios, el primero incluye una síntesis de los inventarios forestales de la Comisión Nacional Fo-
restal (CONAFOR) junto con cálculos de emisiones por cambio de uso de suelo (de Jong et ál., 2010). El segundo es un re-análisis
de los datos de CONAFOR, junto con información de la cobertura vegetal medida por radar (Cartus et ál., 2014).

Los esfuerzos por cuantificar los flujos de CO2 en ecosistemas naturales de México son aún incipientes. Las emisiones de
respiración total del suelo (RS) se han investigado sólo en bosques tropicales deciduos (Vargas y Allen 2008; Vargas et ál., 2012)
y en un chaparral Mediterráneo (Leon et ál., 2014). Vargas et ál. (2012) encontraron que las emisiones de RS alcanzaron valores
récord (> 3.9 kg C m-2 año-1) después de que el huracán Wilma impactó la Península de Yucatán en 2005. En cuanto al Intercambio
Neto del ecosistema por sus siglas en inglés (NEE) , sólo existe un estudio publicado sobre diferentes condiciones de cobertura
vegetal en el bioma de pastizal semiárido en Llanos de Ojuelos, Jalisco (Delgado-Balbuena et ál., 2013) y otro en bosques de
Sonora influenciados por el Monzón de Norte América (Perez-Ruiz et ál., 2010). Estos últimos pueden capturar hasta 374 g CO2
m-2 durante la temporada de monzón. Es claro que no existe suficiente información publicada sobre flujos de carbono en ecosis-
temas naturales de México.

1.1.2 Océanos

Los océanos tienen una circulación profunda termohalina. A grandes rasgos, el agua se calienta en las regiones ecuatoriales y des-
pués se mueve hacia los polos en las grandes corrientes occidentales de cada cuenca oceánica transfiriendo calor a la atmósfera.
En las regiones sub-árticas el agua, pierde calor hacia la atmosfera, se hace más densa y se hunde para formar el agua profunda.

A profundidades mayores a 500 m, la respiración degrada la materia orgánica y los exoesqueletos de CaCO3 se disuelven
mostrando una distribución horizontal de carbono inorgánico disuelto que aumenta de concentración en la dirección de la cir-
culación del agua. Los valores más altos de concentración de carbono inorgánico disuelto y los más bajos de oxígeno disuelto se
encuentran en las aguas intermedias y profundas del Pacifico Tropical Oriental, que son las más viejas desde que se originaron en
la superficie del Atlántico Norte (Álvarez-Borrego, 2007a). Por ello, las aguas mexicanas del Pacífico tienden a ser fuentes de CO2
hacia la atmósfera, mientras que las del Golfo de México y del Caribe tienden a estar en equilibrio con la atmósfera.

Aunque el Océano del Sur (al sur de 50 oS) ocupa sólo 10 % del área global oceánica es responsable de 20 % de la captación
global de CO2. De una manera similar, el Océano Atlántico (al norte de 50 oS) ocupa 24 % del área oceánica y es responsable de 40
% de la captación global. En contraste, el Océano Pacífico (al norte de 50 oS) sólo es responsable de 18 % de la captación global,
pese a que abarca 49 % del área global oceánica. Esto se debe primordialmente al hecho de que el Pacífico Ecuatorial es una
fuente intensa de CO2 a la atmósfera (Takahashi et ál., 2002).

Con respecto al Océano Pacífico, el papel de la Zona Económica Exclusiva oceánica de México está parcialmente descrito en
el trabajo de Takahashi et ál. (2009), quienes reportaron un flujo de 12 g C m-2 año-1 del mar hacia la atmósfera (un mol C m-2 año-1
del agua al aire) muy cercano al equilibrio con la atmósfera.

De-La-Cruz-Orozco et ál. (2010) estimaron el intercambio océano-atmósfera de CO2 para el área de la Corriente de California
frente a la península de Baja California (una zona con surgencias costeras intensas), con datos de pCO2 y vientos de cruceros
oceanográficos realizados en 2005 y concluyeron que los flujos de CO2 del agua al aire aumentaron de norte a sur y de la parte
oceánica a la costa, con pCO2 agua de hasta >500 µatm en la parte más al sur y costera en julio de 2005, comparados con una pCO2
aire
de 380 µatm. Los flujos fueron hasta >5 moles C m-2 año-1 del agua al aire en esa zona. El flujo medio anual de CO2 (0.41 moles
C m-2 año-1) muestra que toda el área frente a esta península es una fuente de CO2 del agua al aire.

Hernández-Ayón et ál. (2010) realizaron mediciones de flujos de CO2 agua-aire, en esa misma área frente a la península de
Baja California con “barcos de oportunidad” y concluyeron que el mar se comporta como un sumidero de CO2 de diciembre a
mayo, mientras que el resto del año fue una fuente de este gas hacia la atmósfera. Su conclusión general es que el área costera
frente a la península es una fuente de CO2 hacia la atmósfera en promedio anual.
La región de las islas grandes es la zona del Golfo de California que presenta los mayores flujos de CO2 del agua a la atmósfera
durante todo el año (Hernández-Ayón et ál., 2007b). Le sigue la zona de surgencias de “invierno” frente a la costa oriental del
golfo. Basado en los datos magros de pCO2agua del Golfo de California, Álvarez-Borrego (2014) estimó un flujo máximo de CO2 de
23.2 moles m-2 año-1 para la región de las islas grandes, con un total de 6x1012 g C año-1 del agua al aire para toda la región; un
flujo máximo de 19.8 moles C m-2 año-1 para la región de surgencias de “invierno” de la costa oriental del Golfo, con un total de
5.7x1012 g de C año-1 del agua al aire para toda la banda de surgencias de la costa oriental; y un flujo de 0.74x1012 g de C año-1
en los remolinos ciclónicos de “invierno” del Golfo de California.

