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El Pensamiento Prefilosófico I - Egipto y Mesopotamia
El Pensamiento Prefilosófico I - Egipto y Mesopotamia
I. Egipto y Mesopotamia
H. y H. A. Frankfort, J. A. BU ton y T. Jacobten
3a. edición
BREVIARIOS
DEL FONDO DE CULTURA ECONOMICA
Primera edición en inglés, 1946
Primera edición en español, 1954
Egipto y Mesopotamia
T. Jacobsen
7
PREFACIO
En esta obra se han reunido las lecciones dictadas en un
curso de la División de Humanidades de la Universidad
de Chicago. Salvo algunos cambios sin importancia, se
publican tal como se expusieron, no porque se eluda el
darles la forma de un tratado científico, sino porque
creemos que el método seguido en la exposición directa
implica ciertas ventajas. Remitiéndonos a la definición
de Webster, consideramos que el ensayo es “una compo
sición literaria, de naturaleza analítica o interpretativa,
que se ocupa de un tema desde un punto de vista mas o
menos limitado o personal, permitiendo una libertad
considerable en el estilo y en el método”. Creemos que
el ensayo es la forma adecuada, aun en el caso de tra
tarse de fuentes fragmentarias y confusas que obligan,
sobre todo, a prestar atención al detalle, como primer
deber del investigador de este campo. En el ensayo
puede utilizarse libremente un método nuevo; es posible
establecer un corte transversal de la explicación histó
rica, para enfocarla desde una nueva perspectiva; se
puede hacer caso omiso de la mayor parte de los ele
mentos de un problema para destacar alguno de sus
aspectos; y, en ocasiones, basta solamente con apuntar
o evocar, sin tener que comprobar o discutir el punto.
Pero, a pesar de las diferencias formales, los ensayistas
tienen una característica en común. Empeñados en des
cubrir el significado de los fenómenos culturales e his
tóricos, usarán un método humanista y se expresarán en
términos comprensibles para el hombre de mediana
cultura.
Como las lecciones se dictaron para un auditorio de
cultura media, se procuró reducir al mínimo el aparato
crítico y documental, poniéndolo al final de los capítu
los. Sin embargo, a nuestros colegas profesionales les
será fácil distinguir cuándo presentamos puntos de vista
ya conocidos y cuándo ofrecemos interpretaciones nue
vas. Intentaremos defender estas últimas en futuras pu-
10 PREFACIO
blicaciones con toda la documentación necesaria. A
menos que se indique otra cosa, la traducción de los
fragmentos es obra del autor del capítulo, salvo en el
caso de las citas bíblicas que, en su mayor parte, están
tomadas de la American Standard Version (que hemos
utilizado con el correspondiente permiso del Inter
national Council of Religious Education).
*
Los cuatro trabajos principales que integran esta
obra se hicieron por medio de frecuentes discusiones y
del intercambio de borradores, durante varios meses,
antes de que se dictara el curso. El resultado ha sido
una sola perspectiva, que unifica las divergencias en los
métodos de exposición. La señora H. A. Groenewegen
Frankfort fué quien sugirió el tema del curso, habiendo
aportado sus conocimientos especiales como estudiosa
de la filosofía γ siendo coautora, con su esposo, de los
ensayos primero y último. También se debe a ella la
versión poética de las traducciones del sumerio y del
acadio, que aparecen en los capítulos relativos a Meso
potamia.
Instituto Orientalista
Universidad de Chicago
Marzo de 1946
16 J INTRODUCCIÓN
MITO Y REALIDAD 25
F,n las crónicas oficiales de Assarhaddon de Asina 2 nos
encontramos con la descripción de monstruos fabulosos
-—serpientes bicéfalas y aladas criaturas verdes— que ha
bían sido vistas por las agotadas tropas durante las jor
nadas más penosas de su marcha a través del árido
desierto del Sinaí. Recordemos que los griegos vieron
surgir el Espíritu de la Llanura de Maratón, en la deci
siva batalla contra los persas. En cuanto a monstruos,
los egipcios del Imperio Medio, tan horrorizados por
el desierto como sus descendientes modernos, describie
ron dragones, grifos y quimeras, lo mismo que gacelas,
zorras y otros animales del desierto.
Justamente porque no hacían distinciones radicales J
entre los sueños, las alucinaciones y las visiones comu
nes, no separaban, de modo riguroso, lo vivo de lo
muerto. La supervivencia de los muertos y la con-
linuación de sus relaciones con los hombres eran co
rrientemente aceptadas, porque los muertos seguían
iclacionados con la indudable realidad de las zozobras,
esperanzas o resentimientos del hombre. Para la mente
creadora de mitos, todo lo que ocurre en su mundo tiene
la misma realidad.
Los símbolos son tratados en forma semejante. El
primitivo hace uso de símbolos lo mismo que nosotros; ζ
pero no puede concebirlos como algo cpie simboliza
dioses o fuerzas y que a la vez está separado de ellos,
del mismo modo que no puede concebir una relación
establecida mentalmente —por ejemplo, la semejanza—
como algo que une los objetos comparados, pero que,
al propio tiempo, está separado de ellos. Por tanto,
existe un enlace entre el símbolo y lo que éste significa,
como existe una unión entre dos objetos que son recí
procamente dependientes.
La curiosa forma del pensamiento país pro toto, “la !
paite puede representar al todo” , se puede explicar de
mi modo semejante; un nombre, un mechón de pelo,
~ O. D. Luckenbill, Ancient Records oí Assyria ancí Babylonia,
vnl. II, S 558.
26 INTRODUCCIÓN
• o una sombra pueden tomarse por el hombre, debido a
que, en cualquier momento, el primitivo cree que el
mechón o la sombra están preñados de todo el signifi
cado del hombre. Tiene frente a sí un “tú” que mues-
Jtra la fisonomía de su poseedor.
Ejemplo de este enlace entre el símbolo y la cosa
¡' simbolizada es el considerar el nombre de una persona
como parte esencial de ella misma —como si fuera, en
cierto modo, idéntico a ella—. Poseemos numerosos
restos de vasijas de barro, en los que aparecen inscrip
ciones, hechas por los reyes egipcios del Imperio Medio,
de los nombres de las tribus hostiles que habitaban en
Palestina, Libia y Nubia; los nombres de sus gober
nantes; y los nombres de algunos rebeldes egipcios. Es
tas vasijas eran solemnemente hechas pedazos en una
ceremonia ritual, posiblemente al celebrar los funerales
del antecesor del rey; y la finalidad del rito quedaba
explícitamente establecida. Se trataba de que todos
esos enemigos, que estaban obviamente fuera del alcan
ce del faraón, murieran. Pero si dijéramos que el acto
ritual de romper las vasijas era simbólico, incurriríamos
. en un error. Los egipcios creían que infligían un daño
ieal a sus enemigos cuando destruían sus nombres. Se
aprovechaba la ocasión para lanzarles un hechizo fu
nesto de vastos alcances. Después de los nombres de
los hombres hostiles, que iban acompañados de la im
precación “debe morir”, se añadían frases como éstas:
“todo pensamiento pernicioso' “todo rumor pernicio-
so , todo sueño pernicioso’ toda intención perni-
ciosa’ "toda lucha perniciosa”, etc. Con hacer men-
ción de esto, en las vasijas que debían ser destruidas, se
disminuía su poder real de dañar al rey o de menguar
su autoridad.
Para nosotros, existe una diferencia fundamental en
tre un acto y una representación ritual o simbólica.
Pero esta distinción carecía de sentido para los antiguos.
Al describir la erección de un templo, Gudca, un go
bernante de Mesopotamia, habla de que moldeó un
ladrillo en arcilla, de que purificó el sitio con fuego y
MITO Y REALIDAD 27
de que consagró la plataforma con aceite. Cuando los
egipcios decían que Osiris les había dado los elementos
de su cultura, o cuando los babilonios afirmaban lo
mismo de Oannes, incluían entre los elementos las he
rramientas y la agricultura, junto con las prácticas ri
tuales. Ambas clases de actividades poseían el mismo
grado de realidad. Carecería de sentido preguntarle a
un babilonio si creía que el fruto de su cosecha depen
día de la habilidad de los cultivadores o de la represen
tación correcta del festival de Año Nuevo. Ambas cosas
eran esenciales para obtener el fruto.
Del mismo modo que se le reconocía una existencia
real a lo imaginario, los conceptos podían ser substan-
cializados. Un hombre valeroso o elocuente posee estas
cualidades casi en forma de substancias, de las que puede
ser despojado o que puede compartir con otros. El con
cepto de "‘justicia” o de “equidad” se expresa en Egipto
con el término ma at. La boca del rey es el templo de
maat. La personificación de ma’at es una diosa; pero,
a la vez, se dice que los dioses “viven por ma’at”. Este
concepto es representado muy concretamente: en el rito
diario, se les ofrecía a los dioses una figura de la diosa,
junto con otras ofrendas materiales, comida y bebida,
destinadas a su sustento. Aquí nos encontramos con la
paradoja del pensamiento creador de mitos. El pensa
miento no conoce la materia muerta y se enfrenta a
un mundo animado en toda su extensión, es incapaz de
abandonar la perspectiva de lo concreto y convierte a
sus propios conceptos en realidades existentes per se.
La concepción de la muerte entre los primitivos es
un excelente ejemplo de esta tendencia hacia lo con
creto. La muerte no es, como para nosotros, un aconte
cimiento —el acto o el hecho de morir, según nos infor
ma el diccionario—. Se trata, en cierto modo, de una
realidad substancial. Así, en los textos inscritos en las
pirámides egipcias, encontramos la siguiente descripción
del comienzo de las cosas:
Cuando todavía no existía el cielo,
Cuando todavía no existía el hombre
El copero Siduri, al compadecerse de Gilgamesh en
la Epopeya, usa exactamente los mismos términos:
Gilgamesh, ¿por qué te has extraviado?
La vida que buscas nunca podrás hallarla.
Porque cuando los dioses crearon al hombre, a la vez
le dieron la muerte, y la vida
la retuvieron en sus manos.
40 INTRODUCCIÓN
como procesos “naturales”, en el sentido que nosotros
f les damos. Cuando hay un cambio, hay una causa; y
i esta causa, como hemos visto, es una voluntad. Así,
por ejemplo, leemos en el Génesis que Dios estableció
un pacto con las criaturas vivientes, prometiéndoles que
I el diluvio no se repetirá; y también que “serán todos los
I tiempos de la tierra; la sementera y la siega, y el frío y
i el calor, verano e invierno, y día y noche, no cesarán”
(Génesis, 8: 22). Tanto el orden del tiempo como el
orden de la vida en la naturaleza (que son una y la mis-
; ma cosa), son garantizados libremente por el Dios del
Antiguo Testamento, en la plenitud de su poder; y
cuando se les considera en su totalidad, como un orden
establecido, son concebidos también, en otra parte,
como basados en el orden de la creación, como expre
sión de la voluntad de Dios.
