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Historia Del Pueblo Judio 2
Historia Del Pueblo Judio 2
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\LIANZA EDITORI AI
A. M alamat, H. Tadm or, M. Stern,
S. Safrai, H. H. Ben-Sasson, S. Ettinge
Historia
del pueblo judío
2. La Edad Media
Alianza Editorial
Título de la edición inglesa: A History oj iht Jewish PtopU (Weidenfeld and Nicolson Ltd., 1976).
Esta obra ha sido publicada en hebreo por Dvir Publishing Company Ltd., de Tel-Aviv, Israel.
Versión española de Mario Calés
Revisión técnica de José Luis Lacave
Quinta parte
LA EDAD MEDIA
por Haim Hillel Ben-Sasson
I. INTRODUCCION............................................................... 455
Marco cronològico y conceptual, 455.—La expresión «Edad Me
dia» y los problemas que encierra, 457.—Aspectos particulares
de la historia medieval judía, 458.—Vida económica de los ju
díos: problemas básicos, 460.
II. LA CONFIGURACION DE LA DIASPORA. OFICIOS
DE LOS JUDIOS EN LOS COMIENZOS DE LA EDAD
MEDIA................................................................................. 465
La vuelta a las ciudades, 465.—Los judíos como colonizadores,
466.—Peregrinaciones a Tierra Santa, 467.—La vida de los ju
díos en los países islámicos, 468.—«Banqueros de la corte»,
469.—Comercio internacional, 470.—Penetración en el comercio
local de la Europa occidental, 472.—Comercio y propiedad en la
Europa occidental del siglo XI, 473.—Nivel de vida. 475.
III. EFECTOS DE LA ANIMOSIDAD RELIGIOSA CON
TRA LOS JUDIOS............................................................. 477
El Islam y los judíos, 477.—La situación durante la conquista mu
sulmana y después de ella, 478.—El «pueblo protegido»,
479.—Posición de los judíos, 480.—Hostilidad cristiana,
481.—Gregorio I, 482.—La España visigoda, 484.—Normas y ac
titudes de otros principados cristianos, 485.—La situación en el
siglo IX, 486.—El sentido de la presión, 488.—Las matanzas de
1096, 489.—Los efectos de las matanzas de 1096, 490.—Quidús ha-
sem en 1096, t'Ji.—Respuesta política a las matanzas, 49d.—Las
conclusiones de los judíos, 49/.
IV. FLORECIMIENTO DEL LIDERAZGO CENTRAL Y
SURGIMIENTO DE LA DIRECCION LOQAL............ 499
El exilarca (res galutá). 499.—El ceremonial que rodeaba el cargo
de «exilarca», 500.—Las academias (yesibot) de Babilonia y los
gaones, 501.—Principios orientadores de la dirección yesibática,
503.—Las siete hileras de sabios, t>04.—La lucha por la autori
dad, 504.—Procedimientos de dirección, 505.—Influencia en la
Diàspora, 506.—Excomunión y compulsión, 507 Regimiento
autónomo, 508.—Ascenso de la comunidad meridional, olO.—
La dirección en el norte de Europa, 512.—Rabenu Guersom,
la luz del exilio, 513.—La comunidad local y 'a tendencia
centralista, 514.—Conquistas de la dirección en el periodo del gao-
nato, 516.—Conquistas de los dirigentes del Norte, 518.
449
V. VIDA SOCIAL V CULTURAL DE LOS JUDIOS HAS
TA EL FIN DEL SIGLO X I............................................. 521
Influencia arabe, d21.— Ideales y principios, 522.—La agitación
religiosa y las doctrinas de Anán ben David, 523.—Clima racio
nalista en la religión y la cultura, 5¿5.—Rab Saadya Gaon
(882-942), 525.—Él sistema teórico de R. Saadya, 526.—Su con
cepto de la sociedad y de la historia, 526.—Amor y belleza en el
sistema de R. Saadya, 528.—Oposición de R. Saadya al «desdén
por el mundo», 529.—Su concepto del exilio, 529.—Sus opinio
nes y su época, 530.—Los caraítas, 531.—Los caraítas de Jeru-
salén. «Los dolientes de Sión», 532.—La teoría de la catástrofe
cósmica y divina, 533.—-Jasday ibn Saprut, 535.—Ambiente cul
tural de los siglos X y XI, 536.—Semuel Hanaguid, 537.—Ideario
social y cultural de Semuel Hanaguid, 539.—La naciente cultura
askenazi, 542.—Estudio de la Torá en los comienzos askenazíes,
543.—Rabí Selomó Isjaquí (Rasi, 1040-1 105), 544.
VI. POSICION Y ESTRUCTURA ECONOMICA DE LAS
COMUNIDADES JUDIAS (1096-1348)........................... 547
La expansión consciente de los judíos de Europa, 547.—Emigra
ción a Tierra Santa, 551.—España, 552.—Participación judía en
la colonización de la Reconquista, 553.—Comercio judío en el
océano Indico, 554.—Medios de vida de los judíos en la España
cristiana, 554.—Medios de vida de los judíos en el imperio bi
zantino, 554.—El tránsito de los askenazíes al préstamo a inte
rés, 555.—Carácter del préstamo judío con interés, 557.—La mo
narquía inglesa y los préstamos judíos, 559.—La oposición de la
Iglesia al préstamo, 560.—Otras profesiones judías, 562.
VIL MODIFICACIONES EN LA SITUACION JURIDICA
Y EN LA SEGURIDAD DE LOS JUDIOS.................... 565
La situación después del año 1096, 565.—La «servidumbre ju
día», 566.—Calumnias, 570.—Imágenes judías en el arte cristia
no, 573.—La Iglesia y los judíos en el siglo XIII, 574.—Medio si
glo de terror para las comunidades askenazíes (1298-1348),
576.—España cristiana, 577.—Rabí Mosé ben Najmán (Rambán
o Najmánides) y la disputa de Barcelona (1263), 578.—Los
países islámicos, 579.
VIII. DIRECCION DE LAS INSTITUCIONES LOCALES Y
LOS ERUDITOS RABINICOS......................................... 581
«La ley del reino es ley», 581.—La nueva yesibá, 585.—La teoría
de la dirección de la yesibá, 586.—Demanda de autoridad por par
te de los sabios rabínicos, 587.—Tensión social en las comunida
des de España, 588.—El conflicto de los tributos, 589.— Institu
ciones comunales en España, 590.—La asamblea de las comuni
dades de Aragón en 1354, 591.—La dirección comunal entre los
askenazíes, 594.—Unanimidad o mayoría, 595.—Instituciones de
la comunidad askenazi, 596.—Distribución de los impuestos,
597.—Competencia de los tribunales rabínicos locales, 597.—El
derecho de asentamiento, 598.—La interrupción de las oraciones
como método de protesta social, 600.—Regulaciones económicas,
600.—Tendencia hacia una dirección centralizada: las Asam
bleas, 601.—Las asambleas de «Sum», 604.—Los círculos selec
tos, 605.—Dirección magnánima de los sabios y los eruditos ra
bínicos, 607.—Símbolos de la posición de la clase dirigente, 609.
450
IX. VIDA SOCIAL Y CREACION CULTURAL................. 611
Principales fuentes de tensión, 611.—Ambiente cultural y nivel
de educación entre los judíos de la Europa del Sudoeste, 612.—Am
biente cultural entre los judíos de Oriente, 615.—Ambiente cul
tural y nivel de educación entre los judíos del noroeste de Euro
pa, 616.—Actitud ante los libros, 618.—Los tosafistas y su obra,
620.—Significado del exilio, 623.—La idea de la elección divina,
631.—Racionalistas y místicos, 634.—Controversia sobre las
obras de Maimónides, 638.—Las doctrinas de los Jasidé Askenaz,
641.—Disputas con el mundo cristiano, 650.
X. DECADENCIA DE LOS ANTIGUOS ASENTAMIEN
TOS Y ESTABLECIMIENTO DE OTROS NUEVOS
(1348-1517)........................................................................... 659
Situación de las comunidades judías en el imperio germánico,
659.—Restauración de las comunidades judías, 663.—Medios de
vida de los judíos en el imperio germánico, 664.—Los judíos de
Italia y sus medios de vida, 665.—Crisis económica y social en
la España cristiana, 667.—Expulsión de España, 669.—Estable
cimiento de los judíos en la Europa oriental. La barrera de la Ru
sia moscovita, 670.—Peregrinaciones y emigración a Tierra San
ta, 671.—Base económica de las comunidades judías en los paí
ses orientales, 672.
XI. PRESION POPULAR CONTRA LA SITUACION DE
LOS JUDIOS...................................................................... 675
Ambiente general, 675.—La situación en el Sacro Imperio Ro
mano, 676.—La actitud de las ciudades germánicas: el caso de
Ratisbona, 677.—Ofensiva social y religiosa de los franciscanos,
680.—Los Monti di Pietà, 681.—Juan de Capistrano (1386-1456),
«azote de los judíos», 681.—Bernardino da Feltre y la acusación
de crimen ritual de Trento (1475), 682.—Situación de los judíos
en Polonia-Lituania, 682.—La evolución en los reinos de la Es
paña cristiana (1391-1492), 686.—Provocación antijudía,
688.—Odio a los conversos y motines contra ellos, 689.—La «dis
puta de Tortosa» (1413-1414), 690.—La Inquisición, 691.—Si
tuación de los judíos durante el período inmediatamente anterior
a la Retorma cristiana, 694.—La polémica sobre el Talmud entre
el apóstata Johannes PfefTerkorn y el cristiano Johannes Reuch-
lin, 695.
XII. GOBIERNO INTERNO JUDIO DESDE LA PESTE
NEGRA HASTA LA REFORMA..................................... 697
El gobierno comunal en Askenaz, 697.—Teoría del gobierno co
munal en Askenaz, 699.—Los eruditos rabínicos «dirigentes» en
las comunidades de Askenaz, 701.—Intentos de adopción de una
dirección centralizada en Askenaz, 705.—Los rabinos de carácter
territorial o estatal, 707.—El gobierno y los sínodos entre los ju
díos italianos, 708.—La estructura del rabinato en España,
709.—Las comunidades españolas, 710.—La teoría del gobierno
interno en las comunidades judías de España, 713.—La asam
blea de Valladolid del año 1432. Acciones y objetivos, 714.
XIII. CREATIVIDAD ESPIRITUAL Y SOCIAL.................. 719
La filosofía de los círculos dirigentes en España, desde el año 1391
hasta la expulsión, 719.—Los cabalistas y la oposición durante
los siglos XIV y XV, 721.— Polémica judeocristiana en España,
451
724.—El problema de los conversos, 727.—Ambiente social y es
piritual de Askenaz, 729.—Base cultural, 732.—Las yesibot de As-
kenaz, 732.
XIV. ASENTAMIENTOS DE LOS JUDIOS Y SU ACTIVI
DAD ECONOMICA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII.... 737
Trasfondo de la actividad pobladora de los judíos, 737.—Los pri
meros asentamientos de los expulsos españoles, 740.—El estable
cimiento de la diáspora sefardí en el imperio otomano, 741.—Es
tablecimiento en Tierra Santa, 743.—Establecimiento de los se
fardíes en el noroeste de Europa, 747.—Los judíos de Italia,
750.—Los judíos de Polonia-Lituania, 750.—Nuevos medios de
vida. La «arenda», 752.—Medios de vida de los judíos en el im
perio alemán, 756.
VI. MODIFICACIONES EN LA SITUACION JURIDICA
Y SOCIAL DE LOS JUDIO S........................................... 759
Significado de la Reforma cristiana para la historia de los judíos,
759.—Martín Lutero y los judíos, 761.—La persecución de los ju
díos y su situación en los comienzos de la Reforma, 764.—Situa
ción de los indios en Alemania en la época de la Reforma.
766.— La actitud hacia los judíos en Inglaterra al hemDO de su
readmisión, 767.—Situación de los judíos en Polonia-Lituania,
768.—Las matanzas de los años 1648-1649, 770.—Situación de
los judíos en Italia durante la Contrarreforma católica, 772.—Si
tuación de los judíos en el imperio otomano, 772.
XVI. GOBIERNO INTERNO DEL JUDAISMO: INSTITU
CIONES Y TENDENCIAS................................................ 775
La comunidad-sinagoga de ios exDulsos esDañoies y portugue
ses, 775.—La santa comunidad de Saléd, 777.—Imputo de res
taurar la ordenación rabínica. 78fl —Codificaciones de la lev,
782.—El caso ae Aneuna, 184.—Los Consejos Nacionales: raíces
y comienzos, 786.—El gobierno de los Consejos Nacionales,
789.—La comunidad local, 790.—Métodos y prácticas de los
Consejos Nacionales, 794.—Tensión social y gobierno de los Con
sejos, 802.—El gobierno interno judío en el imperio alemán,
806.—El Consejo de 1603, 808.
XVII. IDEALES SOCIALES DE LA SOCIEDAD JUDIA A FI
NES DE LA EDAD MEDIA.............................................. 811
Cuestiones que planteó la expulsión de España, 811.—Divinidad,
existencia y exilio en la doctrina de Safed, 815.—El liderazgo me-
siánico, 821.—El movimiento mesiánico de Sabetay Sebí
(1665-1666), 824.—Pensamiento askennA sobre la naturaleza del
pueblo judío y su destino, 82«.—Cuaca social, 832.—Situación
de los judíos durante la Contrarreforma, 834.—Controversia y to
lerancia durante las eruerras de religión 835.—Teorías so^re la
educación, 838.—El pensamiento askenazí en las postrimerías de
la Edad Media, 840.—El tránsito a la modernidad, 840.
452
Quinta parte
LA EDAD MEDIA
por
HAIM HILLEL BEN-SASSON
I. INTRODUCCION
463
II. LA CONFIGURACION DE LA DIASPORA.
OFICIOS DE LOS JUDIOS EN LOS
COMIENZOS DE LA EDAD MEDIA
«Banqueros de la corte»
Los judíos fueron así convirtiéndose en un nutrido grupo social cuyas
principales ocupaciones eran las derivadas del comercio y las finanzas.
De entre ellos, habrían de surgir algunos elementos especialmente dotados,
que buscaron la forma y medios de concentrarse y organizar la hacienda
judía, comenzando a suministrar fondos a los gobernantes necesitados.
Se tienen noticias de que en los comienzos del siglo X existían algunos co
merciantes judíos acaudalados que se convirtieron en una especie de «ban
queros de la corte», en Bagdad, y prestaban, cuando se las requerían, gran
des sumas al califa y sus ministros. Parece que estas vastas cantidades es
taban a su disposición porque ellos eran para los comerciantes judíos aco
modados como una suerte de caja de ahorros. Los comerciantes judíos con
fiaban sus dineros a los «banqueros de la corte» para compartir los bene
ficios generados por los grandes préstamos que les hacían a los gobernantes.
Es posible que se encuentren en una de las respuestas de los gaones las
huellas de esta combinación de comercio y banca formuladas en un conve
nio modélico establecido entre dos socios:
En tal y tal día y tal y tal lugar, cerramos trato con A por la suma de tres mil
piezas de oro que B le confía, con la condición de que A agregue otras dos mil pie
zas de oro... y lo que reciba en exceso,^ hará transacciones con ellos como lo hacen los
banqueros,y también con otras mercancías... Y A concertó muchos negocios desde el co
mienzo de la asociación hasta ahora, unos diez años en total, y obtuvo muchas ga
nancias. (La cursiva es del autor.)
Comercio internacional
Gran parte del extenso comercio judío seguía por una parte las rutas
que iban desde el califato hasta el Lejano Oriente, de donde se traían las
especias, y los países de Europa occidental, en la dirección opuesta, por
otra. Desde los comienzos del período que estamos tratando, las dificulta
des reinantes en la Europa occidental contribuían a incrementar la impor
tancia del comercio judío. Las conquistas de los musulmanes y su control
del Mediterráneo habían cortado los antiguos lazos comerciales que man
tenían los reinos germánicos con el Oriente. Esto contribuyó al mismo tiem
po a aumentar el aislamiento creciente y la firme animosidad bizantina ha
cia la Iglesia y los reinos del Occidente. Los judíos pasaron a convertirse
en los comerciantes internacionales de la Europa occidental, a la que su
ministraban los artículos de lujo y las especias que necesitaba, y exporta
ban a cambio los escasos productos disponibles en Europa hacia los ricos
territorios del Islam. Algunos de estos comerciantes judíos se instalaron en
países cristianos; otros continuaron viviendo en los territorios islámicos.
Como consecuencia, los lazos que los unían originalmente contribuirían a
unificar estas redes mercantiles establecidas.
Las crónicas del obispo franco Gregorio de Tours habían informado ya
en el siglo VI acerca de comunidades judías en el interior del reino de los
francos. De su relato parece desprenderse que aquellos judíos comerciaban
con artículos de lujo, lo que habría de ponerles en contacto con la corte
real, la nobleza y los niveles superiores del clero. El obispo los considera
opulentos y describe un debate que mantuvo con el comerciante judío Pris
co en la corte real, en presencia del rey franco. Presenta al comerciante ju
dío como un hombre que mantiene estrechas relaciones con la realeza, ver
sado en la Biblia y capaz de defender su religión con habilidad y firmeza.
Prisco sería finalmente asesinado por un converso al cristianismo en época
de conversiones forzosas. Este ejemplo demuestra la ambigua posición man
tenida por los comerciantes judíos de gran cultura dentro de una estructu
ra económica primitiva basada principalmente en el trueque, en una época
en que el Occidente se hallaba en un estado de pleno declive cultural. Los
judíos eran extranjeros, valiosos y vulnerables al mismo tiempo.
Hacia el año 825, el arzobispo Agobardo de Lyon se quejó del comercio
judío de esclavos, permitido por una cédula real especial y mencionado asi
mismo ocasionalmente en las fuentes judías. Los esclavos eran casi en su
totalidad eslavos paganos capturados por cristianos y vendidos a judíos,
quienes a su vez los trasladaban a los países islámicos. Agobardo, de he
cho, no se quejaba por el comercio de esclavos eslavos, ya que en aquella
época ninguna religión ponía objeción a la esclavitud de los miembros de
otras religiones, y menos aún de paganos. Además, la esclavitud de cristia
nos por parte de cristianos sustentaba las bases de la sociedad cristiana feu
470
dal. A lo que se oponía el arzobispo era al hecho de que los judíos se ne
garan a dar libertad y entregar a la Iglesia a los esclavos que se convertían
al cristianismo cuando atravesaban un territorio cristiano. También afir
maba que los judíos vendían en ocasiones cristianos a musulmanes, queja
ésta que en ocasiones iba dirigida contra los cristianos venecianos. El co
mercio de esclavos era muy importante en la vida económica de la Europa
occidental, dado que la provisión de este bien recibido artículo a los países
musulmanes contribuía hasta cierto punto a equilibrar el flujo de oro que
la Europa occidental cristiana emitía hacia los espacios musulmanes. Des
de el punto de vista actual era asimismo importante porque ponía a los ju
díos en directo contacto con la Europa oriental. Durante mucho tiempo fi
guraron los eslavos y su país de procedencia en las fuentes hebreas, deno
minados respectivamente como «cananeos» y «país de Canaán», por ser
aquélla la tierra de origen de los esclavos.
En el siglo IX, el comercio judío se haría más amplio y completo. A me
diados de siglo, un escritor musulmán describió a un grupo de comercian
tes judíos llamado de los «rahudanitas» (vocablo de etimología confusa),
que partían de los puertos meridionales de la actual Francia y llegaban a
las rutas comerciales de los países islámicos a través de varios mares y ru
tas terrestres, siguiendo luego hasta la India y China; de ahí traían artícu
los de lujo y productos necesarios en Europa, como especias e incienso para
las iglesias y ropas de seda para la realeza y la nobleza. El autor elogia su
conocimiento de los idiomas. Según él, sus compañías actuaban siempre
por medio de rutas fijas y perfectamente conocidas.
Numerosos responsa de gaones, escritos entre los siglos IX y XI, dan tes
timonio de las vastas actividades comerciales que realizaban los mercade
res judíos en varios puertos del Mediterráneo. Ello posibilita el conocimien
to de la existencia de asociaciones establecidas entre judíos de países dis
tantes (por ejemplo, entre los judíos sicilianos y egipcios). Desde el Este,
se enviaban partidas de especias y tejidos al Oeste. Los mercaderes esta
ban muy bien organizados y en los puertos más importantes tenían un ca
pitán propio; era éste un funcionario nombrado por el Estado, que al pa
recer suministraba depósitos, organizaba rutas y métodos de tráfico y so
lucionaba disputas que pudiesen surgir. El aprendizaje comercial cruzaba
de hecho las fronteras políticas existentes y salvaba las distancias. Un hom
bre —según datos de que se dispone— envió a su hijo desde el Magreb (no
roeste de Africa) hasta Egipto, a la casa de su hermano, para que apren
diera los procedimientos del comercio. En la primera mitad del siglo XI,
Semuel Hanaguid, «cuando era joven, atravesó el mar en compañía de mer
caderes... llevado por los remos y por el viento» (Diwán, Ben Tehilín, pár. 8,
pág. 5). En su opinión, el comercio marítimo era una de las «tres ocupa
ciones a que se dedican todos los que viven desafiando al peligro y son mag
nánimos» (ídem, Ben Mislé, pár. 15¿, pág. 246). En este tráfico se estable
cían estrechas relaciones entre los comerciantes, muchos de los cuales eran
hombres de cultura. En el siglo XI dijo uno de ellos: «Realmente, el libro
de caja de mi padre existe.» El gaón a quien le preguntaron qué significaba
esto, respondió que los dos comerciantes «manejaban sus asuntos por me-
471
dio de cartas que se escribían recíprocamente. Y tenían la norma de que...
sus cartas fueran tan imperativas como sus palabras» (B. M. Levin, Osar
Hagueonim, sobre Baba Cama, pág. 81). Se observa de esta forma que el co
mercio se basaba entonces en convenios establecidos por escrito en docu
mentos y cartas, de los que se llevaban anotaciones detalladas.
474
Nivel de vida
476
III. EFECTOS DE LA ANIMOSIDAD RELIGIOSA
CONTRA LOS JUDIOS
El «pueblo protegido»
La necesidad de mantener relaciones pacíficas con aquellos de quienes
dependía en definitiva la existencia de una estructura económica y una ci
vilización fue conformando gradualmente la conducta que observaron los
musulmanes con respecto a los miembros de los «pueblos del Libro» que
se negaron a aceptar el Islam. La actitud hacia estos no musulmanes de
los territorios islámicos se habría de formar en teoría de acuerdo con el con
cepto de la dhimma, la protección otorgada por medio de convenio o trata
do. Los grupos religiosos a quienes era permitido vivir bajo los términos de
esta protección se denominaron ahí aldhimma, «el pueblo protegido», y los
infieles considerados individualmente pasaron a ser los dhxmmi.
Desde el punto de vista actual, carece de importancia el hecho de si real
mente se había firmado algún convenio o si se trataba más bien de una fic
ción legal, que sirviese de instrumento religioso para afirmar la dependen
cia de los infieles. De todas formas, para los musulmanes aquéllos vivían
de hecho bajo su total autoridad, según normas establecidas por los victo
riosos mahometanos con ocasión de la conquista. Las «condiciones de
Ornar», tradicionalmente atribuidas al gran conquistador musulmán, se
consideraron como arquetipos de las relaciones establecidas entre mahome
tanos e «infieles». Contienen referencias a la «misericordia y compasión»
imploradas por los sometidos infieles para con ellos, sus familias y sus bie
nes. Muchas de sus cláusulas, como las prohibiciones de portar armas y de
montar a caballo, se fundaban en la norma dominante de honrar al Islam
y a los musulmanes, y, consiguientemente, humillar a los descreídos y a sus
respectivas religiones. Las principales expresiones del estado de dhimmi eran
la capitación, o guizya, que debían pagar todos los varones no creyentes ma
yores de quince años, así como el impuesto especial sobre la tierra poseída,
el jarach. Como contrapartida, se protegerían sus vidas y sus bienes y, de
acuerdo con la conducta general del Islam para con los infieles, se les ase
guraba la libertad de religión y culto. Asimismo, se les permitía organizar
se en la forma por ellos escogida; los judíos habrían de aprovechar amplia
mente esta concesión. Se producirían, obviamente, cambios que mejoraban
o empeoraban según las circunstancias estas condiciones en distintos luga-
479
res y en diversas épocas, pero los principios establecidos en los primeros
días del Islam continuaron sirviendo de base para las posteriores relaciones
establecidas entre el poder musulmán y los dhimmi a través de los siglos de
común convivencia.
Hostilidad cristiana
Se ha hecho notar con anterioridad que las raíces del rencor religioso
cristiano hacia los judíos se encuentran ya en la época clásica e incluso an
tes de que los cristianos se apartasen de sus originales raíces judías. Pene
traron éstos hasta el corazón de la religión y la cultura judías, partiendo
de una disputa entablada acerca de la identidad y el futuro de los israeli
tas. El cristianismo surgió del fermento mesiánico y las luchas religiosas y
sociales que configuraron el judaismo en las postrimerías del período del
Segundo Templo, y finalmente acabó trasladándose hacia el mundo no ju
dío. Acompañó a la divergencia la adopción de diversos principios y acti
tudes cuya aplicación, manifestándose como una áspera realidad para los
judíos, tendría lugar siglos más tarde, ya en el mundo medieval. Para en
tonces el cristianismo era, observado desde una óptica judía, un fenómeno
absolutamente no judío, mientras que el pensamiento y la imaginación cris
tianos percibían a los judíos de acuerdo con el criterio personal de Pablo,
según el cual los judíos eran el resto físico de Israel, perdedores de su papel
original de elegidos por incumplimiento de su herencia, y a quienes su per
versidad dejaba ciegos ante la luz de la Iglesia cristiana, portadora de la
continuidad religiosa, e «Israel espiritual» a quien había sido transferida la
elección divina.
En el siglo IV, mucho antes de que apareciesen los mismos rasgos ini
ciales del mundo medieval, la enconada atmósfera polémica entablada en
tre las distintas sectas cristianas agregó nuevos agravios a los argumentos
cristianos esgrimidos en contra de los judíos. Diversas expresiones de este
período presentaron una violenta condena de los judíos, de su carácter y
su forma de vida, lo que terminó por impregnar definitivamente la imagi
nación de las masas paganas que se habían incorporado a la Iglesia cuan
do ésta se vinculó al régimen imperial. Los polemistas cristianos afirmaban
481
y demostraban que jos judíos constituían una nación de cuya corrupción
básica dieron testimonio sus propios profetas, incluso en la época en que
los judíos eran los únicos que se hallaban en posesión de la Torá, la ley de
Dios. «Nación pecadora, pueblo cargado de iniquidad» y otras frases simi
lares que los profetas le dijeron a Israel como afectuosa reprimenda, serían
ahora interpretadas como antiguas condenas que servían para confirmar
presentes y futuras acusaciones. En este siglo, la terminología injuriosa con
tra los judíos y las leyes discriminatorias hallarían también un lugar en la
legislación imperial romana durante su última etapa de existencia.
Gregorio 1
En los escritos y las cartas del papa Gregorio I (590-604) se puede ob
servar con claridad de qué modo cristalizó la actitud de la Iglesia hacia los
judíos en los umbrales de la Edad M^dia. Este papa, miembro de una no
ble familia senatorial de Roma, fue el primer monje que alcanzó la silla pa
pal. Maestro en oratoria sagrada y relatos milagrosos, era un estricto ad
ministrador que actuó con sumo cuidado como inspector de todos los asun
tos de la Iglesia, tanto los más destacados como los de reducida importan
cia; Mommsen le describió con acierto como «un gran hombrecito». En to
das sus actividades políticas y literarias se combinaban el sentido de decli
nación de lo antiguo con el surgimiento de lo nuevo, estando asimismo es
tos caracteres presentes en su actitud con respecto a los judíos. Suele ser
juzgada esta posición desde un punto de vista administrativo, expresado en
sus cartas, pero ésta es una apreciación insuficiente, incluso para intentar
la comprensión de su personalidad. Debe tomarse en cuenta además el tra
tamiento que daba a los judíos en su papel de teólogo y predicador. Sólo
de este modo podrá entenderse hasta qué punto el referido tratamiento cons
tituyó el modelo de pensamiento que imbuyó la herencia ideológica que
transmitió al futuro.
Según observaba Gregorio, los judíos seguían, en principio, disputando
a la Iglesia la elección divina. El libro de Job era para él, por otra parte,
la manifiesta condena de un Israel siempre recalcitrante. En su comenta
rio sobre Job ataca a los judíos con innumerables parábolas y ejemplos vi
vos y detallados. El texto de Job, XXXVIII, 14 («Cámbiase como la ar
cilla en sello, y quedan como un vestido»), es interpretado por él
de este modo:
El Señor encontró al pueblo de Israel —la arcilla— cuando fue hacia ellos a Egip
to y estaban abandonados a las normas de los gentiles y trabajaban con ladrillos.
Y cuando los condujo con tantos milagros a la tierra prometida y los llenó, al lle
gar, con el conocimiento de su sabiduría, e igualmente cuando les cedió tantos múl
tiples secretos, misterios en profecía, ¿qué hizo con ellos sino un sello para conser
var sus misterios? [Sin embargo esta nación, aunque poseía las palabras de la pro
fecía y los misterios que contenían] después de tantos secretos divinos, después de
los múltiples milagros que presentaron cuando llegó Nuestro Salvador, amaban a
su país más que a la verdad [se refiere al temor de que les darían el país a los ro
482
manos si creyeran en Jesús, como se dice en San Juan, XI, 18]... volvieron, podría
decirse a convertirse en aquellos ladrillos que habían dejado en Egipto. V lo que
había sido el sello del Señor volvió a ser lo que El abandonara. Y después de haber
sido un sello volvieron a aparecer como arcilla a los ojos de la verdad; y por esta
perversidad impía perdieron el misterio del logos que habían recibido, y prefirieron
gozar únicamente de la corrupción de la tierra.
La España visigoda
Prácticamente en vísperas de la expansión musulmana, se produjo un
cambio que empeoró la situación de una distinguida comunidad judía eu
ropea, la compuesta por los judíos de la España visigoda. Cuando los reyes
arríanos de España se convirtieron al catolicismo, se esforzaron por conso
lidar la unidad religiosa de su pueblo, obligando por ello a los judíos a con
vertirse. Desde el siglo VI y hasta la conquista musulmana de España
—en el año 711—, los judíos se verían sometidos a toda clase de disminu
ciones de su situación legal. Esta persecución, de la que da testimonio la
legislación de la época, sería llevada a cabo a pesar de la debilidad del Es
tado visigodo y la tendencia de los nobles, que siguieron siendo arríanos en
proporción significada, hacia la no aceptación de los decretos emitidos.
Es posible que la legislación de carácter antijudío apuntara hacia los ele
mentos convertidos por la fuerza, de quienes tanto la Iglesia como el go
bierno sospechaban que mantenían en secreto la antigua religión. Contra
quienes continuaron observando el judaismo, fueron dispuestos temibles
castigos, como la esclavitud, la ejecución y la decalvación. Se exigía a los
judíos una declaración pública en la que afirmaban que profesaban el cris
tianismo y aceptaban sus normas. Se adoptaron asimismo procedimientos
para la supervisión eclesiástica de los judíos que se trasladaban de un lugar
a otro. No les era permitido educar a sus hijos, que se ponían al cuidado
de cristianos. Resumiendo, durante el siglo VII, al igual que posteriormente
en el XIV y el XV, la actitud cristiana favorecería la creación de una po
blación secreta de judíos convertidos por la fuerza —los que más tarde fue
ron llamados marranos. Los visigodos, sin embargo, seguían considerándo
los judíos incluso después de su conversión. Al igual que setencientos u
ochocientos años más tarde, también existieron convertidos entusiastas que
484
alcanzaron elevadas posiciones en la Iglesia, y se encontraron entre los prin
cipales perseguidores de sus hermanos. El derrumbamiento de la España
visigoda en el año 711 supuso de hecho la redención de los marranos que
todavía quedaban en el país. Las crónicas cristianas tendieron entonces a
culpar del triunfo musulmán a la «traición judía», así como de la ayuda
prestada a los árabes en la invasión. Sería razonable pensar que los con
vertidos forzosos se volviesen en su momento contra sus opresores, pero no
existe ninguna otra prueba que aporte más datos que los incluidos en estos
relatos de carácter antijudío.
487
El sentido de la presión
En Occidente, la presión sobre los judíos comenzó a aumentar a partir
de varios extremos. Durante los siglos X y XI, el cristianismo pasó a con
vertirse de forma indiscutible en la religión común de los pueblos. La pie
dad y el ascetismo aportados por los monjes reformistas de Cluny habrían
de transformar la guerra y la caballería en valores cristianos e institucio
nales, forjando así una unión sagrada de cristianos, convencidos de tener
el deber de luchar por el cristianismo y sus ideales. La tendencia a em
prender una guerra santa se entrelazaba aquí con la convicción mantenida
por los caballeros de constituir una clase superior, al ser las capas más al
tas de la sociedad feudal quienes dieron forma a las modalidades y orien
taciones que predominaban en la sociedad. Los judíos advertirán muy pron
to este nuevo sentir,r>nue había adnuirido **ste social. A fines del si
glo X, R. Simeón bar Isjac, himnista de Maguncia, describió a los ca
balleros que
Tienen sus fortalezas en cimas escarpadas...
la caza entre ceñudas rocas...,
donde se ubican muy juntos los escudos
y corazas y yelmos se entrelazan...
se ven emblemas relucir y blasonar.
Pelear con relampagueante espada...
con oro y plata ricamente forjadas...,
los jinetes con corceles que relinchan...
y flechas suspendidas en las cuerdas...
Mientras rogamos al Todopoderoso
que ponga fin a las guerras.
{Poemas litúrgicos de R. Simeón bar Isjac, editados por A. M. Haoer-
man Berlín-Jerusalén, 1938, págs. 160-162.)
La mayor presión que se ejercía sobre los judíos tenía su origen en la
penetración del cristianismo en la mente y el corazón de los elementos po
pulares, que comenzaban a ver en sus convecinos judíos a los últimos opo
sitores de la religión universal aceptada por todos. El cristianismo admitía,
y mostraba a sus seguidores, que los judíos eran los custodios del Antiguo
Testamento, que contenía los misterios cristianos y la verdad cristiana.
Dado que los judíos residían #*n las ciudades v sabían b*'*»' v escribir (véase
cap. V), el pueblo consideraba que su rechazo de la fe cristiana era una
deliberada negación de iu que, por medio del estudio de sus sagradas es
crituras, conocían que era la verdad. Los piyutim (himnos) hebreos de esa
época revelan que los judíos tenían perfecta conciencia de ser presionados
para que aceptasen el cristianismo. El conocimiento de esta realidad que
dó expresado en el '■ amamiento de Kabenu Guersom. la Lu? del Exilio, di
rigido al rechazo del cristianismo: «El mortal corrompido [Jesús], que es
un recién llegado, ¿qué garantía me ofrece?» Se produjeron ataques y ase
sinatos, así como casos de conversión impuesta por la fuerza, e incluso mar
tirios como los ocurridos en el año 930 en Otranto, en el sur de Italia:
488
«Cuando fueron obligados por esta persecución... Rabí Yesayá se atravesó
el cuello con un cuchillo y lo mataron como a un cordero en el patio del
templo, y rahí Menaiem cavó... en el pozo, v a nuestro —aestro Eliyahu lo
estrangularon» (Texis and Studies. I, editado por Jacob Mann, Cincinati,
]ydl, pág. 24). £,n el ano 1007 hubo persecuciones en h rancia y, según la
tradición, la expulsión de judíos de Maguncia provocó gran cantidad de
conversiones en aquella ciudad.
Sin embargo, a pesar de las presiones que fueron ejercidas sobre los ju
díos se siguió reconociendo el valor que suponían para la sociedad. Así las
autoridades fundamentales, tanto seculares como eclesiásticas, los conside
raban generalmente como merecedores de derechos especiales y de Drotec-
cion. fcrn 1084, a soio doce años de las matanzas del y6, el obispo de Spi
ra dio a los judíos una cédula detallada oue indicaba claramente su deseo
de atraerlos a la ciudad. Por un documento judio se sabe que se u ataba de
judíos procedentes de Maguncia, que en vista de la experiencia sufrida bus
caban un lugar en el que se hallasen protegidos por un muro que rodease
el barrio en el que habitarían; y esto era lo que el obispo les prometía en
su cédula. En 1090. tan sólo seis años antes de las matanzas, el emperador
Enrique IV renovo ia cédula de bpira y emitió una nueva dirigida a la
comunidad de Worms. A pesar de sus importantes diferencias, amüos do
cumentos garantizaban a los judíos la libertad de comercio dentro de la ciu
dad, así como el derecho a vivir de acuerdo con sus leyes religiosas judías
y costumbres propias. Estos derechos quedaron claramente expuestos en
los documentos emitidos en i090 en Spira, ciudad cuyo obispo constituía
entonces un elemento ae apoyo al emperador.
492
Levántate y ven, dicen...
Mira, viajamos hacia el lugar,
un país... cuya belleza ilumina los ojos,
vayamos a saquear las ciudades fortificadas y allí
repartiremos a todos los hombres ropa de color y bordada.
(Turé Vestirán, folleto de la sinagoga Yesurún, editado por A. M.
Haberman, Jerusalén, 1966, pág. 20.)
49 «
IV. FLORECIMIENTO DEL LIDERAZGO CENTRAL
Y SURGIMIENTO DE LA DIRECCION LOCAL
502
Principios orientadores de la dirección yesibática
La estructura que se ha descrito, al igual que los procedimientos que
empleaban comúnmente las yesibot, revelan la seria tentativa que se ponía
en práctica para mantener la dirección de eruditos y estudiantes y basar
la continuidad y la autoridad en principios jerárquicos y hereditarios. Los
miembros de la yesibá se localizaban en función de una clasificación esca
lonada, en la que cada nivel poseía categoría específica y su título concreto.
El linaje familiar contribuía también a determinar la posición en el inte
rior de la institución. Estas características se hallaban por otra parte cla
ramente definidas en términos muy precisos.
La posición de las yesibot y el lugar que en cada una de ellas ocupaba
el gaón se transmitía dentro de los estrictos límites fijados por las familias
de eruditos. Un padre dejaba su puesto fijo de la yesibá a su hijo o al pa
riente más próximo que considerase digno de heredar el puesto. Se ha di
cho anteriormente que el cargo de exilarca constituía una prerrogativa re
servada para la progenie de David. Teóricamente, el gaón era elegido por
todo el grupo de eruditos permanentes de la yesibá, pero en la práctica casi
siempre eran seleccionados de entre un número muy limitado de «familias
de gaones», que en Babilonia no superaban el número de seis. Una de ellas
entroncaba directamente con el linaje de David y era una rama de la fami
lia de los exilarcas; otra era una familia de sacerdotes. En Palestina existían
tres «familias de gaones». Una de ellas afirmaba proceder de la familia pa
triarcal de la época romana, que descendía de Hilel el Viejo; las otras dos
poseían prosapia sacerdotal, y una de ellas pretendía descender de Esdras
el Escriba. En períodos de crisis, como se verá más tarde, solían introdu
cirse intrusos dentro de estos aristocráticos círculos. El gaón R. Saadya (véa
se págs. 525 y 526) era uno de los pocos intrusos cuya poderosa personalidad
lo llevaría hasta la cúspide de los puestos dirigentes. Pero el gaón R. Serira,
perteneciente a la «familia de gaones», al referirse en su «Epístola» a un
gaón que no procedía de aquellas familias, agregó una frase destructiva, al
decir que «no era de las familias eruditas, sino de las de los mercaderes».
En muchos casos, se aseguraba la continuidad hereditaria del gaonato re
servando para un miembro adecuado de la familia del gaón «reinante» el
segundo cargo en importancia de la yesibá. Era éste el puesto de ab bel din,
«padre —o jefe— del tribunal rabínico», que celebraba sesión en el portón
de entrada de la yesibá, de ahí su denominación en arameo escolástico de
la época como dayaná debabá, «juez del portón». Este funcionario actuaba
en nombre del gaón cuando era preciso, ejerciendo una decisiva influencia
en el interior de la yesibá. Resultaba natural por tanto que heredara más
tarde el cargo de gaón. R. Jay, por ejemplo, hijo del gaón R. Serira, era
«jefe del tribunal» de su padre antes de reemplazar a éste como gaón. «Nues
tro preferido Hay», como era denominado, tenía ya un gran ascendiente
en vida de su padre. La elección, por consiguiente, se reducía en muchos
casos a la mera confirmación de una situación ya determinada de antemano.
El nombramiento de un gaón para alguna de las yesibot requería además
la legítima intervención del exilarca, al menos durante el siglo XI. También
503
tenían un cierto grado de poder los «banqueros de la corte», debido a sus
grandes recursos y al prestigio de que gozaban en el palacio del califa, el
cual, no obstante, solamente en parte se lo reconocía de manera formal. To
dos estos factores convertían la elección de un gaón en un importante acon
tecimiento público jalonado de frecuentes luchas de carácter social e ideo
lógico. Pero de hecho los principios que se han expuesto anteriormente po
seían tal fortaleza que incluso las luchas entabladas quedaban limitadas a
las «familias de los gaones».
Procedimientos de dirección
Influencia en la Diàspora
Cada yesibá afectaba a una región determinada, de la misma extensión
que la controlada por el exilarca, dentro de la cual el gaón respectivo nom
braba a los jueces de la comunidad, y los vecinos aportaban una suma fija
506
para el mantenimiento de layesibá. Muchos de los jueces eran, naturalmen
te, habitantes de la zona en cny'á. yesibá habían estudiado, personalidades
locales recomendadas por la institución central. En principio, este sistema
no habría de influir en la autoridad superior, que insistía en su derecho de
nombramiento y aprobación de personas para cargos, aunque no en el de
su propuesta y selección. Esta posición fue claramente expresada en el si
glo X, por el gaón rabí Semuel ben Jofní, cuando afirmó que
el jefe de la generación tiene el deber de nombrarjueces para Israel. Vosotros ha
béis visto, sin duda, que Moisés, el príncipe esclarecido, dijo a Israel: « lomad hom
bre sabios e inteligentes...» y dijo «y yo los pondré al frente de vosotros». Si no los
hubiese nombrado Moisés, la elección de la nación no habría sido eficaz. Lo mis
mo sucede en relación con Josué, aunque fue el Señor quien lo eligió. Sin embargo,
dijo a Moisés: «Trae a Josué ben Nuri y ponle la mano encima...» Lo que prueba
que su principado fuese perfeccionado únicamente a partir del momento en que fue
ordenado por Moisés. Al igual que Saúl por mano de Samuel. Con esto averigua
mos que sólo existe nombramiento justo cuando se efectúa a través de las manos
del que dirige la generación de la época. Si no existiese ese dirigente, cada comu
nidad debe nombrar para el cargo al hombre a quien considere más apto y apro
piado (H. Taubes, ed., Osar hagueonim al tratado Sanedrín, pár. 239, págs. 124-125).
Esta cita demuestra que al menos durante el siglo X, los gaones acepta
ban la propuesta de candidatos, conformándose con poseer únicamente el
derecho de aprobación de los mismos. El principio legal siguió gobernando
en la práctica durante un prolongado lapso de tiempo. Las comunidades
particulares tenían sin duda voluntad y vida propias, pero se hallaban so
metidas a la autoridad y la influencia de las yesibol y la corte del exilarca.