Con base en valores de pH y alcalinidad, Hidalgo-González et ál. (1997) realizaron muestreos en el verano para generar datos
de pCO2 agua y del flujo de CO2 entre el mar y la atmósfera para la región de las islas grandes. El flujo de CO2 calculado fue hacia la
atmósfera y fue mayor durante mareas post-vivas (hasta 23 mmol m–2 d–1). Según Hidalgo-González et ál. (1997), los flujos de CO2
hacia la atmósfera en el invierno deben ser mayores que los de verano debido a una menor estratificación del agua y a valores
mayores de la pCO2 agua.

Se han calculado los siguientes valores máximos de pCO2 agua para la región de las islas grandes: 560 µatm para octubre de
1985 (Zirino et ál., 1997), 446 µatm para julio de 1990 (Hidalgo-González et ál., 1997), 560 µatm para septiembre de 1996 (Her-
nández-Ayón et ál., 2007a) y 1200 µatm para marzo de 2002 (Hernández-Ayón et ál., 2007b). Los valores indican que la región de
las islas grandes es un área que actúa como una fuente casi permanente de CO2 a la atmósfera.

1.1.3 Ciclo del metano

El CH4 es uno de los gases de efecto invernadero más importantes que se emiten a la atmósfera debido a las actividades antro-
pogénicas después del CO2. Los gases de efecto invernadero son constituyentes atmosféricos capaces de absorber radiaciones
infrarrojas y emitirlas posteriormente (Seinfield y Pandis, 1998). El CH4 es un compuesto molecular que se encuentra en abun-
dancia en la atmósfera, con propiedades radiativas tales que le confieren una capacidad elevada de absorción de la energía
infrarroja, contribuyendo así al calentamiento global.

La concentración de CH4 en la atmósfera ha aumentado rápidamente y se ha multiplicado por dos desde el comienzo de la
Era Industrial (Steele et ál., 1992; Moss et ál., 2000; Wuebbles y Hayhoe, 2002). Además, el CH4 tiene un potencial de calentamien-
to 23 veces superior al CO2 (IPCC, 2007), es decir, que cada kilo de CH4 liberado a la atmósfera contribuye al calentamiento global
relativo tanto como la emisión de 23 kg de CO2 , calculado para un horizonte temporal de 100 años.

La ganadería es responsable del 23 % de las emisiones globales de CH4 de origen antropogénico (Khalil, 2000), debidas mayo-
ritariamente a la digestión de los rumiantes, que emiten CH4 durante la digestión del alimento en el rumen, figurando el ganado
bovino como principal responsable, seguido del ovino (Crutzen et ál., 1986; Monteny et ál., 2001).

Con base en la información del Censo Agrícola, Ganadero y Forestal 2007, del INEGI, México cuenta con 23.3 millones de
cabezas de ganado bovino de carne y leche; 8.0 millones de ovinos y 8.9 millones de caprinos. Estas tres especies de rumiantes
domésticos, por su elevada población, son las principales emisoras de metano ruminal en el país. Estimaciones recientes hechas
por medio del modelo ISM (Integrated Simulation Model, o Modelo de Simulación Integral) se han estimado 2.02 teragramos/
año para las emisiones de metano ruminal proveniente de los bovinos en México (Ku Vera et ál., 2012).

En México, se han realizado dos inventarios de emisiones de metano del estiércol animal. En el primer inventario, se siguió la
metodología EPA (Environmental Protection Agency) (González-Avalos, 1994), y en el segundo, la metodología del Panel Inter-
gubernamental sobre cambio climático (IPCC). Los valores de emisión fueron 117.9 Gg en 1990 usando la primera metodología
y 24.8 Gg usando la segunda (González y Ruiz, 1995).
Una de las zonas ganaderas más importantes de nuestro país es la Comarca Lagunera que representa el 0.03 % del territorio
mexicano y cuenta con el 0.2 % de la población lechera nacional, la cual cuenta con aproximadamente 430,000 cabezas de ga-
nado. La estimación de la cantidad de metano liberado en esta región, se realizó empleando el modelo del IPCC determinando
la liberación de 55 Gg de CH4 por año, lo cual representa un 2.5 % de las emisiones nacionales de origen ganadero, una gran
cantidad considerando el área de la región (0.03 %). El ganado fue responsable del 83 % de la fermentación entérica liberada a la
atmósfera, y el restante 17 % se originó de los sistemas de manejo del estiércol (Quantin et ál., 2012).

El metano ha aumentado de aproximadamente 0.65 a 1.69 ppm en el hemisferio norte durante los últimos 200 años, debido
principalmente a las actividades humanas (Harris, 1989). En este proceso, los desechos orgánicos son biológicamente degrada-
dos en ausencia de oxígeno para el CO2, CH4 y pequeñas cantidades de H2, N2 y H2S (Stafford et ál., 1980).

Debido al rápido aumento de las concentraciones atmosféricas de este gas durante los últimos años, así como a los efectos
que el CH4 ejerce sobre el clima y sobre la química atmosférica, las emisiones deben controlarse y reducirse. El Protocolo Inter-
nacional de Kioto (1997) establece límites para los distintos gases de efecto invernadero, así como el compromiso de los países
desarrollados para evaluar y cuantificar las concentraciones de estos gases para desarrollar técnicas para reducirlos.

2. Emisiones y captura de carbono

En Norteamérica se estima que en el periodo de 1990 - 2009 se emitieron 1720.0 ± 112.5 Tg C por año donde México aportó cerca
de 104.5 ± 10.6 Tg C por año; (King et ál., 2014). El inventario nacional de GEI reporta una emisión de 748,252 Gg CO2-eq para
el año 2010, lo que representa un incremento de 33.4 % con respecto a 1990 (SEMARNAT & INECC, 2012). Las emisiones de CO2
representan 65.9 % del total de GEI, mientras que las emisiones de CH4 y N2O representan respectivamente el 22.3 % y 9.2 %. El
restante 2.6 % corresponde a emisiones de hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).
La distribución por categoría de fuente de emisión es: energía, 67.3 %; agricultura, 12.3%; procesos industriales, 8.2 %; uso de
suelo, cambio de uso de suelo, 6.3 %; y desechos, 5.9 %.

