Está en la página 1de 85

1

“De este amor


Que nunca vio la luz
No sintió el calor
No sufrió el dolor
No vivió el morir
Muy grande la cruz
Muy chico el honor
Enana actitud
De vivir mejor”.

“Lo más fino”, canción de Las Pastillas del Abuelo.

“Ahora nuestro mayor miedo en las relaciones con otras personas es que
pensamos que el hecho de que nos preparen el desayuno es que ya te están
pidiendo matrimonio. Y es entonces cuando te vas a las cinco de la mañana
después de hacer el amor en vez de quedarte y disfrutar del momento”.

En “El universo de lo sencillo”, libro de Pablo Arribas.

2
Catarsis colectiva.
0- Líbranos de los y las “casi algo”.
1- Nací en la época equivocada.
2-Seguís con tu ex.
3-“Vos sos mucho para mí”.
4-Te quiere, pero tiene miedo.

5-¿Cómo sé qué es lo que quiero?

6- En la próxima pareja voy a encontrar lo que busco.

7-¿Me estaré perdiendo de algo?

8-Transitar tu afecto.

9-Hasta recién estábamos lo más bien.

10-La ilusión de tener todo acomodadito.

11-Regla clara: la sinceridad siempre garpa.

12-“Vos me conociste así”.

13-¿Vos y yo qué somos?

14-Alguien con quien compartir.

15-Permitir que te quieran.

16-Para que me quieran, primero me tengo que querer yo.

17-Si te idealizo, me vas a terminar decepcionando.

18-Ya no te callás más.

19-Domingo a la mañana (con vos).

20-Que no nos duela nada (ni nadie)

3
21-Dice que no quiere “nada serio”, pero hace “cosas de pareja”.

22-Cuando empecé a valorarme.

23-Un estudio de no sé dónde.

24-Nos vemos en Disney.

25-“Nos estamos conociendo”.

26-¿Te gustaría ir a tomar algo, en estos días?

27-No todos los amores pueden vivirse.

28-Cuando el “amor sano” es “toxi”

29-Estoy roto, igual que vos.

30-No te necesito, te elijo.

31-Me decís que no tenés tiempo.

32-“Busco alguien que me sume”

33-Nadie quiere perder nada.

34-Formas amorosas de decir “no”.

35-Había que darle tiempo al pelotudo.

36-Cincuentiocho requisitos para que me gustes.

37-“Toda demanda es demanda de amor”.

38-Simplemente no te quiere.

39-Te quiere, pero te lo demuestra diferente.

40-No es “poco espiritual” el contacto cero.

41-Me pasan cosas con vos.

42-“Si esa relación te genera ansiedad, ahí no es”.

43-“Vamos despacio, para encontrarnos”.

44-Menos que eso, no.

45-No se me paró.

4
46-Yo me la juego, pero si vos te la jugás

47-Alguien que te acaricie el pelo, cuando no das más.

48-Para masturbarnos por separado, mejor te pido que te vayas.

49-Amigarnos, también, con no saber.

50-No sos la madre, sos la pareja.

51-Estás flasheando cualquiera.

52-El garche puede ser punto de partida.

53-“Quiero asegurarme de no estar perdiendo el tiempo con vos”.

54-Rompiste la muralla.

55-¿Habré hecho algo mal?

56-¿Hace cuánto no das un buen beso?

57-Un garche que nos reinicie.

58-Tiempo y artesanía.

59-¿Qué es lo que más te gusta de esta época?

60-¿Qué es lo que más te cuesta de esta época?

61-¿Cómo hacen las parejas que no se preguntan todas estas cosas?

62-Lo mismo que te enamora, te puede desenamorar.

63-Carta a mis nietos.

64-“No te enamores de mí”.

65-“No te enrosques”.

66-El amor no te conviene.

67-Algo “más libre”.

68-Quiero comprometerme con vos. .

69-Quiero tu cariño, pero…

5
Bienvenido y bienvenida. Es esta oportunidad, no quiero ponerme en un rol
pedagógico. Ni siquiera de acompañante. Me prefiero en el barro, caminando con
vos. No lo hago estratégicamente; hace rato que el hacer lo que siento es mi gran
guía y mi único precepto. En cada párrafo de los que siguen no te vas a encontrar
–a propósito lo pensé así- ni con tips, ni con herramientas, ni con ninguna
respuesta que acompañe la trillada frase de ¿Cómo hago para? Prefiero la
sinceridad del no saber prácticamente nada, antes que la solemnidad de quien lo
tiene, presuntamente, todo resuelto. Quiero que insultemos, que nos quejemos,
que nos riamos. De un tiempo a esta parte, abracé la convicción de que la risa es
terapéutica y de que podemos encontrar en el humor un aliado fundamental a la
hora de mirarnos de frente y ver qué pasa. A veces, seré infantil. En otras
ocasiones, soez. No te detengas mucho a ver si eso que cuento me pasó a mí;
preguntante, mejor, por qué te hace sentido a vos. Frente a la rebuscada
profundidad de libros académicos y el descarado simplismo en el que incurren
quienes pretenden abordar lo humano como si se tratara de domesticar a un robot,
yo te propongo que hagamos un recorrido alternativo, tan real como gracioso, tan
doloroso como frustrante, tan esperanzador como entusiasta. Con nuestras luces
y sombras, desde la espectacularidad de un viaje distinto hasta lo cotidiano de un
martes a la mañana. Creo que de esta manera, podremos lograr el modesto sueño
que me convoca: hacer que la lectura de este material no te pase por al lado. Que
te interpele. Que te ponga en movimiento. Que te transforme. Ahí está todo mi
deseo. No es muy modesto, pero hemos venido a cosas grandes, ¿no?

6
Lo que pudo haber sido y no fue. Los que se querían, pero no se animaron.
Quienes estaban juntos, pero a destiempo. Quienes no sabían lo que querían. Las
que querían lo mismo, pero en tiempos distintos. Los que querían lo mismo,
porque una parte era la que llevaba la batuta y la otra jugaba el triste papel de
acoplarse. Que vas muy rápido. Que vas muy lento. Que el pasado te condena,
porque vivís idealizando. Que el pasado te condena, porque tenés miedo de
repetir historias. Que no hiciste el duelo de tu ex. Que vivís en duelo, por lo que no
resolviste en el pasado. Que tu impulso se vuelve ansiedad. Que tu pensamiento
se torna enrosque. Que suponés mucho, y no sos claro. Que hablamos
demasiado, y vemos problemas donde no los hay. Que tenemos mucha cama,
pero nos cuesta sentarnos a tomar un café. Que tenemos mucho café, pero no
nos deseamos como antes. Que no estoy para perder el tiempo. Que o blanco o
negro, grises no. Que las etiquetas ayudan. Que las etiquetas anulan. Que la
libertad es no jugársela por nadie. Que el compromiso es malo. Que nadie sabe lo
que quiere. Que ya nadie se toma nada en serio. Que todos y todas buscan algo
superficial. Que esto antes no pasaba. Que antes era mejor. Que antes la gente
era más frontal. Vivimos pensando que estamos en un momento único, pero nos
terminamos comiendo los mocos. Líbranos del casi algo que muchas veces
llevamos dentro: para que podamos poner un poco de orden al caso de lo
humano, algo de palabra plena en tanto griterío, un poco de compromiso con
nuestro deseo (en un mundo que invita a la mera complacencia o al desinterés), a
seguir apostando (en un contexto en el que a veces preferimos resguardarnos y
protegernos de todo mal. La epidemia de casi algo refleja que información no es
conocimiento, que tener muchas experiencias no significa demasiado, que la
enseñanza no garantiza el aprendizaje y que necesitamos, de modo urgente,
reinventarnos y asumirnos reales, para construir otro tipo de relaciones.

7
Las almas eligen en qué momento encarnar. Y, si me apurás, en qué familia
también. No, mentira: no te voy a venir con el cuentito espiritualoide ahora.
Probablemente sientas nostalgia por alguna época –en la que no viviste-,
idealizando todo tiempo pasado como si hubiese sido realmente mejor. Antes, la
gente se la jugaba más. En aquella época, no se daban tantas vueltas: era blanco
o negro. Me dijo mi abuela que se comunicaba por teléfono con un amorcito una
vez por semana, y que ese ritualito bastaba para alegrarle el corazón. También en
el pasado había muchos más matrimonios arreglados, muchas personas –sobre
todo, mujeres- que aguantaban lo inaguantable (porque no se podían ir), miedo al
qué dirán, todo tipo de atropellos y vulneraciones, bien resguardadas bajo el
cuestionable halo de los secretos familiares. Ni todo tiempo pasado fue mejor, ni
tampoco nos encaminamos a una sociedad absolutamente libre (como algunas
voces, evidentemente ingenuas, sostienen). Cada época tiene su malestar,
pensaba Freud, y a cada día le basta su propio afán. Ni decadentes, ni ilusos e
ilusas. Reales. Podés traer las canciones de los ochenta, las películas que
marcaron una época; podés mandar cartitas a mano, si eso te hace sentir bien. O
llamar a la radio y dedicar una canción a la persona que te gusta. Eso sí: no
pienses que naciste en la época equivocada. Estás acá, donde tenés que estar,
para vivir con dignidad las dichas y los pesares que cada jornada traiga a tu
puerta. Ahí viene la vida. No la dejes pasar.

8
Por más que lo aparente, pelotudo no soy. Somos gente grande. No voy a
pretender que seamos hojas en blanco. Ya amaste, te rompieron el corazón, te
quedaron historias abiertas, seguís queriendo a las parejas que te marcaron. Y
eso está perfecto. Es más: viviste noches de sexo inintermitente, de alaridos de
placer, de respiraciones agitadas y miradas compenetradas. Lo sé. Me pasó lo
mismo. Y hasta a veces me pregunto, con toda legitimidad, qué hubiera pasado si
hubiera decidido quedarme en tal relación y no en otra (sé que no se aconseja
hacerlo, pero la pregunta insiste). Me han dicho “Uy, ¿ya está? ¿Ya acabaste?
¿Tan rápido? Y lo otro también: ¡Qué grande la tenés! (¿Habrá sido genuina la
pregunta o la habrá leído en esas revistas o redes sociales que aconsejan eso
para favorecer el autoestima?) o “Boludo, ¿qué me hiciste?” (En alusión a que mi
performance había sido sobresaliente). Vos y yo hemos hablado de nuestras
parejas anteriores, lo justo y necesario. Pero me ves cocinar y me decís que ese
corte tu anterior pareja lo hacía de otra manera. Planificamos vacaciones, y me
venís con todos los recuerdos de cuando fuiste a la Costa o a Córdoba. Te cuento
del service del auto, me traés a cuento cuánto te cobraban antes, cuando tenías
otros autos. Vivís comparando. Vivís recordando. Vivís negando el presente. No
sé si será tu adicción a la nostalgia o qué, pero esto ya no me está gustando.
Idealizás un pasado que te inventaste en tu cabeza no sé para qué. Tu modo de
no estar me incómoda y me cansa. Por eso, te invito a que vuelvas a esa vida
anterior, a que recorras cada barrio, a que retomes las charlas pendientes y, si te
dan ganas, después vuelvas acá, con el presente y el potencial de esto que
podemos llegar a construir. Cuando vuelvas, si querés y quiero, probamos. Pero
ahora no me hace bien esto, porque no estás acá, conmigo. Estás en otra
parte. Y amar es estar. De otra manera no me sale.

9
Te dijo eso y te liquidó. Literal. Voy a hacerte de amigo, por un rato. Si te hubiera
dicho: Mirá, la verdad es que contestás los mensajes cada diecisiete días, me
decís que el finde vas a pasar a tomar mates y me cancelás siempre a último
momento, que estás tirando fueguitos de Instagram para todos lados y megusteás
todo tipo de fotos de minas en culo o chabones con los abdominales de Cristian
Sancho, no sabés qué carajo querés, te la pasás todo el día mirando reels o
vídeos de Tik Tok, ganás doce lucas por mes (y siempre que salimos, tengo que
garpar yo), no planeás salir de la casa de tus viejos en los próximos sesenta años,
te ponés demasiado agresivo/a cada vez que discutimos, sería un poco más
entendible, ¿no? Pero te dijo lo contrario. La típica: vos sos mucho para mí, vos
sos una mina o un chabón que sabe lo que quiere, bien plantado/a. Y te duele en
el alma. O no seamos tan dramáticos/as: te hincha soberanamente las pelotas (o
los ovarios). Ya sospechabas: te estaba admirando mucho. Demasiado, diría yo.
No era la admiración platónica, de te admiro por el mero hecho de contemplar la
totalidad de tu existencia. Ni en pedo. Ojalá fuera esa admiración. Era aquella de
un bebito o una bebita para con su madre. Y ahí no hay chances de nada. Puede
haber algún polvo inolvidable, alguna conversación que arranque súbitas
carcajadas, pero no pasa de ahí. Olvidate de un proyecto en serio. No hay futuro,
hay eterno presente. Ese, en el que se basan las almas, presuntamente sabias,
acompasadas por el imán o la taza del vive hoy, no pueden hacer pie en nada ni
se comprometen con nadie. Ni siquiera, con su propio deseo. No te está
vendiendo gato por liebre. Está temblando de miedo, y hoy prefiere darte la
espalda.

10
Te quiere, pero tiene miedo. No se anima. Y podrían intentarlo, con miedo, igual.
Pero no le sale. Y a vos te da bronca, porque tienen todo para que funcione, pero
no va, che. En estos casos, lo único que queda es, de manera muy amable, decir
adiós y dar vuelta la página. Con el amor se llega hasta la esquina. Es necesario,
pero insuficiente. Te quisiste convencer de mil maneras: que había que darle
tiempo, que no sabía lo que quería pero que quizás, al conocerte, cambiaría de
opinión. Quisiste ver si eso sucedía, pero no. Tampoco funcionó el ponerte en
modo acompañante espiritual, intentando comprender –en exceso- su historia, al
justificarlo/a en todo aquello que no podía, por su infancia complicada. Te volviste
a ilusionar con el “si nos queremos, debería funcionar”, pero caíste en la cuenta de
que conocés mil parejas que no se quieren y siguen juntos (por los hijos, las
propiedades en común, la división de bienes, el qué dirán o la comodidad) y otro
puñado de personas que se aman, pero no pueden estar juntas. No es tan
sencillito esto del amor y del deseo, mal que les pase a los y las gurúes de la
simplicidad. Te quiere, pero tiene miedo. No pretendas tener razón, pues de nada
sirve. El orgullo de yo hice todo lo que estaba a mi alcance te va a durar cinco
minutos. Después viene la frustración, la bronca, el qué hubiera pasado, los
proyectos de viajes o de inversiones que te tuviste que meter en el orto. Todo eso
es necesario, para que, cuando gustes y puedas, vuelvas a salir al ruedo: a
exponerte, con tus luces y fragilidades, a los avatares del amor o el deseo. Te
felicito: te la jugaste. Como decía William Faulkner, escritor estadounidense:
“Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor”. En un mundo en el que nadie
quiere sentir nada (para no experimentar, de vez en cuando, el dolor de vivir), vos
diste un paso hacia adelante. Eso no te lo quita nadie.

11
Me pongo psicoanalítico. Me resulta tierno –para decirlo suave- cuando en Tinder
las personas nos presentamos: fumo de vez en cuando, no creo en las vacunas
porque es un recurso que tienen los Estados, las grandes multinacionales y los
laboratorios para controlar nuestras vidas, sol en Virgo, luna en Capricornio y
ascendente en Libra, tengo hijos y no quiero más, no quiero tener hijos, soy de
Racing (si sos del Rojo, rajá de acá), si tu comida gritó antes de morir, conmigo no
tenés chances. Y me causa más cercanía, cuando decimos lo que queremos:
alguien con quien compartir, una persona que sepa lo que quiera, un ser lo
suficientemente trabajado en sus aspectos psicológicos y espirituales como para
que no lo tenga que maternar/paternar. Y después pasa lo que tenga que pasar
(no me refiero al intercambio de fluidos, bebé), por más que hayamos gastado
tiempo –al reverendo pedo- en dar un montón de explicaciones que no interesan o
que nadie, jamás, va a llegar a comprender. “No sabe lo que quiere”, es una de
las quejas que más escucho en consulta. Se alude a esa frase buscando significar
que se trata de una persona inmadura, que no tiene con qué. Si bien es cierto que
podemos, con trabajo interno, arribar, más o menos, a cierta conclusión de lo que
queremos en nuestra etapa vital, el deseo muchas veces se escurre. Alguien
quería casarse, al año descubre una infidelidad y se termina separando. Alguien
no quería nada serio y se terminó enganchando hasta los huesos. Alguien no
buscaba nada y el lunes cumple cuatro años de casada. Alguien dijo pretender
algo serio, y cuando sospechaba que lo tenía, no supo precisar a qué se refería
anteriormente. Te invito, un rato, al caos. No se trata de jugar con nadie. Se trata,
por el contrario, de asumir que muchas veces no sabemos lo que queremos hasta
que estamos ahí, compartiendo unos mates, mirando memes y con la cara lavada,
un domingo a la mañana.

12
Cambiás de lugar. Te vas de viaje, de vacaciones, de misión. Al principio, entre la
maravilla del descubrimiento y la novedad constante, toda tu vida pasada parece
relegada al olvido. Pero no. Solamente te enfocaste en otros aspectos. Pero
cuando vuelven los problemas, parecen redoblarse y su impacto es decididamente
mayor. Vayas a donde vayas, ahí estarán. Cambiás de pareja. El enamoramiento
te hace decir lo de siempre: “Habiendo tanta gente en este mundo, ¿se fue a fijar
en mí?” “Mirá que había bondis para tomarse, eh. Y yo justo fui a tomarme el 59”.
Pasa esa época de bellas ilusiones y fantasías, y comienza a molestarte, una vez
más, lo mismo de siempre. Porque resonamos con los mismos aspectos de
siempre, porque nos juntamos con quienes nos presentan información en la que
coincidimos, porque la herida sigue allí: maquillada, disimulada, olvidada, pero
está. Y así con cualquier otro aspecto de tu vida. Sostenemos la ilusión de que
“los cambios de aire” son sanadores en sí mismos. Y la verdad es que no. Me
dirás: “Hace falta tiempo”. Te diré que el tiempo es necesario, pero no suficiente.
Me dirás: “Hace falta trabajarlo en terapia o con quien me acompañe”. Te diré que
la palabra sana, que es necesaria, pero no alcanza. Ya no querés repetir. Querés
reparar. Que no sea “lo mismo de siempre”. Que no te enganchés con el tipo que
vive al otro lado del planeta o que no te valora. Que no le entregues tu corazón a
la piba que está tan ensimismada que no tiene tiempo para compartir aunque sea
un cafecito a media tarde. “Volver a mí, tengo que volver a mí”, me dirás. Y sí. Es
por ahí. Volver a vos no implica –no debería aclararlo, pero hay gente que sigue
confundiendo amor propio con egoísmo- desentenderte de todas las personas
significativas. No. Es volver a revisar, a mirar, a escucharte, a cuestionar lo
“incuestionable”, a preguntarte donde nadie te preguntó. Es decir: a sanar,
conscientemente. A reconocer lo que no te gusta, lo que te molesta, lo que te
avergüenza de tu propia vida. A integrarlo: sin justificar todo el tiempo, sin
sostenerle la vela al ya trillado “yo soy así porque…”. Mirar de frente tus miedos,
abrazarlos, aprender de ellos, trascenderlos e integrarlos. Ahí está la misión.

