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«May Day, May Day. ¡NOS ESTRELLAMOS!».

Eso fue lo que pensé cuando mi futuro cayó en picado incluso antes de
embarcar en el avión.
Imagínate que te ofrecen el trabajo de tus sueños en el paraíso.
Imagínate que todo depende de que un desconocido, con sonrisa pícara,
acepte hacerse pasar por tu novio unos días.
Prepara el pasaporte y sumérgete en esta gran mentira para descubrir si está
«todo incluido», o no.

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Rose Gate

Todo incluido excepto el amor


ePub r1.0
Titivillus 20-07-2023

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Título original: Todo incluido excepto el amor
Rose Gate, 2023
Diseño de cubierta: H. Kramer

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

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Introducción

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No, no, no y no, eso no podía estar pasándome, justo en el momento en
que estaba subida a la tabla, cabalgando la ola perfecta, metafóricamente
hablando, que yo solo sabía de surf lo que el buenorro de Patrick Swayze nos
enseñó en Le llamaban Bodhi.
Pues lo que te decía, que estaba en el culmen de mi carrera, saboreando
las mieles del éxito, cuando me vi sumergida hasta el fondo y sin saber nadar.
¡Maldita fuera mi estampa! ¡Si es que era imposible tener tan buena
suerte! Tenía que venir Murphy con su ley de las narices para joderlo todo de

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un plumazo.
Entré en mi apartamento de sesenta metros cuadrados, el mismo que
compartía con Noelia, mi mejor amiga de la infancia, su perro Garbanzo y
Laura, a quien conocimos cuando las tres nos convertimos en pretendientas
del piso y decidimos que, en lugar de discutir, era mejor idea compartir
gastos. Lau estaba en el trabajo, por lo que no era testigo de mi declive.
Cerré la puerta de una patada y me dejé caer en el desvencijado sofá que
rescatamos del contenedor de enfrente, me refiero al edificio, el mismo día
que nos mudamos.
Cuatro plantas sin ascensor, varios raspones y algún culetazo nos llevó
encajar aquella reliquia en nuestro diminuto salón. Era eso, o sentarnos a lo
indio sobre algunos cojines dispuestos en el suelo, así que a caballo regalado,
no le mires el muelle, que era justo lo que acababa de clavarme en la nalga
izquierda, porque cuando un día se tuerce, se tuerce.
—Auch —protesté.
—¿Qué te pasa?
—El puto muelle.
—No me refiero a eso, sino a la cara que traes.
Es que era pensarlo y se me retorcían las tripas.
—Ah, eso —proclamé en una sorpresa fingida—. Pues que Victoriano me
ha dejado —confesé, pinzándome el puente de la nariz.
—¡Tomaaa! —celebró ella, alzando la zanahoria que barajaba entre los
dedos.
—¡¿Toma?!
—Pero ¡¿no estabas deseando patear a Culo Ganador y eliminarlo de tu
existencia?! —proclamó sin comprender mi desasosiego.
Así llamaban Noe y Lau a mi ex, Culo Ganador, o lo que era lo mismo,
según ellas, Victori-ano, ya me entiendes. Por lo menos, usaban el
sobrenombre cuando estábamos a solas, porque a él, con lo serio y estirado
que era, no le hubiera hecho ni pizca de gracia.
—¡Sí! Pero no justo ahora, cuando más lo necesitaba, ¿recuerdas mi plan?
¿Dejarlo con él cuando tuviera el trabajo y les hubiera demostrado a mis jefes
que mi compromiso era con su empresa y no con ese lechuguino más
enamorado de su madre que de mí? No podía cortar con él antes de coger el
avión al que se suponía que deberíamos haber subido los dos juntos porque
mis jefes esperan que llegue con mi prometido colgando del brazo.
Noelia bufó mientras mordisqueaba la zanahoria y Garbanzo daba un salto
al sofá para que le rascara entre las orejas.

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—Pues te cuelgas una foto, que en tu contrato laboral no pone que Mari
Carmen Romero Rubio tenga que estar casada o prometida para aceptar su
nuevo puesto. Diles la verdad en cuanto pongas un pie en la isla, ¡que lo
habéis dejado y que te has quitado un enooorme culo de encima! —proclamó,
dando un segundo bocado al vegetal.
Noe era crudívora, lo que centraba su alimentación en frutas, verduras,
frutos secos, cereales germinados, legumbres y semillas. Por un lado, era
genial, porque yo y las verduras no nos llevábamos del todo, así que no veía
peligrar los alimentos por su parte; no podía decir lo mismo con Laura, a
quien apodábamos Chin, de chinchilla, porque era de mecha corta y tenía
réplicas muy cortantes.
Laura y yo podríamos subsistir a base de hamburguesas y patatas fritas,
mientras que a Noe no podían faltarle un buen par de pimientos y sus semillas
de chía.
Me tiraría de los pelos si no acabara de ponerme unas carísimas
extensiones que me costaron una cuarta parte de mi sueldo, porque ellas
insistieron en que una melena por la cintura les daría a mis jefes la publicidad
subliminal que necesitaban para ofrecerme el puesto por el que estaba
suspirando, y las muy hijas de Esperanza Gracia no fallaron.
Tras mi intervención en la última reunión anual, que se llevó a cabo hacía
dos días, en la que presenté los resultados del hotel que dirigía, me dieron la
noticia por la que tanto me había sacrificado.
Lo merecía más que nadie, mis resultados eran los mejores de la cadena,
lo que les hacía arrugar el morro a todos mis compañeros varones, casados y
algunos con hijos. Mis jefes pronunciaron mi nombre como la candidata ideal
para encabezar el proyecto más ambicioso de la compañía, el puesto que
todos los directivos anhelábamos, porque el sueldo era el doble de lo que
ganaríamos más incentivos y porque, ¿quién no querría liderar la nueva joya
de la corona que suponía la expansión de SunTravel hacia aguas
internacionales?
El premio gordo incluía irse a trabajar al primer resort cinco estrellas gran
lujo ubicado en Moorea, la Polinesia francesa.
¿Cómo te quedas? Pues imagino que como yo y el resto de crápulas que
ya se veían rodeados de agua cristalina, cocoteros, arena fina e increíbles
puestas de sol bajo una palmera, yo incluida.
Dijeron mi nombre, y sus sonrisas falsas de tiburón emergieron para
darme la enhorabuena mientras mi jefe me decía que preparara las maletas

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junto a las de mi prometido, tendiéndome un par de billetes de avión de ida y
sin vuelta.
No podía estar más eufórica, se suponía que Victoriano estaba de acuerdo
en reacomodar su vida en el paraíso, pero cuando ese día lo invité a comer a
nuestro restaurante favorito para darle la noticia, su cara se transformó y
arrojó contra todas mis ilusiones un puñetero coco del tamaño de Pakistán.
¡No era justo! Era mi sueño, mi P.U.T.O. S.U.E.Ñ.O., y el lechuguino de
Culo Ganador no tenía derecho a abandonarme en un mar, sangrante y
rodeada de tiburones. Si me negaba a ir, todos mis «compañeros» irían a por
mí para desmembrarme sin miramientos, y todo porque decía que no se veía
viviendo rodeado de agua.
¡Que íbamos a vivir en la Polinesia, no a convertirnos en los Snorkel!
Así que ahí estaba yo, hundida en el sofá de flores, mientras Noelia me
miraba aferrada a su zanahoria y yo a mis dos billetes de avión con destino a
estrellarme.

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Capítulo 1

Maca

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—Pero ¿habéis roto, o ha sido un calentón? —me preguntó Noe, buscando
algún tipo de solución al desastre épico que era mi vida.
—No hay solución, yo creo que en el fondo pensaba que no me lo iban a
dar, por eso me animaba.
—¡Típico de los tíos, pensar que no tenemos posibilidades cuando
estamos llenas de ellas! —resopló.
¿He dicho ya que adoro a mis dos amigas? Pues las adoro.
Noelia y yo nos conocimos en el colegio porque nuestros pueblos de
origen tenían tan pocos habitantes que no había suficientes niños para llenar
dos centros. El autobús nos recogía a ambas, a mí en la parada de Peleas de
Arriba, Zamora, de donde yo soy oriunda, y a ella en la de Peleas de Abajo.
En el cole nos llamaban las peleonas, no porque sea el gentilicio de nuestras
poblaciones, sino porque les hacía gracia y, por qué no decirlo, porque nos
costaba muy poco enzarzarnos en una discusión.
Noe también era conocida como la novia de Chucky, por su parecido con
la muñeca —rubia, de ojos azules y poco recorrido que la distanciara de sus
zapatos—. Su alma era sangrienta, le encantaban los malos malísimos de las
series y los libros, creo que si alguna vez tuviera que probar la sangre, no lo
dudaría dos veces si fuera a manos de Damon Salvatore.
Aunque después de que estudiara para convertirse en personal shopper,
pasó a ser la Rati, porque siempre iba conjuntada.
Sin embargo, ya no se dedicaba a eso, porque decía que en Mérida no
había mucha salida. Hizo un curso de coaching mentoring, y en ese momento
ofrecía sus servicios a empresas, aunque cuando llegaba a casa, se cagaba en
todos ellos, menos mal que no la escuchaban.
Tenía un timbre agudo, igual que su inteligencia para hacer planes. Usaba
su mirada de cachorrita para despistar, porque en cuanto te sacaba el cuchillo,
te destripaba con sus palabras sin dudarlo.
Noe se sentó a mi lado con su mirada de cavilar, y Garbanzo no dudó en
subirse a sus piernas.

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Era un cruce de crestado chino y grifón de Bruselas que mi amiga rescató
de la perrera después de ver un anuncio en Instagram donde ponía que si
nadie iba a buscarlo, lo sacrificarían. Tenía pelo solo en la cabeza y la punta
del rabo, el cuerpo repleto de lunares, los colmillos de abajo salidos para
afuera de los labios y sufría estrabismo, por lo que nunca sabías al cien por
cien qué estaba mirando. Si el Dioni hubiera tenido mascota, fijo que sería
suyo.
Nunca ganaría un concurso de belleza perruna, pero era juguetón,
agradecido y un forofo de los garbanzos, era lo único que comía cuando lo
trajo al piso, de ahí su nombre, aunque si lo llamabas, respondía más al
nombre de José Luis.
Lo descubrimos viendo un reportaje del famoso ventrílocuo y productor
televisivo, era escuchar el nombre, y el perro ladraba, movía el rabo e iba
hacia la tele, así que para nosotras se llamaba Garbanzo, pero cuando
queríamos que nos hiciera caso teníamos que tirar de José Luis.
Laura decía que quizá el perro tuviera un alma humana atrapada en él.
—¿Tan grave es? A ver, tus jefes ni siquiera le conocen, te has ganado el
puesto a base del sudor de tu frente, tendrían que ser muy lerdos para
rechazarte porque a ese idiota no le apetezca vivir en el paraíso.
—Es que tú no los conoces, son supertradicionales, a mí no me
ascendieron hasta que vieron este anillo. —Le enseñé la mano.

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No es que Victoriano me pidiera ser su mujer, es que hacía tres años,
cuando fui a ver a mi abuela por Navidades, me regaló su anillo de
compromiso, decía que prefería que lo tuviera mientras viviera y lo disfrutara,
que no que hubiera peleas por ver quién se quedaba con la alianza.
Cuando mi jefe contempló mi mano, no lo dudó, dio por hecho que estaba
comprometida y, boom, vino el ascenso. También es que el director de mi
hotel se jubilaba y yo era la jefa de Recepción, además de poseer la
diplomatura en Dirección Hotelera. Sin embargo, sé que la joya ayudó.
Para mis jefes, estar casado o comprometido significaba lo mismo que ser
un Mercedes en el sector del automóvil; solidez, fiabilidad, confort y se
aseguraban de que la persona que mandaran a Moorea no abandonara y los
dejara con el culo al aire una vez se hubiera hecho con el control del proyecto.
Porque cuando te estableces con tu pareja o tu familia en un destino, es más
difícil que te vayas. De hecho, los Alemany tenían fama de que sus
trabajadores nunca se querían marchar de la empresa; pagaban bien y te
trataban de una manera excepcional.
—Contrata a un puto.
—¡¿Cómo voy a contratar a un puto?!
—O llévame a mí y les dices que somos lesbianas. Al fin y al cabo, tu
intención era conseguir el puesto y decirle a Victoriano: ciao, ciao, culo
mojao.
—No puedo contratar a un puto, o por lo menos, no a uno con la
suficiente clase como para que pase toda esa cantidad de tiempo conmigo,
¡me arruinaría! Y lo de llevarte a ti… ¿Qué haríamos con tu curro?
—Puedo pillar una baja, a ver, soy freelance.
—Ya, pero te está costando mucho hacerte un nombre, y no sé si mis jefes
son homófobos. No los conozco tanto como para saberlo.
Las dos resoplamos.
Un olor fétido llegó a mi nariz, podría tratarse de mi día de mierda, pero
no, sospechaba que lo que acababa de alcanzarme era uno de los
superproyectiles de nuestra mascota.
—¡Garbanzo! —exclamé al verlo contemplarme con cara de
circunstancia.
—Creo que ha sido la mezcla de brócoli con las coles de Bruselas, no
termino de digerirlos bien. Lo siento —proclamó Noe, echando mano al
ambientador de emergencias que teníamos al lado de la mesilla.
—Esto no puede ser sano, Noelia —me puse en pie—, o estás podrida, o
fermentando, seguro que cagas compost.

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Sacudí el aire con una mano, me puse en pie y abrí la ventana para
asomarme y tomar aire. Lo peor de convivir con una crudívora era el efecto
invernadero que reinaba en el apartamento… Por eso no invitábamos a nadie,
bueno, por eso y porque nuestra vida social era un pelín limitada.
Vi que Laura se acercaba por la calle y venía rumbo al portal. Quizá le
hubieran cancelado el grupo de turistas de su ruta «Mérida mágica». Lau era
guía turística en la ciudad, aunque una un tanto peculiar, hablaba sobre
misterios y leyendas, sobre todo, todo aquello que incluyera romanos y falos.
Tras ventilar, volví a dirigirme a mi mejor amiga.
—¿Te puedes creer que me dijo que no me veía tampoco a mí? Me puso
como excusa que algunas plantas me dan urticaria, que llevo mal que me dé
algo de grima la arena, sobre todo, cuando se me mete por el culo, y el brinco
que di el último día que fuimos a la playa cuando me rozó una botella de
plástico y yo pensaba que era un cangrejo.
—Excusas, se nota que en cinco años no te conoce bien del todo, porque
si yo hubiera tenido que poner una pega, sería el pavor que te da volar.
—Gracias por tu inestimable puntualización… —rezongué.
—No te lo tomes a mal, ya sabes que Laura iba a pedirle a su amigo unas
pastis que te van a dejar como al negro de El Equipo A. Ni te vas a enterar de
los treinta y cinco mil kilómetros que te separarán de España. Te la enchufas
una media hora antes de embarcar, cuando abras los ojos en la escala de Los
Ángeles, te tomas otra, y la siguiente vez que abras los ojos, ya estarás en
Papeete rumbo a Moorea, que ese vuelo es solo de quince minutos en
avioneta.
Noté un sudor frío recorriendo mi espalda. Lo que peor iba a llevar eran
los más de treinta y cinco mil kilómetros que me separaban de mi destino y
que para llegar no pudiera hacerlo por tierra.
—Calla, calla, que es pensarlo y me pongo mala…
—¿Mala? ¿Tú también? —preguntó Laura, asomando por la puerta con
una mano apretando su barriga—. Eso es algo que hemos tomado para
desayunar, o el café, que estaba caducado. He tenido que irme del curro
porque me cagaba patas abajo, y no de miedo como los turistas…
Su piel morena estaba un pelín verduzca.
—Yo del estómago estoy bien… —le aclaré.
—Pues tienes una cara…
Su estómago hizo un sonido de peli de terror y Lau salió corriendo, dando
un portazo cuando llegó al baño.

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Capítulo 2

Maca

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Laura salió con el pelo mojado y la mirada descompuesta, tenía cierto aire
a la actriz América Ferrera, solo que ella había estudiado historia, y se
especializó en epigrafía votiva, es decir, inscripciones dedicadas a los dioses.
Era morena, de rasgos exóticos y ojos achinados; según nos contó cuando
nos conocimos, solían bromear con ella y decirle si era filipina como la
Preysler.
Si tuviera que compararla con un personaje, sería con el Monstruo de las
Galletas, siempre estaba pegada a un tarro, y en ese instante se dirigía hacia
uno con el ceño arrugado.
—Estoy pensando que puede que lo que me sentara mal fueran estas
galletas nuevas, no pienso volver a comprarlas.
—Pero ¡si eso son las galletas crudiveganas que le compré a Garbanzo! —
espetó Noe—. ¡¿No te has fijado cuando te las has llevado a la boca que
tenían forma de hueso?!
—Ya sabes que por la mañana, antes del café, yo no soy persona… ¿Y
qué hacen en uno de mis tarros? ¡¿No me jodas que he comido galletas para
chucho?! —Noelia se encogió de hombros.
—A ver, son cien por cien de origen orgánico, me las dieron en una bolsa
de papel y las puse en uno de los botes vacíos para que no se estropearan —
explicó Noe.
—¡Pues a mí me han estropeado el intestino!
A mí me dio la risa floja, y es que cuando la cosa se iba de madre, me
daba por reír, aunque no tuviera sentido. Mi risa tonta me había acarreado
algún que otro quebradero de cabeza, como cuando alguien se caía o se
chocaba contra una farola y a mí, en lugar de socorrerlo, me daba por
carcajearme en toda su cara. Menos mal que mis amigas ya me conocían.
—Eso, tú ríete, que verás qué bien cuando te las ponga mañana antes de
pillar el tren, vas a pasarte las cuatro horas de AVE encajada en el váter —
gruñó Laura, vaciando el tarro en la basura—. Esto no se lo damos ni al perro.
Volví de nuevo a la realidad, y mi estómago se anudó.
Mañana estaba más cerca a cada minuto que pasaba, tenía que madrugar
para no perder el primer tren rumbo a Madrid, porque mi vuelo salía desde la
capital y solo contaba con sesenta minutos para llegar de Atocha al
aeropuerto, donde tenía que estar dos horas antes del embarque.
—Otra vez tienes cara de haber comido galleta perruna, ¿seguro que no
cogiste ninguna? —cuestionó Laura.
—No, es que Culo Ganador la ha dejado, ya sabes que mañana tenían que
pillar el vuelo los dos, y, según Maca, sí o sí tiene que ir con prometido para

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que le den el curro.
—¡Hostias! ¿Cómo que la ha dejado? Pero ¿no iba a ser al revés?
—No le ha dado tiempo, y ahora necesitamos un nuevo candidato antes de
que pille el tren, que sus jefes son del Opus y muy tradicionales.
—¿Del Opus?
—¡Mis jefes no son del Opus! Bueno, no lo sé, creo que no, porque solo
tienen dos hijos, y uno se les murió.
—¡Qué putada! —suspiró Noe. Pero rápido se le pasó la pena y volvió al
ataque dirigiéndose a Laura—. ¿Tú no tendrás algún amigo al que le interese
unas vacaciones pagadas?
—Hombre, chochete, así a bote pronto… Se lo diría a mi primo, pero no
llegaría, se fue a vendimiar a Francia y allí la cobertura es pésima. Déjame
pensar… —Laura chasqueó la lengua—. ¿Qué me decís de Hermes? El hijo
de doña Petra, la del 5º B, es soltero y entero, por lo que dicen las malas
lenguas, no ha conocido mujer. Siempre que nos lo cruzamos por la escalera,
mira mucho a Maca y se mete la mano en el bolsillo. Yo creo que se toca
pensando en ella.
—¡Quiero un acompañante, no un posible obseso sexual con tendencia al
onanismo! —me quejé, pensando en Hermes, quien, por buscarle un parecido,
sería Javier Cámara en Torrente, gafas de culo de botella incluidas.
—Pues estoy hasta el potorro moreno de ese imbécil, que sepas que esto
no se va a quedar así, que a mi amiga no la dejan plantada para que el sueño
de su vida se tambalee. Mañana hablo con la Paca para que lo ligue, solo
necesitamos un pedazo de cuerda y que escribas su nombre en ella —me
comentó Laura muy segura de lo que decía. Yo no es que creyera en la
brujería, pero a mi amiga le iba todo lo que tuviera que ver con el ocultismo y
la magia, y cuando una está desesperada…
—Y si lo anuda, ¿me acompañará al viaje? ¿Es algo así como un amarre?
¿Como cuando le atas los cojones a San Cucufato para que aparezca aquello
que no encuentras?
—¡San Victoriano, san Victoriano, con esta cuerda te amarro como un
cirujano, y si no te vas con mi amiga de viaje, se te arrugará como un gusano!
—canturreó Noe como si fuera una hechicera.
—Tú ríete, pero no vas mal encaminada, de viaje no irá, pero, por lo
menos, se quedará impotente; cuantos más nudos le hagamos, menos se le
levantará, y no se merece menos por cabrón.
Mi gozo en un pozo, a ese ritmo, no iba a encontrar a nadie que fuera
conmigo, y cada vez nos quedaban menos soluciones.

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—Entonces, déjalo, tampoco es que fuera un prodigio en la cama…
—¡Si es que yo no sé qué le veías, hija mía! Vale que era guapo, pero
todo lo que tenía de planta lo tenía de soso y de pelele de su madre —protestó
Laura.
—Pues tú me lo presentaste —la acusé.
—¡No para que te liaras con él! ¿Cómo iba a saber que después de esa
fiesta empezaríais a salir?
—Podrían habértelo dicho tus dioses —me quejé.
—Parad de discutir, que se me ha ocurrido algo. ¿Y si llevas una urna con
cenizas? —propuso Noelia—. No hace mucho que leí un libro en que las
protagonistas se iban a Ibiza con las del marido de una. Cuando llegues a la
Polinesia, le dices a tus jefes que ahí yace Victoriano, que no quería perderse
el viaje ni muerto.
Noe se echó a reír ante su propia ocurrencia, Laura le chocó la mano, y yo
no pude más que sumarme a la risa conjunta porque estaba desesperada.
Menos mal que siempre me quedarían mis amigas, aunque cuando estuviera
en mitad del océano, no las tendría a ellas. El pensamiento hizo que pasara de
la risa al llanto, y las pobres terminaron abrazándome para darme consuelo y
decirme que si al final tenía que volver a Mérida, seguiría teniendo mi cuarto,
que no pensaban alquilarlo.
Laura nació y creció aquí, pero nosotras lo hicimos gracias a un puesto
laboral.
Cuando terminamos el instituto, Noe y yo nos mudamos a Madrid para
estudiar, yo me matriculé en Turismo y ella se buscó una academia privada
para cursar lo suyo. Parecía que juntas las cosas eran más fáciles.
En mi último año de carrera, acepté unas prácticas en uno de los
establecimientos de la cadena hotelera de los señores Alemany en Madrid, y
tuve la buena suerte de que el jefe de Recepción me recomendó para una
vacante que tenían de recepcionista en uno de sus hoteles ubicados en Mérida.
Como era lógico, acepté, que el paro juvenil no estaba como para ir
rechazando ofertas laborales, y Noe dijo que se sumaba al carro, que no se
veía viviendo sola en Madrid y que su carrera de personal shopper no
terminaba de convencerla.
Los alquileres eran mucho más bajos en Mérida, por lo que la vida nos
sería mucho más cómoda que en la capital. Lo que más me convencía era que
tenía una buena conexión terrestre y un jamón que te caes de espaldas.
Al poco de mudarnos al piso, Laura nos invitó a una fiesta de cumpleaños
de unos amigos, y allí conocí a Victoriano. Como ella decía, era guapo,

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calmado y en aquel momento pensé que era justo lo que necesitaba. Una que
es tonta con veintitrés años.
Era feliz, o eso pensaba, porque poco a poco se instaló en mí cierta
inquietud, la misma que me llevó a estudiar Turismo. No había salido de
España porque me daban pánico los aviones, sin embargo, en mi fuero interno
me moría por viajar, conocer lugares exóticos, así que cuando mis jefes
dijeron que habían adquirido un resort en Moorea hacía un par de años, que lo
iban a restaurar y convertirlo en el buque insignia de la compañía, y que quien
mejor liderara su hotel, del que era directora desde hacía tres, tenía muchos
puntos para ocuparse de él, supe que era mi nuevo objetivo vital.
Se me metió entre ceja y ceja que la Polinesia era el lugar en el que quería
vivir. Vi innumerables vídeos, documentales, absorbí varias guías turísticas y
comprendí que mis miedos no me podían limitar, que quería ir más allá, como
Rapunzel, y que si tenía que abrirme paso con las otras hienas de directores a
sartenazo limpio, lo iba a hacer.
—Igual encuentras a alguien en el avión… —la sugerencia de Laura me
hizo volver a centrar la atención en ella—. Se han hecho mogollón de pelis
románticas sobre eso, y ya se sabe que la realidad siempre supera la ficción.
—También se han hecho sobre aviones que se estrellan y cuyos
supervivientes se alimentan de carne humana… —murmuró Noe—, y esa sí
que está basada en hechos reales.
—Ya estamos con la catastrofista-sanguinaria —se quejó mi otra amiga.
—¿Podemos no hablar de accidentes aéreos? Dados mis terrores, dudo
que ayude en algo —mascullé.
—Lo siento —se disculpó Noe con expresión compungida—. ¿Te
ayudamos con las maletas y después salimos de cañas? No hay mal que cien
años dure y que una tarde de cervezas con las amigas no cure —ofreció,
agitando la bandera de la paz—. Además, Garbanzo no ha salido y ya sabes lo
que le gusta pasear.
—¿Y si invertimos el orden? —propuse con pocas ganas de liarme con el
equipaje.
—Por mí bien, me tomo un Fortasec y estoy lista para la cebada —aceptó
Lau, echando mano al cajón de las pastillas para tragarse una junto con un
vaso de agua.
—Vamos, Garbanzo, que salimos a dar un paseo. —Noe agitó la correa
intentando que el perro centrara su atención en el sonido, porque tenía un ojo
en Donosti y el otro en República Dominicana—. Garbanzo —volvió a
intentar, tirando varios besos sonoros.

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—José Luis, ¡a la puta calle! —espetó Lau. El perro alzó las orejas,
meneó el rabo y se dirigió a la puerta tan pancho—. No sé por qué os
emperráis en dirigiros a él como si fuera una legumbre, cuando está claro que
se siente expresidente del Gobierno.
Las tres reímos y bajamos a la calle debatiendo si sería correcto cambiarle
el nombre al perro a esas alturas, desde luego que iba a echarlas mucho de
menos.

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Capítulo 3

Maca

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Voy a obviar que lloré a mares cuando mis amigas y José Luis, como
acordamos rebautizar al perro después de un intenso debate que nos llevó a
vaciar tres rondas de Estrella Galicia, se despidieron de mí en la estación.
Si tenía alguna esperanza de que Victoriano se presentara en plan peli
romántica y se sentara en el asiento vacío que llevaba su nombre en la
reserva, mientras yo contemplaba las caras llorosas de mis amigas, con mis
ojos más inundados que el Titanic, iba apañada.
No se presentó por mucho que cruzara los dedos. No lo vi corriendo por el
andén pidiendo que alguien detuviera ese tren. Lo único que había obtenido
de él esa misma mañana cuando me levanté fue un mensaje de lo más
amenazante vía WhatsApp.

Victoriano:

Maca:

Se podía decir más alto pero no más claro. Victoriano era, oficialmente, mi
ex, y yo iba rumbo a pillar mi primer avión sin saber si llegaría con vida a mi
destino o no. Aunque quizá fuera el menor de mis males si me devolvieran en
cuanto me vieran aparecer sin mi prometido. ¡Que ya habían puesto otro
director en mi puesto!
Necesitaba entretenerme. Saqué del bolso uno de los libros que mis
amigas me habían regalado para el viaje, era del que Noe me había hablado,
el de las amigas que viajan con una urna. Conociéndola, sería una comedia

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romántica de esas que te echas unas risas. Tenía buena pinta, solo que por
mucho que intentara meterme en la historia, mi cabeza me sacaba de ella por
culpa de mis miedos.
Tenía el ritmo cardíaco acelerado, sudores fríos y no podía dejar de hacer
tamborilear mi pie contra el suelo.
La mujer que tenía sentada enfrente me miró mal, ni siquiera me había
respondido a los buenos días que le ofrecí cuando ocupé la butaca de delante.
Quizá tampoco estuviera pasando por un buen momento y lo que menos le
apetecía era mantener una conversación. Me disculpé e intenté distraerme
escuchando la playlist que habían cargado mis compis titulada El viaje de tu
vida. Ya solo con ese título, me puse sensible, iba a ser un trayecto
complicado.
Cerré los ojos y me dejé llevar por la melodía de Motomami, de Rosalía,
cómo me conocían las jodidas, mi gusto musical pasaba por reguetón del
antiguo, tipo Gasolina, Break Beat o Rosalía.
A mis padres también les gustaba la cantante catalana, pensé en ellos y en
lo orgullosos que se sentían de mí al aceptar el puesto, ellos siempre tuvieron
un espíritu muy viajero, tanto que a mí me crio mi abuela, porque su
profesión los había llevado a viajar mucho y seguían haciéndolo.
Se conocieron como Noe y yo, en el colegio, y como nosotras, decidieron
irse a estudiar a Madrid una vez su relación estuvo ya formalizada. Mi padre
era oriundo de Peleas de Abajo, como mi mejor amiga, y mi madre de Peleas
de Arriba, y se negaban a que su futuro se limitara a ir de Peleas en Peleas.
Ella estudió Periodismo, él, Telecomunicación Audiovisual, y tuvieron
varios trabajos con los que consiguieron ahorrar el suficiente dinero para
casarse varios años después de terminar la universidad.
Mis abuelos, los de ambas partes, querían que regresaran al pueblo, pero
¿qué pintaban una periodista y un cámara donde solo había ganadería y
agricultura? ¿Hacerles un reportaje a las coles y a los marranos?
Se negaron en rotundo, siguieron ahorrando hasta que pudieron pagar una
boda modesta y el alquiler de un pisito en Zamora, y para aquel entonces, yo
ya estaba en el horno, por lo que la abuela siempre decía que se casaron de
penalti.
La vida les sonreía, ficharon para una tele local. Al director de contenidos
de un programa que se llamaba Conociendo España le hizo gracia la historia
de mis padres y decidió encargarles una sección dentro del mismo. Mis
progenitores viajarían por el país en autocaravana, buscando bonitas historias
de amor en los pueblos con nombres más extraños de la geografía española.

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¿Sabes que hay un lugar en España donde confluyen el Purgatorio, Los
Infiernos y el Limbo?
Pues yo sí lo sé, y está en Murcia.
A mi madre le dio por romper aguas en Purgatorio y aunque mi padre
quiso llegar para que la atendieran en un hospital, yo me empeñé en salir y
tuvo que asistirla en el parto. Finalmente, llegué a la vida en Los Infiernos,
eso sí, sin rabo ni tridente, aunque con un llanto desconsolado que despertó a
varios vecinos.
No es que mis padres fueran unos imprudentes, es que llegué cuando
nadie me esperaba, porque me adelanté dos meses, así que soy sietemesina.
Nací con prisa, quizá por eso ahora me gusta tomarme las cosas con cierta
calma y planificarlas. Programo el despertador una hora antes de cuando
tenga que levantarme, por el simple placer de ir apagando la alarma cada
quince minutos y así saborear que puedo dormir un poco más.
Me pasé más de tres horas perdida en mis cavilaciones, la música y el
paisaje que descubría al otro lado del cristal. Estaba cansada, por lo que paré
el reproductor. Moví el cuello a un lado y a otro cuando escuché una
conversación que se desarrollaba a mis espaldas, hubo algo que llamó mi
atención, aunque el sonido era amortiguado.
Solía pasarme que cuando iba en transporte público, se despertaba mi
vena cotilla y me parecía de lo más interesante inmiscuirme en
conversaciones ajenas, sobre todo, si incluía gemidos y jadeos que las volvían
de lo más interesantes. Disimulé llevando mi oreja al cristal.
—Ahh, sí, sí, me estoy tocando, claro que sí… No, no tengo a nadie
sentado delante, hay un hombre, pero está al cruzar el pasillo. ¿Qué? No,
cómo me voy a sacar una teta, a ver si se piensa que se la estoy ofreciendo.
No, Salva, no, una cosa es sexo telefónico y otra que me haga exhibicionista.
Que sí, que ya sé que acordamos echarle un poco de pimienta a la vida, pero
no vaciar todo el bote.
Madre mía, al escuchar a la pasajera de atrás, me puse roja como una
guindilla y sentí muchísima curiosidad por verle la cara, no podía ver bien a
través del reflejo de la ventana, y mi vena cotilla pedía más carnaza. Por el
tono de voz, no parecía muy mayor, quizá rondara entre los veintitantos y los
treinta y tantos, como yo, que tenía veintiocho.
—Sí, sí, claro que me estoy tocando, no, no voy a mandarte una foto, ¿y si
la secuestra un pirata informático? ¡Que los tíos sois muy cerdos y de
enviaros estas cosas, y podría terminar en el móvil de mi padre y este
haciéndose una paja con mi parrús! Quita, quita…

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Me dio la risa floja y la mujer que tenía delante me miró mal de nuevo,
debía pensar que era una loca y tampoco es que se equivocara.
Decidí ponerme de pie y estirar las piernas, así podría mirar con disimulo
a la chica del asiento de detrás.
Cuando pasé por el pasillo, la oteé de refilón. La mano que debería estar
dando un concierto de arpa sujetaba una revista de crucigramas, mientras ella
hablaba flojito con los auriculares puestos.
Si es que al final en las relaciones todo son mentiras. A mí, Victoriano me
dijo que le emocionaba la idea de vivir en una isla, y ayer reconocía que
odiaba lo de vivir rodeado de agua. Seguro que a ella ni le apetecía la charla,
se le notaba por la expresión y la postura.
Me dieron ganas de decirle que no merecía la pena, que si la relación
estaba muerta, no había sexo telefónico que la avivara, y mucho menos
cuando ella trataba de dar cabida a un animal de cinco letras que rebuznaba en
su vida y no en las casillas que permanecían vacías.
Tras darme un paseo, regresé al asiento, y por la megafonía dijeron que en
media hora llegaríamos a Madrid, por lo que mis nervios se volvieron a
desatar.
Le ofrecí una sonrisa nerviosa a mi compañera de viaje y esta se limitó a
regalarme un gruñido. Esperaba que en el avión me tocara una conversadora
mejor, aunque fuera a pasar la mayor parte del viaje dormida.
Coloqué la mano en el bolsillo de mi chaqueta de entretiempo, allí llevaba
un pastillero con mi pasaje asegurado a los brazos de Morfeo, solo esperaba
que no me las quitaran en el control del aeropuerto.
El tren se detuvo sin un solo minuto de retraso, cogí la maleta y supliqué
para que el uber que tenía que llevarme estuviera en el lugar acordado.

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Capítulo 4

Maca

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Vale, llegué a tiempo, eso sí, apestando a pachulí e incienso por culpa del
conductor del uber que resultó ser hindú. En cuanto llegué al coche, lo pillé
eliminando los malos espíritus pasando por los asientos una de esas barritas
humeantes.
Desde Atocha al aeropuerto, la única música que sonaba era al más puro
estilo Bollywoodense, no me hubiera extrañado que paráramos en un
semáforo y todos los peatones se pusieran a cantar y bailar. A Laura le
hubiera encantado, era superfriki de esas pelis.
Le pagué el trayecto, me echó una mano con las maletas y entonces
comenzó mi odisea, ríete IKEA del jodido follón de terminales que tienen en
este sitio, para que luego digan que en esa tienda de muebles es un laberinto.
Pero ¡si de la T1 a la T4 le dabas la vuelta a Mérida cinco veces!
Me perdí, claro que me perdí, y no me digas como terminé arrastrando la
maleta hacia el interior de un baño. La mujer de la limpieza me miró con cara
de susto, y yo a ella con desesperación, que en lugar de un avión, a puntito
estuve de pillarle la fregona y salir volando.
Menos mal que la mujer, más maja que las pesetas, vio mi apuro y me
acompañó hasta el mostrador de facturación que estaba a puntito de cerrar. Lo
hice con un tembleque que pa qué y la sensación de haberme escapado de una
peli antigua de Alfredo Landa en la que se va del pueblo a la ciudad. ¡Si es
que más cateta no se podía ser!
Al darle el billete y mi documentación a la azafata del mostrador para que
pudiera facturar mi equipaje, me costó tres intentos acercárselo, alegué que
tenía Parkinson cuando se me cayó el carné, era eso o confesar mi terror a
volar. Prefería que se apiadara de mí porque pensara que era una enferma en
lugar de una pardilla, por lo menos, era así como yo me sentía, incapaz de
controlar la sensación de angustia por mucho que me dijesen que era el medio
de transporte más seguro.
Ella me ofreció una sonrisa paciente, menos mal que di con una
trabajadora buena y me deseó que tuviera un buen vuelo, ojalá los dioses de
Laura la oyeran. Mi siguiente destino era pasar mi bolso por el escáner y yo
bajo el arco detector de metales.
Deposité mis pertenencias en la bandeja como todos los demás y desfilé
dispuesta a recuperarlas en cuanto cruzara por donde el policía me indicaba.
Seguía un pelín mareada por la peste a incienso y los nervios.
Fue atravesar el arco y esa cosa pitó. Me quedé muy quieta alzando las
manos y mirando al hombre con cara de terror. El policía me contempló con
las cejas alzadas.

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—Le juro que no llevo ninguna pistola, una bomba bajo la americana o un
puñal —comenté tartamudeando. ¿Por qué narices había tenido que decir esas
cosas?
—Puede que sea el cinturón, o el anillo —explicó, echándome un vistazo
rápido.
Me había puesto un traje chaqueta dos piezas en color lavanda, una blusa
blanca, manoletinas en el mismo color y el cinturón que él me indicaba.
Cómoda pero arreglada, que no quería llegar a Moorea hecha una zafia.
—Em, sí, claro, que tonta, es que es la primera vez que vuelo —le aclaré,
quitándome el cinto, como si a él le importara—. El anillo no puede ser
porque era de mi abuela y es de oro blanco.
—Del que cagó el manco, eso tiene pinta de baratija metálica. ¡Quíteselo
todo y deje de dar por culo! —La que rebuznaba era la misma mujer que tuve
sentada frente a mí en el tren. Que se ganó un «señora, por favor» por parte
del agente de la ley.
—Proceda, señorita —me pidió con amabilidad.
El cinturón pasó por el escáner, pasé de nuevo y volví a pitar ganándome
un resoplido de la puñetera mujer que no paraba de protestar y decir que le
estaba dando el viaje desde el tren.
En otro momento, le habría contestado, pero estaba demasiado agobiada
como para hacerlo. Me puse a tirar como una loca de la alianza, pero con los
nervios se me debieron hinchar los dedos y no salía, así que escupí en el dedo
y literalmente me puse a hacerle una felación, porque no podía catalogar de
otra cosa lo que estaba haciendo metiéndolo tan adentro, con tanta saliva y
usando lengua.
Tiré con los dientes, y el muy hijo de joyero no salió. El policía se
removió inquieto y cambió de posición cubriéndose las partes pudendas, que,
como todo cadáver, parecía emerger después de una buena tormenta.
—No sale… —lloriqueé.
—A ver, pase.
Volví a pitar y debió ver mi cara de muy apurada porque me hizo a un
lado para que los demás clientes del aeropuerto no se quejaran, y me pasó un
aparatito portátil que dio con el culpable del pitido. Al llegar al bolsillo
derecho de la americana, se puso a sonar, metí la mano y saqué abochornada
la cajita de metal.
—Es el pastillero, lo siento, lo había olvidado, son mis pastillas para el
Parkinson —comenté, con la mano agitándose como un sonajero.
—Pase, y la próxima vez recuerde sacárselo antes.

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—Disculpe, son los nervios.
El hombre asintió, y yo recuperé mis pertenencias con las mejillas
enrojecidas.
Me quedaba bastante tiempo hasta embarcar, así que fui directa a una
cafetería para pedirme una tila, conecté el móvil al cargador en una estación
de carga y les puse un mensaje a mis amigas a través del grupo de WhatsApp.

Maca:

Chin:

Maca:

Chin:

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Rati:

Bufé, porque Noelia tendía a empezar a leer los mensajes por el final, como si
en lugar de leer un wasap fuera un cómic de manga, desde luego que menuda
lectora estaba hecha.

Maca:

Rati:

Menuda amiga que solo me preocupaba por mí y no por mis amigas.

Maca:

Página 32
Pulsé el botón y mandé un podcast de tres minutos cuarenta, en el que incluí
mi esperanza truncada de que Culo Ganador apareciera en el último minuto,
la estúpida de la mujer del tren que me dio por culo en el arco de los metales
y mi chupada dactilar que casi me llevó al cuartelillo.
Podía imaginarlas descojonándose por dentro mientras fingían que si
miraban el móvil era por cosas de curro.

Chin:

Rati:

Maca:

Página 33
Rati:

Página 34
Página 35
Chin:

Maca:

Página 36
Rati:
Escribiendo…

Chin:

Rati:

Maca:

Chin:

Página 37
Maca:

Chin:

Maca:

Chin:

Rati:

Página 38
Maca:

Chin:

Maca:

Página 39
Rati:

Maca:

Volví a insistir con los ojos brillantes y mi rostro contraído en un lastimoso


puchero.
Ya no es que me fuera al culo del mundo, sino que me iba sola, sin ellas.
Tampoco estaría nadie de mi familia, o mi perro compartido, o el lechuguino
de Victoriano, que vale que quería dejarlo con él, pero, por lo menos, me
habría hecho compañía hasta hacerme a la isla.
Pagué la tila y caminé arrastrando los pies para dirigirme a la puerta de
embarque.
La infusión no es que me hubiera hecho mucho, solo vaciarme el bolsillo,
porque hay que ver cómo se pasan con los precios en el aeropuerto. La tila
costaba lo mismo que mi parte proporcional del alquiler del piso.
Me asomé a una tienda Duty Free donde me compré un Toblerone
gigantesco, para equilibrar mis niveles de sexo, pues no es que esperara tener
mucho en los próximos meses, y me hice con unos cuantos de esos botellines
de bebidas alcohólicas en miniatura, los que me hicieron más gracia.
¿No dicen que si mezclas sube más? Pues eso iba a hacer, me los
pimplaría todos junto con la pastilla en cuanto nos dijeran que tocaba

Página 40
embarcar, con un poco de suerte, Laura tendría razón y el coma etílico
llegaría al mismo tiempo que mi culo en el asiento.

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Capítulo 5

Maca

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—Bienvenida a bordo, señorita Romero —me saludó una amable azafata
en cuanto me vio aparecer.
—Gracias. Buenos días, ¿podría indicarme dónde tengo que sentarme? Es
mi primera vez. —Un bufido en mi cogote me alertó de que la pesada del tren
me perseguía. Intenté contar hasta diez.
Le enseñé el billete a la azafata, que me lo devolvió con una sonrisa
atenta.
—Primera clase, acompáñeme.
¿Primera clase? Había dado por hecho que iba a volar en la categoría
normal.
—¿Seguro que no se ha equivocado? No creo que mis jefes contrataran
eso —pregunté, queriendo corroborar que no se trataba de un error, por si le
quitaba el asiento a algún pasajero importante.
—No hay ningún error, vuela en business. —Pues sí que se habían
estirado mis jefes, sí.
—Increíble… —volvió a protestar la mujer a mis espaldas—, hoy en día
vuela en primera cualquiera.
—Señorita, ¿los animales pueden volar en cabina?
—No, tienen que ir en la bodega, pero usted no lleva ningún animal, ¿no?
—No, si lo digo por ese loro que viene detrás, se les debe haber pasado en
el control de equipajes —respondí por encima del hombro, ganándome otro
graznido sobre mi falta de educación y una sonrisilla mordida por parte de la
azafata.
No me había podido contener, seguro que era fruto del alcohol y la
pastilla, que empezaban a surtir efecto, porque en ese mismito instante me
daba igual. Esa señora no había hecho otra cosa que sacarme de mis casillas,
menos mal que no me tocaba en la misma zona que ella.
Seguí a la asistente de vuelo hacia el morro del avión.
Parpadeé varias veces de la impresión. En la vida no hay como tener
dinero, después dicen que lo importante era la salud… Madre mía, ¡si después
de viajar aquí una ya se podía morir porque era como ir al cielo!
La moqueta granate era muy mullida y parecía de las caras, había dos
butacas por fila, como las de la zona cara de los cines, y reclinables, que un
señor estaba casi en posición horizontal. Lo bien que iba a dormir y sin
enterarme. No tenía nada que ver con las imágenes de los aviones low cost
que había visto en internet. Nada de sentirme una sardina en lata, aquí era
puro caviar de beluga triple cero.

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Contoneé las caderas y alcé la barbilla como lo haría Paris Hilton en su
jet, que digo yo que tendrá uno de esos.
—Su asiento es el de la ventanilla, ¿le traigo algo?
—Dos copas de champagne, ¿puede ser? —pregunté sin que me temblara
la voz. Me había entrado sed, y eso tenía que celebrarlo y terminar de rematar.
—Por supuesto.
La azafata avanzó y fue entonces cuando me percaté de que el asiento del
lado del pasillo ya estaba ocupado.
Pestañeé dos veces porque juraría que había visto a ese hombre en un
anuncio, tenía que ser el de la colonia que enseñaba nalga, porque su perfume
fresco y con notas amaderadas alcanzaba mi nariz. Y tenía que ser justo hoy
cuando yo oliera a incienso y a pachulí.
—Di-disculpe, me siento a su lado.
El tío del anuncio giró el rostro hacia mí y me mostró un montón de
dientes blancos parejos que me parecieron muy listos para comerme las tetas.
«¡No, no, no! ¿En qué piensas, María del Carmen? Ese tío nunca te
comería las bubus, ese pensamiento es fruto del alcohol y las pastillas, haz el
favor de comportarte», me reproché echando mano a cómo me llamaba mi
abuela para volver al planeta Tierra.
Él extendió su mano y encogió un poco las piernas.
¿Te he dicho ya que soy muy propensa a caerme? Pues te lo digo ya, lo
soy tanto que mis amigas, en cuanto me ven espatarrada en el suelo, resoplan
y dicen: «¿Otra vez?». Tengo una cicatriz en la que me pusieron catorce
puntos que da fe de ello. Así que, bebida y empastillada, las probabilidades de
catástrofe estaban servidas.
Intenté llegar al lado de la ventanilla sin frotar mi culo contra aquel
monumento, en mi afán de pegarme al respaldo de la butaca delantera pisé
algo que no sé decirte muy bien qué era, solo que me asusté, di un paso hacia
atrás, tropecé con su pie, perdí el control y casi me esparramo, suerte que eché
mano al apoyabrazos de la silla.
—Uy…, perdón… —murmuré toda roja.
—Perdonada, pero ¿puedes soltarme la entrepierna?
«Mierda, ¡eso gordo y abultado no era el apoyabrazos!».
Aparté la mano tan rápido y con tanto horror que reboté contra el sillón de
delante de nuevo y esa vez sí que terminé con su palanca de cambios entre
mis nalgas, y sus manos abarcando mi cintura y una teta.
«¡Vale, estábamos en tablas!».

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—Perdón —se disculpó el pobre hombre antes que yo quitando su mano
de mi pechamen mientras yo corcoveaba como una trucha de río adosada a
una caña.
—Ay, mi madre, ¡lo siento, perdón, perdón, perdón! —El último perdón
sonó demasiado agudo e hizo que el piercing de mi lengua rebotara contra
mis dientes.
Sí, llevaba uno, fruto de una apuesta y una noche de alcohol. A Victoriano
no le gustaba nada, decía que era una ordinariez, pero mi lengua era mía y
hacía con ella lo que me daba la gana. Ya me había acostumbrado a él, así que
formaba parte de mi esencia, y a los señores Alemany no parecía molestarles.
Me arrastré hasta mi asiento. No recuerdo haber sentido mayor bochorno
en mi vida, hundí la cara entre mis manos incapaz de mirar a mi compañero
de viaje, al cual le había agarrado todo el cimbrel.
—Sus copas de champagne, señorita Romero.
La voz de la azafata me alcanzó con la cara supurando fuego, ahora ese
hombre creería que era una borrachuza si decía que yo misma había pedido
las dos para mí.
—Se equivoca, yo no le pedí champagne, sino dos de campagne, que es
un tipo de paté que se sirve sobre tostaditas. ¿No tienen? —Ella me observó
perpleja.
—Pu-pues no lo sé, entonces, ¿no quiere las copas?
—Déjenoslas, si es tan amable —murmuró el hombre sentado a mi lado
—. Seguro que nos van bien para bajar el paté y brindar por este viaje.
La azafata se derritió ante su voz aterciopelada, y es que no era para
menos, además de estar bueno, tenía un timbre bonito.
Vestía arreglado pero informal; si tuviera que definir su profesión por su
aspecto, diría que era fotógrafo, modelo, actor o bloguero.
Cuando aceptó las copas y me tendió una, pellizqué la mirada y la centré
en su cara.
—¿Tú sales en un anuncio de colonia? —No me pude contener a formular
la pregunta agarrando la copa.
—No, ¿tú sí?
—Nooo —me reí—. ¿Me ves pinta de modelo?
—Te veo pinta de persona que merece la pena conocer, tu entrada ha sido
de lo más entretenida —comentó con un brillo pícaro en la mirada que me
calentó por dentro.
—Perdona, soy un poco patosa.

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—No pasa nada, seguro que cuando de aquí a un tiempo lo recordemos
nos reiremos.
Yo ya lo estaba haciendo, había venido a mí la risita tonta de la vergüenza
y era incapaz de controlarla bajo su mirada escrutadora.
—Disculpe —nos interrumpió la azafata—, me informan de que el paté de
campagne está incluido en nuestro surtido de cinco sabores, ¿les traigo uno
para compartir?
—Sí, por favor —masculló él—. ¿Te parece bien? —yo asentí, y ella se
volvió a marchar—. Es lo bueno de volar en business, que todo está incluido.
Madre mía, qué lerda, ni siquiera había pensado en cuánto nos podría
costar.
—¿Tú viajas mucho en primera? Yo es la primera vez.
Pese a nuestro inicio, que no lo conocía de nada y que por su aspecto
físico podría haber sido un estirado de los que no te dirigen ni la palabra
porque han nacido para recibir admiración y jadeos, me sentía muy cómoda.
Le restó importancia a mi caída, tenía una conversación fluida, lo que no
quitaba la necesidad de mi actriz porno interior de arrancarle los botones de la
camisa a dentelladas y pasar mi piercing por esa mandíbula cuadrada.
—No te creas —respondió—. Viajo mucho, eso sí, aunque no siempre en
primera, cuando lo hago, es por los puntos.
—Ah, ya, yo es que nunca he volado, por eso estoy tan nerviosa, de
hecho, odio volar.
—¿Odias volar? ¿Por qué? Si no lo has hecho nunca.
—Porque me da muchísimo miedo.
—Pero si es el transporte más seguro —comentó, intentando darme cierto
sosiego.
—Lo mismo dicen mis amigas, pero eso se lo explicas a los familiares de
todos los que han muerto.
Él dejó ir una carcajada sonora, una de esas que te calientan por dentro y
te hacen sentir que eres una tía ocurrente y graciosa, aunque no lo seas la
mayor parte del tiempo. Victoriano casi nunca se reía conmigo, decía que no
entendía mi humor, así que llegó un momento en que paré de intentar hacerle
gracia.
—Si quieres, puedes cogerme la mano cuando despeguemos.
Su proposición me secó la boca en cuanto puse la vista sobre una mano
morena de dedos largos y cuidados.
—Preferiría que me ayudaras con el paracaídas en caso de que nos toque
saltar.

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—Dudo que aquí dispongan de uno de esos, pero prometo que no te dejaré
atrás.
—Todo un detalle, compañero de asiento, por cierto, soy Maca.
Me parecía raro estar hablando con él sin que nos hubiéramos presentado.
—¿De Macarena?
—No, de Mari Carmen, por mi abuela, aunque ambas son igual de
vírgenes, que no quiere decir que yo lo sea, quiero decir… que yo de virgen
poco, que nadie viene a mi casa a ponerme en un altar para encenderme
cirios, pedir deseos o llevarme a hombros en una procesión de Semana Santa
por fornidos costaleros.
Cada palabra que pronunciaba iba más rápida que la anterior. ¡Mierda!
¿Por qué le haría caso a Laura a lo de mezclar pastillas con alcohol? Estaba
desvariando.
El buenorro se carcajeó, y yo quise que las pastillas me dejaran K.O. para
dejar de hacer el ridículo frente a él.
—Perdona, normalmente, no soy así, es cosa de la medicación.
—¿Te medicas?
—Esquizofrenia paranoide, mientras no tenga un cuchillo cerca, estarás a
salvo.
Él me miró con esos ojazos entre azules y verdes superabiertos, si le daba
un morreo, ¿podría hacerlo pasar por enajenación mental transitoria?
¡Que yo no hacía esas cosas! Bueno, sí que las hacía, pero con Victoriano,
no con don Tehetocadolapolla, que, por cierto, era de muy buen calibre.
—¿Tienes problemas mentales?
—Lo más seguro, aunque no diagnosticados, pero no se lo digas a mis
jefes, que me despiden —musité cómplice—. Es broma, no me medico ni soy
un peligro público. Solo me he tomado una pastillita para dormir y no
enterarme desde aquí hasta Los Ángeles. —Vi cierto alivio y diversión—.
Tengo toda mi fe puesta en quedarme dormida antes de que se estrelle el
avión.
—Tranquila, no vamos a estrellarnos… —Su voz sonaba de lo más
calmante.
—Tú danos tiempo. ¿Sabes si nos pilla en ruta el Triángulo de las
Bermudas?
—No creo.
«Pues no te acerques al de mis piernas porque está muy listo para
succionarte por completo y hacerte desaparecer entre ellas», me reí sola ante
mi propia ocurrencia que, por fortuna, no dije en voz alta.

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—No me hagas mucho caso, he mezclado la pastilla que debe convertirme
en la hermana blanca de M.A. Barracus con varios botellines del Duty Free,
quería garantizarme no abrir ojo hasta el siguiente aeropuerto, así que espero
no darte mucho más rato la lata.
—Eres divertida.
—Y tú estás muy bueno. —Otra carcajada sonora tronó en su boca. ¡Eso
sí que lo había dicho en voz alta!—. ¿He dicho yo eso? —traté de disimular.
¿Por qué la lengua me pesaba?—. Da igual —murmuré, ofreciéndole una
visión privilegiada de mis empastes con el bostezo—, te ves cada día frente al
espejo, así que no es que te haya descubierto la rueda.
—Tú también eres muy guapa…
—Yo también tengo espejo. —Las palabras ya no fluían con la misma
rapidez. A ver, tampoco es que fuera fea, pero no tenía nada destacable, pelo
castaño, ojos marrones con unas pequeñas motas verdes cuando les daba el
sol, nariz pequeña, labios uniformes y un cuerpo que me llevaba a todas
partes.
—Me alegra que seas mi compañera de viaje.
—Y a mí me alegra que…
Coma etílico.

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Capítulo 6

Álvaro

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Seca, literalmente seca, así se había quedado Maca sin poder concluir su
última frase, degustar la copa de champagne que no había tocado o dar un
bocadito a una de las tostadas de paté que trajo la azafata dos minutos después
de que sus párpados se cerraran.
Tuve suerte de que mis reflejos me dejaran coger la copa antes de que se
le derramara encima. Ver su blusa empapada, y dejarme entrever el tipo de
ropa interior que llevaba una mujer como ella, tampoco hubiera estado mal,
sobre todo, teniendo en cuenta que una de esas dos redondeces la tuve en la
palma de mi mano y se sentía más que bien. Aunque dudo que a ella le
hubiera hecho especial ilusión después de su tropiezo inicial.
No llevaba el cinturón de seguridad puesto, por lo que mi alma de
caballero canalla se vio en la necesidad de ayudarla y así aprovechar el roce
fortuito de mis manos en su cuerpo.
Maca lanzó un suspiro, y yo tensé la boca ante el clic del cierre de
seguridad.
No era una belleza, aunque eso tampoco le restaba atractivo. Vestía bien,
nada llamativo que te hiciera plantearte cómo sería llevártela a la cama,
aunque reconozco que esa idea se me pasó por la cabeza dada nuestra
presentación.
Lucía una coleta alta que despejaba sus facciones atrayentes, no podría
catalogarlas de exuberantes pero sí que llamaban poderosamente mi atención,
sobre todo, ese piercing que había visto asomar en su lengua y que no me
costó imaginar en cierta parte de mi anatomía.
Cuando tropezó sobre mí y estrechó su mano contra ella, en una
presentación inicial algo atípica, mi polla se mostró más que encantada ante el
atrevimiento.
Olía a flores recién cortadas, un perfume sutil que se mezclaba con un
leve aroma ahumado. No tenía idea de si se quedaría en Los Ángeles, ni si la
dosis de lo que había ingerido de pastillas y alcohol era lo bastante potente
como para mantenerla dormida las ocho horas de viaje.
Me vi acercándome a sus labios para asegurarme de que respiraba, no
porque me apeteciera besarlos y el rosa húmedo y natural me atrajera como a
las moscas la miel.
Rogué, quería equivocarme y que sus ojos se abrieran pillándome in
fraganti sobre su aliento, me había divertido de lo lindo y hacía tiempo que
una mujer no me resultaba tan refrescante.
No iba a despertarse. Lo supe en cuanto aquel ronquido escapó de su boca
y ella ni se inmutó, lo que me hizo sonreír todavía más de lo que ya lo estaba

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haciendo.
La miré a mi antojo sin sentirme mal por ello. Su traje era elegante, pero
no de los caros, no llevaba un ápice de maquillaje porque se adivinaban todas
y cada una de las pecas que salpicaban sus mejillas y el puente de la nariz,
quizá se hubiera puesto un punto de máscara de pestañas, nada más, tampoco
era que lo necesitara.
Me dieron ganas de recorrer la piel de su cara con la yema del dedo para
ver si era tan suave como parecía. Me contuve porque no estaba bien hacer
esas cosas cuando una mujer estaba dormida, sin su consentimiento y mucho
más teniendo en cuenta que llevaba una alianza en el dedo y eso significaba
compromiso.
Ya pasé por esa etapa en la que me daba igual ocho que ochenta, y no me
apetecía meterme en barrizales por muy atractiva que me resultara, ni aunque
nos separaran de su pareja más de diez mil metros de altura.
Debía cerrar los ojos, yo también estaba agotado, era el tercer avión que
cogía en pocos días y el jet lag me pasaba factura.
Maca hizo unos ruiditos con la boca que se me antojaron adorables. Mis
ojos volvieron a posarse en sus labios firmes, bonitos y nada artificiales.
Odiaba besar bocas rellenas de colágeno, las prefería como la suya, menos
llenas pero más reales. Mi entrepierna dio un tirón y protestó cuando la
recoloqué.
Había estado con muchas mujeres en mi vida, algunas preciosas, otras
exóticas, también muy listas, pero las peculiares eran escasas, y supuse que
por eso me llamaba la atención Maca. Por eso y porque llevaba un par de
meses sin intimar con otra persona que yo mismo, era lo malo cuando
viajabas a la África profunda en mitad de una tribu, donde los condones
brillan por su ausencia.
Sonreí divertido recordando nuestra conversación. Ella hizo un aspaviento
y su mano se colocó encima de la mía. La miré perplejo, al final, iba a ser
Maca la que me sujetara durante el vuelo. No la aparté, ¿para qué? Preferí
disfrutar del pequeño contacto y perderme en mis pensamientos, al fin y al
cabo, tenía unos días bastante duros por delante, y no me iba mal algo de
afecto, aunque procediera de una desconocida.
Pensé en mis padres, en su propuesta y en el disgusto que iba a darles,
ellos que siempre me quisieron cerca y yo que me empeñaba en poner miles
de kilómetros de distancia por tierra, mar y aire. No es que no nos lleváramos
bien, es que su planteamiento de vida, su «Álvaro, tienes que sentar la cabeza

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y asentarte en algún sitio», no iban conmigo, prefería ir donde me llevara el
viento y mis reportajes.
Estudié empresariales para hacerlos felices, pero después de lo de Marcos,
que fue un guantazo con la mano abierta para todos, dejé la carrera, les dije
que no quería seguir estudiando porque ser empresario no era lo que me
llenaba. Abandoné en el último trimestre, aunque años después terminé las
asignaturas a distancia, supongo que pensé que se lo debía, después del dinero
y el esfuerzo que invirtieron en mí. Pero en aquel entonces agarré una
mochila con unas pocas pertenencias, la cámara, que fue el último regalo que
me hizo mi hermano para mi cumpleaños, y me largué, lejos, muy lejos, a
Vietnam, como si irme al culo del mundo pudiera obviar la realidad, que él ya
no estaba, que nunca más me revolvería el pelo, me daría uno de sus abrazos
o me saludaría con un «Alvarito, ¿cómo estás?». Ya no quedaba nada de él
salvo sus cenizas, las mismas que mis padres decidieron entregar a uno de sus
compañeros para que las lanzara desde uno de los aviones.
Marcos murió cuando no debía, porque lo hizo pilotando su caza en unas
maniobras de exhibición para el Ejército del Aire.
Paradójico, ¿no te parece?
Si alguien debería tener miedo a volar ese tendría que ser yo, y no mi
compañera de viaje.
Pensar en mi hermano mayor seguía afectándome, me gustara reconocerlo
o no.
A mis padres también, por mucho que no hablaran de ello, la herida
seguía palpitando bajo la cicatriz, no importaba lo mucho que la hidratáramos
con aceites esenciales, permanecía ahí, a veces dormida, otras latente, aguda
con los cambios de tiempo o las fechas importantes, como en ese momento,
que se acercaba su cumpleaños.
Supongo que por eso no quise decirles que no por teléfono e iba rumbo
hacia su proposición.
Me dolía volver a romperles el corazón, porque sabía lo que habían hecho,
que volvían a esforzarse por y para mí, aun así, esa no era mi vida, sino la
suya.
Una caricia suave me arrugó los dedos de los pies, era como si Maca
hubiera detectado mi malestar y me ofreciera un gesto tan inconsciente como
reconfortante. Volví a sonreír embebido en su perfil, con el cielo azul de
fondo y las nubes enredándose en él.
Cerré los ojos, suspiré y me quedé dormido.

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Capítulo 7

Maca

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Sentí como si me estuviera deslizando por una pista de patinaje, o como si
alguien empujara una colchoneta sobre una piscina de agua calmada. Oía
voces a lo lejos y no conseguía identificar un olor concreto que me
transportara al lugar en el que me encontraba. Definitivamente, no estaba en
la playa.
Notaba pesadez en mis extremidades, tanta que no podía moverlas, mis
párpados se negaban a abrirse, por lo que me concentré de nuevo en los
sonidos difusos. Había varias voces y todas sonaban en inglés.
Debía estar en una especie de sueño extraño, aunque era la primera vez
que me daba por soñar en otra lengua. A ver, mi nivel era bueno, lo había
estudiado durante toda mi vida y se me daba bien, junto con el francés y el
italiano, pero lo de soñar era otro nivel. Había escuchado que cuando lo
hacías, era porque te estabas volviendo bilingüe. ¿Sería mi caso?
Un bache me hizo rebotar en el asiento y escuché un «¡joder!» que tenía
más de castizo que de reina de Inglaterra. Ay, la pobre Isabel, que ya estaba
muerta.
Tenía que despertar. Descorrí los párpados con un esfuerzo descomunal,
me costó varios segundos centrar la vista y tratar de entender de dónde salía
toda esa gente. Me vi en mitad de un lugar lleno de extraños en el que no
había estado nunca y siendo transportada en silla de ruedas.
Un momento, ¡¿S.I.L.L.A. D.E. R.U.E.D.A.S.?! Un flash de mí
subiéndome a un avión acudió para avasallar mi cerebro.
Di un grito tan bestia que un montón de cabezas se giraron asustadas en
mi dirección. El traqueteo paró en seco mientras mi cerebro no dejaba de
arrojar posibilidades a mi estado de entumecimiento. Ante mí, apareció el
buenorro del avión con cara de circunstancia para ponerse de cuclillas y
enfrentar mi rostro desencajado.
—Cariño, ¡por fin te has despertado!
Cariño + silla de ruedas = accidente aéreo.
Un sudor frío recorrió mi espalda.
—¡Ay, Dios, ay, Dios! ¡Qué me he quedado parapléjica! El avión se
estrelló, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo he estado en coma? ¿Te casaste conmigo
por piedad? ¡¿En qué año estamos?! ¿Quién ganó la Champions? Madre mía,
madre mía, ¡abanícame, que las manos no me van, me falla el oxígeno y
puedo entrar en parada en cualquier instante!
Él me dedicó una sonrisa suave. ¿Cómo se llamaba? ¿Me lo había dicho?
¿Las secuelas me habían dejado amnésica?

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—Respira, Maca, el avión no se ha estrellado, ni has estado en coma, ni
nos hemos casado. —De todo lo que había dicho, solo me dio pena la última
parte—. Estamos en Los Ángeles, te quedaste frita antes del despegue y te has
pasado todo el viaje durmiendo. Al aterrizar, ni las azafatas, ni el sobrecargo,
ni yo hemos sido capaces de despertarte, pillaste un buen pedo, por lo que
tuve que inventarme que eras mi prometida y que sufrías ataques de
narcolepsia. Supuse que no te haría ninguna gracia que te mandaran a un
hospital, sobre todo, si no tienes seguro médico que puedas utilizar en Estados
Unidos, que te ingresen aquí puede suponerte el mismo dinero que la compra
de una casa en España. Siento si me tomé ciertas libertades, pero supuse que
preferirías despertar a mi lado que con ellos. —«Eso no lo dudes»—. Pedí una
silla de ruedas para poder transportarte, no sabía si te gustaría recrear
conmigo la escena de Whitney Houston y Kevin Costner en El
Guardaespaldas, además de que era más práctico para venir a buscar el
equipaje.
Sentía tanto alivio como malestar. Lo que le había hecho pasar al pobre
por mi mala cabeza.
—¡Dios mío! ¡Qué vergüenza!
—No pasa nada, ha sido divertido, ya sabes, de aquí a un tiempo nos
reiremos. —Eso esperaba. Intenté averiguar dónde estábamos mirando de un
lado a otro—. Estamos en la zona de equipajes, las maletas están a punto de
salir, solo necesito que me digas cuáles son las tuyas y yo las saco de la cinta
transportadora.
—Es que no sé ni qué decir.
—Por ahora, me basta con un gracias y una descripción de las que tengo
que coger.
—Gracias. Em… Son las dos iguales; azules, brillantes, con pequeñas
florecitas blancas y una más grande que la otra.
—Genial.
—Madre mía, ¡qué bochorno!
Volví a repetir mientras él me sonreía y nos posicionaba cerca de la cinta.
Mi cabeza no dejaba de dar vueltas. ¿Y si había hecho algo durmiendo o
hablado en sueños? Alguna vez me pasaba, y dado mi estado de alcohol y
sueño, podría haber dicho cualquier barbaridad.
La única vez que fui sometida a anestesia general, cuando desperté, me
dio por decir que todos los médicos me habían visto el culo y que los iba a
denunciar. Menos mal que las enfermeras están acostumbradas a los desvaríos
y que la única que estaba en la habitación era Noe.

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Necesitaba saber la verdad, con muchísima precaución, levanté la barbilla
y pregunté.
—¿He babeado o he hecho algo tan vergonzoso como para que venga a
visitarme el fantasma de las Navidades futuras?
—Déjame que piense… —Uno de sus dedos tamborileó sobre su barbilla.
Un mechón de pelo le caía desordenado por encima del ojo dándome ganas de
recolocárselo—. Puede que… —Se calló, dudó e hizo un aspaviento con la
mano—. No, déjalo, da igual…
Los pulmones se me cerraron y mi garganta se anudó, las siguientes
preguntas sonaron estranguladas.
—¿Qué? ¿Qué he hecho?
—No, en serio, que no importa, entiendo que cuando intentaste hacerme
la paja fue todo fruto del colocón.
Casi me atraganté.
—¡¿Que intenté qué?! —El grito abochornado provocó que los pasajeros
que estaban cerca me contemplaran con interés renovado. Mi compañero de
viaje estalló en una carcajada que recordaré siempre.
—Es broma, perdona, es que me lo has puesto a huevo.
—A huevo, ¡a huevo! —agarré el bolso y adquirí el rol de Rapunzel,
endiñándole bolsazos a diestro y siniestro, mientras él suplicaba que me
detuviera con tono de burla.
Un agente del aeropuerto se acercó a nosotros y preguntó en perfecto
inglés si pasaba algo.
—No, señor agente, es que a mi prometida y a mí nos va el juego duro.
Le guiñó un ojo a aquel pedazo de negro de dos metros que parecía estar a
punto de echar mano a su pistola taser.
—Pe-perdone, es que «mi prometido» —mastiqué las palabras— tiene un
humor de lo más negro. Digo oscuro —comenté sin dejar de mirar su
expresión adusta—, me refiero a que desata mi bestia interior.
—Pues procure que no se le escape, señora, que esto no es el zoo —gruñó,
dedicándonos una última mirada de advertencia.
En cuanto siguió con la ronda, tanto mi perfecto desconocido como yo
estallamos en risas contenidas. Él se pinzaba los lagrimales y a mí poco me
faltaba para echarme a llorar.
—¿Estás llorando? —me interesé.
—Es que hace mucho que no me reía tanto, perdona, ha sido muy
divertido.

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La cinta empezó a moverse y las maletas a emerger. Intenté remontar y
recuperar algo de mi seriedad de siempre.
—Vale, ahora que ya te has cachondeado lo suficiente, ¿puedes decirme si
hice algo por lo que tenga que pedirte perdón eternamente?
—Nada a destacar salvo un par o tres de ronquidos, yo también terminé
dormido, arrastro un poco de jet lag.
—Vale, mejor eso que haber intentado agarrarte para hacer un cinco
contra uno.
—Quién sabe… —murmuró pícaro. Yo sentí un calorcillo incipiente
enroscándose en mi tripa—. Oye, ¿cuánto tiempo vas a quedarte en Los
Ángeles?
—No me quedo en Los Ángeles, hago escala aquí, mi siguiente vuelo sale
en unas horas rumbo a Papeete. De locos, ¿verdad? No me gusta volar y
empalmo dos vuelos de golpe, soy una temeraria…
—¿En serio que vas a la Polinesia? —parpadeó varias veces incrédulo.
Madre mía, pero ¡qué guapo era! Y después nos vendían la moto de que
los tíos como ese eran gilipollas, seguro que se trataba de una campaña de
marketing para que las mujeres ni nos planteáramos estar con uno, lo que
vulgarmente se conoce como echar mierda.
—¿Por qué te iba a mentir? —reconocí sin dejar de mirarlo algo
amodorrada.
—¡Yo también vuelo a Papeete!
Si Noe y Lau estuvieran aquí, dirían que era cosa del destino.
—Menuda coincidencia.
—Pues sí. Si quieres, podemos cenar algo juntos y que nos asignen
asientos contiguos, bueno, si te apetece, es que hacía tiempo que no lo pasaba
tan bien con alguien.
¿Alguien ha visto mis bragas? Exacto, acababan de volatilizarse. ¿Cuándo
un tío divertido, sexy y encantador me había hecho una proposición como
esa? La respuesta es fácil: nunca.
¿Cenar con él? ¿Sentarnos juntos? Nene, ¡llévame al baño del avión y nos
hacemos del club de las cinco mil millas! O como se llamara.
Estaba soltera, sin compromiso y con un buenorro llamando a mi puerta.
Hello, darling, come on!
A ver, tampoco es que me hubiera hecho una proposición indecente, pero
una tiene el derecho de soñar y de exagerar.
Que un cañonazo como ese, dispuesto a seguir a mi lado después de que
sabía que iba drogada hasta las cejas y había tenido a bien arrastrarme con él

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en una silla de ruedas en lugar de abandonarme atolondrada o venderme a un
traficante de órganos no se encontraba todos los días…
—Espera, ¿traficas con órganos? —cuestioné en voz alta.
—No, ¿y tú?
—Tampoco, además, no te los recomiendo, que los tengo encharcados de
pastillas para dormir y alcohol.
—Es bueno saberlo. —Me sonrió.
Ese tío me daba tanta seguridad y confort como ganas de follarle.
—Me-me apetece —respondí un tanto sonrojada—. Aunque, antes de que
siguiéramos el viaje juntos, estaría bien que supiera por lo menos tu nombre, a
ver, no me malinterpretes, compañero de viaje o tío que empuja mi silla de
ruedas está bien, pero…
—No te olvides de prometido —puntualizó, guiñándome su bonito ojo
claro—, recuerda que ahora mismo soy el tuyo. —«Ojalá», pensé para mis
adentros, ganaría mucho con el cambiazo y sería la solución perfecta a mis
problemas—. Es broma, que sé que estás fuera de mi alcance —musitó,
dirigiendo la mirada a mi mano.
—¿Lo dices por esto? —alcé el dedo y él asintió—. Era de mi abuela, no
estoy prometida si es lo que piensas. —Él alzó las cejas de una forma tan
descarada y picante que mis pezones amenazaron con rajar mi sujetador de
encaje y la camisa.
—¿En serio? ¿No hay nadie en tu vida?
—No. —Aunque me encantaría que tú fingieras serlo por unos días—. De
hecho…
Me callé, no era plan proponerle al tío más bueno del planeta y un
perfecto desconocido si le apetecía seguir con la farsa por tiempo indefinido,
incluso que podía pagarle un sueldo. Uy, no, eso sonaría muy desesperado y
seguro que me rechazaría. Igual tenía novia, una supermodelo preciosa que
estaba haciendo un catálogo de bañadores en una de las islas.
—¿De hecho…? —preguntó, queriendo que retomara la conversación,
pero yo ya no tenía ninguna intención de sugerir nada.
—¡Mis maletas! —grité al verlas pasar por delante de mí.
Salvada por la cinta transportadora. Él las agarró sin ningún tipo de
problema y las plantó a mi lado.
—Casi se nos escapan. Álvaro, me llamo Álvaro —murmuró con su voz
de terciopelo.
Hasta el nombre lo tenía bonito.
—Encantada de conocerte, Álvaro.

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—Igualmente, Maca.

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Capítulo 8

Álvaro
¿Quién iba a decirme que iba a divertirme tanto?

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Lo que había empezado siendo un viaje por obligación se había
convertido en lo opuesto, y todo gracias a que Maca se sentó en el asiento
contiguo al mío, a veces la vida te sorprende con personas de lo más
inesperadas.
Tras coger sus maletas y mi mochila, porque no es que yo llevara más, le
pregunté qué prefería para cenar, teníamos una hora por delante para comer
algo antes de coger el próximo avión.
Ella optó porque entráramos en una hamburguesería típica americana, no
le tembló el pulso al pedir una hamburguesa doble de costilla, con salsa de
queso chedar, jalapeños y extra de bacon, además de una legión de patatas,
un refresco extragrande y unos nachos con un surtido de salsas para picar.
Tras el picoteo inicial, en el que no dejó de gemir y cantar las alabanzas
de lo buenas que estaban las salsas, agarró la hamburguesa con las manos,
nada de despedazarla con un cuchillo y un tenedor, y le dio un bocado que ni
un tiburón blanco.
El jugo de la carne, mezclado con el queso, cayó formando churretes por
sus labios dejándome inmóvil ante la imagen. Un sonido de auténtico placer
tronó en su boca al mismo tiempo que cerraba los ojos y masticaba.
¿Estaba teniendo un erguimiento braguetil al ver a mi compañera de viaje
cenar? Lo estaba teniendo. Y si a ello le sumaba que en cuanto abrió los ojos
los clavó en mí, con una expresión de puro goce, con su piercing asomando
para relamerse sin pudor… Blanco y en botella, erección que empella.
Mi polla se puso tan tiesa que incluso dolió.
Maca me atraía, mucho, lo suficiente como para plantearme si aceptaría
tener algo de buen sexo antes de subir al avión. Ya que sabía que no estaba
prometida, la idea de un polvo de aeropuerto me rondaba desde que nos
sentamos en la mesa.
Aunque quizá a ella no le apetecería. Puede que no fuera mujer de sexo
esporádico con un desconocido.
Mi polla protestó, y yo la empujé con disimulo. Mejor me centraba en
tener una cena agradable y aparcaba mis necesidades fisiológicas.
—¿Te gusta? —inquirí, intentando retomar el control.
—Mmm, está de vicio. —«De vicio está tu boca, morena». Así no iba
bien—. ¿Tú no cenas? —contempló mi plato intacto, ni siquiera había hecho
el amago de coger mi bocadillo.
—Sí, es que verte comer me distrae.
—¿Porque se me ha quedado un trozo de lechuga entre los dientes?

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Volvió a pasar aquella condenada lengua por las paletas y tuve un serio
problema entre las piernas.
—No, no tienes nada entre los dientes.
«Aunque ahora mismo podrías tener mi lengua», carraspeé.
—No sería la primera vez que me pasa y que mis amigas tienen que
advertirme, así que si ves que se me queda algo entre los dientes…
—Te aviso, no te preocupes. —Una sonrisa franca ascendió hasta sus
ojos.
—No llevas mucho equipaje, ¿vas a quedarte poco en la Polinesia?
—Sí, estoy de paso, solo voy a ver a mis padres.
—Qué interesante, ¿ellos viven allí?
—No, qué va, tenemos algo así como una reunión familiar.
—Te entiendo, mis padres también viajan mucho, y si tuviera que
reunirme con ellos, seguro que sería fuera de España; mi madre es periodista
y mi padre cámara, siempre andan de arriba para abajo.
—Vaya, yo soy fotógrafo y también viajo muchísimo.
—¿En serio? ¿De moda?
—No, trabajo para National Geographic. —Sus ojos se abrieron mucho,
igual que un animalillo sorprendido por los faros de un coche en plena
carretera.
—¡No jodas! —exclamó, soltando la hamburguesa.
—Sí, a ver, no es que esté en plantilla, soy freelance, y ahora voy a
tomarme unas pequeñas vacaciones hasta que me encarguen las próximas
fotos. A veces me muevo entre sesión y sesión, les digo en qué parte del
mundo estoy, y si encaja, me piden algunas imágenes.
—Tiene que ser una pasada ir de acá para allá y ver tantas cosas —suspiró
soñadora—. Este es mi primer viaje importante, no he salido de la península,
así que no soy una persona muy viajada.
—En cambio, has dicho que tus padres no paran…
—Sí, bueno, supongo que hay gente para todo. A ver, a mí no es que no
me guste viajar, es que con mi problemilla aéreo he preferido moverme por
tierra e invertir mi tiempo en ascender en mi puesto de trabajo.
—Y, aun así, has decidido, en lugar de hacerte un Madrid-Mallorca, irte a
la Polinesia…
Maca se echó a reír y se limpió los labios con una servilleta.
—Bueno, en realidad, vengo por trabajo, creo que si no fuera así, todavía
seguiría pegada a la butaca de mi despacho en Mérida. Esta es mi primera

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gran aventura lejos de casa. Ha sido un paso de gigante, sobre todo, porque sé
que voy a echar mucho de menos a mis amigas, mi familia y a José Luis.
—¿Tu novio? —pregunté, maldiciéndome por dentro.
—Mi perro.
—¿Tu perro se llama José Luis? —Una carcajada retumbó en el cielo de
mi boca.
—Hasta ayer era Garbanzo, pero no le gustaba, así que mis compañeras
de piso y yo decidimos cambiárselo antes de que se largara con alguien con la
capacidad suficiente de entender que nos habíamos equivocado con su
nombre y que no se sentía legumbre.
Volví a reír, y ella me sonrió.
Maca tenía una de esas expresiones que anhelas ver en la gente,
campechana, sin subterfugios, era extraño dar con alguien capaz de no
esconderse tras una máscara seria, distante y mostrarse al mundo tal cual era.
—Eres distinta.
—Distinta rollo… ¿Rossi de Palma? ¿Me estás diciendo que tengo una
belleza picassiana y difícil de comprender?
—No lo decía por tu físico, que, por cierto, de picassiano no tiene nada.
Lo decía por lo que capto de ti, he conocido a mucha gente a lo largo de mis
viajes y es difícil sorprenderme, tú lo haces.
—¿Para bien?
—Para muy bien.
—Eso es porque no conoces mis trapitos sucios…
—Ugh, eso suena interesante, cuenta… —La vi dudar—. Vamos, al fin y
al cabo, soy un tío al que después del siguiente avión no vas a volver a ver
más. —Al verbalizarlo, me sentí un poco mal, porque en realidad no me
apetecía dejar de verla, quería descubrir un poco más de esa mujer divertida y
fresca.
Mientras Maca se debatía entre contarme sus más oscuros secretos o
callar, le di un bocado a mi hamburguesa.
—Cuando como tortilla fría, me da hipo.
—¿Eso es posible?
—Lo es, desconozco si tiene base científica, pero me pasa.
—Curioso.
—Pues atento, porque esto sí que te va a sorprender, fui campeona de
Zamora de kárate.
—¿En serio? Mira que no te veía yo dando patadas vestida con un kimono
blanco, recuérdame que no me meta contigo.

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—Fue hace mucho, de pequeña, ahora doy una patada de esas y me
rompo, que estoy muy oxidada.
—¿Qué más? —quise saber.
—Odio que me toquen los pies, las orejas o el pelo.
—¿En serio? Coincido contigo con lo de los pies, pero ¿el resto? Con lo
acariciable que tienes el pelo y lo mordibles que parecen tus orejas… Es una
verdadera lástima. ¿Estás segura de que te las han chupado bien?
No era una conversación de lo más apropiada, mi bragueta y sus mejillas
daban buena fe de ello, pero había acallado demasiado mi vena de
sinvergüenza, cuando una chica me interesaba, no era precisamente de los que
se quedaban cruzados de brazos.
—Paso palabra.
—Entonces todavía hay una posibilidad —murmuré. Ella dio un sorbo al
refresco.
—Soy alérgica a la picadura de las avispas y me hincho como un globo.
—¿Sueles llevar un inyectable de adrenalina encima?
—No, en Mérida nunca me ha hecho falta, ¿crees que debería?
—Mientras no te topes con una colmena… ¿Tienes más alergias?
—Al mango, cuando tengo uno en la boca, se me cierra la garganta.
«Si tuvieras el mío, también se te cerraría», me estaba poniendo cardíaco
por momentos, sobre todo, porque a Maca le había dado por juguetear con el
piercing de nuevo y no podía quitarle los ojos de encima.
—¿Te dolió? —Apunté la mirada hacia él.
—Un horror, se me hinchó muchísimo la lengua, me pusieron una barra
de acero enorme y me pasé una semana a base de potitos, caldos y pajita.
—«Una pajita es a lo que voy a tener que recurrir como la sigas moviendo».
Me removí para reacomodar mi tensión inguinal—. Ahora ya le tengo cariño,
forma parte de mí.
—Me gusta.
«Y a mi polla también».
—¿Sí? —Asentí.
—Es sexy.
—Mi ex decía que es vulgar.
—Tu ex no tenía ni idea de lo que es vulgar, y mucho menos en ti.
Ella rio, y a mí me entró un poco de mala leche porque ese capullo le
dijera algo así. En algunas tribus en las que había estado las perforaciones y
los abalorios eran símbolo de status y poder.
—Puede que tengas razón.

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—La tengo, sin lugar a duda.
—¿Sabes que se me enganchó en su chaqueta recién puesto? Quedé con él
para comer, yo estaba sentada dándole la espalda en una fuente de piedra, fue
a cogerme por detrás para besarme y darme una sorpresa, y la sorpresa se la di
yo, que giré la cabeza antes de tiempo, justo cuando bostezaba, y me quedé
enganchada en su chaqueta de punto.
—¡No jodas!
—Te lo juro, tendrías que haberme visto, me dolía muchísimo, y él no
entendía por qué quería comerle la ropa en plena vía pública. —Me puse a
reír por cómo lo contaba, y ella hizo lo mismo—. Y, como nota curiosa, te
diré que me trago un mínimo de una bola al mes, soy como uno de esos
hipopótamos del juego de mesa. Laura dice que, con lo que almaceno, seguro
que cago metralla. —En cuanto lo dijo, se puso roja—. Perdón, no es un
comentario de lo más apropiado para la cena.
—No importa, no soy escrupuloso, aunque imagino que las eliminas
cuando vas al baño.
—Pues no sé, nunca me he puesto a hurgar en la… Perdón, perdón —
musitó, llevándose las manos a la boca.
—Está bien, aparquemos el tema.
—Tu turno, llegó la hora de tus trapos sucios —sugirió, frotándose las
manos.
No pude contarle mucho, el tiempo se nos echaba encima, por lo que le
ofrecí cuatro o cinco datos que sabía que la harían reír, como cuando viajé a
Papúa Nueva Guinea y los Huli Wigmen quisieron hacerme uno de sus
sombreros después de haber estado viviendo un mes con ellos, lo malo era
que utilizaban su propio pelo para elaborarlo, y yo por aquel entonces llevaba
melena y no me apetecía mucho desprenderme de ella. O cuando fotografié a
los Nenet, en Siberia, y viajé en una de sus famosas caravanas de trineos
untados con la sangre de renos recién sacrificados.
Cuando quisimos darnos cuenta, ya teníamos que ir hacia la zona de
embarque.
Maca me dijo que fuera tirando, que ella quería comprar unas cosas en la
tienda de recuerdos e ir al baño.
Me planteé decirle que la acompañaba, pero no era plan, pensaría lo que
no era, así que me limité a comentarle que le guardaba el sitio, pues pedimos
butacas contiguas.
En ocho horas, nuestros caminos se separarían y no me apetecía. Quizá le
pidiera el teléfono, si iba a trabajar en Papeete, igual le apetecería quedar

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algún día.

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Capítulo 9

Maca

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Esperé a ver desaparecer a Álvaro para, tras comprar unos imanes y darme
cuenta de que no había botellines como en España, ir corriendo al baño,
asearme con mi kit de parada en boxes, que incluía mini pasta de dientes,
cepillo y desodorante. No podía con los malos olores y la poca higiene dental,
así que los llevaba junto a unas toallitas Chilly, que Lau decía que siempre
iban bien.
Desactivé el modo avión. Andaba tan despistada con mi fotógrafo que no
miré el móvil para nada.
Respondí al mensaje de mis padres y al de mis abuelos con un audio,
obvié el de Victoriano porque estaba muy enfadada y pasaba de ponerme de
peor humor. Y fui directa al WhatsApp de Las Divinas, que, por la hora, ya
deberían estar en casa.
Mandé otro podcast mientras vaciaba la vejiga, actualizando datos y
pasándome una toallita para rematar. Mi subconsciente decía que cuando
entra un Álvaro en tu vida, tienes que estar lista en cualquier momento por lo
que pueda pasar.
Intenté comprimir al máximo mi explicación.
Que tenía un compañero de viaje que estaba de toma pan y moja, que era
supermajo, atento y que, como caí en coma, él me cuidó haciéndose pasar por
mi prometido para no enfrentarme a un facturón de hospital en Estados
Unidos. Sumé mi despertar en la silla de ruedas, los bolsazos que le arreé y el
incidente con el poli. Terminé con la cena y puede que, antes de tirar de la
cadena, suspirara y llegara a decir que era el tío más follable con el que había
estado nunca y que no me importaría nada tirármelo.

Maca:

Chin:

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Maca:

Salí a lavarme las manos.

Chin:

Rati:

Conociendo a Noe, sabía que diría algo así.

Página 69
Maca:

Rati:

Chati:

No era mala idea, de hecho, a mí se me había pasado por la cabeza, pero me


daba corte proponerle algo así a Álvaro. ¿Y si se cabreaba o se reía de mí en
mi puñetera cara?

Página 70
Maca:

Chin:

Laura siempre tenía la palabra chocho, en todas sus versiones, en la boca.

Rati:

Maca:

Pregunté con suspicacia.


Me mandaron un vídeo corto descojonándose de la risa, para corroborar
mi sugerencia, estaban tal cual yo creía, con José Luis de los Garbanzos en
medio y alegando que así era más rápido. Los miré a los tres y sentí que ya
los echaba mucho de menos. ¡Qué difícil iba a ser estar sin ellos!
Llamaron a los pasajeros de mi vuelo para el embarque, tenía que darme
prisa, que todavía debía pasar por el restaurante que quedaba justo en frente
de los baños para pedirme un lingotazo.

Página 71
Maca:

Rati:

Chati:

Maca:

Me metí la pastilla bajo la lengua, di un sprint hasta el mexicano y pedí un


chupito de tequila. Con eso tendría que bastar. No me fiaba de poder superar
mi fobia por bueno que estuviera Álvaro, tenía que asegurarme el tiro.