2.1 Zonas oceánicas

Al aumentar la temperatura superficial del mar, la solubilidad de los gases disminuye, incluyendo la del CO2. Además, a medida
que el CO2 se disuelve más en las aguas superficiales del mar aumenta el factor de Revelle, ya que la alcalinidad se mantiene
constante y la concentración del carbono inorgánico disuelto aumenta provocando que el mar absorba menos CO2 para el mis-
mo aumento de la presión parcial del CO2 en el aire (pCO2 aire).

Por ejemplo, con un aumento en la pCO2 aire de 120 μatm durante el antropoceno (del año 1850 al 2014), el carbono inorgáni-
co disuelto en el agua superficial del Pacífico mexicano aumentó 80 μmol l-1 y el pH disminuyó 0.13 de una unidad (acidificación
del agua de mar); de seguir la tendencia actual de aumento de pCO2 aire se alcanzaría otro incremento de ~120 μatm hacia el final
del siglo XXI (en la mitad del tiempo que tomó de 1850 hasta ahora) para llegar a pCO2 aire = 520 μatm, y el carbono inorgánico
disuelto en el agua superficial del mar sólo aumentaría 55 μmol l-1 (una disminución de la capacidad de absorción del CO2 de ~
31 %), con un decremento adicional del pH de sólo 0.09 de unidad.

Con el incremento de temperatura del agua superficial del mar esta absorción va a ser todavía menor. Con base en la dis-
tribución global de los valores de ΔpCO2 (ΔpCO2 = presión parcial del CO2 en agua superficial menos la presión parcial del CO2
atmosférico: pCO2 agua – pCO2 aire), para el año 2000 se estimó una captación neta global de CO2 antropogénico por el océano de
2.0 ± 1.0 Pg C año-1 (Takahashi et ál., 2009).

Las aguas del Golfo de México han acumulado ~ 20 moles m-2 de carbono antropogénico en los últimos 30 años (el doble que
las aguas del Pacífico adyacente al Golfo de California). Esta tasa de absorción de CO2 se ha dado en toda la trayectoria de esas
aguas y no sólo in situ en el Golfo de México. El carbono antropogénico total absorbido por las aguas del Golfo de México en los
últimos 165 años (periodo geológico conocido como antropoceno) es equivalente a 0.72 Gt C. Esto es relativamente pequeño
comparado con las ~ 118 Gt C absorbidos por todos los océanos del mundo (Álvarez-Borrego, 2007b).
2.2 Zonas urbanas

Se sabe que las ciudades son la principal fuente de emisión de CO2 hacia la atmósfera y que tienen un papel fundamental en las
acciones de mitigación (Rosenzweig et ál., 2010). El consumo de combustibles fósiles y las transformaciones en el uso de suelo
asociadas con la urbanización han causado alteraciones drásticas en los ciclos biológicos, geofísicos y químicos con consecuen-
cias a escala regional y global (Lal, 2012).

La primera entidad en cuantificar sus emisiones de GEI fue el Distrito Federal en 2006 y ocupa una posición de vanguardia
a nivel nacional. La elaboración del Programa de Acción Climática de la Ciudad de México (PACCM) 2014-2020 incluyó la ade-
cuación del inventario de emisiones de GEI para el año 2012. Respecto a las emisiones a nivel nacional reportadas en la Quinta
Comunicación ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), las emisiones del Distrito
Federal representan el 4 % (30,731 Gg CO2-eq) (Molina Center, 2013). El transporte terrestre contribuye con 37.5 % y el consumo
de energía 31.0 %. La eliminación de residuos sólidos y la combustión residencial de gas L.P. y natural contribuyen respectiva-
mente con el 11.4 % y 7.0 %.

El gobierno del Distrito Federal publica cada 2 años un inventario de emisiones de GEI para la Zona Metropolitana del Valle de
México (ZMVM). Las 16 delegaciones del Distrito Federal y 59 municipios del Estado de México que conforman la ZMVM emitie-
ron 49,503 Gg CO2-eq en 2012, aproximadamente 6.6 % de las emisiones reportadas a nivel nacional. Los inventarios existentes
en México consideran sólo las emisiones generadas dentro de las jurisdicciones políticas y no las emisiones asociadas con el
consumo de sus habitantes (huella de carbono). Es decir, las emisiones asociadas con la producción de bienes y servicios (por
ejemplo, electricidad) de un estado o municipio en particular no se contabilizan si no ocurren dentro de su territorio.

Esto explica por qué las emisiones per cápita de la ZMVM (2.4 Mg año-1) son inferiores a las emisiones per cápita a nivel nacio-
nal (6.7 Mg año-1), según la información disponible. Hertwich y Peters (2009) determinaron la huella de carbono para habitantes
de 73 países con datos del 2001. México reportó una huella de 5.6 Mg CO2-eq por persona, huella similar a la de otros 7 países de
Latinoamérica incluidos en ese estudio y muy por debajo de los 28.6 Mg CO2-eq por persona reportados para Estados Unidos.

Los instrumentos para medir flujos por covarianza turbulenta (EC) que se han instalado en la Ciudad de México como parte
de estudios para investigar las variaciones diurnas de los flujos de CO2 y otros contaminantes atmosféricos han sido los únicos
esfuerzos por medir los flujos de carbono en zonas urbanas de México (Velasco et ál., 2005; 2009; 2014).

La figura 1 muestra la contribución por fuente de emisión (flechas rojas) y sumidero (flechas verdes) en a) corresponde a días
entre semana y se obtuvo de las mediciones del flujo total de CO2, datos del inventario de emisiones a la atmosfera de gases de
efecto invernadero del Distrito Federal, calculados empleando factores de emisión y ecuaciones alométricas para árboles urba-
nos. Los perfiles diurnos del flujo de CO2 por día de la semana en b) cubren 15 meses de medición de junio de 2011 a septiembre
de 2012. Se incluye también los flujos medidos en abril de 2006 en el mismo sitio durante la campaña MILAGRO. Las áreas de
color gris y azul representan ± 1 desviación estándar de los flujos promedio para días entre semana en ambos periodos de medi-
ción. La fotografía de la colonia Escandón (zona residencial/comercial tradicional de la Ciudad de México) en c) fue tomada desde
lo alto del andamio empleado como plataforma por el sistema de covarianza turbulenta mostrado en el recuadro del panel d).
Para mayores detalles ver Velasco et ál., 2009 y Velasco et ál., 2014.