También puede darse otra explicación que no se re
fiere a la sucesión de las fases en su conjunto, sino a
la transición real de una fase a otra —o sea, a la suce
sión real de las fases—. La duración variable de la
noche, el cambiante espectáculo de la aurora y del
ocaso y las tormentas equinocciales no sugieren a la
mentalidad creadora de mitos un cambio alterno y uni
forme entre los “elementos” del tiempo. Más bien,
señalan un conflicto, idea que se refuerza por la ansie
dad del hombre, ya que éste depende por completo
de las vicisitudes del tiempo y del cambio de las esta
ciones. Wensinck la denomina “concepción dramática
de la naturaleza”. Cada mañana el sol vence a las tinie
blas y al caos, como ocurrió el día de la creación y
como ocurre, anualmente, el Día de Año Nuevo. Estos
tres momentos se entrelazan; el primitivo tiene la sen
sación de que son esencialmente la misma cosa. Cada
aurora, lo mismo que cada Día de Año Nuevo, repite
la primera aurora del día de la creación; y, para la men
talidad creadora de mitos, cada repetición se vincula —
o es prácticamente idéntica— al acontecimiento original.
l Así tenemos, en la categoría del tiempo, un paralelo
I con el fenómeno advertido en la categoría del espacio
i^,
MITO Y REALIDAD 41
cuando descubrimos que se piensa que ciertos lugares
arquetípicos, como la colina primitiva, existen en varios
sitios, ya que estos sitios comparten con su prototipo
algunos de sus aspectos mas importantes. Llamamos a
este fenómeno enlace en el espacio. En el caso del
tiempo, tenemos un ejemplo de enlace en un versículo
egipcio que anatematiza a los enemigos del faraón. Hay
que recordar que Ra, el dios-sol, fué el primer gober
nante de Egipto y que el faraón era, durante el tiempo
de su reinado, una imagen de Ra. El versículo dice de
los enemigos del rcy·. '"Serán semejantes a la serpiente
Apophis en la mañana del Año Nuevo.” 4 La serpiente
Apophis no es otra cosa que la oscuridad hostil que es
vencida por el sol todas las noches cuando cruza el
mundo de las tinieblas, desde el punto en que se pone
en el occidente, hasta el lugar de su salida en el
oriente. Pero, ¿por qué los enemigos serán semejantes
a Apophis en la mañana del Año Nuevo? La razón es
ésta; las nociones de la creación, de la aurora cotidiana
y del comienzo del nuevo ciclo anual se enlazan y cul
minan en las festividades del Año Nuevo. Por eso se
invoca, esto es, se conjura, al Año Nuevo para hacer
más poderoso al anatema.
Ahora bien, esta "concepción dramática de la natu
raleza, que ve por dondequiera una lucha entre lo divino
y lo demoníaco, entre las potencias cósmicas y las
caóticas” (Wensinck), no deja al hombre en el papel
de simple espectador. Se encuentra tan comprome
tido en ello y su bienestar depende tanto del resultado
de esa lucha, que siente la necesidad de participar del
lado de las fuerzas benéficas, para contribuir a su triun
fo. Por esto, tanto en Egipto como en Babilonia, en
contramos que el hombre—esto es, el hombre que vive
en sociedad—acompaña los principales cambios de la
naturaleza con rituales apropiados. En Egipto y en
Babilonia, el Año Nuevo daba ocasión a complicadas
BIBLIOGRAFÍA
Consideraciones geográficas
Cosmología
I>
I
del sur por el norte. Tal conquista pudo haber establc-
cido laprimacía teológica del sol y hacer del oriente,
como región en que ocurría el renacimiento del sol, el
I ¡ punto de importancia religiosa, pero sin afectar por eso
/ las palabras que manifiestan la polaridad del hombre
I dirigida originalmente hacia el sur.
ς La teología ya elaborada, tal como la conocemos en
. ! la época histórica, hizo del oriente —tierra en que el
! sol se levanta— la región del nacimiento y del re-
. nacimiento, y del occidente —tierra donde el sol se
,1 pone— la región de la muerte y de la vida después de
la muerte. El oriente era ta-netjer, la “Tierra de Dios”,
f debido a que el sol surge en ella con renovado esplendor.
El mismo término general se aplicaba aun a algunos
I países extranjeros, que de otra manera eran desprecia
bles. Siria, Sinaí y la tierra de Punt, situadas al orien-
/ te, podían estar plagadas de montañas, árboles y lluvias,
(y estar habitadas por los “desdichados asiáticos”, pero
\ pertenecían al joven dios-sol y, por lo tanto, eran desig-
I í nadas también como “Tierra de Dios” y disfrutaban de
L f un esplendor reflejo, producido por el accidente geográ-
fico y no por méritos intrínsecos. El bienestar que se
: producía en estas tierras orientales se adscribía, implíci-
I tamente, al dios-sol, y no a sus pobladores: “Todas las
I maderas preciosas de la Tierra de Dios: la profusidad de
mirra, los frescos árboles de resina, los ébanos y el
I limpio marfil.. . los mandriles, los monos, los lebreles
- y las panteras”11, o “los cedros, los ciprcses y los enc-
I bros. . . todas las maderas preciosas de la Tierra de
! Dios”32.
I En el dogma que se establece con la glorificación
del sol naciente se expresa, en forma repetida, el jubi
loso agradecimiento de toda la creación ante la apari-
1 ción renovada del sol por la mañana. El contraste entre
/ la tarde y la mañana era el contraste entre la muerte
I i y la vida. “Cuando te ocultas en el horizonte, por el
II Urk. IV, 329.
12 Urk. IV, 373.
LA NATURALEZA DEL UNIVERSO 65
poniente, la tierra se sume en la oscuridad, como si le
llegara la muerte. . . [pero] cuando irrumpe el día, por
que surges en el horizonte. . . se despiertan y se levantan
todos. .. y viven porque tú has salido para ellos”13. Y
no es sólo la humanidad la que se asocia en esta re
novación de la vida, sino que “todas las bestias co
rren y saltan, lo mismo que todo lo que vuela o se
agita”14, y “los monos te rinden homenaje; ¡Alabado
seas! [dicen] todas las bestias a coro” 1δ. En las pin-/
turas egipcias se representa esta adoración matinal deí
los animales al sol: los monos estiran sus miembros,)
que se habían enfriado por la noche, en una aparente
salutación al calor del sol, o bien, los avestruces se ponen
en pie y danzan una pavana señorial cuando aparecen
los primeros rayos del sol. La observación de estos fe
nómenos constituía una prueba evidente de la comunión
que existía entre los hombres, las bestias y los dioses.
Pero, volvamos al concepto que los egipcios tenían
del mundo en que vivían. Trataremos de presentarlo en
un solo cuadro, lo que únicamente se justifica en parte.
En primer lugar, se trata de algo que tiene tres mil años
de historia conocida, en la que aún son parcialmente
visibles los vestigios del desarrollo prehistórico; y que
experimentó cambios constantes, aunque lentos, du
rante ese largo período. En segundo lugar, los antiguos
egipcios no dejaron una formulación única de sus ideas,
que pudiera servir como material básico; así, cuando se
leccionamos y tomamos ideas fragmentarias de las fuen
tes dispersas, cumplimos con la exigencia moderna de
integrar un sistema único. O sea, que la aspiración mo- Γ
derna por llegar a captar un solo cuadro es fotográfica y
estática; en tanto que la imagen egipcia era cinemática
y flúida. Por ejemplo, nosotros necesitamos saber si, en
nuestro cuadro, el cielo estaba sostenido por columnas
o si se apoyaba en un dios; el egipcio, en cambio re
solvería el problema, diciendo: “Efectivamente, se apo-
1:! Himno a Atón, 3-6.
n Himno a Alón, 5.
BD, Himno Preliminar.
66 EGIPTO
ya en columnas, o lo sostiene un dios; o descansa sobre
muros, o sobre una vaca, o sobre una diosa cuyos bra
zos y piernas tocan la tierra’7. Cualquiera de estas repre
sentaciones era satisfactoria para explicar el hecho y, en
un solo cuadro, podían encontrarse dos apoyos diferen
tes para el cielo: la diosa cuyos brazos y piernas tocaban
la tierra, y el dios que sostenía a la diosa-cielo. Esta
posibilidad de mantener puntos de vista complementa
rios se muestra también en otros conceptos. En estas
condiciones, escogeremos un solo cuadro, a sabiendas de
que se trata de un relato característico, pero no único.
K Los egipcios concebían la tierra como una plancha
• i plana con los bordes ondulados. El interior de la plan-
■ cha era la planicie aluvial de Egipto, y los bordes ondu
lados constituían la cadena montañosa en que se asen
taban los países extranjeros. Esta plancha flotaba sobre
< el agua. Abajo se hallaban las aguas del abismo, en las
[ que descansaba la plancha, y que los egipcios denomi-
t I naban “Nun”. Así, Nun eran las aguas del mundo in
ferior y, conforme a un concepto de continuidad, eran
{ las aguas primitivas de las que había surgido la vida.
I De estas aguas del mundo inferior todavía seguía ma
nando la vida, ya que el sol renacía todos los días de
Nun y el Nilo fluía de las cavernas alimentadas por Nun.
Además de ser las aguas del mundo inferior, Nun era
también las aguas que circundaban al mundo, el Okea-
nos que formaba la última frontera era llamado igual-
I mente el “Gran Contorno” o el “Gran Verde”. De
\ esta manera, se pone en claro que el sol, después de
su travesía nocturna por debajo del mundo, debía re
nacer más allá del horizonte, en el oriente, de las aguas
circundantes, tal como todos los dioses habían surgido
originalmente de Nun.
Encima de la tierra se encontraba la comba inver-
Itida del cielo, asentada en los confines del universo.
Como ya hemos señalado, la exigencia de la simetría
y el sentido de la limitación del espacio hacían nece
saria la existencia de un cielo opuesto, situado debajo
- de la tierra, que sirviera de frontera al mundo inferior.
LA NATURALEZA DEL UNIVERSO 67
Éste era el universo dentro del cual se movían el hom
bre, los dioses y los astros.
Desde luego, es necesario hacer algunas considera
ciones acerca de este cuadro. En él, la bóveda celeste pa
rece suspendida sobre la tierra por levitación. Cosa que
los antiguos egipcios estimaban como peligrosa, por lo
que buscaron los medios visibles que la sostienen. Como
ya hemos dicho, encontraron este sostén en diversos con
ceptos, cuya incompatibilidad se pasaba fácilmente por
alto. El mecanismo más simple consistía en cuatro co
lumnas apoyadas sobre la tierra que soportaban el peso
del cielo. Éstas eran los últimos límites de la tierra,
tal como se indica en pasajes como el siguiente: “Me
sobrecoge.. . el temor de ti, tanto como las cuatro co
lumnas del cielo” 1G; el número cuatro parece indicar
que estaban colocadas en los cuatro puntos cardinales.
Por fortuna para el egipcio, esta disposición parecía ser
enteramente firme y permanente: “[Tan firme] como
el cielo descansando sobre sus cuatro columnas” 17, es
un símil que se emplea más de una vez.