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Con el sabor de la sal y el limón, y la quemazón del alcohol en el fondo de
mi garganta, llegué con cara de apuro a la zona de embarque justo cuando
iban a cerrarla.
La azafata me miró un poco mal, pero aceptó mi billete.
Cuando llegué al asiento, Álvaro ya estaba en el suyo mirando su reloj.
—¡Qué susto, pensaba que no llegabas! Casi llamo al aeropuerto con
número oculto para decir que había una bomba en el avión y no dejar que
despegáramos sin ti.
—¿Habrías hecho eso por mí? —pregunté, estupefacta, con un calorcillo
en el vientre que poco tenía que ver con el tequila.
—Por supuesto, uno no abandona a su compi de viaje.
Me dejé caer en el asiento, que era igual de cómodo que el del vuelo
anterior, y lo miré con suspicacia.
—¿Tú siempre eres tan majo?
—Solo con quien merece la pena. La mayor parte del tiempo soy un borde
sin corazón que le roba el asiento a las ancianitas en el autobús y los regalos
de Navidad a los niños.
—¿Has descrito al Grinch?
—Puede.
Me abroché el cinturón sin perder de vista su atractivo rostro. Me planteé
si debía hacer caso a mis amigas y pedirle que alargáramos la farsa. Como
decía Noe, el no ya lo tenía, ¿y si resultaba que aceptaba?
—Oye… Sé que esto te va a sonar raro, pero es que me has caído
demasiado bien.
—Aclárame lo de demasiado bien…
—De puta madre.
—Es mutuo, de hecho, me estás haciendo pasar un viaje de lo más
agradable.
—¿Con todo lo que he hecho?
—Soy un tío de gustos peculiares.
—¿Y qué te parecería si…, em…, bueno, nos siguiéramos viendo? —
Seguro que me estaba poniendo roja. El pulso se me había acelerado y tenía la
boca seca.
—¿Viendo en plan…?
—En la Polinesia, bueno, si te apetece y no tienes otros planes… —Me
mordí el labio inquieta.
—No sé si me creerás, pero iba a proponerte lo mismo. —Álvaro se giró
un poco hacia mí y sonrió. Esa sonrisa iba a derretirme—. En realidad, lo de

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mis padres va a ser algo rápido, y como te he dicho, voy a tomarme unas
vacaciones y me encantaría que siguiéramos…
—¿Quieres pasarlas conmigo? —Álvaro se quedó perplejo—. Tus
vacaciones, me refiero —comenté contagiada de esperanza. Él seguía en
shock. Quizá había sido demasiado efusiva—. Deja que me explique —
resoplé—. El curro por el que viajo a Moorea incluía que fuera con mi
prometido, mis jefes son supertradicionales y piensan que llegaré con el
hombre con el que voy a casarme, persona que, como ves, no existe.
—¿Y por qué piensan eso?
—Puede que este anillo tuviera algo de culpa, y que yo no desmintiera su
suposición, porque solo ascienden a las personas que están casadas o lo van a
estar próximamente. Tiene que ver con su concepto de compromiso algo
rancio para los tiempos que corren, yo no opino lo mismo. En fin, que hasta
ayer yo salía con un tío que se supone era mi novio, había aceptado mudarse
conmigo al paraíso porque pensaba que no me iban a dar el trabajo y, en fin,
que me lo dieron y se rajó.
—¿Hasta ayer tenías novio?
—Sí, bueno, a ver, íbamos a dejarlo de todas formas, porque lo nuestro no
iba bien…
—Pero acabas de decir que iba a viajar contigo a la Polinesia.
—Eso también es cierto, a ver cómo lo digo sin parecer una mala
pécora… Necesitaba que me acompañara, este es el trabajo de mi vida, y o
aparecía con Victoriano, o no iban a darme el puesto y me devolverían a mi
apartamento compartido en Mérida. Necesito con urgencia a alguien que se
haga pasar por él, y había pensado que si tú no tienes planes, podrías hacerme
el favor y…
—¿Hacerme pasar por tu prometido?
—Total, ya lo has hecho sin que te lo pidiera, quizá es cosa del destino. A
ver, solo será hasta que mis jefes se marchen, estarás en un resort de lujo todo
incluido, a cuerpo de rey y, por supuesto, voy a pagarte.
—¿Vas a pagarme? ¿Como si fuera un…? —Sabía que palabra iba a
utilizar.
—No me malinterpretes, no voy a pagarte por sexo. Te contrataría en tu
papel de freelance, solo que en lugar de fotos, fingirías que tenemos una
relación. Te prometo que no seré una molestia, yo estaré superliada, apenas
nos veremos, podrás hacer lo que te dé la gana sin tener que darme
explicación alguna. Me han contratado para que sea la nueva directora del
resort más lujoso de la isla, y antes de que abran las puertas al público, tengo

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que probar los servicios que ofertamos, ver si hay que hacer cambios de
personal, ocuparme de algunas contrataciones, corroborar que el protocolo de
la compañía está bien establecido, en fin, que todo sea óptimo para los
huéspedes.
—Eso suena a mucho curro.
—¡Exacto! Por eso, es fácil y sencillo, tendrás todo el tiempo que quieras
y un sueldo.
—Lo pintas de una manera…
—¡Como es! Te prometo que seré la mejor prometida del universo.
Álvaro, estoy desesperada, si no, no te lo pediría, eres mi única posibilidad de
que esto salga bien.
—Moorea, ¿eh? —preguntó, acariciándose la barbilla.
—Sí, el complejo se llama SunTravel Moorea Lagoon Resort; si quieres,
puedo enseñarte las fotos y los vídeos que me pasaron mis jefes, verás qué
pasada. —Eché mano al móvil. Cuando alcé la cabeza, estaba serio y enjuto
—. ¿Pasa algo?
—Em, no, no, qué va, es solo que te agradezco tu proposición, pero no
puedo aceptar, lo siento.
—¡¿Por qué no?! —Me salió un gallo, hasta hacía unos segundos estaba
segura de que iba a aceptar—. Quiero decir… No tienes nada que hacer y yo
quiero contratarte… Te juro que te dejaré a tu aire y te pagaré bien.
—No es por dinero.
—Entonces, ¿qué es?
Lo estaba presionando mucho, tenía mala cara y no la expresión risueña
de siempre.
—Perdona, tengo que ir al baño, discúlpame.
Se desabrochó el cinturón y se puso en pie. Su cuerpo estaba tenso, no
quedaba un ápice de buen rollo en él. Lo había ofendido, tenía que tratarse de
eso. No quería hacerlo, pero ¿de qué me sorprendía? ¡Hacía diez horas ni
siquiera nos conocíamos! ¡Mierda!
Lo vi cruzarse con una azafata cuya planta era la de una modelo sueca, se
lo comió con los ojos y no se apartó. Vi cómo Álvaro le decía algo y ella
sonrió nerviosa. Él siguió andando, pasó muy cerca de ella, sus cuerpos se
rozaron. La rubia miró el reloj con disimulo, desvió la vista hacia atrás, dio
media vuelta, le comentó algo a una compañera y enfiló en la misma
dirección por la que había desaparecido Álvaro.
¡De puta madre! No solo me había quedado sin falso prometido, sino
también sin polvo aéreo, porque estaba convencida de que eso es lo que iba a

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hacer.
Llamé a la otra auxiliar. Pedí dos chupitos de tequila y un yogur líquido,
tenía que proteger mi flora intestinal. Estaba tan avergonzada que cuanto
antes cayera en coma, mejor. La chica fue superrápida, y yo más rápida
todavía en engullir las tres cosas.
¿Cuándo íbamos a despegar?
Álvaro hacía diez minutos que se marchó, seguro que a empujar.
La cabeza empezaba a darme vueltas y también el malhumor.
Álvaro apareció quince minutos después, con el pelo mojado,
arremetiéndose la camisa por dentro del pantalón y cara de niño que acababa
de meter mano al bote de las galletas.
—¿Ya te has aliviado? —pregunté con una sonrisa sardónica en los
labios.
—Sí, necesitaba un rato para mí…
—Se te nota. Espero que lo hayas pasado bien ahí dentro —cabeceé.
—¿Has bebido? —Él arrugó la nariz. ¡Como si le debiera algún tipo de
explicación de lo que me metía en el estómago! Él tampoco me había dicho lo
que acababa de encajarle a la rubia entre las piernas.
—¿Te importa? Ya sé que no. También me he tomado la pastilla del
coma, en nada voy a dejar de molestarte, así puedes darle a la lengua con la
azafata.
—Oye, Maca, no quiero que te tomes a mal que me haya negado a lo de
fingir ser tu prometido, es que…
—No importa, era una gilipollez, en el fondo, tampoco es que esperara
que aceptaras, solo lo he dicho para ponerte a prueba.
—¿Ponerme a prueba?
—Sí, para ver el tipo de persona que eres, y ya me queda claro.
—No lo entiendes.
—Sí, sí lo entiendo, que no eres mi amigo, que hacía unas horas ni nos
conocíamos. Tú por tu lado y yo por el mío. Voy a cerrar los ojos, a ver si me
duermo, disfruta del viaje —respondí irritada.
Él bufó mientras yo giré la cabeza hacia la ventanilla, de la desinhibición
estaba pasando al mareo. ¡Maldito tequila!
Necesitaba dormirme como fuera.
—Estás enfadada.
—No.
—Sí lo estás, no quiero que te mosquees conmigo. Te garantizo que te
darán el puesto, que a tus jefes no les importará si acudes a tu puesto de

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trabajo sola o acompañada.
—Tú no los conoces, son del Opus.
—¿Del Opus? —Parecía descolocado. Vi su reflejo por la ventanilla.
—Muy religiosos, muchísimo… Estoy segura de que rezan cada noche y
hay un Cristo clavado en el cabecero de su cama —mi voz era cada vez más
pastosa. Su risa sonó muy lejana y vi borroso cómo negaba pinzándose el
puente de la nariz—. Son muy capillitas —bostecé.
Por el altavoz, anunciaron que nos preparáramos para el despegue.
Cinturones de seguridad abrochados y blablablá. Cada vez me notaba menos
nerviosa y como si flotara.
—¿Quieres que te coja la mano?
—Pref-pref…-preferiría que me hubieras hecho un dedo… —comenté,
notando como los plomos se me bajaban.
—¿Cómo?
—Un dedo —murmuré en mi sopor—. Mmm, Álvaro, te necesito, por
favor, sé mi prometido.
Coma 2…

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Capítulo 10

Maca

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«Ghosting», Álvaro desapareció como un puto fantasma, y esa vez no
hubo silla de ruedas, sino Barbie Azafata sacudiéndome como a una maraca
para que despertara.
Parpadeé varias veces y noté un sabor amargo que me hizo chasquear la
lengua.
—¿Q-qué pasa? —farfullé.
—Disculpe, señorita Romero, hemos llegado a Papeete, todos los
pasajeros ya han desembarcado, solo falta usted, tiene un sueño muy
profundo, me ha costado un buen rato despertarla.
Miré al asiento de al lado con esfuerzo, se suponía que allí estaría Álvaro,
pero solo quedaba vacío.
—¿Y mi compañero? —Ella parpadeó como si estuviera hablando en
suajili—. Ya sabe, el tío moreno y guapo al que le hizo ojitos en el despegue,
y con el que desapareció por ahí. —Hice un aspaviento con la mano.
Ella me miró un pelín incómoda.
«¿Qué pensabas? ¿Que no te había visto? ¡Con menuda has ido a dar!
Agatha Christie, a mi lado, una puta aficionada».
—Salió de los primeros.
«¡Los cobardes y los niños primeros! ¡Claro que sí, guapi!». ¿Qué
esperaba? ¡Si es que no tenía suerte con los hombres!
Me pasé las manos por el pelo, intentando recomponerme.
—Tiene algo blanco en la comisura de la boca, lo digo por si quiere
limpiarse —apuntó ella, mirándome con sospecha.
Pasé los dedos y noté algo reseco. Rasqué y una especie de polvillo
blanco se incrustó bajo mis uñas.
Llevé el dedo a mi nariz, con disimulo, y lo olí.
Vale, solo era yogur líquido. Seguramente lo habría regurgitado mientras
dormía, no es que le hubiera hecho una felación a Álvaro, aunque eso ella no
lo sabía.
Me chupé el dedo y la miré con desdén.
Ella me observó como si estuviera frente a una tarada a punto de ser
internada en un centro de salud mental. Hannibal Lecter y yo primos
hermanos, tuve ganas de decirle; no obstante, me callé, no hacía falta.
Cogí mi bolso con toda la dignidad que pude y me despedí del resto de la
tripulación que aguardaba mi salida. El sol me dio la bienvenida con fuerza,
así que eché mano a las gafas de sol.
Era la una del mediodía en Tahití y yo había hibernado como una maldita
osa polar.

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Estaba sudando, había mucha más humedad que en Badajoz, el pelo se me
pegaba a la nuca mientras descendía por la escalerilla.
El aeropuerto internacional de Fa'a'ā era el más pequeño de los que había
estado. No tuve que subirme a ningún medio de transporte para llegar a la
terminal, me bastó cruzar el asfalto para alcanzar el lugar por donde salían las
maletas.
Contuve la respiración. Si había albergado un resquicio de esperanza de
encontrarme a Álvaro, me equivocaba, sobre todo, porque no facturó su
mochila como hice yo con las maletas, la metió en el compartimento que
quedaba encima de nuestras cabezas, así que él no tenía nada que recoger.
Antes de iniciar el viaje, me informé de que había dos formas de llegar a
Moorea; una en una especie de autobús con alas, que ellos llamaban avión, o
en ferry.
Si bien era cierto que con el primero tardabas diez minutos y con el
segundo de media hora a cuarenta y cinco, no me apetecía nada surcar de
nuevo los aires, sobre todo, porque no me quedaban más pastillas ni tenía una
mano firme a la que agarrarme.
Esperé a mis maletas, conseguí bajarlas de la cinta sin acabar estampada
en ella —todo un logro dado mi estado de atolondramiento— y crucé la
puerta de llegadas sin hacer colas, porque como la Polinesia francesa es
europea, entras con el pasaporte europeo y te libras de una cola de la virgen.
Me recibieron con guirnaldas de flores y música tradicional. Una chica de
piel oscura, melena larga y ojos enormes, me ofreció una sonrisa, su
hospitalidad y un collar.
Todo olía a tiaré, un perfume suave, agradable y exótico.
Le di las gracias y, sin perder tiempo, fui a la parada de taxis.
Una vez acomodada en el asiento trasero del vehículo, habiendo dado la
indicación al conductor de que me llevara al ferry, volví a desbloquear el
teléfono.
Las chicas estarían durmiendo, de eso no me cabía duda, aun así, cuando
desactivé el modo avión, no esperaba un mensaje en forma de fotomontaje
que no tenía duda alguna de que lo había hecho Noe. En la imagen, aparecían
mis dos amigas con José Luis en el centro y Moorea de fondo. Iban en
biquini, se habían puesto unas guirnaldas de flores de las que venden en el
chino para Carnaval, y al perro le pusieron las mismas flores de collar y gafas
de sol.
Bajo la imagen se leía:

«¡Bienvenida a Tapete!

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¡Sabíamos que lo conseguirías!».

Llorí, es decir, lloré y reí al mismo tiempo. A Laura le encantaba inventarse


palabras raras, que si Papeete era Tapete, Moorea, Morrea y los polinesios
eran polinésicos. Todo para echarnos unas risas. Sabes cuando alguien te
quiere porque no te abandona en tus peores momentos, porque te empuja
cuando flaqueas y se alegra de tus logros. Eso hacían mis amigas siempre por
mí y no sabía cómo podría superar el no tenerlas cerca.
Tecleé rápido un «os quiero, sois maravillos@s, dadle un premio a José
Luis», y pasé de contarles que mi plan B con Álvaro había fracasado, ya lo
haría cuando supiera si estaba despedida y tenía que volverme a Mérida con el
rabo entre las piernas.
Nadie encuentra el santo grial de los tíos en un avión. Tampoco es que
pudiera culparlo demasiado, que me había comportado como una loca y el tío
se había jiñado. Debió pensar que cuanto más lejos, mejor, prefiero echarle
fotos a una tribu caníbal, que a la tarada del avión.
El frondoso paisaje que contemplaba a través de la ventana,
entremezclado con el azul del cielo y las montañas escarpadas, me aceleró el
pulso. Era tan distinto a todo lo que había visto que noté cómo el corazón se
me encogía en el pecho.
Me sentía como si Rapunzel estuviera de vacaciones con Vaiana, las
cimas angostas cubiertas de verde y el azul del mar fusionado con el del cielo
te hacían querer absorberlo todo para guardarlo en un lugar de tu mente.
Llegué quince minutos antes de que saliera el barco, compré el billete y
aproveché para llamar al hotel y avisar de mi llegada, tal y como me pidieron
mis jefes. Me contestó la responsable de Recepción, le indiqué la hora
estimada en la que estaría en Moorea y me comentó que Ebert, el jefe de
Mantenimiento, vendría a por mí en uno de los coches de la empresa.
«Intenta disfrutarlo, Maca», me dije. Total, el no ya lo tenía, y si al final
me mandaban de una patada en el culo a Mérida, sería que los dioses no me
querían en la isla.
Había leído que Moorea tenía una curiosa forma de croissant, que estaba
rodeada por un increíble arrecife de coral, que creaba un espectacular lago de
aguas cristalinas a su alrededor, emulando una especie de halo celestial en
color turquesa que le daba aspecto de haber sido bendecida por los dioses.
Había tantos mitos y leyendas que estaba convencida de que Laura la gozaría
mucho. ¿Y Noe? Le flipaban las plantas, aunque en el piso no teníamos
mucho espacio, ella tenía un minihuerto urbano, en la azotea del edificio,
donde cultivaba algunas de sus verduras.

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Ver la isla desde la barandilla del ferry estaba siendo sobrecogedor.
La brisa me alborotaba el pelo y una enorme sonrisa surcaba mi cara
besada por el sol. Describir la emoción que me embargaba era tan difícil que
lo único que pude hacer fue un vídeo corto, con las gafas de sol incrustadas en
la parte alta de mi cabeza, para que se me viera la expresión de agotada pero
feliz. Las lágrimas surcaban mis mejillas mientras proclamaba un: «Chicas,
esto es el puto paraíso, ojalá pudierais estar aquí».
Cuando atracamos y descendí a tierra firme, solo pude dejarme llevar,
respirar, y admirar aquella orografía llena de hojas esmeralda y recrearme en
su aroma. Moorea olía a flores, piña, vainilla, mango, naranja y agua de mar.
Un conjunto tan envolvente que parecía perfumarte con el viento.
—¿Señorita Romero?
La pregunta me llegó de frente. La voz gutural pertenecía a un puñetero
dios nórdico vestido con un peto de personal de mantenimiento y camiseta
blanca de tirantes.
Debería rondar los treinta y pocos, pelo rubio oscuro, ojos castaños, barba
cuidada de tres días y unos brazos llenos de músculos dorados que haría
temblar al mismísimo Thor. En el antebrazo derecho llevaba tres bandas
circulares tatuadas, como tres pulseras de distinta intensidad, tamaño y grosor.
—S-sí —siseé.
—Encantado, soy Ebert Weber, el jefe de Mantenimiento del Moorea
Lagoon. Encantado de conocerla, ¿sobrecogedor, verdad? —comentó,
echando un vistazo al paisaje mientras estrechaba mi mano.
—Sí.
—A mí me pasó igual que a usted la primera vez que la vi, es
inexplicable, es como si la isla te abrazara y te acogiera. —Yo no lo habría
explicado mejor—. ¿Esas son sus maletas?
—Em, sí. —Las cogió sin esfuerzo alguno.
—¿Viene sola? Me dijeron que tenía que recoger a dos personas. —Echó
un vistazo por encima de mi hombro.
—Es una larga historia.
—Vale, entonces, ¿solo tengo que llevarla usted?
—Exacto, solo a mí y, por favor, llámame Maca y no de usted, dado la
proximidad de nuestras edades, queda un poco raro.
—Genial, Maca. Bienvenida entonces a Moorea, voy a llevarla a su nueva
casa.

Página 82
Capítulo 11

Maca

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En el trayecto, Ebert me contó que llevaba un año en Moorea, que
trabajaba desde hacía tiempo para los Alemany en Mallorca. Comenzó de
aprendiz, en uno de sus hoteles de la isla, cuando tuvo una lesión que lo
apartó de las carreras de motos y fue ascendiendo como yo, poco a poco,
hasta consagrarse como jefe de Mantenimiento. Era hijo de padres alemanes
afincados en Mallorca, estudió en el mismo colegio que los hijos de mis jefes,
y así se conocieron.
Cuando llegamos al SunTravel Moorea Lagoon Resort, tuve que volver a
contener la respiración.
Estaba ubicado en las orillas de agua cristalina de la región de Papetoai,
entre la bahía d’Opunohu y la de Cook, en la parte central de nuestra isla
hecha cruasán.
Se integraba perfectamente con el paisaje, dado que la estructura del
complejo estaba hecha en madera, con techos de paja construidos a base de
hojas de pandano y pilares de tronco de cocotero, respetando la arquitectura
tradicional y ecológica. Algo en lo que habían hecho mucho hincapié mis
jefes.
Estaba compuesto por varios bungalós en tierra y numerosas villas
construidas sobre pilones, conectadas entre sí a través de pasarelas de madera,
que se adentraban sobre el agua, igual que en esas imágenes que uno ve de
lugares como las Maldivas.
El manto de espesa vegetación y montañas escarpadas que rodeaba las
instalaciones aumentaba la sensación de confort y privacidad que
agradecerían los huéspedes.
Todo estaba cuidado con muchísimo mimo y esmero.
—Esto es increíble —suspiré.
—Lo es —aseveró Ebert, ajustándose sus gafas de aviador sobre el puente
de la nariz—. Vamos a aparcar y coger uno de los vehículos eléctricos del
resort, son como carritos de golf en los que nos desplazamos los trabajadores
que tenemos que cruzar el complejo de punta a punta, con rapidez y sin
contaminar. Los jefes me han dicho que te dé una vuelta antes de acudir al
restaurante, te esperan en la joya de la corona, está dispuesto sobre el agua y
puedes ver a los peces y a los tiburones.
—¿Tiburones? —pregunté atacada.
—Tranquila, son mansos como perros. ¿Tienes hambre?
—Creo que entre los escualos y estas vistas se me ha cerrado el estómago.
—Él me sonrió.

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—Nunca llegas a acostumbrarte a un lugar así, parece que en cada
amanecer la isla tenga el poder de enamorarte cada día un poco más. Ya
verás, vivir aquí es increíble.
No tenía duda. Ebert me caía bien, en la conversación que tuvimos
durante el trayecto me di cuenta de que era un tipo eficiente y apasionado por
su trabajo, además de increíblemente guapo.
Nos subimos al carrito blanco y dejó las maletas en el coche. Me comentó
que no me preocupara por ellas, que después las llevaría a mi alojamiento.
Deambulamos por las instalaciones exteriores, y yo seguí maravillándome
con el entorno.
El hotel contaba con cuatro establecimientos gastronómicos del mejor
nivel, en los cuales se podían degustar desde platos típicos locales hasta
comidas internacionales. Tenía un magnífico servicio de spa, en el cual
relajarse y recibir tratamientos de belleza con productos locales.
Contaba con piscina, wifi y aparcamiento gratuito. La zona de
alojamientos para trabajadores estaba separada de la de los huéspedes, me
comentó que lo habitual era que compartieran habitación, dos personas por
cada una, salvo los responsables, que tenían la suerte de que fueran
individuales.
Pasamos frente a la preciosa piscina con camas balinesas y me indicó
dónde estaban el gimnasio, la guardería y el local del equipo de animación.
Había tanto para grandes como para pequeños. Los espectáculos se
desarrollaban siempre en el exterior, porque no había mejor telón de fondo
que la isla, el mar y las estrellas.
En la recepción, contábamos con servicio de alquiler de bicis, coches y un
mostrador en el que poder contratar las excursiones.
—¿Cuántas personas tienes en tu equipo?
—Menos de las que debería, este sitio es muy grande y, para tenerlo en
condiciones óptimas, necesitaríamos contratar, como mínimo, a un operario
más y estaría bien contar con alguien especializado en jardinería y paisajismo
tropical. —Saqué el móvil y lo anoté en el bloc—. Sí que empiezas pronto a
trabajar —comentó, oteando lo que apuntaba.
—Disculpa, es que prefiero apuntarlo antes de que se me olvide.
—Tranquila, yo me ocupo de recordártelo, soy un pelín perfeccionista y
me gusta que todo roce la excelencia, ya te darás cuenta.
Me ofreció una sonrisa llena de dientes blancos que estaba segura de que
derretiría a más de una. Si mis amigas lo vieran, alucinarían, sobre todo, Noe,
Ebert era totalmente de su estilo.

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—Entonces ya somos dos, excelencia es una de mis palabras favoritas en
cuanto a trabajo se refiere.
No mentía, me consideraba una persona exigente aunque empática. Me
gustaba que los trabajadores que tuviera a mi cargo se sintieran cómodos en
sus puestos, pero que a cambio dieran el cien por cien, no llevaba bien a los
vagos ni a los aprovechados.
Terminamos el recorrido, y Ebert condujo en dirección al restaurante que
había mencionado. En una mesa ubicada en la pasarela de madera, sobre el
mar, Joan Alemany, su esposa, Agnetha, y Linda, el bichón maltés de la
pareja, aguardaban mi llegada.
El jefe de mantenimiento detuvo el cochecito y me ayudó a descender. Me
hubiera gustado poder cambiarme antes. La chaqueta de mi traje parecía algo
arrugada y no estaba segura de poder ofrecerles mi mejor cara. Aun así,
intenté impostar una sonrisa y tragarme los nervios.
El señor Alemany se puso en pie, mientras que su mujer se quedó sentada
acariciándole el pelo a Linda al tiempo que me escaneaba de cabeza a pies
con un cóctel en su mano libre.
«Mierda, ¡debería haberme cambiado y pasado por el baño antes de
esto!».
Era una mujer de lo más elegante, que desprendía clase por cada poro de
su piel. Llevaba puesta una de esas pamelas de paja, gafas de sol grandes y un
fresco kafkan color coral. Me recordaba a Jane Fonda, en esa peli que
protagoniza junto a JLo y ella intenta arruinarle el compromiso a su hijo.
Tenía varios anillos de oro en los dedos y la pedicura recién hecha.
—Maca —me saludó mi jefe con efusividad—. Espero que el viaje haya
sido de lo más agradable para nuestra directora estrella.
—Ha ido muy bien, señor, gracias por la comodidad de que volara en
primera, no lo esperaba.
—Lo mejor para la mejor —comentó, tomándome de los brazos para
darme un par de besos.
Era atractivo, seguro que de joven fue todo un dandy. Tenía la piel
bronceada, el pelo blanco perfectamente peinado y una sonrisa espléndida en
los labios.
—¿Conoces a Agnetha, mi mujer?
—Em, sí, coincidimos en la última fiesta de Navidad —comenté,
acercándome hasta ella—. ¿Cómo está, señora Alemany?
—Bien, gracias, perdona que no me levante, es que Linda es una
acaparadora.

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La perrita me observó alzando el hocico, llevaba un collar de brillantes y
un moñito que alzaba su flequillo.
—No se preocupe, yo también tengo uno y sé lo que es.
Mientras yo hablaba con mi jefa, a Ebert le sonó el walkie para acudir a
recepción, se disculpó y se montó con rapidez en el vehículo en el que me
había traído.
—Ah, ¿sí? ¿Un bichón? —se interesó la mujer, devolviéndome a la
conversación.
«Sí, bastante bichón sí que es, sobre todo, con los cuescos y las sandalias
de dedo, le encantan».
—Me refería a que tengo un perro, no a la raza —comenté, acercando mi
mano al hocico de Linda para que me oliera.
—Ah, ¿y de qué raza es?
—Es una mezcla de chino crestado y grifón de Bruselas.
—Nunca he visto esa mezcla, ¿es bonito?
—Cariñoso…
«Por favor, que no me pida que le enseñe una foto».
—¿Y dónde lo has dejado?
—En Mérida, con mis compañeras de piso.
—Oh, entonces le echarás mucho de menos.
—Sí, José Luis es bastante especial.
—¿Tu perro se llama José Luis? —preguntó divertido mi jefe, sumándose
a la conversación.
—Sí, le pusimos Garbanzo, pero no respondía, al final nos dimos cuenta
de que si queríamos que nos hiciera caso, tendríamos que respetar su decisión,
mi amiga Noelia lo rescató de la perrera el día que lo iban a sacrificar.
—¡Qué horror! ¡Pobrecito! —suspiró la mujer.
—Siéntate, Maca, por favor, y tómate uno de los cócteles de bienvenida.
—Joan apartó la silla como un auténtico caballero, y yo me acomodé dándole
las gracias por su atención.
—¿Lleva mango? —inquirí cauta antes de aceptar la copa—. Es que soy
alérgica.
—No, este en concreto lleva piña natural, leche de coco infusionada con
vainilla, grosella y unas gotitas de ron para darle una chispa de alegría.
Era bonito, los colores me recordaban a los de un amanecer…
Me llevé la pajita a la boca y sorbí.
—Está muy bueno.

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—Tenemos un gran maestro de la coctelería, ha ganado varios premios —
me confesó Joan—. ¿Tienes hambre? No sé cómo llevarás el tema del jet lag.
He pedido que nos preparen un surtido de nuestros platos estrella para que los
pruebes. No te preocupes, le preguntaremos a Piérre, el maître, si alguno lleva
mango, que no queremos que tengas una mala reacción.
—Se lo agradezco.
Mi jefe hizo un gesto alzando la mano, y un hombre que rondaría los
cincuenta apareció para comentarnos los ingredientes de cada plato. Con la
mesa servida y nuestros platos llenos, Agnetha volvió a dirigirse a mí.
—Querida, ¿has venido sola? Joan me dijo que estabas prometida y que tu
novio te acompañaría —comentó, haciendo descender a Linda para colocarse
una servilleta sobre sus piernas.
«Allá vamos, échale un par, Mari Carmen».
—Em, sí, verá —carraspeé, notando el sudor concentrarse en la parte baja
de mi espalda. La camisa se me pegó a los riñones y el pulso dio un buen
acelerón. Llegaba la parte en la que me decían: «encantados de que hayas
venido, ya puedes abandonar la isla»—. De hecho, tenía que comentarles un
pequeño detalle sin importancia —reí, dejando aflorar mi risita nerviosa—,
uno que no va a afectar para nada en mi puesto de trabajo o mi rendimiento,
porque estoy encantada con la oportunidad que me han brindado, pero,
respecto a lo de mi prometido, tengo que decirles que…
—¡Mirad quién ha llegado!
La voz de Ebert cortó mi improvisado discurso. Ni siquiera había
escuchado que hubiera vuelto, aunque no era de extrañar porque los vehículos
eléctricos no sonaban.
Agnetha emitió un chillido, se puso en pie y la servilleta cayó al suelo sin
miramientos. Yo me puse la mano en los ojos porque el sol me deslumbraba y
me daba de cara. No veía bien quién era el recién llegado hasta que lo vi, y la
mandíbula se me desencajó porque acababa de aparecer el tío que me había
hecho ghosting en el aeropuerto.
Álvaro, ataviado con un polo azul marino de marca, pantalones blancos y
unos náuticos, hizo acto de presencia.
«Pero ¡qué narices!».
—Perdona, cariño —comentó en voz alta, dirigiéndose a mí—, mi
equipaje no ha aparecido, tuve que ir corriendo a Papeete a comprar algo de
ropa y no pude avisarte porque se me terminó la batería. Lamento que
vinieras sola hasta aquí, no quería que nuestra entrada fuera por separado,
pero, a veces, las cosas salen un poco distintas de como las imaginamos.

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—«Pero ¿qué narices…?»—. Te juro que te compensaré mi retraso e intentaré
que no vuelva a pasar. —Los señores Alemany nos miraban a uno y a otro
perplejos—. Mamá, papá, ella es Maca, mi prometida, aunque creo que ya la
conocéis.

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Capítulo 12

Álvaro

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El corazón me iba a mil en cuanto vi la silueta de Maca perfilada bajo el
cielo azul, el agua turquesa y acomodada en la misma mesa que mis padres, la
garganta se me cerró.
Tenía la cabeza a punto de estallar y un dolor agudo que me impedía
pensar. No logré pegar ojo en todo el vuelo.
Confieso que cuando me dijo que quería que fuera su prometido, me hizo
muchísima gracia, al fin y al cabo, parecía cosa del destino, yo estaba de
vacaciones y me apetecía conocerla más. Iba a aceptar hasta que me dio el
apellido de sus jefes, es decir, mis padres, y me comentó que iba con la
intención de ser la nueva directora del complejo.
Parecía todo una broma de muy mal gusto. Fue lo mismo que recibir una
patada en los huevos.
«Pero ¡¿qué narices?!». Maca creía que mis padres la habían contratado
para dirigir Moorea Lagoon, cuando era a mí a quién querían de director. Esa
era la proposición que había ido a rechazar.
Compraron el complejo, que antes pertenecía a la cadena Hilton, después
de una ardua negociación. Se hicieron con él porque en una de mis visitas a
casa volvió a salir el tema de que me echaban de menos y que si no iba a
sentar la cabeza, formar una familia, que ya pasaba de los treinta, etc. Para no
escucharlos más y quitármelos de encima, les comenté que solo había una
posibilidad para eso, un sitio en el mundo dónde lo haría, y ese era Moorea.
La vez que estuve fotografiando la Polinesia, me enamoré de la isla y les
dije que me había hospedado en el mejor hotel del mundo.
Era imposible que les vendieran aquella joya, la suma sería exorbitante,
además, la cadena hotelera de mis padres era nacional.
Subestimé el poder adquisitivo y de negociación de mi padre, que no paró
hasta firmar, y una vez lo tuvo a su gusto, me lo ofreció en bandeja, listo para
pilotar, incluso había llevado a Ebert, mi mejor amigo, para que mi sí no se
hiciera esperar —chantaje emocional—. Además, cuando le puse la excusa de
que no había dirigido nunca un establecimiento hotelero, me dijo que no me
preocupara, que pondría bajo mi mando al mejor, en este caso, la mejor.
No sabía cómo enfrentarme a la conversación con Maca en el avión. Me
comporté como un capullo negándome en rotundo. Tenía que despejarme y
pensar, con ella al lado no podía, era demasiado besable.
Me levanté para ir al baño y sopesar cuál era la mejor manera de contarle
a Maca lo que ocurría. No sabía cómo hacerlo sin que se sintiera engañada o
utilizada.

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¿Y si pensaba que había sabido todo el tiempo quién era ella? Podría
sentirse ofendida, tenía que meditar muy bien mis palabras, no quería
ofenderla todavía más.
En el pasillo, me di de bruces con Haily, una azafata sueca con la que
había coincidido en más de una ocasión y con la que me había revolcado más
de una vez haciendo escala.
Me dijo que si me apetecía divertirme un rato, podía acompañarla a la
zona de la tripulación. Le comenté que lo que más me apetecía era hablar, y
ella dijo que era muy buena escuchando.
Fuimos a la zona a la que me había invitado, que no era más que una
especie de colchón. Nos sentamos, le conté lo que me ocurría, y ella se mostró
de lo más comprensiva y cariñosa, quizá un pelín demasiado cariñosa, porque
tuve que apartar sus manos de mi cuello y la lengua de mi boca. Se puso a
sacarme la camisa y la detuve. No era sexo lo que andaba buscando.
Le pedí que parara. En mi cabeza no había espacio para otra cosa que no
fuera arreglar las cosas con Maca. Yo no quería el puesto, era suyo, ella lo
merecía y se lo había currado mucho.
Si bien era cierto que mis padres daban mucha importancia a la solidez en
las parejas, ni eran del Opus ni creía que fueran a rechazarla por no tener un
prometido con el que quedarse en la isla, aunque si lo pensaba bien, yo podía
facilitarle el camino.
Si creían que salía con Maca, seguro que la acogerían con los brazos
abiertos, podíamos fingir que estábamos juntos, yo mostrarles que era un
inepto y que ella era justo lo que necesitaban, así cuando fingiéramos nuestra
ruptura y dijera que me iba, sería más un alivio que otra cosa. No le quitarían
el puesto de directora, al contrario. Mataría dos pájaros de un tiro, le echaría
una mano a Maca y yo me libraría del puesto, seguro que se me daba bien
meter la pata hasta el fondo para hacerla brillar.
Pasé por el baño antes de volver al asiento. Me mojé la cara decidido a
tener una conversación seria con ella y, al salir, me di cuenta de que no tenía
la camisa bien colocada. Me la recoloqué dentro del pantalón, y cuando ocupé
mi butaca, su actitud se volvió de lo más hostil.
No tuve tiempo de contarle quién era o lo que me había pasado por la
cabeza, no estaba en condiciones de mantener una conversación porque ya
estaba bostezando y se quedó frita después de proponerme que le hiciera un
dedo.
¿Uno? La mano entera le habría hecho, aunque no borracha y drogada,
por supuesto, uno tiene ciertos límites.

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Cuando aterrizamos, me di cuenta de que para que mi plan fuera bien,
necesitaba algo de ropa más allá de una mochila, mis padres no se creerían la
mentira si llegaba con las manos vacías y nada de equipaje. Le pedí a Haily
que dejara descansar a Maca, que la despertara cuando no quedara nadie y
que se asegurara de decirle que me esperara en el aeropuerto, que iba a
comprar ropa y que aceptaba su proposición de ser su prometido unas
semanas.
Me di toda la prisa que pude. Muy cerca del aeropuerto, había una especie
de mercado donde podías encontrar de todo; fruta, comida, ropa, artesanía,
productos locales… Me hice con lo imprescindible para pasar una semana, a
lo sumo, dos, y regresé para buscar a Maca, pero ella ya no estaba.
Me topé con Haily y le pregunté por ella. Me hizo un puchero, me dijo
que lo sentía, que Maca no se lo había tomado a bien y que no quería saber
nada de mí, pero que ella sí, que por qué no la acompañaba a su hotel, que
tenía un par de días libres antes de embarcarse en el siguiente avión.
Mi instinto me dijo que había confiado en la persona menos indicada. Me
negué, le di las gracias y ella puso cara de enfurruñada alegando que si me la
volvía a cruzar, ya podía olvidarme de follar.
Me preocupaba muy poco su amenaza, tenía que dar con Maca como
fuera.
Solo había dos maneras de llegar a Moorea desde Papeete, en ferry o en
avión, estaba convencido de que ella habría escogido barco dada su aprensión
a volar, yo fui a por la más rápida y, aunque solo tardé diez minutos, tuve que
esperar media hora porque el anterior vuelo acababa de despegar. No logré
llegar al complejo antes o al mismo tiempo que Maca.
Ahora estaba ahí, frente a ella, y esperaba con toda mi alma que hubiera
sido capaz de leer entre líneas.
—¡¿Eres la prometida de nuestro hijo?! Pero ¡¿cómo es posible que no
nos dijerais nada ninguno de los dos?! —exclamó mi padre. Ella había
perdido algo de color.
—Ya me conocéis, fui yo quien le pidió que me guardara el secreto hasta
hoy, queríamos daros una sorpresa.
—¿Sorpresa? ¡Esto es un sorpresón! ¡Alabado sea el Señor! —proclamó
mi madre abrazándome para después volver a la mesa y abrazarse a Maca—.
Hija de mi vida, ¡bienvenida a la familia! —¿Eso eran lágrimas? Sí,
decididamente, mi madre estaba llorando. ¿Cómo no se me pasó por la cabeza
que iba a estar más que encantada con la noticia?
Mi padre me golpeó en la espalda y me abrazó con mucha fuerza.

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—No sabes lo feliz que nos haces, hijo, es la mejor noticia que podías
darnos. Maca es de las mejores trabajadoras de la empresa y será una
subdirectora fantástica bajo tu mando.
—¡¿Cómo?! —el grito estrangulado procedía de mi falsa prometida, quien
me miraba con ojos exorbitados.
—¡Vais a formar equipo! ¿No lo sabías? Álvaro a los mandos y tú como
su copiloto, ¡todo queda en casa!
—Pe-pero yo pensaba que iba a dirigir el complejo…
—No, ¿no te lo dijo nuestro hijo? Este complejo lo adquirimos para él, el
puesto que ofrecíamos era la subdirección, aunque el sueldo y los beneficios
eran los que comenté en la reunión. Da igual, directora, subdirectora… ¡Vais
a casaros y ya se sabe que la mujer es la que siempre domina el terreno! —
comentó jocoso—. Lo tuyo será suyo y lo suyo tuyo. Estoy convencido de
que llevaréis este sitio de una manera excepcional y me lo llenaréis de nietos
a los que consentir. ¿Te he dicho, hijo, que Maca tiene muchísima experiencia
y los protocolos impresos en su ADN? Va a ser fabuloso, sentémonos a
comer.
—Ebert, pide que lleven el equipaje de mi hijo y de mi nuera a la Villa
Suite Lagoon, y después siéntate a comer con nosotros. Os va a encantar, es la
que tenemos aclimatada para recién casados.
—¿Có-cómo? —volvió a preguntar Maca sin dar crédito a los
acontecimientos. Cada vez estaba más blanca, y a mí me daba miedo que se
desmayara—. No, no, que yo dormiré en la zona de personal, es lo justo.
—¡Lo justo es que duermas con mi hijo! Como debe ser, que hace
bastante que dejasteis la mayoría de edad y no soy tan chapada a la antigua
como para no saber que lo de vírgenes al matrimonio ya no se lleva. —Una
risita cómplice escapó de los labios de mi madre—. Da la orden por el walkie,
Ebert, y que se la decoren bonita, así podrán probar la experiencia global de la
Honey Moon experience —su tono no admitía réplica—. Ven, hijo, tú ponte
aquí, al lado de mi Macarena.
—Mari Carmen, mamá, se llama Mari Carmen —la corregí.
—Eso, Maca, ¿verdad? —preguntó más contenta que unas castañuelas
mientras ella me fulminaba con los ojos, pues no, muy contenta no se la veía,
ya me encargaría de hacerla cambiar de idea.
O no, pensé cuando sentí un enorme pellizco en mi pierna que casi hizo
que le diera un rodillazo a la mesa.

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Capítulo 13

Álvaro

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—¿Y cuánto hace que estáis juntos? —preguntó mi madre cortando una
porción de cerdo guisado para unirlo a las verduras de su Pua'a chou.
—Dos años.
—Tres años.
Contestamos a la vez. Maca me miró hinchando sus orificios nasales.
Mierda, ¡eso no podía hacerse así! No habíamos hablado, no nos habíamos
puesto de acuerdo en los datos, tenía que arreglarlo sin cagarla demasiado.
—A ver, nos conocimos hace tres —aclaré—, pero hasta hace dos no lo
hicimos oficial.
Mi madre paseó su mirada sobre el anillo que llevaba Maca y alzó las
cejas.
—Oficial, pero se te olvidó el pequeño detalle de contárselo a tus padres y
de que asistiéramos a tu fiesta de compromiso. Me hubiera gustado acudir y
acompañarte a comprar el anillo.
—Agnetha… —la riñó mi padre con suavidad.
—Perdona, hijo, es que es una noticia que llevo mucho tiempo esperando
y, bueno, quizá esa pieza se vea demasiado clásica en una chica como
Macarena.
—Mari Carmen —volví a corregirla.
—Perdona, hija, son los nervios, cuando un nombre se me mete en la
cabeza, es una odisea cambiarlo.
—El anillo está bien, era de mi abuela…
—¿Le regalaste un anillo de su abuela? —inquirió mi madre con estupor.
—No, me puso uno que le tocó en una máquina de recreativos de la feria,
pero se me puso el dedo verde, me salió un sarpullido y me dio miedo
terminar con una infección cutánea y que tuvieran que amputármelo.
—¡Por el amor de Dios, Álvaro!
—A ver, mamá, sé que puede sonar poco romántico, pero es que cuando
la vi allí, a mi lado, tan bonita, riendo por las estupideces que le contaba y que
a cualquiera le habrían parecido tonterías…, supe que era la mujer que quería
en mi vida. ¿Sabes cuánto fallan esas máquinas de pinzas? ¡Cogí una bola a la
primera y me salió el anillo! Lo tomé como una señal, la felicidad es muy
efímera y yo no quería perder ni un minuto sin sentir que íbamos a emprender
el camino juntos. Lo material es lo de menos, lo importante fue que en cuanto
clavé mi rodilla en el suelo y formulé la pregunta, me respondió «sí, quiero».
¿Verdad, cariño? —cuestioné con los ojos puestos en mi compañera de
aventuras, que lo que parecían querer decir los suyos es «sí, quiero, pero
ahogarte».

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—Verdad —respondió seca, arrastrando las vocales.
«¡Toma remontada y salida a hombros por la puerta grande!».
A mi madre se le humedecieron los ojos de la emoción. Maca me miraba
con desafío y algo cabreada. No iba a ser fácil que me perdonara.
Era consciente de que, para mis padres, darles una noticia así, era mucho
más de lo que habrían esperado. La familia y tener una persona que te
acompañe en la vida era muy importante, por eso, cuando mi hermano nos
dejó, no comprendieron que yo desapareciera de la noche a la mañana
dejándolos sumidos en el más absoluto dolor, y mucho menos que lo hiciera
solo, sin nadie que pudiera consolarme en los momentos en que su falta se me
hizo insoportable.
—Entonces, ¿has estado yendo a Mérida? —atajó mi padre, picoteando
del plato de I'a ota, un pescado crudo cocinado al limón, similar al ceviche.
—Sí, en cuanto tenía unos días entre reportajes, iba a verla. —Maca ni
siquiera cogió su tenedor, mantenía la mirada fija en su plato, y este intacto.
—Cariño, ¿has preguntado si le han puesto mango a la comida? En
Moorea lo añaden a muchos platos y no quiero que te pase nada el primer día
que pones un pie en la isla. Es que es alérgica —añadí a modo de explicación.
Mi madre me contempló con adoración.
—Ya nos lo ha contado y, para tu tranquilidad, nos hemos asegurado de
que su plato no llevara, me encanta que la cuides tanto, dice mucho del hijo
que eduqué —susurró. Maca bufó por la nariz—. Querida, ¿estás bien?
—Creo que un mosquito bastante impertinente se me ha metido dentro. —
Pinzó el puente y lo masajeó.
—Aquí hay muchos insectos, toma un pañuelo.
Maca le dio las gracias y se sonó con disimulo.
—¿Y cómo os conocisteis? —quiso saber mi madre.
—En el médico —intervino Maca con rapidez, quitándome la posibilidad
de inventar algo romántico, en lugar de decir que se sentó a mi lado hasta las
trancas de pastillas y alcohol hacía unas horas—. Fue cuando Álvaro vino de
hacer aquel reportaje en el Congo… —sonreí y asentí. Menos mal que
durante la cena habíamos intercambiado algunos datos.
—Ah, sí, fue allí donde cogiste la malaria, ¿verdad? —insistió mi
progenitora mientras yo me llevaba la bebida a los labios.
—Sí, la cogió, pero no fue por eso, sino por una fisura anal.
Casi escupí el contenido del vaso encima de la mesa, «¡hija de la
República del Congo!».

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Mis padres se miraron como si fueran incapaces de procesar lo que
acababan de oír, y ella me observó con suficiencia. ¿Quería jugar duro? Muy
bien, se la iba a devolver.
—Te confundes, cariño —comenté, palmeando su mano por encima de la
mesa—, sí que fue por lo de la malaria, te han preguntado por cuándo nos
conocimos, lo de la fisura fue unas semanas más tarde, cuando te dio por
experimentar con ese juguete que compraste en aquella web china e insististe
en dar con mi punto P…
—Por el culo te la hinco —completó Ebert—. ¡Qué grande, Maca!
—¡Suficiente! —exclamó mi madre—. Hay cosas que, aunque estemos en
familia, es preferible no saber.
Se abanicó con la servilleta.
Mi mejor amigo soltó una carcajada muy propia de él, que le encantaban
este tipo de polladas.
—No sé de qué os extrañáis —se rio Ebert—. Álvaro siempre ha sido de
dar por culo, ya era momento de que alguien le diera a él.
—Ebert, por favor —suplicó mi madre incómoda debido a la presencia de
Maca.
Hacía mucho tiempo que no estaba en mitad de una de nuestras pullas,
ella era muy de la broma y sabía a la perfección cómo nos las gastábamos,
pero era lógico que frente a mi prometida intentara que la comida fuera algo
más formal.
—Era broma, mamá —reí por lo bajito—, ya me conoces, y Maca es tan
bromista como yo, sabíamos que nos haríais esa pregunta y solo intentábamos
tomaros el pelo. Yo fui quien le insistió, a ella le daba bastante vergüenza el
numerito, pero pensé que sería una buena forma de romper el hielo.
—¡Pues menuda forma, hijo! —rezongó, abanicándose, mientras mi padre
reía con suavidad. Él siempre había disfrutado mucho de este tipo de
situaciones, tenía aspecto serio, pero en casa era muy de la broma, y a mi
madre no era la primera vez que la ponía en un compromiso haciéndola
enrojecer.
—Me recordáis a nosotros cuando nos conocimos, ¿te acuerdas, Agnetha?
Cuando conocí a tu padre por primera vez y él me dijo que de dónde había
sacado aquellos habanos tan excelentes…
—Le dijiste que eras narcotraficante, casi me caigo de espaldas…
Todos reímos excepto Maca, que seguía con expresión agobiada.
—Disculpen, señores Alemany, no pretendía incomodarlos.

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Su cara había pasado del blanco al rojo y se la veía bastante incómoda con
la situación.
—Tranquila, conocemos a nuestro hijo y a Ebert como si lo fuera, lo que
no sabía es que compartíais el mismo sentido del humor, eso siempre une
mucho en una pareja —comentó mi padre, alzando la copa sonriente—. De
corazón, Maca, bienvenida a la familia.
—¿Te encuentras bien? —Mi amigo la miró, y ella negó.
—No, me sabía mal decirlo por no molestar y que el cocinero no se
sintiera mal por el banquete que con tanto esmero ha preparado, pero tantas
horas volando me han pasado factura y tengo el estómago revuelto. Necesito
descansar.
—Cariño, ¿quieres que vayamos a la habitación? —pregunté solícito.
—No, tú come con tus padres, que hace mucho tiempo que no los ves y
tienes mucho que contar —gruñó—. Ebert me llevará, ¿verdad? —La vi
desviar la mirada hacia mi amigo, que rápidamente se puso en pie.
—Por supuesto, no me cuesta nada acercarte.
—Es que ha sido un viaje muy largo —comentó mi madre comprensiva
—. Es lógico que tengas mal cuerpo.
—Guárdeme el plato para más tarde, que no lo tiren, por favor, que me lo
comeré.
—Está bien, tesoro, no te apures ahora por eso. Si necesitas cualquier
cosa, marca el nueve, Paty es la responsable de Recepción, atenderá cualquier
petición que necesites, y si no, le dices que me llame, yo puedo llevarte lo que
precises, al fin y al cabo, tarde o temprano me convertiré en tu segunda madre
y la tuya está muy lejos. —Maca se mordió el labio, y casi pude ver en su
pensamiento un «siempre lo está».
Cuando me habló de sus padres, vi que, aunque quería quitarle hierro, no
le gustaba que siempre estuvieran distanciados y me sentí un poco
representado pero a la inversa, porque justamente era lo que yo hacía con los
míos.
—Gracias. Seguro que si descanso un rato, por la noche estaré mejor.
—Papá, mamá, disculpadme, pero no voy a dejarla sola, mejor nos vemos
todos para cenar, yo también estoy agotado y a ambos nos vendrá bien
descansar. Tenemos mucho tiempo por delante.
—Claro que sí, hijo. —Mi padre me dio su beneplácito y me puse en pie
para apartar la silla de Maca.
—Álvaro, en serio, quédate, los tres no cabemos en el carrito de golf y yo
voy a caer redonda en la cama —comentó ella, frunciendo el ceño.

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—Se me dan genial los tetris y sostenerte sobre mis rodillas, si hay que
caer en una cama, caeremos los dos —comenté sugerente, recordando su
última petición.
Su cara de indignada me ponía mucho.
La tomé de la mano y, aunque me clavó las uñas en la palma, no la solté
hasta llegar al vehículo y cumplir mi promesa de sentarla encima de mí.
No la había cogido antes de un modo tan íntimo, no contaba cuando se
subió al avión, tropezó, se cayó encima de mí, me tocó la polla, rebotó y yo le
agarré una teta. Nuestra postura de ahora era mucho más personal, por rígida
que Maca estuviera.
—No me toques más de lo estrictamente necesario —gruñó ella por lo
bajo mientras mi amigo subía de un salto y arrancaba el carrito.
—Vamos a por vuestro nidito de amor, pareja.

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Capítulo 14

Maca

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Iba a estrangularlo, a matarlo dolorosamente utilizando cualquier cosa que
encontrara en la maldita habitación, un abrecartas, una pastilla de jabón
estratégicamente colocada en el suelo mojado de la ducha…
La imagen me llevó directa a un Álvaro muy mojado y muy desnudo.
¡Error! No podía pensar en eso cuando mi intención era acabar con su
vida y no tenía idea de qué hacer con el cadáver. Además, estaba en sus
piernas y el traqueteo del maldito vehículo eléctrico no paraba de provocar
que mi culo se rozara contra su cebolleta una y otra vez, causando cierta
reacción contra mi trasero.
—No te emociones y cógeme fuerte —mascullé contra su oreja sin
perderme lo bien que olía. ¿Cómo era eso posible? ¿Se habría duchado en
alguna parte? Otra vez su imagen mojado. ¡No era justo!
—Has dicho que no te toque mucho.
—Pues ahora te digo que lo hagas antes de que me perfores el pantalón.
—Si dejaras de ejercer la ley de la fricción, tu energía electromagnética no
provocaría mi alzamiento de polla.
—¡¿Friccionarme, yo?!
—No lo digo yo, lo dijo Newton. —Su voz bajó una octava y se hizo más
ronca—. «Si se mueve un primer cuerpo sobre otro, aparece una fuerza en
sentido contrario que se opone al movimiento del primer cuerpo…». —
¿Acababa de levantar la cadera? ¡Mecagüen!—. «… y es aplicada por el
segundo cuerpo en contacto con el primero; esta se denomina fuerza de
fricción o de rozamiento».
«¿Es la humedad de la isla, o la de mis partes, la que me está haciendo
sudar como un pollo asado y muy cabreado?».
—Fricción entre las orejas te voy a dar yo a ti como no pares. ¿Te he
dicho ya que era la campeona de collejas en mi colegio?
—Cariño, me encanta cuando te pones violenta.
—¡Deja de llamarme cariño! ¡No soy tu cariño! —protesté sin obtener lo
que buscaba, pues el cabronazo de Álvaro siguió dejando que rebotara como
un salmón río arriba en busca del desove.
Si Ebert nos escuchaba, no dio muestras de ello, se limitaba a conducir y
mirar al frente apretando los labios.
Un momento, ¿eso era una sonrisa masticada? Juraría que sí, no era buena
idea, ¿qué pensaría de mí que iba a ser su jefa?
Bueno, más bien su subjefa, que las tornas habían cambiado. ¿Cómo había
podido ser tan palurda? Seguro que Álvaro sabía quién era yo desde el
principio, por eso me tocó el asiento contiguo. Era el nuevo director y yo una

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jodida mandada, que le había confesado que no tenía prometido y, por si fuera
poco, me metí con sus padres y le pedí a él que lo fuera.
¡Si es que era imposible que algo saliera bien! ¡Y encima tenía muchísima
hambre! Que llevaba muchas horas sin comer nada y si me había levantado de
la mesa era para que dejara de decir barbaridades.
No estaba muy segura de qué pretendía, si carcajearse de mi
desesperación, jugar a las casitas, o arruinarme la vida. Para Álvaro, todo
aquello era un juego, pero para mí, mi futuro; no iba a dejar que me lo
arruinara, me iba a deshacer de él y les demostraría a los Alemany que se
equivocaban de director. Que Álvaro solo era un puñetero niño grande,
malcriado, que no tenía ni pajolera idea de gestión hotelera.
Ebert detuvo el vehículo.
—Bienvenidos a Villa Suite Lagoon.
Pensaba que nos iba a llevar hacia el tridente de los bungalows sobre el
agua, cosa que me apetecía muy poco, porque dormir rodeada de tiburones,
por muy perros amaestrados que los catalogaran, no me entusiasmaba.
Nos llevó a un lateral del complejo, el que tenía las mejores vistas sobre la
bahía, la villa era un espectáculo, contaba con una piscina privada, salida
directa a la playa, una ducha exterior efecto lluvia y una bonita cama balinesa
para tomar el sol o echarte una siesta.
El interior de la villa te hacía contener el aliento.
Como era de esperar, tanto el suelo como el techo y el mobiliario eran de
la misma madera oscura. Sobre la cama enorme quedaba suspendido un
ventilador que funcionaba con mando a distancia. El colchón estaba cubierto
por sábanas blancas, un sinfín de flores y un par de cisnes, hechos de toalla,
cuyos cuellos formaban un corazón. Tuve el impulso de agarrarlos para
destruirlos, pero me contuve.
Al lado del sofá, en el mueble que quedaba bajo el televisor y que
contenía el minibar, se encontraba una bandeja repleta de fruta fresca, por la
que mi estómago gruñó. También había una cubitera con una botella de Moët
y dos copas.
Las maletas estaban al lado del armario, las mías y una nueva, que debía
ser de Álvaro.
—Ahí está el baño, si necesitáis cualquier cosa…
—Marcaremos el nueve, o el 112, en caso de que Álvaro sufra una caída
fortuita y se desnuque contra la bañera.
Había visto fotos de cada una de las habitaciones, sabía que dentro de ese
baño había dos picas y una bañera de patas frente a una ventana que daba al

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jardín.
—Si alguien tiene tendencia a abrazar el suelo esa eres tú —comentó
socarrón mi falso prometido.
No debería haberle dado tantos datos, eso jugaba en mi contra, podía
meterme en la habitación un enjambre de avispas y tener mi muerte
asegurada.
—Aquí, si tienes una emergencia, es mejor que me llames a mí —
apostilló Ebert divertido—, ya sea porque necesites algo o tengas que lanzar
su cadáver a los tiburones. —Me guiñó un ojo y sonrió.
—Lo tendré en cuenta —le sonreí—. Hoy por ti, mañana por mí.
—Tú consígueme lo que te dije antes y tendrás mi lealtad para siempre.
Me caía bien Ebert.
—No sé de lo que habláis, pero os recuerdo que yo soy el que tiene el
mando y tu mejor amigo, así que lárgate antes de que te despida —espetó
Álvaro, provocando que Ebert se llevara una mano al corazón.
—¡Sí, jefe! —giró el rostro hacia mí—. Jefa —murmuró con una mirada
pícara que hizo gruñir a su amigo, y después se marchó dejando un par de
tarjetas, una para cada uno, para abrir la habitación.
Conté hasta diez, el tiempo suficiente como para que un tío nervioso como
el responsable de Mantenimiento hubiera salido y se estuviera alejando con el
vehículo del hotel.
Caminé hasta el borde del colchón, agarré uno de los cisnes para
retorcerle el pescuezo todavía más, me di la vuelta y, sin que Álvaro lo
esperara, lo ataqué arreándole una sarta de toallazos que ríete de mi Rapunzel
interior.
—¡Cabrón, capullo, malnacido, hijo de Mallorca!
No le dije hijo de puta porque me parecía muy fuerte teniendo en cuenta
que Agnetha había sido encantadora conmigo, salvo por lo de llamarme
Macarena, que cada vez que lo decía en mi cabeza tronaban Los del Río
haciéndole los coros con el «Aaay».
Si la toalla hubiera estado mojada, habría sido una herramienta de ataque
mucho más contundente.
—Para, para, ¡para! —exclamó mi víctima, intentando frenarme y
esquivar mis impactos.
—¡No me da la gana! Eres un cerdo, no, peor, ¡eres el excremento de un
cerdo! No, peor, ¡eres el parásito que habita en el excremento del cerdo! —
Álvaro sonrió y yo le arreé en toda la cara para borrarle esa puñetera sonrisita
—. ¡Te habrás reído mucho a mi costa! ¡Odio que me engañen y me tomen el

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pelo! ¡¿Por qué narices le has dicho a tus padres que eras mi prometido?!
¡¿Forma parte de tu juego diabólico?!
Álvaro logró rodear la toalla con la muñeca, tiró con fuerza y me vi
pegada a su torso sin remedio, mientras sus ojos claros sondeaban los míos
con socarronería.
Tenía el pulso alterado por el esfuerzo, lo que me recordó mi baja forma
física, tendría que ponerle remedio antes de que se me dislocara la muñeca
atándome las zapatillas.
—Tú me lo pediste —me recordó.
—¡Porque no sabía quién eras!
—Al principio, yo tampoco, lo confieso, no fue hasta que nombraste a mis
padres en el avión de Los Ángeles cuando…
—¡Ja! ¿De verdad piensas que soy tan tonta? ¡Ni hablar! Sabías quién era
desde el principio, un maldito niño de papá que no se toma nada en serio y se
ríe de todo y de todos a la menor oportunidad. No tienes ni pajolera idea de
llevar un establecimiento como este, este lugar te queda grande.
—Pero es que yo no pienso llevarlo, para eso estás tú —abrí los ojos
ofendida.
—Yo no voy a facilitarte el trabajo para que te lleves todo el mérito —lo
empujé, deshaciéndome de la falta de aire que había entre nosotros. Solté la
toalla.
—No quiero llevarme tu mérito, tú eras la que querías dirigir esto, ¡pues
hazlo!
—Claro… Tus papis te compran un futuro y me pagan a mí para que te
haga el trabajo sucio, para decir a sus amigos: «mirad qué capaz es mi
hijo…». ¡Y un cuerno! ¡Tú no eres capaz! ¡Eres un inútil y un incompetente,
y se lo voy a demostrar! —Me crucé de brazos y lo miré desafiante.
—¿Eso piensas de mí? —parecía dolido.
—Por supuesto, cualquiera enfoca una cámara y aprieta un botón, pero
para dirigir un proyecto así se necesitan muchas más cosas que una cara
bonita y un cuerpo para partir nueces. Se necesita cabeza. —Di toquecitos con
mi dedo índice en la sien—. Y tú me has demostrado que no tienes. ¿Querías
ridiculizarme con tus padres sugiriendo que te daba tras tras por detrás?
—¡Empezaste tú!
—¡Porque lo tenías merecido y digo estupideces cuando me pongo
nerviosa y me siento atacada! Admito que no ha sido mi mejor conversación,
y mucho menos, delante de tus padres, pero ¿puedes intentar ponerte en mi
lugar y entender lo que sentí cuando te vi aparecer enterándome de que eras

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su hijo? —Él estaba de brazos cruzados mirándome insondable—. Claro que
no puedes, porque para eso se necesita empatía, característica imprescindible
para un líder del siglo en el que estamos. La necesitas para que tus
trabajadores sientan que pueden confiar en ti y que a la primera de cambio no
los abandonarás cuando estén solos en un avión y hayas desaparecido cuando
las cosas no salen como esperas.
—¡Tenía que comprar ropa para quedarme!
—No será en esta habitación. Esta cama es mía y tú no tienes cabida en
ella, como tampoco la tienes en mi vida, y olvídate de que te llame jefe.
Me tiré en plancha y pasó algo que no esperaba, ¡la puta cama me
escupió!
Se convirtió en algo así como una masa deforme en la que me hundí y salí
rebotada aterrizando en el suelo en una postura bastante aparatosa y poco
poética.
¡Mecagüen! ¡Que me había olvidado que en esa habitación el colchón era
de agua!
—Maca, ¿estás bien?
Álvaro se acercó para socorrerme, pero lo único que recibió por mi parte
fue una dolorosa patada en la espinilla.
—Ni te me acerques, ya te avisé que sé kárate. ¡Fuera de aquí, no te
quiero ver!
Álvaro lanzó un bufido acariciándose la zona dañada.
—Te juro que no pretendía esto, solo quería…
—Me da igual lo que pretendieras o quisieras. ¡Has arruinado mi sueño!
Tu puesto era mío, no se es un buen director por ser el hijo de los jefes, y no
te mereces mi respeto. Vete, ¡vete! —grité la segunda vez sentada en el suelo,
llevándome las manos a la cara y sin querer mirarlo.
Oí un resoplido, pasos y la puerta.
Cuando levanté la vista, todo estaba empañado por culpa de mis lágrimas,
el único rastro que quedaba de Álvaro Alemany era la maleta.

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Capítulo 15

Álvaro

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Barajé la posibilidad de que Maca se cabreara, pero no tanto como para
convertirse en una fusión de las cuatro Tortugas Ninja con Daniel LaRusso.
Si algo me había enseñado la vida era que razonar con una persona cuyo
único pensamiento es asesinarte de la manera más dolorosa posible es
complicado.
Era preferible que le dejara su espacio para que se relajara, quizá, en unas
horas, se daría cuenta de que había actuado de un modo un tanto exagerado, al
fin y al cabo, yo solo quería ayudarla.
Al salir de la villa, me topé con Ebert. No se había marchado, estaba
apoyado en el carrito de golf, con los brazos cruzados, una pierna sobre la
otra y su estúpida ceja derecha alzada.
—¿Qué haces todavía aquí?
—Esperar a que Maca me llame para deshacerme de tu cadáver.
—Muy gracioso.
—Graciosos vosotros, ¿de qué va todo eso, Alvarito?
Ebert tenía la fea costumbre de llamarme así, sabía lo mucho que lo
detestaba. Fue un profe en el instituto que se empecinaba en utilizar
diminutivos para referirse a nosotros, y por muchas veces que intenté
corregirlo, me quedé con aquel maldito sobrenombre que mi mejor amigo y
mi hermano blandían para sacarme de quicio.
—No estoy para hostias. —Él me frenó agarrándome del brazo.
—Anda, sube y me lo cuentas. Tengo un Macallan de dieciocho años en
mi cuarto que pide a gritos ser descorchado.
—Macallan de dieciocho, ¿eh? —Esa bebida era muy especial para
nosotros, porque marcó un antes y un después en nuestras vidas.
Me subí al vehículo sin rechistar. Ebert era la única persona con la que
podía hablar, y no iba a declinar su oferta, en ese momento, lo que menos me
apetecía era encontrarme con mis padres en algún lugar del complejo para que
me fusilaran a preguntas, necesitaba un refugio, y mi villa era territorio hostil.
La zona de personal no estaba nada mal, la conformaban varios
bungalows más pequeños que los que tendrían los huéspedes, pero igual de
confortables y prácticos. Estaban destinados a los trabajadores que no
disponían de residencia en la isla, con lo justo y necesario para vivir con
comodidad.
Me senté en una silla mientras mi mejor amigo servía un par de copas.
—¿Cómo has dejado que mis padres te arrastren hasta aquí? —Él me
dirigió una sonrisa.

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—Estaba cansado de Mallorca, necesitaba un cambio de aires y me
aseguraron que ibas a estar tú, además de duplicarme el sueldo, así que…
Toma —me tendió el vaso y entrechocamos el cristal antes de dar un trago.
—Vine a decirles que no aceptaba el puesto.
—¿Cómo? —Me pasé las manos por el pelo, y Ebert se acomodó en la
otra silla restante—. Ellos me dijeron que…
—Ya sé lo que te dijeron. No creí posible que mi padre se hiciera con este
sitio, le puse el listón muy alto pensando que así me dejaría en paz.
—¿En paz? No sabes la suerte que tienes de tener un padre que te adora y
que es capaz de hacer cualquier cosa por ti —pronunció con amargor.
—Lo siento.
Hacer referencia a mi familia a sabiendas de lo que Ebert tuvo que pasar
en la suya no era plato de buen gusto.
—Hace mucho de aquello y tú no tuviste la culpa, al contrario, siempre
me ofreciste cobijo y consuelo.
Su padre era un alemán de la vieja escuela, se jactaba de que sus
antepasados eran pesos pesados de las SS alemana, crio a Ebert del mismo
modo que su abuelo a él, lo que incluía palizas con el cinturón cuando hacía
algo que no era aceptable para él.
El día que mi amigo tuvo el accidente que le costó su futuro como piloto,
tenía la espalda tan ensangrentada que el mono de cuero se le pegaba a la piel,
el dolor le hizo perder el control en una curva y su carrera se fue a la mierda.
Y todo porque el día antes era mi cumpleaños, él se escapó de casa para ir a
mi fiesta y su padre lo estaba esperando en cuanto cruzó la puerta.
Le dijo que si era tan hombre para salir el día antes de una carrera
importante, también lo era para responder por sus actos.
Aquella fue la última paliza que le dio.
Mi padre y yo lo convencimos para que denunciara, él no quiso, aunque
fuera una mala persona, era su padre y Ebert decía que no era un mal hombre,
solo que le trataba del mismo modo que lo trataron a él.
Mi padre y el señor Weber tuvieron una reunión. Le dijo que si volvía a
ponerle una mano encima, lo hundiría hasta meterlo en la cárcel, y como
Ebert había expresado su decisión de no querer seguir estudiando bachillerato,
porque no le gustaba, mi padre lo animó a que estudiara un grado medio de
electricidad y que en sus ratos libres se pasara por el hotel a ayudar a su
encargado de Mantenimiento. Le garantizó que, cuando terminara de estudiar,
tendría un trabajo digno y un buen sueldo. Cumplió con su palabra, por eso

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Ebert no me dejaba hablar nunca mal de ellos, decía que no lo merecían, y en
eso estaba de acuerdo.
—¿Vas a contarme qué pasa con Maca? Ella no es tu prometida, si
hubieras estado con una mujer tanto tiempo, yo lo sabría.
—Yo no sabía que iba a encontrarte aquí —gruñí.
—Eso era una sorpresa, no es lo mismo…
Era cierto, aunque con el fallecimiento de mi hermano me largué, él y yo
nunca dejamos de estar en contacto, nos lo contábamos todo, tanto lo bueno
como lo malo.
—La conocí en el avión, en Madrid, subió empastillada y bebida porque
le aterra volar.
—¡No jodas!
—Tendrías que haberla visto, fue muy graciosa… No sé… Hacía tiempo
que no me divertía tanto con una desconocida.
—¿Follasteis?
—¡Qué va! Aunque ganas no me han faltado, tiene un no sé qué que me
lleva de cabeza y me la pone muy dura.
—Lo puedo entender —sonrió, y yo sentí ganas de matarlo—. Tranquilo,
es tu hueso, no el mío, colega.
—Yo no tenía ni idea de que venía aquí, me enteré en Los Ángeles,
aunque no sabía que la habían contratado mis padres. Cenamos, conectamos y
cuando subimos al avión, me propuso ser su prometido, el muy capullo de su
ex la dejó un día antes del viaje porque no se veía viviendo en Moorea.
—Bueno, tú tampoco es que te veas —arrojó un dardito.
—No, pero si hubiera sido mi chica, se lo habría dicho mucho antes, no a
un día de coger el avión.
—Vale, entonces aceptaste.
—Iba a hacerlo, me pareció un plan divertido y tenía ganas de echarle una
mano y seguir conociéndola, pero entonces me dijo a dónde venía y me
negué. Me pilló de sorpresa, no supe reaccionar, ni decirle quién era. Me fui
con una de las azafatas que conocía de haber hecho alguna que otra escala
juntos…
—De tirártela, vamos. —Asentí.
—Y le conté lo que me ocurría, en el tiempo en que volvía a mi asiento,
Maca ya se había empastillado de nuevo, por lo que se quedó K.O., y en
cuanto aterrizamos, le pedí a Haily que le dijera a Maca que no se moviera del
aeropuerto, que tenía que comprar ropa, porque había decidido ayudarla, y

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que me haría pasar por su prometido. Cuando regresé, Maca se había largado
y mi amiga me dijo que no quería volver a verme en la vida.
—¿Quién?, ¿ella o Maca?
—Creo que las dos. No le hizo mucha gracia que la rechazara cuando
quiso follar.
—¿Y de verdad piensas que una tía despechada era la mejor opción para
decirle a tu nuevo ligue que te esperara en el aeropuerto?
—Maca no es mi nuevo ligue.
—No, porque no se deja. Te conozco, Alvarito, y la subdirectora te pone
muy borrico. Vi cómo la mirabas y las cosas que le hiciste en el cochecito.
Estabas jodidamente empalmado.
—No te he negado que me la quiera tirar, de hecho, te he dicho que, desde
el principio, cuando se cayó encima de mí, mi cuerpo reaccionó de un modo
instintivo, y si a eso le sumas que llevo un par de meses de abstinencia
sexual…
—Estás más salido que el pico de una plancha y a Maca quieres darle
como cajón que no cierra.
—Sí, aunque ella no tiene ninguna intención de dejar que me acerque.
Está cabreadísima y, para más inri, se piensa que soy poco más que un inútil.
—¿Y cuál es tu plan?
—Bueno, era justamente ese, ser un inútil para que mis padres no me
quisieran de director y que le dieran el puesto a ella.
—No está mal, aunque sabes que tus padres ya cuentan con ello, ¿verdad?
Si no, no habrían puesto a una tía que tiene los mejores resultados de la
compañía como subdirectora. No pretenden que manejes esto, solo que estés
en un lugar al que puedan venir a verte, con el que puedan compartir con su
hijo algo más que llamadas y emails. Antes de que Marcos muriera, tú no
querías la vida que llevas, a ver, te gustaba la fotografía, sí, pero estoy
convencido de que si tu hermano no hubiese fallecido, la cosa habría sido
muy distinta.
—Eso no lo sabemos, porque Marcos está muerto.
—Eso lo sabemos todos, no solo sufriste tú, tus padres perdieron más que
un hijo en aquel accidente aéreo, perdieron dos, y no puedes culparlos por
querer recuperarte y verte feliz. No sabes lo afortunado que eres de contar con
personas capaces de sacrificar todo su patrimonio por ti.
—¿De qué hablas? —arrugué el ceño.
—Ya he dicho demasiado.
—¡No! ¡Cuéntamelo! —Ebert resopló.

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—No les digas ni una palabra, yo escuché la conversación con el director
de Recursos Financieros de la cadena por casualidad.
—Dímelo —dije serio.
—Tus padres lo han invertido todo, y han abalado este proyecto con la
empresa y su patrimonio; si el complejo no funciona, se irán a la bancarrota,
todo lo que han conseguido estos años se irá a la mierda, así que piénsate muy
bien las decisiones que tomas como director, porque puedes causar la ruina a
tu familia.
—¡Joder! —mascullé, llevándome la copa a los labios para engullirla.
—Tu padre tuvo una arritmia el año pasado, no te dijeron nada para no
preocuparte, pero tus padres no están en su mejor momento, creo que ya va
siendo hora de que les demuestres lo importantes que son para ti y que sus
sacrificios no han sido en balde. Haz lo que quieras, Álvaro, porque, en
definitiva, es lo que has hecho siempre, pero si fuera tú, valoraría muchísimo
lo mucho que te quieren. Tengo que volver al curro, puedes quedarte aquí el
tiempo que necesites, hay comida en ese mueble y cerveza fría en el minibar.

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Capítulo 16

Maca
Habían pasado dos horas cuando llamaron a la puerta.

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No estaba segura de si sería Álvaro, alias el perro traidor capaz de
sacarme de mis casillas, u otra persona, así que no tuve más remedio que
acercarme a abrir.
En cuanto vi su cara al otro lado, empujé la puerta y él metió el pie.
—¿Podemos hablar?
—Tú y yo no tenemos nada sobre lo que hablar.
—Yo creo que sí, no soy tu enemigo, Maca. Pese a que pienses lo
contrario, quiero que dirijas este sitio.
Eso ya me había quedado claro, yo el indio y él el jefe, para mí el trabajo
duro y para él la gloria.
—¡Ja! Para que tú te lleves todo el mérito, como hacen los autores de
renombre con los escritores fantasma, yo curro, tú te vanaglorias, puede que
haya gente que no le importe, que para ellos prime el sueldo ante la autoría,
pero para mí no, lo siento, yo no me vendo.
—¿Prefieres que le digamos a mis padres que todo esto es una farsa y
acabemos de una vez?
Escuchar la propuesta de su voz hizo que me recorriera un latigazo de
inquietud y otro de disgusto. Había sopesado la posibilidad, pero tampoco era
lo que quería, la verdad es que estaba hecha un puto lío y lo que me apetecía
era hacer una videollamada con las Divinas para hundirme en mi propia
desgracia, cosa que era imposible porque estaban durmiendo.
—¿Maca?
Abrí la puerta y lo miré mal; si pensaba que por su porte y su cara bonita
iba a conseguir otra cosa de mí, lo llevaba crudo. Antes me gustaba, ahora lo
detestaba. Me daba igual su mirada mojabragas, su portentoso físico y que me
hubiera hecho reír muchísimo más que ningún otro tío.
Álvaro Alemany era Satán, el peor tío con el que me había topado nunca,
uno capaz de engatusarme, hacerme creer que era la solución a todos mis
problemas, cuando era el origen de todo mal.
No entré en la villa, me limité a ocupar una de las dos sillas de jardín que
daban a la piscina. En las dos horas que Álvaro había estado fuera, me acabé
media bandeja de fruta y me di un baño relajante en la bañera donde habían
dispuesto un montón de flores frescas.
Todavía tenía el pelo algo húmedo y ondulado, porque no me apeteció
secármelo ni pasarme la plancha.
—¿Has comido algo? —me preguntó, como si fuera capaz de leerme el
pensamiento.
—Fruta —comenté seca. Si esperaba un ¿y tú? de mi parte, iba listo.

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Ocupó la otra silla, clavó los codos en la mesa, entrecruzó los dedos y me
miró.
—Perdóname.
Si esperaba algo de su parte, no eran unas disculpas.
—¿Cómo? ¿Se trata de otro de tus juegos?
—No he jugado contigo en ningún momento. Te juro que no sabía quién
eras ni la pretensión de mis padres —bufé—. Vale, puede que eso no sea del
todo cierto y algo sí supiera. Como te dije, venía a Moorea para hablar con
ellos, pero lo que no te dije es que vine a rechazar su oferta.
—Ajá, por eso vas y te haces pasar por mi prometido.
—¡No! Cuando me lo contaste, necesité tomar distancia y procesarlo.
—Ya te vi, seguro que esa azafata te ofreció conexión a su canal privado y
la procesaste mucho.
—¡No me acosté con Haily! —Alcé las cejas incrédula.
—Pues parecíais íntimos, y no me digas que te sabías su nombre porque
lo leíste en la chapa.
—La conocía de antes y reconozco que tuvimos algo, pero no en el vuelo
de Los Ángeles.
—¡A mí me da igual a quién te tiras!
—¡Pues no lo parece!
—¡Porque me dejaste tirada cuando te necesitaba, me costó muchísimo
hacerte la propuesta, te largaste y, encima, cuando me desperté, no estabas!
—Le pedí a Haily que te avisara, necesitaba equipaje si iba a hacerme
pasar por tu prometido, mis padres no se tragarían que venía solo con una
mochila, le pedí a ella que te lo dijera, que te dejara dormir lo máximo
posible, porque sabía que era probable que te costara despertar. Y también le
dije que me esperaras en el aeropuerto, quería hablar contigo, contarte mi
plan.
—¡¿Tu plan?! No quiero ningún plan contigo. Vas a caer por tu propio
peso, tus padres verán que eres un inepto, y cuando rompa contigo, les haré
escoger. Si tú te quedas, yo me voy.
Él me sonrió sin humor.
—Entonces te echarán. —Le puse mala cara—. ¿No lo entiendes? Ellos
ya piensan como tú, que no soy capaz de manejar esto, por eso te trajeron. Si
rompes conmigo en lugar de que yo lo haga contigo, simplemente, te
sustituirán. Esto va más allá de un hotel, es su manera de retenerme.
—Muy bien, pues entonces voy a ir haciendo las maletas.

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—¡No! ¡Espera! —Me cogió de la muñeca con sutileza, no era un gesto
imperativo, más bien un ruego—. Escúchame, sigo pensando lo mismo, este
no es mi sitio, seguramente tú eres la persona más indicada para llevarlo,
pero…
—¿Pero?
—Tengo que asegurarme.
—¿Que tienes que asegurarte? ¡He sido la directiva con mejor
rendimiento de la cadena de tus padres! Si alguien puede manejar este lugar y
que funcione, esa soy yo, no tú.
—Muy bien, pues demuéstramelo. Voy a quedarme y vamos a fingir estar
juntos hasta que me demuestres que eres capaz de que este lugar genere
beneficios. Si lo haces, juro que romperé contigo y me largaré como si el día
de ayer no hubiera ocurrido nunca. —Era aceptar el trato o regresar a Mérida
con el rabo entre las piernas. No me fiaba de Álvaro, pero tampoco es que
tuviera nada mejor.
»No hace falta que me respondas ya mismo, no obstante, te he preparado
una lista de cosas que imagino deberías saber de mí. Si aceptas, puedes hacer
la misma, pero con tus respuestas. —Me tendió un papel escrito a mano, por
delante y por detrás—. Imagino que te surgirán dudas y que habrá otras cosas
que tendremos que hablar, en plan… posibles preguntas que nos puedan hacer
mis padres, en las que no fallemos o no soltemos cosas que no queremos,
como ocurrió en la mesa. Aunque cuando los conozcas un poco mejor, más
allá de una reunión anual, a la que papá acude para que habléis de números, te
darás cuenta de que son una pareja divertida, con gran sentido del humor y
para nada del Opus. —La última afirmación hizo que las mejillas se me
sonrojaran—. Necesito darme una ducha, comer algo y cambiarme de ropa.
—Vale, yo me iré a dar una vuelta, necesito pensar.
—Me parece justo. Por cierto, Ebert está al corriente de todo, tranquila, no
dirá nada, es de confianza.
—Tú sabrás.

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Capítulo 17

Página 117
Maca
No me fui a pasear por la playa, sé que es lo que muchos habrían hecho,
pero mi asco hacia la arena en los pies hizo que me internara por el complejo
en busca de un lugar tranquilo en el que sentarme.

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Antes de salir de la villa, cogí el mapa del resort que estaba al lado de la
fruta, por si me perdía.
Nuestra villa era la 53, es decir, la que quedaba en el extremo derecho, en
la imagen de color verde, pegada a la orilla del mar y en forma de L.
El restaurante Moana, que era la F blanca, fue donde me encontré con mis
jefes, en el centro de la pasarela que llevaba a los bungalows sobre el agua.
No tenía idea de si seguirían ahí o no, por lo que decidí tomar uno de los
senderos que rodeaban la zona de villas.
Cuando Ebert me mostró las instalaciones, divisé varios bancos que se
refugiaban en la vegetación.
En el mapa no aparecían los alojamientos de los trabajadores, estos
quedaban al otro lado de la carretera, cerca de la pista de tenis y del
helipuerto. Tenía su lógica, aquel mapa era el que tendrían los huéspedes y no
parecía de lo más recomendable que conocieran donde vivían los empleados.
Inspiré hondo, de todas las posibilidades que había imaginado al llegar a
Moorea, ninguna era la que había terminado ocurriendo.
No sabía qué me disgustaba más, que mis jefes me hubieran engañado con
mi puesto, antes de que yo los hubiera engañado a ellos con mi situación
sentimental, o que Álvaro me hubiera llevado a su terreno, porque o aceptaba
su propuesta, o me marchaba a Mérida sin cobrar indemnización y derechita a
la cola del paro.
El problema era que si aceptaba, lo tendría a él por encima de mí,
cuestionando cualquier decisión que tomara cuando ni tenía los estudios, ni la
experiencia, jamás se había preocupado del negocio familiar y ahora iba a
dedicarse a entorpecer mi trabajo, y eso sí que no iba a tolerarlo.
Por el momento, solo podía plantearme una cosa, leer esa estúpida lista y
hacer tiempo hasta que fuera una hora decente para llamar a las chicas, o
mejor, que ellas me llamaran a mí. Era una emergencia, así que tecleé un
mensaje de «S.O.S, llamada a 3 en cuanto despertéis» que no les haría dudar
respecto a mi nivel de desesperación.
Encontré un banco lo suficientemente escondido bajo un cocotero, me
pareció ideal para atrincherarme. Si tenía que decidir, lo suyo sería que
primero leyera la lista de taras de Álvaro Alemany.
Desdoblé las hojas que eran de esas de libreta precortada y me puse a leer
sin más preámbulos.

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Reconozco que cuando mis ojos se toparon con el titular, no pude hacer
más que sonreír. Era payaso hasta la médula e imaginativo, eso no se lo podía
discutir.
Punto para el amante del jamón y la pasta. Yo era forofa de las
hamburguesas con patatas, pero eso también me gustaba.
Yo no tenía tatoos, pero sí me gustaban los chicos que los llevaban.
Deporte al aire libre y yo… Ñe, no me verías buscando una cascada por la
isla para saltar desde arriba, o buceando entre tiburones…

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Una carcajada involuntaria escapó con lo de la estrella de rock. Me
imaginé a un mini Álvaro haciendo tronar su voz mientras sus padres
aplaudían sin remedio al concierto de su desafinado hijo que sujetaba una
escoba a modo de guitarra eléctrica.
Lo de los animales era otro punto a favor, lo que me hizo pensar en mi
José Luis; suspiré hondo y seguí leyendo.

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Quién me iba a decir que era un miedica, reí para mis adentros; si Laura
estuviera ahí, disfrutaría puteándolo. Las pelis de miedo no es que fueran de
mis favoritas, pero tampoco les hacía ascos. Piso compartido = peli
compartida. No siempre llovía a gusto de todas, teníamos que amoldarnos.
Le di la vuelta a la hoja y volví a soltar una carcajada. Álvaro tenía la
capacidad de hacerme reír aunque no quisiera.

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Antes de leer su edad, ya sabía que era más mayor que yo, lo que no
imaginaba era que fuera cáncer, como mi abuela. Ella siempre se jactaba de
que eran personas muy amorosas que daban mucha importancia a la familia.
El siguiente punto me hizo negar con la cabeza, quería engatusarme y no
iba a ser tan fácil de enredar, no obstante, no pude evitar juguetear con mi
abalorio lingual y sentir un poquito de calor en mi bajo vientre.
Lo de las relaciones ya lo había intuido, por lo que teníamos que
interpretar muy bien el papel frente a los Alemany.
Coincidía bastante en gustos, y cuando llegué a la parte de la micción, la
carcajada fue incontenible.
Me sorprendió lo del logopeda, porque ahora pronunciaba genial la erre y
no lo hubiera dicho nunca.
Otro punto en común, yo también tenía una amiga del cole, Noe, y
esperaba conservarla para siempre.
Llegué a la segunda hoja menos cabreada y con la sensación de que
Álvaro, después de todo, era una persona con exterior de buenorro e interior
de persona corriente.
¿Empresariales? Eso sí que no me lo esperaba, nunca habría dicho que
Álvaro hubiera estudiado una carrera de ciencias, le pegaba más una artística
o, si me apuras, de letras.
Hice rodar los ojos en la parte de las lenguas, porque lo peor era que lo
había imaginado con la suya enrollada a la mía.
«Maca, céntrate».
Pasé palabra con la azafata y obvié sus ojos de vampiro que se calcinaban
bajo el sol.
Sentí pena por él al final de la página. Sabía que el hijo mayor de mis
jefes falleció, pero hasta ahora no me había planteado que era el hermano de
Álvaro y que para él tuvo que ser extremadamente duro.
Seguro que tendría un sinfín más de preguntas, sin embargo, lo que ahora
me rondaba era la última frase.
«No soy tu enemigo, deja que te lo demuestre».
¿Estaba dispuesta a ello? No estaba muy segura, aun así, me puse a pensar
mis posibles respuestas. No había preguntas explícitamente puestas, tenías
que imaginarlas por el tipo de contestaciones. Doblé los papeles
resguardándolos entre mis dedos, el único lugar que se me ocurría para anotar
las cosas era el bloc de notas del móvil. Otra cosa no tenía.
Estaba ensimismada abriendo la aplicación cuando escuché un grito feroz
y acto seguido me vi volando rodeada por un cuerpo extraño, fuerte y enorme.

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Un sonido seco tronó en el banco en el que, un segundo antes, estaba
sentada. Alcé la mirada y me encontré con uno de esos tíos que parecen haber
sido sacados de un partido de los All Blacks, muy moreno, muy guapo y muy
tahitiano.
Su pelo era largo, negro, igual que la barba de varios días que cubría su
fuerte mandíbula. La piel era muy tostada, las cejas pobladas y su mirada
penetrante. Se intuían varios tatuajes en su torso, que era lo único que podía
ver en nuestro abrazo.
—¿Es que no has escuchado mi advertencia? —gruñó.
Su voz sonaba como un trueno en plena tormenta. Se dirigía a mí en
francés, la lengua que solían hablar en la isla además del tahitiano.
—¿Quién? ¿Yo?
—¿Ves a alguien más por aquí? —preguntó tosco. Lo cierto era que con
esa montaña de músculo envolviéndome poco podía ver, aunque no se lo dije
—. Si la esclavitud hacia los móviles no nos acaba matando, lo hará ese banco
bajo el cocotero —renegó, ayudándome a ponerme en pie junto a él—.
Éramos mucho más libres cuando los teléfonos estaban sujetos a un cable, o
eso dice mi padre. ¿Estás bien? —cuestionó, dedicándome un buen repaso
que me hizo enrojecer.
—Em, sí, pero ¿qué ha pasado? ¿Por qué me has hecho un placaje? —Él
me señaló el banco. Un coco verde y enorme se había roto contra él.
—Primera regla, extranjera, cuando veas un cocotero, nunca te sientes
bajo él. Un coco de dos kilos, arrojado por una palmera de unos 30 metros a
la velocidad de caída de un coco, que es de unos 85 km/h, equivale a ser
golpeado por una tonelada en la cabeza; o lo que es lo mismo, la principal
muerte en Moorea para los turistas, un cocotazo en toda regla.
—Vaya, es bueno saberlo, gracias por salvarme la vida.
—Soy Maui, responsable de Animación del complejo. —Su nombre me
hizo sonreír porque imaginé al semidiós de la peli de Vaiana, aunque este era
mucho más guapo, debía tener la edad de Laura, rondaría los treinta y cinco o
por ahí.
—Yo soy Maca, la nueva d… —Mierda, ¡iba a decir directora!, el
subconsciente me traicionaba—. Subdirectora. —La palabra todavía me
quemaba en la lengua.
—Uy, perdón, no sabía quién era… —cambió el tono y el modo de
dirigirse a mí.
—Tranquilo, puedes tutearme, al fin y al cabo, eres mi salvador.

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—Se me da bien cuidar de mujeres hermosas en peligro… —Tomó mi
mano y me besó la palma.
—Y tirárselas para anotarse otro tanto en su marcador, también —
masculló Ebert llegando con su vehículo silencioso.
—Ya está aquí el del coche fantástico. —Maui me guiñó un ojo y su
referencia me hizo reír por dentro, aunque en mis ojos se intuía que me había
hecho gracia y el tahitiano pareció captarlo.
—Es la prometida del hijo de los jefes, harías bien en saber a quién le tiras
la caña antes de jugártela.
Maui enfrentó a Ebert con las manos en las caderas y sin titubeos.
—Y tú harías bien en quitar ese banco de ahí, Super Mario. —¿Super
Mario? OMG—. Ya te dije que era una mala idea, como ha podido comprobar
la jefa.
Ebert lo contempló desafiante, sin apartar la mirada hacia donde Maui
indicaba. Me daba a mí que estos dos no terminaban de congeniar, demasiada
testosterona junta.
—Ese banco lo puso el paisajista, no yo.
—Eso os pasa por contratar a gente de fuera. —Desvió la mirada hacia mí
—. Con todos mis respetos, hay cosas que los autóctonos sabemos hacer
mejor, por propia experiencia.
—Estoy de acuerdo —afirmé. Maui parecía gratamente sorprendido por
mi respuesta. Contempló a Ebert con suficiencia.
—Menos mal que nos han traído a una mujer que, además de guapa, es
lista.
No les presté mucha atención. El tono de Maui implicaba desafío, estaba
buscando a Ebert, que esa vez no entró al trapo.
Abrí el bloc de notas y anoté en Como tarea revisar todos los bancos.
—Ebert, tenemos que…
—Lo pillo, jefa, suba, la llevo a su villa.
—Tranquilo, voy a dar un paseo, de todos modos, estoy cerca.
—¿Segura?
—Sí, quiero hacerme al entorno.
—Como quiera.
—No me llames de usted, antes ya te lo pedí.
—Antes era antes, y ahora, ahora. Cada cual tiene su lugar en este sitio y
es importante que los trabajadores lo sepan, aquí la tendencia es cogerse
confianzas que no corresponden demasiado pronto.
—¿Lo dices por mí? —preguntó Maui sin amedrentarse.

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—Tú eres el único que se pasea por aquí como si las tierras fueran tuyas.
—Lo fueron, de mis antepasados, y eso hay que respetarlo.
Ebert bufó.
—Pero ya no lo son, así que empieza a respetar a tus jefes y no te tomes
tantas confianzas.
Maui torció la sonrisa.
—Jefa, cuídate —volvió a besarme la mano—. Super Mario… —se
despidió de Ebert con paso chulesco sin dedicarle una sola palabra más.
Ebert y yo nos quedamos observando cómo Maui se perdía detrás de las
villas siguiendo el camino.
—Hará bien en alejarse de él, dudo que a Álvaro le haga gracia que el
follador de la isla vaya en su busca, con él hay que marcar distancias, no le
hace ascos a ninguna.
—Lo tendré en cuenta. Gracias por preocuparte, pero como ya sabes,
dudo que a Álvaro le importe… —El jefe de Mantenimiento era listo, no
necesitaba más para saber a lo que me refería.
—Yo no estaría tan seguro, al fin y al cabo, es tu prometido, por lo menos,
de cara a sus padres. ¿Seguro que no quieres que te lleve?
—Seguro, tú solo ocúpate de señalar los bancos que deban ser retirados
porque comprometan la seguridad del huésped y mañana lo revisamos.
—Está bien, jefa, disfruta del paseo y evita ponerte debajo de las
palmeras. Pinterest y las postales han hecho mucho daño.
—Lo haré.

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Capítulo 18

Maca

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Una hora más tarde, mi móvil emitió el característico tono de Las Divinas,
lo tenía programado para cuando hacíamos llamadas a través del grupo vía
WhatsApp.

Nadie pasa de esta esquina,


aquí mandan las divinas,
porque somos gasolina,
gasolina de verdad.

En cuanto aparecieron sus caras, sentí una alegría enorme, y descolgué con
nerviosismo ávida de escuchar sus voces y verlas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Noe atropellada. La boca de Laura estaba
formando un gigantesco bostezo, y el característico sonido de la Nespresso
hacía los coros.
—¿Ni siquiera has dejado que Laura se tome su café? Ya sabes que si no
lo toma, no piensa —protesté.
—¿Y qué querías? Has puesto nuestro código de emergencia, no lo habías
usado salvo aquella vez que te quedaste atrapada en el congelador del hotel y
los de cocina ya se habían marchado. Por poco te sacamos de allí convertida
en la prota de Ice Age. ¿Acaso lo de ahora no es grave?
—Lo es —suspiré, recordando aquella anécdota que casi hizo que
perdiera los dedos de los pies, porque iba con chanclas y apenas tenía
cobertura dentro de la cámara.
Al día siguiente, teníamos visita de los de la inspección, la mujer del chef
se puso de parto mientras comprobábamos las fechas de caducidad de los
congelados y yo misma le pedí que se marchara. Con las prisas, no se dio
cuenta de que la puerta rebotó y me quedé encerrada.
La cámara era de las antiguas y no tenía bien el mecanismo de apertura
desde dentro, a veces se atascaba, como fue el caso.

