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LA AGENDA DE GÉNERO EN LOS PROCESOS DE RECONSTRUCCIÓN

POSTBELICA EN AFRICA
Itziar Ruiz-Giménez Arrieta
Proyecto libro U. Deusto:
Transforming Societies Emerging from Conflicts: An agenda For Equality and Social
Justice.
Abstract (300 palabras)

El objetivo de este capitulo es analizar como la resolución 1325 de Naciones Unidas


se ha incorporado a la actuación de la Comunidad Internacional en la resolución de
los conflictos africanos. Se pretende identificar, por un lado, los avances
conseguidos en los procesos de paz emprendidos en las últimas décadas en África:
el aumento de mujeres en las misiones de paz (incluso en puestos de liderazgo), la
mayor participación de las mujeres africanas en las negociaciones de paz, así como
la creciente incorporación de la dimensión de género en las políticas de
reconstrucción posbelica: p.e en los programas de DDR de combatientes, retorno
de refugiados y desplazados, ayuda humanitaria, reconstrucción posbélica, reforma
del sector de seguridad, constitucional, aprobación de planes contra la violencia de
genero, etc. Por otro lado, se resaltan los enormes obstáculos que subsisten para
que se haga realidad la resolución 1325. Obstáculos que no se encuentran
exclusivamente en las sociedades africanas sino también en los integrantes de lo
que, en este capítulo, se denomina el “complejo de paz liberal”. Su diagnostico de
las causas de la violencia armada en África (que invisibiliza la dimensión de
género), su apuesta por reconstruir unos estados que han sido excluyentes,
patrimoniales y patriarcales, su defensa de unos “acuerdos de poder compartido”
que otorgan todo el protagonismo político en el posconflicto (y refuerzan su
impunidad) a quienes han perpetrado graves violaciones de derechos humanos (en
especial contra las mujeres), su agenda económica neoliberal, sus propias
resistencias patriarcales, etc., son factores que tienen efectos sumamente
negativos en la lucha por la equidad de género en las situaciones de posconflicto en
el continente.
.Introducción: La incorporación de la perspectiva de género al mundo de la
construcción de la paz.

En la Posguerra Fría, la agenda de “género” desembarcaba con fuerza en los


discursos y políticas del mundo de la construcción de la paz. Así, por ejemplo, en el
año 2000, Naciones Unidas (en adelante NNUU) adoptaba cuatro importantes
documentos que exigían que la perspectiva de género se incorporase a dicho

1
mundo: el informe “Mainstreaming a gender Perspective in Multidimensional Peace
Operations”1, la Declaración de Windhoek, el Plan de Acción de Namibia2 y, sobre
todo, las Resoluciones del Consejo de Seguridad 1325 (del 2000) y la 1820 (dell
2008) sobre Mujeres, Paz y Seguridad.

Diversas son las razones que explican la consolidación del discurso de género en la
agenda de la pluralidad de actores internacionales que conforman lo que M. Duffield
denomina el “complejo de paz liberal”, una red trasnacional compleja, mutable y
estratificada que está formada por Naciones Unidas –en adelante NNUU-, Banco
Mundial, FMI, organizaciones regionales -Unión Africana, Comunidad Económica del
África Occidental -CEDEA-, así como estados, agencias donantes, ONGS, ejércitos,
etc.,). Actores que con diferentes agendas, valores, intereses “hacen posible la
gobernación liberal mundial, en el ámbito de la construcción de la paz” 3
En primer lugar, las conquistas del movimiento global de mujeres que consigue
avances importantes en el reconocimiento de sus derechos: entre otros, la
Conferencia Mundial de Viena (1993), la Declaración para la Eliminación de la
Violencia contra las Mujeres (1993), el nombramiento de una Relatora Especial
sobre Violencia contra las Mujeres (1994), la Conferencia Internacional sobre
Población y Desarrollo (Cairo, 1994), la Declaración y Programa de Acción de
Beijing (1995)4, el Programa de Beijing +5, la Resolución de la Asamblea General
sobre “Mujeres 2000: igualdad de género, desarrollo y paz en el siglo XXI”5, etc.
Asimismo, logran introducir el género en las agendas globales (y conferencias)
sobre población, alimentación, medio ambiente, comercio y, sobre todo, en los
discursos y políticas del desarrollo (mediante la consolidación del enfoque “genero
en desarrollo”).

Un segundo factor será la creciente sensibilización internacional ante el impacto de


los conflictos armados en las mujeres. Los múltiples estudios feministas en la
materia y, sobre todo, la conmoción internacional ante la violencia sexual en la
guerra en Bosnia-Herzegovina, el genocidio de Ruanda y otros conflictos (Liberia,
Sierra Leona, etc) favorecen la incorporación de la “agenda de género”. Se
reconoce que la violencia sexual no es un daño colateral sino una clara estrategia

1
Informe del Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz de la ONU.
2
Sobre la incorporación de una perspectiva de género en las operaciones multidimensionales de apoyo a
la paz.
3
Mark Duffield: Las nuevas guerras en un mundo global, (Madrid: Los Libros de la Catarata, 2003),p
39..
4
Incluye compromisos de incrementar la participación de las mujeres en la toma de decisiones, de reducir
los presupuestos militares, de promover la resolución no violenta de los conflictos y la contribución de las
mujeres para fomentar una cultura de paz.
5
Resolución 23/2 de la Asamblea General del 2000.

2
de guerra que ha convertido “el cuerpo de las mujeres en el campo de batalla” 6. Se
crean varios órganos de NNUU dedicados a investigarlo y denunciarlo7 y se
consigue que los Tribunales Penales Internacionales para la exYugoslavia y Ruanda
admitan que la violencia sexual en conflicto es un crimen de guerra, parte del delito
de genocidio y de los crímenes contra la humanidad. Dichos avances se confirman
en los Estatutos de la Corte Penal Internacional y del Tribunal Penal Internacional
para Sierra Leona (2000)8. En el mismo sentido se ha posicionado el Consejo de
Seguridad de NNUU en la resolución 1820 de 19 de junio del 2008 que además ha
añadido que la violencia sexual cuando se utiliza como estrategia bélica “agudiza
las situaciones de conflicto y constituye en algunos casos un impedimento para el
restablecimiento de la paz y seguridad internacional” por lo que muestra su
disposición a adoptar, si es necesario, medidas apropiadas para hacer frente a la
violencia sexual generalizada o sistemática9

En tercer lugar, se produce una importante confluencia de agendas (paz-desarrollo


y democracia) por lo que el mundo de la construcción de la paz se inundaba de la
agenda de “buen gobierno”10 . En la medida en que dicha agenda promueve la
democracia y los derechos humanos, a su vez, ha presionado hacia la incorporación
de la dimensión de género ya que resultaría incoherente que no se abordasen los
derechos de las mujeres y las cuestiones de equidad de género.

La agenda de género se introduce, por tanto, en el mundo de la “construcción de la


paz” en parte por la presión del movimiento global de mujeres, en parte por la
confluencia de agendas (seguridad-desarrollo-democracia). Sin embargo, su
incorporación ha sido más bien tibia ya que, como señalan algunas autoras,
durante mucho tiempo “la resolución de conflictos ha estado ciega en sus
desarrollos, conceptualización y métodos a las cuestiones de género”11 . Tanto es
así, que el informe Brahimi de NNUU que en el año 2000 revisaba críticamente la
experiencia de las misiones de paz en los noventa (y presentaba una serie de

6
Sanam B Naraghi-Anderlini, Women, Peace and Security: A Policy Audit. (Londres: International Alert,
2001), 12.
7
Relatora sobre la violación sistemática, la esclavitud sexual y las prácticas análogas a la esclavitud en
tiempo de guerra (1995) que publicaba su informe final en 1998, actualizado en el 2000. E/CN.4/2001/73)
en el que se recoge los avances más importantes dentro del derecho penal internacional sobre la violencia
sexual en conflictos. También se nombran varios Relatores Especiales para investigar la violencia sexual
en Yugoslavia, Ruanda, RDC.
8
Que estipulan además medidas para mejorar la investigación y garantizar la protección de las mujeres
victimas, así como para incorporar la perspectiva de género en los juicios, etc.
9
Resolución 1820(2008) de 19 de junio del 2008.
10
Ver p.e Alicia Campos (ed), Ayuda, Buen gobierno y Mercado, (Barcelona: Icaria, 2005).
11
C Reimann, “The Field of Conflict Management: Why Does Gender Matter?” en AFB-Texte Nr 4/99
(Bonn: Information Unit Peace Research, 2002).

3
reformas), solo contiene dos breves referencias al “genero”12 . Laguna que
intensificará la presión del movimiento global de mujeres para que el Consejo de
Seguridad apruebe la resolución 1325 que obliga a NNUU (y al “complejo de paz
liberal”) a situar la perspectiva de género en el centro de sus actividades de
prevención, resolución de conflictos y reconstrucción posbélica13 .

Tras la aprobación de dicha resolución empiezan a sucederse informes,


declaraciones y medidas para ponerla en práctica, destacando el mayor interés
sobre el tema del Consejo de Seguridad14 y la Asamblea General15 , los informes
anuales del Secretario General de NNUU16 y el informe de Ellen Johnson Sirleaf
(posteriormente presidenta de Liberia) y Elisabeth Rehn17 . La organización crea
órganos especializados como el Grupo de Trabajo Interagencial sobre la Mujer, la
Paz y la Seguridad y se ponen en marcha planes de acción de género tanto
generales18 como en varios departamentos (la oficina de Desarme –DDA-, Asuntos
Humanitarios –OCHA19 - mantenimiento de la paz –DPKO-, la de asuntos políticos, el
comité especial de mantenimiento de la paz, el ACNUR; la FAO, UN-Habitat, etc.).
Se establecen, igualmente, toda una serie de instrumentos y políticas que
incorporan la perspectiva de género a las misiones de paz: desde estadísticas
segregadas en los sistemas de alerta temprana, la inclusión de mujeres (incluso en
puestos dirigentes), cursos de formación para el personal, la creación de unidades
especializadas, reforma de los mandatos y programas sobre protección de civiles,
ayuda humanitaria, refugiados, reconstrucción posbélica, etc. También se adoptan
medidas para promover la participación de las mujeres en las negociaciones de paz

12
Kari Karamé, “Gender mainstreaming the peace-building process” en Gender and Peace-Building in
Africa, ed Kari Karame (Oslo: Norsk Utenrikspolitisk Institutt, 2004): 14.
13
Sobre el papel del movimiento de mujeres, ver p.e Carmen Magallon, Mujeres en pie de Paz, (Madrid:
Siglo XXI, 2006): 143-169; o O Ramsbotham y T Woodhouse, Contemporary Conflict Resolution
(Cambridge: Polity Press, 2006): 273-5.
14
Con siete declaraciones presidenciales sobre el tema. S/PRST/2001/31, S/PRST/2002/32, S/PRST
2004/40, S/PRST/2005/52, S/PRST/2006/42, S/PRST/2007/5 y S/PRST/2007/40 y la resolución 1820 ya
mencionada.
15
Que ha tratado el tema en multitud de resoluciones temáticas y sobre países. Sobre ello ver, Secretario
General NNUU, Mujeres, paz y seguridad, 25 de septiembre (S/2008/622), p 4.
16
Ver p.e. Mujeres, Paz y Seguridad del 2003, 2005, 2007. Otros informe son los del Comité Especial
sobre operaciones de paz de marzo del 2002 (GA/57/731); el Informe From Beijing to Beijing+5 del
2001, Plan de Acción sobre explotación sexual en las operaciones humanitarias 2002. En
http://www.womenwarpeace.org/
17
Ellen Johnson Sirleaf y Elisabeth Reh, Women, War, Peace: The independen Experts Assesment
(NNUU, 2002)
18
Los Planes de Acción sistemáticos (System-wide Action Plan) del 2005-2007 y su actualización para el
2008-2009 (S/2005/636 y S/2007/567
19
Que crea además un manual de genero en acción humanitarian (Women, Girls, Bayos and men:
Differents needs_Equal Oportunities.

4
e incluir una agenda de “genero” durante el proceso de paz y de reconstrucción
posbélica20 .

Otras organizaciones regionales (UE, OSCE, Consejo de Europa, G-8, CEDEAO,


SADAC, IGAD) integran la resolución 1325 en diversas declaraciones y políticas21 .
La Unión Africana, por ejemplo, tanto en su carta fundacional como en la
Declaración sobre la igualdad de género (2004) se compromete a aplicar la
resolución 1325 en toda su labor en el ámbito de la paz y seguridad22 . Diversos
países (Austria, Costa de Marfil, Canadá, Dinamarca, España, Holanda, Islandia,
Noruega, Reino Unido, Suiza, Suecia) ponen en marcha Planes de acción o
modifican su legislación (Colombia, Fiji, Israel y Serbia) para incorporar la
resolución 1325 a sus políticas exteriores23 . Bélgica, Filipinas, Ghana, Jordania,
Liberia, Reino Unido, Sierra Leona están, por su parte, en proceso de aprobarlos.