Los flujos medidos de CO2 han ayudado a evaluar la precisión del inventario oficial de emisiones a la atmosfera, y evidenciar
el aumento en las emisiones y el impacto positivo de las restricciones vehiculares implementadas los fines de semana a partir
de 2008 en la Ciudad de México. La contribución por respiración humana y el secuestro de carbono de la vegetación urbana
también se ha evaluado, encontrando que la primera puede ser significativa en zonas densamente pobladas, mientras que la
segunda es insuficiente para contrarrestar las emisiones antropogénicas (Velasco et ál., 2014).
Figura 1. a) Distribución por fuente de emisión/sumidero; b) variabilidad diurna
por día de la semana de los flujos de CO2 a la atmósfera; c) vista panorámica de la zona de estudio;
d) sistema de medición de flujos por covarianza turbulenta

Fuente: (Velasco et a., 2014)

2.3 Flujos de CO2 y CH4 en zonas costeras

Los flujos de carbono entre los ecosistemas terrestres y la atmósfera consisten esencialmente en las ganancias y pérdidas de CO2
y CH4 mediante flujos laterales y verticales (Chapin et ál., 2012). La mayoría de los estudios de la dinámica del carbono a nivel
mundial y en México se han enfocado al CO2 debido a su importancia como GEI y a la disponibilidad de sensores y técnicas para
medirlo. Los estudios sobre CH4 han aumentado recientemente alrededor del mundo, pero no existen resultados en publica-
ciones arbitradas sobre flujos de CH4 en ecosistemas terrestres y muy pocas en zonas costeras de México (Castro-Morales et ál.,
2014; Corrales-Palomares, 2014).

En el caso de lagunas costeras mexicanas, Mendoza Mojica et ál. (2013) reportan una estimación de flujos de CO2 y CH4 en
agua-aire en las lagunas de Chautengo y Tres Palos en Guerrero, México, durante la época de secas. En la laguna de Chautengo
reportan un promedio de captura de CH4 de 8.7 mg/m2/día y la emisión de 15.4 mg/m2/día. La captura de CO2 de 1001.7 mg/m2/
día y la emisión de 2241.5 mg/m2/día. En la laguna de Tres Palos el promedio de captura de CH4 fue 127.7 mg/m2/día y la emisión
1483.3 mg/m2/día. La captura de CO2 presentó un valor promedio de 1475 mg/m2/día y la emisión 95 mg/m2/día. Estos autores
describen que la Laguna de Chautengo presentó un equilibrio entre captura y emisión de los gases de efecto invernadero estu-
diados, y lo consideran como un cuerpo de agua neutro en función de los flujos de gas superficial y la laguna de Tres Palos fue
considerada como una fuente de CH4 y sumidero de CO2.

Corrales-Palomares (2014), realizó un estudio de flujos de CO2 y CH4 en el área natural protegida Laguna de Términos en 2012
y 2013 durante la temporada de secas. Se monitorearon diferentes ambientes en la laguna: pastos marinos, con influencia de
agua continental y en zona de mangle. El flujo de CO2 estimado para la laguna fue de 116 mg/m2/h para el muestreo del 2012 y
de 250 mg/m2/h en la campaña de 2013. De acuerdo con los flujos obtenidos, se caracterizó a la laguna como un sistema emisor
de CO2 en la zona con influencia de agua continental y como sumidero a las zonas de pastos marinos y manglar. En cuanto a los
flujos de CH4 reporta valores de 2.3 mg/m2/h para la campaña de 2012 y 3.3 mg/m2/h en la campaña de 2013. Los resultados
indican que el sistema es un emisor de CH4.

3. Otros ciclos biogeoquímicos

3.1 Ciclo del agua


3.1.1. Inventarios nacionales

Por su población, México ocupa el decimoprimer lugar del mundo. Su disponibilidad de agua promedio per cápita1 lo ubica en el
lugar 89 del mundo, con 4,261 m3 por habitante por año. Para el año 2030, la proyección de crecimiento demográfico muestra un
incremento mayor en las zonas urbanas comparadas con las rurales. En 1950 la disponibilidad per cápita del agua correspondía
a 17,742 m3, año-1, en 2009 se redujo a 4,261 m3 año-1, y que para el año 2030 se estima será de 3,783 m3 (Arreguín et ál., 2007).
Aun sin cambio climático, la gestión de los recursos hídricos en México se complicará en los próximos años como resultado del
crecimiento demográfico y del desarrollo económico, que típicamente incrementa el consumo per cápita.

La disponibilidad de agua difiere fuertemente dentro del territorio mexicano debido a las marcadas diferencias en los regí-
menes de lluvias, escurrimientos y recarga de acuíferos que caracterizan las 13 regiones hidrológicas de México2. Por ejemplo, la
región norte y centro del país concentra 77 % de la población, pero únicamente cuenta con 37 % del agua disponible, mientras
que la región sur y sureste donde habita 23 % de la población, dispone de 69 % del agua (CONAGUA, 2008).

En la región norte y noroeste (la cual ocupa 40 % del territorio), la baja disponibilidad de agua hace especialmente crítico y
necesario contar con información sólida y veraz. Por su clima árido y semiárido, estas regiones del país presentan precipitacio-
nes anuales menores a los 300 mm ligada a una alta variabilidad espacial y temporal. La precipitación produce escurrimientos
superficiales perennes durante la época de lluvias, algunas veces en respuesta a fenómenos hidrometeorológicos extremos, los
cuales constituyen cerca de 90 % de los caudales totales observados en las cuencas. El resto del año la región sobrevive con las
bajas tasas de recarga por infiltración de agua en el suelo. Esta situación trae como consecuencia ciclos de sequías e inundacion
es. Dada las bajas entradas por lluvia, los balances hídricos son sumamente frágiles, las extracciones por bombeo aunado a epi-
sodios de sequía extrema pueden fácilmente disminuir las reservas por recarga de agua en el subsuelo.