13
El pasto del vecino siempre es más verde. Desde la ventana de mi prima, todo se
ve más lindo. El papá de mi amiga es más cariñoso y demostrativo que el mío.
Cuando baje cinco kilos, me voy a querer más. Cuando gane lo que pretendo, voy
a sentir que mi trabajo es realmente valorado. Por lo que se escucha, los vecinos
garchan con más frecuencia y placer que nuestra pareja. Pensamos que la
felicidad está allá en otra parte, que cuando alcancemos determinado objetivo
vamos a estar en paz. Que el amor propio también. No hay punto de llegada. La
vida es otra cosa. Lo mismo sucede con el amor y el deseo: pensás que hay algo
de lo que te estás perdiendo. Esa ansiedad te lleva a ir de persona en persona
buscando siempre más y dejame decirte que caés en un barril sin fondo. El deseo,
por definición, no se satisface nunca. Los y las especialistas en marketing bien lo
saben (¿O acaso no te pasó de tener muchos libros sin leer o ropa sin usar,
porque lo compraste en caliente y después de un rato te dejó de interesar?). En el
amor y en el deseo pasa exactamente lo mismo. La fantasía de que en otra
persona puede estar lo que estás buscando, acecha. Y es ahí cuando empezás a
amagar con irte de una relación que no te da todo lo que vos necesitás. Empezás
a fabular con que tal persona te escucharía mejor o te besaría con más delicadeza
y tacto en tus zonas erógenas. Ojito: no estoy diciendo que eso no pueda ser así.
Estoy abrazando esta idea: a veces, puede ocurrir que efectivamente allá esté lo
que andas buscando. Sin embargo, casi siempre es una bella estrategia de tu ego
para desconectarte del presente, para que tu ansiedad se multiplique
exponencialmente y para que, una vez más, no puedas disfrutar de este presente
(que tiene absolutamente todo para que lo celebres, pero a vos no te sale):

14
Quiero que me hagas un lugarcito. No te preocupes. No tiene que ser ni exclusivo
ni eterno. No te estoy mendigando. No quiero "cualquier cosa". Quiero estar ahí,
cerquita de tu pecho, donde afloran tus verdades y se anidan tus deseos, y te
inunda tu misterio. Quiero estar en una foto, de esas que se pegan en las camas o
en los placards. Quiero ser mate a la tardecita, silla en tu vereda, mitad de
fugazzeta y otra de lo que vos quieras. No lo deseo todo, ni mucho menos junto.
Algo, alguito. Recuerdo grato, un traguito de saliva, una muletilla pegadiza, un ir
juntos al gimnasio y desviarnos, casi siempre, a la panadería. Eso quiero, sí. Mirar
ofertas de viajes que no podamos pagar, y que después la puta empresa nos
atosigue con anuncios. Puedo anhelar, también, un vino en caja o en botella,
como prefieras. Una caminata entre los bosques, que me lleves en tu bicicleta y
que vayamos a echarle aire, porque casi no tiene. No quiero robar tu atención,
aunque quiera llamarla. No te hablo de posesiones ni de dueños ni de nada. Solo
pretendo que me dejes transitar tu afecto, que me permitas habitarlo. Que allí mi
corazón, transhumante y pasajero, se implique, pueda coincidir. Qué lindo
recostarme ahí, donde el tiempo se suspende, y los peregrinos juntan aire, para
ponerse nuevamente en camino

15
Solo existe una cosa más inestable que las relaciones actuales: la economía
argentina. Chiste –malo, por cierto- aparte, ya hemos dicho todo acerca de los
tiempos que (nos) corren. Que vivimos en una era de contactos, y no de
relaciones; que todo es líquido, es decir, inconsistente, incapaz de proyectarse en
el tiempo, efímero y relativo. Que son horas de amor descartable; de a la primera
de cambio me mando a mudar de esta casi relación. Ya hemos leído cuanto libro
hubiese respecto de esta temática que agobia a tal punto de preferir esconder el
corazón bajo siete llaves e impedir que entre alguien. Al ladito del entusiasmo
inicial por abrir una historia se encuentra el miedo más profundo: a que sea algo
absolutamente pasajero. Y si bien podemos anestesiar esa angustia con las
típicas frases de aprovecha el momento, lo cierto es que la ansiedad nos carcome
el bocho: a dónde va todo esto, ¿es viable?, ¿hago bien en ilusionarme? , en lo
concreto: convivir con lo finito. Me impresiona escuchar, en repetidas ocasiones,
frases como la que encabeza este capítulo. Una pareja. Se habían ido de viaje. La
habían pasado bomba. La comida, una delicia. El sexo parecía tántrico.
Conversaciones inolvidables, a corazón abierto y a lengua suelta. Una conexión
increíble, desde el sentido del humor hasta el silencio compartido. Y claro: ¿Cómo
no ibas a pensar que todo esto iba para más, si la realidad era tan tremendamente
preciosa? Es más: volviendo a sus ciudades, no faltó el sueño plantado de una
probable continuación. ¿Dónde te gustaría ir en una próxima salida? Y la
conversación continuaba, girando en torno a nuevos horizontes, que pretendían
prolongar este buen momento. Unos días después, lo temido llegó: la intermitencia
al contestar, la imposibilidad de verse, el pedido de ir más despacio. Nacimos para
morir. Lo que arranca se termina. Y todo lo que queramos decir. La posibilidad de
que todo quede acá está siempre. El asunto es que esa idea hoy se ha vuelto tan
patente, que muchas personas optan por ni siquiera darse la chance de que eso
suceda. Y directamente no juegan. O se animan un ratito. No sé qué es peor.

16
En mi época de misionero católico había una canción que me fascinaba: Todo en
esta vida es un decidir. Hablaba sobre el abandonar la seguridad de la propia casa
e invitaba a ponerse en camino, en función de realizar un sueño más grande y
más trascendente que el mero cuidado de uno mismo. El convite era una nueva
edición de dejar lo cotidiano, lo de todos los días, la clandestina centralidad de la
vida diaria, y lanzarse a nuevos desafíos, a otros mares. Y vaya que la propuesta
atrae la respuesta: quien deja todo, encuentra todo. Es impresionante reconocer
que esa cuenta nunca falla. Ahora: en el territorio de las relaciones, la cosa anda
bastante aburguesada, che. Mucha tranquilidad, mucha previsión, mucha
estructura. Demasiado miedo a lo nuevo, a abrir la puerta, a iniciar un proyecto.
Dicen que hay tres soledades: la elegida, la padecida, la necesaria. Ya te voy a
explicar en detalle cada una. Ahora, quiero que nos quedemos con la segunda,
aquella que nos puede llegar a hacer sufrir. Como ya te conté: no creo que una
vida plena sea, necesariamente, en pareja. Eso dependerá de cada quien. El
asunto es que muchas personas quisieran compartir con alguien más, pero no
logran concretar. Los motivos son muchos y muy variados. No obstante, creo que
no son pocas las ocasiones en los que el miedo mayor radica en dejar lo conocido.
Quiero la vida que tenía cuando no estaba en pareja, pero estando en pareja,
parece ser el mensaje de fondo. Y las cuentas no dan. Iniciar un proyecto junto a
otra persona comporta una dosis de riesgo, de apuesta, de sentir firme, que luego
veremos hasta dónde se ratifica en la experiencia. No se trata de abonar el suelo
para teorías románticas, según las cuales es preciso morir a mi propia vida, en
función de un proyecto común. Eso ya lo hemos visto y no funcionó. Tampoco me
pidas, para no irnos de mambo, que siga todo igual. Si mi vida sigue exactamente
igual que antes, ¿qué sentido tiene que hayas entrado en ella?

17
Soy de Aries, así que el temita de la sinceridad no representa un problema para
mí. Sin justificarme a través del signo diré que son tiempos complejos para la
sinceridad. Es cierto: se hizo viral la frase de que la sinceridad sin empatía es
crueldad, pero también eso admite cuestionamientos. Hay personas a las que
directamente no les gusta lo que escuchan y se viven excusando. Primero va a ser
la forma, después el momento (inadecuado), luego el canal (si en persona, si por
redes). Lo concreto es que siempre van a patalear, quizás porque no están
preparadas para escuchar la verdad. Lo diré una vez: proteger sin mentiras, esa
es la opción. No hago apología a la crueldad sincericida, obviamente no. Sin
embargo, poco me gusta esta tendencia epocal a callarnos todo, para poner a la
otra persona entre algodones. Como si todo le fuera a afectar. Eso no es cuidar a
la otra persona; eso es mentirnos a través del otro. La sinceridad garpa siempre:
una primera o segunda cita no es ni un confesionario ni un diván de terapia, pero
es tiempo de no editarnos ni aparentar. Es hora de decir dónde estás parado/a, en
qué etapa de tu vida estás, qué buscarías en una pareja, qué onda con la gente
que te involucraste anteriormente. Lo he dicho por todos lados, en este texto: en el
camino, nos daremos cuenta de mil cosas distintas, nos dejaremos llevar,
tomaremos decisiones, cambiarán ciertas perspectivas. No pretendo que seas
determinante y que vayas confirmando sospechas. Pero ahora, mientras se van
presentando, dos cosas son menester: abrirse a todas las posibilidades, pero
desde la sinceridad propia de ir mostrando el corazón (sin especulaciones baratas
ni estrategias pavorosas).

18
Cierta vez, una consultante me hablaba de los celos que sentía por su novio. Él
era un reconocido guitarrista de la noche porteña. Ella lo había conocido en ese
entorno, y se dejó cautivar por su estilo canchero y desfachatado, desenvuelto
arriba del escenario y dicharachero debajo de él. Lo cierto es que con el correr de
los meses, tras la etapa de fulgor del enamoramiento, a ella algunas cosas le
empezaron a hacer ruido. Sobre todo, la constante exposición de él. Que el jueves
en un lugar, que el viernes en otro, que el sábado doble función, que el domingo
nos invitaron a un asado. Que se viene una gira. Que estamos pensando en hacer
un viajecito más largo. Lo que sigue es obvio: ella reclama más presencia de él, y
este le responde la frase más odiosa y más previsible que exista: Vos me
conociste así. La pretensión, al pronunciar esas cuatro palabras (¿las estás
contando?) es cerrar universos. Es decir: es un territorio que clausura todo tipo de
re-pregunta. Y en verdad no. Porque los cuestionamientos vienen. Stoja, ¿vos
estás diciendo que hay que pedirle a la pareja que deje de lado aquello que le
apasiona para que se concentre más tiempo en vos y en los proyectos de pareja?
No, no estoy diciendo eso. Me refiero a que a ella le gustaría acompañar –no ir a
cada concierto, porque tampoco es la idea- de un modo distinto. Pero es lo que le
sale ahora. Otra vez: el amor se ríe de lo que debería hacer, lo que me gustaría
sentir, lo que corresponde que yo haga. Es la vida misma: el quitarnos la careta
todo el tiempo, la necesidad de ir sacando las capas de la cebolla, y rendirnos a lo
que es y a lo que somos (no como una cárcel llamada identidad, sino como lo que
nos es posible en el aquí y el ahora). Así pasará con jugadores de futbol, de
hockey, de rugby; con docentes, intelectuales, escritores y escritoras. Con
seguidores de un club, con aficionados a una banda musical. Vos me conociste
así, decimos, ingenuamente pensando en que eso será una respuesta válida para
siempre. Del otro lado, podrán decir y bueno, pero pensé que en algún momento
podrías ir a cambiar. Sí, te conocí así, pero las personas cambiamos, los vínculos
mutan y lo que ayer me encantaba, hoy me molesta. ¿Qué querés que haga?.

19
Nos fuimos para mi casa. De fondo, sonaba Luciano Pereyra. Me dijo que no le
gustaba, que le parecía muy cursi. Ofrecí Pablo Alborán. Menos, me lanzó, con aires
de desencanto. Puse enganchados de rock nacional y listo, qué tanta vuelta. Vamos a
lo seguro, pues. Yo sabía que se venía una hermosa noche de amor. De ropa por el
suelo, de alguna copa de vino, de unos mates trasnochados. De levantarme a cerrar o
a abrir la ventana, de pedirle un poco de agua mientras ella iba camino del baño. Qué
hermosos esos momentos inaugurales, donde el mundo posible que representa la otra
persona solo arroja esperanza, donde todo es una hermosa coincidencia. Y pedís que
te pasen el control y terminás garchando. Y hablás del dólar y terminás garchando. Y
ves la última temporada de Black Mirror y terminás garchando. Nos dividimos en tres
tercios: uno para dormir, el otro para hacer el amor y el final, para reírnos a carcajadas
y contarnos cosas sobre nuestras vidas. Un plus: algo para comer, en el medio de
todo. Lacan dice que el amor es darle lo que no tenés a quien no es. O sea: una
permanente ilusión. Y si bien no comulgo que eso sea, a la larga, así, adhiero, con
humor y disfrute, a esa idea. Estás como drogado todo el tiempo cuando flasheaste
con alguien. (Por eso, tanta gente solo quiere enamorarse y pasarla bien, yendo de
relación de dos meses en relación de dos meses). No te dan ganas de salir de esa
habitación. Querés que el mundo se detenga. Al carajo el gimnasio, la lectura, el
trabajo, la militancia, el apostolado. El mundo se reduce a la persona que está
durmiendo al lado tuyo. Dicen que el amor te hace descansar, porque estás en
confianza y te desnudás frente a otra persona, que en teoría no puede hacerte daño.
Su otra cara consiste en que, si fuera su curso normal, te quedarías sesenta mil años
ahí, en esa habitación, con sahumerios y libros de Bucay. Pero no. Afortunadamente,
vienen las conversaciones difíciles: que no podés dormir todos los días acá, que te
veo más a vos que a mis amistades, si te vas a quedar necesito que pongas algo de
guita porque las cuentas no se pagan solas. Y llega, en algún momento, la pregunta
que más siglos llevan las personas sin responderse. Que se han ensayado mil
respuestas, algunas muy difusas y evasivas: Vos y yo, ¿qué somos?

20
Llega un momento en que muchas personas ya no nos queremos demostrar más
que podemos solas. Hicimos gala de nuestra autonomía, de nuestra
independencia, durante mucho tiempo. Pero existe una hora en la que buscamos
compartir con alguien más; no por necesidad, sino por la posibilidad de mirar la
vida con ojos enriquecidos. Es hermoso ir al cine a solas, o tomarse un café y
leerse un libro el martes a la tarde, o poder planificar un viaje sin consultar nada a
nadie. Así como eso resulta encantador, hay veces en las que queremos tomar
algunas decisiones de a dos. Y no hay nada de malo en tal deseo. Yo me di
cuenta de eso, cierta madrugada, en el aeropuerto de Guadalajara. Hasta
entonces, yo había tomado unos 70 aviones. Adiviná en cuántos junto a otra
persona. No, menos. No, más. ¿Te rendís? Dos. Solamente dos. Todo bien con
eso de no necesitar a nadie para hacer opciones, pero creo que se me había ido
de las manos el asunto. Dicen que hay tres grandes soledades: la padecida
(cuando querés que alguien te acompañe y no aparece nadie; y sentís que algo
habrás hecho para que ninguna persona esté ahí; o sea, además de pasarla mal,
te da vergüenza o bronca), la necesaria (sobre todo, cuando resulta menester
tomar distancia, juntar aire, barajar y dar de nuevo; en especial, después de una
relación que necesita tiempos para procesarse) y la elegida (aquella que nace del
legítimo derecho a vivir solo/a, sin sentir que falta algo o alguien: que no es
escape, evasión o evitación: simplemente es). En la experiencia de acompañar a
muchas personas –y de estar yo allí, también- caigo en la cuenta de que el anhelo
mayor es: encontrar a alguien con quien compartir. Ponerlo en palabras
significa ya un montón. Disponerse, es el siguiente paso. Después vemos las
formas. Después vemos de qué manera nos resulta interesante hacerlo. Pero ya
tenemos algo en claro: no nos amurallamos más con hermosos argumentos ni con
refinadas teorías. Hablamos, desde el cuerpo y con el corazón.

21
Balance entre el dar y el recibir. O, según las constelaciones familiares, entre el
dar y el tomar. No hay nada más difícil que dejarse querer. Algunas personas le
llaman apego evitativo. Cada vez que huele a que te quieren, te vas de ahí. Salí
de ahí, maravilla. Te confieso algo: yo soy team apego ansioso, es decir, te tiro
con de todo al minuto seis de haberte conocido. Nada es lo ideal. Vamos haciendo
lo que nos sale. Yo atento. Yo detallista. Yo memorioso. Yo dador. Yo proveedor.
Yo que me acuerdo de los cumpleaños. Yo que te mando mensajitos antes de
rendir. Yo que saludo primero. Yo que siempre me doy cuenta, aunque no diga
nada. Yo que inicio los abrazos. Yo que propongo los besos. Yo que temo perder
el control. Yo, yo, yo. ¿Y vos, dónde estás? ¿Qué espacio te estoy dando? ¿Me
estoy dando otro espacio que no sea el que “comanda”? Porque el detalle se
puede tornar invasión. Porque la presencia puede devenir asfixia. Porque el
constante dar puede oler a manipulación. Te, me y nos invito a cambiar de chip.
Nos encanta dar (porque nos damos a nosotros/as mismos/as, obvio), pero nos
cuesta recibir. Parece que caemos en la pasividad. O en la docilidad. ¡Ay, no!
¡Mirá si voy a “ceder” un ratito el protagonismo! ¿Estás loco, vos? Me seguiré
cultivando en el bello y complejo arte de dejarme mimar. De dejar que me cuenten,
un rato, los lunares. Y que me digan secretos, en voz bajita. Que las
complicidades nos encuentren noche adentro. Salir del centro. Salir del rol
protagónico. Dejar espacio. Permitirnos ser. Si me siento bien cuando doy, ¿por
qué la otra persona no habría de sentir algo semejante? Un poquito y un poquito.
Es por ahí. Y a vos, ahora, te digo: permití que te pase a buscar, que te regale un
chocolate, que te invite a cenar. No te está queriendo manipular. No pretende
burlarse de vos. No busca tomarte el tiempo. Solo busca que te dejes querer.
Como te salga, pero que le des el lugar. Ya huiste demasiado. Es tiempo de
obedecer a tu deseo (que es más grande que tu miedo).