Cosmogonía
El Universo y el Estado
6 Beatty I, 9 : 7-10.
LA FUNCIÓN DEL ESTADO 95
siete mil cántaros ele cerveza teñida de rojo en el cami
no de Sekhmer para que ésta creyera que se trataba de
sangre. En efecto, la diosa se refociló en ella, embria
gándose y poniendo así fin a su carnicería 7.
Relatamos esta narración pueril —tan distinta de la
historia bíblica sobre el Diluvio por su carencia de mo
tivo moral— simplemente para destacar el carácter dé
bil que los egipcios atribuían con frecuencia a sus dio
ses. Cambiaban de opinión y se valían de ardides para
poder realizar lo que se proponían. Pero —en otro tex
to—, podían ser representados en forma noble y con
secuente.
Otro relato, más artificioso, nos habla de un juicio
celebrado en el tribunal divino. Una deidad menor se
sublevó e insultó al dios supremo que lo presidía, lan
zándole a la cara: “¡Tu santuario está vacío!” Ra-Ha-
rakthe se apenó mucho ante el insulto que se le lan
zaba y se tendió de espaldas, mientras su corazón se
afligía. Entonces, la Encada se retiró. . . a sus pabello
nes. Y así el gran dios pasó el día tendido de espaldas,
en su tienda, solo, mientras su corazón se afligía”. Para
curarlo de su pena los otros dioses le enviaron a la dio
sa del amor, quien le mostró sus encantos. “Entonces,
el gran dios le sonrió, se levantó y volvió a sentarse
con la gran Encada” y el juicio se reanudó.8 Se trata
de una narración divertida, pero su caracterización de
los dioses coincide con la manera en. que se les repre
senta en otros textos más sobrios.
Teniendo en cuenta que los dioses eran tan huma
nos, no es sorprendente encontrar que los hombres se
pudieran dirigir a ellos en términos bruscos. No es raro
encontrar textos en donde el adorador recuerda a los dio
ses los servicios que les ha prestado y amenaza a aque
llos que no le han devuelto nada en cambio. Uno de
los textos más famosos de la literatura egipcia es el lla
mado “Himno Canibalcsco”, porque el muerto expresa
su intención de devorar a quienes se crucen en su ca-
7 Destrucción, 1-24.
« Beatty I, 3 : 10, 4 : 3.
96 EGIPTO
mino, ya se trate de hombres o de dioses. Original
mente, fué escrito para el rey muerto, pero después se
generalizó. “ El cielo se oscurece, las estrellas se anu
blan, se estremecen los huesos [mismos] del dios-tie
rra, cuando ven aparecer [a este hombre muerto] ani
mado como un dios que vive de sus padres y se alimenta
de sus madres. . . [él] es quien se alimenta de hombres
y vive de los dioses. .. [él] es quien engulle su magia y
devora su gloria. Los mayores le sirven de desayuno;
los medianos quedan para su comida; y los más peque
ños, para la cena. Los ancianos y ancianas [únicamente
le sirven] de leña” .9
En efecto, lo que se deriva de este concepto es que
cualquier hombre podía adquirir un poder mágico tan
grande que llegara a consumir al más grande de los
dioses y, con ello, hacerse de su magia y de su gloria.
Se trata de la afirmación extrema de la consubstancia-
lidad, que abarca desde lo más bajo hasta lo más ele
vado del universo. Esto se antoja tan pueril como las
imaginaciones de un niño que sueña con convertirse en
superhombre y conquistar el mundo; como todavía no
ha crecido, no está fuera del dominio de sus sueños del
futuro el que algún día pueda ser increíblemente gran
de. Este mismo dominio de posibilidades es el que se
presentaba ante el egipcio, a través de la substancia
única que se extendía desde él hasta lo desconocido.
Esta consideración acerca de la substancia única del
universo egipcio resulta cierta para el largo período pri
mitivo del pensamiento egipcio, tal vez hasta cerca del
año 1300 a. c. Implícita en este concepto de consubs-
tancialidad se halla la creencia de que no existe nin
guna diferencia fundamental entre hombres y dioses.
Pero es necesario tomarla con reservas en el último
período de la historia egipcia. Como veremos en el ca
pítulo siguiente, llegó a abrirse un abismo entre el
hombre, débil y pequeño, y el dios poderoso. En este
último período ya no son de la misma substancia. Pero,
El Rey
i- Sinuhe, B 44 - 45.
102 EGIPTO
- Hatshepsut.. . Ella está destinada a ejercer este rein-
[ado bené]fíco sobre todo el territorio’ ”.17 No es posi
ble expresar con palabras más explícitas los propósitos
divinos y los medios utilizados. El faraón era engendra
do por la suprema deidad, disfrazada de faraón reinan
te, para ser un dios destinado a regir el territorio.
En esta teología solar el rey de Egipto era engen
23 Wcnamon, 2 : 45-47.
■ ^^¡¡^
33 Campesino, B 18-20.
34 Campesino, B 42-46.
35 Analecta orientalia, 17: 4 y s.
36 Egyptian Religion, 1933, p. 39.
37 Kubban, 21-22.
112 EGIPTO
Del mismo modo que el faraón gobernaba las aguas
del Nilo, así también enviaba la lluvia a los otros paí
ses. En un texto se hace decir al rey de los hititas que
su territorio debía hacer ofrendas al faraón, ya que, “si
el dios no acepta dichas ofrendas, no caerán las aguas
del cielo, porque obedecen al·’ rey de Egipto 38. El pro
pio faraón era algo más modesto, no decía ser el señor
de las aguas, sino un intermediario que pedía el agua a
los dioses. Reflexionando sobre una representación di
plomática que enviara a Siria y Anatolia, “su majestad
consultó su corazón: ‘¿Cómo les irá a quienes he en
viado fuera, a quienes llevaron esa misión a Djahi en
estos días en que se precipitan el agua y la nieve del in
vierno? ’. Hizo pues una ofrenda a su padre, [el dios]
Scth, y lo imploró, diciendo: ‘El cielo está en tus ma
nos, y la tierra bajo tus pies. .. ¡ [Puedas] tú hacer que
[se retrasen] las lluvias, el viento del norte y la nieve
hasta que se produzca el milagro que me has asignado! ’
. . .Y su padre Seth escuché) cada una de sus palabras,
y los cielos se conservaron en paz y hubo [por él] días
de verano/’ 39
Todas las fuerzas de la naturaleza que tenían rela
ción con la prosperidad de Egipto se encontraban go
bernadas por el faraón. Era el “señor de la dulce brisa”,
o sea, del fresco viento del Mediterráneo que hace a
Egipto habitable.40 Más aún, como mago supremo, con
trolaba a la luna y a las estrellas y hacía que los meses,
los días y las horas tuvieran una sucesión regular. Un
himno de júbilo por la ascensión al trono de uno de los
reyes dice: “¡Alégrense los corazones en todo el territo
rio, porque han llegado los mejores tiempos¡ ¡Se nos ha
concedido un señor para todas las tierras!. . . Las aguas
están quietas y no se secan, y el Nilo arrastra una [co
rriente] elevada. [Ahora] los días son largos, las noches
tienen horas y las lunas se suceden normalmente. ¡Los
dioses reposan y hay alegría en su corazón, y los hom-
38 Anast. II, 2:4.
39 Matrimonio, 36-38.
40 Egyptian Religion, 1933, p. 41.
LA FUNCIÓN DEL ESTADO 113
brcs viven [entre] risas y prodigios!”41 Tanto desde el
punto de vista dogmático como desde el ritual, el fa
raón era el dios que daba a Egipto la normalidad de sus
épocas y estaciones, que traía las aguas abundantes y que
proporcionaba buenas cosechas.
En la realidad, el dogma de considerar al faraón
como dios de las aguas y de los campos tenía una justifi
cación administrativa. Al parecer, el gobierno central re
servaba para sí las funciones de astrónomo y determina
ba el calendario, aun cuando esto no puede comprobarse
completamente. Podemos citar, sin embargo, una vara
de ébano que se conserva en las colecciones del insti
tuto Oriental de la Universidad de Chicago. Se trata
de una pieza perteneciente a un aparato astronómico que
servía para llevar el registro gráfico del movimiento de
los astros y lleva inscrito el nombre ele Tutankhamón.
No sabemos, con seguridad, si se trataba de un pasa
tiempo real o si la observación de los cuerpos celestes
era una de las funciones que el rey tenía que desem
peñar. Lo que sí podemos decir es que la responsabili
dad que tenía el faraón sobre los alimentos, el agua y
el curso de las estaciones era cumplido por varias depen
dencias del gobierno real.
Diódoro traza un cuadro del rey de Egipto, presen
tándolo como un esclavo de las reglas que regían todo
su tiempo y todas sus actividades. “Y las horas del día y
de la noche estaban reguladas de acuerdo con un plan,
y en las horas señaladas se requería absolutamente del
rey que hiciese lo que las leyes estipulaban y no lo que
él creía mejor. . .” (i. 70-71). Diódoro afirma que estas
reglas no sólo comprendían todos los actos administra
tivos, sino que también regían las horas de dar un paseo,
de tomar un baño y, aun, de dormir con su mujer. No
gozaba de iniciativa persona] en sus funciones de gobier
no y se le exigía que actuara únicamente conforme a las
leyes establecidas. Diódoro insiste en que el último de
los faraones era enteramente feliz dentro de la camisa
41 Sall. I, 8:7-9:1.
114 EGIPTO
de fuerza de las prescripciones, porque consideraba que
el hombre que se dejaba llevar por sus pasiones natura
les caía en el error, mientras que los reyes, que depen
dían rígidamente de la ley, estaban completamente a
salvo de la responsabilidad de equivocarse.
La versión que nos proporciona Diódoro del rey,
como una cáscara vacía, es análoga a la imagen que nos
da Herodoto de la religión egipcia en su época (ii. 37),
cuando dice que los egipcios eran más religiosos que
cualquier otro pueblo — la palabra que usa es theosebes,
“temerosos de dios”— . Lo que Herodoto quiere decir,
íes que los egipcios eran esclavos del ritual, muy escru-
j pulosos en el cumplimiento de las ceremonias y de las
formas establecidas, pero sin el menor indicio de espi
ritualidad o de ética.
En el capítulo siguiente nos proponemos establecer
, una distinción entre un período primitivo y otro poste
I rior de la historia del Egipto antiguo. En el primero,
el espíritu se conformaba según el precepto, pero lo
importante era que el individuo demostrara ser digno,
por medio de sus acciones y de su libre arbitrio, dentro
de la ley general. En el período posterior, el espíritu
se conformaba según el precepto y el individuo debía
mostrar su paciencia y su humildad siguiendo al pie
de la letra lo establecido por los dioses. En nuestra opi
nión, tanto Diódoro como LIlerodoto se refieren a una
práctica y a un espíritu que no eran los normales en la
época de la que hemos venido hablando. En el ambien
te de su tiempo nadie se apartaba de la práctica consa
grada; en el ambiente del primer período se permitía
leí libre juego de la iniciativa individual dentro del domi-
\nio de las leyes humanas y de lo que hemos llamado el
7‘orden divino” .
Los primeros reyes de Egipto, durante el período
en que la cultura se desarrollaba con un impulso genui
no, eran estimulados a expresar su individualidad, como
, parte del orden divino y terreno del que formaban parte.