Sólo en Palestina hubo un centro que reclamó la facultad de participar en
la dirección, pero esta exigencia procedía igualmente de una concepción del
principio del mando centralizado, junto con la teoría básica del manteni
miento de una aristocracia dirigente. Para un mayor análisis de la influen
cia ejercida por estos centros mediante la emisión de opiniones acerca de
cuestiones concretas, véanse las págs. 516 y 517.
Excomunión y compulsión
Las yesibol heredaron del pasado un arma religiosa y orgánica de gran
poder, que habrían de transmitir a todas las comunidades judías durante
la Edad Media: el jere'm, o excomunión, que se proclamaba en una sobre-
cogedora ceremonia. Pero su mayor fuerza procedía de la actitud espiritual
de los judíos medievales, que veían en la excomunión una especie de red do
tada de gran fuerza, de acuerdo con el significado básico del vocablo he
breo jérem. Después de declarado el jérem, el excomulgado se hallaba atra
pado en él hasta el momento en que éste fuese revocado. El excomulgado
sufría un castigo tanto divino como social, dado que sus correligionarios ju
díos le negaban cualquier forma de relación. Pero el mayor efecto del jérem
507
era el sentimiento que inspiraba al afectado, que se sentía excluido incluso
de lo más íntimo de su alma. Por medio de esta arma las comunidades ju
días pudieron luego imponer diversos tacanot, o estatutos, también llamados
jérem, porque su violación podría acarrear la excomunión. De este modo,
se podía excomulgar también por cuestiones particulares o personales, ya
que no era la sanción pública del culpable el peor carácter del castigo, cons
tituido por el contrario por el temor al juicio del cielo.
Regimiento autónomo
Cuando la dirección religiosa central de los judíos era estable y la es
tructura política y las comunicaciones del califato musulmán mantenían su
firmeza, las nuevas fuerzas sociales que surgían en la comunidad judía,
como «las piedras angulares de la congregación», actuaban dentro del mar
co de los principios establecidos. Pero el califato terminaría por fraccionar
se en reinos independientes, y los lazos que unían a la periferia con el cen
tro del imperio se quebraron. Los elementos, como «las piedras angulares»,
comenzaron a funcionar de acuerdo con sus principios propios, y asumi
rían una dirección independiente de la comunidad. Los dirigentes de los paí
ses distantes obtenían a veces un título otorgado por los miembros de los
antiguos centros de Babilonia y Palestina, cuyo reconocimiento y aproba
ción seguían tratando de conseguir. Pero esta misma relación fue transfor
mándose gradualmente en una mera tradición, en una reliquia del pasado
que se conservaba simplemente por inercia. Los nuevos dirigentes adopta
ron pues formas y métodos propios. El antiguo linaje y la tradición deja
ron de ser elementos importantes por sí mismos. El factor decisivo se ba
saba ahora en la influencia económica y social, generada en la mayor parte
de los casos por los contactos establecidos entre los dirigentes judíos y las
autoridades musulmanas del país en cuestión.
El nuevo dirigente aparecía habitualmente a partir del cargo de médico
o de consejero financiero de la corte o de alguno de los ministros principa
les; en algunos casos, del de katib, escriba real o secretario en el occidente
musulmán. Como reconocimiento por los servicios prestados a la sociedad
que les acogía, eran nombrados para dirigir los asuntos judíos dentro del
territorio del reino, en ocasiones contando con la aprobación de la comu
nidad, y otras incluso sin ella. Debido a su mismo carácter, estos dirigentes
no podían aspirar a ningún tipo de influencia en el plano del judaismo uni
versal; su poder terminaba en las fronteras de la región con cuyos gober
nantes se hallaban asociados. Entre ellos era posible hallar eruditos rabí-
nicos y sabios, pero esto era solamente por coincidencia y no como funda
mento básico de su posición.
Los líderes regionales de esta especie eran denominados generalmente
naguid. Carentes de derechos ancestrales o de carácter sagrado para recla
mar el liderazgo, habrían de encontrar respaldo para su encumbramiento
en los grandes centros de Babilonia y Palestina. El conocimiento de la Torá
que estos centros difundían se multiplicó en los países periléricos, de tal
508
modo que se hizo innecesario consultarles a ellos. Desde el final del siglo X
en adelante había eruditos rabínicos incluso en comunidades como las de
Kairuán, en Africa del Norte. No fue por azar que el cronista del siglo XII,
Abraham ibn Daud, prologara su reseña sobre el surgimiento de la figura
del naguid con la historia de «los cuatro cautivos». Enviados éstos como emi
sarios desde Babilonia, fueron apresados y liberados a su debido tiempo co
menzando finalmente a difundir el conocimiento de la Torá en las regiones
donde se hallaban, adoptando cada uno de ellos una posición independien
te en relación con su centro de origen.
El primer dirigente que adoptó esa norma fue Yaacob ibn Jau, residente
en la España musulmana a caballo de los siglos X y XI. No se conoce si
él mismo empleó el término naguid. pero lo que se narra de su designación
V actividades indica que era un dirigente de esa clase. Además, Abraham
ibn Daud afirma que antes de él, en la España musulmana del siglo X te
nía mucho poder «rabí Jasdav, el gran nasí... en cuya época nadie podía
disentir» de un sabio a quien él apoyaba (Gerson D. Cohén, The Book oj
Tradition, Filadelfia, 1967, pág. 49). No obstante, no se dispone de ningu
na información explícita acerca del nombramiento de rabí Jasday por los
gobernantes, para la dirección de los asuntos judíos dentro de la zona, aun
que mantuvo sin duda gran influencia en cuestiones oficiales y en el inte
rior de la comunidad judía. El caso de Yaacob ibn Jau era, sin embargo,
diferente. Abraham ibn Daud, el cronista que escribió sobre él, afirma con
cierto desdén que «eran dos hermanos, comerciantes y fabricantes de seda».
Según lo que cuenta Ibn Daud, Ibn Jau fue nombrado dirigente por un rey
de la España musulmana que también dominaba zonas de África del Nor
te. Este rey escribió a todas las comunidades judías que existían entre Si-
jilmesa [en Africa] y el río Duero, límite del reino [en España], diciéndoles
que él los juzgaría a todos y que estaba autorizado para nombrar a quien
quisiera para mandarlos y para cobrar todos los tributos y pagos que les
eran impuestos.
Las instrucciones del rey revelan que dentro de este reino Ibn Jau tenía
toda la autoridad correspondiente a un exilarca o un gaón, y se interpreta
que tenían por objeto dejar establecido que estaba autorizado para cobrar
a los judíos los impuestos de la región. Recibía, además, demostraciones pú
blicas de respeto. La comunidad judía de Córdoba, la principal del reino,
«lo ordenó nasí [príncipe]». Pero esta ordenación, tal como se cita, no deja
de traslucir un cierto tono de ironía (ídem, págs. 50-51).
Con todo, parece que Ibn Jau se proponía favorecer a sus gobernados,
ya que incluso el hostil cronista relata que fue relevado del cargo porque
el rey se había sentido engañado, creyendo «que tomaría en todas las co
munidades el dinero de Israel, legal o ilegalmente, para dárselo a él. Como
no lo hizo así, el rey mandó arrestarle y enviarle a la cárcel». También se
mantendría fiel a la caritativa tradición de los judíos ricos. Abraham ibn
Daud reproduce las palabras que pronunció rabí Janoj, principal oponente
de Ibn Jau, cuando se enteró de la muerte de éste: «Me apeno y lloro por
todos los pobres a quienes él mantenía en su mesa. ¿Qué harán mañana?»
Al mismo tiempo, puede advertirse claramente el violento carácter que po-
5°9
seía, observando la amenaza que profirió contra rabí Janoj durante su pe
ríodo de poder, cuando afirmó que si Janoj actuaba como juez entre dos
personas lo pondría «en un bote sin remos y lo echaría al mar» (ídem, págs.
51-52). La causa podría haber sido el hecho de que rabí Janoj fuera hijo
de uno de los «cuatro cautivos» de los que se ha hablado anteriormente y
hubiera sido arrojado al mar junto con su padre. Ibn Jau manifestaba que
lo haría regresar al lugar de donde había venido.
Se encuentran por lo demás en varios países otros dirigentes que lleva
ban el título de naguid. Ln primer lugar, lo usaría respetuosamente un mé
dico de la corte real de Kairuán, y allí se lo aplicarían posteriormente a
otras personas. En el siglo XI, llevaba este título rabí Semuel ibn Nagrela,
y después de él su hijo Yosef en la España musulmana que ya se desmo
ronaba. Más adelante se verá que Semuel Hanaguid (significa «el naguid»)
sentía una gran responsabilidad debida a su cargo, y creía que le corres
pondía la divina misión de proteger a su pueblo.
5 l9
V. VIDA SOCIAL Y CULTURAL DE LOS JUDIOS
HASTA EL FIN DEL SIGLO XI
Influencia árabe
Los judíos de la Edad Media, como se ha apuntado, heredaron de las
épocas antiguas una extensa serie de criterios e ideales que se transmitirían
por medio de una vasta literatura, y se conservarían a través de generacio
nes. Muchas de sus instituciones fundamentales eran —o al menos preten
dían serlo— continuadoras de las existentes en el pasado. Actuaron aquí,
desde luego, las características y las tendencias sociales y culturales pro
pias del ambiente contemporáneo. La vida de los países islámicos, con su
dinamismo comercial y su bulliciosa actividad urbana, ejercería también
una gran influencia. Similar, o quizá mayor, fue el influjo supuesto por la
nueva cultura árabe, en la cual los elementos platónicos, neoplatónicos y
aristotélicos modelarían gran parte de los esquemas de pensamiento enton
ces creados. El árabe llegó a dominar la literatura judía de la época, y se
fue convirtiendo gradualmente en la lengua que hablaban y escribían los
judíos, siendo asimismo idioma de estudio, incluso acerca de temas que per
tenecían a la misma tradición judía sagrada. La filosofía religiosa judía,
que hizo su aparición en el siglo X, sería redactada con preferencia en len
gua árabe. Resulta cierto, no obstante, que por entonces el árabe no desa
lojó por completo al hebreo y el arameo entre los judíos. Además, el árabe
utilizado por los judíos, tanto los eruditos como los comerciantes, llegó a
ser escrito mediante el alfabeto hebreo, adquiriendo un estilo y una gramá
tica particular, tornándose así en un verdadero dialecto judeoárabe.
Del siglo XI han llegado pruebas que demuestran que existían, dentro
del mundo judío, lazos culturales que enlazaban Babilonia con la España
musulmana, pasando por las islas del Mediterráneo. Además, había co
municaciones de los gaones con otros eruditos judíos, y con las culturas de
los vecinos musulmanes y cristianos, durante todo este período de que se
trata. Afirma por entonces R. Yosef ibn Acnín:
521
En su libro Harneasef—El compilador— el gaón Rabenu Jay, de bendita memoria,
empleó la obra de los árabes... y también una estrofa de una canción de amor para
aclarar un dicho de nuestros maestros de bendita memoria... Cita también el Corán
y e| Jadit [la tradición musulmana extracoránica de frases y decisiones atribuidas
a Mahoma]. Y lo mismo hizo el gaón R. Saadya de bendita memoria antes de él,
en sus comentarios arábicos... Sobre esto cuenta el naguid—rabí Semuel— ...después
de extensas citas de los comentarios cristianos, que Rabí Maslíaj ben Albasec, dayán
_juez— de Sicilia vino de Bagdad con una misiva que contenía la biografía del
gaón Rabenu Jay de bendita memoria y su laudable experiencia; cuenta que... cierto
día se citó un versículo de la Biblia... en la yesibá, durante una discusión, y los pie-
sentes dieron distintas interpretaciones. Entonces Rabenu Jay, de bendita memo
ria, indicó a Rabí Maslíaj que fuera a ver al católicos de los cristianos y le pregun
tara lo que supiera sobre la interpretación de ese versículo (A. S. Halkim, ed., Re
velaciones de los misterios y la apariencia de las luces, Jerusalén, 1960, págs. 493-495).
Con la impresión producida por la cultura y el idioma de los árabes,
los judíos adoptaron las formas literarias arábigas v su versificación con
su métrica v sus géneros Dropios. Emnleados con éxito en hebreo, serian
elementos fee anuos para la formación de nuevos estilos literarios. Asimis
mo, el medio dominante alteraba la vida cotidiana de los judíos; por ejem
plo, en las modas. En el paso del siglo X al XI los gaones hicieron notar un
hecho incontrovertible; «Estamos desparramados por los cuatro rincones
del mundo. Y en cada rincón, los hombres se diferencian en su vestimenta,
su conducta y sus atavíos. Por consiguiente, todo lo que hacen los pobla
dores de dicho lugar... también lo pueden hacer los judíos que viven allí»
ÍT cu in. op. cit. sobre el tratado Nagir, pág. 200).
Ideales y principios
Dentro de un ambiente de movilidad relativamente amplia, la vida de
la comunidad judía se basaba en ideales y criterios plasmados por la vida
y la cultura judías durante la Edad Media. Los judíos demostrarían una
vez más su capacidad para absorber las fuertes influencias sociales y cul
turales, tanto del islamismo como del cristianismo, así como para empler-
las en el enriquecimiento de su propia vida social y cultural. Lo lograrían
debido a la cohesión sociorreligiosa que poseían, supremo valor judío, que
sería esencial para la supervivencia nacional a partir del momento en que
entraron por primera vez en contacto con el mundo medieval.
En los países islámicos, los judíos veían a las principales instituciones
de dirección y de estudio del judaismo como una emanación de la voluntad
histórica divina, que era la razón por la cual y para la cual se mantenían.
Por eso el Santo y Bendito le erigió dosyesibot a Israel, en las que se estudia la
Torá día y noche [...]. Y deliberan y argumentan en discusiones de la Torá, hasta
dejar todas las cuestiones completamente aclaradas, y [presentan] la ley como real
mente es, trayendo pruebas de la Biblia, la Misná y el Talmud, para que Israel
no ande desorientado en los temas de la Torá ( Tanjuma, como en Dinur,
op. cit., pág. 81).
522
Esta ideología sirvió de base para inspirar a los judíos un sentimiento
de la santidad del pueblo judío en todos sus lugares de dispersión. Formu
laron este criterio en el siglo IX, y lo situaron frente a la secular creencia
en la santidad del país de Israel (Tierra Santa). «Y si dices que el país
[de la dispersión] es impuro, advierte que Israel es santo y no se le adhiere
la impureza. La Tora es sagrada y las sinagogas locales y las casas de es
tudio reemplazan al sanctasantórum y ahora nos sostienen. E Israel está
apartado de los gentiles» (Lewin, op. cit. sobre el tratado Ketubot, pág. 182).
En ella —<*1 hombre— conserva todos los acontecimientos del pasado; y en ella pre
vé muchos de los que vendrán; y de este modo hace que los animales cultiven la
tierra para él y le traigan lo que produzca; y de este modo logra extraer agua de
las profundidades de la tierra para que brote en la superficie... y se fabricó unas
ruedas que la suben; y de este modo consigue construir magníficas casas y usar bue
na ropa y preparar sabrosos manjares y golosinas; y de este modo puede dirigir sol
dados y tropas para que haya normas y gobiernos apropiados y la humanidad viva
en orden; y de este modo adquiere conocimientos de astronomía y del zodíaco y de
los ciclos de los planetas, y la medida de sus rotaciones; y sus distancias, y otros
asuntos (ídem, pág. 152).
Los caraítas
La misma tendencia hacia el racionalismo religioso tuvo consecuencias
muy diferentes para quienes rechazaban la dirección del exilarcado y el gao-
nato, entre ellos los que en el siglo X se denominaron acertadamente caraí
tas. Durante el siglo IX, el intervalo que va de Anán a los caraítas, la opo
sición a la dirección establecida se manifestaría de varias maneras. El jefe
conocido de los que se oponían a los gaones en ese siglo era Binyamín ben
¿Ylosé al-Nahawendí —natural de Nahawend, Persia. Su libro Maseat Bin
yamín (Las enseñanzas de Binyamín) es la expresión de una actitud y una es
cala de valores que difieren totalmente en su aspecto social de las de Anán
y de las de los caraítas del siguiente siglo. Revela una gran preocupación
por la situación de los jueces locales y el respeto que éstos merecen a Bin
yamín. Asumió la defensa de la propiedad particular sobre la base de la
Torá, e incluso llegó a dictaminar, como principio básico, que los hijos de
un deudor fallecido podían ser vendidos como esclavos si la familia no pa
gaba las deudas, dictamen basado en el relato bíblico de la viuda y el pro
feta Elíseo (2 Reyes IV). Reclamó sesiones protocolarias en los juzgados y
presentación de testigos. Por otra parte, se ha dicho que Binyamín sostenía
el criterio filosófico de que debía eliminarse totalmente la corporeidad del
concepto del Creador. Se advierte, por lo demás, en sus opiniones una con
fianza exclusiva en las Escrituras, en mucho mayor medida que la obser
vada en las de Anán.
En el siglo X es posible encontrar caraítas en el más amplio sentido de
la palabra, es decir, biblicistas. Se conocen opiniones de judíos basadas ex
clusivamente en el texto bíblico, tal como ellos lo entendían. Rechazaban
categóricamente el Talmud y sus métodos homiléticos por constituir un las
tre con el que no se debía seguir cargando, y una invención humana de los
que habían engañado al pueblo mediante la fuerza de la tradición y sus po
deres institucionales. Desacreditaban la consiguiente eliminación del con
tacto directo e individual entre los judíos y la Torá, así como el hecho de
que se indujera al pueblo a seguir a los «malos pastores». Podría decirse
acertadamente que fueron los caraítas del siglo X los que seguían el prin
cipio, erróneamente atribuido a Anán, que afirma: «Busca bien en la Torá
y no dependas de mi opinión».
Las descripciones del gran cronólogo caraíta del siglo X Yaacob al-Quir-
quisani, revelan que existía una gran cantidad de opiniones y muy diversas
costumbres entre los que eran calificados por sus contrarios como caraítas.
Esta variedad se explica si se considera que los rabanitas llamaban caraítas
a todos los que se oponían al gobierno de las yesibot y el Talmud, cuales
quiera que fueran sus razones o su origen. En cuanto a los mismos caraí-
531
tas, su diversidad derivaba del individualismo racionalista que presentaba
esta tendencia propia del siglo X.
Semuel Hanaguid
La personalidad que simboliza a la clase superior judía, espiritual y ma
terialmente poderosa, en la España musulmana, es R. Semuel ibn Nagre-
la, llamado el naguid. Nacido en 993, se sabe que aún vivía en 1056. Sus
acciones y sus puntos de vista ofrecen una imagen de lo que eran los cír
culos judíos aristocráticos de aquella época. Sus realizaciones políticas, las
537
oportunidades que se le deparaban para actuar en su pueblo y por su pue
blo, junto con la naturaleza de sus actividades derivaban principalmente
del declive de los omevas de España en el siglo XI, paralelamente al sur
gimiento de minúsculos reinos y principados rivales.
Las cortes de estas corporaciones políticas se parecían en muchos as
pectos a las que tendrían los principados italianos del Renacimiento. Los
gobernantes, los señores y hasta los mismos principados, carecían de raíces
profundas, y no tenían seguridad, estabilidad ni continuidad. La supervi
vencia dependía del talento, el esfuerzo y la capacidad para aprovechar
cualquier fugaz oportunidad que pudiera presentarse. Los protagonistas te
nían que confiar casi exclusivamente en principios como la personalidad,
la tenacidad y el carisma. Al igual que en Italia, en la España musulmana
el desarraigo político se produjo en medio de una antigua y profunda tra
dición cultural. La convergencia de ambos factores dio a la creación cul
tural y la renovación de personalidades un importante valor político, crean
do fundamentos de gloria para el usurpador, y reforzando al tiempo su pre
caria base inicial. Con esta configuración se orientaron sentimientos y pen
samientos hacia el análisis racional y crítico del individuo y la sociedad:
sus motivos, fuerza, debilidad, la forma de influir en ellos y el modo de
manejarlos.
Como se ha apuntado el estilo de vida de R. Semuel Hanaguid refleja
las cualidades, fuerzas y tensiones que movían a los dirigentes judíos en el
pequeño reino berberisco de Granada en el siglo XI. Según las referencias
existentes, habría estado dedicado al comercio marítimo y viviría de ma
nera opulenta —véase lo dicho anteriormente en las págs. 475 y 476. Ocu
pó varios cargos políticos y administrativos, aun antes de haber llegado a
la cúspide de su carrera.
Rabí Semuel Hanaguid era también un brillante poeta. La historia ára
be y la leyenda judía dan testimonio de su destacado estilo arábigo y de su
hermosa letra. «Dominaba la filosofía griega», dice un historiador árabe,
«y las diversas ramas de la matemática. Sabía más astronomía que los as
trónomos, además de todo lo que se podía saber de geometría y lógica.»
Sus contemporáneos lo consideraban un gran talmudista; entre sus obras
figuran varios comentarios sobre el Talmud y Responsa a consultas de hala-
já. Mantenía correspondencia con R. Jay Gaón de Bagdad, y con los sabios
del norte de Africa. En una de sus poesías, escrita cuando fue rescatado de
manos de sus enemigos, se compromete a redactar una obra sobre la halajá,
en la que definiría temas aprobados por la ley:
Con dicción limpia y palabras elegidas.
Y rescatar la verdad de la tumba
y sepultar todo lo que es absurdo.
(Dxwán, fíen Tehilim, op. cit., pár. 107, pág. 82.)
Era similar al compendio de Maimónides de la halajá, conocido como
Misné Torá o Yad hajazacá, y fue publicado varias generaciones antes de que
Maimónides naciese; una obra que resume y hace fácilmente accesible todo
538
lo directo y generalmente aceptado de la tradición judía, y «sepulta» lo que
resulta complicado y de presentación tortuosa.
El naguid era también un jefe militar que en muchas ocasiones había lle
vado a la lucha a los ejércitos musulmanes de su rey. Varias de sus poesías
registran impresiones del combatiente obtenidas en el campo de batalla, así
como también relatos de la lucha:
Les grabamos velozmente en la carne
bellas palabras con plumas de hierro.
Con nuestras (lechas y lanzas
les llenamos el cuerpo como un carcaj.
Los guerreros se tambalean, no por el vino.
Los embriaga la sangre de su corazón.
Y los que llevaban alzado el pendón
son llevados ahora a la fosa.
(Ibídem, pár. 103, pág. 76.)
Los versos reflejan las luces y los movimientos del campo de batalla:
Van y vuelven los caballos cual serpientes en la cueva,
refulgen las lanzas como rayos en el aire,
las flechas son gotas de lluvia y brillantes destellos las espadas.
[Ibídem, pár. 10, pág. 9.)
Rabí Semuel expresa los pensamientos de un hombre que aguarda, en
permanentemente tensión, la victoria o la derrota:
Alojé una pesada fuerza en un fuerte
destruido por guerreros de antaño.
Ahí abajo dormían sus dueños
y yo me dije: ¿dónde está la gente ‘
que aquí en otro tiempo vivía?,
¿dónde los constructores, los destructores, los señores,
los pobres, los príncipes y los esclavos?
Descansan ahora en sus tumbas
profundamente en la tierra.
Si ahora se alzasen y saliesen
nos despojarían incluso de la vida.
Es cierto, mi alma, lo mismo que las de ellos
mañana podría unirse a la multitud que se halla ahí.
(Ibídem, Ben Cohelet, pár. 132, pág. 275.)
545
VI. POSICION Y ESTRUCTURA ECONOMICA
DE LAS COMUNIDADES JUDIAS
( 1096- 1348)
547
o selvas, para que no haya batallas entre ellas. Éste es el significado del versículo de
los Salmos que dice: «El Señor fundó la tierra con sabiduría, estableciendo el mun
do por su sapiencia» (R. Eleazar ben Yehudá, Jojmat hanefes —La sabiduría del
alma—, Safed, 1915, fol. 22v.).
Es evidente que este jasid tenía conocimiento de los traslados efectuados
hacia países más cálidos y hacia los bosques. Le interesaban las relaciones
ofensivas y defensivas de las naciones, la ventaja de las barreras que las se
paren y la posibilidad de hallar refugio en tiempo de guerra mediante la
emigración. En el siglo XII, los Jasidé Askenaz prepararon normas para los
judíos que,
cuando fueron a instalar casas en los bosques, sufrieron una peste, porque el lugar
estaba reservado para los demonios; no siendo allí frecuente la presencia de seres
humanos, que se morían. Le preguntaron a un sabio qué debían hacer. «Elegid la
parcela para vosotros», les dijo.
Debían realizar una ceremonia con «diez hombres que llevaran el rollo
de la Torá por toda la superficie» del área señalada. Se han registrado los
versículos que serían recitados mientras recorrían la parcela, hasta que hu
bieran pasado con el rollo de la Torá por todo el espacio en cuestión. «Por
último que digan: con la autoridad del Omnipresente y la autoridad de la
Torá y de Israel que la observa, se prohíbe a los espíritus perniciosos, ma
chos o hembras, que vengan a este lugar, ahora y siempre» (J. Wistinetzky,
ed., Séfer Hasidim, 1924, pár. 371, pág. 113).
Este relato revela claramente la participación de los judíos en la tarea
de despejar selvas y colonizar comarcas montañosas. La ceremonia de la
Torá y el recitado de versículos tenía por objeto desterrar a los malos es
píritus de los que anteriormente habían sido dominios suyos.
Los jasidim creyeron conveniente aconsejar «a los que andan por el país
en busca de un lugar para habitar» que observasen detenidamente a los po
bladores de la ciudad, y estudiasen cuidadosamente a los gentiles», sus nor
mas morales y su forma de vida. Porque «si en esa ciudad viven judíos, sus
hijos y sus hijas se conducirán como ellos —los gentiles—, ya que en mu
chas ciudades los judíos se conducen como gentiles» (ídem, pár. 1301,
pág. 321). En Inglaterra se produjeron transformaciones en las poblacio
nes impulsadas por las tendencias y las medidas características de ese país,
que era en ese período el más centralizado y autoritario de los reinos del
occidente europeo. Hay noticias de que las comunidades judías se expan
dieron allí, llegando a fines del siglo XII a sumar docenas, muchas de ellas
dentro de las principales ciudades, y prosiguiendo la expansión en los comien
zos del siglo XIII. Pero después de la atroz explotación fiscal de los gober
nantes, la animosidad de la población y las autoridades, junto con los cam
bios introducidos en los métodos financieros (véanse págs. 560-562), tuvo
lugar en 1290 la expulsión total de los judíos de Inglaterra. Se calcula que
salieron unos dieciséis mil judíos, la mayoría de los cuales se dirigieron a
Francia y Alemania. Hasta la segunda mitad del siglo XVII no habría po
blación judía en Inglaterra.
548
En Francia la situación de los judíos fue empeorando, desde el inicial
éxito económico y la amplia expansión del comienzo del período, hasta una
persecución continuada que terminó finalmente con la expulsión. Las fuen
tes disponibles indican que en varias ciudades de Francia había dos calles
judías, una reservada para los judíos ricos y otra para los menos beneficia
dos económicamente. En las fuentes cristianas contemporáneas aparecen
en ocasiones quejas provocadas por la ostentación demostrada por los ho
gares judíos y su mismo estilo de vida. En el sur de Francia, las circuns
tancias que determinaban el desarrollo económico y social, así como las ca
racterísticas de la vida se presentaban menos favorables, especialmente con
anterioridad al año 1230 (véase el cap. 33, sobre la forma de vida de
R. Yehudá ibn libón). En ciudades como Narbona existían antiguas fa
milias acaudaladas que conservaban sus tradiciones propias junto con una
elevada posición jurídica. En la segunda mitad del siglo XII, todavía alis
taba en su llinerarium Benjamín de l údela (Londres, 1907, editado por
M. N. Adler) ocho importantes comunidades que había visitado cuando via
jaba por el sur de Francia. Según su relato, esas comunidades gozaban de
manifiesto bienestar económico y estabilidad social.
A partir del siglo XIII varios reyes franceses comenzaron a expulsar a
los judíos o a limitar su libertad de movimientos. Procuraban conseguir este
último objetivo mediante convenios concertados con gobernantes locales,
que debían devolver a sus amos originales a los judíos que huían. Estas ten
dencias alcanzarían su máxima expresión con la gran expulsión del
año 1306. En 1315 invitaron a los judíos a volver, de igual forma que tras
expulsiones anteriores, pero esta vez solamente unos pocos regresarían. Las
terribles persecuciones de comienzos del siglo XIV, que culminaron con las
matanzas de 1348, pusieron fin al período dorado para los judíos franceses
del Medievo.
En Italia Benjamín de Tudela recorrió trece comunidades judías (ídem),
de las cuales la más importante era la de Roma. En aquel país, sin em
bargo, existían probablemente muchas más. Entre los años 1290 y 1293,
quedaron casi totalmente destruidas las comunidades del reino de Nápoles,
y con ellas el antiguo centro judío del sur de Italia, que había sido la cuna
de la cultura askenazí■ Una campaña de predicación de monjes dominicos,
junto con expulsiones y episodios de matanzas, obligaron entonces a mu
chos judíos a renunciar a su religión. En 1294 fueron otorgadas exenciones
de impuestos a mil trescientos jefes de familia que se habían convertido.
Fue ésta una de las mayores conversiones de grupo que se registran en la
historia judía (véanse págs. 483 y 484, sobre los judíos de la España visi
goda, y págs. 670-672, sobre los judíos de España en el siglo XV). Este dato
indica que solamente en el sur de Italia vivirían como mínimo unos diez
mil judíos.
Las persecuciones del sur de Italia se asemejan a otras de naturaleza
similar sucedidas prácticamente al mismo tiempo en Francia e Inglaterra.
Los gobernantes de Nápoles durante ese período procedían de la casa fran
cesa de Anjou. Cuando dispusieron la primera expulsión del sur de Italia,
en 1288, emitieron igual orden para la zona que gobernaban en Francia.
549
550
Entre 1288 y 1294, fue pulverizada la antigua comunidad judía del sur de
Italia, juntamente con sus yesibot y sus tradiciones. Por su parte, los judíos
de Inglaterra fueron expulsados en masa, y un destierro inminente amena
zaba a los judíos franceses. Estos hechos constituían un coordinado esfuer
zo dirigido a lograr la eliminación de los judíos de la mayoría de los reinos
de Europa occidental, particularmente de aquellos que se hallaban atrave
sando un proceso de centralización y unificación. La Roma papal, que con
servó las antiguas tradiciones sobre el trato a los judíos, siguió constituyen
do para éstos un refugio relativamente tranquilo. Esta situación haoría de
influir en la misma dirección en vanos principados y reinos próximos al
Estado papal.
En el área bizantina, en las islas del sur de Europa y en el mismo con
tinente, Benjamín de Tudela halló más de veinte comunidades (c. 1165).
Dice de Constantinopla: «Aquí, en la ciudad, no hay judíos; los traslada
ron al otro lado de un brazo uel mar..., donde hay unos dos mil judíos ra-
banitas. Y hay unos quinientos caraítas en un lado, con una división entre
ellos (ídem, pág. 16). Había además otras varias comunidades, que Ben
jamín no visitó. En 1204, en el transcurso de la cuarta cruzada, fue con
quistado el imperio bizantino; la descripción de Benjamín que presenta la
situación de los judíos bajo el gobierno bizantino es, pues, la reinante antes
de la desmembración del país.
En los territorios dominados por los cruzados, y especialmente en Is
rael, Benjamín halló solamente algunas comunidades judías, dotadas de
poca población. En cambio, observó, o mejor aún, tuvo noticias de la exis
tencia de vastas comunidades judías en Irak y aún más allá de este país.
Recibió además información acerca de sus comunidades y sus lugares sa
grados propios. De su relato se desprende que también en Egipto existía
una numerosa comunidad judía. Sus descripciones, que en este aspecto ob
tuvieron una confirmación mayor que los informes del viajero R. Petajyá
de Regensburgo, revelan en general que en los territorios islámicos había
más colonias judías, y con mayor número de pobladores, que en cualquier
otro lugar.
España
Benjamín de Tudela, en su relato, trata escasamente de la España mu
sulmana y de las monarquías cristianas de la Península Ibérica, dado que
España era tanto su punto de partida como su lugar de retorno; de ahí que
le haya dedicado una atención muy limitada. Existe, de todas formas, in
formación muy amplia acerca de las decisivas transformaciones sucedidas
en los lugares de residencia de los judíos durante este período. Dos mo
vimientos políticos religiosos hicieron que el centro de gravedad de la po
blación judía pasara desde los territorios musulmanes hasta los reinos cris
tianos. El proceso hahía comenzado por la emigración He judíos de los
principados del sur hasta los estados cristianos del norte. El motivo del
cambio fue la reconquista cristiana de buena parte de la Península ibérica
durante el siglo XII. Los almohades, musulmanes «proclamadores de la uni
dad de Alá», respondieron a esto invadiendo España desde el norte de Afri
ca para defender la pureza del Islam y el dominio musulmán de la Penín
sula. Trataron duramente a los judíos de Africa y más tarde a los judíos
de los países ibéricos, donde la invasión musulmana, juntamente con la Re
conquista, ocasionaron serias transformaciones además de los daños cau
sados por la guerra.
Diversas circunstancias, que se verán a continuación, harían que los ju
díos españoles tuvieran una plena participación en las actividades econó
micas y culturales de los reinos en que habitaban (véase pág. 553). Su par
ticipación en la Reconquista al final del siglo XI y a lo largo del XII, se
derivó del declive del poder musulmán y el colapso de los reinos islámicos.
Se ha visto que a mediados del siglo XII entró enjuego un nuevo factor,
el del ardor religioso de los almohades, que empujarían a los judíos hacia
el norte. Según el relato de un cronista coetáneo, P Abraham ibn Daud.
los judíos huyeron de los almohades en masa y en precarias condiciones.
Algunos de ellos se dirigieron hacia los cristianos «y se vendieron, para po
der huir de los países de Ismael, y otros escaparon desnudos y descalzos».
Fue entonces cuando surgió la figura del cortesano Yehudá ibn Ezra, el
nasí. Miembro de una familia que durante muchas generaciones había ocu
pado altos cargos en los reinos musulmanes, transfirió ahora su lealtad al
rey cristiano de Castilla, quien le dio el mando de una fortaleza fronteriza
(Calatrava). Yehudá convirtió la fortaleza en
una ciudad de refugio para los exiliados... y en su hogar y en su mesa hallaron re
poso los hijos del exilio. Dio de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos,
v vistió a lo« desnudos v provevó de animales a los que apenas nod'*n andar —les
iio caballos a los débiles nara que pudieran seeuir su viaje hacia el norte— hasta
la ciudad de Toledo, por la reverencia y el honor que le dispensaba Edom —los
cristianos— (Cohén, op. cil., pág. 71).
552
P R O V E N Z A Montpellier
Pamplona Narbone*
.• Perpiñán
. León Vitoria* (' / ¿ ^ j a i r l ' ..... \ r
Burgos* ^ /O ^Huesca v' ^
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Desde los países musulmanes pocos judíos huyeron hacia el sur; entre
los que marcharon en esa dirección se encontraba la aristocrática familia
de Maimónides. La corriente mayor pues se dirigió hacia el norte. Pero
tarde o temprano, con el triunio final de la Reconquista, el dominio cris
tiano llegaría también hasta los que no habían huido.
I
pesino que afrontaba una mala cosecha; éstos eran algunos de los clientes
que comenzaron a dirigirse a los judíos. En la relación de deudores y deu
das registradas por Aharón de Lincoln, en Inglaterra (véase pag. 559) exis
te un anexo acerca de los que recurrieron a los judíos en el siglo XII.
Muy pronto, la Iglesia comenzaría a intensificar su campaña en contra
de la usura y los usureros. Su acción concernía especialmente a los que otor
gaban préstamos a los consumidores. Los judíos se consideraban excluidos
de la esfera eclesiástica de competencia, y por ello no aceptaban la autori
dad moral de la Iglesia; sostenían, de acuerdo con la Torá, que sólo esta
ban prohibidos los préstamos con interés para sus hermanos judíos. Con el
tiempo, sin embargo, su moral y sentido social les llevaría a juzgar benefi
cioso el interés para todos aquellos que lo solicitasen.
La combinación de estas circunstancias daría por resultado que los prés
tamos con interés llegasen paulatinamente a constituir la principal activi
dad de los judíos en las ciudades de Inglaterra, Francia, Alemania y el nor
te de Italia, así como también en Bohemia y Polonia, a partir del momento
en que se instalaron en aquellos países. Esta situación se había iniciado en
el siglo XII en Inglaterra y Francia, pero no antes del XIII en Alemania.
563
VII. MODIFICACIONES EN LA SITUACION
JURIDICA Y EN LA SEGURIDAD
DE LOS JUDIOS
La «servidumbre judía»
Comprobada la práctica inutilidad de las numerosas cédulas y anterio
res medidas de amparo a los judíos, demostrada en el año 1096, los gober
nantes comenzaron a buscar nuevos métodos para establecer la protección
de los mismos. En 1103, se trató de incluirlos en la denominada «Paz del
país de Maguncia»; esta medida, dirigida hacia la consecución de la «paz
territorial», tuvo su origen en el concepto de la «tregua de Dios» en los paí
ses cristianos, desgarrados por las guerras caballerescas y feudales. Tenía
por objeto la protección de los miembros de la sociedad cristiana que no
portaban armas ni estaban implicados en combates. La tentativa de incluir
a los judíos en ella no duraría mucho en el Imperio, dado que el concepto
de la «paz territorial», cristiano por definición, aportaría todos los elemen
tos para conseguir su fracaso.
Fueron otorgadas, así, nuevas cédulas a los judíos. Las referidas a este
período y las que las siguieron, reflejaban la presencia de una presión ecle
siástica destinada a elevar la humillación inferida a los judíos hasta el ma
yor grado posible, excluyéndoles de las actividades que como la del prés
tamo de dinero viciaban, según el criterio de la Iglesia, su debida posición
entre los cristianos. La objeción más enérgica era la que se oponía a la par
ticipación de los judíos en alguna profesión que les confiriese una posición
respetable entre los cristianos, o les otorgase autoridad sobre ellos. En ade
lante fue empleándose de forma sostenida la incitación de las multitudes
como medio para ejercer presión sobre los judíos. Conviene tener en cuen
ta, además, que los más altos gobernantes «seculares» pertenecían en su ma
yor parte, por educación, ideas y condición social y religiosa, al medio cul
tural propio de las masas populares. Así, en aquella época la nueva función
prestamista ejercida por los judíos tendría una creciente participación en
la elaboración de las cédulas que les fueron otorgadas.
Estas cédulas y las condiciones en que fueron formuladas, revelan la gra
dual aparición de un nuevo concepto, que está asimismo presente en las
566
epístolas papales y en la tentativa de incitar a las masas populares; es el
concepto de la servidumbre judía, una idea que combina una base teórica
destinada a producir la humillación de los judíos, con el incremento de su
sumisión a la voluntad de las autoridades. Al mismo tiempo, aseguraba a
aquéllos una mayor protección gubernativa, derivada del interés de los go
bernantes por cuidar a esos «siervos» que tanto contribuían a los intereses
de la tesorería, al tiempo que respondían a la necesidad que éstos tenían
de velar por su posición y su prestigio en el interior de sus respectivos países.
Esta actitud fue formulada inicialmente en la España cristiana, donde
ya en 1176 las leyes de la ciudad de Teruel afirmaban de forma expresa
que «los judíos son los siervos del rey y propiedad absoluta de la tesorería
real». De hecho, las condiciones que se daban en el período de la Recon
quista se presentaban favorables para los judíos, y sirvieron para contener
las posibles repercusiones generadas por esta naturaleza servil. Sin embar
go, aunque en la Península Ibérica fueron extraídas varias conclusiones
prácticas a partir de ese concepto, no llegaron a alcanzar grados tan extre
mos y rudos como los que se plasmaron más tarde, al finalizar la
Reconquista.
En Francia la servidumbre judía fue instrumentada de una manera in
teresante; fue uno de los aspectos que adoptaron las divisiones políticas que
se produjeron en el país al principio del siglo XIII, al calor de su gradual
unificación. Los documentos de los territorios franceses presentan a los go
bernantes de los diversos principados y ducados hablando cada uno de ellos
de «mi judío», y solicitando que éste les fuera devuelto caso de huir a otra
tierra. Entre los años 1198 y 1231, el rey y los príncipes «poseedores de ju
díos» se comprometieron recíprocamente en dieciocho oportunidades dis
tintas a efectuar la restitución de sus respectivos judíos. Guillermo de Bre
taña, jurisconsulto que vivió entre 1217 y 1294, declaró que el gobernante
tiene derecho a despojar a los judíos de todo lo que tienen, si así lo desea...
«por tratarse de pertenencias de esclavos». Una orden real de 1230, refren
dada por príncipes y duques «poseedores de judíos», afirmaba: «Nadie, sea
quien fuere, debe quedarse con el judío de otro señor; y el que encontrase
a su judío, dondequiera que fuese, tiene derecho a apoderarse de él, por ser
esclavo de su propiedad.»
También en Alemania se resolvió en la segunda mitad del siglo XII que
«los judíos pertenecen definidamente a la cámara imperial». El emperador
Federico I empleó este concepto de la propiedad de la cámara imperial con
ocasión de determinar cuáles eran los principios y deberes de su gobierno
ante todos los súbditos. En el preámbulo de la cofirmación de derechos de
los judíos de Ratisbona, del año 1182, declaró:
Es deber de nuestra Majestad imperial, reclamación de la justicia y exigencia
de la razón, que guardemos justamente sus derechos a cada uno de nuestros leales
súbditos, no solamente a los adheridos a la religión cristiana, sino también a los
que difieren de nuestra fe y viven de acuerdo con los ritos de sus tradiciones ances
trales. Debemos tomar medidas para que puedan conservar sus costumbres y ase
gurarles tranquilidad a sus personas y bienes. Por esta razón, anunciamos que [nos]
56 7
preocupa profundamente el bienestar de todos los judíos que residen en nuestro Im
perio, de quienes se sabe que pertenecen a la cámara imperial en virtud de una es
pecial prerrogativa de nuestra dignidad.
Federico II se refirió al concepto de la servidumbre de los judíos, prin
cipalmente debido a la pugna que mantenía con el papa por la dirección
de la Cristiandad. Comenzó por crear la descripción de los judíos como
«siervos de nuestra cámara», la de Sicilia, y en el año 1236 extendió su uso
a todo el Sacro Imperio Romano al norte de los Alpes. Se opuso asimismo
a la autoridad que pretendía tener la Iglesia sobre los judíos, declarando
ese mismo año que «según la ley aceptada los judíos nos están sometidos
directamente a nosotros, tanto en el Imperio como en nuestro reino».