22
Dije esa frase en innumerables ocasiones. Me la creía, realmente. En amorosas
confrontaciones con seguidores y seguidoras, asumí que ese enunciado era pasible,
al menos, de ser cuestionado. Hay que poner todo en contexto. Solo así se puede
comprender un fenómeno en profundidad. Coincido con la idea de que cuando se
dispone de una buena dosis de auto valoración y un sano auto concepto, las
posibilidades de construir pareja con una persona que te valore y aprecie aumentan
considerablemente. Dicho lo anterior, del mismo modo suscribo en que una persona
desvalorizada se expone, aunque sea de modo inconsciente, a relaciones donde se
pisotee más su autoestima, al quedarse muchas veces en cualquier lugar donde lo/a
miren un poco, al soportar tratos a veces denigrantes, al hacer cosas para compensar
sus faltas, al exigirse siempre un poco más. Si bien todo eso creo que es cierto,
resulta muy canalla seguir metiendo el dedo en la llaga. Si vos no te querés, no te va
a querer nadie. Ponete un ratito en la piel de una persona que escucha
sistemáticamente esa frase. Se llena de rabia, de bronca, de tristeza. Y se siente cada
vez peor. Por ende, si antes las posibilidades eran remotas, ahora prácticamente son
nulas. Creo, de corazón, y ahora que lo pienso en detalle, que si bien es
recomendable ese amor propio, a veces solamente se puede descubrir en el
encuentro con otro, otra; que espejee cosas, que refleje aspectos escondidos, que
invite a la luz. No es una cosa o la otra. No es el trabajo personal o una relación. No
es la soledad empedernida o la pareja a toda costa. Se trata, quizás, de un mientras
tanto, de un proceso, de un ir abriendo experiencias. Si vos sentís que estas palabras
te identifican, te invito a abrazar la siguiente idea: que haya tenido una historia difícil,
que la haya tenido que remar en dulce de leche, que me haya sentido poca cosa, no
quiere decir, de ninguna manera, que no pueda tomar el amor que otra persona tiene
para ofrecerme y animarme a otro desafío: saber que soy, también, capaz de amor y
de luz. Y que lo puedo repartir, ahora que me lo creo.

23
Tengo muchas ganas de encontrarme con vos. No con lo que deberías ser. No
con lo que yo me imaginaba. No con lo que necesito que seas. Con vos. Sí. Así
como vas siendo: una persona frágil, tierna, imperfecta, buscadora. Sigo
trabajando en mí, y en por qué necesito ponerte en un pedestal. ¿Será porque me
siento poca cosa? ¿Será porque me resisto a que funcione? ¿Será por algo que
faltó o algo que estuvo de más? No me quiero enroscar. Ay, ya me está pasando.
Te decía: quiero encontrarme con vos. Con tus “esto me cuesta”, “no le encuentro
la vuelta”, “me pasa siempre lo mismo”. Que haya una revolución de lo real. No
creo en gurúes ni en verdades reveladas, pero en la pareja me cuesta: una bocha,
una banda, un montón. Como le quieras decir. Ojo. No estoy diciendo que no crea
en la magia del amor. Ni mucho menos siento que no sea, en este mundo lleno de
ausencias, un milagro. Pero yo elijo otra cosa: el milagro de lo real. Quiero
enamorarme como cuando tenía catorce años. Dejar pasar bondis, regalarte un
chocolate, imaginarme con vos en mil lugares distintos, escribir tu nombre en la
arena de la playa, a eso de la tardecita. Para mí, como te decía, es un milagro que
estés acá. Pero no es justo que te ponga tan arriba. Porque te vas a caer. Porque
me voy a hacer pelota. Porque te voy a reclamar cosas que no prometiste. Porque
te voy a echar en cara alguien que no sos. Yo creo, como Cortázar, que el amor
me parte como un rayo. Que tu presencia acá, me alegra la vida. Pero no quiero
ser injusto: no te pido más de lo que quieras dar. Te miro a los ojos y me dejo ver:
acá estamos, sin caretas, sin máscaras, sin ediciones. No te quiero “allá arriba”, te
quiero a mi lado. Seamos reales, o no seamos nada.

24
Lo digo de frente. Me encanta el “o no”. Parece una boludez. Pero deja un signo de
interrogación, abre otros universos de sentido, inaugura caminos. Y sí. Lo dijiste. No
te postergaste más. Te venías callando: para no arruinar el momento, para hacer
“como si nada”, porque “a las cosas hay que dejarlas fluir”. Pusiste un freno a todas
esas nobles –pero hirientes- maneras de no poder poner palabra, de no hacerte
cargo. Sospechabas que no sería gratuito. Intuías, en lo profundo de tu corazón, que
sería mejor decirlo, aunque costara un silencio, un enojo, un distanciamiento. Pero ya
no podías vivir en la mentira. Hay cosas que no negociás más. Y que no te hagan la
cabeza: priorizarse a una/o misma/o no es cerrarle la puerta a todo el mundo. No.
Es más, suele ser todo lo contrario. Quien se quiera quedar, eso sí, ya no minimizará,
no mirará para otro lado, no negará los conflictos. Los asumirá, de frente manteca.
¿Usamos los problemas como lecciones o simplemente para justificarnos? Es el
último resabio de la culpabilidad en la que te criaste: “¿Y si no le hubiera dicho nada?”
“¿Y si me hubiera quedado en el molde?” “¿Y si lo hubiera expresado en un momento
más adecuado?” La mente, el ego, otra vez, haciendo de las suyas: te quiere
culpabilizar. Y quien es culpable hoy, tendrá que pagar mañana. Es imposible vivir en
paz así. Te fuiste, por una vez, fiel. No quisiste encajar. No quisiste ganarte el amor
de nadie. Quisiste ponerte en el centro, priorizarte. Y ahora sí, ahora parece que se
pudrió el rancho. Pero a la larga, te lo juro, no. Éste fue el envión final para librarte de
esa sensación de que nunca es tan importante lo que tenés para decir, porque lo es.
Envión final para serte fiel, independientemente de cómo lo tomen. Si las personas
somos como las cebollas, que nos vamos quitando capas, felicidades: te sacaste una.
Y lloraste. Porque parirse de nuevo no es fácil. Porque morir a un personaje es
doloroso. Porque romperse, para reinventarse, incomoda. Así te quiero, conectada
con tu sentir, conectada con tu actuar. Como siempre, eso hará que se quede quien
se quiera quedar, que se vaya quien quiera dar un paso al costado. Pero vos, vos ya
no te abandonás más.

25
Amo los domingos por la mañana. El sol entrando por la ventana, rumores lejanos,
voces distantes que llegan a nuestro umbral. El "me quedo haciendo fiaca". La
falta de prisa, el volverme improductivo, el no procurar la eficiencia. Saberme
lento, disociado de toda pretensión de velocidad y de rapidez. Una lectura de un
tema que nada que ver. La delicadeza de no hacer ruido, para que sigas
durmiendo un ratito más: sin alarmas, sin despertador, sin urgencias. Verte dormir,
al natural: porque sabés que estamos en confianza, que no podemos hacernos
daño y que nunca podemos descansar en serio como cuando nos sentimos en
intimidad. Amo los domingos por la mañana. Un señalador en la página 174 del
libro que estás leyendo. Unos lentes, al ladito de la cama. Alguna que otra pastilla,
que delata que todos y todas necesitamos, dos por tres, un service. El silencio
compartido. El juego de miradas, la respiración de fondo, las narices que pican y
se rascan. El andar en calzones, en remeras viejas, en shorcitos agujereados o
tímidamente desteñidos. El olorcito a café, el humito del mate, las cucharitas que
se caen. Tu mano sobre mi pecho, tu cuerpo haciéndose chiquito y reclamando un
brazo que lo atraviese y le dé calor. Las piernas, que buscan enredarse. Tu
pancita y sus ruidos, denunciando que comiste de menos o de más. Las caras sin
lavar, el corazón sin especular. La vida, en su máxima expresión: despojada de
toda pretensión de utilidad, nos invita, simplemente, a ser y a estar acá. No existe
mejor momento ni lugar.

26
Un clavo saca a otro clavo. Frase vieja y hecha si las hay. Mal que nos pese, su
vigencia está intacta y resiste el paso del tiempo, como también a los cambios
culturales. Contaba el sociólogo polaco Zygmunt Bauman que en esta época, la de
–según sus palabras- amor líquido, bastaba con cerrar una ventana (en la
pantalla) para olvidarse de alguien. Es decir: entre tantas conversaciones que
sostenemos mediante las redes sociales, siempre hay alguien ahí, como en el
banco de suplentes, aguardando, expectante, sus quince minutos de gloria y de
fama. Como ya te compartí más arriba, son tiempos en los que hablar de dolor o
de pérdida no está muy bien catalogado; por eso, algunos espíritus optan por
saltearse esa humana experiencia, alimentando todo tipo de conversaciones que,
fecundas o no, al menos alcancen para mantener la cabeza ocupada en algo. O
en alguien, perdón. Te vas a mojar, irremediablemente. Sí, ojalá que en el acto
sexual también, pero acá me refiero a que vas a naufragar, un poquito (saltando
de bote en bote). Recuerdo cuando yo era fanático de mi club de rugby y tenía una
suerte de acuerdo conmigo mismo: si ganamos, me autorizo a estar optimista y
alegre todo el fin de semana; si perdemos, me pediré no tomar el deporte tan en
serio, porque quince jugadores no pueden determinar mi estado de ánimo. Hoy mi
fanatismo devino más mesurado, pero la experiencia y el aprendizaje quedó: en
esa ilusa forma de comprender mis pasiones, yo quería llevarme solo ganancias,
nada de derrotas. No quería salir lastimado. Por más argumentos que tuviera, la
realidad se imponía y, en caso de perder (cosa que, encima, era bastante
habitual), la amargura me asaltaba. Lo que resistes, persiste, dice un famoso
psicólogo demasiado citado por nuestros días. Y creo que se trata de eso. Vas de
casi algo en casi algo porque no aceptás la idea de que parte del acuerdo del
amor, independientemente de las formas que adopte, consiste en la posibilidad
real de poner las manos en el fuego y quemarse.

27
Te da una copia de las llaves de su casa. Te comparte la cuenta de Star Plus.
Cuando va a la verdulería, te pregunta si necesitás algo. Te tira ideas de viajes
futuros. Te cuenta algunas cosas de su infancia. Te habla de su relación
absorbente con la madre y extremadamente distante con su padre. Te pregunta
sobre tus hijas. Te hace regalitos: desde un chocolate hasta un perfume; desde
unas entradas para ir a ver Airbag hasta una sesión de masajes o clases de
cerámica. Te cuenta que se ve, en algún futuro lejano, viviendo con vos, aunque
sea algunos días por semana. Parece que va todo bien, más que encaminado.
Eso sí, por si fuera necesario recordarlo: te dijo mil veces, que no quiere nada
serio. Y vos, con toda legitimidad, te preguntás qué carajo significa eso. En esta
época de tantas formas y modos novedosos, es necesario poner palabra con más
claridad que nunca y establecer acuerdos alcanzables, que se puedan cumplir.
Dice que no quiere nada serio, pero hace cosas de pareja. La otra persona no es
muy clara, pero vos tampoco te quedás atrás. Cosas de pareja, ¿qué es eso? Me
vas a decir lo típico, lo que haría cualquier pareja: viajar, hacer las compras,
compartir unos matecitos en algún momento del día, planificar alguna salida Se
quieren, se desean, se comunican lindo, pero llegó la hora de dar un paso más:
que te aclaren qué significa lo de nada serio y que vos expongas al respecto
de cosas de pareja. Están hablando idiomas distintos y eso al principio cautiva,
pero luego se puede volver un problema. Tiempo de sentarse a compartir unos
mates y ver cómo y para qué están. ¿Se animan?

28
Cuando empecé a valorarme, comprendí que Dios me amaba porque yo soy digno
de amor, y no tengo que hacer ningún mérito o esfuerzo para que me quiera.
Cuando empecé a valorarme, me fui de los lugares que ya no sentía propios y
puse límites sin sentirme culpable. Cuando empecé a valorarme, dejé de tragarme
todas mis opiniones y dejé de vomitarlas cuando ya no daba más de tanto
acumular. Cuando empecé a valorarme, me saqué el traje de superhéroe con el
que pretendía compensar mis inseguridades. Cuando empecé a valorarme, me
permití dudar, estar mal, que me pinte el bajón, el no saber. Cuando empecé a
valorarme, me despojé del miedo que embarga a quien quiere tener todo bajo
control. Cuando empecé a valorarme, comprendí que puedo cambiar de opinión
tantas veces como considere necesario (sin sostener antiguos patrones que ya no
me representan). Cuando empecé a valorarme, dije que “no” sin gastar mares de
saliva dando explicaciones (que no me habían pedido o que jamás llegarían a
entender). Cuando empecé a valorarme, no sentí la necesidad de justificarme.
Cuando empecé a valorarme, comprendí que no soy solamente lo que hago, y me
liberé del activismo. Cuando empecé a valorarme, maté a mi personaje, para dar
vida a mi yo más profundo. Cuando empecé a valorarme, dejé de querer cambiar
a las personas, y empecé por mí mismo. Cuando empecé a valorarme, me dejé de
preguntar qué puedo hacer con mi vida, y me puse en camino. Cuando empecé a
valorarme, dejé de pensar que la vida tenía un proyecto megalómano para mí –
como una forma de evasión- y me dediqué a saborear lo simple. Cuando empecé
a valorarme, dejé de vivir una vida impropia y poco auténtica y comencé,
simplemente, a vivir.

29
Sos la única persona del mundo mundial que tiene al sambayón como gusto
preferido de helado. No sabés cómo decirle al pajero de tu vecino que te debe el
WIFI –que comparten- desde octubre. Que el matambre a la pizza te causa acidez
y no podés parar de repetirlo. Que los libros de Bucay –que amás- son
medianamente iguales entre sí. Que te olvidaste de pagar la luz, y viene con
recargo, y la concha de la lora. Que si se pinchan las ruedas, tenés que llamar a la
grúa. Que no sabés la diferencia entre analógico y digital. Que te tirás pepis por
las noches. Que cuando bajás del bondi, tu boca se pone pastosa. Que no te
gustan los gatos. Que el mate se te lava, en el onceavo intento. Que ahorrás en el
acondicionador, y comprás el Plusbelle de manzana. Que te ponés en pedo
rápido, cuando tomás whisky. Que no sabés cómo hacer para que los de
Despegar no te manden más esas publicidades del orto. Que te cuesta poner en
palabras lo que te pasa. Que te dan miedo los aviones. Que pensás que Pampita
todavía está con Pico Mónaco. Que sos un sábado a la tarde, en la vereda o en la
plaza. Que me encantan nuestras caminatas, cuando el sol se hunde en el
horizonte. Que vas al baño cada treinta y un minutos. Que no sabés que la pava
que compramos tiene, también, la opción para mate. Que me decís que cocino
bien, para alentarme. Que hay otras cosas que te molestan más que el que yo
mee la tapa del baño. Que no soy bueno comprando regalitos para sobrinos o
ahijados. Que en el cine me quedo dormido. Que acabo rápido, que no soy
rendidor. Que rompo dietas y reglas. Que pago –al pedo- la cuota del gimnasio
(porque no voy en la puta vida). Que se me está por salir la corona del segundo
molar, de la parte de arriba, de mi parte izquierda. Que la prepaga aumenta otra
vez. Que con jardineras enlatadas resuelvo todo. Que mis mensajes pretenden
sensualidad y son pura torpeza. Que pienso que con lechuguitas ya estoy
haciendo alimentación saludable y consciente. Un estudio de esa universidad de
mierda, con mi plena y feliz anuencia, dice que, pese a todo, y gracias a todo…te
quiero.

30
Ya está. Ya lo dijiste. Ya enviaste el mensaje. Ya lo citaste en un café. Ya le pusiste
los puntos. Dejaste de postergarte. No te hacía bien eso de “tengo que ser fuerte”. Ya
no te querías esconder en “es lo que me toca”. Ya se fueron los miedos. Todo lo que
callaste, el cuerpo te lo cantó: comer mucho, comer poco, dormir mucho, dormir poco,
dolores en la espalda, en el cuello. Todos los días conocías una parte nueva de tu
organismo, porque te dolía. Todos los días te escapabas de tu alma, por no poder
mirarte de frente. Y hasta llegaste a machacarte. La culpa te invadió. Te diste cuenta
que desde ahí no se puede construir nada. O desde el miedo o desde el amor. Desde
allí actuamos. Amor, preferiste. Era tu manera de salvarte. Pediste ayuda. Lo pusiste
en palabras. Te sacaste esa mierda de encima. La pudiste poner en un lugar diferente
a tus entrañas. Pero seguía ahí, ese ruidito, esa lágrima suelta, ese desear que las
cosas cambien (y ese asumir que había una parte, por mínima que fuera, que
dependía de vos). Tuviste miedo. ¿Qué van a decir? ¿Cómo va a reaccionar? ¿Y si
me deja de hablar? ¿Y si me corta el rostro? ¿Y si empieza a decir boludeces, por
ahí? ¿Y si no me deja en paz? ¿Y si quedo todavía más vulnerable? Pediste ayuda,
otra vez. Porque estos pasos se dan en soledad, pero se gestan en las heridas
compartidas, esas que sostienen, que alientan. Ibas a dar el paso. Pero no te
animabas. La culpa, el miedo. Y encima todo eso te volvía: “No puedo ser tan boluda
yo…Nunca me animo a dar el paso”. Te maltrataste. Te dijiste pelotuda, boluda, una
mierda, una cagona. De todo menos linda. Te diste cuenta que a las palabras no se
las lleva el viento. Que justamente ellas, en un puñado de arrebato, serían las únicas
encargadas de devolverte a la paz. Y te lanzaste. Porque no dabas más. Porque no
podías mentirte ni hacerte daño. Juntaste fuerzas. Nada peor para un corazón
vulnerable que uno manipulador. Y sí. Te hicieron sentir culpable. Te invitaron a
pensar un poco más. Te prometieron cambiar. Pero no. Ya no va más ese cuento. Al
menos con vos. Te sacaste una mochila de encima. Quizás estés llorando, en pleno
duelo. Pero la paz que alcanzaste, ay, la paz que alcanzaste, ya no la cambiás por
nada.

31
Usamos esa frase para decir que nos estamos dando la chance de ir a tomar algo con
alguien, de intercambiar palabras, de compartir un ratito, de llamarnos a la noche. En
ese ir descubriéndonos, evidentemente, se juegan muchas cosas: la tensión entre lo
que creo y lo que la otra persona es, la tensión entre lo que me gustaría que fuera y lo
que es, la persona que yo creo necesitar y la persona que allí está, la idealización en
la que podemos caer y la sucesiva –y necesaria- desilusión, para encontrarnos
verdaderamente. En el amor, lo mismo que te une te separa; lo mismo que te
enamora –digamos “resonar”- es lo mismo que, a la postre, te puede desencantar.
Algún filósofo sostiene: solamente es válida la monogamia si nos vamos enamorando
de las diferentes versiones que una pueda llegar a contener. Es decir: si amamos las
posibilidades, el potencial, lo incierto, lo que todavía no está, lo que puede ser. Si nos
amamos, en una palabra, en que va floreciendo, en lo que viene pidiendo pista. No,
che: si queremos encasillar a una persona en el “es así”, lo único que vamos a
conseguir es forjar un precedente, al que todo lo que venga sucesivamente debería
confirmar o ratificar. “Vos deberías ser como al principio, cuando eras más atento”.
“¿Te acordás cuando hablábamos horas y horas? Ahora apenas nos contamos lo que
hicimos en el día”. Nos estamos conociendo, permanentemente. Nunca vamos a
llegar, porque somos viaje permanente. Vamos siendo cambio, transformación,
devenir, transmutación. El nombre que le quieras poner. Nos estamos conociendo,
todo el tiempo. Eso puede ser que te agote, te maraville, te llene de entusiasmo. Adiós
a lo fijo e inmutable; bienvenida convicción de “ir viendo”, de ir asistiendo a la novedad
disruptiva que nos constituye. Nunca me vas a terminar de conocer. Nunca te voy a
terminar de conocer. ¿Eso te motiva o te desalienta? A mí me encanta. Te miraré con
la inocencia de quien observa –y sobre todo, siente- como si se tratara de la primera
vez. No me queda alternativa: si no te puedo mirar desde la admiración (no la que
idealiza y, por consiguiente, separa, sino aquella que se alegra, simplemente, por tu
existencia), preferiré correr la vista.