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Les comenté todo lo que me había pasado desde la última vez que
hablamos. Oí un montón de exabruptos por parte de Lau, quien no dejaba de
maldecir y jurar que iba a ir a ver a la Paca para que a Álvaro se le quitaran
las ganas de dar por culo.
—¿Y piensas quedarte sabiendo lo que sabes? —preguntó Noe prudente.
No lo decía en plan vuelve a casa, solo pretendía asegurarse de que quería
estar en la isla pese a lo que había ocurrido y que el puesto de mis sueños era
para Álvaro.
—Ahora mismo estoy hecha un lío, por eso os llamaba, necesito tomar
una decisión, y no sé…
—A ver, si lo analizas fríamente, el sueldo sigue siendo el mismo —
empezó calmada—, y por lo que nos has contado, el hijo de tus jefes solo
quiere asegurarse de que eres la candidata ideal para después largarse.
Tampoco lo veo tan descabellado, teniendo en cuenta que sus padres han
comprado el negocio para él.
—¡¿Lo defiendes?! —gritó Lau a sus espaldas con su taza a la mitad y la
cafeína fluyendo precipitada por sus intestinos—. ¡Que la ha engañado!
¿Quién nos asegura que después no quiera quedarse?
—Nadie, pero vamos, que tampoco lo conocemos, igual no miente, a mí
me gusta ofrecer el beneficio de la duda a las personas que no conozco.
—La maldad habita en nosotros —proclamó Lau.
—Y la bondad también —la corrigió Noe.
—Pues yo me volvía sin mirar atrás. No has dejado de currar como para
ahora tener que dejarte pisotear por un niñito de papá. Si vuelves a España,
tienes derecho a paro y puedes buscarte otro curro desde la comodidad de
nuestro pisito. No te sientas obligada a trabajar para ese fotógrafo con ínfulas
de directivo, puedo darte un curso acelerado y pedirles a los de mi curro que
te llamen para sustituciones.
—Laura, no te ofendas, pero ganas el sueldo mínimo interprofesional,
imagínate si solo hago sustituciones, apenas podría pagar mi parte del
alquiler, ¡que sigo pagando la letra del coche!
—Podríamos apretarnos el cinturón —murmuró.
—¿Te refieres al de los clientes de las rotondas? Porque Maca tiene razón,
yo no termino de arrancar con lo mío, tú vas superjusta y, nos guste o no, su
dinero es el que nos salva el culo en más de una ocasión. O le damos la vuelta
a la cosa, o tus galletas terminarán siendo las de José Luis.
El perro, que estaba entre ambas en el sofá, ladró. Noelia tenía razón,
marcharme teniendo en cuenta cómo estaba el mercado laboral en España no

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era una solución válida.
—La cosa es que yo quiero este trabajo —suspiré—, el sitio es una
pasada, los trabajadores que he conocido parecen majos, incluso el
responsable de Animación me ha salvado de perder la cabeza ante un coco
salvaje.
—Empezamos fuerte, ¿eh? —cuestionó Laura.
—Ya me conocéis. El único que sobra es Álvaro —dije con la boca
pequeña.
—¿Y por qué no puteas un poquitito a don Capullo hasta que te
aborrezca? Usa esa lista de cosas de la que nos has hablado, averigua sus
flaquezas y consigue que te deje dirigir el hotel en paz. Si no para de cagarla,
y lo demuestras, quizá puedas hablar con su padre y apartarlo de la dirección
—sugirió Lau.
—Pero se supone que somos prometidos… —me quejé.
—¡Exacto! —Chasqueó los dedos Noe—. ¿No has dicho que Álvaro es
alérgico al compromiso? ¡Pues conviértete en una de esas novias plastas!,
como la prota de Cómo perder a un chico en diez días, que, por cierto, qué
bueno estaba Mathew Micoñofiu en esa película. Ponle un nombre ridículo a
su polla, regálale un perro adiestrado para que le muerda los huevos de noche
y hazle comer cosas que deteste, ya me entiendes, conviértete en un ser del
que den ganas de salir huyendo. Si haces eso y provocas que los señores
Alemany te cojan más cariño que a ese hijo desagradecido, lo mandarán
directo al destierro. Si hay alguien que puede hacer funcionar el resort esa
eres tú, no ese hijo de papá con ínfulas de nuevo empresario.
—¿De verdad pensáis que eso puede funcionar? ¿Hacer ver que me he
enamorado de él cuando lo que quiero es darle una patada para que se largue
bien lejos? Porque os recuerdo que en esa peli terminan juntos…
—Porque el tío era el incomparable Mathew Micoñofiu; con Mr. Capullo,
no tendrás problema; además, en esas notitas mostraba bastante interés, lo
tienes en el bote, chocho morenote —se carcajeó Lau.
Eso lo decían porque no le habían visto ni la cara ni el cuerpo a Álvaro.
—Maca, has luchado mucho para conseguir ese puesto, no eres tonta, se te
da bien dirigir a la gente y que te adoren, podrás con esta situación, y
llamarnos para maquinar putadas, o darte soporte en tus momentos de
flaqueza; si te rindes tan rápido, te vas a arrepentir.
Les ofrecí una sonrisa triste porque tenían razón; si no luchaba, me daría
de cabezazos en cuanto llegara a Mérida.
—Ojalá pudierais estar aquí.

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—Voy a mandarte uno de mis falos protectores —comentó Lau muy seria.
—Necesitaría un ejército de ellos, y con mi buena suerte, seguro que lo
retienen en aduanas.
Laura era una experta en ellos, formaban parte de su trabajo de guía;
según nos contó a Noe y a mí cuando nos conocimos, los romanos tenían
absoluta devoción por los penes, símbolo de protección, hasta el punto, como
era el caso de Mérida, que los dejaban de forma visible en los edificios
públicos, podía decirse que la capital de Extremadura era la polla, como solía
decir Lau.
—Cuando vayamos a visitarte, me llevo un cargamento —me perjuró—.
Hasta entonces, iré a ver a Paca, a ver si se le ocurre algún hechizo para
enviar a Álvaro bien lejos.
—Gracias, chicas.
—Maca, no te agobies, que vales tu peso en oro —me repitió Noe—. Tus
jefes lo saben, nosotras también, el hijo de los Alemany es capullo muerto.
Les mandé un beso muy fuerte mientras Noe agarraba la pata a José Luis
para que me mandara un saludo de despedida.
Tenía que volver a la villa para cambiarme e ir a cenar.
Al alcanzar la puerta de acceso, vi que Álvaro estaba apoyado en la valla
que daba a la playa, con la mirada puesta en el horizonte y la brisa
desordenándole el pelo. Suspiré, era injusto que me pareciera atractivo y me
hiciera reír, porque eso lo dificultaba todo.
Se había puesto una camisa color tierra, una bermuda blanca, que dejaba a
la vista los tatuajes de su pierna, y sandalias de dedo. Parecía estar lejos,
concentrado, hasta que cerré la puerta y se giró hacia mí con una sonrisa
cauta.
—Hola, has tardado…
—Tenía mucho en lo que pensar.
—Imagino.
Me aproximé recolocándome un mechón tras la oreja y le devolví los
papeles.
—Ha resultado muy revelador.
—¿Y has decidido algo?
—Por ahora, me quedo. —Suspiró aliviado—. Lo cual no quiere decir que
pueda desdecirme en cualquier momento. No voy a tolerar decisiones
estúpidas por mucho que tengas una carrera de Empresariales o seas el hijo
pródigo de mis jefes.

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—Maca, tengo toda la intención de que este sitio funcione, quiero sumar y
no he venido a entorpecer tu trabajo.
—Muy bien, entonces, ¿acatarás cada una de mis órdenes sin rechistar y
te ocuparás de que tu padre sepa que cada una de ellas es cosa mía?
—No voy a apropiarme de ninguna de tus ideas, si es lo que temes, pero si
veo algo que no me gusta o que creo que puede mejorarse, te lo diré. —
Resoplé—. Puede que no haya sido director, pero sí huésped, y quizá pueda
aportar mi experiencia de todo lo bueno y lo malo de los lugares en los que he
estado, ¿te parece?
Torcí la expresión.
—Sun Travel tiene muchos protocolos establecidos, soy muy buena
implantándolos en el ADN de los trabajadores, espero que no me hagas
discutir demasiado.
—Entonces, ¿tenemos un trato? —El tono era esperanzado.
—Supongo.
—¡Seh! —Hizo un gesto de triunfo—. ¿Has preparado mi lista?
—La tengo en el móvil, no tenía papel.
—¿Te doy mi número y me la pasas? —fruncí el ceño—. No es que
quiera tu número, a ver, que sí lo quiero, lo que me refiero es a que
igualmente tendrías que dármelo, sería raro que no tuviera el teléfono de mi
prometida y tuviera que pedírselo a mi padre.
—Apunta —lo corté para que no siguiera elucubrando. Una vez lo hubo
grabado, me hizo una perdida, yo también lo guardé y le mandé la lista.
Algunas cosas eran ciertas y otras no, todavía no estaba convencida de si
convertirme en una prometida detestable sería la solución a mis problemas.
—Mis padres nos esperan en el Mauruuru, Ebert vendrá en quince
minutos a buscarnos con uno de los vehículos para cuatro que nos podremos
quedar para desplazarnos.
—Genial, no necesito más tiempo.
—Vale, te espero aquí haciendo los deberes —agitó el teléfono.
—Disfrútalos —sonreí pérfida. Me di la vuelta y entré en la villa.

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Capítulo 19

Álvaro
La cena con mis padres fue mucho mejor que la comida.

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Maca parecía estar más relajada, las pocas cosas que sabíamos el uno del
otro nos dieron un pequeño respiro, además de que ella supo reconducir la
conversación la mayor parte del tiempo hacia el trabajo, lo que nos mantuvo
en zona segura.
Me descubrí varias veces ensimismado contemplándola, se notaba a la
legua que era una persona apasionada por su trabajo. Si hubiera tenido mi
cámara, me habría gustado inmortalizarla durante su discurso, sobre todo, por
cómo le brillaban los ojos frente al proyecto del resort. Me gustaba su manera
de fruncir el ceño al concentrarse en las palabras de mi padre o sonreír cuando
coincidía con él en su forma de ver las cosas.
—Hijo, esta mujer es oro, más te vale cuidarla bien y no dejarla escapar, o
te despido.
Su observación hizo reír a Maca y a mi madre, yo le dediqué una sonrisa
furtiva porque, al fin y al cabo, era justo lo que quería, que ellos tuvieran una
candidata ideal que pudiera aportarles todo lo que yo era incapaz.
Pensé en la lista que leí mientras ella se arreglaba. No teníamos
demasiadas cosas en común, en un test de compatibilidad, no llegaríamos ni a
un 10 %, aunque en el avión hubiera jurado que sí. Me resultó curioso que,
prácticamente, detestara todo lo que a mí me gustaba.
Su color era el azul, no le gustaba el jamón, ni la pasta, y le flipaba todo lo
excesivamente picante. Odiaba los tatuajes, por eso no llevaba ninguno, desde
que hizo kárate no había vuelto a practicar deporte. Amaba el reguetón y el
break beat por encima del rock, el cual consideraba música para alcohólicos y
drogatas. Le gustaba ir al karaoke, porque de pequeña estuvo en un coro, y
cantar con personas que lo hicieran bien, porque si no, se sentía ridícula.
Le flipaban las pelis de terror y cada año acudía a un festival de cine gore
con sus amigas disfrazadas de personajes sangrientos. Además, como
anécdota, su abuela le decía que de pequeña hablaba con el espíritu de su
tatarabuela, que nunca llegó a cruzar al otro lado porque se quedó
custodiándola. Esa parte reconozco que me dio algo de grima.
Tenía veintiocho años y era leo, no conocía a otra chica con piercing en la
lengua que me pudiera presentar, lo que me llevó a observarlo con disimulo
toda la cena.
No le gustaban las relaciones a corto plazo, ni los polvos de una noche.
Maca buscaba una relación estable y un futuro que incluyera matrimonio,
cinco hijos y un cerdo vietnamita al que apodaría Cinco Jotas, para recordarle
por qué no le gusta el jamón.
Sus amigas eran su pequeño universo y refugio seguro.

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Le gustaba que le leyeran por las noches y lo necesitaba para poder
conciliar el sueño y relajarse, sufría sonambulismo, y si alguien le leía, tenía
comprobado que los episodios eran menos frecuentes, así que era mejor no
despertarla.
Estudió Dirección Hotelera porque era algo mandona y le gustaba la
sensación de hacer felices a los demás en sus vacaciones. Coincidíamos en
dominar varias lenguas, aunque la que más me apetecía hablar era la suya,
sobre todo, en mi boca.
Afirmaba ser intuitiva con las personas, empática y se le daba genial
llevarse bien con el personal que tenía a su cargo.
Lo peor de su vida, que sus padres siempre estuvieran viajando, aunque
adoraba a sus abuelos, quienes eran los que la habían criado, y separarse de
sus amigas, a quienes extrañaba desde que cogió el AVE en Mérida.
—Ebert me ha dicho que, desde que llegaste, no has parado de apuntar
cosas —comentó mi padre, dirigiéndose a Maca.
—Ya me conoce, señor Alemany, me gusta estar en todo, y aunque no lo
parezca, hay pequeñas cosas que ultimar antes de la apertura.
—Sí, de eso quería hablaros. Tenéis que hacer hincapié en el personal que
falta por contratar, estaría bien que mañana empezarais con la selección de
currículos para descartar algunos y hacer entrevistas para cubrir los puestos
que todavía nos quedan disponibles. Moorea no es tan grande, y un complejo
como este requiere de personas a la altura. Podéis encontrar serias
dificultades, por lo que os doy vía libre por si necesitáis contratar a alguien de
fuera, sobre todo, para puestos que requieran mucha responsabilidad o
contacto directo con el cliente. Podemos llegar a pagar hasta cinco vuelos, no
más. —Maca asintió—. Además, esta semana estaría bien que probarais todos
los servicios y actividades, debéis testar la experiencia SunTravel Guest, así
como las excursiones de nuestras empresas colaboradoras. Estarás conmigo,
Maca, en que es indispensable probar antes de servir.
—Por supuesto, señor, siempre ha sido uno de nuestros lemas en la
empresa.
—Bien, entonces, organizaos, cuando abramos las puertas en quince días,
todo tiene que rozar la excelencia.
—No atosigues tanto a los chicos —mi madre palmeó la mano de mi
padre por encima de la mesa.
—No nos atosiga, señora Alemany, su marido tiene razón en todo, no
podemos ofrecer menos que la excelencia.
Mi padre contempló a Maca con adoración.

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—No se lo digas mucho, que se lo va a creer —sonreí, cabeceando hacia
él.
—¿Celoso de tu padre, Álvaro? —preguntó mi progenitor.
—Lo estaría si no supiera que adoras a mamá.
Esa vez fue mi padre el que sonrió.
—Eso es cierto, Agnetha es la mujer de mi vida, como Maca lo es de la
tuya —puntualizó.
Mi falsa prometida me miró de soslayo e hice algo que ella no esperaba.
Tomar su mano y besar el dorso, tenía la piel caliente y algo húmeda.
Sentí ganas de deslizar mi lengua por ella para comprobar a qué sabía. No
acordamos nada sobre los gestos de afecto en público, pero si íbamos a fingir
tener una relación que nos llevara al altar, necesitábamos muestras de afecto
compartidas.
No apartó la mano, pero sí que se quedó algo tiesa, tendríamos que hablar
sobre ello cuando llegáramos a la villa. Sus ojos oscuros profundizaban en los
míos mientras sus labios se separaban y aquella maldita tentadora asomaba
para hidratarlos agitando el piercing como si fuera un caramelo en la puerta
del colegio.
Mi padre carraspeó obligándome a romper la conexión de nuestras
miradas.
—Os hemos preparado una sorpresa de bienvenida, bueno, nosotros no,
los trabajadores que por ahora están en el complejo. ¿Qué os parece si salimos
fuera?
—Sí, claro —comentó Maca, soltándose de mi agarre de inmediato. Me
puse en pie para retirarle la silla, igual que hizo mi padre con mi madre—. No
es necesario —masculló Maca—, puedo apartarla yo misma.
—Lo sé —murmuré en su oreja, casi rozándola con mi aliento—, pero
este tipo de gestos les gustan a tus suegros.
Ella emitió un sonido medio abochornado que se me antojó adorable.
Estaba muy guapa, con un vestido simple en color blanco y una cola baja
que favorecía sus rasgos.
Caminamos los cuatro hacia la zona donde se realizarían los espectáculos,
y nada más poner un pie en la tarima de madera, el sonido de la música, los
tambores, las antorchas encendidas y el suave manto de las estrellas nos
envolvió a todos.
Un puñado de mujeres emergió por los laterales. Iban vestidas con las
típicas faldas de paja, guirnaldas de flores y sus melenas negras sueltas por la

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espalda. Sus movimientos rápidos, rítmicos, las sonrisas blancas y aquellas
miradas candorosas, a la par que sensuales, combinaban a la perfección.
Los ojos de Maca se nutrían de cada movimiento sin mediar palabra,
absorta en el vaivén de las caderas que parecían pertenecer a otro cuerpo,
pues no tenía nada que ver la docilidad del tronco con el ritmo infernal que
agitaba sus faldas.
—Impacta verlas en directo, ¿verdad? —preguntó mi padre cómplice.
—Mucho —susurró ella sin apartar la vista.
—Pues espera, que llega el plato fuerte…
La danza concluyó y los elementos de percusión como el pahu, el
pahuto'ere, la 'ihara, o el umbele, tronaron con fuerza. Una canoa con más
antorchas se acercó por el agua.
Maca contuvo la respiración.
Un grupo de cuatro hombres alzaron los palos en llamas. Estaban llenos
de tatuajes, iban descalzos, con los torsos desnudos y las miradas
amenazantes. Caminaron con total seguridad precediendo a la estrella de la
fiesta. Un tipo que parecía sacado de un ring de lucha libre, con el mismo
estilismo que sus antecesores. Ese no parecía cabreado, al contrario, si tuviera
que catalogar su mirada, sería seductora, y lo peor de todo era que iba dirigida
a Maca, lo que me tensó por completo.
—Ese es Maui, nuestro jefe de Animación, los demás forman parte de su
equipo —musitó mi padre.
—Nos conocimos esta tarde, es un gran hombre, me salvó la vida —
respondió Maca, dejándome fuera de combate.
—Entonces tendremos que subirle el sueldo —bromeó mi padre.
—¿Cuándo ha pasado eso? —pregunté con una sensación desagradable en
el estómago. Ella me sonrió ladina.
—Mientras te duchabas y yo salí a pasear.
No añadió nada más, estaba demasiado embobada contemplando a la
montaña de músculos escupir fuego y pasarse los palos en llamas por el
cuerpo.
—Ese hombre exuda poder por todos los poros de la piel —suspiró mi
madre.
—Es magnífico —corroboró Maca, sin tener en cuenta que aquel
mastodonte podía leerle los labios. De hecho, estaba seguro de que lo había
hecho por el modo en que la miraba.
Me puse detrás de mi prometida y la rodeé con los brazos, clavándola
contra mi cuerpo. Puse las manos en su tripa y la acaricié. Ella se estremeció.

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¡Joder! Qué bien olía y qué bien se sentía.
—¡¿Qué haces?! —masculló, volviéndose rígida de nuevo.
—Dejar las cosas claras, cariño —musité, sabiendo que mi conducta
alejaría a pitufo fortachón, aunque de pitufo no tuviera nada.
—Estás haciendo el ridículo.
—Yo creo que no.
Lo dijo flojo para que solo yo pudiera oírla.
La música de percusión terminó y una mucho más suave dio inicio. Las
mujeres volvieron a aparecer para acercarse a nosotros, colocarnos un collar
de flores a cada uno y llevarse a Maca y a mi madre al centro.
—Uy, no, que yo no sé… —se excusó ella avergonzada.
—Ni yo tampoco, pero se trata de divertirse y sentir la experiencia del
huésped, ¿recuerdas? —anotó mi madre sonriente.
—Así se habla, mi vida —la felicitó mi padre mientras ella salía a la
palestra, a Maca no le quedó más remedio.
No me gustó que se alejara y perder el contacto, sobre todo, porque el rey
de la jungla seguía contemplándola con apetito. El mismo que yo sentía.
—¿Ese tal Maui…? —cuestioné sin terminar de formular la pregunta.
—Las lleva a todas de calle, aunque no te preocupes, Maca no parece ser
de las que se dejan engatusar con facilidad, si es lo que temes.
—¿Y por qué lo tenemos aquí? ¿No puede ponernos en problemas con los
huéspedes?
—Maui sabe que si la mujer está casada, la puerta está cerrada. No es
estúpido, no pondría en peligro su puesto de trabajo. Además, es el mejor y
nos necesita. Es padre soltero, tiene un hijo de dieciocho que está un pelín
perdido. Lo contraté para que ayudara en el bar de la piscina y como DJ,
necesitan que alguien les eche una mano.
—¿Dieciocho? Pero ¿cuántos años tiene el hombre montaña? No me lo
digas, es un puñetero inmortal.
—Lo tuvo con diecisiete, aquí van muy rápido, echa cuentas.
—¿Y la madre?
—Murió en el parto, no lo ha tenido fácil. Solo y con un hijo a una edad
tan temprana. Que no lo abandonara dice mucho de él. ¿No crees? —Pasé de
responder porque sabía lo que mi padre pretendía hacerme ver, que yo sí
abandoné a mis progenitores cuando más me necesitaban.
La risa de Maca y mi madre hicieron que mi atención se centrara en ellas,
las bailarinas les enseñaban movimientos fáciles de seguir para que no se
sintieran mal.

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Mi falsa prometida brillaba, tanto que me era imposible observar otra cosa
que no fuera su cuerpo contoneándose, el modo en que las carcajadas hacían
temblar su pecho o su mirada radiante.
Ahora era yo el que estaba tenso, tuve que meter la mano en el bolsillo y
pedirle a mi polla que se relajara.
Dudaba que Maca quisiera incluir el término follar en nuestro acuerdo, y
eso que yo me moría de ganas. Su recuerdo medio ebria pidiéndome un dedo
todavía causaba estragos en mi cerebro.
El baile terminó y los dos aplaudimos a las improvisadas bailarinas, que
regresaron a nuestro lado sonrojadas y divertidas.
Les dimos las gracias al equipo de animación. Mi padre nos los presentó a
todos.
—Has bailado muy bien, Maca —la felicitó Maui. Mis puños se apretaron
sin control al ver que la susodicha le ofrecía una sonrisa—. Usted también,
señora Alemany.
—Gracias, Maui, aunque yo ya no estoy para estos trotes, es mejor
dejárselo a la juventud.
—Usted es muy joven —coqueteó, y contemplé enfurruñado cómo a mi
padre parecía no importarle.
—Zalamero —rio mi madre.
—Me ha dicho mi prometida que esta tarde la salvaste, gracias —mi tono
era enérgico.
—De nada, fue todo un placer, ya le expliqué que no era buena idea lo de
sentarse bajo un cocotero.
—Y yo ya le he pedido a Ebert que ponga solución a la ubicación de los
bancos.
—Así me gusta, trabajo en equipo, eficaz y rápido —celebró mi padre.
—Me gustaría hablar contigo mañana sobre la posibilidad de ofrecer a las
huéspedes que aprendan a bailar el ori Tahití, en lugar de zumba como en
todas partes, creo que puede ser un buen reclamo, además de…
—Ahora no es momento, Motomami, el día ha sido agotador y mi
prometida y yo tenemos ganas de ir a la villa.
—Me llamo Maui —me corrigió.
—Perdona, he salido a mi madre en eso de cambiar los nombres, cuando
se me mete uno en la cabeza… —Él tensó los labios sin mucho humor.
—Mi hijo tiene razón, mañana será un momento más apropiado para
hablar de estos temas, y recuerda que él es el director, así que la última
decisión es suya. —El comentario de mi padre, destinado a darme mi lugar,

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hizo que Maca hinchara las fosas nasales y el jefe de Animación inclinara la
cabeza.
—Por supuesto, disculpen mi impetuosidad. Mañana les mostraré a ambos
las actividades que he programado para que les echen un vistazo y me den su
beneplácito. Señores, Maca.
—Una cosa más —añadí—. Lo del fuego es muy vistoso, pero no sé si
hacerlo sobre madera es lo suyo, mañana le preguntaremos a Ebert a ver qué
opina al respecto.
—Nunca hemos tenido problemas por…
—Que no haya habido problemas en el pasado no significa que no pueda
haberlos en un futuro, estarás conmigo en que más vale prevenir que
lamentar. —Él frunció el ceño y apretó los labios, me daba a mí que no estaba
muy acostumbrado a recibir órdenes—. Buenas noches, Maui —lo despedí.
Se dio media vuelta y se dirigió en tahitiano a su equipo escupiendo cada
palabra, casi podía imaginarlo maldiciéndome y diciendo que el nuevo
director no tenía ni idea de lo que decía. Me daba igual, mi sugerencia no era
para molestarlo, la seguridad de los clientes era importante, y quizá nadie le
había preguntado a Ebert si el lugar era el más indicado, o si la madera
llevaba un tratamiento que la hiciera ignífuga.
—¡Bien hecho, hijo! ¡Así me gusta verte! ¡Tomando las riendas! Tú y
Maca os haréis con este lugar en un periquete, estoy seguro, ¿verdad, tesoro?
—Verdad, Joan, son un reflejo de nosotros cuando cogimos ese hotel que
heredamos de tu familia.
Mis padres también nos desearon buenas noches y se retiraron a
descansar. Por el humor que se gastaba Maca y la postura de su cuerpo, temía
lo que pudiera ocurrir al llegar a la villa, eso si llegábamos.

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Capítulo 20

Maca

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—Pero ¡¿tú qué te piensas?! —rugí en cuanto estuvimos lo
suficientemente alejados.
—¿Yo?
—¡Sí! ¡Tú! —lo acusé indignadísima.
Estaba sorprendida de lo bien que había ido la cena. Álvaro se mantuvo en
un segundo plano dejándome intervenir en todo momento, haciéndome pensar
que el trato era posible, hasta que, boom, ¡a tomar por culo!
—Me besaste la mano, me abrazaste meándome como a una puñetera
farola con Maui y, para colmo, decides si el espectáculo es peligroso
obviando lo que Maui tuviera que decir. ¡¿Así es como se supone que van a ir
las cosas?! Porque si esta es tu idea de «voy a dejarte dirigir la instalación»,
vas muy equivocado conmigo, ahora mismo me hago la maleta y…
—Espera, ¡espera! —gritó en cuanto me vio con toda la intención de
subirme al vehículo y dejarlo ahí tirado—. ¿Podemos hablar?
—Ah, que ahora quieres hablar, ¿estás seguro? Porque también podrías
decirme que me cambiara de vestido o que mi lugar está en el interior de la
villa. ¡Odio a los machistas y a los tíos que se piensan que las mujeres son de
su propiedad, y lo peor de todo es que tú y yo ni siquiera tenemos nada!
—Eso ya lo sé, no soy machista, es que he visto cómo te miraba y…
—¿Y?
—¡Joder! ¡Que se supone que eres mi prometida! ¡No había contemplado
que te pudieras sentir atraída por un trabajador!
—Yo no me he sentido… Ah, no, eso sí que no, ¡me estás manipulando
para que me sienta culpable!
—¡¿Culpable?! ¿De qué demonios hablas?
—Pues de que intentas controlar mi conducta.
—¡No! ¡Yo solo quiero que esto funcione!
—Pues así no vamos bien, Álvaro, nada bien.
Nos subimos los dos y conduje en silencio. Lo vi hacer el amago de hablar
varias veces y después callar, se pinzó el puente de la nariz, se frotó la cara y
terminó arrojando un bufido de derrota.
—Lo siento, tienes razón. —Lo miré de soslayo y seguí conduciendo—.
He dicho que…
—No tengo problemas de sordera.
—¿Entonces?
—Entonces, ¿qué?
—¿No me vas a perdonar?

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—No lo sé. Si esto va a ser a base de un «la cago y te perdono», no sé si
me conviene.
—Pero ¡si te acabo de conocer! No puedes pretender que sea perfecto.
—Distas mucho de lo que para mí es un tío perfecto.
—Ah, ¿sí? ¿Por qué? ¿Porque no soy una mole de músculos, con el pelo
largo y me da por quemar palos? —Tuve que morderme la sonrisa—. Que,
por cierto, Motomami tiene más tatuajes que yo.
—¿En serio? Ni me había dado cuenta.
—Claro, estabas demasiado pendiente de cómo se encendía la camisa. Ah,
no, que no llevaba, ¿de eso tampoco te has dado cuenta?
—¿Sabes que ahora mismo pareces un tío celoso?
Aparqué el cochecito frente a nuestro alojamiento y descendí.
—Porque no me gusta parecer un capullo. No puede ser que estemos
comprometidos y lo mires como si quisieras que te metiera en su canoa para
llevarte con él y quemarte en su pira. —No aguanté más y tuve que soltar una
carcajada.
—¿Quemarme en su pira? —Álvaro tenía los brazos cruzados y una
mueca enfurruñada que, por muy cabreada que estuviera, me hacía pensar en
cosas de lo más indecentes. Mis neuronas necesitaban ser lubricadas, y otras
partes de mi cuerpo también.
—¿Me equivoco?
—Te equivocas. A ver, Maui es muy atractivo, pero no como para que yo
quiera echarlo todo a perder. No soy tan estúpida.
—Ni yo tampoco. A ese tío le gustas, y tiene una reputación de aúpa que
nos puede comprometer.
—Eso solo podría pasar si no supiera mantener las distancias, y te aseguro
que no te necesito a ti ni para que me apartes la silla ni para que me hagas
según qué advertencias.
—Muy bien, entonces, tema zanjado. No voy a decirte nada más sobre la
Montaña Bailonga. —El nombre que le prodigó casi me hizo reír, no obstante,
pude contenerme.
—Bien, siguiente punto, tu beso en mi mano y ese abrazo en mitad del
espectáculo. —Todo estaba demasiado en silencio, así que creí mejor entrar
en la cabaña para seguir con nuestra conversación, alejados de oídos
indiscretos—. Eso lo hablamos dentro, vamos.
En cuanto estuvimos en el interior del cuarto, me di la vuelta y enfrenté a
Álvaro.

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—Escucha, Maca, estamos interpretando un papel, todos piensan que
somos pareja, las muestras de afecto entre nosotros tienen que existir, si no,
sospecharán.
—Vale, pero hoy te has pasado bastante y las tenemos que consensuar.
—¡¿Pasado?! ¡Venga ya! Para pasarme tendría que haber hecho otras
cosas muy distintas.
—¿Como qué?, ¿tumbarme en la arena y orinarme encima?
—¿Con qué clase de tíos has estado? ¿O es que te va la lluvia dorada?
—A mí la única dorada que me va es a la sal. —Las comisuras de sus
labios se alzaron y sonrió.
—¿Esto sería pasarme? —preguntó en un acercamiento inesperado.
Ni siquiera sé cómo ocurrió, solo que terminé contra la pared, con sus
manos abarcando mis mejillas, los pulgares trazando el contorno de mi rostro,
su nariz a escasos centímetros de la mía y la boca muy seca.
«Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no…».
¿Esa especie de jadeo acababa de salir proyectado de mi garganta?
Álvaro se humedeció los labios y mi neurona espejo debió activarse
porque hice exactamente lo mismo, y ahora fue él quien gruñó.
—Maca… —Intenté emitir un femenino «ajá» que terminó pareciéndose a
«soy una hurraca ahogada en mis propias babas»—. Tenemos que establecer
los límites, para que no me pase de la raya —susurró, acercándose al lóbulo
de mi oreja—. ¿Estar así es demasiado para ti? —Si fuera un detector de
incendios, ya me habría activado.
Mis pezones casi tocaban su pectoral, olía las notas amaderadas, frescas y
exóticas de su colonia mezcladas con el aroma de su piel dorada. Estaba tan
cerca que si sacaba la lengua, podría lamerle cualquier cosa.
—¿Maca?
—So-soportable, —siseé—, a-aunque no sé qué podría llevarnos a
necesitar estar tan cerca.
—Las parejas que van a casarse, a dar un paso tan importante que las lleva
a querer unir sus vidas —musitó ronco—, se desean, suelen estar incluso más
cerca todavía, así.
Se pegó mucho más a mí, tanto que mi Pokemon de tierra se acababa de
convertir en agua. Noté de inmediato la falta de aire, el aumento de calor y
mis pezones duros como rocas.
«Esto no está bien, esto no está bien, esto… ¿Eso era su rodilla entre mis
piernas? ¡Vale, vale, vale! Houston, abortemos la misión, porque ahora sí que
tenemos un problema, ¡mi puto Pokemon se ahoga!».

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—¡Basta! —exclamé, dándole un empujón para salir de mi confinamiento
y buscar el aire que me faltaba—. Apunta la última distancia como excesiva y
nada apropiada. Tus padres han de pensar que estamos prometidos, pero no
hace falta que sea primavera en El Corte Inglés ni dos koalas en
apareamiento. —Su risa erizó mi piel. Me di la vuelta hacia él, a sabiendas de
que mi cara tenía el color de los semáforos—. Tienes que aprender a
controlarte, ¡todo en ti es demasiado! —me quejé—. Tu humor, tus sonrisas,
tus roces, tus atrevimientos, tus confianzas, ¡así no se puede, Álvaro!
Necesitas reinterpretar las palabras distancia, decoro y cortejo. No te digo que
no podamos tener ciertas muestras de afecto, como una caricia sutil o un beso
en la mejilla, pero nada más allá, y, sobre todo, bajo ningún concepto nos
mostraremos cariñosos mientras trabajamos.
—OK, si dormimos un promedio de ocho horas y trabajamos otras ocho,
nos quedan un total de…
—¿Ocho horas trabajando? No, Álvaro, no, un director no tiene horarios,
y menos en una puesta en marcha de un establecimiento como este, prepárate
para maratones laborales de doce a catorce, así que los momentos en los que
poder mostrarnos afectivos se reducirán a un 8 % de nuestra jornada, y de ese
ocho, hay que restar las horas dedicadas a comer, ir al baño, llamadas de
teléfono, cambiarse de ropa u otros quehaceres, lo que nos deja un 1 %.
—¿Solo?
—No necesitamos más, al fin y al cabo, quienes nos importan son tus
padres, y no estaremos todo el día pegados a ellos.
Él se rascó la cabeza. Necesitaba achicar agua o mi barco se hundía sin ni
siquiera haber zarpado. Ya sabía que la belleza no debía importarme, pero
¿qué pasaba con todo lo demás? Aunque me arrancara los ojos, Álvaro sería
capaz de remover cosas de mí que despertaban mi yo más primario, así que
necesitaba jugar bien las cartas si quería que me detestara.
Bostecé, el agotamiento me estaba pasando factura.
—¿Tienes sueño?
—Eso parece.
—¿Necesitas que te lea para que concilies el sueño? En tu lista ponías que
te iba bien para el sonambulismo.
—Es cierto, y… estaría bien.
—¿Tienes algún libro? ¿Qué te gusta leer?
Podría pedirle que me leyera algo de terror, pero si lo hacía, no íbamos a
dormir ni él ni yo.

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—Ahí tienes mi Kindle, escoge alguno de la biblioteca del Unlimited, que
pago la suscripción.
—¿Y eso que es?
—¿Te gusta leer y no conoces KU?
—Suelo hacerlo en papel, y cuando acabo el libro, casi siempre lo dono a
una biblioteca para que otra persona lo disfrute. —El comentario me pareció
tierno.
«No, Maca, no, ternura caca».
—Pues lo que yo uso es como el Netflix de los libros; en un piso
compartido, no hay mucho espacio, así que leer en formato electrónico es mi
salvación. Por cierto, yo duermo en la cama de dentro, tú en la de fuera. —Me
refería a la balinesa que había en el jardín, compartir cama con él me parecía
demasiado peligroso.
—Vale, pero ¿podré tumbarme a tu lado mientras te leo? Si me pongo a
gritarte el libro, igual llamamos demasiado la atención. Puedes usar el cisne
que quedó vivo de muro entre tú y yo si piensas que no me sabré controlar.
—Es mejor que te sientes en esa silla. El colchón se mueve mucho y
seguro que me desvelas al levantarte cuando me haya quedado dormida.
—Como quieras —musitó, agarrando mi Kindle.
—Voy a lavarme los dientes y ponerme el pijama, enseguida salgo.

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Capítulo 21

Maca

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Necesité siete minutos. Tres para los dientes: lavado, hilo dental y elixir
bucal; dos para cepillarme el pelo y que quedara decente; uno para ponerme
desodorante y una gotita de perfume, y el último para tranquilizarme mientras
me ponía el bonito pijama de pantalón corto y camiseta de tirantes que me
regaló Laura. El único que me había traído y que no me había fijado que
llevaba un falo gigante.
¡Mecagüen! ¿De quién pensaría que necesitaba protegerme en la cama?
Aunque, pensándolo bien, con el ejemplar de homus follabilis que tenía fuera,
necesitaba todo lo que Mérida era capaz de aportarme.
Si me lo montaba bien, Álvaro tampoco tenía por qué ver la imagen,
bastaba con llevar el vestido contra el pecho, soltarlo rápido en la cómoda y
meterme en la cama al estilo ninja para después cubrirme con la sábana.
Nada podía salir mal, nada iba a salir mal. Cogí aire, a la de tres, «¡tres!».
Salí casi a la carrera. Lo que en mi cabeza se veía con total claridad
terminó siendo un corro, suelto, me tiro en plancha, te escupo y termino en el
suelo. Como si pensara que esa vez la cama me iba a abrazar.
¡Puto colchón de los cojones!
—Maca, ¿estás bien?
¡Cuántas veces en mi vida habría escuchado esa pregunta!
—Sí, sí, sí, se trataba de una segunda comprobación de calidad. Tenemos
que hablar seriamente con tus padres sobre si estos colchones son los
adecuados teniendo en cuenta que se trata de una habitación de recién
casados. Yo más bien lo pondría como reclamo para futuras viudas, esta cosa
es casi más peligrosa que el cocotero —comenté, poniéndome en pie, con mi
amor propio magullado por segunda vez.
—¿Eso que llevas en el pijama es una polla? —preguntó con la vista
clavada en mis tetas.
Yo abrí mucho los ojos y extendí el tejido moviéndolo para que no
pudiera ver bien.
—Pero ¡¿qué dices, mente sucia?! ¿Es que no conoces al primo congoleño
de Peppa Pig? Salió en los últimos capítulos, seguro que no eras fan de la
serie y te los perdiste —refunfuñé, metiéndome entre las sábanas a la par que
su risa reverberaba demasiado masculina para mi paz mental.
—Te juro que lo buscaré.
—¿Ya tienes libro? —lo interrumpí.
—Sí, he dado con uno muy interesante de tu biblioteca, seguro que te
encanta mi elección, ¿estás lista, o necesitas que te arrope?
—Eso puedo hacerlo yo, adelante.

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Le di paso frotándome la cadera sin que se notara; en lugar de en Moorea,
iba a parecer que estaba en un ring de boxeo.
Álvaro se aclaró la voz.

—«Di lo que piensas. —Abrió y cerró los puños. Tenía los


muslos tan apretados que, si hubiera tenido una nuez entre
ellos, la habría cascado—. Sé que estás incómoda, que no te
gusta sentirte tan expuesta delante de mí cuando tienes tantos
prejuicios sobre ti misma, que ahora darías lo que fuera por
cubrirte o apagar la luz.
—Es que no lo entiendes. Mírate y mírame. Hablas así
porque tú eres la perfección hecha hombre, por eso te sientes
tan seguro.
—Mis imperfecciones puede que no se vean, pero están ahí,
siempre lo han estado. Pero igual que tú no ves las mías, yo no
veo las tuyas. Sé que estás batallando contra tus demonios, y en
mis ojos luces como una hermosa guerrera, una mujer llena de
coraje dispuesta a enfrentarse por mí a sus miedos más
arraigados. Sé lo que es esa lucha, pues yo también libré esa
batalla. Tal vez, algún día, te lo cuente, pero no esta noche, no
ahora. —Estaba a dos pasos de ella, podía sentir cómo su
interior temblaba, la furia que resplandecía en sus ojos y el
deseo que crepitaba en cada vello de su piel.
—Pues si tanto sabes, seguro que podrías dar fin a esto de
una vez.
—Podría, pero entonces no serviría de nada. —Le acomodé
el pelo detrás de las orejas—. Dime, Inma, ¿qué deseas?
—Que me folles —respondió como un resorte, algo
enfadada e inquieta».

—Pero ¡¿qué narices estás leyendo?! —Lo sabía de sobra, ese era uno de mis
libros favoritos y la segunda vez que escuchaba esa escena, la primera fue en
audiolibro. Sí, lo tenía en todos los formatos, incluso en papel.
—Um… Hawk, de Rose Gate, vi que lo tenías empezado y pensé que
igual lo dejaste ahí por falta de tiempo.
—¡No puedes leerme eso! Busca otro.
—¿Por qué? ¿Este no te da sueño? ¿O es que te da vergüenza el sexo?
—Pfff, ¿qué me va a dar vergüenza el sexo? El sexo es vida.

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—Me alegra que pienses así, a mí me parece genial que las mujeres leáis
este tipo de novelas, siempre he sentido curiosidad por empezar una.
—Pues te la compras.
—Mejor te la leo.
Pensé en ponerme en pie y quitarle el dispositivo electrónico de las
manos, pero recordé la camiseta y tendría que confesar mi estafa sobre el
primo de Peppa.
Álvaro arrancó a leer con su voz rasgada.
¡Menuda tortura! Podía cantar una canción por dentro e ignorarlo,
necesitaba quedarme frita cuanto antes, si Victoriano fuera quién leyera, con
su falta de entonación y su mirada de insecto, seguro que no estaría al borde
de la arritmia.
Álvaro se removía inquieto en el asiento, menos mal que no era la única
que lo pasaba mal, si por lo menos fuera capaz de ponerle fecha a mi último
orgasmo, pero es que ni me acordaba…

«La agarré del cabello, dejándola hacer, y noté su saliva


descender por el grueso tallo para terminar golpeando el suelo.
Estaba cachondo perdido. Era, sin lugar a dudas, la mamada
de mi vida; lenta, tortuosa, placentera y muy lujuriosa.
Escucharla sorber de aquel modo, sentir su nariz enterrada
en mi pubis y percatarme del gusto con el que lo hacía, como si
fuera un codiciado manjar, me dejó al borde del orgasmo.
—Inma, por favor, para —la detuve. No quería terminar
tan deprisa, pero ella insistía—. Nena, te lo ruego —persistí
ronco—. Si sigues así, me correré, y no es lo que quiero.
Ella alzó la cabeza.
—¿Y si es justo lo que yo quiero? —preguntó sin tapujos.
—¿Quieres que me corra en tu boca?
La vi asentir algo dubitativa.
—Sé que no quieres comparaciones, pero es que él nunca…
él nunca… —Seguía con vergüenza—. Nunca terminó ahí, creo
que lo intenté una vez y no quiso.
—¿Y tú quieres que yo lo haga?
Movió la cabeza afirmativamente.
—Quiero… —dudó antes de soltar la verdad que le picaba
en la punta de la lengua—: Quiero saber a qué sabe».

«¡Haz algo, Maca, haz algo!».

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Lancé un ronquido tan bestia que, de ser cierto, habría alzado el techo de
la villa sin esfuerzo.
—¡Hostia puta! —profirió mi lector tepongocomoperraencelo llevándose
la mano al pecho para mirarme.
Tenía cierta habilidad para entrecerrar los ojos, la adquirí en casa de mi
abuela para que pareciera que estaba dormida y poder seguir leyendo mi
novela.
Aderecé el ronquido principal con un coro de ronquiditos secundarios.
—¿Cómo es posible que se haya quedado dormida escuchando esto? —
preguntó para sí—. Voy a necesitar una ducha jodidamente fría.
Dejó mi Kindle en la mesilla, apagó la luz, salió fuera y, un minuto
después, escuché el sonido de agua caer. Había accionado la ducha del jardín.
Me debatí entre levantarme de la cama para agazaparme al lado de la
ventana y concluir con el calentón que llevaba gracias a unas buenas vistas de
un cuerpo empapado y excitado, o dormir.
Me daba a mí que Álvaro no era de los que se duchaban con ropa, y que si
asomaba el hocico, iba a darme un buen festival de pornorretina.
Me di la vuelta y ahogué un gemido al ver cómo el colchón temblaba
amenazante. Mejor cerraba los ojos y no me movía, que nadie me aseguraba
que sobreviviera a una nueva salida y entrada en la cama.
Pensaba que me costaría más dormir, por suerte, el cansancio jugó a mi
favor y me quedé seca. No abrí los ojos hasta que el despertador sonó. Como
todavía no me ubicaba, estiré el brazo buscando mi mesilla de siempre y la
cama hizo el amago de volver a convertirse en toro mecánico.
—Sooo, maja, sooo —proferí, abriendo un ojo.
Con tiento, cogí el móvil y paré la primera de las alarmas, todavía me
quedaban tres.
Fui a regresar a mi posición cuando noté algo mojado.
—Mierda, ¡que he pinchado el colchón! —exclamé sin poder contenerme.
—¡¿Qué ha pasado?!
En la butaca, donde solo debería haber aire, estaba Álvaro repantingado.
—¡¿Qué haces ahí?! —chillé ahogada. Menos mal que no se me había
salido una teta durmiendo.
—Había demasiada humedad fuera y no podía dormir.
Para humedad la que yo condensé anoche entre las piernas.
—¿Y tu ropa?
Solo llevaba el calzoncillo puesto y la barra de pan del desayuno.
—Hacía calor —comentó, desperezándose.

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—Pues menudo finolis ha resultado ser el fotógrafo que ha vivido en
medio mundo… —protesté, ganándome una sonrisa soñolienta de su parte.
Hasta así estaba rematadamente guapo.
—Cuéntame, ¿qué ha pasado para este despertar tan alterado?
—Pues que me da a mí que el colchón se ha pinchado y ha roto aguas.
Álvaro se puso en pie mientras yo me incorporaba con sumo cuidado. Tiró
de la sábana blanca y emitió una risita suave.
—El colchón está intacto, más bien la que ha pinchado ha sido tu vejiga.
—Mi vejiga no pincha, no soy tan mayor como para sufrir incontinencia
urinaria —comenté con cierto bochorno.
—Pues a no ser que nos hayan dado gato por liebre y este trasto vaya
relleno de orín reciclado… Amarillo y en bajera, es pis. O tuyo, o del primo
de Peppa Pig.
Cogió la sábana para llevársela a la nariz y hacer la prueba definitiva.
—¡No huelas lo que es mío! —proclamé, arrebatándole la pieza de ropa
que dejó el aroma a orín fluctuando en el ambiente.
Quizá me pasó por el sonido del mar o del dichoso colchón al agua,
menuda manía le estaba cogiendo.
Encima, Álvaro no dejaba de sonreír.
—No sufras, esto pasa en las mejores familias.
—En la mía lleva veintiséis años sin ocurrir. ¡Qué vergüenza!
—Es lógico que no te haya pasado nunca, es tu primer viaje a una zona en
que la diferencia horaria es de doce horas. A veces, el cuerpo se descompensa
y la vejiga se vuelve loca.
—Pues ya le podría haber dado por volverse loca en el váter.
—Ya verás como mañana no te pasa. Quito las sábanas mientras tú te
duchas y listo, aquí no ha pasado nada.
«Nada dice». Busqué algo de ropa y enfilé directa al baño.
—No toques esas sábanas, luego las saco yo, y pide unas de repuesto a
recepción, que también me ocupo de cambiarlas.
—Ya te he dicho que lo hacía yo. Tú relájate.
—Eso es imposible, ¡me he meado encima!
—Procuraremos que la próxima vez sea del gusto, como Inma.
—¡¿Has seguido leyendo a Hawk sin mí?!
—No podía quedarme a mitad de ese capítulo, y anoche no conseguía
dormir. Si quieres, esta noche te lo releo, o mejor, podríamos reproducirlo, en
vistas de que tú ya sabes lo que pasa en ese capítulo.
«¡Pillada!».

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Le hice una peineta y me metí en el interior del baño dando un portazo
que se vio roto por su carcajada cantarina.
Lo peor de todo era que yo también me estaba riendo, e imaginando la
escena que sugería y que no me sentía ni la mitad de incómoda de lo que
debería, más bien, todo lo contrario.

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Capítulo 22

Álvaro

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Llevaba una semana de trabajos forzados. Como lo oyes, Moorea se había
convertido en una prisión de alta seguridad, y mi falsa prometida en mi
carcelera.
No estaba muy seguro de si Maca era humana o fruto de la IA más
avanzada. Su sed de trabajo no parecía tener fin; desde que amanecía hasta
que se iba a dormir, la pasábamos trabajando.
En cuanto sonaba su extraño ritual de despertadores, al que ya me había
habituado, se daba una ducha, se vestía y, prácticamente, tiraba de mí hasta el
restaurante, donde desayunábamos manteniendo una reunión diaria de dos
horas con los responsables de departamento.
A partir de ahí, tocaba hacer recorrido por las instalaciones para ver cómo
iban las modificaciones y detectar posibles anomalías.
Tenía una hoja llamada check in, en la que marcaba incluso si las
papeleras estaban llenas o vacías, aun no teniendo clientes.
Después tocaba encerrarnos en el despacho para seguir con el proceso de
selección de personal, entrevistando tanto al ya contratado como concertando
entrevistas para los puestos sin cubrir. Maca empezaba a desesperarse porque
había dos puestos en concreto que se nos resistían, y a ella le echaba humo la
cabeza.
—A ver, tampoco es tan grave —murmuré, ganándome una mirada
aniquiladora por su parte.
—¡Por supuesto que lo es! ¿Has visto la cantidad de plantas, flores y
árboles que tiene este sitio? ¡Necesitamos un experto en flora autóctona antes
de que suframos una plaga o se nos sequen o ahoguen las plantas! ¡Se lo
prometí a Ebert, y tus padres han invertido un dineral en paisajismo!
—Pues contrátalo foráneo, mis padres te dijeron que podías traer hasta
cinco personas y, de momento, no te he visto contratar a ninguna.
—Porque yo soy de las que cree que es mejor tener a personal de la propia
isla, ya que generas empleo y arraigo.
—Pero si no hay más, no lo hay; obcecarse es una pérdida de tiempo,
queda una semana para abrir y necesitamos esos trabajadores antes de la
apertura. —Cuando se ponía cabezota, no había manera.
Empecé a rascarme, llevaba una semana que los mosquitos me tenían
acribillado; por mucho repelente que me echara, terminaba con una tiara de
granos coronando mi frente, y eso que a mí antes casi nunca les daba por
chuparme la sangre.
—¡¿Quieres dejar de rascarte?! ¡Me pones nerviosa!

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—¿Piensas que no me gustaría? Lo siento mucho, pero no pienso seguir
durmiendo en la balinesa, ya puedes ir haciéndome hueco en tu colchón
nuevo, porque esta noche no la paso en el jardín.
—¡Pues te pones una mosquitera! También puedes subirte al próximo
avión rumbo a Siberia, dicen que allí se les congelan las alas y no vuelan.
—Muy graciosa —gruñí, echándome más loción.
Ella miró el bote, a mí, otra vez al bote y, con cierta preocupación, a mi
cara. Después, giró su rostro hacia la mesa del despacho y siguió revisando
papeles.
Yo salí fuera a despejarme, tenía mucho calor y necesitaba que me diera
el aire.
Agité las manos frente a mi cara para que la brisa me diera un poco de
alivio. En uno de los caminos, divisé al jefe de Animación discutiendo con su
hijo, parecían bastante encendidos. No sabía lo que Maca podía ver en él,
además de una montaña de músculos y pelo largo.
Me ponía malo lo bien que se llevaba con el puto Motomami de los
cojones, todo eran sonrisas, buenrollismo y bromitas que a mí me hacían
arañar el suelo con las uñas de los pies, y eso que las llevaba cortas.
Si comparaba su relación con la nuestra, todavía me ofuscaba más.
Mientras a mí me llovían hostias, para él todo eran halagos. Maca no parecía
llevar bien ninguno de mis consejos, sobre todo, después de que, a la mañana
siguiente de la noche del baile de fuego, Ebert confirmara que la madera
llevaba un tratamiento especial para los espectáculos y que no saldríamos
ardiendo por muchas veces que se le cayera la antorcha.
La sonrisa de suficiencia y la miradita que me arrojó Montaña Bailonga
me dieron ganas de estrellarle el puño en toda la boca. No se vería tan guapo
sin aquella sonrisa alineada y blanca.
Si los días eran una maratón de trabajo, las noches eran una maldita
pesadilla, y no me refiero a los mosquitos, sino a las lecturas nocturnas. Insistí
en leerle aquel libro que me tenía enganchado y muerto a pajas a partes
iguales. Yo leía, me calentaba, Maca roncaba y tenía que salir al jardín a
aliviarme bajo el agua fría. Por mucho que ella hubiera leído el libro antes,
para mí era incomprensible que pudiera caer fulminada escuchando todo lo
que ese par hacían en la cama.
En definitiva, que mientras ella se levantaba como una rosa, yo lo hacía
cubierto de granos y más salido que el pico de una plancha, parecía haber
vuelto a la pubertad.
Volví a rascarme.

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—¡Al final vas a arrancarte la piel a tiras! —exclamó la voz de mi amigo,
alcanzándome por la derecha. Ebert estaba en el camino, llevaba el mono de
trabajo y el cinturón de herramientas colgado en las caderas.
—¡Ya no sé qué hacer con los putos bichos! Me están comiendo vivo —
farfullé apoyado en la barandilla.
La zona de los despachos estaba cerca de la recepción, tenía un porche de
madera que daba al exterior, donde yo estaba en ese momento.
Ebert se acercó e hizo una mueca de disgusto al ver mi cara.
—Joder, macho, si casi no puedes abrir el ojo y tu boca se parece a la de
Carmen de Mairena, das bastante grima.
¿Y con esa descripción pretendía despertar en Maca algo más allá del asco
o la pena?
—No paro de echarme la loción antimosquitos que me recomendaron,
pero es que es como si en lugar de espantarlos los atrajera.
Agité el bote.
—A ver, pásamelo.
Se lo lancé, Ebert lo pilló al vuelo y se puso a leer los ingredientes. Como
si pudiera encontrar algo que nos diera una explicación.
En ese preciso instante, Maui subía los peldaños que lo acercaban al lugar
en el que yo estaba, parecía encaminarse hacia la oficina. Lanzó un exabrupto
al verme la cara; cuando nos reunimos esa mañana, no la tenía tan mal, debió
picarme algo en el despacho en el párpado y el labio.
—Necesita algo para los mosquitos, jefe.
—Ya me lo echo, tío listo —comenté, señalando el bote que tenía mi
amigo entre los dedos. Él alzó las cejas y miró de reojo a Ebert.
—¿Puedo?
—¿Piensas que vas a encontrar algo que yo no haya leído? —lo chinchó.
—¿Puedo, o no? —volvió a preguntar. Asentí y Ebert no tuvo más
remedio que arrojarle el bote que Maui, con su manaza, albergó con total
facilidad.
En lugar de leer, como hizo mi mejor amigo, se dedicó a desenroscar el
tapón del spray, oler la cánula transparente y pasarla por la lengua.
—Pero ¡¿qué haces, animal?! ¡Te vas a intoxicar! —profirió Ebert,
ganándose una sonrisilla ladeada por parte del responsable de Animación.
—Dudo que un poco de agua con azúcar me envenene.
—¿Agua con azúcar? —inquirí sin dar crédito.
—Juzgue usted mismo, jefe —comentó, enroscando la tapa para
pasármelo sin que se derramara el líquido—. Me da que le han dado gato por

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liebre, eso o alguien le ha querido gastar una broma para desfigurarle la
cara… —Mientras imitaba lo que él había hecho para cerciorarme de que
tenía razón y lanzar varias maldiciones, él siguió hablando—. Si se pasa luego
por mi cabaña, le daré un ungüento para bajar la inflamación de las picaduras
y un remedio tradicional de la isla para que no se le acerquen de nuevo.
—¿Quién te crees que eres, el brujo de la isla? —gruñó Ebert.
—Solo intento ayudar, pero si el jefe no quiere… —Alzó las manos.
—Gracias, Maui —carraspeé—, en un rato me paso. —Él asintió y entró
en el edificio.
—¿En serio le crees?
—¿Tú me has visto la cara? No pierdo nada por probar, además, mi padre
me contó que la madre de Motomami es una prestigiosa curandera tahitiana.
Digo yo que algo sabrá, aunque sea por herencia.
—O quizá mañana te despiertes con el rostro del jovencito Frankenstein.
Haz lo que quieras, pero yo de ese tío no me fío, sigue mirando a tu prometida
como si fuera un cordero al horno ungido con miel, se la quiere cenar delante
de tus narices.
—Ya hablé con Maca sobre eso y me garantizó que no pasaría nada.
—Por si acaso, yo no los dejaría mucho tiempo juntos o sin supervisión.
—Entre ella y yo no hay nada.
—Ya, bueno… —bufó—, eso no es lo que cuenta tu bragueta cada vez
que se te acerca.
—Eso es porque llevo mucho sin follar y comparto con ella habitación, si
vieras con lo que duerme… —comenté, rememorando el pene pijama.
—Pues ponle remedio, en la isla hay mujeres preciosas; si quieres,
salimos juntos y te alivias como hago yo.
—Termino demasiado agotado como para pensar en sexo.
—Pues no se te nota, esta mañana la tenías como una morcilla de Burgos
en la mesa del desayuno. —Eso era por culpa de Maca y el maldito vestido
que llevaba, se lo había subido hasta el límite y no podía dejar de mirar sus
muslos de refilón—. Vamos, Álvaro, sal conmigo, por los viejos tiempos…
—Si Motomami consigue que mi cara vuelva a ser la misma y que se me
vaya la picazón, salimos, ¿te parece?
—Pues entonces ya me puedo ir despidiendo. Te dejo, que tengo curro,
suerte ahí dentro.
Entré y ellos no se inmutaron.
—Yo no veo su nombre como algo malo…

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—Pues lo es, mi hijo no se llama DJ George, sino Hori, Ho-ri, que es su
nombre en mi lengua, no una burda traducción al inglés.
—Ya, pero tienes que entender que muchas personas buscan nombres
internacionales, eso no es malo.
—¡Lo es! ¡¿No te das cuenta?! Estamos vendiendo modernidad y
tradición, mi hijo tiene un nombre precioso que le puse en cuanto nació, y tú,
como subdirectora, deberías decirle que es más lógico que se llame Hori a
George.
—Lo siento, Maui, pero estos temas son más familiares que otra cosa, a
mí me da lo mismo que se llame Hori o George, la verdad. —Él bufó y se
marchó del despacho gruñendo.
Maca se masajeó las sienes.
—A veces no saben separar las cosas…
—¿A qué ha venido eso?
—Imagino que viene porque ha visto el cartel que he pedido para anunciar
los días que su hijo pincha en el Resort. Hori tiene dieciocho años, así que es
mayor de edad, puede elegir su nombre artístico por mucho que a su padre no
le guste.
—Sí, Maui tendría que respetar sus decisiones, aunque a veces a los
padres les cuesta hacerlo.
—¿Te importa si me ausento un rato? Creo que me está dando fiebre de
tanta picadura.
Maca se puso en pie y me miró con preocupación, mordiéndose el labio.
—¿En serio? —Asentí, y ella se acercó para poner su mano en mi piel
llena de protuberancias—. Lo siento mucho, Álvaro.
—No es culpa tuya, el spray que compré era una estafa, estaba relleno de
agua con azúcar. Maui lo ha descubierto y dice que tiene un ungüento que me
ayudará. —Ella arrojó un gritito ahogado.
—¿E-en serio?
—Sí, no sé cómo puede haber gente que haga dinero estafando a los
demás y poniendo en riesgo su vida… ¿Sabes que hay muchísimas muertes
por picadura de mosquito? Son los que más enfermedades transmiten… La
malaria casi me cuesta la vida como te dijo mi madre, no era broma, por
suerte, me recuperé.
—Lo lamento muchísimo, yo no sabía que podía ser tan grave…
—Ya te he dicho que tú no tienes nada que ver.
—Tómate el resto del día libre, esta semana has ido a mi ritmo y no
debería haberte forzado tanto dado tu estado. Me siento fatal.

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—Entonces, ¿me dejarás dormir dentro? Prometo no tocarte.
—Sí, claro, lo siento, de verdad. —Suspiré aliviado.
—Voy a buscar a Maui y después me tumbaré un rato, seguro que me
levanto como nuevo. Hazme caso y contrata a las dos personas que te faltan
fuera.
—Lo cierto es que conozco a dos que encajarían muy bien en esos
puestos.
—Pues hazlo.
—¿Cuento con tu consentimiento?
—Sí, por supuesto —murmuré feliz, pensando en la frescura de las
sábanas.
—Vale, entonces, las llamo. Son las diez, así que seguro que las pillo
despiertas.
—Tú misma. Nos vemos luego.

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Capítulo 23

Maca
Me sentía como el culo.

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¿En qué momento me pareció buena la idea de cambiarle el contenido del
repelente por agua con azúcar?
La culpa era de Laura, Lau y sus idas de olla.
Las había llamado a mitad de semana porque se me hacían insoportables
las noches de relatos cachondos. Laura sugirió que le mandara unos cuantos
chupópteros para que en lugar de dolerle la cara, por ser tan guapo, lo hiciera
por las picaduras.
La cosa se había ido de madre y el pobre Álvaro parecía tener dos cabezas
en vez de una. Si se llegaba a morir por mi culpa, no iba a perdonármelo en la
vida. Le había subido tanto la fiebre que tuve que llamar a Ebert para que
viniera a buscarlo con el vehículo y acercarlo a la cabaña de Maui, porque me
daba miedo que se accidentara por el camino.
Era una falsa prometida horrible. Encima que se había preocupado por
encargar un colchón nuevo para que el mío no me asesinara y que hacía de
tripas corazón cuando desoía cada una de sus sugerencias, las cuales tengo
que reconocer que más de una eran válidas, además de permitirme traer a mis
amigas, y voy yo e intento licuarlo con un ejército de chupasangres.
«¡Era una mala persona! No podía sentirme peor».
Cogí el móvil. Tenía que hablar urgentemente con mis Divinas, así que
pulsé el botón de videollamada de grupo para charlar con mis amigas, las
necesitaba, cada día más, no iba a poder sobrevivir sin ellas y se me había
ocurrido un plan, al que Álvaro había dado luz verde, así que…
—¡¡¡¡Holis!!!! —me saludaron, atrincheradas en el sofá con una mantita
caliente.
—Hola, chicas, tenemos que hablar.
—Uy, ¿qué pasa, chochete? ¿No funcionó el agua con azúcar?
—Lo ha hecho demasiado bien, casi mato a Álvaro, tendríais que verle la
cara, le ha dado fiebre y me siento fatal.
—Pero ¿cuánto azúcar le echaste? —preguntó Noe asustada.
—¿Es que había algún tipo de medida? —suspiré agobiada, para terminar
emitiendo un quejido.
—Venga, Maca, que seguro que se pone bien, me documenté y en Moorea
no hay bichos venenosos.
—No, pero ¡los mosquitos pueden viajar en avión! ¿Y si le ha picado uno
que lleve el tifus, el dengue o qué se yo?
—No dramatices, que seguro que no es para tanto —murmuró mi amiga
con expresión de haberla cagado hasta el fondo con sus indicaciones.
—Eso espero, porque si él muere, yo no voy a poder soportarlo.

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—¿Tanto lo quieres? —preguntó Noe.
—¡No! Lo digo por los remordimientos, seguro que su fantasma me
perseguiría por toda la eternidad.
—Los fantasmas solo habitan en el Carrefour de Mérida, mientras te
mantengas en la Polinesia, estás a salvo —se carcajeó Laura.
—Muy graciosa, por cierto, os llamaba por otra cosa.
—¿Buscas nueva putada? —Esa era Noe, cuya mente nunca daba tregua.
—No, otra cosa.
—¿Qué cosa?
—Necesito vuestros datos.
—¿Vas a denunciarnos, chocho? —Hice rodar los ojos al escuchar a
Laura.
—¡No! ¡Voy a sacaros un par de billetes de avión para venir a Moorea,
pedazo de alcornoque!
—¡¿Cómo?! —exclamaron las dos. A Noe casi se le cayó el bol de crema
agria en la que estaba untando apio.
—Os he conseguido dos puestos de especialistas en el complejo, las dos
tenéis unos trabajos que poco os aportan, y si hablamos del sueldo, es una
basura, así que… ¡Voy a contrataros!
—¿Has dicho de especialistas o de especialitas? Porque en ambos
encajamos —se rio Noelia, Laura se sumó, mientras que yo cada vez me
ponía más nerviosa.
—¡Queréis atender!
—Pero ¡¿de qué son los puestos?! —preguntó Laura.
—Pues mira, Noelia siempre ha tenido mucha mano con las plantas, así
que será la jardinera del hotel.
Laura soltó una carcajada y Noe la miró mal.
—¿Qué? Por un momento, te vi a lo Gallina Caponata con una regadera
en la mano.
—Olvídala y escúchame, necesito que te empapes todo lo que puedas
sobre flora tahitiana, trabajarás cuidando de las plantas del recinto, algo muy
básico y sencillo. Solo tendrás que preocuparte de cuánta agua necesita cada
una para que Ebert programe el riego automático. También te ocuparás del
abono que le conviene a cada especie, que no las ataquen las plagas, etcétera.
—Pero ¡si yo solo tengo un huerto urbano y no he pasado del nivel
puerros, pimientos y zanahorias!
—Escúchame, Noe, eso que tú tienes se llama bloqueo mental, el límite te
lo pones tú, si eres capaz de cuidar de tres especies, puedes hacerlo de

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trescientas.
—¿Trescientas?
—Es un decir, quizá haya seiscientas. No va a costarte nada hacerte con el
recinto, y Ebert te ayudará en lo que necesites.
—¿El mejor amigo de Álvaro? —preguntó ahogada.
—Sí, es supermajo y muy de tu estilo, así que busca libros, tutoriales de
YouTube, de TikTok, o lo que haga falta y empolla. Voy a pagarte lo mismo
que cobraste en tu último trabajo multiplicado por dos coma cinco.
—¡¿En serio?!
—Te lo juro.
—¿Y cuándo dices que sale el vuelo? —cuestionó entusiasmada—. Te
juro que para entonces me habré sacado el título de jardinería y horticultura
nivel pro.
—¡Esa es la actitud!
—¿Y yo qué voy a hacer?
—De guía, lo tuyo es más fácil, solo tienes que empollar todo lo que
encuentres sobre dioses y cultura tahitiana, en concreto, de Moorea. Lo suyo
es que absorbas muchas curiosidades y hagas más o menos lo mismo que en
Mérida. Formarás parte del departamento de Animación; cuando estés aquí, te
lo explico mejor.
—¡Eso está chupado! Ya sabes que la mitología es lo mío, romana,
tahitiana, ¿qué más da? ¿Y mi sueldo? Háblame de números…
—Muy parecido al de Noe. Además de que compartiréis una cabaña de
personal para las dos, y las dietas están pagadas.
—¡Nos vamos a poner moradas! —proclamó.
—Sí, pero traeros jamón envasado al vacío y un buen surtido de ibéricos,
que de eso aquí no hay y tengo un antojo que no veas.
—¡Eso está hecho, jefa! —festejó Laura—. ¿Cuándo firmamos?
—¿Así de fácil? ¿No os tengo que convencer?
—¡¿Estás loca?! ¡Te echamos muchísimo de menos! Estamos muertas de
la envidia de que estés en el paraíso y nosotras en este cuchitril. Cobraremos
un sueldazo, viviremos rodeadas de tíos exóticos o multimillonarios y
podremos ahorrar, ¿qué más podemos pedir? —inquirió Noe con cara
emocionada.
—Pues me quitáis un peso de encima, no las tenía todas conmigo de que
dijerais que sí. ¡Que vengáis ahora es justo lo que necesito! Cuanto antes lo
tengamos todo atado, mejor.

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»Fotografiad vuestros DNI y pasaportes y me los mandáis, rellenáis los
contratos que os pasaré por mail, y así os doy de alta. En cuanto los tenga, os
saco los vuelos y venís echando hostias, que el complejo abre la semana que
viene, así que no podéis tardar más de cinco días en llegar. Por lo menos, que
tenga un par para explicaros cómo funciona todo esto, presentaros a vuestros
responsables, asesoraros un poco sobre vuestro nuevo puesto y que os hagáis
al resort sin perderos.
La emoción bullía en mi interior, tenerlas a mi lado era todo lo que
necesitaba para sentirme con fuerzas y que las cosas fueran bien.
—Oye, ¿y se lo has dicho a Álvaro? —preguntó Noe.
—Sí, hace un rato, no sé si ha sido por la fiebre o porque dejara de
resoplar. Llevo una semana escondiendo currículos para traeros y fingiendo
que no había nadie para esos puestos, así que no me podéis fallar.
—¡No lo haremos! ¡Te lo prometemos! —proclamó Noe con una sonrisa
de oreja a oreja.
—¡Que nos vamos a Moorea con los polinésicos! —gritó Laura,
poniéndose en pie para saltar en el sofá mientras el perro ladraba.
¡Mierda! ¡El perro! Mi mejor amiga también se puso a bailar y a emular
una danza más propia de Hawái que de Tahití.
—Frenad un instante, ¿qué haréis con José Luis? Porque el perro no puede
venir.
Laura paró en seco. Desvió la mirada hacia nuestra mascota y después
contempló a Noe de soslayo, quien hizo un puchero sin quitar ojo al animal.
José Luis de los Garbanzos movió el rabo ajeno a la conversación, y a mí
se me estrujó el alma.
—¿No puede venirse? —La vocecilla de Noe apenas le salía.
—Lo-lo siento, en el complejo se admiten mascotas, pero solo de los
huéspedes, los empleados tenemos prohibida la tenencia de animales si
vivimos aquí.
—No te preocupes, buscaremos un buen lugar para él —musitó Laura.
Cogió en brazos al perro y lo plantó frente a la cámara—. Con este porte y
esta cara, ¿quién no lo va a querer? Nos lo van a quitar de las manos, le
encontraremos una familia genial. José Luis lo comprende, ¿verdad que sí,
chuchito?
El corazón se me hizo un nudo, porque el pobre perro no tenía culpa de
nada, pero yo no podía cambiar esa norma, si cada trabajador tuviera una
mascota, las instalaciones se volverían un zoológico.

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Obvié la sensación de culpabilidad que me atenazó por segunda vez.
Tenía que confiar en que las chicas no pararían hasta dar con alguien
estupendo que lo quisiera tanto como nosotras.
—Entonces, decidido, no hay marcha atrás, id haciendo las maletas, que
en breve nos vemos, ¡y mandadme los datos ya! ¡No sabéis las ganas que
tengo de achucharos!
—¡Y nosotras a ti! —chillaron.

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Capítulo 24

Noe, 3 días después


—¿Estás segura de que José Luis estará bien?

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Preocupación máxima era mi estado, y no era para menos. Por mucho que
Maca nos dijera que teníamos que buscarle una familia a nuestra mascota, era
imposible con tan poco margen de acción, además de que formaba parte de
nuestra familia; yo lo rescaté, me comprometí a darle un lugar en el que
quedarse, y ahora no podía dejarlo atrás. Adoptar es para siempre, y aquel
perrete de belleza abstracta estaba vinculado a mí, no podía apartarlo porque
en ese momento no me conviniese.
Laura agitó la mano con total despreocupación mientras hacíamos cola en
la terminal de Los Ángeles. Maca no nos consiguió un vuelo tan directo como
el suyo, tuvimos que hacer una escala larga; para el perro casi que mejor,
porque nos supuso ir a un hotel donde el pobre descansó del colocón de la
pastilla.
Tocaba enfrentarse al siguiente vuelo en bodega, y yo tenía un come come
de que le pudiera pasar algo que estaba medio histérica.
—José Luis estará perfecto. El veterinario nos dio las dosis específicas
para que viajara tranquilo. Siguiendo las pautas a rajatabla, no tiene que
ocurrir nada, además, ya tenemos el primer 50 % del viaje completado, solo
nos queda llegar a Papeete, y de ahí a Moorea son diez minutos.
—¿Y si Maca se entera de que nos lo hemos traído? ¿Y si nos echan por
eso?
—No seas agorera, Maca ni se enterará, está demasiado ocupada con
expulsar del paraíso a Álvaro, dirigir el complejo y ocuparse de la
inauguración. Recuerda también que estos días tiene que estar probando la
guest experience esa, no estará por el perro.
—Ya, pero es muy fácil que nos descubran, un ladrido, sacarlo a pasear…
Yo me cago, ¡eh!
—Pues no lo hagas, solo tenemos que organizarnos bien, como te dije en
casa. Nadie tiene por qué saber que en la cabaña hay un perro. Nos
turnaremos para los paseos en los horarios que menos gente haya, lo
sacaremos con la maleta trasportín de tela opaca que compramos hasta un
lugar lo suficientemente alejado. Además, ya sabes que él apenas ladra, así
que mientras llegue con vida, lo demás irá rodado, confía, y ahora espabila,
que nos toca pasar el control americano y estos son muy de meterte en un
cuartito para menearte la trastienda.
Alcé la mirada y contemplé a la mujer que estaba con el ceño fruncido
mirando uno a uno a los pasajeros que pasaban por el arco, juraría que eso
que tenía en el labio superior era un mostacho más grueso que el de mi tío
Pepe.

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Puse mi bandeja en la cinta y pasé temblorosa frente a ella, no quería una
inspección a manos de esa mujer ni muerta.
Sentí cierto alivio al ver que nada en mí pitaba.
Laura puso su equipaje de mano y me fijé en cómo el agente encargado de
la cinta miraba mucho la pantalla y llamó a otro que tenía cerca señalándola.
¿Qué estarían viendo?
Mi compañera de viaje también pasó sin problemas y se ubicó a mi lado.
El agente alzó la cabeza y preguntó de quién era la maleta. Me entraron
los siete males, que yo para esas cosas era muy cagueta.
—¿No habrás puesto ahí el jamón? Que los americanos no quieren que
entres comida —mascullé con disimulo.
—Qué va, ese está facturado y bien envuelto.
—Entonces, ¿qué pasa?
Una sonrisilla que no me gustaba un pelo se curvó en la boca de mi
amiga.
—Los tíos y los falos, es ver uno y se les eriza el vello de la nuca. —La vi
alzar la mano y decir que era suya.
—¿Es por tu vibrador?
—No, más bien por la colección de protectores que he traído para el
complejo, son demasiado delicados como para facturarlos, tenía que
asegurarme de que llegaban.
—¡¿Tú estás loca?! Solo faltaría que nos detuvieran por tráfico de pollas.
—Déjamelo a mí, tengo mucha mano izquierda —dijo, moviendo la mano
como si hiciera una paja.
Por las miradas de los de seguridad, estaba claro que iban a hacernos abrir
la maleta, nos llevaron a un lugar aparte para que les explicáramos el
contenido de la misma. Laura, con todo el desparpajo del mundo, les contó
que iba a una convención en Moorea sobre falos del mundo, para hablar sobre
sus propiedades mágicas y su carácter protector.
Quince minutos más tarde de su masterclass falocrática, nos dirigíamos a
la puerta de embarque, eso sí, con dos colgantes menos que Lau quiso
agenciarles a los tíos del control.
—Eres única —farfullé.
—Dime algo que yo no sepa, chochete. Lo de Moorea va a ser coser y
cantar.
—Pero ¿te has estudiado ya lo de los dioses?
—Eso me lo empollo yo en una noche, que tengo una mente privilegiada.
Anda, no te comas más la cabeza y disfruta.

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—¿Estás loca? ¿Sabes que cada árbol, planta o flor necesita unos cuidados
distintos?
—¿Y? Para eso está internet. Le haces una foto al vegetal en cuestión, lo
buscas en Google y, voilá, asunto arreglado. Vamos, Noe, que te invito a
tomar algo, que en nada estamos en Moorea.
El nada se convirtió en un vuelo regulero de nueve horas porque nos pilló
una tormenta de tres pares, incluso cayeron las mascarillas y la señora que se
sentaba con nosotras en la fila de tres asientos gritó un «¡vamos a morir!» que
me puso todos los pelos de punta.
La azafata intentó tranquilizarnos diciendo que no nos preocupáramos,
que era época de lluvias y que tanto brillaba el sol como se ponía a diluviar,
que ellos estaban acostumbrados.
La chica podía decir misa que los pasajeros estábamos acojonados, tanto
es así que yo me vi rezando en bucle el Padre Nuestro que me aprendí para la
comunión. Crucé los dedos para que José Luis estuviera bien y no se le
hubiese caído nada encima en la bodega.
Solo pude respirar cuando lo tuve entre los brazos en su trasportín y pude
constatar que respiraba.
En cuanto salimos, nos esperaba una isleña para colocarnos un leis, la
típica guirnalda de flores. En esos tres días había leído un montón sobre ellas
y su significado. Si la flor iba situada detrás de la oreja izquierda, significaba
que uno estaba casado o comprometido. Si se llevaba en ambas orejas, que, a
pesar de estar casado, uno estaba disponible. Y, por último, cuando se
quedaba detrás de la oreja derecha simbolizaba disponibilidad absoluta.
Le dimos un paseo largo a José Luis fuera del aeropuerto para que hiciera
sus necesidades y estirara las patas. A nosotras también nos fue bien andar,
que con tantas horas de viaje terminé con el culo cuadrado.
Abandonamos el trasportín rígido en un rincón del aeropuerto y pusimos a
nuestra mascota en la bolsa opaca. Le di unas galletas de las que tanto le
gustaban para demostrarle lo orgullosa que me sentía de él.
—Eres un perro muy bueno, ya falta poco, José Luis, compórtate y no
ladres, ¿vale? —Él me arrojó un gimoteo—. Eso es —lo felicité, rascándole
detrás de las orejas.
El último avión era bastante pequeño, por suerte, la lluvia había cesado y
no quedaba rastro del tormentón que nos sorprendió en pleno vuelo. Subimos
unas cuarenta personas y, como dijo Maca, en diez minutos alcanzamos
Moorea.

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—¡Hostia puta! ¿Eso es una gallina? —preguntó Laura, señalando la pista
de aterrizaje cuando llegamos a la isla.
—Sí, eso parece.
El aeropuerto no tenía nada que ver con los anteriores, era minúsculo,
apenas un edificio que parecía más una casa de una urbanización que una
terminal, a la que se le sumaba la zona exterior de asfalto rodeada de plantas
que intenté adivinar sin la ayuda de internet.
—Mira, ¡eso es un mape!
—¿Un mapa? —preguntó Laura.
—No, un mape, también llamada castaña tahitiana.
—Eso de castaña tiene lo que yo, seguro que te confundes, tienen pinta de
aceitunas.
—¡Que no! En Tahití son verdes, y si se mezcla su jugo con el de la
corteza de Erythrina, puede curar la picadura del pez piedra, y las hojas se
utilizan en remedios contra la disentería.
—¿Ahora también eres curandera?
—No he terminado —carraspeé, queriendo dármelas de pozo de sabiduría
—. Los granos se cuecen y se comen como bocadillo llamado mape caliente,
el consumo excesivo puede causar flatulencia.
—Pues, entonces, será mejor que lo alejemos de José Luis, y, de paso, de
ti, que todos sabemos cómo te las gastas.
—Mejor fuera que dentro.
—Lo que está mejor dentro que fuera es ese pedazo de tío con ese cartel
que pone nuestros nombres. ¡Qué barbaridad! En cuanto vea a Maca, la voy a
felicitar por la selección de personal, menudo maromazo.
Cuando mis ojos alcanzaron la silueta del tipo de metro ochenta y cinco,
pelo rubio oscuro, gafas de aviador, barba de dos días y mueca seria que
sostenía una hoja, casi se me cayó José Luis de la impresión.
Ni siquiera me di cuenta de que había dejado de caminar hasta que vi a
Laura unos pasos por delante de mí en dirección al tipo en cuestión.
Maca me dijo que Ebert, el mejor amigo de Álvaro y mi responsable
directo, vendría a recogernos. Lo que se le olvidó decirme era que estaba
terriblemente bueno y que su musculatura contenía más fibra que todas mis
verduras juntas.
Me obligué a mover los pies y, no me digas por qué, arranqué una flor del
collar para ubicarla detrás de mi oreja derecha.
Sí, el mensaje era alto y claro, estaba muy muy, pero que muy disponible.

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—Holis, nosotras somos las del cartel, Laura y Noelia, ¿y tú de qué museo
te has escapado, obra de arte? —Si pudiera verle los ojos, seguro que Ebert
estaba fulminando a Lau con la mirada.
—Dime que no eres la especialista en plantas.
—No, qué va, la de las acelgas es ella, solo hay que verle la cara —me
señaló—. Noe, saluda, que el muchacho pregunta por ti.
—No soy ningún muchacho, soy Ebert, responsable de Mantenimiento.
—¿Y desatascas tuberías? —Clavé mi tacón en el dedo gordo de Lau, y
esta dio un chillido—. ¡Me has pisado!
—No me he dado ni cuenta —musité, notando muchísimo calor en la
cara. Ebert me estaba mirando y su expresión era tan neutra que no tenía ni
idea de lo que le pasaba por la cabeza.
—¿Ese es vuestro equipaje?
—¿Vas a cargar nuestras maletas? —Laura agitó sus pestañas oscuras.
—No hace falta, veo que van con ruedas. Seguidme, tengo el coche aquí
cerca.
No nos preguntó nada más, cada una de sus zancadas eran cinco nuestras,
que Lau y yo rozábamos el metro cincuenta y cinco, éramos como Polly
Pockets.
—Todo lo que tiene de guapo lo tiene de sieso, menudo jefe de mierda te
ha buscado Maca.
—¿Quieres hacer el favor de bajar la voz? Te va a oír.
—¿Y qué? A la que va a pegarle las broncas es a ti, a mí me toca el de
Animación, que seguro que es un primor, te regalo al rábano alemán, porque
era alemán, ¿no?
—Eso dijo Maca.
Estaba con Laura en que Ebert era un tío serio, pero es que era mirarle la
espalda, el culo y los brazos, y me entraban unos calores… Desde que leí a
Megan Maxwell en Pídeme lo que quieras, me ponían muchísimo los
alemanes. ¿Sería Ebert como el prota de ese libro?
—¿Está muy lejos el complejo? —pregunté, sentada a su lado con el
trasportín encima de las piernas. Gracias al cielo, José Luis no se movía y yo
estaba cansada de ese silencio hermético.
—En esta isla todo está cerca.
Dimos con un bache, el bolso rebotó contra mis muslos y el perro emitió
un quejidito que tuve que reinterpretar con una serie de ruiditos lastimeros.
—Ay, ay, ay…
—¿Te pasa algo?

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—Seguro que es la tripa, Noe es crudívora y se ha comido unas cuantas de
esas castañas verdes…
—¿Has comido castañas? —preguntó asombrado.
—Me gusta experimentar…
—Pues no deberías, es un riesgo, porque…
Lo que fuera a decir Ebert quedó silenciado por un aroma pestilente que
nos alcanzó a los tres como una ráfaga en plena guerra.
—¡Hostia puta, José Luis! —exclamó Laura, incontenible, mientras Ebert
le daba a los botones de las ventanillas sin éxito—. ¡Haz el favor de abrir, que
nos ahogamos!
—¡Eso intento, pero el motor de los elevalunas falla! ¡¿Qué ha sido eso?!
¡¿Quién es José Luis?! —proclamó sin poder salir de la carretera porque no
había un maldito arcén.
—¿Es que tú no te tiras pedos? Pues yo a los míos les llamo José Luis
cuando alcanzan la categoría 5 —comenté roja como una guinda, intentando
salvar la situación. Vi cómo le daba una arcada y la contenía a duras penas.
—Yo no me gaseo en coches ajenos, eso se hace en privado y en el váter.
Dios, ¡es horrible!
—Es culpa de las castañas, no de Noe, deben haberle sentado mal.
Por fin, Ebert encontró un lugar para parar, puso las luces de emergencia y
nos hizo salir echando leches para ventilar. Se fue corriendo tras unos
matorrales, seguro que iba a vomitar.
—¡Le has dado una de esas galletas tirapedos al perro, ¿verdad?! ¡Pensé
que las había tirado todas y que habíamos acordado que no se las íbamos a dar
más! —espetó Laura.
—Me daba pena, solo me quedaban cinco, y a él le gustan tanto…
—Pena es la que has dado tú delante de tu jefe, chocho, que ahora piensa
que eres una pedorra. ¿A quién se le ocurre gasear a su superior apestándole
la tapicería? Que esos cuescos son de los que se impregnan en el tejido y se
quedan. El pobre alemán se ha puesto verde, parecía uno de esos tintes rubios
dañados por el cloro.
No pude contener la risa, y Laura tampoco. Vale que era una situación que
gracia gracia la justa, pero es que a mí los pedos me podían, era mi punto
débil. En mi familia incluso hacíamos batallas.
—Si le hubieras visto la cara por el espejo… ¡Venga a darle al botón para
salir de la cámara de gas! —se carcajeó mi amiga, provocando que yo me
pusiera a llorar de la risa—. Si llega a pasar un minuto más ahí dentro, nos
pota encima, menos mal que nosotras ya veníamos entrenadas de casa.

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—¿Divertidas? —gruñó la voz de mi jefe en pleno ataque de risa.
Las dos nos miramos y no pudimos evitar ponernos a reír de nuevo
mientras él apretaba los labios.
—Pues empezamos bien con la hierbas, como te tires otro en los siete
minutos que dura el trayecto, te bajo del coche y vas al hotel corriendo. Y
tienes prohibidas las castañas en tu jornada laboral, ¡que lo sepas! —espetó
antes de volver al vehículo y asomar la cabeza hacia el interior para
comprobar que era lugar libre de agentes contaminantes y sentarse.
Definitivamente, no había empezado con buen pie con Ebert.

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Capítulo 25

Álvaro

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¡Adiós pubertad! ¡Por fin tenía la cara libre de granos y volvía a
reconocerme frente al espejo!
Había pasado dos días íntegros en la cama debido a la fiebre, por suerte,
Ebert, mis padres y Maca se turnaron para atenderme y vigilar que la cosa no
fuera a más.
El ungüento de Maui y un té de hierbas que preparó su madre para que me
lo diera obraron el milagro. Anoche, ya estaba muchísimo mejor, por lo que a
Maca le dio por devolverme el favor, y como sabía que estaba enganchado a
la historia de Hawk, me leyó un capítulo acomodada en su lado de la cama.
Como si no hubiera pasado suficiente calor los últimos días.
Me puse malísimo escuchándola leer, poniendo voz a Inma, e
imaginándome en el papel del cantante de rap…
La luz del Kindle se reflejaba en su expresivo rostro, que hablaba por sí
solo dependiendo de la escena. Y cuando su lengua asomaba…, me veía
haciendo todo tipo de cerdadas con ella, aunque no estuviera muy por la
labor.
No podía tirar de ducha exterior, así que le pedí que parara cuando la cosa
empezó a ponerse tensa bajo mis calzoncillos y su camiseta del primo de
Peppa Pig.
Oír cómo su respiración ganaba profundidad, el aroma a fruta y flores de
su pelo y la forma perfecta de su culo rozando mi muslo cuando cayó rendida
al sueño no me hicieron pasar la mejor de las noches.
Llevábamos un buen rato trabajando, ultimando detalles, porque ese día
llegaban las amigas de Maca. O lo que era lo mismo, nuestras futuras
trabajadoras del área de Animación y Mantenimiento.
Maca mordió intranquila el capuchón del bolígrafo que sostenía entre los
dedos, su mirada estaba entre preocupada y distraída, se puso nerviosa por el
temporal que había cruzado las islas. Teníamos puesta la radio, sí que hubo
vuelos cancelados, retrasos, pero ningún accidente aéreo, que era lo que a ella
le preocupaba.
—El avión ya habrá aterrizado, si Ebert no ha llamado, es que todo ha ido
bien, no te angusties —murmuré, captando la atención de sus ojos castaños,
que se hundieron en los míos.
—Es que lo paso francamente mal, no puedo evitarlo.
—Lo sé, pero que no nos hayan llamado es una buena noticia, significa
que no ha ocurrido nada trascendental o importante. —Maca suspiró con
fuerza y me premió con una sonrisa.

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—Sé que intentas animarme, pero hasta que no las vea, no podré respirar
tranquila. ¿Tú te sientes con fuerzas para la excursión de hoy? —me preguntó
contrita.
—Claro, ya nos hemos retrasado demasiado por mi culpa, tenemos que
hacer las actividades para evaluar el servicio y la calidad, además, tampoco es
que vayamos a hacer mucho.
—¿Un paseo en yate, parada para comer en Ta’ahiamanu y snorkel no te
parece mucho?
—No, porque en el barco no tenemos que hacer nada; comer, comeremos
igualmente, y el snorkel, a ver…, tampoco es que vaya a durar mucho, a lo
sumo, una hora. He pensado que podríamos decirles a tus amigas de venir con
nosotros, quería premiar a Ebert por su trabajo de todos estos días y a Maui
por portarse tan bien conmigo. También es hora de que limen asperezas, y una
actividad en grupo puede ser una buena solución, una especie de team
building para fortalecer vínculos. ¿Te parece?
—¿Y los demás trabajadores no se cabrearán de que nos llevemos a las
recién llegadas? Además, igual están cansadas…
—El resto de trabajadores no tendrán nada que decir porque es decisión
del director, y respecto al cansancio, se lo preguntamos a ellas cuando
lleguen, creí que te haría ilusión pasar el resto del día con tus amigas.
Necesitaba verla sonreír. No me digas por qué, pero lo necesitaba.
—Sí, por supuesto que me apetece, es solo que…
—¿Qué? —insistí. Ella se mordió el labio, solía hacerlo cuando estaba
nerviosa o no controlaba la situación.
—Nada, creo que son los nervios por la inauguración. —Me ocultaba
algo, no era eso lo que la agitaba, estaba seguro de ello.
Me puse en pie, le sonreí y me la jugué sentándome en su mesa para
cogerla de la mano. No se apartó, lo que era una buena señal.
—Cuéntamelo, ¿qué te pasa? —Maca cerró los ojos.
—No sé si nuestra mentira va a salir bien.
—¿Por qué dices eso? ¿Alguien te ha dicho algo? —Ella negó.
—No, es solo que no sé…
—Ey, mírame, todo va a salir bien —murmuré despacio sin dejar de
acariciarla—. Nunca había visto a una persona trabajar con tanto ahínco y de
una forma tan apasionada como tú. Has logrado conseguir el mejor personal
en un tiempo récord. Todos están formados, tienen sus puestos, sus uniformes
y saben qué hacer, porque se lo has dejado muy claro y porque te encargaste
de que sus responsables pudieran transmitírselo muy bien. Contamos con las

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mercancías y el material que faltaba por llegar. Todo está a punto para la gran
inauguración. Lo único que queda es realizar el control de calidad de las
actividades y que disfrutes un poco del hotel, lo mereces, Maca, lo
merecemos —me incluí, porque yo también había trabajado mucho, solo falté
unos días porque estaba malo.
—Vale, pero evalúa tú lo del snorkel, es que el mar y yo no nos llevamos,
hay arena y peces, y tiburones… No me sentiría cómoda.
—¿Ni siquiera si nadamos juntos? Te prometo que nada te atacará o te
hará daño.
—Eso no lo puedes controlar, ¿qué eres, el Espantatiburones?
—No, pero sé algunos truquillos que tú desconoces, rollo Cocodrilo
Dundee —murmuré, acariciándole el lugar donde su pulso corría desbocado.
Tenía una piel tan sedosa que me daban ganas de pasear la lengua.
—¡Ja! Eso es una peli.
—Y yo soy un tío de recursos y de película —le guiñé un ojo descarado
—. No dejaré que un simple escualo me deje sin prometida —añadí, juguetón,
alzando su mano para depositar un beso suave en el interior de la muñeca.
Sus pupilas se dilataron y su pecho subió y bajó con fuerza. Maca me
atraía mucho, muchísimo, en ese mismo instante hubiera dado lo que fuera
por tumbarla sobre la mesa del despacho, enredar sus piernas en mi cintura y
que su piercing tentador rodeara mi lengua.
—Maca… —suspiré, dándole un mordisquito.
Golpearon a la puerta y adiós muy buenas. Ella apartó la mano de manera
abrupta, se puso en pie, aclaró su voz y gritó un adelante. No me quedó más
remedio que imitarla y ponerme a su lado.
—¡Maca! —chillaron dos voces femeninas y agudas al unísono. Ella salió
corriendo en pos de sus amigas y se fundió en un abrazo estrecho con ambas.
Precediendo a las dos chicas, que eran bastante bajitas, apareció Ebert. Su
moreno habitual lucía un tono algo verde. ¿Estaría enfermo?
—¡Habéis llegado! —exclamó Maca aliviada.
—¿Y por qué no íbamos a llegar? —cuestionó la morena.
—Han dicho que hubo un fuerte temporal y estaba preocupada.
—No hay tormenta que pueda con nosotras —proclamó la rubia.
—Aunque casi no lo contamos por culpa de José Luis —explicó Ebert.
—¿José Luis? ¡¿Cómo que José Luis?! —Maca alzó la vista hacia mi
amigo y después buscó la explicación en las chicas.
—Ya sabes, un José Luis —carraspeó la chica rubita.
—No, no sé —comentó Maca con tono áspero.

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—Pues que Noe tuvo problemas de flatulencias en el coche —intercedió
la morena—, se tiró un cuesco de los descomunales por culpa de las castañas
verdes, lo que viene a ser marcarse un José Luis.
—¿Le has puesto el nombre de… a tus…? —Noe se encogió de hombros.
—Me pareció una bonita forma de recordarlo, ya sabes, él siempre fue
muy propenso.
Recordaba que en la cena Maca comentó que tenían un perro que se
llamaba así, las chicas lo habrían dejado en España y la rubia había decidido
bautizar sus gases en su honor. Tenía su gracia.
—¿Por qué no hablamos de otra cosa? —propuso la morena de rasgos
exóticos—. Tampoco ha sido para tanto.
Ebert se colocó las gafas de sol sobre la cabeza y miró a las chicas de
malhumor.
—¿Que no ha sido para tanto? Eso decídselo a mi estómago y la tapicería
del coche, voy a tener que hacerle una limpieza profunda.
—La culpa de que no te funcionara el elevalunas no fue nuestra. Si lo
miras bien, incluso te he hecho un favor, porque de esta manera seguro que lo
llevas al mecánico —comentó la rubia sin achantarse, lo que me hizo sonreír
por dentro al ver a mi amigo tan descolocado.
—¿Perdona?
—Perdonado. —La rubia se giró, dejando a mi amigo con la boca abierta
y cara de gilipollas mientras yo me descojonaba por dentro.
—¿Ebert os ha enseñado ya vuestro alojamiento? —me interesé. Las
chicas parecieron darse cuenta de mi existencia en ese instante—. Soy Álvaro,
por cierto.
Como dos gatos siameses, estrecharon los ojos de manera cómplice y me
ofrecieron una sonrisa alegre.
—Álvaro, ¡encantadas de conocerte, hemos oído hablar mucho de ti! —
comentó la morena acercándose—. Yo soy Laura, aunque puedes llamarme
Lau, experta en dioses y falos. —¿Había dicho falos? Ya sabía a quién tenía
que agradecerle el pijama del primo de Peppa Pig—. Y sí, Ebert ya nos
enseñó la cabaña y pudimos dejar nuestras cosas en ella antes de venir a
veros, nos encantó, es preciosa, gracias por tu hospitalidad y confianza en
nuestras aptitudes.
—Encantado, Laura —le di dos besos.
—Y yo soy Noelia, Noe para el prometido de mi mejor amiga, soy
crudívora y experta en flora de la Polinesia, además, tengo muy buen gusto
para la ropa y he hecho de coach para empresas.