En la región centro (30 % del territorio) se localiza gran parte de la población del país, misma que se caracteriza por una in-
tensa actividad socioeconómica. Esta región recibe precipitaciones entre 500 y 1000 mm por año. La conurbación de la ZMVM
concentra una población de 19.6 millones de habitantes. Tres grandes cuencas hidrológicas son las encargadas de abastecer
agua a esta región: el sistema fluvial Lerma-Chapala-Santiago, la cuenca del río Pánuco y la cuenca del río Balsas, las cuales
cubren en conjunto una extensión de 350,000 km2 (Menderey y Jiménez, 2000). Con base en un estudio que estimó la disponi-
bilidad de agua actual en esas cuencas, y la esperada a partir de 3 escenarios de cambio climático al año 2050, se encuentra que
en las tres cuencas hay una disminución significativa en sus escurrimientos (60 % en promedio), debido a aumentos en las tasas
de evapotranspiración. Es particularmente crítica la situación en la cuenca del sistema fluvial Lerma-Chapala-Santiago, la cual
experimentaría un cambio a un clima más seco, lo que reduciría significativamente sus caudales y volúmenes aprovechables de
agua, hasta el grado de eliminarlos (Menderey y Jiménez, 2000).

La región sur y sureste (30 % del territorio) concentra la mayor parte de la precipitación del país con entradas de hasta 4,500
mm anuales. Debido a la alta precipitación, los caudales de los ríos y escurrimientos superficiales son generalmente altos en las
cuencas (60 - 70 % de la precipitación anual). Sin embargo, por su accidentada topografía, las lluvias intensas asociadas a ciclos

1
Disponibilidad media per cápita = disponibilidad total/población año 2009 (113’485, 097 hab.). Disponibilidad total = escorrentía superficial + importación –
exportación + recarga = 483,560 m3/año.
2
Regiones Hidrológicas de México: Baja california, Noroeste, Pacífico Norte, Balsas, Pacífico Sur, Río Bravo, Cuencas Centrales, Lerma-Santiago-Pacífico, Golfo
Norte, Golfo Centro, Frontera Sur, Península de Yucatán, Valle de México.
tropicales durante la época de lluvias causan frecuentemente deslaves en las partes altas de las montañas, así como fuertes
inundaciones en las regiones costeras de los estados de Veracruz, Tabasco y Chiapas. Con base en proyecciones de escenarios
de cambio climático, la región es muy vulnerable al aumento en la frecuencia de eventos extremos de lluvia. Así también, los ba-
lances de las cuencas hidrológicas muestran cambios, el almacenamiento de agua en suelo y subsuelo muestra particularmente
una disminución significativa, lo que podría derivar en menores caudales en los ríos y disponibilidad de agua durante épocas
prolongadas de estiaje.

3.1.2 Ecosistemas terrestres

El ciclo hidrológico desempeña un papel fundamental en el clima, en los ciclos biogeoquímicos y en el funcionamiento de los
distintos ecosistemas terrestres en el planeta (Hernández, 2008). México, con una superficie aproximada de 140 millones de
hectáreas terrestres, alberga una gran cantidad de ecosistemas. Los ecosistemas que ocupan la mayor parte del territorio son los
matorrales xerófilos (41 %), los bosques templados (24 %) y las selvas (23 %). Estos desarrollan funciones ambientales como la
regulación del ciclo hidrológico, captura y almacenamiento de agua, secuestro de carbono, generación y conservación de sue-
los, entre otros. A pesar de su gran valor, los bosques y las selvas son los ecosistemas más deforestados en México. Su disturbio,
fragmentación, deforestación y reemplazo por tierras agrícolas y ganaderas han sido las causas principales de su destrucción
(Muñoz-Villers y López-Blanco, 2008).

En México existen muy pocos estudios que, a través de observaciones detalladas, han cuantificado la evapotranspiración real
(consumo de agua) de distintas cubiertas vegetales (naturales y antropogénicas) y aún más escasas son las investigaciones que
han cuantificado los balances hídricos a escala de cuenca. La provisión y regulación de flujos de agua en cuencas es probable-
mente el servicio más importante de los ecosistemas terrestres naturales; sin embargo, su funcionamiento hidrológico y cómo
éste es alterado por el cambio en el uso de suelo y climático es a la fecha aún muy poco entendido.

La evapotranspiración (ET), además de ser uno de los componentes dominantes del balance hídrico, suele ser una variable
importante para la toma de decisiones en cuanto a la planeación y uso del agua (Pereira et ál., 2006). Para las zonas áridas y
semiáridas que enfrentan problemas de escasez de agua o bien aquellas regiones con alta susceptibilidad de sufrir sequías más
frecuentes bajo escenarios de cambio climático, hay una gran necesidad de racionalizar los usos del agua, así como de seguir
más de cerca los impactos en los ciclos hidrológicos (Oki y Kanae, 2006).

El cálculo de la ET se obtiene experimentalmente con bastante precisión utilizando métodos micrometeorológicos (p. ej.
flujos por covarianza turbulenta o “eddy covariance”) en terreno plano, o bien con métodos ecofisiológicos e hidrológicos (e.g.
transpiración a través de mediciones de flujo de savia en especies e interceptación de agua por la vegetación) en terrenos irre-
gulares o de montaña. Estos métodos permiten la cuantificación de la ET a nivel de ecosistema, pero con limitaciones a escalas
regionales. Para ello, la información satelital se utiliza cada vez más, ya que permite la descripción de la superficie en un mayor
rango de escalas, desde una parcela hasta toda una región, y en escalas temporales no mayores a un par de semanas, lo cual es
de particular importancia para las zonas áridas, ya que permite conocer los cambios en ET por el crecimiento de la vegetación
(Oki y Kanae, 2006).

Los sitios de investigación ecohidrológica de referencia científica en México se localizan en dos regiones que contrastan por
su clima, vegetación y paisaje: la zona semiárida al norte de Sonora (Sierra Madre Occidental), Baja California Norte (vegetación
Mediterránea de chaparral), y la zona tropical húmeda de montaña en el centro de Veracruz (Sierra Madre Oriental).