En 1237, sostendría en el fuero de la ciudad de Viena que, debido al «in
tolerable pecado» de los judíos, él era su amo, por su condición de herede
ro de los emperadores romanos, «porque la autoridad imperial impuso la
servidumbre eterna a los judíos desde los tiempos antiguos como castigo
por el pecado» de crucificar a Jesús. Las conclusiones adoptadas en bene
ficio de los gobernantes fueron expresadas por Enrique III de Inglaterra
en su Mandatum regis, del año 1253: «Que no quede ni un solo judío en In
glaterra si no está al servicio del rey, y que todos los judíos, varones y mu
jeres, nos sirvan de algún modo desde el día de su nacimiento.»
Desde la época de los Padres de la Iglesia, afirmaba ésta que la verda
dera imagen que correspondía a Israel —que se negó a reconocer a Jesús
y le dio muerte— era la de Caín, asesino de su hermano. La dispersión de
los judíos les había acarreado tanto la permanente sensación de temor como
la realidad de la servidumbre. Los predicadores difundieron sistemática
mente la comparación de los judíos con Caín, idea que pasó entonces a for
mar parte del fundamento ideológico que incluían los gobernantes en su de
finición de la servidumbre judía. Esta misma comparación serviría de base
a la Iglesia para efectuar la reclamación del derecho a ejercer el control ab
soluto sobre los judíos en toda la Cristiandad, si bien al mismo tiempo acep
taba delegar la supervisión directa de esta servidumbre en los gobernantes
cristianos, dentro de sus respectivos territorios. Inocencio III afirmó
en 1205: «Dios no está disgustado; encuentra más bien aceptable que exis
ta la dispersión judía y que esté al servicio de los reyes católicos y los prín
cipes cristianos.» Desde su elevada posición de supereminencia espiritual,
la Iglesia se consideraba capacitada para erigirse en guía y orientadora de
la actitud que con respecto a los judíos debían asumir todos los creyentes.
En ocasiones, esta orientación era utilizada con la finalidad de protegerles.
Por ejemplo, en 1199 fue publicada una Constitutio pro judaeis. Empleando
una fraseología extraída de epístolas de anteriores pontífices sobre el mis
mo tema, el edicto o constitución de Inocencio III disponía que no se de
bía dañar físicamente a los judíos, y que era preciso mantener su presente
situación sin modificarla en ningún sentido. Esta protección se les otorgaba
«de acuerdo con la clemencia que impone la piedad cristiana... y siguiendo
los pasos de nuestros predecesores». De conformidad con la referida pie
dad, ordena especialmente que no se emplee la fuerza para obligar a losju-
568
dios a aceptar el cristianismo, «porque no es verosímil que tenga la autén
tica fe de un cristiano el que se sabe que no ha ido voluntariamente al bau
tismo cristiano sino por la fuerza».
El papa prohibió expresamente matar o herir a los judíos, dañar sus bie
nes y profanar sus fiestas. «Nadie debe molestarlos con palos o piedras [...].
Contra la perversidad y la avaricia de los malvados, decretamos que nadie
deberá atreverse a violar o degradar los cementerios de los judíos, ni exhu
mar cadáveres para exigir dinero.» El papa anunció que serían excomul
gados todos aquellos que contravinieran las disposiciones de la constitu
ción. Se verá, no obstante, que en las epístolas del papa Inocencio y en las
decisiones del consejo encabezado por el pontífice, había pasajes que po
dían servir para negar la protección proporcionada por el edicto. De todas
formas, el edicto reflejaba sin duda la actitud tradicional de los jefes de la
Iglesia con respecto a los judíos y los principios oficiales que fueron adop
tados. De este modo, la servidumbre judía propiciada por la Iglesia inha
bilitaba seriamente a los judíos y les daba una débil protección, cuidado
samente definida pero aplicable solamente a ciertos aspectos de su vida.
Resumiendo, puede afirmarse que la servidumbre judía reposaba so
bre la base ideológica de los principios generales adoptados por el cristia
nismo con respecto al judaismo, y formulados con creciente severidad y as
pereza a medida que iba incrementándose el control de la Iglesia sobre el
pensamiento y la conducta de la Cristiandad occidental. En el siglo XIII,
la hostilidad mutua originaría demandas de la Iglesia y contrademandas
de los monarcas, derivadas del principio de la protección para todos los súb
ditos, independientemente de la fe profesada por los mismos y las ventajas
materiales que éstos reportasen para los gobernantes y sus países. La com
binación de estos factores, unida a la tirantez que enfrentaba a las partes
interesadas cristalizaría en la fórmula «siervos de la cámara» con respecto
a los judíos. Con la afirmación de la humillación social, jurídica y personal
de los judíos, esta fórmula otorgaba a los gobernantes ventajas legales y ma
teriales, pero también suponía para los judíos la conveniencia de contar con
un planteamiento claro y definido en el que poder confiar para conseguir
la protección de vida y bienes. Algunos tratadistas piensan que no fue ca
sual el hecho de que se adoptara este concepto durante el decenio de 1230,
especialmente por el emperador Federico II, cuando se manifestaba la enér
gica resistencia imperial ante la creciente influencia de la Iglesia.
Resulta razonable suponer que los puntos de vista de los judíos y sus
aspiraciones con respecto a su seguridad y situación jurídica hubiesen in
fluido en los planteamientos trazados acerca de ellos tanto como en las me
didas supuestas por las cédulas emitidas por las autoridades civiles y la Igle
sia. En realidad, los judíos no tenían más opción que la de aceptar cual
quier destino o situación que les acordaran; pero hallándose en peligro de
quedar interrumpida una existencia relativamente pacífica, trataron de ob
tener por varias vías las medidas que consideraban convenientes; y algunas
de las providencias de las cédulas podrían ser una consecuencia de sus ges
tiones. (En las páginas 495-497 han sido citados algunos de sus puntos de
vista.) Los gobernantes accedían gustosamente a ello cuando tenían algún
569
interés personal en las funciones económicas y las actividades que los ju
díos desarrollaban, lo que proporcionaba a éstos cierto poder para negociar
y ejercer algún tipo de influencia. Los judíos que se hallaban en cont¿ cto
habitual con las cortes reales actuaban como intercesores en favor de >us
correligionarios, como diplomáticos, pues, de un grupo social que solamen
te podía imponerse a través de su función económica. Los judíos se bene
ficiaban también con el objetivo inherente al gobierno de imponer la ley y
el orden en sus territorios, aunque los gobernantes no siempre conseguían
imponerlo en las condiciones que imperaban durante la Edad Media, de
bido a la actitud legal y la disposición moral ante los judíos que se halla
ban enraizadas en la mente de reyes, eclesiásticos y cristianos en general a
partir de generaciones precedentes. La concesión era relativamente eficaz
en las regiones que se manifestaban favorables a los judíos, pero podía te
ner también cierta influencia en tiempos de disturbios, incluso en el am
biente dominante en la Europa noroccidental de aquel período.
Los judíos sabían que las autoridades no explotaban por completo su
índole servil; eran privados de libertad de movimiento únicamente en casos
excepcionales, lo que era considerado como un acto arbitrario de tiranía;
en escasas ocasiones, eran privados del derecho a la herencia familiar.
El carácter de su servidumbre comprendía dos elementos principales: la im
posición de gravámenes especiales, con explotación económica que a veces
alcanzaba niveles que llegaban hasta el saqueo, y la protección que les otor
gaban las autoridades. Para el pueblo en general la situación jurídica de
servidumbre de los judíos se hallaba de perfecto acuerdo con el criterio ecle
siástico y popular de la degradación y la perversidad de los mismos; éstos,
sin embargo, alcanzarían a valorar la verdadera disminución de los efectos
generados por esta situación.
Calumnias
Durante este período surgiría una nueva manifestación en las relaciones
entre el cristianismo y el judaismo: el lanzamiento de falsas acusaciones,
que eclipsaría a todas las demás manifestaciones y supondría nuevas dificul
tades en la vida de los judíos. Esta manifestación constituyó, por su mismo
carácter, un círculo vicioso; cada falsa denuncia constribuía a aumentar la
aterradora imagen de los judíos, y el deterioro de la de éstos hacía más creí
bles las constantemente renovadas acusaciones. Los cargos en su contra
eran generados por la religiosidad y supersticiones populares de los cristia
nos, y sostenidos y difundidos por monjes y sacerdotes. La agitación social
de las ciudades y el campo y la barbarie en general de aquella sociedad en
su conjunto favorecían la creencia en la crueldad de los judíos y la necesi
dad de actuar con respecto a ellos en forma semejante.
Existían dos tipos de calumnias principales que hicieron acrecentar el
número de víctimas judías y dieron rienda suelta a los degradados instintos
del populacho. Eran la acusación de crimen ritual y la de profanación de la
hostia. La acusación de crimen ritual era la más antigua de las dos y ya había
570
sido lanzada en forma ligeramente distinta en contra de los cristianos del
siglo II. En 1144, los judíos de Norwich, Inglaterra, fueron acusados de ha
ber asesinado a un niño cristiano; a partir de ahí, se repetirían acusaciones
de esa índole en toda Europa. La explicación lógica de quienes creyeron
esta acusación se basaba en la idea de que tras la crucifixión de Jesús los
judíos habían quedado sedientos de sangre pura e inocente. Dado que el
Dios antiguamente encarnado se hallaba en el cielo, los judíos ambiciona
rían ahora la sangre de los más inocentes de los creyentes, los niños, los
tiernos cristianos. Merced a este razonamiento, la fecha más apropiada para
la mayoría de las acusaciones de crimen ritual, era la fiesta de la Pascua,
inmediata a la fecha de la pasión de Jesús.
Más adelante, a esta concepción serían añadidos algunos elementos adi
cionales. En Norwich, se afirmaría que los judíos habían torturado a su víc
tima y posteriormente la habían crucificado. En 1255 los judíos de Lincoln
fueron acusados de haber crucificado a un niño cristiano, a quien después
de bajarlo de la cruz le fueron extraídos los intestinos, al parecer para la
realización de actos de brujería. En 1286 se afirmó en Munich que los ju
díos, como lo dice una elegía judía, «mataron varios niños cristianos hi
riéndolos en todos los miembros... y bebieron cruelmente su sangre». A los
horrores generales fueron agregados en esta ocasión actos de sadismo rea
lizados por judíos que ejecutarían bebiendo la sangre de los cadáveres.
Muchos cristianos creían que estas acusaciones eran directa manifesta
ción de la verdad. Las proclamas públicas, incluso las emitidas en zonas
más avanzadas, no se demostrarían capaces de destruir esa creencia.
En 1235, serían acusados de comisión de un crimen ritual los judíos de Lui
da. El emperador Federico II resolvió investigar el caso minuciosamente,
y llamó primeramente a los elementos directivos del clero. No pudiendo
dar una respuesta adecuada acerca de la veracidad de los cargos aducidos,
decidió reunir una convención especial compuesta por judíos convertidos al
cristianismo, con la finalidad de inquirir sobre el fundamento de tal acusa
ción; se han conservado las cartas que fueron enviadas a varios países, para
tratar de conseguir la concurrencia de respetables conversos a la referida
asamblea. En aquella ocasión, se afirmó con la mayor claridad que los ju
díos no producían daño alguno a los niños cristianos, y que no precisaban
sangre de los mismos para la realización de sus ritos. En 1236 el empera
dor publicó una declaración especial anunciando los resultados de su in
vestigación; el papa Inocencio IV, adversario del emperador, declaró asi
mismo que las acusaciones de crimen ritual carecían de fundamento. Pero
aparentemente la abrumadora mayoría de los cristianos de Occidente no
creyó en los resultados de la investigación ni en las declaraciones del em
perador y el papa, y las calumnias continuaron realizando su acción.
El peligro potencial de los cargos se cernía sobre la comunidad judía,
especialmente en la zona donde vivían los judíos askenazíes, manifestándose
durante las fiestas, en momentos de alegría o de duelo, cuando se produ
cían disturbios sociales entre los cristianos, y si alguna tensión excepcional
enfrentaba a éstos con aquéllos. Durante los siglos que se contemplan, y a
lo largo de los siguientes, muchos judíos serían cruelmente asesinados por
571
la influencia de estas calumnias. Comunidades enteras serían exterminadas
u obligadas a trasladarse a otro lugar. Incluso cuando eran dispensados de
la destrucción y la tortura, siempre se mantenía la marca del daño social
y psicológico producido. Finalmente, cabe apuntar que en el ambiente cul
tural de la Europa occidental durante la Edad Media, el judío pasó a ser
considerado como una verdadera amenaza diabólica.
Esta imagen puede observarse en el libro The Canterbury Tales, del gran
poeta inglés Geoflrey Chaucer, nacido en 1340, cincuenta años después de
la expulsión de los judíos de Inglaterra. Chaucer terminó su obra alrededor
del año 1387, aproximadamente un siglo con posterioridad a la salida de
los judíos. El cuento de «La priora», relata el caso de un inocente niño cris
tiano, hijo de una viuda, que camina por la calle de los judíos cantando
alabanzas a María, madre de Jesús; los judíos se apoderan entonces de él
y le matan. El crimen es descubierto milagrosamente y toda la comunidad
judía es exterminada como consecuencia de ello. Este relato indica que la
ausencia de judíos no alteraba el prejuicio personal del poeta ni de los pe
regrinos ingleses que describe en su obra. Se trata de la supervivencia de
la herencia cultural; lo que aquí se repite es la acusación de crimen ritual
de Lincoln, que había tenido lugar cien años antes.
La acusación de profanación de la hostia fue lanzada contra los judíos con
ocasión del IV Concilio de Letrán, que decidió en 1215 que según el dog
ma cristiano, el pan y el vino del sacramento sufriría la literal transforma
ción en el cuerpo y la sangre de Cristo. Los cristianos comenzaron a creer
entonces en el milagroso poder de la hostia, así como en su potencia como
amuleto o elemento mágico; en la misma actitud de los cristianos hacia los
judíos se traslucía entonces su propia lógica interior. Se sabía que los ju
díos eran perversos; mataron al Dios encarnado que había venido a redi
mirlos, el mismo Cristo que ahora actuaba en el misterio de la transubs-
tanciación y la hostia. Cabía entonces pensar qué otra cosa podía esperarse
de aquel pueblo más que el pecado de profanación de esa hostia sagrada.
La primera acusación de esa clase que ha quedado registrada procede del
año 1243, producida en una localidad próxima a Berlín; la imputación era
en general semejante. Un judío sobornaría o convencería a un cristiano o
una cristiana para que le diese un pedazo de hostia, llevándosela luego a
su casa o a la sinagoga; allí la torturarían —a Jesús— lo mismo un solo
individuo que toda la comunidad, apuñalándola y pisoteándola. Los judíos
en función de esta idea, se arriesgarían a todo, a cambio de cumplir su de
seo de «volver a torturar a Jesús». Cuando se sospechaba que algún judío
hubiese cometido esa acción, era sometido a un doloroso tormento; tanto
si «confesaba» como si no lo hacía, generalmente era quemado y su familia
y comunidad castigadas. Esta calumnia originaría la devastación de zonas
enteras pobladas por comunidades judías. Examinando un mapa que seña
lase la aparición de la calumnia, podría observarse que la mayor parte de
los lugares donde se originó y se manipuló la acusación se encontraba en
el interior del imperio germánico.
La imputación referida a la profanación de la hostia muestra con ma
yor claridad todavía que la aportada por la del crimen ritual la opinión que
572
tenían de los judíos los cristianos de la Edad Media. Según ellos, los judíos
sabrían con certeza que el acto sacramental del sacerdote cristiano produ
cía el misterio y milagro de la transubstanciación del pan en el cuerpo de
Jesús; pero, aun conociendo este altísimo misterio del cristianismo, no so
lamente no lo aceptarían sino que harían todo lo posible para actuar en con
tra de Dios y profanar los elementos sacralizados del cristianismo.
España cristiana
Durante la mayor parte de este período, la situación de los judíos en los
reinos de España presentaba caracteres más positivos que los aportados por
cualquier otra región cristiana. Las consecuencias de la Reconquista que ha
bían beneficiado a los judíos (véase págs. 553 y 554) se combinaban ahora con
la participación habitual de éstos en la vida económica y cultural, situación
aceptable para muchos cristianos de aquella época. Por todo ello, la vida
presentaba allí caracteres muy diferentes a los mostrados por su reverso,
las zonas askenazíes.
En el reino de Aragón los judíos no solamente eran bien recibidos, sino
que incluso su presencia era solicitada. En 1247 el rey emitió una procla
ma asegurando su protección para todos los judíos que fueran, por tierra o
por mar, a instalarse en ciertas comarcas del país. La comunidad de Perpi-
ñán se consideraba a sí misma «un atrayente viñedo... plantado por la mano
derecha» del rey; los monarcas otorgarían de hecho amplios privilegios a
muchas comunidades. Los judíos poseían importancia política en los rei-
577
nos, y los eruditos y profesionales seguían desempeñando funciones desta
cadas en la sociedad cristiana y en la corte real. En los documentos oficia
les figuraba a menudo la firma de un nombre hebreo y en ocasiones escrita
incluso en caracteres hebreos.
Yehudá ben Labí de la Caballería desempeñaría, a partir del año 1257,
un alto cargo en la ciudad de Zaragoza; en 1260 fue nombrado para ocu
par una plaza equivalente a la de ministro de finanzas de la totalidad del
reino; y no sería el único judío que ocupase un puesto oficial tan promi
nente. Sin embargo, a finales del siglo XIII comenzó a declinar en Aragón
la influencia de los judíos, que a partir de entonces dejaron de actuar en
funciones de importancia. Con todo, incluso en los momentos en que los
judíos todavía gozaban de una posición elevada, habría de manifestarse la
presencia de cierto grado de animosidad religiosa en decisiones de las cor
tes, como la que en el año 1241 fue manifestada en contra de los judíos y
su ejercicio de la usura; en 1250, llegó a producirse en Zaragoza una acu
sación de crimen ritual, aunque esos episodios eran raros en España.
En Castilla, los judíos estuvieron firmemente situados entre los funcio
narios superiores a lo largo de todo este período. Los médicos de la familia
Ibn Wacar eran personas muy próximas al rey Sancho IV, hallándose en
tre quienes fueron nombrados testigos de su testamento. Con todo, la po
sición de estos cortesanos se encontraba continuamente a merced de sensi
bles fluctuaciones personales. Uno de los indicios que revelan tanto la po
sición legal y social relativamente firme de los judíos como la tensión social
que existía en el seno de la comunidad judía es el hecho de la autorización
otorgada por el gobierno, a petición de la misma, para ejecutar delatores.
Esta facultad sería aplicada en cierto número de ocasiones, contando siem
pre con la aprobación de los rabinos.
Rabí Afosé ben Najmán (Rambán o Najmánides) y la disputa
de Barcelona {1263)
Comparando la intervención de R. Mosé ben Najmán en la gran con
troversia de Barcelona del año 1263 con la de R. Yejiel y sus compañeros
en los hechos de París de 1240 es posible advertir la diferente posición man
tenida por los judíos de la España cristiana por una parte y los de Francia
y Alemania por otra. En Francia los judíos se defendían contra una acu
sación; y Najmánides cuenta, acerca de la disputa de Aragón, que el rey
Jaime I le pidió que debatiera con el converso Pablo Cristiano. «Cumpliré
la orden de mi señor el rey», respondió, «si me dais permiso para hablar
de la forma en que yo quiera.» El dominico Raimundo de Peñafort quiso
imponer como condición: «Siempre que no insultéis.» Najmánides contestó:
«No estoy dispuesto a someterme a vuestra restricción, sino que diré todo lo
que quiera en el asunto que se discute al igual que vos decís lo que deseáis.
Me propongo hablar con corrección, pero será por mi propia voluntad.»
En París el Talmud era rechazado como falso y maligno, y en el debate de
Barcelona Najmánides dedicó una gran aprte de su exposición a demostrar
que no todas las declaraciones agádicas del Talmud ni las observaciones ho-
578
miléticas de los sabios comprometían a los judíos. En España se habían in
tentado usar el Talmud y los midrasim como base para la demostración de
la verdad del cristianismo, tentativa derivada posiblemente del estrecho
contacto establecido entre judíos y cristianos. Más adelante podrá observar
se (págs. 658 y 659) que el contenido de este importante debate revela
que durante el mismo Najmánides se habría sentido muy libre; quedando
demostrado además que se trataba de un mordaz polemista.
. En el año 1348, se producirían señaladas alteraciones en la situación de
los judíos en la España cristiana. En Aragón estallaron grandes tumultos,
y en algunos casos los tribunales llegaron a ordenar la tortura de judíos;
en el siguiente capítulo se considera la reacción manifiestada por las comu
nidades ante los hechos. Al finalizar este período, alrededor del año 1348,
aumentaría sensiblemente el fanatismo cristiano en los dos reinos más im
portantes de España, declinando los efectos producidos durante el período
de la Reconquista, que tan favorable se había manifestado para los judíos.
579
VIII. DIRECCION DE LAS INSTITUCIONES
LOCALES Y LOS ERUDITOS
RABINICOS
La nueva yesibá
La modificación de las yesibot, o academias talmúdicas, que fue plas
mándose durante los siglos X y XI, y la lucha por el carácter propio del
erudito rabínico (véase en la pág. 539 el juicio crítico del R. Semuel Ha-
naguid sobre la personalidad de los sabios de su tiempo) llegó a su culmi
nación con la fundamental transformación que se introdujo en la índole de
la yesibá prácticamente en toda la extensión de la diàspora. La clase de^-
sibá que existía en Babilonia y en Palestina, basada en la jerarquía aristo
crática de familias intelectuales cuya profesión era la del estudio de la Torá
y cuyo liderazgo derivaba de la santidad de su estudio, desaparecería sin
que, al parecer, hubiese arraigado en ninguna parte de Europa. A partir
del siglo XII, las yesibot de España y Alemania dejarían de exhibir su exclu
sivismo y de reclamar las características propias de las yesibot que funcio
naban en Babilonia y Palestina. Es cierto que cada país tenía sus familias
aristocráticas de eruditos rabínicos, pero su posición nunca se había acer
cado a la que era prerrogativa de las familias de Babilonia y Palestina. A fi
5 85
nes del siglo XII se registraría una vehemente contienda entablada entre los
sectores que accedían al liderazgo y aquellos que iban siendo apartados
del mismo.
596
Distribución de los impuestos
El conflicto que se observaba en España entre «declaración» y «deci
sión» para la tasación de los impuestos también existía en la región askena-
ZÍ, aunque en menor escala. Aquí la realidad modificó los ideales en mate
ria de impuestos. R. Simjá de Spira, sabio rabínico y jasid del siglo XIII,
contaba:
Oí que mi tío Rabenu Calónimos, de santa y bendita memoria, estaba en estre
cho contacto con el palacio real y tenía acceso a la corte. Cuando el rey impuso un
gravamen a los judíos les ayudó a obtener un buen trato, y luego solicitó del rey
que dedujera un tercio o un cuarto para su parte. Porque él solía decirle al rey:
«Yo te sirvo con préstamos y muchas otras cosas. Quiero que me eximas del im
puesto; pero mi deber es pagarlo, lo mismo que los demás.» Aunque el rey accedía
a deducir su parte del impuesto, después lo pagaba juntamente con la comunidad
(Selomó Luria sobre el tratado Baba Cama, Jerusalén, 1887, cap. 460, pág. 74).
Se ve aquí a un stadlán que negocia con el rey y explota los servicios que
le ha prestado para ayudar a toda la comunidad. Primero encara el aspecto
práctico de conseguir un buen trato, es decir, una importante disminución
del total de los impuestos exigidos; más tarde, se dedica al aspecto moral
con la voluntaria cesión de su parte correspondiente.
En el siglo XIII, se anunció una «excomunión impositiva» para facilitar
el cobro de los gravámenes. En las ordenanzas de la asamblea de Speyer,
Worms y Maguncia—llamada Vaad «Sum»—, que tuvo lugar en el año 1220
se resolvió que «cuando uno jura ante la comunidad que posee solamente
tanto y cuanto dinero y luego se descubre que tiene más... queda inhabili
tado para ser testigo y no se le acepta el juramento». En la comunidad de
Friburgo se adoptaron en el mismo siglo medidas económicas contra los
que hacían declaraciones falsas. Según un relato, a un miembro de la co
munidad «de quien descubrieron que había violado la norma y poseía más
de lo declarado, la comunidad le quitó el importe restante». Parece, ade
más, que la suma confiscada fue pagada a partes iguales por los demás
miembros de la comunidad, porque uno de los ricos dijo: «Les doy mi par
te, que es más de dieciséis marcos» (Bloch, op. cit., pár. 127, pág. 205).
No se sabe si todas las comunidades adoptaron medidas tan rigurosas como
ésta, pero es evidente que en general se esforzaron por asegurar una distri
bución equitativa de las cargas impositivas entre todos los miembros. Las
tacanot—ordenanzas— atribuidas a Rabenu Guersom determinaban que las
apelaciones contra los impuestos aplicados podían ser presentadas al tribu
nal solamente después de haber sido pagada la suma tasada por la comu
nidad.
El derecho de asentamiento
La urbanización de las comunidades se manifestó asimismo en la regla
mentación del «derecho de asentamiento» en la comunidad. Además de pro
mulgar sus leyes, las ciudades europeas medievales se esforzaban constan
temente por imponer su soberanía en la totalidad del espacio cercado por
sus murallas. Insistían en que nadie tenía derecho a instalarse en la ciudad
sin previo permiso de la autoridad municipal. Generalmente, la ciudad im
pedía el asentamiento de extranjeros, salvo en el caso de que efectuasen un
pago especial o aportasen algún destacado beneficio a la ciudad. Las regla-
598
mentaciones no eran uniformes, y las exigencias de una ciudad de direc
ción predominantemente mercantil diferían de las que presentaba la diri
gida por artesanos; pero la base principal era idéntica en todos los casos,
y se reflejaba en las disposiciones introducidas por las comunidades judías
de las ciudades.
La respuesta enviada por los jefes de la comunidad de Roma a la cues
tión que les fue sometida desde París, en la primera mitad del siglo XII (so
bre la posición de Roma como centro de la dirección judía, véase pág. 601)
suministra un ejemplo clásico de la orientación dominante. La comunidad
de París informó sobre una demanda basada en «el decreto de los asenta
mientos emitido para el caso de que alguien se instalase en la ciudad sepa
rado de los pobladores radicados allí y los hijos que hayan tenido, varones
y no mujeres» (el derecho de domicilio era heredado automáticamente por
los hijos y no por las hijas ni los yernos). La comunidad «decretó que na
die podría quedarse permanentemente en la ciudad o dentro de un radio
de quince leguas a la redonda sin su permiso, salvo ellos y sus hijos». Los
dirigentes de la comunidad de Roma dicen en su respuesta que por su par
te la clausura de la ciudad en esa forma «es algo que nosotros no practi
camos»; pero agregan: «Atestigüen en cuatro reinos [Francia, Lorena, Bor-
goña y Normandía] que siguen esta regla.» El hombre que había presen
tado la queja argüyó: «En cuanto a mí, soy miembro de la ciudad y tú eres
miembro de otra ciudad. Y no quiero que sigas obteniendo beneficios en
la ciudad; vete de la ciudad... mi herencia y mi heredad» (S. D. Luzzatto,
edit., Bet Haosar, sec. I, Lvov, 1847, fols. 57 r.-58 v.). En esta época las ciu
dades judías del norte tendían a cerrar las puertas, pero los judíos del sur
no aceptaban esa norma.
Más tarde, la opinión se dividió también en el norte, pero la tendencia
exclusivista se mantendría, alimentada por el deseo de aceptar únicamente
a los que ya eran residentes de la comunidad o quienes eran juzgados conve
nientes debido a las ventajas que podían aportar a la zona y sus pobladores.
A esta actitud se oponía la norma rabínica (que, al parecer, producía el per
manente asombro de los dirigentes romanos) acerca de que las puertas de la
comunidad debían cerrarse únicamente para los judíos moral y socialmente
perjudiciales, y permanecer abiertas para todos los demás judíos. El conflic
to presentaba elementos sociales y morales, enfrentando a la unidad local,
preocupada únicamente por el bienestar de los pobladores de la ciudad,
con el concepto más amplio del «todo Israel» (Kelal Israel), que considera
que todos los judíos son miembros idóneos para todas las comunidades ju
días, independientemente del lugar donde se encuentren. Este último crite
rio exigía que los habitantes de un pueblo presentaran alguna razón espe
cial para inhabilitar a un judío que tratase de incorporarse a su comunidad.
En los períodos de persecuciones las tensiones aumentaban. Los habi
tantes de una localidad en la que no había tumultos ni matanzas hubieran
deseado conservar su apartamiento; pero su sentido de la fraternidad los
impulsaba a recoger a sus atormentados compatriotas. Los Jasidé Askenaz
convirtieron el «derecho de asentamiento» en un concepto moral y religio
so; deseaban clausurar su «buena» comunidad para proteger el linaje y la
599
alta moralidad de sus miembros y asegurar que no fuera desfavorablemen
te alterada por la presencia de elementos forasteros.
Regulaciones económicas
Ya se ha hablado anteriormente de la maarufyá, el derecho a la clientela,
que tuvo una importante intervención en la vida social y económica judía
a partir del siglo XI. En el judaismo askenazí no era aceptado por todos ni
en todo momento, pero se hallaba potencialmente disponible de forma per
manente. Las tendencias sociales y espirituales que originaron la reglamen
tación producirían asimismo las disposiciones de los siglos XII y XIII que
prohibían a los judíos competir entre sí para tratar de tomar en alquiler la
vivienda de un propietario no judío. Esta prohibición habría de adquirir
una creciente importancia para las comunidades judías a partir del mo
mento en que su zona de residencia quedó limitada, de grado o por fuerza,
a la «calle de los judíos» que quedaría finalmente atestada debido al creci
miento de la población. Para impedir que se eludiera la reglamentación,
quedó dispuesto que ningún judío podría alquilar una vivienda durante cier
to tiempo tras haber sido desocupada por el inquilino judío anterior.
Estas normas reflejaban la determinación de que ninguna persona pu
diera despojar a otra de su medio de vida, y de evitar que el dinero pasara,
debido a la competencia entablada, de las manos de un judío a las de no
judíos. La norma económica habitual en la Europa occidental durante la
600
Edad Media era asimismo contraria a la competencia, que se trató de res
tringir en el mayor grado posible, por razones de moralidad social general.
Tendencia hacia una dirección centralizada: las Asambleas
Ya se ha mencionado la organización de una dirección central basada
en la asamblea de los jefes de las comunidades y los sabios, que represen
taban a la unión de las comunidades locales. Cuando el centro judío del
valle del Rhin sufrió los efectos destructores de la primera cruzada, comen
zaron a buscarse diferentes métodos de dirección y nuevos focos de activi
dades, propuestos por uno y otro de los centros, y variables según la im
portancia de los problemas que requerían entonces atención.
Se ha visto ya que a comienzos del siglo XII los judíos del norte de Fran
cia apelaron a Roma para decidir una cuestión relativa a la residencia en
la comunidad. Parece que en aquella época Roma era un centro de autori
dad y de orientación para los judíos del norte de Francia, como lo era para
toda la cristiandad occidental. En la carta mencionada, los que habían pro
piciado la ordenanza destinada a limitar los asentamientos en la comuni
dad se describían como «los más pequeños de la grey de París... y nos di
rigimos sumisamente a nuestros maestros de Roma para pedirles su con
formidad... Si están de acuerdo con nuestro decreto, éste será válido».
Probablemente enviaron a Roma una copia de las ordenanzas y recibieron
como respuesta la confirmación de su validez, porque los hombres de París
siguen diciendo: «Decretamos de acuerdo con la aprobación de una epísto
la que trajeron del sur. Este derecho será promulgado por el rollo de la
Torá, por los 613 mandamientos, si lo aprueban nuestros maestros de
Roma, y lo que ellos dispongan quedará establecido.» En la segunda mi
tad del siglo XII, la decisión obtuvo también la aprobación de Rabenu Tam,
quien lo apoyó por ser «un decreto justo y un decreto antiguo» (Finkels-
tein, op. cit., págs. 168-169). Se observa aquí un proceso en el que una co
munidad eleva un reglamento al centro rector para su aprobación y a con
tinuación lo pone en vigencia consagrándolo previamente con un juramen
to sobre la Torá.
En aquella época, los judíos de Francia se preocupaban por mantener
la unidad y estabilidad de la familia. La disposición principal de las orde
nanzas que se enviaron al centro de Roma para su aprobación afirmaba
que «ningún hijo de Israel podrá dejar a su mujer por más de dieciocho
meses sin que ella lo sepa y sin testigos fidedignos —que den testimonio de
que ella consintió—, salvo con la conformidad del bel din —tribunal— de
la ciudad más próxima». Incluso para el período de dieciocho meses, se im
ponían diversas restricciones y condiciones. «Siete notables de la ciudad»
estaban autorizados para permitir, a su juicio, que el esposo se ausentara
«para atender a las necesidades de la esposa, para cobrar deudas y para
estudiar, escribir o comerciar», razones consideradas de suficiente urgencia
para justificar la ausencia por un espacio de tiempo limitado. Las ordenan
zas contenían además artículos complementarios destinados a la protección
de las mujeres (ídem). El hecho de que Rabenu Tam aprobase estas orde-
nanzas varias generaciones más tarde revela que se habían difundido desde
París hacia todo el norte de Francia, lo cual a su vez indica que en esas
regiones se habían presentado problemas semejantes. En estos casos, la au
toridad de Roma y la autoridad anexa de París eran decisivas.
En la segunda mitad del siglo XII, se cortaron los lazos que unían a los
judíos del noroeste europeo con los de Roma, y el centro de la dirección se
trasladó a Francia. En este período, las asambleas de los sabios y los diri
gentes de la comunidad, guiados por Rabenu Tam, promulgaron nuevas ta-
canot (ordenanzas). La dirección central empleaba métodos propios con el
fin de obtener autoridad y conseguir la aprobación de sus acciones. Los di
rigentes sabían que nunca se hallaban presentes todos aquellos que esta
ban autorizados para tomar parte en la asamblea; se observa además por
las ordenanzas que no todos los distritos que figuraban entre los que ha
bían dado su aprobación tenían realmente representantes presentes cuando
la asamblea se pronunciaba. No obstante, en estos casos las ordenanzas se
declaraban siempre válidas, porque se suponía que «algunos de los aquí
nombrados ya habían expresado su conformidad con ellas, aunque haya
otros cuya opinión no conocemos. Pero se trata de un asunto urgente y con
fiamos por consiguiente en lo que sabemos de ellos. Los mayores —en eru
dición y capacidad de dirección— se dignan escuchar a los menores»
(ídem, pág. 153).
En otro manuscrito de las mismas ordenanzas, se describe el método em
pleado para obtener la aprobación de los que habían estado ausentes de las
sesiones. «Este reglamento... que ellos decretan... fue enviado a todos los
exilios que se encuentran en el reino de Francia, Lorena, valle del Rhin y
Askenaz —principalmente Alemania central—, y a muchos de Sefarad —pro
bablemente comunidades de Provenza—... los grandes y generosos firma
ron esta misiva» (ídem, pág. 159). Se deduce que en la segunda mitad del
siglo XII el eje de la dirección se hallaba en Francia, y se proponía exten
der su autoridad desde Alemania hasta Provenza. La aprobación general
de las comunidades desparramadas por esa extensa área se obtendría a lo
largo de dos etapas. En primer lugar, se reunieron en una asamblea los ini
ciadores y aquellos a quienes éstos invitaron, y se adoptó la ordenanza. Des
pués, se hizo circular entre las comunidades el texto de la misma para su
aprobación. Los autorizados para firmar eran «los grandes y generosos»;
esta expresión se refería tal vez a los sabios talmúdicos y los ricos. Se pue
de suponer que era empleado este método porque, si bien las comunidades
del norte de Francia se habían repuesto de la conmoción de 1096, los ca
minos no eran todavía seguros y resultaba peligroso para los judíos efec
tuar desplazamientos a grandes distancias.
Las asambleas se ocuparon de los problemas del orden público y, al pa
recer, de las tensiones que generaban los conílictos internos de la dirección.
Los que promulgaron las ordenanzas condenaron enérgicamente la deca
dencia moral que se había apoderado de los judíos; y, dirigidos por Rabe
nu Tam, declararon la guerra
a los licenciosos de nuestro pueblo, algunos de los cuales se elevaron para ponerse
602
visiones en los labios cuando llevan la destrucción en el pecho, mientras otros in
ducen [a la gente] a la transgresión, denunciando en secreto y también abiertamen
te por medio de gentiles, príncipes y hombres simples; y ambos están dispuestos a
la transgresión (ídem, pág. 152).
Los autores de las ordenanzas se oponían en forma manifiesta a dos ti
pos de transgresores: los que denunciaban a otros en asuntos particulares,
«en secreto y también abiertamente», y los que abordaban las normas no
judías en favor de las «palabras de visión», es decir, de algún objetivo pú
blico y religioso. Es lógico suponer, teniendo en cuenta el espíritu de la épo
ca, que «los licenciosos de nuestro pueblo» trataban de obtener poder en el
interior de la comunidad valiéndose de la ayuda de las autoridades no ju
días. Las ordenanzas señalan la existencia en las comunidades de una lu
cha social entablada entre dos grupos. La dirección condenaba tanto a los
que se dirigían a los gentiles para perjudicar a otras personas como a quie
nes solicitaban su apoyo con finalidades públicas o religiosas. Ambos gru
pos eran igualmente pecaminosos a los ojos de la asamblea, como se com
prueba por el hecho de que los autores de las ordenanzas «exhortan a to
dos los que conozcan [a las autoridades] del reino a someter con la ayuda
de gentiles a todos los que quieran [intentar] la violación de cualquiera de
estas nuestras ordenanzas» (ídem, pág. 155). Probablemente, algunos de
los que tenían «visiones en los labios» habrían solicitado a los gobernantes
ser nombrados jefes de las comunidades, porque la asamblea declaró, entre
otras cosas:
«Hemos proclamado y decretado que a nadie se le debe permitir que tome el
poder sobre sus compatriotas judíos por medio del rey, un príncipe o un juez para
castigarlos, multarlos u obligarlos en cuestiones seculares o religiosas, porque hay
algunos que pretenden ser piadosos pero no tienen ni siquiera modestia»
(ídem, pág. 154).
Se oponían, al parecer, a los que habían reclamado la jefatura alegando
una santidad especial, que Rabenu Tam y sus compañeros negaban que
poseyesen.
Estos conflictos eran característicos de la tensión producida por el em
peño judío en conseguir el autogobierno, lo que suponía por una parte el
imperio de la ley judía sobre la comunidad judía, pero dependía por otra,
para que pudiera ser ejercido, de quienes se hallaban en contacto con las
autoridades gentiles. Muchas de las cláusulas de estas ordenanzas tratan
por otra parte del problema de los judíos que delataban los asuntos parti
culares de sus compatriotas.
En la segunda mitad del siglo XII, la iniciativa para las ordenanzas de
la autonomía pasaba continuamente de un centro a otro; y en ocasiones se
encuentra situada más al sur, entre «nuestros grandes rabinos que viven
en Narbona». Los judíos del norte de Francia se dirigieron hacia algunos
de los ancianos del sur, y después de recibir sus noticias declararon: «No
sotros los que residimos en Troyes y Reims lo aceptamos y enviamos men
sajeros a los que están a un día de viaje» (ídem, pág. 164). Por eso, du-
603
rante la segunda mitad del siglo XII, Rabenu Tam no fue siempre el ini
ciador y centro rector. En ocasiones, actuaba en su ciudad una asamblea
de eruditos y jefes de comunidad, y en otras tomaban la iniciativa en el Sur
los rabinos de Narbona. Los judíos de cierta región se unieron en un mo
mento dado para transferir esa iniciativa a su distrito para un radio de
«un día de viaje». Las ordenanzas difundidas en esa época encaraban por
otra parte lo que constituía también un problema urgente en las ciudades
cristianas: el alto índice de mortalidad observado en el parto. Estas orde
nanzas, como muchas ordenanzas municipales, tratan asimismo de la dote
y las alhajas que deja en herencia una mujer fallecida poco después de la
boda (ídem, págs. 136-165).
6 io
IX. VIDA SOCIAL Y CREACION CULTURAL
622
Significado del exilio
Las generaciones que tuvieron la experiencia, directa o indirecta, de he
chos como las cruzadas, las persecuciones de los almohades, la humilla
ción «normal» impuesta por los musulmanes y las matanzas de los cristia
nos, trataron inevitablemente de encontrar algún significado a los sufrimien
tos padecidos por el pueblo judío, así como alguna razón que explicase la
fragilidad de la nación elegida por Dios. Analizando la situación de su pue
blo en la diáspora del siglo XII, R. Abraham ibn Ezra no observó más que
la debilidad de los perseguidos, debilidad que no derivaba de su mismo ca
rácter, sino de la adaptación a la degradación social existente. En su opi
nión, la servidumbre puede destruir por sí misma la capacidad del hombre
para redimirse:
¿Por que no habrían de luchar:’ —los de la generación del Exodo— por su vida
y por sus hijos? Porque los egipcios eran los amos de Israel, y la generación que
salió de Egipto había aprendido desde su juventud a cargar el yugo de ese país, y
tenían el espíritu aplastado. ¿Podrían ahora dar batalla a los amos? Además, Israel
era indolente e inexperto para la guerra. Es cierto que Amalee vino con pocos hom
bres, pero si no hubiera sido por las oraciones de Moisés habría dominado a Israel.
Pero Dios mismo, que hace grandes hazañas y proyecta poderosas acciones, se ocu
pó en hacer que lodos los varones que salieron de Egipto perecieran por no haber
tenido energía para hacerles la guerra a los cananeos, y finalmente surgió una nue
va generación, la generación del desierto, que no había conocido el exilio y tenía un espí
ritu elevado (del comentario sobre el Exodo XIV’, 13; la letra cursiva es del autor).
Ibn Ezra, como se recordará, salió de su España natal y viajó por Ita
lia, Francia e Inglaterra. En Londres, expuso a un hombre el criterio de
que en la parte final del libro del Génesis hay varios pasajes que fueron es
critos con la finalidad de dar ánimo a los hombres con respecto a Israel, y
hacer que lo viesen como algo más apreciable, para que estuviesen allí en
la vida y en la muerte. Porque la mayoría de los mandamientos pueden cum
plirse únicamente en Israel (véase su comentario sobre la última parte del
Génesis, M. Friedlander, edit., Londres, 1877, pág. 65).
La doctrina de R. Yehudá Haleví acerca del exilio, la redención y el
país de Israel, es mucho más amplia y compleja. Yehudá Haleví veía el
mundo que le rodeaba con el eco del martirio resonando en su oídos. Cier
ta vez, en una boda, elogió a los que santificaban el nombre de Dios,
diciéndolcs:
Vosotros los que fuisteis... a derramar la sangre por la unicidad de Su nombre,
y por él destinasteis vuestra alma al fuego; vosotros, que podéis ser comparados con
vuestro padre Abraham... Éste es vuestro camino desde los tiempos pretéritos
y para el futuro, y es la senda de los vuestros por siempre jamás.