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Esa era la pequeña con problemas de flatulencias, que, dicho sea de paso,
era bastante atractiva, sobre todo, si te gustaban las rubias con cara de ángel
como a…
Miré de soslayo a Ebert, que fruncía el ceño.
—Un placer poneros cara a ambas, me han hablado maravillas de
vosotras.
—Y a nosotras de ti —se sumó Laura, ganándose un ruidito de
advertencia por parte de Maca—, aunque a alguien se le olvidó decir que
nuestro nuevo jefe es encantador. —Yo le ofrecí una sonrisa.
—Pues vuestro nuevo jefe encantador tiene que proponeros algo si no
estáis muy cansadas, ¿os apetece una tarde de yate, comida y snorkel?
—¿Va en serio, o es una cámara oculta? —preguntó Noe.
—Muy en serio.
—Jefe, ¡eres el mejor! —exclamó.
—¿No estáis cansadas? —intervino Maca.
—¡Si lo único que hemos hecho es estar sentadas! Un poco de todo lo que
ha dicho tu prometido es justo lo que necesitamos.
—Perfecto entonces. Ebert, llévalas a por el bañador.
—¿Ahora que soy, el chico de los recados?
—Más bien mi mejor amigo, al cual le pilla de camino porque tienes que
ir a por el tuyo también. Nos vemos en la zona de recogida de pasajeros en la
playa en… —miré mi reloj— media hora. ¿Os basta? —les pregunté a las
chicas.
—¡Y nos sobra! —murmuró Noe entusiasmada. Volvió al lado de Maca
para darle un beso y un achuchón—. ¡Lo vamos a pasar más que bien!
Estaba convencido de ello, ojalá mi falsa prometida pensara lo mismo.

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Capítulo 26

Lau

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Miré algo incrédula nuestro contorno en la arena, porque en aquella
sombra estilizada y alargada seguía existiendo aquella chica de ochenta kilos
que empezó la carrera de historia, queriendo estudiar egiptología y sufriendo
obesidad.
Me costó un año bajar treinta, a base de dieta sana y ejercicio, ahora me
cuido, pero también me permito hamburguesas con patatas o jamoncito del
bueno dentro de un bocata.
¿Quién iba a decirme que pasaría de querer curiosear entre momias a
especializarme en epigrafía votiva?
Nadie, como tampoco podía saber que terminaría en Moorea con mis
nuevas mejores amigas, por las que no apostaba ni un duro cuando las conocí.
Siempre fui de círculos reducidos, de llevarme mejor con los chicos que
con las chicas, porque, aunque sea nula en deportes, me entusiasmaba el
fútbol y me chupaba todas las ligas.
El día que ese par de chochonas quisieron quedarse con mi piso, tuve que
sacarles las garras y decirles que se lo iban a quedar por encima de mi potorro
moreno.
En lugar de ponerse hechas un basilisco, porque la agencia inmobiliaria
metió la pata hasta el fondo y nos reunió a las tres a la misma hora, para
enseñarnos el mismo piso, a ver si así alguna picaba más rápido, u ofrecía
más dinero, les salió el tiro por la culata porque llegamos a un acuerdo, lo
alquilaríamos juntas.
Sí, lo reconozco, fue un riesgo, podría haber salido muy mal, nefasto, pero
fue todo lo contrario, la vida me había enseñado que la mayor parte de las
veces nos preocupamos con cosas innecesarias, cosas que nunca sucederán, y
nos perdemos algunas mágicas por no intentarlo.
Yo lo intenté, pasé de las dudas, de los miedos y… ¡Sorpresa!
Congeniamos y tengo que darle gracias a la vida por haber puesto a aquel par
de cabezas locas en mi camino.
Mis amigos de la infancia tenían pareja, estaban casados, con hijos y yo
convivía con aquellas chicuelas que me llenaban de alegría. ¿Quién dice que a
los treinta y cinco se te pasa el arroz? Eso será a la que cocine…
Las tres llevábamos un biquini puesto, el de Noe era verde crudívoro con
un pareo anudado a la cintura y sandalias en el mismo color. El mío, fucsia, y
lo combiné con una faldita de vuelo rosa. El de Maca hacía aguas de colores
que iban del azul al violeta y se puso un short corto de lino blanco. En
definitiva, monísimas de la muerte, con un par de hombretones a las espaldas
que alzaban la nariz para encontrar a mi supuesto jefe, que parecía haberse

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evaporado, aunque con el calor que hacía, no me extrañaba nada, estaba
sudando.
—¿Dónde narices se habrá metido ese hombre? —observó Álvaro,
oteando de lado a lado.
Por mucho que Maca dijera que quería putearlo, a mí no se me había
escapado la manera en la que ese par se miraban. Vale que las relaciones no
eran mi fuerte, pero para mí, no para los demás. Se notaba que ahí había
tomate y del Orlando.
—Paty dijo que estaría en la playa, de hecho, ahora tiene tres horas de
descanso —comentó Maca.
—Seguro que le dijo que iba a pescar almejas y ella entendió playa,
conociéndolo, dudo mucho que lo encontremos en el agua, más bien estará
buceando entre un par de piernas cazando perlas.
—Ebert, haz el favor —le riñó Álvaro.
—Solo digo la verdad, todo el mundo sabe cómo se las gasta, yo de
vosotros me iría ya al yate, o los de la excursión se van a cabrear si nos
retrasamos.
Con las pullitas del desatascatuberías, me quedaba claro que mi jefe era
un pichabrava y que le caía mal, aunque, bueno, nosotras tampoco es que
fuéramos santo de su devoción. El alemán podía estar muy bueno, pero era un
sieso de cuidado y necesitaba un buen meneo para perder el amargor que
destilaba.
Puse mi atención en el agua. Una mancha oscura que se acercaba a la
orilla a toda pastilla. ¿Sería una de esas mantarraya de las que me había
advertido Maca?
Me fijé un poco mejor. No, no, eso de manta tenía poco, era algo mucho
más grande, más bestia, más…
¡Me cago en todos los dioses del Olimpo!
Una jodida montaña rellena de músculo, piel morena, tatuajes y pelo
largo, muy mojado, que azotó hacia atrás a cámara lenta y sin
contemplaciones, emergió del agua.
Se me acababa de luxar la mandíbula.
Entre líquido turquesa acababa de brotar el puto Aquaman polinésico.
—¡Virgen santísima de mis entretelas! Pero ¡¿eso qué es?! —grité,
llamando la atención de Maca y Noelia.
—Eso, querida mía, es tu jefe —murmuró mi amiga cerca de mi oído
mientras yo estallaba por dentro, y ella miraba con angustia la arena que se le

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colaba por las sandalias—. Eh, chicos, ¡Laura ha dado con Maui! —informó a
Álvaro y su colega.
Los dos se giraron en redondo, pero yo no les presté ninguna atención,
estaba demasiado focalizada, de haberlo hecho, hubiera visto sus caras de
poema y no de los buenos. El poderío animal de ese hombre chorreando agua
era demasiado para cualquier cuerpo, incluso para el de mis amigas, que lo
admiraban tan anestesiadas como yo.
¿Eso era una ristra de dientes blancos y perfectos ideales para arrancar
cierres de sujetador? Ya entendía por qué Ebert lo miraba como si se tratara
del enemigo, era el enemigo, el espalda plateada de toda manada y, por todos
los dioses, esperaba que en esos tatuajes que le cruzaban el pecho pusiera
propiedad de Laura.
Por si no fuera suficiente, todo aquel poderío venía hacia nosotras
enfundado en un bañador que dejaba claro dónde le guardaba el tridente a su
colega Tritón.
—Ia ora na.
—Y ahora todo lo que tú quieras, Aquaman —intervine sin que se oyera
nada más que mi respuesta o el sonido de la brisa, porque olas, poquitas.
—Laura —carraspeó Noe—, acaba de decirte hola en polinesio.
—Ia ora na, Maui —respondió Maca, dejándome entrever que quizá Noe
tuviera razón y lo que dijo ese hombre no fuera más que un saludo—. Chicas,
os presento a Maui, el jefe de Animación y responsable directo de Laura.
Él puso los ojos en mí cuando Maca le ofreció el título y…, joder,
¡acababa de convertirme en lava!
—Ia ora na, Laura —repitió.
—Y ahora to, Aquaman. —Él entrecerró los ojos.
—¿Qué dice?
«Como si no lo supieras, que me flipan los dioses y tú estás para que te
adoren en todas las lenguas, sobre todo, con la mía».
—Nada, es que cruza palabras con el español, le ha afectado un poco el jet
lag. —Maca hundió su codo en mis costillas para hacerme reaccionar.
—Yo soy Noe, la jardinera especialista —lo saludó mi amiga.
—Encantado. ¿Y puedo saber a qué debo el honor de esta comitiva?
—Queremos invitarte a pasar el día con nosotros, como premio a tu
trabajo y a la ayuda que le ofreciste a Álvaro. —Maui alzó las cejas
estrujándose el pelo.
¡Menudo calooor!

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—Sí —intervino Álvaro—, nos gustaría mucho que te unieras si no tienes
nada más que hacer.
—Solo dispongo de tres horas…
—Será suficiente —musitó Maca—, además, son órdenes del jefe, si te
retrasas un poco, nadie te lo va a descontar del sueldo.
—Vale, está bien, ¿y a dónde se supone que vamos?
Mi amiga señaló el yate y Maui la premió con una bonita sonrisa blanca.
—Si no te gusta la embarcación, Motomami, puedes seguirnos en canoa,
que es más tradicional —escupió Ebert.
—Chúpamela, Super Mario —dijo este, haciéndole una peineta.
—¡¿Lo has visto, lo has visto?! ¡Yo con ese tío no voy a ninguna parte! —
proclamó el alemán a Álvaro.
—Relajaos los dos y comportaos, no puede ser que dos de nuestros
responsables se lleven tan mal; si quiero que vengáis juntos es precisamente
por eso, no os voy a pedir que seáis amigos, pero sí que seáis educados el uno
con el otro y que os toleréis, ¿está claro?
El falso prometido de Maca se puso serio, y, oye, que tenía su punto. Mi
amiga lo miraba con la braga del biquini haciendo aguas. Me acerqué a su
oído sin que se percataran los demás.
—¿Te traigo una palangana, o te agachas en la orilla y te refrescas la
pepitilla con un checo checo?
—Pero ¡¿qué dices?! —farfulló.
—Pues que el director capullo te pone tontorrona y que tú a él se la pones
como el cemento armado.
—¡Haz el favor de comportarte, que te puede oír!
Yo emití una risita suave, estaban demasiado cabreados como para fijarse
en lo que hablábamos.
—Daos la mano —les pidió Álvaro.
—No somos unos putos críos —se quejó Ebert.
—Pues lo parecéis, hacedlo de una vez.
Maui se acercó al alemán y extendió el puño al mismo tiempo que Ebert
hacía lo propio con la mano abierta. Ni para eso se ponían de acuerdo, la
palma del jefe de Mantenimiento terminó rodeando el puño de Aquaman.
—Pero ¿qué cojones hacéis? Os he dicho que os deis la mano, no que
juguéis a piedra, papel o tijera. —A nosotras se nos escapó la risa floja y los
chicos nos miraron mal—. Dejadlo estar, que si no, ¡perderemos el yate!
¡Andando!

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Capítulo 27

Maca

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En cuanto subimos al yate, nos recibieron poniéndonos collares y
sirviéndonos unas piñas cortadas en las que nadaba un coctel a base de coco,
frutas naturales y ron.
Advertí a los de la empresa encargada de la excursión que yo era alérgica
al mango, lo hice el día antes, por lo que mi bebida no incluía la fruta. Me
aseguré de pedirles que siempre pasaran un test de alérgenos a los clientes que
les mandáramos, por experiencia propia, sabía lo peligroso que podía llegar a
resultar.
Sorbí un poco por la pajita mientras nos llevaban a hacer un tour rápido
por la embarcación, para que supiéramos dónde quedaba cada cosa. Estaba
dulce, delicioso, con mucho hielo picado, ideal para un día caluroso como
ese.
—Disculpe, la bebida no llevará castañas de Tahití, ¿verdad? —preguntó
Ebert, echando una mirada de soslayo a Noe.
—No, solo leche de coco, mango, plátano, piña, lima, vainilla, azúcar de
coco y ron. Excepto el de la señorita —comentó, señalándome a mí—, que
carece de mango.
—Gracias, más vale prevenir que atufar.
—Muy gracioso —masculló Noe sin añadir nada más.
Mi amiga lo ignoró y se paseó al lado del patrón, que nos iba indicando
todo lo que contenía la embarcación.
Estaba preparada para albergar un número máximo de ocho personas.
No era un yate gigantesco, aunque sí lujoso, confortable y prefecto para
hacer un tour alrededor de la isla y terminar en Ta'ahiamanu Beach, una playa
ideal para los amantes del snorkel que se encontraba a seiscientos metros del
hotel.
Con toda la cantidad de trabajo que tuvimos los últimos días, no había
salido de las instalaciones, por lo que, como decía Álvaro, me sentaría bien
desconectar.
El yate tenía una zona en la proa para poder tumbarse a tomar el sol, por
el momento, nos acomodamos en la popa, donde se ubicaban unos asientos
muy cómodos en los que degustar nuestras bebidas y mantener una charla
agradable mientras contemplábamos los pintorescos paisajes de la isla.
Moorea solo podía catalogarse de una manera, y era obra de arte.
Álvaro se había traído la cámara y, además de hacer fotos a la gran belleza
que se desplegaba frente a nuestros ojos, aprovechó para tomar imágenes que
podríamos utilizar en el catálogo del hotel para vender mejor la excursión.

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Cuando me enseñó algunas de ellas, me quedé alucinada de cómo era
capaz de captar toda aquella esencia en un solo clic.
—Eres muy bueno —afirmé, parpadeando en una toma de la mano de Noe
sujetando el cóctel que contrastaba con el verde esmeralda de la montaña y el
azul turquesa del agua.
—Igual que tú en lo tuyo, me gusta mi trabajo. También se me da bien
fotografiar a gente.
En un santiamén, la cámara hizo clic sin que Álvaro mirara por el objetivo
y me la mostró. ¡Me había hecho un retrato sin mirar y estaba guapísima!
—Oh, ¡qué barbaridad! ¡Creo que es la mejor foto que me han echado en
la vida y lo has hecho sin mirar!
—Estaba mirando, ya lo creo que miraba.
Su voz sonaba más ronca y sus ojos brillaban con calidez al contemplar
mi cara. Cada vez era más difícil aguantar aquella forma que tenía de
observarme, como si de verdad le gustara lo que estaba viendo. Me pellizqué
el labio intentando autoinfligirme un poco de sensatez. Lo único que
consiguió el gesto fue que sus pupilas crecieran y se pasearan por encima de
mi boca provocando que deseara otra parte de su anatomía en ella.
Sin la cara deformada por las picaduras, estaba muy guapo. Se había
puesto una sencilla camisa blanca de hilo, totalmente desabrochada, que
dejaba entrever unos apetecibles abdominales que terminaban en un bañador
azul marino con estampado de palmeras blancas.
Había tantas promesas encerradas en esa mirada, tan oscuras y cálidas,
que necesité dar otro trago a mi bebida y desviar la atención hacia la
conversación que Laura estaba manteniendo con su jefe para no ponerme el
mundo por montera y estrellarme contra esa boca. Ebert miraba por la borda,
no estaba cómodo y se le notaba. Noe, por el contrario, disfrutaba como una
enana contemplando a nuestra fálica amiga mientras le hablaba a su superior.
—Entonces, ¿te pusieron Maui por Vaiana, Aquaman? —Él casi le
escupió en la cara.
—¿Cómo van a ponerme Maui por Vaiana? ¿Y tú eres la experta en
cultura de la Polinesia?
—Expertísima, solo quería ver tu nivel, Maribel. ¿Es que no pillas una
broma cuando te la lanzan?
—Por tu tono de voz, no parecías estar bromeando.
—Pues lo estaba, es humor español.
—¿En serio? Demuéstramelo, ¿qué sabes de Maui? —preguntó con los
ojos negros puestos en Laura y la tinta palpitando en su pecho.

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—Pues que está muy bueno —dijo ella, oteándolo con descaro—, y muy
tatuado, y que tiene un pelazo que ya querrían para sí los del método curly —
agitó las cejas, y él resopló.
—Pero ¿a ti de dónde te han sacado?
—De Mérida, soy una pecholata y a mucha honra —dijo, sacando pecho,
lo que no pasó inadvertido a Maui, que repasaba su generoso escote sin
mucho reparo.
—¿Pecholata? ¿Te refieres al tamaño de tus…? —No llegó a completar la
frase, tampoco es que hiciera falta.
—De tu cerebro, que lo tienes en la punta del…
—¡Ebert! —espetó Álvaro.
—¿La lía él y me llamas la atención a mí? ¡Ver para creer!
—Yo no he liado nada —protestó Maui.
—¿Que no? Lo tuyo ya raya el acoso, no sé ni cómo puedes tener un
puesto de responsabilidad, si el hotel fuera mío es que ni lo pisarías.
—Pero como no es tuyo, te fastidias.
—¡Basta! —rugió Álvaro—. Parecéis dos putos niñatos en el patio del
colegio, u os entendéis u os entendéis, no os lo repito más, la próxima vez que
os enganchéis, os amonesto. —Ebert se puso en pie—. ¿Dónde vas?
—A airearme un poco antes de devolver a tu nuevo amigo al mar.
Álvaro iba a intervenir, pero yo puse la mano en su muslo y le hice un
gesto que denotaba que le diera su espacio. Limar asperezas entre dos
personas que no se soportan no es tarea fácil.
Maui resopló y Laura retomó la conversación como si la discusión nunca
hubiera existido.
—Mi ciudad tiene una gran historia romana, y ya sabes, los romanos
llevaban el torso cubierto por armadura, así que pecho-lata, ¿lo pillas? —Él
asintió sin añadir más al respecto.
—¿Por qué no nos cuentas algo sobre lo que estamos viendo? —le sugerí
a Maui—. Me gustaría conocer algo más de la isla, si no te sabe mal.
Mi pregunta lo relajó, se acomodó un poco mejor en su asiento y se puso a
narrar todo lo que abarcaban nuestros ojos hasta que nos detuvimos en la
playa.
Noe y Álvaro no dejaron de lanzar miraditas a Ebert, quien se mantuvo el
resto del viaje junto al patrón.
No había embarcadero, por lo que el yate se acercó todo lo que pudo a la
orilla.

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—Vamos a ir preparando la comida, mientras, pueden bajar, darse un
baño, tomar un poco el sol, el agua en esta zona solo cubre hasta el pecho, así
que pueden descender con total tranquilidad.
—¡Chapuzón! —exclamó Noe, deshaciéndose de su calzado y el pareo
para caer al agua en una minibomba. Laura siguió el mismo camino. Ebert fue
el tercero en remojarse, y yo me quedé inmóvil mirando el agua.
—¿Te ayudo a bajar? —me preguntó Álvaro.
—No, yo paso, ve tú, que necesitas sacar fotos desde la playa, a mí ahora
mismo es que no me apetece, prefiero sentarme un rato en la proa a tomar el
sol.
—¿Segura? —Asentí.
—No sufras, jefe, yo me quedo para hacerle compañía. Deme la cámara,
que se la paso cuando esté en el agua para que no se le moje.
Álvaro paseó su mirada entre ambos y su barbilla se puso tensa, aun así,
no añadió nada y accedió a que Maui lo ayudara. Me dedicó una última
mirada desde el fondo turquesa, yo lo saludé con la mano y él se alejó poco a
poco hacia la orilla. Tenía una espalda impresionante.
Me senté en la punta de la proa contemplándolo. Álvaro era una de esas
personas que ganaba todavía más sin ropa.
Me reprendí por el pensamiento, él y yo no éramos nada, no teníamos
nada, solo un trato. Desvié los ojos hasta mis amigas, quienes lo pasaban en
grande salpicándose. Noe llevaba el móvil colgado al cuello con una de esas
fundas protectoras. Laura le pidió que le sacara algunas fotos para
mandárselas a sus padres.
Desde el agua, me gritaron que fuera con ellas.
—Maca, ¡baja! —Y yo les hice un gesto de negación. Me hicieron un
puchero, pero siguieron a lo suyo, si alguien me conocía bien esas eran mis
amigas. Nunca me forzarían a hacer algo que me desagradara.
Contemplé el agua con auténtico terror, por si venía a por mí el hermano
mellizo de Tiburón.
—¿Te da miedo el agua, jefa? ¿No sabes nadar?
La pregunta la hizo Maui, quien se acomodó a mi lado a la par que mis
pies se hundían un poquito, lo justo para refrescarlos y poder sacarlos con
rapidez si a algún pez le daba por querer arrancarme un pie.
—Sé nadar y me defiendo bastante bien en la piscina.
—La piscina no es el mar, nadar en agua abierta te reconecta con la
naturaleza, es libertad.

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—Tú piensas así porque eres una dorada salvaje, mientras yo soy más de
piscifactoría, ¿qué le vamos a hacer?
Maui rio y yo bufé con una sonrisa en los labios. Tenía un aspecto rudo y
muy atractivo, no me extrañaba que Laura se derritiera en cuanto puso los
ojos en él, y el sobrenombre que le puso mi amiga no podía ser más ideal.
—Si te soy franca, me da asco la arena en los pies y me espanta que haya
tantos peces ahí abajo.
Maui no se carcajeó, solo asintió.
—El miedo es una sensación muy angustiante, y luchar contra aquello que
no nos gusta puede resultar desagradable, pero ¿sabes qué?
—¿Qué?
Su mirada oscura ahondó en la mía.
—Que cuando cruzas la barrera, cuando atraviesas el miedo, cuando te
enfrentas a él y te das cuenta de que al otro lado no pasa nada, que lo que
antes creías que era una amenaza solo estaba en tu cerebro —chasqueó los
dedos—, desaparece. Te libras de la opresión que te impedía hacer aquello
que querías, pero no te atrevías a hacer, y te sientes libre para actuar de la
manera que te apetece cuando te apetece.
—¿Por eso tú juegas con fuego en los espectáculos?
—Puede, o tal vez sea porque me gusta quemarme. —Me guiñó un ojo, se
puso en pie y se tiró al agua.
Emergió de ella con una sonrisa cómplice y una mirada llena de desafío.
—¿Qué va a ser, jefa? ¿Dorada salvaje o de piscifactoría? —Tras la
pregunta, se hundió de nuevo y dio unas cuantas brazadas alejándose.
Pasé la mirada por los demás y vi que, mientras yo estaba atrapada por
mis propias limitaciones, ellos gozaban a lo grande. ¿Y si necesitaba más esta
isla de lo que en un principio creía?
Si no hubiera sido por ella, no habría tomado la decisión de volar, de
aparcar mi terror a los aviones; si no hubiera sido por Moorea, seguiría
anclada a Mérida y a una relación que poco me aportaba.
Puede que Maui tuviera razón, que si atravesabas el miedo, solo quedaba
espacio para la libertad.
Me dejé deslizar un poquito más por la proa, el agua ya me llegaba a las
pantorrillas y nada me había devorado. Envalentonada, decidí darme una
oportunidad, me deslicé un poquito más y, entonces, ocurrió.
En lugar de caer al agua, la hebilla de mi pantalón se enganchó a un
elemento decorativo del barco, por lo que me vi girando como un molinillo de

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viento, haciendo aspavientos de pies y manos, con la cabeza hundida en el
agua y siendo incapaz de desligarme de la embarcación.
¡Iba a morir ahogada!
—¡Que alguien la saque del agua! Aquaman, ¡sálvala! Noe, graba, ¡que
con este video nos hacemos virales!
Ni siquiera sé cómo pude llegar a escuchar a Laura, quizá fue en uno de
mis intentos por respirar aire en lugar de agua.
¡Que yo no tenía branquias!
Fueron los segundos más angustiantes de mi vida, aunque duró poco,
porque una mole morena me alzó sin problema sobre su hombro agarrándome
por el trasero.
—¡Necesito algo para poder desengancharla! —profirió Maui, que no
podía soltar el pantalón.
El patrón del barco vino hasta la proa y cortó la tela con una navaja.
—Te tengo, Maca, te tengo —murmuró, haciéndome descender hasta sus
brazos para apretarme contra su fornido pecho.
Se oyeron aplausos y silbidos procedentes de mis dos amigas, mientras
que Álvaro y Ebert miraban a Maui de un modo un pelín aterrador.

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Capítulo 28

Álvaro

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¿Me palpitaba la vena? ¿Me palpitaba la vena? Definitivamente, ¡me
palpitaba la vena!
No sabía con exactitud qué había pasado, solo que estaba tomando fotos
en la orilla, oí gritos, y en cuanto me di la vuelta, Maui agarraba a Maca por
el culo y sus amigas daban palmas y silbidos gritando: «Aquaman, ¡sálvala!».
—Me gustaría decir que te lo advertí, pero no soy de los que hacen leña
del árbol caído, y el tuyo acaba de arrearse una hostia que se ha hecho astillas
—susurró Ebert cerca de mí.
—¡Cállate, capullo! Ellas saben que entre Maca y yo lo único que hay es
un trampantojo.
—Pues para ser un trampantojo, a ti te la pone corre corre que te cojo.
—Cierra la puta bocaza —dije, avanzando con la cámara en alto.
—Eso, tú sigue defendiéndolo, que la próxima te lo encuentras en tu cama
y empujando, aunque tal vez sea eso lo que quieres.
Le hice una peineta y avancé todo lo rápido que el agua me permitió, y
cuando llegué al lugar en el que Maca estaba con los demás, Maui ya no la
tenía agarrada.
—¿Estás bien? —le pregunté, y ella me miró con las mejillas sonrojadas.
—Sí, ya conoces mi propensión a las caídas estúpidas. Por suerte, Maui
estaba cerca, que si no, podría haberme ahogado en mi propia estupidez. Ya
es la segunda vez que me salva la vida, al final, sí que tendremos que subirle
el sueldo.
—O puedo hacer horas extras como tu guardaespaldas personal —rio él
sin que a mí me hiciera ni pizca de gracia.
—Es lo que tiene ser un cruce entre un superhéroe y un semidios, que les
da por cometer heroicidades cada dos por tres —comentó Laura, ganándose
una mirada aprobadora por parte del responsable de Animación.
—Creo que empieza a gustarme esta chica.
—Normal, soy tan encantadora que es difícil resistirse a mí. —Lau agitó
las pestañas descarada.
—Me recuerdas a alguien, pero no sé a quién —profirió divertido.
—Pues vete buscando un espejo, igual os quedáis los dos atrapados en él
—añadió Ebert acercándose.
Maui lo ignoró y no entró al trapo.
—¿Por qué no intercambiamos conocimientos, Pecholata? Tú me hablas
de tus dioses y puede que yo te cuente alguna historia divertida con la que
entretener a los turistas…
—Me parece un plan fantástico —le sonrió Lau.

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—¿Y no te sabes alguna anécdota sobre plantas? —inquirió Noe.
—Alguna que otra, mi madre suele trabajar mucho con ellas…
—Pero ¿tú no eras especialista en flora tahitiana? —cuestionó Ebert con
sospecha.
—Ya, pero siempre va bien escuchar a la gente local, suelen tener muchas
cosas que aportar, no deberías tener una mente tan cerrada, Ebert. —Noe no
se amilanaba ante el mal carácter del que ese día gozaba mi amigo.
—Pues, entonces, acompañadme a la playa, bellezas, que os llevo a dar un
paseo instructivo.
Maui les tendió los brazos y las amigas de Maca no dudaron en
engancharse. Ebert farfulló al pasar por su lado un «cuidado con los
matorrales, que en esta isla producen embarazos indeseados», ganándose una
mirada hostil por parte de Maui, de quien se rumoreaba que usaba los
arbustos para sus relaciones íntimas y que así preñó a la madre de su hijo.
Mi amigo subió al barco sin esfuerzo, y yo le pedí que me guardara la
cámara dentro.
Maca lo miró con preocupación.
—¿Qué le pasa? ¿Por qué parece estar tan enfadado? Él no es así.
—Está preocupado, no le gusta que estemos fingiendo una relación que no
tenemos. Ebert adora a mis padres, y piensa que les estoy fallando, que lo han
apostado todo a una jugada y que yo voy de farol. Además, no cree que tus
amigas sean las especialistas que nos has vendido.
Vi un gesto nervioso en el rostro de Maca, que le daba la razón a mi
amigo sin necesidad de que hablara.
—Puede que exagerara un poco, pero te juro que lo harán bien; si no fuera
así, te aseguro que no las habría traído. Noe es muy buena con las plantas,
aunque puede que con las de Tahití necesite cierta ayuda, lleva varios días
estudiando como una loca, y es una tía resolutiva que aprende rápido, no le
asusta el trabajo duro ni las noches en vela. Te lo digo yo que fui con ella a la
escuela. Y Laura es la Alexa de los dioses, es una puñetera enciclopedia
andante, sobre todo, de cualquier cosa que tenga que ver con curiosidades, no
le costará nada hacerse con los mitos y leyendas locales; si vieras cómo la
quieren en Mérida, fliparías.
—Estoy convencido de que dices la verdad y que si las has traído no es
solo porque sean tus amigas. Te lo dije hace tres días y lo mantengo, eres la
persona perfecta para llevar este sitio, y estoy convencido de que tus
cualidades son ideales para ocuparte del resort —murmuré, acercándome para
acariciarle la cara.

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Maca no se movió, salvo por la subida y bajada de su pecho, parecía una
estatua, permanecía muy quieta. No le toqué las orejas, tampoco el pelo,
porque recordé que me dijo que no le gustaba, aunque yo no estaba tan seguro
de eso, más bien de que quien lo hizo no supo hacerlo.
Cada vez me costaba más no ceder al deseo, porque las señales estaban
ahí, en sus pupilas, en su boca entreabierta, en sus pechos mojados.
Mi pulgar siguió trazando una línea traviesa hasta su labio inferior, me
mojé los míos hipnotizado por los suyos, y ella siguió el movimiento de mi
lengua.
—¿Queréis una cerveza? —nos interrumpió Ebert—. Parece que cada vez
hace más calor y que tenéis la boca seca.
Maca se separó con la mirada confundida, y yo con ganas de estrangular a
mi mejor amigo cuando la primera lata cayó al agua.
—Será mejor que subamos, yo ya me he refrescado —comentó mi «no
prometida» hundiéndose en el agua para volver a salir empapada y con los
pezones como rocas. Estaba demasiado empalmado como para seguirla, así
que tuve que conformarme con ayudarla a alcanzar la escalerilla
contemplando cómo el pantalón corto se pegaba a su jodida braga brasileña.
No podía llevar una braga de biquini completa, no, tenía que dejar a la vista
media nalga para que yo jadeara como un perro después de una carrera en
pleno mes de agosto.
—¿Tú no vienes? —me preguntó cuando alcanzó el último peldaño.
—Voy a nadar unos largos en cuanto me acabe la cerveza, necesito
refrescarme un rato más.
Ebert le tendió la mano para ayudarla a subir a bordo sin incidentes.
Abrí la lata y le di un trago largo alzando las cejas, bajo la sonrisa cínica
de mi amigo, que negó varias veces mirándome.
Media hora más tarde, la comida ya estaba lista y nos sentamos a la mesa.
Hice fotos de cada uno de los platos y, sobre todo, de las caras de felicidad de
las chicas al probarlos. Maca estaba espectacular. Hacía días que no la veía
tan relajada, con aquel chisporroteo en el iris que contenía unas pequeñas
motas verdes.
—Joder, macho, te estás pillando mucho —comentó mi mejor amigo por
lo bajo.
—¿De qué hablas?
—De que o vacías la despensa —apuntó a mis huevos con el botellín de
cerveza—, o te la terminas follando. Esta noche, tú y yo salimos.
—Me atrae, sí, ¿y qué? Eso no significa que tengamos que casarnos.

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—En tu mundo y en el mío, no, pero me dijiste que Maca es de las que
busca anillo de compromiso, y yo a ti no te veo muy por la labor de echar
raíces.
—Porque no soy egoísta y se las dejo a los árboles, que son los que las
necesitan. Mis padres y tú tenéis que entender que no soy una jodida planta.
—Pues a mí me pareces bastante cardo a veces.
—¿En serio? Dime una cosa, si tantas ganas tienes de que me convierta en
vegetal, ¿por qué no estás remando a favor de que me líe con Maca, en lugar
de interrumpirme en el mejor momento o sugerir que me libere con otras? —
gruñí por lo bajo.
—Porque dudo que si lo vuestro fuera una peli, terminarais con un felices
para siempre, más bien, sería un novio a la fuga —comentó mosqueado—. A
mí no me engañas, Álvaro, te largarás cuando esto se te haga demasiado
cuesta arriba y crezcan tus sentimientos. Todos pagaremos las consecuencias
si esa mujer se te empieza a meter debajo de la piel en lugar de en tu bragueta.
Te cagarás patas abajo y harás las maletas. Tus padres se quedarán hechos
mierda, ella se quedará hecha mierda y yo acarrearé con las consecuencias de
tu falta de compromiso con las personas que te quieren.
—No sabes lo que dices —di un trago a mi cerveza.
—Lo sé demasiado bien porque, aunque te diga cosas que no te gustan, lo
hago porque soy tu amigo. Te acojona perder a las personas que quieres y
piensas que, manteniéndote lejos de ellas, dolerá menos su pérdida, pero,
escúchame bien, te equivocas, porque lo único que consigues con eso es no
estar en esos instantes que cuentan y que ya nunca volverán, porque cinco mil
putos kilómetros de distancia no habrían hecho que doliera menos que Marcos
muriera, así que olvídate de Maca, déjala en paz.
—Hace nada me decías lo contrario —murmuré con acritud.
—He cambiado de opinión, ¿qué pasa?, ¿no puedo hacerlo? Porque tú lo
haces constantemente.
—¿Estás bebido?
—No estoy borracho si es lo que sugieres.
—Pero ¿qué narices te pasa hoy? —Él hizo una mueca extraña.
—Nada que merezca la pena ser recordado. Voy al baño.
Ebert se puso en pie y se largó al interior del barco. Intenté comprender
qué le ocurría más allá de mis decisiones vitales y, entonces, vi la fecha en su
móvil.
Mierda, hoy hacía dieciséis años que su padre truncó su carrera y no había
caído en ello hasta ese instante, porque solo había tenido ojos para mi puto

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ombligo. Yo también abandoné la mesa, pedí disculpas y fui tras él.

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Capítulo 29

Noe

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Si la excursión tenía que servir para que conociera mejor a mi jefe, saqué
dos conclusiones; que su belleza era proporcional a lo capullo que era.
No se parecía en nada a Maui, quien fue superamable con nosotras desde
el principio. Divertido, atento, encantador y nos contó un montón de
anécdotas antes y durante la comida.
Ebert Weber, o Salchicha Peleona, como iba a llamarlo, porque su
máxima virtud era tocarle los weber a todo el mundo, no dejó de lanzar pullas
a diestro y siniestro, incluso a su mejor amigo, por lo que no entendí cómo
Maca nos pudo decir que fue encantador en su llegada a la isla.
O sufría un trastorno de personalidad múltiple, o se cayó de la cama al
nacer. Lo que me quedó claro era que tenía la misma amabilidad que un
asesino en serie, ese que llama a tu puerta fingiendo ser el nuevo vecino
buenorro, te pide un poco de sal y termina apuñalándote con el cuchillo de la
mantequilla en cuanto le dejas pasar, y tú pensando que lo que quería untarte
era el bollito… Santa inocencia.
Durante la comida, intenté fijar la parabólica en la conversación que
mantenían por lo bajo él y el jefe supremo. Creí escuchar que Weber le
sugería a Álvaro salir a vaciar sus despensas de amor. Y lo hacía tan ancho,
con Maca sentada al lado.
La pobre no se había enterado porque estaba interactuando con Laura y
Maui, yo iba a interceder, pero al jefe de Animación le dio por llamar mi
atención y contarme un montón de cosas sobre las plantas de su madre, y
claro, no lo iba a desoír cuando mi futuro pendía de que supiera regar bien el
hibisco, la buganvilla y la adelfa.
En el único instante que pude desconectar, pesqué de refilón un «olvídate
de Maca y déjala en paz» que me hizo pestañear un par de veces.
Los dos tenían cara de cabreo, ¿y si a mi jefe le gustaba Maca?
«Noe, respira, que esto no es una novela turca».
Quizá lo único que pasara era que si a Álvaro le ponía mi amiga, eso
interrumpía los planes nocturnos de Ebert para descargar los weber, o no,
porque el tocapelotas de mi jefe se puso en pie sin previo aviso y bajó las
escaleras del yate como si se lo llevaran los demonios. Segundos después,
Álvaro lo imitó, sumiéndonos en un silencio de lo más incómodo porque
nadie sabía de qué iba la situación.
Las plantas pasaron a un segundo plano y Laura quiso saber si Maca sabía
lo que sucedía, a lo que nuestra amiga respondió que serían cosas suyas, sin
embargo, miró en la dirección por la que habían desaparecido con cara de
preocupación.

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Mi jefe tenía de romántico lo que yo de carnívora. No quería que su mejor
amigo terminara enamorándose de Maca, seguro que era uno de esos
alérgicos al compromiso, o puede que no la viera a la altura de un ricachón
como el señorito Alemany, que la gente de dinero suelen ser muy elitistas.
Además, sabía como nosotras que la relación entre ellos era una farsa,
igual pretendía que siguiera siendo así.
A mí no me pasaba lo mismo, yo veía entre Maca y Álvaro muchísimas
posibilidades, bastaba con fijarse en los indicios para darse cuenta de que se
atraían muchísimo y que de ahí al amor solo hay un paso. Como experta,
sabía que en una pareja siempre es la mujer la que termina decidiendo.
Tras el postre, el patrón del barco nos invitó a reposar la comida,
informándonos de que no había sido muy copiosa para acelerar el proceso
digestivo, que aproximadamente en hora y media estaríamos poniéndonos los
equipos y recibiendo la charla del instructor de snorkel para meternos en el
agua y explicarnos qué veríamos.
Yo tenía bastante sueño, Laura también estaba cansada, aunque, estando
con el encantador de Maui, no lo admitiría nunca.
—Yo voy a echar una cabezadita, si no os importa…
—Por supuesto, abajo hay un camarote, por si le apetece tumbarse un rato,
al lado del baño.
—Sí, lo recuerdo. Gracias.
Al bajar, me crucé con Álvaro, que lucía una expresión taciturna.
—Nos han dado hora y media de descanso, si me aceptas un consejo,
habla con Maca, bucear entre peces no está entre sus actividades favoritas,
pero puede que no sea tan desagradable si lo hace contigo —le guiñé un ojo, y
él me premió con una sonrisa.
—Sí, me he dado cuenta de ello, gracias, ¿tiene algún trauma al respecto?
—me encogí de hombros.
—La única vez que sus abuelos la llevaron a la playa de pequeña se le
metió un cangrejo por el bañador, que le iba algo holgado porque ella quiso
que su abuela le comprara el único que quedaba en la tienda de Rapunzel y no
quedaban de su talla. Una de las primeras cosas que hizo fue ponerse en la
orilla bocabajo, para jugar con la arena mojada escurriéndose entre sus dedos.
No se dio cuenta que tanto escarbar hizo que emergiera un cangrejo, el cual se
le coló por el escote. Al notar algo extraño, Maca se incorporó, se puso a
gritar y casi terminó con un piercing en el pezón en lugar de en la lengua.
Desde entonces, la arena y los animales marinos no son santo de su devoción.
—Entiendo.

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—Puede que necesite cambiar sus recuerdos malos por otros muy
distintos, puede que a ti se te ocurra algo para que eso pase… —dije
sugerente.
«Como que le comas las tetas en la orilla y le des un buen revolcón», eso
no podía decírselo, aunque lo pensé.
—Tomo nota, gracias por tu ayuda.
—No hay de qué.
Seguí mi camino, y cuando entré en el camarote, lo que menos me
esperaba encontrar era a mi jefe, sentado en la cama con la cabeza hundida
entre las manos.
—¡Ya te he dicho, Álvaro, que estoy bien y que esta noche ya se me habrá
pasado! —proclamó, alzando la cabeza para encontrarse con mi mirada
sorprendida—. ¿Qué haces aquí? ¿No te han dicho que es de mala educación
entrar sin llamar? —No llevaba la camisa puesta, por lo que mis ojos
bailotearon desde su cara al torso y las estrellas que enfilaban por el lateral.
«¡No lo mires así, Noe! Acaba de increparte».
Arrugué la expresión y alcé la barbilla.
—Oh, disculpe, su majestad, olvidé que este barco es suyo y yo soy una
simple sirvienta a sus órdenes.
Si pensaba que me iba a amedrentar, lo llevaba crudo, en ese instante, ni
él era mi jefe, ni yo respondía por mis actos.
Ni corta ni perezosa, me tiré sobre la cama.
—Pero ¡¿qué haces?!
—Tumbarme, he venido a echarme la siesta y tú no parece que tengas
sueño, así que… Aire, o te regalo un José Luis.
Ebert se puso de pie de golpe y me contempló con una mirada
indescifrable, bueno, quizá con un poco de rencor.
—No serás capaz de atufarme de nuevo.
—Provócame, y te lo demuestro.
—¿Cómo pueden salir cosas tan horribles de una cosita como tú?
—¿Acabas de llamarme cosita?
—Bueno, no es que seas muy alta…
—Ni tú la tienes muy grande, ¿puedo llamarte también cosita?
Una sonrisa se torció en su boca y… ¡Joder! Pero ¡qué guapo era! Alzó
las manos y se agarró a una de las molduras del techo, por lo que parecía que
pudiera saltar encima de mí en cualquier momento.
—¿Quieres que te demuestre lo grande que la tengo? —Me repasó de
cabeza a pies y sentí las líneas entrecruzadas de mi biquini a la altura del

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abdomen anudada a sus pupilas.
—Ya me lo has demostrado, que tu empatía es más bien escasa.
Me di la vuelta para tumbarme bocabajo y dejarle disfrutar de mi trasero
en forma de corazón que engullía la poca tela que lo cubría. Puse las manos
bajo mi mejilla y creí escuchar un gruñido con los ojos cerrados.
Elevé un poco el trasero y comenté un:
—Preparada para la detonación en tres, dos…
No llegué al uno, la puerta se cerró y yo me quedé traspuesta en menos de
cinco minutos con una sonrisa en los labios.

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Capítulo 30

Álvaro
—¿Esta es tu idea de local donde salir de fiesta y pillar?

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Miré a un lado y a otro del pequeño establecimiento incatalogable que
distaba mucho de mi idea de bar de copas. No era más que una pequeña
construcción tipo cabaña de madera, erigida sobre una base en el mismo
material donde la gente podía estar de pie con sus bebidas y, si me apuras,
bailar.
La luz se conseguía a través de un generador. Tampoco es que hubiera
demasiada, la suficiente como para alumbrar una barra más bien pequeña, las
tiras led del tejadillo de paja y darle corriente a la improvisada zona DJ, en la
que Hori, o mejor dicho, DJ George, pinchaba.
—La vida nocturna en Moorea es bastante limitada, pero te garantizo que
esto se llenará dentro de nada, vendrán mujeres preciosas y los Mai Tai que
prepara Turi son los mejores de la isla, con diferencia.
Ebert hizo una señal al camarero, para que nos sirviera un par de cócteles.
—Si tú lo dices…
—¿Cuál es el objetivo de esta noche? —Ebert estaba mucho más
animado.
—Pillar y beber.
—Exacto, así que no me pongas pegas.
Alcé los brazos esperando mi bebida, lo cierto es que una noche de copas
con mi mejor amigo seguro que me sentaba de maravilla, y como él decía,
necesitaba con urgencia quitarme a Maca de la cabeza antes de cometer
cualquier estupidez.
No pudimos hacer snorkel, cuando ya tenía medio convencida a mi falsa
prometida, cayó una tormenta que nos hizo regresar al hotel sin poder bucear.
La culpa era de que la época de diciembre a marzo estaba marcada por lluvias
y tormentas repentinas que podían sorprenderte en cualquier momento del día.
Por suerte, ya faltaba poco para el mes de abril, donde la estabilidad hacía
mucho más agradable las vacaciones en la isla.
No es que fuéramos a librarnos del snorkel, como a Maca le hubiera
gustado. Teníamos que evaluar cada una de las experiencias para los
huéspedes, así que lo único que hicimos fue postergarla.
Al día siguiente nos tocaba excursión en quad, lo que me tenía bastante
inquieto, porque suponía llevar a Maca pegada a la espalda todo el camino de
ida y a la inversa de vuelta, si es que ella quería conducir. Era pensar en
nuestros cuerpos rozándose y me ponía como una piedra. Ebert tenía razón,
necesitaba aliviarme o terminaría cometiendo una tontería que me llevaría
directo al precipicio.

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Maca no quería un polvo, ella quería un hombre que pudiera hacerla feliz,
una vida estable, una familia, y yo no era de ese tipo de personas.
—Fíjate, ¡¿qué te dije?! Este sitio es de los que se llena en un abrir y
cerrar de ojos, los trabajadores de la isla no tienen otro sitio al que acudir —
dijo Ebert, señalando a un grupo de mujeres verdaderamente atractivas, que
vestían tops cortos y ropa ajustada. Eran tahitianas, de rasgos exóticos y
cuerpos apetecibles. Morenas, de pelo negro, ojos oscuros y suficientes curvas
para querer perderse en ellas.
Nos miraban coquetas, y Ebert no tardó nada en pedirles que se acercaran,
que las invitaba a la primera ronda.
Los hombres eran bastante posesivos en Tahití, no solía gustarles que las
mujeres tontearan con extranjeros, porque era como si les quitáramos algo
suyo. Sin embargo, el despertar sexual de los isleños se daba bastante pronto
y no era de extrañar que tuvieran muchísimas parejas sexuales, eso sí, en
secreto, no alardeando de con quienes se habían acostado.
Ebert las invitó a la primera ronda de Mai Tai, eran bailarinas del Manava
Beach Resort, nuestra competencia más directa. Lo que más me llamó la
atención fue que casi todas llevaban una flor en su oreja derecha, excepto una
que la llevaba a la izquierda y otra que llevaba una en cada oreja.
No era la primera vez que estaba en la isla, sabía cuáles eran las
disponibles, así que no perdí el tiempo hablando con las que no lo estaban.
Hika, que era bastante alta y escultural, fue la que más interesada parecía en
mí, no dejaba de sonreírme y acariciarse el pelo.
Tras un rato de charla agradable, me sugirió ir a la pista para bailar con
ella.
—Mueve esas caderas, tigre —murmuró Ebert cerca de mi oído,
sujetando el segundo cóctel.
—Yo no sé moverme como vosotras —me excusé, contemplando la
mirada tentadora de Hika.
—No lo necesitas, tú déjate llevar, que yo me ocupo —musitó,
relamiéndose los labios. Entrelazó los dedos con los míos y salimos a la
improvisada pista, en la que no dudó en cogerse a mi cuello para contonearse
de un modo más que sugerente.

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Maca
—¿En serio que sabes dónde estamos? —pregunté, mirando a las chicas
mientras nos internábamos en la selva—. Mira que tu sentido de la
orientación es menos que una mierda, que tú eres de las que con GPS
terminas con el coche encajado en unas escaleras. Aquí todos los árboles son

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iguales, no hay tiendas para guiarse y, con mi suerte, seguro que termino con
el pie en una zanja.
—¡Esto es aventura isleña, Maca! —prorrumpió Laura—. Además, o lo
hacemos así, o corres el riesgo de perderlo todo. ¿Qué hemos hablado antes?
Laura se refería a que Noe nos contó la conversación que había escuchado
entre Álvaro y Ebert. Mi falso prometido necesitaba desahogo, y su brillante
idea había sido salir con el alemán en busca de alivio. Pero si lo hacía, corría
el riesgo de que alguno de los trabajadores lo viera y se corriera el rumor de
que me ponía los cuernos.
No podía vivir en una isla en la que no se me respetaba, así que si quería
seguir adelante con el plan, no iba dejarlo liarse con nadie salvo conmigo. Y
si yo me liaba con él, tenía que jugar el papel de prometida plasta para
espantarlo. Tampoco es que tuviera muchas más opciones.
—Y yo que pensaba que cuando nos dijeron lo de la zona de distracción
del personal sería algo rollo Dirty Dancing en la parte de las cabañas, y allí
encontraría mi Patrick Swayze —suspiró Noe.
—Tú con el único que vas a dar es con Salchicha Peleona, que hay que
ver el mal genio que se gasta, a ese sí que hay que dejarlo desfogar, que nadie
lo interrumpa, a ver si vaciando los weber se le pasa la mala leche que trae.
Por cierto, Noe, alumbra, que con esta oscuridad ya no sé si voy por el
camino de la derecha o el de la izquierda —se quejó Laura que, para variar,
era la guía.
—Yo no estoy segura de que con este plan tenga éxito.
—¡Claro que vas a tenerlo! —espetó Noe—. Alvarito te come con la
mirada, lo único que tienes que hacer es echarle leña al fuego para después
espantarlo.
—Es que no sé si voy a saber —me quejé.
Algo me rozó en la pantorrilla y grité con tanta fuerza que las tres
chillamos y echamos a correr sin rumbo. En la huida atropellada, Laura se
comió una rama y todas caímos al suelo con el efecto dominó.
—Auch, ¿qué ha pasado? —preguntó mi mejor amiga, frotándose la
posadera.
—Me parece que algo me rozó. —Miré a un lado y a otro como si tuviera
capacidad de ver más allá que sombras.
—Aquí no hay nada, y por tu culpa me he arreado un buen golpe en la
cabeza, solo espero que no parezca el unicornio de la fiesta —gruñó Lau.
—Lo siento, me asusté.
Nos pusimos en pie y nos sacudimos la ropa.

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—¡Shhh! ¡Creo que oigo algo! —exclamó Noe.
—Serán tus tripas, como te tires un cuesco aquí… —protesté.
—Que no, es como música. —Las tres nos quedamos en silencio y a lo
lejos se escucharon una especie de timbales—. ¡Por ahí! —La agarré del
brazo.
—¿Y si se trata de una tribu de caníbales? Nada nos asegura que no
hayamos tomado el camino equivocado.
—En la Polinesia no hay tribus de caníbales, aunque si damos con una,
espero que les mole el pescado, porque voy a ofrecerles toda mi ostra —
espetó Laura.
—¡Qué burra eres!
—¿Burra? La culpa es de Aquaman, no veas cómo me pone, qué hombre,
qué poderío, qué labia, qué pelo para atarlo a mi muñeca y hacerle un tour
privado por toda mi almeja. Aunque, tranquila, sé que es mi superior y que
tengo que mantener las distancias, que follar donde comes siempre deja pelos.
—De verdad que tus reinterpretaciones de los refranes o frases populares
dan para hacerte un diccionario.
—Ya sabes que soy muy creativa, chochete.
—Para creativo ese chef de no sé cuantas estrellas Michelin que ahora
quiere cocinar con semen —comentó Noe mientras avanzábamos.
—No me jodas, ¿con el suyo? Porque va a tener que matarse a pajas cada
noche… Qué asco, por Dior, ¿qué pretende? ¿Preñar con su sabor a todos sus
comensales?
Laura emitió varias risas.
—Pues si hace eso, lo próximo serán morcillas de menstruación —aportó
—. ¿Que no? ¿Cuánto os apostáis?
—¿Queréis dejarme hablar? Que el semen no es suyo. Dice que viajó a
Japón y allí comió semen de pez globo, se ve que es un manjar.
—Pues por mí que se lo coma todo él —proclamé.
—A ver, si lo analizáis fríamente, seguro que nosotras también lo hemos
comido, si no de ese pez, de otras especies, que hoy hemos estado rodeadas de
peces y seguro que en nuestros estómagos habrá restos de pececillos nonatos,
por no contar con sus caquillas y vómitos.
Le arreé una colleja a Laura por detrás sin mucha fuerza.
—¡Calla! Que solo me hacía falta eso para no querer entrar más al agua.
A lo tonto a lo tonto, por fin dimos con el punto de encuentro de los
trabajadores de la isla. Aunque lo que no esperaba era encontrar a Álvaro en
pleno bailecito con una chica guapísima y a Ebert con las piernas abiertas en

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la barra, una bebida en la mano y otra preciosidad con muy poca ropa
ofreciéndole un espectáculo solo para él.
Vale que no había ningún trabajador de nuestro hotel, pero si aparecían…,
¿qué?
Me di cuenta de mi error, sí que había uno, Hori, el hijo de Maui, estaba
pinchando y no dejaba de mirar a Álvaro y su nueva amiga.
—¡Mierda!
—¿Qué pasa? —preguntó Laura.
—Ese es el DJ del hotel y no para de mirar a Álvaro.
—Tranqui, yo me ocupo de él, ve a por tu hombre.
Noe fijó la vista en la barra, primero contempló a Ebert, y después a un
grupo de chicos que parecían alegrarse de nuestra llegada por cómo nos
miraban.
—Yo voy a pedirme una copa, sé valiente, Maca, y no dejes que Vaiana te
lo quite.
Me dio un beso en la mejilla y se alejó hacia el grupo de chicos, que, de
inmediato, le hicieron sitio para pedir.
Me planté frente a la feliz pareja de brazos cruzados y mirada
aniquiladora.
—¡¿Te diviertes, cariño?! —pregunté, llamando la atención de ambos.
La superatractiva morena me contempló sin remilgos y algo sorprendida
por mi intervención.
—Maca, ¿qué haces aquí?
—Evitar que cometas una estupidez. —Le tendí la mano a la chica—.
Hola, soy Maca, su prometida. —Ella nos miró a uno y a otro y se mordió el
labio.
—Yo no sabía…
—Pues ahora ya lo sabes, pírate. —La chica inclinó la cabeza y se retiró
dejándome a solas con él.

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Capítulo 31

Lau

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Caminé muy decidida hacia la zona del DJ, donde un jovencito con rastas,
cara preciosa y los ojos más azules que había visto sobre una piel morena, me
premió con una sonrisa enorme que debía causar estragos entre las más
jóvenes. Como solía decirse…: si tuviera quince años menos… Uy, no, ¡que
eso me hacía sentir una viejales!, y yo todavía estaba para muchos tiki-tiki y
poco taca-taca.
—Hola, bombón —lo saludé con una caída de ojos.
—Bombón tú, ¿eso que se te ha caído ahí no era el envoltorio? —
contraatacó pillín.
«Vaya, estos mozuelos de Tahití no pierden punto».
Estaba tan obsesionada con Aquaman que hasta le veía al chaval un aire.
—¿Se aceptan peticiones?
—Si son tuyas, por supuesto.
—¿Podrías poner una canción de esas que te dejan las piernas temblando
y el corazón caliente? Ya me entiendes, una que tú usarías para…
—¿Follar?
Vaya con el niñito…
—Justo para eso.
—Seguro que puedo ponerte algo… —Jugó con la dualidad, lo que me
hizo sonreír—. Me llamo George, por cierto.
—¿De la jungla?
—De Moorea, ¿y tú?
—Si tú eres George, yo soy Rita la Cantaora.
George, qué cachondo el tío, quién iba a creerse eso, se notaba a la legua
que era de allí, aunque, bueno, quizá con esos ojos tuviera un padre o una
madre extranjero.
—Pues encantado de conocerte, Rita. —Me tendió la mano con uno de los
cascos en la oreja y la otra mano en los controles—. ¿Quieres tomar algo? Te
invito, dile a Turi que me lo apunte en la lista, la siguiente ronda te invito en
mi descanso y así nos conocemos. —Me guiñó el ojo.
—¿Tu lista es muy larga? —tonteé divertida porque un polluelo hubiese
puesto su mirada en mí, que podría ser su madre.
—Todo lo larga que quieras. Allá va tu canción, Rita.
Fui a corregir mi nombre, pero pensé que era divertido que me llamara de
un modo distinto. Le dediqué una sonrisa y me fui a la barra a por la bebida
prometida, no iba a despreciar algo gratis.
La canción Sin Pijama, de Becky G y Natti Natasha, sonó a mis espaldas,
lo que me hizo soltar una carcajada, y cuando me di la vuelta, los ojos del DJ

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George me dieron tal repaso que me dejó muy clarito que estaba más que
dispuesto a cumplir con la letra si lo dejaba.
Justo a un paso, de espaldas a mí, Ebert estaba tan rígido que parecía un
poste. Si tenía intención de decirle algo, me callé, a veces era más divertido
observar desde el anonimato.
Sus ojos estaban puestos a un metro de distancia, justo en el punto en el
que Noe se marcaba un sándwich de nata y chocolate con un par de
polinésicos buenorros.
Los dos cañonazos la tenían rodeada mientras ella bailaba con los ojos
puestos en su jefe, que parecía al borde del colapso.
El camarero me sirvió el Mai Tai y pasé de una amiga a la otra, quería ver
cómo le iba a Maca.

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Maca
—Maca… —murmuró Álvaro por segunda vez con sus ojos azules
puestos en mí.
Me sentía un poquito expuesta. Noe no paró hasta que consiguió que me
pusiera un vestido blanco de raso, de tirantes finos y escote drapeado, que me

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trajo de regalo. Tenía más de camisón que de ropa para salir de fiesta, sobre
todo, porque solo llevaba una braguita de encaje debajo.
Le ofrecí la sonrisa de la paz, puse mis manos donde habían estado las de
la tahitiana y me pegué a él.
—Dime, cariño.
—¿Qué haces? —preguntó, llevando las manos a mi cintura sin oponer
resistencia.
—Salir de fiesta con mi prometido, es lo que se supone que hacen las
parejas que van a casarse, salir juntos y bailar.
—Pero tú y yo no vamos a casarnos…
Alcé la comisura del labio y asomé la lengua. Ya hacía días que observaba
que a Álvaro le llamaba mucho la atención mi piercing, igualito que a Culo
Ganador, que no dejaba de darme la murga para que me lo quitara, con lo mal
que lo había pasado yo para conservarlo.
Me centré en la conversación y saqué a mi ex de la ecuación fijando la
vista en su mandíbula cuadrada.
—Eso no lo saben los demás, y así tiene que seguir siendo. Venir aquí sin
mí y bailar con ella ha sido una imprudencia, aunque habría sido mucho peor
si no hubiera llegado a tiempo para impedir que te liaras con… ¿Cómo se
llamaba? —No me acordaba de verdad del nombre de la chica.
—Ni idea —me sonrió, con los dientes asomando en su labio inferior.
—Tendrás que poner más hincapié cuando se trate de los clientes del
hotel, a la gente le gusta que te dirijas a ellos por sus nombres o sus apellidos.
—Del tuyo no me olvido.
—Solo faltaría, a ver qué le diríamos a tus padres. —Él rio—. Por cierto,
¿no te has fijado quién era el DJ antes de tontear con miss Tahití? —Álvaro
cerró los ojos.
—No pensé en eso, lo siento.
—No pasa nada, aunque ahora lo tendremos que arreglar —murmuré con
el vello del cuerpo erizado por su cercanía.
Movía mis caderas al mismo tiempo que las uñas en su cuello. Un brillo
de sufrimiento gozoso coronó su mirada azul.
—¿Estás bien? —me interesé.
—Contigo siempre lo estoy. —Su reflexión amplió mi sonrisa—. Venir
aquí fue idea de Ebert, hoy no es un buen día para él y creí que salir juntos era
lo que necesitaba.
—Ya está —susurré, dejándome llevar por la música. No era una bailarina
de diez, pero contaba con los suficientes movimientos como para poner

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cardíaco a un tío, sobre todo, si me gustaba tanto como Álvaro.
Sus dedos descendieron hasta el límite de la prudencia que marcaban mis
lumbares. No lo detuve, de hecho, no quería hacerlo, me apetecía saber cómo
apresarían sus manos mi culo.

Si tú me llamas,
nos vamo' pa' tu casa,
nos quedamo' en la cama,
sin pijama, sin pijama…

Canturreé sin pestañear.


—¡Joder! Maca.
—Joder, ¿qué? —pregunté, dándome la vuelta antes de que contestara
para encajar mi culo en su entrepierna, alzar los brazos y trazar hondas con las
caderas notando su cálida bienvenida.
Benditas sandalias de tacón que me daban la altura suficiente para
guarrear.
Álvaro puso las manos en mi tripa y la recorrió de arriba abajo, volviendo
a ascender hasta el inicio de mis pechos. Se me secó la garganta cuando noté
su barbilla en mi hombro, tan cerca de mi cara y con vistas a mi escote.
—No tienes ni idea de lo que me estás haciendo —gruñó.
Esperaba tenerla, porque mi deseo también se alimentaba en cada
movimiento.

Baby, hoy no vamo' a dormir,


Baby, hoy no vamo' a dormir.
Que no traje pijama,
porque no me dio la gana.
Baby, hoy no vamo' a dormir.

Me coloqué en posición de perreo. Sabía que no era juego limpio, pero si


pretendía lograr mi objetivo, tenía que dejar a un lado mi conducta de
mojigata, tenía que hacerlo.
Sus dedos volaron a mis caderas y se aferró a ellas con fuerza mientras yo
me frotaba triunfante contra su erección. Lo miraba de refilón y asomaba la
lengua para trazar mi labio superior y que su boca se tensara.
Mientras me sostenía con la izquierda, las yemas de los dedos de la mano
derecha trazaron mi columna desnuda hasta llegar al pelo, y en lugar de

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acariciarme la melena, tiró de ella hasta incorporarme y pegarme de nuevo a
su torso ganándose un jadeo de mi parte.
Acababa de descubrir que no me gustaba que me tocaran el pelo, pero sí
que Álvaro tirara de él.
—Eres perversa, cariño —susurró en mi oreja, encendiéndome de nuevo.
Mis pezones se habían endurecido casi tanto como su entrepierna. Me sentía
sexy, un pelín fuera de control. Puede que algo tuvieran que ver los chupitos
de ron que nos calzamos en mi cuarto. No me mires mal, necesitaba el
suficiente valor para lo que pretendía hacer.
—No sabes cuánto —musité, poniéndome de cara a él. Esa vez fui yo
quien trazó su espalda deleitándome en la expresión tortuosa de su cara.

Si no hay teatro, deja el drama,


enciéndeme la llama.
Como yo vine al mundo, ese es mi mejor pijama.
Hoy hay toque de queda,
seré tuya hasta la mañana.

Volví a cantar sumida en su mirada.


—¿Es una proposición?
—¿Tú qué crees? —lo tanteé.
Tragó con fuerza antes de capturar mi boca y no dejar una gota de aire
entre nosotros.
¿Sabes cuando en las pelis de Disney la pareja se besa y la envuelve un
torbellino de purpurina?
Pues así me sentí yo, solo que en lugar de purpurina se había desatado un
incendio sobre la faz de la Tierra. Todo me ardía, me palpitaba y me hacía
desear más, mucho más.
Sus manos bajaron hasta mi culo y aquello fue la puta gloria. No podía
pensar en si estábamos dando o no el espectáculo, porque lo único que podía
y quería hacer era fundirme todavía más contra él, contra ese Álvaro en
estado puro, con sus gruñidos sobre mi lengua y el piercing torturando la
suya.
Torcí el cuello y él profundizó el beso. En lo único que podía pensar era
en dar con una superficie lo suficientemente resistente para que me follara
contra ella.
¿Podía ponerme tan cachonda un beso?
Podía.

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No noté el cambio de música, estaba demasiado entregada a la causa
como para percibir algo más que no fuéramos nosotros dos, su necesidad
clavada en mí y mis ganas de hacer cumplir cada frase de la canción.
Su boca se despegó de la mía para unir nuestras frentes y resollar con
fuerza.
Seguía teniendo sus manos en mis nalgas y, por ahora, no las quería en
otra parte.
Abrí los ojos temerosa de lo que pudiera encontrar y me di con unas
pupilas tan dilatadas que casi abarcaban el iris al completo, un único círculo
azul le daba un halo sobrenatural.
—¿Qué hemos hecho? —masculló sin distanciarse.
—Lo que hacen dos personas comprometidas que planean casarse —
sonreí coqueta.
—Pero es que tú y yo…
—Shhh —lo silencié, dándole un bocado en su labio inferior para tirar de
él y que notara el abalorio que tanto le gustaba. Sus manos apretaron mis
glúteos—. Quién sabe lo que puede llegar a pasar… —Mis palabras tuvieron
el efecto deseado, me soltó desorientado, la semilla ya estaba plantada en su
cerebro.
—No, no, no, en serio que entre tú y yo no va a pasar eso.
—Vale —susurré apartándome—, disfruta de la noche, cariño, voy a
beber algo, que me he quedado sin saliva con tanto calor.
Fui en busca de mis amigas contoneando las caderas.

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Ebert
«Pero ¡qué cojones!».
Había sacado a Álvaro conmigo por dos motivos. El primero, porque hoy
era un día muy jodido para mí y necesitaba olvidar y estar con mi amigo. El
segundo, para aplicar algo de psicología inversa con él, puesto que ir de frente
no funcionaba.

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Estaba convencido de que la única persona del mundo con capacidad para
que Álvaro quisiera quedarse en Moorea era Maca. Él podía decirme misa,
pero solo hacía falta ver cómo se comportaba cuando ella estaba delante para
darse cuenta de que le gustaba mucho, muchísimo, y sabe Dios que el amor es
el único sentimiento capaz de hacer cambiar el rumbo de alguien. No es que
yo fuera un experto, me había liado con muchas mujeres, sin embargo,
ninguna me había puesto el mundo del revés, como solía decirse, y no es que
renegara del sentimiento, simplemente, no había dado con esa persona capaz
de acelerarme el pulso tanto como para confundirlo con una arritmia.
Como mi posicionamiento a favor de Maca no resultó, decidí decirle que
no le convenía. Álvaro solía actuar como un niño grande, bastaba con decirle
que no cogiera una galleta del tarro para vaciarlo por completo.
En cuanto vi el primer grupo de chicas, le presenté a otra mujer, una
bailarina que había pasado por la cama de Maui y sabía que no tenía nada que
ver con Maca. Las comparaciones suelen ser odiosas, sobre todo, cuando
tienes a alguien metido entre ceja y ceja.
Lo que no esperaba era que Maca y sus amigas aparecieran en la fiesta.
Odiaba que nos estuvieran tomando el pelo. Esa descarada de Noe,
además de un buen culo, tenía lo que yo de jardinero, por no hablar de Laura,
que los únicos dioses que conocía eran los romanos.
Si algo me jodía eran las aprovechadas, yo quería que el resort funcionara,
que a los Alemany les fuera muy bien, y ese par de chicas apestaban a
problemas, por eso no pensaba quitarles la vista de encima.
Apreté los dientes porque estaba casi convencido de que esa noche iba a
tener el primer problema. Noe se había plantado en mitad de un montón de
tíos con un vestido que poco dejaba libre a la imaginación, su melena rubia
suelta y esos ojazos azules cargados de intenciones perversas eran un reclamo
difícil de dejar pasar.
No le vendrían ganas de tirarse un cuesco ahora, no.
La chica que se movía delante de mí había perdido toda mi atención. Solo
estaba ella y las manos de esos tíos magreándola. La vena del cuello me iba a
estallar, mi sangre se había bajado a los puños, porque de un momento a otro
iba a repartir hostias, estaba seguro.
Uno besó su cuello, el otro su escote, y cuando ya me disponía a saltar, la
vi apartarse de ellos. Caminó con descaro en mi dirección, aunque pasó de
largo como si se tratara de una exhalación y solo oí un «Weber» que me hizo
bullir con ganas.

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—¡Qué bien te lo montas, Noe! —exclamó a mis espaldas una voz que
reconocí como la de Laura.
—La verdad es que son majos y se mueven bien, ya sabes, los prefiero
bailones que no que tengan una llave inglesa en el culo.
Me di la vuelta como un vendaval.
—¿Bailones? ¿Majos? ¡Te quieren follar! ¡Casi te comen!
—Qué coincidencia, yo también a ellos, gracias por aclarármelo, jefe, mis
neuronas sufren jet lag. —Agarró su Mai Tai y lo apuró sin que le temblara el
pulso.
—¡¿Sabes lo que pueden hacerte unos tíos como esos y que no conoces?!
—Espero que abrirme horizontes y un montón de guarradas polinésicas.
—Desde luego que abrirte te van a abrir bien, como si fueras un puto
coco.
—Eso suena muy bien…
—Ya me lo contarás cuando encuentren tu cadáver despedazado por la
isla. Ah, no, que no podré decírtelo porque estarás muerta.
—Deja de ver pelis de Netflix y folla más, que seguro que te beneficia en
el carácter, pareces tenerlo bastante obstruido.
—Perfecto, feliz muerte —gruñí, vaciando mi copa para ir en busca de
Álvaro, que estaba en mitad de la pista con los ojos clavados en el culo de
Maca, quien se acercaba a sus amigas.
Me levanté del taburete, la saludé y di grandes zancadas hasta llegar a mi
amigo.
—Me largo —anuncié.
—¡¿Por qué?! —me preguntó Álvaro sin comprender.
—Las bailarinas venían con sorpresa, un brote de ladillas, paso de follar
en esas condiciones. ¿Te vienes, o te quedas?
Lo vi mirar indeciso en dirección a Maca y después sacudir la cabeza.
—He venido contigo y me voy contigo, podemos beber algo en el
complejo. Un Macallan 18, por ejemplo.
—Por ejemplo —aseveré sin dedicarle a esa desagradecida de Noelia una
mirada más de la cuenta.

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Capítulo 32

Noe
Tengo que reconocer que llevaba tiempo sin pasarlo tan bien.

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Llevábamos una melopea de órdago por culpa de los Mai Tai, pero es que
estaban tan ricos, entraban tan suavecitos y hacía tanto calor, que entre bailar,
cantar y las risas que nos echamos a costa del desconcertado Alvarito, el
Tocaweber de mi jefe y el DJ que le hacía ojitos a Lau, fue un no parar.
Cuando Maca nos informó que George de la Jungla, como lo había
bautizado Lau, resultó ser el hijo de Aquaman, casi sincopamos, sobre todo,
cuando insistió en que le esperáramos a que terminara la sesión, para
acompañarnos al resort y garantizar que no nos pasara nada.
Nos pareció un gesto muy tierno y caballeroso por su parte, además de
que con la tajada que llevábamos era mejor ir con guía que terminar en una
zanja y darle el gusto a Mr. Weber.
Tendrías que haber visto la de piropos y roces que le prodigó a Rita la
Cantaora de camino a casa, porque la muy cabrona de Lau no quiso decirle al
chaval su nombre original, por vergüencita ajena, y el pobre no dejaba de
llamarla así.
Al llegar a la zona de personal y ubicar nuestra casa, le dijimos que ya se
podía ir, él se rio, porque lo que no sabíamos era que se alojaba dos cabañas
más allá, vaya, que podíamos ir a pedirle sal en caso de necesidad.
En cuanto desapareció, no sin antes darnos un beso a cada una, regresaron
las carcajadas, por lo menos las de Lau y mías, que a Maca le dio la bajona,
comenzó a decir que era una mala persona y se puso a llorar.
—No eres una mala pefsona.
«¡Puta lengua de trapo!».
—Sí lo soy, q-quise engañar a mi prometido para que viniera hasta aquí
cuando ya no lo q-quería y tenía el marcador de orgasmos a menos ciennn —
arrastró—. Me monté en un avión y deseé muy mucho a mi compañero de
asiento, y a su freno de mano. Sabéis que yo no soy de hacer mamadas en la
primera cita. ¡Pues se la hubiera chupado y, aunque esté mal decirlo, creo que
sin condón!
—Shhh —siseó Laura—, que te pueden oír, ¡y sin condón nunca!
—Pues que me oigan, ¡se la habría chupadooo porque me gustó muchooo,
muchísimooo, estaba muy bueno y me hacía reír! Hala, ya lo he dicho, fue
deseo a primera picha, porque no me hacía sentir estúpida como Culo
Ganador.
—Eso es porque Ano Victorioso era un impostor, nunca le dieron ningún
trofeo, para que le pusieran ese nombre debería haberse llamado Perdano —
intervine.
—Patadaenelculo —se rio Laura.

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—Pero eso no es lo peor, soy mala porque he engañado a mis jefes con su
propio hijo, ellos piensan que voy a casarme con él cuando lo que quiere
Álvaro es largarse bien lejos de mí, porque soy incapaz de hacer que me
quieran, porque mis padres tampoco quisieron quedarse conmigo y porque en
el fondo no sirvo para el amor.
—¡No digas eso! ¡Nosotras te amamos! —proclamó Lau, abrazándola.
—Y tus abuelos… —señalé yo.
—Eso no cuenta, tú adoptaste un perro superfeo de la perrera para que no
lo sacrificaran, eres capaz de querer a cualquier cosa, porque eres de alma
blandita, no como yo, que soy la Cruella de Vill de Moorea. Lo que me hace
rematadamente mala persona es que os obligué a abandonar a José Luis. ¡José
Luis! ¡Perdóname, José Luis! —bramó. Y se oyeron unos ladridos opacados
por la cabaña y un aullido lastimero—. Madre mía, ¿lo habéis oído? —Lau y
yo negamos—. Claro que no, es mi conciencia la que me castiga y me
perturba con sus sonidos. Tengo que pagar por abandonarlo, por arrancarlo de
su hogar y de las personas que más lo querían, yo incluida. ¿Qué pensará de
nosotras? ¿Qué pensará de mí? —sollozó.
—Que lo quieres muchísimo, eso es lo que piensa.
—¡¿Cómo va a pensar eso?! Me fui, lo dejé y después… después…
—¿Puede saberse qué narices pasa?
La puerta de Mr. Weber se abrió y, cómo no, para colmo de la mala
suerte, era la de la cabaña de enfrente. Salchichamán apareció en calzoncillos
marcando bratwurst y con cara de haberse cenado un dragón.
Maca lo miró haciendo un puchero y con el rímel corrido.
—Ebert, soy mala, muy mala, no merezco que me mires a la cara, haz que
me deporten, quiero ser juzgada por abandono. —Él alzó las cejas.
—¿Estás borracha?
Yo me puse en pie y tropecé, menos mal que mi sentido del equilibrio no
era tan malo como el de Maca.
—No está borracha, tiene el puntillo.
—Dirás el puntazo. Pero ¡si no os aguantáis ninguna de las tres! ¡A la
cama, que os quedan cuatro horas para que suene el despertador y no quiero
ni imaginar el día que me daréis!
—A ti no te voy a dar ni la hora —escupí.
—Mejor, porque en tu estado seguro que te confundirías de continente.
Voy a ponerme unos pantalones y llevo a Maca a su cabaña, no os mováis.
Como si pudiéramos hacerlo; aunque hubiéramos querido, nos habría sido
imposible en nuestro deplorable estado, el suelo se movía demasiado, los Mai

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Tai estaban en pleno apogeo.
—Chicas, os quiero —susurró Maca, poniéndose en pie.
—Y nosotras a ti también, y José Luis. Él sabe que lo adoras tanto como
nosotras —susurré, debatiéndome entre si contarle que el perro estaba más
cerca de lo que creía o no.
Laura se unió al abrazo colectivo y, antes de que pudiera decidir,
Salchicha Peleona salió de su guarida.
—¿Sois capaces de abrir la puerta, o mejor os la abro con la maestra?
—¿Ahí dentro hay una maestra que abre puertas? —pregunté, intentando
enfocar en la oscuridad de su cabaña—. ¿Y qué enseña? ¿Cerrajería?
Si hubiera estado en plenas facultades, no se me habría escapado la
sonrisa mordida de Ebert.
—Se refiere a la llave que abre todas las puertas, se llama maestra, es
como la llave del reino, en todos los hoteles hay una —explicó Maca que, con
todo el cebollazo, aún le quedaba algún pensamiento coherente.
—¿Y él puede abrir nuestra cabaña siempre que quiera? —mascullé como
si no pudiera oírme.
—No, jardinera, hay protocolos que cumplir, y yo nunca me los salto.
—¿Y si a media noche te pica el bratwurst y nos violas? ¿Le has dado de
cenar esta noche a esa cosa? Hace un rato parecía hambrienta —me reí.
—Para tu información, jamás me he visto en la necesidad de forzar a una
mujer, y tú serías a la última que tocaría.
—Pero me acabarías tocando… Solo que entonces yo te la cortaría y me
haría un bocata a lo Hannibal Lecter, sería la única forma de que te la
comiera, muy hecha y a la parrilla —me relamí, ganándome una mirada
amenazadora de su parte.
Ebert bufó.
—Si os encuentro aquí fuera cuando vuelva, voy a haceros un vídeo para
que los señores Alemany vean la hora y el estado en que volvisteis.
—No puedes hacer eso porque no hemos firmado ningún papel de
derechos de imagen, así que te fastidias, además, hoy no estamos trabajando
—apostilló Lau—. Chúpate esa, Contessa.
—¿Contessa? —preguntó negando.
—¿Es que no has tenido infancia? Es un helado de nata y chocolate
crujiente que está de vicio… —aclaré salivando.
—Gracias por el cumplido.
—Tú no estás de rechupete —mentí.

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—Me da igual cómo me veas, aunque supongo que en este momento será
doble y muy cabreado. Haced el favor de meteros en la cama en lugar de en
más líos. Andando, Maca, que te llevo con Álvaro —le dio la mano, y al ver
las curvas que trazaba con los pies, no dudó ni un segundo y la cogió en
brazos.
La llevó al vehículo eléctrico y pisó el acelerador.
—Has estado soberbia —me felicitó Laura mientras Maca agitaba la
mano despidiéndose sin vernos.
—Lo sé, aunque ahora mismo necesito visitar con urgencia al señor Roca
antes de echar la pota aquí en medio, ¿te ves capaz de abrir la puerta? Porque
como tengamos que pedirle a Ebert que nos abra la maestra y recoja la
vomitona, no quiero ni imaginar cómo se pondrá.
—Yo me ocupo, com-pañera.
Laura se acercó a la puerta, y en cuanto la abrió un poquito, José Luis
salió disparado a la carrera en dirección al lugar por el que había desaparecido
Maca.
—¡José Luis! ¡José Luis! —gritamos al unísono sin que el perro nos
hiciera caso.

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Capítulo 33

Álvaro

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¿Conciliar el sueño? ¡Ja! Y no sería porque no lo hubiera intentado,
llevaba más de dos horas dando vueltas en la cama y nada de nada, era
incapaz de dormir pensando en que Maca no estaba en la villa, y eso me
preocupaba, mucho, muchísimo, hasta el punto de que estuve a nada de salir a
buscarla.
¿No me digas que no es preocupante?
Después de tomarme un par de whiskies con Ebert, rememorar viejos
tiempos e intentar sobrellevarlos de la mejor manera, regresé a la cabaña
convencido de que si Maca no había llegado, lo haría muy pronto.
No por el beso que habíamos compartido, el cual, además de martillear mi
cerebro, había puesto mi polla del tamaño de un martillo percutor, sino
porque Maca era una mujer responsable que, a sabiendas de que al día
siguiente teníamos trabajo, llegaría pronto para tener su mínimo de seis horas
de sueño, o eso pensaba yo hasta que el tiempo pasó y ella no apareció.
¿Y si le había pasado algo? ¿Y si se habían perdido? Vale que el
chiringuito estaba a setecientos metros, pero internado en una zona boscosa, y
Maca era muy propensa a las caídas…
Lo único que me frenó fue que sabía que estaba con sus amigas y que
ellas no la dejarían amanecer en una zanja, por no contar su «cambio de
actitud».
La conversación que mantuvimos tras el beso sobre el compromiso me
dejó todo loco. No sabía por dónde iban los tiros, pero juraría que Maca me
había tirado la caña y sugerido que entre nosotros podría haber algo más
serio. ¡Dios!
Hundí la cara entre las manos y me la froté de nuevo. La posibilidad me
había acojonado, sobre todo, porque era una mujer que me atraía
poderosamente, con la que me veía haciendo cochinadas hasta el infinito y
más allá, aunque no tantas como para plantearme un futuro amarrado a una
isla.
Volví a ponerme en pie y salí al jardín. Un gimoteo me puso en alerta e
hizo que el pulso se me disparara.
—¿Maca? —pregunté, alcanzando en dos zancadas la puerta exterior justo
en el instante que Ebert iba a abrir con la maestra. Mi prometida tenía la
cabeza descolgada y él la agarraba por la cintura—. ¿Qué le pasa?
—Pues que ha aparecido en la zona de personal con sus amigas, y por el
estado en el que las encontré, han tenido que acabar con todas las reservas de
Mai Tai de la isla. Necesita una ducha de agua fría, dormir y un cóctel
antiresaca nada más levantarse.

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—Gracias, tío, te debo una…
—Me debes más, pero esta no te la voy a tener en cuenta porque es cosa
suya. —Cabeceó hacia Maca.
—Gracias, Sal-salchicha Peleona —murmuró Maca, ganándose un
gruñido por parte de mi amigo y una risita de la mía.
—Estas mujeres son el Mal, me vuelvo a la cama, ya te apañarás con tu
prometida.
Cargué a Maca hasta la ducha exterior, era mucho mejor, pensé práctico,
darle un remojón fuera y tumbarla en la balinesa que entrarla en la villa.
—Ay, Álvaro, me encuentro mal —susurró contra mi cuello.
Su aliento era puro Mai Tai, y seguro que lo que recorría sus venas
también.
—Uno tiene que saber beber, pero también frenar, no eres una buena
alcohólica, deberías haber aprendido la lección ya.
—Es que estaban tan buenos y entraban tan bien… Lo siento —se
disculpó con un mohín en los labios. Estaba bastante graciosa, incluso ebria
era guapa.
—Venga, que necesitas despejarte un poco, verás como la ducha te sienta
bien.
La temperatura era agradable y yo llevaba más remojones acumulados en
el jardín que en el cuarto de baño. Abrí el grifo y dejé caer el agua por encima
de nuestros cuerpos. No podía soltar a Maca porque temía que se desplomara
de un momento a otro. Lo que me llevó a sostenerla contra mí, con ese
vestido que lucía y que era como una de esas tazas que revelan frases bajo el
cambio de temperatura.
Su frase era un: «¡A ver cómo te las apañas con todo esto, chaval!».
Estábamos empapados, yo solo llevaba un pantalón corto de pijama, y
ella… Me entraron los siete males al ver cómo la prenda se pegaba a su
cuerpo y se alzaban aquel par de tetas perfectas coronadas por dos pezones
superduros y apetecibles.
Maca alzó el rostro, permitiendo que el agua se deslizara por su cara y la
prenda mostrara sin pudor todo lo que había abajo. El cuerpo de esa mujer me
hablaba, del mismo modo que hacían los mensajes secretos escritos en un
papel con zumo de limón sobre la llama de un mechero que me escribía con
mi hermano en la adolescencia.
—Mmm, Álvaro, soy un desastre —masculló mientras yo intentaba
pensar en otra cosa y limpiarle los churretes de la cara sin que se me cayera.
—No lo eres.

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—Sí lo soy, siempre terminas cuidándome. —Esa realidad me hizo
sonreír.
—Hoy por ti, mañana por mí, no me importa, me gusta hacerlo.
Ella emitió un gemidito y se pegó a mi cuerpo en un abrazo que hizo
gruñir a todas mis hormonas.
—Gracias, me gusta estar contigo —confesó, acariciándome con la nariz
en un gesto íntimo.
—Y a mí contigo —confesé. Era verdad, Maca era una mujer con la que
me sentía cómodo, divertido y excitado.
—Dime una cosa —susurró, pasándome los dedos por la nuca de un modo
más calmado que cuando nos besamos—, ¿te gustó nuestro beso?
Ahí estaba, entrábamos en zona peligrosa. No era buena idea hablar de
esas cosas bajo una ducha, con nuestros cuerpos anclados y ella llena de
vulnerabilidad y transparencias.
—Besas muy bien —reconocí sin entrar a saco. Ella me sonrió con los
ojos cerrados.
—Yo también lo pensé de ti y me puse muy cachonda —se rio—, ¿te
gustan las mujeres que se ponen cachondas con tus besos?
Solo esperaba que a la mañana siguiente no se acordara de nada, porque,
conociéndola, se iba a morir de la vergüenza. Tuve que hacer un esfuerzo
muy bestia para responder sin clavarle la polla de una estocada.
—Em, sí, me gustan las mujeres que se excitan con mi boca.
—La tienes preciosa y sabes muy bien —volvió a reír—. Además, tu
lengua no es de las que te ahogan, sino que la deslizas de un modo apasionado
y muy caliente. A mi piercing le encantó.
Me estaba poniendo malísimo, y ni con toda el agua de esa isla se me iba
a bajar la tiesura de mi polla.
Cerré el agua.
—Ven, necesitas tumbarte y dormir un rato.
Con el calor que hacía, nos secaríamos en cero coma, no pensaba
desnudarla ni por todo el oro del mundo. Intenté no mirar su cuerpo mientras
la tumbaba, aunque me fue imposible no echar una mirada a sus tetas, ¡y
encima llevaba bragas de encaje!
«No mires ahí, Álvaro, no mires», me reproché, queriendo mostrarle que
los besos también se me daban muy bien en otras partes.
—Túmbate conmigo, esto se mueve mucho —suplicó, alargando un
brazo. Definitivamente, estaba muy bebida, y yo muy jodido.

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En cuanto me estiré, ella se acurrucó sobre mi cuerpo amoldándose a él.
Si salía de esa después de que toda la sangre hubiera abandonado a todos mis
órganos para concentrarse en mi polla tiesa, iban a canonizarme. Mi imagen
sería la de un santo con la parte central de la túnica alzada.
—¿Puedo preguntarte una cosa? —susurró con la mejilla hundida en mi
pecho. Quizá un poco de conversación fuera justo lo que necesitaba para dejar
de pensar en guarradas. Clavé la mirada en la luna, que estaba preciosa
rodeada de estrellas. Las noches de Moorea, sin contaminación alguna, te
regalaban estampas espectaculares—. ¿A ti te gusta hacer la gambita?
Arrugué el ceño. Mi cerebro se puso a pensar y no encontré registros
previos de hacer la gambita salvo cuando en un programa de la tele les dio por
hacer que la gente se tumbara en el suelo y se grabara en masa corcoveando y
proclamando «gamba, gamba». En lo siguiente que pensé fue en las del cóctel
de marisco. No me cuadraba ninguna de las opciones, quizá en Mérida se
llamaba así a dormir abrazados.
—¿Te refieres a la cucharita?
—No —ella rio por lo bajito. Me gustaba cómo sonaba su risa cuando
estaba bolinga.
—La gambita es otra cosa —murmuró acariciándome—. Victoriano
nunca quiso hacérmela porque era muy escrupuloso, y cuando subí al avión,
solo podía pensar en que moriría sin haberla probado nunca.
—Pues yo no he escuchado nunca eso de la gambita. —Puede que fuera
un masaje de pies, hay gente que no le gusta tocarlos.
—Lo escuché en un programa. —Estiró el brazo hacia arriba—. Mira,
haces una letra ce con los dedos, ¿ves?
La formuló con el índice y el pulgar.
—Lo veo.
—Vale, pues este dedo se mete por delante y este por detrás, y tas tras, ya
me entiendes; dicen que por lo menos hay que probarlo una vez en la vida,
pero a Victoriano le daba mucho asquete meterme un dedo por el culo, y eso
que lleva el ano pegado a su nombre. ¿A ti te da asco? —Su rodilla me rozó la
polla y casi salté de la cama.
¿En qué momento a alguien se le había ocurrido llamar a eso la gambita?
Si esa conversación era una prueba de resistencia, me iban a dar el Guiness de
los récords.
—¿Álvaro?
—No, no me da asco —carraspeé.

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—Mmm, lo sabía, por eso quise que me hicieras un dedo en el avión, pero
estaba muy enfadada con lo de la azafata y me dormí.
Vaya, esa confesión sí que me había pillado desprevenido.
—¿Te acuerdas? —Noté su sonrisa pegada a mi pecho mientras bajaba la
mano por mis abdominales y me acariciaba.
—Me acuerdo de todo lo que te implica a ti, y te juro que si llegas a
hacérmela, te la habría chupado, y yo no soy de las que se amorran a la
primera de cambio. —Apreté dientes, manos, y si hubiera podido, la polla,
que parecía uno de esos muñecos con muelle que se disparan en cuanto abres
la tapa de la cajita. Maca suspiró trazando círculos en mi ombligo. No podía
sudar más estando empapado—. Me gustas mucho y quiero follarte hasta que
se nos agoten los orgasmos.
La mano se detuvo a un centímetro de mi desolada erección, que lloró
lágrimas de sangre cuando escuchó el primer ronquido, y lo peor de todo era
que no me podía mover ni cambiar de posición.
Por su culpa, además de pensar en el increíble beso, jamás podría arrancar
de mi cerebro su cuerpo mojado, imaginar mis dedos entrando en ciertas
partes que no deberían y un álbum de orgasmos que querer completar.
Las gambas ya no volverían a ser lo mismo después de esa noche.

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Capítulo 34

Ebert, veinte minutos antes.

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En cuanto dejé a Maca con Álvaro, una sonrisa se formuló en mi boca. Mi
amigo estaba despierto, y eso solo quería decir una cosa: preocupación por su
prometida.
La cosa marchaba y él no se daba ni cuenta de que entraba por su propia
cuenta en la guarida de la loba, ojalá Maca lo engullera de lo lindo.
Estaba convencido de que Álvaro podía ser feliz aquí, solo necesitaba ese
motivo que lo hiciera querer asentarse. Podía seguir con su trabajo de
fotógrafo, hacer el reportaje de turno, si era eso lo que le apetecía, y después
volver a casa.
Era lo único que sus padres deseaban, y yo también. No podía pasarse la
vida huyendo de la gente que lo quería por temor a perderlos, eso era
inevitable si la muerte decidía visitarte. Nacíamos para morir, lo importante
era cómo discurría el trayecto y lo que hacíamos para disfrutarlo.
Fui en dirección al vehículo y escuché un ruido entre las plantas, quizá se
tratara de alguna iguana o algún lagarto. No era algo fuera de lo habitual,
había muchos animales vagando por el resort, aunque una especie de
chillidito agudo fue lo que me llamó la atención y me puso la piel de gallina.
Ese ruido no lo hacían los reptiles, debía tratarse de algún mamífero.
Caminé rumbo a lo que fuera esa cosa. Crucé los dedos.
«Por favor, que no sea una rata, por favor, que no sea una rata, por favor,
que no sea una…».
Las hojas se seguían moviendo arrojando crujiditos. No temía a los
animales excepto a uno, y no era miedo, era asco, uno profundo y muy
irracional hacia las ratas. La Polinesia tenía una raza autóctona, marrón y de
cola alargada. Prefería no pensar en ello, porque una plaga de ratas días antes
de inaugurar era justo lo que necesitábamos. Me puse de cuclillas, aparté un
poco el matorral y una cosa peluda y calva al mismo tiempo se tiró hacia mí.
Perdí el equilibrio fruto del sobresalto, caí de espaldas y me golpeé la cabeza
con una piedra de las que rodeaban las plantas.
«¡De puta madre!».
Solté un improperio mientras esa cosa se alejaba sin que pudiera verla
bien, pero parecía bastante grande para ser una rata.
A mi derecha, en el camino central, Laura y Noelia correteaban dando
tumbos en la dirección por la que huía aquella abominación.
Me puse en pie todo lo rápido que pude, acariciándome el chichón que a
la mañana siguiente luciría, porque ya notaba cierta protuberancia.
«¡Puta piedra de los cojones!».