32
Hola. Te escribía para invitarte a tomar un café. O una birra (no sé bien la
diferencia entra IPA, UPA, UOPA, pero podemos ir igual). O unos mates, cada uno
con su termo. Te lo digo así, de frente. No es una declaración de amor ni un “me
hago el formal, pero lo único que quiero es ir a la cama con vos”. Eso puede estar
entre las posibilidades, claro, pero luego se irá viendo. Quiero ir a tomar ese café y
que charlemos. Prometo no mirar si entró el SAC a mi Homebanking. Prometo no
decir “mando el último audio y ya te presto atención”. Y te prometo ir un poco más
de frente. Quizás me dejé llevar por esta oleada de irresponsabilidad que a veces
nos gana a quienes usamos las redes sociales. Que te reaccioné a la historia, que
te megusteé alguna foto (no más de tres, porque dicen que es invasivo, y es
verdad), que te voté las encuestas o te contesté las preguntas. Que pensé que te
ibas a dar cuenta, que interpreté tal cosa, que supuse tal otra. Vivimos
interpretando cualquiera. Si ya, de por sí, el “mundo es un gran malentendido”,
cuando entra en juego el deseo, le hacemos decir a la otra persona cualquier
cosa, sobreinterpretamos, dotamos de un sentido grandilocuente a un dicho
absolutamente nimio, nos negamos a comprender el sentido de algunas palabras,
cuando éstas no comulgan con nuestros gustos, intereses o necesidades (ya no
hablo, afortunadamente, del “me dijo que no, pero creo que se trataba de sí”; no,
no es no, y punto). Una cosa es el rodeo, legítimo y necesario; otra, bien diferente,
el “ir viendo” qué onda. Podés suponer, con cierta autoridad, que las personas que
“van viendo”, suelen hacerlo con muchas otras, en simultáneo. Y eso no tiene
nada de malo en sí mismo, pero, a la larga, suele resultar poco creíble. Un café.
Sin etiquetas ni rótulos, sin prisas ni pausas. Un café, que no significa, a priori,
nada. Ya no quiero sostener el “vamos viendo qué onda”. Siento que hay un punto
donde ya el “me dejo llevar” cumplió su parte, cediendo el paso al “activar o no, a
estas alturas, depende de vos y de mí”. Un café, nada más.

33
Porque nos queremos, sí. Pero con eso no alcanza.

Porque no estamos en la misma situación.

Porque no estamos buscando lo mismo.

Porque no podemos establecer acuerdos y sostenerlos.

Porque en la distancia o en el secreto funcionábamos, pero en la oficialidad no.

Porque discutimos más de lo que hablamos al pedo.

Porque con el amor solamente se llega a la esquina.

Porque el amor es necesario, pero insuficiente.

Porque hay algo más, que hoy no nos podemos regalar.

Porque nos genera ansiedad el no saber.

Porque la mejor manera de querernos es dejándonos ir.

Porque nos cuesta estar bien.

Todo lo anterior podría revertirse con un “bueno, pero queremos intentarlo”.

Pero hoy no nos sale.

Y no nos vamos a castigar más metiendo el dedo en la llaga.

Hoy no nos sale.

Con amor, respeto y gratitud, nos decimos hasta luego. O hasta la próxima.

(Si es que la hay)

34
Que nunca se enoje. Y si se enoja, que no haga tanto berrinche: que se gestione,
che. Que te coja bien: que vaya despacio al principio, que se ponga loco/a
después. Que comunique asertivamente lo que le pasa (¿cómo no va a saber lo
que siente o lo que quiere o lo que puede?) Que respete tus silencios. Que quiera
hablar cuando vos sientas ganas de hablar. Que venga con mucho trabajo hecho:
con la terapia o el acompañamiento que sea, pero que tenga un recorrido. Que se
apasione por su trabajo o al menos tenga algo que lo/a saque de la indiferencia.
Que financieramente sea solvente y posea determinada educación en tal sentido.
Que lo entienda todo, con una mirada. Que sepa cuándo abrazarte, y cuándo
tomar distancia. Cuándo poner palabra, cuándo sostener un silencio. Que nunca
haga un comentario que pueda herirte. Que nunca se desubique. Que nunca se
mande cagadas. Que nunca incumpla un acuerdo.

“Menos que eso, no”. “Banderas rojas”. “Mi intuición no falla”. “¿Está mal tener
requisitos?” “Mejor solo/a, que mal acompañado/a”.”No me quiero conformar con
poco”. Quizás algo de eso te dio ganas de contestarme. Hoy escribo
provocativamente, para llamar la atención. Las parejas reales tienen conflictos,
desencuentros, cosas que no nos gustan y que incluso pueden doler y mucho
(siempre y cuando no sea adrede, es parte de lo humano). Queremos amores que
nunca nos duelen, que no nos interpelen, que sean “cómodos”. Y la vida es otra
cosa. Nos hemos puesto extremadamente evaluadores/as y eso hace que, de
manera insoslayable, nos fallen o no encajen en lo que queremos o “que pase la
siguiente persona”.

No tenés que permanecer en lugares que no te hagan bien, pero el deseo infantil
de querer todo ya, del mundo rendido a tus pies, de la idealización permanente,
solamente te hace mal. ¿Viniste a construir vínculos reales o al escaparte
constantemente, al compás del “estoy para más”?

35
No tengo la receta. No dispongo de todas las respuestas. No quiero darte un consejo
sin que me lo pidas. No quiero apurar tus procesos ni mucho menos controlarlos.
Quiero que tomemos mates, y que te cuelgues, al usarlo de micrófono, y no devolverlo
jamás. Que me cuentes de esa situación que te hace pelota, porque sentís que nadie
en este mundo te comprende. Que me digas cómo van tus estudios (y esas materias
que te cuestan bocha). Que me pongas al día de esa relación que te quita el sueño, y
te tiene falled in love. Que compartas tus dudas, porque sentís que la vida te ofrece
mil caminos diferentes –todos lindos- y vos ni idea de por dónde agarrar. Que me
cuentes de tus avances, en decir las cosas más claras y directo al cora. Que
amaguemos con terminar la caminata, y me preguntes si tengo tiempo y yo, con una
sonrisa gigante, te diga que sí, que no hay apuro. Que seamos detalle, de presencia y
de amor. Que respetemos los silencios, que los valoremos: cuando dos personas, sin
importar el vínculo que las una, pueden permanecer un ratito sin “decir” nada, y no lo
quieran invadir o rellenar con cualquier cosa, lo han entendido todo. En un mundo
signado por lo pasajero, por el “hoy sí y mañana quién sabe”, te lo digo claro: contá
conmigo. Pero en serio, che. No sé quién nos metió esta idea en la cabeza: que hay
que acompañar el bajón, y nada más. No. Contá conmigo en la alegría de una materia
aprobada, de varios besos dados, de la charla pendiente con tu viejo que al final
tuviste, del campamento en el que no hubo peleas ni gente lastimada. Contá conmigo,
porque en mi levantarte el ánimo no va a aparecer la alegría simplona que niega el
dolor. Contá conmigo, porque no voy a tomar decisiones por vos. Contá conmigo,
porque no te voy a justificar en todo. Contá conmigo, porque te quiero. Y eso es
prueba suficiente, para sentir que no hemos venido al mundo en vano: que tus
alegrías son mías, que las penas se soportan, porque eso de andar en soledad no es
para nosotros/as. En la vida no hay punto de llegada, es todo un eterno peregrinar. En
un mundo que no nos puede prometer nada, te lo vuelvo a repetir: contá conmigo.

36
Poder, puedo sin vos. Poder, podés sin mí. No nos vamos a andar vendiendo humo.
No nos necesitamos para vivir, pero sabemos que, de a dos, el camino se aligera y,
además, se disfruta más. Por ahí dicen que en soledad se avanza más rápido, pero
en comunidad llegamos más lejos. Y es la posta. Vamos a medias: vos ponés lo tuyo,
yo pongo mi parte. En todo. En la yerba para el mate, en la organización de unos
juegos de agua, en ir delegándonos responsabilidades, en esas papas cheddar que
comemos cuando vamos a la cervecería cheta. Vos sabés algo que yo no sé, y
viceversa. Nos complementamos. Somos un gran equipo. A veces, me toca
escucharte horas y horas: que el amor, que los estudios, que las cosas que no te
cierran, que los vínculos que no son lo que eran. Otras, vos elegís acompañarme,
poniendo el oído: que mis sueños, mis mambos, mis delirios, mis vueltas (mis
enrosques: ay, me atoré con pan). Y me ponés tu mejor cara: asentís, decís que sí
con la cabeza, acompañás con un “sí”, “ajam”, “ok”, a mis palabras. Me escuchás, me
tenés en cuenta. Sólo acompaña quien se siente acompañado/a. Es mutuo. En este
mundo, invitación abierta al desencanto y a la soledad, nada mejor que sostenernos
desde el afecto, los detalles, la atención. Una canción que me compartís, pistas para
la reflexión que te hago llegar, los videítos que miramos de a dos, los textos escritos a
cuatro manos. Cada vida es única e irrepetible. Dicen que ni llegamos a percibir ni un
poquito de lo que a mucha gente le pasa. Pero vos y yo, le hacemos frente a la
realidad: reinventamos el silencio, apostamos a la compañía, no nos clavamos el
visto. Cada quien interpreta el mundo desde donde puede, y quiere. Como un golpe al
desencuentro, nuestra coincidencia nos canta las cuarenta: se puede abrazar la
historia del otro, compartir vulnerabilidades, sincerarnos en los miedos y, sobre todo,
empezar a sospechar que vinimos a este mundo a dejar huella, a mejorar todo lo que
no nos gusta o nos molesta. El otro día te dije que cuentes conmigo. Y lo hiciste. Hoy
lo confirmo: vamos a medias, sabiendo que, de a dos o más, nuestro potencial no
tiene límites. En serio.

37
En pocas cosas soy determinante. Prefiero el camino del medio, poner todo en su
contexto, reponer una escena. Eso sí: con respecto a no tener tiempo, me cuesta
una banda. Te comprendo si tu abuelita se está muriendo y tenés que cuidar de
ella; puedo entender si estás por rendir un examen que puede marcar tu historia o
preparando una presentación para el laburo que puede decidir tu futuro inmediato.
Estoy en condiciones de reconocer las excepciones, che. Ahora: si no tenés
tiempo para tomar un café en el centro –así sea media hora- o para compartir un
termo de mates o para mandarme un meme o para comentarme en un audio de un
minuto cómo te fue ayer, empiezo a sospechar. No entro en el juego de que soy
intenso o toxi por eso. Establecimos algunos ritualitos, para crecer de a dos. Que
hay que adecuarlos a lo que podemos hoy, no lo dudo. Pero si nunca tenés
tiempo, si siempre hay otras prioridades, si siempre yo puedo esperar, si hay un
mundo antes que yo, algo tiene que cambiar. Repito: no te pido que nos echemos
cuatro polvos seguidos un miércoles a la tarde o que me cuentes cómo llegaron
tus bisabuelos a la Argentina o que me desgloses toda la lectura de la carta astral.
Gil no soy. Pero quien quiere, se hace el tiempo. Un minuto, seis o veintisiete.
Escuché que el actual presidente francés, mientras estaba de campaña, se las
ingeniaba para ir encontrándose con quien hoy es su pareja. Si el primer
mandatario se hizo un huequito, ¿Por qué vos no? Si somos dos pichis vos y yo,
mirá si nuestra agenda va a estar tan ocupada. Decime que te da paja, que para
vos no es importante hablar todos los días; pedime que establezcamos nuevos
acuerdos, y yo veré cómo puedo responder ante eso. Pero no me digas, por favor,
que no tenés tiempo. Porque quien quiere, mientras se sienta en el inodoro o
revisa el Homebanking o saca un turno puede, sin más, tirar un “Te extrañé hoy” o
“Tengo ganas de que llegue el sábado, para verte”. Según un estudio hecho por la
Universidad de San Martín, tardás entre tres y cinco segundos en hacerlo. Vos
fijate.

38
La lógica del win-win lo impregna todo. ¿Qué aprendo yo? ¿Qué me llevo yo? ¿Qué
gano yo? Ojito: no estoy diciendo que eso sea, necesariamente, limitante. El asunto
es vuelve un mambo cuando de relaciones amorosas se trata. Queremos ganar,
sumar, nutrirnos…y siento, con honestidad brutal, que el amor es otra cosa. En el
amor hay renuncia, hay concesiones, hay límites, hay acuerdos. Quien quiera ganar
en el amor, probablemente se estampe contra una infranqueable pared. ¿Vos estás
diciendo que, para amar y que me amen, me tengo que perder a mí mismo/a? No,
nada que ver. De un tiempo a esta parte, abrigo la sospecha de que muchas personas
quieren que la pareja no les rompa la paciencia. Que esté tranqui. Que no implique
ningún esfuerzo. O sea: como estar soltero/a, pero teniendo un garche fijo y, si la
situación lo amerita, repartiendo gastos. ¿Qué tul? ¡Alto negocio! Con la penosa
excepción de que el amor es de todo, menos negocio. Y sí, mi hermano, mi hermana,
te lo quiero decir: si querés vivir armónicamente, si querés que no haya problemas, si
querés estar todo el tiempo para arriba, ponete un parripollo. El amor posta te invita, a
veces, a renunciar a algo que querés mucho, a hacer acuerdos donde ambas partes
salen beneficiadas pero también resignan algo. Eso es responsable, adulto y maduro.
Ahora: si vos preferís construir castillitos en el aire, pensando que en el amor vas a
salir enriquecido/a en toda situación, probablemente vivas en la dinámica del casi
algo. Insisto en la idea, para que no salgas a comentar que hay un pelado que anda
diciendo algo que yo no dije: el amor verdadero es, en parte, entrega, riesgo,
exposición. Si querés tener garantías de absolutamente todo, ponete una empresa
aseguradora y empezá a llamar por teléfono a las personas haciéndoles saber que la
heladera se le puede prender fuego o que le pueden entrar en la casa o que el 57 se
puede llevar puesto su auto. Si querés dejarte atravesar por el amor, algo vas a
perder. A la mierda con los discursos pedorros que solo pretenden anestesiar o que
sugieren que lo mejor está por venir (sabiendo que, con esta forma de observar,
probablemente nunca llegue).

39
Uno de los rasgos más infantiles que noto en estos tiempos es el de querer
absolutamente todo. Bajo la consigna triunfe en todas las áreas de su vida, idea
difundida en infinidad de libros que se pueden adquirir en la fila de los
supermercados, muchas personas piensan que siempre están para más y se
frustran cuando comprueban que la vida no consiste en saltar de éxito en éxito; es,
antes bien, cualquier otra cosa. En el deseo y en el amor, lo mismo. Saliendo de la
ingenua pretensión de que otra persona me tiene que llenar o me tiene que hacer
feliz, pareciera que el anhelo sigue intacto: bueno, si no es una persona, que sean
varias. Y en tren de eso que te conté –que el amor debería sumar, según algunas
miradas-, muchos espíritus encarnados van queriendo vivir todo, experimentar
todo, sumar historias para contar, porque nos vamos a morir, la vida es una sola y
bla bla bla (imagínate a un gurú hablando en voz alta, enérgica y música de piano
de fondo). Desde que nacemos, empezamos a perder. Eso no constituye, bajo mi
perspectiva, una tragedia en sí misma. Es, más bien, nuestra condición humana.
Nuestra finita y limitada condición. No digo que no podamos ser excelentes en
algún área en la que nos enfoquemos, que no podamos crecer a diario (nada más
lejano a mi cometido); lo que asumo, con franqueza absoluta, es que no nos
queremos perder de nada, no queremos renunciar a nada. Y la pérdida es parte
de la vida. El resignar opciones, el dejar de lado no solo es necesario, sino que
también nos compromete más con el camino o la persona que hayamos elegido.
No es triste lo que digo, es precioso. Podría elegir entre mil caminos, y te elijo a
vos. Eso sí: cada vez que digo que “sí”, digo que “no” a un montón de
posibilidades. Y eso es exponerse, arriesgarse, jugársela. Como no puedo con
todo, voy a apostar todo lo que tengo acá, en el camino que elijo. El amor no es
como la economía: diversificar las inversiones, aumenta las probabilidades de que
los beneficios sean mayores que los riesgos; en el amor, sucede lo contrario.
Bievenido/a a la vida real. Si querés garantías, no amés nunca a nada ni a nadie.

40
Hay tantos potenciales encuentros y tantas vías de comunicación, que nos hemos
entrenado –desde la aparición de los celulares a esta parte- en el arte de ir
interpretando (o sobreinterpretando) mucho de lo que se nos dice o muestra en la
realidad virtual. Megusteó la historia, ¿qué carajo significa? ¿Te está proponiendo
casamiento? ¿Quiere garchar y nada más? ¿Pretende que vos inicies una
conversación? Te miró las historias, ¿qué carajo significa? ¿Que padece de
ansiedad generalizada y va deslizando el dedo por todos lados? O quizás el
médico, que da once mil sobre turnos, le dijo que vaya a la una y ya pasaron dos
horas y cuarto y sigue ahí, en la sala de espera, mirando historias. En fin: no voy a
caer en el comentario de abuelas y de abuelos –estamos cada vez más
conectados/as, pero menos comunicados/as: antes la gente era más sencilla, se
miraba a los ojos para hablar. Te van a llegar muchas propuestas (salvo que seas
la viejita del Titanic: han pasado ochenta y cuatro años desde que me invitaron a
tomar, por última vez, un helado) y tenés, con toda legitimidad, el derecho a decir
no. Para evitar decir: Dale, nos vamos escribiendo; perfecto, te aviso cuando esté
más libre; me vas a matar, pero al perro le volvió a subir fiebre; no me lo vas a
creer, pero llegó mi prima de sorpresa de España; que me parta un rayo: mi tío, al
que no le gusta cumplir años, contrató carnaval carioca y al final me quedo acá, te
quiero proponer una alternativa bien simple. Es cierto: me vas a decir que
podemos cambiar de opinión, al final no sentir ganas de ir, que nos lo permitimos
pensar bien y todo lo que quieras. Es válido, por supuesto. Pero no te olvides que
del otro lado hay una persona que se fue forjando una expectativa (no debería
tener expectativas, porque el budismo dice…Bueno, las tiene igual) en torno a un
hipotético encuentro. Basta con decir: Te agradezco la invitación, pero en este
momento prefiero hacer otras cosas y programas. Si llego a cambiar de parecer, te
aviso. Pero ahora no estoy interesado/a. Mucha gracias. ¿Tan difícil es? Me daba
cosa decirle eso, ¿entonces preferiste mentirle? No, gracias.