Este dirigente del siglo XIII elogiaba la práctica de matar a los hijos
para impedir que cayesen en manos de cristianos. Recordando, delante del
monte del Templo, a los mártires de la diàspora, reprochaba amargamente
a Dios la situación de los judíos en el exilio: «Instalaste entre gentiles, des
preciados y humillados, a los que se aferran al Dios vivo. Y muchos pue
blos los combaten, arrancándoles la piel del cuerpo... robando y saquean
do. Les asestaste golpes de enemigo» (ídem). Esta es la opinión que tenía
Najmánides de lo que pasaba en la diàspora cuando salió de su país natal
para trasladarse a la tierra prometida de sus padres. Cuando se encontraba
todavía en España, su valoración era más favorable con respecto a la exis
tencia física y espiritual de los judíos que permanecían en su país: «Hemos
quedado unos pocos en cada pueblo... Pero todos juntos somos nume
rosos, alabado sea Dios.» (De su comentario sobre el Deuteronomio,
IV, 27.) En ese momento, no observó muchas dificultades económicas en
la diàspora; en su opinión el propósito de las maldiciones del Deuterono
mio era únicamente el de «aludir a las generaciones de la época en que fue
destruido el Segundo Templo, cuando estaban tomándose medidas para ani
quilarlas» (sobre el Deuteronomio XXVIII, 42). La maldición del exilio
español consistía para él principalmente en el temor judío ante la persecu
ción: «El miedo que tenemos en el exilio procede de las naciones que cons
tantemente nos persiguen.» Por lo que respecta a las condiciones de vida,
628
«desde que estamos en exilio en los países de nuestro enemigo, nuestros es
fuerzos no han sido inútiles, porque vivimos en esas tierras en igual forma
que los gentiles que residen en ellas, e incluso mejor que ellos» (ídem).
La añoranza de los judíos de España por Tierra Santa y sus interrogan
tes sobre el exilio y el Mesías fueron haciéndose más apremiantes a medida
que declinaba su posición. Los cabalistas del siglo XIII ya habían comen
zado a ver en el exilio la expresión de una catástrofe cósmica divina, siendo
los defectos e imperfecciones de Israel un reflejo del estado de imperfección
y deficiencia de todo el universo. La redención de Israel significaba la re
dención del universo; la lucha entre Israel y Edom era la lucha entre el
bien y el mal, la pureza y la impureza. Los judíos que practicaban el bien
contribuían a poner en libertad los destellos de la «gran luz» original que
permanecía cautiva en las «cáscaras». Según la creencia cabalística, en el
mismo comienzo de la historia cósmica las vasijas en las que había pene
trado la luz divina en gran cantidad no pudieron contenerla y estallaron,
quedando partículas de la luz en el interior de los recipientes que las sus
tentaban. A su debido tiempo las buenas acciones de Israel las pondrían
en libertad y producirían la «rectificación» de la catástrofe cósmica, y con
la restauración del orden cósmico quedaría corregido el estado del exilio ju
dío. Los círculos racionalistas mantuvieron su concepción del exilio y la re
dención dentro del mismo cuadro de coordenadas, es decir, el restableci
miento del reino de Israel y la visión de que el pueblo judío, después de
redimido, serviría de ejemplo y foco de irradiación de la salvación espiri
tual e intelectual del mundo.
El más destacado maestro de esta escuela racionalista era Maimónides.
Enérgicamente opuesto a las descripciones apocalípticas acerca de los «do
lores del parto del Mesías» y sobre el mundo que sería totalmente diferente
en el escatológico futuro, afirmó:
Que no suponga nadie que en la época del Mesías el orden natural del mundo
sufrirá cambio alguno, o que habrá alguna innovación en el universo creado; el mun
do seguirá igual, y en cuanto al versículo de Isaías: «Y el lobo yacerá con el cor
dero. el leopardo y la cabra juntos» es una parábola y un enigma. Significa que Is
rael vivirá tranquilo entre los perversos idólatras que son como lobos y leopardos...
y todos volverán a la verdadera fe... Todos esos pasajes sobre el Mesías son pa
rábolas. Y en los días del Mesías el rey, todos los hombres sabrán cuál era el pro
pósito de la parábola, y cuál su contenido. Los sabios dijeron: La única diferencia
que hay entre este mundo y la época del Mesías es la relativa a la servidumbre
a reyes ajenos (Ynd hajazacá, Hiljot melajim, XII, párrs. 1 y 2).
Racionalistas y místicos
Los racionalistas religiosos del siglo XII tenían conciencia, como ya se
ha dicho, de la tensión interna que oponía la fe del corazón a los conceptos
filosóficos de la interpretación intelectual. Las principales tentativas para
conseguir obtener una síntesis de las dos orientaciones, el Séfer, haemuná ha-
ramú, de R. Abraham ibn Daud y el Moré nebujim, de Maimónides, ambos
escritos en árabe, tendían a eliminar las contradicciones existentes y a re
forzar la fe. Procuraban asimismo asegurar que esa fe no refutara al mismo
tiempo a la razón humana.
La tensión inmanente de los racionalistas estaba basada en la necesi
dad de defender su sistema en contra de la acción de los círculos que se
oponían al racionalismo y a la síntesis con la filosofía griega. Por otra par
te, la dinámica del sistema aristotélico se uniría a la sensibilidad mística
generando agitación en el mundo del cristianismo occidental. En las ciu
dades donde fue desarrollándose un creciente dinamismo durante los si
glos XII y XIII, y en las universidades que iban surgiendo en las ciudades,
como París, a partir del siglo XII habría de intensificarse la lucha entabla
da entre la orientación aristotélica procedente del mundo islámico por una
parte—a menudo a través de los eruditos judíos, traductores y filósofos ra
cionalistas— y los conceptos cristianos tradicionales por otra. Existieron in
cluso durante el siglo XIII en la Universidad de París eruditos que recha
zaban la creencia en el cielo y el infierno de transmisión legendaria. Ten
dían a basar el pensamiento cristiano en la concepción de la inteligencia
confirmada por consideración teológica. Esta inclinación de los eruditos uni
versitarios suele denominarse «averroísmo latino», por derivación de la fi
gura de Averroes, el filósofo musulmán cuyas opiniones tuvieron fuerte in
fluencia en esta corriente del pensamiento. Los comienzos de la orientación
del cristianismo hacia el racionalismo se hicieron evidentes en el siglo XII
por las enseñanzas de Pedro Abelardo, quien se vio enfrentado por una po
derosa tendencia mística a la que Bernardo de Clairvaux abrió el camino
por medio de sus ataques dirigidos contra Abelardo. La lucha se agudiza-
634
ría en el siglo XIII, cuando se prohibió el estudio de algunas obras aristo
télicas y determinadas opiniones fueron anatemizadas. El conflicto adqui
rió también aspectos sociales y regionales, porque los sostenedores del ra
cionalismo cristiano se concentraron en las ciudades y las universidades y
el misticismo tenía sus fortalezas en el interior de los muros de los monas
terios y en los círculos sometidos a la influencia de los predicadores monás
ticos populares.
Los racionalistas de los siglos XII y XIII creían, al igual que R. Abra
ham ibn Daud, que
lo que llaman los filósofos la inteligencia activa... ya era conocido mucho tiempo
antes por los profetas como el Espíritu Santo. Dice la Escritura: «Sin duda, hay un
espíritu en el hombre, y el aliento del Todopoderoso que les hace comprender
lo»... El espíritu que hay en el hombre es el intelecto humano, y el aliento del
Todopoderoso es el Espíritu Santo (VVeil, op. cit., pág. 58).
La identificación de los términos bíblicos con los conceptos filosóficos,
y la atribución al intelecto humano de una posición tan central hallarían
expresión en muchos aspectos de las tareas creativas, debiéndose en algu
nos casos a las objeciones presentadas por la tendencia contraria. R. Abra
ham ibn Ezra declaró en sus comentarios, como principio orientador, que
«la reflexión racional es básica, porque no se le da la Tora a quien no ra
zona. El ángel que media entre el hombre y su Dios es la inteligencia»
(de la introducción a su comentario a la Torá). Estos filósofos religiosos
continuaban más profundamente y con mayores detalles la tradición inicia
da en el siglo X, basada en la explicación de todos los ejemplos de antro
pomorfismo del texto bíblico, es decir, las expresiones que indujeran a la
suposición de que Dios posee forma física o corporal. Trataban también de
negar el concepto de la «asociación» modificando la interpretación de las
frases bíblicas que pudieran sugerir la deducción de que Dios hubiera te
nido asociados en la obra de la creación, o los tuviera en la ordenación del
universo. Estos dos esfuerzos, que también tenían un propósito polémico an
ticristiano, movieron a los filósofos racionalistas a interpretar como pará
bolas y enigmas los versículos de redacción ambivalente. Pero los místicos
no estaban solos en su oposición a esta tendencia homilética; los halajistas
consideraban que esas exégesis extremas equivalían a un rechazo del sen
tido llano del texto bíblico, así como a trazar alegorías que privaban a la
Torá de su real significado, pudiendo llegar a negar incluso la obligación
de cumplir los mandamientos.
La influencia de la filosofía sistemática grecoárabe era tan grande que
muchos filósofos judíos llegaron a considerar innecesariamente fatigosa la
dialéctica talmúdica y su método casuístico de preguntas y respuestas, que
sólo producía confusión. En su gran obra Varí bajazoca. escrita en un her
moso hebreo, Maimónides se propuso conducir al pueblo por la senda de
la halajá, conservando la esencia del I almud y descartando al mismo tiem
po la hojarasca que suponía la discusión asistcmática.
para que la ley oral sea expuesta en su conjunto para todos, sin preguntas ni res-
635
puestas, sin dichos y contradichos, pero con decisiones categóricas... de acuerdo con
la ley... para que todas las leyes puedan manifestarse... Para que nadie reclame nin
guna otra obra para las leyes de Israel, y que ésta sea el compendio de toda la ley
oral... Por consiguiente, llamé a esta obra Mimé Torá (Segunda Ley), porque es
preciso estudiar primeramente la Torá escrita y luego ésta... sin que haga falta leer
ningún otro libro fuera de ellos (de la Introducción).
Maimónides creía que su presentación de una guía y una codificación
sistemática que eliminase lo innecesario y complicado serviría de ayuda a
las futuras generaciones de judíos. Los eruditos rabínicos de su época y de
las siguientes, hasta la actual, confirmarían que en esta obra su autor logró
resumir, en ocasiones en una sola palabra o una sola frase, todos los puntos
de la ley oral y sus primeras interpretaciones.
Para Maimónides la halajá comprende una toma de posición ante el
mundo, los fundamentos del conocimiento —la primera de las catorce par
tes se titula «El libro del conocimiento»— y una teoría sobre el Estado y
la sociedad, desarrollada en varias secciones, principalmente en las leyes
del sanedrín y las leyes de la monarquía del último libro. Su codificación,
con el declarado propósito que contenía, irritó a muchos sabios rabínicos,
v ni siquiera sus partidarios y comentadores estuvieron de acuerdo con la
eliminación de la discusión talmúdica; más aún, volverían a emplear la ca
suística talmúdica en su interpretación de la obra de Maimónides. Su de
seo no se cumplió, pero su intención daba testimonio de su pensamiento
racionalista.
La escuela de Maimónides excomulgaría a la literatura mística. En una
ocasión, consultaron a Maimónides acerca de un libro titulado Siur coma
(Dimensiones de la altura o el cuerpo) y el consultante citó al gaón Rabenu Jay,
quien había escrito que el tema del libro era «uno de los secretos de los sa
bios de bendita memoria, relacionados con asuntos fundamentales, natura
les o divinos». Respondió Maimónides:
Nunca pensé que éste fuera uno de los libros de los sabios... está muy lejos de haber
sido de ellos... Concretamente, elimina este libro y borra hasta el recuerdo de
su contenido; hacerlo será cumplir el mandamiento que dice: «No pronuncies el
nombre de otros dioses»... Porque el que tiene altura o cuerpo es indudable
mente otro dios (Blau, op. cit., págs. 200-201).
En su Misné Torá declara categóricamente que toda idea de la divinidad
que contenga el menor indicio de corporeidad debe ser considerada como
una absoluta herejía.
Entretanto, la corriente mística comenzó a surgir con creciente ener
gía, presentando su diferente criterio sobre el universo y la divinidad. Al
igual que los demás místicos, los del judaismo aspiraban a acercarse a Dios
antes que a comprenderlo. Anhelaban al Dios vivo, y de este deseo de con
tacto con Dios surgían las visiones y revelaciones por ellos experimentadas.
Para ellos, la Torá era una revelación saturada de misterio, una guía en el
sendero hacia la verdad, abierta por medio del lenguaje. Uno de los místi
cos principales, Yosef Chicatilla, siguió a Najmánides, quien había escrito
636
que el creyente debe admitir que «el lenguaje de la Torá no es convencio
nal», «porque si dijésemos que el lenguaje de la Torá es como cualquier
otro idioma, estaríamos negando su misma divinidad, que fue otorgada en
su totalidad —incluso su forma literaria— por la potencia divina» y «la To
ra sería adquirida sin alma» (de su «Ensayo sobre el significado interno de
la Torá», en H. D. Chavel, ed., Selected Works oj Mafimanides, 11, Jerusalén,
1963, págs. 467 y ss.). Según los místicos, también tienen significado
simbólico el ritmo musical de las vocales, las letras, la puntuación y los sig
nos de entonación del texto bíblico. El Zohar (Esplendor), la obra básica de
la literatura cabalística, explica:
«Los sabios serán radiantes», como las vocales que son melodiosas y cuya me
lodía atrae a las letras escritas y los signos vocales y hace que las sigan movimien
tos ordenados como los soldados detrás del rey... «Como el esplendor», la me
lodía de los signos de entonación; «el firmamento», la expansión de la melodía...
«Y los que justifican a la mayoría», que son los signos de puntuación... para quie
nes se hace la declaración «serán esplendorosos», letras y puntos vocales que ilu
minan juntos (el Zo/tar, sobre el Génesis).
Con la música de esta piadosa armonía ejecutada en los instrumentos
del idioma hebreo, los místicos se dedicaron a revelar los secretos ocultos
en la Torá.
Según ellos, la naturaleza tiene un estrato de misterio que constituye su
verdadero significado. Maimónides se empeña en explicar los milagros en
términos naturales, y en presentar como norma de jurisprudencia su teoría
filosófica sobre la humanidad y el cosmos, para acrecentar el amor del hom
bre al Creador mediante el reconocimiento de la sabiduría de Dios que se
revela en el orden natural. Para un místico como Najmánides, el Creador
no podía ser identificado por los movimientos regulares de la creación, dado
que los místicos no admiten la existencia de un sistema natural fijo o esta
blecido:
Porque el hombre participará en la Torá de nuestro maestro Moisés solamente
cuando hayamos llegado a creer que todos los hechos y acciones son milagros.
No tienen nada de las normas naturales del mundo, tanto si le ocurren a la socie
dad como al individuo... Todo se produce por un decreto de arriba (de su Co
mentario al Éxodo).
Por consiguiente el verdadero significado de los mandamientos se en
cuentra en su misterio.
La literatura de los místicos judíos de la Edad Media se publicó inicial
mente en Provenza, y más tarde en la España cristiana; se emplearon aquí
cimientos antiguos para la construcción de un edificio nuevo. Algunas de
las obras fueron presentadas expresamente como producciones colectivas,
siendo el libro que tuvo una mayor aceptación el Zohar, escrito y compilado
en su mayor parte probablemente en la España del siglo XIII, y retocado
en su forma definitiva, según la opinión general, por R. Mosé de León.
Está escrito en un notable arameo, y se afirma en él que está integrado por
637
trabajos de muchos tanaítas de la Misná y amoraítas talmúdicos, principal
mente R. Simeón bar Yojay —a quien fue atribuida tradicionalmente la
obra— y sus discípulos. Atribuciones de esa clase a los antiguos se encuen
tran también con ligeras variantes, antes del Zohar en el Stfer habahir (Libro
de la claridad) y, después del Zohar. en el Séjer hacaná (Libro de la caña) y el
Hapeliá (El enigma), trabajos contemporáneos que fueron atribuidos a per
sonas del pasado.
El objetivo de los comentarios de Najmánides, el Zohar y los escritos de
los místicos de España y la Provenza de los siglos XII v XIII era el de pre
sentar en forma comprensiva a los que basaban sus sistemas de referencias
en el lenguaje habitual, las finalidades y las obtenciones de los místicos
planteadas en sus visiones del cielo y su incursión en los arcanos estratos
de la Tora. Producían la literatura un grupo sumamente reducido de mís
ticos que comunicaban vcrbalmenie visiones c interpretaciones ocultas.
El espíritu de la época, junto con la necesidad de polemizar con los racio
nalistas, forzó a los místicos a expresarse en parte en una forma compren
sible para el público en general.
Existían entre los racionalistas y los místicos algunos lazos ideológicos,
pero sus principales representantes habrían de quemar todos los puentes.
El conflicto se hizo más agudo porque abarcó inevitablemente el problema
de la clase de educación general que les estaba permitida a los judíos.
La tensión social complicaba a menudo las luchas espirituales; así entre los
judíos de la Península Ibérica y sus alrededores no solamente había reñi
das discrepancias de opinión, sino también discordias entre las facciones so
ciales en el interior de las comunidades.
Controversia sobre las obras de Maimónides
La oposición que se alzó contra los escritos y la filosofía de Maimónides
iría intensificándose durante los primeros decenios del siglo XIII. Los pri
meros conflictos serios estallaron hacia el año 1232, cuando los contrarios
de los racionalistas comenzaron a rechazar públicamente sus opiniones.
La disputa se extendió por la Provenza y por toda España, interviniendo
también en dura oposición contra él los sabios del norte de Francia. Pero
los partidarios de Maimónides se impusieron en la lucha, mediante el lan
zamiento de una serie de excomuniones y contraexcomuniones.
Najmánides adoptó en la disputa una posición conciliadora. Escribió a
los sabios del norte de Francia, manifestándoles que apreciaba sus inten
ciones básicas. «Maestros nuestros de Francia, nosotros somos vuestros dis
cípulos y bebemos en vuestras aguas.» Su carta indica que «todos los sa
bios del norte de Francia convinieron en la excomunión y proscribieron a
los que hubieran alzado una mano para estudiar el Moré Nebujim y el Libro
del conocimiento —la sección de filosofía con que se inicia el compendio legal
Yad Hajagacá—... hasta apartarlos para siempre». Najmánides les explicó
que ellos no conocían el clima cultural y las características sociales impe
rantes en los círculos intelectuales de España y la Provenza. «Vosotros es
táis en el seno de la fe, afirmados en los frescos y exuberantes patios de la
638
tradición.» Las palabras que desterraron de las obras de Maimónides no
se referían a ellos: «¿Se tomó ese empeño por vosotros, gaones del Talmud?
Se diría que estaba forzado a construir un libro para eludir con él a los fi
lósofos de Grecia, para apartarse de Aristóteles y Galeno. ¿Vosotros habéis
oído sus palabras? ¿Os han extraviado sus demostraciones?» Najmánides
canta alabanzas de Maimónides, destacando sobre todo su contrariedad por
el hecho de que los círculos dirigentes, de los cuales procedía él mismo,
imbuyeran de tradiciones cortesanas y quedaran iníluidos por la cultura
ajena. Por eso, se sentía Najmánides impulsado, espiritual y socialmente,
a aconsejar a los venerables sabios que moderaran sus objeciones.
La Provenza era por entonces el campo de batalla en el que la Iglesia
católica luchaba contra la herejía albigense. Los dominicos investigaban
enérgicamente la herejía y quemaban sus libros. Según el relato de los ra
cionalistas, en una versión aceptada, entre otros, por R. Abraham, el hijo
de Maimónides, los opositores de Maimónides llamaron la atención de los
inquisidores cristianos sobre la herejía contenida en los escritos de aquél.
Otra versión afirma que los dominicos aprovecharon, por iniciativa propia,
la disputa interna de los judíos. De cualquier forma, los inquisidores que
maron en el año 1232 los libros de Maimónides, acción que agitó incluso
a sus opositores; según relata una tradición fidedigna, Rabenu Yoná Gi-
rondí se arrepintió de haber participado en la disputa. Pero el fuego inqui
sitorial apagaría las llamas de la contienda comunal; y cuando pocos años
más tarde el Talmud fue quemado no faltó quien viera en este hecho un
castigo aplicado a la casa de Israel por la quema de los libros de Maimó
nides.
El valor especial que los judíos atribuían al estudio, y la permanente ten
sión que existía entre la filosofía judía y la griega, promovida incluso por
los que trataban de tender un puente entre ambas, hizo que el eje central
de la controversia fuera, desde el primer momento, el problema de la cul
tura en sentido general: ¿qué libros había que estudiar y cuáles debían ser
prohibidos? La polémica se fue extinguiendo, pero los factores que la pro
dujeron siguieron vigentes y aún se intensificaron. Los racionalistas no re
nunciaron a sus objetivos y la tendencia mística fue incrementándose de
forma gradual.
A comienzos del siglo XIV, los eruditos rabínicos de la Provenza pro
testaron contra los predicadores de la escuela racionalista que explicaban
las leyendas talmúdicas e incluso los relatos bíblicos en un sentido extre
madamente alegórico. Afirmaban, por ejemplo, que un predicador había di
cho que «Abraham y Sara representan la materia y la forma». La tensión
social de la clase media y la inferior, que rodeaban a los eruditos de la ha-
lajá y a los místicos, aumentaba constantemente ante el espectáculo de la
vida opulenta y, al decir de los moralistas, disoluta, de las clases altas, mu
chos de cuyos miembros optaban por Maimónides y el racionalismo.
En esta ocasión, no era fácil convencer a los dirigentes del judaismo es
pañol para que se mostraran opuestos a la modalidad que imperaba en las
comunidades de la Provenza. La correspondencia que se publicó en la co
lección Minjat Quenaot (Ofrenda de celo) revela que R. Selomó ben Adret
639
Rasbá— vaciló mucho tiempo antes de decidirse a actuar. Después de
varios enfrentamientos en los que la influencia de R Aser ben Yejiel
—Ros—, que había llegado a España desde Alemania, se puso del lado de
quienes se oponían a Maimónides, fueron pronunciadas dos excomuniones
en Barcelona, en el año 1305. Quienes emitieron las excomuniones lo hi
cieron con un espíritu de avenencia similar al que mostró Najmánides en
la controversia anterior. En una de las proclamas exigían
que ningún miembro de nuestra comunidad estudie los libros de los griegos que tra
tan de la ciencia de la naturaleza o de la divinidad, escritos en su idioma o tradu
cidos a cualquier otra lengua, desde hoy y durante cincuenta años, hasta que los
miembros cíe muestra comunidad tengan veinticinco años de edad... Excluimos
de este decreto la ciencia de la medicina, aunque también deriva de la ciencia de
la naturaleza.
No se nombran los libros de Maimónides y otros judíos racionalistas, y
se prohíbe la lectura de la filosofía griega únicamente a los menores de vein
ticinco años. El otro decreto de excomunión iba dirigido contra los que ex
tremaban la interpretación alegórica de la Biblia.
Porque uno de ellos, cuando predicaba públicamente en la sinagoga, dijo apa
rentando sorpresa: «¿Por qué razón prohibió Moisés la carne de cerdo? ¿Será por
que es de inferior calidad? Los sabios no la encontraron tan mala.» Y uno de ellos
dijo: «El mandamiento de las filacterias no tiene por objeto su colocación en la ca
beza y en el brazo, lo cual no presta ninguna utilidad, sino hacer que el hombre
comprenda y recuerde al Señor.»
Se ordenó que los libros de esos comentaristas fueran quemados y pro
hibidos para el público.
En contraste con la actitud relativamente moderada del grupo antimai-
monista, los racionalistas partidarios de Maimónides adoptaron una posi
ción totalmente intransigente. Rabí Menajem ben Selomó Hameirí
(1429-1306), autor de un amplio y sistemático comentario sobre el Talmud,
titulado fíet Habejirá (El Templo) emitió una contraexcomunión en respues
ta a la firmada por Rasbá. Recuerda a los contrarios de Maimónides su fra
taso en la controversia inicial, y les advierte que con su edicto no harán
más que agrandar la brecha abierta sin lograr el objetivo que perseguían.
Les dice, además, que por principio no se puede establecer cuándo se debe
estudiar el Talmud \ la filosofía judía y cuándo las otras filosofías. «Voso
tros. honorables, sabéis que en el hombre hay varios compartimientos y ten
dencias, ding dos unos hacia aquí, otros hacia allí.» Sugería que desde el
pm to de vista psicológico algunos se inclinan por el estudio del Talmud v
otros por la filosofía, de acuerdo con su talento innato y su disposición es
piritual para una disciplina determinada «Además», sigue diciendo Ha
meirí, «ésta es la edad —la de veinticinco anos— en la que el hombre tie
ne pesos sobre los hombros —esposa e hijos, a quienes deoe mantenei—, y
lo que no se imprimió en él a esa edad ya se escribirá en la arena» Poi esta
razón, rechazó la restricción de la edad; y defendió además el valor de la
640
sabiduría seglar. Convencido de que el hombre tiende a estudiar lo que le
interesa, Hameirí hizo una advertencia a los autores de la excomunión:
«Veo también... un obstáculo, y es que dentro de otros siete años., o los
que sean, cada cual buscará lo que mejor le convenga de acuerdo con su
temperamento», y de todas maneras las generaciones venideras desconoce
rán las prohibiciones de los estudios seglares.
En los Responso de Rasbá se halla incluida como «Una apología», aun
que no lo es ni por su tono ni por su argumento, una epístola que consti
tuye un verdadero tratado en defensa del punto de vista de los racionalis
tas. Según este tratado, la mayor contribución de la filosofía griega al ju
daismo era el restablecimiento en Israel del monoteísmo puro,
poraue uno de los fenómenos más conocidos es la popularidad aue tenía en toda la
diáspora, en los siglos anteriores, el concepto de un Dios corporeo... Pero en to
das las épocas hubo en España, en Babilonia y en las ciudades de Ai-Andalus gao-
nes y eruditos rabínicos capaces, por su familiaridad con la lengua arábiga, de sa
borear la filosofía griega cuando la traducían a ese idioma. Por eso comenzaron a
aclarar muchos conceptos de sus doctrinas, principalmente sobre la unidad de Dios,
y a eliminar la tendencia hacia la corporeidad, de manera especial por medio de
las pruebas teóricas extraídas de esos textos de filosofía.
Este protagonista del racionalismo aseguró a los autores de la excomu
nión, encabezados por Rasbá, que
no será posible apartar del corazón del pueblo la filosofía y los libros que 1 Hla se
ronsagran, mientras los hombres tengan un alma en el cuerpo... Aunque 10 hu
biera ordenado personalmente Josué ben Nun no estarían dispuestos a obedecer;
porque se proponen luchar por el honor del Gran Rabí —Maimomdes— y sus li
bros, y pondrán su dinero, sus hijos y su espíritu a disposición de la' ¡mas doc
trinas del maestro, mientras tengan aliento de vida en las narices. Y darán esa or
den a sus descendientes para todas las generaciones.
Cuando se calmó la segunda controversia, los dirigentes del judaismo
español creyeron que se había impuesto la orientación religiosa que ofre
cían al pueblo. En realidad, las influencias que llegaban de Askenaz a la Pro
venza y a España conspiraban contra la escuela y sus enseñanzas. En Es
paña se difundían las doctrinas de los halajistas y los Jasidé Askenaz por mt>-
dio de R. Aser ben Yejiel y a través de los sermones del francés R. ivlosé
de Coucy. La doctrina mística tenía suficiente atractivo para competir con
la influencia de la filosofía. La lucha continuaría durante las siguientes ge
neraciones, inclinándose cada vez más la balanza hacia el sector del antirra-
cionalismo.
Las doctrinas de los Jasidé Askenaz
Un pequeño grupo de eruditos rabínicos y hombres selectos crearon en
Askenaz todo un sistema, en el que los aspectos positivos y críticos se combi
naban de un modo original con una presentación social v mística. En la se-
641
gunda mitad del siglo XII y a lo largo de todo el XIII, se organizó dentro
del judaismo askenazí un grupo reducido en cuanto al número de sus miem
bros, pero dotado de gran calidad. Eran los jasidim o «piadosos», que, mo
vidos por un gran temor al pecado, trataban de vivir en forma simple y es
tricta. Su doctrina básica era de doble carácter, austera y exigente para
ellos mismos, e indulgente y amable para el pueblo judío en su conjunto.
En ocasiones criticaban severamente a los que descarriaban al pueblo, pero
no al pueblo mismo. El objetivo de los jasidim era el de educar a los judíos
en una vida totalmente moral. Pugnaban por la bondad y la probidad de
las relaciones humanas, y se exigían a sí mismos lo máximo para ofrecer
un ejemplo que inspirara y elevara espiritualmente al resto del pueblo.
Los jasidim formaban un círculo cerrado y selecto que se imponía nor
mas exigentes voluntariamente y con entusiasmo. «Los justos pueden po
ner límites y aplicar multas a los piadosos y los que temen a Dios... Aun
que la mayoría de la comunidad no puede adaptarse a las limitaciones, ellos
las aceptan de buena gana» (Wistinetzkv, op. cit., pár. 786, pág. 197). Es
taban dirigidos desde el principio por los miembros de una familia aristo
crática: R. Semuel Hejasid, su hijo, R. Yehudá Hejasid, y un pariente suyo,
R. Eleazar ben Yehudá de Worms, autor de Haroquéaj (El bálsamo). Sus en
señanzas se formularon colectivamente; siendo su obra principal el Séfer ja
sidim. Fue atribuida a R. Yehudá Hejasid, pero su estructura y su conteni
do revelan que se trata de un trabajo de generaciones. Consiste en una co
lección de relatos entretejidos con enseñanzas morales. Muchas de sus fra
ses, en especial las que se incluyen en este tomo, estaban dirigidas a influir
en el corazón, la imaginación y la inteligencia del lector
LiOS Jasidé Askenaz teman sus propias doctrinas esotéricas y místicas.
Al igual que a la mayoría de los grupos de orientación mística, les preocu
paba la manifestación de la Divinidad en el universo. Dedicaban asimismo
mucha de su atención al poder contenido en los nombres de Dios y en las
letras del alfabeto hebreo, al igual que a las combinaciones de letras que
podían influir en los universos más altos y en las esferas del ser (véanse en
la pág. 637 las opiniones similares del Zohar). Son particularmente intere
santes, desde el punto de vista histórico, las conclusiones a que llegaron so
bre la base de su teoría cósmica, con respecto a la estructura del mundo
espiritual del hombre y al esquema de la vida humana. Su posición com
binaba un extremo desprecio hacia el mundo material con un extremo rea
lismo ante la naturaleza y la sociedad humana.
Los Jasidé Askenaz creían que el mundo temporal que rodea a la huma
nidad está repleto de demonios y malos espíritus. También los muertos se
encuentran en la tierra y ejercen sobre ella su influencia. Cuando el cuerpo
está vivo, sufre la amenaza de los activos elementos de corrupción que exis
ten en su interior; las fuerzas de las tinieblas aguardan entretanto al alma.
La impureza y la muerte importunan incesantemente al alma viva, tratan
do de seducirla. Rabí Eleazar, autor del Haroquéaj, concibió la sumisión del
hombre al diablo de la siguiente forma:
El hombre que se entrega al diablo anda saltando hacia atrás con las manos en
642
la espalda. Y pasa de los dominios del Creador a los del demonio. El demonio lo
trata bien pero finalmente le hace caer. Ellos —los demonios— están en la selva
donde crecen nuececillas (R. Eleazar ben Yehudá, Jojmat hanefes, fol. 14 r.).
Según los jasidim, la comunidad judía se hallaba compuesta no solamen
te por los que viven en el barrio judío, sino también por los difuntos que
yacen en el cementerio, negándose a ser abandonados por los vivientes y
yendo sus almas de noche a rezar a la sinagoga. Los vivientes y los muertos
forman así juntos en cada localidad el cuerpo místico del judaismo.
Estas creencias estaban moldeadas por los temores y las supersticiones
que emanaban del ambiente germano cristiano. La influencia del mona
quisino cristiano se advierte en el gran afecto que sentían los jasidim por el
ascetismo, al que valoraban principalmente como una forma de penitencia
por las transgresiones cometidas por el hombre. Según su criterio, el hom
bre debe quebrar su espíritu y torturar su carne en la proporción de los pla
ceres prohibidos de los que gozó, tanto en el cuerpo como en la mente y
las emociones, hasta que el peso de la penitencia lo agobie y expulse de él
sus pecados. Además, la automortificación posee su valor propio y su re
compensa. Pero el hecho de ser judíos limitaba en los jasidim su práctica
del ascetismo, dado que la vida familiar constituía la base de la moralidad
judía, constituyendo el celihato una falta en la observancia de las normas
de la Torá. La tensión interna del movimiento producida poi ia necesidad
de hacer frente a la influencia del cristianismo en esie aspecto se obseda
claramente en el pensamiento jasídico y en su imaginación.
Probablemente sea la oración, más que ningún otro detalle, la que re
vela la doble norma de la máxima exigencia para uno mismo, por un lado,
y la tolerancia hacia los demás judíos, por el otro. Los jasidim deben orar
con intensidad, tanto en el plano intelectual como en el emotivo, emplean
do el tono que mejor corresponda al tema de la oración:
Estira las palabras para que puedas concentrarte en tu interior en lo que pro
nuncian tus labios... con ritmo y con el tono de m melodía, y en voz alta...
Y cuando reces, agrega todo lo que sea adecuado a la bendición específica...
Y si no puedes agregar nada, elige melodías. Ora con la entonación que te parezca
dulce y agradable... para frases de súplica y petición deberá ser una melodía que
haga gemir al corazón... para palabras de alabanza, de las que regocijan el alma,
que tu boca rebose... de amor y alegría por el Uno que ve tu corazón y lo bendice
con generoso afecto y júbilo (VVistinctzky, op. cit., pár. 11, págs. 7-9).
En las oraciones individuales se contaban las letras, que eran las llaves
del reino de los cielos. El jasid dice:
Cuando estiro las palabras se acrecienta mi ventaja ante el Santo y Bendito.
En el mismo salmo cuento con los dedos los alefs y las bets; luego, cuando vuelvo
a casa analizo su significado, la razón de que haya precisamente esa cantidad en
ese salmo o en esa oración (ídem, pár. 1575, pág. 386).
Se han escrito comentarios en los que los autores cuentan y numeran
643
todas las letras, relacionándolas entre sí mediante razonamientos «engan
chados» y «enlazados». Los jasidim se oponían a toda modificación de las
frases y a la supresión o agregación de cualquier palabra, porque así po
dría alterarse la consagrada estructura numérica de las letras. Para ellos
la oración era una experiencia que aglutinaba una enumeración lormal y
mística, combinando la intención, la melodía y la construcción de los sis
temas secretos de las letras de la lengua santa, con una actitud más libre
asumida en la oración, para enriquecerla con nuevas formulaciones y me
lodías apropiadas.
Con respecto a los rezos del pueblo común, cambiaba la actitud de
los jasidim:
Si alguien ignorante del hebreo pero temeroso de Dios, o una mujer, van a ve
ros, decidles que aprendan las oraciones en un idioma que entiendan. Porque las
oraciones no son más que comprensión del corazón, y si el corazón no entiende lo
que sale de la boca, ¿qué valor tiene? Por eso, es mejor orar en el idioma que uno
entiende (ídem, pár. 11, pág. 9).
El amor de Dios era uno de los principios más importantes, llenando la
totalidad de su universo. Al jasid se le exigía
servir y amar al Señor... porque el alma está llena de amor; el amor se une a la
alegría. •' K alegría extrae al corazón de los placeres del cuerpo y los deleites del
mundo, y por eso la alegría es más poderosa y domina al corazón... Y todo el
cariño y el deleite del corazón del que ama al Señor con toda el alma y cuyos pen
samientos están dirigidos hacia la ejecución de la voluntad del Creador, para el be
neficio de la comunidad y la santilicación de Dios... Y ese amor impide que el
hombre descuide la Torá para dedicarse a simplezas tales romo la de entretener a
los hijos, o solazarse mirando mujeres, o conversando, o caminando al azar, y le
induce a enconar dulces canciones que le alegran el corazón por el amor del Señor
(ídem, pár. 815, pág. 206).
Al verdadero jasid no le interesaban los placeres de este mundo porque
gozaba y obtenía satisfacción personal con el cumplimiento al máximo de
su deber, en el que ponía amor y alegría.
El pensamiento jasídico combinaba en ocasiones la santa simplicidad con
un extremado criticismo, sin que existiese contradicción alguna entre am
bas actitudes. La santa simplicidad, que penetraba hasta los cimientos de
la fe, hacía reflexionar a los jasidim "obre la justicia de la lev bíblica Jun
tamente con ésta, y ocasionalmente incluso en su contra, sostenían la ley del
cielo, la única —afirmaban— en la que el hombre puede hallar la espiritua
lidad y la justicia en toda la magnitud requerida. La ley de la Torá era la
norma mínima, pero el jasid se imponía la conducta más rigurosa, es decir,
la determinada por los principios de la ley celeste. Un ladrón, por ejemplo,
Hphía devolver a la víctima, según la ley de la Torá, el valor total de los
objetos robados. Esto, para la doctrina jasiaica no resultaba suficiente:
El ladrón tiene que pensar en la aflicción que le ha causado [al robado] y en
las privaciones que ocasiona a todos los que de él dependen; y debe pagarles según
644
el importe del daño, más las derivaciones correspondientes, y según el carácter y la
posición de los robados... Y deberá agregar de su peculio una indemnización
por los placeres que le hayan producido los objetos robados, y deberá cumplir una
penitencia en la misma proporción de esos placeres... La intensidad del arre
pentimiento... se le podrá comunicar únicamente al que sienta verdadero remordi
miento y quiera quedar limpio ante el Santo y Bendito (ídem, pár. 22, pág. 26).
Según la ley de la Torá, la responsabilidad tiene un límite; el que cuen
ta menos de trece años de edad o es desequilibrado mental no es legalmen
te responsable por sus acciones. Este punto es completado por los jasidim
de esta manera:
Hay que pagar por lodos los pecados que se recuerden, cualesquiera que hayan
sido la edad y el estado mental de quienes los hayan cometido (ídem, pár.
216, pag. 7 7 ).
Esta teoría de la eterna lucha por la dirección que se libra entre los abro
jos y los justos es extremada y amarga, porque no sólo presenta la censura
de las malas artes de los que se disputan el mando, sino también el criterio
de que el buen éxito de los competidores se debe a la innata vileza de una
determinada comunidad o «generación». Expone además con elocuencia la
opinión de que las buenas acciones no prueban por sí mismas las buenas
intenciones de quienes las realizan, ya sea que su inventiva se manifieste
en buenas obras de dirección, erudición o liturgia.
Los jasidim juzgan con realismo y en detalle el orden establecido de la
sociedad. Cuando R. Efraím, acerca de quien ya se ha tratado, presentó
una queja contra los hombres que habían ofrecido para beneficencia una
suma de dinero mayor que la de él, quitándole el derecho que de tiempo
atrás tenía adjudicado para enrollar la Torá, recibió de los jasidim de Ra-
tisbona una respuesta que sin duda le debió dejar sorprendido: «Aun
que no lo hacen por el cielo sino por los honores..., puesto que beneficia a
los pobres no se debe rechazar..., porque si se rechaza... se les estará ro
bando a los pobres.» Con respecto a su deseo de cumplir el mandamiento,
le explicaron que si daba dinero sin cumplir el acto de enrollar la Tora re
cibiría la recompensa por ese acto como si lo hubiera realizado.
En cuanto al que enrollaba y envolvía la Torá hasta entonces y lo hacía por el
cielo, si da a los pobres el dinero que solía donar a la sinagoga al envolver el rollo
su mérito es el mismo que si realmente lo envolviera..., porque de buena gana lo
haría pero se abstiene en favor de los pobres.
647
Además no debe temer que haya en adelante discusiones, porque si da
ahora un ejemplo personal de renuncia eliminaría nuevas discrepancias de
esa índole (Wistinetzky, op. cit., pár. 1593, págs. 390-391).
Los jasidim protestaron ante la injusticia que suponía la igualdad formal
para los impuestos de los ricos y los pobres, fundando su oposición en los
ejemplos de los tiempos bíblicos: «Entre un israelita pobre y un sacerdote
adinerado, ¿es posible que el pobre tenga que pagar el diezmo al rico?»
Tras hacer una crítica «simplemente» exegética de la ley bíblica de los diez
mos, pasaron a considerar la situación de sus comunidades y pusieron en
duda la justicia de una distribución uniforme de las cargas impositivas en
tre las comunidades que reclamaban «tanto por libra». Era un procedi
miento inconveniente, porque «a veces el pobre que paga es más pobre que
el que recibe». En su opinión, el cobro de las contribuciones para el Tem
plo y la imposición de gravámenes en su época se fijaban «según las con
venciones humanas», porque la gente tendía a eludir los pagos justos cuan
do se hacían tasaciones individuales. Los jasidim no sabían de qué modo po
dría resolverse el problema dentro de la organización comunal existente, y
sugirieron «que los buenos devuelvan en secreto a los pobres lo que estos
dan, sin que lo sepan los malos» (ídem, pár. 914, pág. 226), lo que signi
ficaba que preferían un impuesto progresivo. Lo que en realidad proponían
era que se les impusiera a ellos mismos una carga complementaria, pero
no sabían de qué forma podría incorporarse esa práctica en la
vida comunal.
Los jasidim rechazaron absolutamente el criterio acerca de que ciertas
clases de orgullo podían hallar justificación entre los dirigentes y los eru
ditos rabínicos. No les preocupaba la extrema humildad; al contrario, cuan
to más extrema era tanto mejor la consideraban. La conducta recomenda
ble para un jasid era la de estar siempre entre aquellos que no devolvían
los insultos:
Lo humillaban y lo insultaban y él se quedaba como si fuera sordo y mudo...
sin ofender a nadie... Y la verdadera fuerza del espíritu jasídico está en que por
más que lo ridiculicen, el jasid no renuncia a su jasidismo ni a su propósito de obrar
por el cielo (ídem, pár. 975, pág. 241).
Los jasidim creían firmemente que «no hay en el mundo una cualidad
tan buena para proteger a los que la emplean y ayudarlos a obtener todo
lo que es bueno, y alejar todo lo que es malo, como el poder de la humil
dad por el cielo» (ídem, pár. 14, pág. 9). La esencia de la humildad cons
tituía, desde luego, su aspecto interior, no su forma exterior. El hombre
realmente humilde debe conducirse exhibiendo el orgullo exterior que los
soberbios le imponen en su fuero interno. Con penetrante sinceridad, los
jasidim hallaron una excelente expresión para definir la tensión dialéctica
que surge cuando la humildad adquiere validez en toda la sociedad. En es
ta situación puede ocurrir
que otros hagan un honor de la humildad... como, por ejemplo, si son más grandes
que él pero no quieren marchar delante de él, como si dijeran: «Somos humildes.»
648
Pero él se avergüenza por tener que ir delante de ellos... porque ellos pueden decir:
«Qué desvergonzado es éste, que camina al frente de los que son más grandes que
él...». Eso es gran humildad, porque el hombre para honrarlos consiente que lo
humillen (ídem, par. 815, pág. 206).