Con estos avances la agenda de género adquiere una mayor relevancia dentro del
“complejo de paz liberal”. Sin embargo, existe una importante distancia entre la
retórica y las prácticas, entre los discursos y el grado real de implementación de la
resolución 1325. Distancia que nos obliga a reflexionar sobre la experiencia
acumulada en las últimas dos décadas para lo cual este capítulo se centra en el
estudio de los procesos de resolución de conflictos africanos. Dichos conflictos
ocupan hoy en día un lugar relevante en la agenda internacional de “construcción
de la paz” al ser considerados el caldo de cultivo de las principales amenazas para
Occidente (estados fallidos, terrorismo, crimen organizado, migraciones).

1.- Obstáculos para la incorporación de la “agenda de género” al mundo de


la “construcción de la paz”.

20
S. Whittington, Security and reconstruction in Africa: role of Security Council Resolution 1325 en
Security, Reconstruction and Reconciliation. When the wars end, ed. M. NDULO (Londres: University
College London, 2007).
21
Ver p.e la Resolución del Parlamento Europeo 2000/2025, la Resolución de la Asamblea Parlamentaria
del Consejo de Europa de 4 de mayo del 2004 o la Decisión 14/04 del 2004 de la Organización para la
Seguridad y Cooperación en Europa que aprueba una Plan de Acción para la promoción de la igualdad de
género; las Iniciativas de Roma sobre Prevención de Conflictos- Fortaleciendo el papel de las mujeres en
la prevención de conflictos del G-8.
22
También se crea el Protocolo Adicional a la Carta Africana de los derechos Humanos y de los pueblos
sobre Derechos de las Mujeres (julio 2003) cuyo artículo 10 reconoce el derecho a la paz y a que las
mujeres participen en su promoción y mantenimiento. Se pone en marcha un comité de mujeres y un
directorio sobre mujeres, género y desarrollo.
23
Sobre dichos Planes, ver UN-INSTRAW, Securing Equality, Engendering Peace: A guide to policy and
planning on women, peace and security -Un SCR 1325- (Santo Domingo: Institute for the Advancement
of Women –INSTRAW- de NNUU, 2006).

5
Se podría pensar que los principales obstáculos que existen para la integración de
la agenda de género en los procesos de resolución de conflictos se encuentran en el
interior de las sociedades africanas: sistemas de género claramente discriminatorio
contra las mujeres, resistencias al cambio, etc. Sin embargo, seria bueno no caer
en uno de los errores más importantes que, a mi juicio, se suelen cometer respecto
al continente africano: atribuir sus problemas exclusivamente a factores endógenos
(como suele hacerse en relación con el desarrollo, los conflictos, etc). Mientras el
subdesarrollo se vincula a la ausencia de capital social, recursos, el crecimiento
demográfico descontrolado, el deterioro medioambiental, la criminalización de las
elites, la debilidad del estado, etc., los conflictos se atribuyen a la revitalización de
la etnicidad o la codicia de los señores de la guerra24 .

En el caso que nos ocupa, las dificultades para pasar de las palabras a los hechos,
para que realmente se cumpla la resolución 1325 se ubican (junto a los factores
internos) dentro del propio “complejo de paz liberal”. Aunque no es un ente
homogéneo ya que forma una red trasnacional integrada por una enorme pluralidad
de actores (NNUU, organizaciones regionales, Banco Mundial Fondo Monetario
Internacional, estados y agencias donantes, ONGs, empresas, etc) con diferentes
agendas, mandatos, valores, intereses, existe una estrategia hegemónica de
intervención que, en mi opinión, presenta dificultades propias y contradicciones que
obstaculizan la consolidación de verdadera agenda de “género” en su actuación en
los conflictos africanos.

1.1.- El uso de “recetas universales” para una enorme diversidad de


situaciones.

1.1.1 El espejismo de la neutralidad en la intervención.


En la estrategia dominante de intervención posconflicto existe cierta tendencia (y
más dado la creciente institucionalización y profesionalización del “complejo de paz
liberal”) a percibir su trabajo como neutro, apolítico o de naturaleza meramente
técnica. Sin embargo, su actuación influye de forma determinante en la sociedad
posconflicto y, en especial en el tipo de régimen político resultante del proceso de
paz. Contribuye (junto a otros factores de índole interno) a que tenga un carácter
más o menos incluyente, a que se mantengan prácticas patriarcales o, por el
contrario, se refuercen los avances hacia la equidad de género que las mujeres han
conseguido durante el conflicto.

24
Sobre la construcción del subdesarrollo como una patología del Sur ver, M Duffiel Las nuevas guerras
en un mundo global, (Madrid: Los Libros de la Catarata, 2003,.

6
Por ello, es importante analizar cual es el diagnostico sobre el origen de la violencia
que defiende dicha estrategia así como cuales son las “recetas” que propone para
remediarlo y así, evaluar su impacto sobre las relaciones de género25 . En la
actualidad, gran parte de los integrantes del “complejo de paz liberal” aceptan que
los conflictos africanos son “nuevas guerras” producidas por la descomposición de
los estados frágiles y, sobre todo, por la “codicia” (greed) de los señores de la
guerra hacia los recursos naturales (petróleo, diamantes, madera, minerales,
coltan, etc.) del continente. Por ello, buscan incentivarles (para que les salga más
rentable la paz) y reconstruir el estado, algo que, en mi opinión, puede resultar
contraproducente si no se tienen en cuenta algunos elementos cuestionables de la
narrativa de la “codicia”.

Aunque muchas son las críticas que recibe dicha narrativa, tres se destacan aquí:
primero, su excesiva generalización, al aplicarse por igual a todos los conflictos
africanos olvidando que tienen diferentes orígenes, trayectorias históricas,
coyunturas socio-económicas o políticas y protagonistas (nacionales, regionales e
internacionales), etc. Segundo, su énfasis excesivo en la lucha por los recursos
naturales (que, sin duda juegan un papel importante) oscurece otros muchos
factores que explican el origen y mantenimiento de la violencia armada. Tercero su
resistencia a incorporar una dimensión de género en el análisis de dichos
conflictos26 .

Se invisibiliza, en primer lugar, las muy diversas motivaciones y agendas de los


grupos armados que no siempre pueden ser calificados como meros criminales o
bandidos. Al contrario, en muchos casos, sus discursos se articulan sobre claras
agendas políticas y de justicia social vinculadas a la existencia de “agravios”
(grievances) derivados de los diferentes procesos de exclusión social y política que
muchos regímenes africanos llevaron a cabo durante años. El análisis concreto de
cada conflicto (p.e en Costa de Marfil, Liberia, Sierra Leona, RDC, Ruanda, Somalia
o Sudan) muestra como la violencia está relacionada estrechamente con la

25
Itziar Ruiz-Giménez, “La agenda de buen gobierno en los procesos de reconstrucción postbélica” en
Democracia y buen gobierno en África Subsahariana, ed. Ana Alcalde y Alfonso Ortiz (Madrid, 2007):
79-83.
26
Gran parte de los estudios sobre las causas de los conflictos adolecen en general de una perspectiva de
género como se puede observar p.e en las citadisimas obras de Collier sobre los vínculos entre los
recursos naturales y la violencia armada. p.e P Collier, Economic causes of civil conflict and their
implications for policy (Development Research group, World Bank, 2000)

7
represión que previamente había llevado a cabo el gobierno contra ciertos grupos o
toda la población27 .

Los conflictos africanos de la posguerra fría tienen, en segundo lugar, una clara
dimensión política vinculada a la crisis institucional que de forma diferente afectó a
los regímenes africanos en función de su historia, coyuntura política, económica
pero que, en general, acentuó las desigualdades horizontales existentes28 . Una
crisis producida, a su vez, tanto por factores endógenos (autoritarismo y quiebra
del sistema de clientelismo neopatrimonial, crisis económica galopante, alto
desempleo, deterioro de los servicios sociales, etc.,) como exógenos (el derrumbe
de los precios agrícolas y de materias primas, la deuda externa, los Planes de
ajuste estructural -en adelante PAE-, el recorte de la ayuda de los países
occidentales y la URSS)29 .

En tercer lugar, en muchos casos el escenario político se crispaba por la “política


del vientre” (esto es, la acaparamiento patrimonial de los recursos del estado)30 de
algunos dirigentes y por procesos de reconstrucción de la identidad en términos de
exclusión y en los cuales el género jugó en muchos caso un papel esencial. Así, p.e
en Ruanda los responsables del genocidio convirtieron a las mujeres tutsis en su
gran “enemigo”, no sólo por su capacidad de reproducción del “otro” sino por el
hecho de que muchas estaban casadas con hombres hutus lo que atentaba contra
la “pureza” de su grupo. Asimismo, influyó su negativa percepción de la
incorporación de muchas mujeres ruandesas a la vida pública31 . La resistencia a
dichas transformaciones de género convirtió a muchas mujeres que ocupaban
puestos relevantes (y con independencia de su origen étnico) en objetivo prioritario
durante el genocidio de abril de 199432 . Por su parte, el Frente Patriótico Rwandés
(FPR) también cometía graves violaciones de DDHH contra mujeres de origen hutu.
Se estima que más de 250.000 mujeres ruandeses fueron victimas de alguna forma
de violencia sexual sólo en el año 1994.

27
Stephan Ellis, Interpreting, “Violence, Reflections on West African Wars” en Violence, ed N.L.
Whitehead (Oxford: James Currey y School of American Research Press, 2004); Paul Richards (ed), No
Peace, No War: An anthropology of Contemporary Armed Conflicts, (Oxford: James Currey, 2005).
28
Ver el capitulo de Corinne Caumartin en este volumen
29
Sobre todo ello, ver Itziar Ruiz-Giménez, Las “buenas intenciones”: intervención humanitaria en África
(Barcelona: Icaria, 2003).
30
Jean Francois Bayar, El estado en África. la política del vientre, (Barcelona, Bellaterra, 1999.
31
Christopher Taylor, Sacrifice as terror. The Rwandan genocide of 1994 (Oxford: Berg. 1999),156. Ver
también Erin K Barne, Body Politcs and the rwades crises. Third Wolrd Quarterly (vol 24:3, 2003)
32
Cecilia N Mzvondiwa, “The role of women in the reconstruction and building of peace in Rwanda:
Peace prospects for the Great Lakes Region”, African Security Review nº 16:1: 100

8
1.1.2 Invisibilización del género en la génesis de la violencia y en las luchas de
resistencia política
Esta dimensión de género nos recuerda su existencia no sólo en los conflictos
africanos, sino también en la crisis estatal y en los agravios que están en la génesis
de la violencia, algo que la narrativa dominante suele obviar. Gracias a los estudios
de género se conoce, no obstante, cada vez más las relaciones entre género y
política en África33 . Aunque hubo avances en la lucha por los derechos de las
mujeres34 , en la mayoría de los regímenes postcoloniales (muchos autoritarios y/o
de partido único y liderados por un “hombre fuerte”) se profundizaron las
desigualdades de género (junto a las de clase, étnica, etc.) que se agudizaban más
si cabe con la crisis estatal. Sólo se menciona aquí algunas de los efectos que dicha
crisis tuvo de forma diferenciada sobre hombres y mujeres.

Por un lado, la reducción del estado (promovida por los PAE) tuvo un importante
impacto de género (junto a otros como el étnico, de clase, etc): aumento del
desempleo público con mayor impacto en los puestos menos cualificados (ocupados
por mujeres), reducción de la capacidad de consumo de muchas familias, aumento
de la competencia en el sector informal (con desplazamiento de las mujeres hacia
actividades menos “rentables”), desplazamientos migratorios, etc. Aumentaron
significativamente las cargas familiares de muchas mujeres que se convertían (más
si cabe) en el principal sostén familiar. En algunos países (Togo, Camerún, Chad),
más del 20% de los hogares pasaban a ser dirigidos por mujeres solas. Segundo, la
eliminación de los subsidios a los alimentos acentuaba sus cargas familiares y la
discriminación alimentaría en su contra35 . Tercero, el recorte de los servicios
sociales, su pérdida de gratuidad, la escasez de ingresos familiares y el desigual
estatuto socio-económico acentuó el diverso acceso de hombres y mujeres a los
sistemas sanitarios36 y educativos37 . Todo lo anterior, afecta a su vez al interior de
las familias, aumentando las situaciones de violencia domestica.

