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En el vasto universo, donde las estrellas brillaban con un resplandor eterno, había una

estrella llamada Stella. Stella era una estrella joven y radiante, que iluminaba el espacio con
su luz cálida y brillante.

A lo largo de millones de años, Stella había vivido una vida llena de energía y vitalidad,
atrayendo la atención de los observadores del universo con su belleza incomparable. Pero a
medida que pasaba el tiempo, Stella comenzó a sentirse cansada y débil, como si algo
estuviera apagando lentamente su resplandor.

Un día, mientras brillaba en lo más alto del firmamento, Stella comenzó a notar cambios en
su cuerpo. Su luz se volvió cada vez más tenue y su energía se desvanecía lentamente,
dejándola envuelta en la oscuridad del espacio.

Con el paso de los días, Stella se dio cuenta de que su hora había llegado. Sabía que era el
momento de despedirse del universo y dejar que su luz se extinguiera para siempre. Aunque
le dolía dejar atrás todo lo que conocía, sabía que su partida era inevitable y que debía
aceptar su destino con dignidad y serenidad.

Con un último destello de luz, Stella se despidió del universo, dejando un rastro brillante que
iluminó el espacio durante un breve instante antes de desaparecer en la oscuridad infinita.

A medida que su luz se desvanecía, el universo entero lloraba la pérdida de Stella,


recordando con cariño su resplandor y su belleza incomparable. Pero aunque Stella ya no
brillaba en el cielo, su legado perduraría para siempre en las estrellas que la rodeaban,
recordando a todos que incluso las estrellas más brillantes deben llegar al final de su vida
algún día.

Y así, en el vasto universo lleno de misterios y maravillas, la muerte de Stella recordaba a


todos la fugacidad de la vida y la belleza efímera de las estrellas que brillan en el firmamento.

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