El tema de la vida y los impulsos sexuales, juntamente con la vida fa
miliar y las relaciones matrimoniales ocupaba un lugar importante en la
doctrina jasídica. Los jasidim describían con claridad y franqueza el poder
de la sexualidad, sus tentaciones y sus peligros. El amor entre el hombre
y la mujer era una parte positiva y necesaria de la vida familiar normal (véa
se la opinión al respecto del gaón R. Saadya, en las págs. 528 y 529). Cuen
tan los jasidim que:
Un hombre ayunó durante mucho tiempo para que Dios le otorgase la mujer
que amaba; sus ayunos y oraciones no le dieron resultado. «Mira», le dijo a un sa
bio, «ayuné y lloré y no logré nada.» El sabio le explicó por qué no fueron atendi
dos sus ruegos y lo consoló: «El Señor te habrá destinado una mujer que no te agra
dó», pero «por tus ayunos y tus rezos llegarás a amar a ésta —a la mujer con la
que se casó— y ambos seréis felices» (ídem, pár. 1137, págs. 287-288).
Los jasidim tomaban en cuenta el amor que palpita en el alma de un
hombre. Uno de ellos
solía rezar: «Señor del universo: es sabido y manifiesto ante tu trono de gloria que
mi alma ama a una mujer, no porque la quiera pecadoramente, dado que todavía
no la conozco. Pero si es tu propósito que la ame, bendita sea tu voluntad, y yo sufriré como
a ti te parezca bien...» Y por su amor hacia ella dice: «Señor del universo, no es po
sible que tome a otra mujer, porque podría hacerle daño y llegar a odiarla a causa
de mi amor por la otra» (ídem, pár. 1136, pág. 287; la letra cursiva es del autor).
El jasid explica que «el cielo hace a veces que un hombre ame a una
mujer y que una mujer ame a un hombre, aunque no se case con ella».
Debe haber varias razones para que el cielo decrete un amor no requerido.
«A veces el hombre ama porque sus hijos y herederos están destinados a
casarse», en cuyo caso el amor se cumple en la generación siguiente.
Los jasidim transplantaron los conceptos del amor contenidos en la poe
sía de los trovadores situándolos en un marco doméstico, familiar. El mun
do de los caballeros consideraba incompatible el matrimonio con el amor;
los Jasidé Askenaz, por su parte, aceptaron del mundo la noción del sufri
miento espiritual en el amor —aunque es difícil determinar por qué vías
les llegó esta influencia—, pero la unieron a la de la vida familiar judía.
Se valoraba muy especialmente la buena estirpe familiar como factor
que contribuía al buen éxito del matrimonio. Incluso justificaban la veda
impuesta en las comunidades (véanse págs. 598 y 599) como un medio para
perpetuar las familias de buen linaje agrupadas en determinados lugares
para evitar las uniones matrimoniales con los de estirpe menos convenien
te. También se apreciaba mucho el hecho de que el propio novio conociera
la Torá. En cambio, se miraba con ironía a quienes se casaban con una
649
mujer por su dinero. A uno de éstos, un cuento jasídico le hace pronunciar
la resignada «bendición de la muerte» por su matrimonio, mientras bendi
ce a Dios por «una buena noticia» cuando se entera de la suma que su in
deseada esposa le traerá como dote (ídem, pár. 1127, pág. 285).
A pesar del encono que sentían hacia la población no judía, los jasidim
atisbaban en sus vecinos cualquier leve signo de actitud humana que jus
tificara la necesidad de propiciar un trato honesto en las relaciones entre
judíos y gentiles. Su consejo era que «si los judíos y los gentiles establecen
la condición de ayudarse mutuamente y los gentiles ayudan a los judíos cor
dialmente, éstos deben hacer lo mismo con aquéllos» (ídem, pár.
1849, pág. 445).
El martirio y la santificación del nombre de Dios constituían el eje bá
sico de sus pensamientos. Cantaban las alabanzas de los mártires y habla
ban de sus ansias por el suplicio, exponiendo la decepción de un hombre
que quiso santificar el nombre de Dios y no tuvo el privilegio de hacerlo,
y calculando cuánto menor sería su parte que la de sus camaradas de cara
a su santificación, dado que murió apaciblemente en su cama mientras los
otros eran «los dirigentes de los que habían sido muertos».
La imagen jasídica quizá pueda ejemplificarse mejor por el mandato de
servir a Dios «con lo más profundo de tus pensamientos», e ilustrarse con
la historia de Rabenu Yaacob bar Yacar, quien solía limpiar con la barba
el lugar que quedaba delante del Arca Santa; y cuando la comunidad se
dirigía al rey o a las autoridades para presentar peticiones se quitaba las
botas antes de orar y decía: «Yo soy pobre; que vayan ellos [a ver al reyj
con su dinero, y yo me presentaré [ante Dios] con misericordia y súplicas»
(ídem, pár. 991, pág. 245). La profundidad de los pensamientos jasídicos
se manifestaba únicamente en acciones que combinaban la humildad total
con una expresión de auténtica relación personal en el servicio del Creador
y la participación en las inquietudes y desazones de todo Israel.
653
También en el norte de Europa el celibato suponía uno de los proble
mas más agudos en el interior de la sociedad cristiana. Los judíos insistían
en que monjes y monjas cumplían sus votos con el pecado en el alma...,
«porque los consumía la lascivia, ardían interiormente, ansiaban el inter
cambio sexual sin poder consumarlo. ¡Es una batalla!» (Wagcnseil, op. cit.,
págs. 43-44). Los judíos se basaban aquí en lo dicho por Pablo, acerca de
que es preferible tomar esposa que arder —de lujuria. Al mismo tiempo
pregonaban la duda, muy extendida asimismo entre la sociedad cristiana,
de que los monjes se atuvieran realmente al cumplimiento de sus votos de
celibato, y los acusaban de que «si bien no fructificaban y se multiplicaban
abierta y legalmente, se saturaban de adulterio en secreto» (ídem, pág. 43).
Los polemistas judíos exponían asimismo otras críticas de los hábitos
de la Iglesia, difundidas en la sociedad cristiana; empleando las palabras
del profeta Isaías, particularmente apropiadas para el blanco de sus críti
cas, denunciaban la adquisición de bienes raíces por las iglesias y los
monasterios:
«¡Ay de los que juntan casa con casa...», los sacerdotes y los monjes que se apo
deraron de toda la tierra y juntan casa con casa y agregan un campo a otro hasta
no dejarles lugar a nadie. «Y estáis vosotros solos en el centro de la tierra»... que
es como están sus conventos (ídem, pág. 82).
Al argumento que solían lanzarles a los judíos acerca de que no hacían
nada por atraer a los demás a su religión, ellos replicaron:
«¿Que si nosotros tenemos prosélitos?» Con esta pregunta se cubren de vergüenza
y afrentan a su fe, porque el judío perverso que apostata... se desprende de todos
los mandamientos... y adopta la forma de vida que está de moda. Por eso no sor
prenden sus malas acciones. Pero los prosélitos que adoptan el judaismo asumen el
deber de la circuncisión y todos los demás mandamientos positivos. Además, por
temor a la violencia de los cristianos, el prosélito se ve obligado a huir de un lugar
a otro y privarse de todos los bienes mundanos, y a fugarse al exterior para evitar
que los incircuncisos le golpeen y le maten... y la muier que se convierte también
se aparta de todos los placeres mundanos. A pesar de todo vienen a cobijarse bajo
las alas de la Sejiná. Y es evidente que lo hacen porque comprenden que no existe
nada tangible en su fe... Por eso a los cristianos debería darles vergüenza ha
blar de nuestra falta de prosélitos (ídem, págs. 242-243).
658
X. DECADENCIA DE LOS ANTIGUOS
ASENTAMIENTOS Y ESTABLECIMIENTO
DE OTROS NUEVOS (1348-1517)
662
Restauración de las comunidades judías
Los judíos a quienes se invitó a volver a las ciudades bajo estas riguro
sas condiciones, y mediante un precio tan alto, eran generalmente refugia
dos de las matanzas de 1348 que habían huido a las aldeas y a las posesio
nes de los nobles. Las nuevas comunidades estaban compuestas por lo co
mún por viudas, sus hijos, y escasos hombres. En algunos distritos, como
los del norte de Alemania, las comunidades judías se restauraron en grado
muy reducido o se mantuvieron como estaban. Pero incluso en aquellas en
que se reinstalaban, las expulsiones —breves o prolongadas— {jasaron a con
vertirse en una experiencia periódica de la vida comunitaria. En el siglo XV,
R. Mosé Mintz concluyó un detallado responsum sobre un tema de la halajá
con la declaración de que estaba escribiendo en una época de «expulsiones
y detenciones... porque el plazo que nos dio el obispo —de Bamberg— ex
piró, y se negó a concedernos una prolongación, ni por un solo día, ni por
una sola hora» ( Responso de R. Mosé M intz, Salónica, 1806,
núm. 49, fol. 50 v.).
Estas comunidades, alternativamente restauradas y destruidas por ex
pulsiones o por tumultos, se enfrentaban con frecuencia a complicados pro
blemas de población y de domicilio, cuestiones que debían resolver de acuer
do con las circunstancias locales continuamente transformadas. Se ha cita
do antes el caso de una comunidad que trataba de desalentar la llegada de
nuevos colonos. Pero según las anotaciones de R. Mosé Mintz en los años
1456-57 «los propietarios responsables de esta ciudad son pocos y las car
gas —de los impuestos y la conservación de la comunidad— son pesadas,
por lo que estamos buscando propietarios que compartan las cargas con no
sotros». Es posible que después de 1348 muchas de las comunidades se ha
llasen ante el problema de tener que atraer a nuevos miembros.
Los ciudadanos explotaban ampliamente las necesidades de residencia
de los judíos. Según se decía en esa ciudad y en el año mencionado, «aquí
los pobladores poseían casas en la vecindad de la sinagoga y las alquilaban
a los judíos. Cuando una de esas casas quedaba desocupada, los judíos que
necesitaban vivienda tenían que tomarla en alquiler a aquéllos (ídem,
núm. 39, fol. 34 r.).
Diversas calumnias contribuyeron a aumentar la inseguridad derivada
de la explotación y la extorsión. Cualquier agitación religiosa interna de los
cristianos hacía peligrosa igualmente la situación y la residencia de los ju
díos. Por ejemplo, la rebelión de los husitas, que estalló en Bohemia y Mo
ravia en los comienzos del año 1420, repercutió en contra de los judíos por
las crecientes sospechas y el fanatismo religioso que originó, particularmen
te entre la población alemana y los círculos católicos de la Europa central.
El triunfante levantamiento de las muchedumbres provocado por el monje
italiano Juan de Capistrano, que predicó contra los husitas en la Europa
central en la segunda mitad del siglo XV, se sumó al daño que sufrían los
judíos, socavando la estabilidad de importantes comunidades judías, como
la de Breslau, en Silesia. En esas condiciones lo que asombra no es el oca-
663
sional debilitamiento de la \ it.did.id judía, .sino l.i c apacidad que c\slc pue
blo tenía para conseguir una regeneración social y espiritual.
Las comunidades judías tendían a abandonar sus antiguos asentamien
tos y las viejas ciudades para trasladarse a otros lugares nuevos. Algunos
judíos se instalaron en las aldeas y en fincas propiedad de la nobleza en
las cercanías de estas viejas ciudades. Otros se dirigieron hacia el sur y
el este del Imperio y pasaron a Austria, Bohemia, Moravia y Silesia, lle
gando hasta Polonia. El traslado hacia el este se integró en el gran movi
miento colonizador formado en aquella dirección por los colonos occiden
tales. Esta tendencia iría transformando gradualmente las regiones de los
eslavos occidentales, sobre todo las de Polonia, en una zona de asentamien
tos judíos; un centro que, como se verá más adelante, continuó amplián
dose tanto respecto a su número de habitantes como a la diversidad de
sus profesiones. Mediante estos movimientos, los judíos alcanzaron las zo
nas circundantes de las grandes ciudades y otras poblaciones menores, de
jando con ello de encontrarse concentrados en los centros mercantiles y
políticos del Imperio. Por otra parte, los judíos formaban parte de un más
amplio movimiento colonizador de las zonas eslavas occidentales, y eran
por tanto, recién llegados a las ciudades, de igual forma que los ciudadanos
alemanes cristianos que llegaban en la misma oleada colonizadora, en es
pecial los de Polonia. Debido a su condición de extranjeros, debían ser pues
tos a prueba para demostrar su utilidad ante la nobleza agrícola gobernan
te. A estos colonizadores judíos se les presentaban nuevas oportunidades
económicas, sociales y espirituales, así como también problemas, en los nue
vos tipos de asentamiento en que se integraban y en las diversas condicio
nes materiales que hallaban en los mismos.
Medios de vida de ¡os judíos en el imperio germánico
El más importante medio de vida de los judíos siguió siendo el présta
mo de dinero con interés, el cual tuvo un papel preponderante en su retor
no a las ciudades. Al mismo tiempo, los judíos comenzaron a orientarse ha
cia nuevos medios de vivir, empujados por las difíciles circunstancias rei
nantes y la creciente inestabilidad que gradualmente adquiría el préstamo
de dinero en el siglo XV. Eli cambio que experimentaba el carácter econó
mico de las ciudades cristianas, cuyos habitantes se dedicaban en menor
medida que antes al cultivo de cereales y verduras para su consumo, ad
quiriendo, en cambio, la producción agrícola de las aldeas y las fincas, pró
ximas o lejanas, les posibilitó dedicarse a otros negocios. A los agricultores
y a los ganaderos les interesaba que sus productos fueran vendidos a buen
precio por personas expertas en los mercados urbanos; tanto los habitantes
de la ciudad como los aldeanos tenían interés en que se afirmara un comer
cio regular de productos agrícolas. El traslado de alimentos de localidades
distantes a las ciudades beneficiaba a las grandes haciendas que producían
para el mercado urbano, empleando al mismo tiempo los servicios de los
intermediarios que operaban entre la ciudad y las aldeas y fincas.
Esta evolución permitió que los judíos se dedicaran al comercio agríco-
664
la y a la buhonería, en ciudades y aldeas. Facilitaba el ejercicio de estas
nuevas actividades económicas su instalación en las aldeas próximas a las
ciudades y en las haciendas de los nobles, que los aceptaban cuando eran
expulsados de las ciudades, así como también en nuevas regiones del Sur
y del este. Las transformaciones producidas dificultaron asimismo el que
pudiera limitarse el ingreso en los gremios a quienes conocieran el oficio.
El consumidor pasó a convertirse en un factor de mayor importancia den
tro de los muros de las ciudades; de ahí que los judíos penetraran en la ar
tesanía, aunque debieron hacerlo por la «puerta trasera» de la estructura
económico-social urbana. En el siglo XV R. Israel Isserlein escribió sobre
«las mujeres que lavan velos para las cristianas... y lo que hacen las muje
res en los velos, antes de lavarlos, cuando les ponen el dobladillo en los bor
des». Había además «mujeres que elaboran hilo para coser la ropa, y viven
de esa artesanía» (Terumat hadesen, Varsovia, 1882, núm. 152, pág. 46). En
tre las mujeres que intervenían en las actividades económicas se encontra
ban también aquellas que se ocupaban del cormrcio en las aldeas; no eran,
sin embargo, las únicas que participaban en la producción general.
En 1514, el concejo municipal de Leitmeritz dejó constancia de que «entre
los judíos de nuestra ciudad hay gente pobre y también algunos que viven
únicamente de trabajos manuales» (G. Bondy y J. Dvorsky, eds., Urkunden
und Regesten..., I, núm. 347, Praga, 1906, pág. 222).
Varios responsa nos informan de que algunos judíos se dedicaban a la
compra y venta de vinos, y R. Israel Isserlein habla de una ciudad en la
que los judíos «solían vender vino a los no judíos a un precio ligeramente
inferior al que le cobraban a los judíos» (Isserlein, op. cit., núm. 204,
pág. 61). En algunos documentos judíos y no judíos se habla, directa o in
directamente, de viñedos que eran cultivados por aquéllos para la produc
ción y venta de vino. Asimismo, parece que también había judíos posade
ros, que se dedicaban simultáneamente a las tareas comerciales.
Los judíos del imperio alemán todavía seguían viviendo principalmente
del préstamo de dinero con interés, pero sus medios de vida fueron diver
sificándose gradualmente a medida que iban dedicándose a la artesanía, la
buhonería y los corretajes dentro de las aldeas y entre éstas y las ciudades.
Debido a su gradual penetración en las actividades comerciales y a la pre
sión ejercida por las condiciones de vida reinantes en el Imperio, los judíos
que se habían trasladado hacia el este en el interior de Polonia fueron en
caminándose en forma creciente hacia el comercio y la artesanía. Se verá
más adelante (págs. 682-685) que esta tendencia produjo un nuevo desa
rrollo económico y social entre los judíos de Polonia, al mismo tiempo que
una gran tensión entre ellos y los ciudadanos de origen alemán.
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¿*7 Fragmento de una carta comercial del siglo vm escrita en persa con caracteres hebreos;
hallada durante unas excavaciones en el Turquestán oriental, revela detalles acerca del co
mercio judío durante aquel período.
28 P u e rta He m adera (s. XV) con die c isé is paneles ta lla d o s, procedente de la sinagoga E s d ra s
de P o s ta l, E g ip to , donde — según la tra d ic ió n — a s is tía M a im ú n id e s a lo s o fic io s sm agogales.
Superior: 29 C a ric a tu ra de un ju d ío en las m u ra lla s del c a stillo local (1 2 3 3 ); procedente del P u
b lic Re c o rd O ffic e .
*'V
Injenur: SU E s ta no ta del F o re s t R o ll de E s s e x , In g la te rra , contiene un a p u n te de un ju d ío m e
d ie v a l, el m ás a n tig u o de lo s d a ta d o s (1 2 7 7 ). L a d iv is a en el m a n to es una re p re se n ta c ió n de
las ta b la s de la L e v ; todos los ju d ío s estaban o b lig a d o s a lle v a rla puesta en aquel tie m p o .
31 U n a re p re se n ta c ió n c ris tia n a del com ercio ju d ío de esclavos. E s un re lie ve en bronce de la
p o rta d a de la ig le sia de G n ie z n o , P o lo n ia (s. X I I ) , u n o b isp o rescata de m a no s de m ercaderes
ju d ío s a u n o s esclavos c ris tia n o s esposados.
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V —‘'V»‘^ *H‘MI' » t V
Expulsión de España
Después del establecimiento de la Inquisición, los Reyes Católicos, Fer
nando e Isabel —con cuyo matrimonio se unieron los reinos de Castilla y
Aragón— derrotaron a los musulmanes que se mantenían en el sur de la
669
Península Ibérica y conquistaron Granada. Los Reyes Católicos ordenaron
entonces la expulsión general de los judíos españoles que no se habían con
vertido. Les fue concedido un plazo de tres meses para marchar, hasta agos
to de 1492 —el séptimo día del mes de ab, según el calendario judío. La le
yenda registró esa fecha como la del Nueve de Ab, el día de duelo por la caí
da de Jerusalén y la destrucción del Templo. Muchos judíos se convirtie
ron, incluyendo miembros de las clases superiores, pero decenas de miles
salieron de España hacia el exilio. Más de cien mil judíos se dirigieron a
Portugal, donde hallaron un penoso destino, y solamente una parte de ellos
logró llegar hasta los países musulmanes. Unos cincuenta mil judíos par
tieron de España directamente hacia los países islámicos e Italia, sufriendo
multitud de penalidades en su camino y a partir del momento en que al
canzaron sus respectivos lugares de refugio.
A pesar de las numerosas crisis que se produjeron entre los años 1391
y 1492, los judíos expulsados de España dejaron el país con la sensación
de haber sido arrancados de su patria y obligados a abandonar una forma
de vida buena y envidiable. Ni aun la aterradora conversión forzosa que
les fue impuesta en Portugal —donde recibieron a las muchedumbres de
judíos expulsados y, tras separar a los hijos de los padres, les obligaron con
inhumana crueldad a aceptar el cristianismo— hizo que los judíos olvida
sen los aspectos positivos de su anterior existencia en los reinos de España.
Según la opinión de algunos prominentes judíos exiliados, la situación de
éstos en España había sido antes de la expulsión mucho más favorable y
tranquila que la existente en cualquier otra comunidad judía.
Después de la amarga desilusión sufrida en Portugal, esta diáspora se
fardí se desparramó por toda Italia y los países del Islam; algunos, sobre
todo los judíos conversos, pasaron a los Países Bajos, donde llegaron a crear
un medio social y cultural propio. Con el paso del tiempo, los exiliados es
pañoles adquirirían una posición social especialmente elevada y establece
rían comunidades de extraordinario carácter en zonas tan alejadas entre sí
como Amsterdam, en el mar del Norte, y Safed, encaramada entre las co
linas de Galilea (véanse págs. 743-750).
673
XI. PRESION POPULAR CONTRA LA SITUACION
DE LOS JUDIOS
Ambiente general
Dos acontecimientos que tuvieron lugar entre la segunda mitad del si
glo XIV y el comienzo del XVI en la sociedad cristiana habrían de reper
cutir en perjuicio de los judíos de Europa. Aunque opuestos fundamental
mente entre sí en su origen, tuvieron un efecto combinado en la situación
de los judíos ya que pusieron en actividad dentro de la sociedad cristiana
elementos y tendencias que determinaron su situación en el interior
de la misma.
En la Europa central había comenzado a resquebrajarse la unidad cris
tiana. La tensión que existía entre el clero y las demás clases sociales fue
intensificándose hasta crear una atmósfera determinada por las sospechas
recíprocas; el miedo llegó así a dominar los sentimientos religiosos del pue
blo. Surgió entonces el nacionalismo implicado como elemento central en
las diferencias religiosas. La rebelión de los husitas, por ejemplo, expresaba
la oposición religiosa al dogma y la autoridad de la jerarquía eclesiástica,
así como también la resistencia eslava a las pretensiones de superioridad
de los germanos. En las ciudades las familias patricias aristocráticas lucha
ban contra los gremios de artesanos; y a medida que iba desmoronándose
la autoridad central del Sacro Imperio Romano los príncipes, duques y con
des, y también las autoridades municipales, se revestían con los atributos
del dominio y la soberanía. Entre las clases populares la piedad aumentaba
haciéndose al mismo tiempo gradualmente más confusa. La sociedad se es
forzaba por purificar su estructura y sus ideales, restableciendo la unidad
dentro de la Iglesia católica universal, o el Imperio universal que regiría a
la Cristiandad. Poco importa el hecho de que esas visiones de la Iglesia
ideal y el Imperio del pasado se basasen en la realidad o fuesen un pro
ducto de la imaginación; en aquel contexto era indiferente el carácter rea
lista o utópico que las propuestas de mejora poseyeran. Toda aspiración di
rigida hacia el retorno a una pureza anterior es, por definición, una rebe-
675
lión en contra de la situación existente. La sociedad estaba sumida en un
profundo desorden espiritual y social, aprisionada entre la tendencia a la
división y las aspiraciones de unidad y armonía, entre una sensación gene
ral de decadencia y el anhelo por recuperar la grandeza y la gloria del pa
sado.
Muchos de los libelos y las acusaciones lanzadas contra los judíos, como
también las deliberaciones sobre ellos, recibían la influencia de las tensio
nes que atenazaban el noroeste y centro de Europa. Al mismo tiempo, avan
zaba en España la tendencia hacia la unidad cristiana, y el espíritu de la
Iglesia militante iba imponiéndose con creciente intensidad. En este perío
do, los reinos de España mostraron fortaleza a pesar de las luchas internas
producidas y la ya anteriormente mencionada decadencia general (véanse
págs. 668 y 669). El matrimonio de «sus Católicas Majestades» Fernando de
Aragón e Isabel de Castilla selló el proceso de la unidad cristiana, y la con
quista de Granada en 1492 por las fuerzas unidas de Castilla y Aragón con
virtió a toda España en un país cristiano. Aquel mismo año salió Cristóbal
Colón en misión real para descubrir el paso occidental hacia la India y
abrir una nueva ruta para el comercio y las posteriores conquistas cristia
nas. Este confiado fervor religioso aspiraba a imponer la pureza de la fe,
ideal que era considerado susceptible de ser alcanzado inmediatamente a
través de los medios que se hallaban entonces al alcance de la sociedad cris
tiana. La tradición de la Reconquista, que había tratado en general a los
judíos como asociados en la vida cultural y social de los reinos cristianos,
aparte de la económica, parecía ahora un peligroso anacronismo. Los ju
díos de la Península Ibérica eran víctimas de la renovada confianza del cris
tianismo en su rumbo hacia la unidad y la siempre creciente fuerza espiri
tual basada en el fervor religioso.
Provocación antijudía
El padre espiritual de la fanática incitación contra los judíos fue Abner
de Burgos, un judío cabalista y erudito rabínico que se convirtió al cristia
nismo hacia el año 1321, tras haber sufrido una profunda crisis religiosa y
espiritual. Conocido de cristiano como Alfonso de Valladolid, sus escritos
de poli mica —algunos en hebreo v otros en castellano— expresan su pos
tura antirracionalista y su desesperanza ante la cuestión judía; contienen
de hecho una doctrina completa de recusación de los judíos, de sus leyes y
sus costumbres. La ley oral judía, afirmaba, constituye un código del robo,
la usura y la impostura; los judíos, de esta forma, obtendrían la redención
en el momento en que aceptasen la creencia en el Mesías que ya había ve
nido. Este apóstata interpreta varias expresiones de los sabios talmúdicos
sobre los signos de la redención en el sentido de que los judíos deben ser
privados de los fáciles medios de vida supuestos por la usura y la medicina.
Era pues preciso anular su autonomía, aterrorizarlos y someterlos al impe
rio de leyes severas; solamente entonces merecerían la redención. El pro
fesor Baer resume de este modo la cuestión:
A base de interpretaciones de los textos tan llenas de perfidia como éstas, el após
tata dibuja su visión del fin de los tiempos... Aquí quedó fijado por primera vez
aquel plan que los enemigos de Israel pusieron literalmente en práctica en 1391.
El anciano y fanático apóstata que escribió estas palabras emprendió él mismo su
guerra santa, no sólo con palabras sino también con hechos (Y. Baer, Historia de tos
judíos en la España cristiana, I, Madrid, 1981, pág. 282).
El mayor y más apasionado de los apóstatas posteriores al año 1391 fue
el ex rabino don Selomó Haleví, que después de su conversión pasó a ser
el obispo de Burgos Pablo de Santa María. Una vez convertido, juntamen
te con sus hijos menores —uno de los cuales heredó del padre la sede epis
copal de Burgos— Pablo estudió teología y llegó a ser uno de los principa
les polemistas y opositores al judaismo. También él cuestionaba el racio
nalismo escéptico desde el punto de vista místico. Uno de los judíos que
debatían con él, Yehosúa Halorquí, posteriormente también habría de con
vertirse, transformándose en Jerónimo de Santa Fe; sería el mayor polemis
ta en la disputa sostenida con los judíos en Tortosa, en los años 1413-1414.
688
Este grupo de apóstatas fanáticos contribuiría a iniciar la persecución de
los judíos, siendo quienes más activamente alentaban las conversiones for
zosas entre aquéllos.
La Inquisición
La Inquisición era, según su definición y su filosofía, un tribunal legal
mente constituido. Para comprender su naturaleza y las motivaciones de su
actividad, su poder y el terror que producía es preciso considerarla desde
su propia óptica y tratar de conocer las razones por medio de las que se ha
pretendido justificar tanto su creación como su funcionamiento. La visión
que del mundo tenía la Inquisición hallaba su punto de partida en el amor;
el inquisidor dirigía su investigación actuando por amor al alma del cre
yente, a quien trataba de impedir que pecase y descarriase a los demás, aun
que los individuos quizá no advirtiesen ellos mismos esta perniciosa posi
bilidad. El inquisidor estaba así lleno de amor hacia el acusado presentado
ante él, y cuando se veía obligado a excluir a alguien de la Iglesia, lo que
hacía, a su modo de ver, no era más que podar las ramas enfermas y secas
de la viña del Señor de los ejércitos. Si se veía obligado a solicitar de las
autoridades la ejecución del condenado se hallaba en esencia realizando
una acción de cirugía, amputando un miembro infectado que desparrama
ba el veneno por otras partes del cuerpo. Esta era la lógica de la Inquisi
ción, algo que permitía al inquisidor la audición de pruebas detalladas en
ausencia del acusado, ya que se alzaba al mismo tiempo como representan
te del reo y como su propio juez.
La institución y los principios de la Inquisición ya estaban perfectamen
te establecidas cuando a fines del siglo XV les fue dada una nueva forma
691
dotada de mayor energía. Los miembros más radicales de la Iglesia espa
ñola afirmaban que la Inquisición episcopal y papal actuaban en su lucha
contra el criptojudaísmo de los conversos con demasiada lentitud y toleran
cia. Ellos, en cambio, pretendían conseguir la creación de una institución
española soberana, que se enfrentase a aquella plaga dentro del marco ge
neral de la grave situación local. En 1482, el papa seguía tratando de con
trolar a la Inquisición logrando que se aceptara su posición ante los cris
tianos nuevos, dado que era en general más moderada que la actitud mos
trada por la institución y los mismos gobernantes locales. Pero durante los
años 1482 y 1483 las medidas inquisitoriales y los decretos reales irían pro
gresivamente incrementando su rigor.
Este último año sería decisivo, ya que durante el mismo los judíos fue
ron expulsados de la totalidad del territorio de Andalucía, y llegado el oto
ño el dominico Tomás de Torquemada alcanzó el cargo de inquisidor ge
neral de Castilla y Aragón. Sería Torquemada quien fijase las normas ge
nerales de la actuación de la Inquisición española. En todos los lugares don
de se instalaba un nuevo tribunal era proclamado un «plazo de gracia» de
treinta o cuarenta días, durante el cual los inquisidores recibían confesio
nes y obtenían pruebas de carácter voluntario. El estudio de los documen
tos de la Inquisición revela que este procedimiento permitía apresar por sor
presa en la red que se le había tendido a un converso que siguiese siendo
secretamente fiel al judaismo, o que no se condujese como un cristiano de
voto. Por lo general, el sospechoso confesaba durante el período de gracia
transgresiones baladíes; y al mismo tiempo sus vecinos y conocidos comu
nicaban al tribunal sus sospechas acerca de la conducta del investigado.
Aseguraban, por ejemplo, que no habían visto que de la chimenea del ve
cino saliese humo los sábados, o que los miembros de la familia compraban
grandes cantidades de verduras antes de la fiesta de la Pascua judía, o que
el sospechoso y otros cristianos nuevos compraban carne a un carnicero de
su mismo origen. Los hijos e hijas de los conversos contraían matrimonio
entre sí, y mantenían relaciones con judíos que conservaban su fe. Cuando
un converso era arrestado después del plazo de grada, los inquisidores le su
gerían que presentara una relación de testigos de descargo, que resultaban
ser en realidad testigos de acusación. El interesado acudía a sus vecinos
cristianos con la finalidad de dar testimonio de su conducta pública como
cristiano, y éstos lo hacían, exponiendo sin embargo al mismo tiempo sus
sospechas acerca del hecho de que aquel pudiese seguir siendo judío
en secreto.
La Inquisición, como otros tribunales de la época, empleaba la tortura
para obligar al acusado a decir la verdad; existe un documento del final de
este período que revela de qué modo los cristianos nuevos que habían per
manecido fieles al judaismo convertían la tortura en una forma de martirio.
Según el documento, se empleaban técnicas espirituales y psicológicas para
dominar el dolor y pasar de la negación del judaismo a su afirmación, en
primer lugar en el plano interior, y más tarde en forma abierta. Un miem
bro de esa generación dio consejos al converso que fuese a ser «inquirido»
y sometido a las torturas inquisitoriales:
692
Cuando lo llevan a sufrir dolores y torturas... con cruel angustia... que en ese
momento se reconcentre y se ponga entre los ojos, con la imaginación el grande y
pavosoro Nombre... con lo cual tendrá la prueba... y aunque esto no sea nada ló
gico ha sido demostrado por la experiencia.
Se aconsejaba al converso que durante la tortura fijase sus pensamien
tos en las cuatro letras hebreas que componen el nombre de Dios, a las que
debería estar viendo con la imaginación. De este modo le sería más fácil
aguantar el tormento.
K1 sabio que se enteró de este método de resistencia supo también que
la crisis espiritual sobrevenía cuando le decían a la víctima que el tormento
concluiría si aceptaba de todo corazón el cristianismo. En el siglo XV fue
formulada una respuesta adecuada para esta tentación:
Cuando se proponen torturarlo e interrogarlo... y le dicen que si cambia su ho
nor le soltarán... ose es el momento en el que debe decidir la santificación del nom
bre de Dios por el martirio. He llegado a la conclusión de que la respuesta debe
ser la que escribió uno de los piadosos: «No me preguntéis. Yo soy judío. Como
judío vivo y como judío muero. ‘J udío, judío, judío!»
Esta reacción del converso apresado entre el dolor de la tortura y el in
centivo de la integración en la sociedad cristiana, constituía una protesta
que cerraba todas las vías de salida; era también una reacción muy apre
ciada por los judíos que conservaban su fe. El escritor al que nos estamos
refiriendo consideraba que
es posible que... el alma del mártir que unifica su espíritu con Dios e incrementa
constantemente su amor, dando su tumba a los perversos y su cuerpo al consumo
de las llamas, haya sido la que describió la agudeza del rey sabio: «¿Quién es la
que surge del desierto, apoyada en su amado?» [Cantar de los cantares, VIII, 5],
Porque todas estas palabras divinas son probadas y examinadas, y el alma se parte
y cae miembro por miembro y trozo por trozo (Meguilat Amrajel, editado por
G. Scholem, Jerusalén, 1930-31, págs. 153-155).
No todos los conversos elegían este camino; ni siquiera la mayoría. Mu
chos de ellos, principalmente los acaudalados, lograron escapar de las re
des de la Inquisición sin ser obligados a confesar. Una gran cantidad hizo
la confesión requerida y cumplió la penitencia cristiana impuesta. Pero las
acciones de la Inquisición dirigidas contra los criptojudíos habrían de pro
seguir durante generaciones, incluso mucho tiempo después de
la expulsión.
Dos años antes de la expulsión tuvo lugar un proceso por crimen ritual
en que se acusaba a unos cristianos nuevos: el caso del «santo niño de
Laguardia». En el confuso proceso varios conversos fueron acusados de
haber crucificado a un niño cristiano. El pliego de cargos sostenía que ha
bían intentado obtener una hostia cristiana con la finalidad de realizar con
ella y con el corazón del niño crucificado actos de brujería, haciendo morir
de hidrofobia a todos los cristianos; en 1491, todos los acusados fueron en-
693
tregados a las llamas. Desde el punto de vista histórico, el aspecto impor
tante de este caso es la explotación por parte de la Inquisición de una im
putación que carecía de fundamento real. Este cargo, fuese producto inten
cionado de la Inquisición o no, habría de contribuir a preparar el terreno
para realizar la expulsión de los judíos que conservaban su fe y para incre
mentar la animosidad existente en contra de los conversos. Las predicacio
nes y los debates que se habían iniciado con Vicente Ferrer y la disputa de
Tortosa continuarían posteriormente bajo diversos grados de intensidad
hasta el momento de la expulsión.
La Inquisición no apuntaba solamente hacia los cristianos nuevos. En
todos los procesos se lanzaban sospechas sobre la comunidad de los judíos
que conservaban su fe, y se hacían esfuerzos por conseguir que las autori
dades promulgasen nuevos decretos en contra de ellos. La masiva aversión
que predisponía a los cristianos viejos a creer cualquier maldad de los ju
díos y los cristianos nuevos, asumiría un manifiesto matiz racista. Existían
todavía judíos que ocupaban altos cargos en la corte real y dirigentes ju
díos que mantenían estrechas relaciones con la corte de la reina Isabel,
como el anciano «rab mayor» don Abraham Sénior, quien se convertiría en
el momento de producirse la expulsión. Según una leyenda conservada por
la tradición popular sefardí, los judíos principales intentaron pagar gran
des sumas de dinero para que fuera anulado el decreto que imponía esta
medida. Las mismas fuentes afirman que el violento fanatismo de Tomás
de Torquemada hizo inútiles todos los esfuerzos realizados en esa dirección.
695
XII. GOBIERNO INTERNO JUDIO DESDE
LA PESTE NEGRA HASTA
LA REFORMA
704
Intentos de adopción de una dirección centralizada
en Askenaz
La asignación de la autoridad a los rabinos comunales había de origi
nar el fomento de una tendencia natural dirigida hacia la centralización de
la dirección. El erudito rabínico se veía satisfecho indudablemente por su
posición como dirigente de la ciudad que lo elegía; pero la tradición de los
responso y la consiguiente interacción halájica promoverían el deseo de
llegar a ejercer una influencia dotada de un mayor grado de transcen
dencia. Cualificación ésta que se consideraba proporcionada a la ampli
tud de su erudición rabínica y al grado de reconocimiento de que gozaba
el sabio en su medio propio y aún más allá del mismo. Los trastornos que
se producían de forma periódica, así como la presión ejercida por los go
bernantes que consideraban invadidos sus ámbitos de actuación —tanto for
mal como informalmente— por parte de la local autonomía judía, reforza
rían en las comunidades judías la tendencia encaminada hacia la unión
para la creación de sistemas válidos de defensa y mediación. Como conse
cuencia de los tumultos, las acusaciones de «crimen ritual» y las expulsio
nes, \ mu\ a menudo al cabo de un período de tiempo relativamente breve,
las comunidades sentían la necesidad de contar con orientaciones emanadas
de algún centro rector determinado. Estos factores se combinaban al mismo
tiempo para contrarrestar la tendencia dirigida hacia el separatismo, pro
vocada por la gradual sumisión que se producía con respecto a las ciuda
des cristianas complementada por la destrucción de las antiguas comuni
dades que durante siglos habían sido reconocidas como centros rectores.
Parece que, durante el siglo XV, la costumbre de que las comunidades
considerasen como satétiles a «los reducidos grupos de judíos que nos ro
dean», tendría un grado de difusión mayor que aquel que la supervivencia
de sus orígenes podría sugerir. Esta relación queda demostrada por el he
cho de que los pobladores de las pequeñas comunidades exteriores «están
conectados con nuestros cementerios». Las ordenanzas de las comunidades
eran por lo general obligatorias únicamente para aquellos que residían den
tro de sus muros; no comprendían, por consiguiente, a las comunidades ve
cinas: «Nuestras ordenanzas no rigen para ellos; si violan nuestras orde
nanzas no los multamos dado que no están dentro del ámbito de nuestros
estatutos.» Pero en algunas circunstancias las comunidades mayores trata
ban de incorporar a las menores que las rodeaban a las ordenanzas relati
vas a los asuntos de importancia pública. Cabe suponer que esos intentos
se presentaban con mayor frecuencia en momentos de peligro exterior o de
crisis interna, tanto de carácter espiritual como social. Con este objetivo,
habría de establecerse un procedimiento determinado: «fijaron entonces un
día; las comunidades y asentamientos que iban a ser incorporados en las
ordenanzas se reunieron, enviando cada ciudad dos o tres representantes.
Prepararon las ordenanzas y enviaron cartas por todos los alrededores para
que fuesen leídas en proclama pública con la finalidad de que todos que
daran advertidos». La proclamación servía asimismo como advertencia
acerca del hecho de que habría castigo en caso de transgresión de las nor-
705
mas adoptadas (ídem, núm. 63, fol. 59 v.). Resulta posible comprobar que
existía realmente la costumbre de incorporar pequeñas comunidades, a tra
vés de comisiones de representantes, a la dirección de una comunidad ma
yor. Estos representantes eran convocados mediante un acuerdo previo, y
en la mayor parte de los casos seguían los procedimientos propios de las
comisiones de fines del siglo XII (véanse págs. 662 y 663).
También en estas comisiones los sabios rabínicos constituían un elemen
to importante. Relata R. Israel Isserlein: «Vi una ordenanza escrita, pro
mulgada para la percepción de un fuerte impuesto... en la comunidad de
Neustadt y todas las comunidades con sus residentes —posiblemente las co
munidades menores— de los países de Estiria. El documento estaba redac
tado por dos dayanim y otros eruditos rabínicos, y fue elaborada en los años
1415-1416» (Isserlein, Terumat hadesen, pár. 342, pág. 136). «Cuando nos
reunimos en Nuremberg», dice R. Yaacob Weil, «se promulgaron muchas
ordenanzas. Una de ellas era ésta: “Si uno de los litigantes de un pleito
quiere alegar en alemán, el otro también deberá alegar en la misma len
gua”» (Responso de R. Yaacob Weil, op. cit., núm. 101, pág. 69). En otro res
ponsiva, afirma que las comunidades se congregaron en Nuremberg para ne
gociar con las autoridades el importe del impuesto anual aplicado a los ju
díos del Imperio. En ocasiones, los gobernantes se oponían a la actuación
de las representaciones centrales de los judíos para estas cuestiones. «Y si
los consejeros reales lo exigían, cada comunidad por separado se veía obli
gada a tratarlos» (ídem, núm. 147, pág. 95).
El conflicto suscitado entre la autoridad de los rabinos en sus respecti
vas localidades por una parte, y la tendencia hacia la dirección central por
otra, habría de manifestarse en la disputa del año 1455 sobre el Sínodo de
Bingen, y aun antes de la apertura del mismo. Previamente a la reunión
de sus miembros integrantes, se entablarían las siguientes negociaciones en
tre sus organizadores y los rabinos invitados. Rabí Veibisch, uno de los prin
cipales impugnadores de las resoluciones adoptadas en esta ocasión, «escri
bió... que él en primer lugar quería saber claramente y no por medio de
insinuaciones, con detalle y no en términos generales, qué era lo que se que
ría establecer y qué remedios se proponían emplear... que no asistiría si an
tes no tenía constancia del carácter y calidad de las disposiciones». Rabí
Seligman de Bingen, el espíritu orientador del sínodo, «le escribió que él
tampoco sabía todavía qué se discutiría y qué sería aprobado». Otro orga
nizador explicó a R. Veibisch que él no deseaba que los estatutos se apro
baran en la actual sesión del sínodo, y que tampoco tenía el propósito de
firmar apresuradamente, aunque hubiera acuerdo, sino después de discutir
y consultar. No obstante, cuando el sínodo finalmente se reunió fueron ana
lizados y promulgados varios «estatutos y decretos». Además, una ordenan
za de protección de este sínodo determinaba que si en otros países surgía al
guna duda sobre el sentido de la redacción de las ordenanzas... nuestro
maestro R. Seligman de Bingen sería su intérprete». Las comunidades en
general y sus rabinos en particular se opondrían enérgicamente a esta su
prema potestad de interpretación. Por los escritos de los opositores se co
noce hasta qué punto este sínodo constituyó una asamblea de rabinos y de
706
sus representantes, ya que el mencionado R. Veibisch afirma que «man
dó... a su hijo allí —a Bingen— el día del sínodo... únicamente por su res
peto a R. Seligman, para acceder a su petición, y no para firmar. Y si él
—el hijo— firmó en nombre de su padre... fue debido al temor, y por las
imperiosas amenazas que empleó R. Seligman» (Isserlein, Pesaquim u-Keta-
bim, núm. 252, pág. 55). La oposición al sínodo era muy grande, lo que
en definitiva contribuía a la destrucción de su influencia y objetivos.