41
“Mi intuición no me falla” es una de las frases que más se escuchan por allí, en mesas
de bares, en consultorios psicológicos, en la sala de espera de un hospital. Y si bien
creo en la intuición (siento que la tengo asumida e incorporada), me despiertan
sospechas ciertos usos que se hacen de esa palabra. A menudo, quienes convocan a
la intuición es para que les de señales de alerta: Salí de ahí, va a ser un psicópata; no
pierdas tu tiempo, andate; te va a terminar controlando la vida, por más que se haga
el buenito ahora. Seré crudo: si tu intuición te susurra al oído siempre que te vayas,
que ahí no es, que esa persona no es la indicada, algo raro hay. ¿De verdad el triste
papel de la intuición consiste en detectar amenazas y peligros por doquier? ¿Me decís
en serio que el rol de la intuición pasa por ver cuán salame es una persona? ¿No será
que le llamás intuición a tu prejuicio, tus miedos, tus preconceptos, tus expectativas,
tu ego espiritual? ¿Cuándo será el día en que tu intuición te diga quedate un poco
más en esta relación, porque se va a poner cada vez más interesante, sin que vos
sospeches de que se trata de apego o dependencia emocional? Agu, ¿vos estás
diciendo que hay que quedarse siempre, para ver si funciona? No, nada que ver. Solo
estoy invitándote a que no seas tan determinante de entrada. ¿De cuánto te perdés,
por ser una persona tan categórica de antemano? Una amiga –en aquel entonces,
conocida- me pidió juntarse a hablar. Acepté. Mates de por medio, me comentaba
sobre una persona que había conocido. Un auténtico pelotudo, lo definió. Infantil,
irresponsable, cambiante. Todo lo que te imaginés. Ella decidió dejarlo, porque la
relación no le hacía bien. Algunos meses después, el pelotudo apareció en la casa de
ella, con un chocolate en la mano, queriendo probar de vuelta (esta vez, más en
serio). Ella le aceptó el regalo, pero lo despidió cordialmente. Él le dijo que quería
intentar ser mejor. Ella titubeó, pero le dio el espacio. Poquito a poco, se fueron
desanudando. Hoy, dos años después, se aman con locura y no dejan de soñar cosas
juntos. Es así: a veces, hay que darse tiempo. Y preferir la irrupción de lo inesperado,
antes que la “seguridad” de una auto profecía cumplida.

42
Me topé frente a esta situación en dos oportunidades. Una vez, cuando una
estudiante de quince años había elaborado una check list de atributos que debería
reunir una persona para resultarle atractiva (en relación a una potencial pareja). El
esquema iba desde aspectos físicos hasta proyecto de vida, pasando por
cuestiones intelectuales, ideológicas y espirituales. Incluía, por supuesto, formas
de demostrar cariño y modos del afecto, del deseo. La chica tenía quince años,
era evidente que su vida estaba en ebullición, pero que a la vez necesitaba
posicionarse, tomar partido, buscar algo de claridad en medio de tanta mudanza
que significa la adolescencia. En otro contexto, junto a un grupo de mujeres
amorosas, inteligentes y simpáticas, me encontré con los 58 requisitos para estar
en pareja. Ellas, en una ciudad marítima de la Patagonia argentina, me
comentaban, un poco en chiste y un poco en serio, sobre la famosa lista. Yo de
pedo que llegaba a cumplir con siete u ocho requisitos de los que allí se
nominaban. No calificaba ni con la orden de un juez. No era mi intención, en ese
contexto amistoso, pero me quedé pensando al respecto. ¿Vos estás diciendo que
está mal tener ciertos requisitos a la hora de que te guste alguien? De ninguna
manera. Lo que estoy diciendo es que tantas pretensiones conducen a dos tipos
de resultados: o bien que no exista alguien que cumpla ni con la mitad de lo que
se propone o, por otro lado, que cuando llegue una persona que merodee lo
esperable, se lance al especio la poco feliz frase que hemos escuchado hasta el
hartazgo: tiene todo lo que espero de una persona, pero..¿vos sabés que no me
gusta? Creo que esa evaluación se ve, por razones históricas y culturales, muy
patentes en mujeres heterosexuales respecto, por supuesto, a los varones: que
cojan bien, que tengan proyectos, que tengan autonomía financiera, que sepan
hacer cosas de la casa, que hayan trabajado espiritualmente y psicológicamente
mucho en ellos mismos, que se den maña con la cocina, la limpieza y cosas de la

43
casa, que vengan de buena familia, que hayan sanado su infancia. Es hermoso
querer crecer en la mayor cantidad posible de áreas, pero no todo se puede. No
somos la Inteligencia Artificial. Somos unos giles, aprendiendo a vivir. Te vas a
topar con personas que no cumplan todos los requisitos.

Y entonces, ¿qué vas a hacer?

44
La frase que encabeza este capítulo pertenece a Jacques Lacan, psicoanalista
francés de la segunda parte del siglo pasado. Un texto de su colega argentina
Lorena Pronsky la volvió a hacer viral. Y yo, apenas un pichi, adhiero. Siempre
que demandamos algo, estamos demandando una sola cosa: que nos miren. Sí, lo
podemos adornar: Es una cuestión de educación, nada más; es lo que
corresponde; me hubiera gustado que me preguntes antes de decidir; ¿Por qué no
me tuviste en cuenta para ir? Tampoco faltará quien diga que pedir es una cosa y
demandar es otra. Pedir no implica, necesariamente, pedir más de la cuenta.
Simplemente, lo que me corresponde. En fin, no me quiero ir por la tangente. Hoy
existe un miedo a pedir o a demandar o a solicitar: hay un miedo a quedar como
una persona intensa, toxi, desesperada. Y es ahí cuando te empezás a guardar. Y
es ahí cuando la otra persona debería darse cuenta. Y es ahí cuando decís que no
pasa nada, pero pasa un mundo. Hay un imperativo cultural de tener todo
acomodadito, de no mostrar ninguna herida, de pensar que siempre es tiempo
inadecuado para hablar de lo que hay que hablar. Y los espacios de terapia están
llenos de esos testimonios: que molesta que agregue a gente a las redes sociales,
que duele que no te muestre en fotos, que no se sabe bien cómo te presenta a su
gente querida, que siempre hay más tiempo para su familia que para la tuya.
Demandar todo el tiempo amor es insoportable. Lo sé. Negar que nos hace bien
ese reconocimiento y esa apertura, nos separa cada vez más. Vamos: a ir
rompiendo la muralla, la de tener todo bajo control, la de que nada te molesta,
nada te afecta. No estás mal por eso. Usemos esta relación para crecer, con la
certeza de que nada de lo dicho va a ser utilizado –adrede- en tu contra. Solo
podemos construir un vínculo genuino y real, si nos mostramos reales. Y a veces
ser reales nos lleva a ser extremadamente infantiles y demandantes. No te edites
para mí. No la quieras disimular. Sin disfraces, vamos al encuentro con lo que es.

45
No es que le falte tiempo para madurar la relación. No es que no tenga las
herramientas para expresar lo que siente y lo que le pasa. No es que no tenga un
hueco en su agenda para verte. No es que no se anime. Te lo cuento con otro
ejemplo. El tema clásico: los padres. ¿Viste que se dice que hicieron lo mejor que
pudieron con las herramientas que tenían? ¿Viste que las terapias buscan que
vos, después de enojarte mucho y de culparlos por casi todos tus achaques
actuales, termines por comprenderlos, aceptarlos y, si cabe y es posible,
perdonarlos? Bueno, a veces es cierto. Que tuvieron una infancia complicada,
signada por las carencias, por lo que no estuvo, por las ausencias. Que era una
casa donde no circulaba el afecto. Que nadie le dio una palmadita en la espalda o
le acarició el pelo. Es válido: demostraron como supieron, como habían aprendido.
O sin tanta palabra: con más actos de servicio, como cocinarte o llevarte al
colegio. Pero si hay algo doloroso de comprobar es que, verdaderamente, hay
papás o mamás que realmente no quieren a sus hijos/as: porque les
interrumpieron algún proyecto en su propia vida, porque le alteraron los planes,
porque quisieron convencerse en el camino de que los y las iban a querer, pero
no. No hubo caso, che. En la (idea de) pareja, pasa lo mismo. Quizás te estás
intentando convencer de que te quiere, pero no lo puede traducir en palabras o en
gestos. Y capaz que simplemente te estás engañando. Es horrible decirlo, pero
prefiero una verdad que me duela antes que una mentira que alimente algo que
nunca será: simplemente, no te quiere.

46
Todo/as tenemos alguien. Que vos decís: “Dale, chabón, chabona: media pila”.
Mandame un mensajito. Copate. Ponele onda, che. No me claves el visto
sentimental. Pensamos que nos tienen que querer de la misma manera en que
los/as queremos. Pensamos que no tienen un corazón de carne sino de piedra:
que no sienten un carajo, que le da todo lo mismo. Minga. Cada quien tiene su
forma. Te guste o no (forma, siempre, pacífica y respetuosa). Cada quien nos
consagra su atención, a su manera. Un mensajito. Un chocolate en la heladera.
Un “saqué una entrada de más, por si te copa”. En “compré tortitas negras”. El
amor se nos revela de mil maneras. Nos saca de nuestro propio esquema, de
nuestro “me tiene que querer como quiero, como sé querer”. Y uno crece. Y se da
cuenta de que no existen modelos ni recetitas. Que a cada persona le brota el
cariño por diferentes caminos. Sí. Suena re lindo. Pero seguís exigiendo más de lo
que te pueden o quieren dar. Tranqui. Amar es, sobre todo, aceptarnos. No querer
cambiarnos. Dice Jodorowsky: “Nada que quitar. Nada que agregar”. Es bellísimo
comprobar que el amor está. Que nos sabemos especiales, el uno para el otro.
Que la vida es como un baile: cercanía, distancia, pausa, ritmo, compás, lo
planificado y lo que se improvisa. Hoy te invito a que vayas a esas personas “no
demostrativas” (que es puro chamuyo tuyo, porque no existen), y les digas cuánto
las querés. Y, al decirlo, le vas a demostrar todo lo que venimos diciendo: que la
correspondencia vendrá en cualquier forma. Del modo en que esa persona decida.
Si el amor no es abrazarnos las singularidades, ¿qué carajo es? (Yo pienso en
alguien que jamás me dijo “te amo”, pero siempre dice “éxitos”, que justo antes de
arbitrar o viajar me dice que me vaya bien y que lo disfrute. No creo exagerar
demasiado al decir que, en su sencillez, me ama. Y yo, en mi palabrerío, vaya que
también).

47
¿Cómo habrá sido eso de dejar de pensar en alguien, en otra época? Quizás bastaba
con dejar de ir al mismo boliche o de evitar alguna esquina de la ciudad o de
frecuentar ciertas instituciones. Si esa relación no prosperó, hoy día, lo más complejo
es ver cómo es el después. Durante mucho tiempo mi ego espiritual, que se hacía el
superado (pero se ve que era un tanto masoquista), se oponía a esa idea de que
había que sacar a la otra persona de tu vida. Me hacía el desentendido, pero por
dentro estaba hecho pelota. Mi idea-fuerza era aquella de que amar a alguien implica
querer lo mejor para esa persona, inclusive si no te elige. Si bien creo fervorosamente
en ese precepto, hay que darle tiempo para que esa idea decante. Si no, es
contraproducente. Imaginate vos: querés cerrar algo con alguien y todo el tiempo
estás viendo que pone foto en boliches o con esa persona que te despertaba
sospechas o que está en un aeropuerto o que lee sobre una nueva terapia. Es
bastante probable que pienses cosas como: Ah, viste que se cogía a esta tipa; ¿Qué
se viene a hacer el espiritual ahora, si antes hablaba de fierros y de San Lorenzo nada
más? Me decía que invertir en viajes era al pedo y ahora resulta que viaja para todos
lados, porque quiere tener “historias para contar” a sus nietos, el día que sea más
grande. ¿Va al gimnasio ahora? Debe ser para conocer minitas. Si cuando vivíamos
juntos, solamente quería comer lomitos y tomar birra. ¡Qué fantasma que es! Ese es
el buzo que le regalé yo, andá a saber si lo cuida. Me fui de mambo, a propósito. No
te exijas sostener una imagen. A la mierda el orgullo, la imagen, el nombre que le
quieras poner. Muchas personas sufren por mantener contacto con quien ya no es su
pareja. Eso es un boleto seguro pasarla como el orto. Es cierto: a veces el apego es
tanto, que hasta se prefiere pasarla mal, antes que no sentir nada (o que, por lo
menos, sea el dolor el que te une a tu ex; rari, pero pasa). Si te hace mal, contacto
cero. Si alimenta fantasías irealizables, contacto cero. Si te deja maquinando y lleno/a
de ansiedad. Contacto cero. Cuando pude establecerlo, me sentí más en paz que
nunca. Creo que ahí cabe, mejor que nunca, la famosa frase de Buda: el dolor es
inevitable, el sufrimiento es opcional.

48
A lo mejor lo sospechabas. O no. El caso es que hace rato vengo asumiendo lo
siguiente: reconozco mi deseo, lo alojo y lo expreso. Y al escucharlo, me doy
cuenta de que me gustás. O me pasan cosas con vos. El nombre que prefieras.
Quise compartírtelo personalmente, pero siempre pasaba algo: que llegaban tus
primos, que Argentina hacía un gol, que el dólar aumentaba. Lo iba a decir, lo iba
a decir…y al final me comía los mocos. Me cagaba en las patas, como diría
Aristóteles. Quizás te sorprenda esto que te diga, pero prefiero arriesgarme y
manifestarlo, antes que sostener una imagen que no es (con todo el esfuerzo que
venderse humo implica). ¿Qué significa que me gustás? Que quiero probar
conocerte y dejarme conocer. No te puedo garantizar más. Si me pedís certezas,
estaría pasando de una mentira (“no me pasa nada”) a otra (“te prometo amor
eterno”). Solamente tengo la intuición de querer probar. Errando, retocando,
revisando, qué sé yo. Probar. Y punto. No tenés la obligación de nada: ni de
responder ni de dar explicaciones. Si te nace, podés decirme algo. Si no, no te lo
voy a pedir. Soy fiel a lo que siento, respeto tu proceso. Pero no me lo callo más.
Me hago responsable de mis palabras, pero no puedo asumir el destino de lo que
ellas generen en vos. Si te da lo mismo, cosa tuya. Si te sorprende y congela,
cosa tuya. Si te hace mucho ruido, cosa tuya. Si te patea el tablero, si querés, si te
parece, si ponés de tu parte, quizás, a lo mejor, en una de esas, vos fijate…sea
cosa nuestra. Ya tiré la moneda. ¿De qué lado querés que caiga?

49
Sí y no. Cuidado con esas frasecitas hechas que tantas veces confunden. Las
palabras no significan nada, hasta que las asociamos a determinadas bocas que
las pronuncian. Sí. Muy poético, pero no se entendió un carajo, ¿no? A ver: no me
da lo mismo lo que diga un verdulero desconocido que lo que me comente mi
viejo; no me significa lo mismo el sueño cosas con vos de un amor de verano que
conocí hace una hora y media, que lo que me diga una pareja consolidada, que
me susurra que sigue soñando cosas conmigo, aun después de cuatro años de
amor compartido. Como ya dijimos hasta el cansancio: si algo me da miedo,
puede ser porque me importa. Lo mismo con la ansiedad. Stoja, ¿vos estás
diciendo que amar y dejarse amar implica estar todo el tiempo con pulsaciones a
mil, la respiración agitada y con las manos sudadas? No. Te deseo eso, a la hora
de tener sexo. No en el momento de padecer ansiedad. Muchas publicaciones
como la que estoy haciendo referencia, pintan al amor y al deseo como una suerte
de ansiolítico, que te saca los problemas, que tapa lo que no nos gusta, y nos
allana el camino para el mero disfrute. Si bien eso sucede –a menudo, en los
primeros contactos-, no es la única parte del cuento. A veces, vas a flashear
cualquiera. A veces, vas a pensar cosas que no son. A veces, vas a hacerle decir
a la otra persona cosas que no dijo. Propongo que utilicemos la ansiedad que me
provoca una relación para conocernos más. Para decir lo que necesitamos
expresar. Para preguntar, en vez de suponer. Para establecer rituales que nos
contengan. Para mostrar la herida, sin temor a que vayan a aprovecharse. A no
esperar a estallar, para decir lo que nos pasa. En deshacer ese personaje que
tiene todo resuelto y al que nada le afecta. Para construir algo serio, y sobre todo
real. Lo primero que te pide la ansiedad es que tomes acción. Y quizás, lo que
estuvo a tu alcance en el pasado fue poner un corte a la relación, porque te hacía

50
mal y, con justa razón, no querías seguir invirtiendo tiempo y energía en algo que
no iba ni para atrás ni para adelante. A lo mejor hoy es exactamente lo contrario:
la ansiedad te está pidiendo que te quedes, porque esa persona te importa. Si
esa persona no contesta nunca los mensajes, no pone jamás palabra, no sabe lo
que quiere, no consigue responde qué sueña con vos…y bueno, ahí sí que no es.
Pero acá, siento, estamos hablando de otra cosa. Y con tiempo y mutuo
conocimiento, te aseguro que la ansiedad se va a ir transformando en algo mucho
más agradable, que te ayude a vivir en estos momentos con integridad y coraje.

51
Me cuesta ir lento. Soy de armas tomar. Soy un toque manija. No me voy a poner
en modo vístima: que yo tengo todo claro, pero del otro lado no saben lo que
quieren; que soy el que siempre se la juega; que soy el que siempre da, pero no
tiene nada para recibir. Soy muy mandado. Por ahora, es mi forma de ser. Hago lo
que puedo. Stoja, ¿vos te estás justificando? Sí. (Ah, te caché: ¿Pensaste, de
acuerdo a lo que venís leyendo, que te iba a decir que no? Stoja 1, lector/a 0). A
veces, esa transparencia agrada, por lo sincera y directa que es. En otras
ocasiones, avasalla, como un vendaval, sobre quien siente la presión de tener que
ir más rápido. En este mundo dual, pasé de extremo a extremo. Al principio,
levanté la bandera del orgullo: pensaba que, en un mundo de gente dudosa, el ir
de frente garpaba, me quería volver ejemplar en mi modo de proceder (¿Qué le
pasaba, señor?). Al cabo de algunas experiencias frustrantes, el péndulo se
desplazó hacia otro lado: me culpaba por ser así. Algo debo tener, que espanto a
la gente. Tendré que aprender a ser menos intenso, porque me está yendo como
el orto. Tanto en un caso como en el otro, el común denominador era que no podía
estar en pareja. Detrás de eso había infinidad de cuestiones: miedo,
desvalorización, inseguridad y todo lo que quieras sumar. Mi manera de ser,
respondía a esas creencias –casi siempre inconscientes, bien asentaditas-.Con mi
astróloga, fui trabajando mucho esto de mi fuego (elemento central en mi carta
astral). Lo mejor que tiene y lo peor es lo mismo: el impulso, el vértigo, el inicio, el
ir. Y a veces, me decía ella, cuesta mucho respetar otros tiempos, otros ciclos,
otras formas de ser de las personas. Como buen ariano, soy el niño del zodíaco, el
iniciador. La mala fama que tenemos –con mucha razón- es que somos
impacientes y que solo registramos nuestros tiempos. Quedarse en ese molde, es
ingenuo e inmaduro. Negar que vengo de ahí sería iluso. Quiero decir: tengo una
tendencia al todo ya; he crecido mucho en respetar otras maneras, pero me sigue
costando. ¿Cuántas veces nos intentamos convencer de que somos algo

52
diferente? También lo intenté. Fracasó, como era de esperar. Soy intenso. Soy
ansioso en el amor. No es mi orgullo ni mi condena. No lo disimulo ni lo maquillo.
No lo argumento para protegerme. Simplemente, trato de comprenderme. Solo así
puedo ser genuino y real. Solo así, puedo conectar con alguien que esté librando
su propia batalla. Iremos despacio, al ritmo que podamos, como nos salga.
Sabiendo que el amor también puede implicar no coincidir, sentirnos a destiempo,
pensar que nos damos cuenta tarde. Quiero encontrarme con vos, de la manera
que nos salga.