33
Analizando por ejemplo, los diferentes roles y espacios (públicos y privados) que ocuparon las mujeres
en el periodo clásico (siglos XI a XVIII), el impacto del comercio de esclavos y la colonización sobre los
diversos sistemas de género africanos o el papel de las mujeres en las luchas de liberación nacional en el
siglo XX. Sobre todo ello ver, por ejemplo, Soledad Vietiez y Mercedes Jabardo, Africa subsahariana y
diaspora africana, género, desarrollo. Mujeres y Feminismos en África en el Horizonte ed. Enara Echart y
Antonio Santamaría (Madrid: Los Libros de la Catarata y IUDC, 2006: 165-194
34
P.e en países como Angola, Mozambique.
35
Dado su estatus social y familiar subordinado, son las últimas en comer, lo que unido a su sobrecarga
de trabajo tiene un importante impacto en su salud.
36
Ver p.e Luisa Antolin, Cooperación en Salud con perspectiva de género, (Madrid: Federación de
planificación familiar, 1997), Diane Elson, Male Bias in the Development Process (Manchester:
Manchester University Press, 1991),
37
Descenso mayor de matriculación de niñas, aumento fracaso escolar o inasistencia por el aumento de
cargas familiares para apoyar a sus madres o por el cansancio acumulado, etc.

9
La crisis del estado y los servicios sociales generaron un importante malestar social
y muchas mujeres se situaron (junto a muchos hombres) en la primera línea de las
protestas sociales y políticas que fueron, en ocasiones, duramente reprimidas.
Otras optaron por sumarse como combatientes a los grupos armados de oposición y
no siempre lo hicieron coaccionadas. Sin negar la existencia de muchas
experiencias de incorporación forzada, interesa aquí enfatizar la experiencia de las
mujeres que se sumaron a las facciones por motivos ideológicos y para luchar
contra órdenes estatales considerados opresores e injustos. En otras ocasiones se
unían a los grupos como medio para huir del control familiar o social, de
matrimonios forzados y relaciones de género desiguales, así como por
supervivencia (conseguir ingresos, protección para ellas, sus familias o aldeas), o
por la promesa de un futuro mejor.

En contra de la imagen de las mujeres como pacificas por naturaleza, diversos


estudios (todavía escasos) muestran los diferentes grados de participación de
muchas mujeres en las guerras africanas. Han sido combatientes en p.e Sierra
Leona38 , Ruanda39 o Somalia40 . Según la Escola de Pau de Barcelona, las mujeres
representan entre el 20 y el 40% de los efectivos de los grupos armados en todo el
mundo, aunque los órganos de poder siguen estando mayoritariamente en manos
de hombres41 .

Además de combatientes en el frente, las mujeres han ocupado muy diversos


lugares dentro de los grupos armados y la economía política de la guerra: desde
puestos subalternos (portadoras, cuidadoras, espías), hasta promotoras (con apoyo
económico, animando a familiares a sumarse a la violencia, apelando a diversos
valores culturales: linaje étnico, religión, patriotismo, revolución, etc).

Otras muchísimas se convierten, por el contrario, en víctimas de la violencia


armada. Aunque la violencia sexual ha acompañado siempre a la guerra, ahora es
mucho más visible gracias a los estudios de género. Han desvelado como las
guerras actuales tienen múltiples frentes: en zonas de conflicto donde muchas
veces la población civil (en especial mujeres y niñas) se transforma en objetivo

38
Donde dos mujeres “adama cut hand” y “Krio Mammy” ocuparon puestos importantes en el Frente
Unido Revolucionario –RUF-.
39
Donde un 2,3% de los participantes en el genocidio de 1994 fueron mujeres. E. Powley,
“Strengthening governance: the role of women in Rwanda´s Transition”,
womenwagingpeace.net/content/articles/satfulcsestudy.pdf (enero 2008) o Christopher Taylor, op. cit.154
40
Algunos testimonios atestiguan casos de mujeres somalíes que han creado, mantenido y dirigido sus
propias milicias. Judith Gardner y Judy El Bushra, Somalia. The Untold History. The War through the
eyes of Somali women (Londres: Pluto Books, 2004)
41
Vicenc Fisas, “Anuario 2008 de procesos de paz”, (Barcelona, Icaria, 2008) 20.

10
bélico, en campos de refugiados, en los propios hogares42 . E incluso dentro de las
facciones armadas donde, en muchos casos, se producía una clara división sexual
del trabajo ocupando las mujeres puestos más subalternos y sufriendo, en muchas
ocasiones, violencia sexual.

En la inmensa mayoría de los conflictos africanos (Burundi, Darfur, RDC, Ruanda),


miles de mujeres y niñas han sido objeto de violaciones, raptos, esclavitud sexual,
asesinatos sistemáticos, etc., por el hecho de ser mujeres o por su pertenencia a
un determinado grupo étnico, etc. P.e Según NNUU, en el norte de Kivi (RDC) 3 de
cada cuatro mujeres han sido violadas43 . Muchas veces esos ataques no han sido
sólo contra ellas sino contra sus familias y comunidades al dirigirse a socavar la
identidad de todo el grupo. Generan además una doble agonía: junto a la violencia,
el dolor y trauma posterior, muchas mujeres sufren una fuerte estigmatización
social. Muchos hombres y niños han sido objeto, igualmente, de asesinatos
sistemáticos, tortura, reclutamiento forzoso, etc. En ocasiones, se les ha obligado a
ser testigos de las violaciones y abusos sexuales contra sus familiares mujeres para
socavar su tradicional papel de proveedor y protector (roles que apoyan su estatus
social y su identidad de género). Todas esas violaciones de DDHH tienen, por tanto,
un claro componente de género que debe ser tenido en cuenta en los procesos de
paz y en los programas de reconstrucción. Y, más tras la resolución 1820 (2008)
del Consejo de Seguridad que obliga a ello a NNUU y los estados miembros.

1.1.3 La recreación de sistemas excluyentes


Otro de los problemas del actual diagnostico sobre las “nuevas guerras” es que
asume que el conflicto genera una situación de caos, anarquía y violencia extrema
contra la población civil, en el que imperan los señores de la guerra dedicados a la
lucha y control por los recursos. La construcción de la guerra como un “estado de
naturaleza hobbesiano” invisibiliza, no obstante, los dinámicos procesos de
renegociación de las relaciones políticas, sociales, económicas y de género que se
producen en las “nuevas guerras”44 . Surgen nuevos marcos de control político,
económico que, como acertadamente señala Timothy Raymaekers, en muchas
ocasiones recrean un nuevo “neopatrimonialismo sin estado45 ” con sus dosis de

42
Wenona Giles (et al), Feminst under Fire. Exchanges across war zones (Toronto: Between the Lines,
2003).
43
Secretario General NNUU: Mujeres, paz y seguridad (S/2008/622) p. 2.
44
Martin Doornbos: “State collapse and Fresh Stars: Some Critical Reflections”, Development & Change,
nº 33: 5 (2002)
45
Koen Vlassenroot y Tim Raeymakers, “¿El retorno del leopardo?. Patrimonialismo y crisis post-
transición en la RDC", Revista electrónica de Relaciones Internacionales, vol 6 (2007),

11
represión, enriquecimiento, violencia contra parte de la población y de
reforzamiento de las desigualdades sociales, étnicas y de genero. Marcos que son
transfronterizos y trasnacionales al estar formados no sólo por actores locales o
regionales (refugiados, gobiernos vecinos) sino también externos como las
multinacionales o los gobiernos del Norte (que apoyan a unos u otros, venden
armas o codician recursos naturales).

1.1.4 Identidad y diversidad en la experiencia de las mujeres

En otras ocasiones (y a veces de forma simultanea a los anteriores), esos nuevos


marcos se reconstruyen sobre redes locales que generan nuevos espacios de orden,
autoridad y legitimidad y en las que participan activamente muchas mujeres.
Diversos excelentes estudios muestran como la guerra (y la inseguridad y penuria
asociadas) pueden producir paradójicamente cambios que abren nuevas
oportunidades para muchas mujeres africanas que adoptan nuevos roles sociales,
políticos y familiares y rompen con los roles esteriotipados que se les asignan en
sus sociedades.46 En efecto, en los contextos de conflicto, las mujeres no son sólo
combatientes y/o víctimas sino que asumen también nuevos e importantes roles,
adquieren nuevas responsabilidades. Se refuerza, por ejemplo, su papel como el
principal sostén de las familias, ocupan nuevos espacios económicos, crean redes
de autoayuda, acceden al sector público para ocuparse del cuidado de los
supervivientes, la reconstrucción de viviendas, la prestación de servicios
(educación, sanidad). Actúan, por tanto, como líderes comunitarias, agentes
económicos, sociales, constructoras de paz, etc.

Como muestra el caso de Somalia, ejemplo paradigmático de estado colapsado que


se derrumba en medio de un conflicto armado en 1990 y que, tras más de quince
procesos de paz sigue sin un gobierno central único. Con todo, como señala Judith
Gardner, la política, la economía y el desarrollo no se han detenido47 . Tampoco las
relaciones de género que se han visto fuertemente modificadas por el conflicto. La
marcha al combate de muchos hombres por largos periodos de tiempo (o sí mueren

www.relacionesinternacionales.info, (enero 2008), 2. Sobre dichos complejos políticos, ver también la


obra citada de Duffield.
46
Sheila Meintjes (et al), The Aftermath: Women in Post-Conflict Transformation. (Londres: Zed Books,
2001), Susan; Mazurana, Dyan McKay, Where are the Girls? Girls in Fighting Forces in Northern
Uganda, Sierra Leone and Mozambique: Their Lives During and After War (Londres: Rights &
Democracy 2004), Cecilia Ntombizodwa Mzvondiwa “The role of women in the reconstruction and
building of peace un Rwanda: Peace Prospects for the Great Lakes Region” en http://www.iss.co.za (20
enero 2008)
47
Judith Gardner, “Colapso del estado y construcción de la paz: la experiencia de las mujeres somalíes”,
revista académica de Relaciones Internacionales nº 6, abril 2007 www.relacionesinternacionales.info (30
enero 2008).

12
para siempre), ha provocado que muchas mujeres (tanto en el mundo rural, en las
ciudades somalíes como en la diáspora), se conviertan en las principales sostenes
de la familia, aumentado su importancia y responsabilidad. Durante el conflicto
muchas mujeres somalíes se han visto envueltas en actividades económicas que se
asociaban tradicionalmente a los varones (p.e pastoreo, comercio de ganado a
media o larga distancia, etc.), se han articulado en grupos de la sociedad civil (p.e
como constructoras de paz) y han pasado a tener mayor influencia en el ámbito
comunitario donde antes no se les permitía actuar48 .

Estos cambios no impactan (ni son vividos) de igual manera por todas las mujeres,
depende de su situación (su clan, origen étnico, religión, clase económica), si viven
en el campo o en la ciudad, si son solteras, viudas o casadas, si tienen o no una red
social de apoyo, etc. Además, todavía está por vez si los cambios mencionados son
“meros mecanismos circunstanciales de supervivencia con pocas implicaciones para
el futuro o precursores de la transformación de la posición de la mujer en las
sociedades africanas49 . El precedente de los movimientos de liberación nacional
africanos de la Guerra Fría nos indica que dichos cambios no son inevitables y que,
por el contrario, pueden revertirse (p.e en Mozambique, Eritrea).

La comprensión de la historia de cada conflicto, de las diferentes manifestaciones


de la crisis estatal, de los múltiples agravios y de la dimensión de género debería
llevar al “complejo de paz liberal” a reflexionar detenidamente sobre la receta
actual de put humpty Dumpty back again50 , esto es, reconstruir el estado. Pero
¿cuál es el orden estatal que se quiere reconstruir?, ¿el mismo de antes,
depredador, excluyente, patriarcal?, ¿uno nuevo, más democrático, igualitario e
incluyente?. Parece necesario conocer en profundidad, primero, cómo se configuró
en cada caso el orden estatal cuya crisis y descomposición se pretende afrontar. No
se debe asumir que per se dicho orden dará protección, seguridad y bienestar a la
población y contribuirá a la igualdad de género. En segundo lugar, se deben
estudiar los nuevos marcos políticos, sociales y económicos que se han
reconfigurado durante el conflicto para determinar cual es la mejor manera de
actuar sobre esos “complejos políticos trasnacionales” e impedir que refuercen
desigualdades de género (entre otras, étnica, clase, etc.). Es importante, en tercer
lugar, estudiar los efectos (no queridos) del conflicto en las relaciones de género,
las nuevas realidades socio-políticas y económicas y las nuevas redefiniciones de la

48
Idem: 4
49
Judith Gardner & Judy El Bushra: op. cit: 104 y, en general, capítulos 4-5
50
William Zartman, Collapsed States: The Disintegration and Restoration of Legitimate Authority.
(Boulder: Lynne Rienner, 1995)

13
masculinidad y feminidad para determinar si contribuyen a la mayor autonomía y
empoderamiento de las mujeres o, por el contrario, suponen un retroceso en sus
derechos. Igualmente debería conocerse con más detalle cuales son las redes de
autoayuda, solidaridad, protección y resolución de conflictos que la población local
(y, en especial, de las mujeres) han reconstruido durante el conflicto. Debería
indagarse de que forma se han articulado en cada caso los movimientos de mujeres
(y en general la sociedad civil) etc. Sólo así se puede decidir cual es la mejor
formula para ayudar a esa sociedad a reconstruir lazos y emprender el camino
(largo y difícil) de la equidad de género, la justicia social y la paz.