708
La estructura del rabinato en España
La posición de los rabinos en las comunidades españolas no alcanzó nun
ca, ni aun en los momentos más críticos, el grado de autoridad institucio
nal que adquirieron los «dirigentes» en virtud de la «ordenación» formal
en Askenaz y en Italia. Rabí Isjac ben Séset —Ribas— definió las condicio
nes que debía reunir el rabino de una comunidad menor: debía tener «más
que suficientes —conocimientos— para poder juzgar, instruir, enseñar a los
alumnos, predicar y expresarse con eficacia oralmente y por escrito». Dio
esta definición cuando fue interrogado por «esa honorable comunidad so
bre qué rabino o aayán elegiría yo para ellos de «,*.tre aquellos que hay en el
país y al que ellos podrían inducir a venir» (Responso de R. Isjac ben Séset, op.
cit., núm. 287, fol. 204 r.). Estos rabinos, dayanim, predicadores y maestros
debían afrontar en ocasiones la fuerte oposición de los más poderosos jefes
de familia; algunos de los más destacados, como R. Nisim y R. Isjac ben
Séset tuvieron que hacer frente a un duro antagonismo. Rabí Isjac ben Séset,
respondiendo a un rabino que debía decidir si se quedaba en una comuni
dad próxima a Valencia o bien se iba a Teruel, explicaba cuáles eran las
pautas que debían emplearse para valorar la naturaleza y ía importancia
de una comunidad, con todas sus ventajas y desventajas. «No comprendo
tu intención. ¿Piensas de veras irte de esta benemérita comunidad donde
hay tantos hombres inteligentes y comprensivos, el doble y el cuádruple de
los que hay en Teruel, siendo además esta comunidad más grande que
aquélla? Y si hay alguien que tiene el propósito de afligirte, son muchos
los que luchan por ti con fervor» (ídem, núm. 445, fol. 352 r.).
También en España, aunque en forma más moderada que en Askenaz,
insistían los rabinos en ser reconocidos como funcionarios comunales. Rabí
Isjac ben Séset reprochó al rabí Jasday Selomó de Valencia por «tus que
rellas con el ciocto rabí Amram... corresponde que le respetes..., porque tú
has penetrado en sus fronteras, y aunque considerase que tu presencia ahí no
era correcta, no por eso te odiaría; sólo que hace cuarenta años que es gran
de en ese reino; y él ocupaba en solitario la sede de la instrucción. Y no
quiere que un segundo rabino penetre en su casa, y teme que tú puedas
pronunciarte de manera opuesta con respecto a las leyes... y lo que él temía
le ocurrió». Este R. Amram era un dirigente que promulgaba decisiones le
gales, pero no era el jefe de Xayesibá, porque R. Isjac explica a continua
ción: «En realidad no me sorprende que a veces diga cosas no todo lo co
rrectas que sería de desear... debido a que no estudia constantemente el Tal
mud con alumnos inteligentes y se limita a leer mañana y tarde los pron
tuarios de veredictos rabínicos y las compilaciones» (ídem). Las formas ex
ternas de respeto eran importantes en las relaciones entre el anterior adju
dicatario, el dirigente comunal y el joven maestro que invadía su territorio.
El consejo que daba R. Isjac a R. Jasday era que «sería conveniente ren
dirle pleitesía en público y tratarlo con respeto; y a puertas cerradas, cuan
do estéis solos, hazle entender su error e indudablemente reconocerá lo que
tú vales» (ídem).
Existe una descripción acerbamente satírica, de un rabino de Zaragoza
7«9
de la primera mitad del siglo XV, escrita por Selomó Bonafed; a través de
ella es posible ver qué era lo que se consideraba digno de elogio en la con
ducta pública y el método de dirigir a los fieles en la Zaragoza de aquel
período. El aludido rabino, Yosef ben Yesúa, era un siciliano aceptado
como dirigente y maestro de aquella gran comunidad y honrado asimismo
en otros lugares. Según el autor de la sátira tenía muy poca presencia física
y solía andar «entre los miembros de la comunidad con un taled guarneci
do de ocho hilos largos y cinco nudos... y cuando va a la casa de oración
con un grupo de amigos la cabeza le golpea las canillas, gimiendo cabizba
jo en una fina vestidura de lino..., la cabeza baja..., el talón humilde»
(H. Schirman, edit., Cobes alyad (Miscelánea), Nueva Serie IV, Jerusalén,
1946, pág. 17). No sólo su ropa, conducta y acciones eran de evidente pie
dad y humildad; sino que también su misma persona «se santificaba entre
el pueblo... y según dicen no comía en una vasija usada anteriormente por
un judío —que en su opinión no cumpliese meticulosamente la ley—... y
en el sábado grande —antes de la Pascua—... predicaba durante seis horas
sobre las leyes del jaróset —mezcla de frutas, especias y vino que se sirve
en la cena de la Pascua— y el perejil... para exhibir su casuística... y fati
gar a la gente con enigmas o... inventando asombrosamente ochenta for
mas diferentes de preparar alimentos no aptos para el consumo... y toman
do y trayendo todo el día... objetos de uso prohibido» (ídem, págs. 18-19).
Este rabino estricto y predicador casuista también enseñaba la filosofía de
Aristóteles, se dedicaba a la astronomía «y tenía un orgullo desbordante
por su medicina» (ídem, pág. 21). Bonafed se vio obligado a confesar que
«la gente ane anda en tinieblas le honraba con su oro y su plata... y lo eri
gían como su jefe» (ídem, pag. 31). A pesar de la distorsión que nuede
haber causado la animosidad, esta descripción no deja ae implicar que el
rabino y maestro ideal era quien estimulaba a los demás con su ejemplo
personal, su habilidad para discutir, sus enseñanzas, sus sermones y sus nu
merosos alumnos y discípulos.
7 I2
La teoría del gobierno interno en las comunidades
judías de España
Los principios del gobierno interno de las comunidades judías fueron
aplicados en España por los dirigentes y rabinos pertenecientes a las fami
lias aristocráticas, cuya educación legal y orientación política estaba inspi
rada principalmente en los criterios habituales entre la población cristiana.
Esta inlluencia también se hacía sentir en la crítica social, procedente sobre
todo de los círculos místicos opositores (véanse págs. 638-642 y 721-724).
En el período más difícil para el judaismo español, R. Isjac ben Séset
salió a refutar
la afirmación que pudiera hacerse... de que habiendo sido los derechos —de Bar
celona— concedidos por el rey a la comunidad, los judíos no debían ser juzgados
de acuerdo con la Torá, sino de acuerdo con la ley de los gentiles, porque sobre esa
base otorgó el rey los derechos... Y' la comunidad también —lo hizo sobre esa
base— cuando aceptó... —que había sido— con el conocimiento de la intención del
rey... y la plenipotencia otorgada en esos derechos era para actuar de acuerdo con
los jueces de su pueblo —el del rey—, sólo que ellos —los judíos— deben ser juz
gados por sus sabios (Responso de R. Isjac ben Se'set, op. cit., núm. 228, fol. 155 r.).
En respuesta a esa hipotética afirmación, escribió:
Es indudable que incluso sin el sello de su majestad real... esta comunidad ten
dría derecho a aprobar ordenanzas de acuerdo con la Torá y proscribir, excomul
gar y multar de forma autónoma a los transgresores..., pero se encuentra dominada
por el temor al rey en el caso de que los gobernantes afirmen: «Os habéis atribuido
autoridad sin permiso real», y para amenazar al transgresor y hacerle temer la ira
del rey, obtuvieron la voluntad de su real majestad... en este sello (ídem).
Esto nos informa de que, por principio, las ordenanzas de la comuni
dad derivaban de la ley judía y las decisiones de los jueces judíos se basa
ban en esa autoridad judía original. Solicitaban los privilegios al rey posi
blemente con el único objeto de evitar que las comunidades fuesen falsa
mente acusadas de presunción y excesiva independencia y para completar
la aplicación judía de las ordenanzas con el poder punitivo del Estado. Pero,
agrega R. Isjac, aunque no era legalmente necesaria la confirmación de la
autoridad secular para imponer las ordenanzas, después de obtenida aqué
lla, éstas pasaban a ser obligatorias en la comunidad y no se apartaban de
los límites determinados por el rey.
Es evidente que el propósito de la comunidad se concreta en lo que expresa el
documento y lo que es válido para las leyes de los gentiles, y concuerda con sus ex
pertos eruditos, que no deforman la alegación; y las ordenanzas promulgadas no
deben exceder del poder que les ha dado el rey... de conformidad con las autorida
des gentiles (ídem).
La ley del Estado, según la interpretación de los jueces reales —cuando
les era solicitada su aprobación—, limitaba las actividades legislativas de
7!3
la comunidad. «Y aunque el texto de su ordenanza abarque más que el lí
mite otorgado por las palabras del rey, no hay que guiarse por ese texto
sino más bien por el espíritu de la autoridad que garantiza el sello real...,
pero nada más que eso. Porque si sobrepasan lo autorizado con la aproba
ción de los instruidos jueces reales serán castigados por éstos.» No obstan
te, y dejando de lado las consideraciones políticas, la ley judía era suficien
te como fuente de origen de la autonomía de las comunidades y de su de
recho para dirigir sus asuntos de acuerdo con sus conceptos y tribunales
propios.
En el siglo XV aparecen muestras de que la autonomía legal judía se
guía ejerciéndose incluso en causas criminales, aunque recibiendo la in
fluencia de los métodos y criterios legales de los juristas cristianos. Con el
objeto de conservar esta autonomía los tribunales judíos pronunciaban en
ocasiones sentencias de muerte cuando correspondía aplicar esta pena. Los
adelantados de la comunidad de Teruel preguntaron a R. Isjac ben Séset
cuál era en su opinión el castigo que habría que aplicar a un delator, al
que según la ley judía correspondería la pena de muerte. Al comienzo de
su respuesta declaraba R. Isjac: «...que avance el fuego de su celo, y si
encuentra abrojos..., que los destruya en la viña del Señor de los ejércitos».
Justificó que se aceptase la confesión del acusado como base para declarar
lo culpable, aunque esta medida no concordaba con la ley talmúdica. Res
paldaba su opinión en el hecho de que
ahora los tribunales no tienen derecho para juzgar causas criminales, salvo con au
torización real. Por eso es necesario hacer que los jueces reales, que no son de nues
tra fe, justifiquen la sentencia, para que no supongan que actuamos sin juicio ni jus
ticia. Porque actualmente... las causas criminales se juzgan únicamente cuando exis
te una urgente necesidad, por haberse suprimido en nuestra jurisdicción la pena ca
pital... Por eso se suele aceptar la confesión del transgresor también en las cau
sas criminales, para que la cuestión quede aclarada tanto por sus afirmaciones como
por las pruebas circunstanciales, cuando no hay testimonio preciso (ídem, núm.
234. fol. 162 r.-v.).
Todas estas tendencias podían manifestarse en un mundo donde tanto
la orientación principal del pensamiento político cristiano como las ideas y
necesidades de la sociedad judía tenían por objetivo la obtención de una
dirección central, manifestado durante la celebración de la gran asamblea
del siglo XV convocada en Valladolid.
La asamblea de Valladolid del año 1432.
Acciones y objetivos
El día 22 de abril de 1442 se reunió en Valladolid una asamblea de las
comunidades judías de Castilla, cuyas sesiones se prolongaron hasta el 2
de mayo. La tendencia orientada hacia la implantación de una dirección
centralizada fue siempre más firme en Castilla que en Aragón; y la fuerte
aspiración centralizadora del reino se expresaba con la mayor intensidad
en las ciudades donde existían comunidades judías, en virtud del cargo de
7H
rab de la corte (véase pág. 588) que por entonces ocupaba don Abraham Ben-
veniste. Las ordenanzas aprobadas en esta asamblea son ilustrativas no so
lamente con respecto a las orientaciones que los participantes deseaban afir
mar para el futuro, sino —como afirma Baer— porque «se pueden extraer
de ellas muchas enseñanzas, no sólo acerca de la situación general de su
época sino también acerca de la organización de las comunidades castella
nas en los buenos días pasados, sobre todo en el siglo XIV. Porque sus re
dactores se propusieron únicamente restaurar la elevada posición de las co
munidades y reconstruir el edificio destruido en 1391» (Baer, Historia de los
judíos en la España cristiana, II, pág. 516).
Los motivos declarados de la asamblea revelan que también aquí esta
ba presente el deseo firme de establecer un gobierno judío autónomo junto
con la aspiración por lograr la aprobación de las autoridades no judías y
de la opinión de la comunidad cristiana. Las deliberaciones evidenciaron
una marcada consideración por las ideas de los gobernantes no judíos, a
los que repetidamente se dirigían empeñándose en explicarles los objetivos
perseguidos por la asamblea. Los argumentos y las formulaciones se adap
taban generalmente a las consideraciones diplomáticas. Las ordenanzas co
mienzan enumerando los precedentes de las acciones emprendidas por las
comunidades con la aprobación de las autoridades. Pues «en otros tiempos
los antiguos reyes autorizaban a los dirigentes de las comunidades... a le
gislar... las sendas más apropiadas para que las transiten todos los miem
bros de las comunidades... y de ese modo quedaba la Torá bien afirmada
y todas las comunidades bien establecidas».
Estas ordenanzas, la mayor parte de las cuales están escritas en caste
llano, refieren que don Abraham invitó a las comunidades «a que enviasen
personas de confianza para cuidar las normas de la justicia y asesorarse de
común acuerdo. Y las comunidades... hicieron lo que se les mandaba. Al
gunas de ellas enviaron misivas al noble rab... para confirmar y aceptar para
sí lo que... el rab disponga. Otras mandaron representantes fieles en su nom
bre.» A esta asamblea, de igual forma que a la de Aragón celebrada cien
años antes (véase págs. 591-594) no concurrieron todos los que fueron invi
tados. Pero en Castilla fueron enviadas cartas de conformidad y aceptación
en las que califican al noble rab de espíritu vital y decisivo de la asamblea
y sus actividades. Los asistentes son descritos como «un grupo de eruditos
rabínicos procedentes de diversas comunidades... y hombres buenos... con
varias autorizaciones... que trajeron... cada uno de su respectiva comuni
dad y... algunos hombres buenos que andan en la corte de nuestro señor el
rey». Los participantes, por consiguiente, estaban presentes debido a sus co
nocimientos de la Torá, porque representaban a una comunidad determi
nada o en su calidad de cortesanos que podían hacer algo en beneficio de
la comunidad judía en general. Definieron el propósito de sus ordenanzas
como «asuntos... relacionados con el culto divino... y el honor de la sagrada
Torá y el servicio del rey..., la prosperidad de las comunidades... y su be
neficio». La asamblea se realizó «en la sinagoga mayor... situada en el ba
rrio judío». Según la redacción oficial, las ordenanzas fueron aprobadas
«con la aquiescencia de todos, sin ninguna discrepancia», para que se cum-
7r5
pliese la exigencia de que las decisiones fuesen adoptadas por unanimidad.
Las ordenanzas tenían por lo general el carácter de «amplias instruc
ciones» encaminadas a indicar aquello que cada comunidad debía hacer en
su localidad para conseguir el bienestar general. Por consiguiente, la pri
mera preocupación de las ordenanzas era la del estudio de la Torá, porque
«la Torá es lo que sostiene al mundo», razón tradicional judía para que to
dos se dedicasen ante todo a aprender, y también porque en aquella época
«los que estudiaban la Torá se habían vuelto en muchas partes relajados
y se mantenían con grandes dificultades. Por eso el número de alumnos dis
minuía cada vez más... Para restaurar la corona a lo que era antes» se
dieron las instrucciones. La restauración, por lo tanto, de la posición de la
Torá y de los que la estudiaban, era el propósito declarado y el ideal
permanente.
La asamblea solicitó que cada comunidad «ordenase y recogiese entre
sus miembros una contribución para la escuela de la Torá». Esta «contri
bución voluntaria» debía ser en realidad un impuesto indirecto al consumo
calculado sobre la cantidad y el peso de los animales sacrificados y la can
tidad de vino consumido. La asamblea dio indicaciones detalladas sobre el
pago que se recabaría como recargo comunal: «Y ordenamos este [tributo]
para la escuela de la Torá, por la carne y el vino, que se impondrá sobre
el precio de los mismos para que el comprador pague el impuesto.» Tam
bién pedían, con referencia a la escuela de la Torá, un pago fijo que debía
satisfacerse en los casamientos y en las circuncisiones «no bien se pueda ase
gurar que el recién nacido es viable». Además, «que los herederos de todos
los muertos de ambos sexos y de más de diez años de edad entreguen la
ropa que el difunto usaba sobre la camisa, o si no diez piezas de oro para
la escuela de la Torá, más todo lo que los herederos quieran agregar. Y el
que aumente esa suma bendito sea». La asamblea ordenó a las comunida
des que cuidasen que ese impuesto «para la escuela de la Torá» fuera arren
dado como los demás gravámenes comunales, y acordó un plazo de treinta
días para ejecutar esas medidas en los lugares donde todavía no estuviesen
vigentes. Impuso esta obligación a las comunidades con el fin de disponer
de «eruditos [y] maestros de Torá para ser nombrados en la comunidad»
como maestros de adultos, para suministrar buenos profesores de niños en
edad escolar en número proporcional a la población, y asegurar que los edu
cadores contratados para esos deberes recibiesen un sueldo decente. Tam
bién se especificaba la obligación de sostener una yesibá y dar instrucción
en la misma. (Se limitaba el número de alumnos de una clase elemental a
veinticinco cuando el maestro no disponía de asistente, y a cuarenta si po
seía uno.) La asamblea pidió a las comunidades que mantuviesen un quo
rum permanente de diez personas para efectuar las oraciones e impuso se
veras penas para los que promoviesen disputas en el interior de la sinagoga.
Con respecto a la elección de jueces y otros funcionarios, la asamblea
sufría la influencia de un sentimiento de declive y de crisis, «por nuestros
pecados... hubo una disminución en el número de los eruditos temerosos
de Dios que conocen la Torá, tienen fe completa y son aptos y dignos para
actuar como jueces de acuerdo con la Torá». Este problema «hizo que nues-
716
tros predecesores... se apartasen en sus estatutos de los mecanismos indi
cados por el Talmud para la elección de los jueces». Los miembros de la
asamblea tampoco se ajustarían meticulosamente a los detalles, porque la
carencia de jueces y funcionarios podría originar una situación en la que
«cada cual trataría de tragarse vivo al prójimo... y donde no hay buena jus
ticia no hay paz ni armonía». La función de los jueces es la de «juzgar las
demandas, querellas y quejas y castigar los delitos». La asamblea señaló
un breve período de diez días para que las comunidades en las que no exis
tiesen jueces de esa clase se reuniesen con la finalidad de proceder a su elec
ción. Las que ya los tenían debían convocar asamblea dentro de los diez
días anteriores a que se acabara el período para el que habían sido nom
brados a fin de elegir a quienes les iban a reemplazar. «Y lo mismo rige
para todos los demás funcionarios de nombramiento, como los tesoreros...
y otros cargos.» La asamblea dio también instrucciones detalladas sobre
las funciones de los jueces, las audiencias de pruebas, el asiento de los tri
bunales y las restricciones del poder judicial.
I na sección especial de estas ordenanzas se dedicó «al tema de los de
latores». Las razones que se daban estaban sin duda orientadas a ser con
sideradas únicamente por las autoridades, dado que la asamblea destacaba
el derecho de juzgar que el rey había acordado a los judíos «graciosamen
te... para que nuestros juicios, civiles y criminales, se hagan de acuerdo con
las leyes de Israel». Fundaba cuidadosamente su posición en este delicado
asunto sobre cuatro argumentos, de entre los que destacaba el que afirma
ba que «los judíos protegen con ello su Torá... [y] que los jueces [de los
tribunales seculares], aunque muy sabios pero solamente hombres, no co
nocen nuestras leyes». A continuación de esa sección había una serie de me
didas que debían ser adoptadas y de castigos aplicables por medio de for
mas de exhortaciones hechas a los tribunales no judíos y de denuncias o
delaciones «directas o por habladurías capaces de dañar a un judío en un
lugar donde hay gente que no es de nuestra fe». Entre las enérgicas medi
das que proponía la asamblea estaba la de «grabar en la frente del delator,
de quien se sabe que insiste en esa mala práctica, con un sello de hierro al
rojo, la palabra delator». Se sugiere además la aplicación del castigo de cien
latigazos y la expulsión, y si de alguien se comprueba que haya sido dela
tor tres veces, «que se den los pasos necesarios para su ejecución».
Después de proponer medidas contra otras violaciones de la autonomía
judía mediante incitaciones a los no judíos o solicitudes en contra de la
autoridad comunal, las ordenanzas rechazan expresamente los nombra
mientos realizados en las comunidades judías «por mandatos de su majes
tad real... o de nuestra señora la reina... y lo mismo de otros señores o se
ñoras». Al final de esta sección las ordenanzas determinan que «ningún ju
dío debe tener a su servicio... en su hogar con carácter fijo a ninguna mujer
cristiana, ni con sueldo ni sin paga». Esta norma concordaba con una an
tigua exigencia eclesiástica; la asamblea lo dispuso para evitar los numero
sos contratiempos que podría ocasionar este servicio no aprobado por
la Iglesia.
La cuarta sección de los estatutos de Valladolid trata del problema de
717
los impuestos, especialmente de las evasiones de su pago y del cuidado de
que las cargas de la comunidad fuesen distribuidas por igual entre todos
sus miembros. Se toman en cuenta la justicia y la injusticia de la distribu
ción de los impuestos entre las comunidades, y también la evasión de im
puestos, vista como una desafiante afirmación en contra de la autonomía
judía. La quinta sección está dedicada a las leyes relativas los excesos en
la ropa y en las joyas que exhibían las mujeres de la época (Baer, Die Juden
im christlichen Spanien, II, núm. 287, págs. 280-297).
718
XIII. CREATIVIDAD ESPIRITUAL Y SOCIAL
Base cultural
A diferencia de lo que generalmente se cree, los eruditos rabínicos y las
principales personalidades askenazíes de aquella época conocían perfecta
mente la cultura secular y opinaban favorablemente de ella, lo cual gene
ralmente se cree característico únicamente de los judíos españoles. El emi
nente polemista y comentarista de la Biblia, R. Yom Tob Lipmann Mül
hausen, que escribió el Séfer hanisajón (Libro de la disputa) hacia el año 1420,
rechaza que el estudio deba limitarse a la Torá y el Talmud:
Y si el esclavo dijera: «Amo a mi Dios» que está en el cielo, «y a mi esposa»,
gacela del amor, y estudio la Torá, el Talmud y las opiniones posteriores, y amo
al Señor y a su unicidad, y tengo su fe grabada en mi pecho, y sé distinguir una
cosa de otra, por eso no necesito estudiar a otros ni la sabiduría de los ancianos»,
que se le afirme en el corazón... que eso no basta para ser un gran erudito {Séfer
hanisajón, Génesis, T. Hackspann, edit., Aldorf-Nuremberg, 1644, núm. 2, págs. 5
y 6).
Como si se hubiera puesto de acuerdo con la escuela de la que R. Abra
ham Bivach había formado parte en España, declaró en otro lugar el rabi
no askenazí-
Los sabios de Grecia poseen muchos de los grados de la sabiduría..., pero no
cometas el error de creer que por eso esos grados están prohibidos: las ciencias na
turales, la astronomía, la filosofía, son ramas de nuestra fe y conducen al amor de
su Bendito Nombre y a su temor... y no es sabiduría griega, sino la sabiduría de
todos los que son sabios (ídem, Jueces, núm. 136, pág. 91).
757
XV. MODIFICACIONES EN LA SITUACION
JURIDICA Y SOCIAL DE LOS JUDIOS
769
los judíos en la defensa y su entrenamiento con ese propósito era habitual
en toda la zona oriental del reino. Estas nuevas ciudades «privadas» fueron
abrumadoramente judías desde el principio, y tendrían una importante par
ticipación en el establecimiento de estrechas relaciones entre los judíos y la
nobleza. Teóricamente el rey conservaba su autoridad sobre los judíos, de
quienes era legalmente propietario, pero en la práctica se encontraban cre
cientemente sometidos a la protección y la buena voluntad de los magna
tes. Esta situación, unida al progreso económico experimentado, demostra
ría ser muy beneficiosa para la comunidad judía hasta el año 1648.
Sin embargo, nunca desapareció la posiblidad del estallido de esporá
dicas perturbaciones. Entre los años 1539 y 1540 tuvo lugar una «acusa
ción de conversión» cuando un delator acusó a los judíos de estar convir
tiendo secretamente cristianos a su religión para enviarlos luego al imperio
otomano, donde podrían vivir sin peligro como tales. En la agitación reli
giosa que por entonces caracterizaba a Polonia, estas conversiones no po
dían ser totalmente descartadas. La acusación originó persecuciones, res
tricciones e indagaciones, después de lo cual la inquietud se aplacó. Pero
dado que el daño inferido a los judíos había entorpecido seriamente las ac
tividades económicas, las reclamaciones de los afectados serían escuchadas
con especial atención. De vez en cuando se producían también acusaciones
de menores proporciones. Los judíos de las grandes ciudades sufrían em
bates de alumnos de las escuelas eclesiásticas, particularmente de los jesuí
tas; de hecho los tumultos provocados por los estudiantes constituían una
frecuente amenaza para la vida judía. Las comunidades judías hacían co
lectas de Schüler Gelt para los maestros de estos alumnos y para los alumnos
destinadas a evitar los tumultos. En el sudeste del reino, donde se estaba
extendiendo la población judía y su actividad económica, solían ser vícti
mas de las rebeliones de campesinos y cosacos opuestos al gobierno de la
nobleza polaca. Los Consejos (véase págs. 800 y 801) aprobaban ordenanzas
especiales que suministraban fondos para la «venganza», es decir, para po
ner en movimiento el mecanismo de la ley polaca en contra de los que ase
sinaban judíos en los caminos. Pero a pesar de los peligros existentes, la si
tuación de los judíos de Polonia continuó mejorando, hasta el año 1648, tan
to en el aspecto jurídico y de la seguridad como social y económicamente.
Las matanzas de los años 1648-1649
Al finalizar este período de relativo éxito, expansión e incremento del
número de actividades en que se ocupaba, la comunidad judía sufrió re
pentinamente el terrible impacto de los motines criminales que acompaña
ron a la rebelión de los cosacos bajo la dirección de Bogdán Jmelnitski, lla
mado por los judíos «Jmel el Perverso». Contribuyeron a empeorar la si
tuación el triunfo de la rebelión, la alianza sellada por Jmelnitski con los
tártaros y el carácter del enfrentamiento producido entre las fuerzas cosa
cas, que se consideraban ejército de nobles por derecho propio, y el ejército
de la nobleza polaca. Los cosacos se lanzaron sobre los judíos con una te
rrible crueldad. Todos aquellos
770
que no pudieron huir... fueron martirizados y asesinados con muertes monstruosa
mente brutales. A algunos los desollaron y arrojaron la carne a los perros. A otros
les cortaron.las manos y los pies y los tiraron en los caminos donde los pisotearon
los caballos y los aplastaron los carros. A otros les infligieron heridas no mortales
y los lanzaron a la calle para que no murieran rápidamente, sino sufriendo y de
sangrándose. Y a muchos otros los enterraron vivos. Mataban a los niños en brazos
de la madre y a muchos niños los despedazaron como a pescados. Abrían el vientre
a las embarazadas, sacaban el feto y lo lanzaban a la cara de la madre. A algunas
les rasgaban el vientre y le ponían dentro un gato vivo y ahí lo dejaban, cortándoles
previamente las manos a ellas para que no se lo pudieran sacar... y no hubo nin
guna muerte inhumana que no les infligieran (N. Hanover, Yeven mesulá, Tel Aviv,
1966, págs. 31 y 32).
La crueldad de los cosacos sediciosos creó un modelo aterrador y mu
chos judíos prefirieron huir hacia el cautiverio bajo los tártaros de Crimea.
Era también un duro destino, pero existía la posiblidad de obtener la libe
ración final mediante la redención judía de los cautivos en los mercados de
esclavos. En muchos casos los judíos de Ucrania, que estaban habituados
a protegerse, participaron activamente en la defensa de sus ciudades. En la
fortaleza de Tulchin unos dos mil de ellos lucharon con valor y fueron por
último traicionados por sus aliados polacos.
Las matanzas de 1648 y 1649 causaron la ruina de los judíos en la ma
yor parte de Ucrania. La destrucción producida por la rebelión cosaca fue
luego completada por las invasiones moscovitas de Polonia que también su
pusieron daños para ellos. El gran número de refugiados producido crearía
nuevos problemas a las comunidades judías que no habían sido perjudica
das. Después de los años 1648 y 1649 había de iniciarse una emigración
judía a gran escala desde el este de Alemania hacia los países occidentales.
Las matanzas y sus efectos posteriores supusieron una dura experiencia
para los dirigentes y para las relaciones sociales que gobernaban el judais
mo polaco y lituano. El impulso de expansión económica y social quedó
contenido, aunque muchos judíos seguían prosperando con el sistema de la
«arenda»; y de hecho los judíos continuaron integrando, junto con los cris
tianos, la población urbana de Polonia, hasta el estallido del holocausto
nazi (véase la cuarta parte). Pero las humillaciones, la vulnerabilidad y las
restricciones a su desarrollo aumentaban constantemente.
La multitud de cautivos rescatados en los mercados de esclavos de Cons-
tantinopla contribuyó a fortalecer la conciencia de la unidad judía entre los
israelitas del imperio otomano y los de Polonia-Lituania, los dos centros
más importantes del judaismo en aquellos días. Se unía a este afianzamien
to de los lazos de unión una común impresión acerca del carácter inestable
y temporal que revestían todos los éxitos en la diáspora y de la siempre cre
ciente amenaza de dispersión (véase en las págs. 824-828 sobre el movi
miento mesiánico de Sabetay Sebí).
771
Situación de los judíos en Italia durante
la Contrarreforma católica
En Italia la Contrarreforma actuó con poderosa eficacia en contra de
los judíos uniéndose a la persistente animadversión que se daba en el ám
bito urbano. Con la elección del cardenal Carafla como papa Paulo IV, en
el año loo5, se inicio un periodo de persecuciones y humillaciones. El pon
tífice promulgo muy pronto una enérgica bula que incluía graves disposi
ciones contra los judíos. Comenzó por perseguir a los conversos que vivían
en Ancona, haciéndolos torturar y haciendo que muchos de ellos fuesen que
mados en la hoguera (véase pág. 784). Las restricciones económicas y los
insultos contra los judíos eran muy frecuentes en los territorios papales y
en otras ciudades y principados italianos. Los judíos iban siendo acorrala
dos en ghettos, manteniendo esta norma con algunas modificaciones y me
joras los papas que sucedieron al citado pontífice.
El fraccionamiento de Italia en ciudades-estado y ducados, así como las
rivalidades existentes entre los gobernantes de los mismos sirvieron tam
bién aquí, lo mismo que en Alemania, para evitar que esas actividades al
canzasen unos grados irreparables. La humillación de los judíos en Italia
era severa, y serviría para afectar negativamente el estado de su espíritu.
No obstante, se habituarían de forma gradual a la situación, y sus activi
dades y precauciones servirían para aminorar los ataques dirigidos contra
el Talmud y la censura impuesta sobre éste y otros libros judíos.
773
XVI. GOBIERNO INTERNO DEL JUDAISMO:
INSTITUCIONES Y TENDENCIAS
775
Aportó esta opinión cuando «en el reino de Turquía... las costumbres
de los rezos se hicieron confusas, y casi todos optaron por el libro de ora
ciones de los sefardíes. Porque ellos son mayoría en este reino, y sus oracio
nes son puras y dulces. Y todos o casi todos abandonaron sus ritos y si
guen los de Sefarad tal como se practican ahora en la ciudad... Salónica»
(ídem). Se observa, pues, aquí el reflejo de la nueva influencia sefardí; una
o dos generaciones después de haberse establecido allí, los exiliados espa
ñoles comenzaron a reformar la cultura judía local sobre el molde de sus
tradiciones.
La división que se produjo en las primeras etapas de esta intrusión da
ría lugar a un nuevo estilo de vida y una nueva estructura de gobierno co
munitario, basados en la hegemonía del judaismo sefardí. Las diversas co
munidades que se fundaron después de la llegada de los exiliados trataron
en algunos lugares de organizar un sistema de comunidad única en el que
las decisiones de la mayoría fueran obligatorias para la minoría. Este com
promiso no arraigó sin embargo en todas partes, y la tensión aumentó cuan
do los judíos residentes allí de antiguo comenzaron a preguntar cuántas ge
neraciones deberían pasar para que los exiliados dejaran de ser «los expul
sados», «los españoles» o «los portugueses». En una localidad trataron de
resolver este problema:
Las comunidades de una ciudad llegaron a un acuerdo por el cual si viene a
la ciudad alguien cuyos padres o él mismo hubiesen nacido en Italia, aunque el abue
lo fuese oriundo de Portugal, Castilla, Aragón o cualquier otro reino, se unirá a la
comunidad italiana. Pero si el padre nació en alguno de los reinos nombrados, aun
que él mismo hubiese nacido en Italia, irá únicamente a la comunidad donde se ha
ble el idioma de su reino (Responsa de R. Masé de Trani, Lvov, 1861, núm. 307,
fol. 56 v.).
Por consiguiente, la primera generación y la segunda llevaban todavía
el sello de la expulsión, mientras que la tercera sería ya absorbida. Pero los
miembros de la comunidad de Aragón protestaron, afirmando que si al
guien sabe que es aragonés o de cualquier otra lengua no es correcto ni apro
piado que se vaya a reunir con los italianos solamente porque él y su padre
nacieran en Italia. Por lo que respecta a los aragoneses su carácter ibérico
era considerado permanente.
El rabino que respondió a la consulta desde Safed aceptó su criterio, por
que «Aragón es una comunidad independiente con tribunal propio», es de
cir que la independencia comunal de una comunidad-sinagoga era prácti
camente absoluta. Otra de las razones alegadas era que el traslado de una
comunidad a otra ocasionaba una pérdida de dinero en el fondo de caridad
para los pobres de la comunidad abandonada. Un tercer argumento era
que la reciprocidad de este acuerdo existía solamente sobre el papel y era
puramente formal. Además, que mientras había aragoneses que tenían hi
jos y nietos en Italia, esto no significaba que otros tuvieran que pasar de
una comunidad italiana a una aragonesa, porque «evidentemente no es po
sible imaginarse que un italiano haya ido a Aragón y allí hayan nacido él
y su padre. Porque hace setenta años que no hay ningún ju'b'o en Aragón,
776
y estamos seguros que ningún judío volverá a plantar allí su tienda. Porque
Dios bendito reunirá en el próximo futuro a los dispersos de Israel en el
país de Israel» (ídem).
Esta insistencia en la continuidad de la autonomía e independencia de
las comunidades-sinagoga sefardíes no significaba forzosamente el rechazo
de las decisiones adoptadas por la mayoría de las comunidades de la ciu
dad; sólo era la negativa a someterse a la gradual extinción de la identidad
sefardí. Aunque esa estructura de gobierno autónomo originaba muchas di
visiones en la vida urbana de los judíos junto con una aguda tensión entre
las distintas comunidades, también impedía que se produjese un extraña
miento total entre unos grupos que estaban obligados a vivir en estrecha
vecindad dentro de unos mismos confines urbanos. En una época de gran
movilidad y de una creciente relación mutua de los respectivos estilos de
vida judíos, así como de los criterios filosóficos desarrollados en las postri
merías del siglo XV, la comunidad-sinagoga posibilitó una forma segura de
autonomía —primero para las diversas comunidades sefardíes y en seguida
también para las comunidades anfitrionas— en los ritos, las pautas cultu
rales y las reacciones sociales. Impidió además que una de ellas impusiese
su forma de vida comunal y sus normas rituales a las demás. Fenómenos
de este tipo volverían a aparecer en los siglos XIX y XX, en tiempos de di
visiones religiosas y grandes migraciones en el judaismo (véase la sexta par
te).
La santa comunidad de Safed
El vigor cultural y religioso de los expulsos españoles, el normal funda
mento económico junto con la nueva forma de asociación vitalicia volunta
ria con la sinagoga, el estilo de vida y el «idioma», y la vitalidad de las nue
vas tendencias sociales y culturales fueron las columnas sobre las que se
afianzó durante el siglo XVI y principios del XVII la comunidad de Safed,
única por sus características.
Más adelante se considerará la fecundidad creadora de Safed en nume
rosos campos del pensamiento y de la vida de los judíos, pero ante todo
debe tratarse acerca de los métodos de gobierno interno, en los que tam
bién ofreció Safed sus propios y exclusivos moldes. Estaban éstos basados
en un intenso sentimiento de concordia en el servicio y culto al Creador en
asociaciones y sinagogas. Parece que de Safed, o de alguna comunidad de
su esfera de influencia, le presentaron a R. Mosé de Trani la cuestión
referente al acuerdo al que llegaron ciertas personas para constituir una asociación,
unida de todo corazón, con el objeto de orar todos juntos en un lugar determinado
y en momentos fijados; y no podrían separarse ni dejar de rezar juntos nunca, ni
por razones de enemistad... Buscarán siempre la paz y ayudarán al prójimo...
Y en los regocijos de cada uno de ellos, o lo contrario, lo honrarán y lo alegrarán;
y si alguien sale a insultar groseramente a cualquiera de ellos acudirán todos en su
ayuda; y si formulan una falsa acusación —que no lo permita el cielo— contra cual
quiera de ellos, todo el grupo se solidarizará con él, y que todos sean una sola so
ciedad para ayudarse mutuamente (ídem, núm. 151, fol. 10 v.).
777
ti deseo de estos hombres de reunirse, celebrar regocijos comunes, ani
marse y ayudarse mutuamente y rezar juntos constituía el eje de la unidad.
Las asociaciones de Safed crearon costumbres y fijaron normas de conduc
ta que con el tiempo fueron adoptadas por la mayoría de las comunidades
judías, quedando las restantes como exóticas para aquellos grupos especí
ficos. En Safed «hay una asociación en la que al finalizar cada sábado can
tan y bailan y alegran al novio y a la novia» (S. Schechter, Studies in Ju
daism, Philadelphia, 1928, pág. 298). En esta santa comunidad de Safed exis
tía una costumbre especial para recibir al sábado; los miembros destacados
de la misma «van en la víspera del sábado al campo o al patio de la sina
goga y le dan entre todos la bienvenida, vestidos con sus ropas sabáticas»
(ídem, pág. 295). Otra descripción dice que «varios grupos salían en la vís
pera del sábado, cuando aún era de día, vestidos con ropa blanca, para dar
le la bienvenida». Recitaban el salmo «Aplicaos al Señor, hijos del poder»,
el himno Leja, dodí (Ven, mi amor), el «Salmo y canción para el sábado» y
Boí, kalá (Ven, novia). Safed difundió la costumbre de la recitación especial
en la noche de Sabuot, «porque esa noche después de la cena, se reúne cada
comunidad en su sinagoga, y se pasan toda la noche sin dormir y leyendo
la Torá, los libros de los profetas, los sapienciales, las escrituras, la Misná,
el Zohar y los sermones... hasta el amanecer. Y luego todos cumplen las
abluciones de la mañana antes de las oraciones» (ídem).
Estas prácticas colectivas eran propiciadas por destacadas personalida
des; una de ellas introdujo la costumbre del tiain jasot, oraciones de peni
tencia de media noche:
Había uno aquí en Safed... nuestro honrado maestro Rabí Abraham Haleví...
Se levantaba todos los días a medianoche, y recorría las calles y clamaba con acen
to amargado: «Levantaos para honrar al Nombre Bendito, porque la Sejiná está en
el exilio, el fuego consumió nuestro santo Templo y una gran congoja apena a Is
rael.» Proclamaba otros anuncios similares y llamaba por sus nombres a todos los
sabios y eruditos rabínicos y no se apartaba de la ventana mientras no viese que
los había sacado realmente de la cama. En la hora uno después de la medianoche
resonaban en toda la ciudad las voces de los que recitaban la Misná, el Zohar y los
midrasirn de nuestros maestros de bendita memoria, y salmos, profetas, himnos e im
ploraciones (Yaari, Letlers from Erez Yisrael, pág. 205).
En Safed «hay hombres piadosos, de buenas acciones, que en cada guar
dia de la noche predican la austeridad, la humildad, el arrepentimiento y
la gravedad del pecado. Y los hombres vuelven arrepentidos al Señor. Hay
gente piadosa que va por las casas para inspeccionar las mezuzot y ver si
hay alguna que no es apropiada, y les dan mezuzot a los pobres... de los fon
dos de caridad» (Schechter, op. cit., pág. 300). Allí en Safed «la mayoría
de los habitantes se dejan crecer un bucle de un dedo de ancho por encima
de las orejas, y algunos de dos dedos». Otra tradición explica de este modo
esta costumbre de Safed: «La razón de este mandamiento es que sólo así
se puede identificar al que es judío, vivo o muerto» (ídem). Entre los há
bitos que se originaron en Safed y se siguen conservando actualmente está
el del «Día de la Expiación Menor»: «Porque hacen guardia en la víspera de
778
la luna nueva, reunidos en la sinagoga y las casas de oración, y se pasan
la mayor parte del día entre rezos y lágrimas, envueltos en harpilleras y
cenizas» (ídem).
Los responsa, las descripciones y los relatos sobre Safed evidencian tam
bién la tensión social allí existente. Se producían disputas sobre la distri
bución de las caridades entre las diversas sinagogas y entre los originarios
de países diferentes. El Séjer hajezyonot (Libro de las visiones), de R. Jayim
Vital, el gran discípulo de R. Isjac Luria (véanse págs. 813-815) es una fuen
te incomparable de información que reíleja las tensiones sociales y perso
nales que existían incluso entre los cabalistas. No obstante también este au
tor transmite la singular atmósfera de unidad obtenida mediante la asocia
ción que caracterizaba la vida comunal de Safed. Así dice que
Ese año —1570— varios de los devotos, piadosos eruditos y sabios de la ciudad
de Safed convinieron en reunirse en la sinagoga en la víspera de los sábados para
que cada uno de ellos relate en presencia de los demás sus acciones, buenas y ma
las, declarando lo que hizo durante la semana. Porque de este modo uno se aver
güenza y deja de pecar (Séjer hajezyonot, op. cit., pág. 52).
Rabí Jayim se valió de esa organización de grupo para expandir sus doc
trinas y las de su maestro R. Luria. Diez sabios firmaron un convenio
declarando que
nos hemos comprometido a constituir una asociación para servir al Señor, Bendito
sea, y para dedicarnos a su Torá de día y de noche conforme a todo lo que nos en
señe nuestro maestro el sabio y divino R. Jayim Vital... Y estudiaremos con él la
verdadera sabiduría y seremos leales y guardaremos el secreto de todo lo que nos
diga. No lo abrumaremos ni le preguntaremos demasiado acerca de temas que no
quiera revelarnos, ni le descubriremos a nadie ningún secreto que sepamos por él
en esta forma de verdad ni de lo que nos haya enseñado anteriormente... y este com
promiso lo tomamos con un severo juramento... y el compromiso será desde ahora
y por una duración de diez años consecutivos (ídem, pág. 254).
Este grupo cerrado de estudiantes dedicados a estudiar los misterios se
guía el modelo de las sociedades de Safed de carismáticos líderes, convir
tiéndose en una de las piedras angulares del gobierno interno judío esta
blecido en Safed.