Se sabe que los cambios estacionales en la vegetación durante el monzón de Norteamérica juegan un papel importante en
la modificación de los flujos de agua y energía en la región norte de Sonora (Méndez-Barroso et ál., 2014). Estudios realizados
en tipos de vegetación dominantes (matorral espinoso y bosque de pino-encino) mostraron cambios en los componentes do-
minantes de la ET, así como de la evaporación de suelo a transpiración de la vegetación, lo cual depende de la temporalidad y
magnitud con el cual se lleva a cabo el reverdecimiento de la vegetación, misma que está ligada a los patrones de lluvia.
De esta forma, los ecosistemas presentes en altitudes intermedias (600 - 1,200 msnm) como el matorral espinoso muestran
consumos de agua intensivos y rápidos en respuesta a la disponibilidad de agua en el suelo. En contraste, los ecosistemas como
el bosque de pino-encino presentes en altitudes mayores (1,200 - 1,500 msnm) muestran atenuaciones y retrasos en sus tasas
de transpiración, lo que sugiere estrategias de consumo de agua que pueden prolongarse más allá de la temporada de lluvias
(Méndez-Barroso et ál., 2014).

Las tasas anuales y estacionales de ET están ligadas a mecanismos de generación de escurrimiento de agua a escala de cuen-
ca (Robles-Morúa et ál., 2012). En este caso, un incremento en ET ocurre cuando aumenta la fracción por escurrimiento superfi-
cial, mientras que lo opuesto ocurre cuando el exceso es por infiltración. Por tanto se espera que durante años húmedos las tasas
de transpiración puedan sostenerse por periodos más prolongados, y lo contrario para años secos, teniendo efectos distintos en
la partición de flujos y escurrimientos en cuencas.

La evaluación de los efectos hidrológicos causados por la sustitución del bosque mesófilo de montaña (BMM) por otros tipos
de vegetación (bosque en regeneración por 20 años, pastizal y plantaciones de pino patula) en la región central de Veracruz,
México, han sido sujeto de estudio en los últimos ocho años (Muñoz-Villers et ál., 2015). Las diferencias en evapotranspiración
entre las distintas cubiertas vegetales en este ecosistema húmedo de montaña se explican principalmente por diferencias en
interceptación de lluvia (evaporación) (Holwerda et ál., 2010).

Estos resultados indican que la conversión del BMM a pastizal en el centro de Veracruz se asocia con un incremento signi-
ficativo en el rendimiento hídrico anual en cuencas (~ 460 mm; ~ 15 % de la precipitación anual). También sugieren que si se
promueve la regeneración natural del bosque mesófilo se esperaría una disminución en el rendimiento hídrico anual debido a
la progresiva recuperación del componente interceptación de lluvia, y en consecuencia mayor retorno de agua a la atmósfera
(Muñoz-Villers y McDonnell, 2013).

Las microcuencas de bosque mesófilo también registraron caudales anuales y estacionales similares. Esto sugiere que 20
años de regeneración natural es probablemente suficiente para recuperar el régimen hidrológico de ese ecosistema. En con-
traste, la microcuenca de pastizal reportó un mayor caudal anual (10 % en promedio); y caudales 35 y 70 % más bajos al final de
la época de estiaje comparado con el bosque maduro y secundario. Esto probablemente se asocia a la combinación de una to-
pografía más suave y una menor capacidad de infiltración de agua, consecuentemente un menor almacenamiento y recarga de
agua en el subsuelo (Muñoz-Villers y McDonnell, 2013). Se concluye que los bosques son capaces de regular y sostener caudales
en los afluentes durante la temporada de estiaje, así como modular los escurrimientos generados en respuesta a eventos extre-
mos de precipitación. Esto muestra además que el ecosistema es capaz de minimizar los flujos por inundaciones y de maximizar
la disponibilidad de agua para las poblaciones en las partes bajas de la montaña.

3.2 Ciclo del azufre

El dimetisulfuro (DMS) desempeña un papel importante en el ciclo de azufre atmosférico global. Contribuye significativamente
en la reducción del azufre biogénico transferido desde el océano a la atmósfera, teniendo una influencia sobre el sistema climá-
tico (Lovelock et ál., 1972).

El DMS es producido a partir del compuesto dimetilsulfoniopropionato (DMSP) por división enzimática de poblaciones al-
gales, contribuyendo de ésta forma a su producción (Andreae, 1990; Belviso et ál., 1990; Bratbak et ál., 1995;). Dependiendo de
las condiciones ambientales en la columna de agua el DMSP es convertido a DMS o a otros compuestos sulfatados (Andreae y
Crutzen, 1997). Los registros de concentraciones y flujos de DMS en México son prácticamente nulos, en la “alberca caliente” del
Pacífico Mexicano Tropical (PMT) se realizaron dos campañas en verano, la primera se llevó a cabo en julio de 2001 en el área sur
del PMT; el segundo crucero fue situado en la zona norte en agosto de 2004.
Los resultados obtenidos por Benítez-Macías (2005) de concentraciones promedio de DMS y DMSP total (DMSPt) en la zona
sur a 10 m de profundidad fueron de 5.7 y 48.3 nM (nM = nano Moles 1-1) respectivamente, a 30 m de profundidad el DMSPt fue
de 24.2 nM. En la zona norte la concentración promedio de DMS a 10 y 40 m de profundidad fueron 9.9 y 12.6 nM, mientras que
las concentraciones de DMSPt fueron 67.5 y 65.9 respectivamente. Este trabajo contribuyó a establecer el primer inventario de
DMS en el Pacífico Mexicano (Benítez-Macías, 2005).