2.2.- Las dificultades para una incorporación efectiva de las mujeres y de la


perspectiva de género en los mandatos de las misiones de paz.

Entre los objetivos de la resolución 1325 se establece que debe haber más mujeres
participando en las misiones de paz (en especial en sus puestos directivos)51 y que
debe incorporarse la perspectiva de género al mandato y actuaciones de dichas
misiones.

Según el informe de Ellen Johnson Sirleaf y Elisabeth Rehn (2002), del personal
militar de las misiones de NNUU desplegadas entre 1957 y 1989, sólo el 0,1%
serán mujeres. En la posguerra la cifra aumenta y se sitúa en el 3% del
componente militar y al 4% del policial en el año 2000. Desde entonces, se ha
realizado un esfuerzo para incrementar su presencia (en especial en puestos de
liderazgo). Sin embargo, salvo en Namibia (con 40% de mujeres) y Sudáfrica
(50%)52 , su número sigue siendo simbólico. Según la propia NNUU, en el año 2005
sólo el 1% del personal militar, el 4% de la policía civil, el 30 % del personal
internacional civil y el 20% del personal civil local contratado por las misiones, eran
mujeres53 . Tres años después, a julio del 2008 las mujeres constituyen el 2,% del
personal militar,y el 7,6% de la policía civil.54 Muy lejos del objetivo previsto de
alcanzar el 30% en el 2005 y la paridad de género en el 2015.

Mayores dificultades existen para que su acceso a puestos directivos de las


misiones. Aunque la resolución 1325 insta al Secretario General a que nombre más
mujeres, a finales del 2007, sólo tres de las 57 personas designadas como

51
Ver apartados 1-6 de la Resolución
52
Al parecer por el compromiso personal del Representante especial de NNUU (Martti Ahtisaari) como
por el alto componente de personal civil en ambas misiones.
53
Departamento de OMP: Gender mainstreaming in peacekeeping operations. Progress Report (NNUU,
2005) www.un.org/womenwatch/ianwge/activities/E-2004-CRP-3.pdf (28 enero 2008): 16
54
Secretario General NNUU: mujeres, paz y seguridad, S/2008/622, p. 11, parraf 51, (25 septiembre 2008

14
Representante Especial y Representante Especial Adjunto eran mujeres (en Sudan y
Liberia)55 . A septiembre del 2008, no había ninguna en esos puestos y sólo una
56
mujer era jefe de misión (Liberia). Había además siete jefas de misión adjuntas .
Cifra similar a la de años anteriores pues sólo cinco mujeres han ocupado dichos
cargos57 , y otras 8 otros puestos de alto nivel58 . Dentro del departamento de
mantenimiento de la paz el 28,6% de los puestos de alto nivel son mujeres (frente
al 27,5 del año 2004).59

Diversas razones explican esa presencia simbólica: por un lado, la insuficiente


institucionalización en los puestos directivos de NNUU de las cuestiones de género,
por otro, las inercias y prácticas de reclutamiento de la organización y los estados
miembros. Se tiende a presentar más candidatos masculinos que femeninos al
pervivir una percepción equivocada sobre las habilidades requeridas para ocupar
puestos de liderazgo en las misiones o, en general, la diplomacia internacional. Por
ultimo, el enorme desequilibrio entre el componente militar y el civil acentúa la
desproporción de género. A pesar de su creciente incorporación, las mujeres tienen
una presencia marginal en los ejércitos. En ningún país sobrepasa el 12% y en muy
pocos acceden a los puestos de mando o a las primeras líneas de combate. En
suma se puede decir que, de una u otra manera, las misiones siguen siendo
“ambientes dominados por redes de “old boys” que discriminan a las mujeres”60 .
Seria importante que tanto NNUU como los estados miembros revisasen en
profundidad sus prácticas de reclutamiento para garantizar la inclusión de más
mujeres en las misiones.

Debe tenerse en cuenta, no obstante, que la paridad en las misiones no garantiza


necesariamente mayor atención a la equidad de género. A lo largo de la historia
muchas mujeres han tenido un destacado papel como agentes de socialización de
los sistemas patriarcales imperantes. Los avances pasan más bien por favorecer la
incorporación y consolidación de la perspectiva de género en todas las fases de las
misiones de paz (planificación, mandatos, desarrollo, etc.). Para lograrlo se han
creado unidades de género en la sede central de la organización y, en el año 2005,

55
Ellen Margrethe Loj desde octubre 2007 y Henrietta Joy Abena desde agosto 2007.
56
En las misiones de Burundi, Chad, RDC, Libano, Liberia, Nepal y Sudan). Secretario General NNUU:
mujeres, paz y seguridad, S/2008/622, p. 11, parraf 51, (25 septiembre 2008, p. 11, parraf 53.
57
En Angola 1992-03, Bosnia-Herzegovina 1995-2000, Burundi 2004-2006, Chipre 1998-99, Sur África
1992-94
58
http://www.peacewomen.org/un/pkwatch/facts.html
59
Secretario General NNUU: mujeres, paz y seguridad, S/2008/622, p. 11, parraf 51, (25 septiembre
2008, p. 11. parraf 52.
60
Ellen Johnson Sirleaf y Elisabeth Rehn (Women, War, Peace: The independen Experts Assesment
(NNUU, 2002): 80.

15
en diecisiete de las 20 misiones de NNUU cifra que desciende a 13 en el año 2008
lo que en todo caso supone un avance frente a las 2 unidades que había en el
200061 .

Esta creciente (aunque todavía muy débil) institucionalización de la perspectiva de


género en el ámbito de la paz y seguridad se ha centrada en cinco aspectos.
Primero, garantizar que el Consejo de Seguridad incorpore dicha perspectiva en el
mandato de las misiones. Segundo, formar al personal militar y civil de las misiones
mediante cursos y/o difusión de material formativo62 . Tercero, aprobar e
implementar un código sobre violencia sexual para el personal de las misiones y
una política contra la trata de seres humanos. Cuarto, promover la participación de
las mujeres en las negociaciones de paz y contribuir a la lucha contra la violencia
de género en las sociedades postconflicto. En quinto lugar, revisar sus programas
de DRR, desminado, ayuda humanitaria, refugiados, desplazados internos para
incorporar una perspectiva de género que visibilice a las mujeres y niñas, tenga en
cuenta sus necesidades específicas y actué contra los efectos diferenciados en
hombres y mujeres.

Sin embargo, la propia NNUU reconoce la parcialidad de los resultados obtenidos.


Varias son las razones que explican esos escasos avances. En primer lugar, el débil
compromiso del Consejo de Seguridad que sólo en escasas ocasiones ha
incorporado un mandato de género explicitó a las misiones63 . Segundo, la
igualmente escasa incorporación del género en los informes del Secretario General
ya que, de los 313 informes analizados (entre enero 2004 a julio del 2008), el 61%
no hace mención alguna a la equidad de género, el 23% sólo contiene referencias
marginales y sólo el 16% recoge referencias múltiples al tema64 . Tercero, en el
terrero, en las misiones se transfiere la responsabilidad a las unidades de género
cuando corresponde a todos los integrantes de la organización quienes, en general
muestran escaso interés en el tema. NNUU admite que la mayoría del personal
“permanece desinformado sobre la naturaleza, tipos e impacto de las actividades
con perspectiva de género”, que “la información (sobre género) que circula a través
de los mecanismos formales del departamento (de mantenimiento de la paz) sigue

61
También se ha incrementado el número de especialistas en género en el programa de voluntariado de
NNUU de 3 en el 2004 a 19 en el 2008.
62
Se crea en octubre del 2004, una Gender Resource Package para Operaciones de mantenimiento y una
directiva sobre equidad de género .
63
Sí lo recogen las Resoluciones del Consejo de Seguridad sobre Liberia –Res 1509 del 2003-, Burundi –
Res 1545-, Costa de Marfil, y más recientemente Sudan -1590.
64
Secretario General NNUU: mujeres, paz y seguridad, S/2008/622, p. 11, parraf 51, (25 septiembre
2008), p. 18, parraf 90.

16
siendo muy limitada”, así como que pocos hombres se incorporan a éste ámbito de
trabajo en la organización. En tercer lugar, reconoce la escasez de recursos
destinados a esa ingente tarea lo que hace que, por ejemplo, los recursos
formativos solo estén disponibles en ingles lo que dificulta su difusión entre el
personal de las misiones (tanto local como internacional y proveniente de diversas
65
nacionalidades) . Recursos (personales y materiales) que contrastan con los que
se destinan, por ejemplo, a los presupuestos del componente militar de las
misiones.

Otro aspecto sumamente problemático es el profundo impacto que la presencia de


la misión de paz tiene en las sociedades locales (con efectos diferenciados en
hombres y mujeres). Ofrecen, muchas veces, un espacio de seguridad (tanto para
unas como otros) y su agenda de género puede empoderar a las mujeres. No
obstante, desgraciadamente siguen teniendo un impacto negativo sobre muchas
mujeres y niñas (así como en hombres y niños)66 . Me refiero a las conocidas (y no
por ello decrecientes) denuncias de violaciones y abusos sexuales cometidas por el
personal de las misiones (tanto militar como civil). Mientras diversos informes de la
propia NNUU recopilan lo sucedido p.e en las misiones en Sierra Leona o RDC67 , el
informe de Ellen J Sirleaf y Elisabeht Rehn constata la relación entre la llegada del
personal de la misión y el incremento de la prostitución, la trata con fines
explotación sexual y de la infección por SIDA68 . Otros autores se hacen eco de las
denuncias producidas en las misiones de Camboya, Costa de Marfil, Eritrea, Etiopia,
Haití, Kosovo, Liberia, Guinea, RDC, Sierra Leona, Somalia69 , Para contrarrestar
este creciente fenómeno, NNUU ha adoptado el código de conducta mencionado y
ha efectuado investigaciones que, por ejemplo, en el año 2005, llevaron al despido
de 5 trabajadores, la repatriación de 77 militares y 2 policías70 . Si en el año 2004
NNUU publicaba la cifra de 89 denuncias, (4,7 veces más que en el 2003)71 , Un año
después, en el 2005, las cifras de la organización bailan entre 193 y 217

65
Departamento de OMP: op. cit.: 3, 18.
66
Kari Karame, op, cit, 17.
67
Secretario General ONU, A Comprehesive Strategy to Eliminate Future Sexual Explotation and Abuse
in United Nations Peacekeeping Operations, Informe para la Sesión 59 de la AG de la ONU, 24 Marzo
2005.
68
Elisabeth Rehn y Ellen Sirleaf, Women, War, Peace: The Independent Experts Assessment (Nueva
York, UNIFEM, 2002), 64
69
Colectivo Gasteizkoat Los ejercitos humanitarios y la violencia sexual militar (Vitoria, Zapateneo,
2008)
70
Datos citados en Grupo de Trabajo sobre Mujeres, Paz y Seguridad, From Local to Global: Making
Peace Work for Women (Nueva York, octubre 2005), 4
71
De las cuales 53 casos se determinaba la culpabilidad, 21 seguían bajo investigación y 15 fueron
consideradas infudadas.

17
denuncias72 . En septiembre del 2008, el secretario general de NNUU manifiesta que
“las denuncias sobre explotación sexual y abusos han declinado de las 371
denuncias del 2006 a las 159 del 2007”, si bien reconoce la necesidad de fortalecer
la política de “tolerancia cero”73 . En el mismo sentido se pronuncia la resolución
1820 que también insta a los estados que aportan tropas y policias que adopten
medidas preventivas y garanticen una rendición de cuentas cabal74 , Sin embargo
dichas medidas siguen siendo claramente insatisfactorias. La tónica es la falta de
transparencia en los datos sobre las denuncias, las investigaciones, sanciones e
reparaciones a las víctimas y, sobre todo, la impunidad en gran parte por la
negativa de los estados de los que son nacionales los perpetradores a perseguir
esos delitos. Esa impunidad pone en cuestión, en mi opinión, el discurso oficial de
“igualdad de género” y DDHH, así como resta legitimidad, credibilidad e, incluso,
eficacia a las misiones de paz al deteriorar sus relaciones con la población local.

El “complejo de paz liberal” debe afrontar de una forma decidida la violencia que
genera en las sociedades donde actúa. Así se debe juzgar a todos y cada uno de los
responsables de casos de violencia contra las mujeres (y de otras violaciones de
derechos humanos). Asimismo, NNUU no debe aceptar personal proveniente de
países que no hayan firmado la Convención para la Eliminación de todas las formas
de discriminación contra las mujeres o que no acepten la jurisdicción del Tribunal
Penal Internacional.

1.3.- Las dificultades para que las mujeres africanas puedan convertirse en
verdaderos protagonistas de los procesos de paz.