Safed, por supuesto, tenía un gobierno comunal más amplio. Se produ
cían allí problemas de transgresiones, de disciplina y de castigos; dice el ra
bino: «Me citaron al consejo de los sabios, consejeros y dirigentes de Sa
fed, por el asunto de Yaacob Zarkón, que había dado muestras de herejía
y de homosexualidad. Autorizaron a los dirigentes de la comunidad... para
que fuera castigado por medio de los gentiles, y ellos lo apresaron y lo azo
taron.» Cuando pidió que lo libraran de manos de los gentiles, los funcio
narios —judíos— le dijeron: «Queremos que te vayas de la ciudad y dejes
de manchar el país con tus malas acciones» (Responsa de R. Mosé de Trani,
op. cit., núm. 22, fol. 5 r.). Así pues, la comunidad de Safed empleaba las
medidas más extremas, propias solamente de una sociedad exigente, y las
aplicaba como castigo de las desviaciones heréticas y sexuales. La apela
779
ción a las autoridades gentiles para castigar a ese judío, el apresamiento,
el castigo y la posterior insistencia en su expulsión de la ciudad para «cau
terizar el mal» de entre los buenos habitantes indican que los sabios rabí-
nicos y dirigentes de Safed imponían la disciplina según la tradición de las
comunidades de España en su edad dorada. Incluso podría decirse, sobre
la base de este incidente, que el castigo impuesto y las expresiones aplica
das al castigado no dejaban de poseer un cierto sabor inquisitorial.
No obstante, la singularidad y grandeza de Safed se encuentran en su
firmeza de voluntad y sus formas individuales de vida social más que en el
gobierno comunal de los «consejeros y los dirigentes... de las comunidades»
que funcionaban aquí de igual forma que en las demás poblaciones judías
en las que había comunidades-sinagoga.
Intento de restaurar la ordenación rabínica
La ferviente religiosidad de Safed y la conciencia del vigor creativo y
carismàtico de sus principales dirigentes dieron origen al intento de resta
blecer aquella antigua institución de gobierno del pueblo judío, fuente re
conocida de decisiones halájicas imperativas, que había sido la semijá (or
denación rabínica; véase la cuarta parte). Quienes pretendían reponerla
estaban, sin duda, imbuidos de esperanzas mesiánicas. Querían instaurar
nuevamente la antigua dirección sacra y la plena autoridad de la halajá. Teó
ricamente se basaban en la autoridad de Maimónides, quien había soste
nido que en ciertas circunstancias era posible restablecer la institución de
la semijá si ésta era aprobada por todos los sabios y eruditos rabínicos.
El iniciador del plan era el poderoso y acaudalado erudito R. Yaacob
Berab (véase pág. 745) y él mismo fue el primero en ser ordenado. Estaba
apoyado por la mayor parte de los eruditos rabínicos de Safed. Ordenó a
cuatro sabios que posteriormente ordenaron a varios más. Uno de los or
denados por él fue R. Yosef Caro, que más tarde logró imponer su codifi
cación de la ley judía como guía indiscutible de la halajá.
Rabí Yaacob Berab emprendió su obra en 1538, cuarenta y seis años
después de la expulsión de España; numerosos factores influyeron en la res
tauración de la ordenación rabínica. El fervor mesiánico anegaba Safed, en
parte debido a la personalidad y las predicaciones de Selomó Moljo (véase
pág. 822). Los conversos arrepentidos deseaban que hubiera una institu
ción autorizada para decidir sobre la penitencia e imponer las formas apro
piadas para su cumplimiento. Hervía el deseo de hacer de Tierra Santa el
centro del judaismo, del cual saliera la halajá para derramarse sobre toda
la diàspora y atraer a ese centro a gente «de todos los confines del mun
do». Vibraba al mismo tiempo la esperanza de que el restablecimiento de
esa consagrada institución permitiría «restaurar la corona a su antiguo es
tado», despertando la misericordia del cielo para restituir toda la gloria de
la nación, lograr su redención y restablecer su reinado como en tiempos pa
sados. Éstos eran los factores básicos de la obra emprendida por R. Yaa
cob Berab y sus compañeros.
Uno de los opositores a esta medida la resumiría de este modo:
780
Kl motivo principal que llevó a nuestros hermanos que residen en Galilea fen
Salcd] a dar ese paso es que ellos gimen y claman ante el desamparo de los que
enarholan el estandarte di' la Tora: sobre todo en d'stc país nuestro, desolado por
nuestros pecados, del cual salió en un tiempo la Tora para lodo Israel. Pero ahora
Israel «se ha vuelto pobre», y los violentos y las malas lenguas son poderosos y na
die averigua ni pregunta nada. Por eso dijeron ellos [los habitantes de Safed]: «Vol
vamos al Señor y levantemos la bandera de la Torá.» Y vendrán hacia nosotros des
de todos los extremos del mundo a honrar al Dios del país. Porque se dirá que hay
jueces poderosos en Israel «e Israel prevalece». Y debemos hacer todo lo que po
damos por restaurar la corona a su antiguo estado. Tal vez el Señor se muestre in
dulgente con los que hemos quedado y vuelva a ser 'misericordioso con nosotros
como en los tiempos antiguos («Responsum of K. Moses de Castro», en Sefunot, 10
[1966], 147).
Codificaciones de la ley
Rabí Yaacob Berab convirtió el compendio del Talmud de R. Isjac Al-
fasi en fuente fundamental cuyo conocimiento profundo dispuso que fuera
un requisito previo indispensable para la ordenación sagrada. Con ello
R. Yaacob, que deseaba restaurar una institución que consagrase rabinos
dignos de ocupar un asiento en el Sanedrín, seguía las huellas de los inten
tos que se habían hecho de forma periódica, al menos desde fines del si
glo X, por resumir las discusiones talmúdicas en decisiones jurídicas senci
llas, claras e imperativas. Ya se han mencionado los esfuerzos hechos por
Maimónides para otorgar a su Misné Tora el carácter de autoridad única
en las decisiones de halajá, y también de la enérgica resistencia a ese inten
to (véase pág. 636). A comienzos del siglo XIV se llevó a cabo otra tenta
tiva para imponer un código de la ley imperativo. Rabí Yaacob ben Aser
no pretendía que su obra reemplazase al Talmud; quería solamente que lo
acompañase. Por ello no incorporó en ella todas las leyes de la vida judía,
como hiciera Maimónides; suprimió aquellas, como las de los reyes, que se
rían tema para el futuro. El libro, denominado Séfer haturim (El libro de las
hileras) —con referencia a las hileras de piedras preciosas que contenía la
placa pectoral del sumo sacerdote— estaba dividido en cuatro partes:
1.* Oraj jayim («Forma de vida»), que contiene las leyes de la vida diaria
a las que debe ajustarse cada judío desde el momento en que se levanta por
la mañana para servir al Creador hasta que se va a dormir después de re
citar las oraciones de la noche, así como el orden detallado de la oración,
las leyes de la lectura de la Torá y las normas que rigen los deberes del
individuo, entre ellos los relativos al sábado y a las festividades; 2/ Yoré deá
782
(«Instrucción del conocimiento»), que incluye todas las leyes de las prohi
biciones, incluidas las de carácter pecuniario, como las relativas al interés;
3.' Eben haézer («Piedra de ayuda»), leyes del matrimonio y la vida fami
liar, y 4.' Josen mispat («Pectoral del juicio»), que comprende las leyes de
tipo económico. Rabí Yaacob excluyó no solamente las leyes que estaban
en suspenso durante el exilio, sino también toda presentación sistemática
de una orientación o filosofía religiosa; cabe suponer que lo haya hecho para
evitar la controversia. Entre las leyes detalladas aparecen varios dichos y
razonamientos morales basados en su perspectiva particular. La obra ob
tuvo un notable éxito pasando a la base de todas las codificaciones y com
pilaciones de la halajá realizadas con posterioridad.
Rabí YosefCaro (1488-1575) actuó con el profundo sentido del lideraz
go y la responsabilidad que había recibido de su maestro R. Yaacob Be-
rab. Poseía una singular fuerza mística; creía que durante la noche, mien
tras dormía, era visitado por «el alma de la Misná», su maguid o guía es
piritual, que le transmitía instrucciones del más allá. Caro era una desta
cada autoridad en halajá; resulta así posible ver en él a un místico activo
y productivo, un pensador talmúdico y halájico perspicaz y muy conocedor,
así como a un dirigente religioso que afirmaba poseer la autoridad de los
antiguos rabinos ordenados que integraron originalmente el Sanedrín.
Cuando residía todavía en Adrianópolis, en la península balcánica, era ya
presidente de una yesibá y había comenzado a escribir un comentario pro
pio del Séfer haturim llamado Bet Yosef (La casa de José). En 1525 se instaló
en Safed, donde trece años después tuvo el privilegio de obtener la ordena
ción rabínica de manos de R. Yaacob Berab, hecho que le hizo sentirse au
torizado para luchar juntamente con su maestro por el establecimiento de
la institución de la semijá. En 1542 completó su obra Bet Yosef en su yesibá
de Saléd, y en 1555 compuso el Sulján aruj (Mesa dispuesta), un resumen de
su comentario como obra independiente de autoridad halájica. Estaba or
denado al estilo del Séfer haturim, a base de párrafos breves, tratando cada
uno de ellos sobre una halajá determinada y su aplicación práctica. Como
regla general R. Yosef Caro seguía los principios y costumbres halájicos de
los sabios de España y la adaptación práctica del judaismo sejárdí.
Por la misma época, en Polonia, R. Mosé Isserles, rabino de Cracovia
—conocido por Ramá, c. 1520-c. 1572— componía un comentario sobre el
Séfer haturim al que llamó Darjé Mosé (Las sendas de Moisés). Se trataba de
una formulación de la halajá y las costumbres de los judíos askenazíes. Cuan
do se publicó la obra de R. Yosef Caro y llegó a Polonia R. Mosé Isserles
redactó un resumen de las diferencias existentes entre sus decisiones halá-
jicas y las de R. Yosef, empleando la misma forma de párrafos breves para
comentar los del Sulján aruj o discrepar de ellos. De este modo tendió su
Mapá («Mantel») askenazí sobre la «Mesa dispuesta» sefardí. Ambos textos
se fundieron en las ediciones impresas del Sulján aruj, que así fue aceptado
en todo Askenaz■ Sin embargo, entre los sefardíes las decisiones halájicas si
guen en exclusiva a R. Yosef Caro.
Estos dos hombres no eran las únicas autoridades que intentaron re
dactar compendios de la halajá. Ambos tuvieron sus críticos, en cuanto a
783
los principios y con respecto a los detalles de sus decisiones. Al igual que
R. Isjac Allasi y Maimónides, también a ellos se les añadieron comenta
rios y más comentarios sobre minuciosos aspectos de sus conclusiones. No
obstante, las obras de Yosef Caro y Mosé Isserles quedarían como guías
prácticas de la vida judía, individual y comunal, a partir del final del si
glo XVI. Sólo a comienzos del siglo XIX, con el advenimiento del movimien
to de la Reforma (véase la sexta parte) se intentaron nuevos enfoques, prác
ticos y filosóficos, de la halajá y el modo de vivir judío.
Existieron asimismo factores técnicos que promovieron el éxito de estas
obras; la creación de la imprenta facilitó la amplia difusión de los libros in
mediatamente después de ser publicados; anteriormente las obras solamen
te podían ser adquiridas en copias manuscritas. Las relaciones establecidas
de forma más estrecha, debido a las mejores formas de comunicación exis
tentes dentro de la diáspora también contribuyeron a incrementar su po
pularidad, y en el caso de Yosef Caro se sumó para ello la autoridad y la
santidad de Safed y su propio carisma personal.
El caso de Ancona
En 1556 el pontífice Paulo IV, continuando su persecución de los ju
díos, hizo procesar a un grupo de conversos que vivían en Ancona, puerto
del Estado papal, donde les había sido concedido derecho de residencia de
bido a las ventajas comerciales que aportaban al territorio. El sultán, per
suadido por doña Gracia y don Yosef Nasí, intervino en favor de los con
versos, sin obtener resultado alguno. Varios de ellos huyeron de la ciudad
y hallaron refugio en el puerto rival de Pesaro, pero el papa no cedió en
sus posiciones. De los procesados, veinticuatro hombres y una mujer que
mantuvieron con firmeza su adhesión al judaismo, fueron con dignidad a
la hoguera. Los veintisiete que confesaron y se sometieron fueron enviados
a trabajar duramente a Malta, pero lograron escapar durante el camino ha
cia allí.
El incidente sacudió a todo el mundo judío; existieron posiblemente mu
chas tentativas de intervención dentro de Italia, pero ha quedado muy poca
constancia al respecto. Ese mismo año se registraron decisiones del «Con
sejo menor» de los judíos de Venecia, disponiendo «ocuparse de cierto asun
to de beneficio público que... no es apropiado que se anote en este libro».
Enviaron emisarios a Verona «para elegir a dos de ellos a quienes no de
tengan la lluvia, la nieve, el frío o el calor... padre y rey nuestro... anula
todos los duros decretos promulgados contra nosotros». En Verona la co
munidad judía aprobó el envío de «dos hombres para que estuvieran con
ellos en Venecia... porque allí se proponen ocuparse en cierta actividad de
bienestar general, que es secreto; se le puede comunicar únicamente a los
discretos y no se puede escribir en este libro» (I. Sonne, ed., From Paulo IV
to Pius V, Jerusalén, 1964, pág. 149). En Italia, por lo tanto, los judíos po
dían tratar de conseguir ayuda, pero sin embargo temían llamar al inciden
te por su nombre, ni aun en hebreo, y ni siquiera en documentos
judíos internos.
784
Doña Gracia decidió entablar una guerra mercantil abierta contra el Es
tado papal desde el imperio otomano, proclamando el boicot comercial del
puerto de Ancona. Se trataba no solamente de castigar a esta ciudad, sino
también de recompensar a Pesaro, que había convenido en recibir a los con
versos refugiados. Era una primera tentativa audaz de emplear el poderío
comercial de los judíos en el intercambio marítimo del Mediterráneo como
instrumento usado en beneficio de los que les prestaban ayuda, asestando
al mismo tiempo un golpe a quienes les causaban daño. La iniciativa par
tió de «la gran señora» y de su grupo, pero ella reclamó el apoyo de los
eruditos rabínicos. Los rabinos de Italia no podían expresar su opinión
abiertamente, pero existen muestras conceptuales expresadas en otros lu
gares. De hecho, se originó una disputa entre los que respaldaban el boicot
de doña Gracia y los que se oponían a la realización del mismo.
Esas discusiones partían de puntos de vista opuestos, pero todos ellos
encaminados a la formación de una política judía común para el problema
discutido. Los protagonistas del boicot argüyeron en nombre de los conver
sos que habían huido de Ancona a Pesaro que con esta acción se obten
drían «dos resultados: primero, vengar la sangre de nuestros hermanos ase
sinados... y segundo, permitir que los que se reunieron en Pesaro... puedan
vivir seguros». Porque el duque de Urbino, que allí gobernaba, vería «cuán
tas buenas ventajas se lograrían organizando el intercambio y el comercio
de su país» mediante el traslado hasta allí del tráfico judío de Ancona. De
clararon que en realidad el duque los había recibido porque le habían di
cho que los judíos decidirían el rechazo de Ancona; y que si ahora no lo
hicieran «se enfurecería y pondría un merecido fin a la residencia de los
judíos en su país» (ídem, pág. 156). Pero en Ancona quedaban todavía ju
díos que se oponían a la acción porque pensaban que no se debía irritar
todavía más al papa. Había muchos judíos entre sus súbditos y el pontífice
arremetería contra ellos si advirtiera alguna acción despectiva hacia su per
sona por parte de los establecidos en Turquía. Explicaron los opositores al
boicot que el duque de Urbino se conformaría con las ventajas comerciales
logradas a través de los conversos que se habían instalado por necesidad
en su puerto. No serían castigados en el caso de que no se actuase contra
Ancona, porque «es un hombre sabio y comprensivo y se da cuenta que
excede la capacidad de esos pobres judíos la posibilidad de obligar a todo
Israel» (ídem).
Rabí Yehosúa Soncino escuchó los argumentos de ambas partes y se pro
nunció en contra del boicot por las siguientes razones: no se podía precisar
quién correría más peligro, si los judíos profesantes que seguían viviendo
en Ancona, en el caso de que se impusiera la acción, o los conversos que
se habían instalado en Pesaro, si no se impusiera. Además, él no veía que
en este caso correspondiera cumplir el mandamiento de «vengar... la san
gre de nuestros hermanos», porque las víctimas eran conversos que habían
seguido en público las prácticas religiosas cristianas. Cometieron un grave
error pasándose abiertamente al judaismo bajo la dominación cristiana.
El rabino quería establecer la política judía que habría que observar en es
tos casos con respecto a los conversos: «Si encontrara a alguien que me apo-
785
vara diría que es preciso excomulgar a todos los convertidos por la fuerza
en Portugal que se establecen en los dominios de un gobernante o duque
de los países cristianos. Porque si bien en esa oportunidad les hablan ama
blemente y los halagan..., cuando llega el momento se vuelven contra ellos.»
Extrae, entonces, la conclusión de que la adhesión al boicot dependerá de lo
que cada cual decida. El que quiera apoyarlo puede hacerlo y el que no
quiera tiene derecho a abstenerse (ídem. pág. 157).
Otra posición muy distinta.es la que tomó el rabino sefardí Yosef ibn
Leb, quien definió el boicot como «un acuerdo permanente y obligatorio por
el que ningún judío de Turquía podía comerciar en Ancona». Definió a los
que lo reclamaban no como los refugiados de Pesaro, tal como les llamara
R. Yehosúa, sino como «unas cuantas personas enardecidas por la quema
de aquellos santos» (ídem, pág. 155), destacando de ese modo el idealismo
de los promotores de la acción. A las razones para la venganza, la bené
vola actitud del duque de Urbino y la consideración de que si no se boico
teaba a Ancona quedarían en situación desfavorable los refugiados en Pe
saro, agrega luego la siguiente razón, de índole religiosa y nacionalista:
«Es casi seguro que el papa, que es señor en ese lugar, profanó el Nombre
del cielo.» Sugería con eso que los que pedían el boicot consideraban que
con la quema de los mártires se había profanado el Nombre del cielo y el
honoi del Dios de Israel. Se queja R. Yosef de que el papa sea «perver
so... y lo que no se ha hecho nunca lo hace él, como quemar despectiva
mente el Talmud». La actitud generalmente hostil del papa hacia el ju
daismo fue razón suficiente para la organización de una campaña comer
cial generalizada contra él. Además, cuando el duque de Urbino viese que
no se había cumplido la promesa de rechazar el trato con Ancona podría
entregarle los refugiados «al papa, que se los está reclamando para senten
ciarlos a la pena de muerte». Rabí Yosef ibn Leb opinaba que la mayoría
de las comunidades judías tenía derecho a exigir a la minoría que partici
paran en la acción (ídem).
La tentativa fracasaría finalmente debido a las disensiones internas exis
tentes entre los judíos, el mismo fenómeno que había malogrado la restau
ración de la sernijá. Las dos tentativas, la de revivir una antigua y consa
grada institución y la de emplear el poderío comercial como fuerza política,
procedían de los círculos de antiguos conversos españoles; ambas iniciati
vas, juntamente con el nuevo interés puesto en la codificación de la ley, re
flejaban el deseo de unificar a las comunidades judías de toda la diáspora
en una forma de vida común basada en la halajá y en la acción conjunta
mediante el poderío económico.
789
Im comunidad local
En Polonia y Lituania los Consejos se establecieron sobre los cimientos
de las organizaciones comunales locales, principalmente las de las grandes
ciudades. En 1595 la comunidad judía de Cracovia aprobó una serie de or
denanzas inspiradas en las instituciones y formas de vida de aquella gran
comunidad. Fueron escritas en yídico con gran cantidad de frases y pala
bras hebreas (M. Balaban, ed., «Die Krakauer Juden-gemeindc- Ordnung
von 1595 und ihre Nachträge», en Jahrbuch der Jüdisch-Literarischen Gesell
schaft, Francfort a. M., 10 [1913], págs. 296-360; 11 [1916], págs. 88
y 114). La de Cracovia era la primera comunidad judía de la región «Pe
queña Polonia» y una de las principales del Consejo Nacional. Cuando se
sancionaron las ordenanzas esta comunidad tenía «cuatro presidentes, cin
co lobim — boni viri—, catorce cabal, tres jueces inferiores..., tres jueces se
cundarios..., tres jueces terciarios..., tres contadores..., cinco tesoreros...,
cinco notables a cargo de los huérfanos... y guardias del estado para los im
puestos sobre las bebidas alcohólicas» (ídem, 10, pág. 316). La ordenanza
detallaba claramente la esfera de actividades y las atribuciones de cada gru
po de funcionarios comunales; por ejemplo: «los tesoreros deben visitar,
cada uno durante el mes en que le toca el turno, las casas destinadas a la
caridad, y por lo menos una vez durante su mes, las casas de baños y las
carnicerías, y deben inspeccionar la forma en que todo se organiza, y tam
bién a los bañeros y los carniceros» (ídem, pág. 341). Las facultades de los
tres grados de jueces —dayanim— se fijan de acuerdo con el importe del di
nero que haya en litigio. Los jueces «inferiores» estaban autorizados para
dirimir las querellas «por valores comprendidos entre un centavo y diez pie
zas de oro» (ídem, pág. 331). Los jueces «secundarios» tenían poder para
resolver las demandas por sumas que iban «de diez... a cien piezas de oro»
(ídem, pág. 332). «Los jueces terciarios, los eminentes», juzgaban todos los
pleitos que pasaban de cien piezas de oro (ídem, págs. 332-333). Había mu
chos directores deyesibot cuya posición dependía de la academia que diri
gían, a menudo con recursos propios, y de su conjunto de alumnos. Sobre
todos los jueces y eruditos rabínicos que enseñaban en la ciudad estaba el
«presidente del tribunal rabínico», que era el rabino mayor de la ciudad,
su jefe espiritual y director de layesibá más importante, siempre mantenida
con fondos públicos. En una ciudad de primera línea, como Cracovia o Poz
nan, su presidente del tribunal rabínico era también el gran rabino de la
región. Más tarde, la comunidad de Cracovia tuvo también un predicador
oficial cuya función era sermonear al pueblo en la sinagoga y ocupaba en
la comunidad una respetable posición. Entre los elegidos en Cracovia figu
raban funcionarios menores, tales como «ordenanzas y un cantor para la
sinagoga vieja —la mayor—, bañeros, matarifes rituales, el ordenanza prin
cipal de la comunidad y ordenanzas y maestros para las sinagogas —me
nores—» (ídem, pág. 323). La comunidad también nombraba «un stadlán
—intercesor— para acompañar a quien lo necesitara» (ídem), es decir, el
stadlán ya no representaba como antes a la comunidad judía frente al Es
tado, los ministros o la ciudad; esta función era cumplida ahora por los di-
790
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Polonia-Lituania cu los siglos XVI y XVII
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rectivos de la comunidad. Al stadlán se le encargaban los asuntos diarios
de menor importancia, «para aliviarles la tarea de las negociaciones a los
dirigentes, que no pueden interceder por todos y cada uno. Nuestro pueblo
tiene numerosas necesidades, y son imperiosas. Que acompañe entonces
—el stadlán— a quien lo solicite a ver al juez, al escribano, a un funciona
rio, a los aduaneros, o a los asesores municipales, o a cualquier otro lugar
adonde haya que ir» (ídem, pág. 328). Así pues, esta comunidad propor
cionaba a sus miembros una especie de abogado que intercedía ante los ni
veles inferiores de las autoridades gentiles.
La comunidad de Cracovia poseía asimismo comisiones de evaluación
que determinaban el importe de los impuestos que cada miembro debía pa
gar al Estado y para el mantenimiento de la comunidad. Los métodos que
empleaban las comisiones eran cuidadosamente regulados, así como tam
bién el procedimiento que empleaban para verificar las declaraciones de bie
nes. Dirigían a los funcionarios de la comunidad administradores que se tur
naban mensualmente, siendo cada uno de ellos durante su mes de turno el
verdadero gobernante de la misma. Supervisaba a todos los empleados y
juntamente con el presidente del tribunal rabínico daba instrucciones, toma
ba parte en las cuestiones legales y representaba a la comunidad en general.
Las ordenanzas de Cracovia del año 1595 revelan que las comunidades
judías de Polonia se consideraban con derecho y aun con la obligación de
fiscalizar todos los ámbitos de la vida de sus miembros, de dar orientacio
nes, controlar las conductas e incluso aplicar castigos al que se apartara
del buen camino. Había ordenanzas para las actividades comerciales, el mo
vimiento mercantil, las tasas de interés de los préstamos otorgados a los gen
tiles, que no eran inferiores al 12 por 100; asimismo había para determi
nar quién debía recibir limosna, quién debía darla y cuándo no se debía
dar, cuándo debían abstenerse los judíos de entrar en las calles de los gen
tiles, cómo debían reaccionar cuando eran insultados, cómo debían condu
cirse para conseguir que les vendieran barata la mercadería, qué se debía
hacer para impedir que les tiraran por encima de la pared basuras y es
tiércol. «Los vecinos deben informar a los funcionarios, quienes deben re
clamar la multa», a quienes hayan violado las ordenanzas relativas a la lim
pieza (ídem, págs. 359-360).
Había otras comunidades que tenían los mismos reglamentos; en Poz
nan, en 1629, «los residentes de la calle de los Arboles se quejaron amar
gamente de que ellos eran los que más pagaban para la retirada de las ba
suras y a pesar de ello de su calle no se retiraba nada». Los «keserim» (pro
bos) de Poznan, institución consultiva de la comunidad compuesta por ex
dirigentes de la comunidad, aconsejaron, en respuesta al clamor manifes
tado, «que la comunidad debe nombrar funcionarios especiales para la ca
lle de los Arboles, encargados de supervisar la retirada de las basuras y la
limpieza de la calle, como se hace en la de la Sinagoga. Y el dinero recau
dado para las basuras en la calle de los Arboles debe ser usado justamente
para retirar las basuras de esa calle» (1). Avron, ed., Fincas hakeserim, Je-
rusalén, 1966, pár. 108, pág. 21). Un año más tarde, la misma comuni
dad de Poznan aprobó otro reglamento todavía más amplio: «En las calles
792
habrá funcionarios especiales, dos por cada una, encardados de los asuntos
de su calle. Los funcionarios recaudarán dinero para los gastos y necesida
des de la misma, para que el campamento de Israel sea santo» (ídem,
pár. 141, pág. 28). Tres años después los Keserim establecieron que «la co
munidad... debe nombrar funcionarios en cada calle de los judíos, como se
acostumbra desde hace tiempo; y ellos recaudarán dinero para retirar las
basuras en la forma acostumbrada» (ídem, pár. 216, pág. 43). La limpie
za de las calles era, por lo tanto, un requisito, establecido de mucho tiempo
atrás, del que se seguían ocupando los dirigentes de la comunidad
de Poznan.
A través de estas disposiciones se advierte que estos dirigentes contro
laban cuidadosamente todos los puntos tratados en las ordenanzas y sus ins-
truciones revelan que conocían a fondo el carácter de los problemas con los
que se enfrentaban. En Cracovia, por ejemplo, precisaron los métodos de
enseñanza que se debían adoptar y los principios que determinarían la paga
de los maestros. Lo que salta a la vista es la distinción fundada en los pro
gramas enseñados; se empleaba una escala que fijaba el pago por hora, pero
establecía asimismo el número de horas que debían dictarse de acuerdo con
la dificultad de la materia. La tendencia a limitar los derechos del maestro
respecto de sus horas de enseñanza es por sí misma instructiva. Es una ex
presión característica de la autoridad que ejercía la comunidad sobre el in
dividuo para evitar que hiciera en su beneficio algo que pudiera perjudicar
al grupo en conjunto. En este caso el maestro no ganaría más que lo com
patible con una instrucción satisfactoria (Balaban, op. cit., 10, págs. 99-100).
Los presupuestos de las comunidades de Polonia estaban dirigidos prin
cipalmente a proteger a los judíos de los daños que pudiesen provenir del
medio gentil. Más del 60 por 100 se invertía en contribuciones pecuniarias
y obsequios para potentados y dignatarios gentiles como retribución a sus
acciones de intercesión y mediación en litigios contra ofensores de los ju
díos. Cerca de la mitad del 30 por 100 restante era invertido en gastos de
administración y sueldos; la otra mitad era para la beneficencia. En Poz
nan, en la primera mitad del siglo XVII, entre los que cobraban sueldo de
la comunidad estaban los médicos, el sladlán, los cantores, los ordenanzas,
las parteras, los guardianes de las calles, judíos y gentiles, y el escribano.
En esta ciudad los sueldos más altos eran los percibidos por el presidente
del tribunal rabínico y el predicador de la comunidad. De la beneficencia,
una suma importante era destinada para el pago de la dote y la boda de
las novias carentes de recursos económicos.
Los dirigentes de la comunidad eran elegidos por un año, con la excep
ción de ciertos funcionarios cuya actividad requería conocimientos especia
les y una posición especial, como la del presidente del tribunal rabínico,
que era elegido generalmente por tres años y solía ser nombrado nueva
mente para tres años más. Las elecciones se celebraban habitualmente en
los días intermedios de la Pascua. Los electores eran pocos; se ha calculado
que, en general, la proporción de personas con derecho a voto dentro de
cada comunidad no pasaba del 11 o el 12 por 100 del total de sus miem
bros, cifra que en ocasiones descendía hasta el 4 ó el 5 por 100. Los vo-
793
tantes elegían entre cinco y nueve integrantes de su grupo con el carácter
de compromisarios, los cuales se reunían y elegían a los funcionarios comu
nales. En los cargos elegidos las funciones se desempeñaban en la práctica
por turnos mensuales. Por esta razón se llamaba al pamas (dirigente prin
cipal) «el pamas del mes»; la rotación mensual solía aplicarse también a los
tesoreros. Cada cual cumplía sus obligaciones durante el mes que le corres
pondía, después de lo cual pasaba a ser miembro del consejo institucional
como los demás, hasta que, por rotación, volvía su turno y asumía una direc
ción activa.
En muchas comunidades existían corporaciones y asociaciones de afi
liación voluntaria. En 1640, por ejemplo, los barberos de Cracovia, que
eran también los cirujanos de aquella época, se unieron en una corporación
gremial. La finalidad principal era la de impedir que los aprendices ejer
cieran la profesión antes de haber trabajado el tiempo suficiente para ser
reconocidos como artesanos confirmados. Establecieron por consiguiente
que ningún miembro de la corporación «tiene derecho a tener consigo más
de un aprendiz para enseñarle el oficio; y éste —el aprendiz— estará con
él durante tres años consecutivos. Durante dos años completos dicho apren
diz no tendrá derecho a hacer sangrías a ninguna persona en el mundo.
En el tercer año podrá sangrar únicamente estando el maestro a su lado,
para que aprenda el oficio de la mejor manera y no se desmaye ni se des
cuide en su trabajo». Juntamente con estos estatutos de índole estrictamen
te profesional, los barberos cirujanos dispusieron que fuese colocado un ca
jón «para recibir semanalmente las limosnas de los asociados, de acuerdo
con la generosidad de cada uno». Se impusieron asimismo la obligación de
cobrar una tarifa uniforme y justa y fijaron normas para evitar la compe
tencia interna. El grupo tenía también carácter social, porque «se compro
metieron... a vivir fraternal y amistosamente entre ellos, a celebrar afectuo
samente las tres fiestas de peregrinaje, a estar contentos y alegres y de áni
mo jovial» (F. Wetstein, Cadmoniyot mi-pincasim yesanim, Cracovia, 1892,
núm. 9, págs. 28-29). Además de estas corporaciones, hay noticias de aso
ciaciones destinadas al cumplimiento de los ritos fúnebres (Jebrá cadisa),
para visitar a los enfermos, reunirse a recitar salmos, etcétera.
Es posible que las tendencias sociales emanadas de Safed influyeran en
el surgimiento de estas asociaciones durante la segunda mitad de este
período.
para enseñarles como conducirse. Los Consejos consideraban que era mi
sión suva reglamentar lo que se derivaba de las innovaciones introducidas
en la actividad económica, en la sociedad V en el estilo de vida de los ju
díos, y lo hacían generalmente, como se ha dicho, con la aprobación de los
grandes rabinos que tenían asiento en el tribunal del Consejo. Pero hay en
las disposiciones de los Consejos numerosas sugerencias indicadoras de que
sus demandas eran superiores a la respuesta que obtenían. Las exigencias
presentadas por los Consejos a la autoridad central no siempre eran total
mente satisfechas, al igual que muchas de sus aspiraciones.
En cuanto a las relaciones sociales y la actitud general, las ordenanzas
de los Consejos reflejan, principalmente en Lituania, una marcada tenden
cia oligárquica. Las ordenanzas acerca de la disciplina pública, destinadas
a los que pudieran tratar de rebelarse, están redactadas con un lenguaje
enérgico y anuncian severos castigos. Este estilo no refleja sólo los objetivos
de los gobernantes; apunta asimismo la existencia de una oposición al cír
culo gobernante que parece haber sido bastante fuerte dentro de las comu
nidades y haber ido intensificándose de forma sostenida hacia el final del
período que está siendo tratado aquí.
Cuando las innovaciones introducidas en la vida económica de Polonia
se incorporaron a la situación económica judía (véase pág. 752), los Con
sejos las reglamentaron mediante las correspondientes ordenanzas. Por
ejemplo: «El derecho de prioridad sobre la arenda» y el derecho a renovar
un arrendamiento (véase pág. 754). Tenía esto por objeto impedir la com
petencia entre judíos para tomar en arriendo de un noble polaco fincas o
un negocio dentro de ellas (por ejemplo, un molino o una posada). El no
ble, por su parte, ofrecía lo que quería arrendar en un mercado de libre com
petencia. Pero en la práctica se trataba de un mercado cerrado, porque
siempre respondía a la oferta un solo judío, el anterior arrendatario. Como
ya se ha dicho, la eficacia de esta ordenanza había de disminuir conside
rablemente después de las matanzas de 1648-49.
Los Consejos eran también conscientes de los problemas de halajá que
se relacionaban con el crédito, del que dependía en gran manera la expan
sión de la economía judía. El cobro de intereses a los clientes judíos co
menzó a ser una práctica aceptable para los halajistas y los moralistas (véa
se en la página 755 la opinión del Maharal de Praga). Con objeto de hacer
que la nueva situación económica concordara con la ley de la Torá, el Con
sejo de 1607 requirió de los rabinos que se habían reunido allí bajo la pre
sidencia de R. Yehosúa Falk —cuyo nombre quedaría durante generacio
nes unido a estas ordenanzas— que redactasen un sistema detallado de
normas destinadas a fijar el procedimiento de los préstamos con interés en
tre judíos que estuviese de acuerdo con la halajá. Éste es el bien conocido
método de héter iscá. También se preocuparon por los problemas económi
cos y morales que planteaba el hecho de que los judíos, como representan
tes del dueño \ señor de una propiedad, pasaban a convertirse de hecho en
amos de los campesinos, quienes por su parte debían trabajar los sábados.
8oo
En 1602 se reunió una asamblea de la comunidad de Vladimir y sus alre
dedores para considerar el problema, y proclamaron que el mencionado
«trabajo pesado... como se sabe... está prohibido para un judío permitir
que los gentiles de la aldea trabajen durante el sábado y los días de fiesta.
El judío se ocupará de que la norma —el número de días que los campe
sinos debían dedicar legalmente a la propiedad—... se cumpla en los días
de semana y no en sábado. Y si los aldeanos están obligados a trabajar to
dos los días de la semana... dejará a un lado esa exigencia y les permitirá
descansar durante el sábado y los días de fiesta». La obligación de renun
ciar a la séptima parte de los días de labor de los siervos, en una época en
que la tendencia general de la nobleza polaca era agobiar a sus siervos has
ta lo máximo posible, la explican los dirigentes de esas comunidades ale
gando que en ello hay una sensación de libertad, una participación en el
destino de esos siervos y una expresión del éxito y la abundancia económi
ca de los judíos en aquellos lugares y durante esa época. Según los redac
tores de las ordenanzas, los siervos no debían trabajar durante los días ju
díos de descanso, sin que hubiera alternativa, porque
...cuando vivían en el exilio y en el cautiverio egipcio nuestros antepasados... eli
gieron este día del sábado por sí mismos, antes aun de que les hubiese sido orde
nado. El cielo les ayudó a establecerlo como día de descanso para todos los siglos.
Por eso, donde hay gentiles al servicio de los judíos nos corresponde a nosotros cum
plir el mandamiento de la Torá y de los sabios. Jamás se nos ocurra rebelarnos con
tra la fuente de todas las bendiciones —Dios— utilizando el bien con que nos ha
bendecido. Y que el nombre del cielo sea santificado y no profanado, guárdenos el
cielo de ello (Ben-Sasson, en Zion, 21 [1956], pág. 205).
No siempre las decisiones eran adoptadas con tanta firmeza y genero
sidad social, pero las diversas ordenanzas de los Consejos, de los Consejos
de distrito y de las comunidades revelan que todos estos problemas les preo
cupaban intensamente. Debían resolver no solamente la cuestión del tra
bajo de los siervos durante el sábado en las propiedades entregadas en
arriendo a judíos, sino también el problema supuesto por los cerdos y otros
animales de consumo ritualmente prohibido que los judíos recibían en el
inventario general del ganado, el supuesto por la apertura de las posadas
en sábado y otros similares.
Parece demostrado que los Consejos también se esforzaban por que se
produjesen menos bancarrotas y por que fuesen castigados los cupables de
las mismas, así como por la competencia desleal entre los judíos que tra
taban de atraer a clientes no judíos. Los Consejos aprobaron numerosas or
denanzas relativas al estudio de la Torá, el mantenimiento de las yesibot y
sus alumnos y la supervisión de sermones y predicadores. Trataban tam
bién de imponer normas con respecto a la ropa de fiesta y a los festines pú
blicos. La finalidad expresa de estas medidas era la de evitar la envidia de
los gentiles; posiblemente también intentaron contener el derroche y el li
bertinaje. Algunos han supuesto que mediante esa norma se deseaba pre
venir que los pobres se adornaran y se presentaran en público con un atuen
do que no correspondía a su posición social.
Los Consejos lograron resultados aprcciables en la protección y la de
fensa de los judíos. La nobleza polaca sospecho que habían logrado per
suadir a varios miembros del Sejtn polaco —el parlamento— para que re
currieran a su derecho al veto a fin de interrumpir las deliberaciones cuan
do hubo peligro de que se adoptaran decisiones perjudiciales para los ju
díos. Esta sospecha, expresada principalmente por elementos antijudíos, era
indudablemente exagerada, pero podía tener sin duda algún fundamento
real. En las ordenanzas del Consejo de Lituania se advierte que este orga
nismo se mantenía permanentemente en guardia para ejercer venganza; lo
cual significa que el Consejo cubría una parte de los gastos necesarios para
inducir a los tribunales polacos para que aplicasen el correspondiente cas
tigo a todos los que resultasen culpables de haber asesinado a un judío.
El importe de la participación era determinado por la posición económica
de la familia de la víctima y de la comunidad en la que vivía ésta.
En resumen, entre la segunda mitad del siglo XVI y la segunda
del XVIII (véase la sexta parte) funcionó en Polonia-Lituania, Bohemia y
Moravia un sistema de instituciones judías de gobierno interno, basado en
una tendencia hacia la concentración territorial del gobierno. Sus resulta
dos no alcanzaron a satisfacer sus aspiraciones, pero fueron indudablemen
te señalados. En sus ordenanzas y actividades se percibe una vigilante ini
ciativa social que advertía de todos los peligros y reaccionaba ante los vie
jos y nuevos riesgos mediante la aplicación de métodos de extraordinaria
elasticidad y realismo. Su escala de actividades, su organización y su es
tructura, así como el cuadro de sus presupuestos, deben ser evaluados no
solamente en función de sus objetivos específicos, sino también por el he
cho de que reat eionaban ante los desafíos ocasionales y respondían en gran
medida a las actuaciones de los demás.
807
El Consejo de 1603
Después de la muerte de R. Yosef'de Rosheim las actividades de la di
rección judía en Alemania conocerían una época de declive. A principios
del siglo XVII, se pretendió organizar los asuntos de los judíos del inmuno
alemán, según el modelo de los Consejos Nacionales, que entonces comenza
ban a mamtestar un positivo resultado en los países eslavos del este.
En 1603 se reunió en Francfort del Meno, ciudad que tenía una comuni
dad judía antigua y de historia continuada desde su fundación, un Consejo
de delegados y rabinos de casi todas las comunidades alemanas. Los con
vocados se describieron como «dirigentes del pueblo judío, de las comuni
dades y los barrios... por decreto [la convocatoria del Consejo y la apro
bación de sus resoluciones eran decisiones de la halaja] de nuestros maes
tros, los sabios de Askenaz» (M. Horovif* “d., Die trankfurter Vnbbiner ver-
samnlung vom Jahre 1603, Francfort del Meno, 1897, pag. 2U). De esta sesiór
del Consejo quedaría anotado el hecho de que tuvo lugar «cuando se reu
nieron los dirigentes del pueblo judío, las tribus de Israel de todos los dis
tritos de Askenaz» (ídem, pág. 27). Los que se atreviesen a oponerse a sus
ordenanzas «se estarían rebelando contra los delegados de los dispersos de
Israel» (ídem, pág. 28). El propósito del Consejo quedó caracterizado de
un modo que indica el inicio de una institución permanente destinada a re
frenar la naciente anarquía. Porque los convocados fueron «para reunirse
y estudiar lo que es necesario para el bienestar general..., legislar de acuer
do con los requerimientos de la época y evitar que el pueblo santo se en
cuentre como un rebaño sin pastor» (ídem, pág. 20). Los problemas que
se presentaban ante este Consejo se advierten en la decidida reglamenta
ción que condena a quienes llevan sus asuntos ante los tribunales gentiles,
a los nue se sanciona con severas penas. El Consejo se dedicó a restablecer
los métodos adecuados para la evaluación de impuestos y lijó la obligación de
elegir tasadores «en todas las comunidades y barrios». Con objeto de ase
gurar un ingreso permanente para las necesidades de la defensa de los ju
díos, «los rabinos de Askenaz acordaron que cada hombre aportase un pfen
nig por ciento mensual, según su valor material, desde el mes de tisú Hp 6365
—1605— en adelante». A todas las comunidades se les indicó que debían
transferir el impuesto a unas cuantas de mayor tamaño, y que las evasiones
fundadas en cualquier excusa serían severamente castigadas. El gravamen
se impuso «para que se acumulara el importe total de todas las localida
des... para seleccionar hombres de prestancia y apropiados para presentar
se en las cortes reales, ir y venir en el momento oportuno en nombre de la
comunidad del Señor y según las necesidades de la hora con la ayuda de
su Salvador que no los abandonó». El Consejo determina también en de
talle en qué forma debería guardarse el dinero: «Todas las monedas de pla
ta recogidas se pondrán inmediatamente en un arca cerrada destinada es
pecialmente para esta función. Y todos los que se encarguen de este asunto
tendrán una llave de dicha arca, y nadie sacará de ella nada sin el conoci
miento v ia aprobación ae sus colegas... Que obren de Dueña le» (íuem,
págs. 21-22).