53
El contexto es comprensible. Nada nace de un repollo. Si venimos de historias de
amor donde tu palabra no contaba, en las que tenías que renunciar a tus
proyectos personales en pos de algo más grande, donde tenías que fingir
orgasmos y guardarte todo lo que querías decir para un (imposible) momento más
adecuado, es natural que discursos como estás para más impregnen mucho tu
sentir. Si te llegan historias de ancestros que tuvieron que conformarse con tan
poco, yo también buscaría algo más, permanentemente. El tema es hasta cuándo.
Nuevamente los extremos. De no pedir nada a pedirlo todo. De conformarse con
casi nada a no conformarse con muchísimo. Cierta vez, una persona me comentó
que su padre, en tren de conocer a su madre, se tomaba tres colectivos por día
para ir a verla y compartir unos mates o un café (y algún beso furtivo; eran otras
épocas). Anonadada la persona con le épica del relato, me compartía: yo quiero
algo así, para mí. Mucho trabajo para su psicoanalista, entre Elektra y Edipo. Qué
hermoso que la historias de tus viejos te inspire. Más aún, en un mundo en que la
mayoría sostiene no sé cómo corno hicieron mis viejos para seguir juntos, si no se
querían ni un poco o necesitaban tomar distancia. Ahora: si ese ejemplo le había
dejado la vara muy alta, probablemente nadie le hubiera llegado ni a los talones a
semejante proeza. Un poco así estamos viviendo. Con otros ejemplos, con otras
historias, pero con el mismo sentir: que se puede más. Cuando pensabas que no
te merecías nada, te conformabas con poco y te quedabas en lugares que te
hacían pelota. Ahora creés que merecés todo y ante la primera de cambio que no
te gusta, tirás la de humo. ¡Qué forma elegante de resguardarse! ¡Qué bello modo
de cerrarle la puerta a medio mundo! Ojo con las frases que te ensalzan el ego y
que te separan del resto de los mortales. Te hacen más daño que cualquier otra,
al prometerte paraísos que nunca terminan de encarnarse en esta experiencia
concreta y errante en la que vivimos, la de todos los días.

54
Ella me había dicho que el vino la encendía. Y quiso comprar. Allí fuimos. Nos
llevamos dos: mejor que sobre y no que falte, pensamos. La noche caía, nuestros
cuerpos fatigados se iban merodeando: entre miradas y palabras al oído, el vino
nos endulzaba las bocas, nos abstraía cada vez más de aquel mundo hostil y
distante de allá afuera. Ella hacía carne su auto profecía cumplida. Estallaba en
deseo. Como (casi) siempre, el deseo tiende a perpetuarse, a buscar complicidad,
a ser compartido. Allí estábamos, una vez más, sobre el colchón tirado en el suelo.
No hay nada más lindo que hacer el amor en el suelo: sin calcular el ruido que los
frenéticos movimientos pudieran ocasionar en las desgastadas camas de antaño.
Ella seguía, conectando con el momento. Y yo no podía más de relajado. Estaba a
punto de dormirme. Y no quería forzarme a nada. Pero no podía poner palabra:
voy a quedar como el orto, me susurraba la voz interna. Y como las cosas
perseveran en su ser, y como el cuerpo canta lo que la boca calla, y como las
contradicciones sentir-querer-tener que se manifiestan visibles, mi pene lo único
que hacía era quedarse reposado. Una derrota, una vergüenza, una desubicación,
hubiera pensado años atrás. Pero era lo que era. Y punto. No me iba a pelear
contra eso. Era mi legítimo derecho a decir: ahora, esta vez, prefiero no hacerlo. Y
como no andaba tan suelto de lengua como para decretarlo con asertividad, el
cuerpo hizo lo suyo. Desterraba así el mito del rendidor. No hay nada que
demostrar. No hay nada que forzar. No me pidió ella –respetuosa y amorosa- que
siquiera lo intentara. No se trataba de remarla, de ponerle onda. Y nos
encontramos en ese abrazo fugaz que nos depositó inmediatamente en el sueño.
Nos fuimos noche adentro con esa convicción: de que el territorio de la cama era
un flujo de intimidad devenido abrazo, caricia, besos y lengüetazos, pero que
también era el reducto inexpugnable en el que aceptarnos y sostenernos, desde el
lugar que fuera, incluso cuando algún cuerpo no respondía. Fue la manera de
coincidir que encontramos. Fue rara y diferente, pero cuando nos ayudó a

55
comprender que no hemos venido a este mundo a sacar chapas, estuvimos en
paz. Es injusto condenarnos desde el hoy por nuestras ignorancias del pasado. En
aquel entonces (seis o siete años atrás), mi educación sexual estaba basada en el
porno. Es decir: no solo que el no tener una chota de medio metro era
problemático, sino que también pensaba que el sexo giraba –exclusivamente- en
torno al coito y nada más. Y que había que hacerlo de una manera fuerte. A lo
largo de los años, me di cuenta de que hay muchos modos de vivir la sexualidad,
que la ternura y la lentitud también tiene su tiempo y su razón de ser, que la
palabra, la mirada, el gesto, la caricia, tienen mucho valor en sí mismos. Y que se
vale no querer o no estar disponible. Que nada de malo tiene decir “esta noche no
quiero”. ¡Qué lindo vivir en una época donde vamos cuestionando algunos
mandatos como el del rendir! Creo que esos pasos nos humanizan, todos los días,
un poquito más.

56
Nos duele no saber qué va a pasar. Nos molesta la incertidumbre. Lo que huela a
arrojo, nos repele. Inventamos categorías: nueva normalidad, nueva realidad, el
día después de mañana. Seguimos, ingenuamente, poniendo el mundo en
términos binarios: ¿Esto nos hará mejores o peores? ¿Estaremos mejor que ayer,
mejor que mañana? ¿Qué viene después? Nos inunda el misterio, por eso
queremos poner nombre. Nombrar es definir. Nombrar es limitar. Pero, ¿a qué
punto? ¿Quién nos invita a encasillar y encapsular la vida? ¿Te fijaste que todos
los negocios se basan en eso, en el miedo? Asegure su casa, porque le pueden
robar. Asegure su teléfono, porque en la calle andan robando. Asegure su futuro,
compre ladrillos. Aseguro su piel, compre tal crema. Asegure su reputación, tenga
muchos títulos. No son giles o gilas quienes diagraman la publicidad: nos venden
certeza y seguridad, justamente porque es nuestro anhelo, consciente o
inconsciente, más profundo. Y quizás por eso, sea imposible de llevar a cabo. Nos
venden, compramos; nos desilusionamos porque no era eso, nos vuelven a
generar una necesidad, volvemos a comprar, volvemos a comprobar que por ahí
no era. Necesitamos certezas, seguridades, bases. Y la vida, sabia ella, se
empeña en lo contrario. Si actuamos desde el miedo, evidentemente no
encontraremos otra cosa que miedo. Por supuesto: habrá quien objete que no es
tan fácil. Es obvio que no lo es (si no, no tendría sentido aludir a este tema). Salta,
ya aparecerá el piso. Si esperamos el momento ideal, evidentemente no llegará
nunca. Si esperamos para después, quizás ese “después” sea tarde. O no. Nadie
sabe. Nadie te lo puede garantizar. Vos querés meterte a un negocio, sabiendo
que va a funcionar. Vos querés decirle a alguien que estás enamorada, sabiendo
que te van a decir que sí, que te van a corresponder. Vos querés que te aseguren
algo. No querés sufrir más. No querés que te dejen en visto. No querés quedarte
en Pampa y la vía. La vida es riesgo permanente. ¿Eso te da miedo, inseguridad o
confianza? La vida es un misterio insondable. ¿Vamos?

57
Pensaste que la identidad social era la más importante. Te dejaste llevar por la idea
de que tu trabajo te define. Que sos tu rol y tu función. Afuera de casa, te comés el
mundo: tenés siempre una solución a mano, siempre vas con la palabra justa y
adecuada, sos una persona resolutiva, de acción y práctica. Todo ese paquete,
incluyendo el personaje y la máscara, parece derrumbarse cuando vas a espacios
más íntimos. Ahí donde no sos el experto en, la líder grupal de, donde simplemente
sos vos. Sin rótulos, sin títulos, despojado/a de todo adorno. Ahí te quiero ver. Ahí se
caen todas las mentiras, ahí irrumpe tu verdad. En el silencio de la noche, afloran tus
verdades. Ojo: no estoy diciendo que en la vida en sociedad todo sea un gran
simulacro. Quiero decir que es en la apertura y la confianza donde emerge lo más
esencial. Nos guste o no. Será por eso que te llenás de eventos, de personas, de
actividades: para evitar estar a solas o mano a mano con tus compañeros y
compañeras del día a día. Te imagino así: con ropa de entrecasa, ya sin el maquillaje,
ya sin trajes (y sin esfuerzo de vestuarios), bostezando un poquito, repasando cómo
estuvo tu día. Sintiendo, por supuesto, que podrías haber hecho algo más, algo
distinto; que pudieras haber adelantado trabajo o haberlo realizado en menos tiempo.
Siempre nos falta algo. Y esta sociedad del rendimiento y del cansancio no demora ni
un poquito en recordárnoslo. Te imagino así: entregado/a al momento, pidiéndole a
alguien que te haga caricias o masajitos o que simplemente se quede ahí,
escuchando tu respiración y compartiendo el silencio con vos. Amarnos es dejarnos
ver. Te siento acá: vulnerable, expuesta, sin anhelo de control, sin deseo de poner
palabra todo el tiempo, sin la pretensión de incidir en la realidad, sin las ganas de
cambiarlo todo. Acá, en este momento perfecto, en este instante que se nos escurre
entre las manos: acá, en el mejor lugar en el que podemos estar. El más seguro y el
más amoroso, donde no tenemos que fingir. En el que solamente buscamos ser. Y
con eso alcanza.

58
Hay personas a las que nunca se nos van las ganas de tener sexo. Parece que
somos adolescentes forever, pero ya vamos peinando canas o acompañando
despobladas cabelleras. El caso es que el deseo no muere, muta. Ya no se trata
de meterse con cualquiera en la cama, como para sentir que el invierno no es tan
letal o para asumirse digno de cariño, de ternura, de deseo. Me encanta la
soledad. Que suene la música, de fondo; que los libros, desperdigados por la
habitación, vayan cubriendo con su manto de colores y polvo el inolvidable suelo
de mi pieza. La soledad elegida es un territorio de absoluto disfrute, de irreverente
paz. Y a estas alturas ya no quiero un rapidito, y nos vemos. Para masturbarnos
juntos, me quedo solito. ¿Qué sentido tiene que vengas, si no voy a mirarte, si no
vas a mirarme, si no nos vamos a encontrar? No te confundas: no te pido la
exclusividad, ni mucho menos que me garantices eternidades que nadie podría
avizorar. Ahora: si querés que nos encontremos, y que alternemos lecturas con
naricitas, la música de Drexler con el vino, mis lunares y tus tatuajes, nuestro ritmo
intermitente. Si querés que las alarmas se posterguen, que los vecinos se quejen
por “ruidos molestos”, que las bocas se junten, que las palabritas al oído nos
depositen, sin más, en el fulgor del deseo, en las pieles confundidas (hasta hace
un rato extrañas, casi lejanas). Si querés que deconstruyamos la idea de
intimidad, acá estoy. Eso sí: nada de trámites. Nada de prisa. Me encanta el amor.
O, en argentino: me encanta coger. A quién no. Pero por favor, antes de que te
vayas, ¿no me hacés un favor? ¿No te quedás un rato más, así habilitamos unos
matecitos? El deseo no pasa. Los mates no se lavan, tampoco.

59
Nos maquinamos. Nos enroscamos. Nos metemos en un laberinto (sin salida).
Flasheamos cualquiera. Suponemos mucho, demasiado. Nos encanta ponerle nombre
a todo. No sabemos cómo gestionar lo innombrable, lo que no se deja encasillar en
nuestras teorías. El silencio nos agobia. El no saber nos pasa por encima. Hablamos
mucho, escuchamos poco. Queremos llenarlo todo. Pensamos que el mundo es así, y
ni siquiera sospechamos que nuestros fantasmas y miedos se proyecten ahí, fuera. Y
cuando nos enamoramos, todo adquiere un matiz diferente: la variación de colores es
tal y tanta, que no nos alcanzan los ojos para apreciar. Al cabo de un rato, nos damos
cuenta de que no todo era exactamente así, como se presentaba a la vista. Cuando
nos mueve el miedo, siempre esperamos lo peor. Y nada puede salir bien y nada
puede llegar a acomodarse. No tiene sentido alguno abrigar esperanzas, por remotas
que sean. El miedo nos invade: queremos controlar, dominar, limitar. Queremos
subyugar los acontecimientos a lo que nos gustaría, a lo que convendría, a lo que
debería ser, a lo que podría ser: nunca a lo que es. Ahora viene la parte en la que me
decís que no podés, que cuesta. Que decirlo es fácil, pero vivirlo es un quilombo. Que
lo intentaste alguna vez, pero tras el entusiasmo inicial fuiste cediendo ante la apatía,
el sentir que no, que no tenía sentido: que habías venido a este mundo a transcurrir, a
pasar tus horas entre formularios, claves y el fin de mes. Que no había más. Que
quienes buscamos ese algo más podemos tener un privilegio o, esto es peor, un
llamado particular; una suerte de iluminación, de epifanía. Casi todo lo que pensamos
es pasajero, es falso, es ilusorio, es exagerado, es mentiroso, no sucedió ni sucederá.
Sé que a veces no podés. Sé que a veces te agobia no poder dejar de maquinar. No
quiero que sientas culpa. No quiero que te frustres. Solamente te invito a que, ya que
seguirás pensando (enhorabuena) de por vida, no te creás todo. No sea cosa que te
lo tomes en serio, y pase. No te lo dijo desde otro lugar que el de ir-siendo humano:
también me pasa, estamos en la misma.

60
Yo reparo a boludos, los arreglo y cuando están bien, hacen su vida y se ponen en
pareja. Ya estoy harta de que me digan que no quieren nada serio y a los dos
meses se ponen de novios. Me agota andar reparando gente que me termina
dejando a mí en un lugar de mucha confusión. Podría estar todo el día citando
frases del estilo. ¿Qué define a una madre, entre tantas otras cosas? Una posición
de cuidado, de entrega, de asimetría, de poder. Es muy probable que si pensás
que ese rol (seas mamá o no) lo llevás a la pareja, ésta se vuelva imposible.
Porque no hay simetría. Hay otra cosa. Cuando me siento poca cosa, tiendo a
ponerme en lugares por encima de. Para disimular mi inseguridad, me busco
gente que esté peor que yo. Todo esto a nivel inconsciente (lo aclaro, no vaya a
ser cosa que te vea en Tinder, diciendo: Me gustan los perros, Que todo fluya y
que nadie influya, Busco gente que esté peor que yo porque soy una persona
desvalorizada). Si quiero cuidar, la vida me va a mandar a alguien con problemas
de consumo o que haya atravesado situaciones complejas –de abuso, violación o
algo semejante- o que haya tenido una infancia difícil. Si quiero mandar, el
universo me va a traer alguien que no tenga trabajo estable, que no sepa lo que
quiere o que no puede hacer pie en la vida adulta (establecer compromisos,
generar ingresos, tener cierta autonomía). La vida no te trae lo que le pedís, te
muestra lo que sos. Ojo: en estoy soy muy respetuoso. Por ejemplo: conozco
parejas donde una de las partes tenías consumos problemáticos y la presencia de
un amor sólido a su lado le ayudó a dejar los vicios. No dijo que sea imposible,
pero habitualmente no funciona. No es salvar la función de la pareja. Puedo
acompañar tu dolor, ocasionalmente. No puedo acompañar el drama de tu vida.
Eso ya es otra situación bien distinta. Stoja, ¿vos estás queriendo decir que cuidar
a alguien está mal? No. Es hermoso poder hacerlo. Es más: la definición que más
me gusta, al respecto del amor, es aquella de que es atención. Te lo explico con
un ejemplo. ¿Te acordás cuando, en el marco de luchar contra los femicidios,

61
muchos varones pusieron en sus fotos de perfiles la frase nací para cuidarlas, no
para matarlas? La prupuesta, por bien intencionada que estuviera, suscitó
bastante polémica. Seguía reproduciendo la lógica que decía combatir. Una
asimetría. Un género fuerte, el otro débil. Uno que busca proteger, el otro que
necesita ser defendido. Bueno, lo mismo ocurre con las mujeres que pretenden
maternar a sus parejas. Podés ser detallista, amorosa, atenta. Eso es una actitud
a seguir cultivando. Ahora: también hay que permitir que lo sean con vos. Porque
si no, es todo dar. Siempre se me arma lío en las redes cuando pongo una imagen
sobre la empatía y el narcisimo. Quienes empatizan demasiado suelen ser
personas cuyas creencias más arraigadas son: tengo que hacer cosas para que
me vean, para que me registren, para que me quieran. O pueden usar el dolor
ajeno para huir del propio. Salvar, para salvarme. Hacer, para que me quieran.
Necesito que me necesiten. Y no hay mejor alternativa que alguien que necesita
atención, mucho amor, excesivo entendimiento y mucha presencia. Las personas
que suelen caer en manos de narcisistas quedan con el autoestima por el suelo. Y
uno de los tantos razonamientos puede ser: ser buena persona en este mundo es
mal negocio. Y, con toda legitimidad, a veces se repliegan, porque prefieren evitar
volver a vivir algo parecido. Recapitulo: cuidar es la esencia del amor. El tema es
hasta dónde. Porque pasarse de la raya, dar indiscriminadamente, ayudar donde
no me lo piden, termina siendo absolutamente contraproducente. Por eso, para
dejar de ser casi algo, te invito a que construyas relaciones donde no seas ni más
ni menos, en las que no te coloques ni por encima ni debajo. Que sean parejas,
para rendirle tributo a ese nombre (que cada vez se sabe menos qué significa).