Otro de los principales objetivos de la resolución 1325 es asegurar que las mujeres
participan de una manera activa en los procesos de paz, lo que es esencial no sólo
por equidad sino también por su experiencia como constructoras de paz, su
conocimiento de las necesidades de la población civil, etc.. Sin embargo, como
señala Kumudin Samuel en este mismo volumen, los procesos de paz están
inherentemente marcados por el género. No sólo son un mundo de “hombres” sino
que además se olvida la experiencia de las mujeres como constructoras de paz y se
construye una agenda más cercana a su realidad que a la de las mujeres75 . Es

72
Colectivo Gasteizkoat Los ejércitos humanitarios y la violencia sexual militar (Vitoria, Zapateneo,
2008), p 230 y ss. El libro denuncia la confusión de cifras, falta de transparencia y dificultades de conocer
los datos exactos de denuncias.
73
Secretario General NNUU: mujeres, paz y seguridad, S/2008/622, p. 11, parraf 51, (25 septiembre
2008), p. 16, parraf 80.
74
Resolución 1820, parraf 7.
75
Ver la introducción del capitulo de Kumudin Samuel en este volumen,

18
necesario conocer las lentes de “genero” que existen en los procesos de paz
formales para, desmontando esas lentes, convertir dichos procesos en una gran
oportunidad para transformar las relaciones de género y consolidar una mayor
equidad.

A lo largo de la historia, las mujeres han sido (junto a muchos hombres)


constructoras de paz formando parte de una enorme multitud de actividades grass-
roots e informales como “marchas y protestas por la paz, creación de redes
interetnicas, rezos y plegarias, cánticos anteguerra, lectura de poemas, etc” 76 . Así,
p.e en Buroa (Somalia) las mujeres corrían entre los contendientes, protestaban y
amenazaban con descubrirse la cabeza para avergonzar a sus familiares hasta que
parasen de combatir. En Sierra Leona, una mujer Haja estuvo entre los tres
mediadores del consejo interreligioso que convenció al RUF (Revolutionary United
Front) para que acudiera a las negociaciones de paz. Experiencias que se repiten en
todos los conflictos africanos en los cuales las redes de mujeres han llevado a cabo
importantes iniciativas de paz. Más allá de afinidades étnicas o religiosas, se han
unido para exigir el fin de la violencia, presionando a sus familiares varones o a los
líderes militares para que negocien la paz. Otra cosa son los mecanismos o recursos
que disponen para ello, o su capacidad de influir en los procesos (internos e
internacionales) que generan la violencia. A pesar de su diversidad, en palabras de
K. Karamé, “la mayoría de los movimientos de mujeres africanas por la paz tienen
como denominador común su origen grass-roots, el desarrollo de redes
trasfronterizas y interétnicas, y su trabajo activo no sólo por la paz sino también
por la mejora de los servicios sociales, la protección de la cultura y la diversidad.
Además, conciben la lucha por sus derechos como parte de la construcción de la
paz”77 .

Sus estrategias pacificas se basan muchas veces en su papel de madres o en su


posición de género. Los estudios de Judith Gardner y Judy El Busha sobre Somalia
son muy interesantes en este sentido. Muestran como “la importancia que el
género tiene en el sistema de organización social de los clanes” otorga a las
mujeres somalíes una seria de oportunidades como “constructoras de paz”. Así, por
ejemplo, su pertenencia familiar a varios clanes les permitió promover la
reconciliación interclánica. Muchas veces, dicha mediación se ve favorecida por la
asunción de que no son peligrosas al no asociarlas con la violencia. Sin embargo,

76
Judith Gardner, op. cit, 6.
77
Kari H Karamé, Gender mainstreaming the peace-building process, ¿??,24

19
esa construcción tiene una doble cara pues, aunque facilita su papel como
mediadora, también refuerza su imagen de eterna victima femenina78 .

Las mujeres son, por tanto, mayoría “en los movimientos sociales dedicados a la
paz y a las tareas de rehabilitación posbélica”79 y, sin embargo, son casi siempre
excluidas de los procesos de paz formales y, al igual que muchos hombres, sufren
en muchas ocasiones violencia por su labor en defensa de la paz y los derechos
humanos.

Desde la aprobación de la resolución 1325, se han producido, no obstante, algunos


interesantes avances. En diciembre del 2003, la Red de Mujeres de Paz de la Unión
del Río Mano (MARWOPNET en sus siglas en ingles) ganaba el premio de Derechos
Humanos de NNUU como reconocimiento a su importante labor en los procesos de
paz de Guinea, Liberia y Sierra Leona. No sólo organizaron muchas marchas por la
paz durante la guerra. Obtenían una audiencia en la reunión de la CEDEAO del
2000 donde, ante los líderes de la región, incidían en la inclusión de las mujeres en
el proceso de paz. Conseguían además que los Jefes de Estado de los tres países se
reuniesen en marzo del 2002 en Marruecos, a pesar de lo cual no eran invitadas
formalmente a la conferencia de paz y, debido a sus escasos recursos, no pudieron
asistir por su cuenta. Continuaron con su labor y, en abril del 2003, más de 1.000
mujeres vestidas de blanco (símbolo de paz) pedían el alto el fuego en Monrovia.
Aunque tampoco fueron invitadas a las posteriores negociaciones de paz en Accra
(Ghana), MARWOPNET publicaron “The Golden Tulip Declaration” que exigía la
participación de las mujeres en las negociaciones y en las futuras instituciones
políticas liberianas. Gracias a esa presión, la red pudo intervenir en las
negociaciones pero no consiguió que el acuerdo de agosto del 2003 incluyese una
perspectiva de género80 . Sí recoge la habitual cláusula relativa a la rehabilitación de
los grupos más vulnerables y víctimas de la guerra: mujeres, niños, ancianos, etc.
A pesar de ello, su labor continuó y jugaron un papel muy activo en los programas
de DRR, reasentamiento de refugiados y desplazados, reforma del sistema judicial,
lucha contra la impunidad de la violencia de género, etc.

En el caso somalí, tras su ausencia en numerosos e infructuosos acuerdos de paz


previos la participación de las mujeres se formalizaba por primera vez en la

78
Kari H Karamé, op. cit, 14
79
Vicenc Fisas, op. cit, 20
80
Nadine Puechguirbal, op. cit. 55.

20
Conferencia para Reconciliación Nacional de 199881 . Posteriormente, en mayo del
2000, una coalición de 92 mujeres (de todos los clanes) conseguía participar como
el “Sexto Clan” en la Conferencia Nacional de Arta (Djibouti). A pesar de las
resistencias que encontraron, arrancaban la inclusión en el acuerdo de medidas de
defensa de los derechos de las mujeres y una cuota femenina en la futura
Asamblea legislativa82 . Por su parte, el movimiento Sudaneses Women´s Voice for
Peace (fundado en 1994) lograban que dos mujeres participasen en las
negociaciones del Protocolo de Machakos en 2003.
Otro ejemplo de la creciente participación de las mujeres africanas en los procesos
de paz es el de Burundi. Como señala Nadine Puechguirbal, al principio no se las
permitió participar en el proceso de paz de Arusha en julio de 1998 ya que se
consideraba que “las cuestiones de paz eran asuntos exclusivamente de
83
hombres” . Sin embargo, varias organizaciones de mujeres (tutsis y hutus)
creaban la red Dushirahamwe (Let´s Reconcile) para exigir su inclusión en el
proceso de paz. Con el apoyo de UNIFEM, celebraban la Conferencia de Paz de las
Mujeres borundesas en julio del 2000 con delegadas de todos los partidos políticos.
Gracias a su presión, el acuerdo incorporaba algunas cláusulas de género (un título
constitucional sobre derechos de las mujeres p.e para el igual acceso a la
propiedad, la herencia, la educación y medidas para luchar contra la violencia de
género, etc.). No se aceptaba, por el contrario, la cuota del 30% de representación
femenina en el Parlamento84 .

En el caso de la RDC, el acuerdo de Lusaka de 1999 no contenía ninguna previsión


que garantizase la presencia de mujeres en el Dialogo Intercongoleño que reuniría
a grupos armados, partidos políticos y sociedad civil. Gracias a la presión del
movimiento de mujeres y el apoyo de la MONUC y el Facilitador del Dialogo (Sir
Masire), los participantes en el Dialogo admitían algunas mujeres en sus
delegaciones, aunque no llegarían al 10% de los delegados. La presión continuó y
40 mujeres congoleñas de diferentes posiciones políticas firmaban en febrero del
2002 la Declaración de Nairobi por la que exigían la presencia de las mujeres en las
negociaciones y que se debatiese la inclusión de cláusulas de no discriminación en
la nueva Constitución, para luchar contra la impunidad por la violencia de género,
la reforma del sistema electoral, etc. El 8 de Marzo del 2003, el Día Internacional
de la Mujer, conseguían ser escuchadas en las negociaciones oficiales cuando, a

81
Se incluía una mujer en la delegación de tres personas de las 18 regiones representadas en la
conferencia. Sumie Nakaya, Women and gender Equality in Peace Processes: From Women at the
negotiation Table to Postwar Structural Reforms in Guatemala, Global Governace (nº 9, 2003), 459-476
82
Conseguían una cuota del 12%. La vuelta de la violencia armada ha paralizado el proceso.
83
citada en Nadine Puechguirbal, op. cit. 49.
84
Nadine Puercguirbal, op. cit, 49.

21
través de una obra de teatro, mostraban el sufrimiento de las mujeres y niños
durante el conflicto. Como señala Nadine Puechguirbal, a pesar del impacto de
dicha actuación, de sus múltiples marchas y protestas y del apoyo de la unidad de
género de la MONUC, el Acuerdo de Paz de Pretoria (diciembre 2003) contendrá
escasas referencias a las cuestiones de género.

En definitiva, en los últimos años, la participación de las mujeres africanas en los


procesos de paz ha mejorado en algunos extremos. Sin embargo, en la mayoría de
los casos, su presencia en las negociaciones oficiales sigue siendo simbólica por lo
que persiste como uno de los mayores desafíos para el “complejo de paz liberal”.
Según un cálculo efectuado por la Escola de Cultura de Pau, sobre 33 negociaciones
de paz llevadas a cabo en los últimos años en 20 países, de los 280 participantes,
sólo 11 han sido mujeres, esto es el 4%85 . Aunque el porcentaje se eleva al 7% en
los equipos de negociación gubernamental, en el caso de los grupos armados es
casi inexistente (0,3%), reflejo de su ausencia en los puestos de mando de dichos
grupos a pesar de que, como se ha mencionado antes, representan entre el 20 y el
40% de sus efectivos.

1.3.1.- Factores endógenos a los países africanos.


A pesar de los avances y de que las mujeres constituyen más del 50% de la
población y realizan importantes esfuerzos como constructoras de paz, subsisten
importantes obstáculos políticos, culturales y económicos endógenos a los países
africanos para que puedan participar de forma plena en las negociaciones formales
de paz. Entre los primeros, destacan, en primer lugar, las resistencias de los
propios dirigentes africanos que, salvo excepciones, muestran una escasa voluntad
política de incorporar de forma plena a las mujeres a las negociaciones pues
consideran que deben dedicarse a los roles tradicionales y no a la política. Un
segundo obstáculo remite a las dificultades que tienen las mujeres para participar
por inseguridad (sufren amenazas y violencia), falta de tiempo (doble jornada),
recursos o experiencia previa, así como para contrarrestar las resistencias a su
acceso al espacio político tanto nacional como internacional. Un tercer obstáculo se
refiere a las cláusulas de muchos acuerdos que tratan a las mujeres como
miembros de grupos vulnerables (junto niños, ancianos, enfermos), lo que refuerza
su imagen de víctimas “incapaces de hacerse cargo de su vida, un enfoque que les
priva de su agencia como individuos responsables86 ”. Una imagen que, como
denuncian muchas feministas, sirve tanto para desempoderar a las mujeres como

85
Vicenc Fisas, “Anuario 2008 de procesos de paz”, (Barcelona: Editorial Icaria, 2008), 20.
86
Nadine Puechguirbal, op. cit. 58.

22
para reforzar una visión de la masculinidad obligada a defender a esas víctimas
pasivas necesitadas de protección”87

1.3.2 Factores internos al “complejo de paz liberal”:

1.3.2.1.- El fortalecimiento de los actores armados en el proceso de paz.

No todos son los obstáculos que encuentran las mujeres para participar en los
procesos de paz son endógenos a las sociedades africanas. El complejo de paz
liberal tiene su grado de responsabilidad en las dificultades que las mujeres
encuentran para participar en los procesos de paz. En primer lugar, aunque la
composición de los equipos negociadores es competencia de los actores locales, la
comunidad internacional puede ejercer más presión para que se incorporen
mujeres. En segundo lugar, puede destinar más recursos a apoyar a los
movimientos de mujeres para que tengan protección, recursos y tiempo para
participar en las negociaciones. Debe, en tercer lugar, modificar sus propias
“lentes” de género. A pesar de los avances señalados anteriormente, en las
misiones de paz subsiste claramente una cultura patriarcal que se refleja no sólo
dentro de su personal sino también en las negociaciones de paz y en sus relaciones
con la población local. Asimismo, en cuarto lugar, debe replantearse su preferencia
por un tipo de acuerdos de paz que refuerza el papel de los actores armados frente
a otros actores no armados como muchos movimientos de mujeres88 .