, En este período primitivo se destaca la justicia personal,
-Λ más que la ley impersonal. Ya nos ocuparemos del con-
LA FUNCIÓN DEL ESTADO 115
cepto de justicia en el capítulo siguiente, que hemos
consagrado al análisis de '‘Los valores de la vida”; por
el momento, el lector tendrá que conformarse con saber
que la palabra egipcia ma at significa "justicia”, siendo
uno de los atributos esenciales del Estado egipcio; sin
que, al parecer, esta justicia se hubiera codificado en
forma de estatutos y precedentes, ya que se manifestaba
en el comportamiento respecto a las personas y a las si
tuaciones. Al gobernante que impartía justicia se 1c exi
gía que lo hiciera guiándose por la necesidad, para dar,
realmente, más de lo que fuera debido. De este modo, el
Estado tenía que actuar con iniciativa al enfrentarse a
las diversas necesidades de la nación.
No queremos defender la tesis de que la ley fuera’
humana y flexible —paternal, si se quiere— salvo para
señalar uno o dos ejemplos de protesta en contra de
la falta de justicia impersonal. Así, el campesino que
hemos traído a cuento, luchando contra la injusticia, no
se somete humildemente a la pena impuesta por el ma
gistrado. Lejos de esto, exclama amargamente: "¡A tal
punto se ha equivocado el hijo de Meru!”, y sigue con
una serie de amargos cargos sobre la carencia de princi
pios de que ha dado muestras el alto funcionario: era
una ciudad sin alcalde o una nave sin patrón.42 Aná
logamente, Ramses II, al ser abandonado en una batalla,
se vuelve lleno de cólera contra el dios imperial Amón,
exclamando: “¡Qué ocurre contigo, mi padre Amón! ¿Es
que un padre puede abandonar a su hijo? ¿Acaso he
hecho algo que me aparte de ti?”, y sigue enumerando
los servicios que ha prestado al dios, que son merece
dores de mejor retribución.43 No se tiene resignación
ante el destino o ante los inescrutables islanes de los
dioses; se observa un sentimiento de indignación, pues
se estima que el mérito personal debe ser recompensado.
Es fácil multiplicar ejemplos tomados del primer perío
do de la historia egipcia que ponen de manifiesto que
los gobernantes no actuaban dentro de un mecanismo
42 Campesino, B 1, 188 y s.
43 Poema de Kadesh, 26.
116 EGIPTO
: impersonal ele leyes y costumbres, sino que eran indi-
I viduos que actuaban libremente.
Desde luego, existía una norma prescrita a la que
i debía ajustarse el rey ideal y había precedentes consa
grados; examinaremos, pues, algunas de las prcscripcio-
I nes establecidas para llegar a ser buen gobernante. Éste
tenía que lograr la unión del amor con el terror, porque
los egipcios consideraban como colores complementa
rios dentro del mismo espectro al amor y al terror. El
buen gobernante era paternal, pero, al mismo tiempo,
mostraba devoción por el principio del control discipli
nario. Esto no es tan fantástico, como puede parecerlo
a los ojos de quien ha recibido una educación como la
í actual. La palabra egipcia “enseñar”, también significa
! “castigar”, como nuestro vocablo “disciplina”, y se acep
taba generalmente que “el Señor ama a quien castiga”.
Los elementos de la ley apropiada eran: una autoridad
como la del dios y una magnanimidad semejante a la
del dios.
En el capítulo anterior examinamos el texto de la
'Teología Menfita, en la cual los principios creadores
, permanentes eran el corazón, que concebía al pensa
miento, y la lengua, que producía la expresión. En rela-
j ción con esto, mencionamos una pareja de atributos co
rrelativos del dios-sol, que se personificaban como dei-
'dades: Hu, el “mandato autoritario”, o la expresión que
i originaba una situación, y Sia, la “percepción”, la rccep-
‘ ción cognoscitiva de un objeto, de una idea o de una si-
I tuación. Se trataba de cualidades divinas, la percepción
'. de algo de manera completa y constructiva y el conse
cuente mandato autoritario en virtud del cual se crea
algo nuevo.
Estas cualidades no eran exclusivas del dios-sol, tam-
í bién eran atributos del rey. Se decía al faraón: “El man-
51 Campesino, B 307-1 1.
52 Campesino, B 109-11.
53 Campesino, B 171-73.
51 Campesino, B 189-92.
55 Sehetepibra.
LA FUNCIÓN DEL ESTADO 119
corazones, porque sus ojos descubren a todas las per
sonas. Él es Ra, a cuya luz vemos; él es el que ilumina
las Dos Tierras. Él [hace] que la tierra sea más ver
de que la avenida del Nilo. Él ha colmado [así] a las
Dos Tierras de poder y de vida. Las ventanas de la nariz
se enfrían cuando él se encoleriza, de manera que es apa
cible para que el aire resulte respirable. Él da alimento
a los que le sirven y abastece a los que andan en su
camino. El rey es un ka y su boca es abundancia. El
que va a ser es creación suya?"
La equiparación del rey con el ka, como fuerza cons
tructiva y proveedora, merece un breve comentario. El
ka era esa porción separada de la persona que planeaba
y ejecutaba las acciones del resto de la persona. De
modo gráfico, se representaba al ka con los brazos ex
tendidos, brindando apoyo y protección. Nacía con el
individuo, como su gemelo idéntico, acompañándolo a
lo largo de su vida, como la fuerza activa que lo man
tenía y lo antecedía en la muerte, para asegurar su vida
dichosa en el otro mundo. Es difícil dar una traducción
sucinta para este concepto, aun cuando se asemeja al
significado “fuerza vital”, que ha sido usado por algu
nos. En otros textos, el rey es llamado: “El bondadoso
ka que alegra a las Dos Tierras y satisface las necesida
des de todo el país”.56 De esta manera, el gobernante
era considerado como la fuerza vital constructiva que
crea y mantiene.
Volviendo al texto: “Él es Khnum [el dios actual]
de todas las personas, el engendrador que crea a las gen
tes. Es Bastct [la diosa bondadosa] que protege a las
Dos Tierras; [pero] quien lo adore podrá escapar de su
brazo. Es Sekhmet [la diosa qué castiga] contra el
que viola sus órdenes [pero] es moderado con los atri
bulados.” En estas dos últimas frases encontramos el
equilibrio característico entre la protección y la fuerza,
el castigo y la magnanimidad. El texto concluye afir-1
mando que la lealtad al rey significa vida y dicha, mien-
3 Urk. I, 105-6.
132 EGIPTO
alejado de dios, puesto que las normas conforme a las
cuales funcionaban, habían sido establecidas por dios, o
por los dioses, y todo hombre que las transgrediera te
nía que responder, por ello, ante él. Aun en esta época
primitiva, la palabra “dios” se usa en singular al refe
rirse a su sistema, a sus deseos para el hombre, o a sus
violaciones deliberadas del sistema. En el Reino Anti
guo no se puede discernir con claridad cuál era el dios
implicado en esta costumbre de referirse a él en singu
lar. Algunas veces, se trata con segundad del rey, en
otras, se designa con certeza al creador o al dios supre
mo que estableció las normas generales para el curso de
la vida. Pero, en otras ocasiones, parece ser la reunión
y la personificación del comportamiento eficaz sinteti
zado en la voluntad “del dios”, quien no es tan augus
to, ni está tan distante como el rey o el dios-creador. Si
la hipótesis de la consubstancialidad es válida, esta uni
ficación y universalidad de la deidad es un problema al
que ya nos hemos enfrentado. No se trata de monoteís
mo, sino de monofisismo aplicado a la deidad.
Cuando los principios del comportamiento adecua
do se aplican a las reglas de etiqueta en la mesa o a los
procedimientos administrativos, se trata de algo seme
jante “al ka”, que tiene participación en las decisiones
como “el dios”.4 Como lo expusimos en el capítulo
anterior, el ka era la porción separada de la personali
dad humana que protegía y sustentaba al individuo.
Corno tal, venía a ser la fuerza divina colocada dentro
del hombre para gobernar su actividad en forma apro
piada y encaminándola al éxito. La frecuencia con que,
en el Reino Antiguo, aparecen nombres como “Ra-es
mi-ka” y “Ptah-es-mi-ka”, indica que, por medio de los
principios de consubstancialidad y de libre substitución,
se tenía al ka como un dios del hombre; en ocasiones
como lo divino en general y, en otras, como un dios en
particular, como una advocación sagrada o un santo
patrono.
4 Ptahhotep, passim.
LOS VALORES DE LA VIDA 133
Nos estamos refiriendo al Reino Antiguo, cuando
los dioses del panteón eran algo remoto para el hombre
común, pero no necesariamente para su ka, su interme
diario. Esta situación se modificó después. En la últi
ma época del Imperio, un egipcio expresaba su estrecha
relación personal con un dios, al que nombraba especí
ficamente, como su protector y su guía. Esta relación
directa con un dios personal puede advertirse antes del
Imperio en el “dios tutelar de la población”, el equiva
lente del santo de la localidad. Al comienzo de la Dé
cima Octava Dinastía, por ejemplo, un noble expresaba
así sus anhelos: “Puedas pasar la eternidad con placer
del corazón y en la gracia del dios que se encuentra en
ti”,5 en otro texto, se halla esta variante: “en la gracia
del dios de tu localidad”.^ Sin embargo, estos conceptos
casi nunca se definen con precisión, ni tampoco pueden
identificarse con certeza; y, por otra parte, en ciertos
contextos, “el dios” es el rey, o un dios en particular
que rige universalmente, como el dios-creador.
La independencia autosuficiente del egipcio, en la
época de las pirámides, se manifiesta en la descentrali
zación material de las tumbas de los nobles de esa épo
ca. En un principio, los altos funcionarios eran sepul
tados en estrecha unión con el rey-dios a quien habían
servido; valiéndose de su eternidad, cuya certeza tenían,
creían realizar sus esperanzas de existencia perenne.
Muy pronto, sin embargo, mostrarían suficiente con
fianza en sí mismos como para alejarse del rey y buscar
su propia eternidad en sus regiones natales. Dentro del
marco general del gobierno divino habían tenido un
éxito independiente en esta vida y estaban seguros de
que este éxito era aplicable al futuro. Acogidos a su pro
pio impulso, podían alcanzar la vida futura uniéndose
a su La y convertirse en akhs, “seres efectivos”, para
una vida eterna llena de vigor. Su acumulación de éxi
tos mundanos les garantizaba, por contrato legal y por
los precedentes, la conquista sobre la muerte. En este
* Hit. IV, 117.
'i Urk. IV, 499.
134 EGIPTO
sentido, se tuvo una clara tendencia democrática —o,
más precisamente, individualista— durante todo el Rei
no Antiguo.
“Individualismo” es un término que se acomoda
mejor que “democracia” para expresar este espíritu,
puesto que se aplicaba principalmente a una norma
personal de conducta y no a una forma de gobierno.