3.3 Ciclo del nitrógeno y fósforo

Entre los ciclos biogeoquímicos que regulan los flujos de materia y energía en los sistemas naturales, los ciclos del nitrógeno (N)
y del fósforo (P) han sido estudiados con particular interés ya que la sobrecarga de estos elementos en los sistemas naturales
es la causa directa de la eutrofización de los mismos. Recientemente se ha relacionado el aumento de la temperatura con la
“disminución” de los umbrales de eutrofización (Jeppesen et ál., 2010); es decir que, en un mundo más cálido, la misma carga de
nutrientes en los ecosistemas ocasionaría efectos más graves asociados a la eutrofización p. ej. incrementando la frecuencia y
la intensidad de florecimientos masivos algales en los sistemas acuáticos o bien generando una producción primaria tan abun-
dante que al desbalancear la dinámica del oxígeno (fotosíntesis/respiración) generaría zonas anóxicas o “muertas” en las capas
profundas de lagos, lagunas y cuencas oceánicas (Paul, 2008).

La incorporación del monitoreo de la concentración de los totales y las formas disueltas de nitrógeno y fósforo es indispensa-
ble para el diagnóstico eficaz de la calidad de agua, de hecho algunos autores señalan que la carga de nutrientes (concentración
de nutrientes por flujo de agua) permite entender mejor el funcionamiento de los sistemas y con ello prevenir sus respuestas al
cambio ambiental (Ramírez-Zierold et ál., 2010). En nuestro país, a pesar de su relevancia, ni la concentración ni la carga de N o P
forman parte de los programas de evaluación de la calidad del agua. La aproximación a los balances de masa de nitrógeno y fósfo-
ro (la descripción de las entradas y salidas en los sistemas) constituyen esfuerzos detallados y muy informativos, la base para esti-
mar los balances de N y P son los balances de agua de los sistemas acuáticos; ambos análisis son también escasos en nuestro país.

Diversos trabajos refieren este tipo de balances en sistemas costeros (Herrera-Silveira y Comin, 1995; Herrera-Silveira, 1996;
Quiroz del Campo 2014) y en sistemas dulceacuícolas (Carro et ál., 2008; Merino-Ibarra et ál., 2008; Ramírez-Zierold et ál., 2010).
En un panorama general, mientras que el N y el P parecen ser los factores que regulan la producción primaria en los sistemas
continentales (Ramírez-Zierold et ál., 2010), en sistemas kársticos como la península de Yucatán, es el nitrógeno el elemento que
debe controlarse con mayor rigor (Herrera Silveira, 1996; Young et ál., 2005; Hernández Terrones et ál., 2011), ya que puede causar
un impacto importante en los acuíferos de esa zona; sistemas de importancia estratégica pero de gran vulnerabilidad.

La investigación basada en enfoques biogeoquímicos aportan información valiosa para estudios de otras disciplinas (p. ej.
Física, Ecología o las Ingenierías) y aporta elementos para el manejo sustentable de los recursos. El trabajo de Ramírez Zierold
et ál. (2010) en el embalse eutrófico de Valle de Bravo, tras estimar el balance de agua y nutrientes pudo identificar que en una
década se incrementó 276 % la carga de P y 203 % la de N en el sistema, se identificaron las principales fuentes de nutrientes y
que la mayoría del P (aproximadamente 85 %) se acumula en los sedimentos.

El análisis de la proporción N:P (NID:TP 8.3) y la alta fijación de N en el sistema (que excede su salida hacia la atmósfera por
desnitrificación) permitieron determinar que es el P el nutriente que se relaciona más fuertemente con los florecimientos algales
nocivos y la anoxia. Este trabajo tiene una aplicación potencial en las estrategias de manejo y conservación del agua en este em-
balse. En un sistema costero, el balance de carbono orgánico y nitrógeno realizado por Young et ál. (2005) en la laguna Celestún,
Yucatán, señala que del total de nitrógeno que entra por el agua subterránea (la mayor concentración de DIN fue registrada en
los “ojos” o manantiales de la laguna; hasta 1.19 mg N1-1) y el 90 % del N que entra es reciclado en el sistema de manglar. Celestún
es por tanto un sumidero de nitrógeno, sin embargo, del total de N que entran a la laguna, aproximadamente 10 % es exporta-
do al mar adyacente, en esta fracción dominan las formas orgánicas particuladas (65 - 85 %). El trabajo subraya el papel de los
sistemas de manglar como sumideros o bien, sitios de intenso reciclaje de nutrientes y con una vasta capacidad para contener
la salida de nutrientes al mar adyacente. La contaminación de los acuíferos puede también impactar, tal vez irreversiblemente,
recursos de gran relevancia natural y económica, como los arrecifes de coral. En un trabajo pionero en este sentido en México,
Hernández Terrones et ál. (2011) evaluaron los flujos de N y P por la vía subterránea hacia la laguna arrecifal en Puerto Morelos,
Quintana Roo. Los flujos estimados de N y P a la laguna fueron de magnitud considerable: 2.4 ton N km−1 año−1 y 75 a 217 kg P
km−1 año−1.

El ciclo del fósforo tiene un componente geoquímico muy importante, el paso de este elemento por los sistemas acuáticos es
la fuente principal de distribución del P en los sistemas naturales. Por ende, este ciclo está ligado a los patrones de precipitación.
Es prioritario construir modelos a escalas ecosistémicas y de cuencas hidrográficas de los principales ciclos biogeoquímicos para
poder responder a los efectos del cambio climático. En un panorama global, el suministro de fósforo será un tema de creciente
importancia ya que en la actualidad se usa sobradamente (p. ej. en detergentes y fertilizante), y por otro lado, sus reservas tienen
capacidad y tiempo limitados.

4. Aprovechamiento del ciclo de carbono para reducir el CO2 atmosférico

El sector forestal actualmente incluido en la categoría denominada AFOLU (Agriculture, Forestry and Other Land Use, por sus
siglas en inglés) es considerado único con respecto a otros sectores que reportan emisiones de gases de efecto invernadero,
porque puede reducir emisiones al evitar la deforestación y promover manejos sustentables y otras alternativas más. Este sector
captura carbono de la atmósfera durante el crecimiento forestal y ofrece otros servicios ecosistémicos que reducen los efectos
del cambio climático (IPCC, 2013). El sector forestal de México es un gran contribuyente a las emisiones de gases de efecto in-
vernadero.