En efecto, en la mayoría de los conflictos africanos, el “complejo de Paz liberal” ha


promovido un acuerdo de “poder compartido” por el cual se busca que, a cambio de
abandonar las armas, los líderes político-militares acepten integrarse en el gobierno
de transición y participar en las elecciones. Dichos acuerdos tienen aspectos
positivos pues pretenden desarmar a las facciones armadas, garantizar su apoyo al
proceso de paz y así, asegurar su éxito89 . Sin embargo, presentan un problema al
convertir a los actores armados en los principales protagonistas de las
negociaciones lo que, para algunos autores, supone una recompensa a la violencia

87
Ann Tickner, Gender in Internacional Relations. Feminist perspectives on Achieving Global Security,
(Nuea York, Columbia University Press, 1992), 59; o Jean Bethke Elshtain, Women and War, (Chicago,
University of Chicago Press, 1995) 4.
88
Pe los acuerdos de Linas-Marcoussi en Costa de Marfil (2003), de Lusaka (1999), Pretoria y Luanda
(2002) en la RDC; los de Abidján (1996) o Lome (1999) en Sierra Leona; el Gobierno Federal de
Transición de Somalia; o el Acuerdo entre el gobierno de Sudan y el Sudanese People's Liberation (2005)
89
Terry Lyons, “The role of Post settlement Elections” en Ending Civil Wars. The implementation of
Peace Agreements, ed S.J Stedman, et all (Bouldier: Lynne Rienner Publishers, 2002); o A Mehler y D
Tull, “The Hidden cost of power-sharing: reproducing insurgent violence in Africa”, African Affairs, 104,
nº 416 (2006)

23
armada90 . Se refuerza su posición política no sólo en el acuerdo sino en todo el
resto del proceso de paz (gobierno de transición, elecciones, gobierno posterior) en
detrimento de otros actores políticos y sociales (movimientos de mujeres, partidos
políticos pacíficos, defensores de DDHH, autoridades “tradicionales”, etc.). Para
conseguir su apoyo y transformarlos en partidos políticos, el “complejo de paz
liberal” destina enormes recursos (financieros, apoyo diplomático, formación)91 , lo
que contrasta con los recursos destinados a los movimientos de mujeres (y otras
iniciativas) que, durante el conflicto han luchado por su resolución pacifica. Los
acuerdos de poder compartido refuerzan, en suma, un enfoque up-down de
resolución de conflictos que parece jugar en contra del intento de incorporar
plenamente a las mujeres (y otros actores no armados) en los procesos de paz y de
cumplir, por tanto, la resolución 1325.

1.3.2.2.- Una política de justicia selectiva e impunidad.

Una critica adicional al enfoque up-bottom remite a las dificultades de conjugar los
acuerdos de poder compartido con la responsabilidad del “complejo de paz liberal”
de luchar contra la impunidad y juzgar a los responsables de las violaciones
masivas de derechos humanos cometidos durante el conflicto y que, como hemos
visto, tienen una importante dimensión de género. Aunque en las últimas décadas
ha habido avances significativos (los tribunales penales internacionales de Roma,
Ruanda, Sierra Leona, las comisiones de la verdad en Sierra Leona, Sudáfrica o
Uganda), la formula de “poder-compartido” suele contemplar la amnistía para
quienes firman el acuerdo: p.e en Angola, Burundi92 , Mozambique, RDC93 ,
Ruanda94 , Sierra Leona95 , Sur Sudan, etc. Se trata, en ocasiones (RDC, Ruanda), de
una impunidad selectiva pues a unos se les aceptados como dirigentes legítimos del
nuevo gobierno a otros se les aplica la justicia internacional.

90
Koen Vlassenroot y Tim Raeymakers, op. cit, 2.
91
En Mozambique, se concedió a la RENAMO entre 20-32 millones de dólares para inducirle a firmar el
acuerdo de Roma. E Soderberg, “The Quest for Legitimacy. The transformation of Rebel Groups to
Political Parties in Civil War Peace Processes.” (Comunicación presentada en el 45 Congreso de la
International Studies Association, 2004), 19.
92
Acuerdo de Arusha de agosto del 2000.
93
En el 2005 la Asamblea Nacional adoptaba una Ley de Amnistía para todos los congoleños que
cometiesen “actos de guerra, delitos políticos o de opinión”.
94
En los Acuerdos de Arusha de 1993 y tras la victoria del FPR se amnistió las violaciones de DDHH que
cometió. F Reyntjens, Post-1994 Politics in Rwanda: problematising “liberation” and “democratization,
Third World Quarterly, (vol 17:6, 2006), 1103-1117.
95
Los acuerdos de Adidjan (1996) o Lome (-1999) conceden una amnistía completa. Yusuf Bangura,
Strategic policy failure and governance in Sierra Leona, The Journal of Modern African Studies, (vol
38:4, 2000), 565

24
Se refuerza así, una impunidad que resta legitimidad a la acción del “complejo de
paz liberal” y no contribuye a la consolidación de la paz al reformar ciclos de
violencia y venganza. Además es totalmente contraria a la resolución 1325 que
enfatiza la responsabilidad internacional de poner fin a la impunidad y perseguir a
los responsables del genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de Guerra
incluido los relativos a la violencia sexual contra las mujeres. También aboga por
excluir los acuerdos de amnistía para este tipo de crímenes.

I.3.2.3.- EL reforzamiento de unos señores de la guerra de dudosa legitimidad


política y el debilitamiento del estado de derecho.
El enfoque up-bottom presenta, en tercer lugar, un problema añadido: ¿cuál es el
grado real de legitimidad y representatividad de los señores de la guerra dentro de
sus sociedades?. Los precedentes de Angola, Liberia, Mozambique o Ruanda
muestran que con tales “vencedores” la situación posbélica puede derivar en
regímenes políticos que (como en el pasado) reproducen prácticas patrimoniales,
patriarcales y excluyentes que marginan política (y socialmente) a la mayoría de la
población (y en especial a las mujeres)96 . En palabras de una congoleña: ¿qué clase
de paz tendrá la RDC sí los hombres que han violado y asesinado mujeres se
sientan ahora en el gobierno?97 .

Existen, por tanto, obstáculos internos en el “complejo de paz liberal” que dificultan
la plena incorporación de las mujeres a los procesos de paz: la pervivencia de
lentes de género, la escasez de recursos destinados al apoyo de los movimientos de
mujeres (y otras iniciativas locales) y su preferencia por un enfoque up-bottom de
resolución de conflictos. Otra dificultad añadida, y no menos importante, es la
influencia que puede tener la forma en que parte de los integrantes del “complejo
de paz liberal” construyen y perciben a las mujeres africanas lo que dificulta su
empoderamiento. No sólo las ven a través de “lentes” patriarcales de género sino
que, al igual que a otros actores africanos, las construyen como victimas
indefensas, pasivas. Dicha imagen es reproducida hasta la saciedad por los medios
de comunicación occidentales, el discurso oficial de la Cooperación al Desarrollo y,
en parte, por los propios estudios de género. Que sean víctimas de violaciones de
derechos humanos no significa que sean pasivas y estén a la espera de que, desde
fuera, vengan a salvarlas. Sin embargo, categorizarlas como “víctimas” contribuye,
como se ha señalado anteriormente, a invisibilizar las grandes capacidades,

96
Ver por ejemplo: Silvia Roque, Peacebuilding Process and Weaking Strategies in the Status of Angola,
Guinea-Bissau y Mozambique: A Comparative Study, Working Paper nº 19, FRIDE..
97
Citada en S Naraghi-Anderlini, “Women and Peace through Justice”, Development nº 48:3, (2005) 103

25
recursos y estrategias de las mujeres (y en general de las sociedades) africanas y
por tanto, favorece su marginación en la “construcción de la paz” 98 .

Desde una agenda de género, democracia y derechos humanos es fundamental


que, como señala la resolución 1325, las mujeres sean protagonistas del proceso de
paz y las tareas de reconstrucción. Con todo no debemos caer en una visión
“angelical” de ese colectivo (o en general de la denominada “sociedad civil”) ya que
forman un colectivo heterogéneo con gran diversidad de intereses, agendas y que
refleja, a su vez, diversas relaciones de poder (clase, etnia, edad, etc.) y
concepciones del género. Lo mismo sucede con el resto de participantes del proceso
de paz, incluido el “complejo de paz liberal”

1.3.2.4- Las dificultades para integrar una agenda de género en las


negociaciones de paz.

De conformidad con la resolución 1325, los acuerdos de paz deben incorporar una
perspectiva de género. Sin embargo, según el Anuario del 2008 de Escola de Pau,
dicha perspectiva destaca por su ausencia en la mayoría de los acuerdos de paz
firmados desde el año 2004. Está totalmente ausente en los acuerdos del Chad
(2006 y 2007) y Costa de Marfil99 y escasamente presente en los de Burundi y
Sudan (Sur Sudan, Este y Darfur). No existe trasversalidad de la perspectiva de
género sino que incluyen algunas claúsulas sobre las necesidades de las mujeres
como integrantes de un grupo vulnerable, necesitado de protección100. Como señala
Nadine Puechguirbal “se reduce así, el ámbito de sus capacidades en las situaciones
de posconflicto y se les priva de agencia como vectores del cambio hacia la paz101.
No se puede decir, por tanto, que sean acuerdos que “contengan una voluntad
transformadora de las relaciones de género en la sociedad posbélica”.102

2. Desencuentros entre la agenda de género y la agenda dominante del


“complejo de paz liberal”.

98
Itziar Ruiz-Gimenez, La labor de la Universidad: desmontar tópicos sobre África, sus guerras y su
subdesarrollo” en Silvia Arias & Estefanía Molina, Universidad y Cooperación al Desarrollo (Cuadernos
Solidarios, UAM, 2006).
99
En los Acuerdos de Linas-Marcoussis.
100
Figura, p.e, el compromiso contra la violencia sexual durante el alto el fuego, medidas concretas en los
programas de DDR o en la futura reforma institucional
101
Nadine Puerchguirbal, Involving women in peace processes: Lessons from Four African countries, en
Kari karamé )ed), Gender and Peace-Building in Africa.
102
Vicent Fisas, op. cit. 21.

26
Otro de los objetivos de la resolución 1325 es que los acuerdos de paz incluyan,
entre otras: “las especiales necesidades de mujeres y niñas durante la repatriación
y reasentamiento, la rehabilitación, reintegración y reconstrucción posconflicto”, así
como “medidas para asegurar la protección y respeto de los DDHH de mujeres y
niñas, en particular las relativas a la constitución, sistema electoral, policía y
judicatura”. Aspectos que el “complejo de paz liberal” debe incorporar en su
estrategia de intervención en los conflictos africanos que fundamentalmente
pretende una triple transición: de la violencia a la paz, hacia la liberalización política
y económica.103 Aunque en las tres dimensiones ha habido avances significativos,
también subsisten importantes obstáculos para cumplir con la resolución 1325.

2.1La dimensión de seguridad.

Durante los primeros momentos del proceso de paz la actuación del “complejo de
paz liberal” se centra, primero, en el cese de hostilidades y el alto el fuego al que
se destinan muchos recursos; segundo, en el desarme, desmovilización y
reintegración de los combatientes; en tercer lugar, en la reforma del llamado sector
de seguridad (los cuerpos de seguridad del estado) y, cuarto, en la rápida
celebración de las elecciones. Se considera entonces el conflicto resuelto y la misión
de paz puede abandonar el país (salvo pequeños contingentes más simbólicos).

Desde el “complejo de paz liberal” se enfatiza la llamada fase de estabilización y la


reforma del sector de seguridad. Las razones son diversas: primero, la reforma del
sector de seguridad se percibe como la condición sine qua non para la posterior
reconstrucción, política, socio-económica y cultural; segundo, la comunidad
internacional suele tener prisa para finalizar el proceso de paz por lo que concentra
la ayuda en esa fase. Una tercera razón es la creciente prioridad que se otorga a la
reconstrucción de la capacidad estatal de controlar su territorio y población y poder
así, luchar de forma más efectiva contra el terrorismo internacional, el crimen
organizado o los flujos migratorios. Algo prioritario dentro de la nueva agenda de
seguridad de los países del Norte.