Un sentimiento de adecuación personal pudo llevar a
la descentralización del gobierno, produciendo de este
modo, en un sentido limitado, una ambición democrá
tica. Pero no podemos decir que en el antiguo Egipto
se estableciera esa democracia política que se señala
para el caso de Mesopotamia, en el capítulo iv. El dog
ma de la divinidad del faraón egipcio era una fuerza
cohesiva, demasiado poderosa para ser rota por las fuer
zas del individualismo.
En los primeros tiempos no era necesario mante
nerse en una dependencia servil ante dios alguno para
lograr los mayores bienes de la vida: el éxito en este
mundo y la vida perdurable en el otro. Generalmente,
el hombre era responsable ante el rey, ante el dios-crea
dor y ante su propio ka, pero no tenía que suplicar
humildemente a un dios específico del panteón, ni era
formalmente responsable ante Osiris, el dios que poste
riormente reinaría sobre los muertos. Su riqueza y la
posición ocupada en esta vida le proporcionaban la con
fianza de que era eficaz, tanto ahora como después, y
—como lo muestran las animadas escenas de las tum
bas— lo que deseaba era otro mundo tan alegre, exci
tante y venturoso como éste.
Es necesario destacar, tanto como sea posible, que
en esta época los egipcios eran gente alegre y llena de
vigor. Gustaban de la vida con largueza y la amaban
demasiado para renunciar a su sabor. Por esto negaban
el hecho de la muerte y trasladaban al otro mundo la
misma vida de ventura de la que disfrutaban en este.
Disponemos de un libro de esta primera época que
trata de la etiqueta que los funcionarios deberían se
guir, en el cual sc dice: “la expresión del buen discur-
LOS VALORES DE LA VIDA 135
so. . . para instruir acerca de la sabiduría y las reglas del
buen discurso, ventajosas para quien las oye y desventa
josas para quien abusa de ellas”.7 Esto implica una
concepción del “hombre de empuje” como norma es
cueta de lo que un joven debería hacer. Ha sido resu
mida del modo siguiente:
El ideal es el de un joven correcto, que sabiamente refrena sus
impulsos y se ajusta, de palabra y de hecho, a los sistemas adminis
trativos y sociales. De este modo, se asegura una cómoda carrera
de funcionario. No se plantea ninguna discusión acerca de concep
tos morales, como el bien y el mal; la norma consiste, más bien, en
hacer resaltar las características del hombre conocedor y del igno
rante, que se expresan tal vez mejor en las palabras “sagaz” y “es
túpido”. La sagacidad se puede aprender. . . De este modo, se trazan
al hombre las reglas para seguir una carrera. Si presta atención, po
drá hacerse sagaz, y encontrará la respuesta adecuada a todas las
situaciones de la vida por medio de su sagacidad, y, manteniéndose
en una actitud correcta, podrá lograr el éxito de su carrera.8
7 Ptahhotep, 42-50.
8 Anthes, Lebensiegeln und Lebensweisheit dei alten Aegvpter,
p. 12-13.
θ Ptahhotep, 60-83.
10 Ptahhotep, 119-33.
136 EGIPTO
porque “al peticionario le gusta más que se preste aten
ción a sus palabras que el lograr aquello por lo que ha
ido”.11 Es conveniente fundar un hogar y amar y apre
ciar a la esposa, porque “ella es una heredad provechosa
para su señor”; y debe tenerse cuidado para que ella no
se adueñe del control de la casa.12 Hay una sabiduría
práctica, utilitarista en esta afirmación: “El hombre sa
bio se levanta temprano, para establecerse”,13 o en la
advertencia de ser generoso con quienes dependen de
uno, puesto que nadie puede prever las exigencias del
futuro, y es de sabios contar siempre con el apoyo
de los agradecidos.14
Sería injusto tener la impresión de que el texto en
tero es oportunista y utilitarista. Hay un pasaje en que
se recomienda al funcionario la honestidad como la me
jor política a seguir; aun cuando esto se aconseja más
bien por experiencia que por principio. “Si eres un
jefe que gobierna los asuntos de la multitud, saca el
provecho que puedas, mientras no cometas injusticia.
La justicia es ventajosa y su utilidad es duradera. No ha
sido alterada desde los tiempos de aquél que la hizo,
mientras hay castigo para quien no respete sus leyes. . .
Es [cierto que] el mal puede ganar riquezas, pero la
fuerza [real] de la justicia consiste en que es duradera
y el hombre puede decir: '[Ya] fué propiedad de mi
padre [antes de ser mía]’.15 ” En esto radican los valo
res de la época: una propiedad que pueda transmitirse
y la experiencia de que el hombre “progresa” en el
mundo si es lo bastante sagaz para seguir ciertos prin
cipios de sentido común. Un éxito visible era cl gran
bien. Éstos eran los supremos valores del Reino Anti
guo, cuya vigencia había de prolongarse a lo largo de la
historia egipcia.
Era fácil rendir culto al éxito mientras éste colmó
28 Merikara, 36-37.
LOS VALORES DE LA VIDA 145
modo, el monumento eterno era fruto de la agradecida
reacción ante la benevolencia. En un segundo pasaje,
se expresa con toda claridad que el dios se complace
más en un buen carácter que en ofrendas elaboradas,
así, el pobre puede despertar también el interés del
dios, al igual que el rico. “Más aceptable es el carác
ter de un hombre de corazón justo que el buey del
malhechor.” 29
El pasaje más notable del período es uno tan sin
gular que sólo entonces podía escribirse y que —hasta
donde sabemos— no se repetirá después. Se presenta
aislado y, sin embargo, no es extraño a la aspiración más
elevada de la época; constituye un motivo para apreciar
el espíritu de esta época, en mayor medida que el de la
precedente y la siguiente. Afirma, simplemente, que
todos los hombres han sido creados de manera que tie
nen las mismas oportunidades. En estas palabras, el
dios supremo da a conocer los propósitos de la creación.
Te relato las cuatro buenas acciones hechas por
mi propio corazón. . . para acallar el mal. Hice cuatro
cosas buenas en el vestíbulo del horizonte.
Hice los cuatro vientos para que todo hombre pueda respirar
como todo el prójimo de su tiempo. Ésta es [la primera]
de las acciones.
Hice la gran inundación para que el pobre
tenga derechos sobre ella lo mismo que el poderoso. Ésta es pa
segunda] de las acciones.
Hice a cada hombre semejante a su prójimo. No les mandé
que hiciesen el mal, [sino que] fueron sus corazones los que
violaron lo que yo dije. Ésta es [la tercera] de las
acciones.
Hice que sus corazones dejasen de olvidar el
oeste, para que puedan ser hechas las divinas ofrendas a
los dioses de las provincias. Ésta es [la cuarta] de las
acciones .30
20 Merikara, 128-29.
30 Textos de los Ataúdes, B3C, versos 570-76; B6C, versos 503-
11; BIBo, versos 618-22; véase Breasted, Dawn of Conscience, p.
221.
146 EGIPTO
Los dos primeros pasajes del texto expresan que el
viento y el agua están al alcance de todos los hombres,
sea cual fuere su posición. En un territorio en donde
la prosperidad dependía del hecho de tener asegurada
una participación adecuada en las aguas de la inunda
ción y en el cual el control de las aguas debe haber
sido un poderoso factor para colocar a un hombre como
dominador de otros, la garantía de un acceso equitativo
al agua significaba una oportunidad igual. La expresión,
“Hice a cada hombre semejante a su prójimo ·—esto
es—, todos los hombres han sido creados iguales”, es
paralela a la insistencia del dios en que su intención no
ha sido la de que obren mal, sino que sus propios cora
zones son los que lo han ideado. Esta equiparación entre
la igualdad y las malas acciones establece que la des
igualdad social no forma parte de los designios del dios,
sino que el hombre es el que debe cargar solo con esa
responsabilidad. Se trata, claramente, de la afirmación
de que la sociedad ideal debiera ser igualitaria por com
pleto. Es verdad que el Egipto antiguo nunca se apro
ximó a este ideal, como no fuera en la forma piadosa
en que los modernos remitimos la igualdad completa
a la vida futura. Pero, de todas maneras, sí constituía
una sublimación válida de las aspiraciones más elevadas
de la época. Se afirmaba con toda seriedad: Todos los
hombres deben ser iguales; el dios-creador no los hizo
diferentes.
La última buena acción del dios supremo fue la de
llamar la atención del hombre hacia el oeste, la región
de la vida eterna, exigiendo que se rindiera un piadoso
culto a los dioses locales a fin de alcanzar el oeste. Los
cambios más importantes de este período fueron la de
mocratización del otro mundo y un enlace más estre
cho con los dioses. Ahora todos los hombres podían
gozar de la eternidad, en la misma forma en la que, en
la época anterior, sólo podía hacerlo el rey. No sabe
mos exactamente qué tipo de existencia perdurable se
había concedido al hombre ordinario en el Reino Anti
guo. Sólo tenemos noticia de que continuaría con su
LOS VALORES DE LA VIDA 147
ka y se convertiría en un akh, en una personalidad
“efectiva”. En cambio, en esa misma época, el faraón
se convertía en un dios en el reino de los dioses. Ahora,
esta perspectiva futura del faraón pertenecía a todos.
Podían convertirse en dioses lo mismo que él. Mien
tras que en la primera época únicamente el rey muerto
se convertía en Osiris, ahora todo egipcio que moría se
transformaba en el dios Osiris. Además, esta transfor
mación en Osiris, lo mismo que el logro de la eterna
bienaventuranza, se hallaban relacionados con el juicio
que se hacía después de la muerte, en el cual la con
ducta seguida era estimada por un tribunal divino.
Este juicio sobre la conducta era, de un modo grá
fico, la acción de pesar la justicia. En el futuro había
de convertirse en un juicio ante Osiris, como dios de
los muertos, poniéndose el corazón del hombre en un
platillo de la balanza y el símbolo de la justicia en el
otro. Estos elementos se encontraban ya en el Reino
Medio, Osiris como dios de los muertos y el juicio de
los muertos conforme a justicia, pero lo que faltaba era
rcunirlos en un mismo cuadro consecuente. En lugar
de esto, se mantenía una tradición más antigua, según
la cual el juez era el dios supremo, el dios-sol. El otro
mundo se democratizó y se colocó bajo la influencia de
Osiris, pero el acceso a la vida eterna no quedó entera
mente bajo el control de Osiris. Hay pasajes que se re
fieren a “esta balanza de Ra, en la que pesa la justi
cia”,31 y al muerto se le aseguraba: “tus defectos serán
excluidos y tu culpa será borrada por el peso de las ba
lanzas el día de medir el carácter, y te será permitido
que te unas a los que están en la barca-[del-sol]”,32
y que “no hay dios que pueda pugnar por tu caso, ni
hay diosa que pueda pugnar por tu caso, el día de me
dir el carácter”.33 Había un tribunal de dioses presidi
do probablemente por el dios supremo, ante el cual de
bía rendir cuentas el muerto. “Llegará ante el consejo
31 TR 37; Rec., 30: 189.
32 Textos de los Ataúdes, I, 181.
33 Bersheh, Π, xix, 8: 8-9.
148 EGIPTO
de los dioses, al lugar en que están los dioses, estando
con él su ka y enfrente de él sus ofrendas y su voz será
justificada por la medida del exceso: aun cuando él diga
sus defectos, serán excluidos para él por todo lo que
diga.” 34 Todo esto muestra que al muerto se le juzgaba
para poder apreciar el exceso o el defecto que hubiera
entre el bien y el mal que hubiera hecho y que el re
sultado favorable de esta medición era un requisito in
dispensable para poder gozar de la felicidad eterna. Tal
medición era un cómputo de maat, la justicia.