La degradación forestal, los incendios y el cambio de uso de suelo liberan continuamente grandes cantidades de CO2-eq. De
acuerdo con el Primer Inventario de Emisiones, en 1997 se reportaron 135,857 Gg CO2-eq año-1 provenientes de los bosques;
en la segunda Comunicación Nacional (año de referencia 1998) se reportaron 161,422 Gg CO2-eq año-1 ; en la actualización del
inventario al año 2002 se estimaron 99,376 Gg CO2-eq año-1; en la cuarta Comunicación Nacional se reportaron 80,162 y en la
actualización al año 2010 las emisiones del sector se determinaron en 73,872 Gg CO2-eq año-1 (SEMARNAP, 1997; SEMARNAT,
2001; 2006; 2009; 2012).

En este periodo (1990 - 2010) las emisiones de GEI del sector forestal han representado entre 17 % y 30 % de las emisiones
nacionales. Aunque los resultados del año 2010 exhiben una tendencia a la baja de 45 % respecto a las primeras estimaciones de
1990, la incertidumbre asociada a los cálculos es aún muy alta.

Las primeras investigaciones sobre las emisiones de carbono y el potencial de mitigación del sector forestal se realizaron a
finales de los años noventa y cuantificaban las pérdidas de carbono por deforestación a través de la reducción de biomasa aérea.
De acuerdo con Masera et ál. (1997) la pérdida de cobertura forestal tropical alcanzaba 500,000 ha anuales y representaba una
emisión de 52,300 Gg CO2. Navár (2011) cuantificó una biomasa aérea cercana a 3.0 Pg en los bosques tropicales de México, lo
que muestra el gran potencial de mitigación que representan dichos bosques si se conservan y manejan de manera sustentable.

Los primeros escenarios sobre el potencial de aprovechamiento del ciclo de carbono en bosques referían la captura de car-
bono mediante la recuperación de terrenos forestales previamente deforestados. Las cifras estimadas por deforestación evitada
y por captura de carbono aumentaron del año 2000 al 2010 de 50 a 217 Tg CO2 (Sheinbaum y Masera, 2000).

Estudios posteriores encontraron que era posible reducir las emisiones y aumentar el secuestro de carbono con la reforesta-
ción, el enriquecimiento forestal de bosques secundarios y el manejo sustentable de bosques nativos en los sistemas agrofores-
tales y las plantaciones forestales. De acuerdo con Sathaye et ál. (2001) en 1990 el área de bosques degradados donde se podía
realizar este tipo de actividades era de 21 millones de hectáreas. Un análisis posterior, realizado en 2009 por Johnson et ál. estimó
una superficie de 35 millones de hectáreas para deforestación evitada y 6 millones de ha para el secuestro de CO2, lo que a su vez
representaría una disminución de 31 Gg CO2 y 36 Gg CO2 anuales, respectivamente.
En los últimos años la investigación sobre el ciclo de carbono, incluyendo estudios de almacenamiento en los diferentes eco-
sistemas del país ha aumentado significativamente (Martínez et ál., 2014). Los resultados de estos estudios sugieren que el alma-
cenamiento del carbono es más dinámico en la biomasa aérea, pero que el reservorio del suelo es mayor (Etchevers et ál., 2006).

Los diversos estudios a distintas escalas temporales y espaciales han permitido entender mejor el ciclo del carbono en el
sector forestal del país y diseñar así acciones de mitigación efectivas. Estas acciones se dividen en tres: 1) secuestro mediante
reforestación y agroforestería; 2) actividades de sustitución de carbono derivado del uso de la energía del petróleo y carbón mi-
neral por carbono proveniente de la bioenergía sustentable; y 3) actividades de conservación mediante el almacenamiento del
carbono en los diferentes compartimentos del bosque (Masera et ál., 2001; De Jong et ál., 2007).

De acuerdo con Masera et ál. (2012) mejorar la eficiencia de combustión de biomasa en hornos tradicionales a nivel residen-
cial y de pequeña industria (con estufas y hornos eficientes de leña) puede reducir 54 % de emisiones al año 2030, con respecto
a los 7 Gg CO2-eq determinados para la línea de base (Serrano et ál., 2014).

Conclusiones

A manera de conclusiones se presentar los retos y limitaciones siguientes:

México necesita establecer una base de referencia sobre los procesos y mecanismos que regulan el secuestro y emisión del
carbono en los sistemas terrestres y marinos. Así mismo, se necesita desarrollar la capacidad de informar sobre proyecciones
y trayectorias de los procesos del ciclo del carbono bajo las diferentes condiciones económicas, políticas, sociales y climáticas
específicas del país. La siguiente lista de retos y limitaciones dificulta el desarrollo de dichos puntos e imposibilita evaluar la in-
certidumbre de las predicciones actuales.

1) Existe una limitante de recursos económicos y humanos para desarrollar investigación sobre este tema.
2) Falta de coordinación internacional para la implementación de políticas internacionales y pago de incentivos dentro de un
posible mercado de carbono.
3) Se necesita la consolidación de una estructura de investigación sobre el ciclo del carbono en México.
4) Se requiere de una línea base de información sobre el ciclo del carbono en México para establecer parámetros para imple-
mentar modelos de procesos de ecosistemas.
5) Es necesario un mecanismo de financiamiento con visión a largo plazo para establecer sistemas de monitoreo, así como una
logística humana capacitada.
6) Existen candados burocráticos que limitan el acceso transparente a la información referente a la dinámica del carbono a
nivel nacional.

El país en conjunto ha avanzado en la cuantificación de sus emisiones de GEI a la atmósfera; sin embargo, no se ha generado
información científica suficiente que permita evaluar la veracidad y precisión de los inventarios de emisiones. Se requieren medi-
ciones directas e indirectas que permitan corroborar de manera independiente las emisiones estimadas. Esto es, se necesitan sis-
temas de monitoreo de GEI que cubran las escalas empleadas en los inventarios y sean útiles para evaluar políticas de mitigación.
Algunos esfuerzos, como los de MexFlux por establecer una red de monitoreo de flujos de carbono en México están contribu-
yendo con información para evaluar las emisiones de CO2 provenientes de ecosistemas naturales y urbanos (Vargas et ál., 2013).
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