La reforma del sector de seguridad adquiere así, especial relevancia para el


“complejo de paz liberal” y afronta, a su vez, el reto de incorporar la agenda de
“género”, tal y como reconoce el informe del Secretario General sobre el papel de

103
M Ottoway: “Rebuilding state Institutions in Collapsed states” en State.Failure, Collapse and
Reconstruction, ed J Milliken (Oxford: Backwell, 2003)

27
NNUU en dicho sector104. Así, por ejemplo, se han reformulado los programas de
DDR para atender a las mujeres combatientes. En Liberia, se incluían más de
21.000 mujeres y niñas al ampliarse no sólo a los portadores de armas sino a
quienes de una u otra manera hubiesen formado parte de los grupos armados (p.e
como cuidadoras, cocineras, portadoras, esclavas sexuales). Sin embargo, dichos
avances no se han repetido en Burundi o RDC donde los programas se han
restringido a quienes tuvieran armas, dejando fuera a muchas mujeres
combatientes. Así, en el primer caso, se beneficiaban del programa sólo 485
mujeres y 2.909 niños sobre 16.491 excombatientes105 y en el segundo, se excluía
a las mujeres que habían participado como portadoras, cocineras, esclavas
sexuales, etc. Mayores restricciones sufrían las niñas. Según el informe de la
Coalición en contra de la utilización de niños y niñas soldados del año 2008, “las
cifras de niñas en los programas de DDR son extraordinariamente bajas, con
porcentajes de entre el 8 y el 15%” que no reflejan la composición real de los
grupos armados. El informe señala que, por ejemplo, en Liberia se desmovilizaron a
3.000 niñas, quedando excluidas otras 8.000 y, en la RDC, el porcentaje fue del
15% (3.000) de las niñas implicadas en las hostilidades106.

Por otra parte, muchos programas de DDR presentan limitaciones de recursos y


tiempo, denuncias de corrupción o despilfarro que dificultan la reintegración de los
combatientes. Muchas veces se limitan, tras un breve curso de capacitación, a
entregarles una cantidad de dinero (a cambio de las armas) para apoyar su vuelta
al hogar donde muchas veces les resulta difícil adaptarse por dificultades
económicas, escasas expectativas de futuro, cambios de roles de sus mujeres,
traumas posconflicto. Situación que, en ocasiones, deriva en violencia de género, la
delincuencia y/o la vuelta a las armas y que, junto a otros factores, lleva a un
empeoramiento de los indicadores de DDHH incluso después de la firma de los
acuerdos de paz107.Por ello, la situación política permanece muy inestable en mucha
situaciones de posconflicto en el continente.

Otro ámbito de actuación ha sido la reforma del ejército y la policía donde se ha


intentando, en primer lugar, incorporar a más mujeres. En la actualidad, NNUU ha
apoyado la puesta en marcha de políticas con perspectiva de género en este

104
Secretario General NNUU: sobre el papel de NNUU en la reforma del sector de seguridad (S/2008/39,
parraf 37 y 45.
105
NNUU, gender mainstreaming in peacekeeping operations, 9
106
Coalición para Acabar con el uso de niños soldados, Informe global 2008 (Londres: Coalición para
acabar con el uso de niños soldados).
107
A Surhke & J.M Buckmaster, Aid, growth and peace: a comparative analysis, CMI Working paper,
(www.cmi.no/publications, 2005), 13.

28
ámbito en más de 20 países. En el caso africano, mientras en Burundi ingresaban
en la policía 231 mujeres, en Sierra Leona se conseguía que el 15% de los mandos
policiales fueran mujeres y en Costa de Marfil la representación femenina policial
ascendiese al 11.83%. En segundo lugar, se desarrollaban cursos de formación en
violencia de género para la policía (Burundi, Liberia, RDC, Sierra Leona). Tercero,
se creaban unidades especiales de la policía dedicadas a la lucha contra la violencia
de género en Liberia, Ruanda, Sierra Leona108, Somalia o Sudan (en Darfur o Sur
Sudan). Se trata, sin embargo, de avances extremadamente limitados y la reforma
del sector de seguridad tal y como se esta haciendo implica una serie de desafíos
importantes para la lucha por la equidad de género.

En enero del 2007, UNIFEM publicaba un informe sobre los avances en la inclusión
de la agenda de género en la reforma del sector de seguridad109. Como sugiere el
informe, los contextos de posconflicto pueden ofrecer oportunidades especiales a
las mujeres para su reclutamiento por la policía al abrirles espacio el conflicto para
desempeñar nuevas tareas (combatientes, líderes comunitarias o agentes de paz).
Por ello, se aboga por destinar muchos más recursos humanos y materiales para la
reforma del sector y para que sus integrantes pasen de perpetradores (o cómplices
silenciosos) a garantes de que la violencia contra las mujeres no queda impune, ni
se considera (en el caso de la violencia domestica) un asunto privado.

Sin embargo, el informe también resalta los obstáculos que subsisten. En primer
lugar, se reconstruyen las estructuras militares y de seguridad con los antiguos
cuadros y los integrantes de los grupos armados que, con terribles historiales de
DDHH, continúan siendo una de las principales (sino la más) fuente de inseguridad
y de violencia contra las mujeres (y la población civil en general)110. Segundo,
pervive en el sector de seguridad una cultura patriarcal que reproduce los
estereotipos y prejuicios de sus sociedades contra las mujeres, así como las
desigualdades de género. En tercer lugar, en muchos países subsiste cierto
consenso social tácito que invisibiliza y perpetua la violencia contra las mujeres y
continua estigmatizándolas lo que refuerza su aislamiento y resistencia a denunciar.
Obstáculos que deben ser afrontados de una forma mucho más decidida tanto por
los países africanos como por el “complejo de paz liberal”.

2.2 La dimensión política.

108
Se desplegaban 20 unidades de apoyo familiar por todo el país (con más de 140 trabajadoras).
109
Informe sobre Genero y Reforma Policial en los postconflictos de UNIFEM-UNDP_BPR, DPKO/UN,
enero 2007
110
Ver sus informes sobre la RDC, www.amnesty.org

29
La reforma del sector de seguridad suele venir acompañada de importantes
esfuerzos para conseguir la liberalización política, en especial, la celebración de
elecciones y la reforma de la constitución, de las estructuras políticas del estado y
del sistema judicial111. En esta dimensión también ha habido avances (en algunos
casos espectaculares) en la creciente inclusión de las mujeres en el escenario
político de muchas sociedades africanas. En primer lugar, con el apoyo de las
misiones de paz, conseguían una mayor participación en las elecciones tanto como
votantes y candidatas. P.e en Burundi, Liberia o RDC, pasaban a ser entre el 48 y
el 52% de los votantes registrados112. Segundo, crecía también su presencia en las
nuevas instituciones políticas. Así, en Burundi, tras las elecciones del 2005, se
pasaba de un ratio del 4-10% a cerca del 30% de diputadas en la Asamblea
Nacional. Además, por primera vez en la historia, una mujer era nombrada
presidida de la Asamblea y otras dos vicepresidentas del Senado en él que el 34%
de sus integrantes eran mujeres. Por su parte, el gobierno nombraba una
vicepresidenta para asuntos socio-económicos, siete ministras (de 20), cuatro
gobernadoras de provincias (antes ninguna), siete presidentas y 38
vicepresidentas de consejos comunitarios.

En Ruanda, la cuota femenina en el Parlamento crecía hasta el 49% (la mayor del
mundo), se nombraban cinco ministras y se creaban puestos relativos a cuestiones
de género en diferentes niveles de la administración. En estos avances ha influido,
sin duda, la nueva composición demográfica del país tras el genocidio con un 70%
de mujeres que encabezan más del 50% de los hogares. Las mujeres ruandesas
han asumido roles no tradicionales: cuidado de supervivientes, reconstrucción de
infraestructuras y viviendas, puestos directivos en el sector público, en los
tribunales de las gacaca (con un 30% de juezas), etc.113 Por su parte, en Liberia,
aunque la ley electoral no incluía una cuota femenina del 30% en los partidos
políticos, los partidos incorporaban más mujeres en sus candidaturas para las
elecciones del 2005. En la RDC, se lograba que la ley de identificación y registro de
votantes garantizase la participación de las mujeres en las primeras elecciones
democráticas y, que la nueva constitución (de mayo del 2005) incluyese medidas
para asegurar la plena participación de las mujeres en la política.

111
Ver p.e CAMPOS SERRANO, (ed): Ayuda. Mercado y buen gobierno. Los lenguajes del desarrollo
en África en el cambio de milenio. Barcelona: Icaria.
112
NNUU, gender mainstreaming in peacekeeping operations,12.
113
Cecilia N Mzvondiwa, op. cit, 102-03

30
Otras conquistas de los movimientos de mujeres africanas han sido, primero, los
planes de Acción Nacional contra la violencia de género (Burundi, Liberia, Sierra
Leona, RDC) incluida la reforma de los códigos y procesos penales y la formación
de jueces. En segundo lugar, se crean programas de apoyo a las víctimas de la
violencia sexual durante el conflicto (p.e en RDC114, Ruanda, Sierra Leona115).
Tercero, en muchos países, se establecían ministerios dedicados a los derechos de
las mujeres, así como se llevaban a cabo campañas de sensibilización pública.

Otro de los grandes campos de batalla de las mujeres africanas ha sido su lucha
para modificar las leyes sobre acceso a la tierra, herencia o matrimonio que eran,
en muchos casos, claramente discriminatorias y no garantizaban sus derechos. En
Liberia, una de las primeras leyes que promueve la presidenta Jonson Sirleaf fue
contra la violencia sexual. En Sierra Leona, se reforma las leyes de matrimonio y
herencia para proteger los derechos de las mujeres. En Ruanda se aprueba la
igualdad legal entre hombres y mujeres en el acceso a la propiedad o herencia. El
reto ahora es conseguir que dicha legislación se aplica frente al derecho
consuetudinario que, en muchos casos, sigue siendo claramente discriminatorio.

Todos estos avances se insertan en la llamada “revolución femenina” que, en las


últimas dos décadas, ha sacudido el continente africano. Las mujeres africanas han
ocupado el escenario político, las instituciones parlamentarias, la administración.
Además su presencia es creciente en los numerosos movimientos sociales que se
están articulando tanto en el ámbito nacional como de forma trasnacional por todo
el continente africano.

Sin embargo, sus esfuerzos en las situaciones de posconflicto no encuentran un


apoyo más decidido de la mayoría de los integrantes del “complejo de paz liberal”.
La receta hegemónica da prioridad a los acuerdos de “poder compartido” y a la
rápida celebración de elecciones (con independencia de si existen condiciones
adecuadas de seguridad, transparencia, etc.). De esta forma no se apuesta por
potenciar mecanismos que realmente garanticen que los movimientos de mujeres
(y, en general, la sociedad civil) puedan participar en el escenario político y
obliguen a los gobernantes a rendir cuentas por su actuación. En mi opinión, éste
es uno de los grandes desafíos que, desde una perspectiva democrática, afrontan
muchos regímenes africanos. Subsisten, sin embargo, importantes obstaculos:

114
Se trata de un programa de cuatro años con un presupuesto de 7,8 millones de euros y que ha atendido
a más de 25.000 mujeres
115
Special Rapporteur on Violence Against Women, “Informe sobre la Violencia Sexual en el conflicto
de Sierra Leona”.

31
primero, la actitud del “complejo de paz liberal” que, por factores diversos (el
modelo de democracia imperante, los intereses geoestratégicos de algunos de sus
integrantes, etc.) acepta un modelo de democracia elitista, excluyente y poco
participativa (similar al de las democracias del Norte). Un segundo problema es la
extroversión de muchos regímenes africanos más dependientes del exterior (AOD o
compradores de recursos naturales) que de sus ciudadanos por lo que tienden a
estar más preocupados en responder a los donantes externos que a su población.

Un tercer obstáculo, desde una perspectiva democrática, es el excesivo


protagonismo del propio “complejo de paz liberal” en el diseño y puesta en marcha
de las reformas políticas, económicas que se pretenden llevar a cabo en las
situaciones de posconflicto. Aunque en apariencia se negocian con la elite política,
en general se elaboran e impulsan desde NY, Washington o Bruselas y los
protagonistas locales tienen un papel secundario. Las razones pueden ser diversas:
desde la autopercepción de los integrantes del “complejo de paz liberal” como
neutral deliveres of peacebuilding que aplican su conocimiento técnico de forma
neutra y apolítica, al uso de una “receta” universal y valida que, como señala Susan
Woodward, no se adapta al contexto concreto de cada país116, hasta la pervivencia
de cierta desconfianza hacia el conocimiento, capacidades y experiencia de los
actores africanos. Según diversos estudios, muchos integrantes del “complejo de
paz liberal” muestran escasas habilidades para escuchar a los actores locales,
incluso cuando, como ocurre en muchas ocasiones, no tienen mucho conocimiento
de la realidad local117.

La creación y fortalecimiento de mecanismos que garanticen que los actores locales


(no sólo una reducida elite sino amplios sectores de la sociedad) asuman el
liderazgo y protagonismo del proceso de reconstrucción y reforma de sus
sociedades, es uno de los grandes desafíos del “complejo de paz liberal” cuyas
reformas no son meramente técnicas. Tienen, por el contrario, un alto componente
político y afectan a la correlación de fuerzas (los “ganadores” y “perdedores”) del
proceso de paz y de reconstrucción posbelica.