Ya hemos hablado antes de este concepto. Lo más
probable es que se haya tratado de un término físico,
“horizontalidad, uniformidad, rectitud, exactitud”, en
sentido de regularidad u orden. Después se usó meta
fóricamente como “probidad, virtud, verdad, justicia”.
En el Reino Medio, ma’at adquirió realmente el senti
do de justicia social, de comportamiento virtuoso con
el prójimo. Así, constituye el tema principal en la na
rración del campesino elocuente, que data de este pe
ríodo. En medio de sus alegatos, el campesino deman
da del alto funcionario que se le imparta sencillamente
justicia, como un derecho moral. El nivel más bajo de
la justicia es el cumplimiento consciente de las respon
sabilidades. “El engaño mengua la justicia, [pero] la
acción bien [medida] —ni escasa, ni excesiva— es
la justicia.” 35 Pero, como hemos visto en el capítulo
anterior, la justicia no era simplemente el intercambio
legal, sino el procurar el bien respecto a la necesidad:
llevar al pobre al otro lado del río, hacer el bien sin
esperar retribución. La responsabilidad social fué una
de las preocupaciones del Reino Medio: el rey era un
pastor que apacentaba a sus ovejas; el funcionario tenía
un deber positivo hacia la viuda y el huérfano; en re
sumen, todo hombre ejercía derechos que le imponían
deberes hacia los demás. Aun las esculturas de la épo
ca tratan de destacar este carácter, si antes se trataba
31 BIFAO, 30: 425 y s.; en la última cláusula, el "tú” es subs
tituido por un "él”.
35 Campesino, B, 250-52.
LOS VALORES DE LA VIDA 149
de representar la majestad y la fuerza ahora se quiere
que la escultura muestre esta preocupación. Son bien
conocidos los retratos de los faraones del Reino Medio
que los representan agobiados por las obligaciones.
Breasted ha descrito esto de manera elocuente, sin
que sea necesario documentarlo con mayores detalles.
Si se tratara de exponer su argumento en forma dife
rente, lo único que se podría hacer sería variar la defini
ción de “conciencia” o de “carácter”, pero se perdería
el simple y honesto acento que él ha logrado impartirle.
En el período anterior se exigía justicia, tanto en este
mundo como en el otro,36 y no hay duda de que las
grandes personalidades que formaron un gran Estado
tenían carácter. Pero en el Reino Medio se acentuaron
ciertos rasgos y se atenuaron otros; haciendo así posible
una época que tuvo realmente conciencia social, y cuya
base psicológica y moral se hallaba en la creencia de
que todo hombre había sido digno de que el dios lo
creara.
Hasta la época del Reino Medio las tendencias ma
nifiestas en el antiguo Egipto habían sido centrífugas y
atomistas: el individuo constituía la unidad de valor.
Primero se estimaron como valiosas las facultades indi
viduales, después se reconocieron los derechos indivi
duales. Egipto se había dirigido, un poco a ciegas, por
el camino que lleva de la autarquía teocrática a una
especie de democracia. El espíritu que animaba esta
transición era la insistencia en que se hiciera una vida
activa y a todo hombre se le daba la oportunidad de vi
vir una vida práctica. En consecuencia, se siguió aman
do la vida y desafiando la muerte. La concepción del
éxito podía haber variado ligeramente, pero seguía sien
do cierto que una vida de éxito se repetía felizmente
en el otro mundo. Por consiguiente, las tumbas —que
eran los puentes tendidos entre las dos existencias—
36 E. g., Pyr. Spr. 260; cf. Sethe, Kommentar, I, 394: “Der
rote Fadcn in dem Texte ist: Gerechtigkeit, in dem was dem Toten
hn Leben zuteil wurde und in dem, was cr selbst nach seinem Tode
thut”.
150 EGIPTO
seguían exaltando la vida. Las escenas de cacería, de
construcción de naves y de diversiones eran tan vigo
rosas como siempre. Sólo un interés creciente por las
escenas funerarias y por representaciones de algunas
fiestas religiosas sugiere la aparición de cierta sobriedad.
Todavía el mayor bien era la buena vida en la tierra y
no una evasión de esta vida hacia una existencia dife
rente en el futuro o una resignación sumisa ante los
dioses. El individuo seguía siendo alegre.
40 Anii, 7: 17-8:3.
LOS VALORES DE LA VIDA 155
divídela en tres partes, perdona dos de ellas y conserva
sólo la otra/’ ¿Por qué se recomienda esta acción anti
económica? La respuesta es que no podría vivir tran
quilo con su propia conciencia, si no lo hiciera así. “De
este modo podrás hallar los senderos de la vida. Podrás
acostarte y dormir [profundamente]. Por la mañana,
podrás encontrarla [de nuevo] como buenas noticias. Es
mejor ser encomiado como alguien que es amado por
el pueblo, que [tener] riquezas atesoradas. El pan sabe
mejor cuando el corazón está feliz y no la riqueza
[acompañada de] tribulaciones/’ 41 En esto consistió el
cambio respecto a los textos más antiguos; no eran ya
tan importantes la posición y la propiedad como el
mantener relaciones cordiales con el prójimo. El hom
bre vino a pertenecer a la sociedad y no sólo a sí
mismo.
El vocablo clave del espíritu que se formó en esta
época es el de “silencio”, que también puede interpre
tarse como “calma, pasividad, tranquilidad, sumisión,
humildad o mansedumbre”. Este “silencio” se relacio
na con la debilidad o la pobreza en contextos como el
siguiente: “Eres Anión, el señor del silencio, que acu
de a la voz del pobre”,42 “Anión, el protector del si
lencio, el salvador del pobre.” 43 Esta equiparación ha
llevado a considerar estas expresiones humildes como
una “religión de los pobres”.44 Es cierto que la man
sedumbre es una virtud que siempre se ha recomenda
do a los desposeídos; pero, queremos insistir en que
todo egipcio era un desposeído en esta época, por lo
que se refiere al derecho a expresarse libremente; se
le impedía todo desarrollo personal y se le obligaba a
una sumisión determinada por las necesidades del gru
po. Para probar nuestra afirmación de que el espíritu
de humildad no era privativo de quienes se hallaban
agobiados por la pobreza, podemos referirnos a las que-
41 Amenemope, 16: 5-14.
42 Berlín 20377; Erman, Dcnksíeine, pp. 1086 y s.
43 Berlín 6910, Aeg. Inschr., II, 70.
44 JEA, 3: 83 y s.
156 EGIPTO
jas de un alto funcionario que se describe a sí mismo
como un "verdadero silencioso”;45 y aun el gran sacer
dote de Amón insiste en que es “propia y verdadera
mente silencioso”.40 De acuerdo con el espíritu de la
época, hasta al funcionario activo y bien colocado le pa
rece necesario hacer notar su conformidad con la nor
ma nacional de obediencia.
En reprochable contraste con el hombre silencioso,
los textos presentan al hombre “acalorado” o “apasio
nado”, que “da voces”. En términos que recuerdan el
Primer Salmo [lo mismo que Jeremías, 17: 5-8], el con
traste se describe así:
En cuanto al hombre apasionado en el templo, es como un ár
bol que crece a la intemperie. De repente [le vendrá] la pérdida de
su follaje, y tiene su fin en los astilleros [o] es llevado lejos de su
lugar, y la llama es su vestidura mortuoria.
[Pero] el hombre verdaderamente silencioso se mantiene aparte.
Es como un árbol que crece en un jardín. Florece y duplica su
fruto, [está] delante de su señor. Sus frutos son dulces, su sombra
es grata; y llega a su fin en el jardín.47
56 Amencmope, 9 : 10-13.
57 Amenemopc, 21 : 15-16.
5S Beatty IV, Verso, 6 : 5-9.
59 Berlín 20377.
LOS VALORES DE LA VIDA 159
decir a su dios: “Él hizo que los hombres y los dioses
me vieran como un hombre que ha cometido abomi
naciones contra su Señor. Rectamente obró conmigo
Ptah, Señor de la Verdad, cuando me castigó/’60
¿Oué es lo que queda del hombre cuando se le nie
ga la expresión de sí mismo y se le coloca en una in
flexible estructura de conformismo? Pues bien, había
un escape de las limitaciones de este mundo en la pro
mesa de otro; es posible considerar el monaquismo y
las promesas apocalípticas como una intensificación del
deseo de escapar de Egipto. Pero la promesa de algo
distante resulta algo incierto en la actividad cotidiana
de una persona; ésta necesita algo que la aliente, aho
ra, en forma más directa. De este modo, el sentimiento
de culpa personal encontró su antídoto en un senti
miento de la proximidad y de la gracia divinas. El in
dividuo fué absorbido por un gran sistema impersonal
y se sintió perdido, pero había un dios que se interesa
ba por él, que castigaba sus faltas y que, después, lo
curaba con su misericordia. Con frecuencia, los textos
hablan de un dios o de una diosa que se compadece
del hombre que sufre. “Clamé a mi Señora, [entonces]
la vi venir a mí con suaves brisas. Me demostró su
misericordia, [después] me hizo contemplar su mano.
Volvió a mostrarme su misericordia; me llevó a olvidar
la enfermedad que había [estado] en mí. Sí, la Cum
bre del Oeste es misericordiosa, cuando se acude a
ella.” 61
De este modo, como compensación por la pérdida
de la voluntad individual y por la imposición del de-
terminismo del grupo surge una cálida relación perso
nal entre el egipcio y su dios; por ello Breasted llama
al período del Imperio la “época de la piedad perso
nal”. Había amor y confianza de parte de quien rendía
culto y justicia y misericordia por la del dios. Por este
cambio en la concepción egipcia, la vida buena dejó de
radicar en el cultivo de la personalidad y pasó a la ne-
θθ British Museum 589.
61 Turin 102.
160 EGIPTO
gación de la persona en aras de alguna fuerza podero
sa; esperando obtener la recompensa a esta negación en
la protección de esa poderosa fuerza.
La exposición de los cambios que tuvieron lugar en
la psicología del pueblo sería demasiado extensa. La
sustitución del fomento de la individualidad por la mi
sericordia del dios no fué satisfactoria. Se extinguió la
alegría de la vida. Se exhortó al egipcio a vivir tran
quilo y contento en la humildad y en la fe. Siempre
mostró humildad. Pero la fe es “la seguridad en las
cosas que se esperan, la convicción de cosas que no se
pueden ver” . Podía esperar y, de hecho, esperaba cosas
mejores en el mundo por venir, pero su fe en las co
sas no percibidas estaba limitada por la experiencia de
las cosas palpables. Se daba cuenta de que su dios per
sonal, que le mostraba misericordia en sus flaquezas,
era también pequeño y débil como él, y también se
daba cuenta de que los grandes dioses de Egipto, los
dioses nacionales, eran ricos, distantes, poderosos y exi
gentes. El clero de Egipto seguía aumentando su fuer
za y su dominio, exigiendo una conformidad ciega con
el sistema que proporcionaba a los templos esta fuerza
y dominio. El individuo se hallaba atrapado en una
camisa de fuerza de ritos y obligaciones y su único con
suelo se encontraba en las palabras agradables y en las
promesas remotas. Su alegre apreciación de esta vida
se transformó en apreciación de los medios de evadirse
de ella.