62
Si te invita a la casa, solamente quiere coger. Si te dice de ir al cine, flasheó amor
adolescente. Si te cocina, le pintó casamiento. Si te manda foto de un lugar para ir a
merendar, es mucha exposición. Si te pide de encontrarse en algún sitio selecto, te va
a terminar secuestrando. Si te pregunta mucho de vos, parece un interrogatorio. Si no
habla de él/ella, ¿por qué será? Si habla mucho de sí, ¿para qué vine, si no me va a
preguntar nada? Si viene de cortar una relación hace poco, ¿no te estará usando para
olvidarse a la otra persona o para tomarse revancha, al compás del mirá cómo rehíce
mi vida? Si hace años no tiene una relación estable, ¿será que no sabrá cómo
vincularse y por algún motivo habrá estado tanto tiempo a la deriva? Si ofrece pagar la
cena, ¿querrá comprar mi voluntad o afirmarse frente a mí? Si dice de pagar a
medias, ¿no será medio ratón? Si descuida a sus hijos, ¿quiero estar con alguien tan
irresponsable? Si prioriza a sus hijos, ¿en qué lugar entro yo a su vida? Si es muy
detallista, ¿no terminará controlando todo? Si es muy tranqui, ¿no tirará la de humo a
la primera de cambio? Si no habla de lo que le duele, ¿será superficial? Si habla de lo
que le duele todo el tiempo, ¿no estaré frente a una persona depre? Y así, hasta el
cansancio. La mente pensante es una paja. Opina sobre todo. Quiere adivinar. Le
encanta suponer. Le fascina posicionarse ante cada cosa. Y ni se diga si nos estamos
involucrando afectivamente con alguien. La tendencia se agiganta. No digo que sea
una eterna condena. Sé que se puede dar pelea ahí. Preguntando, comunicando lo
que nos pasa, trayéndonos al presente. Nunca es una victoria asumida ni total.
Siempre hay que ir buscándole la vuelta. No te pidas no pensar tanto. Así no funciona:
terminás pensando más. Eso sí: nuestro sufrimiento va de la mano de las historias
que nos contamos y lo que nos decimos. La tarea esencial de muchos trabajos
terapéuticos es: ¿Cómo puedo mirar distinto esto que pasa? ¿Qué nueva
interpretación le puedo dar? ¿Y si pruebo con otra lectura o perspectiva? Porque así,
tal cual lo estás apreciando, te está haciendo mal. Y el amor o el deseo no eso.
¡Cuántas veces nos convertimos en casi algo por interpretar cualquier cosa!

63
Luego del éxito de banderas rojas por todas partes, me di cuenta de que estuve
con un narcisista veintitrés años, atraigo gente que no está disponible (por ende,
quien no está disponible soy yo), repito patrones, soy una persona altamente
sensible…llega: soy demisexual. No estoy diciendo que sea una mentira ni mucho
menos. Dejame que te explique. Según esa versión, son personas que necesitan
conectar primero desde lo emocional, lo intelectual, lo sensible, para luego dar
paso a lo sexual (no me estaría pasando: a mí dame Sandra Mihanovich de fondo
y a los quince segundos ya estoy prendido fuego). Es legítima y aceptable la
postura, evidentemente. Lo que me hace ruido es que siempre dichas categorías
son auto impuestas y pretenden revestir, más que las diferencias, ciertos aires de
superioridad. Como diciendo: en este mundo descartable, nosotros y nosotras
venimos a marcar una diferencia. No sé: me pasa lo mismo con la intuición, con
esas personas que dicen ver lo que nadie ve o anticipar las cosas que van a
suceder. No pretenden servir, desde el don; buscan generar admiración, desde el
ego. Me fui. Vuelvo. Sigue sobrevolando la idea de que tener sexo es como la
pruebita del amor. Es un punto de llegada. Es como la certeza de que hay respeto,
algo es serio y puede ser perdurable en el tiempo. Muchos varones ven en mí un
pedazo de carne y yo seré anticuada y lo que quieras, pero me hago respetar,
respondió una persona, alguna vez a un posteo mío. Acá de lo que se trata es que
cada quien encuentre la forma más digna, amorosa y respetuosa de relacionarse,
sin querer imponer la propia lógica al resto (como aquellas personas que hacen
intercambio de parejas y te dicen que abras la cabeza, que tenés que estar con
más de una persona al mismo tiempo, porque te estás perdiendo de mucho. ¿Y si
no quiero?). Jamás me ha pasado de ir a conocer a alguien y no pensar que el
sexo sería verosímil. Creo que no hace falta ni explicarlo. El tema es si uno miente
o finge cosas, para ir a la cama. Ahí está el debate ético. Pero el horizonte de

64
estar chivados, con la respiración agitada y diciéndonos cosas chanchas o
cariñosas al oído está. No voy a venderte un seguro, voy a encontrarme con vos.
Y lo sexual no es lo único, pero es importante, che. Tranqui: no quiero convencerte
ni obligarte a nada. Sin embargo, quiero decirte que así como no sos lento/a
porque requieras de mucho tiempo para poder conectar con la parte sexual de otra
persona, tampoco me digas que soy superficial o que veo en una persona un
pedazo de carne y nada más, por contemplarlo de entrada. Escuché a infinidad de
personas –sobre todo, mujeres- que catalogan a alguien como superficial, poco
serio o que vive en la joda porque contó rápidamente sus deseos sexuales. Y creo
que es injusto ser tan determinante. No tanto con la otra persona, que sabrá
comprender y, en todo caso, se tomará el palo (se irá). Injusto, decía, consigo
misma: porque se está perdiendo de una película quizás hermosa, solo porque el
trailer no le gustó. Propongo, a fin de cuentas, que pensemos, también, en la
posibilidad del garche como un punto de partida para conocer a alguien y no como
el último peldaño del conocimiento. Es todo.

65
No supe qué carajo responderte en ese momento. Esa es la más pura verdad. Ahora
lo puedo ver con mucha más claridad. Es un imposible de esta época de ansiedades:
buscamos que todo sea para ayer, queremos garantías pero no nos animamos a
comprometernos; pasamos del vamos viendo infantil al querer poner a la vida en
nuestros esquemitas (para disimular y esconder nuestros miedos). Queremos
asegurarnos de que no estamos perdiendo el tiempo, pero no tenemos tiempo –
bien vale la redundancia- para ver qué vamos sintiendo. Vuelvo a insistir, en este
punto: queremos garantías y resultados, sin hacer el proceso, sin ir dejándonos
transformar por la vida, con sus sinsabores y desafíos. Solamente puedo darme
cuenta de qué quiero con vos y para qué siento que estamos a través del tiempo.
Podemos poner reglas claras de entrada, podemos decirnos las cosas de frente,
podemos mostrarnos las heridas. Aun así, hay una partecita que nos excede. La vida
y el deseo, que le llaman. Me dijiste qué es lo que querías vos. Te compartí lo que
quería yo. De todas maneras –como ya sabés- podemos querer lo mismo pero en
diferentes tiempos, llegando por caminos alternativos, con prioridades diversas. No te
propongo un dejemos que fluya. No, no es eso. Nos quiero invitar a ir viendo qué nos
canta el cuerpo, las emociones, el alma, cada vez que estamos juntos. Quiero ver
cómo respondemos en nuestras discusiones, cómo nos cuidamos en nuestras
fragilidades, cómo nos apoyamos en los proyectos personales. De acá para adelante,
solo tengo una certeza: de que voy a hacer todo lo posible para que esto funcione. Y
voy a pedirte que vos hagas lo mismo. El resto es riesgo, es desconocido, es una
sospecha. Me encantaría tener certezas absolutas, pero soy, apenas, un ser humano.
Vamos, a usar los miedos a nuestro favor: si tenemos esta conversación, quiere decir
que no nos somos indiferentes. Nos queremos. Es el puntapié inicial de un partido
cuyo resultado se desconoce de antemano; pase lo que pase, saldremos mejores y
nos habremos interpelado y transformado la vida.

66
¿De qué nos guarecemos? ¿Del amor, la soledad, el éxito, el fracaso, los
aplausos, el frío y la intemperie? ¿Por qué lo hacemos? ¿Por temor, por
indiferencia, por miedo, por paja, por no asumir el riesgo, por el pasado que
condiciona? ¿Cómo nos guarecemos?¿Con silencios, con distancia ,con frialdad,

con auto-boicots, con ausencias, buscando quintas patas al gato, con "me hago el
pelotudo"? ¿Para qué nos guarecemos? ¿Para qué no nos dañen, para no
exponernos, para no sabernos vulnerables, para no mostrar nuestro verdadero
rostro, para que no nos hagan pelota, para no remover el pasado? ¿Por qué nos
guarecemos? ¿Porque el amor nos queda grande, porque no nos animamos,
porque nos da tremendo cagazo, porque el compromiso nos aterra, porque lo
pensamos demasiado? ¿Hasta cuándo nos vamos a guarecer? ¿Hasta que nos
digan lo que tenemos que hacer, hasta que nos canten las cuarenta, hasta que un
beso nos calle, hasta que un portazo en las narices nos eche para siempre, hasta
que un abrazo nos suelte, o nos amarre? Todo el mundo quiere guarecerse, salir
airoso,entrada libre y gratuita, salida sin mayores complicaciones. Pero el único
lugar seguro en este mundo, lo hemos abandonado, de una vez y para siempre: el
vientre de mamá. De allí en adelante, todo es: riesgo, aventura, exponerse. Si
queremos esa tranquilidad, todo bien. Habremos vivido, moderadamente, sin amar
a casi nadie. Sería más simple, más cómodo. Pero no es mi camino. Ni el tuyo.

Quiero sacarle a la vida algo más que un empate. Quiero vivirla, sin temores.
Cueste lo que cueste, pase lo que pase. Amar es exponerse. Vivir es exponerse.

Y si no es así, A las palabras se las lleva el viento. ¿En serio viniste a este mundo
simplemente a guarecerte?

67
¿Habré dicho algo que no te gustó? ¿Habré sido muy impulsivo y ansioso? ¿Se
habrá espantado? ¿Se habrá cansado de mi lentitud y habrá percibido eso como
descuido o indiferencia? ¿Será que estaba con otra persona? ¿Será que había
pensado que quería algo y, finalmente, yo no era lo que buscaba? ¿Por qué no me
responde nada, cuando le digo de hablar? Y así, podríamos estar novecientos
quince minutos replicando lo que pasa por la cabeza –y el corazón- de alguien a
quien lo/a ghostearon. Dicho brevemente: se fantasmea cuando se abandona
intempestivamente y sin anuncio una relación, sin brindar argumentos ni ofrecer
explicaciones. Del otro lado, aun sin comunicarlo expresamente, la frase de
latiguillo suele ser: tampoco teníamos algo tan serio como para andar dando las
razones de por qué no me interesa seguir ahí. La persona dejada no solamente
siente una legítima tristeza, sino que también puede experimentar cierto enojo y
una ansiedad in crescendo, porque las preguntas se suceden unas tras otras en
su cabeza, y al no tener respuesta todo parece profundizarse. Ahora te hablo a
vos, ghosteador serial. Tenés derecho a hacer de tu vida lo que sientas. Pero no
te olvides que hay otra persona ahí. Y no le digas que es dependiente emocional o
que vaya a terapia o que se maneje. Y no te vayas en largas justificaciones, que lo
único que hacen es sumar leña al fuego. Basta con que agarres tu celular, y
mandes un mensaje del estilo del que sigue: Quería decirte que no quiero
continuar en esto que teníamos. No tiene que ver con vos, sino con mis propias
opciones. Te agradezco lo compartido. Con eso, basta y sobra. La otra persona
puede dejarte en visto, mandarte a la reputísima madre que te re mil parió, buscar
tener una última conversación, darte motivos para seguir. Y mil cosas más. Ahí sí,
la pelota va del otro lado y cada quien jugará como pueda, como le salga. Pero
vos andá con la verdad, che. A veces, lastimamos más a la otra persona
esperando que se dé cuenta, antes que yendo de frente. Cuidar, con la verdad.
Siempre.

68
¿Hace cuánto que no das un buen beso? Pero uno bueno, eh, con lengua y todo.
¿Qué te lo impide? ¿El pudor, las ausencias, la agenda sobrecargada? ¿Hace
cuánto que no se comen las bocas a besos? ¿Por qué no? ¿Miedo al aliento a
bosta, miedo a que se te caiga el implante, miedo a que se nos llene de saliva la
boca? ¿Miedo, paja, desidia, no tener con quién, rutina? ¿Cuándo fue la última
vez que arrancaste por la boca, y te fuiste por todas las autopistas habidas y por
haber? ¿Cuándo fue la última vez que te quedaste haciendo naricitas, y te
abrazaste bien fuerte, y cerraste los ojos, porque pensabas que si los mantenías
abiertos perdería el encanto? ¿Hace cuánto que no cambias de lado, para que no
te agarre tortícolis? ¿Hace cuánto no das dos o tres besos iniciales, sin ritmo, sin
gracia, pero hirviendo de deseo, por ir al mismo compás y lograr la comunión?
¿Hace cuánto que no te da un poquito de vergüenza el hilito de saliva que cada
vez se hace más grande entre las bocas? ¿Cuándo fue la última vez que te
mordieron los labios? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste vos quien sacó la boca,
y sellaste su mejilla derecha? ¿Cuándo fue la última vez que te animaste?
¿Recordás el día exacto en que la vida se te reveló en decenas de besos? ¿No te
vienen ganas de?

69
Te prometiste que no, que ni en pedo. Y ahora están acá, durmiendo juntos.
¿Viste? Nada que ver con el día: el vértigo, la parafernalia, el ritmo; todo eso
quedó suspendido, inmóvil. La otra persona está ahí, expuesta, vulnerable, frágil,
tremenda e irremediablemente humana. Hicieron el amor: coincidieron, no
coincidieron, se chivaron, gritaron, se rieron, se tomaron el helado como a las tres
de la mañana (y vos, que lo habías comprado para retirarlo con la lengua de sus
partes, al inicio de todo esto). Por una puta vez en su vida, no tienen que poner el
despertador ni hacer malabares para organizar dónde van las bendis o con quién
se quedarán. Están tranqui, están bien. Como cuando te iniciabas en el arte del
intercambio de besos y de sábanas, que decías que no, que jamás darías besos
después del sexo oral, que te daba cosita, y ahí estabas, besando hasta el alma,
purgando demonios. Ahora lo mismo. Decías que mejor asearse un toque antes
de la renovación de besos y cariños que intuías. Que con ese aliento a bosta, ni
en pedo le darías un beso. Que espere, de última, un toque. Uy, está haciendo
ruiditos, como que se mueve. Se está despertando. Por lo que se ve, anda ganas
de volver al ruedo. A ver de este costado: uy, la de lagañas que tiene. Por más
que se puso su ropa interior, se le veía la raya del orto, y no fue su mejor versión.
A ver esa boca, a ver cómo amanece. Pastosa, por donde se la mire. El aliento a
hediondo no es un invento de Sensodine, es verdad. Ganas no me faltan, ganas
no me faltan, ganas no me faltan. Una pierna me abraza, una lengua me abraza,
un aliento me inunda y me rebasa. Ganas no me faltan, ganas no me faltan, ganas
no me faltan. Ya está pasando. Ya es tuyo lo mío, y mío lo tuyo. No nos sale otra
cosa que compartir y celebrar. Nos tenemos, al ladito y adentro.

70
Te dijo que no quería nada serio. Que quería ir de a poquito. Que no buscaba
construir nada. Al menos por ahora. Que la líbido estaba puesta en el trabajo, en
los estudios, en qué sé yo. Nada serio, te quedaste pensando. ¿Qué significará
eso? ¿Es una advertencia, una amenaza, un poquito de información? ¿Qué será?
Todavía pensamos que elegimos absolutamente todo en las arenas del afecto. Me
resisto a ser tan ingenuo. Hay excepciones, claro: cuando queremos que no
funcione, lo podemos hacer realidad con apenas un poquito de esfuerzo. Algunas
personas van por la vida sosteniendo: Le voy a encontrar el defecto, le voy a
encontrar el defecto, le voy a encontrar el defecto. Uy: le encontré el defecto.
¡Adiós! Sesgo de confirmación o auto profecía cumplida, como le quieras llamar.
Si quiero encontrar un motivo para irme, lo voy a encontrar. Si quiero buscar
razones para quedarme, no siempre las tendré tan a la mano. Así de hermoso y
complejo es nuestro universo sentimental. Me ha tocado ver a un montón de
personas que no querían nada serio enamorarse a más no poder. El tiempo (que
decimos que no tenemos) y la artesanía de ir construyendo (porque a amar y a
dejarse amar, se aprende) hicieron lo suyo. Un amigo usa una palabra que me
fascina, tanto por su cadencia como por lo que representa: provisoriamente. Y
nada tiene que ver con hoy sí, mañana no sé (que, como dijimos, puede venir a
significar sabiduría o evasión al mismo tiempo). Tiene que ver con no
encasillarnos en un sentir, con no querer encapsularnos. Porque, a veces, nos
terminamos definiendo antes de tiempo y no dejamos que la vida nos muestre lo
que nos tenga que mostrar. Nada serio, te dijo. Y hoy te ama con locura. ¿Cómo
pudo haber pasado eso? Dejando a la vida ser vida, sin querer controlar, sin
pretender interferir. Pasa, cuando tiene que pasar. Y toda nuestra disposición se
reduce a dejarnos interpelar y, por supuesto, a construir luego lo que queramos y
podamos construir.

71
Me escuchaste decir en varios vivos que no me gusta ni idealizar ni demonizar.
Probablemente, a veces no nos sale hacer algo distinto. Pero ahora que estamos
tranqui, acá, sin apuro, tomando unos mates y charlando, quiero regalarte mis
razones. Por ejemplo: a veces, no llega nadie porque vivís idealizando un pasado
(Nunca más voy a sentir lo que sentí en aquel momento, Nadie le va a llegar ni a
los talones a…) o hablando pestes (Para volver a pasar por todo eso de vuelta, ni
en pedo abro la puerta) de alguien. Lo que tenemos no es ni lo mejor ni lo peor. Es
lo que es. Ni la melancolía del paraíso perdido, ni la presunta ilusión de haber
encontrado el camino perfecto. Cuando formulé la pregunta con la que inicio esté
escrito en Instagram, las respuestas no tardaron en aparecer: La felicidad de
poder conectar con mucha gente, el darnos cuenta de que existen muchos modos
de querer (no uno solo), que existen cada vez menos temas tabú y que podemos
hablar de casi todo, que hay cada vez menos prejuicios, que los acuerdos son
necesarios y que para eso tenemos que juntarnos a conversar, que la soledad no
es una maldición (que a veces es necesaria y que, cuando es elegida, es
hermosa). No se trata de un optimismo ingenuo. O de un positivismo tóxico. O de
forzarnos a ver el lado luminoso. Hay de todo. Es una bella época en la que el
para siempre se sostendrá en la medida en que las personas lo quieran. En la que
comprendemos que la intimidad es mucho más que sexo. En la que nos vamos
dando cuenta que hablar es importante, pero que escuchar lo es más. Tenemos
más dolores de cabeza porque hay muchas maneras de vivir: podemos vivir eso
como desconcierto o como apertura. Y podemos, en la medida de lo posible,
inventar un modo de estar juntos que se vaya adecuando a lo que nos sale y
necesitamos hoy. Pero no todo es color de rosas, parece. Veamos qué dicen del
otro lado.

72
A la hora de decir lo que no gusta de nuestra actualidad, las respuestas fueron
muchas más significativas en número. Y el tono resultó decididamente más
determinante. No abundaron las frases introductorias del estilo Me parece que, según
mi punto de vista o de acuerdo a mi experiencia. Ni en pedo. Los modos son mucho
más parecidos a quien se jacta de pensar el mundo desde esto que te digo es así (y
no existen matices ni factores atenuantes que puedan hacer cambiar de opinión). Acá
van algunas de las respuestas que más salieron: Es una cagada esta época, me
molesta la poca responsabilidad afectiva con la que se manejan muchas personas, la
intermitencia (hoy te hablo, mañana no), el miedo al compromiso, la superficialidad de
los vínculos, lo efímero, la ansiedad que me provoca estar con alguien, los hombres
evasivos, el no saber qué somos, la constante suposición. Podría dedicar un material
a hablar de responsabilidad afectiva: un concepto hermoso, pero que a veces se pasa
de mambo. El amor es cuidado y transparencia, sí; pero no son pocas las personas
que exigen tanta responsabilidad afectiva, que da para sospechar. Tardaste quince
minutos en responderme el mensaje, te pido un poco más de responsabilidad afectiva.
No, pará. La intermitencia, también, tiene sus aristas: una cosa es hablar los fines de
semana al palo y de lunes a viernes me olvido de vos y otra, bien distinta, es respetar
que las relaciones tienen ciclos, ritmos, momentos (esto último es comprensible).
Época de ansiedad: ¿A dónde va todo esto? ¿Vale la pena insistir? ¿Cuánto tiempo
es el adecuado para saber si estoy en lo correcto? ¿Cómo me doy cuenta si es esta
persona? La ansiedad hace que nos preguntemos cosas que no tienen respuesta, que
le pidamos más claridad a la vida de la que nos pueda llegar a ofrecer. Y se vive con
tanta tensión, que preferimos tirar la de humo; porque si engancharse con alguien
significa mirar todo el tiempo el celular o esperar ese mensaje, es absolutamente
desgastante (hay más chances de que no me den lo que quiero, cuando lo quiero, que
otra cosa). ¡Qué desafiante! ¡Qué hermosa época para vivir!