2.3 Dimensión económica

La tercera transición promovida por el “complejo de paz liberal” es la liberalización


económica. Aunque cada vez existe un mayor consenso sobre el impacto social de

116
Susan Woodward, op. cit, 19
117
J Van Gennip, Post-conflict Reconstruction and Development”, Development, (vol 48:3, 2005), 45.

32
dicha liberalización y del paquete de medidas de ajuste estructural, los actores
hegemónicos del “complejo de paz liberal” (Banco Mundial, Fondo Monetario
Internacional, grandes donantes) siguen apostando por ella incluso para las
situaciones de posconflicto.

Aunque se han emprendido medidas para dotar a la agenda económica neoliberal


de un rostro más humano (las estrategias de reducción de la pobreza), se
mantienen los aspectos que, en el pasado, contribuyeron a exacerbar las
desigualdades sociales, económicas y de género. En primer lugar, se sigue
apostando por liberalizar la economía lo que genera, en muchos casos, una mayor
extroversión y dependencia externa y debilita, por el contrario, los mercados
interiores, el desarrollo rural o la seguridad alimentaría. Segundo, se promueve la
privatización de las empresas públicas que acaban en manos de una reducida elite
política (p.e Angola, Mozambique). Tercero, se defiende un estado mínimo y se
desincentiva el empleo público por lo que no se generan oportunidades de empleo
lo que afecta en mayor medida a las mujeres (por su desigual acceso al sector).
También se limita el impacto de los programas de DDR de combatientes y de
reasentamiento de refugiados y desplazados internos. Cuarto, no se destinan los
recursos necesarios para reconstruir el sector público y revertir el deterioro de los
servicios sociales, educación, sanidad por lo que se mantienen los efectos
diferenciados que dicho deterioro provoca en hombres y mujeres. Por el contrario,
de forma no intencionada se potencia la fuga de cerebros (hacia la migración o para
trabajar en el sector privado o para el propio “complejo de paz liberal”). Se
debilitan así, los intentos de extender (y mejorar la calidad de) dichos servicios
públicos para que alcancen al conjunto de la población. Y de esta forma, se
agudizan los agravios existentes, su impacto en las relaciones de género y en la
crisis de legitimidad del estado. Un factor añadido es el impacto de la presencia de
las misiones de paz en los precios y la inflación. Su demanda como las viviendas,
transportes, bienes de consumo contribuye al aumento de los precios que se
convierten en prohibitivos para la mayoría de la población, en especial para las
mujeres como principales sostén de las cargas familiares118.

En suma, la agenda neoliberal no ha mostrado tener mucho éxito y menos en


sociedades posconflicto. Por el contrario, en algunos casos, los indicadores de
desarrollo humano se han deteriorado más tras el inicio del proceso de paz119. Se

118
Elaine Zuckerman & Marcia Greenberg, The Gender Dimensions of Post-Conflict Recontruction, en
Caroline Sweetman, An Analytical Framework for Policymakers Gender and Development, (Oxfam,
2004)
119
A Surke, & J.M Buckmaster, op.cit.

33
perpetúan así, muchos de los agravios que generan inestabilidad política y social e
impulsaron a algunos sectores hacia la violencia y puede afectar negativamente a la
consolidación de la paz. Según el propio Banco Mundial, menos del 50% de los
procesos de paz son exitosos.

Muchos de los integrantes del “complejo de paz liberal” centran sus esfuerzos para
revertir ese fracaso en los factores endógenos (mal gobierno, debilidad del estado,
etc.). Sin embargo, no abordan con la misma decisión los factores exógenos que
generan inestabilidad o violencia armada: la propia agenda económica neoliberal,
las políticas agrícolas proteccionistas del Norte, la carga de una deuda ilegitima y
ya pagada, las reglas internacionales del comercio que favorecen más a unos países
que a otros, la acción de las redes trasnacionales implicadas en la economía política
de la guerra, etc.

Los conflictos africanos no son una patología del continente sino espacios donde
operan “complejos político-emergentes” formados por señores de la guerra y
también gobiernos y elites regionales, gobiernos del Norte cuya participación pasa
desde el apoyo político a los señores de la guerra, el suministro de armas (son los
principales productores), compran recursos naturales (petróleo, diamantes, coltan),
apoyan a sus multinacionales. Resulta paradójico que los principales donantes del
“complejo de paz liberal” participan (al igual que nuevas potencias emergentes
como China) de esas redes trasnacionales que actúan en (y generan o mantienen)
los espacios de violencia armada:

Otras redes trasnacionales de movimientos africanos y globales de DDHH, Ongs de


desarrollo, etc.,(en los que participan muchas mujeres) llevan tiempo exigiendo que
la comunidad internacional actué sobre dichos “complejos político-emergentes”.
Han conseguido algunos avances interesantes: el proceso Kimberley120, el Tratado
de Ottawa (sobre minas antipersonales), el compromiso para elaborar un Tratado
que prohíba el comercio de armas ligeras, normas sobre mercenarios o sobre
responsabilidad social corporativa de las multinacionales p.e con la iniciativa
“Transparencia Internacional” o “Hagan público lo que pagan”, etc. Sin embargo,
dichas iniciativas se quedan muchas veces en normas autorreguladoras sin que se
existan mecanismos efectivos para garantizar su cumplimiento. La oposición de las
empresas y gobiernos del Norte para que se actúe de forma efectiva sobre los
aspectos “internacionalizados” de los conflictos en los que tienen intereses

120
Para controlar el origen de los diamantes e impedir su distribución comercial si provienen de zonas de
conflicto

34
geoestratégicos es uno de los grandes retos que afronta la Comunidad
Internacional para transformar las redes internacionales de la economía política de
la guerra en redes que apoyen una economía de paz que revierta en las poblaciones
africanas.

3.- CONCLUSIONES: A la búsqueda de una aplicación efectiva de la


Resolución 1325

En estas páginas se ha intentado mostrar tanto los avances como los obstáculos y
desafíos que la Comunidad Internacional afronta para convertir las palabras de la
resolución 1325 de Naciones Unidas en una realidad y garantizar que las mujeres y
la agenda de “género” ocupan un lugar centra en el mundo de la construcción de la
paz y la reconstrucción posbélica.

El capítulo muestra la necesidad de trabajar a dos niveles para lograr ese objetivo.
En primer lugar, se debe actuar sobre los obstáculos políticos, sociales, económicos
y culturales que existen dentro de las sociedades africanas: resistencias
patriarcales y escasa voluntad política de avanzar hacia la equidad de género,
dificultades y limitaciones de las mujeres en esa lucha (por inseguridad, falta de
tiempo, recursos, experiencias, etc). En segundo lugar, es necesario atajar los
importantes obstáculos que existen dentro del propio “complejo de paz liberal”
entre los que destacan:

a) La cultura patriarcal, las resistencias dentro del “complejo de paz liberal”


para lo cual, NNUU y los estados que aportan personal militar y civil, deben
modificar las prácticas de reclutamiento para que se incluyan más mujeres
en las misiones de paz. También es importante que todos los integrantes del
“complejo de paz liberal” (Consejo de Seguridad, agencias de NNUU,
estados, ongs, empresas, etc.) adopten un compromiso mucho más serio
con la equidad de género, un compromiso que vaya más allá de las “buenas
palabras” y se concrete en muchos más recursos y en involucrar a muchas
más personas (hombres y mujeres) para garantizar la trasversalidad de la
agenda de género en la prevención y resolución de conflictos, en las
misiones de paz y en los programas de reconstrucción. Para ello, es
necesario que todos los integrantes del mundo de la “construcción de la paz”
reciban una formación de género adecuada que desmonte las resistencias y
prejuicios contra las mujeres africanas así como su imagen de “víctimas”.
Uno de los grandes desafíos del “complejo de paz liberal” es reconstruirlas

35
como actoras con historia, capacidades, recursos y sobre todo con derechos
que se ven vulnerados tanto en situaciones de paz como de conflicto y que
deben ser restituidos.
b) El diagnostico parcial e inadecuado de la génesis de la violencia armada en
el continente africano que lleva a la adopción de una receta basada en los
“acuerdos de poder compartido” y la reconstrucción del orden estatal. Una
receta que no aborda de forma adecuada los agravios (incluido los de
género) que se encuentran en la génesis del conflicto y que tiende a
reproducir unos ordenes estatales excluyentes, patriarcales que ofrecen
poca protección y seguridad a la población, en especial a las mujeres. Por
ello, es necesario que antes de actuar en cada conflicto, se estudie de forma
individualizada, las causas que lo generaron su dimensión de género, los
nuevos marcos políticos, sociales y económicos que se reconfiguran durante
el conflicto, los efectos que producen en las relaciones de género, las redes
que han articulado las mujeres (y otros sectores de la sociedad civil), etc.
Dicho estudio debe ayudar a la comunidad internacional a actuar sobre las
causas subyacentes al conflicto para que contribuya a generar una sociedad
posconflicto más incluyente y en cuya agenda la equidad de género ocupe
un lugar central. Para ello, el “complejo de paz liberal” debería priorizar las
iniciativas de prevención de conflicto y aquellas que refuerzan las
capacidades locales de resolución de conflictos.
c) Una decidida política de “tolerancia cero” frente a las violaciones de
derechos humanos que se comenten en los conflictos tanto por los grupos
armados como por las propias tropas internacionales. Ello significa, por un
lado, que no se aceptan amnistían en los acuerdos de paz, que se persigue y
juzga a los perpetradores (en lugar de recompensarlos) y que todos los
estados (incluido EEUU) apoyan las iniciativas internacionales y nacionales
de lucha contra la impunidad que, a su vez, deberían centrarse mucho más
en garantizar el derecho a la verdad, justicia y reparación de las mujeres
víctimas de la violencia sexual en los conflictos y posconflicto. Por otro lado,
más allá de las “buenas intenciones”, NNUU y los estados que aportan
tropas, tienen que garantizar plenamente que cualquier denuncia contra su
personal (internacional o local) es investigada, los posibles responsables
juzgados y condenados y que todas y cada una de las victimas obtiene
justicia, verdad y reparación.
d) Los efectos contraproducentes de una “receta hegemónica para la
transición” (la triple transición política, económica y social) que presenta
importantes contradicciones internas y que no parece el mejor camino para

36
la consolidación de la democracia y los derechos humanos en el continente.
Es necesario actual sobre aquellos aspectos de la actual receta que
perpetúan, por un lado, relaciones de género desiguales o generan
inseguridad (en especial contra las mujeres) p.e en los programas de DDR,
la reforma del sector judicial, la apuesta por un modelo de democracia
elitista y excluyente; o que, por otro, tienen un impacto social enorme y con
efectos diferenciados en mujeres y hombres (como es la receta neoliberal
imperante que ha demostrado su fracaso tanto en los países del sur como
en el centro del sistema financiero internacional).
e) La inacción frente a los factores internacionales que están en la génesis de
la crisis de los estados africanos y de los conflictos armados: proliferación de
armas, intereses geoestratégicos y lucha por los recursos naturales del
continente, políticas económicas internacionales desiguales e injustas, etc.
Es fundamental que los estados del Norte, principales donantes del “mundo
de la construcción de la paz”, coloquen realmente los DDHH y la equidad de
genero en el centro de su política exterior y actúen sobre los impactos que
sus intereses económicos, energéticos o geopolíticos tienen en la generación
(junto a factores endógenos) de la violencia armada en el continente. Deben
adoptar medidas para no subordinar los DDHH y la equidad de género a sus
políticas comerciales, energéticas, de venta de armas, etc. También deben
imponer normas vinculantes que obliguen a las empresas a no comerciar
con recursos naturales provenientes de contextos de violencia armada.

En definitiva, el mundo de la construcción de la paz deben aplicar un verdadero


enfoque holístico que tenga en cuenta las complejidades únicas de cada conflicto, y
que busque reconstruir no cualquier orden estatal sino aquel que, en cada caso,
realmente provea de más seguridad, protección y bienestar a la población, así como
contribuya de forma efectiva a la lucha de las mujeres africanas por la equidad de
género. Para lo cual, es necesario actuar no sólo sobre los factores internos sino
también sobre los factores internacionales que participan en la génesis de la
violencia. Asimismo debe incidirse en los aspectos del propio “complejo de paz
liberal” que perpetúan la desigualdad de género. Finalmente, tiene que darse un
protagonismo real a las africanas y africanos para que sean los verdaderos
protagonistas de los procesos de reconstrucción de sus sociedades y de
transformación hacia otros mundos posibles y mejores dentro y fuera de sus
fronteras.

Nota:

37
- En el texto se usa el entrecomillado para refereirse al complejo de paz
liberal, sugerimos usar itálicas en todas las ocasiones únicamente para
distinguirlo de otros términos o concpetos que se usan con menso frecuenci
aen el texto. no entiendo bien pero me parece bien..

38

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