En su deseo de escapar el presente, el egipcio no
sólo volvía sus ojos al futuro ultramundano, sino tam
bién al venturoso pasado. Como vimos en el capítulo I,
los egipcios siempre admiraron el éxito, el poder y
la dignidad de los primeros tiempos. Invocaban cons
tantemente los buenos modelos del pasado, ya fuera de
los tiempos mitológicos del gobierno de los dioses, o
de las brumosas épocas históricas de los primeros reyes.
Al principio de este capítulo citamos un viejo tro
zo en el que se percibe cierto agnosticismo, el autor
decía, en efecto: Los sabios antiguos Imhotep y Har-
LOS VALORES DE LA VIDA 161
dedef son muy citados, pero fueron incapaces de prote
ger sus tumbas o sus propiedades materiales; así pues,
¿qué provecho tuvieron de su sabiduría? En los tiempos
posteriores se valoraba de modo diferente a estos ante
cesores: su sabiduría les ha resultado provechosa, por
que han dejado un recuerdo digno de veneración. “En
cuanto a los escribas instruidos de la época que vino
después de los dioses. .. sus nombres se hicieron per
durables aunque ellos [mismos] hayan muerto.. . No
se hicieron construir pirámides de metal, con lápidas
de hierro. No dejaron hijos que les heredasen.. . Mas
dejaron herederos en los escritos y en los libros de sa
biduría que compusieron. . . Sus pirámides fueron libros
de sabiduría y su hijo fué la pluma. .. ¿Hay [alguien]
como Hardedef?- ¿Hay otro como Imhotep? ... Han
muerto y están olvidados, ¡pero sus nombres son re
cordados a causa de [sus] escritos!” G2
Esta seguridad de que su pasado había sido rico y
poderoso les servía de consuelo en la incertidumbre
presente. Por último, esta nostalgia por los primeros
tiempos se convirtió en arcaísmo, con la consiguiente
imitación, más bien ciega e ignorante, de las formas
del pasado remoto. La piedad personal no fué capaz de
elaborar un concepto satisfactorio de un dios paternal
único. La búsqueda del fundamento espiritual de la
religión se convirtió en un constante recurrir a los
oráculos y en una estricta observancia de los ritos, has
ta hacer de la religión ese algo vacío del que habla
Herodoto. Dentro de la limitación del sistema nacio
nal de conformismo, hasta el rey-dios se convirtió en
un mero títere de las leyes, tal como Diódoro lo des
cribe. Egipto no tuvo la oportunidad, o la capacidad,
para lograr que la relación entre el hombre y dios fuera
satisfactoria para ambos. Dicho de otra manera, Egip
to no tuvo la oportunidad, o la capacidad, para lograr
que la relación entre el individuo y la comunidad fue
ra conveniente para ambos. En este sentido, los he-
BIBLIOGRAFÍA
En las referencias que se hacen en las notas de los capítulos I,
II y III se han usado las abreviaturas que son conocidas para los
egiptólogos, con objeto de que éstos puedan verificar nuestras ver
siones. En general, estas referencias corresponden a las fuentes do
cumentales. Para un lector no especializado no existe ningún trabajo
sobre el antiguo Egipto que comprenda los temas tratados en estos
capítulos. No obstante, podemos recomendar algunas obras en las
cuales se hacen valiosas exposiciones críticas que siguen lincamien
tos análogos a los nuestros. La obra de James H. Breasted, Devel
opment of Religion and Thought in Ancient Egypt, Nueva York,
Scribner’s, 1912, es un brillante primer trabajo que no se puede
considerar superado ni aun por la otra obra del mismo autor, Dawn
of Conscience, Nueva York, Scribner’s, 1933. Es útil la lectura de
ciertos capítulos de las obras de George Steindorff y Keith C. Secle,
When Egypt Ruled the East, Chicago, 1942; y de The Legacy of
Egypt, S. R. K. Glanville, Oxford, 1942. A quienes les interese
la lectura de los textos egipcios podrán encontrar una buena com
pilación de versiones en la obra de Adolf Erman, The Literature
of the Ancient Egyptians, traducida del alemán al ingles por Ayl
ward M. Blackman, London, 1927. Además de los dos libros de
Breasted, se recomienda, como una obra autorizada sobre la religión
egipcia, el libro de Erman, Die Religion der Aegypter, Berlin-Leip
zig, 1934. También se recomiendan dos breves exposiciones: Alan
H. Gardiner, The Attitude of the Ancient Egyptians to Death and
the Dead, Cambridge, 1935; y Rudolf Anthes, Lebensrege/n und
Lebensweisheit der alten Aegypter, Leipzig, 1933. [Después de este
ensayo John A. Wilson publicó su gran libro sobre Egipto: The
burden of Egypt, The University of Chicago Press, 1951, publicado
en español por el Fondo de Cultura Económica con el título: La
cultura egipcia, Breviario 86].
MESOPOTAMIA
por Thorkild Jacobsen
IV
EL COSMOS CONCEBIDO COMO UN ESTADO
13 Política, 1252 b.
182 MESOPOTAMIA
Í
Ιι la gran fuente inagotable y misteriosa de la nueva vida
•I y de la fecundidad en todas sus formas. Cada año da
nacimiento a pastos y plantas nuevas. En una sola no
che el árido desierto se transforma en un campo verde.
Los pastores llevan a pastar a sus rebaños. Las ovejas
y las cabras paren corderos y cabritos. Todas las cosas
C medran y crecen. En las buenas tierras de Sumeria “el
grano, la doncella verde, alza la cabeza en los surcos” ;
, pronto una rica cosecha llenará los graneros y los alma-
\ cenes, hasta que se desborden. La humanidad bien ali-
\ mentada, harta de cerveza, de pan y de leche, sentirá
1 cómo la vida bulle en sus cuerpos en oleadas de un
tranquilo y profundo bienestar.
La fuerza que actúa en todo esto — el poder que
se manifiesta en la fecundidad, en el nacimiento y en
la nueva vida— es la esencia de la tierra. Como poten
cia divina, la tierra es Nin-tu, “la señora que pare” ;
también, es Níg-zi-gál-dím-me, “la hacedora de todas
las cosas en que alienta la vida” . Se la representa como
una mujer que amamanta a su hijo, bajo sus vestidos
se refugian otros niños que se asoman cuando pueden
y está rodeada de embriones. Como encarnación de
todas las fuerzas reproductoras del universo, la tierra es
la “ madre de los dioses” y, asimismo, la madre del crea
dor de la humanidad; es en realidad — como lo afirma
una inscripción— la “madre de todos los niños” . Si así
lo quisiera, podría negarse a que el perverso tuviera hi
jos y, aun, podría hacer que cesara todo nacimiento.
Siendo el principio activo en todo nacimiento y en
la fecundidad, que se manifiesta en la continua renova
ción de la vegetación, en el crecimiento de los cultivos,
en el aumento de los rebaños y en la perpetuación de
la raza humana, la tierra ocupa legítimamente su pues-
i to como potencia dominante, sentándose al lado de
|Anu y de Enlil en la asamblea de los dioses, la institu-
j ción que dirige el universo. Es Ninmah, “la reina exal
tada” ; es la “reina de los dioses” , la “reina de los reyes
EL COSMOS COMO UN ESTADO 195
y de los señores”, la "señora que determina los desti
nos” y la "señora que decide sobre [todo] lo que ocurre
en el cielo y en la tierra”.
I
EL COSMOS COMO UN ESTADO 211
del agua. Pero, al final del mito, las deidades que na
cen al ser curado Enki de sus enfermedades no tienen
ya una conexión intrínseca ni con el suelo, que las lleva
en sí, ni con el agua. No obstante, sus nombres tienen
elementos que recuerdan las palabras con que se desig
nan ciertas partes del cuerpo, justamente aquellas que
Enki tenía enfermas. Así, por ejemplo, la deidad A-zi-
! mu-a, cuyo nombre puede interpretarse como “el co-
f rrecto crecimiento del brazo”, nació del brazo que le
fué curado a Enki. Ésta es, pues, la conexión. Debemos
recordar que, en el pensamiento creador de mitos, el
nombre es una fuerza interna de la persona que la im
pulsa en un sentido definido. Puesto que el nombre
A zi-mu-a significa “el correcto crecimiento del brazo”,
a pesar de que esta deidad no tiene ninguna relación
con los brazos —hasta donde podemos saber— puede
I plantearse la pregunta: “¿de quien son los brazos que
la deidad hace crecer correctamente?” El mito tiene
preparada una respuesta: “de Enki”. Y se da por satis
fecho con establecer esta conexión, sin preocuparse por
demostrar si existe una relación natural mas profunda
I entre las dos fuerzas, los dos dioses, en cuestión.
I Considerado en sus propios términos y enfocado
con la lógica propia del pensamiento creador de mitos,
el mito profundiza nuestra comprensión de dos gran
des fuerzas del universo, la tierra y el agua, porque en
el universo del rnesopotamio comprender significa lo
grar una explicación psicológica. En el mito llegamos
a conocer la profunda antítesis en la que se basa la
fructuosa interacción de estas fuerzas naturales, adver
timos cómo culmina en un abierto rompimiento, que
amenaza con destruir para siempre ai agua, y cómo, al
fin, se produce la reconciliación, el restablecimiento de
la armonía en el universo. Conocemos también, siguien
do la interacción de estas fuerzas, su importancia como
fuentes de la vida: de ellas provienen las plantas, de
éstas surgen los hilados y los tejidos, a ellas se deben
muchas fuerzas potentes y benéficas para la vida ·—o
212 MESOPOTAMIA
sea, numerosos dioses menores—. De este modo, se ha
hecho inteligible una porción del universo.
Antes de seguir adelante, debemos llamar la aten
ción acerca de un interesante apunte especulativo que
contiene este mito en la imagen que nos presenta del
mundo, cuando este se hallaba en su juventud. El ca
rácter definido e idcntificablc de las cosas es algo que
se forma hasta después. En el principio el universo era
solamente un mundo de promesas, un mundo en creci
miento, que todavía no adoptaba una fisonomía defini
da. Ni los animales, ni los hombres, habían adquirido
las costumbres y los hábitos que les son característicos;
aún no poseían los rasgos que los determinan. Estaban
en potencia. El cuervo no graznaba todavía, el león no
mataba, el lobo no se apoderaba de las ovejas. La en
fermedad y la vejez no existían todavía como tales, no
habían adquirido sus síntomas y sus características cono
cidos y, por lo tanto, no se podían identificar aún como
"enfermedad” o como "vejez”, estas son formas defi
nidas que asumen después.