8o8
Lo mismo que ei celebrado en el año 1530, el Consejo de 1603 aprobó
varias ordenanzas destinadas a eliminar las prácticas mercantiles que eran
moralmente inaceptables, o que irritaban a la sociedad gentil en la que vi
vían. El Consejo denunció a «los judíos perversos» que engañaban a sus
clientes gentiles, «empleando monedas nuevas, algunas de las cuales care
cen completamente de valor..., las sacan engañosamente para deslumbrar
a los que las reciben en lugar de otras monedas a las que se parecen». Ade
más de estas artimañas del cambio del dinero, el Consejo reprobaba «a los
que reclamaban el pago de deudas con documentos y palabras fraudulen
tas». Expresó además su disgusto por el comentario efectuado por los gen
tiles que, a raíz de aquellos hechos, dijeron: «¿Dónde está el Dios de esa
gente?» (ídem, pág. 24), en lugar de decir: «el remanente de Israel no en
gañará». El Consejo previno en contra de aquellos que compraban a los
gentiles artículos robados y amenazó con excomulgar «a los que entren en
tratos con ladrones, comprándoles o prestándoles dinero sobre cualquier ob
jeto»; y señaló también la «gran preocupación» que habían causado a to
dos los judíos de su tiempo aquellas malvadas acciones de un puñado de
ellos (ídem, págs. 24-25).
Al igual que en Polonia-Lituania, también en Alemania llamó la aten
ción el Consejo de aquella época acerca del peligro que representaban para
todo el pueblo judío quienes explotaban el crédito, quebraban y daban mala
fama a todos los demás judíos «por los ecos de una gran conmoción, el al
boroto de los gentiles ante los malvados que existen entre nosotros... que
se presentan con falsos recursos a comprar a crédito o tomar a los gentiles
préstamos que no piensan pagar. Y con eso originan mucha enemistad...
entre los gentiles y nosotros. Además, ocasionan una gran profanación del
Nombre del Señor». El Consejo amenazó con excomulgar a todos los sos
pechosos de declararse premeditadamente en bancarrota y cortar con ellos
todas las relaciones económicas (ídem, pág. 25).
El Consejo de 1603 se propuso reglamentar el procedimiento de la or
denación de rabinos y renovó para ello una antigua ordenanza según la
cual «en Askenaz no será ordenado ningún rabino como morenu —«nuestro
maestro»— sin la aprobación de tres maestros, directores dzyesibot de A¿-
kenaz... para que no sea profanado el nombre de nuestra sagrada Tora»
(ídem, pág. 24). El Consejo trató asimismo de determinar la competencia
de los distintos tribunales rabínicos, estableciendo que «ningún erudito, rabí,
presidente de tribunal rabínico o tribunal rabínico deberá invadir la juris
dicción de un colega con respecto... a lo que ya esté sometido a la autori
dad» de otra institución (ídem, pág. 27). El Consejo requirió la supervi
sión de la matanza ritual, e intimó a los judíos para que se abstuviesen de
usar leche o vino comprados a los gentiles, dado que no se obtenían me
diante una adecuada preparación. De igual forma que en las ordenanzas
de Polonia-Lituania, el Consejo dispuso «quitar un obstáculo de la senda
de nuestro pueblo, y que las mujeres no vayan solas al hogar de incircun
cisos y por caminos no frecuentados» (ídem, pág. 26). Previno que no se
debía imitar la vestimenta de los gentiles, y reclamó circunspección en la
utilización de artículos de lujo.
809
Este Consejo representó una seria y sistemática tentativa de unificación
de los judíos del Imperio en una entidad nacional; de establecimiento de
un fondo especial de impuestos para atender las necesidades de la interce
sión diplomática; de supervisión de las transacciones económicas y asegu
ramiento de la moralidad mercantil con el control de los mismos judíos; fi
nalmente, significó un intento de reglamentar los asuntos del rabinalo y las
vesibot. Pero estos designios habían de tener en definitiva una existencia muy
breve. Quizá esto se produjo por haber sido denunciado el Consejo como
una especie de confabulación tramada contra los gobernantes, o porque sus
participantes fueron posteriormente procesados, acusados de alta traición
contra el Estado.
XVII. IDEALES SOCIALES DE LA SOCIEDAD
JUDIA A FINES DE LA EDAD MEDIA
El liderazgo mesiánico
Desde comienzos del siglo XVI son varios los individuos que reclama
ban la dirección del judaismo en virtud de su misión redentora. Uno de
rijos parece haber sido el rabino askenazí R. Aser Lemlein, que a principios
de sisólo predicó la necesidad de arrepentimiento a las comunidades del nor
te de Italia. Más interesante es el caso de quien se hacía llamar David Rcu-
bení, príncipe de la casa real de la tribu de Rubén. Este hombre combinó
la antigua creencia de que las últimas diez tribus vivían con un abrumador
poderío político \ militar al otro lado de las montañas de las Tinieblas, pre
parados para acudir en ayuda de sus hermanos judíos, con la aspiración
cristiana de establecer un «segundo írentc» para vencer a los musulmanes.
Apareció entre las comunidades de Italia durante el decenio de 1520 y an
duvo también por las comunidades de conversos de Portugal, antes de de
saparecer durante la década de 1530. En Portugal indujo al cristiano nue
vo Diego Pires a la circuncisión y a convertirse en el cabalista y visionario
judío Selomó Moljo. Se presentaron juntos ante el emperador de Alema
nia, encontrando allí Moljo una muerte de mártir en la hoguera; David Reu-
bení, por su parle, se esfumaría, en consonancia con su carácter misterioso.
Dejó escrito un diario, en el que revela que más importante aún que el hom
bre —sobre cuyo origen siguen en desacuerdo los historiadores— resulta la
imagen (pie del mismo se quería presentar. En su lórma de vida y en sus
relatos ofrecía la efigie de un paladín judío, asceta y temeroso de Dios, di
plomático y predicador (.jue al mismo tiempo atraía y repelía a las comu
nidades con la personalidad imaginaria que proyectaba.
Sabetay Scbí \ su profeta Natán de Gaza son las figuras que destacaron
en mayor medida durante este período de agitación mesiánica. El estilo que
adoptaron se demostraría fundamental para la obtenciéin de sus lines.
El profeta Natán de Gaza envió instrucciones recabando una severa peni
tencia, que fue aceptada literalmente y obedecida por muchos hombres en
lejanos países, desde Amstcrdam hasta el Yemen y desde la frontera orien
tal de Polonia hasta las distantes aldeas de las montañas del Atlas en el nor
te de Africa. En todas partes sería puesta en práctica con buena voluntad
y entusiasmo. Eos escasos opositores que encontró se verían obligados a ba
jar la voz, quedando silenciosos en las sinagogas cuando se pronunciaban
las bendiciones al Mesías Rey, que curiosamente se basaban en las fórmulas
establecidas \ empleadas por los judíos con respecto a los gobernantes gen
tiles, completadas con expresiones de adoración mesiánica.
Y éste es el texto de la bendición: «Que el que otorga victorias a los reyes y po
der a los príncipes y cuyo reino domina en lodos los universos..., el que hizo un pac
to con David, su siervo, para establecer su trono real eternamente, que f’,1 bendiga
y guarde, \ proteja y ayude, y exalte y acreciente, y eleve todavía más a nuestro
señor y re\ el santo rabí, justo y salvo, Sabetay Sebí. ungido por el Dios de Jacob,
exaltada sea su gloria y puesto en lo alto su reino... que su trompeta se alce en su
honor y repose en su cabeza la diadema de Dios... que viva su nombre para siem
pre, que brille su nombre ante el sol y que la gente sea bendita con esto. Que lodos
los pueblos lo reconozcan. Que nuestros ojos contemplen con el corazón gozoso la
reconstrucción del Templo y de nuestra gloria, la santa casa del Señor que tus ma
nos establecieron, y que ésta sea Su voluntad y digamos amén» (J. Sasportas, Sisal
nobel Sebí. edición de J. Tishby, Jerusalén, 1954, pág. 62).
822
El m ás a gu d o e im p etu oso d e su s o p o sito res a d m itió q u e él y su s igu ales
se hallaban todos reverentes y temerosos... y cada cual seguía su camino: los cre-
ventes por respeto a su reino y por el honor del rey al que aceptaban. En cuanto
a nosotros, nos asustaba y atemorizaba la exigencia de dominio careciendo de po
der. v en favor de la paz, por si se producía algún escándalo en la sinagoga...
Y vi además que yo era apenas un grano de arena en el país. Iodos los eruditos
de la Torà v sus discípulos se pronunciaron en mi contra... Tenía que levantar
me v quedarme en pie cuando ellos se levantaban. Y cuando ellos respondían amén
a las bendiciones y las alabanzas, yo contestaba amén después de ellos a las maldi
ciones que en mi interior profería... Cada cual, por lo tanto, decía amén de acuer
do con sus intenciones v sus opiniones (ídem, pág. 132).
El sentimiento de altivez y de liberación del yugo extranjero que satu
raba a Sabetay Sebi era tan fuerte que cuando se convirtió al islamismo
aquel oponente suyo, R. Yaacob Sasportas expresó su impresión de que Is
rael había perdido una vez más el honor y de que la esperanza que alber
gaban en el corazón había quedado reducida a la nada:
Ahora que toda la casa de Israel quedó despojada de gozo y alegría... sobre este
hecho corresponde llorar, corresponde gemir. Nuestro júbilo se transforme) en dolor
v nuestra alma derrama lágrimas en secreto ante la abrumadora altanería de las
naciones y por el orgullo de cpie han privado a Israel. Porque el rebaño del Señor
pensó que debían tener un solo rey sobre ellos y un pastor para todos. Ahora nues
tras esperanzas se vieron frustradas al nacer, mientras que los numerosos esclavos
de las naciones irrumpen y avanzan... y el más insignificante de ellos... se ríe y nos
escupe en la caía porque basamos nuestras esperanzas en falsedades... \ ha habido
vergüenza e indignai ion más que de sobra desde que el honor de la Torà ha sido
profanado y arrojado a tierra (ídem, pág 212).
Hubo ciertamente en anteriores generaciones diversos mesías que se
jactaron de que redimirían a Israel (véase págs. 524 y 525). pero sus afirma
ciones no fueron tan extensamente aceptadas por el pueblo judío, que tam
poco obedeció con la misma intensidad sus órdenes ni respetó su propio en
cumbramiento. Pues en unos pocos años, años de gran intensidad emocional
e intelectual, Israel tuvo un mesías rey, un profeta de Dios; experimentó
un sentimiento de independencia. Esto significó hasta cierto punto un rena
cimiento, aunque breve, de las antiguas formas bíblicas de gobierno. Simó al
mismo tiempo, de algún modo, como preparación para las tendencias pos
teriores de marchar tras una personalidad carismàtica que se atribuía a sí
misma el carácter de caudillo y salvador.
Aunque no se acepte la hipótesis de una cierta relación entre la ideolo
gía sabetaica y la del jasidismo fundado por R. Israel Baal Sem Tob (véase
la sexta parle), resulta evidente que la mera posibilidad de rendir una ve
neración total a un sadic (justo), y después de él a sus hijos, tuvo su origen
en el s i g l o Incluso es posible que la adhesión del pueblo judío a una
X V II.
824
recluido con pureza y santidad en una estancia especial. Cuando después de orar,
susurrando y sollozando mucho, estaba en medio de mis súplicas, vi pasar un es
píritu delante de mí, y se me erizó la carne y el cabello... Vi la merkabá —la ca
rroza celestial de Ezcquid, uno de los dos temas principales del primitivo misticis
mo judío— y estuve todo el día y toda la noche divisando escenas divinas, y enton
ces pronuncié una verdadera profecía, como auténtico profeta —«Dijo esto el Se
ñor»— y en mi corazón tenía claramente grabado quién había inspirado mi vatici
nio, así como también que Él estaba vivo y debía vivir eternamente... y no he teni
do hasta ahora ninguna visión tan grande como ésta. Y todo eso quedó oculto en
mi corazón hasta que el redentor —es decir, Sabetay Sebí— se proclamó en Gaza
y asumió el nombre de Mesías. Entonces el ángel de la Alianza me autorizó a anun
ciar lo que había visto y la verdad de lo que yo sabía (ídem, págs. 166-167).
No abandonaría su visión, ni aun cuando su mesías cambió de religión,
sino que se desplazaría de comunidad en comunidad predicando el poder
de la fe, y estimulando el arrepentimiento y la pureza del espíritu en nom
bre del mesías convertido. Tanto su imponente personalidad como su fra
caso público se advierten en la carta que se vio obligado a firmar en Ve
necia en el año 1668, dos años después del colapso del movimiento. Lo úni
co que un firme y estricto tribunal rabínico pudo extraer de él fue esto:
«Aunque declaré que había visto la merkabá como la había visto el profeta
Ezequiel y la profecía afirmaba que Sabetay Sebí es el mesías, los rabinos
y gaones de Venecia dictaminaron que estaba en un error y que no había
nada de verdadero en la visión. Acepté sus palabras y digo que lo que pro
feticé sobre Sabetay Sebí no tiene consistencia» (Sasportas, op. cit.,
pág. 267).
La noticia de la profecía de Natán se conoció unos diecisiete años des
pués de haber llegado a las comunidades judías del imperio otomano (véa
se pág. 772) los askenazíes de las comunidades ucranianas, que habían sido
reducidas al cautiverio por los tártaros en las matanzas de los años 1648
y 1649. Los círculos dirigentes de las comunidades que los rescataron eran
sefardíes que todavía estaban influidos por los recuerdos de la crisis produ
cida por la expulsión de España. La doctrina luriánica de la restauración
del mundo como acto de redención al mismo tiempo universal y judía se
había difundido de diversas maneras, tanto en el nivel superior de la co
munidad como en sus capas inferiores. Las relaciones comerciales a través
de toda la diáspora judía se estrechaban continuamente debido al progreso
de las comunicaciones. Por consiguiente los dirigentes del movimiento y
sus doctrinas pudieron apelar a diversas fuerzas y tendencias espirituales a
un mismo tiempo. Los requerimientos del profeta Natán hacia la perfec
ción y la penitencia, despertaron el celo ascético de individuos y pueblos,
y lo convirtieron en el elemento unificador del movimiento. Se cuenta que
fue consultado por destacadas personalidades acaudaladas y por intelectua
les de Amsterdam, pidiéndole que les informase acerca de cuáles eran las
prácticas ascéticas apropiadas para la «raíz» de su alma, empeñándose en
cumplirlas por estrictas que éstas fuesen. Se escribieron libros para la masa
del pueblo, algunos de ellos en yídico, con instrucciones para cumplir las
penitencias; todos ellos se venderían muy rápidamente. Según el relato de
825
un sacerdote polaco los judíos «ayunaban varios días a la semana por su
mesías, y algunos de ellos toda la semana. No daban de comer a los niños-
en invierno se hundían en el hielo y allí rezaban una oración de reciente
composición; muchos judíos morían debido al terrible frío que suponía la
inmersión. Iban todos los días a orar en la sinagoga» (Scholem, op. cit..
págs. 495-496).
Entretanto, en la «corte» de Sabetay Sebí, durante los años 1665 y 1666
—incluso cuando Sabetay estaba preso en Gallípoli— la pompa externa era
fastuosa. En los días de «la gran iluminación», Sabetay prometía vengarse
de los gentiles y destacaba sobre todo que se vengaría de los asesinos de
Polonia y Lituania. También cuando el espíritu rebosaba sobre él, distri
buía tierras, principados y reinos entre sus seguidores; en aquella corte rei
naba en general un ambiente henchido de emoción que era casi erótico.
De entre la serie de faltas y violaciones de que se acusó a Sabetay Sebí.
como instigador o ejecutor, figuran numerosos mandatos de sustituir los
ayunos dispuestos a causa de la destrucción del Templo por fiestas en ho
nor del mesías y la redención. Estos hechos expresan el vigor con que creía
en su misión y en sí mismo. Sus enemigos le achacaron el haber «permitido
el asesinato» de sus ri\ales, lo cual revela igualmente su sentimiento de me-
siánica majestad. También le acusaban, antes de su conversión, de «pro
nunciar el Nombre divino tal como se escribe», acción que le corresponde
al Mesías y a los días de la redención; «de comer la grasa prohibida y de
hacerla comer a otros y de profanar el sábado». Estas dos últimas acusa
ciones, en caso de ser reales, constituirían la prueba de una clara tendencia
antinómica, de un sentimiento de liberación de las trabas impuestas por la
ley judía tradicional. Las diversas historietas acerca de los matrimonios de
Sebetay Sebí y el libertinaje de su corte, incluso con orgías sexuales, expre
sar ían, si fuesen ciertas, una especie de arcaísmo religioso en el que vibra
el aspecto ritual de esas acciones, del mismo modo que manifiestan una re
belión contra las leves judías (véase la sexta parle, sobre las prácticas se
xuales de las sectas continuadoras de la tradición sabetaica. como la secta
de los franquistas).
Penitentes y buscadores de libertad —ricos y pobres, ilustrados e igno
rantes— se reunieron, pues, en torno a este movimiento con sus numerosos
símbolos, antiguos y consagrados, y con su amplia dotación de figuras ca-
rismáticas. preferidas cada una de ellas por un tipo diferente de persona.
El movimiento surgió cuando askenazíes y sefardíes sufrían lo que se ha ca
lificado de «dolores de parto» por la venida del Mesías. Apeló al pueblo ju
dío no solamente en nombre del «Ungido por el Dios de Jacob», sino tam
bién en nombre del profeta de verdad; en varios documentos del movimien
to figura el año 1666 como «el primer año de la renovación de la profecía
y la majestad». Se trataba de un vasto movimiento nacional favorecido por
el mayor desarrollo alcanzado por los medios de comunicación y una gene
ralización de la conciencia; un movimiento popular impulsado por las ten
dencias extremadamente individualistas de un pequeño grupo de dirigentes
jóvenes. En cuanto a sus fundamentos simbólicos y místicos, era a la par
antiguo v medieval, incluso en sus inclinaciones revolucionarias v antinó
826
micas. Por otro lado, su carácter emotivo y sus características sociales y psi
cológicas estaban totalmente inspirados por unas tendencias que con el
tiempo se irían vigorizando, incluyendo la exhortación al ascetismo y el con
servadurismo. La crisis del movimiento se produciría a causa de la presión
sobre el más débil de sus dirigentes, el mismo Sebetay Sebí. Tras haber
sido amenazado con grandes castigos físicos, incluso la muerte, en 1666
adoptó la religión del Islam. Los judíos que lo vieron entrar en el palacio
del sultán pensaron que iba a remover la corona de su cabeza; sufrieron
una amarga decepción cuando supieron que el mesías había adoptado la
religión islámica y la corona se les cayó a ellos de la cabeza. Parece que
después de la conversión, Sabetay se hundió en una profunda depresión per
sonal, que finalmente habría de superar. Es posible que le infundiese áni
mos su fiel profeta Natán, quien, por su parte, conservaría el respeto y la
estima de grandes círculos judíos incluso después de la conversión. Las va
cilaciones en su estado de espíritu, las cartas que escribió y las extrañas ap
titudes que Sabetay Sebí adoptaría tras su conversión hasta el momento de
su muerte, pertenecen ya más a su biografía personal que a la historia del
movimiento. Un reducido grupo de los que seguían creyendo en él le había
acompañado en la conversión; ellos y sus descendientes habrían de consti
tuir posteriormente la secta islámica de los dónmé, que persistió durante va
rias generaciones (véase la sexta parte).
La mayor parte de los judíos se sintió profundamente conmocionada al
conocer la conversión. El golpe fue todavía mayor que el supuesto por la
crucifixión de Jesús para sus creyentes. Como dijo Gershom Scholem, es di
fícil comparar la muerte de Jesús con la conversión de Sabetay Sebí; Jesús
pagó el precio más alto que puede ser reclamado a un hombre; Sabetay,
no. «La paradoja de un Mesías traidor es mucho más grande que la de un
Mesías ejecutado» (ídem, págs. 683-684).
Las diversas comunidades judías trataron por todos los medios a su al
cance de que Sabetay fuese olvidado; borraron todo lo que se había escrito
de él en libros y actas comunales. La conmoción producida habría de in
ducirlas indudablemente a buscar nuevas sendas, distintas de las que ofre
cían los movimientos mesiánicos y a tratar finalmente de llevar a cabo la
esperanza del restablecimiento del país de Israel y la redención del pueblo
judío en los tiempos modernos (véase la sexta parte).
Fue formándose gradualmente un sistema simbólico destinado a justi
ficar la conversión al islamismo de Sabetay Sebí, así como a mantener la
creencia en su carácter de mesías. Posiblemente la primera reacción directa
haya quedado reflejada en las palabras de una carta sobre el ayuno del Nue
ve de ab que el profeta Natán escribió poco después de la conversión:
El que cree en el grande, santo e imponente sábado —sabat, juego de palabras
en alabanza de Sabetay— será esplendoroso —Sebí— todos los sábados. Y el que
se haya puesto el inmaculado turbante no es profanación de su santidad. Él es sa
grado y todos los hechos del sábado son santos. Es preciso creer igualmente que la
sejiná ascendió a su sede original y ya no reside en el exilio... y no se dice tampoco en
las palabras de nuestros sabios de bendita memoria que el Señor haya jurado que
la Sejiná se irá del exilio únicamente en compañía del pueblo de Israel. Por consi-
827
guíente... ya no necesita nuestra ayuda; nosotros tenemos que ser redimidos y ella
debe ascender, porque penetró en el universo un acrecentamiento del principio del
sábado, y por eso se considera que hemos sido redimidos aunque nos encontremos
todavía en el exilio y el rey Mesías está oprimido entre los clipot para lavar todos
nuestros pecados y corregir lo que hemos manchado. Por haberlo nosotros mereci
do, la Sejiná ya no se encuentra en el exilio... ahora se le ha añadido una ilumina
ción grande y poderosa... por lo cual ya no es correcto quejarse, ni despertar envi
dias, ni llorar ni gemir, porque ella vive gozosa. El ayuno —el del Nueve de ab— me
rece sin duda ser cumplido para compartir el pesar de Israel, hasta que todo esto
sea amplia y totalmente revelado y podamos convertirlo en una fiesta completa
(A. Amarillo, en Sefunot, 5 [1961], págs. 253-254).
Esto suponía la deliberada división en dos partes del concepto luriánico
del ticún, o restauración; la Sejiná ha sido redimida, e Israel sigue aguardan
do su restauración. En términos más seculares, el sentido de libertad inte
rior que poseía quien creía en Sabetay Sebí encontró su expresión en la
creencia de que se había alcanzado la redención divina del cosmos, pero
no era todavía visible en este mundo. Al separarse la liberación física y po
lítica del judaismo de la salvación de la Sejiná del exilio, se originó poste
riormente el deseo de trabajar por la redención del pueblo sin preocuparse
por la situación de la Sejiná (véase la sexta parte).
Después de la conversión de Sabetay Sebí sus creyentes, ante la nueva
complejidad de los hechos que los impulsaban a buscar explicaciones a las
cuestiones planteadas, adoptarían una imagen tomada de los conversos que
odiaban al cristianismo, comparando al mesías con un gusano que abre un
agujero en un árbol o en una manzana para consumirlos por dentro. Sabe
tay. por consiguiente, habría penetrado en el Islam con la finalidad de des
truirlo desde dentro. Éste era en realidad un sentimiento nihilista; de su
idealismo no les quedaba más que la fe en un mesías que se ocultaba. Los
que continuaban creyendo secretamente en Sabetay Sebí eran torturados
por las dudas; se ha supuesto incluso que de ellos partieron las tendencias
a la herejía y la disolución que se observan entre los judíos de los tiempos
modernos (véase la sexta parte).
El movimiento sabetaico llevaría al judaismo medieval a una crisis cu
el pleno significado de este término. Se trataba de una tentativa de reno
vación creadora concordante con las tendencias del mundo medieval, pero
significaba la virtual destrucción del mundo judío medieval debido a la exis
tencia de extremadas exigencias de signo individualista. Combinaba el fer
vor de un amplio movimiento de masas con el fuego externo de la deses
peranza y la duda.
Crítica social
La floreciente vida social, la prosperidad económica de ciertos grupos y
la tensión creada en esas circunstancias entre los triunfadores y los de me
nos éxito se combinarían para originar una intensa actividad espiritual y
un penetrante pensamiento social, acompañados por una aguda y perspi
caz crítica. No todos estaban dispuestos a aceptar los razonamientos de
R. Mosé Isserles, según los cuales a los buenos que son pobres les ha sido
negada la riqueza para que no sucumban a las tentaciones del dinero. Los
eruditos que observaban la codicia y la ostentación de los enriquecidos, pre
sentaron diversas explicaciones que llegaban hasta la enérgica condena de
la riqueza y la categórica negación de que constituyese un don positivo de
Dios. Rabí Efraim Selomó de Luntshits, principal predicador y moralista
de Polonia durante aquella época, odiaba a los ricos de su país y condena
ba enérgicamente su lorma de vida. En la colección de sus sermones se le
puede observar volviendo continuamente a este tema principal, que puede
ser resumido con sus mismas palabras: «Para replicar a los extraviados de
nuestro pueblo que gozan de todos los éxitos transitorios.» Conviene recor
dar que sus libros contienen los centenares de sermones que predicó en in
numerables ocasiones, entre ellos los que pronunció ante el Consejo de los
países de Polonia. Según él «los ricos... son generalmente los poderosos. Em
plean la fuerza bruta para imponer su dominio sobre las dispersas ovejas
de Israel, los oprimidos que se encuentran entre ellos». Los pobres de Is
rael —afirma— se hallan en penoso exilio, sometidos por este grupo, pode
roso y acaudalado, entregado a la lujuria del dominio y manteniendo acti-
832
tudes insensibles hacia los demás. En su opinión, el hombre aspira a la ri
queza porque quiere honores; pero la riqueza conduce al orgullo. «El que
es espiritualmente altivo, por lo general quiere ser rico, para poder exhi
bir... el esplendor de su grandeza. Pero la riqueza produce la arrogancia.»
Rabí Efraim repite continuamente que las que él expone son «las dudas
que surgen en el corazón de todos los hombres que meditan y analizan los
procedimientos de Dios. Cuando ven que un hombre bueno sufre... su ra
zón es impotente para explicar la angustia que lo embarga... Y cual
quiera que lo piense deberá admitir claramente que existe motivo para que
jarse por una perversión semejante». La explicación inicial de los Jasidé As-
kenaz (véase págs. 646 y 647) de que Dios otorga riquezas a los que las jxiseen
como «depósito» o «prenda», para que los ricos mantengan a los pobres,
ya no satisfacía a los que se hallaban de acuerdo con Efraim Selomó. Los
pobres, de todas maneras, se quejaban con razón de esa clase de dictamen:
«r;Por qué había de dar el Santo y Bendito un fallo semejante, para conce
der una doble ración de riquezas en este mundo a un semejante mío, el
cual luego, por haberme ayudado, se libraría incluso de los castigos del in
fierno —giie/unom— y yo en cambio no tendría nada? Que me den a mí las
riquezas y yo me librare del infierno ayudándolo a él.»
Rabí Efraim insistía en un doble cotejo, comparaba por una parte el éxi
to de los judíos adinerados con el de los pueblos gentiles, y por otra con
frontaba la degradación de los judíos pobres con la de todo el pueblo judío
en el exilio. Estas comparaciones le permitían decir: «Vosotros, judíos opu
lentos, desde vuestra propia fe debéis admitir que la prosperidad de los pue
blos gentiles no es testimonio de que Dios los aprueba a ellos y no a Israel.
Y vosotros, creyentes cristianos temerosos de Dios, estaréis de acuerdo
en que el triunfó de los perversos malvados que tenéis entre vosotros no es
prueba de que Dios los haya preferido a ellos.» Eos dos grupos a los que
R. Efraim se oponía, los judíos ricos y los pueblos gentiles del mundo, tie
nen el íntimo compromiso de reconocer
que no iodos a quienes les toca ese éxito [material|... tienen asegurada la salvación
y la misericordia que se imaginan... es como el caso de un hijo... a quien el padre
no le instruye... Un día ve que el padre tiene en las manos pan enmohecido v
carne podrida y le pide que se los dé... ¿Que hace el padre? bes tira esos alimentos
malos a los perros... Así son los benclicios del mundo en las manos del Se
ñor... El Santo y Bendito los tira a los perros dando un triunfo temporal a los
malvados... ^ esta suposición es una respuesta decisiva fiara los turbulentos de
nuestro pueblo y de los pueblos gentiles.
La pirámide de valores sociales establecida por R. Isserles queda aquí
situada en posición invertida. La riqueza es por definición una perversi
dad, y es obtenida por los perversos.
Otro lema primordial en el pensamiento de R. Efraim es el de la hipo
cresía: sus descripciones revelan que sabía que ésta se hallaba presente en
la sociedad judía de su tiempo. En muchos de sus sermones, y sobre todo
en su libro Ora] Lejayim (Un estilo de vida), examina las buenas acciones y
las instituciones de sus contemporáneos, y descubre que si bien parecen ser
8.33
buenos, están corrompidos por indignos propósitos de quienes los dirigen.
De esta comparación entre la apariencia sana y las malas intenciones in
ternas, deduce que en su generación «todos los mandamientos comienzan
y terminan en impostura». La importancia que se atribuye a las buenas ac
ciones, al estudio de la Tora y a la oración en una época sumida en la bús
queda de riqueza y beneficios tangibles, impulsa a las personas a llevar a
cabo buenas acciones para recibir a cambio recompensas materiales y so
ciales, que la sociedad judía brinda a los que considera justos y eruditos
de la Tora. Por eso «en esta generación trastornada se han deteriorado las
acciones..., porque los hipócritas... se multiplicaron y exhiben grandes y pia
dosas cualidades, siendo en realidad su objetivo el de conquistar respeto y
honores... y en ocasiones lo que quieren es dinero y esperan conseguirlo de
mostrando ascetismo». Prefiere, pues, R. Efraim evaluar las acciones por
su intención intrínseca y a los ejecutantes de ellas por su propósito real. Te
mía que la pretendida piedad de una comunidad materialista deformase la
auténtica piedad del alma, remunerándola con recompensas materiales..
El tránsito a la modernidad
En Italia por un lado y en los Países Bajos por otro surgieron pensado
res judíos que, impulsados por los cambios y las crisis ocurridos en la his
toria judía, decidieron someter a revisión los fundamentos del judaismo tal
como se habían establecido durante la Edad Media. En su libro Saagat aryé
we-col sajal (El rugido del león y la voz del tonto) el erudito rabino italiano Ye-
hudá Arvéh de Módena presenta, irónicamente y procurando evadirse'de res-
840
ponsabilidadcs, argumentos básicos contra la halajá y contra el deber de obe
decer. En su propio estilo de vida, con sus diversas ocupaciones y sus nu
merosos contactos con el mundo gentil se trasluce el misino carácter escép
tico e irónico. No era el único en manifestar tal conducta y opiniones, pero
su extremismo y sus precauciones eran excepcionales.
En Italia esta actitud era fruto de la influencia del Renacimiento, con
su inclinación hacia el goce de la vida y el abandono de las trabas impues
tas hasta entonces. En los Países Bajos, por el contrario, las ideas de na
turaleza semejante que surgieron tuvieron su origen principalmente en las
vacilaciones que hacían fluctuar a los conversos entre el cristianismo y el
judaismo. Había conversos, especialmente en las últimas generaciones des
pués de la expulsión de España, que se habían formado acerca del judais
mo, al que secretamente ansiaban retornar mientras se hallaban en el cris
tianismo, una idea muy diferente de lo que hallaron cuando finalmente vol
vieron a él. Habían concebido un judaismo identificado con la libertad de
pensamiento y opinión, y liberado del yugo eclesiástico. Se habían acos
tumbrado a formular juicios críticos, secreta o abiertamente, acerca de la
Iglesia católica, sus leyendas y sus leyes, su clero y su forma de vida. Cuan
do conversos como estos llegaron a las comunidades judías españolas y por
tuguesas de los Países Bajos, especialmente en Amsterdam, encontraron
una sociedad judía que había aprendido por amarga experiencia lo que les
había causado a sus antepasados el contacto en España con la cultura no
judía. Ahora gobernaban sus asuntos en un medio calvinista y habían adop
tado un sistema de estricta supervisión del individuo, de su forma de vida
y de sus opiniones. Era difícil que los conversos se abstuvieran de criticar
la agadá y la halajá judía, y les resultó inaceptable el control de la vida in
dividual ejercido por los rabinos y los presidentes de comunidad después
de haberse opuesto tan enérgicamente al que llevaban a cabo las autorida
des eclesiásticas de la Península Ibérica.
Uriel da Costa puede representar el prototipo de ese tipo de converso
que huyó del cristianismo y se encontró fuera de lugar en la comunidad ju
día. Nacido en Portugal de una familia noble de origen judío, estudió de
recho canónico en una universidad jesuíta e hizo votos sacerdotales. Co
menzó al mismo tiempo a percibir que no hallaría salvación en el cristia
nismo, y decidido a marchar de Portugal, persuadió a su madre y a sus fa
miliares para que se fuesen con él a Amsterdam. Allí adoptaron el judais
mo, pero Uriel se sublevó contra los principios y mandamientos de la ley
oral y publicó tratados para defender sus opiniones, convirtiéndose en foco
de polémica. También se escribieron tratados contra él y finalmente fue ex
comulgado por la comunidad. Vivió a partir de entonces aislado durante
varios años, proscrito por sus mismos correligionarios.
En su retiro, sus ideas se harían todavía más radicales, y acabó por re
chazar los fundamentos de la Torá y la halajá; pero su deseo de vivir en
compañía de los judíos le impulsaría a declarar que se arrepentía de esta
actitud. Fue obligado a aceptar ser azotado en la sinagoga y a cumplir una
penitencia pública degradante. Su temperamento rebelde había de sufrir in
tensamente a causa de esta sumisión a la disciplina social, que para él no
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tenía justificación espiritual alguna. Poco después de celebrar su acto de con
trición se suicidaría.
Más profundamente enraizado en el judaismo y más austero luchador
que Da Costa fue Baruj Spinoza (1632-77). Es el primer judío que se co-
nocé que habiendo rechazado la religión judía y habiéndose retirado de la
sociedad de sus correligionarios, sin embargo no adoptó ninguna otra creen
cia. Spinoza estudió la Torá con los rabinos de Amsterdam, y la huella de
sus estudios, principalmente los de Maimónides, puede advertirse en sus es
critos. En éstos hay asimismo un recuerdo del movimiento mesiánico de Sa-
betay Sebí, que sacudió intensamente a los judíos de Amsterdam. Cuando
Spinoza comenzó a exponer sus ideas en público se encontró con la oposi
ción de los rabinos y los dirigentes de la comunidad de Amsterdam, quie
nes en el año 1656 procedieron a su excomunión. Pero no había de quedar
totalmente solo; se rodeó por el contrario de un círculo de amigos cristia
nos que mantenían hacia él un alto aprecio. El único efecto del ostracismo
a que fue sometido estuvo constituido por el hecho de verse excluido de
toda asociación con judíos. Se ganaba la vida puliendo lentes, mientras iba
cimentándose su fama como destacada figura de la filosofía mundial. Pre
sentó una particular clasificación de la divinidad y la moralidad, investi
gando la relación existente entre Dios y la Creación y formulando un cri
terio panteísta. Sus ideas influyeron —y continúan influyendo— sobre el
pensamiento de muchos importantes filósofos de todo el mundo. Pero su in
clinación hacia la objetividad, que caracterizó sus investigaciones acerca de
las cuestiones abstractas, le abandonaría cuando pasó a considerar la rela
ción entre el Estado y la religión. Sus discusiones acerca de esta conexión
reflejan la maraña de tensiones y resentimientos que saturaban la comuni
dad judía de Amsterdam, así como también las ideas que prevalecían en la
Europa occidental durante la segunda mitad del siglo XVII. En este aspec
to, la única obra que Spinoza publicó en vida —y lo hizo sin incluir el nom
bre del autor— resulta de especial importancia; todas las demás aparecie
ron después de su muerte. Esta obra, impresa en el año 1670, se titula en
latín Tractatus Theologico-Politicus. Tenía por finalidad la de «explicar que en
un Estado libre todos deben tener el derecho de pensar lo que quieran, y
también de declarar lo que piensan». Por su enfoque histórico y religioso
la obra está totalmente dedicada a presentar una crítica de la Biblia y se
empeña en saldar cuentas con el pueblo judío y sus tradiciones. En la men
te de Spinoza se combinan las expresiones y opiniones del historiador de la
Roma antigua, el antijudío Tácito, con los reproches de los primeros Pa
dres de la Iglesia cuando escribe acerca del pasado de su pueblo. Su recla
mación de libertad de conciencia y su rechazo de la Torá aparecen impreg
nados de su aversión a la halajá y los halajistas, manifestándose en su carac
terización de la Torá y del pueblo judío. Uno de los aspectos de esta mo
dalidad, es su tendencia a ver en muchas de las leyes de los judíos y en sus
acontecimientos históricos asuntos nacionales y políticos, exclusivos de esta
nación.
Para Spinoza el único valor espiritual que posee la Torá es el de los as
pectos que comparte con la ley natural y que son por consiguiente obliga-
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lorios para todos los mortales. «Las ceremonias sagradas, al menos las que
contiene el Antiguo Testamento, fueron establecidas solamente para los he
breos y adoptadas en su reino de tal modo que en su mayor parte la socie
dad entera puede ejecutarlas, pero no los individuos... Por eso no tie
nen relación con la felicidad... y sólo les preocupa... el éxito temporal del
cuerpo y la paz del reino»; después de la destrucción del Templo tampoco
es obligatoria la Tora para los judíos. Tras la abolición de su reino, los ju
díos no quedaron sometidos a la ley de Moisés más de lo que estaban antes
del inicio de su sociedad y su Estado. La obstinación de los dirigentes judíos
junto con su odio a las otras naciones les hicieron actuar en contra de esta
verdad. Los fariseos siguieron observando las leyes de la Torá después de
la destrucción, «más por oponerse al cristianismo que por obtener el favor
de Dios». Por su parte, los rabinos se aferraron a la Torá porque querían
gobernar. Parece que los dirigentes de la comunidad judía de Amsterdam
sirvieron a Spinoza como muestras válidas para juzgar a los que su pueblo
había tenido a lo largo de todas las generaciones.
Según él, los judíos odian a todos los demás pueblos; este odio se había
convertido en consubstancial con ellos, porque había sido fomentado todos
los días en su liturgia. Su forma de adorar a Dios no solamente es diferente
de la de otros pueblos, sino también contraria a la de éstos; Spinoza con
sidera el período del Segundo Templo como una larga guerra civil. Incluso
las buenas cualidades que encuentra en sus hermanos derivan de su mal
carácter. La unidad de los judíos y su actual afecto recíproco procederían
así de su odio hacia todos los demás pueblos, V la consecuencia es que éstos
les odian a ellos. La destrucción de su reino se debió a que Dios también
los odiaba y les dio «estatutos que no eran buenos y leyes con las cuales
nadie podía vivir». Cita al profeta Ezequiel para expresar esta opinión cris
tiana sobre la Torá y sobre lo que inevitablemente les causó a los judíos
que la seguían. Opina también que «cuando el Señor convino en que fue
ran los levitas los que sirvieran, en lugar de ser los primogénitos los que lo
hicieran tras la comisión del pecado del becerro de oro, lo que entonces que
ría el Señor no era buscar su bienestar sino su castigo».
Incluso la misma base y raíz de la comunidad judía donde vivía, que
era la fuente social e intelectual directa de la que había extraído sus ideas,
la existencia de los conversos, no fue atribuida por Spinoza a la fuerza es
piritual de los judíos perseguidos, sino al cambio de actitud hacia ellos que
mostraban las autoridades cristianas. Señala la diferencia que a su juicio
puede hallarse entre la conducta de los conversos de España y los de Por
tugal. En España, donde a los judíos, es decir, a los cristianos nuevos, les
fue permitido el ejercicio de todas las funciones de gobierno, se produciría
la asimilación. Por el contrario, en Portugal, donde fueron excluidos de los
cargos oficiales, este proceso no había de realizarse. De ahí se deduce que
no tiene objeto que los cristianos persigan a los judíos convertidos ni los so
metan a discriminación. La persecución vuelve a situarles en su error ju
dío; el buen trato puede por el contrario contribuir a que desaparezcan es
tos electos. Es posible que Spinoza hubiese querido sugerir que no conve
nía a los cristianos perseguir a los judíos observantes, porque la persecu-
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ción les fortalecería en su odio; en cambio una actitud amistosa disminuiría
su aversión y los acercaría a los demás pueblos. Parece dar a entender que
los mártires torturados por su fe en Portugal, de cuyo valor y sacrificio es
taban tan orgulloso sus hermanos de la comunidad de Arnsterdam, eran
producto de una absurda política por parte de un solo reino cristiano a la
vez que víctimas de su propio deseo de pompa y poder. Spinoza no trata
de ocultar su rencor hacia la vida medieval de los judíos y hacia los fenó
menos religiosos y sociales de su antiguo pasado, de los que extraía su vi
gor el judaismo medieval.
Pero no rechazaba del todo la nacionalidad y el Estado de los judíos.
Consideraba la posibilidad de que los judíos regresasen a su país y a su rei
no, aunque no sabía de qué modo podría acontecer esto. La amargura de
este filósofo fue la primera señal de las futuras rebeliones que tendrían lu
gar contra las leves de la Torá, el pasado de la nación y la estructura co
munal. Al igual que muchos rebeldes similares, Spinoza obtendría más éxi
to entre los cristianos que entre sus contemporáneos judíos. En su época
no pasó en realidad de ser un pensador aislado desgajado del campo judío.
Es indudable que muchas de las tendencias y corrientes de la historia
judía moderna surgieron durante la etapa final de la Edad Media, no so
lamente debido a la aüarición del individualismo y la crisis que desgastaba
el movimiento de los cabalistas de Safcd y el mesiánico de Sabetay Sebí, ni
por la posición adoptada ante el ambiente gentil durante la Reforma y los
períodos de éxito social y material de los judíos asketiazíes, sino también a
causa de los juicios críticos expresados por varios pensadores en Italia y los
Países Bajos.
La Edad Media judía intensificó en su tramo final su particular moda
lidad de fe y esperanza, y alcanzó después la cúspide, donde chocó violen
tamente con la realidad y se desplomó sobre sus bases. Pero las llamas
generadas a fines del siglo XVII habían de consumir todavía en mayor
medida a los excesos que a las mismas normas. La continuidad sobrevivió
también a esta crisis de la vida judía. Los restos del naufragio sirvieron al
mismo tiempo para efectuar el tránsito a la modernidad conservando los
valores antiguos. El cambio de la realidad y de las ideas fue el desafio bá
sico, pero serviría para dar asimismo forma a la respuesta. Así, los prime
ros pasos del judío moderno estuvieron impregnados del judío medieval: y
en esta influencia recíproca de mutación y continuidad, buena parte del pe
ríodo medieval continuó hasta bien entrado el moderno.
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