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Contuve la arcada fruto del golpe y me puse a correr tras ellas, que, para
estar alcoholizadas, movían las piernas bastante rápido.
—¿Dónde está? —preguntó Noelia, agarrándose a una palmera.
—No lo sé —contestó Laura—, pero tenemos que dar con…
—¿Quién? —pregunté alcanzándolas. Ellas dieron un grito de muerte.
—¡Joder! —espetó Noe, llevándose la mano al corazón—. A ti no, desde
luego.
—Eso ya me lo suponía, ibais corriendo detrás de esa cosa que me atacó.
—¿Que te atacó? —preguntó Laura con un chillido agudo.
—Normal que te atacara, los animales tienden a reconocer a las buenas
personas y a las que no lo son —gruñó Noelia.
—¿Esa cosa era vuestra? ¿Qué era? ¿Una cobaya? Os advierto que no se
pueden tener animales en el resort.
—¡No era nuestra! Intentábamos darle caza. Cuando fuimos a abrir la
cabaña, salió corriendo por la puerta, era una rata mutante —espetó Laura,
ganándose de mi parte una cara de asco profundo.
—¿Eso era una rata? Pero ¡si era enorme! —exclamé.
—¿Y por qué piensas que íbamos detrás de ella, listillo? —espetó Noe.
—Ya te he dicho que tenía pinta de mutante, quizá se escapara de una
cloaca tratada con productos químicos, mira lo que les pasó a las Tortugas
Ninja.
—O a los Gremlins dándoles de comer cuando no se debía —apostilló
Noe—. Es urgente que demos con ella, ya sabes lo perjudicial que puede
llegar a ser la invasión de un animal no autóctono. Además, los roedores
proliferan muchísimo. Imagínate el complejo lleno de esas mutaciones
acosando a los huéspedes, no querrán alojarse y las malas críticas inundarán
TripAdvisor y Google sin remedio, hundiéndonos en la miseria nada más
inaugurar.
Noe parecía mucho más despejada que hacía unos minutos.
—¿Tener las plagas controladas forma parte de tus funciones? —preguntó
Laura, poniéndome de los putos nervios.
—Sé muy bien cuáles son mis funciones. No hace falta que vosotras me
las recordéis.
—Pues como le dé por comerse mis plantas, les diré a los señores
Alemany que es cosa tuya, que esa rata inmunda ha mordisqueado sus raíces.
—¡¿Cómo va a ser culpa mía eso?!
—Pues porque estás obstruyendo nuestro cometido, que es atraparla antes
de que el mal sea mayor.

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—¿Vosotras? Pero si ibais a cuatro patas y haciendo eses.
—¿Y? Tú te has caído de culo y no he visto que hicieras nada por cogerla.
—Así que me vio y, en lugar de ayudarme, había salido corriendo a por el
puto roedor. Pero ¿qué clase de persona era? ¿Y si me hubiera abierto la
cabeza?
—¡Me he golpeado con una piedra y ahora tengo un huevo aquí detrás!
¡Por si te interesa!
—Eso es porque se te han puesto de corbata y uno de sombrero, seguro
que tienes huevos de ascensor —apostilló, haciéndose la listilla. Tenía ganas
de ahogar a esa maldita rubia que me sacaba de mis casillas.
—Mis huevos no son de ascensor, es solo que las ratas me dan mucho
asco —reconocí.
—Pues ahí lo tienes, déjanos a nosotras, daremos con ella y la llevaremos
a una organización de ratas mutantes para que la estudien —comentó Laura
—. ¿Has visto qué dirección ha tomado?
—¿Os habéis vuelto locas, o es que los Mai Tai han ahogado las únicas
neuronas que os quedaban? ¡No vamos a poder atrapar una rata así de noche!
Es mejor que mañana vaya a comprar trampas y las distribuya en todo el
perímetro del complejo, es muy tarde y vosotras todavía vais pedo.
—Habló el del weber en la cabeza —masculló Noe.
—Ya os he dicho lo que hay, esto forma parte de mi responsabilidad, así
que vosotras dos al vehículo, que os llevo a la cabaña de personal.
Las vi mirarse con apuro, y Noe volvió a tomar la palabra.
—Preferimos ir andando, así nos da el aire, y no sobrecargamos tu
superbólido.
—Me da igual lo que te parezca el vehículo, cumple su función, que es la
de transportar a las personas que lo necesitan, y vosotras lo necesitáis antes de
que os abráis la cabeza. Ese animal puede atacaros o contagiaros la rabia, no
quedaría muy bien que la noche antes de empezar con vuestro trabajo os
pillarais la baja. Aunque pensándolo bien…, puede que a ti te mordiera sin
que te dieras cuenta y ya la tengas —contraataqué, contemplando a Noe, que
se cruzaba de brazos.
—Muy gracioso, Salchicha Peleona —respondió.
Laura se mantenía al margen, cosa que agradecí.
—Andando.
—¿Estamos detenidas, sheriff del condado? —refunfuñó mi grano en el
culo sin mover los pies.
—Si pudiera, ten por seguro que te esposaría.

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—Ni en tus mejores sueños dejaría que me ataras —me desafió con una
sonrisa ladeada.
—No me tientes, o terminarás envuelta en cinta americana y pegada a una
palmera. ¿Has jugado alguna vez a la ruleta rusa pero con cocos?
—¡Qué salvaje! —espetó con una risa que me dio ganas de borrar
demostrándole lo salvaje que podía llegar a ser contra un árbol.
—Em, esto es muy entretenido, pero si no vamos a por la rata, yo voto por
volver, estoy empezando a no sentirme bien —masculló la morena con una
mano en la tripa.
—Por lo menos, una de las dos es algo juiciosa…
—Pero ¡¿qué dices, Lau?! ¡Esa cosa podría regresar a la cabaña mientras
dormimos! Tenemos que encontrarla antes de que…
—¡Basta! A la cabaña no va a entrar nada, yo puedo echar un vistazo si es
lo que os preocupa. Quedan tres horas y veinte para que os levantéis, y no voy
a tener misericordia contigo por vuestra noche de juerga, yo no me lo pensaría
mucho.
Volvieron a mirarse, esa vez vi cierta resignación en la cara de mi
Némesis.
—Vale, tú ganas, pero como esa cosa nos ataque, recaerá sobre tu
conciencia.
—Eso solo podría pasar en caso de que la tuviera. Y, ahora, se acabó la
cháchara, al vehículo.
Llevaba el cuatro plazas despejado, por lo que ellas ocuparon los asientos
de detrás y callaron durante el trayecto de vuelta.
En mi caso, no iba a poder dormir, así que en cuanto me aseguré de
dejarlas a buen recaudo, fui a por una red, veneno, una linterna y un par de
trampas que tenía en el almacén. Regresé al exterior para intentar darle caza
al bicho, aunque no sirvió de mucho.
Amaneció y yo seguía sin dar con el roedor, puede que se hubiera
internado de nuevo en la espesura, no obstante, no había podido quitarme la
sensación de que estaba observándome desde algún lugar de encima, lista
para el ataque.
Tenía que asegurarme de exterminarla antes de que llegaran los primeros
huéspedes, no descansaría hasta verla muerta.
Regresé a mi cuarto, me di una buena ducha y me cambié de ropa
preparado para la reunión matinal.
Necesitaría más de un café para despejarme y una buena sobredosis de
paciencia teniendo en cuenta que debía mostrarle a mi vecina de enfrente sus

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quehaceres laborales. ¡Menuda cruz!

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Capítulo 35

Maui

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Miré a mi hijo con el ceño fruncido y tiré de la sábana del sofá cama
plegable donde dormía.
—¡Cinco minutos más, pāpā!
—Tendrías que haberlo pensado anoche antes de llegar tan tarde. Hoy hay
reunión general de todo el personal, así que no puedes ni cinco, ni cuatro, ni
tres…
—Lo pillo, lo pillo —protestó Hori, haciendo ver que se levantaba para
dejarse caer de nuevo contra las sábanas.
—Hori Taputu, como tenga que tirarte esta infusión de hibisco a la cara
para que muevas tu apestoso culo, no voy a dudarlo —comenté, sujetando la
taza en alto.
—Está bien, pero, antes de nada, tengo que decirte una cosa —comentó,
poniéndose en pie.
Si había algo que me gustaba de Hori era que no se guardaba nada, me lo
contaba todo y que dormía como yo, libre y en pelotas. Miré orgulloso su
tronco del amor, era idéntico al mío, sólido, robusto, listo para surfear entre
las mejores conchas.
—Me he enamorado. —Escupí el contenido de mi boca sin dudarlo.
—¡¿Que tú qué?! —espeté en un rugido.
—Fue un flechazo —suspiró, poniendo ojitos de enamorado. En eso había
salido a su madre, los tenía tan claros y de pestañas largas como ella—. Es
preciosa, morena, madura y extranjera, se llama Rita, vino anoche al Ra’i, y
va a ser mi futura vahine[1] —exhaló como si eso fuera posible.
—¡¿Te has vuelto loco?! ¡¿Es que no has aprendido nada de mí en estos
dieciocho años?! ¿Qué te he dicho yo de las mujeres y del amor?
—Tu teoría sobre las mujeres es estúpida y un asco. Ellas no están solo
para ser adoradas en la cama. No puedes decirme que lo mejor del amor es no
ser egoísta y compartir, poder disfrutar de cuantas más experiencias mejor,
porque no es así. ¡Mírate! Tienes treinta y cinco años, eres incapaz de
recordar el nombre de la mujer con la que follaste la semana pasada.
—Anoche —lo corregí—. Y tenía nombre de flor.
—Peor me lo pones, podría ser de cualquier especie. Papá, vives con tu
hijo en la choza de un resort.
—No necesito más, tengo un techo, comida caliente, unas instalaciones
cómodas, un trabajo que me gusta y disfruto del sexo cuando me aprieta la
bragueta.
—¡Esto no es vida para un hombre, pāpā! ¡Madura!
—¿Que yo madure? ¿Me has visto cara de fruta?

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—Lo que veo es a un hombre al que no me quiero parecer, un tío que va
por la isla haciéndose el semidiós para regresar cada noche a un habitáculo de
diez por tres. —Eso sí que era un golpe bajo.
—Claro, es mucho mejor enamorarte de la primera cacatúa que viene a la
isla en busca de carne fresca. Pues deja que te diga una cosa sobre ese tipo de
mujeres, Hori —me crucé de brazos y fruncí el ceño—, solo te quieren por
eso que te cuelga entre las piernas y que has heredado de mí. Quieren un
potro semental que las satisfaga en la cama, no que te cases con ellas.
—Y pienso hacerlo, pāpā, te garantizo que Rita no va a tener ninguna
queja y que va a querer el pack completo —se señaló—. Voy a enamorarla y
va a sentirse la mujer más orgullosa del mundo, porque me convertiré en el
DJ, de procedencia polinesia, más famoso del planeta. ¡Voy a ser una estrella!
—Lo que vas es a estrellarte llamándote DJ George —bufé.
—Tú de eso no entiendes, es marketing, déjaselo a los profesionales —
comentó, poniéndose un bañador, las chanclas de dedo y una camiseta de
tirantes.
—¿Dónde te crees que vas así vestido?
—Todavía no me han dado el uniforme de camarero, hoy nos lo entrega el
responsable de Food and Beverage —comentó, haciéndose un moño alto con
las rastas—. Me largo, que no quiero llegar tarde —sumó a su despedida un
chasqueo de lengua.
—¡Tienes que ducharte!
—Lo haré en el vestuario de personal antes de que me den la ropa —gritó,
saliendo por la puerta.
Negué viéndolo marcharse. Había hecho todo lo posible para criarlo bien,
para que no cometiera mis mismos errores, y me salía con esas, que se
cambiaba el nombre y ahora se encaprichaba de una pureta. Pfff, mi hijo
necesitaba darse una hostia pero de las buenas, a ver si así se daba cuenta.
Cuando esa Rita se cansara de que la montara, volvería llorando a la cabaña;
cuando no quieres escuchar a tu padre, es mejor dejar actuar al maná, que se
encarga de ponerte en su sitio.
El maná era la esencia de todo, la esencia vital y el espíritu que todo lo
rodea, lo que daba sentido a la dualidad de la vida y de la muerte, y estaba
intrínseco en el corazón de los polinesios. Fuerza, poder, influencia,
supremacía, grandeza, soberanía, omnipotencia, prestigio, control, genio,
cualidad, atributo, prerrogativa, autoridad, superioridad, nobleza, estatura,
presencia, elegancia, belleza; todas esas palabras y muchísimas más entraban
en comunión dentro del mismo término. Para nosotros, cada objeto, persona o

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animal tenía su maná, y dependía de la cantidad que tuviera para que fuera
más o menos poderoso.
Acabé la infusión, terminé de recoger la cabaña y fui directo al restaurante
Mauruuru, en el que el señor Alemany haría la presentación oficial del
concepto hotelero, nos daría la bienvenida como trabajadores y cada
responsable mantendría una reunión de equipo en distintas zonas del resort,
en la que nos esperaba un desayuno para confraternizar con las personas de
nuestro departamento.
Por un lado, estaba Restauración, que englobaba los servicios de
desayuno, comida, cena y los bares de las piscinas cuyo responsable era
Rawiri. Animación, los trabajadores del gimnasio y los servicios de spa eran
mi responsabilidad. Recepción junto con Administración dependían de Paty,
y, por último, Limpieza, Mantenimiento y Jardines, Ebert.
Al salir, vi a las chicas cerrando la puerta de su cabaña, no tenían muy
buena cara.
Super Mario ya estaba montado en su bólido y pasó por delante de mí con
un cabeceo para posicionarse al lado de las chicas.
—Menudas caras… —arrastró las palabras.
—Tú tampoco estás como para presentarte a un concurso de míster
universo —le gruñó Noelia, que se la tenía jurada al chapuzas.
—¿Encontraste a la rata? —inquirió mi reina de los dioses romanos.
Laura era una mujer atractiva, con curvas, de mi edad y con un humor
bastante parecido al mío. El único problema es que era popa'a[2], aunque su
carácter divertido suplía ese defecto. Tenía una piel bastante morena y unos
ojos rasgados de gata que me invitaban a pensar guarradas, sobre todo,
cuando coqueteaba sin pudor y le daba por llamarme Aquaman.
Había preparado un dosier para que se lo pudiera estudiar, no me gustaba
la idea de que se inventara nada. El respeto a mi cultura me impedía dejarla
falsear cosas, ¡era la encargada de hacer tours con los viajeros para
explicarles curiosidades de la isla! No quería que metiera la pata y esas
personas se marcharan a sus casas con una versión contaminada de lo que era
Moorea o nuestras creencias.
Hubiera preferido que un nativo de la isla se encargara de un puesto como
el suyo, era sumamente importante que se transmitiera la historia tal cual era,
sin adulterar, por eso supervisaría su trabajo de cerca.
Me aproximé sin quitar el oído de la conversación, no hablaban bajito, por
lo que tampoco es que tuviera que aguzar demasiado la escucha.
Ebert le respondió a Laura.

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—No, solo vi algunas plantas afectadas, pero nada más. ¿Estáis seguras de
que esa cosa era un roedor? Quizá se tratara de otro bicho y no la vierais bien
con la tajada que llevabais.
Vaya, así que anoche las princesas lo pasaron en grande…
—Te digo que era una rata enorme, tenía unos dientes muy afilados y una
cola muy larga —aseveró Noe.
—Está bien, en cuanto acabe la reunión y el almuerzo de presentación, iré
a por material, tengo que hablar con Álvaro y Maca.
—¿Tenemos una plaga? —pregunté, ganándome un sonido de disgusto
procedente de Super Mario.
—¿Nadie te ha enseñado a no meterte en conversaciones ajenas?
—¿Y a ti a responder con amabilidad? ¿O es que ser desagradable va con
el puesto?
—Lo que va con el puesto es ser resolutivo.
—Pues si tienes un problema con una rata, igual puedo dejarte un disfraz
de Mickey Mouse del equipo de Animación Infantil, quizá tengas más suerte
con los animales que con las mujeres.
—¡Cállate de una puta vez, Motomami! Nadie te ha pedido tu opinión, y
mucho menos, ayuda.
—Como quieras, apáñatelas tú solito, que es como estás mejor. Laura,
¿podemos hablar de camino a la reunión? He preparado un dosier que quiero
enseñarte.
—¡Claro! Chicos, después os veo —canturreó, dando un saltito hacia mí
para colgarse de mi brazo—. ¿Tú siempre te levantas tan guapo? —Le ofrecí
una sonrisa.
—¿Y tú con tan buena vista? —Ella rio.
—Me encanta que estés bueno y no reniegues de ello, odio la falsa
modestia. Vamos a ver qué me has preparado —dijo, tirando del dosier hacia
ella—. No será tu lista de posturas favoritas del Kamasutra, ¿no? Te garantizo
que yo tengo la mía propia y puedo ser muy creativa.
—No lo pongo en duda, pero esto es más bien para que no te despidan —
comenté, bajando la voz—. No me malinterpretes, si tú y yo no curráramos
juntos, seguramente te follaría.
—O quizá te follara yo a ti.
—El orden de los factores no altera el producto, pero hasta un picaflor
como yo tiene ciertos principios.
—¿Y cuáles son, Don Juan de Morrea?

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Solté una carcajada porque, verdaderamente, esa mujer tenía inventiva.
Me habían llamado muchas cosas, pero ella se llevaba la palma.
—Nada de compañeras de trabajo, eso siempre sale mal, y mucho menos,
si soy su supervisor.
—Mi gozo en un pozo.
—Tranquila, dudo mucho que te cueste ligar. Dedícate a estudiar lo que te
he traído, a respetar mi cultura y a mis ancestros, y todo irá bien entre
nosotros. Mi puerta siempre estará abierta si tienes dudas.
—¿También si te pido un tour por la isla sobre lugares o cosas que nadie
más conozca? —Le ofrecí una sonrisa ladeada.
—Por supuesto, estaré encantado de ofrecértelo. ¿Amigos?
—¿Sin derecho a follar? Qué pérdida de tiempo, con la de experiencias
que podríamos intercambiar. —Volví a sonreír.
—Laura…
—Bromeaba, no te lo tomes todo tan a pecho, vamos a ver ese dosier y
después decido si mereces mi amistad, que tengo un concepto bastante alto de
mi círculo de amigos.
—Me parece bien, si te surgen dudas o preguntas, puedes hacérmelas con
total naturalidad.
—Lo haré.
Y ese «lo haré» me puso el vello de punta.

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Capítulo 36

Noe
Miré a Mr. Weber con mi botellín de hierbas antiresaca entre las manos.

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Laura era como Bob Esponja, podía absorber litros de alcohol sin sufrir
una maldita consecuencia, Maca y yo bromeábamos alegando que, en lugar de
sangre, a Lau le corría Absolute por las venas.
Nos pasamos la noche jugando al gato y al ratón con Ebert, aunque él no
se dio cuenta.
Esperamos diez minutos, hasta asegurarnos de que no había moros en la
costa, dejamos la puerta de la cabaña entreabierta por si a José Luis le daba
por volver y decidimos esparcir un rastro de prendas pequeñas, en plan
bragas, sujetadores y calcetines, escondidos entre las plantas, para que pudiera
volver, o sea, que nos marcamos un Hänsel y Gretel para perros.
Laura insistió en aprovechar e ir dejando sus falos por el complejo, dijo
que necesitábamos toda la protección y buena suerte posible, que seguro nos
ayudarían.
¿Quién era yo para decir que no a la magia de la polla?
Estar de los putos nervios se había quedado corto para describir mi
situación. Aunque en Moorea no hubiera animales peligrosos, José Luis
nunca había salido de Mérida, era un perro urbanita, ¿qué haría si se daba de
bruces con un nido de avispas o comía adelfa? No quería ni imaginarlo.
Si hubiera tenido sus galletas favoritas, habría sido coser y cantar, por
muchos gases que le provocaran. De hecho, había realizado un pedido online
internacional, por mucha pasta que me costaran los gastos de envío. José Luis
merecía cada euro gastado, formaba parte de la familia, y si no dábamos con
él, me iba a sentir horrible.
—Tienes cara de culo.
Salí del modo visión túnel y enfoqué la mirada en Ebert, que seguía
inmóvil en el puto carrito de golf.
—Y tú de recogepelotas, no me toques las palmas que la tenemos.
Di un trago a mi bebida posresaca e intenté no transmitir el asco que me
daba su sabor. Era muy amarga y algo picante, si la tomaba era porque el
alivio de los síntomas era real, a las pocas horas estaría como nueva.
—Anda, sube, que te llevo.
—Contigo no voy ni a la vuelta de la esquina.
Arranqué a caminar, y él movió el cochecito de Family Feber.
—Soy tu jefe, así que obedece —gruñó—. No quiero que llegues tarde a
la reunión, y al paso que vas, te costará una hora y media.
Si era franca, tenía el estómago revuelto, además de bastante dolor de
cabeza, y lo que menos me apetecía era andar a pleno sol, llevaba desde que

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volvimos de la excursión del barco sin sentarme ni un segundo. Entre el
bailoteo y José Luis, los pies me hacían chup chup, pero sin el Avecrem.
—Voy a subir porque es una orden, pero incluso el jefe tiene que pedir las
cosas por favor.
—¿Estás de broma? ¿Quieres que te suplique que subas?
—Quiero que seas educado, ¿o eso tampoco va en tu contrato?
Discutir en mi estado me hacía más mal que bien, pero es que con ese
hombre era lo único que se me venía a la lengua.
Lanzó un bufido.
—Sube, por-favor. —Su tono no era amable, de hecho, era parecido a si
se sometiera a una exploración de próstata, aun así, me servía.
Me bajé las gafas de sol, que llevaba puestas a modo de diadema, y me
senté a su lado —no, no tenía más remedio porque los asientos traseros
estaban llenos de cachivaches— y seguí bebiendo en silencio.
Miré de reojo su perfil, estar tan bueno y ser un capullo integral tendría
que estar penalizado. Por culpa de tíos como él, sufrían las consecuencias
todos los guapos.
Sus ojos también estaban cubiertos por unas gafas de sol tipo aviador, por
lo que no se apreciaba el estado de sus ojeras. Mantenía la mandíbula
apretada, cubierta por esa barbita de tres días que podía hacer que te
plantearas cómo se sentiría en cierta parte de tu anatomía, sobre todo, después
de seguir el perímetro de su brazo desnudo y musculado. Esa camiseta blanca
de tirantes bajo el peto también tendría que estar prohibida en un físico como
el suyo.
Ebert Weber era el sueño húmedo de toda ama de casa. Era el tío de los
remiendos que esperabas encontrarte en lugar de un barrigón, sudoroso, calvo
y con propensión a enseñar la hucha.
Podía imaginarlo agazapado bajo el fregadero, algo sudoroso, intentando
encontrar un anillo que nunca llegó a caerse por la tubería.

—Señora, aquí no hay nada, ¿está segura de que lo perdió


fregando los platos? —proclamaría mientras la lazada de una
bata muy femenina y de raso se desataba accidentalmente. No
habría nada bajo la prenda, solo un cuerpo muy dispuesto y
desnudo.
Separaría las piernas, carraspearía para llamar su
atención, y en cuanto asomara la cabeza, topándose con mi
falta de ropa, le diría:

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—¿Por qué no pruebas por aquí? Tal vez se me coló
mientras me hacía un dedo pensando en ti.

El frenazo fue tan bestia que no me di cuenta de que salía propulsada hasta
que me encontré con medio cuerpo fuera por la parte delantera del carrito de
los helados. ¡Que en esa cosa no había ni cinturón de seguridad ni cristales!
—¡Hostia puta! ¡¿Lo has visto?! —voceó con mi cuerpo suspendido en el
marco delantero del vehículo. No me había dado tiempo ni a ver mi vida
pasar.
El contenido de mi botellín se había derramado por el minicapó, mi culo
estaba en pompa y el tanga se me había clavado en plan tirachinas.
—Pero ¡¿tú estás loco?! ¿Dónde te dieron el carné para esta cosa? ¿En los
autos de choque? —bramé, intentando volver al asiento. Las gafas se me
habían escurrido por el puente de la nariz y Ebert ni siquiera me estaba
prestando atención. Había dado un salto para coger una red tipo
cazamariposas y dirigirse a un precioso arbusto de tiaré, la flor típica de la
isla.
Miré mi camiseta, que ahora lucía un manchurrón del tamaño de la isla y
de color verde, cuando era rosa claro. ¡Genial! Iba a presentarme a la reunión
de personal como si me hubiera vomitado un trol.
Ebert se metió desesperado entre las plantas, ojalá hubiera anidado un
cactus y saliera con los weber como higos chumbos.
—¡Eh, tú! ¡Con cuidado! ¡Eso es maltrato floral! —chillé.
Conociéndolo, me echaría la culpa si le pasaba algo.
Emergió a los pocos segundos, con algunas hojas en el pelo y cara de
frustración.
Me hizo recordar a esos vídeos de humor en los que un tío se calza un
disfraz repleto de hojas para emular una planta, se mete en un macetero y te
arrea el susto de la vida cuando pasas por su lado y estira el brazo.
Era de mis favoritos, ese y el del tío que se tira pedos. Podía pasarme
horas ensimismada partiéndome la caja con esos vídeos.
Igual tendría que pedirme uno por internet, a ver si, con un poco de suerte,
a mi jefe le daba un infarto y lo perdía de vista por un tiempo.
—¡Estaba ahí! —rugió, subiéndose al carrito con la misma facilidad que
había bajado.
—¿Quién? ¿El presidente del gobierno?
—Tu madre en bicicleta, ¿quién va a ser? ¡La rata!
«¡¿José Luis?!». Todo mi cuerpo tembló de esperanza, aun así, traté de
disimular para que no se me notara.

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—Mi madre no es ninguna rata, y casi me matas con el frenazo, ¡mira
cómo me has puesto la ropa, Tocaweber!
Extendí la camiseta frente a sus ojos, y él se dio un festival de la
transparencia; para un lugar como ese, puse en la maleta mis camisetas más
frescas. Ebert gruñó. Estaba segura de que bajo esas gafas tenía el ceño
fruncido.
—Eso es porque estabas ensimismada conmigo.
—¿Contigo? ¡Qué más querrías!
—Pues no dejabas de mirarme y babear, creí que iba a darte un ataque de
epilepsia.
«¡Será capullo el tío!».
—¿Ahora resulta que tienes visión periférica?
—Lo que tengo es un problema. Entre tú y la rata vais a acabar conmigo.
—Ojalá fuera tan fácil —protesté. Volví a mirar hacia el lugar en que mi
jefe se había sumergido—. ¿En serio que la has visto?
Si Ebert había visto a José Luis, significaba que mi perro seguía en el
complejo, que era cuestión de tiempo que diera con él.
—Sí, aunque sigo pensando que ese espécimen es otra cosa. Tenía
demasiado pelo y manchas, aunque no pude verlo bien.
—Ya te dije que parecía mutante, en los laboratorios les hacen de todo a
esos pobres animales, quizá sea una nueva especie…
—No sé lo que es, pero voy a dar con ella.
Miró su reloj de pulsera.
—Joder, ¡es muy tarde!
—Si no llego a tiempo a la reunión, diré que la culpa es de mi jefe.
Él volvió a gruñir, seguro que era el único sonido que se sabía, junto a los
gritos y los bufidos.
—Agárrate, que voy a pisar el turbo.
—Pero ¿esta cosa va a más de veinte por hora?
Una sonrisilla de suficiencia curvó sus labios.
—Los demás vehículos no, por seguridad, pero este es el mío, y digamos
que cuenta con ciertos privilegios.
—Vaya, que lo has trucado.
—Después no digas que no te lo advertí —masculló ronco antes de pisar
el acelerador y salir a toda castaña.

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Capítulo 37

Maca

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Si me dijeran que me había atropellado un autobús, me lo creería, salvo
porque quien me despertó fue Álvaro, con un llamamiento muy suave y un
cóctel de «bienvenida resaca».
Lancé un quejido de perro herido y me di cuenta de que no estaba en mi
cama, sino en la balinesa.
—¿He dormido aquí?
—Sí, anoche llegaste un tanto perjudicada, así que te pasé por la ducha y
te acosté. ¿Recuerdas algo? —Negué.
«No quería imaginarme lo que pude decir ni lo que pude hacer».
—¿Me trajeron las chicas?
—Ebert.
—Oh Dios, ¡qué bochorno!
—No sufras, mi mejor amigo tiene un máster en borracheras, de hecho,
esto es de su parte. Bébetelo entero, tómate esta pastilla y date una ducha, he
apurado al máximo, pero ya no puedes dormir más, hoy tenemos la reunión de
personal con mi padre y después la excursión en quad.
—Madre mía, anoche se me fue muchísimo la olla.
—Es lógico, llevabas mucho estrés encima, necesitabas divertirte y pasar
un buen rato con tus amigas.
—Sí, pero ¡es que yo no soy así teniendo que cumplir con mis
responsabilidades al día siguiente! ¿Dije o hice algo por lo que tenga que
disculparme contigo?
Él me miró pensativo, y eso me hizo temblar por dentro hasta que habló.
—Nada que vaya a pasar a los anales de la historia, soltaste algunas
incoherencias, pero no pillé mucho, la verdad. ¿Tiene para ti algún sentido la
palabra gamba?
—¿Gamba? —pregunté sin comprender.
—Sí, no sé, igual te apetecía comer marisco. Me hacías como la letra c
con los dedos, y decías no sé qué de gambita.
Ahora sí que quería morirme de verdad. Noté cómo mi piel ardía.
—¿Qué más dije? —cuestioné ahogada.
—Nada más, movías los dedos y me pedías una gambita.
Menos mal que no era una cosa que supiera la mayoría. Tenía muchas
curiosidades sexuales, hacer la gambita era una que me torturaba desde que
escuché la explicación, prometía unos orgasmos alucinantes y pensé que sería
la solución para la falta de emoción que tenía con Victoriano, pero él no quiso
saber nada.
—¿Maca?

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—Ni idea, seguro que era una gilipollez. Perdona por mi conducta, siento
que hayas tenido que cuidar de mí de nuevo.
—Es mi deber como buen prometido, bébete el vaso hasta el final.
Me metí la pastilla en la boca y no paré de beber hasta terminarme el
contenido.
—¿Cuánto tiempo me queda?
—Como te he dicho, he apurado al máximo, así que… veinte minutos a lo
sumo —comentó, mirando su móvil.
—Tendrá que bastar.
Eché un eructo silencioso, me puse en pie y fui directa al cuarto obviando
lo tremendamente bueno que estaba Álvaro.
Escogí el outfit de ese día teniendo en cuenta que me iba de excursión, y
con la ropa entre los brazos, fui directa al baño. Me metí bajo el chorro de la
ducha y me enjaboné todo lo rápido que pude deleitándome con el aroma del
champú del hotel, que era una maravilla, totalmente artesano y hecho en la
isla.
Cuando me pasé la toalla, desprendía un rico aroma a flores y fruta que
me tenía enamorada. Escurrí el exceso de agua del pelo, lo desenredé, me hice
un par de trenzas boxeadoras, bastante favorecedoras, que me permitirían ir
muy cómoda, y me puse unas gotitas de colonia de coco, que me encantaba
para el verano.
Me lavé los dientes, desodorante orgánico que duraba de tres a cuatro
días, aunque yo me lo ponía cada mañana, y me vestí. Escogí una camiseta
beige de tirantes y canalé, con un escote que estaba segura llamaría la
atención de Álvaro. Shorts multibolsillos a la altura del muslo color caqui,
calcetines que llegaban bajo la rodilla y zapatillas deportivas. Teniendo en
cuenta que la excursión incluía caminar un rato, sería el calzado más cómodo.
Mi cara era todo un poema, esas ojeras no podría disimularlas con nada,
así que pasé de ellas y solo me eché la hidratante y el protector solar. Mi
mejor aliada serían las gafas de sol.
Cuando salí del baño, Álvaro me dio un repaso que me dejó claro que le
gustaba lo que veía, sentí bastante calor de inmediato. Puede que no recordara
cómo llegué a la villa, pero sí el beso que compartimos y lo que produjo la
sensación de tener su lengua en la mía.
—¿Hoy tengo una cita con Lara Croft?
—Qué más quisiera que parecerme a Angelina. Tendrás que conformarte
con tu prometida…
—Mi prometida no tiene nada que envidiarle a la Jolie.

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—Gracias, tú también estás muy guapo hoy.
—¿Tanto como Angelina? —bromeó, y me hizo gracia que no dijera Brad
Pitt.
—Tanto como ella —dije, acercándome peligrosamente para cogerlo de la
nuca y susurrarle en el oído—. ¿Sabes? Sería a la única mujer que me tiraría
—respondí, apartándome de inmediato para fijarme en que lo había dejado
con la boca abierta. Si mi plan era seducirlo para después espantarlo, tendría
que mover ficha—. ¿Vamos? No quiero llegar tarde —le acaricié con
suavidad el dorso de la mano y cogí la mochilita que tenía preparada para
salir al exterior.

Entramos al restaurante, que era muy amplio, luminoso, completamente


acristalado y cubierto de madera. Habían colocado una tarima en la que había
un atril, micrófono y espacio para tres o cuatro personas.
Las mesas estaban apartadas y las sillas dispuestas en diez hileras de
quince sillas. Los chicos y chicas de Restauración habían ocupado los
primeros puestos; después, el equipo de Mantenimiento y Limpieza; los
penúltimos, Recepción y Administración, y, al final de todo, el equipo de
Animación, Deportes y Spa.
Un total de ciento cincuenta trabajadores al servicio del cliente.
Hice un barrido visual y me di cuenta de que había dos asientos vacíos
que no tardaron en ocuparse. Ebert y Noe llegaron con la lengua fuera y las
gafas puestas. Dos más para el club de los vampiros.
Lau estaba en la última fila con Maui al lado. Ella leía unos papeles que él
le señalaba. Mi amiga no paraba de asentir, preguntar y él le murmuraba
cómplice en el oído. Parecían llevarse bien, lo cual era un alivio teniendo en
cuenta el plan de Noe con el alemán.
Gran parte del personal había sido contratado por mí, así que conocía a
casi todo el mundo.
Mi suegra permanecía en primera fila, con Linda entre los brazos, ubicada
entre el responsable de Food and Beverage y Hori.
Al mirarlo, sonreí, y él me devolvió el gesto, estaba especialmente guapo
con el pelo recogido, una favorecedora camisa blanca y pantalón de pinzas
oscuro. Nada que ver con su aspecto de DJ de la noche anterior. Tengo que
reconocer que se portó muy bien no dejándonos solas, eso sí lo recuerdo, que
se ofreció a acompañarnos.

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El señor Alemany carraspeó frente al micro, se hizo el silencio en todo el
comedor y, como era propio de él, saludó en tahitiano agradeciendo a todos
los trabajadores su asistencia y explicando un poco quién era y de dónde
venía. Relató sin ambages sus inicios en el sector de la hostelería, como la
pasión por las cosas bien hechas y sus ganas de crecer en un sector tan trillado
como este en España. Trabajó codo con codo con su mujer, observó
muchísimo para implementar, en aquel hotelito heredado, todo lo que les
gustaba a ambos cuando salían algún fin de semana fuera. No tardaron mucho
en que la voz se corriera y lo convirtieron en un lugar de referencia al que
acudir a descansar en pareja si ibas a Mallorca.
El SunTravel Moorea Lagoon Resort suponía la culminación de una
carrera de fondo y bien hecha, era el fruto de la suma del esfuerzo de muchas
personas, entre ellas, yo, a quien presentó como un ejemplo a seguir y el
mayor orgullo de la cadena.
—Que no os engañe su belleza o su juventud —proclamó con una sonrisa
afable—. Mari Carmen Romero Rubio, o Maca, como ella quiere que la
llaméis, es el mejor referente que podríais tener si os gusta este sector.
Empezó desde abajo, haciendo prácticas en uno de nuestros hoteles, y fijaos a
dónde ha llegado, es la mano derecha de mi hijo Álvaro, quien capitaneará el
buque insignia de la compañía. Y no ha llegado hasta aquí porque vaya a
casarse con él, no os equivoquéis, llevaron en secreto su relación para que yo
no pudiera favorecerla por otra cosa que no fueran sus méritos laborales, por
tanto, me gustaría que la tomarais de ejemplo.
»Quiero que os veáis reflejados en ella, en su pasión, en su entrega, en su
gusto por la excelencia y su espíritu de servir al prójimo. La hostelería es un
sector duro, en ocasiones, juzgado injustamente. Nos dejamos la piel para que
otros disfruten; en las épocas donde la mayoría está de vacaciones, a nosotros
se nos exige que redoblemos esfuerzos.
»A veces, trabajamos más horas de las que corresponden, y no solo
ejercemos de camareros, limpiadores o bailarines. También somos paño de
lágrimas, psicólogos y motivo de muchas alegrías.
»Hay personas que llevan años ahorrando para darse el lujo de poder venir
a nuestras instalaciones, y por ello merecen ser atendidos desde cada uno de
vuestros corazones, no como huéspedes, sino como invitados a la que ahora
es nuestra casa.
»Este es un lugar maravilloso, cuidado con mimo y con detalle para que el
cliente pueda relajarse, pero no os olvidéis que sin vuestro trabajo, vuestro

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esfuerzo, vuestras sonrisas y buen hacer, no dejaría de ser un lugar vacío, sin
alma, al que no querer volver.
»Vosotros sois el verdadero motor del proyecto, el espíritu, el maná de
este lugar, y, bajo el timón de mi hijo Álvaro y su prometida, espero que
logréis acariciar el alma de nuestros invitados.
»¡Convirtamos el Moorea Lagoon en un lugar al que regresar y el hotel de
referencia de la isla!
Los aplausos y las sonrisas afloraron en cada uno de los trabajadores. Pese
al agotamiento, y a que hiciera referencia a mí como prometida de su hijo,
dejó claro que era mi esfuerzo lo que me llevó al puesto que tenía y me
dedicó unas palabras preciosas. No podía enfadarme, al contrario, estaba muy
emocionada y agradecida.
Álvaro esperó a que los aplausos terminaran para darle las gracias a su
padre y ocupar su lugar en el atril.
—Antes que nada, quiero deciros que sí, soy el director y me han puesto a
dedo —sonrió—, pero os garantizo que a ella no y que no me pasa ni una. —
Hubo risas entre los trabajadores—. Como mi padre ha dicho, Maca es una
trabajadora infatigable, como he podido comprobar estos días, un modelo de
superación, de exigencia y pasión por su trabajo. No os voy a negar que cada
día aprendo una cosa nueva de su mano y que me fascina su capacidad para
llevar un establecimiento como este sin que le tiemble el pulso. —Sus
palabras también me estaban emocionando—. Puede que yo tenga una carrera
en Empresariales, pero ella cuenta con la experiencia y su buen hacer. Fue
escogida la mejor directora del grupo por sus empleados y obtuvo los mejores
resultados financieros de la cadena, así que espero poder aprender mucho de
ella —alzó mi mano y la besó—, y dicho sea de paso, de todos vosotros,
tened un poco de paciencia conmigo y os prometo que llevaremos este hotel a
lo más alto. Muchas gracias.
Su discurso también fue aplaudido, a los trabajadores les gustó su
humildad, sus palabras llenas de verdad, porque Álvaro no pretendía ser lo
que no era, y eso me calentaba el corazón por dentro. Era mi turno, todos me
miraban expectantes mientras yo me maldecía por dentro por tener el aspecto
de exploradora.
—Bueno, me toca —comenté, ganándome más sonrisas—. No voy a
añadir mucho más de lo que ellos han dicho. En primer lugar, porque me falta
el café de la mañana, como a muchos de vosotros, y en segundo, porque los
chicos del catering se lo han currado mucho para que hoy sea un día de
celebración con vuestros compañeros de equipo.

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»No tenemos un trabajo fácil, pero sí muy agradecido, en nuestras manos
está hacer felices a las personas que nos visiten, y eso, señores y señoras, es
una labor encomiable. Os invito a disfrutar de lo que mejor sabéis hacer, a
gozar de las pequeñas cosas y a hacer partícipes a vuestros compañeros o
responsables si tenéis cualquier tipo de incidencia que pueda surgir durante
vuestro servicio.
»Con buena voluntad, los imposibles se convierten en simples obstáculos.
Esto no va a ser un camino de rosas, pero somos un equipo, una familia y en
todas ocurren cosas. Mi puerta y la de Álvaro siempre van a estar abiertas
para todos y, como bien ha dicho mi suegro, vosotros sois el maná de este
resort, que nadie os diga lo contrario.
»Bienvenidos a esta nueva aventura y estad listos para que pasado mañana
abramos nuestras puertas. Me enorgullece decir que… ¡Estamos completos!
—proclamé, ganándome los vítores de todo el mundo—. Mauruuru roa e a
oaoa i te mahana[3].

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Capítulo 38

Lau, antes de que empezaran los discursos.

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El dosier de Maui era un auténtico pasote; si hubiera sido experta en la
Polinesia, podría haberlo escrito yo misma, tenía muchísimos detalles y me
flipaba todo lo que leía.
Antes de que arrancara el señor Alemany, leí para nosotros la parte que
hablaba de su antepasado.
—Así que tu ancestro era un cambiaformas, un semidiós travieso al que le
chiflaban las bromas pesadas…
—Sin olvidarte de que fue el responsable de que hubiera tantas horas en el
día.
—Pues ya habría podido alargar los fines de semana. —Él rio.
—También se ocupó de que existiera el fuego. —«Para fuego el que ardía
en mi tripa cada vez que se acercaba a mi cuello». Aquaman se ocupó de
decirme que no íbamos a follar porque currábamos juntos, lo que no quitaba
que a mí me pusiera mala, malita, mala—. O que se hayan formado las islas
del Pacífico.
—¡Eres el puto superhéroe de la Polinesia! Ya te lo decía yo, Aquaman,
además, te gusta mucho la mar.
—Bueno, yo soy más de lamer —bromeó, juguetón, agitando las cejas
mientras se chupaba los labios.
Menos mal que hablábamos flojito y estábamos en la última fila para que
no nos escucharan.
—A mí no me provoques, que me paso por el forro tu norma y vemos a
quién se le da mejor de los dos. —Él rio ronco.
—Me encantan los desafíos, preciosa, pero ya te dije que esa raya no la
cruzo.
—A mí también me gustan los desafíos —lo tenté, dejando la posibilidad
en el aire.
—Y este colgante, ¿qué es? —musitó, agarrando mi símbolo de
protección.
—Una polla y un coño —respondí contundente sin perderme su
expresión.
—¡¿Bromeas?!
—¿Demasiado para un semidiós como tú?
—Al contrario, me resulta curioso, ¿y por qué llevas eso colgado del
cuello? ¿Sirve para mantener la fertilidad?
—¿Me estás llamando vieja? Mi fertilidad va bien, gracias, ¿y la tuya? —
Él volvió a emitir una risita.
—Perdona, no pretendía ofenderte. Yo… tengo un hijo.

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«Eso ya lo sé, lo que tú no sabes es que está loquito por mis huesos».
—Pues yo aspiro a no tener ninguno. ¿Puede haber más mini Mauis en la
isla?
—Que yo sepa, no, siempre follo con protección, pero quién sabe…
—Pues yo paso de procrear, me quedo con las prácticas y le dejo los
bebés a los demás.
—¿No quieres hijos?
—Prefiero que mi motivo para no dormir por las noches sea una maratón
de sexo en lugar de un cambio de pañales. ¿Te parece mal?
—Me parece genial —murmuró con los ojos más oscuros.
—Respecto a mi colgante, el puño cerrado es la vulva, y de ahí viene la
costumbre de cruzar los dedos para atraer la buena suerte. Esa parte se llama
figa o higa, y en el otro extremo queda el pene, claro.
—Me gusta tu colgante.
«Y a mí el tuyo», dije para mis adentros, pensando en el que contendría su
entrepierna. Me guardé las palabras para mí, porque me parecía demasiado.
¿Coquetear tan a lo bestia con mi jefe era lícito? No estaba segura, pero sí
de que me encantaba su descaro y que no se achantara por mis salidas de
tiesto, pocos tíos aguantaban mi verborrea incontenible, a veces, fuera de
lugar. Entendía por qué era el responsable de Animación, a mí me animaba
muchísimo.
—¿Sabes que la palabra fascinación viene de este amuleto?
—No lo sabía, aunque es lógico, porque tú me tienes fascinado.
Nos sostuvimos la mirada sonrientes y callamos cuando el suegro de
Maca nos dio la bienvenida.

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Noe
—Llegamos tarde por tu culpa —gruñí con un jadeo segundos antes de
que el dueño de la cadena arrancara con el discurso de bienvenida.
—Ha sido la rata —farfulló.
Alcé la mano un poco y saludé a Maca. Estaba guapísima, y Álvaro la
miraba de una manera que debía tener las bragas pulverizadas. Cada vez lo

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tenía más en el bote. Ella seguía con la intención de conquistarlo para
espantarlo, pero me daba a mí que la última parte no se le daba muy bien.
Tras las palabras del señor Alemany, vinieron las de su hijo, quien no
dudó en darle todo el mérito a Maca y ganarse la simpatía de los trabajadores.
Le tocaba hablar a mi amiga cuando agazapado en una de las cristaleras lo
vi.
—¡José Luis! —dije lo suficientemente alto como para que Ebert me
oyera.
—¡No jodas! No puedes tirarte un pedo en mitad de toda esta gente, la
estampida va a ser mortal. ¿O ya te lo has tirado?
Necesitaba salir a toda leche, y un pedo atravesado era la excusa perfecta.
Me llevé las manos a la barriga y negué.
—No, sigue aquí dentro, pero lo siento y va a ser descomunal, hazme
sitio, tengo que salir antes de que sea demasiado tarde.
No me incorporé del todo para llamar la atención lo menos posible, tenía
que alcanzar al perro antes de que lo viera alguien, porque estaba en el
ventanal izquierdo que daba a primera fila, un giro de nuca y se toparían con
él.
—¡Déjame pasar! —protesté, tropezando con sus piernas largas. Él las
encogió.
—Si por mí fuera, suprimía toda la fibra de tu dieta —masculló entre
dientes.
—Pues deberías probar a tirarte algún que otro pedo, a ver si se te desinfla
tu carácter de mierda —protesté sin que me importara que fuera mi superior.
—Por ahí tienes la salida de emergencia, y lo tuyo es una, así que cuanto
antes salgas, mejor.
Gruñí y lo miré mal, consiguiendo pasar por delante de él sin incidentes,
para dirigirme al lugar indicado, que me quedaba mucho más cerca de nuestra
mascota.
Supuse que José Luis había visto a Maca, porque había empezado a dar
brincos y caminar sobre dos patas. O era eso, o que le había picado una avispa
asiática. Nunca le habíamos enseñado ese tipo de trucos.
Maca no me vio porque estaba demasiado ensimismada con Álvaro y le
tocaba dar su discurso.
Salí corriendo. En cuanto llegué al exterior, había dejado de saltar y
estaba morreándose con el cristal, llenándolo de babas y emitiendo gemiditos.
Definitivamente, echaba de menos a Maca, ¿cómo habíamos sido capaces
de pensar que podría vivir sin ella? Antes de que el perro se asustara, me

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abalancé sobre él y lo atrapé.
—¡José Luis! Pero ¡¿dónde te habías metido?! Nos tenías muy
preocupada.
Él lanzó otro gemido lastimero, me dio unos cuantos besos e intentó ir de
nuevo hacia el cristal. Fue entonces cuando me percaté del estado de su
chorra, gorda, morcillona, con la punta muy roja. Estaba totalmente
empalmado y no dejaba de jadear.
—¡Puaj! ¡Estás palote! —espeté, y él me lanzó una de sus miradas
disociadas, giré la cabeza hacia el lugar en el que nuestro perro había estado
saltando y entonces la vi. José Luis no estaba buscando a Maca, sino a una
preciosa perrita blanca que estaba sentada sobre las faldas de la señora
Alemany, llevaba un collar con más brillantes que la corona de la reina
Letizia y miraba de reojillo en nuestra dirección.
¡Era una jodida Barbie canina! No tenía mal gusto nuestro cabroncete, no.
—¡Increíble! ¡Te ponen las pijas! —Ahora me sentía culpable por haberle
puesto tantas veces La Dama y el Vagabundo, puto Disney, al final tendría
que llevarlo a terapia—. Lo siento, Joselu, pero está fuera de tu alcance. Las
perras como esa no son pa tipos como tú-ú-ú-ú-ú —canturreé a lo Shakira. Él
hizo un mohín y un ruidito de frustración—. Entiéndelo, ella es de Pedigree y
tú de Pal. Y guarda todo eso, que no te la vas a zumbar por muy grande que la
tengas.
Lo cogí en brazos y fui corriendo hacia el carricoche de Ebert. Se había
dejado las llaves puestas porque las prisas no son buenas consejeras. De
camino a la cabaña, fui recogiendo algunas de las prendas que habíamos
dejado diseminadas. Menos mal, me había quedado sin bragas.
Una vez lo tuve encerrado a buen recaudo, volví al restaurante. Salchicha
Peleona me esperaba fuera de brazos cruzados.
—¡¿Dónde demonios te habías metido?! ¡¿Me has robado el vehículo?!
—Yo no te he robado nada, estaban las llaves puestas y era una
emergencia. Cuando asoma la tortuga, hay que llevarla a desovar a casa.
—¿Acabas de llamarle tortuga a tu…? —No terminó la frase—. Mejor,
déjalo —se pinzó el puente de la nariz y puso cara de disgusto—. Tengo que
ir a buscar productos para atrapar a la rata, es orden de Álvaro y Maca. Tú vas
a acompañarme.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Pues por si necesitas comprar algún tipo de abono, fertilizante o
pesticidas para el control de plagas de las plantas y que no tengamos aquí.

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—Con lo que haya en el almacén, yo me apaño, la naturaleza es sabia y no
soy muy de químicos.
—Lo que es sabio es el dueño de este sitio, y como se le muera una
puñetera palmera, tu culo estará montado en un avión antes de tu próximo
pestañeo.
—¡Muy bien, dopemos a las plantas! —proclamé, alzando las manos—.
Pero antes necesito decirle una cosa a Laura.
—Te doy tres minutos.
—Me basta con uno y medio, ve arrancando el superbólido.
—No iremos en el vehículo de empresa, sino en mi moto.
—¿En tu moto? —Ladeó una sonrisa que me aceleró el pulso. La culpa
era de esa puñetera cara.
—El señor Alemany necesita el coche y tenemos que volar a Papeete para
ir a la tienda especializada, así que sí, iremos en mi moto, ¿algún problema?
—Ninguno, solo espero que sepas tomar bien las curvas.
—Las curvas son mi especialidad —masculló con una mirada que me
estremeció por dentro.

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Capítulo 39

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Álvaro
Aceleré y noté cómo los brazos de Maca se aferraban con más fuerza a mi
cintura.
Tenía la mejilla apoyada en mi espalda, por lo que el casco se me clavaba
un poco. Sus piernas rozaban las mías, diría que estábamos encajados
mientras iba lanzando grititos y sus tetas se aplastaban contra mí.
Si la noche ya había sido mala, con su cuerpo mojado friccionándose
contra el mío, diciendo palabras inconexas durante el sueño, lo de ese instante
estaba resultando una puñetera pesadilla.
Tendría que haberme hecho una paja para ir más aliviado, pero no, ahí
estaba yo, intentando seguir al guía con una erección de caballo y Maca
temiendo salir volando en cualquier momento dada su propensión a las
caídas.
Íbamos camino a Belvèdere para disfrutar de las fantásticas vistas de la
isla. Según nuestro guía, había escogido el recorrido ideal para descargar
adrenalina, nos metió por caminos estrechos rodeados de vegetación y
plantaciones de piña.
No parecía que fuera a llover, el cielo estaba completamente azul y solo lo
salpicaban algunas nubes, aunque en Moorea nunca se sabía. La humedad y la
cercanía de Maca me estaban haciendo sudar tinta, tenía la camisa pegada y la
frente perlada bajo el casco.
—¡Esto es increíble! —gritó mi compañera de viaje mientras yo
aceleraba.
Lo increíble era que estuviera aguantando como un jabato en lugar de
meterme por cualquier caminito secundario para perdernos y dar rienda suelta
a lo que más ganas tenía, que era hundirme en ella y volver a besarla.
«Dios, ¡dame fuerzas para resistir!».
El paisaje, el aroma de la vegetación, las frutas y el tiaré nos envolvían
por completo, te hacía sentir la magia de la isla y, aun así, en mi caso, Maca
lo acaparaba todo.
No podía disfrutar de la experiencia como era debido porque mi mente se
empeñaba en recrear cada instante vivido a su lado.
Sus caídas, sus sonrisas, nuestras bromas compartidas, la cena con mis
padres, la cama de agua, sus enfados, mis ganas, su baile, nuestro primer
beso, las lecturas nocturnas que terminaban en ducha y nuestra primera noche
mojados, acurrucados y durmiendo bajo las estrellas.

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Bueno, durmiendo ella, porque yo no pude pegar ojo sopesando todos los
inconvenientes que podían suponer dar un paso al frente y tirármela.
El peor de todos eran las expectativas que pudiera causarle eso a Maca,
pero ¿y si no las tenía? ¿Y si acordábamos follar y punto? ¿Aceptaría?
Lo dudaba, pero si no preguntaba, me quedaría con las ganas.
Entre dudas y acelerones, llegamos a la parte alta del mirador, en la que
nos premiaron con un coco fresco para paliar la sed.
Nos quitamos los cascos y disfrutamos de las increíbles vistas sobre las
bahías de Cook y Opunohu.
—Guau, es impresionante, ¿no crees? —me preguntó, girándose sobre la
barandilla del mirador. Tenía un brillo en la mirada que me moría por captar.
—No te muevas.
Obvié la GoPro que llevaba en el casco para realizar el vídeo montaje de
la excursión que ofreceríamos en el hotel, tuve la necesidad de coger mi
cámara y sacar una de las fotos que atesoraría para siempre.
—¡No me fotografíes! ¡Estoy horrible, resacosa y agotada! —protestó.
—Estás preciosa.
Y lo estaba, con el fondo verde de la montaña y el turquesa de las aguas,
su piel parecía resplandecer. Tenía ganas de acariciarla, besarla y hacerle el
amor allí mismo, pese a que estábamos rodeados de más turistas que en las
imágenes que solemos ver en internet.
Me estaba volviendo loco.
—¿Queréis que os saque yo una foto juntos? —se ofreció el guía.
—Eso sería genial —respondí, dándole cuatro nociones básicas de
encuadre y luz.
Me puse al lado de Maca, la tomé por la cintura y pensé que la sensación
de tenerla sujeta contra mí también era una de las mejores del mundo.
Ella sonreía a la cámara y yo le sonreía a ella. La giré hacia mí e hice que
nos miráramos.
—¿Qué haces? —preguntó vergonzosa, con la brisa alborotándole algunos
mechones sueltos de las trenzas fruto del casco.
—Estás preciosa. —Ella me sonrió. Debería callarme y no decir ese tipo
de cosas que la pudieran confundir, aunque en su belleza no había confusión,
me lo parecía y punto.
—¿Seguro que ese coco no llevaba alcohol? —preguntó suspicaz.
—No necesito alcohol para ver lo guapa que eres. —Alcé la mano y
recoloqué uno de los mechones sin recibir protestas. Ella mojó sus labios y yo
tragué con fuerza.

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—Maca…
—¿Sí?
Fui a decirle lo que me pasaba por la cabeza, pero preferí callar y no
confundirla todavía más.
—Tenemos que seguir, ¿quieres llevar tú el quad como te sugerí antes?
—¿Estás seguro? —Asentí—. Mira que si nos lanzo por un barranco…
—Le diremos al guía que evite caminos que puedan producir muerte. —
Ella rio.
—Vale, sí, tengo ganas de probar.
¿En qué momento pensé que era buena idea que ella condujera?
No lo digo porque lo hiciera mal, sino porque el cambio de tornas supuso
tenerla cogida por la tripa y su culo encajado en mi entrepierna. Podía notar
cómo botaban sus pechos cuando el guía decidió meternos por un riachuelo
para que fuéramos más fresquitos.
Al llegar a la siguiente parada, el Lycée Agricole, para probar mermeladas
caseras y jugos de frutas locales, Maca tenía la camiseta empapada, la cara
salpicada con motitas de barro y los pezones duros.
—Ahora sí que estoy hecha un desastre —se carcajeó.
«Ahora sí que estás para follarte», replicó mi mala cabeza, que no podía
dejar de arrojarme la posibilidad.
Me veía llevándola al baño, con la excusa de ayudarla a limpiarse,
quitándole la camiseta para devorarle las tetas. La boca se me hacía agua. Ella
jadearía, tiraría de mi pelo, me llevaría hasta su piercing para que la besara,
mientras yo me deshacía de su pantaloncito, amasaba su glorioso culo, la
subía a mis caderas y la penetraba.
Sus gemidos retumbarían en todo el establecimiento, pero no me
importaría, porque por fin estaría dentro.
—¡Álvaro! —chasqueó los dedos frente a mí—. ¿Estás bien? Estás
sudando y muy rojo, ¿te has puesto el protector solar? Igual es una insolación.
—E-estoy bien, ahora vuelvo, solo necesito ir al baño —dije, dando media
vuelta. La tenía tan tiesa que no podía seguir allí sin ofender a alguien.
Me mojé la cara, la nuca y apreté con fuerza el lavamanos. Tenía que
relajarme, tenía que relajarme, tenía que…
Golpearon la puerta.
—Ábreme, soy yo… —musitó su dulce voz.
—No es buena idea, dame un minuto.
—Álvaro, ábreme —insistió.
Lancé un bufido contra mi propio reflejo y fui hacia la puerta.

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—¡¿Qué?! —espeté malhumorado con evidentes signos de mi estado
eréctil. Ella sonrió sin apartar su mirada de la mía.
—He venido a ayudarte.
Me empujó, cerró la puerta y echó mano a mis pantalones.
—Maca, ¿qué haces?
—O le ponemos solución a esto —acarició mi entrepierna de arriba abajo
—, o se te gangrena.
—No sabes lo que dices.
—Ya lo creo que sí.
Desabrochó el botón, descorrió la cremallera sin titubeos y se acarició los
labios con la punta de la lengua, dejando que viera aquellas dos bolitas
gemelas atravesándola. Mi respiración se volvió pesada y mis pelotas todavía
más.
Maca sacó un botecito de detrás de su espalda, era una de las mermeladas
de piña que nos habían dado para que probáramos.
—¿Se te ocurre algo que pueda untar en ella y llevarme a la boca? Se me
han olvidado las tostadas fuera.
Sonrió perversa y en mi mente solo estaba su declaración de que en el
avión me la quería chupar.
—A-antes de que hagas algo de lo que te puedas arrepentir… —titubeé.
—No me voy a arrepentir —comentó decidida, bajándome el calzoncillo y
el pantalón a la vez. Mi polla rebotó con total desvergüenza—. Um, creo que
sí que tienes algo que puedo llevarme a la boca.
Me dio un leve empujoncito para llevarme contra la pared, se puso de
rodillas, abrió el frasquito, lo removió con el dedo y lo saboreó cerrando los
ojos con la barbilla alzada.
—Mmm, deliciosa —proclamó, separando los párpados para mirarme.
Apreté los puños.
«¡Dios!».
Agarró mi erección con decisión y pasó el piercing por la hendidura de mi
glande sin dejar de contemplarme. Vale, sí, estaba hiperventilando y
controlando mis ganas de agarrarle el pelo y hundirme a lo bestia en ella.
«¡Serénate, Álvaro!».
—Mmm —saboreó la pequeña gota de humedad que segregaba—, le falta
algo dulce para que contraste.
Vació el botecito sobre mi grosor y paseó su lengua con total descaro por
mi rigidez.

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—¡Joder! —Empujé mi cabeza atrás con tanta fuerza que me di un
cabezazo, aunque no protesté.
—¿Te gusta?
«¿Si me gusta? ¡Necesito el comodín de la llamada para responder!».
Bajó de la punta a la raíz, estimulándome con el abalorio que me llevaba
loco. Cuando regresó al glande, se puso a trazar círculos concéntricos en él.
—Me estás matando… —mascullé.
—¿En serio? Pues sí que te mueres rápido…
¿Quién era esa criatura de réplicas ardientes y tentadoras?
«Tu prometida», respondió una vocecilla en mi cabeza. Aunque el título
no me desinfló, al contrario.
—Dime, cariño, ¿qué quieres que te haga? —preguntó juguetona.
Tenía la boca como un zapato y las pelotas cargadas.
—¿Puedo pedir lo que quiera? ¿Cualquier cosa?
—No voy a repetirte la oferta, o pides, o me voy. —Hizo el amago de
levantarse.
—No —la frené tomado por la pasión. Mi cerebro había desconectado y
solo quería placer—. Chúpamela hasta que me corra —proclamé, pasándole
el pulgar por el labio inferior para después hundirlo en su boca cálida.
Ella gimió y sorbió en cuanto di la orden, fuerte, concisa, sin titubeos.
Maca sabía con exactitud lo que tenía que hacer. Apartó mi mano.
—Sí, cariño, voy a hacerte la mejor mamada de tu vida —respondió con
un deje sexy que precedió mi incursión en su boca.
Me dejó que me hundiera en ella, usando una de las manos para rodear la
base de mi tallo e incrementar la fricción.
Iba a ser la mamada más corta de la historia como siguiera chupándomela
así de bien.
Le tenía demasiadas ganas, además de que Maca salivaba bastante, me
daba el punto justo de succión. La tomé por las trenzas, incapaz de estarme
quieto, tenía que sujetar algo y me ponía mucho que fuera su pelo. Me puse a
bombear llevado por el deseo.
«¡Joder, joder, joder!».
Maca me engullía sin oponer resistencia a los embates que cada vez se
volvían más y más violentos, ¡estaba a punto de correrme!
Toc, toc, toc.
—Álvaro, ¿estás bien? Llevas mucho tiempo ahí dentro —preguntó la voz
femenina al otro lado de la puerta. Parpadeé varias veces. ¡Mierda! ¡Había

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tenido un sueño erótico sin estar dormido!—. El guía dice que en cinco
minutos nos vamos y tienes fuera tu degustación completa intacta.
Estaba tan jodidamente empalmado que era imposible que saliera en aquel
estado.
—Guarda el surtido de mermeladas para el hotel, el zumo me lo tomo
cuando salga, que no tengo muy bien la tripa —me excusé, ganándome una
protesta por parte de mi polla, que no se tomó bien mi falta de alivio.
—Vale, no tardes mucho.
En cuanto escuché los pasos alejándose, me bajé los pantalones, los
calzoncillos y miré a la protestona que se alzaba entre mis muslos.
—Cinco contra uno y rapidito, colega, tendrá que bastar —dije,
escupiendo en mi mano para regresar a mi fantasía.
Salí del baño algo más destensado, aunque al ver a la guapa y risueña de
mi prometida, supe que lo que había hecho era poner un parche.
Me bebí el zumo y salimos al exterior para dar un paseo por la
explotación de piñas y que nos contaran curiosidades sobre ellas.
Hice algunas fotos muy buenas. Maca se mostró muy atenta en todo
momento realizando algunas preguntas.
—Entonces, ¿cada planta solo produce una piña?
—Exacto, y la piña no es una fruta, sino una fruta múltiple, ya que se hace
con los ovarios de cientos de flores.
—Vaya, qué curioso. ¿Tú sabías eso, Álvaro? —Asentí.
—Me lo contaron la primera vez que vine a Moorea. Igual que cuando tú
comes la piña, la piña te come a ti —murmuré con una mirada intensa que
recorría su expresión.
—Eso es imposible —masculló.
—No lo es, su prometido está en lo cierto —nos comentó el hombre
encargado de la plantación. Cogió una piña, la cortó frente a nuestras narices
y nos ofreció media rodaja a cada uno—. Pruébela y note esa sensación que se
desatará de inmediato sobre su lengua, ¿la siente?
Menos mal que me había hecho una paja, porque al ver a Maca chupar la
pulpa amarilla, la comezón de mi entrepierna volvió a activarse. Ya dije que
solo había sido un parche.
—Sí, la noto —proclamó.
—Eso es la bromelina, estas encimas comen la proteína de tu lengua,
mejillas y labios. —«Quién fuera bromelina»—. Aunque no se preocupe, su
lengua volverá a reconstituirlo todo rápidamente. Hawái produce el 30 % de

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la producción de piñas mundial, y como curiosidad le diré que a los cerdos les
encantan las piñas.
—A mi prometida le encantan los cerdos —recordé ese dato de su lista—,
y no me refiero a mí. —El hombre se rio—. Quiere uno de mascota.
—Pues yo puedo decirle un sitio donde conseguirlos.
Las mejillas de Maca se sonrojaron un poco.
—No es necesario, de verdad —respondió ella—. Tengo demasiado
trabajo como para ocuparme de un animal, con mi prometido es suficiente.
Los tres volvimos a reír.
Tras el paseo por la plantación, visitamos una de cultivo de vainilla y,
finalmente, fuimos a uno de los miradores más bellos de la isla, la Montaña
Mágica, que ofrecía una magnífica vista panorámica de la bahía de Opunohu
y la costa norte.
Maca se abrazó contra mí de forma espontánea y natural.
—Creo que deberíamos ofrecer esta excursión a todos los huéspedes, es
magnífica. ¿No crees?
Lo que yo creía era que la magnífica era ella y no una hamburguesa de
McDonald’s. Ese pensamiento apestaba a peligro, y lo peor de todo, no me
sentía capaz de frenarlo.
—Hay cosas maravillosas en esta isla —respondí, omitiendo el «entre
ellas tú» que crepitaba como la bromelina encima de mi lengua.
Era hora de regresar. La empresa nos devolvió al hotel y Maca insistió en
ir al despacho a firmar el acuerdo de colaboración ya.
—Álvaro, sé que esto es abusar, pero… ¿te puedes poner con el montaje
audiovisual del producto para que salga en el canal de ofertas de las
televisiones de las villas y en los monitores del mostrador de excursiones?
—A la orden, mi capitana.
—Gracias, te prometo que después te lo compenso.
—Y yo que te recordaré esa promesa.
Maca me premió con una sonrisa que me calentó por dentro e hizo que
moviera mis piernas hacia el ordenador. Ese día comeríamos tarde.

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Capítulo 40

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Ebert, un rato antes.
Ya tenía todo el material que necesitaba, además de a mi nueva ayudante
enfadada y cruzada de brazos a mi lado.
Pese a que era una impostora, y que no me hacía ni puta gracia eso,
reconocía que Noe tenía algo que me hacía reír por dentro, aunque no se lo
demostrara.
Era ingeniosa, cabezota, de lengua rápida y culo de infarto. Además,
parecía tener réplica para todo y no se avergonzaba de su problema de gases.
Quizá sonara raro, pero incluso eso me resultaba gracioso, aunque
lógicamente no me gustaba oler esa sustancia corrosiva que te aniquilaba por
dentro. En una guerra, quizá le garantizara la supervivencia.
Cuando tras el desayuno de rigor con el equipo, al que tuve que acudir
porque Álvaro dijo que tenía que hacer piña y que teníamos tiempo suficiente
como para ir a Papeete y volver veinte veces, fuimos a por mi moto.
Me gustó comprobar que en los ojos de Noe había cierta admiración. Su
expresión era de sorpresa.

—Te veo sorprendida —comenté, ofreciéndole su casco.


—Normal, porque yo te hacía más de Vespino que de
Honda.
—Muy graciosa.

Me monté y esperé a que subiera. Pensaba que se quedaría arrugada atrás,


intentando no tocarme ni con un palo por todos los medios, me equivocaba.
Me envolvió sin reparos y disfrutó de cada curva.
Cuando bajamos en el aeropuerto, lucía una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Madre mía, ha sido demasiado!


—¿Eso ha sido un cumplido? —pregunté sin dejar aflorar
mi sonrisa.
—Sí, pero no para ti, sino para esta maravilla, tú conduces
bastante mal, por cierto.
—¿Quieres llevarla tú a la vuelta, listilla?
—¡Sí! —exclamó entusiasmada.
—¿Es que te has vuelto loca? Jamás te la dejaría, no me fío
de ti ni un pelo. —Ella puso mala cara, y yo me reí por dentro.
Sería gracioso ver a una chica tan menuda tratando de hacerse
con el control de mi máquina.

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En cuanto llegamos a Papeete, cogimos el bus para ir al mercado. La dejé a su
aire indicándole el establecimiento al que tenía que ir y dándole los datos que
le pedirían para que pudiera hacerse con el material que precisara.
Yo fui al establecimiento especializado en trampas, también vendían
herramientas y otras cosas. Recordé que me había quedado sin cinta
americana, cuerda y bridas, necesitaría los tres elementos hasta que me llegara
el pedido, un pequeño precio que teníamos que pagar por vivir en una isla.
Me subí a la escalera para cogerlas.

—¿Con ganas de jugar en el cuarto rojo, Christian Grey?


—preguntó Noe, acariciando una de las cuerdas que colgaban
de mi cesta.
Desde arriba tenía una vista privilegiada de su escote.
Llevaba una camiseta de tirantes de color rojo que dejaba a la
vista bastante piel.
—No tengo idea de quién es ese tío, ni lo que hace en esa
habitación, pero digo yo que si es roja, será porque tiene el
sarampión, así que dudo que tenga ganas de juegos.
Por supuesto que sabía quién era Grey, pero no iba a darle
el gusto.
—Una pena que no conozcas al prota de Cincuenta
Sombras, tienes pinta de que te vayan los azotes. —Se dio
media vuelta y se largó dejándome con una extraña picazón en
la palma de la mano. No tenía ni idea de lo mucho que me
gustaban, sobre todo, si se los daba yo a un culo como el suyo.
¡Maldición!
Noelia me esperaba en la caja. Pagué y me dijo que ya
había hecho el pedido que necesitaba en la tienda que le
señalé, lo recibiríamos en el hotel a la mañana siguiente.

Regresamos a Moorea y, una vez en el resort, le pedí que me acompañara a


depositar las trampas.
Al principio se puso de culo, pero le comenté que si no me ayudaba,
tardaría más en indicarle sus quehaceres, así que terminó claudicando.
Me encontraba agachado al lado de una pared de vainilla cuando vi un
objeto extraño, oculto entre el follaje y que sobresalía del suelo.
—¿Qué cojones…? —Toqué una cosa fría alargada con textura de piedra
y tiré de ella. Me quedé frente a frente con una especie de enano de jardín con
una polla muy larga, que era precisamente lo que yo agarraba. Lo solté de

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inmediato y la escultura, por llamarla de alguna manera, cayó clavando su
gigantesco glande en la tierra fértil—. ¡¿Qué es eso?!

—Quizá sea una regadera —comentó Noe distraída.


—¿Una regadera? Como una regadera estás tú, ¡eso es un enano de jardín
con un pollón enorme!
—No sé, pregúntale a Maui, quizá sea un dios de la isla, el de la
fecundidad. O puede que sea un consolador tradicional tahitiano, tal vez se lo
dejara alguna huésped a la que le gustara darse placer envuelta en vainilla. Lo
mejor sería que lo lleváramos a objetos perdidos —comentó, agarrando la
figurita por la cabeza, no por el prepucio, como hice yo—. Si el enanito
pollón fuera mío, seguro que lo echaría mucho de menos —agitó las cejas.
—Es imposible que sea de una clienta, estamos cerrados, aquí no hay
huéspedes —protesté.
—Bueno, Maca me dijo que este hotel fue una compra, así que quizá lleve
aquí tiempo esperando a ser encontrado.
La explicación no me convencía, y menos cuando vi que en el lugar del
hallazgo había una especie de prenda roja de la que no me había percatado
hasta ahora. Volví a agacharme y tiré de ella, se enganchó en una rama, así
que cuando volví a tirar, salió despedida como un tirachinas y fue atrapada
por la mano que más odiaba de la isla.
Maui, que venía caminando con Laura, agarró la prenda al vuelo y la
extendió entre los dedos revelando que era un puto tanga.
—Um, creo que este no es de tu talla, aunque quizá me confunda y tu
tubería sea más corta de lo que aparenta —se carcajeó mirándome.
—Eso no es mío, estaba escondido detrás de la vainilla junto con eso —
señalé la figura que Noe sostenía. Laura abrió mucho los ojos y Montaña
Cabrona soltó una carcajada.
—Creo que los dioses tratan de mandarte un mensaje. Folla más y gruñe
menos.

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—¿Los dioses, o tú? Porque los dos sabemos que la fama te precede y los
matorrales son tu lugar favorito para satisfacer las necesidades de las
huéspedes. Quizá esto le pertenezca a alguna de tus examantes.
—Yo no necesito ningún consolador de piedra para satisfacerlas, suelen
gustarles más uno de carne. Y si esas bragas fueran de una de mis amantes,
estarían rotas y mojadas, estas no tienen uso y son nuevas, es decir, tuyas. —
Me las lanzó con toda la intención de que cayeran en mi cara, pero Laura
saltó y las atrapó al vuelo.
—Pues si el experto dice que no están usadas, me las quedo, que tengo
que ahorrar. Y a este majete también me lo llevo. Que tengo un hueco en el
que me cabe perfecto. —Maui se puso a reír, y yo los miré mosqueado—.
Hala, al lío, a ver si dais con la rata y nos quedamos todos tranquilos —señaló
a la trampa que estaba por poner en el suelo.
Bufé al verlos alejarse tan panchos. No iba a seguir discutiendo, era una
pérdida de tiempo.
—Dile a tu amiga que se ande con cuidado, quien con niños se acuesta
meado se levanta.
—Menos mal que Laura y Maui hace mucho tiempo que dejaron el orinal.
—¡Cómo no, Noe se ponía de su parte, pues genial!—. Estoy con Lau en que
deberías centrarte en poner las trampas, a ver si así puedo ponerme a lo mío
de una vez.
Cogí el señuelo de mala leche y eso hizo que no viera bien dónde ponía el
dedo. El resorte se cerró de golpe y me lo pille.
—¡Me cago en la puta! —bramé, Noe vino de inmediato y, con todo el
cuidado del mundo, separó el hierro de mi mano.
—¡Estate quieto, que si no, no puedo hacerlo bien! —Lo hice, me quedé
quieto viendo cómo soplaba sobre mi carne enrojecida—. ¿Te duele mucho?
—preguntó con auténtica preocupación.
Eso no era dolor, grité más por el susto y la mala hostia que por el daño
sufrido. La falange me palpitaba, pero también lo hacía otra parte de mi
anatomía al ver su boca poniendo morritos tan cerca del dedo.
—Sobreviviré —gruñí, apartando la mano.
—Deja que la coloque yo, anda.
Tomó el objeto y se acuclilló ofreciéndome una panorámica perfecta de su
trasero.
«¡De puta madre!», tenía unas pulsiones muy bestias en mi entrepierna.
Era bajita, pero muy bien proporcionada, lo que mi cerebro identificaba como
«manejable». No tendría que estar pensando esas cosas de Noelia.

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—¿Te parece bien aquí? —preguntó, empujando la trampa. Mis ojos no
podían apartarse de la tira de encaje blanco que se asomaba porque el
pantalón corto se había bajado un poco y la camiseta se arremolinó mostrando
una buena porción de piel.
—Perfecto —musité sin apartar la mirada de su trasero.
—Eh, que la trampa la he puesto ahí —anotó, señalando un metro más
allá.
—A eso me refería.
—Ya… —murmuró, poniéndose en pie para sacudirse las manos y las
rodillas—. ¿Quieres que vaya a por hielo?
—Enseguida se me pasa —comenté, agitando la mano.
—No, si lo decía por tu Salchicha Peleona, parece que el enano sí que
tenía poderes fálicos.
Miré hacia abajo agobiado, pero no había nada, no estaba empalmado, o
no lo suficiente como para que se notara. Oí una risita procedente de Noe que
me hizo ser incapaz de ocultar la mía.
—¿Te estás riendo? No, no, no, espera, tiene que tratarse de un espejismo.
—Sus palabras hicieron que mi sonrisa se profundizara—. Alabados sean los
dioses, ¡esto es un puñetero milagro, el señor Weber se ríe!
—No te entusiasmes tanto. Vale, ha tenido su gracia, lo reconozco.
Ella resopló.
—¿Y no te gustaría enterrar el hacha de guerra? Mira, tío, yo no tengo
nada contra ti, pero sí que parece que tú lo tengas en contra de mí, de verdad
que no me importa discutir, pero te garantizo que trabajo mejor cuando estoy
bien con la gente que me rodea en lugar de pensar que puedes clavarme el
destornillador en cualquier momento.
«El destornillador no es lo que te clavaría en este momento».
—Lo tendré en cuenta —carraspeé—. Sigamos.
No iba a claudicar por guapa e ingeniosa que fuera.
La experiencia me demostró con el tiempo que los mentirosos caían por
su propio peso, así que la hostia de Laura y Noelia sería épica.

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Capítulo 41

Maui

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En cuanto nos alejamos, Lau estalló en carcajadas, y a mí me entró la risa
al ver que las lágrimas caían de sus ojos. Ninguno de los dos podíamos parar
de reír.
—¿Puedo saber de qué nos estamos riendo? —Ella alzó la figurita del
enano con el falo enorme—. Te juro que no es mía, ni las bragas tampoco.
Ella negó muerta de la risa.
—Son míos.
—¿Los dos? —pregunté sorprendido, y Laura asintió.
—Aunque tengo que decir que el tanga sí está usado, una vez, en
Nochevieja, porque en España es tradición ponerse algo rojo y compraron uno
igual para cada una.
—¿Y qué hacía ese muñeco de piedra con tu ropa interior detrás de la
vainilla?
Laura se aclaró la garganta.
—Ya te he comentado mi pasión por los falos protectores y la cultura que
envuelve mi ciudad —asentí—. Bien, pues este es Príapo; Príapo, Maui.
—No pienso estrecharle el rabo.
—Jamás te lo pediría. Príapo es una antigua divinidad grecorromana que
se representa como un pequeño hombre barbudo, con un pene
desproporcionadamente grande.
—Salta a la vista, o puede que te salte un ojo.
—Está ligado al mundo rural, es el símbolo del instinto sexual, de la
fecundidad masculina, y el protector de las huertas y jardines, por eso en los
pueblos se emplea como fórmula mágica para neutralizar el mal de ojo, sirve
para contrarrestar la envidia de las personas y para potenciar la sexualidad.
—¿Y le has puesto tu tanga porque quieres potenciar tu sexualidad entre
los matorrales? —comenté jocoso.
—No, mi sexualidad está muy bien fuera de ellos. Si lo puse ahí fue
porque quiero que proteja a las plantas de Noe, que la ayude a cuidarlas bien.
Ella tiene muy buena mano, pero…
—Si Príapo puede ayudarla con su nabo mágico, mejor que mejor.
—Exacto, además, Weber parece tenerla tomada con ella, Noe necesita un
poquito de protección extra.
—Weber la tiene tomada con todo aquel que se sale de su cuadriculado
mundo. No es personal.
—Pues a ti te tiene mucha ojeriza —me encogí de hombros.
—Puede que porque el tiempo que duró la reforma yo seguía viviendo
aquí. El señor Alemany nos ofreció a la mayoría de los trabajadores la

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posibilidad de quedarnos y reenganchar, yo acepté y seguí utilizando mis
lugares sexuales mientras tanto. No me malinterpretes, no es que me guste
follar entre los matojos, es que tengo un hijo y la cabaña es de un solo
ambiente. Tenemos mucha complicidad, pero no tanta como para ponerme a
follar delante de él.
—Comprendo, ¿y qué tal una habitación de hotel?
—Si tuviera que pagar por cada polvo, me arruinaría, prefiero hacerlo al
natural.
—¿Y Weber te pilló en…?
—Digamos que en muchas partes, y me dijo que me fuera olvidando de
que este lugar fuera mi picadero. A ver, por una parte lo entiendo, pero
cuando follo con clientas, somos muy discretos, nunca he recibido una sola
queja.
—¿Ni de los maridos? —preguntó, alzando las cejas.
—No follo con casadas, prefiero evitar los problemas innecesarios, el
mundo está lleno de mujeres preciosas, no necesito fijarme en las que ya están
pilladas. ¿Ha llegado mi turno de preguntas?
—Claro, dispara.
—¿Por qué Príapo llevaba tu tanga?
—Eso, maravilloso semidiós travieso, es como preguntarle a un chef el
ingrediente secreto de su receta, o a un mago el truco para hacer que alguien
desaparezca, jamás se revela —musitó misteriosa—. Solo espero que al señor
«estoy hasta los weber» no le dé por ir a la caza de todos los símbolos de
protección que he repartido por el complejo en su cacería de la rata mutante.
—¿Hay más Príapos por ahí? —reí divertido.
—Hay un poco de todo, me traje una maleta con mis objetos de
protección. Le prometí a Maca que me aseguraría de que el negocio iría bien,
ya me entiendes.
Asentí, yo también tenía mis figuras de culto, mis creencias y mis rituales,
en eso nos parecíamos, me gustaba que cuidara de sus raíces, eso estaba bien,
no olvidar quien eres o de dónde vienes.
Laura era una de esas personas con las que era fácil congeniar, se
mostraba interesada, era respetuosa y no le costaba nada retener información.
Hacía preguntas de lo más inteligentes, y se notaba que era una mujer
formada con hambre de conocimiento, además de muy atractiva.
Si no hubiese estado en mi equipo y fuera una mujer que viniera de
vacaciones, se habría convertido en un objetivo para mí.

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Me gustaba su humor gamberro, además, durante el desayuno, no le costó
nada hacerse con el equipo, les regaló a todos uno de sus colgantes y no se
cortó a la hora de explicar su simbología cuando le preguntaron.
Sí que es cierto que hubo algunas risas y mejillas encendidas, pero nada
más. Todos éramos adultos, nadie se escandalizó, al contrario, les pareció un
detalle divertido que agradecieron sin más. Laura me dijo que tenía uno muy
especial para mí que no se ponía en el cuello, sino en el exterior de la cabaña,
de hecho, nos dirigíamos hacia allí para que me lo diera.
Pasé la mañana recordando las funciones a cada miembro del equipo,
repartiendo las tareas y organizando los paneles de actividades. Por la tarde
habría ensayo de los espectáculos, por lo que no tenía mucho tiempo para
descansar.
Comí con Laura, aproveché para seguir contándole cosas sobre el entorno,
sobre todo, curiosidades que pudiera utilizar en sus tours con maná, como los
había apodado.
—¿Siempre has vivido en Moorea? —me preguntó distraída.
—Sí, nací y crecí aquí, nadie de mi familia ha salido fuera de la Polinesia,
quizá por eso mi hijo tenga esa necesidad acuciante de visitar otros lugares,
por mucho que yo haya intentado transmitirle el amor por nuestra tierra y
nuestros ancestros.
—¿Me estás diciendo que nunca has viajado?
—Me he movido a las otras islas cercanas, pero no, nunca he tenido la
necesidad de cruzar el océano.
—Vaya, y, ¿por qué no? —quiso saber. Me encogí de hombros.
—Aquí tengo todo lo que quiero, no necesito más.
—¿En serio? —Asentí—. Guau.
—La gente no suele comprender mi punto de vista, no te preocupes, ni
siquiera mi hijo lo hace. —Cogí una flor de tiaré y la llevé a mi nariz
absorbiendo su aroma con profundidad—. Intentaré explicártelo, aunque si no
me comprendes, lo entenderé. No soy un hombre ambicioso, no soy
materialista, mi hijo dice que vivo como un quinceañero y no acorde a mi
edad, pero yo no lo veo así. Me basta con tener un techo sobre mi cabeza, un
plato de comida y tiempo. ¿Sabes cuántas personas querrían tener tiempo y no
lo tienen porque se pasan la vida persiguiendo un futuro lleno de cosas
materiales? Y, ¿para qué?
»Yo no aspiro a tener un coche más grande, ni siquiera tengo uno, no
necesito una casa con piscina más grande que la de mi vecino, ni ropa de
marca, prefiero desvestir mujeres y ofrecerles la mía —agité las cejas, y ella

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se rio—. ¿Para qué quiero treinta pares de zapatos si solo tengo dos pies? ¿O
un armario lleno de prendas que nunca me pondré?
»No quiero dos trabajos para malvivir, ahogarme en una hipoteca y sufrir
a diario por no poder dedicarle a mi hijo la atención suficiente.
Cogí la flor y se la mostré a Laura.
—Mírala, es perfecta, y este árbol, y esa playa en la que nado al
amanecer. No necesito una vida llena de objetos, pero sin maná; me basta y
me sobra con esto —señalé a mi alrededor—, con disfrutar, con gozar, con
sentir cada instante y poder tener tiempo para la gente que me importa.
Coloqué la pequeña flor en su pelo y Laura me sonrió.
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Que te entiendo, yo tampoco es que sea una mujer adulta al uso,
mírame.
—Llevo rato haciéndolo. —Ella me sonrió. Me gustaba ese coqueteo que
nos traíamos y que no llegaría a nada más que eso.
—Tengo treinta y cinco años, comparto piso con dos mujeres más, me
paso el día hablando y coleccionando falos, en lugar de querer una familia
convencional. Mi sueldo en Mérida era bastante mierda y, sin embargo, allí
estaba feliz como una perdiz. Si acepté venir aquí, aunque a mis amigas les
dijera que era por el dinero, no era verdad. Lo cierto es que no estaba
preparada para perderlas, ellas son mi familia, y si su futuro está en esta isla,
quizá el mío también lo esté.
—¿Es lo que quieres? ¿No desligarte de ellas?
Se encogió de hombros.
—A ver, sé que ellas encontrarán una pareja con la que hacer su vida y,
bueno, quién sabe, quizá yo también encuentre a alguien en esta isla —
suspiró—. No pido mucho, una vida tranquila, un trabajo que me apasione, a
alguien que me haga reír y que haga que mis ojos marrones se pongan blancos
cuando me coma el coño. ¿Crees que lo conseguiré?
Solté otra carcajada ante su respuesta y besé el dorso de su mano.
—Estoy seguro —murmuré, después la hice girar y fue ella quien se
carcajeó.
Tuve ganas de besar a esa mujer franca y llena de vida. Me contuve
porque no quería complicar las cosas ni faltar a mis principios.
Habíamos llegado a las cabañas.
—Voy a por tu regalo.

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—¿Te importa si te espero dentro? —cabeceé hacia la mía—. Tengo que
ir a por unas cosas.
—Sin problema, golpearé la puerta tres veces y diré nuestra contraseña
para que sepas que soy yo.
—¿Tenemos contraseña?
—No, pero puedes ir pensando una. —Me dio un beso en la mejilla y se
marchó dando unos saltitos.

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Capítulo 42

Lau

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Entré en la cabaña con una sonrisa estúpida en la boca y la flor que Maui
me puso tras la oreja perfumándome el pelo.
Éramos prácticamente dos desconocidos, pero la complicidad que había
entre nosotros podía palparse sin esfuerzo.
Igual que me pasó con las chicas cuando entraron en mi vida, que me
parecía increíble el hecho de que no estuvieran ahí desde mucho antes.
Maui era el tipo de persona con el que me apetecía coleccionar instantes,
salir de fiesta con él, incluirlo en cada uno de mis planes.
No era un superior al uso, te trataba de tú a tú, como una persona. Era
descarado, cachondo y un gran pozo de sabiduría, por no hablar de que estaba
cómo quería, y sí, me ponía muy cachonda, física y mentalmente, y cuando
habló de su manera de ver la vida…
Dios, ¡me dieron ganas de apretarlo como a un gran oso de peluche y
follarlo al mismo tiempo! ¿Tenía sentido? Bueno, si no lo tenía, para mí sí.
El regalo que quería darle a Maui estaba metido en la maleta, al lado del
sofá cama que todavía estaba deshecho porque esa mañana no me dio tiempo
a ponerlo bien. Tampoco es que hubiera dormido en ella, pero sí me tumbé un
poco mientras aguardaba que Noe terminara de ducharse tras la incesante
búsqueda de José Luis. Quien, por cierto, debía haber encontrado algún
rincón para dormir porque no había salido a saludarme. Noe me dijo antes de
ir a desayunar que lo había encontrado dando saltos en el ventanal al lado del
restaurante, menos mal que nadie lo vio salvo ella.
—Toc, toc —dijo una voz ronca. Me giré de inmediato, un tanto asustada,
porque esa no era la voz de Maui, la conocía demasiado bien. Me llevé las
manos al pecho y abrí mucho los ojos—. Perdona mi impuntualidad.
—¿Impuntualidad? —Era Hori, el hijo de mi jefe. No entendía nada.
¿Anoche habíamos quedado y no lo recordaba? ¿Y cómo había entrado a la
cabaña?
—Por llegar tan tarde a tu vida… —respondió con coquetería. Hice rodar
los ojos.
—Si hubieras llegado antes, habría tenido que cambiarte los pañales.
—Eso hubiera sido de lo más interesante… E inapropiado.
No pude hacer más que reír.
Hori, o DJ George, había heredado el desparpajo de su padre, además de
su sonrisa canalla. Apoyó su mano en el vano de la puerta y a mí me dio
miedo que José Luis saliera de su escondite, así que le dije que pasara y
cerrara. Él lo hizo de buena gana y se quedó apoyado en ella.

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Vestía una camiseta de tirantes que dejaba ver un cuerpo delgado y
fibroso. Los ojos azules resaltaban tanto que era imposible no fijarse en ellos.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? —pregunté.
—No he forzado la cerradura, si es lo que estás pensando. No has cerrado
del todo, he ido a llamar y se ha vencido hacia dentro, no quería importunar,
solo ver cómo estabas después del Resacón en Las Vegas.
El espacio era pequeño, así que estábamos a tres pasos de distancia. Mis
rodillas acariciaban el lateral del sofá cama revuelto, a él no parecía
importarle el estado de las sábanas.
—Casi nunca tengo resaca, así que estoy bien, gracias.
—Estás más que bien —replicó con una mirada algo más que evaluativa
—. Pensaba que te vería en la reunión de personal, pero no fue así, casi me
disloco una vértebra buscándote, encima me sentaron en primera fila, al lado
de la dueña. Tenía la esperanza de que formaras parte del equipo de
Restauración y me tocaras de compañera.
—Fui camarera un tiempo, durante la carrera, como la gran mayoría, pero
ahora dejo lo de poner bebidas a los auténticos profesionales como tú.
—Yo no soy un profesional, pero no se me da mal, hice un cursillo online
de coctelería y soy bueno en lo de hacer algunas piruetas con los vasos, dicen
que tengo bastante destreza con las manos y con los dedos —comentó
sugerente—, aunque lo mío son la música y los orgasmos.
Me reí con fuerza.
—Lo de la música pude comprobarlo anoche.
—Y lo otro puedes comprobarlo cuando gustes. —Negué con la cabeza
—. Placer aparte, venía a invitarte, hoy pincho y he pensado que quizá
querrías salir un rato.
—No sé, mañana trabajo y apenas he dormido.
—Dormir está sobrevalorado y no acabaremos tan tarde como anoche, a
no ser que tú quieras. —Ahí estaba de nuevo ese deje bribón—. Hoy voy al
Manava Beach.
—¿La competencia?
—Su DJ se ha puesto enfermo y me han pedido el favor, aquí en la isla
solemos hacer estas cosas. Si vienes conmigo, podrías echar un vistazo a los
servicios, puedes venir con tus amigas, les diré que formáis parte del nuevo
espectáculo de bailarinas, anoche no se os daba nada mal, y tendréis bebida
gratis —agitó las cejas.
—¿Puedo decírtelo luego?
—Sí, claro, ¿me das tu número para que nos mensajeemos?

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—Pero si vives enfrente.
—Prefiero que podamos hablarnos cuando nos apetezca, además, somos
compañeros de trabajo, podrías necesitar algún favor, y yo estaría encantado
de hacértelo —murmuró, repasándome de arriba abajo. Su mirada hizo que la
piel me hormigueara, a nadie le amarga un dulce y mucho menos que un
Bollycao te contemple como si fueras su merienda.
—Si ni siquiera tienes dónde apuntar… —Era cierto, no llevaba nada en
las manos.
Miró en un mueblecito que hacía de recibidor y agarró un boli que estaba
en una bandeja.
—Aunque sea la cabaña de los curritos, siempre dejan unos cuantos de
bienvenida. —Se acercó a mí y, ni corto ni perezoso, se quitó la camiseta. Me
sorprendió ver varios tatuajes sobre su pecho bien definido—. Elije hueco y
apunta.
—¿Quieres que te lo escriba encima?
—Quiero muchas cosas tuyas «encima» —remarcó—, y no me parece un
mal lugar para llevarlo.
El flirteo me hacía gracia, era un chico de lo más ocurrente, me recordaba
tanto a mi Aquaman.
—¿Y si mejor te hago yo una perdida?
—¿Quieres quitarte la camiseta y que sea yo quien te lo apunte? Se me
ocurren un par de sitios en los que estaría encantado de dejar un reguero de
tinta.
—Tú vas muy rápido, ¿no?
—Cuando algo me gusta, voy a por ello, y tú me gustas mucho.
—¡Si apenas me conoces! —me reí.
—Tenemos toda la vida para hacerlo. —Otro paso y casi lo tenía pegado
al cuerpo. Alzó la mano y acarició la flor que quedaba suspendida en mi oreja
—. Eres preciosa, Rita.
—Y tú un descarado —agarré la mano, le di la vuelta y apunté mi número
en la palma antes de que la cosa se desmadrara.
—Lo guardaré como un tesoro.
—Como me bombardees, te bloqueo, y tampoco me mandes la foto de tu
nabo.
Él dejó ir una carcajada.
—Ese prefiero que lo veas al natural, gana muchos puntos. Me marcho,
tengo que ir a fichar, que si no, mi padre se preocupa, se quedó estancado en
mis cinco años.