73
El psicoanalista Gabriel Rolón cuenta, en una entrevista con Fantino, que la
felicidad supone un poco de ignorancia. Es decir: que para pasarla bien, se
necesita olvidarse de algunas cosas. El libro del Eclesiastés (que se encuentra en
el Antiguo Testamento) ya lo sentenció: cuánto más se sabe, más se sufre. Saber
muchas cosas lejos de tranquilizarnos, nos complejiza más la vida. En muchas
oportunidades, me escuché decir: preferiría ignorar algunas cosas, creo que eso
me ayudaría a no enroscarme tanto. Al cabo de unos minutos, me recuerdo
siempre lo mismo: que el auto conocimiento es un viaje de ida, que no hay vuelta
para atrás, que no puedo hacerme el pelotudo y si bien es cierto que a veces es
conveniente ignorar, siempre voy a preferir angustiarme por ver lo que pasa, antes
que vivir en una burbuja, aislado y evitando un mundo cruel. Veo que algunas
parejas viven en automático. Y me digo, para mis adentros: ¿Qué onda con estos
dos? No se preguntan nada, no se dicen nada: parecen dos laburantes de oficina.
Están como demasiado tranquilos. ¿Se amarán? ¿Te los imaginás cogiendo? ¿Se
dirán cosas chanchas al oído? Es obvio que hay parejas que no pueden,
inconscientemente, hacerse demasiadas preguntas. Dos o tres brasitas serían
suficientes para prender fuego su relación en ruinas. No les sale. No quieren.
Viven en automático, pensando que la existencia se reduce a cumplir una rutina y
a pagar el gaz, la luz y el agua. Hay otras, yo conozco dos o tres, nada más, que
pueden vivir el día a día con el asombro propio de la primera vez, que le brillan los
ojos y le tiemblan las manos cada vez que su pareja se les acerca. No quieren
cambiar al otro, a la otra. Conviven con lo que falta, con lo que no gusta, pero
subrayando el que volverían a elegirse una y mil veces más. No se hacen tantas
preguntas, pero no porque hayan optado por mirar hacia el costado, sino porque
viven sin querer agregar ni quitar nada: viven para amarse, y creo que están más

74
allá de todo. El resto de los y las mortales, como vos y como yo, seguiremos acá,
comprando cosas en Hot sale, comiéndonos los mocos y preguntándonos cosas
que no nos llevan –a veces- a ninguna parte.

75
En la vida, el todo se toca con la nada, el amor es vecino del odio, el disfrute convive
con el dolor. Lo mismo sucede con aquellos rasgos que te cautivan de alguien. Al
principio decías que tenía un humor refinado y absolutamente inteligente; hoy te
causa cierta molestia el no saber si habla en serio o en joda, y te hace ruido el que
haga chiste y se ría absolutamente de todo (hay límites, che). Cierta vez, un amor de
verano me pidió, tras consumar el amor en la parte trasera de un auto (¡Qué épocas
aquellas! Hoy, terminaría todo acalambrado y con tortícolis), que siguiera hablando.
“Es que me encanta todo lo que decís”. Unos días más tarde, me pidió por favor que
me callara un rato. ¿Cuántas veces te asombró la inteligencia de una persona, su
modo profundo de pensar, su particular concepción de las cosas, los procesos y las
personas? ¿Se transformó, ese asombro inicial en cansancio y hastío por el enrosque,
por el intentar descubrir algo más, por el pretender reconocer, siempre, entrelíneas?
En el principio, todo era detalle. Luego, se volvió control. Finalmente, invasión. En la
génesis de la relación, su libertad y respeto por tus tiempos te fascinaron; meses más
tarde, asumiste dicha actitud como indiferencia. Preferiste mandarte a mudar. Stoja,
¿vos estás diciendo que todo lo que te engancha de la otra persona necesariamente
va a ser lo que te separe? No. Que el amor y el deseo contengan en sí mismos la
noción de que puedan terminarse (no es pensamiento catastrófico, es principio de
realidad: todo es eterno mientras dura) no significa, de ninguna manera, que así tenga
que ser. Lo que sí sostengo es que aquel rasgo decisivo que te enganchó, a la larga
puede transformarse en un factor desencadenante de una ruptura: sea por el exceso y
el agobio (“Siempre lo mismo con vos”), sea por la ilusión de recuperar un paraíso
perdido (“Ya no es como antes, cuando vos…”). De conocer sus heridas, sus
mambos, sus fantasmas, sus zonas erógenas, sus sueños, sus olores, sus ruidos, sus
caras al gozar, a sentirse dos desconocidos, a veces, hay un solo paso. Tan
desconcertante, como la vida.

76
En mi época, todo era mejor. La gente era más feliz: decía lo que sentía, se divertía
sin tantos estímulos (no había tantas pantallitas, como ahora; la gente no usaba redes
sociales, se miraba a los ojos y se juntaba a compartir un café o una cerveza con
tremenda sencillez), iba más de frente, sabía esperar los ciclos de la vida y de las
personas. No, mentira. Tenía sus mambos, aquella época, como todas. Habíamos
pasado de una competencia extrema por ver quién sentía menos a comprobar quién
sentía más rápido y muchas cosas al mismo tiempo. O veíamos los mensajes y los
dejábamos ahí, sin contestar, varios días; o nos agarraba ansiedad si tardaban en
respondernos a la media hora. Nos jactábamos de nuestra sinceridad, pero a veces
no medíamos las consecuencias. Nos enorgullecía nuestro tener todo claro, pero en
realidad sentíamos tanto miedo que no sabíamos hacer otra cosa que querer
controlar. Confundíamos comunicarnos con pasarnos información. Pensábamos que
ser libres consistía en cambiar de opinión cada cuarenta y cinco minutos. Asumíamos
que el amor propio consistía, básicamente, en saber retirarse de las relaciones (sobre
todo, en las que no llegaban a ser). Le pedíamos tanto al amor, que lo volvíamos
imposible. Había tantas formas –legítimas- del amor y del deseo que, por no
comunicarnos, nunca llegábamos a establecer nada serio, por no saber de qué
estábamos hablando. Poquito a poco –no se crean que me he vuelto un pesimista- la
cosa fue mejorando. Fuimos comprendiendo que lo más bello del amor y del deseo
residía en que no siempre todo encajaba perfecto, en que no todo debía ser color de
rosas (como en las películas), que los pactos y acuerdos debían renovarse (de
acuerdo a las necesidades de cada momento), que la comunicación (sobre todo, de
nuestras dudas e inseguridades) era fundamental y que la presencia disruptiva de otra
persona no venía a traer una armonía anestesiante, sino a conmover –en el amplio
sentido de la palabra- nuestras estructuras y seguridades (sin que eso implicara un
caos, claro está). Y que el amor adulto no significaba exclusivamente pasarla bien,
sino hacernos bien y crecer, en lo individual y en el mutuo encuentro.

77
La consultante no cabía en su asombro. Su matrimonio estaba en crisis y su
terapeuta le había dicho que podía volver a enamorarse, si así lo decidía. Bastaba
con ponerle onda, manifestar actitud y disponer manos a la obra. Pasando en
limpio: la chica no solo estaba duelando a su esposo en plena relación, sino que
también debería lidiar con su no estar haciendo todo lo posible para que la cosa
funcionara. Cansada, agobiada, triste, hastiada, molesta, frustrada. Y todo lo que
quieras agregar. No, señora (terapeuta): no se confunda, por favor. La chica
puede crecer en paciencia, puede ser más detallista, puede permitirse hacer cosas
nuevas, puede concederse inusitados permisos, puede introducir nuevos hábitos.
Pero no puede enamorarse a pedido. No puede convencerse. Si así funcionara,
¿no cree que ya lo hubiera hecho? Si tiene la casa en común, un hijo en cuestión,
una historia compartida. Sería más simple y sencillo. Todo encajaría a la
perfección. Pero no, señora terapeuta: ella ya no está enamorada. Y es
irremediable, al menos por ahora. Entiendo su deseo de materializar aquello de
que la mente todo lo puede y los hábitos generan resultados extraordinarios. Pero
en las relaciones no suele funcionar. Puede usted levantar pesas, correr
maratones o cambiar masa muscular por tejido adiposo. Pero las relaciones son
otra cosa. Puedo elegir muchas cosas, pero no de quién enamorarme. Y mucho
menos, de quien volver a enamorarme. Esa pretensión simplista y reduccionista
de la vida a un mero capricho, a veces sale mal. ¿Por qué tanta pretensión de
querer cambiar todo? ¿Y si comienza por aceptar lo que es, en vez de querer
hacerlo encajar? ¿Y si no somos tan libres como suponemos? Ahora te hablo a
vos, seas o no terapeuta: decirle a alguien que no se enamore o que se vuelva a
enamorar, carece totalmente de sentido. Llegaste tarde. Ya pasó lo que tenía que
pasar. Y no hay nada que se pueda hacer.

78
Eso sí: te pido que no te enrosques. Lo que te conté fue para que estuvieras al
tanto de todo. Porque considero que es responsable de mi parte poner las cartas
sobre la mesa y que vos decidas, estando al tanto de la situación. Tampoco me va
eso de prometerte algo que está fuera de mi alcance o de vender algo que no soy.
Igualmente, ahora que te lo voy diciendo, siento que es un poco al pedo. Porque te
vas a enroscar igual. Porque vas a suponer, de todas maneras. Porque vas a darle
un sentido y significado a cada palabra mía, que va mucho más allá de lo que te
pueda llegar a decir yo. Seguiré esforzándome por ser claro y transparente, pero
nunca lo seré del todo. No, no te voy a decir que la vida y el amor son un eterno
malentendido: tan decadente no soy. Tampoco soy tan ingenuo de suponer que
los cursitos de comunicación asertiva y eficaz que dictan en las empresas se
pueden traspolar, sin escalas, a los relaciones sexo afectivas. Siempre queda algo
por decir, un café por tomar, una explicación por dar, una historia para contar. No
me vuelvo melodramático. Prefiero pensar que la vida es un juego. Divertido,
amoroso y responsable. Un juego que nos invita a convivir con lo que falta, con lo
que no está, con lo perdido, con lo que no aflora, con lo insospechado. Vos y yo
haremos lo mejor que podamos, sabiendo que seguiremos comiéndonos los
mocos y actuando, a veces, como dos nenitos caprichosos. Y no creo que haya
nada de malo en eso. Prefiero asumir mis fragilidades antes que defender un
personaje que no me representa. Uy, me vas a disculpar: te pedí que no te
enroscaras y lo terminé haciendo yo.

79
Dos casos típicos. El primero: tus amistades te piden que definas el tipo de
persona que te gustaría conocer. Vos decís: me encantan las coloradas, te
terminás enganchando con una morocha. Vos decís: me calientan los musculosos,
flasheaste con un sociólogo, amante de la birra, con hígado graso. Vos decís: me
encanta el acento gallego, te comiste al vecino de tu cuadra, que habla
exactamente igual que vos. El segundo: siempre que se nos pregunta, en caso de
que se pudiera elegir, de quién nos gustaría enamorarnos. Solemos responder, a
modo de chiste, de un amigo o una amiga (independientemente de que sean de
nuestro mismo género y nuestra opción sexual sea la heterosexual). Sea porque
tenemos los mismos gustos o porque nos conocemos de memoria o porque ya
sabemos qué necesita cada quien. El caso es que nos quedaría cómodo. Sería
continuar la senda por un camino previamente delimitado y trazado. No nos
implicaría grandes ajustes. Sería, simplemente, más de lo mismo Y ahí reside su
encanto, un tanto ansiolítico, porque nos calma. Nos da tranquilidad. Nos haría
descansar. Y si somos lo mismo, algo raro hay. No me conviene el amor. Siempre
es algo distinto a lo que se espera. Siempre irrumpe, desubicado. Siempre me
pide algo distinto. Siempre me convida a salir de mis seguridades. Siempre me
invita a sumergirme en lo desconocido y a arriesgarme. Siempre me trae lo
extraño, lo extranjero, lo diferente. Si vos, seguís esperando que te encienda, que
te dé paz, que te aburguese, seguí esperando tranqui que probablemente no pase,
nunca, nada. Nada es gratis en esta vida, pero todo es hermoso: dale, animate al
amor.

80
Hay una palabra que todas las personas repetimos, que la política suele adoptar
con muy buenos ojos, que todas las generaciones pretenden encarnar: libertad.
No me volveré mi tía Mirta o mi tío Raúl. No te diré eso de que libertad no es
libertinaje. Tranqui. Podés respirar hondo y tomar asiento si querés. Para que una
relación sea libre, necesita acuerdos. Para que una relación sea libre, necesita
límites. Y si es conveniente, nombre. Resulté ser muy conserva, ¿No? Lo que
sucede es que la otra cara de la libertad (el arte de elegir) es la responsabilidad (la
capacidad de responder, de hacerme cargo de lo que decidí). Por eso, la noción
de libertad como hacer lo que quiero se vuelve un tanto infantil. Es mucho más
que eso. De hecho, la tan nombrada responsabilidad afectiva tiene que ver con
eso: entre tantas formas de amar y desear que irrumpen en nuestros días, hoy
más que nunca es necesario conversar más al respecto. Es tiempo de no dar
nada por sentado. De dejar de lado lo obvio (que, etimológicamente, significa el
camino que tengo en frente, y que lo naturalizo tanto que no lo puedo ver en
perspectiva). Y no: tampoco te voy a venir con esa idea absolutamente
individualista de que mi libertad empieza donde termina la tuya, pues en nombre
de eso se justifica algunas indiferencias en relación a las otredades. ¿De verdad lo
mejor que puedo hacer por vos es no joderte la vida? Eso debería ser el principio,
nunca el final. Por eso: si querés una relación libre, necesitás entender que la
madurez, el ir de frente y el asumir las consecuencias de tus actos y de tus
palabras (que también lo son) son bases indispensables. Si no, estamos hablando
de otra cosa: del que quiere vivir la vida adulta, teniendo los privilegios de un/a
adolescente. Y no. Para ser realmente libres, necesitamos asumir nuestros límites
y trabajar desde ahí. Ser libres no es, solamente, respetar tu espacio y que
respetes el mío: es el arte, sutil, de empujarnos a ser cada día un poquito mejores.

81
¡Qué mala prensa tiene la palabra compromiso! Si indagamos un poco en el
sentido común, vamos a comprobar en un abrir y cerrar de ojos que nos suele
remitir a obligación. Y eso no es todo: a obligación, sin estar del todo
convencidos/as. Me ofreció una rifa y me puso en un compromiso: no podía dejar
de comprarle; me regaló para mi cumpleaños, mirá si no le voy a obsequiar algo;
nos invitaron a su casamiento, ¿cómo no vamos a invitarlos? Del compromiso no
querido al compromiso genuino hay un mundo. No hay nada más lindo que
comprometerse. Ojo, que no se malinterprete: no creo que haya un solo modo de
hacerlo, una única manera, un molde insustituible. Creo que cada quien debería
revisar qué siente y piensa respecto del compromiso. Abrigo la sospecha de que
no es que no queramos asumirlos, sino que estamos hartos y hartas de sostener
convenciones en las que no terminamos de confiar. Es como repetir
mecánicamente un ritualito, desconociendo su significado o vaciándolo de
contenido. Si los rituales que establecemos nos contienen, nos brindan seguridad
y nos otorgan pertenencia, claramente cumplen su cometido. Cosa semejante
ocurre con los compromisos. Es hora de escucharnos, de registrarnos y de ver
qué necesitamos. Insisto: no hay nada más lindo que comprometerse, cuando
dicho gesto nace de la convicción profunda y de la certeza de que hoy, con todo
nuestro corazón, necesitamos entregarnos a un proyecto que nos moviliza y
entusiasma. Quiero comprometerme con vos. No sé si puedo garantizar mucho
respecto del futuro, que siempre es sospecha e incógnita. Eso sí: quedate tranqui,
que voy a poner absolutamente todo de mí para regalarte las mejores horas, días
y meses que te pueda llegar a ofrecer, desde quien voy siendo hoy.

82
Quiero tu cariño, pero no estoy dispuesto a todo.

Quiero tu cariño, pero no veo necesario renunciar a mis sueños. Si los


compartimos, adelante. Si no, lástima que no coincidimos.

Quiero tu cariño, pero no quiero que me cambies ni que me digas cómo hablar o
qué pensar.

Quiero tu cariño, pero no quiero aparentar para satisfacer tus deseos o tus
caprichos.

Quiero tu cariño, pero no quiero que te quedes por obligación o costumbre.

Quiero tu cariño, pero no deseo mendigar amor al tener que pedir que me
demuestres que soy valioso para vos.

Quiero tu cariño, pero no me interesa que asocies renuncia total al amor


verdadero.

Quiero tu cariño, pero no quiero arriesgarme a juntarnos por temor a la soledad.

Quiero tu cariño, pero no pretendo con eso garantizarme la eternidad de un


vínculo.

Querrás mi cariño, si te permito ser y no te pongo peros y no te busco puntos


débiles para hacértelos saltar cada vez que me enojo.

Querrás mi cariño, si no te describo con el sinfín de expectativas que me


encantaría inventarte y paso a hacerlo desde el principio de realidad y lo que veo.

Querrás mi cariño, si no te apuro ni te controlo ni pretendo influirte en tus


decisiones.

83
Querrás mi cariño, si quiero aproximarme a tu historia sin juzgarla todo el tiempo o
sin evitar las zonas que pienso que no me gustarán.

Querrás mi cariño, si no juego a ser otro o pierdo en la batalla de convertirme en


un ideal.

Querrás mi cariño, si me muestro vulnerable y necesitado de afecto y de apoyo.

Querrás mi cariño, si te sirvo de espejo para que te veas y asumas lo que no te


guste de vos y te potencies en aquello que te enorgullece.

Querrás mi cariño, si de la letra paso al beso y del delirio a la certeza.

Querrás mi cariño, si no te canso con futuros inventados y me entrego total y


entero en el aquí y el ahora.

Querrás mi cariño, si miramos para el mismo lado, aunque sea por un ratito.

Querrás mi cariño, si sabés que te voy a respetar; no a justificar, ni a pedirte


motivos; a respetarte.

Quiero, querrás, queremos.

Queremos: querernos sin entender, querernos por querer.

84
Este material continuará, en una segunda entrega, hacia el mes de septiembre.

Hasta entonces,

Stoja.

85

También podría gustarte