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Y dijo Schehrazada:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en Bagdad, ciudad

de paz y morada de todas las alegrías y residencia de los

placeres y jardín del ingenio, el califa Harún Al-Raschid, vicario

del Señor de los tres mundos y Emir de los Creyentes, tenía por

compañero de copa y amigo preferido, entre sus íntimos y

coperos, a aquel cuyos dedos manejaban la armonía, cuyas

manos eran las bienamadas de los laúdes y cuya voz era

enseñanza para los ruiseñores, al músico rey de los músicos y

maravilla de la música de su tiempo, al prodigioso cantor Ishak

Al-Dadim, de Mossul. Y el califa, que le quería con un cariño

extremado, habíale dado por morada el más hermoso de sus

palacios y el más selecto. Y tenía Ishak por cargo y misión

instruir en el arte del canto y en la armonía a las jóvenes más a

propósito entre las que se compraban en el zoco de las esclavas

y en los mercados del mundo para el harén del califa. Y en

cuanto una de ellas se distinguía entre sus compañeras y las

adelantaba en el arte del canto, del laúd y de la guitarra, Ishak

la conducía ante el califa, y la hacía cantar y tocar delante de él.

Y si gustaba al califa, la hacían entrar en su harén

inmediatamente. Pero si no le gustaba bastante volvía a ocupar

su sitio entre las discípulas del palacio de Ishak.

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