Los primeros versos del mito están dirigidos a Enki
y a Ninhursaga, estas deidades son el "tú” del texto.
Después el relato se desenvuelve en el estilo acostum
brado :
Cuando estabas repartiendo la tierra virgen [con tus
dioses-compañeros]
tú —la tierra de Tilmun era una región pura;
Cuando estabas repartiendo la tierra pura [con tus
dioscs-compañcros]
tú —la tierra de Tilmun era una región pura.
La tierra de Tilmun era pura, la tierra de Tilmun era lozana,
La tierra de Tilmun era lozana, la tierra de Tilmun era alegre.
Cuando ellos se asentaron en el terreno completamente solitario de
Tilmun;
En ese entonces, el lugar donde Enki se asentó con su esposa
era un lugar lozano, un alegre lugar. . .
Cuando ellos se asentaron en el terreno completamente solitario de
Tilmun;
En esc entonces, el lugar donde Enki se asentó con su esposa
era un lugar lozano, un alegre lugar;
En Tilmun el cuervo no graznaba [como lo hace el cuervo ahora],
El gallo [?] no lanzaba su kikirikí [como lo hace el gallo ahora],
EL COSMOS COMO UN ESTADO 213
El león no mataba,
El lobo no se apoderaba de las ovejas,
El perro no sabía [el modo de] hacer que los cabritos se escon
dieran,
El burrito no sabía [el modo de] comer el grano,
■ ,&
El ojo enfermo no decía, “soy el ojo enfermo” , P
El dolor de cabeza no decía, “soy el dolor de cabeza” ,
La anciana no decía, “soy anciana” , .I
El anciano no decía, “soy anciano”, .. . v
C. ormenores sobre la
P aloración
V
í
i
1
236 MESOPOTAMIA
Habló otra vez, y reapareció el vestido.
Los dioses, sus padres, viendo [el poder de] su palabra,
Se alegraron y le rindieron homenaje: “Marduk es rey.”
Dice que los hará distintos, esto es, que los dividirá en
dos grupos. Después, aceptando una sugestión de su
padre Ea, Marduk convoca a los dioses a asamblea; una
vez reunida, les pregunta —la asamblea se convierte,
pues, en tribunal— quién ha sido el responsable de la
agresión, quién incitó a Ti’amat. La asamblea señala
a Kingu como responsable, es atado y ejecutado; y de
su sangre es creada la humanidad siguiendo las indica
ciones de Ea.
Lo ataron y lo condujeron ante Ea.
Al ser condenado, le abrieron las arterias.
Y de su sangre formaron a la humanidad.
Ea, entonces, impuso al hombre el trabajo
y liberó a los dioses.
La Ciudad-Estado en Mesopotamia
El Estado y la Naturaleza
Por medio de la exposición de las características de la
ciudad-estado y del Estado nacional hemos esbozado
las funciones del Estado humano en general dentro
del universo mesopotamio. La ciudad-estado desempe
ñaba una función económica. Suministraba a uno de
los grandes dioses y a su corte la base económica que
le permitía vivir con holgura, desarrollando sus impul
sos naturales sin traba alguna. El Estado nacional, en
cambio, tenía una función política. Era una prolon
gación de los órganos de poder ejecutivo del Estado
universal y llevaba a la práctica las decisiones de los
dioses, en el nivel humano, asegurando la protección
armada de sus posesiones y apoyando la equidad y la
justicia como base para el trato entre sus servidores,
los hombres.
No queremos dejar de mencionar, dentro de la fun
ción del Estado, un aspecto curioso e interesante que,
en cierto modo, pasa desapercibido al considerar el
Estado humano desde el punto de vista del Estado
universal. Se trata de la relación entre el Estado hu
mano y la naturaleza.
Hemos dicho ya que la ciudad-estado suministraba
la base económica que permitía a los grandes dioses
vivir plenamente y desarrollar su personalidad sin obs
táculos. Pero cada uno de los dioses tenía su propia
personalidad, su modo particular de vivir, sus ritos y
costumbres propias. Esto se pone de manifiesto en los
grandes festivales religiosos que se desarrollan algunas
veces alrededor del rito matrimonial, otras como un
drama guerrero, otras más en torno a la representación
de la muerte y de la resurrección. Estos festivales re
ligiosos eran asunto de Estado; con frecuencia, era el
rey, o el gobernante de la ciudad-estado, quien desem
peñaba el papel principal en la representación. Pero,
¿por qué se les consideraba como asuntos de Estado?
Vamos a examinar con cierto detalle uno de estos
festivales religiosos. A fines del tercer milenio a. c.7 en
LA FUNCIÓN DEL ESTADO 261
la ciudad de Isin, que entonces dominaba la parte sur de
Mesopotamia, se celebraba anualmente el enlace de la
diosa ínanna con el dios Dumuzi o Tammuz. Es com
prensible que el matrimonio sea algo muy importante
en la vida de una joven diosa y, de acuerdo con la con
cepción del universo como un Estado, resulta lógico
que sus servidores y empleados humanos participaran en
la boda y en las fiestas, como convidados y especta
dores. Como la diosa es la encarnación de la fertilidad
de la naturaleza y su marido, el dios-pastor Dumuzi,
encarna al poder creador de la primavera, es compren
sible que esta unión anual del dios con la diosa simbo
lice y sea el despertar de la naturaleza en la primavera.
En el enlace de estas deidades se ponen de manifiesto
la fertilidad y el poder creador de la naturaleza. Pero,
se nos ocurre preguntar, ¿por qué los servidores huma
nos de los dioses, el gobernante y —según parece— una
sacerdotisa, trascendiendo su posición humana, toman
la figura de las deidades Dumuzi e Inanna y se enlazan
efectivamente, de un modo físico? Ya que este enlace
carnal formaba parte integrante del rito. La respuesta
a este problema se encuentra en el pasado remoto,
cuando estaba aún en formación la concepción del
mundo como un Estado y los dioses no eran conside
rados todavía como gobernantes antropomórficos de
Estados o ciudades, sino que se les relacionaba direc
tamente con los fenómenos de la naturaleza. En aquel
entonces, la actitud del hombre no era la de una simple
obediencia pasiva; por lo contrario, tomaba una parti
cipación activa, como ocurre todavía en nuestros días
entre los hombres primitivos. Uno de los principios
lógicos del pensamiento creador de mitos es el de que
la analogía y la identidad acaban por fundirse; “ser se
mejantes” llegan a confundirse con “ser”. Por lo tanto,
actuando como, o representando el papel de una fuerza
de la naturaleza o de un dios, el hombre podía reves
tirso ritualmcnte de estos poderes, identificándose mu
los dioses; y, una vez identificado de csie modo, piedi
hacer que esas fuerzas actúen de acucado . mi ,n , d. .
262 MESOPOTAMIA
Así, al identificarse con Dumuzi, el rey se convierte en
Dumuzi; y, análogamente, la sacerdotisa se convierte
en Inanna —como lo expresa claramente el texto—.
Su enlace es el enlace de las fuerzas creadoras de la
primavera. De esta manera, por medio de la ejecución
de un acto voluntario por parte del hombre, se logra
la unión divina que penetra en todo, proporcionándole
nueva vida y potencia creadora; y de la que depende,
como dice el texto, “la vida a todas las tierras”, lo
mismo que el curso regular de los días y la renovación
de la luna que, al surgir, señala el principio del año
nuevo.15
Lo que hemos advertido en este rito matrimonial,
lo encontramos también en los otros tipos de festivales
religiosos. En el drama de la muerte y de la resurrec
ción, el hombre se convierte en el dios de la vegetación,
en el dios de los pastos y de las plantas que han desapa
recido durante el verano seco y el frío invierno. Una
vez transformado en el dios, el hombre se deja encon
trar y, así, provoca el retorno del dios, trayendo consigo
a la nueva vegetación que crece por todas partes cuando
llega la primavera. Generalmente, este rito comprende
procesiones de plañideras que lloran al dios que se ha
perdido, la búsqueda del dios, su encuentro y el retorno
triunfal.10
El drama guerrero tiene la misma explicación. Cada
año nuevo, cuando las aguas amenazaban con el regreso
al caos acuoso primordial, era necesario que los dioses
volvieran a librar aquel primer combate por el cual se
logró el orden en el mundo. También en este caso
el hombre se identificaba con un dios: en el rito, el
rey se convertía en Enlil, en Marduk o en Assur, y
en este papel de dios combatía contra las fuerzas del
caos. Hasta el fin de la civilización mesopotamia, unos
cuantos siglos antes de nuestra era, cada año nuevo, el
rey de Babilonia se identificaba con Marduk y vencía
a Kingu, jefe de las huestes de Ti’amat, sacrificando
15 Véase, Ciñera, SRT 1, V, 14 ss.
16 Véase, por ejemplo, De Genouillac, TRS I, N& 8.
LA FUNCIÓN DEL ESTADO 263
en el fuego un cordero, que era la encarnación de esta
deidad.17
Por medio de estos festivales celebrados por el
Estado humano, contribuía éste a controlar la natura
leza, apoyando el orden del cosmos. Por medio de los
ritos, el hombre aseguraba la renovación de la natu
raleza en la primavera, ganaba la batalla cósmica con
tra el caos y creaba, año con año, el orden mundial a
partir del caos.
Estas funciones del Estado humano se conectaron,
en cierta medida, con la concepción del universo como
un Estado, considerándose los festivales como activi
dades y expresiones de una nobleza divina —los enlaces
entre los dioses, sus batallas, su muerte y su resurrec
ción—, en las cuales participaban los hombres, como
ocurre con todos los servidores; pero, a pesar de esto,
el significado profundo, el sentido interno de dichos
festivales, escapaba a la concepción del universo como
un Estado y se apoyaba, en realidad, en otros funda
mentos. Por lo tanto, no es de admirar que no se les
pueda comprender por completo dentro de la perspec
tiva general que hemos trazado, ya que representan
un estrato anterior del “pensamiento especulativo”.
De acuerdo con la concepción del mundo como un
Estado, el hombre era esclavo de las grandes fuerzas
cósmicas, a las cuales senda y obedecía, sin otros medios
para propiciar que las plegarias y los sacrificios, es de
cir, la persuasión y la ofrenda. En cambio, dentro de
la antigua concepción en la cual tuvieron su origen los
festivales, el hombre se podía convertir en dios, identi
ficándose con las grandes fuerzas cósmicas que regían
el universo y, así, podía influir en su acción sin recurrir
a la súplica.
Recompensas a la Obediencia
Y, así se lamenta:
Se cierne sobre mí el azote del terror;
he sido aguijoneado, el punzón es agudo.
Todos los días alguna cosa me persigue,
sin darme tregua durante la noche.
Su dios lo ha abandonado:
Ningún dios viene en mi ayuda, ni me presta auxilio,
mi diosa no se apiada de mí, ni me socorre.
BIBLIOGRAFÍA
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lándischen Gesellschaft, Vol. LXXXIX, 1935.
ÍNDICE
Nota .................................................................... 7
Prefacio ................................................................ 9
INTRODUCCIÓN
H. y H. A. Frankfort
John A. Wilson
Thorkild Jacobsen