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—Para los padres siempre es así.
Antes de irse, me miró con intensidad y presionó sus labios cerca de mi
oreja.
—Tae roa mai i teie pô, e mea nehenehe mau[4].
El polinésico tenía su punto, si no estuviera tan obsesionada con su padre,
quizá habría arrastrado al hijo hasta la cama, y eso que no tenía ni zorra de lo
que me había dicho.
—Igualmente —respondí por si acaso, quedándome tan ancha, no debía
ser un insulto, porque Hori me sonrió, colocó la camiseta sobre su hombro,
me quitó la flor y se la puso en su oreja derecha.
—Te la devuelvo esta noche y te demuestro lo precioso que puedo llegar a
ser.
Me lanzó un beso y se marchó por donde había ido sin ajustar del todo la
puerta.
Volví a sonreír, así que era eso, me había llamado preciosa, menudo
morro que tenía el tío.
Cuando quise dar un paso para cerrar, José Luis salió como una bala de
debajo de la cama y se enredó en mis pies.
—¡José Luis! —exclamé, notando mi pérdida de contacto con el suelo
para caer lateralmente sobre el colchón. Menos mal que caí hacia atrás en
lugar de hacia delante.
Me arrepentí de inmediato de mi pensamiento porque el somier se plegó
sin previo aviso y me vi emparedada como un jodido sándwich. Esa cosa me
había engullido como una planta atrapamoscas haría con un mosquito. Solo
mis pies habían quedado fuera del bocadillo.
—¡Socorro! ¡Soc-orro! ¡José Lsss! —farfullé ahogada por el colchón.
Escuché como sus uñas rasguñaban el suelo en lo que interpreté una huida en
toda regla, dudaba que José Luis fuera a por ayuda, más bien había estado
preparando su fuga. ¡Maldito perro!
Intenté empujar para liberarme, pero esa cosa no se movió. No me lo
podía creer, iba a morir constreñida por un maldito mueble y sin haber catado
falo morreano.
¡Puñetero José Luis de los Garbanzos! Seguro que era su particular
venganza por comerme sus galletas.
El aire empezaba a faltarme, empujé con todas mis fuerzas el armazón,
pero, dada mi posición, era imposible deshacerme de él.
Debería haber visto más programas de supervivencia en lugar de series de
fantasmas, que no me servían para traspasar objetos a no ser que muriera, e

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iba de camino a ello.
Grité lo que pude, corcoveé ahí dentro, hasta que escuché la voz de mi
salvador preguntando por mí.
—¿Laura? —Necesitaba llamar su atención, así que moví los piececillos
esperando que mi escaso treinta y seis sirviera de algo.
—¡Afguí!
Escuché un improperio y, acto seguido, llegó la liberación, así debía
sentirse una momia en cuanto le abrían el sarcófago.
Me vi alzada entre sus fuertes brazos, Maui me miraba espantado.
—Joder, qué susto me has dado, menos mal que me dijiste que venías a
mi cabaña, y al no llamar, he decidido venir yo por si te pasaba algo.
—Me falta el aire —dije con dificultad—, me falta el…
No terminé la repetición porque su boca se superpuso a la mía e insufló el
oxígeno de sus pulmones.
Enredé las manos en su cuello en cuanto noté el contacto y mi lengua
decidió por cuenta propia que necesitaba más saliva que otra cosa.
Lo besé, por supuesto que lo hice; cuando la vida te pone un faro y tú
estás perdida en mitad del océano, es para que lo sigas.
Le comí la boca y por poco le sorbí toda la vida, pero es que le tenía
muchas ganas y estaba muy a tiro, además, era mi salvador, eso siempre pasa
en las películas.
Había pasado de morirme del ahogo a morirme del gusto.
Besaba rematadamente bien, sin prisas, de un modo lento, caliente,
torturador y con un punto salvaje que me llevó a enredar los dedos en su pelo
y olvidarme del perro.
¡Sí! Del perro. Estaba tan ensimismada en su manera de lamer y
mordisquearme los labios, en cómo nuestros sonidos de placer aunaban tan
bien, que José Luis pasó a un segundo plano. Por eso, cuando Noe entró
poniendo el grito en el cielo, yo no era capaz de saber ni dónde estaba.
Maui apartó la boca de la mía medio espantado. Me bajó de un modo
abrupto y se pasó las manos por el pelo.
—Yo, em… —carraspeó.
—¡La puerta estaba abierta! —gritó Noe, obviando un «¡¿Dónde coño
está José Luis?!» y pasando del culo de Aquaman.
La cabeza me daba vueltas y era incapaz de pensar de una forma
coherente, porque ese intercambio de saliva seguía fundiendo cada célula de
mi cuerpo.
—¡El sofá me comió! —conseguí decir a modo de excusa.

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—Quien te comía era tu jefe, esto se llama acoso laboral —masculló
Weber detrás de Noe. ¿Qué hacía ahí?
—A ti nadie te ha preguntado nada y, para tu información, le estaba
haciendo el boca a boca, esa cosa casi la asfixia y es por tu culpa, ¡ya te dije
que esos sofás cama son una puta trampa mortal! —comentó Maui cabreado.
—Pues yo diría que lo que le hacías era un lengua a lengua, se veía el
morreo a distancia.
—Será tu mente sucia y la represión que llevas por no pillar los que hacen
que veas cosas donde no las hay. Laura es una trabajadora, y entre ella y yo ni
hay ni habrá nada, solo le ofrecí mi ayuda.
—Tus maneras de ayudar ya me las conozco —espetó Ebert mientras Noe
miraba a un lado y a otro y yo negaba con los labios apretados.
No hacía falta que le dijera más, José Luis se había vuelto a escapar.
Me sentía mal. Primero porque fue culpa mía el no poder llegar a la puerta
antes de que el perro saliera corriendo, y segundo porque me dolió que Maui
despreciara nuestro contacto bucal.
Vale que fui yo quien metió lengua, pero él no me rechazó y siguió
besándome hasta dejarme sin aliento.
—Paso de tus mierdas. Me voy —gruñó mi jefe sin volver la vista atrás.
—Lo-lo siento, esa cosa me engulló; tropecé, me caí y casi me muero ahí
dentro, si no llega a escucharme Maui… —sorbí por la nariz. No es que fuera
muy llorona, lo que ocurría era que a veces la situación me superaba y me
venía abajo.
Noelia me envolvió en su abrazo y susurró en mi oído un «tranquila, lo
encontraremos».
Yo lloriqueé contra su hombro y ella acarició mi espalda.
—Voy a por las herramientas y le echaré un ojo al sofá —se ofreció Ebert.
En cuanto salió por la puerta, le conté a mi amiga lo que había pasado con
el perro. Que se había escondido y aprovechado la menor oportunidad para
salir corriendo.
Noe metió los cocos que teníamos en el baño, y usábamos para el pienso y
el agua del perro, en el armarito. No era plan de que Salchicha Peleona los
viera y le diese por preguntar.
Regresó a los pocos segundos.
—¿Te sabe mal si te dejamos aquí solo? —le preguntó Noelia—. Laura
necesita tomar el aire y tenemos que comentarle una cosa a Maca, que ya
habrá llegado.
—Estáis en vuestro descanso, podéis hacer lo que queráis.

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—¿Y podrías mirar la puerta ya que estás? —pregunté—. Parece que le
cuesta cerrar.
—Le daré un repaso —comentó, apartando el colchón para echar mano al
armazón—. ¿Qué es eso?
Ebert alargó la mano y sacó una pelota de goma mordisqueada de debajo
de la cama. Noelia y yo nos miramos y ella fue corriendo a por el juguete de
José Luis.
—Es mía.
—Está mordida —anotó.
—Es mi pelota antibruxismo, por eso tiene la marca de mis dientes.
—¿Duermes con una pelota en la boca en lugar de una férula de descarga?
—preguntó extrañado.
—No es para dormir —lo corregí, pensando rápido—, la usa para cuando
se masturba, le da por hacer rechinar los dientes cada vez que llega al
orgasmo, su mandíbula es una auténtica guillotina, solo te diré que a su ex no
necesitaron operarlo de fimosis. —Di una dentellada al aire y Ebert me miró
medio espantado. Así se le quitarían las ganas de hacer preguntas.
—Volvemos en un rato —dijo Noe, guardando la pelota en un cajón para
arrastrarme al exterior. Una vez fuera, por poco se me come a mí.
—¿No se te podía ocurrir otra cosa?
—Tuve que improvisar.
—Pues a ver si se te ocurre algo mejor que esa excusa de mierda para
encontrar a José Luis.
Yo también lo esperaba.

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Capítulo 43

José Luis (leer con acento británico)

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—No estoy pa que me mortifiques, mastiques, tragues, tragues, mastiques,
m-m-m-m-m-m-m-m-m-m… Un lobo como yo no está pa’ tipas como tú-ú-ú-
ú-ú… —canturreaba igual que el perro blanco de TikTok que tanta gracia les
hacía a las flute dog[5] de mis criadas. Crucé mis patitas dando saltitos y
moviendo las caderas mientras huía de esa choza con aroma a servidumbre en
la que me habían recluido.
Yo, José Luis III, primo lejano de Muick Windsor, el corgi que le regaló
el príncipe Andrés a la difunta reina Isabel, por fin era free[6] de nuevo.
La sangre azul fluía por mis venas, no estaba hecho para habitar en sitios
oscuros y carentes de espacio vital. Aunque nací en el exilio, fruto de una
relación extraconyugal que mantuvo mi padre con una dama exótica, una
princesa china crestada que estaba de vacaciones en el Peñón.
Me detuve frente a un lateral de la zona de spa para mascotas y contemplé
mi distinguido perfil en el espejo.
Tenía la melena blanca con el punto de suavidad perfecto que le dio la
Zanahorias, una de las sirvientas con las que convivía y que no dejaba de
comer cosas de conejos. Alcé las cejas y ensayé mi mirada de conquistador,
no me extrañaba que, esa mañana, esa preciosidad enjoyada no hubiera dejado
de contemplar mi sonrisa profunda, de dientes afilados, a través del ventanal.
Cuando las damas veían mis colmillos sobresaliendo de mi carnoso labio se
quedaban sin aliento imaginando mis mordisquitos de love.
Siempre tuve éxito, ellas solían hacerse las interesantes alzando sus
hocicos húmedos, sin embargo, yo solía pasar, no era un fucker perreator[7].
Pero esa mañana había dado con una dama digna de mis atenciones.
Su pelo blanco y lacio flotaba alrededor de su precioso rostro. Llevaba el
flequillo sujeto por un par de pinzas, dejando a la vista unos ojos redondos y
muy negros.
Un collar repleto de brillantes hablaba de su procedencia de alta cuna, y
supe que estaba frente a la dog of my life[8]. Quería impresionarla, así que me
decidí por hacer el baile de la conquista, cual ave del paraíso, en versión
perruna.
Estaba entregado a la danza cuando a la Zanahorias le dio por salir por la
retaguardia, abalanzarse sobre mí y devolverme a ese refugio para
descastados.
¡De nuevo preso y rodeado de marrón! Cuando escuché a mis criadas
decir que nos mudábamos al paradise, no imaginé que, en lugar de dormir en
primera como cualquiera de mi clase, me drogaran para encajarme con las

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maletas y algunos perros plebeyos incapaces de reconocer a alguien of my
class[9].
No iba a tolerar que me recluyeran en aquella prisión de madera, así que a
la primera oportunidad escapé y pude saborear las mieles de la freedom[10].
Tenía que dar con mi futura mujer sin que los humanos me atraparan.
Cuando murió mi anterior sirvienta, expoliaron nuestra fortuna, uno de
sus hijos me llevó a un lugar pestilente llamado protectora de animales,
aunque aquel lugar no protegía a nadie. Vi morir a muchos pobretones frente
a mis ojos, nadie sabía que yo era un auténtico lord, y por mucho que les
hablara a esos estúpidos que caminaban sobre dos patas, ninguno parecía
entenderme.
Cuando colgaron el cartel en mi jaula, supe que sería mi última noche,
estaba asustado, no quería estirar la pata, era muy joven, solo tenía once años
y en mi familia todos vivían hasta los veinte.
Recé a san Balto, a santa Lassie y a santa Laika, quien fue la primera de
nuestra especie en llegar a la luna, y yo solo quería llegar a la calle.
Mis orations[11] fueron escuchadas, aunque poco comprendidas, porque
sí, me rescataron, pero no una familia pudiente como yo, sino tres nuevas
sirvientas que compartían un pequeño piso y no dejaban de llamarme
Garbanzo, por mucho que yo les ladrara un «don’t call me Garbanzo, call me
José Luis[12]», hasta que después de mucho esforzarme logré que un día me
entendieran y pude recuperar mi identidad.
¿Qué tipo de humanas trastornadas le ponían a un celebrity dog nombre
de legumbre?
Aunque tenía que reconocer que tenían buen gusto para las cookies y me
rascaban muy bien detrás de las orejas.
(No te olvides de seguir leyendo con acento británico).
Me las quité de la cabeza cuando capturé aquel aroma delicado y
empezaron a picarme las pelotas.
Tuve que sentarme entre las flores para pasarme la lengua. Ayyy, que
gustito que daba, sobre todo, cuando la pasaba por mi sausage[13].
El aroma persistía y no procedía de las plantas en las que me resguardaba,
era algo más sutil. Entonces la vi, mi corazón se aceleró, mi cuerpo se puso en
guardia y el aire me faltaba.
Era ella, milady, en brazos de su criada, que le decía que iban a ponerla
muy guapa.
—Ya verás cómo te encanta, Linda, te he pedido esa envoltura de coco
que tanto te gusta y que tan suave te dejó el pelo el otro día, además de un

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baño de espuma de vainilla, saldrás del spa totalmente desestresada.
¿El fucking love of my life[14] envuelta en espuma? Eso no me lo perdía.
En cuanto la criada abrió la puerta, aproveché el espacio que quedaba y la
lentitud de la misma para colarme dentro.
Me oculté detrás de un sillón y noté cómo los nervios de mi tripa daban
paso a uno de esos aires de la Gran Bretaña que escapaban sin control de mi
esfínter cuando la situación me estresaba.
La mujer que atendía a la criada de Linda frunció el ceño y se puso a
olisquear el ambiente a los pocos segundos, la señora mayor que sujetaba a mi
futura mujer soltó un quejido y alzó a mi amor perrónico.
—Lindy, ¿se te ha escapado un pedete?
—¡No! —exclamó Linda con un wof, horrorizado, que tenía ligero acento
francés. Con lo que a mí me ponían las francesas.
—Disculpa, no se le suelen escapar, pero cuando pasa… —La criada y la
mujer rieron.
—Oh, là, là! ¡Que no he sido yo! —musitó Linda, aunque ellas solo
oyeron un quejidito aullado.
Tenía la voz más dulce que hubiera oído nunca, nuestros cachorros serían
preciosos, sería una buena madre, atenta y maternal.
—Que el baño incluya una buena dosis de aceites esenciales —rio la
criada cómplice.
—No se preocupe, señora Alemany, nos encargaremos de que Linda
reciba el mejor de los tratamientos.
Humedecí mis labios y sonreí para mis adentros.
«Yo, José Luis III, el Conquistador, me ocuparé de enamorar al bombón
blanco. Prepárate para sucumbir a mis encantos, Linda, tengo el modo sex
bomb activado».

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Capítulo 44

Maca
No había esperado pasar una mañana tan divertida con Álvaro.

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La bebida de Ebert le sentó genial a mi resaca, el discurso que dieron
tanto el señor Alemany como su hijo fueron un chute de autoestima y, para
rematar, la excursión fue tan genial.
Me reí muchísimo, me encantó que Álvaro me llevara y después ser yo
quien se tomó la revancha empapándonos por completo.
La degustación de zumos y mermeladas fue un placer para los sentidos, y
caminar entre las plantaciones de piña y vainilla muy estimulante.
Además, no sabía cómo calificar la complicidad que había entre nosotros,
a veces, se me olvidaba que tenía un plan que seguir para enviar a Álvaro
lejos y cuanto antes. Me gustaba estar con él, en nuestras conversaciones
siempre saltaban chispas, pero de las bonitas, no como Ebert y Noe, que era
igual que meter un cable pelado en un barreño con agua.
Tuve muchísimas ganas de besarlo otra vez, aunque me contuve y disfruté
paseando mis manos por su torso en el viaje de ida, y de su erección en mi
trasero en el viaje de vuelta.
Que nos acostáramos no estaba dentro de mis planes, no porque no lo
deseara, sino porque me daba un poco de miedo que fuera tan bueno en la
cama como aparentaba. ¿Y si me pillaba? Eso sería fatal para mi pobre
corazón.
Tenía que dejar los sentimientos al margen, tentarlo, volverlo loco, y
transformarme en un ser odioso del que querer huir.
Pedí que nos trajeran la comida al despacho, no era justo que Álvaro se
quedara al cargo de la edición del vídeo y las fotos que le pedí, y yo me
marchara.
Estábamos sucios, sudados y, gracias al aire acondicionado, mucho menos
acalorados. Ni siquiera paramos en la villa con las prisas de firmar el contrato.
Aunque tampoco pasaba nada, en unos minutos nos tocaba la sesión en el
Monoi spa.
Primero un baño en pareja en aceites esenciales y flores, una exfoliación
de coco, algas y flor de tiaré, y para terminar un masaje Lomi Lomi.
Tal y como me comentó Nani, la responsable y masajista del Monoi, el
Lomi Lomi era originario de Hawái, combinaba el uso de la oración (pule), la
respiración (ha), y la energía (maná) con una variedad de dulces y profundos
movimientos del masaje empleando los pulgares, nudillos, antebrazos y codos
para liberar zonas bloqueadas de tensión en el cuerpo. En Hawái, Lomi Lomi
significa «masaje» y «romper en pedacitos», en Pukui, un masaje «para
trabajar dentro y fuera, como las garras de un gato satisfecho». Justo como yo
esperaba acabar, lo necesitaba.

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—¡Terminé! —proclamó Álvaro, echándose hacia atrás en la silla con un
gesto de pura satisfacción—. ¿Le doy a reproducir para que lo veas? —me
preguntó.
—Eso ni se pregunta, después de haber estado esperando aquí a que
terminaras el montaje, no puedo irme sin verlo.
—Vale, aunque la producción lleva mucho más tiempo que la
visualización, espero que el resultado compense la duración del mismo. Está
demostrado que las personas empiezan a perder el interés tras el medio
minuto, incluso un poquito antes, por eso los anuncios de la tele son de veinte
segundos.
—No lo sabía, aunque tiene sentido; si fueran más largos, nadie los
miraría, de hecho, yo no es que sea muy fan de la publicidad.
Álvaro le dio al play como un niño que enseña por primera vez su trabajo
de ciencias ante la clase, se notaba su expectación frente a mi opinión, y la
sensación me gustaba. Una sonrisa no tardó en emerger de mis labios, porque
había sido capaz de transmitir en treinta segundos toda la esencia de lo vivido,
la emoción, la adrenalina… Era como una explosión de sabor y vida, tenías
ganas de sumergirte en la pantalla y, en mi caso, volver a verlo una y otra vez.
—Oh Dios, ¡es increíble! ¡¿Podemos volver a hacer el recorrido mañana
otra vez?! ¡Me has llenado de ganas! ¡Es una obra de arte! —exclamé.
La expresión que inundó su rostro hizo que me diera cuenta de que no
solía decirle las cosas que hacía bien, me salía de un modo natural con los
trabajadores, pero no con Álvaro, y eso provocó que el corazón se me
encogiera. Sobre todo, después del reconocimiento público de mi trabajo esa
misma mañana, yo no dije nada amable a los trabajadores sobre él, y lo
merecía, se había esforzado tanto o más que yo teniendo en cuenta que no
tenía ni idea.
—¿Lo dices en serio?
—¿Por qué iba a mentirte?
—¿Por quedar bien?
—Contigo no lo necesito. —Y era verdad, con Álvaro no había
subterfugios, era tal cual, salvo por las pequeñas mentiras que le puse en la
lista.
Me fijé en su expresión. Mi falso prometido parecía exhausto, sin
embargo, me miraba de una forma cálida y bastante insinuante a medida que
pasaba de mi cara al cuerpo.
Sentí calor, mucho, muchísimo, por suerte, la responsable de Recepción
interrumpió el momento, porque volvía a tener muchas ganas de sentarme

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sobre sus muslos y besarlo hasta perder el mundo de vista.
—Perdonen, pero Nani me ha llamado para recordarles que tienen hora en
cinco minutos.
—Ya vamos, gracias. —Álvaro sacó el pen del ordenador—. ¿Cuenta con
tu beneplácito? —me preguntó antes de ofrecérmelo.
—Por supuesto. —Me dirigí a Paty—. Por favor, ocúpate de que el vídeo
de la excursión en quad se reproduzca junto con los demás en el canal guest
experience y, por supuesto, en el mostrador de las excursiones.
—Sí, señorita Romero.
—Maca —le recordé, y nuestra jefa de Recepción me ofreció una sonrisa
tímida, después le echó un vistazo a Álvaro y sus mejillas se tiñeron de rojo.
Era lógico, su belleza era bastante intimidante.
Le ofrecí la mano a Álvaro para ayudarlo a ponerse en pie, y me atrajo
hacia él aprovechando el agarre. Entrecruzó los dedos con los míos y me hizo
círculos en la palma con el pulgar.
Mi cuerpo se quedó pegado al suyo sin remedio y un hormigueo se
extendió por toda mi piel.
—¿Vamos al spa? —murmuró, ronco, acariciándome el brazo con la
mano libre.
—Eh, sí…
Por un instante, creí que me besaría, pero no lo hizo, se limitó a asentir.
Caminamos hasta llegar a pie de playa, donde se ubicaba el Monoi, nos
cruzamos con su madre, quien acababa de dejar a Linda en la zona de
mascotas.
Agnetha nos dedicó un gesto maternal. Estábamos tan pegados que no
detectó que Álvaro acababa de cogerme la mano por si le daba por sospechar.
—¿Qué tal la mañana, chicos?
—Muy bien, mamá, Maca disfrutó muchísimo de la experiencia.
—Sí, la excursión ha sido espectacular, ojalá la hagáis.
—Se lo diré a Joan, este tipo de cosas le gustan mucho a él. ¿Os toca
masaje?
—Sí —afirmé—, vamos a probar el tratamiento completo.
—Perfecto, mi marido y yo nos lo dimos ayer, Nani y Fale tienen unas
manos de otro mundo, lo vais a disfrutar, yo ya estoy deseando darme el
siguiente masaje. No os entretengo más. Que lo paséis bien, hijos.
Nos besó a ambos y yo me sentí un poco mal por engañarla, parecía tan
contenta que se me encogió el estómago.

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Álvaro no me dejó ir de la mano, y entramos en la recepción, que te daba
muchísima calma. Las velas aromáticas y las flores recién cortadas
perfumaban el ambiente. Nani ya nos estaba esperando para ofrecernos un par
de albornoces, zapatillas y unos botellines de jabón.
Nos invitaron a pasar al vestuario para darnos una ducha y dejar nuestras
pertenencias en la taquilla antes de acceder a la zona de aguas.
Sentí un poco de vergüenza al verme en el espejo, estaba hecha unos
zorros. Me quité la ropa, la dejé en la taquilla, me retiré la mugre bajo el
chorro de agua y me puse el albornoz. Fue entonces cuando caí en la cuenta
de que no había pensado en el bañador.
No podía meterme en la bañera con el conjunto de encaje, quizá tuvieran
alguno para despistadas como yo.
Accedí a la zona de aguas, que era como un manantial en plena
naturaleza, con una piscina de efectos espectacular, sauna, fuente de hielo…
Todo con vistas al mar y salida a la playa.
Álvaro me esperaba allí, con el pelo húmedo, envuelto en una prenda
exacta a la mía de rizo blanco.
—Perdona —me dirigí a Nani.
—¿Sí?
—Es que con las prisas no pensé en el biquini.
—No pasa nada —me sonrió—, no hay más clientes y el baño en pareja es
en una estancia privada, estarán solo los dos.
—Exacto, cariño, estaremos solo los dos, y yo tampoco llevo bañador.
¿Qué iba a decir? No podía oponerme, quedaría raro que lo hiciera a
sabiendas de que compartíamos villa y, supuestamente, vida sexual.
Le ofrecí una sonrisa contenida a Nani y dejé que nos guiara, no era plan
de pegarle la bulla a Álvaro y que ella nos escuchara, había demasiado
silencio.
Como prometió, la estancia era privada, estaba decorada con madera,
flores y velas. El aroma era exquisito y el lugar del baño era una especie de
barrica ovalada con capacidad para dos personas y llena de agua, frutas,
flores, burbujas y vapor.
Nos dijo que teníamos media hora y que, transcurridos los treinta minutos,
vendrían a buscarnos.
En cuanto nos dejó a solas, Álvaro me dedicó una mirada canalla y
deshizo el lazo que sujetaba el albornoz a su cintura.

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Capítulo 45

Maca
—Pero ¡¿qué haces?!

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—¿Desnudarme para el baño? —preguntó, quitándose la prenda sin
ningún tipo de vergüenza.
Juro que bajar la vista fue un acto reflejo, y gracias a ello pude constatar
que no llevaba bañador, pero sí calzoncillos.
—¡Llevas ropa interior! —lo acusé.
—Ajá, ¿y?
—¡Que yo voy desnuda!
—Mejor para mí.
—¡No!
—¿No? —Me ofreció una sonrisa de suficiencia—. ¿Por qué?
—Porque yo no llevo nada y tú sí.
—¿Es tu forma de pedirme que me desnude? —La sonrisa se volvió más
canalla todavía. ¡Qué ganas de borrársela con un lengüetazo!
¡Claro que quería verlo desnudo! Tenía un cuerpo como para entrar en
éxtasis, lo que no estaba convencida era de si lo quería ahora, en esas
circunstancias.
—No quiero que te desnudes, pero tampoco es justo que yo no lleve nada
y que tú…
Fue cuestión de segundos, Álvaro colgó el albornoz y se quitó los
calzoncillos de un plumazo.
—Asunto arreglado.
—Pero… ¡¿qué haces?! —proclamé incapaz de no mirar, aunque fuera un
instante, hacia la joya de la corona.
Ahora entendía por qué se me clavaba en el quad, la providencia había
sido muy generosa con él en todos los sentidos.
—Igualdad de condiciones. No voy a desaprovechar la experiencia, ni tú
tampoco, por una gilipollez. Maca, solo somos un hombre y una mujer en
pelotas, dos cuerpos desnudos, nacimos así, somos lo que hay aquí —se
señaló y, zas, ahí estaba otra mirada a Wally, la ballena asesina—. Seguro que
has visto más de uno como el mío.
«¡En eso te equivocas! El tuyo es… OMG, ¡pedazo de rabo y pedazo de
culo!».
Pasó de nuevo por mi lado con total desvergüenza y subió las escaleritas
para meterse en el barreño que quedaba algo elevado, el sonido de chapoteo
sumado al de placer absoluto cuando se hundió en el agua me hicieron morir
de la envidia.
—¿Vas a venir, o te vas a quedar contándote los dedos de los pies a ver si
te ha crecido alguno? —bromeó.

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Menuda seductora estaba hecha, me lo estaba sirviendo en bandeja, y yo
muerta de la vergüenza. Ese tipo de cosas no iban conmigo, no lo podía
remediar, solo me había acostado con tres tíos y, antes de verme desnuda,
habíamos compartido tocamientos, confidencias, ¡y teníamos una relación!
Bueno, con Álvaro también la tenía, aunque fuera falsa.
—¿Maca? —insistió.
—Ya voy, pero no mires.
—¿En general, o a ti?
—¡A mí! ¡Yo no soy tan desvergonzada como tú!
—Eso lo dices porque no te viste anoche —murmuró.
—¿Cómo dices? —No lo había escuchado bien debido al burbujeo y al
tono tan bajo que utilizó.
—Que te quedes tranquila, vamos, no dejes que la vergüenza haga que te
pierdas grandes experiencias.
Noe siempre decía lo mismo, una vez nos bañamos en pelotas en un
pantano, y salimos llenitas de sanguijuelas chupándonos la sangre; si me
metía ahí, no sabía si me chuparían o terminaría chupando. Quizá no pasara
nada y pudiéramos comportarnos como dos adultos muy desnudos sin más.
Me quité el albornoz, resoplé y caminé hasta el barreño autoconvencida
de que Álvaro era un buen compañero y cumpliría con su palabra.
Efectivamente, estaba con los ojos cerrados, subí hasta el tercer escalón, y
cuando solo me quedaba meterme, los abrió.
Me dio tal susto que tropecé y caí de cabeza encima de su… sanguijuela.
Con mis torpezas, no podía ser de otra manera.
Salí del agua porque él metió sus manos bajo mis axilas y me sacó.
—¡Has mirado! —escupí junto a un buen chorro de agua y creo que una
flor. Él me miró sonriente.
—No recuerdo haber dicho que fuera a perderme un espectáculo tan
sugerente…
—¡Lo diste a entender!
—Hemos tenido un fallo de comunicación, además, estás demasiado
buena como para dejar pasar la oportunidad, y si mi visión periférica, y el
reflejo de ese espejo no me falla, tú también te has recreado por delante y por
detrás, estamos en tablas.
Me aparté todo lo que pude, flexioné las rodillas para cubrir mi pecho
mientras que Álvaro dejaba flotar su submarino amarillo a sus anchas.
—Por lo menos, podrías ponerte como yo.

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—¿Encogido y jorobado? No, gracias, estoy mucho más cómodo así —
suspiró, colocando la nuca en un reposa cabezas. La forma de la barrica te
permitía estar con las piernas estiradas.
Intenté mantenerme distraída y no caer en la tentación de volver a mirarle
la entrepierna.
—Tu madre es muy agradable.
—Sí, es una buena mujer.
—Y tu padre es…
—Un dios para ti.
—Casi —reí—, ¿por qué no quieres estar cerca de ellos? Yo moriría por
tener unos padres así, que no pasaran de mi culo y eso.
—Pensé que esto iba a ser un momento para relajarse, no un
interrogatorio.
—Lo siento —musité—, es solo que siempre pensé cómo sería tener a
alguien que quisiera tenerme a su lado, en lugar de estar todo el tiempo
viajando por el mundo.
—El ser humano siempre quiere lo que no tiene. —En eso tenía razón.
Álvaro resopló y, para mi tranquilidad, adoptó la misma postura que la mía,
con las rodillas en el pecho, los brazos rodeándolas y la barbilla reposada
sobre ellas—. Comprendo que no entiendas mi estilo de vida, y no pretendo
que suene a excusa, pero para mí la muerte de Marcos fue un palo muy bestia
—comenzó—, hay hermanos que se llevan mal, nunca fue nuestro caso. Él
me cuidó siempre, mamá solía decir que se hizo militar porque en su ADN
estaba impresa la palabra superhéroe. Y era cierto, era el mío, siempre estaba
ahí cuando perdía la pelota en casa del vecino gruñón, se me enredaba la
cometa en el árbol o los idiotas del parque se metían conmigo porque eran
mayores que yo.
—Parece que era un gran tipo.
—Lo era —suspiró, y yo me quedé suspendida en la tristeza que lo
envolvió de golpe.
Yo no tenía hermanos, pero Noe era como si lo fuera, y si la perdiera,
seguramente me lo tomaría tan mal como Álvaro.
—El día en que murió… —Él se pinzó el puente de la nariz—. Marcos
debía hacer un ejercicio muy complicado que tenía supercontrolado porque no
era la primera vez que lo realizaba. Se chuleó un pelín la noche anterior, y yo
le piqué alegando que si era tan bueno con esas piruetas era porque siempre
hacía la misma… —Chasqueó la lengua—. No era verdad, solo lo hice por
meterme con él, no pensé que… —La voz se le quebró, extendí el brazo y le

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cogí la mano, se notaba que lo estaba pasando mal—. Esto no se lo he
contado nunca a nadie, ni a Ebert, ni a mis padres… Yo maté a Marcos.
Lo dijo de un modo tan rotundo que me cortó el aire.
—¡¿Qué?!
—Lo hice, si no lo hubiera chinchado, él no habría hecho aquella maldita
variación suicida, perdió el control por arriesgar, por mi culpa, porque le
dije…
Fue incapaz de terminar la frase, y yo de quedarme quieta frente a la
agonía que desprendía.
Olvidé dónde estaba, mi postura, la suya o la falta de ropa, porque no hay
mayor desnudez que cuando alguien te muestra su alma, sus miedos y sus
culpas.
Álvaro estaba contándome algo personal, que tenía enterrado muy dentro,
un secreto que lo hería, que era el verdadero motivo de su huida y que nadie
conocía salvo yo. Cambié de posición y lo tomé de la cara. Sus ojos brillaban
atormentados, oscuros, ahogados en lágrimas solidificadas por el tiempo.
—Tú no mataste a Marcos, él sabía lo que estaba haciendo, no puedes
culparte por eso; si quiso variar, fue cosa suya, no tuya —Álvaro negó.
—Si yo no… —Ni siquiera lo dejé hablar.
—Fue su decisión, era imposible que tú supieras lo que ocurriría si lo
chinchabas, y estoy convencida de que él tampoco sabía que fallaría, que si
arriesgó fue porque pensó que lo conseguiría. Fue una desgracia, una
temeridad que no salió bien, pero en ningún caso fue tu culpa.
Álvaro fue bajando las piernas y como si fuera la cosa más natural del
mundo yo me senté a horcajadas sobre él. Nos abrazamos, su frente se apoyó
sobre mis pechos y tembló. La primera lágrima se mimetizó con las burbujas,
las siguientes las sentí descendiendo silenciosas por mi piel, mientras yo
acariciaba los músculos de su espalda.
No dije nada, solo lo sostuve convirtiéndome en su zona segura, hasta que
poco a poco se fue calmando al compás de mis caricias.
Besé su pelo y le murmuré que todo estaba bien, que no había nada de
malo en él, ni en lo que dijo, ni en lo que pasó, que fue un desafortunado
incidente, pero que Marcos no querría verlo así, ni yo tampoco.
Alzó la barbilla y me dispuse a besarle la cara, los ojos, las mejillas…
Eran besos suaves, concisos, cuya única pretensión era aliviar su carga, o eso
me dije, porque cuando llegué a las comisuras de su boca y me separé,
cambiaron las tornas, fue Álvaro quien me cogió de las mejillas y me besó de
un modo que poco tenía que ver con el sosiego.

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Su lengua exigía mucho más, una sensación más profunda, ardiente y
anhelante. Las manos abandonaron mi cara para sumergirse en el agua y
agarrar mi culo.
Jadeé. ¿Cómo no iba a hacerlo si estábamos desnudos, metidos en agua y
me frotaba contra él al mismo tiempo que su lengua me follaba la boca?
Porque eso de besito casto tenía poco.
Mi cuerpo aullaba, quería más, muchísimos más. Tiré de su pelo y miré
sus labios entreabiertos, mis caderas seguían friccionándose contra su
erección. Necesitaba ver su mirada, tan encendida y caliente como la mía, ya
no quedaban lágrimas, solo un fuego abrasador.
—Maca…
No quería escuchar nada, solo sentir aquel placer tan brutal ralentizado
por el agua.
Mordí su labio y lo succioné.
—Tengo muchas ganas de follarte —confesó, arrojando una lanza de
placer contra mi centro.
«Y yo también», chillaron mis locas hormonas.
Volví a besarlo, no quería dar espacio a nada, a uno de esos pensamientos
que te hacen echar el freno. Lo único que quería era su boca devorando la
mía, o mi clítoris regodeándose contra su erección.
No quería culpa, no quería vergüenza, no quería cavilar sobre lo que
supondría acostarme con él.
Estábamos envueltos en jadeos, gruñidos, manos, piel y agua que
salpicaba por todas partes.
—Maca, me vuelves loco —musitó, bajando su cabeza para llevarse uno
de mis pechos a la boca—. ¡Joder! Tenía muchas ganas de saborearte así. —
Tiró del pezón y chupó con fuerza, a mí se me escapó un siseo que no le hacía
justicia. Si no estuviéramos sumergidos, estaría empapada en mi fluido.
Lo único que anhelaba era metérmela dentro y montarlo hasta estallar, lo
quería ahí, entre mis pliegues, mientras las yemas de sus dedos seguían
hundiéndose en mi culo.
Apenas podía soportarlo, notaba el orgasmo fraguarse en la zona de mi
bajo vientre. La vez que lo intenté hacer en la bañera con Victoriano fue una
decepción absoluta, y ahora apenas podía respirar.
Curvé la espalda, Álvaro había flexionado las rodillas, por lo que estaba
completamente encajada en él y deseando cruzar la línea entre la
masturbación y el polvo completo.

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Lo separé de mi pecho sin dejar de mover las caderas, sin dejar de notar lo
duro que estaba por mí, con la impaciencia tomando cada uno de mis
vaivenes.
—Álvaro, yo…
Toc, toc, toc.
—Hora del peeling —anunció Nani al otro lado.
Me pilló tan de sopetón que creí que nos sorprendería, que abriría la
puerta y nos pillaría en pleno apogeo, así que me puse en pie ipso facto y casi
me partí el cuello saliendo del barreño.
A Álvaro no le dio tiempo a frenarme, y tampoco es que lo hubiera
conseguido dado mi espíritu de Corre Caminos.
—Ahora salimos, danos un momento —chillé con un graznido,
empujando la puerta con las manos mojadas. El corazón se me iba a salir del
pecho.
—Por supuesto, tómense el tiempo que necesiten.
Resoplé varias veces, todavía temblando por el encuentro en el barreño,
cuando noté el cuerpo de Álvaro pegado al mío agarrándome por las tetas, y
su tieso amigo clavado en mi culo.
—¡¿Qué haces?!
—Terminar lo que hemos empezado…
—No podemos terminar nada, Nani está al otro lado…
Me dio la vuelta y me contempló de una forma incendiaria.
—¿Me estás diciendo que no te apetece?
—Te estoy diciendo que no es momento ni lugar… ¡Que hemos venido a
relajarnos y mira cómo estamos!
—Pero ¿quieres? —incidió, tentador, bajando la boca para
mordisquearme el cuello y notarlo en todo su esplendor.
—¡¿Tú que crees?! —Casi gemí cuando me raspó con la barba, la
recordaba demasiado bien en la zona de mis pechos.
Álvaro me premió con una sonrisa prometedora y un beso que no tenía
nada que envidiar a los que nos dimos en el agua. Se acercó a mí antes de
descolgar los albornoces y susurrarme en el oído.
—De hoy no pasa que te haga la gambita, y te aseguro que no vamos a
quedarnos solo en eso, voy a follarte como nadie lo ha hecho en tu puta vida,
voy a ocuparme de que me recuerdes para siempre sin importar cuántos
hombres pasen por tu cama después de mí.
Después se separó dejándome con las rodillas temblando y me cubrió con
la prenda.

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En esa frase radicaba el problema que me martilleaba por dentro. Por
supuesto que quería ese tipo de sexo con él, pero ¿y si no quería recordarlo?
¿Y si era incapaz de pasar página después de una noche como la que me
prometía Álvaro?

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Capítulo 46

Álvaro

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O me estallaban los ojos, o la cabeza, o las pelotas, pero no iba a salir vivo
del Monoi si seguía con el maldito tratamiento.
Tras el restregón con Maca en el agua, fuimos llevados a una nueva
estancia en la que recibiríamos el siguiente tratamiento y el masaje.
No les bastó con darnos dos malditos tangas de papel para preservar
nuestras partes pudendas, no. Me tocó ver cómo el masajista le hacía un
peeling de cuerpo entero a Maca, quien además de aquella única prenda
llevaba una toalla de bidet cubriendo sus gloriosas tetas.
Te puedes imaginar lo que aquella imagen le hacía a mis retinas y a mi
hombría.
Tenía el tanga a punto de la perforación, sobre todo, cuando las manos de
Fale frotaban sus ingles, la parte del escote y su vientre.
Tenía tanta saliva acumulada en la boca y tanta tensión entre las piernas
que podía recibir una descarga producto de mí mismo de un momento a otro.
Si hubiera podido pedir que me arrancaran los ojos, lo habría hecho. ¡Puto
sufrimiento!
¿Y se suponía que veníamos a relajarnos?
Mi masajista, Nani, estaba sonrojadísima fruto de mi erección de caballo,
no podía controlarla, así que le pedí a la pobre chica que me pusiera una toalla
en las caderas para que no le arrancara la córnea. No iba a ser ni el primer
cliente ni el último que se empalmaba, era una reacción del cuerpo que, por
mucho que quisiera, no podía refrenar. Daba igual en lo que pensara, saber
que Maca estaba ahí, sin ropa y siendo tocada por otras manos…
Además, Fale era muy atractivo, y ella no dejaba de emitir ruiditos de
placer y dedicarle sonrisas. Yo no me consideraba un tío celoso y, sin
embargo, se me llevaban los demonios, quizá producido por la no
consumación y la inflamación testicular.
Nos retiraron los restos de producto y células muertas con una toalla que
iban lavando en un cuenco de agua tibia y perfumada.
Cuando tocó la parte del masaje, estábamos estirados bocabajo, en
nuestras camillas dispuestas en paralelo, con vistas al mar y la suave brisa
marina entrando por el ventanal abierto.
Si pensaba que la cosa no podía empeorar, me equivocaba…
Yo no sé qué jodida técnica estaban empleando, lo que sé es que cuando
Nani me pasó los dedos por el arco del pie, en la zona donde el talón se unía
al puente, y su aliento cálido recorrió mis pantorrillas, casi me corrí del gusto;
y no exagero. Apreté los puños e intenté recrear pensamientos desagradables,
como indígenas comiendo gusanos o el payaso de It entrando en mi salón,

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pero la expresión de placer de Maca me llevó a pensar que estaba tan
cachonda como yo. Separó los párpados junto con una exhalación y me miró
consumida en fuego. Ya no pude tolerar más la situación, necesitaba
abrasarme en ese incendio.
—¡Fuera! —exclamé con un gruñido que reverberó por encima de la
música.
—¡¿Cómo?! —preguntó Nani sin comprender.
—Que os larguéis, los dos, ahora mismo. —Apreté los dientes y las ganas
de saltarle encima a mi falsa prometida.
—Disculpe, señor Alemany, ¿hemos hecho algo mal? ¿Algo que les haya
incomodado o disgustado? —quiso saber Fale. Su cara era una mezcla de
pavor e incredulidad, seguro que no estaba acostumbrado a que nadie lo
echara a mitad del masaje.
—Al contrario, pero como no os vayáis de una vez, os despido a ambos.
Fue-ra.
—Álvaro… —me advirtió Maca, y yo la contemplé con una mirada que
exigía que no me llevara la contraria.
—¿Nos vamos entonces? —insistió Nani, que no sabía qué hacer. Maca
cabeceó en señal de asentimiento y los dos recogieron sus cosas para irse.
La música ambiental, los aceites esenciales y el precalentamiento que
llevaba encima amenazaban con hacerme saltar por los aires sin necesidad de
bajar de la camilla.
La tenía tan dura que apenas podía aguantar el dolor.
El clic de la puerta fue el pistoletazo de salida, me puse en pie y, como era
de esperar, esa maldita prenda de papel se rasgó.
—No puedo más, Maca —confesé—, me estaba poniendo malísimo y…
Ella se sentó y me sonrió. Verla con el pecho desnudo y los pezones
erectos era lo que precisaba para convencerme de que no era el único.
—Yo también. Cuando el masajista me tocó la zona lumbar y los pies,
creía que me corría.
Caminé hasta ella, le tomé la cara y le di un beso que expresaba mi
necesidad extrema, Maca no se hizo atrás y respondió, podría quedarme a
vivir en sus besos, en sus jadeos y en aquel puto piercing tentador.
—Álvaro —masculló en mi boca.
—¿Ajá? —mordisqueé su labio inferior.
—No podemos hacer esto si el compromiso no va en serio… —Sus
palabras fueron como un puñetazo en pleno plexo. No podía haber dicho eso,

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tenía que haberlo entendido mal, ¿verdad? Me aparté para encontrar
respuestas en su mirada.
—¿Qué?
—Que no podemos, que yo no soy así, nunca lo he sido, necesito que haya
algo más que deseo…
—Pero antes…
—Antes fue un error, me dejé llevar por la situación y sé que me habría
arrepentido si no nos hubieran interrumpido, para intimar necesito afianzar,
no puedo acostarme contigo así como así. —«¡¿Cómo que no?!»—. Me
gustas, me siento muy atraída, pero…
—Necesitas más —sentencié, como haría un condenado a un corte de
pelotas. Ella asintió relamiéndose, y yo me aparté con un gruñido de
frustración.
—Lo siento.
—Más lo siento yo —protesté, buscando el albornoz.
—¿Dónde vas?
—Necesito darme una ducha de agua fría, ¿tú no? —La vi dudar.
—Necesito que terminen de darme el masaje para tener el concepto de
experiencia global.
—Pues que disfrutes de tu experiencia, ahora le pido a Falete que pase,
seguro que te canta la melodía que necesitas.
No vi la sonrisa que perfilaba su boca, el dolor de huevos no me permitía
hacer otra cosa que estar de malhumor y vestirme para salir huyendo.
—Disfruta de la ducha —murmuró Maca con retintín.
Tuve ganas de darme la vuelta y besarla hasta hacerla suplicar, hasta
demostrarle que lo del compromiso era una gilipollez, que necesitaba follar
conmigo tanto como yo con ella, pero no lo podía hacer, después me sentiría
como un auténtico capullo, y no quería eso. ¡Mierda!
Abandoné el spa con una irritación del quince, dando pasos de gigante y
pateando las piedras. Ni siquiera me había cambiado, salí en albornoz y
zapatillas, total, no había huéspedes a los que asustar.
En ese estado me encontré con Ebert, que pasaba con su vehículo, y, al
verme, se detuvo.
—¿Qué te han hecho las piedras? Van a juego con la dureza de tu
erección —anotó, cabeceando a mi entrepierna.
—No me toques los cojones que la tenemos.
—¿Estando empalmado? Ni que me pagues todo el oro del planeta. —Se
carcajeó. Al parecer, ya no estaba de malhumor y volvía a ser el tocapelotas

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de siempre—. ¿Y la causante?
—Con Falete recibiendo el masaje del empalmador. —Ebert rio.
—No ha ido muy bien, ¿no?
—Al contrario, ha ido demasiado bien, casi me la tiro en la primera parte
del partido, pero en la última me han sacado tarjeta amarilla y… —resoplé.
—¿Y?
—Me he autoeliminado del partido —protesté—. No quiere follar si no
estamos comprometidos de verdad. ¿Te lo puedes creer?
—Bueno, por lo poco que he podido conocer a Maca estas semanas, diría
que sí me lo puedo creer. Además, me parece que ya te lo dije, así que solo
puedes hacer una cosa; olvidarte definitivamente de ella.
—Pero ¡es que no quiero olvidarme! ¡Me pone muchísimo! No puedo
pensar en otra que no sea ella, necesito tirármela sea como sea.
—Pues, entonces, amigo mío, acepta.
—¡¿Cómo voy a aceptar?!
—Pues diciéndole que sí, que pasas a ser su prometido oficial, que te
gusta muchísimo y que lo quieres intentar.
—Pero ¡eso sería mentirle en la puta cara!
—No necesariamente. A ver, ella te ha pedido que quiere que te
comprometas, de cara a la galería ya lo estáis, así que es una menudencia. No
te está pidiendo que te cases con ella, sino que lo formalicéis en serio, lo que
no significa que tenga que salir bien. Hínchate a follar y, llegado el momento,
la dejas, le dices que la llama se ha ido apagando y, bueno, en fin, que te vas.
Al fin y al cabo, todos sabemos que terminarás largándote con tu mochila a
otra parte, es ella la única que piensa que podría hacerte cambiar de parecer, y
si lo hace, es cosa suya, porque es una ingenua sentimental. Tú nunca te
quedarías en un lugar, ni por ella ni por nadie.
Me froté la nuca.
—Eso sería joderla adrede.
—¿Y lo que buscas no es joder?
—¡Sí! Pero no quiero hacerle daño.
—Quizá no seas tú quien se lo haga, quizá cuando te conozca de verdad y
vea que sigues siendo un nómada, sea la que decida ponerle punto y final.
Me pasé las manos por la cara y por el pelo.
—Necesito pensar.
—Necesitas una noche de colegas, que la de ayer no salió bien. ¿Cenamos
fuera y nos divertimos como en los viejos tiempos? A mí también me vendrá

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de puta madre despejarme, la jardinera me lleva loco y no puedes imaginarte
lo que he encontrado hoy entre la vainilla, ver para creer.
—¿Acepto y me lo cuentas esta noche? Ahora mismo tengo muy poco
riego en el cerebro. —Ebert asintió con una sonrisa franca.
—Voy a llevarte a un sitio que se te van a caer las lágrimas de lo buena
que está la comida, y tú vete a la villa a hacerte una buena paja —se carcajeó
mi amigo.
—¿Te estás ofreciendo?
—A mí me van los trabajos manuales, pero los rabos de mis amigos, eso
queda fuera de mi contrato laboral. Apáñatelas tu solito, llevas años
haciéndolo.
—Muy bien, ¿pasas tú a buscarme, o paso yo?
—Mejor ven tú y vamos en la moto. Tenemos una cita, Alvarito, no
llegues tarde que sabes que odio la impuntualidad.
—Descuida, tengo demasiada necesidad de que me dé el aire.

Estaba terminando de arreglarme cuando Maca entró en la villa, parecía que


flotara, y lo hizo envuelta en el albornoz. Yo estaba algo más relajado después
de aliviarme en el baño, aunque al verla entrar, mi entrepierna reaccionó.
—¿Todo bien en el spa?
—Muy bien —respondió—. Fale tiene unas manos gloriosas.
Dos manos gigantescas e imaginarias ahogaron al masajista que había
estado manoseando el cuerpo de mi falsa prometida.
—Me alegro.
—¿Ya te estás vistiendo para la cena? —preguntó al verme en pie—.
¿Cenamos con tus padres?
—No, hoy ceno fuera, puedes cenar tú con ellos si quieres. —El tono me
salió un poco cabreado. Ella formuló una o con los labios.
—Vale, y, ¿qué les digo?
—Pues que he quedado con Ebert, total, llevamos todo el día juntos, no
pasa nada porque me vaya con mi amigo, ¿no?
—No, claro, puedes hacer lo que quieras. ¿Estás enfadado por lo de antes?
—¿Yo? Qué va, ya he descargado, así que estoy de muy buen humor.
—Se te nota —dijo por lo bajo. No respondí.
—Que disfrutes —comenté, muriéndome de ganas por quedarme,
desabrocharle el albornoz y dar rienda suelta a cada una de mis fantasías.

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Capítulo 47

Ebert, 1 h. y diez minutos antes

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Había recibido una llamada urgente del personal del Pet Spa. Así que tras
colocar las últimas trampas y habiendo dejado la cabaña de las chicas lista,
me encaminé hacia allí.
La imagen de Noe mordiendo una maldita pelota de goma mientras se
corría me mantuvo toda la tarde en un bucle de tensión que me llevó a tener
que recolocar mi entrepierna más de una vez. Haberla visto en biquini me
daba una imagen demasiado realista de la situación, lo que era estremecedor,
sobre todo, teniendo en cuenta que esa pequeña impostora me sacaba de mis
casillas a la menor oportunidad, y, aun así, mi cuerpo reaccionaba con deseo
frente a la posibilidad de tenerla frente a mí, desnuda y jadeante.
—¿Qué pasa? —pregunté, frunciendo el ceño en cuanto entré en la
recepción del spa.
—No estoy muy segura, pero algo ha pasado esta tarde, un expediente X.
—¿X?
—Sí, Linda, la perrita de los dueños, estaba en su tratamiento de
envolturas como nos pidió la señora Alemany cuando escuché un ruido
extraño, no entré de inmediato, porque estaba preparándole la merienda y
porque a los animales a veces les cuesta relajarse con la crema puesta, pero al
ver que no cesaban de oírse ruidos extraños y gemiditos, dejé la preparación
para ver qué le ocurría.
—¿Y?
—Pues no sé, cuando abrí, Linda estaba como rara, tumbada en el suelo y
sin nada de crema en el pelo, parecía que algo hubiera entrado y la hubiese
lamido de arriba abajo.
—Un momento. ¿Me llamas porque a la perra de los dueños la han
lamido? Igual fue ella misma, ¿esa cosa que le ponéis a los animales es
comestible o huele bien?
—Ambas cosas, es completamente orgánica, natural, libre de parabenos,
se hace con fruta fresca para que no les dé alergias o reaccione con el pH de
su piel, no podría ser de otra manera.
—Pues ahí lo tienes, asunto resuelto, Linda se ha comido su crema para el
pelo, me largo.
—Es que eso no es todo… —comentó Maru temblorosa. Yo lancé un
bufido exasperado, porque odiaba perder el tiempo.
—¿Qué más? ¿Le dio por beberse el esmalte de uñas?
—Nunca le pintaríamos las uñas a los animales, no son muñecos. Es que
Linda tenía marcas en la piel, como de dientes…

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—Porque esa cosa con la que la has envuelto le picaba y se mordisqueó,
los perros hacen esas cosas.
—Las mordidas eran en zonas a las que Linda no llega, y antes de que
digas nada, eran frescas, recientes, de hoy, estoy convencida de que algo
entró, la chupó y la mordió.
—¿Algo como qué?
—¿Cómo quieres que lo sepa? No tengo ni idea, por eso te he dicho que
era un expediente X.
—Vale, echaré un ojo por si esa «cosa» sigue aquí. —Hice comillas con
los dedos—. Dime algo, si lo que chupó y mordió a Linda ha entrado, ¿ha
podido volver a salir?
—Nadie ha entrado o salido de aquí salvo tú o la señora Alemany, tanto
como cuando trajo a Linda o vino a buscarla.
—¿Le contaste lo ocurrido? —Ella negó y me miró con culpabilidad.
—Necesito este trabajo, Ebert, conoces mi situación en casa…
Aunque Maru era subordinada de Maui, tenía más complicidad conmigo,
conectamos en cuanto puso un pie en el resort y tuve que explicarle cómo
funcionaba todo lo que conformaba el Pet Spa. Hicimos buenas migas, era
una chica de diecinueve años cuya economía familiar era más que ajustada,
estaba estudiando veterinaria a distancia, y si trabajaba en el resort, era para
poder costearse los estudios y ayudar a su familia.
—Te prometo que atendí y desinfecté las mordeduras, no eran muy
profundas, pero no puedo asegurar que lo que la mordiera le haya contagiado
algo.
—Esperemos que no, voy a revisarlo todo bien. —Maru asintió
mordiéndose el pulgar—. Una pregunta, a ti que te van mucho los animales.
¿Piensas que podría haber sido una rata?
—¿Una rata? —preguntó asustada.
—Parece que hay una de las grandes en el complejo, he puesto trampas y
eso, pero… no sé, se me ha venido a la cabeza.
—A ver, podría ser, pero las mordeduras serían distintas, porque los
perros tienen un total de cuarenta y dos dientes, mientras que las ratas
presentan dieciséis definitivos, entre los que destacan cuatro incisivos, los
demás son molares. Las marcas que presentaba Linda eran de más dientes.
—Lo comprendo, vale, pues voy al lío.
—Gracias por tu ayuda.
—Para eso estamos.

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Recorrí todo el establecimiento, no encontré nada de nada. Me hubiera
gustado decir lo contrario para tranquilizar a Maru, pero en el spa no había
rastro de otro animal.
Le pedí que estuviera atenta por si volvía a ocurrir algo extraño y me
encaminé a mi vehículo. Necesitaba una ducha con urgencia.
Esperaba que Noe hubiera cumplido su parte del trabajo. Le pedí que
elaborara una lista para el riego automático por zonas y especies, esperaba
encontrarla bajo la puerta y así quitarme su imagen provocadora de la cabeza,
sin embargo, fue pensar en ella y volví a recrear su culo perfecto y aquella
pelota de goma asomando entre sus labios. Yo sí que le dejaría a esa piel tersa
de sus nalgas marcas de dientes…

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Lau
«Sin rastro de José Luis y con un cabreo de tres pares con Aquaman». La
frase definía muy bien mi estado después de que el muy hijo de la Polinesia
quitara importancia a nuestro intercambio de lenguas.
Vale que yo arranqué, pero vamos, que él no se quedó quieto dejándose
hacer, y cuando Salchicha Peleona nos pilló con las manos en la masa, le dio

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por negar la evidencia y decir que nunca tendría nada conmigo. ¡Ja!
Eso no se lo creía ni él, que en treinta y cinco años me había dado el filete
unas cuantas veces y era capaz de distinguir cuándo había atracción y cuándo
no.
Por la tarde no nos vimos, él tenía ensayo con los de animación y yo… En
fin, que tenía que haber estado empollando para mis tours de la isla, pero
estuve liada buscando al perro sola. A Noe le habían puesto deberes, y no se
podía despistar ni un minuto para acabar el informe a tiempo. ¡Puñetero fürer
de las pelotas! Si es que todos los alemanes tenían el mismo carácter.
Volví a encontrarme con Hori, y este no dudó en venir a saludarme.
—¿Te has pensado lo de esta noche?
—Todavía no he hablado con las chicas —me excusé.
—Vale, pero que conste que si ellas no vienen, a mí me da lo mismo, la
que quiero que venga eres tú.
Su coqueteo máximo me hizo sonreír. Su padre tan poco, y él tanto, si es
que no había un término medio.
—¿Tienes coche? —pasaba de ir andando, que la competencia estaba a
varios kilómetros, y yo no me encontraba bien para andar demasiado, llevaba
veinticuatro horas empalmando.
—Una furgo vieja heredada de mi abuelo, me sirve para llevarme y
traerme. —«Y seguro que de picadero», aunque no lo dije—. ¿Cuento
contigo?
—Creo que sí. —Después de mi fracaso con Aquaman, necesitaba
divertirme un rato.
—Guay, pues quedamos en el parking, podríamos cenar algo antes, si te
apetece…
—Tú no pierdes punto… —Él me ofreció una sonrisa tentadora—. Ya
veremos, Don Juan de Morrea.
—Espero tu respuesta por mensaje, Rita la Canta-Hori.
Su respuesta me hizo reír, lástima que fuera tan joven y que quien me
gustara fuera su padre, porque hubiera tenido muchísimas posibilidades de
terminar revolcándose conmigo.
Cuando llegué a la cabaña, Noe estaba hablando por teléfono con Maca,
me senté en el sofá y justo colgó.
—¿Has encontrado a José Luis?
—¿Ves un perro de belleza subjetiva entre mis brazos? Pues eso, que no
he aprendido a hacer magia y en mi coño no llevo chistera, chochete.

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—¡Qué bruta eres a veces! ¿Dónde se habrá metido? Igual ha ido en busca
de la perra de los Alemany, tendrías que haber visto cómo estaba cuando la
vio en la reunión, se le puso morcillona y venga a chupar el cristal.
—Esta isla parece que nos erecciona a todos, aunque no sé si de una
forma correcta.
—¿Lo dices por Aquaman?
—Lo digo porque esto parece el mundo al revés, Cupido debe haberse
puesto ciego a Mai Tai y dispara las flechas de la atracción a los culos
equivocados.
—Pues no te pierdas lo que acaba de decirme Maca.
—¿El qué?
Noe me puso al corriente de lo ocurrido con la pareja de tortolitos, desde
la excursión hasta el masaje, aunque sin ninguna duda, la parte del spa fue mi
favorita. Alvarito debía tener los huevos rellenos de amor frustrado.
—¡Bien por Maca! Ya te digo yo que este no aguanta, va a caer de cuatro
patas.
—Pues no sé qué decirte, porque ha quedado con Ebert para cenar y
supongo que para aliviar tensiones —me aclaró.
—¡Qué cruz con el puto alemán! Aunque, por otra parte, no me extraña,
con la cara que puso con lo de la pelota… A ese sieso lo pones tieso.
—Pero ¡¿qué dices?!
—Vamos, además de que es de los que a ti te molan. —Noe arqueó las
cejas.
—¿Gilipollas?
—Y con una buena cinta métrica, a ti te molan los bordes y los azotes, y
este lleva escrito en la cara un «voy a darte con toda la palma abierta».
—Lo que lleva escrito en la cara es: soy insoportable.
—Eso también. No obstante, si ellos tienen planes, nosotras también.
—¿Buscar a José Luis?
—Olvídate del perro, al parecer, a este le gusta mucho campar libre por
aquí, le pondremos algo de comida y agua fuera, y listo, déjale reencontrarse
con su alma animal. Ah, y mándale un mensaje a Maca y dile que se ponga
guapa, necesitamos seguir perturbando la tranquilidad de Alvarito, solo
necesita saber dónde vamos a estar… —dije, poniéndome en pie.
—Yo pensaba que íbamos a dormir, estoy agotada.
—No te quejes, que los médicos duermen menos y tienen vidas en sus
manos. Nosotras tenemos una misión igual de importante, ayudar a Maca.
—¿Qué vas a hacer?

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—Ella nos ha echado una mano con el curro, y yo se la voy a echar con
Álvaro, tú dile que se ponga LPF.
—¿Eso es una marca de ropa?
—No, pero debería serlo, significa; lista para follar. De esta noche no pasa
que Álvaro Alemany cierre su compromiso de manera oficial.
—Yo no estoy segura de esto, me parece que a Maca le gusta de verdad,
¿y si Álvaro la destroza?
—Que no, chocho, que Maca es muy cerebral, lo único que le pasa es que
le pone ese tío, como a mí Aquaman; que nos ponga perras un hombre no
significa que nos queramos casar, ¿o tú te ves con Weber?
—¿Yo? ¡Qué va!
—Pues ahí lo tienes, vamos a por el ataque frontal, haz lo que te he dicho.
Me puse en pie y salí corriendo de la cabaña. Los dioses estaban a mi
favor porque pillé a Álvaro golpeando la puerta del alemán, no me había
visto, así que fingí que estaba dando un paseo y lo saludé.
—¡Álvaro! —Él se dio la vuelta al mismo tiempo que Salchicha Peleona
emergía de su guarida vestido para que a cualquier mujer despistada le
temblaran las rodillas. De verdad que físicamente ninguno tenía desperdicio.
—Hola —me saludó cordial.
—Hola, ¿vais a salir? —pregunté inocente. Ebert arrugó el morro y
Álvaro siguió respondiendo de forma amable.
—Sí.
—¡Qué bien, nosotras también!
—¿Otra vez a poneros ciegas de Mai Tai en el local de Turi? ¿No
deberíais dormir? —preguntó Ebert.
—Qué va, nosotras somos mitad vampiro, ya sabes, nos gusta la noche y
chupar —reí ante mi propia broma—. Además, a Maca le irá bien conocer a
la competencia —recalqué para que Álvaro se enterara del lugar al que
íbamos, por si acaso, iba a reforzar la info—. Nos vamos con Dj George,
cenaremos con él y después a disfrutar del Manava Beach, dicen que hay
mucha diversión y buena pesca —les guiñé un ojo—. Disfrutad, que nosotras
también lo haremos.
Me di la vuelta, les ofrecí un saludito de espaldas y regresé a la cabaña
con la semilla del mal plantada en sus cerebros.

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Capítulo 48

Noe
Vestidas para arrasar, así nos titularía si fuéramos una película.

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Yo me puse un vestido amarillo cítrico palabra de honor, muy corto,
asimétrico y con un corte en el muslo que te daba para cavilar si era posible
que llevara bragas.
Lau se puso uno color berenjena, tipo vendaje que se llama ahora, muy
ajustado a su figura curvilínea, con escotazo y tirantes anchos que mostraban
sus brazos desnudos, uno de ellos con varios brazaletes anchos en dorado.
Maca, rojo fuego, con un volante en el pecho que le daba la vuelta por los
brazos manteniendo los hombros al aire y una falda corta de vuelo, parecía
sacada de una telenovela.
Lau insistió en que nos pintáramos los morros de rojo, según ella, la
costumbre procedía del antiguo Egipto, donde unas mujeres, llamadas
felatrices y cuya función puedes imaginarte, se los maquillaban de ese color
indicando el placer que podían proporcionar con sus bocas.
Hori nos llevó a cenar a Fare La Canadienne Burger House Moorea.
Teniendo en cuenta que mis amigas podrían vivir de hamburguesas, para ellas
fue todo un acierto y me congratuló ver un amplio surtido de ensaladas, lo
cual agradecí.
El hijo de Maui era un chico muy agradable, con la cabeza bien
amueblada y no dejaba de hacerle ojitos a Laura, lo que nos tuvo bastante
entretenidas.
Hubo un momento en que se nos escapó el nombre de verdad de mi
amiga, él puso cara de circunstancia y a Lau no le quedó más remedio que
confesar que Rita la Cantaora fue un nombre tapadera por si resultaba ser un
pesado. A Hori no pareció importarle, incluso le hizo gracia y terminó
diciéndole que para él siempre sería Rita.
Se fue al baño y nos dejó solas, así que aprovechamos el momento para
hablar.
—Lo tienes loco —mascullé divertida.
—Lo sé, es como volver a los dieciocho teniendo treinta y cinco, un poco
asaltacunas, ¿no creéis?
—Sí, asaltacunas, pero es que está muy bueno y tiene un palique que,
¿qué quieres que te diga?, a nadie le amarga un Bollycao —comenté, y las
tres nos echamos a reír.
Por la expresión de Maca, sabía que seguía dándole vueltas al asunto de
Álvaro.
—Hey —musité, cogiéndole la mano que jugueteaba con la esquina de
una servilleta.
—Es que no sé si estoy haciendo lo correcto —gimoteó.

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—Gabinete de crisis —murmuró Laura—. ¿Cómo que no sabes si estás
haciendo lo correcto? Tenemos un plan.
—Lo que ocurre es que no sé si soy capaz de sostenerlo porque…
—Te gusta —sentencié.
Nos conocíamos desde pequeñas, sabía cuándo alguien entraba en el radar
de Maca porque ella no era como las demás niñas, cuando se fijaba en un
chico, lo convertía en el hombre de su vida y futuro padre de sus hijos, hasta
que ocurría algo que provocaba que dejara de verlo como tal, como ocurrió
con Culo Ganador.
¿Quién podía culparla? Cada uno sentía el amor a su manera.
Según Helen Fisher, antropóloga y directora del departamento de
Investigación de la Universidad de Rutgers, hizo un estudio a través de
resonancias magnéticas sobre el motivo fisiológico de qué ocurría cuando nos
enamoramos.
Descubrió que el amor romántico no era una emoción, como todos
pensábamos, sino un impulso, una necesidad fisiológica del ser humano. El
cerebro enamorado activaba la llamada zona de recompensa, o dicho de otra
manera, la que se asociaba a la motivación de conseguir objetivos, lo cual le
pirraba a Maca.
La zona que se activaba era la misma que cuando una persona
experimentaba el llamado subidón de la cocaína, por eso se decía que el amor
era como una droga o ciego, porque cuando uno se enamoraba, se apagaba
una parte del cerebro impidiéndonos ver lo que no nos gustaba de la otra
persona y aceptando el resto.
Por eso, en una relación larga, se pasaba del amor al cariño, porque el
primer estadio resultaba ser muy breve, de ahí que las relaciones de Maca no
hubieran prosperado. En cuanto se daba cuenta de lo zafios que eran sus
elegidos, adiós ceguera.
Maca estaba apuntito de cruzar la raya con Álvaro, lo veía en su cara, en
cómo se le iluminaban los ojos cuando hablaba de él o simplemente pensaba
en él.
—¿Te gusta para follar, o te gusta para tener una relación? —preguntó
Laura.
—¿No la ves? ¡Le gusta Álvaro! Punto pelota —proclamé—, y si lo
piensas, si de él descartamos su alergia al compromiso y a quedarse en algún
sitio, lo tiene todo; es guapo, atento, listo, no le da miedo una mujer que haga
bien su trabajo, es capaz de reconocerle los méritos y está dispuesto a hacerle
la gambita a Maca.

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—No digas eso —proclamó mi amiga enrojecida—. Por Dios, debí
contárselo ayer cuando iba borracha, ¡qué vergüenza! A saber qué más le
solté.
—Es un tío —dijo Lau a modo de explicación—, y lo llevas más caliente
que el pico de una plancha, dijeras lo que le dijeras, estoy segura de que solo
se quedó con lo más guarro e interesante, es decir, la gambita.
—¿Y si te olvidas de ese estúpido plan de enamorarlo para echarlo de tu
vida y le permites conocer a la Maca que nos enamoró a nosotras? —sugerí
—. ¿Y si le das una oportunidad sin pensar en cómo terminará? Quizá te
sorprendas, a lo mejor Álvaro huye porque no ha encontrado un motivo real
para quedarse.
—No huye por eso —suspiró—, tampoco puedo contaros el motivo, pero
no creo que yo sea suficiente.
—¿Por qué no? —preguntó Laura.
—Porque si no lo fui para mis padres, que me dieron la vida, dudo que
para él lo sea.
Hori volvió a la mesa cortando la conversación de cuajo. Sentí pena por
Maca, porque siempre dudara de su validez como persona para que los demás
quisieran quedarse a su lado.
—¿Nos vamos?
—Nos falta pagar —susurró Laura.
—La cena de hoy ya está pagada, corre por mi cuenta, esta noche sois mis
invitadas y mi padre me cortaría la cabeza si supiera que estoy con tres
mujeres guapas y no me comporto como él me enseñó.
—¿Como un machista? —preguntó Lau ofuscada por la mención de Maui.
Hori sonrió.
—Como un buen anfitrión. Este bar es de mi familia, en concreto, de mis
abuelos maternos, ellos tampoco os cobrarían a sabiendas de que venís
conmigo, no sería nada hospitalario por mi parte. Y ahora lamento meteros
prisa, pero tenemos que irnos o llegaré tarde.
—Eso nunca —susurró Maca, poniéndose en pie—, diles a tus abuelos
que muchas gracias de nuestra parte y que seguro que repetiremos.
—De eso estoy convencido, hacen las mejores hamburguesas de la isla.
Regresamos a la furgo de Hori, la cual podría pertenecer a un Scooby Doo
mooreano.
Tenía tres asientos delante y un colchón detrás, además de algo de espacio
para guardar su material y un pequeño hornillo. Con ella se hacía bolos por la
isla e iba preparado para pasar la noche si era necesario, aunque Laura estaba

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convencida de que era la Picafurgo, es decir, que a Maui le iban los polvos
entre matorrales y a su hijo los motorizados.
Maca y yo decidimos tumbarnos, las sábanas olían a limpio y no se veían
manchas sospechosas, mientras que Laura iba delante con don Juan de
Morrea.
—Respecto a lo de antes —le comenté a mi amiga, cogiéndola de las
manos—, tus padres te quieren, ellos te dejaron con las personas adecuadas,
tu abuela y tu abuelo te adoran.
—Sí, lo hacen, pero yo quería estar con ellos, no que me dejaran olvidada.
—Lo que voy a decirte es duro, pero ellos nunca te han olvidado, te
llaman siempre que la cobertura se lo permite, han venido a verte en
Navidades y en tu cumpleaños, puede que no seáis una familia típica, pero
tampoco es que pasen de tu vida. Se alegran de tus logros, Maca, si te dejaron
con los yayos —mi amiga llamaba cariñosamente así a sus abuelos—, fue
porque una vida nómada no era lo más indicado para una niña, o una
adolescente; cuando terminaste el instituto, vinieron a la graduación y te
preguntaron qué querías hacer…
—Como si fuera a irme con ellos… ¡No tenía oficio ni beneficio!
—Las dos sabemos que podrías haber escogido una carrera a distancia e
irte con ellos, pero no lo hiciste, te fuiste a Madrid conmigo, y ellos
respetaron tu decisión. No hay una verdad universal, Maca, solo distintas
maneras de ver las cosas.
—¿Por qué nunca habíamos tenido tú y yo esta conversación? —Me
encogí de hombros.
—Porque hasta ahora no la habías necesitado. Quizá vaya siendo hora de
que abras un poco las miras, puede que tu relación con Álvaro no arranque del
modo esperado, pero lo importante no es cómo empiezan las cosas, sino cómo
terminan.
Maca me dio un abrazo sentido, y yo le devolví el gesto de afecto
pensando que le había dicho justo lo que necesitaba oír a mi amiga.

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Capítulo 49

Ebert

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Miré de soslayo a Álvaro, quien ya tenía el radar activado para encontrar a
Maca.
Vale, puede que mi noche de desahogo no terminara como pretendía, pero
que fuera Álvaro quien insistiera en venir a la competencia solo para
comprobar cómo estaban las chicas me decía mucho.
Si mi intención era que se quedara, ahora que por fin había encontrado a
una mujer que merecía la pena, debía seguir con el plan. Me había funcionado
más decirle que no debía estar con ella que apoyar la relación, así que seguiría
en mi papel de amigo cabrón.
—Oye, ¿en serio que quieres estar aquí? Dime que es porque aspiras
encontrar a la bailarina del otro día —comenté, caminando a su lado por las
instalaciones para dirigirnos al bar de la piscina, donde hacían las fiestas
nocturnas con DJ.
Álvaro resopló.
—No puedo pensar en tirarme a otra cuando Maca y sus amigas están en
peligro.
—¿Peligro? ¿De qué? ¿De ahogarse con una piña colada?
Mi mejor amigo me ofreció una mirada aniquiladora.
—Ayer llegaron muy bebidas, Noe y Lau van de empalme, y Maca no es
que durmiera demasiado. ¿Y si Hori empina el codo y tienen un accidente?
—Hori tiene mucha más cabeza que su padre, es un chico centrado, y
tampoco es que haya una gran distancia entre nuestro hotel y este, o mucho
tráfico en la isla a estas horas, a lo sumo, se estrellarían contra un cocotero.
—Me da lo mismo, no voy a estar tranquilo.
—Genial, pues hagamos de escoltas de la tía a la que no vas a tirarte en tu
puta vida y las impostoras de sus amigas.
—¿Por qué te caen tan mal?
—No es que me caigan mal, es que sé que nos mienten y no quiero que el
negocio se hunda por enchufismo.
—Eres un poco trágico, a ver, que tampoco se van a ocupar de la
recepción o de los números, que una va a cuidar las plantas y la otra a hacer
tours místicos con los turistas… ¿Y si les das una oportunidad? Tus padres
siempre dicen que en Alemania se valora más la actitud que la experiencia, y
ellas tienen mucha actitud.
—No estamos en Alemania, y te recuerdo que yo nací en Mallorca. Como
la jardinera nos mate todas las hectáreas que tenemos de jardín, verás qué risa
te va a dar.
—¿Confías en Maca? —me preguntó.

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—Sí, su trabajo es excepcional.
—¿Y piensas que alguien que valora tanto su trabajo sería capaz de
contratar a dos personas sin saber que son capaces de desarrollar la tarea que
les ha asignado, por muy amigas suyas que sean? —Me encogí de hombros.
—No lo sé, quizá Maca valore más tener a la gente que quiere cerca que
su profesionalidad. Que tú no seas así, no significa que los demás sí.
—Y volvemos otra vez a mordernos nuestro propio rabo y a dar vueltas en
círculo.
—Vale, ya paro. Mira, es ahí —señalé.
Había muchísimo ambiente, el hotel debía rondar el 80 % de la ocupación,
por lo que el exterior estaba lleno de clientes bailando, tomando copas y
disfrutando de la noche.
La Fórmula, cantada por Maluma y Marc Anthony, era el tema escogido
por DJ George para hacerlos menear.
Había un corro en la pista, las personas iban entrando y saliendo de él,
mientras los demás jaleaban a la pareja de turno.
Puede que no pegara mucho con mi imagen, pero lo cierto es que la salsa
siempre me había gustado. Mi madre fue campeona de bailes de salón en su
juventud, y uno de los recuerdos más bonitos de mi infancia era ella bailando
conmigo en mitad del salón cuando papá no estaba.
Caminé hacia el círculo atraído por la música y los recuerdos, dejé de
pensar dónde estaba y cuál era mi cometido, simplemente me acerqué y la vi.
Allí estaba Noe, con el pelo suelto, moviendo las caderas junto a los
demás, riendo mientras Laura hacía lo que podía con un jubilado que se
movía de una forma muy particular. Incluso yo fui incapaz de contener la
sonrisa al verlos. Una señora, que debía ser la mujer del jubilado, los jaleaba
desde una silla de ruedas. Ella llevaba un pie vendado y daba palmas sin
cesar.
—¡Así se hace, Claus! ¡Enséñale a esa jovenzuela cómo se baila!
Volví a desviar la mirada hacia Noelia, quien me había descubierto y me
ofrecía una sonrisa mordida.
Llevaba los labios pintados de rojo, movía el vuelo de su falda con las
manos y me hizo pensar en lo poco que escondía.
¡Ese vestido le sentaba demasiado bien y en lo único que podía pensar era
en arrancárselo!
Claus y Laura regresaron al círculo, y esta última tiró de su amiga para
que saliera, la vi contemplarme con una sonrisa mitad desafío mitad
suficiencia. No sería capaz de venir hasta mí, ¿verdad?

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Fui a hablar con Álvaro para decirle que era mejor que tomáramos algo en
la barra, pero me di cuenta de que no estaba a mi lado, como había dado por
hecho. Seguro que vio a Maca y se fue a por ella, alargué el cuello intentando
verlos.
—No disimules, te he visto, y tú a mí también. ¿Ahora me acosas fuera
del ambiente laboral? ¿Tan controlador eres que has necesitado venir hasta
aquí para ver lo que hacía? Pues mírame tanto como quieras, yo soy de las
que saben disfrutar —aseveró la cálida voz de la jardinera demasiado cerca.
Giré los ojos entornados hacia ella.
—Jamás se me ocurriría acosarte.
—Ah, ¿no? ¿Y a qué has venido? ¿A bailar? Dudo que sepas moverte en
el plano vertical —musitó sin dejar de contonearse. Aquel vestido de torso
ajustado, que dejaba una pierna completamente al aire, con un poquito de
vuelo, era una maldición.
—Quizá haga que te tragues tus palabras.
—¿Tú y cuantos más? Eres demasiado rígido para que te guste una
actividad tan flexible como esta, a ti te van más los palos, billar, puede que
golf, solo hay que mirarte para darse cuenta de que siempre llevas uno metido
en el culo para ir preparado.
—Muy graciosa.
—Eso dicen, el humor es como los culos, cada cual tiene el suyo, y el
tuyo es muy distinto al mío. Voy a buscar a alguien que quiera bailar conmigo
y disfrutar. Buenas noches, Weber.
Se dio la vuelta, la tomé sin pensarlo de la mano, tiré para enrollarla a mi
cuerpo y gruñí muy cerca de sus labios.
—No me des las buenas noches, la nuestra acaba de empezar.
Me contempló sorprendida mientras la deslizaba para arrojarla a la pista y
salía detrás de ella.
Me desabroché un botón más de la camisa y algunas de las mujeres me
premiaron con varios grititos. Noe me siguió el juego acariciándose el pelo
para trazar ochos con las caderas mientras me acercaba.
Cogí sus manos, las subí a mi cuello con una sonrisa ladeada y apoyé una
de mis manos en el límite donde moría la corrección y arrancaba su jodido
trasero, para poner un muslo entre los suyos y empezar con el paso.
Un, dos, tres, un, dos, tres.
No se movía mal, no era una experta, pero tampoco lo necesitaba para lo
que pretendía hacer con ella.

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Le di unas vueltas, la encajé contra mi entrepierna y ella aprovechó la
tesitura para subir un brazo, acariciarme la nuca y frotarse contra mi polla,
que se mostró más que complacida ante el sugerente ataque.
La hice girar de nuevo para ser yo, esta vez, quien la tomara por su cuello;
el pelo era como seda líquida entre mis dedos. Tenía los ojos azules tan
abiertos como sus labios y el cálido aliento me golpeaba en el pecho mientras
sus manos lo recorrían con descaro.
Me estaba poniendo terriblemente cachondo.
—¿Esto es todo lo que sabes hacer? —me preguntó relamiéndose.
—No tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer, pero te lo voy a
demostrar.
—Eso suena a fanfarronería —musitó mientras la palma de mi mano dejó
su cuello para pasar por su escote, por el centro de sus pechos hasta su
ombligo, dejándola boquiabierta ante mi descaro.
—Las personas dicen más por sus hechos que por sus palabras —la
silencié.
La alcé sin esfuerzo por la cintura y la deslicé por mi cuerpo al más puro
estilo Dirty Dancing, hasta que su boca quedó a escasos milímetros de la mía.
—Se me está clavando algo que llevas en el bolsillo de tu pantalón,
Weber, creo que debiste probártelos antes de comprarlos para que no te
quedaran tan estrechos —jugueteó relamiéndose.
—Acepto tu consejo, la próxima vez que vaya de compras, te haré pasar
conmigo al probador para que les des el visto bueno, ¿por qué no me pruebo
tus labios a ver si me sientan mejor?
No creí que fuera a hacerlo, solo pretendía picarla, pero me equivoqué de
lleno, Noelia se lo tomó como un desafío y su lengua invadió mi boca.

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Capítulo 50

Ebert

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Tendría que haberla detenido, tendría que haber puesto algo de cordura,
pero no lo hice, más bien fue todo lo contrario, a su lengua se sumó la mía y
mis manos bajaron a ese punto de no retorno que era su glorioso culo.
Lo tenía en el punto justo, ni muy blando, ni muy duro, casi podía
visualizar mi mano rebotando sobre su carne mientras la tenía a cuatro patas y
tiraba de su pelo dorado.
La imagen me hizo apretarla más contra mi cuerpo, y no es que ella se
quedara quieta, tomó el relevo y amasó mis nalgas clavándome sus uñas en
ellas.
«¡Me cago en la puta! Ebert, ¡para ahora que estás a tiempo!».
Me separé jadeante de su boca. Tenía el labial intacto y la mirada cargada
de lujuria. El tema ya no sonaba, Hori lo había cambiado por una bachata
lenta y los clientes bailaban pegados mientras nosotros seguíamos envueltos
en calentura.
—Creo que son de tu talla —masculló, capturando la humedad que quedó
retenida en su labio inferior con la lengua—. Tengo hambre, ¿se te ocurre
alguna parte de tu cuerpo que pueda llevarme a la boca?
Aquella frase tan pervertida y lapidaria fue lo único que necesité para
terminar con la poca cordura que me quedaba. ¿Cómo esa cosa tan pequeña y
con cara de ángel podía tener una boquita tan sucia?
Adoraba esa contraposición, y lo único que me venía a la mente eran
guarradas, en ningún caso se dibujó la palabra no, ¡a la mierda! Si a ella no le
importaba hacerme una mamada, no iba a ser yo quien le pusiera pegas.
Sin hablar, la tomé de la mano y la arrastré conmigo hacia la playa.
No era la primera vez que estaba allí, sabía qué lugar era el idóneo para
saciar mis manos y mi entrepierna.
Me aseguré de que ningún curioso estuviera rondando. Estábamos en una
zona cercana al lugar en el que se apilaban varias hamacas, formando una
especie de cuartito al aire libre e improvisado. Alcé las cejas y la miré.
—Esto no va a cambiar nada entre tú y yo —la advertí.
—Por supuesto, solo te la voy a chupar, no espero privilegios, si lo
hiciera, eso me convertiría en una puta, y no lo soy, solo una mujer a quien le
apetece hacerte una mamada —respondió, llevando su mano a mis pantalones
para acariciar la dura erección que empujaba en ellos.
Las cosas claras y su mano en mis huevos. La jardinera me la ponía como
una regadera, con ganas de dejar caer todo mi contenido y humedecerla.
No aparté la mirada de la suya cuando deslizó la tela hasta el suelo, hincó
las rodillas y trazó mi glande con la lengua sin ningún tipo de pudor,

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abarcando mi tallo con la mano derecha.
Resollé y apreté los puños mientras ella empapaba mi polla en toda su
extensión. Llevé una de mis manos hacia su cabeza, necesité aferrarme a algo
cuando se la metió en la boca.
¡Hostia puta con la jardinera!
Quería mantener los ojos abiertos, pero no podía, era tan placentero que
me fue imposible. Noe me dio cabida ayudándose con la mano, chupó y
sorbió estremeciéndome al completo.
Con la mano libre, se puso a acariciarme las pelotas, y fue como el puto
Big Bang fraguándose en mis huevos, si no me corrí fue porque a autocontrol
no me ganaba nadie.
Su saliva goteó por ellas mientras la mía escaseaba. Empapó su dedo y
trazó el camino prieto que la llevaba entre mis nalgas, con la presión justa
como para que quisiera taladrarla, empujar sin remedio hasta el fondo de mi
garganta.
Moví las caderas absorto por el placer, hundiéndome en su boca mientras
que ella iba más allá y alcanzaba mi orificio trasero.
Mis gruñidos eran casi tan audibles como la forma en que me sorbía. Me
quedé sin aire.
¡Joder! ¡¿Acababa de colarme un dedo?! La pregunta ganó su respuesta en
cuanto se puso a moverlo, lo hacía con cuidado, tanteando el orificio todavía
estrecho.
No era la primera vez que me lo hacían, pero que fuera Noe, con su carita
de ángel, me tomaba por sorpresa. Tras varios movimientos, tuve claro que,
en esa ocasión, o la frenaba, o me corría. Me tenía por las malditas nubes.
Tiré de su pelo y la obligué a sacarse mi erección de su boca, esta rebotó
contra mi bajo vientre.
—¿No te gusta?
—¿Estás de coña? No tienes ni idea de lo que me haces, o puede que sí.
¿Has terminado ya con la exploración rectal?
Ella sonrió.
—Quería asegurarme de que habías perdido el palo por el camino.
—Pues ahora que ya has visto que no lo tengo, vamos a hacer otra cosa.
Noe sacó la falange con cuidado, y yo bajé para ponerme a su nivel.
La besé sin soltarle el pelo, ella jadeó y yo aproveché para bajarle el
escote y dejar sus tetas a la vista. No eran muy grandes, pero sí redondas y
perfectas para mi mano.

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Tiré de la melena hacia atrás, proyectando su torso hacia delante,
obligándola a dejar caer las manos y hundirlas en la arena mientras yo me
aprovechaba de aquellas preciosidades de pezones dulces como la crema.
Los mordí, besé, lamí y chupé hasta que Noe comenzó a jadear sin
remedio. Froté mi barba sobre ellos, los había torturado tanto que estaban
extremadamente sensibles al roce.
—Dios, Dios… —murmuró, ganándose una sonrisa sobre ellos.
—¿Te gusta?
—Podría correrme solo así. —Su confesión me hizo sonreír.
—Es bueno saberlo, ponte a cuatro patas, llevo imaginándote todo el día
así. —Abrió los ojos y me miró. Podía leer con total claridad que mi petición
la excitaba y mi confesión también.
—¿Llevas condón?
—Para lo que voy a hacerte, no vamos a necesitarlo, date la vuelta y
separa las piernas.
Obedeció, le subí la falda del vestido y por poco me caí de culo al
comprobar que no llevaba bragas.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó consciente del hallazgo al que se
enfrentaban mis ojos, su sexo expuesto, húmedo y listo para mi boca.
—Ahora te lo demuestro.
Abrí un poco más sus nalgas y le devolví el favor que me había hecho.
Pasé mi boca por sus pliegues anhelantes mientras Noe rozaba sus pezones
contra la arena.
Sabía a gloria, y su culo en mis manos era la perfección más absoluta.
Hundí mi lengua en su calidez y la follé con ella, a la par que mi mano
derecha estimulaba su clítoris haciéndola gritar.
—Más flojo, tigresa —murmuré. No tenía ganas de que nos
interrumpieran o llamar la atención de espectadores, era muy celoso de mi
intimidad.
—No puedo no gritar… —gimió.
—Sí puedes, no tengo tu pelota de goma aquí, así que tendrás que
conformarte con tu brazo para asegurar el silencio.
—Estoy muy cerca, Ebert, no voy a poder controlarme. —Eso era lo que
quería, tenerla en ese punto.
—Bien, así debe ser, tócate tú, acaríciate, deja que vea cómo lo haces, yo
también me daré placer, y a la vez… —Sostuve la palabra final y decidí no
pronunciarla para mostrárselo con la mano.

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Acaricié su culo y empecé a repiquetear con la palma con suavidad en su
nalga para prepararla.
—Dios, sí —masculló cuando llegó el primer azote. Quién me lo iba a
decir, que sus gustos y los míos fueran tan similares.
Noe se daba placer del mismo modo que yo hacía, nos masturbábamos al
unísono y yo gozaba al ver su carne rebotar, la cálida abertura anegada en
flujo y las notas de su sabor mezclándose en mi boca. Era la comunión
perfecta para que mi paja fuera tan intensa como corta.
Aun así, aguardé apretando los dientes y enrojeciendo su nalga, quería
verla retorcerse de placer con la piel encendida y su mano follándola.
Introdujo sus dedos embistiéndose de un modo profundo y brutal.
—Me corro, me corro, me… —no llegó a pronunciarlo por tercera vez. Se
deshizo en su mano, en sus dedos, dejando un charquito en la arena, y solo
entonces apunté hacia su culo y me vine en él.
Ver cubierta la rojez por mi esencia fue todo lo que necesité para que la
catalogara como mi mejor corrida en mucho tiempo. No quería mancharle el
vestido, así que la masajeé hasta que su piel lo absorbió por completo.
Noe no dijo nada, seguía con los dedos metidos en su interior y el cuerpo
tembloroso.
Al terminar, se los saqué y los chupé desde detrás, para darle la vuelta y
besarla con pereza, me gustaba su sabor en nuestras lenguas. Me separé y
admiré su silueta, con las tetas salpicadas en arena y su mirada vidriosa.
—Ha sido… —La silencié llevando su lengua de nuevo a mi boca. No
tenía ganas de poner palabras a lo que acabábamos de compartir, se nos daba
mejor follar que hablar, así que, ¿para qué perder el tiempo?
—Buen sexo —terminé por ella con un beso apretado.
—Lo ha sido —afirmó, y ambos sonreímos.
—Lo que acabamos de hacer… —Esa vez fue ella quien no me dejó
expresarme.
—No es amor, solo puro vicio. —Sus respuestas eran para enmarcar, mi
sonrisa se ensanchó—. No tenemos que llevarnos bien, Weber, incluso para
portarse mal hay que saber con quién hacerlo, y creo que en eso somos los
mejores.
Dejé ir una carcajada que se había anudado en mi garganta.
—Muy buenos —murmuré, quitándole algo de arena de su mejilla para
después acariciarle los pezones, Noe suspiró.
—¿Has venido en moto? —Asentí.

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—¿Y podemos largarnos en ella? Porque a mí no me ha bastado con esto
y preferiría estar llena de orgasmos en lugar de arena. Necesito una ducha y
más sexo, ¿te apuntas?
—He traído a Álvaro…
—Seguro que a Maca no le importa que los dejemos solos, tienen unas
habitaciones preciosas y mañana podemos venir a recogerlos. A veces hay
que empujar un poquito a los amigos en la dirección correcta, ¿no crees?
«¡Esa frase podría haber sido mía!».
—Eres perversa.
—Deja que te lo demuestre en tu habitación.
Noe me cogió de la nuca y dejé que me besara hasta que los dos tuvimos
claro que no habíamos saciado ni una décima parte de todo lo que queríamos
hacernos.
—Vamos a por la moto —gruñí.

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Capítulo 51

Maca, cuando Ebert y Noe bailaban en la pista.

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El Manava Beach era precioso y tenía muchísimo rodaje, se notaba en
cómo el servicio fluía sin incidentes, en cómo el personal sabía qué hacer en
cada instante para hacerle la experiencia más grata al cliente.
Debería estar desconectando, pasándolo bien, en lugar de fijarme en la
decoración, el protocolo o cómo estaban puestos los ceniceros en las zonas
habilitadas para fumadores, pero era incapaz de ello; yo era así, perfeccionista
y metódica, incluso cuando iba a ver la competencia, ¿qué le iba a hacer?
Noe y Lau se habían ido directas a la pista, y yo…, a la barra, a ver qué tal
se les daba el servicio a los camareros. Puse la mirada en si el alcohol era de
importación o marca blanca, si el tiempo de espera de los clientes era el
adecuado o si las copas estaban lo bastante limpias y brillantes para estar a la
altura de lo esperado en un 5GL.
Era necesario un análisis exhaustivo de las debilidades, las flaquezas y las
oportunidades, para hacer resaltar nuestros puntos fuertes y mejorar lo que
lleváramos peor. Se me daba bien quedarme con las pequeñas cosas.
Removí el contenido de mi Mojito, no lo había pedido para consumirlo,
de hecho, era oler el alcohol y se me revolvían las tripas, solo lo hice para ver
la preparación, si la menta era fresca, si el azúcar era de caña o el ron de la
mejor calidad. En esas pequeñas cosas radicaba la diferencia entre algo
pasable y la excelencia.
—¿No está bueno? —me preguntó el camarero atento.
—Sí, es solo que… ¿Puedes ponerme un agua mineral con una rodaja de
limón?
—¿Quiere que le muestre nuestra carta de aguas, o tiene alguna
preferencia?
—La que tú elijas estará bien, gracias. —El camarero asintió y se retiró.
—¿En serio que no vas a bebértelo? —La voz me erizó el vello de la
nuca, no hacía falta que me girara para saber a quién le pertenecía porque la
reconocería en cualquier lugar del mundo.
Me di la vuelta y ahí estaba, el hombre más atractivo del planeta, el
culpable de mis delirios y mi estado permanente de excitación.
Vi cómo contenía el aire al verme. Según Lau, ese vestido que iba a juego
con su pintalabios era el combo perfecto para que Álvaro cayera en mis redes.
—No lo pedí para eso, ¿lo quieres?
—Puestos a beber, prefiero beberte a ti.
Su respuesta me puso más nerviosa de lo que estaba, cuando fui a coger la
copa, le di un manotazo, y si no hubiera sido por los reflejos del barman, la
habría tirado.

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—Lo siento, un error de cálculo —me disculpé con el chico, cuya mano
mojé.
—No pasa nada, le puede suceder a cualquiera —respondió amable—.
¿Preparada para probar el mejor agua del planeta? Me he permitido escoger
mi favorita. —Una especie de rostro tiki en dorado fue lo que sostuvo el
hombre entre sus manos. El recipiente desprendía lujo por todas partes, no se
parecía a la Solan de Cabras, u otra que hubiera bebido en España—. Le
presento nuestra agua de cristal, tributo a Modigliani. —No me sonaba de
nada, ¿debería? Seguramente, cuando terminara de servírmela, le preguntaría
si me podía llevar la botella para mostrársela a nuestro responsable de Food &
Beverage. Era tan bonita que me daban ganas de hacer una manualidad y
convertirla en mi nueva lamparita de noche, era preciosa—. Es una
combinación de aguas procedentes de Fiji y el deshielo de glaciares en
Francia e Islandia, los entendidos dicen que un sorbo es como paladear vida.
—La botella es preciosa —observé.
—Y su contenido único.
Vertió el líquido transparente en mi copa y se me quedó mirando
expectante. Hice como si fuera una experta catadora, di un trago como si se
tratara de una copa de vino, dejé reposarla en la boca, por si tenía que notar
algo, en plan «tiene varias notas que me recuerdan a la corteza de sauco»,
pero no pasaba nada, y cuando estaba a punto de tragar, escuché que Álvaro
le preguntaba por el precio.
—Treinta mil francos la botella de doscientos cincuenta centilitros,
caballero.
¡Eso al cambio era más de doscientos cincuenta euros! Casi escupí el
contenido, pero ¿cómo iba a hacerlo si lo que tenía en la boca era lo mismo
que ganaba en una hora un camarero? Intenté tragar sin que se me notara el
estupor, pero mi garganta me jugó una mala pasada y la vida se me fue por el
otro lado. Me puse a toser como las locas.
—Maca, ¿estás bien?
«¿Cómo voy a estar bien? ¡Me estoy ahogando con un buche de agua de
doscientos cincuenta euros la botella, joder!».
No me entraba el aire y tampoco me salía.
—No llevará mango, ¿verdad? —preguntó Álvaro al barman—. Es
alérgica —especificó.
—No, caballero, solo lo que he dicho, es agua de…
—Ya, ya, ya, ya —repitió, agitando la mano y restándole importancia a su
respuesta—. ¿Y el vaso? ¿Puede llevar trazas? ¿Quizá de algún cóctel

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anterior? —El chico nos miró horrorizado. Yo seguía sin poder respirar.
—No creo, aquí somos muy meticulosos con la limpieza.
—¿Qué pasa? —preguntó el encargado de barra.
—Mi prometida es alérgica al mango y creo que ese vaso no estaba todo
lo limpio que debería, está teniendo una reacción alérgica.
El hombre miró de forma reprobatoria al chico, quien perjuró que el vaso
estaba limpio.
—Mis disculpas, señores, ¿necesitan que llamemos a un médico?
—No hará falta, voy a acompañarla a la habitación para ponerle su
inyección, si se le sigue hinchando la lengua, podría morir ahogada por ella.
—Por supuesto, vayan, vayan… —nos espoleó.
Álvaro me tomó en volandas abriéndose paso entre la gente.
—Vamos, Maca, respira, que acabo de librarte de los doscientos cincuenta
euros peor invertidos de tu vida.
«¡Será cabrón!».
Nos apartó de la muchedumbre, me bajó al suelo cuando estuvimos lo
suficientemente lejos y pude controlar el desbarajuste que me suponía
respirar. Unos cuantos estertores después, conseguí que el aire regresara a mis
pulmones.
La mano de Álvaro acariciaba mi espalda, su voz susurraba en mi oído un:
«respira con suavidad, todo está bien, no pasa nada» que volvió a erizarme la
piel.
Tenía la garganta como la ladera de un volcán que entra en erupción, aun
así, conseguí hablar.
—¡¿Por qué has hecho eso?!
—Venga ya, ningún agua, aunque proceda de los confines de la tierra, o
que sea la última botella del planeta, merece doscientos cincuenta pavos.
Además, por tu cara parecía que fueran a robarte un riñón.
—¡Es que iban a hacerlo! ¿Sabes que ese dinero era mi aportación
mensual de piso, luz y agua? —dije, logrando relajarme lo suficiente.
—Entonces tienes que darme las gracias por hacerte ahorrar esa
mensualidad.
Hice rodar los ojos.
—¿Qué haces aquí, Álvaro?
—¿Y tú?
—He preguntado yo primero.
—Pues además de asegurarme de que no vacíes tu cuenta corriente en
caprichos innecesarios… Tenemos que hablar.

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—Nunca me ha gustado esa frase. —Él me sonrió.
—Ya, bueno, a mí tampoco es que me entusiasme, pero creo que lo
necesitamos de verdad.
Álvaro estaba en lo cierto, después de lo que pasó en el spa, debíamos
poner voz a nuestro silencio.
—Está bien.
—Te diría que fuéramos a dar un paseo por la playa, pero, dada tu
aversión a la arena, casi que es mejor encontrar algún lugar tranquilo dentro
del recinto.
Me gustaba que siempre tuviera en cuenta aquello que me molestaba.
Sobre todo, porque yo hacía justo lo contrario, lo incordiaba para que se
marchara cuanto antes y, sin embargo, algo me decía que me apetecía muy
poco que se fuera.
Estaba hecha un lío, Álvaro trastocó desde su aparición todos mis planes y
ahora me hacía desear cosas que podrían complicar mucho mi realidad. ¿Por
qué tenía que unir las emociones al sexo? ¿Por qué no era capaz de vivir una
aventura como hacían mis amigas y ya está? ¿Y si era yo misma la que me
saboteaba? Tampoco es que lo hubiera intentado nunca, estar con un tío a
sabiendas de que lo único que iba a unirnos eran maratones de sexo hasta el
infinito, y por el modo en que me miraba Álvaro, era justo lo que él quería.
¿Podría?, ¿sería capaz?
Caminamos en silencio, con las notas musicales filtrándose entre la
vegetación. Nos detuvimos cerca de la piscina infantil, en esa zona no había
nadie, ocupamos una de las hamacas, nos sentamos el uno al lado del otro,
aunque un pelín enfrentados, lo justo para mirarnos a los ojos, que nuestras
rodillas se rozaran y que Álvaro me cogiera de la mano.
—Sé que no soy lo que creías —arrancó. Su declaración me tomó por
sorpresa, esperaba cualquier cosa menos eso—. Imagino que, cuando me
propusiste que fuera tu prometido, buscabas un tío que se mantuviera al
margen, que no metiera las narices en tus cosas, ni pretendiera hacer lo mismo
entre tus piernas —rio por lo bajo, era incapaz de no meter una pullita
graciosa, aunque la conversación fuera seria—. Yo tampoco esperaba que te
cruzaras en mi vida, que me hicieras desearte prácticamente desde que te
caíste en mi entrepierna borracha y empastillada.
—Bonita imagen para contarle a nuestros nietos —bromeé, él sonrió—.
No iba en serio, ¿eh?
—Estoy contigo en que no sería algo con lo que aleccionar a nuestros
hijos. Yo también bromeo —puntualizó—. Te salí rana, igual que a mis

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padres, nunca soy lo que los demás necesitáis y lo asumo, es difícil contar con
una persona que hoy está pero que no sabes cuándo se marchará.
»Te prometo que me estoy dejando la vida al intentar controlar mis
impulsos, que son muchos, cada vez que te miro, te rozo o simplemente te
respiro. Estoy en un punto que ni yo mismo sé qué decir o qué hacer contigo.
Me gustas mucho, muchísimo y, ¡joder!, tengo tantas ganas de follarte que ni
las pajas me sirven. Perdona que sea tan brusco.
Su confesión me hizo gracia, así que me limité a negar con la cabeza.
»En estas semanas he conectado contigo de un modo que me abruma y me
excita a partes iguales, me gustaría decirte que es una emoción que he
compartido con muchas de las mujeres con las que he estado, pero no es así.
Porque me atrae tu cuerpo, pero también tu mente, o tu sentido del humor, o
tus tropiezos. Me da igual que no tengamos muchas cosas de nuestra lista en
común, porque hay muchas más que compensan nuestras diferencias, porque
siempre he creído que la pluralidad enriquece, y tú estás jodidamente rica. —
Bajó el tono y me miró con tanta intensidad que me estremecí—. Te deseo,
me vuelves loco y te prometo que si pudiera, me encantaría pronunciar las
palabras que necesitas, un «¿Por qué no lo intentamos?». Pero si lo hiciera, te
mentiría, y no quiero que lo que compartamos sea eso, solo una mentira.
»Hace años que soy incapaz de quedarme mucho tiempo en alguna parte,
te confesé lo que me empujó a marcharme, lo que ha hecho que no pueda
volver o establecer una residencia fija. No puedo dejar de huir de mí mismo,
de la culpa que me consume, y no es justo que te haga creer que contigo va a
ser distinto.
—Te entiendo, mis padres tampoco creyeron que fuera suficiente para
ellos, también eligieron seguir su camino y dejarme atrás, con mis abuelos,
por eso siempre he buscado a alguien con quien echar raíces, alguien que no
quisiera apartarme porque no bastara.
—¿Cómo puedes decir algo así de ti? —Subió las manos y me acarició la
cara.
—Porque es cierto. Noe dice que no, que mis padres me quieren, que al
final siempre vuelven y están en los hitos importantes, pero yo los quería para
las pequeñas cosas, como cuando me caí de aquel árbol y me pasé media hora
inconsciente, cuando me dieron un diploma por mi trabajo sobre los volcanes
o la primera vez que me vino la regla, o me rompieron el corazón. Sí, estaba
mi abuela, y mi madre al otro lado de la línea, pero no era lo mismo, necesité
su abrazo, sus palabras en mi oído, y no las tuve…

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Los ojos me escocían. Álvaro había sido franco contándome lo de su
hermano, y yo tenía que serlo con lo de mis padres.
—Maca, que las personas no estén a tu lado no significa que no te quieran
en su vida. Sé que es un concepto difícil de entender, pero, aunque yo no esté
al lado de mis padres, o de Ebert, o de mi hermano, ellos siempre están
conmigo aquí —llevó uno de mis dedos a su cabeza—, y aquí. —Y bajó mi
mano hasta la abertura de su camisa para meterla dentro de ella, donde
galopaba su corazón contra el pecho—. Estoy encantado de conocerte, me
pareces divertida, graciosa, lista, preciosa, empática y terriblemente deseable.
Cada día que paso a tu lado descubro nuevos matices que me hacen querer
saber más de ti y, aunque eso hace que me plantee muchas cosas, no quiero
ilusionarte, no quiero hacerte daño, me importas y quiero que sepas que
cuando me vaya te echaré de menos.
—¿Me echarás de menos? —pregunté extrañada, y él sonrió.
—Mucho, no podré dejar de pensar en ti, porque de algún modo que no
pretendía te has colado aquí —apretó su mano de nuevo sobre la mía, que
seguía en contacto con su piel caliente—. No puedo comprometerme contigo,
no puedo ofrecerte un futuro, pero sí unos días que se quedarán siempre en
nuestra memoria. Quiero complacerte, quiero hacerte reír, llenarte de
experiencias de esas que te calientan por dentro y te dejan una sonrisa tibia en
los labios. Quiero que cuando ya no esté y pienses en estos días, lo hagas
creyendo que mereció la pena lo que tuvimos.
—Y, entonces, ¿qué propones?
—No ponerle freno, que nos dejemos llevar sabiendo que esto tiene fecha
de caducidad. Yo me comprometo a hacerte feliz mientras dure…
—Es decir, mientras compruebas si soy capaz de que el resort dé
beneficios.
Por bonitas que fueran sus palabras, se activó mi parte práctica, la que me
decía que yo era el medio para conseguir un fin. Pero ¿no era ese el fin que
perseguíamos los dos? ¿Y si mi fin había cambiado? ¿Y si me gustaba lo
suficiente para no querer que se marchara?
—Sí —dijo sin que le temblara el pulso—. Mi propuesta no es tan
descabellada, somos adultos, nos atraemos, congeniamos, y si lo analizas
fríamente, cuando empiezas una relación, asumes un riesgo, muchas veces
vives con el temor de que la otra persona se canse de ti, o que se enamore de
otro, que todo termine; en nuestro caso, no será así, porque partimos del punto
que ya sabemos que estamos destinados a terminar y eso puede llegar a
resultar liberador. —Quitó la mano de su pecho y sostuvo mis dos manos

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entre las suyas—. No te negaré que me encantaría que aceptaras, no obstante,
comprenderé si decides no hacerlo. Voy a respetar tu decisión decidas lo que
decidas.
—Te agradezco tu sinceridad y tus palabras.
—Y yo que entraras en ese avión y en mi vida. Ocurra lo que ocurra,
estoy encantado de haberte conocido, y si en algún momento me necesitas, no
dudes que puedes llamarme y te echaré una mano encantado, o las dos, si me
dejas. —Me guiñó un ojo pícaro.
—Voy a pensarlo, no puedo decirte otra cosa.
—Está bien, respetaré tu decisión sea la que sea, aunque si me dices que
no, no puedo prometerte que lo siga intentando hasta conseguir ponerte tan
cachonda que seas incapaz de rechazarme.
—Eso es juego sucio —protesté.
—Si eso te parece sucio, no entres en mi mente, casi siempre estás
desnuda y suelo ponerme muy cerdo.
Le sonreí incapaz de contenerme.
—¿Podemos volver a la fiesta? No soy una gran bailarina, pero me
apetece bailar contigo.
—Seguro que nos las apañamos, y si te entra sed, pedimos agua de grifo.
Los dos nos carcajeamos y volvimos al lugar en el que DJ George seguía
pinchando, con la propuesta de Álvaro martilleando mi pecho y mi
entrepierna.

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Capítulo 52

Lau

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—¡¿Que te hizo qué?! —exclamó Maca con los ojos muy abiertos sin
dejar de contemplar a Noe. Nuestra amiga apenas había dormido de nuevo,
pero el chute de vitamina R que le había dado Salchicha Peleona le otorgó un
brillo que parecía que fulgurara.
—Pues que le hizo un peeling de semen —dije sin tapujos—, seguro que
tiene el pandero como el culito de un bebé. Eso sí que es darle un buen uso, y
no el del pez globo que pretende hacernos comer el cocinero.
Maca puso cara de ahogo, Noe se reía sin ningún tipo de problema, menos
mal que por lo menos había pillado una de las tres.
Al final, Álvaro, Maca, Hori y yo regresamos juntos en la furgo del DJ.
Lo pasamos bien, aunque no tanto como la disfrutona de Noe, que se había
hinchado a desatascar la tubería con Super Mario. Por mi parte, tuve que
hacerle la cobra al muchacho que había salido a por todas y se marchó a su
cabaña con mis labios en su frente.
«Eres demasiado para mí».
«Eso dímelo cuando vayas por el quinto orgasmo de la noche».
Todavía me estaba riendo ante sus ocurrencias, en eso se parecía al
capullo de su padre, y en que los dos estaban muy buenos, pero en nada más.
Lo mandé a dormir, y yo tuve que contentarme con uno de mis falos de
jade.
—Imagino que hoy estará de buen humor… —comenté sin apartar la
mirada de Noelia, quien estaba repantingada en el sofá aniquilador.
—No lo sé, me fui antes de que se despertara, a ver, que yo tampoco
quiero una relación, lo pasamos bien y listo. Él por su lado y yo por el mío.
—Un momento… —murmuré—. ¿Te largaste sin despedirte del señor
Grey? Muy mal, Anastasia, ya sabes que ese tipo de cosas tienen su castigo,
¿o es eso lo que buscas, chica mala?
—No tengo que darle explicaciones, fue sexo, sin más; después, él a su
cama y yo a la mía. ¿Para qué iba a quedarme?
—¿No se supone que cuando son rollos de una noche los tíos no quieren
que te quedes? —preguntó Maca.
—Depende del tío, me da a mí que Mr. Weber no es de esos, tiene pinta
de controlador absoluto y haber preferido atar a Noe con unas bridas antes de
que se diera a la fuga.
—Sí, claro, y que le llevara un zumo recién exprimido en cuanto se
despertara, ¡no te fastidia! —proclamó Noe—. Que a mí me cuesta mucho
conciliar el sueño en cama ajena y necesitaba dormir unas horas, y ya puestos,
ducharme sin ser empalada por detrás cuando me enjabonaba el pelo.

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Hice un ruidito de frustración.
—Con lo que a mí me gusta que me empalen mientras hundo mis dedos
en espuma. Ya ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que me tiré a un tío
en la ducha. A ti, Maca, no te lo recomiendo, que con tu propensión a las
caídas, fijo que terminas en urgencias. —Regresé mi mirada a Noe—. ¿Y
folla bien? —pregunté sabiendo la respuesta. Nuestra querida amiga no se
habría pasado tantas horas con el de mantenimiento si no tuviera un buen
manejo de la llave de tubo. Su sonrisita ladeada dejó clara la respuesta—. O
sea, que todo lo que tiene de mala leche lo tiene de empotrador, hija que
suerrrte.
—Algo bueno debía tener… —suspiró—. ¿Y tú qué vas a hacer con
Alvarito? ¿Hubo tema anoche? —cuestionó, buscando una respuesta
esperanzadora por parte de Maca.
—Hablamos —comentó, pasándose los dedos por el pelo.
—¿Y? —insistió Noe.
—Que no sé, que él tiene muy claro que quiere que follemos, que nos
divirtamos y que cuando llegue el día, si te he visto no me acuerdo, a no ser
que lo necesite y entonces vendría corriendo, o eso dice, pero es que… ¡Estoy
hecha un lío!
—A ver, chochete, ¿no era eso lo que querías? Que se marchara para tú
quedarte con el control de todo esto, ¿dónde ves el problema? Mientras
Álvaro esté, le das alegría a tu cuerpo, Macarena, y cuando no esté, adiós muy
buenas. ¡Que te quiten lo follao! Anoche se os veía muy bien en la pista, no
sé, quizá podrías probar.
—¿Y si me enamoro y lo paso fatal?
—Nadie te garantiza que no lo vayas a pasar mal con cualquier otro, un
compromiso no es garantía de que la cosa vaya bien, mira lo que pasó con
Culo Ganador —comentó Noe.
—Eso también me lo dijo Álvaro anoche.
—Porque es un tío listo, otro te diría que sí a todo para llevarte a la cama
y pasaría de tus comeduras de olla, él es sincero y es un punto a su favor. ¿Por
qué no eres algo más flexible y te dejas llevar un poco? —Maca resopló—.
Escúchame, que no intimes con él no significa que tus sentimientos vayan a
perder fuerza, si tu destino es enamorarte de Álvaro, lo harás con o sin sexo,
sufrirás lo mismo o incluso más, mientras que si te lo tiras, te darás una
alegría, y si no lo haces, tu cabeza te torturará pensando en lo bien que lo
habríais pasado si os hubierais acostado. Es mejor un buen recuerdo que uno
incierto.

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—Estoy con Noe en eso. ¿Votos a favor de que se lo folle? —Noe y yo
levantamos la mano—. ¿Votos en contra? —Maca no hizo nada—. Dos votos
a favor y una abstención, gana el sí, ¡a frungir, Mari Carmen!
Su móvil vibró, y ella lo miró sin responder.
—Es Álvaro, hoy nos toca hacer la parte del snorkel que no pudimos
hacer el otro día y la excursión a la cascada 'Āfareaitu después de comer.
—Dios, ¡una cascada! ¡Podéis hacer como esa parejita de El Lago Azul!
Esa peli siempre me ha puesto muy cachonda, y mira que a mí los rubios
como que no, pero ese estaba de toma pan y moja —admití.
—No creo que estemos solos como para emular nada, esos sitios suelen
estar petados de gente, además de que, con mi suerte, seguro que me muerde
el culo un tiburón o me pica una manta raya antes de que lleguemos a la
excursión.
—Chocho, no seas tan mal pensada, que atraes a la mala suerte con tus
predicciones y el universo es muy cabrón. Si lo prefieres, nos cambiamos, no
tengo ningunas ganas de aguantar a Aquaman. —Puse cara de fastidio.
—¿Te has peleado con Maui? —preguntó Maca.
Como apenas tuvimos tiempo a solas el día anterior, no se lo conté.
—Se besaron —apostilló Noe, metiendo el dedo en la llaguita.
—¡¿Os besasteis? ¿Cómo que os besasteis?!
—Fue un accidente, esa cosa intentó comerme, él vino al rescate como
buen superhéroe, y cuando me hacía el boca a boca, nos liamos, pero entonces
llegó Tocaweber, y él renegó de lo que su lengua le hacía a la mía. Vamos,
que poco más y me tira al suelo alegando que a mí no me tocaría ni con un
palo. ¿Te lo puedes creer? Pues eso, su hijo deseando y el padre pasando…
Ahora, que si él pasa, yo también, puede estar muy bueno, pero a mí no me va
suplicar limosna de un tío que se avergüenza de compartir saliva conmigo.
—Hay muchos hombres en el horizonte —murmuró Noe—, y mañana
abrimos el hotel, así que quién sabe, igual encuentras un ricachón que te retire
y te folle bien.
—Lo primero se lo dejo a otra, pero lo segundo… Eso puede ser —le
sonreí.
—Nos vemos más tarde, Divinas, me encantaría seguir charlando, pero no
puedo, el deber me llama y los escualos ya huelen mi sangre; si no sobrevivo,
pensad en un epitafio bonito.
—Yo optaría por algo como: «¡Por fin polvo!». —Me carcajeé,
ganándome una peineta por parte de Maca.
—Portaos bien y trabajad.

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—¿Es tu última voluntad? —pregunté muerta de la risa, no llegó a
responder porque se fue, igual que mi tocaya Laura en el mítico tema de la
Pausini.
Noe se recompuso en el sofá y me miró con fijeza, su expresión pasó a ser
una de preocupación.
—¿Seguimos sin noticias de José Luis? —preguntó, fijando su mirada en
la mía.
Para ser franca, anoche estaba tan agotada que, en cuanto pillé cama, caí
como un tronco, mi mente no estaba con el perro, ni mis pies tampoco.
—Eso parece, hoy te llegan sus galletas favoritas, ¿no? —Mi amiga
asintió preocupada.
—Me siento fatal, nunca le habíamos perdido y ahora…
—¡Se está dando la gran vida perro! Seguro que para él está siendo toda
una aventura, los animales se adaptan al medio y José Luis no será el perro
más guapo del universo, pero sí un superviviente, ¿o ya no te acuerdas que
tuvimos que cambiar mis galletas a los armarios de arriba porque si las
dejábamos abajo el muy cabrón abría el mueble, tiraba el tarro de cristal y se
las comía? ¿Qué te dijo el veterinario? Que o era un perro faquir capaz de
digerir el cristal, o el tío era capaz de no tragarse ni una mínima esquirla. No
puedes subestimarlo, los perros callejeros están hechos de otra pasta y, según
el de la perrera, cuando lo adoptaste, era carne de contenedor.
—Ya, pero eso no resta que esté preocupada. ¿Y si lo pillan? Nos
meteríamos en un buen lío y todavía no se lo hemos contado a Maca. No me
gusta que le ocultemos cosas.
—Era taerlo o dejarlo en Mérida abandonado, hicimos lo correcto. Ahora
no es momento de pensar en eso, siempre tendemos a ponernos en lo peor y la
mayoría de las veces no ocurre nada, hay que mantener la esperanza. Yo le he
puesto la foto de Joselu a uno de los falos protectores, estoy convencida de
que los dioses cuidarán de él hasta que lo encontremos…
—Esperemos —suspiró Noe.
—Por cierto, vete preparando, acabo de ver a Mr. Tocaweber por la
ventana, con cara de malas pulgas y toda la intención de… —Pum, pum, pum
—. Te lo dije, Anastasia…
Noelia puso la mirada en blanco y se dirigió a la puerta.

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Capítulo 53

Noe

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Abrí la puerta con las cejas alzadas y mirada interrogante. Si mi jefe
esperaba encontrar otra cosa de mí, iba listo.
Sí, vale, habíamos follado, mucho y muy bien. Hacía tiempo que un tío no
me ponía tan cerda, pero ya. Él en su sitio y yo en el mío, a mí no me pasaba
como a Maca, sabía separar, por bueno que estuviera y que me hiciera esas
cosas con la lengua.
—¿Sí?
—¿Dónde cojones te habías metido? —gruñó.
—En mi cama, necesitaba dormir, perdona por no haberte despertado con
una mamada y un zumo, no soy de esas.
Él me lanzó una sonrisa irónica.
—No lo digo por eso, ¿has visto la hora que es? Hace media hora que
deberías estar comprobando el riego, yo llevo una hora y media despierto
programando lo que me dijiste, pero tú deberías haberlo supervisado como
mínimo.
Y yo pensando que venía a buscarme para echarme la bronca por largarme
de su cabaña sin avisar.
—No pensaba que tuviera que empezar antes.
—Ese es tu problema, que no piensas, lo de anoche no te da ninguna
ventaja, ¿comprendes? —Eso sí que me cabreó.
—Pero ¡¿tú qué te crees?! —siseé, entrecerrando la puerta para dejarnos
enfrentados—. No eres mi primera noche ni la última, lo que pasó no tiene
nada que ver con el trabajo, no soy de esas.
—Pues si no lo eres, ponte las pilas y mueve el culo para ver si se están
ahogando o no las palmeras —dijo cabreado.
—Todavía no había conocido a un tío que el sexo le hiciera más mal que
bien, siempre tiene que haber una primera vez.
—Quizá sea porque lo que hicimos estaba muy por debajo de mis
expectativas.
Vale, eso había dolido, sobre todo, porque hacía unas horas no daba la
impresión de estar pasándolo mal entre jadeo y gruñido.
—¿Y eso fue antes o después de que me tragara tu corrida número tres?
—¡¿Quieres hablar más bajo?!
—Tranquilo, Tocaweber, tampoco es que pensara repetir contigo —le
ofrecí una sonrisa forzada—. Ahora mismo voy a ir a revisar las plantas, pero
a ti no hay quien te revise, podrías ir pidiendo hora en una granja para que te
ordeñen la mala leche. Buenos días.

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Cerré y lo hice cabreada, porque si bien era cierto que no había ningún
sentimiento que nos uniera, más allá de lo que hicimos juntos, yo pensaba que
le había gustado tanto como a mí, y no, al parecer, no había alcanzado sus
expectativas. «Pues muy bien, ¡que le den!».
—¿Todo bien? —preguntó Lau inmóvil en mitad del salón.
—¡De puta madre!

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Ebert
No había planeado que el encuentro fuera así.
Vale, reconozco que me molestó que Noe se marchara sin despedirse, a
hurtadillas, como si fuera una ladrona en lugar de una compañera de juegos
increíble.
La química había sido brutal, y cuando me hundí en ella, en acometidas
profundas y salvajes mientras sus uñas se clavaban sin piedad en mi espalda,
fue indescriptible. Igual que cuando se metió en la ducha y la tomé sin avisar,
o cuando una vez en la cama, desnudos y satisfechos, me premió con una de
las mamadas más magistrales que me habían hecho nunca.
Caí en un profundo sueño del que solo me despertó la vibración de la
alarma del móvil.
La había puesto la noche anterior para despertarme y poder hacer la
programación del riego, quería darle unos buenos días a la altura de sus
buenas noches, para que empezáramos con buen pie y quizá limar asperezas.
En mi cabeza le comería el coño hasta que se deshiciera en mi boca y
después la follaría hasta derretirme yo en su interior. La llevaría al
restaurante, para eso tenía la maestra, quizá le prepararía un bol de frutas y
semillas de esas que le gustaban y pondría un par de cafés a hacerse.
Hablaríamos sobre la planificación que me había pasado y juntos
programaríamos el riego según sus cálculos.
Pero nada de eso sucedió porque, al alargar el brazo, me di cuenta de que
no estaba, y por cómo se veía la almohada, dudaba que se hubiera quedado
después de que yo emitiera mi primer ronquido.
Me di una ducha rápida, me vestí y, con el estómago vacío, me encaminé
al cuarto de mantenimiento.
Me dije que tenía que relajarme un poco con Noe, le dejé muy claro que
solo era sexo, y quizá ella había dado a entender que su función había
concluido cuando me quedé frito.
Al terminar mis quehaceres, fui en su busca, quería ser amable, invitarla a
desayunar, que habláramos, pero había sido un absoluto desastre desde que
llamé a su puerta.
En cuanto abrió y la vi bajo el marco, con un pantalón corto, una camiseta
de tirantes, los pezones marcándose y sin sujetador, mi entrepierna reaccionó
de inmediato, y el recuerdo de sus tetas en mi boca me hizo salivar.
Noe me dedicó una mirada fría, calculada, incluso podría tildarla de
molesta, mientras en lo único que mis neuronas pensaban era en empujarla al

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interior de la cabaña y castigarla con mi boca.
Quizá mi tono fue un pelín áspero al preguntar dónde se había metido,
pero ella no se quedó corta con lo del zumo y la mamada.
Me cabreé, mucho, muchísimo, no sé si con ella o conmigo, puede que
con mi escaso poder de comunicación cuando se trataba de Noe. La ataqué
porque me sentí acorralado por mí mismo, y cuando le dije lo de las
expectativas y vi su cara…
¡Joder! ¡Había sido un bocazas y un capullo! Lo peor de todo era que no
lo había dicho con esa intención, cuando pronuncié la frase en mi cabeza
antes de soltarla, no sonaba así, quizá porque después quería añadir que
estaba convencido de que la siguiente vez sería mucho mejor. Pero no lo dije,
me callé, y ella interpretó que la noche fue un desastre para mí, entonces fue
Noe quien movió ficha y… Me mandó a una puta granja. ¿Y sabes lo peor de
todo? Que lo merecía y que la respuesta me había hecho gracia.
Estaba para que me encerraran en un psiquiátrico, Noe terminaba con mi
paz mental y la testicular, que seguía apretándose contra la pretina de mi
mono de trabajo.
Si fuera un tío listo, dejaría las cosas así. Como había dicho esa rubia con
cara de ángel y boca infernal, «tú por tu lado y yo por el mío», ese era el
mejor plan, el problema estaba en que mi cuerpo no parecía estar de acuerdo y
no había dado un solo paso para alejarse, al contrario, la estaba esperando.
Cuando volvió a aparecer en mi campo de visión, apreté los puños para no
cargarla sobre mi hombro, meterla en mi habitación y retorcer ese par de
pezones hasta que suplicara más.
—¿Sigues aquí, o es que los dioses te han convertido en enanito de jardín?
—No puedo arriesgarme a dejarte sola, dicen que las plantas captan las
emociones, y las tuyas están como para matarlas.
—Le dijo la sartén al cazo.
—Además, ahorraremos tiempo, si hay algo mal en la programación
podré ir anotándolo en la PDA para así poder reprogramar los puntos exactos.
Vamos con mi vehículo —cabeceé hacia el coche que estaba aparcado unos
metros más allá—, así terminaremos antes.
—Genial, me muero por perderte de vista.
«Y lo harás en cuanto te tenga bocabajo sobre mis rodillas».
Noe pasó por delante de mí y mi palma ardió en cuanto hice contacto
visual con su culo. Decididamente, ni ella por su lado, ni yo por el mío, me
ponía demasiado caliente. Su petición tendría que esperar.

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Capítulo 54

Maui

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—Anoche casi la besé. Pero me hizo la cobra, ¿te lo puedes creer? —
comentó mi hijo sonriente.
—¿Quién?
—Mi milf, está tan buena, es de las que a ti te gustan, papá; morena, con
buenas tetas, curvas y…
—Podría ser tu madre.
—Ojalá, si fuera así, ya se las habría comido —bromeó. Cogí una de sus
camisetas y la tiré contra su cara.
—Eres un guarro.
—Tengo a quién parecerme. Aunque, ¿sabes?, me pone que se haga la
dura, así es más divertida la caza, sin ella, esto era muy aburrido.
—Si te aburres, da clases de ukelele.
—Prefiero tocarte las narices con una madurita buenorra, me sale más
barato y es mucho más satisfactorio. —Le sonreí a mi hijo, con sus respuestas
podía sentirme más reflejado de lo que debería—. ¿Y sabes lo mejor?
—Que hoy has vuelto a quedar con ella.
—No, aunque más tarde le mandaré un mensaje guarrete, a ver si me
sigue la corriente.
—Entonces, ¿qué?
—¡Pues que vive enfrente! Puedo tocar a su puerta alegando que se me ha
terminado la sal, o que no sé ponerme el condón.
Me costó procesar la información, pero cuando lo hice y mis neuronas
lograron hacer conexión, me encendí como el Hunga Tonga.
—Espera, espera, espera, ¿tú no me dijiste que se llamaba Rita?
—Sí, bueno, eso creía, ayer me enteré de que no, que se llama Laura, fue
una broma suya porque pensaba que yo era un pesado y me dio un nombre
falso. No pasa nada, para mí es Rita la Canta-Hori, ¿a qué mola?
—¿Qué mola? ¡Ya puedes ir quitándote a esa mujer de la cabeza! ¡No
tienes ni idea de quién es! —espeté. Hori arrugó el ceño.
—¡Claro que lo sé!
—No, no lo sabes, es mi jodida subordinada, y si no dejas de verla, ¡la
voy a denunciar!
—¿A denunciar? ¿Por qué? ¡Soy mayor de edad!
—¡Me da igual! ¡Eres mi hijo y te saca muchísimos años! Además, ya
conoces las normas, ¡nada de liarse con trabajadoras!
—¡Esa estúpida norma la pusiste tú! No va conmigo y no la pienso
cumplir, te garantizo que si me deja, voy a ir más allá, mucho más allá.
—Hori Taputu —mastiqué.

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—¡Ni Taputu, ni Tuputa!
—¡Un respeto! —bramé. Nunca había discutido con mi hijo de un modo
tan hostil.
—Vale, lo siento, pero respétame también a mí, es mi vida, mi decisión y
esa mujer me gusta. Si te jode, te aguantas, no voy a renunciar igual que tú
tampoco renuncias a tirarte a un montón de mujeres que ni nos van ni nos
vienen.
»Laura vino a ver cómo pinchaba, fuimos a cenar al restaurante de los
abuelos y lo pasé genial. Es guapa, divertida y está muy buena, me da lo
mismo lo que digas sobre su edad, ¿o tú le preguntas la edad a las mujeres con
las que te acuestas? Más de una seguro que tenía la mía o alguno más y no he
visto que les hicieras ascos.
—Es distinto.
—No lo es, y paso de seguir aguantando tu brasa. Me largo, que mi turno
empieza en breve y debo tener listo el bar de la piscina para la apertura de
mañana.
—No hemos terminado de hablar —gruñí.
—¿Tú no? Pues yo sí, si quieres, puedes ir hablándole a mi foto, porque
no pienso cambiar de parecer.
Mi hijo metió la primera y se marchó sin importarle que siguiera
gesticulando y moviendo los labios.
Estaba que me subía por las paredes. ¡¿Cómo se atrevía Laura a tontear
con Hori habiéndome besado?! ¿Sería de esas mujeres que les iba lo de
fornicar con todos los miembros de una misma familia? Pues iba lista. Que
una cosa era que me besara a mí, que tenía los huevos pelados de andar con
mujeres, y otra muy distinta que enamorara a mi hijo. Pero ¡¿qué se había
creído esa amante de los falos?! ¿Que éramos sus coleccionables?
Me puse una camiseta y salí de la cabaña hecho un basilisco, llamé a su
puerta, y cuando abrió, casi me olvidé de lo que fui a decirle.
—¿Qué narices llevas puesto?
Era una especie de camisola que terminaba a mitad del muslo, con el
cuerpo de una mujer desnuda impreso en ella. Si no te fijabas bien, podías
llegar a creer que se trataba del suyo, estaba muy logrado, incluso me costó
mirarla a la cara, ¡joder!
—Mi camisón. ¿Y tú? Ah, no, esa es tu cara de idiota, perdona.
Fue a cerrar, pero puse el pie.
—¡¿Qué haces?!
—¿Yo? ¿Qué haces tú?

Página 359
—¡¿Yo?!
—Esto es una conversación de besugos. —Resoplé.
—Besuga tú, que estás intentando tirarte a mi hijo.
—¡¿Yo?! —esa vez fue ella la que preguntó.
—Sí, tú, lo sé todo.
—¡Esto es increíble! Es él el que… —Entonces se calló—. ¿Sabes? No
tengo por qué darte ninguna explicación.
—Claro que tienes, es mi hijo y hace nada era menor.
—Pero ¡ya no lo es!
—¡Igualmente es un crío! Tú eres la madura de los dos, es lógico que
pierda la cabeza por una mujer como tú —la señalé de arriba abajo—, pero
deberías tener el buen juicio de rechazarlo en lugar de alimentar sus
esperanzas.
—¿Y qué piensas que he estado haciendo desde que lo conocí? Me he
limitado a ser amable con él, lo que ocurre es que tu hijo es muy persistente.
—¿Por eso anoche fuiste a cenar con él? ¿Eso es ser amable, o
confundirlo?
—No íbamos solos, y aunque hubiera sido así, no hubiese pasado nada.
Asumo que hemos tonteado en plan divertido, pero nunca en serio, tu hijo
tiene mucha labia, ya sabes a lo que me refiero.
—¡Pues deja de verlo y de quedar con él!
—¿Por qué? ¿Porque tú lo digas?
—No, porque se piensa que está enamorado de ti y que eres la mujer de su
vida.
—Ya veo que sale a ti —comentó jocosa.
—Olvídate de Hori. —Laura se cruzó de brazos.
—Te repito que me cae muy bien, pero no tendría una relación con él, y
mucho menos seria. ¡Es tu hijo, por el amor de Dios! Imagínate tenerte de
suegro… —Se puso los dedos en la boca y emuló una arcada.
El gesto me tocó la moral.
—¿Ahora te doy asco? Pues bien que ayer me metías la lengua.
—¡Tendrás morro…! Fuiste tú el que negaste que nos besamos.
—Porque arrancaste tú, yo solo quise ser amable.
—¿Amable? Pues si Super Mario hubiera llegado quince minutos más
tarde, se hubiera encontrado tu ilustrísima amabilidad entre mis piernas.
—¡Fue un error y te recuerdo que yo solo buscaba salvarte la vida, no que
te hundieras en mi tráquea! Respondí por inercia.
—La inercia es lo que va a llevar mi puño a tu bocaza como no te calles.

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Los dos resoplamos mirándonos alterados.
—Esto no puede ser, Laura, trabajamos juntos, pon un poco de cordura, lo
único que te estoy pidiendo es que seas franca con Hori y que no alimentes
esa cabeza suya llena de pájaros a punto de aparearse.
—Muy bien, hablaré con él, pero no porque tú me lo pidas, sino porque no
tengo ganas de hacerle daño; lo creas o no, tu hijo me cae muchísimo mejor
que su padre en estos momentos. ¿Tienes algo más que añadir? ¿Ya te has
quedado tranquilo al saber que no tengo ninguna intención en formar parte de
tu familia? Pues si es así, lárgate, que me has pillado a puntito de meterme en
la ducha.
Desvié la mirada por ese falso cuerpo imaginándolo empapado. Pensar en
ello no era una buena idea.
—Gracias, de verdad, y perdona por las formas, cuando se trata de mi
hijo, a veces, las pierdo. —Me bajé del burro y ella asintió—. Tienes que
familiarizarte con la ruta que vamos a ofrecerles a los clientes, así que te
espero fuera en quince minutos y te llevo de excursión. ¿Te parece?
—Me parece.

Página 361
Capítulo 55

Álvaro
Había llamado a Maca desde el bar, estaba desayunando con mis padres.

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Ella se despertó con ganas de ir a ver a las chicas, supuse que para
explicarles lo que hablamos ayer. Noté que estaba confusa por mi propuesta,
la atracción existía, podía sentirla en cada uno de nuestros roces, en las
miradas que nos prodigábamos y en cada sonrisa.
Maca era un viaje en el tiempo, volver a sentir la anticipación, los nervios,
las ganas, y no era una mala sensación, sino de las que no se olvidan. Estaba
convencido de que esa mujer marcaría mi vida, lo que me asustaba
llenándome de incertidumbre, pero sin restarme un ápice de voluntad a vivir
esa aventura a su lado.
Esperaba que sus amigas no le dijeran que era una mala idea, sobre todo,
por mi salud testicular, no había deseado tanto a alguien desde el instituto,
aunque en esa época las hormonas pensaban más que mi cerebro.
—Álvaro, cariño, ¿hay algo que te preocupe? —mi madre arrojó la
pregunta mientras removía el contenido de su taza de té. Siempre me gustaron
sus manos, de dedos largos, manicura cuidada y tacto amoroso. Ahora tenía
algunas manchas fruto de la edad, pero seguía conservando aquel tacto
delicado que tantas veces había recorrido mi rostro.
La mano libre se desplazaba por el pelaje de Linda que, como casi
siempre, estaba hecha una rosca sobre sus rodillas, porque le encantaban sus
carantoñas.
Mi padre se la regaló para su aniversario de bodas hacía cinco años.
—No —suspiré—, solo son los nervios por la inauguración.
—Tranquilo, hijo, que Maca es muy eficiente y rigurosa, no podrías haber
escogido una mujer mejor, ni en tu vida, ni para el negocio, aunque esa
decisión la tomara yo —se rio mi padre, palmeándome el hombro.
Se habían sentado flanqueándome, uno a cada lado. Si Marcos hubiera
seguido con vida, estaría a mi derecha, entre mi padre y yo. Todavía podía
imaginarlo ahí, aunque su rostro a veces se desdibujaba, no lo hacía la
sensación de ser pellizcado por debajo de la mesa. Todavía podía escucharlo
diciéndome: «Mis pellizcos de monja son los más dolorosos, nunca superarás
al maestro», y no lo hice, siempre tuvo más maña y fuerza para realizarlos.
Retomé el hilo de la conversación y miré los ojos de mi padre, tenía las
comisuras más arrugadas, sin embargo, el brillo de su tenacidad seguía ahí,
siempre fue un hombre de gran corazón, instinto y fuertes convicciones.
—Sí, ella es increíble, tendrías que haberle dado el puesto de directora en
lugar de a mí, se lo merece más que yo, que lo único que hago es mirar y
aprender.

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—Hijo, con los años te darás cuenta de que ese es el sino de todos los
hombres, mirar y aprender de sus mujeres —desvió la mirada hacia mi madre,
que lo premió con una sonrisa benevolente—. El puesto es lo de menos, el
sueldo es el mismo que tendría como directora, creo que dejé claro en mi
discurso frente a todo el personal que confío en Maca ciegamente, y ella es
consciente de que el peso del complejo recae sobre sus hombros.
—Sí —insistí—, pero ella pensaba que venía a dirigir el hotel, y no estuvo
bien mentirle.
—¿Y tú por qué no le dijiste que el puesto era para ti? ¿Pensabas que se
iba a enfadar? —quiso saber.
No podía explicarle que ni siquiera la conocía antes de montarme en el
avión y que en la última escala me cagué, bueno, en realidad, algo de verdad
había en esa respuesta, si no se lo dije en cuanto Maca me contó a dónde se
dirigía, fue justo por eso. Iba a responder cuando su voz se alzó a mis
espaldas.
—Sí, seguro que lo pensó —atajó ella, sorprendiéndonos a los tres—.
Perdonad que os interrumpa, estas chanclas no hacen nada de ruido y no he
podido evitar escucharos mientras me acercaba —se disculpó.
Me giré para mirarla. Ya la había visto cuando despertamos, pero seguía
maravillándome lo bonita que era, con su cola alta despejando las facciones,
una nube de pecas salpicando el puente de aquella nariz recta y los labios con
la suficiente carne como para envolver los míos y hacerme jadear con el
piercing de su lengua.
—No pasa nada, Macarena —susurró mi madre condescendiente. Ella ni
se molestó en corregirla, seguro que ya la había dejado por imposible.
No se sentó, se quedó de pie, y yo pude recorrer su cuerpo con avidez.
Llevaba el bikini bajo un top de ganchillo calado, unos pantalones cortos
multibolsillos, las chanclas y una pequeña mochila a la espalda donde estaban
las zapatillas para la excursión, una toalla y crema para el sol.
—Álvaro sabía lo ilusionada que estaba con el puesto —prosiguió—, y
supongo que no sabía cómo decírmelo para que no me molestase, sobre todo,
teniendo en cuenta que él nunca quiso un puesto como el que ahora ostenta y
que a mí, a veces, me puede el pronto cuando me ocultan cosas.
—Hija, de verdad que no pensé que esto podría suponer una decepción
para ti —suspiró mi padre, frotándose el cuello—. Es solo que nos hacía tanta
ilusión que por fin Álvaro regresara a nosotros de algún modo que, en fin, no
lo pensé, perdóname.

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—No pasa nada, Joan, lo comprendo, si yo hubiera podido ofrecerles un
puesto de trabajo a mis padres, en el lugar de sus sueños —dijo, desviando
unos segundos la mirada hacia mí—, para que quisieran quedarse a mi lado en
lugar de ir dando tumbos por el mundo, también lo habría hecho.
—Oh —suspiró mi madre—. ¿Tus padres son trotamundos?
—Algo así, periodistas, desde hace años se dedican a hacer programas
para una televisión autonómica tipo Callejeros Viajeros, así que no los veo
mucho, por lo que comprendo vuestra necesidad de tener a Álvaro aquí más
de lo que pensáis.
Mi madre se puso en pie haciendo bajar a Linda al suelo y la abrazó con
todo el cariño que fue capaz de reunir.
—Ahora nos tienes a nosotros, cariño, puede que no seamos tus padres,
pero esperamos ocupar un lugar en tu vida y en tu corazón, porque eres la
persona que en parte nos ha devuelto a nuestro hijo.
Y con eso, Maca tembló, me miró vidriosa, y a mí se me estrujó el
corazón rompiéndome un poco por dentro. Se había ganado lo poco que le
quedaba por ganarse de mis progenitores, y yo no sabía qué ocurriría cuando
tuviera que poner tierra de por medio. Los destrozaría a todos.
Linda se puso tiesa de golpe, lanzó un aullido y salió a la carrera acabando
con mi pensamiento, pero no con la congoja que sentía.
—¡Linda! —exclamó mi madre incapaz de detenerla—. ¡Joan! —Mi
padre dio uno de sus silbidos, pero la perra lo ignoró completamente—.
¡Álvaro! —exclamó entonces, como si yo pudiera correr más que la perra—.
Ay, mi Linda, ¡que se marcha! ¡Nunca había hecho eso!
—Tranquila, querida, es una perra, habrá visto un pájaro o lo que sea, la
hemos paseado por todo el complejo, sabe volver.
—Yo no voy a quedarme tranquila, Joan, ¿y si se pierde? —preguntó mi
madre soltando a Maca alterada.
—Nosotros tenemos que irnos a la excursión, podéis llamar a Ebert y que
la busque con el vehículo —propuse.
—Sí, Joan, por favor, si le pasara algo a Linda… —se le quebró la voz.
Maca le palmeó la mano.
—Tranquila, Agnetha, seguro que Ebert la encuentra.

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Linda (leer con acento francés Oh, là, là!)
Gitchie, gitchie, ya-ya, da-da.
Gitchie, gitchie, ya-ya, here.
Mocha Chocolata, ya-ya.
Creole Lady Marmalade.
Ooh, oh…

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Voulez-vous coucher avec moi, ce soir?
Voulez-vous coucher avec moi?
Yeah, yeah, yeah, yeah.

Fue oler su perruno e inconfundible aroma a macho de la nobleza y venirme


la canción a la cabeza.
Pensé que no volvería a ver a mi caballero de la brillante mordedura, pero
me equivocaba, porque, como prometió, estaba cerca…
Fue captar las notas de su inequívoco olor a semental y salir por patas,
necesitaba otro encuentro con mon amour, José Luis III.
Siempre supe que estaba predestinada a un noble de alta alcurnia, y
cuando entró mientras me daban la envoltura de coco en el spa, con mi
hermoso pelo pegoteado dándome un aspecto difícil de olvidar, y lo vi a
través del reflejo del cristal, acercándose a mí con su porte distinguido y su
movimiento de caderas, supe que acababa de encontrar l'amour de ma vie, o
como mis dueños dirían, el amor de mi vida.
José Luis sintió lo mismo, y me canturreó esa canción de amor mientras
se presentaba y me decía que era la dog de su life.
Sus ojos se movían al ritmo de su lengua, sus dientes arañaban mi piel de
un modo que… Oh, là, là! Mon Dieu! Me erizaron por completo, por no
hablar de su…
Carraspeé, hay intimidades que una dama no puede contar.
Nunca había sentido un placer tan indescriptible mientras él empujaba
entre mis patitas traseras. Aulló con fuerza y yo creí que iba a desmayarme
del gusto. Hubiera querido estar así, con él, toda la tarde, pero esos humanos
estúpidos nos interrumpieron y mon amour tuvo que huir como si fuera un
vulgar prófugo. Menos mal que ya nos habíamos podido desenganchar.
Aunque me dijo que volvería y que vendría a por mí.
Aceleré el paso para que mis dueños no me atraparan, doblé tras unos
arbustos en los que la noche anterior eché un pis, y ahí lo vi, agitando las
cejas con una flor entre los dientes.
¡Su dentadura era tan sexy! Era pensar en lo que me hacía con los dientes
y ma fleur[15] abría todos sus pétalos.
Sonreí y corrí hacia él agitando mi colita emocionada. Esperaba gustarle
tanto o más que en nuestro primer encuentro, ahora que estaba limpia, aseada,
con mi lacito favorito en el pelo y el collar de diamantes.
José Luis reconoció haberme visto a través del cristal esa misma mañana,
yo también lo vi, aunque me hice la interesante, como toda dama debe hacer.
Fue amor a primer ladrido.

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Verlo bailar para mí y su lengua trazando corazones en el cristal… Fue lo
más romántico que ningún perro había hecho por mí, y eso que Croqueta, el
caniche gris de la señora Díaz, cuyo corte de pelo lo hacía parecer una
albóndiga de lata y con el que coincidía en el pipicán al que me llevaba Joan,
llegó a tallarme un corazón, con sus dientes, en un hueso de pollo.
Mi corazón dio una voltereta al acercarme. Su belleza podía rivalizar con
la de un cantante de perrock.
Le ofrecí una sonrisa, y él soltó la flor sobre mis patitas delanteras.
—Hello, my Darling[16]!
Me encantaba su acento british, se notaba su alta cuna. En los anuncios de
comida para perros de la tele siempre me fijaba en los más mayores, me
gustaba que me sacaran unos años de ventaja, que me consintieran, mimaran
y, por supuesto, que tuviera experiencia, tú ya me entiendes.
—Ça va, mon amour[17]?
—Estaba esperándote, tenía la esperanza de que me encontraras. He
notado tu dulce aroma entre estas plantas tal y como quedamos —me sonrojé.
—Intenté marcarlas bien, mi dueña siempre me pasea por aquí, nuestra
villa es esa de allí —se la señalé con la patita—. Yo suelo dormir en el jardín,
por si te apetece pasarte una noche.
—Claro que sí, my life, ven aquí.
Nos lamimos la cara, no necesitaba muchos preliminares para ponerme
toda perra, llevaba con el celo desde principios de semana.
Me dio la vuelta y…
—Oh, là, là!
Solo lo había visto en las películas, estaba comiéndome la flor, separé
bien los cuartos traseros y me emperró.
¡La tenía tan grande y sabía moverla tan bien! Empezaron sus
mordisquitos de amor, mientras yo jadeaba y lanzaba aulliditos.
—¡Ahí! —exclamó una voz que me sonaba pero que no pude procesar
presa del placer—. ¡¿Linda?! Pero ¡¿qué cojones es eso que se la está
zumbando?! ¡Mierda, Noe, creo que es la rata! Un momento, esa cosa no
puede ser una rata.
—¡José Luis!
—¡Ahora no, Noe, los tenemos que coger!

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Capítulo 56

Noe
La situación no podía ser peor.

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Mientras estábamos supervisando los riegos, Mr. Weber recibió una
llamada por la fuga de la perra de los jefes supremos.
En cuanto escuché la conversación, tuve un mal presagio, el desastre se
corroboró tres minutos más tarde cuando, al tomar una curva Ebert, a quien
apodaré Ojo de Águila a partir de ahora, captó un movimiento sospechoso tras
una colocasia esculenta, también llamada taro, de hojas gigantescas en forma
de corazón.
—¡Ahí! —exclamó Ebert—. ¡¿Linda?! Pero ¡¿qué cojones es eso que se
la está zumbando?! ¡Mierda, Noe, creo que es la rata! Un momento, esa cosa
no puede ser una rata.
Allí empujando contra la hermosa Linda se encontraba un jadeante José
Luis, con la lengua fuera y algo de baba colgando.
¡Parecía el puñetero Gremlin malo metido en la licuadora del amor! Si es
que se le salían los ojos de las cuencas, ya me lo decía Maca: cástralo,
cástralo, que cualquier día se te escapa en el paseo y tenemos un disgusto.
Desde luego que él cara de disgustado no tenía, y lo peor era que la
retozona de Linda tampoco, que a la muy hija de perra parecía gustarle el
empotramiento de José Luis.
—¡José Luis! —grité, intentando espantar al animal mientras que Mr.
Weber aparcaba.
—¡Ahora no, Noe, los tenemos que coger! —Me miró con el ceño
fruncido—. ¡Aguántate el pedo y te lo tiras después! —Me soltó como si mi
problema fuera de gases y no que mi mascota de baja estofa se estuviera
tirando a la perra clasista de los jefes—. Espérate aquí. ¡Voy a quitarle esa
cosa a Linda de encima! Igual sí que es un animal de laboratorio, mira lo raro
y feo que es, puede que tenga la rabia, ayer le descubrimos mordidas a Linda.
«¡¿Ayer?! José Luis, ¡¿qué has hecho?!».
Ebert saltó del vehículo. Yo no podía quedarme de brazos cruzados, así
que lo imité adelantando por la derecha, bastante cabreada, por cierto, porque
acababa de procesar lo que había dicho de mi perro.
—¡Te he dicho que te quedes quieta!
—¡Y una mierda! ¡Aquí el único que tiene la rabia eres tú! ¡José Luis no
es feo, es de belleza compleja!
Aparté a Ebert de un empujón. Y corrí hacia los animales, que seguían en
su particular versión de Leyendas de Pasión.

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Ebert
Las piezas encajaron de golpe.
No hizo falta nada más para comprender lo que ocurría.
Esa cosa era el perro de las chicas, el que me dijo Maca que tuvieron que
dejar en España, aunque a juzgar por cómo el cabrón empujaba, no se había
quedado allí.

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¡Por eso Noe tenía una pelota mordida bajo el colchón!
Por eso el día que las traje hubo aquella especie de lamento en el coche y
después aquel aroma repugnante.
¡No era Noe! ¡El perro siempre estuvo aquí! ¡Se lo trajeron de España!
—Vamos, Joselu, suéltala, tienes que dejar de tirártela. —Ese horror de
animal la miró a los ojos, o se estaba muriendo del gusto, o iba a sincopar.
Dejó ir un aullido y se quedó quieto. ¿Habría infartado?
El perro giró el cuello y me miró directamente a los ojos como
pidiéndome piedad, después se dio la vuelta y se quedaron pegados culo
contra culo.
No era la primera vez que veía a dos perros aparearse, sabía que si se
quedaban pegados, no podías separarlos hasta que lo hicieran por sí mismos,
porque el pene del macho se le inflamaba en la base y que presionarlos era
todavía peor.
Los perros me gustaban mucho, sobre todo, de pequeño, nunca tuve uno,
pero sí la vecina, y de vez en cuando me dejaba pasearlo, claro que era un
pastor alemán, no esa cosa difícil de catalogar.
—Anda, hazlo por mí, suéltala, despégate. —Le susurraba Noe con voz
dulce cargada de intención. A mí no me hablaba así ni de casualidad.
—No va a funcionar —comenté, bajando a su altura, que se había
acuclillado y estaba al lado de José Luis, que nos miraba a ambos al mismo
tiempo. Además de feo, era de mirada distraída.
—¿Ahora resulta que además de arreglar tuberías eres experto en
animales?
—No, pero siempre me han gustado y alguna cosa sé, como que cuanto
más los estreses, más tardarán en despegarse y que el proceso puede tardar de
quince minutos a una hora.
—¡Una hora! —ahogó el grito.
—Sí, es para garantizar el embarazo.
—¡Ay, madre! José Luis, ¡suéltala! ¡No puedes preñar a Linda! ¡Que los
Alemany me denuncian y me despiden por fornicación indebida!
Su preocupación me hizo sonreír por dentro e incluso por fuera.
—Dicen que los perros se parecen a los dueños, y ahí tienes al tuyo. No
puedes culparlo por querer perpetuar la especie con una cosa bonita y
apetecible.
Noe alzó las cejas.
—¿Y tengo que interpretar que tú eres lo bonito y apetecible? Porque te
garantizo que lo que hicimos ayer no fue para perpetuar la especie. No quiero

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un hijo tuyo ni aunque me pagues.
—Bueno, no es que tengan que parecerse en todo, tus dientes son afilados
y tengo varias marcas que lo corroboran, como Linda, llevo tus marcas en mi
piel. —Tenía una mordida cerca del pezón que me calentaba la sangre—. Y
en cuanto a tu belleza… —alcé la mano y acaricié su mejilla con el pulgar.
—¡¿Soy de belleza extraña?! —cuestionó, aferrándome la muñeca.
Cuando se cabreaba, me ponía muy bruto.
—No, tú eres de esa belleza que me hubiera follado esta mañana hasta por
lo menos encadenar dos orgasmos, si no te hubieras largado de puntillas,
claro. —Alargué los dedos y la tomé por la nuca para acercarla a mi boca,
Noelia soltó un poco de aire que sorbí anhelante.
—No te entiendo. ¿Ahora quieres follarme? ¿Por qué? Según tú, no
llegamos a las expectativas.
—Exacto, tú lo has dicho, no llegamos porque pretendía superarlas con
creces con todo lo que tenía en mente. Tengo un pensamiento muy sucio,
jardinera, y ahora conozco cada pliegue, cada poro, la presión exacta que
debo ejercer con la mano para que te derritas entre mis dedos y sobre mi
polla. Puede que no nos llevemos bien, pero en la cama no se nos da mal, y
sigo teniéndote ganas, muchas, demasiadas como para pensar con claridad —
murmuré, dejándole ver mis cartas.
—¿Me tienes ganas? —Parpadeó con la mirada cristalina opacada por la
dilatación de sus pupilas.
—Muchas. —Noe parpadeó.
—¿Y los perros? —Los miré de soslayo, seguían ahí, algo más tranquilos,
intentando soltarse sin éxito, como me pasaba a mí, que no quería ni podía
soltarla.
—Como te he dicho, tienen para rato, así que… Podríamos buscarles un
lugar tranquilo para que terminen de relajarse y, mientras, tú y yo… —Lamí
su labio inferior y me separé dejándolo húmedo y expectante.
—¿Tú y yo qué? —Mi pulgar recorrió aquel labio tentador.
—Follamos hasta agotarte los jadeos y los orgasmos, quiero dejarlos fuera
de stock.
—Estamos en horario laboral —me recordó—, y tenemos que comprobar
el sistema de riego.
—El sistema de riego funciona a la perfección, después podemos
controlar que la arena esté lo suficientemente húmeda —murmuré, bajando la
mano para apretarla contra su entrepierna. Noe gimió y yo me relamí.

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—Eso ha sonado a… —Volví a presionar entre sus muslos con total
descaro—. ¡A la mierda, vámonos! Pero antes… ¿qué vas a decirles a los
jefes sobre José Luis y mi metedura de pata al traerlo? No podía dejarlo atrás,
es un perro muy bueno, ¡lo salvé del corredor de la muerte!
Algo se removió en mi pecho. Maca también me había contado esa
historia, y yo no es que estuviera muy a favor de sacrificar animales.
—Le diré que, de momento, no la he encontrado. —Volví a frotar
alimentando el deseo en sus pupilas—. Y lo que le diga dependerá del
acuerdo al que lleguemos, no sería el primer perro que ha conseguido recorrer
medio mundo en busca de su dueña.
—¿Hasta una isla en mitad del océano?
—¿Quiénes somos los humanos para juzgar la lealtad de un animal al que
han salvado del corredor de la muerte? —Noe me sonrió y a mí me estalló la
bragueta. Tenía demasiadas ganas de llenarle la boca con mi erección y que
me compensara con su manejo de la lengua—. ¿Eres buena negociando,
jardinera?
—Déjame tu polla y te lo demuestro.
«Buena respuesta».
Mi boca se alzó en una sonrisa temeraria.
—Veamos tu capacidad de negociación, ayúdame y cojámoslos entre los
dos.

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Capítulo 57

Maca

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Hacer snorkel por primera vez no era tan fácil como se ve en las pelis ni
en los reportajes, sobre todo, si sentías pavor a que te pudiera devorar un
tiburón, por mucho que digan que sufrir su ataque era más que improbable.
Regresamos a la playa y Álvaro, al ver mi estado de nerviosismo, por
muchos consejos que me diera el instructor, le pidió que nos dejara unos
segundos a solas.
Él bajó, el agua le llegaba al pecho y no se había puesto ni las aletas, ni el
tubo, ni la máscara, como yo.
Me supo mal dejar a sus padres con Linda fugada, pero Álvaro tenía
razón, o era esa mañana, o nos perdíamos la experiencia. Él tenía que grabar
los vídeos, y yo ser capaz de superar mi miedo; si a un cliente le ocurría algo
similar, me gustaría poder aconsejarlo al haber superado uno de mis miedos
más viscerales.
—Salta, que yo estoy aquí —me pidió con una de sus sonrisas afables—.
¿Confías en mí, Maca?
Confianza, era una palabra compleja, sobre todo, para mí, aunque por el
poco tiempo que nos conocíamos, confiaba bastante en Álvaro.
Desde la conversación que tuvimos anoche no dejaba de darle vueltas a
nuestra situación y las ganas que tenía de dejarme llevar. Agradecía que no
me hubiera mentido con el único objetivo de que nos acostáramos, cualquier
tío habría utilizado la atracción que había entre ambos para conseguirlo. Que
fuera sincero era de agradecer, y que me mojara sin necesidad de tocar el
agua, también.
¿Qué más necesitaba para aceptar? No estaba segura, de lo que sí lo
estaba era de que había llegado el momento de saltar.
Me tiré de palillo, no era la manera más grácil de todas, pero sí la más
fácil para no escalabrarme.
Llegué al agua sin incidentes. Por dentro seguía demasiado nerviosa, tanto
por lo que pudiera ocurrirme con los peces como con Álvaro.
—Ya está, estoy aquí, contigo —susurró demasiado cerca.
Su mano acarició la parte baja de mi espalda. No quería ni imaginar lo fea
que me veía con esas enormes gafas y lo jodidamente atractivo que él estaba,
con el pelo mojado y el agua recorriendo con descaro toda su anatomía. Él
parecía sacado de un anuncio de colonia, y yo del folleto de Decathlon
aventuras en familia.
¡Qué espanto!
Alejé la imagen que me devolvía mi mente y traté de centrarme.

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—Que esté aquí dentro ya es un maldito milagro —jadeé, mirando a mi
alrededor en busca de una aleta.
—Lo primero que tenemos que hacer es que aprendas a controlar tu
respiración; si estás tan alterada, es imposible que la acompases bien, y eso
sería un error.
—¿Porque podría ahogarme?
—Hombre, sería muy difícil que ocurriera, dado que vamos a empezar en
la orilla, haces pie y no es necesario que hagas inmersión. Pero si en algún
momento te apetece hacerla, debes tener en cuenta que no puedes respirar
bajo el agua porque careces de branquias y tu nariz está tapada por la
máscara. Tienes que coger el aire fuera y aguantarlo dentro del agua.
—¿Y si no me doy cuenta de que me hundo y respiro agua?
—Bueno, pues sales y listo, yo estaré a tu lado y me muero por hacerte el
boca a boca.
—Muy gracioso —gruñí, pensando en sus labios insuflándome el aire que
me faltaba en ese momento. ¡¿Por qué tenía que ser tan guapo?!
—No voy a dejarte sola, Maca. —Volvió a acariciarme y casi me corrí.
Estaba muy necesitada de sexo—. Probemos con algo básico —sugirió—.
Acuéstate sobre el agua bocabajo, que yo te sujeto por la tripa. —«¿Y no
puede ser sobre tu cuerpo moreno? Los únicos dientes peligrosos serían los
míos»—. Con mis manos, controlaré que no te hundas demasiado. Tienes que
morder suavemente la boquilla del tubo, dejando que tus labios sellen
alrededor de él y lo sujeten en su lugar. —«Preferiría hacerlo con una parte de
tu anatomía, más gruesa y venosa». Acercó el tubo a mi boca, yo separé los
labios displicente para que él lo introdujera. Sus pensamientos debían ir por el
mismo camino que los míos porque contempló mi boca como si él fuera el
verdadero peligro en el agua. No le faltaba razón—. Eso es, ahora respira a
través de él lenta y profundamente, escucha tu respiración a través del tubo,
toma el ritmo y el control adecuado, con suavidad, como si fuera tu primer
beso.
Si él supiera que en el primero casi morí por una lengua demasiado
entusiasta, habría escogido otra comparativa. Aun así, intenté centrarme y no
pensar en su cercanía, porque si lo hacía, temía arrancarme el tubo, la
máscara, las aletas y besarlo de una puñetera vez.
—Vamos, Maca, ya lo tienes, prueba ahora, túmbate.
Hice un par de respiraciones más y obedecí, me estiré bocabajo, con sus
manos en mi barriga para que no me hundiera demasiado. Me sentí de un

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modo parecido a cuando mi padre me enseñó a nadar, solo que mi cuerpo se
contraía bajo el toque de su piel en contacto con la mía.
—Eso es, relaja las cervicales, no tenses el cuello y abre los ojos. —
¿Cómo sabía que los tenía cerrados? La cosa era que lo sabía y casi me
atraganté al intentar sonreír. Por suerte, me acordé a tiempo de dónde estaba y
no lo hice. Cuando conseguí separar los párpados, me maravilló que todo
pareciera tan tranquilo, calmado y poco nocivo.
Vi algún que otro pez, ninguno con intención de convertirme en parte de
su menú, lo que hizo que fuera soltándome cada vez más.
—Eso es, Maca, lo estás haciendo muy bien. Ya lo tienes.
Tras cinco minutos de prácticas con Álvaro, no necesité más. Él pidió su
equipo, se acomodó las aletas sentado en la escalerilla del barco, y en cero
coma lo tuve en el agua de nuevo para disfrutar conmigo de la experiencia.
El instructor nos recordó que no tocáramos nada del fondo marino. Como
si yo tuviera la intención de llevarme un colmillo de recuerdo, lo único que
me apetecía tocar se llamaba Álvaro Alemany y era mi jodida kriptonita.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, con las retinas llenas de peces de
colores y el corazón revolucionado, subimos al barco para dar por concluida
la actividad. Nos quitamos el agua salada con una ducha de agua dulce en la
cubierta y, una vez secos, nos cambiamos en el baño para la excursión.
—Ha sido increíble —murmuré sonriente—, ¿viste lo cerca que pasó de
mí esa tortuga? Era preciosa —festejé, dando un trago a mi coco fresquito.
—Tú lo eres más —respondió adulador—, sin embargo, tienes razón, era
muy bonita.
—¿Le ha gustado la experiencia, señorita Romero? —me preguntó el
instructor.
—Mucho.
—Mi enhorabuena por vencer el miedo, tenemos una excursión de nadar
entre tiburones que…
—Tampoco nos pasemos —murmuré—, esa no la pruebo, aunque la
tendremos en nuestro catálogo para los más audaces y en la letra pequeña
pondremos que no nos responsabilizamos si el huésped se convierte en
desayuno.
Él rio con amabilidad y asintió.
—Quizá sea un buen reclamo para las que quieren quedarse viudas —
bromeó.
—Me lo anoto por si se nos acaban las ideas.

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Álvaro no dejaba de mirarme y mi intranquilidad iba en aumento. Por
fortuna, no teníamos tiempo que perder, y tras la actividad, nos llevaron al
embarcadero donde nos esperaba un jeep que nos acercaría a la excursión de
la cascada, cuya duración era de varias horas.
Desde el punto en el que nos dejó el vehículo a la cascada, eran cincuenta
minutos a pie.
El valle privado de 'Āfareaitu contaba con una exuberante vegetación,
bosque de helechos arborescentes, frutas y flores tropicales, sitios
arqueológicos, ríos bordeados de flores, cuencas naturales y cascadas donde
podríamos bañarnos, fuera de los caminos trillados. O por lo menos eso nos
dijo nuestro guía.
—'Āfareaitu significa en tahitiano el valle de los dioses y de los reyes —
nos explicó Ariki—. Dice la leyenda que el rey de este lugar y su esposa
tuvieron mellizos. Una niña llamada Avearii, que nació primero, y un niño
llamado Moearii justo después. Antiguamente, en las familias reales
polinesias, el hijo mayor sucedía a su padre en el trono. Pero, en esta ocasión,
la elección era difícil al tratarse de mellizos.
—No lo era —apostillé—, la niña nació antes, merecía el puesto.
Estaba harta de que a las mujeres nos pasara siempre lo mismo. El guía
me sonrió comedido.
—Seguramente debería haber sido así, pero eran otros tiempos y las
costumbres dictaban que era el mayor de los niños varones quien accedía al
trono.
—Ya estamos —bufé, obviando la sonrisita de Álvaro. Tampoco es que
me sorprendiera, los hombres siempre alcanzaban ese tipo de puestos por
injusto que fuera, solo hacía falta mirarme a mí. Akiri, que era el nombre del
guía, prosiguió.
—El rey decidió criar a sus hijos de otra manera, para legar su trono a
quien fuera más digno de ello.
Hice rodar los ojos, me costaba creer que Avearii resultara la más digna
de los dos, teniendo en cuenta a su querido hermanito varón (léase con
retintín).
—No me cuentes el final, seguro que Moearii ganó, como siempre ocurre.
La decisión ya estaba tomada desde el principio y a Avearii le tocó ser
vicepresidenta de la isla.
—Déjale terminar, mujer, no seas impaciente, igual nos sorprende —
susurró Álvaro, intentando relajar el ambiente.

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Yo no tenía ninguna esperanza, aun así, seguí andando y escuchando la
historia.
—El niño fue criado por uno de los grandes pi'imato de Eimeo, el
hermano del Rey. Este le enseñó las habilidades manuales para trabajar la
tierra, pescar y, sobre todo, escalar los lugares más altos de Moorea, así sería
capaz de vigilar la llegada de enemigos que quisieran atacar su isla.
»Avearii, la niña, fue encomendada a Mataura, el sacerdote de la aldea,
quien le enseñó todos sus conocimientos, incluido el de pedir, mediante el
pensamiento, poderes sobrenaturales a los dioses protectores. —Pensé en Lau,
seguro que le hubiera encantado escuchar esa historia, aunque, a ver, seamos
francos, ¿a qué le sacas más partido? ¿A rezar, o a las herramientas de
supervivencia que le enseñaron a su hermano? Llamadme desconfiada, pero
ahí el pescado estaba todo vendido.
»Cuantos más años pasaban, más crecían los mellizos y más difícil era la
decisión del rey, ya que ambos eran herederos. El monarca estaba asombrado
de que su hija Avearii fuera una gran cocinera incapaz de guardar la lengua en
el bolsillo, mientras que su hijo era un gran guerrero, orgulloso y robusto,
pero que apenas conversaba.
—Una mujer cocinando y hablando mucho, y un hombre guerreando y
hablando poco —bufé—. Menudo misterio de la naturaleza.
Álvaro se rio por lo bajo, y el guía no se pronunció frente a mis lapidarias
opiniones. Debía estar acostumbrado a escuchar a mujeres como yo. Si las
Divinas estuvieran ahí, ya lo habrían frito.
Esquivé una hoja enorme que casi me sacó un ojo, lo que devolvió mi
atención al sendero que estaba lleno de espesa vegetación, ramas y árboles.
Los rayos del sol se filtraban entre la espesura y el murmullo del río
acompañaba las palabras del guía.
—El padre de los mellizos le pidió a su hermano que pusiera una prueba
para decidir quién sería el nuevo rey, y este propuso que sus hijos escalaran
una montaña y consiguieran una planta para hacerle una corona. Quien lo
lograra antes sería el nuevo rey.
—¡Qué listo! Como esas eran las habilidades del chico… No iba a
proponerle que le cocinaran un buen estofado de pescado, no —admití a
regañadientes.
—El rey pensó lo mismo, que su hijo tendría más probabilidades de
vencer, y eso lo puso contento.
—Lo que yo decía —comenté, mirando de reojo a Álvaro, quien se
mantenía en un segundo plano.

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—No se indigne, pero, además, le dio el camino más largo a la hija, y al
hijo el más corto y peligroso. Varios de los pi'imato esperaban en la cima para
ver quién llegaba primero y que no hubiera trampas.
Me callé pensando que si las hubiese habido seguro que tampoco se
chivarían en caso de que el vencedor fuera el niño.
—Avearii, al ver que su hermano llevaba ventaja, invocó al dios Pai en
busca de ayuda y le pidió que apuntara su lanza en dirección a su hermano,
desde Tata'a Point.
—¡Madre mía! ¿Mató a su hermano? —Eso sí que me descolocó. No la
imaginaba a ella tan sanguinaria, aunque claro, teniendo en cuenta las
ventajas que le daban a su hermano y que el puesto tendría que haber sido
suyo…
—Las mujeres sois de lo más vengativas, tú no me matarías por un cargo,
¿verdad? —inquirió Álvaro.
«Quizá no te descuartizaría y te metería en un arcón del restaurante para
luego arrojar helado de Álvaro a los tiburones, pero sí que te daría una lista
falsa de las cosas que me gustan y loción antimosquitos adulterada para que te
acribillaran».
—Jamás —respondí, mordiendo la verdad—. Entonces, ¿mató a su
hermano? —intenté desviar el tema hacia la leyenda, el otro era demasiado
arriesgado.
—No lo mató porque el sacerdote le pidió a los vientos que orientaran el
disparo hacia el otro pico de la montaña y que así no fuera alcanzado. La
lanza rozó la montaña, golpeó detrás de ella y la atravesó para continuar su
trayectoria hacia la isla de Maiao. El sonido provocó un rugido de trueno.
Moearii tuvo tanto miedo que, debido a las vibraciones, perdió el equilibrio y
cayó sin vida al pie de la montaña, cuando casi había llegado a la cima.
—Pues al final sí que muere, sí, aunque en realidad lo hizo porque iba a
obtener algo que no merecía. Esta historia tiene moraleja, no le quites a la
reina su corona, porque ser el hijo varón no te da derecho al título —comenté,
alzando la nariz—. Si el rey hubiera sido justo desde el principio, Avearii
hubiera sido escogida en cuanto nació, nadie habría tenido que lamentar
muerte alguna.
—Sobre todo, porque al rey no le quedó más remedio que nombrarla reina
—nos explicó el guía.
—Justicia divina —mascullé secándome el sudor. Paré un segundo para
dar un trago de agua a mi botella.

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—¿Sabes que eso no va a pasarnos a nosotros dos? —murmuró Álvaro,
acercándose a mi oído—. Tú siempre has sido la reina, y mi trono es tuyo.
—Eso díselo a tu padre, que fue quien te dio el puesto por ser su hijo
varón y a mí la cocina.
—Las cosas van a cambiar, Maca. —Me dio una caricia suave en la mano.
«Sí, en cuanto te vayas, deje de verte para siempre y me haga con la
dirección del resort, como debió ser desde el principio».
En cuanto lo pensé y caí en la cuenta de que eso supondría no ver más a
Álvaro, la angustia se instaló en mi pecho, seguí el resto del camino en
silencio, concentrada para que el barro acumulado por las lluvias y el musgo
que recubría algunas de las piedras no se convirtieran en una trampa mortal.
El dios Pai me protegió el resto del camino, porque no tropecé ni una vez,
cosa rara en mí.
Vimos varias pozas naturales, una de ellas tenía esculpido una especie de
tobogán por donde bajaba agua.
—¿Te apetece tirarte por ahí? —me preguntó Álvaro solícito—. Podría
hacer una toma muy divertida, rollo parque acuático.
—Ni hablar, no se ve nada ahí abajo —apunté hacia el agua opaca—, así
que no puedo calcular si hay un pedrusco aguardando a mi coxis. Prefiero no
tentar a la suerte. ¿Quieres que te grabe yo?
—Nah, a ver si me pasa como al hijo del rey y me abro la cabeza al caer.
Quiero entregarte la corona, pero sin que tengas que escoger entre pino o
roble.
—Si te consuela, nunca he pretendido que murieras, y para ti elegiría la
incineración, me da a mí que si te enterrara, serías de los que volverían.
—Pues yo debo confesar que sí he pensado en llevarte hacia la petite
mort, que en tu caso sería muy bestia y de pequeña no tendría nada.
Mis mejillas enrojecieron y mi estómago se contrajo pensando en el
momento compartido mientras me frotaba contra Álvaro en el spa, puesto que
ese término era utilizado para describir a la pérdida del estado de conciencia o
desvanecimiento después del orgasmo.
—¿Cuánto falta? —cuestioné, mirando al guía que nos llevaba, al
imaginarnos muy desnudos y muy mojados.
Ahora sí que tenía mucha necesidad de zambullirme en el agua.
—Estamos llegando.
—Pues entonces no hay nada más que hablar, espero a refrescarme en la
cascada. ¿Podemos acelerar un poco el paso? —comenté, despegándome de
mi falso prometido para tomar cierta ventaja.

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Necesitaba apartarme de él antes de que fuera demasiado tarde y me
dejara llevar por uno de esos impulsos que me exigían arrastrarlo a algún
lugar íntimo y rodeado de plantas para morir de placer.

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Capítulo 58

Maca

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El sonido del agua se hizo mucho más fuerte a medida que nos
acercábamos. Antes de que llegáramos a Moorea, hubo bastantes lluvias
durante todo el mes, por lo que la cascada estaba bastante cargada de agua.
La belleza de 'Āfareaitu nos dejó sin aliento, no en vano, lo llamaban el
Jardín del Edén.
Su rugido caía sobre una zona de aguas verdes, enmarcada por piedras y
vegetación.
Me masajeé las cervicales, tantas horas de despacho, más el peso de la
mochila durante el trayecto, me habían pasado factura. Además de que tenía
la zona un pelín tocada después del masaje, ya que incidieron en ella para
librarme de las contracturas.
—Si lo desea, puede ponerse bajo el chorro de agua, seguro que le relaja
—sugirió nuestro guía.
—Hazlo, así puedo hacer algunas tomas entrando en el agua —comentó
Álvaro.
—Vale, pero si me caigo, lo borras, que no quiero convertirme en un
vídeo viral de esos con los que mis amigas se descojonan.
—Prometido —sonrió—, lo guardaré solo para mí.
—Muy gracioso.
Me grabara o no, siempre había querido bañarme en un lugar así, estaba
sudando, notaba mi cuerpo pegajoso por la humedad del ambiente, y el
enorme salto de agua que caía sobre la pared de roca te invitaba a probar.
No estábamos solos, aunque tampoco había muchísima gente, lo cual era
de agradecer.
Abrí la mochila, me quité la ropa y pensé en el efecto visual que causaría
en Álvaro al verme con el segundo biquini del día, era más pequeño que el
anterior, de esos de cortinilla y braguita que dejaba media nalga fuera, con
cintas en las caderas para abrocharse. El fucsia solía resaltar mi piel morena,
Noe decía que era de los colores que me sentaban mejor, además de cargarme
las pilas de energía.
Escuché a Álvaro farfullar, giré un poco la cabeza y me di cuenta de que
estaba contemplándome por detrás. Sonreí para mis adentros, no era justo que
yo fuera la única que sufriera por su alto índice de buenorrismo.
Quería hacer una entrada gloriosa en el agua, de esas que te enseñan en las
pelis y dices «algún día yo haré una como esa», contoneando las caderas para
hacerlo salivar.
Crucé los dedos y le imploré a los dioses de la isla que no me dejaran
hacer el ridículo más absoluto al poner los pies en el agua, que me conocía.

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Debo decir que estaba bastante fría y algunas de las piedras se me
clavaron haciéndome trastabillar, aun así, aguanté estoica, busqué afianzar mi
posición y fui mojándome la piel despacio.
Escuché su voz a mis espaldas.
—Tú a mí me vas a matar…
Volví a sonreír y no respondí. No tenía que girarme para saber que era mi
falso prometido el que hablaba.
Supe de inmediato lo que veían sus ojos. Llevaba el pelo recogido en una
cola que despejaba mi espalda desnuda, únicamente cruzada por el lazo del
biquini. La pequeña braga de lycra tapaba lo justo y necesario, era la primera
vez que me lo ponía, sobre todo, porque en Mérida no había playa y porque a
Victoriano no le hubiese gustado algo tan pequeño y provocador. Seguro que
a su madre le habría dado un ictus.
Seguí mojándome del modo más sexy posible, hasta que estuve segura de
que el agua no iba a causarme una impresión muy bestia.
Fui dando brazadas hasta el lugar en el que se precipitaba el agua y, por
suerte, nadie parecía tentado por la cascada como yo.
Le ofrecería un buen plano a Álvaro con todas mis dotes de seducción.
Recordé un anuncio que siempre me gustó de una chica con gel de baño que
se lavaba de un modo muy sensual en un paraje muy similar a ese. Intenté
recrear la escena, sin pasarme demasiado, debía tener en cuenta que Álvaro
usaría el vídeo para promocionar la excursión, así que las dos eses de sutil y
sexy eran lo que primaría.
Me coloqué bajo el chorro, dejando que la presión alcanzara mi cuello, y
lo masajeé junto con el agua. Tenía los ojos cerrados, no era para evitar mirar
a mi particular cámara, sino porque lo de que me entrara cualquier líquido en
los ojos lo llevaba bastante mal, incluso si era colirio o suero. Lo odiaba.
Sonreí disfrutando del pequeño placer y quise voltearme un poco cuando
noté que un pie se me iba, las piedras estaban demasiado pulidas y la
superficie que había elegido era pequeña.
En un visto y no visto, me hundí, y mi cuerpo se quedó bocarriba como
una maldita cucaracha. Era incapaz de salir al exterior debido a la fuerza del
agua, por muchos manotazos que diera, ni giraba ni podía sacar la cabeza
fuera.
¿Sabes eso que dicen que cuando estás a punto de morir ves toda tu vida
pasar? Pues a mí no me ocurrió, yo solo pude pensar que debería haberle
rogado a los dioses que no me pasara nada en todo mi periplo dentro del agua,

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y que ya no iba a poder ver a mi familia, a mis amigas, a José Luis y a Álvaro.
Y que encima iba a morirme sin haber probado la gambita por testaruda.
Apenas me quedaba oxígeno, el agua estaba entrándome por todos los
orificios cuando noté una especie de corriente que me arrastraba.
¿Estaría ya cruzando al otro lado?
Algo tiró de mí, y de golpe dejé de oír y sentir la presión del agua.
—Maca, joder, Maca, ¿estás bien? ¡Mierda, mierda, mierda! —exclamaba
Álvaro arrastrándome. Me acercó a la orilla. Escuchaba murmullos de gente a
mi alrededor, pero me sentía sin fuerzas para responder—. Por favor, no me
hagas esto, ¡no te puedes morir! —A la conclusión de que no estaba muerta
había llegado, no obstante, me sentía llena de agua por dentro.
—Un médico, ¿hay un médico? —preguntó una mujer en inglés.
Álvaro se puso a presionar mi pecho con las manos y solo me hicieron
falta dos apretones para empezar a escupir agua como una fuente.
—¡Ya está! Tranquilos, señores, no pasa nada —aclaró Akiri.
Seguí con los estertores hasta vaciarme por completo. Cuando pude abrir
los ojos, Álvaro tenía una expresión de puro terror, no se había quitado la
ropa, estaba vestido, empapado y tremendamente deseable.
—Dios, Maca, no vuelvas a hacerme esto en tu puñetera vida, ¿me oyes?
—Como si fuera a estar para verlo. Aun así, sus palabras me reconfortaron y
me calentaron por dentro.
Se sentó a mi lado, y cuando vio que ya respiraba con normalidad, me
sentó sobre sus piernas, de lado, para abrazarme. Me dejé hacer y hundí mi
nariz en su cuello.
—Gracias por salvarme —logré pronunciar.
Él me cogió de la barbilla y me dio un beso que era más alivio que deseo,
apoyó la frente contra la mía y soltó el aire.
—Casi me muero al verte desaparecer y que no salías. Al principio pensé
que me estabas tomando el pelo por lo que te dije del vídeo, pero en cuanto vi
asomar uno de tus pies… —bufó—, casi infarto.
Apoyé una de mis manos en su pecho, era verdad que tenía el ritmo
cardíaco más que acelerado.
—Estoy bien, gracias a ti, ya conoces mi propensión a las caídas, me
resbalé y la fuerza del agua hizo el resto, era incapaz de salir, si no hubiera
sido por ti…
—No digas eso. —Volvió a besarme con necesidad extrema, y yo llevé
las yemas de mis dedos a su cuello. Adoraba su manera de deslizar su lengua
en la mía, su sabor, la forma de apretarme contra su cuerpo.

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Lo deseaba mucho, muchísimo, y si algo había sacado en claro de esa
experiencia cercana a la muerte era que no podía despedirme de Álvaro sin
haberlo tenido al completo, aunque fuera una vez.
Cuando nuestros labios se despegaron, los dos teníamos la respiración
alterada y muy pocas ganas de hacer otra cosa que no fuera perdernos el uno
en el otro.
—Disculpen —nos interrumpió Akiri—. ¿Van a querer bañarse más, o les
llevo al jardín privado que tenemos cerca del río para la degustación de frutas
tropicales?
Por la cara que pusimos, debió quedarle claro que ni Álvaro ni yo
teníamos demasiadas ganas de volver al agua.
—Creo que preferimos la degustación de fruta, ¿verdad? —Asentí.
—Muy bien, pues cuando quieran, reemprendemos la caminata, son solo
unos minutos, allí podrán comer y reposar del susto, estas cosas no suelen
pasar muy a menudo.
—Pues menos mal —murmuré—. No estaría mal que cuando nuestros
clientes vengan a la cascada se les advirtiera que esto puede suceder.
—Lo tendremos en cuenta, señorita Romero, no se preocupe.
Nos pusimos en pie, me sequé con la toalla que llevaba en la mochila y
Álvaro se quitó la ropa. El pobre se había tirado incluso con las zapatillas
puestas, que chorreaban a cada paso que daban sus pies.
Me sentía fatal por ser tan patosa y agradecida de que hubiera estado
conmigo para tirarse sin pensarlo y salvarme la vida.
Tenía que pensar en algo para darle la noticia de que aceptaba su
proposición, no me valía un «vale, vamos a follar y listo», merecía algo más,
así que mientras se pasaba su toalla por el cuerpo, aproveché para enviarles
un mensaje a las Divinas. Esa noche sería memorable.

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Capítulo 59

Lau

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La discusión con Maui no es que me hubiera hecho muchísima ilusión,
pero podía entender su preocupación por Hori y su fijación conmigo.
Tampoco es que yo quisiera nada con su hijo, así que alargar el tonteo
solo podría hacerle daño, y no me apetecía. Tampoco quería estar de culo con
Aquaman, prefería nuestro estado de buen rollo que la tirantez de hacía unos
minutos, además de que el rencor y yo no nos llevábamos bien.
No quería tener nada conmigo en el plano sexual, pues lo asumiría y ya, a
otra cosa mariposa.
Cogí el regalito que tenía preparado para Maui y lo saqué de la maleta. En
lugar de llamar a su puerta, me acerqué a ella y colgué el fascinum.
Debió escuchar el ruido porque, apenas lo puse, abrió. Se quedó mirando
el ornamento con el ceño fruncido, y después vi asomar una sonrisa
pendenciera en sus labios.
—¿Me has colgado una polla con alas en la puerta? ¿Es porque se ha
tomado un Red Bull, o porque piensas que pego unos polvos que vuelas?
Ahí estaba el Aquaman de siempre, divertido, descarado y capaz de hacer
que me temblaran las piernas.
—Es un fascinum, la encarnación del falo divino, el regalo que te prometí.
En la antigüedad se colocaba en la entrada de las casas para invocar la
protección divina y alejar del hogar la envidia y el mal de ojo.
—En mi choza no entra nadie que no seamos mi hijo y yo, aun así,
gracias, creo que la imagen me representa bastante.
—De eso no tengo duda. —Mis ojos vacilaron en un repaso visual breve,
pero directo.
—Venga, arranquemos de una vez, que no tenemos demasiado tiempo
hasta la llegada de los huéspedes.
Nos pusimos a pasear por los alrededores, Maui quiso que le contara con
mis propias palabras el mito de la creación, el cual, según él, era el básico, y
si no me lo había aprendido a esas alturas, me veía cogiendo el primer vuelo
directa a mi casa. Iba a flipar. Me aclaré la garganta y puse la voz impostada
que solía utilizar para darle un halo de misterio a mis tours mágicos en
Mérida. Un pelín más ronca y susurrante.
—Cuenta la leyenda que existían cinco lunas sobre el cielo de Tahití y que
las cinco tenían rostro humano, mucho más evidente que el que aparece en la
Luna actual. Corría el rumor que quien las miraba fijamente podía volverse
loco, por lo que el dios creador Taaroa, enfadado con su propio maleficio,
quiso acabar con ellas. Produjo grandes terremotos hasta que las hizo temblar
en el firmamento y cayeron al agua. Las cinco lunas formaron las cinco islas

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al oeste de Tahití: Moorea, Maiao, Huahine, Raiatea y Bora Bora. Eso es lo
que suele pasar con cualquier artista que al final reniega de su creación, que
se cabrea y termina tirando sus obras contra el suelo.
—Eh, muy bien —celebró Maui sin hacer caso a mi alegato final—,
alguien ha hecho los deberes estos días.
—Puede que haya tenido un buen profesor que me ha facilitado bastante
las cosas con un dosier superbién explicado.
—¿Me estás regalando los oídos?
—No, te estoy diciendo la verdad. Tus apuntes eran claros, concisos y
destilaban pasión, por lo que ha sido muy fácil memorizarlos. Además, tengo
buena memoria para los detalles, y contar historias se me da casi tan bien
como chuparla.
Aquaman dio un tras pies y me contempló con una mirada incendiaria.
—Tranquilo, machote, que de eso no voy a darte ninguna lección, ya me
quedó claro que mi boca cuanto más lejos de ti, mejor.
—Anda, sigue, que tenemos mucho que repasar como para desviarnos del
camino —masculló, no obstante, vi un brillo en su mirada que antes no
estaba, lo que me hizo sonreír por dentro—. ¿Cómo se creó Moorea?
«Laura, céntrate, que ya sabes que este cañonazo es de los que se mira
pero no se babea».
—Cuenta la leyenda que Temaiatea y su mujer habitaban en la isla de
Tupuai-Manu, ya sabes, la que ahora se llama Maiao. —Maui asintió—. La
joven quedó embarazada y dio a luz un óvulo. Cosa rarita porque todos
sabemos que el óvulo es lo que se fecunda, y no lo que nace, por lo que aquí
es más bien un acto de fe, igual que la concepción del Espíritu Santo y la
virgen María. —Sus labios se torcieron en una sonrisa, pero no dijo nada
mientras continuábamos con el paseo—. El esposo tomó el huevo y lo llevó a
una pequeña cueva cerca de la orilla llamada Vaionini, donde lo depositó en
su interior. No es que se pusiera a incubarlo como hacen los pingüinos
emperador ni nada de eso, él lo dejó allí y volvió tan pancho con su mujer,
seguro que le dijo que tenía miedo a pisarlo con el pie, que se le cayera o
chafarlo mientras dormía.
—Lau, cíñete a la historia —rio por lo bajito. Le estaban haciendo gracia
mis salidas de tiesto, así que no le hice mucho caso.
—Es que, a ver, ¿quién va a creerse que una madre va a dejarle el huevo
al padre cuando habitualmente ni siquiera saben freírse uno en condiciones?
—Discrepo, yo se freír huevos y he criado a mi hijo solo, así que…

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Me mordí el labio porque pensé en que había metido la pata con él. No
quería hacer referencia a su mujer muerta.
—Perdona, no quise… —Él hizo un aspaviento con la mano.
—Continúa.
—Una noche, Temaiatea tuvo una visión mientras dormía. Vio que había
dado a luz a un niño de piel amarillenta, y que conste que nada tenía que ver
con que le hubiera puesto los cuernos a su marido con un chino, ni que el
bebé sufriera de ictericia. —Aquaman dejó ir una risotada.
—Así no se puede.
—Claro que se puede, el humor siempre sienta bien a todo el mundo,
sobre todo, si es amarillo. —Él volvió a reír y a mí me gustó el sonido de su
risa y el modo en cómo se había disipado la tensión entre nosotros—. Sigo —
anuncié—. Temaiatea se despertó y le contó el sueño a su esposo, y al
amanecer, el hombre fue a observar el huevo que dejó en la cueva, vio que
había eclosionado y que lo que había salido de él ni era oriental ni era niño,
sino un bebé lagarto del mismo color que auguraba el sueño de su mujer. Esto
te lo digo a ti, a modo de apunte personal, puede que esa mujer robara ese
huevo de algún sitio porque no le gustaba el marido que le había tocado y así
lo espantaba, porque dudo yo que se tirara a un lagarto y que esa unión
prosperara, a mi parecer, la única lagarta de la historia era ella.
—Cállate —se carcajeó Maui, dándome un empujón ligero que me hizo
reír a mí.
—En fin, que como el matrimonio no era muy animalista que digamos,
cuidaron de Moo-rea, ese era el nombre que le pusieron al chavalín de rabo
largo, en esa pequeña cueva hasta que creció. Cuando se hizo enorme, la
mujer se asustó y le dijo a su esposo que tenían que abandonarlo o se los
acabaría zampando a ellos. El marido se negó, pero como la mujer insistió, y
ya se sabe que al final los hombres tienden a hacer lo que les dice su mujer,
cedió.
—Por eso yo prefiero estar soltero, no tengo que hacerle caso a nadie más
que a mí —accedió Maui.
—Eso es cierto, aunque tengo que decir que nosotras casi siempre
tenemos la razón, así que…
—Sigue —me espoleó.
—Pues, en definitiva, que se largaron de la isla. Construyeron una canoa,
pusieron rumbo al sol naciente, se acercaron a Tahití por el paso de Taapuna y
encontraron refugio en la cima de una montaña, abandonando así a su
criatura.

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»El pequeño lagarto amarillo se dio cuenta de que sus padres lo habían
dejado tirado cual mascota en vacaciones, nadie le traía comida, así que,
desesperado, se arrojó al mar y nadó hacia el este. Cuando perdió de vista la
tierra, se enfrentó a la corriente Teara-Veri (Escolopendra o Ciempiés) y
consiguió librarse de ella. A la segunda que tuvo que afrontar fue a la llamada
Tefara (El Pandanus) porque era una corriente «espinosa», logró liberarse de
nuevo, pero estaba exhausto y tuvo que hacerle frente a una tercera, que todos
sabemos que a la tercera va la vencida… —Maui frunció el ceño—. Es un
dicho español —le aclaré—. En la tercera, llamada Tepua (El jabón),
emulando a la espuma del mar, el pobre lagarto, agotado, se ahogó. Su cuerpo
quedó a la deriva y encalló en la orilla de Vai Anae en Aimeho, el antiguo
nombre de la isla de Moorea.
Los ojos de mi mentor refulgieron con orgullo, y eso solo podía querer
decir una cosa; lo estaba haciendo bien. No es que pusiera en duda mi
capacidad por memorizar historias, es que sabía cuán importante era para él
que la persona encargada de ponerles voz para explicarlas a los huéspedes
fuera fehaciente, las transmitiera con rigor y contagiara su pasión por la isla.
Por la expresión de su cara, lo estaba logrando, y eso me llenaba de júbilo.
—¿Ya? —preguntó.
—No, falta el reventón final, aunque, vamos, esta historia no la escribió
ningún fanático del thriller, más bien del drama —musité—. Dos pescadores
llegaron a la playa de Vai Anae por la mañana, vieron esa cosa enorme tirada
en la arena y corrieron a advertir a la gente de la isla gritando: «¡Es un lagarto
amarillo!». A ver, muy espabilados tampoco es que fueran, digo yo que quien
lo viese se daría cuenta de que esa cosa no era un plátano. En definitiva, que
en tahitiano la frase se pronunciaba E moo re'a! Por eso, desde aquel día, se
conoce a la isla como Moorea. Y, colorín colorado, esta leyenda se ha
acabado. ¿Lo he hecho bien? —pregunté, deteniéndome para enfrentarlo.
—Más que bien. —Me puse a dar palmas y hacer una especie de bailecito
de la victoria—. No te alegres tan rápido, todavía tenemos que repasar las
demás leyendas.
—¡Me las sé todas de cabo a rabo! —exclamé rotunda—. La del pulpo de
Papetoai, los viajes de Tafa'i de Moorea a Hawái, la del monte Tohiea, la
montaña más alta de Moorea. La del tambor sagrado de Honora en Teavaro,
la de O-tu-one-iti, el dios constructor de la isla, y la de la Montaña perforada
Moua Puta.
—Entonces te queda la leyenda de Te Remu ura, la reina del monte Rotui,
la de las piedras andantes de Papetoai y, por último, la dama del tambor,

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protectora de Moorea. Además de un repaso a todos los dioses.
—Eh, ¡esas no aparecían en el dosier! —me quejé.
—Me parecía un exceso de información y me apetecía contarte algunas en
directo. Aun así, tengo otro minidosier con las que te faltan, por si después de
que te las relate les quieres echar un ojo para refrescar. He pensado que como
se nos va a quedar la garganta bastante seca, lo mejor es que acompañemos
las leyendas con un par de Mai Tai y nos pongamos cómodos en una de las
hamacas de la playa. ¿Cómo lo ves?
¿Cómo iba a verlo? Aunque Aquaman no quisiera nada conmigo, me
parecía un planazo.
—Imposible decir que no, además, teniendo en cuenta que desciendes de
un semidiós, no es buena idea cabrear a tu familia.
—Mujer lista.
—¿Te han parecido mal mis notas de humor?
Francamente quería saber lo que le parecían.
—No, pienso que le dan chispa y así no las haces monótonas, llamas la
atención y eso siempre está bien. Maca tenía razón, se te da genial tu
profesión, aunque no seas nativa.
—Teniendo en cuenta que el cumplido proviene de ti y eres alérgico a los
que no tenemos raíces de Tahití, ¡muchas gracias!
—A ver, tampoco es que sea alérgico, es que me gusta el arraigo y que no
se pierdan las tradiciones ni las costumbres.
—Eso está genial, pero te garantizo que mezclando pueden salir cosas de
lo más interesantes, y si no, fíjate en los Mai Tai —agité las cejas sin añadir
nada más. Lo mejor era dejar que volara su imaginación.

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Capítulo 60

Lau

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—¿Qué estáis haciendo? —La pregunta cayó sobre nosotros como una
flecha envenenada.
El arquero no era otro que un cabreadísimo Hori, mientras Maui y yo
achicábamos los ojos intentando focalizarlo con una claridad algo espesa.
Estábamos tumbados en una de esas hamacas suspendidas entre dos palos,
instaladas en la playa, que eran tan geniales como íntimas. Cuando Maui
sugirió que la probara, no esperaba encajar tan bien en su cuerpo ni que nos
sintiéramos tan a gusto. Su fornido brazo estaba encajado bajo mi cuello y era
el mejor cojín que había probado hasta el momento. Quizá influyera la
friolera de Mai Tais que nos habíamos bebido.
Por fin pude enfocar bien su cara y contestar.
—Ver el atardecer y hablar sobre dioses muy cabrones, ¿y tú? —le
pregunté sin moverme ni un milímetro, tampoco es que pudiera hacerlo, esa
cosa te envolvía como el capullo de una oruga que va a convertirte en
mariposa.
Su cara estaba especialmente seria, no quedaba ni un ápice del Hori
bromista que coqueteaba conmigo.
—¡¿Papá?!
—¿Qué?
—¿Cómo que qué? ¡¿Qué hay de lo que hablamos esta mañana?! ¡¿Te la
has tirado para que me olvide de ella, o lo estás intentando?! —Si hubiera
podido contemplar la cara de mi jefe, la habría tildado de «agárrate que
vienen curvas», aunque su hijito del alma, como diría la Pantoja, no se
quedaba atrás—. Si ha intentado sobrepasarse contigo, Laura, tengo que
decirte que lo ha hecho solo para putearme, porque mi padre se tira todo lo
que lleve falda y tenga billete de vuelta a su país. —Noté cómo debajo de mi
cabeza un poderoso bíceps se ponía tenso.
—Hori —masculló Maui con un tono muy cortante y afilado. Moverme
era bastante difícil teniendo en cuenta nuestro enredo de piernas y brazos,
además, estaba taaan a gusto sobre ese pechazo tatuado que presioné mi mano
sobre él para que me dejara a mí en lugar de complicar las cosas.
—Escúchame, estás equivocándote de pleno. Tu padre no ha intentado
nada conmigo, en todo caso fui yo la que ayer lo besé a él.
—¡¿Cómo?! —preguntó sin comprender.
Vale, puede que eso me lo podría haber ahorrado.
—Así no lo estás arreglando —masculló Aquaman en mi oído.
—Me refiero a que entre nosotros no hay nada, y no porque yo no quiera,
sino porque él pasa de mi culo, le parezco repulsiva, vamos, que no me

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tocaría sexualmente ni con un palo de la lluvia. No pongas esa cara, ya lo
tengo superado y ahora somos amigos, aunque parezcamos el aperitivo de una
araña enredados en su tela. Digamos que mi mente es demasiado exótica para
algunos tíos y mis curvas los hacen derrapar.
Hori se frotó el pelo como si no pudiera creerse lo que estaba oyendo.
—Mi padre es un capullo si te ha hecho sentir así, pero más allá de eso,
¿qué hay de lo nuestro? ¡Yo te quiero! ¡Tú me gustas muchísimo! Me da igual
si le has besado o no, porque lo importante no es llegar el primero, sino
quedarse para ser el último. —Sonreí, si es que era tan tierno que te apetecía
darle bocaditos de amor por todas partes, pero sin nada sexual…
—Dios, eres taaan adorable, ojalá tu padre hubiera sacado algo de ti.
—Pues ya está, quédate conmigo —solucionó, caminando hasta la
envolvente hamaca.
Intentó liberarme de ella para ayudarme a ponerme en pie. La cosa es que
no era tan sencillo dado el volumen de su padre y que esa cosa se puso a hacer
un movimiento oscilante como un pesquero en un mar picado.
—Hori, ¡basta! —rugió su padre.
El DJ estaba tan encabezonado en librarme de su progenitor que tiró de
donde no debía, y esa cosa dio un giro de 180º llevándonos a Aquaman y a mí
a comernos un bocata de arena.
Parecíamos un par de croquetones del bar de la Juani.
Hori hizo lo que pudo para socorrerme y que por fin pudiera levantarme,
mientras escupía perdigones de rebozado.
—Perdona, Rita, quiero decir, Laura.
Me limpió con cuidado la arena de la cara, y cuando fui a darle las
gracias, me cogió en plan arrebato y hundió su lengua en mi boca con una
maestría más que decente.
Puede que no hubiera tenido que dar un doble tirabuzón en su boca, pero,
a ver, es que el chaval besaba de cojones.
—¡Estás loco! ¡¿Qué haces?! —preguntó su padre, poniéndose en pie para
separarnos.
—Así tiene con qué comparar —se jactó alzando las cejas.
A mí me dio la risa floja y los miré a los dos. Los ojos de Maui prometían
un mosqueo más bestia que el de los dioses de las leyendas de la isla.
—Oh, vamos, chicos, que yo no voy a ser el motivo de disputa entre un
padre y un hijo. Hori, cielo, besas muchísimo mejor que tu padre, eso te lo
garantizo, le sacas muchísima ventaja en el marcador, no obstante, nunca me
han ido los jovencitos. Eres adorable, lo paso de muerte contigo, pero no

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puedo enamorarme de ti aunque tú seas un once y tu padre no llegue ni al seis
raspado.
—Ey, ¿cómo que un seis raspado? —protestó Aquaman.
Que se jodiera con la nota, pasaba de regalarle los oídos y confesarle que
su lengua era la única que me ponía en órbita, por muy bien que besara el
niño.
—Eso no lo sabes, podríamos intentarlo —suplicó Hori, yo negué.
—Ojalá fuera posible, ya te he dicho que el problema no eres tú, sino yo.
—Me sentía como en una canción de la Jurado o dando el veredicto tras una
cena en First Dates—. No quiero que mi negativa signifique un
distanciamiento entre nosotros, me caes de puta madre, me encanta tu música,
charlar contigo y que me hagas sentir una de las mujeres más guapas que han
pisado la tierra, aunque no sea cierto.
—Lo es —aseveró muy serio.
—Que Dios te conserve tu falta de vista y esos bonitos ojos que tienes —
le acaricié la cara—. Me parece que lo que buscas en mí quizá sea más un
amor maternal que el de una mujer…
—Te juro que a mi madre no le haría lo que querría hacerte a ti en la
cama, si quieres, vamos a mi furgo y te lo demuestro.
«¡Hostia puta con el George de la Jungla, que me lo veía haciendo el salto
de la liana!».
—¡Hori Taputu! —rugió su padre.
—¡¿Qué?! Es cierto, me da igual si tú no la valoras, porque yo sí que lo
hago, ¡es la mujer de mi vida!
—¡No lo es! ¡Apenas hace unos días que la conoces como para pensar así!
Además, ¡¿quién dice que no la valoro?! —¿Lo hacía?—. Laura es preciosa,
tiene un cuerpo de infarto, pero eso no es lo importante, sino que es lista,
divertida, capaz de hacer un chiste de cualquier cosa para que los demás rían
y sabe más de dioses que ninguna mujer que haya conocido nunca. Tiene la
capacidad de hacer magia contando historias, su desvergüenza pone a mil a
cualquier tío que pise la misma estancia que ella, y su boca sabe a maná, pero
es mi compañera de trabajo, popa'a y ya conoces mis principios.
O los Mai Tai me estaban haciendo alucinar, o Maui había soltado una
horda de piropos hacia mi persona que acababan de pulverizar mis bragas.
—¿Popa'a? ¿Eso es que tengo mucho culo? —cuestioné enrojecida.
—Una mujer nunca tiene demasiado culo que agarrar —rezongó
Aquaman.

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—Significa extranjera —aclaró Hori, mirando a su padre con un interés
renovado.
—Bueno, pues como ha dicho tu padre, aunque le pusiera más que un tren
de mercancías a punto de descarrilar, nunca lo haría conmigo porque es un
firme creyente de lo que viene a ser un: «donde tengas la olla no metas la
polla», dicho de otra manera, donde se trabaja no se folla.
—Pero ¡si él se tira hasta las palmeras!
—Sí, pero no a sus trabajadoras…
—Esa norma es una estupidez —se quejó el hijo de mi jefe—. ¿Y cómo
que Laura sabe a maná? Nunca has dicho eso de una mujer —cuestionó sin
acritud, parecía sorprendido ante la confesión.
—Es una manera de hablar… —se excusó él.
—¡Y una mierda! —prorrumpió, estallando de nuevo y sin previo aviso.
Se dio la vuelta para irse.
—Hori, espera —intentó detenerlo su padre—, escúchame.
—No, ahora no, no estoy de humor, necesito aclararme y saber qué voy a
hacer. Ya te avisaré cuando podamos hablar sobre ella sin que me duela.
Hasta luego, Laura, gracias por ser sincera conmigo.
Si esperaba que Maui se marchara en pos de su retoño, me equivocaba. Se
dio la vuelta en dirección al mar, se dejó caer de culo en la arena, cogió un
puñado de la misma y la arrojó cabreado.
—Se le pasará —murmuré, plantando mi trasero a su vera.
—¡Es todo tan complicado! A medida que crecen, también lo hacen los
problemas, y siento que cada vez se aleja más de mí, aunque yo no lo quiera
—suspiró—. No es fácil criar a un hijo solo, sé que quizá no sea el mejor
ejemplo de vida para él, que haga lo que haga la fastidio. Hay días que no sé
qué decir o qué hacer.
Que se mostrara así de vulnerable frente a mí, un hombre tan grande como
una montaña, que podría partir un coco con el puño, me encogió el corazón.
Le pasé la mano por esa colección de músculos de la espalda, no con
intención de magrearlo, sino de consolarlo.
—Mis padres siempre dicen que no es fácil, que los hijos deberíamos
venir con un manual debajo del brazo, en lugar de pañales sucios y llantos
inconsolables.
Maui rio, y yo me sentí aliviada.
—Entiendo que le gustes a mi hijo. Aunque le haya dicho esta mañana
que lo mejor sería que te olvidara, comprendo la fascinación que despiertas en
él; además de hermosa, eres especial, Laura.

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Sus pupilas oscuras apenas contrastaban con el negro de sus ojos, las tenía
dilatadas al igual que las aletas de la nariz. Mi cerebro cortocircuitaba ante
sus palabras y, aunque me mandara señales contradictorias, sabía que solo se
trataba de eso, un cortocircuito. Intenté restarle importancia.
—Sí, bueno, algo especialita sí que soy —dije en plan colegueo,
arrancándole otra sonrisa—. Hori tiene suerte de tener un padre como tú, que
no lo abandone, que se preocupe por él, que le hable de sus raíces y no quiera
que se meta en problemas. Eres un buen tío, Aquaman, así que no te
machaques.
—¿Lo dices porque de verdad lo piensas, o porque soy tu jefe?
—¿Te sirve un poco de ambas?
—Me sirve —asumió con una sonrisa repleta de dientes blancos.
Apoyé la cabeza sobre su hombro y nos dedicamos a ver la puesta de sol,
en silencio, arropados por la belleza de la isla y el golpeteo sereno del maná
de nuestros corazones.

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Capítulo 61

Álvaro

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La luna brillaba sobre las tranquilas aguas de Moorea, creando un camino
de luz que se extendía hasta la playa de arena blanca. Era una noche perfecta
para una cena en el exterior.
Después del día que había pasado junto a Maca y el susto que me dio
cuando la vi hundirse bajo la cascada, y creí no poder llegar a tiempo para
salvarla, fue casi como revivir el fallecimiento de Marcos, el no poder hacer
nada, el haberla empujado a hacer algo y por mi culpa…
Me pincé el puente de la nariz. Dudaba que alguna vez fuera capaz de
perdonarme.
Maca me pidió que la dejara en la villa a solas para terminar de arreglarse
y que la esperara en la plataforma de madera exterior que quedaba sobre el
agua, donde se celebraban las cenas románticas para dos.
Teníamos cada noche reservada, y si no teníamos ninguna cancelación, al
día siguiente colgaríamos el cartel de completo por lo menos durante un par
de meses.
Maca decía que era una buena señal, yo también lo creía, aunque lo
principal era ver si los clientes se sentían a gusto con las instalaciones, la
comida y el servicio, y si las reseñas en TripAdvisor no nos fundían.
Nos encargamos de invitar a algunas celebrities e influencers que
esperábamos nos dieran una buena publicidad en redes.
Contemplé las antorchas encendidas. La mesa estaba dispuesta con un
precioso mantel blanco salpicado con flores naturales. La cubertería y la
cristalería resplandecían, mientras que la suave música tradicional llegaba a
mis oídos fluctuando con suavidad.
Tenía un músico a mis espaldas tocando el ukelele.
La suave brisa alborotó mi pelo, y una corriente eléctrica me hizo desviar
la mirada hacia el principio de la pasarela.
Maca, ataviada con un precioso pareo de estampado tahitiano, que se abría
mostrando una larga y torneada pierna a cada uno de sus pasos, el pelo suelto
cayendo en perfectas ondas con, como único adorno, una flor sobre su oreja
derecha y una pulsera de las mismas flores en el tobillo, avanzaba hacia mí,
con la mirada puesta en mis ojos, que se me iban a salir al contemplar tanta
belleza.
El estómago se me contrajo al verla, debía haberse puesto algún tipo de
aceite luminiscente, porque su piel morena brillaba, la boca se me hizo agua y
no precisamente por la comida, que aún no había llegado.
Pensé en su cuerpo empapado en agua el día que la duché y dormimos
bajo las estrellas, aunque yo no pegara ojo, en las noches infernales en las que

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leí aquel libro erótico en el que tuve que aliviarme a solas, en nuestro tórrido
encuentro en el spa y los besos compartidos esa misma mañana. Maca me
volvía loco a unos niveles difíciles de sostener, y si no fuera porque no quería
mentirle respecto a lo que podía esperar de nosotros, de buena gana lo hubiera
hecho porque mi necesidad por ella crecía a diario.
—Hola —susurró, colocándose un mechón que se había desordenado por
el aire. Casi ni reaccioné, porque ya estaba tan duro que la sangre no me
llegaba al cerebro. Al ponerme en pie, por poco tiré la silla, y al dirigirme a
ella, su aroma me hizo cerrar los ojos por un instante. No llevaba su perfume
de siempre, solo el del aceite de monoï que potenciaba el aroma natural de su
piel y la cubría con esas partículas brillantes que me daban ganas de lamer.
—Estás preciosa —murmuré, besándole la mejilla.
—Gracias, tú también estás muy guapo.
Iba vestido íntegramente de blanco, con una camisa arremangada por
encima de los antebrazos, los dos primeros botones desabrochados y el
pantalón de lino suelto.
Nos sonreímos nerviosos, no se opuso a que le apartara la silla y volvió a
darme las gracias cuando se acomodó en ella.
Me fijé en su espalda y apreté los dientes. Mierda, no llevaba sujetador,
me pasaría todo el tiempo que durara la cena pensando en sus tetas y lo bien
que me sentaban sus pezones en mi lengua.
Esa mujer era una maldición, una muy lujuriosa que despertaba mis
sueños más tórridos.
No hizo falta que llamáramos al camarero, en cuanto estuvimos
acomodados, vino a servirnos.
Nos llenó las copas de vino blanco, Maca había elegido el menú porque ni
siquiera se ofreció a tomarnos nota, tampoco es que me importara, lo que
quería comer era otra cosa, y con el tiempo que llevábamos juntos y su pasión
por los detalles, ya sabía lo que me gustaba y lo que no.
Nos mantuvimos en silencio, incapaces de decir nada por miedo a
estropear el momento. Estaba decidido a romper el hielo, esa cena tenía que
significar algo más allá de la gratitud o probar la experiencia, necesitaba
averiguar de qué se trataba, qué le pasaba a Maca por la cabeza, así que dije
lo primero que se me ocurrió que no fuera el típico «que noche más bonita
hace hoy para cenar al aire libre».
—El día ha estado bien, ¿no te parece? —Ella soltó la servilleta que
contenía en sus manos.

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—Si obviamos la parte en la que casi me ahogo, sí, no estuvo mal. —Pero
qué merluzo era, solo yo podía olvidar ese detalle.
—Lo importante es que no pasó —respondí, sintiéndome bastante
estúpido.
—Sí, la cosa podría haber sido peor, con la fuerza del agua, se me pudo
salir una teta o perder las bragas del biquini; si hubiera ocurrido, en mitad de
tanto espectador, habría elegido la opción B, muerte por ahogamiento bajo la
cascada.
¿Por qué mi cerebro tenía que poner imágenes a sus palabras? Volvía a
pensar en ella desnuda y entre mis brazos. Joder, ¡qué cena más larga!
Carraspeé.
—Pues yo me habría quedado con la A, vivita, coleando y con las tetas
bailando —admití canalla.
Ella hizo rodar los ojos, hablábamos bajito para que el músico no nos
oyera. No tenía muy claro si aquel hombre entendía el español.
—Tú siempre pensando en lo mismo —jugueteó ella con el borde de la
copa para después dar un trago.
—Qué quieres que te diga, mi prometida me pone demasiado. —Ella
suspiró y fijó las pupilas en las mías.
—Álvaro…
—¿Sí?
—He pensado una cosa.
—¿Sobre?
—Quiero que follemos y que seas tú el primero que me haga la gambita.
Lo dijo en el momento justo en que el ukelele daba la última nota para
sumirnos en un silencio ensordecedor. El camarero había vuelto con los platos
y se disponía a dejarlos en la mesa cuando Maca soltó la bomba. Vi peligrar
las ensaladas y la limpieza de mi ropa interior.
Maca enrojeció al darse cuenta de la situación, yo miré al camarero, que
hizo oídos sordos y colocó nuestra cena frente a nosotros. No podía ver la
cara del músico, pero la imaginaba al ver la expresión de Maca.
Carraspeé, me giré hacia el hombre, quien me premió con una sonrisa
como si la cosa no fuera con él.
—Gracias por la música, pero preferimos cenar con el sonido de las olas.
—Por supuesto, señores —asintió sin abandonar su actitud simpática.
Después me dirigí al camarero.
—Tampoco le necesitamos a usted, yo mismo le llamaré al terminar.
—Como ordene, señor Alemany.

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Ambos tomaron el mismo camino para dirigirse a las instalaciones y
dejarnos a solas.
Maca tenía la cara hundida entre las manos, no me miraba, lo cual me
hizo sonreír.
—Ya se han ido.
—He hecho el ridículo más absoluto —se quejó sin levantar la barbilla.
—De eso nada, mírame. —Levantó la vista avergonzada mientras yo me
la comía con los ojos—. ¿De verdad piensas que lo que acabas de hacer es el
ridículo? Porque te garantizo que ni yo ni mi entrepierna pensamos lo mismo.
—Álvaro… —protestó—. Es que nada puede salirme bien. Te juro que lo
intento, pero el amor y el sexo se me resisten. No sé qué pensar, quizá solo
sea buena para trabajar y termine en esta isla sola, rodeada de tikis y sin que
nadie quiera envejecer a mi lado. —Sus palabras me dolieron, porque sabía
que para Maca tener a alguien a su lado era importante, y yo le estaba
fallando en eso—. Cuando me tragó la cascada, lo único que me daba vueltas
en la cabeza era que iba a morir sin haber estado contigo, por mis puñeteros
principios y, no sé, ¿y si me estaba equivocando con mi planteamiento vital?
Mis amigas no me lo dicen, pero sé que piensan que tengo mentalidad de
abuela, que creen que debería soltarme, no pensar tanto y dejarme llevar,
sobre todo, teniendo en cuenta que no dejo de hablarles de ti y lo mucho que
me pones. Pero yo siempre he sido así, no sé hacerlo de otra manera por
mucho que quiera, y esta desazón va a terminar por provocarme una úlcera.
Me puse en pie y le tendí la mano. Sus palabras me habían puesto
cachondo y tierno al mismo tiempo. Maca era una mujer muy especial, ¿y
quién decía que sus principios no eran los correctos? Yo desde luego que no
me atrevería a hacerlo.
—Ven aquí.
Ella se aferró a mis dedos y se levantó. Le acaricié la mejilla con tiento.
—Maca, cada uno es como es, y tú eres perfecta tal cual, con tus valores,
tu rectitud y tus ganas por anclarte a alguien para compartir un futuro en esta
isla. Yo no puedo ofrecértelo, pero sí que puedo darte los días más
apasionados de tu vida. Voy a comprometerme contigo, con la única
diferencia de que, de antemano, sabrás que tarde o temprano me voy a
marchar para dejarte con tu trono. Sin embargo, mi compromiso estará ahí,
contigo. Te prometo que te haré reír, que responderé a cada una de tus
preguntas cotillas, que te leeré por las noches y te follaré antes, después o
todo el día. Que lo que compartamos será tan intenso, tan maravilloso, que lo
único que contará, al final de la aventura, será el haberla vivido. Me vuelves

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jodidamente loco y me muero por hacerte un montón de guarrerías que van a
llenar tu cuerpo de orgasmos —mascullé, apretándola contra mi cuerpo para
que se diera cuenta de lo que desataba en mi entrepierna—. Te prometo que
me entregaré a ti, sin reservas, que cumpliré cada uno de tus deseos, que no
me importará lo que se te ocurra porque quiero hacerlo todo contigo.
Se le había acelerado la respiración y tenía las pupilas dilatadas, las mías
debían tener el mismo tamaño.
—¿Lo que se me ocurra? —Se mordió el labio inferior, y yo casi me corrí
del gusto.
—Lo que se te ocurra —murmuré.
Ella tragó con dificultad, ojalá tuviera el poder de leer la mente, porque en
ese momento daría lo que fuera por cada uno de sus pensamientos.
Busqué su boca hambriento y la ataqué llevando una mano a su pecho
para estrujarlo entre mis dedos. Maca jadeó y desató su lengua sobre la mía
mientras se aferraba a mi espalda.
Adoraba besarla, notarla retorcerse contra mí, que el pezón se le erizara
bajo mis atenciones y que buscara fundirse contra mi cuerpo.
Seguí deleitándome en sus labios, torturando el pico duro con la yema del
pulgar hasta que jadeó.
Necesitaba más, mucho más, me importaba una mierda la cena, en lo
único que podía pensar era en ella.
Bajé la mano y la introduje por la abertura del pareo.
Casi me morí al notar que lo único que me esperaba bajo este era su sexo
húmedo y dispuesto.
—Joder, Maca. —Metí los dedos entre los labios encharcados de deseo y
esparcí la humedad contra su sexo.
—Quería dejarte clara mi posición, Noe me dijo que esta era la mejor
manera.
—Recuérdame que le dé las gracias y le suba un poco el sueldo —
mascullé, hundiendo un dedo en ella. El gemido femenino no se hizo esperar.
Estaba tan mojada y lista que en mi mente solo había espacio para vaciar la
mesa, subirla a ella y tirármela sin piedad.
Me miró a los ojos relamiéndose para tentarme con el piercing torturador.
—Siéntate en tu silla, y bájate los pantalones y los calzoncillos —dijo en
un arrebato de seguridad que por poco me voló la cabeza.
—No llevo condones —anuncié jadeante.
—Yo sí. —Ni siquiera iba a preguntar dónde, porque estaba demasiado
desatado. Aun así, tuve un golpe de lucidez y por una vez no pensé en mi

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polla, sino en ella.
—¿Quieres que lo hagamos aquí fuera? —pregunté.
No era que a mí me importara, al fin y al cabo, me iría de la isla, pero
Maca era otro cantar. Ese era su lugar y no creía que le hiciera mucha gracia
que algún trabajador nos pillara en plena faena.
—¿Muy arriesgado? —Le sonreí buscando calmar mi desenfreno.
—Un poco, aunque si es lo que deseas, no seré yo quien haga ascos a tu
proposición indecente, sin embargo, conociéndote, quizá más tarde te
arrepientas cuando un vídeo nuestro aparezca como máximo reclamo del
resort. —Ella me miró horrorizada y lo acompañó con un ruidito adorable—.
¿Qué te parece si primero cenamos y nos comemos el postre en nuestro
cuarto?
—Me-me parece bien —titubeó. Saqué los dedos de entre sus muslos y
los llevé a mi boca para saborearlos.
—Este entremés es de lo mejor, voy a pedirlo en cada una de mis comidas
—comenté juguetón. Ella me apartó la mano ofuscada y rio traviesa.
—¿Cómo puedes decir eso? —Yo alcé las cejas.
—Porque es la verdad, sabes que alimentas y esta noche te voy a comer
entera. Voy a follarte mucho, Maca, llevo almacenando ganas estas semanas,
así que aliméntate, necesitarás coger fuerzas.

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Capítulo 62

Maca

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La cena con Álvaro fue la maldita noche de reyes, en la que esperas que
termine cuanto antes porque estás deseando ver si te han traído el regalo que
más deseas.
Él era ese regalo. Cada vez estaba más convencida de que nunca podría
olvidar esos días, porque él me había hecho sentir más cosas en esas semanas
que mi ex en todo el tiempo que estuvimos juntos.
No podía ni quería desaprovechar la oportunidad.
Caminamos hasta la villa con la anticipación crepitando en cada pisada.
Tuve que contener mis ansias de asaltarlo por el camino y contentarme con la
simple unión de las palmas de nuestras manos.
Cuando emprendimos el sendero de las tres villas que bordeaban el mar,
apenas podía escuchar otra cosa que no fuera mi revolucionado corazón
anticipando el momento en el que por fin intimara con él.
Les dije a las chicas que si por fin coronaba les haría una perdida. Creo
que estaban casi tan histéricas como yo.
Tenía que salir bien, tenía que salir bien, tenía que…
Álvaro se detuvo. Estábamos frente a la puerta y me miraba de forma
extraña.
—¿Ocurre algo?
—Estás temblando. Maca, no tenemos que hacer esto si no quier…
«¡A la porra!».
Me puse de puntillas para silenciar con aquel beso cualquier atisbo de
duda que Álvaro pudiera tener sobre mi predisposición.
En su lengua todavía podía saborear el helado de coco y chocolate que
tomamos de postre.
Enredé los dedos en su pelo y lo besé con fiereza, despejando la equis de
la ecuación. Ya no había espacio para el miedo de estar equivocándome.
Álvaro respondió haciendo volar sus manos a mi trasero para contagiarme
su emoción por lo que nos esperaba.
—No tienes ni idea de las veces que he soñado con esto en los últimos
días —susurró, separándose de mi boca para atrapar el lóbulo de mi oreja—.
Dime que esto no te gusta —musitó, dando pequeños mordisquitos al lóbulo
que me erizaron por completo. Mi aliento sonaba entrecortado—. Dime que
no soy capaz de que algo que creías que te disgustaba te dé placer ahora
mismo y te haga palpitar.
Hubiera querido responder, pero solo me salían jadeos.
Llevé una de mis manos a la parte baja de la camisa y las metí por dentro
para recorrer el abdomen y torturar uno de sus pezones.

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—Maca…
—Entremos —logré pronunciar.
Buscó la llave en el bolsillo del pantalón, y abrió la puerta del jardín
dejándome ir lo justo y necesario.
Tenía la boca seca cuando se quitó la camisa por encima de la cabeza y la
arrojó contra el césped. Su erección era indisimulable, cargaba a la izquierda
y su grosor estaba ahí, en todo su esplendor, contra la fina tela del pantalón.
Me relamí.
—¿Ves algo que te guste? —preguntó socarrón.
—Me gusta todo de ti.
—En eso estamos de acuerdo, porque a mí me encanta todo de ti, menuda
suerte.
Buscó mis manos para llevarlas a su culo, el cual amasé sin tapujos, él
sonrió y me mordió el labio inferior. Buscó el lazo del pareo, que lo sujetaba
detrás de mi cuello, para tirar de él y desatarlo con maestría.
La pieza cayó sin remedio dejándome desnuda frente a su mirada lasciva.
—Así es como más me gustas —confesó—. El día que tuve que ponerte
bajo la ducha por poco infarto, y el de la bañera…
La frase se cortó porque bajó por mi escote para morder una zona sensible
de la clavícula. Suspiré arqueando la espalda. Álvaro siguió el descenso hasta
llevar uno de mis pechos a sus labios y succionarlo con fuerza.
Su boca era como un chute de heroína. Me estremecí de placer, estaba
más que mojada y lista para él.
Mi mano pasó de magrearle el culo a colocarse sobre la rigidez de su
entrepierna. La froté con anhelo, por encima de la prenda, presionando con
suavidad, para después apretarla con un poco más de dureza.
—Me matas, Maca…
—Y tú a mí —confesé.
La luna iluminaba la pasión incendiaria que nos consumía.
Llevé las manos a la cinturilla del pantalón y lo desabroché.
Álvaro llevaba unas chanclas, por lo que fue sencillo desembarazarse de
ellas, los pantalones y el calzoncillo.
Se mantuvo desnudo y estoico frente a mis ojos, mientras yo recorría
ávida su desnudez. Quería grabarla en mi recuerdo para siempre. No tenía ni
un gramo de grasa en la zona abdominal, su musculatura era redondeada,
tenía una fina línea de vello que descendía desde su ombligo hasta su
poderoso miembro.

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La boca seca se me llenó de saliva, yo también quería probar su sabor. El
glande brillaba de necesidad llamando poderosamente a mi boca. No dudé,
me acerqué a Álvaro y fui dejando un reguero de besos que salpicaron su
estómago, hasta alcanzar la base de su miembro.
Alcé la mirada y le di un lengüetazo que lo recorrió hasta el prepucio.
Álvaro cerró los ojos y convirtió sus manos en puños.
—¿Te gusta?
—No tienes ni puta idea de cuánto. Quizá después te cuente lo que me
pasó en la excursión de los quads contigo y un bote de mermelada de piña. —
Lo miré interesada y volví a dar una pasada de lengua—. Aunque te garantizo
que sentirlo es mucho mejor que fantasearlo —admitió mientras hacía bailar
el piercing por encima del glande—. ¿Puedo tocarte el pelo? —Casi me morí
de la risa.
A ver, una cosa era que no me gustara que me lo tocaran y otra muy
distinta eso.
—Hazlo —musité, dándole permiso mientras lo saboreaba al completo.
Álvaro lanzó un gruñido que me llenó de dicha, sobre todo, cuando noté la
presión con la que me cogía la melena y hundía los dedos en el cuero
cabelludo.
Tenía razón cuando me advirtió que lo que no me gustaba podía tratarse
de que no me lo hubieran hecho bien.
Lo saboreé con vehemencia hundiéndolo, chupándolo, succionándolo
hasta que me vi elevada.
—Lo siento, pequeña, pero con el calentón que llevo, si sigues haciendo
eso, pareceré un puto surtidor de petróleo.
Le sonreí relamiéndome.
—A mí no me importa, siempre me ha gustado el olor de la gasolina.
—Te lo recordaré más tarde —gruñó, llevándome a la cama balinesa del
jardín—. Tengo una acumulación de fantasías que me van a faltar vidas para
poder realizarlas. Deja que te venere como mereces.
Me alzó en brazos y me tumbó en la cama, envolviendo cada porción de
mi piel en la gloria de su boca. Ni siquiera sabía qué hacer con las manos de
tanto placer que me estaba dando.
Cuando llegó a mis muslos y hundió su boca en mí… No pude dejar de
emitir frases inconexas, jadeantes y muy calientes. Mi flujo se mezcló con su
saliva, mis caderas empujaron sin control mientras él sorbía y me acariciaba
con los dedos.

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¿Era posible que Álvaro me estuviera dando un sexo oral mucho mejor
que mi succionador? Lo era.
Hundió una falange en mí formando una especie de gancho que alcanzó
una zona muy sensible de mi interior, mientras la lengua se arremolinaba en
mi clítoris. Tomé aire con brusquedad.
—¡Joder, joder, joder! —exclamé, notando su sonrisa entre mis pliegues.
Se separó por un instante para acomodarme en el borde—. ¿Qué haces? —
pregunté.
—Buscar el ángulo correcto —respondió, clavando las rodillas con una
sonrisa perversa en la boca.
Volvió a meter el dedo, esta vez el pulgar, a la par que su índice empezó a
trazar círculos en mi Cíclope. No iba a hacerme…, no podía estar haciendo…
—Relájate, cariño —musitó, dándome otro lengüetazo en el clítoris. Me
estaba derritiendo y cortocircuitando al mismo tiempo—. Eso es, acabo de
llamar a tu puerta, así que dame acceso para que pueda entrar. Quiero dártelo
todo, Maca, todo. Cada puto deseo, cada puta fantasía.
Jadeé en el momento preciso que dejó caer algo de saliva y su falange me
penetró con cuidado. Volvió a mi nudo de nervios para vapulearlo con la
lengua a la par que sus dedos seguían trabajando para obrar la magia.
Miré al cielo, las estrellas brillaban más que nunca, no podía parar de
mover las caderas y gemir.
El conjunto musical de la filarmónica de boca, barba, lengua y dedos, al
cargo del maestro Álvaro Alemany a la batuta, estaba dándome un concierto
de gemidos tan inesperado como enloquecedor.
Así debió formarse el universo, con una gambita ejecutada por él. El aire
me fallaba, los dedos entraban en mí con total facilidad, despertando los
puntos de placer más recónditos de mi anatomía.
Le dejé tocarme como nadie lo había hecho nunca y estallé, en un grito
ensordecedor que debió teletransportarme hasta la cama por la fuerza de mi
explosión, porque la siguiente vez que abrí los ojos estábamos sobre ella y
Álvaro se enfundaba un condón.
—¿Ya de vuelta? —cuestionó sonriente.
—¿Qué ha pasado?
—Pues creo que te has desvanecido del gusto, lo cual no puede hacerme
más feliz. Tendrían que darme la medalla al orgasmo perfecto.
—¿En serio?
—Sí, apenas han sido unos segundos, los suficientes como para
comprobar tus constantes vitales, asegurarme de que no habías muerto e

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hincharme el ego más que mi polla, que ya es decir.
—¡Dios!
Me sentía un pelín avergonzada, aunque con la cara de jactanciosa
felicidad que iluminaba la de Álvaro, se me pasó rápido. Su erección seguía
intacta, todavía no había estado dentro de mí y lo necesitaba. Me relamí los
labios provocando uno de sus gruñidos.
Separé las rodillas en una clara invitación.
—Ven aquí —murmuré—, te invito a mi casa.
—¿Necesitas que traiga algo? ¿Unos bombones? ¿Una botella de vino?
—Con tu polla me basta.
Él soltó una carcajada y se tumbó encima de mí para besarme, ya no
quedaban resquicios de helado en su boca, solo mi sabor.
Disfruté del compás de nuestras lenguas. Álvaro se mecía estimulándome
de nuevo, no me daba tregua, seguía deseándole igual que antes del orgasmo.
Enrosqué mis piernas en su cintura, nuestro sudor se mezclaba y nos
volvía resbaladizos. Metí la mano entre nuestros cuerpos y lo llevé a mi
entrada.
Álvaro se separó de mi boca y me miró.
—Llevo un rato con la puerta abierta y todavía no te has atrevido a entrar.
—Estaba intentando prepararte para el segundo.
—Estoy más que preparada. Te quiero dentro, señor Alemany.
Me dio un mordisquito en el labio, y yo busqué su espalda con los dedos.
Se hundió muy despacio, como si quisiera alargar el momento. Mi boca
emitía un jadeo sostenido al percibir cómo se apoderaba de cada pulgada de
carne líquida.
—Maca —gruñó—, esto es demasiado bueno…
Y lo era, por supuesto que lo era. En cuanto lo tuve hundido por completo,
disfruté de la tortuosa expresión que marcaba sus facciones, mantenía los
antebrazos abultados y su polla palpitando en mi interior.
Con él me sentía libre. Podía decir lo que quisiera que no se
escandalizaría, y eso me gustaba porque me hacía sentir poderosa. Reuní el
coraje suficiente como para decir lo que quería sin que por mí hablaran el
alcohol o unas pastillas.
—Fóllame, Álvaro, y no te cortes, que no me voy a romper.
Su mirada era vidriosa. El azul cristalino se había oscurecido fruto de la
dilatación de sus pupilas.
—¿Quieres que te monte duro? —Sonreí y asentí. Nunca lo había probado
así—. Muy bien, tú lo has querido.

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Se incorporó. Apoyó las manos en mis rodillas, salió hasta que solo
quedaba la puntita en mi interior y arremetió contra mi carne sin ningún tipo
de piedad.
Aullé. Follar con Álvaro era como montarse en una de esas atracciones de
caída libre, te encogía la tripa hasta que no podías más, te dejaba perdida en la
ingravidez hasta volver a ascender.
Gruñía, jadeaba, empujaba y gozaba cada vez que nuestra carne
entrechocaba y volvía a arrancar.
Me faltaba el aire y me sobraban ganas. No había intimado nunca con un
hombre de un modo tan visceral y perverso.
Volvía a estar a punto de correrme.
—Tócate, Maca. Chupa tus dedos y tócate.
Lo hice. Los metí en la boca del mismo modo que hice con su miembro,
emulando que era su polla la que perforaba mis labios, y cuando los tuve
empapados, los puse en mi clítoris y me masturbé.
Casi caí fulminada ante el primer roce, estaba temblando de nuevo, me
sentía tan llena, tan excitada, que era difícil de explicar.
Álvaro deslizó la mirada desde mi boca hasta el lugar donde se unían
nuestros cuerpos, el mismo que mis dedos ansiaban la traca final.
Vi el brillo de la anticipación, sus músculos se contrajeron dando un
acelerón.
No estaba preparada para una conexión tan bestia en la cama, sabía que
sería bueno, pero eso superaba con creces cualquier expectativa que se
hubiese formado en mi mente. El segundo orgasmo me arrastró con la misma
intensidad de una avalancha en la nieve.
Grité su nombre en mitad de mil fuegos artificiales, mientras sus embates
me pulverizaban abandonada al placer más absoluto.
Álvaro apretó los dientes, subió mis piernas para ponerlas en sus hombros
y volver la penetración más íntima y profunda.
Ya no solo chocaban nuestros sexos, también mis pezones en su pecho,
estábamos entrelazados al completo. Mis manos se aferraron a sus hombros
buscando un lugar al que asirme.
—Maca…
Mi nombre fue el preludio de su clímax. Su cuerpo se agarrotó por
completo dando paso a un encadenado de contracciones rítmicas que
culminaron con un grito liberador y una sacudida.
Había sido, sin lugar a duda, el polvo más intenso de toda mi vida, y eso
que entre nosotros no había amor, solo una extraña conexión que lo volvía

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todo más maravilloso e imprevisible.
Con cuidado, Álvaro devolvió mis piernas a su cintura sin salir de mi
interior para regalarme el beso más dulce del universo.

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Capítulo 63

Noe
Mi móvil sonó y Ebert lo miró frunciendo el ceño.

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—¿Quién te llama a estas horas de la madrugada, jardinera?
—¿Celoso?
—Intrigado.
Sonreí para mis adentros mientras giraba en la cama para alargar el brazo
y mandar un mensaje de WhatsApp.
A buen entendedor, con pocos emojis bastan.
—Me marcho —dije, sentándome en la cama para ponerme en pie.
—¿Era Laura? —preguntó Ebert curioso—. ¿Se ha extrañado porque
Jardicienta no esté a medianoche en el cuarto?
—Eso es lo que tú querrías, que fuera ella, pero te digo una cosa, vas a
quedarte con las ganas de saber quién me llama y a quién respondo. No te
debo ningún tipo de explicación, hablar no forma parte de nuestro acuerdo
más allá del «esto sí, esto no o esta polla me la como yo».
Su fuerte brazo me agarró la cintura, me tumbó sobre el colchón para
después inmovilizarme con su cuerpo y alzar mis muñecas por encima de mi
cabeza con una sola mano.
—Las clausulas pueden sufrir modificaciones, igual que la canción de
Chimo Bayo —comentó con una sonrisa contenida.
Alcé las cejas. Sus dedos presionaron uno de mis pezones con la fuerza
precisa para provocar un jadeo y una ola de placer entre mis muslos, no
obstante, me mantuve imperturbable, lo cual lo descolocó. El desconcierto
brilló en sus ojos castaños y dominantes.
—En este contrato no, suélteme, señor Weber.
—¿Segura? —preguntó. La mano callosa y de dedos largos tentó a mi
tripa rumbo a lo conocido.
—¡Basta! —proclamé, sin apartar mis pupilas de las suyas. Frenó de
inmediato el avance, me ofreció una sonrisa taciturna y soltó el agarre
improvisado haciéndose a un lado sin cubrirse ni un poco.
Me puse en pie y fui en busca de mi ropa.
Él no dijo nada, se limitó a observar mientras yo me vestía con el ceño
fruncido. No caí en la tentación de recrearme en su cuerpo desnudo, en su
entrepierna poderosa ni esas estrellas en ascenso que perfilaban el costado de
su anatomía y que había recorrido con la lengua minutos antes.
Era un capullo integral, sin embargo, estaba bueno, follaba de vicio y
habíamos hecho un trato difícil de obviar, por no decir que era mi jefe y que
mi estancia en la isla dependía de que mantuviera la boca cerrada salvo para
comerme la almeja.

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No me hacía ni puñetera gracia tener que depender de él, aun así, por
ahora, no podía hacer otra cosa que ceder y, bueno, por qué no reconocerlo,
Weber sabía hacerme ver las estrellas, más allá de las de su tatuaje.
Me dirigí hacia la puerta.
—Que follemos no significa que vaya a hacerte concesiones respecto al
trabajo —murmuró a mis espaldas. Me di la vuelta y lo miré con inquina.
Pero ¿qué se pensaba?
—No esperaba menos de ti. Tampoco significa que en horario laboral
vaya a ponerme de rodillas para hacerte una mamada.
Desafío, eso era lo que acababa de oscilar en su mirada.
—A las siete te quiero en mi almacén. —Su voz era una especie de
gruñido que me erizaba la piel.
—Sí, jefe. ¿Desnuda y amordazada?
—Eso lo dejaremos para después —ronroneó, tocándose la polla.
No tendría que reaccionar a eso, por lo menos de forma visible, aunque
mis hormonas gritaran un «vuelve a esa maldita cama», en una canción de los
Village People.
—Que te vaya bien esa paja.
No añadí nada más antes de cerrar la puerta y salir de aquel ambiente
impregnado de sexo.
En cuanto la brisa nocturna sacudió mi pelo, supe que era buena hora para
darle una vuelta a José Luis, si es que Laura no lo había sacado ya.
Entré en la cabaña con cuidado de que no se escapara de nuevo. Estaba
hecho una rosca roncando satisfecho. Si es que todos los tíos eran igual,
dormir y descargar, dormir y descargar.
—¡A buenas horas llegas! Ahora va a resultar que tu jefe es la gallina de
los weber de oro y te tiene cascándoselos a todas horas, ¡menuda cara y
menudo pelo que me traes, chochete!
—Cállate, Lau —bufé con una sonrisilla incapaz de obviar.
—Unas tanto y otras tan poco, ¿has recibido la llamada?
—Si te refieres a la de Dios para que me haga monja, no —me carcajeé
mientras ella roía unas galletas—; si te refieres a la de Maca, sí. Y ya era
hora, porque la corrida de Álvaro casi llega hasta aquí, tenía más semen
acumulado que lava el Krakatoa. Oye, ¿no serán esas las galletas que estaba
esperando de José Luis y que tan mala te pusieron la última vez?
—Qué va, esta me las han dado en cocina, son de plátano, coco y
jengibre. ¿Quieres una? Son un vicio.
—Por hoy ya he tenido bastante vicio.

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Laura se echó a reír.
—Seguro que sí, ¿vas a contarme a qué pacto has llegado con tu jefe por
lo de José Luis?
Tras el primer polvo con Ebert, después del rescate de los perros, le
mandé un audio a Lau.
Lo hice desde el baño, fue muy escueto, aunque con la suficiente
información como para que supiera que el perro estaba en la cabaña y yo tenía
una negociación por delante con mi jefe que iba para largo.
—Sí, ahora te la cuento. ¿Lo has sacado a pasear?
—No, sola no me atrevo, no vaya a ser que vuelva a salir corriendo,
además, lleva frito desde que llegué.
—Pues entonces tenemos que llevarlo de paseo, así que mételo en el
trasportín mientras yo me doy un agua y le damos una vuelta.
—A sus órdenes, señora Weber.
—Eso no lo digas ni de broma. Ni el matrimonio ni Super Mario entran en
mis planes de futuro.
—No entrarán en tu futuro, pero entran en tu coño.
—Cállate, zorra —le dije, ejecutando una peineta perfecta.
Quince minutos después, paseábamos a Joselu lo suficientemente
apartadas de ojos y oídos indiscretos.
Le conté a Laura todo lo ocurrido, desde la pillada a los perros entre los
matorrales, a cómo los llevamos enganchados a la cabaña de Weber, el
tiempo que hicimos hasta que se relajaron y se despegaron, y el desenlace que
llevó a Perromeo a nuestra cabaña y a Perrolieta con los Alemany. Sin obviar
lo más importante, que el alemán iba a guardar silencio sobre lo ocurrido.
—¿Y cuál ha sido el pago por ello? ¿Qué ha pedido tu follador
alemanorro a cambio?
—Sexo.
Laura se puso a reír.
—Si es que los tíos son tan básicos que no sé cómo no hemos
evolucionado como las lagartijas de cola látigo y follamos entre nosotras
hasta quedarnos preñadas.
—Porque de momento siguen gustándonos los rabos y no tenemos uno
como ellas.
—Danos tiempo —comentó mientras caminábamos entre la maleza con
José Luis más contento que unas castañuelas—. Yo creo que seré la primera,
aunque sin embarazo, porque aquí habéis follado todos, incluso el perro,
menos yo.

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—Será porque no quieres…
—Será porque despierto más interés en los jovenzuelos que en el tío que
me pone.
—Tendrías que hablar con Hori sobre eso. ¿No dijiste que no querías nada
con él?
—Ya lo he hecho.
—¿Cuándo?
—Esta tarde, mientras Maca estaba de excursión y tú le dabas al bratwurst
alemán. Nos pilló a su padre y a mí, ciegos a Mai Tai, acurrucados en una de
las hamacas de playa, viendo el atardecer y hablando sobre dioses.
—Oooye, eso no suena a que Motomami pase de ti. —Laura bufó.
—Pues la verdad es que dijo cosas muy bonitas e inesperadas sobre mí,
después de la gran bronca que mantuvieron padre e hijo. Yo le dejé las cosas
bien claritas a Hori, quien estaba decidido a demostrarme que era mucho
mejor para mí que su progenitor y, bueno, en definitiva, que le dije que no
habría nada entre nosotros y se largó.
—Vaya.
—Sí, vaya, sobre todo, porque entre Maui y yo solo hay buenrollismo y
yo estoy deseando ampliar horizontes montada en un falo polinésico.
—¿Y cuál es el problema? Si hay tan buen rollo, igual podéis pactar un
polvo y listo.
—Podríamos si él dejara al margen sus principios. No folla con
trabajadoras, solo con turistas que tienen billete de vuelta a sus países. No
quiere comprometerse con nadie, es feliz con su vida, y a mí me ve como una
complicación.
—Ya, bueno, no es el único mooreano buenorro de la isla, quizá la cosa
esté en encontrar otro que te ponga tanto o más que él y que no sea pariente
suyo, lo digo para no romper la armonía, porque a Hori ya lo has descartado,
¿no?
—Totalmente, Hori es un bomboncito y besa de escándalo, pero no es lo
que necesito.
—¡¿Cómo que besa de escándalo?! —Laura me ofreció una sonrisa pícara
y la versión reducida de lo que ocurrió—. Madre mía, Lau, lo tuyo es de
novela… Pues mira lo que te digo, a mí me parece que a Maui le pones.
—Puede, pero son más fuertes sus creencias que las ganas que me tiene, y
mañana llega la primera remesa de turistas, así que…
—Bueno, quizá le haga falta un empujoncito, tal vez haya algún cliente
sexy al que echarle el ojito.

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—No sé, a ver, tengo ganas de echar un casquete y eso, pero no de
cabrearme con Aquaman, me gusta la relación que tenemos.
—¿Y quién ha dicho que os tengáis que enfadar por follar? Entre vosotros
no hay nada, ¿no? Pues si él disfruta, tú también. Ha llegado la hora de que
dejes fluir a Rita La Mata-Hori.
—No quiero matar a su hijo.
—Era un juego de palabras, lerdi, Mata-Hori, Mata-Hari. —Laura se rio.
—Ya lo sé, solo estaba tomándote el pelo. Y cuéntame, ¿qué incluye ese
acuerdo de sexo con tu jefe?
—Pues básicamente que follamos y él mantiene la boquita cerrada sobre
José Luis. Según Ebert, le cuesta encontrar mujeres que compartan sus gustos
en la cama.
—¿Con esa cara y ese cuerpo? Eso me suena a milonga alemana.
—Digamos que es bastante dominante y siente cierto gusto por los
cachetes y otras cosas que no necesitas saber.
—¿Por la Ley de Protección de Datos?
—Exacto. —Las dos nos echamos a reír.
—Sabes que ese tío te ha puesto una excusa porque le pones más que su
moto, ¿verdad?
—Puede que la excusa nos la pongamos ambos. Es un capullo integral,
pero me funde los plomos a orgasmos.
—Bueno, pues entonces listo, tenéis un trato que os conviene a ambos, no
hay que darle más vueltas. —Laura bostezó y a mí se me pegó—.
¿Volvemos? José Luis ya ha vaciado sus tripas y dado a la isla abono natural,
y yo necesito dormir, que en tres días apenas he cerrado los ojos.
—Ni que lo digas, yo creo que podría pasarme durmiendo una semana
entera, estoy agotada.
—Y por el túnel de tus piernas podría pasar un mercancías, si es que
caminas hasta arqueada —bromeó, y yo me carcajeé.
—Solo voy a decirte una cosa, Príapo no le hace justicia.
—Válgame el Señor, entonces ahí tenemos el motivo por el que dio con
él, ¡es su protector! Mañana se lo llevas de regalo.
—¿Estás loca?
—Ya sabes que sí, aunque también podrías volverlo un poco loco y que se
le fuera apareciendo el enano de jardín.
Las dos nos echamos a reír.

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Capítulo 64

Ebert, 2 meses después de la inauguración.


Estaba jodido, definitivamente, J.O.D.I.D.O.

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Y no lo decía solo porque la maldita jardinera me volviera rematadamente
loco y no pudiera dejar de follarla a la menor oportunidad, que también.
Desde que hice ese trato con Noelia, la cosa había ido de mal en peor,
cada maldito polvo me volvía más adicto a ella, a su sabor, al modo en que se
corría sobre mi polla, mi boca o mis dedos.
Adoraba cómo gemía y las cerdadas que nos decíamos. Me pasaba el día
deseando tener un instante de intimidad para arremeter contra ella en
cualquier superficie y escuchar sus jadeos acunados por mis gruñidos.
Lo peor de todo fue que me tuve que comer mis propias palabras, no había
muerto ni una sola planta, se le daba tan bien la jardinería como chupármela.
Y si todo fuera sexo y buen curro…, pero no, tenía un humor mordaz que
me llenaba de placer, podría tirarme horas chinchándola por el simple placer
de oír sus réplicas.
Había salido con mujeres, aunque las relaciones no solían durarme
demasiado, sobre todo, porque mi curro exigía bastantes horas de trabajo,
llamadas inesperadas en los momentos más inoportunos y pasar de fechas
importantes si la avería era gorda.
Pocas parejas estaban dispuestas a sacrificar tanto, así que compaginar
trabajo y relación era difícil. Con ello no quería decir que Noe y yo la
tuviéramos, o por lo menos no una afectiva, aunque me hiciera feliz con cada
una de sus sonrisas o sus salidas de tono.
Lo nuestro era un acuerdo ventajoso para ambos y lo llevábamos bastante
bien. Me gustaba su eficacia, tanto en el jardín como en mi colchón. Que no
se le cayeran los anillos y que para ella todo supusiera un reto.
Como ocurrió aquel día que dijo poder hacer mi trabajo con los ojos
cerrados, que era mucho más fácil de lo que yo pretendía hacer ver a los jefes
y yo la llevé a una de las villas porque alguien había agujereado una de las
placas de yeso del techo del baño.
¿Cómo? Ni puta idea. La cuestión era que tenía que repararla antes de que
vinieran los siguientes huéspedes, que era a las tres de la tarde y daban ya las
doce.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó, observando el


agujero.
—Bueno, pues como se supone que eres yo, te haré la pasta
para cubrir el agujero y tendrás que taparlo con la llana
dejando el techo liso.
—¿Solo eso? —preguntó con socarronería levantando una
ceja—. Nene, esto va a ser coser y cantar.

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No iba a decírselo, pero las pocas veces que me llamaba
nene me ponía muy burro, sobre todo, ese día, que llevaba esa
maldita falda pantalón con la camiseta del uniforme en color
verde que tanto favorecía a sus tetas.
—Muy bien, jardinera, veamos lo capaz que eres.
Puse la escalera para que su escaso metro cincuenta y
cinco pudiera llegar hasta el punto a tratar, preparé la mezcla,
le acerqué el barreño con la pasta preparada y el utensilio que
iba a necesitar.
—No es tan fácil como crees —murmuré, oteando esas
preciosas piernas.
—Para los tíos nunca lo es. Esto es como un glaseado para
tartas, y la repostería se me da muy bien…
—Genial, ilústrame.
Cogió la llana, le puso un buen pegote de masa y desoyó mi
advertencia sobre que se había pasado con la cantidad.
—No mandas tú, mando yo, esto es un agujeraco muy
gordo y no estamos para perder tiempo si hay que darle dos
manos, así que… —Alzó la herramienta, emplastó el agujero
con la vista puesta sobre él tarareando una cancioncilla,
mientras la camiseta se le subía mostrando una porción de piel
y mi mirada se perdía en su ombligo. En lo único que podíamos
pensar mi erección y yo era en pasarle la lengua.
Cuando creyó tenerlo listo, exclamó un «¿lo ves?» que nos
hizo alzar a los dos los ojos hacia su obra. Fue el momento
exacto en que la plasta se desprendió íntegra y le cayó encima
de un ojo.
—¡Mierda! ¡Joder! —profirió.
Noe trastabilló cayendo hacia atrás, soltó la llana que
rebotó contra el suelo. Yo quise sujetarla y, entonces, ella dejó
ir el cubo que contenía el resto de la masa. Este no llegó al
suelo, con mi inclinación de cuerpo para atrapar a Noelia,
aterrizó volcándose sobre mi pelo.
Sus exabruptos se quedaron cortos respecto al rugido que
rebotó en el interior del cubo al notar la pasta impregnándome
la cabeza.
—¡¿Te has vuelto loca?! ¡Mira la que has liado! —proferí
sin soltarla, arrancándome el recipiente de la cabeza.

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—¡Esa cosa ha querido dejarme ciega, seguro que lo has
dejado demasiado líquido adrede! ¡Casi me caigo de la
escalera!
—Ha sido culpa tuya, yo te advertí que no pusieras tanta
cantidad.
—¡Perdón por querer terminar rápido y dejar esto listo
para los clientes cuanto antes! —gritó, llevándose una mano al
ojo para limpiarse.
Estaba hecho un puto desastre, era imposible quitarme
aquel mejunje del pelo y la barba, era de secado rápido, así
que lo mejor era no perder tiempo y actuar.
Me separé de Noe, seguro de que no se iba a caer, y
comencé a desnudarme.
—¿Qué haces?
—¿Tú qué crees? No tengo ninguna intención de
convertirme en el David de Miguel Ángel y quedarme como
decoración en el baño de la villa.
—¡Exagerado! Dios, cómo me escuece el ojo. —Bajó de la
escalera por su propio pie y accioné el mando de la ducha.
En cuanto tocó suelo, me puse a quitarle la ropa también.
—¿Qué haces? —murmuró.
—¿No te sabes otra pregunta? ¿O es que estaba de oferta?
—inquirí mirándola—. ¿Qué voy a hacer? Te desnudo porque
necesitas enjuagarte ese ojo y de paso lavarme el pelo como
disculpa. Este desastre es cosa tuya.
—Puede que lo sea, pero aunque quiera, no puedo, que casi
mides uno noventa y ni estirando los brazos llego, ¿no querrás
que me meta en la ducha montada en la escalera?
—No sufras, yo me ocupo de montarte en el andamio.
Y lo hice, en cuanto la tuve sin una maldita prenda, la alcé
entre mis brazos para anclarla a mi cintura y follarla contra la
pared mientras sus manos llenaban mi cabeza de espuma.
Cuando terminamos, estábamos menos cabreados, nos tocó
a ambos limpiar el desastre y volver a reparar el agujero,
aunque esa vez Noe aprendió la lección y yo disfruté de lo lindo
de ello.

Mi móvil sonó de nuevo, pero no podía responder porque estaba llegando al


origen de mi otro problema en la moto, y Maru, la responsable del Pet Spa,

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aferrada a mi cintura.
Agnetha me llamó muy preocupada hacía cosa de media hora; al parecer,
a Linda le pasaba algo y necesitaba que llevara a Maru por sus nociones de
veterinaria. Habían llamado al más cercano, pero estaba en la otra punta de la
isla y no podía atender a Linda.
La casa de mis jefes apenas estaba a quince kilómetros del resort, por lo
que llegar era relativamente rápido.
Aparqué frente al jardín y ayudé a Maru a descender.
Joan nos esperaba en la puerta y nos hizo pasar con rapidez.
Agnetha tenía la cara desencajada, estaba al lado de la perrita, que
gimoteaba tumbada en su cama.
—¿Qué le ocurre? —preguntó la encargada del Pet Spa.
—No lo sé, lleva un tiempo engordando sin parar, al principio pensé que
era el pienso, la tripa se le movía como si tuviera espasmos intestinales, así
que cambié de marca. No la llevé al veterinario porque la perra estaba bien y
creí que se trataba solo de eso, ahora me arrepiento y me siento muy culpable.
¿Y si es un tumor? —hipó. Joan se acercó a ella y le palmeó la espalda.
—Vamos, querida, seguro que no, ya verás como se trata de otra cosa.
Maru se puso de cuclillas y, tras una revisión muy rápida, nos miró a los
tres con una enorme sonrisa.
—No es ningún tumor, ¡Linda está de parto! ¡Van a ser abuelos!
—¡¿Abuelos?! —proclamaron ambos al mismo tiempo incrédulos.
¿Acababa de sufrir un microinfarto? No estaba seguro, pero sí de que mi
corazón había dejado de latir varios segundos.
—¿Cuánto tiempo hace de la monta? —preguntó Maru mientras yo me
mordía la palabrota que estallaba en la punta de mi lengua.
—¡Es virgen! Mi Linda no ha conocido varón ni macho perruno. ¡Es
imposible!
—Pues ya le digo yo que sí, mire, el primer cachorro está coronando…

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Pensé de inmediato en el malnacido del perro de Noe y supliqué a todos
los dioses que los cachorros no se parecieran a esa rata, o a Agnetha iba a
darle un parraque.
Los cuatro fijamos la mirada en las manos de Maru mientras atendía el
parto y me pedía que le acercara el botiquín que había traído, por si la cosa se
complicaba con alguno de los cachorros.
Estaba al borde del colapso, salí fuera para llamar a Noe y ponerle al
corriente de los acontecimientos sobre el pichabrava de José Luis. No me
respondió al teléfono, conociéndola, seguro que lo llevaba en silencio, así que
le dejé un mensaje de audio.
Cuando volví al interior, ya había nacido el primer hijo de Linda y José
Luis, su madre lo había lamido y Agnetha lo sostenía en su mano terminando
la faena con una toalla húmeda.
—¡Qué pequeño es! ¡Y tiene una crestita! Parece un Gremlin pero en
bonito, ¿verdad que sí, Joan? Mira que manchitas más cuquis. Ay, mi Lindy,
que nos ha hecho abus.
—Prepárese, señora Alemany, que viene el segundo y esto va para largo.
Pero ¿cuantos bebés podía parir una perra? Mierda, me estaba mareando.
—Vamos, muchacho, que esto hay que tragarlo con algo de alcohol —
masculló Joan, llevándome hacia su despacho—. Ojalá en lugar de la perra

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me hiciera abuelo mi hijo. ¿Cómo prospera la relación? ¿Piensas que Maca ya
lo tiene bien atado?
—Pues no sé qué decirle, yo he puesto toda la carne en el asador como
quedamos. —Joan me sonrió.
Ah, es cierto, que no te lo había contado.
Los padres de Álvaro no se creyeron ni por un minuto la historia que les
contaron su hijo y Maca en cuanto se proclamaron prometidos, aunque
tampoco les importó, vieron en esa relación falsa la oportunidad para que su
hijo sí que encontrara un buen motivo para quedarse en la isla, y yo también.
Tenía fe ciega en Maca y en que lo que se había fraguado esos meses fuera
suficiente.

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Capítulo 65

Lau
—Laura, no te lo vas a creer.

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Noe irrumpió en mitad del salón mientras yo gemía montando a ese pura
sangre de médico italiano que me estaba zumbando.
—¡Ay, Dios! ¡Oh, mierda! ¡Perdón! ¡Lo siento! Seguid, no os cortéis por
mí, yo… em… espero fuera. ¡Dadle duro! ¡Yehaaa! —exclamó mi amiga,
rematando la interrupción mientras mis domingas rebotaban alocadas y mi
juguete perdía la hinchazón.
Apoyé las manos sobre el pechazo de Filippo y mi cara de mil perdones.
—Tranquila, bella, esto pasa en todas las casas —me sonrió,
acariciándome la cara.
Diez minutos más tarde, el doctore buenorro abandonó la casa y yo sin
concluir.
Me anudé mi bata post coitus interruptus y asomé la cabeza al exterior.
Noe aguardaba allí sentada, con la cara descompuesta y expresión de «no me
mates todavía, no me mates, por favor. No me mates todavía, que hasta la
almejarra mía llora cuando dice ¡ay Dios!».
—Pe-perdona, llegué tan ofuscada que no vi la señal…
La señal era uno de mis falos protectores que colgaba en la puerta. Lo
habíamos pintado en rojo y verde. Funcionaba igual que un no molesten, o un
semáforo, dependiendo del color que ostentara, significaba que podías pasar o
no.
Rojo: Cuidado que te cojo.
Verde: Pasa que no muerde.
En fin, que mi polvo a la italiana se había ido por la puerta antes de
culminar.
—No pasa nada, Filippo se lo ha tomado bien. Hemos quedado esta noche
para la remontada, porque tú la pasas con Mr. Weber, ¿no?
Desde que le habían pillado el gusto por el fornicidio era rara la noche que
Noe la pasara íntegramente en casa. Decía que no se quedaba a dormir con el
alemán porque lo suyo no iba en serio, pero… qué quieres que te diga, eso no
se lo creían ni ellos.
—Sí, supongo, bueno, de eso quería hablarte, ha pasado algo…
—¿Entre tú y Ebert? No jodas, y yo pensando que te lo llevabas tirando
desde hace dos meses…
—Idiota —resopló, y yo reí como una tonta.
—Me gustan su culo y su pelazo —cabeceé hacia el doctore.
—¿Más que el de Aquaman?
—Pfff, paso de Maui, ¿sabes que anoche lo vi tirándose a la Robinson
contra el árbol del pan? —Noe puso cara de regurgitar.

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—Pero ¡si esa mujer podría ser su abuela! ¿No la sacaron de un sarcófago
mesopotámico?
—Algo he escuchado —nos carcajeamos las dos.
—A ver, que para tener quinientos años y más bótox que Tena Lady en la
maleta, no está mal.
—Calla, que Filippo me contó que es clienta de una de sus clínicas, lleva
hecho un rejuvenecimiento de vagina y un blanqueamiento anal, ni la Barbie
tiene los bajos tan pulidos.
—¡No jodas!
—En serio, es la especialidad de Filippo, dice que nos sorprendería la
cantidad de famosas que se lo hacen.
—Pues yo paso, si nosotras tenemos que tragar con huevos colguerones,
que ellos se entretengan con el pavo.
—Tienes toda la razón del mundo, y mucho menos para intimar con
Aquaman, que se los come de todos los colores.
—Hablando del rey de Roma…
Maui apareció por el mismo sendero por el cual deambulaba el doctore
recolocándose la camisa. En cuanto lo vio, giró su cabeza hacia nuestra
cabaña, como la niña del exorcista, y desde luego que parecía que lo hubiera
poseído un demonio.
Se puso tieso como una vela, frunció el ceño y me miró con el infierno
desatado en sus ojos. Avanzó a pasos agigantados. Como vivía enfrente,
tampoco es que tuviera muchos sitios en los que refugiarse.
—Hola, Maui —lo saludó Noe.
Yo alcé la mano y agité los dedos, llevaba la bata mal cerrada y enseñaba
más piel de la debida, lo cual no pasó inadvertido a Motomami, que respondió
con un gruñido.
—En las horas de descanso deberías aprovechar para ello —comentó Noe
sin apartar la vista de mí.
—Lo mismo digo, a ti se te suelen ir mucho las manos al «pan» —
remarqué la última palabra haciendo referencia al árbol de la noche anterior
—, y tendrías que descansar en lugar de hacer de pájaro carpintero, no vaya a
ser que en uno de tus espectáculos te abrases con el fuego.
—Yo soy el fuego. Pero sí, tienes razón, voy a descansar para rendir
luego, se te acaba de salir un pezón.
Noelia y yo desviamos la mirada hacia mi pecho, que seguía intacto en el
interior de la prenda. Maui aprovechó que habíamos picado para recorrer el
peldaño que lo separaba de su casa y cerrar la maldita puerta.

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Me desabroché la bata por completo y agité las tetas al grito de «Toma
pezón», Noe se puso en pie, me cubrió entre risas y me hizo pasar al interior.
—¡¿Puedes creerte que sea tan lerdo cuando quiere?!
—A mí me parece que no le ha gustado cruzarse con el doctore.
—Pues que se joda, no voy a esperarle toda la vida mientras él se zumba a
medio resort.
—Amén, hermana —respondió, yendo en busca de José Luis—. Tengo
que daros una noticia a los dos.
—¿Al perro y a mí? —cuestioné divertida. Me cerré la bata mucho mejor
mientras ella besuqueaba a Joselu.
—Sí. Linda ha sido mamá y el afortunado padre es…
—¡¿José Luis?! —espeté sin creérmelo mucho.
—Eso parece, le bastó una vez para preñar a la perra de sus sueños y
ahora es un adorable papuchi de tres cachorros, dos machos y una hembra que
acaban de nacer en casa de los Alemany.
—¡No jodas!
—El que la jodió fue Joselu.
—De eso no hay duda, para los años que se gasta, tiene un semen de
fuerza, como dijo Ortega Cano.
—Quita, quita, qué asco —arrugó la nariz.
—¿Y cómo te has enterado?
—Ebert me ha dejado un mensaje, no parecía muy entusiasmado…
¿Queréis ver a los peques?
—¡Pues claro! Y papuchi también. ¿A que sí, Joselu? —Él lanzó un
ladrido como si pudiera entendernos, a veces pensaba que así era.
Lo bajó al suelo para sacar el móvil. Primero me lo mostró a mí, no tardé
en encontrar cierto parecido con su padre, aunque por fortuna habían sacado
mucho de Linda. El perro no paraba de dar saltos para fisgonear la pantalla.
—Espera, impaciente, que ya voy. —Había varias fotos, una de cada
cachorro, otra de los tres juntos y la última de la orgullosa madre primeriza
con su prole.
José Luis parecía extasiado, se puso a darle lametazos al teléfono.
—Ay, míralo, ¡los quiere conocer! —exclamé.
—Lógico, él tuvo un flechazo por esa perra, si no, no se habría escapado
nunca, que José Luis es muy hogareño.
—Bueno, un flechazo y un pollazo certero, que a la primera la preñó,
esperemos que a ti no te pase lo mismo, que ya sabes que los perros se
parecen al dueño —mascullé, alborotándole el pelo a nuestra mascota.

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—Eso ni lo menciones, hay cosas en las que cuanto menos nos
parezcamos, mejor —me aclaró.
—Pues a ver cómo lo organizamos para que se vean sin que se enteren los
Alemany, porque José Luis merece conocer a sus pequeños y darle un
morreillo a Linda.
—Eso por supuesto, déjamelo a mí, ahora que hay perritos de por medio,
Ebert es tan cómplice como yo, así que o colabora, o les digo a los jefes que
el responsable de Mantenimiento conoce la identidad del padre y estaba al
corriente de la monta.
—Eres perversa… ¿Serías capaz de eso?
—¡No! Pero eso no lo sabe nuestra Salchicha Peleona, estoy demasiado
bien aquí en Moorea, me gusta mi trabajo y…
—Te gusta Mr. Weber —me carcajeé a sabiendas de que su corazón daba
tantos brincos como Joselu.
—Sí, en la cama. Lo que tengo que hacer es jugar bien mis cartas para
tener la sartén por el mango.
—Tú siempre lo has tenido cogido por el mango —las dos volvimos a reír
—. Oye, ¿y Maca?
—¿Qué pasa con Maca?
—Pues que creo que ha llegado el momento de la verdad, cuando vea las
caras de estos pequeñines, sabrá que son de José Luis, tenemos que
inventarnos algo, porque dudo que Agnetha no le enseñe las fotos.
—¡Mierda! ¡Es verdad! No había pensado en eso.
Unos golpes como mazazos nos hicieron dar un salto atrás. Fueron tan
fuertes que incluso la cabaña tembló. Éramos como los tres cerditos versus el
lobo feroz.
—¡Abrid, insensatas! —rugió la voz—. ¡José Luis! ¡Sé que estás ahí!
¡Puedo oleros a los tres!
Husmeé el ambiente y Joselu me observó con cara de culpabilidad justo
antes de ladrar.
Era demasiado tarde para seguir con la mentira. La verdad siempre salía a
flote, como la mierda o los cuescos de José Luis.

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Capítulo 66

Maca

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La puerta se abrió y José Luis se arrojó contra mí para dar unos cuantos
saltos, llenarme de lametazos, mientras yo lo acariciaba incrédula con
lágrimas de alegría por volver a verlo, y él aprovechaba mi mirada empañada
para regatearme por la derecha y salir huyendo como alma que lleva el diablo.
—¡José Luis! —gritamos al unísono las tres. Él desoyó nuestra llamada y
siguió imparable hasta desaparecer entre la vegetación. Cualquiera hubiera
dicho que era un galgo en lugar de un mestizo de dudoso pedigrí.
Noe salió a la carrera, pero era imposible atraparlo a la velocidad a la que
iba. Se quedó quieta, mirando el lugar por el que había desaparecido, y
regresó hacia la cabaña. Yo me enjugué las lágrimas.
Cuando Agnetha me mandó las fotos de unos adorables cachorritos con un
mensaje debajo en el que rezaba que Linda había sido madre por gracia
divina, supe de inmediato quién era el padre. No fue un pálpito, la verdad
estaba ahí, frente a mis ojos. Puede que los pequeños fueran más guapos, pero
había uno de ellos que tenía toda su expresión de canalla.
Álvaro se había ido a una de las excursiones con una pareja de clientes
holandeses. Parecía haber encontrado un quehacer que le llenaba en el resort,
lo llamaba live experience. Todo el mundo sabe que hoy en día estamos más
pendientes de grabar o tomar fotos que de disfrutar el momento de manera
consciente, pues de eso iba exactamente lo que Álvaro hacía.
Invitábamos a los huéspedes a olvidarse de los móviles en las guest
experiences, bajo un precio extra de lo más suculento que pagaban
gustosamente, les ofrecíamos la posibilidad de un reportaje maravilloso que
llevarse como recuerdo editado por uno de los fotógrafos más prestigiosos del
National Geographic.
La idea surgió después de que varios de nuestros clientes comentaran en
la recepción que les encantaría tener un vídeo profesional como el que
aparecía en las pantallas de promoción de las excursiones. A Álvaro se le
iluminó la bombilla y…, tachán, fuente de ingresos extra.
Él estaba encantado, y yo todavía más. Por no hablar de lo que estaba
disfrutando de su compañía. La cena era nuestro momento favorito, a veces
Álvaro se pasaba todo el día fuera, sobre todo, si tenía dos excursiones
seguidas, que era lo más frecuente. Después se encerraba en el despacho para
hacer los montajes, y sobre las nueve, quedábamos en uno de los restaurantes.
Nos gustaba hablar sobre qué tal nos había ido el día, para después
disfrutar de la alegría de los clientes y saludar a algunos para preguntarles si
su estancia era la esperada. Tras eso, solíamos dar un paseo para bajar la cena

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y acto seguido retirarnos a nuestra villa, nuestro refugio, nuestro pequeño
paraíso en el que desatar nuestras ganas.
Noe y Laura decían que me estaba pillando demasiado, que si
definitivamente no conseguía convencer a Álvaro de que se quedara, lo iba a
pasar fatal, y no podía quitarles parte de razón, cada vez que se me acercaba,
me acariciaba, me besaba o simplemente me dedicaba una sonrisa, mi corazón
me hablaba, diciéndome que Álvaro, mi trabajo, mis amigas, mi familia y
Moorea eran lo único que yo necesitaba para ser inmensamente feliz.
O eso creía, porque ahora José Luis acababa de entrar en el horizonte y el
sabor amargo de la traición de las dos mujeres que más quería atenazaba mi
garganta.
Noe volvió con cara de circunstancia, y yo las miré a ambas con un cabreo
de tres pares de narices.
—Te-te lo podemos explicar…
—¿En serio? Porque me gustaría saber de dónde han ido saliendo esas
fotos que me habéis ido enseñando semanalmente enviadas supuestamente
por la nueva familia de Joselu. ¡Por el amor de Dios, si hace dos días me lo
enseñasteis montando en sidecar con la lengua fuera y todo despeinado! —
Noe se mordió el labio y puso cara de pillada por todo lo alto. Lau alzó las
cejas y se encogió de hombros.
—A ver, hoy día puedes hacer cualquier cosa con la inteligencia
artificial… —Mi otra amiga le arreó un codazo, y ella arrojó un quejido.
—¡¿Qué?! ¡Nos ha pillado!
—¿Me habéis estado mintiendo todo este tiempo sobre el paradero de José
Luis?
—¡No! —espetó Noelia—. A ver, al principio estaba con esa familia, pero
ya sabes lo listos que son los perros, hizo como ese de la peli que vimos y nos
persiguió hasta dar con nosotras. Llegó en unas condiciones deplorables, lleno
de pulgas y deshidratado, no podíamos dejarlo morir…
—Claro, y cruzó a nado el océano, o puede que se hiciera una canoa con
un neumático reciclado. Pero ¡¿qué me estás contando?! ¿En serio piensas
que soy tan estúpida? De Laura me lo podría esperar por cómo le van las
historias de fantasmas, pero ¿de ti?
—¡Oyeee! —exclamó la aludida.
—Déjalo, Lau, Maca está en lo cierto, es hora de contarle la verdad. Lo-lo
trajimos con nosotras, no podíamos encontrarle una familia en tan poco
tiempo, y a mí se me partía el alma de dejarlo atrás, para qué te voy a

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engañar. Lo rescaté de la perrera, no es un jovenzuelo, su atractivo radica en
su interior y, en fin…, que no pude. No pretendía mentirte.
—Pues lo has hecho, en toda la jeta, con premeditación y alevosía, bueno,
tú no, las dos, ¡que es peor!
—Lo sentimos, Maca —hicieron un puchero.
—¿En serio que pensáis que un lo siento sirve? —Estaba muy enfadada.
Ocultarme algo así era la peor de las traiciones—. ¿Cómo habéis hecho para
esconderlo todo este tiempo sin que nadie lo viera? —Ellas se miraron
cómplices, lo que me dolió. Entendía que, aunque éramos amigas, no
teníamos por qué compartirlo todo, pero no esperaba una mentira tan
flagrante de su parte.
—Alguien sí lo vio… —murmuró Noe.
—¿Quién?
—¿Recuerdas cuando Ebert creyó haber encontrado una rata y fue
conmigo a por trampas a Papeete? Era José Luis. Lo pilló tirándose a Linda
una de las veces que se nos escapó.
—¡¿Que se os ha escapado más de una vez?! —Me llevé la mano al
pecho.
—Sí, pero tranquila, que siempre lo encontramos y ha sido por amor.
Joselu tuvo un flechazo con la perra de tu suegra —me explicó.
—Agnetha no es mi suegra —protesté.
Tenía un día bastante flojo por culpa de mis sentimientos revolucionarios,
y eso había sido la gota que colmó el vaso.
—Bueno, ya me entiendes —musitó Noe.
—¿Y por qué Ebert no le ha dicho nada a Álvaro?
—Porque nuestra amiguita zumbona pactó con Super Mario mantenerle la
cañería sin residuos acumulados si mantenía el secreto —aclaró Lau.
—¿Te estás vendiendo por sexo?
—Pues más o menos como tú con tu prometido falso.
—¡Lo mío no es por sexo!
—¡Ni lo mío tampoco, que Mr. Weber puede ser un capullo cuando
quiere, pero está un rato bueno! Los dos salíamos ganando, al final, todos nos
movemos por intereses.
—¡Está visto que no puedo confiar en nadie! —prorrumpí sin dar crédito.
La cabeza me martilleaba y me estaba agobiando mucho. Mi móvil sonó y
respondí alterada—. ¡¿Sí?! ¡¿Cómo?! ¡¿Qué?! —La cosa iba de mal en peor
—. No, no puede ser, Paty, dile que me espere en el despacho y asegúrate de
que no salga, por favor.

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—¿Es José Luis? —preguntó Noe esperanzada.
Notaba mis piernas convertirse en gelatina, como si fuera a derrumbarme
de un momento a otro.
—No, no es el perro, es mucho peor, Victoriano está aquí y ha preguntado
en recepción por mí, alegando que es el prometido de la directora.
—¡¿Cómooo?! —exclamó Noe.
—¡Su puta madre! —Lau me contempló desencajada.
Noelia me cogió antes de que me desplomara y cayera rodando.
—Pero ¡si te dejó! ¡¿Qué mosca le ha picado?! —espetó mi mejor amiga.
—No lo sé, la cabeza me va a estallar, me falta el aire.
—Anda, pasa y siéntate. —Noe quiso acompañarme hacia el interior.
—No, no puedo, tengo que hablar con él y conseguir que se vaya. Los
Alemany no pueden conocer a Victoriano o todo saltará por los aires.
—¿Y Paty? —preguntó Laura.
—Puedes decirle que es tu ex y que no lo ha superado, a ver, no sería una
mentira al cien por cien.
Al final iba a ahogarme en mis propias mierdas. La falta de verdad estaba
a punto de provocarme una úlcera. No obstante, era buena idea, podría colar.
—Sí, no está mal, aunque lo importante es que no se quede en el hotel,
tengo que ir al despacho a hablar de inmediato con él.
—Te acompañamos —sugirió Noe.
—Vosotras tenéis que encontrar a José Luis. No puede estar campando
por el resort, y mucho menos con clientes… Coged uno de los vehículos y
dad con él, por favor.
—¿Ya no estás enfadada con nosotras? —Mi mejor amiga hizo un
puchero y Lau la secundó.
—¡Por supuesto que estoy enfadada, esto no se me va a pasar así como
así! Os ofrecí un futuro, un sueldo, un hogar nuevo, me inventé algunos
detalles para que pudierais quedaros aquí, y me lo pagáis dejándome al
margen y mintiéndome, lo siento, chicas, pero no es justo.
—Chochete…
—Ni chochete ni chochazo, que eso sí que lo tenéis las dos, uno muy
gordo. Me voy, tengo que patear a Culo Ganador, haced algo de provecho y
dad con el perro, priorizad en ello, es lo único que os pido, ¿me oís?
—Te oímos —asintieron, y yo puse rumbo al despacho.

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Capítulo 67

Maca

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De todas las cosas inesperadas que podían suceder, tener a Victoriano
delante de mí, vestido con su característico pantalón de pinzas, la camisa
impecable, salvo alguna arruga que denotaba las horas de avión, y su corte de
pelo a lo «Cayetano», era, sin lugar a dudas, la más sorprendente.
—¡¿Qué haces aquí?!
—Sweetie —murmuró, caminando hacia mí para atraparme en sus brazos
y plantarme un morreo de esos que te llenan de lengua, babas y no esperas.
—Maca, ¡hoy he hecho unas tomas espectacu…!
¿Conoces la expresión si algo puede salir mal saldrá mal? Pues yo diría
que si algo puede salir mal, siempre puede ir a peor.
A veces las peores caídas no son las que llevan a tu cuerpo contra el suelo,
sino las que estampan a tu corazón.
Álvaro acababa de entrar en el despacho mientras Victoriano seguía con
su lengua percutora enterrada en mi campanilla. Lo aparté de un empujón y
los miré a ambos con un nudo en el cuello y un follón enorme en la cabeza.
Mi ex parpadeó, contemplando sin comprender al hombre que colmaba
mis noches y mis días.
—¿Quién es este? ¿Nadie le ha enseñado que hay que llamar a la puerta
antes de entrar al despacho de la directora? Está en un hotel cinco estrellas de
gran lujo, no en el McDonald’s. Deberías explicar mejor los protocolos de
educación a tus subordinados, Sweetie.
—¿Sweetie? —preguntó Álvaro con un deje de pitorreo en su voz.
—Él no es mi subordinado, él es…
—Álvaro Alemany.
Mi falso prometido extendió la mano algo salpicada en barro. Victoriano
la contempló con desgana, odiaba todo lo que tuviera que ver con las
manchas, si alguna vez se le había caído algo de comida en una cena, me
hacía volver a su casa para cambiarse y salir de nuevo impoluto.
—Oh —musitó, estirando la mano para darle un apretón rápido. Seguro
que llevaba toallitas de hidrogel encima—. El hijo de los jefes.
No es que le hubiera hablado de Álvaro, primero, porque cuando
estábamos juntos, no sabía su nombre, y segundo, porque no lo conocía,
aunque sí que comenté con mi ex que mis jefes tenían dos hijos, que uno
había fallecido, por lo que no le costó dilucidar que si compartía apellido con
los Alemany era porque se trataba de su hijo.
—Encantado, soy Victoriano Jaramillo, el prometido de Mari Carmen.
Culo Ganador utilizaba mi nombre completo cuando trataba de
impresionar a alguien o detectaba que estaba frente a una persona de estatus.

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—¿Su prometido? —preguntó Álvaro escéptico—. Pensaba que habían
roto.
Victoriano emitió una risita nerviosa.
—¿Nosotros? ¡Qué va! Debe tratarse de un malentendido. Es que yo tenía
que arreglar varios asuntos antes de venir a instalarme con mi Sweetie, pero
ahora ya estoy aquí, la cosa cambia. Estoy listo para la aventura de nuestra
vida —proclamó, enredando sus dedos en los míos.
Me estaba ahogando, tenía tantas emociones encontradas que las palabras
se me atascaban y era incapaz de hilarlas.
—¿En serio? Pues cómo me alegro. —¿Que se alegraba? Pero ¿qué estaba
diciendo?—. Justamente hoy me han llamado de la revista con la que
colaboro como fotógrafo para ofrecerme un reportaje en Tanzania, tenía
alguna duda porque me sabía mal dejar sola a la señorita Romero, pero ahora
que ha aparecido su prometido, me quedo mucho más tranquilo.
¿Trabajo? ¿Tanzania? ¿Señorita Romero? ¡Prometido! ¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!
¡¿Álvaro se iba ya?!
—¡No puedes irte, no hemos llegado al primer trimestre ni tenemos la
cuenta de resultados! —Jamás lo había visto con esa expresión tan hierática.
—No hace falta, he visto tu trabajo, he seguido los números de cerca y sé
que estás haciendo un labor impecable. No importa si me voy un mes antes o
después, los dos sabíamos que este momento iba a llegar, y ya que tu
prometido está aquí, mejor ahora que más tarde.
—Él, no, yo, no…
—Voy a darme una ducha, me he puesto perdido de barro y seguro que
tenéis muchas cosas de las que hablar. Encantado, señor Jaramillo, cuídela, no
hay una mujer como ella en la isla.
—Eso haré, muchas gracias —musitó Victoriano, achuchándome contra
él. Álvaro cerró la puerta—. Parece majo, algo sucio, pero se nota que
procede de una familia de bien. ¿Tienes hidrogel? Se me ha acabado el mío y
tenía pinta de tener muchos gérmenes en las manos.
—Suéltame —me aparté.
—Sweetie.
—Ni Sweetie, ni leches. No sé lo que haces aquí, ni por qué has cambiado
de idea, pero tú y yo lo habíamos dejado —respondí con el ritmo cardíaco
acelerado.
—Yo nunca lo dije con esas palabras, dije que no me veía viviendo en la
isla porque necesitaba una excusa, te mandé un mensaje de audio donde te
pedía que me esperaras, que en unos meses vendría a por ti, que no te había

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explicado el motivo de verdad por el que no había podido venir contigo, pero
que en cuanto llegase a Moorea, te lo explicaría. —¡Mierda! El mensaje que
nunca llegué a abrir.
—No lo escuché, estaba muy enfadada, y después se me pasó con todo lo
de la inauguración.
—Lo sé, vi que no lo abriste, por eso vine en cuanto pude. En él te
explicaba que a mi mamuchi le detectaron un tumor en fase terminal en la
última revisión. ¿Te acuerdas que estaba muy cansada? Pues no era anemia.
—Ay, Dios, Victo…
—No te lo dije porque ella me lo pidió, incluso me animó cuando le conté
que te había salido el trabajo a que me viniera contigo, y eso que ya la
conocías, ella era muy de Badajoz para toda la vida. No quería que me
quedara solo y prefería ser ella quien lo estuviera; no podía marcharme,
Maca, tenía que quedarme a su lado hasta que falleciera. Hoy hace una
semana que nos abandonó. —Me sentía horrible, ¿cómo no me había dado
cuenta de que algo tan malo le pasaba a mi suegra?—. ¿Sabes? Su última
voluntad fue que viniera, te diera este anillo —se arrodilló y abrió una cajita
de terciopelo con la pieza que tantas veces había visto en la mano de mi
suegra—, y te hiciera mi mujer. ¿Quieres casarte conmigo, Sweetie?
La pregunta me cayó como un jarro de agua fría. Madre mía, ahora sí que
me sentía la peor mujer de la tierra.
—Victoriano, lo-lo siento mucho, yo-yo no esperaba esto… —tartamudeé
sin responder. Me puse a su altura, de rodillas, y lo abracé, él se fundió entre
mis brazos olvidando la reliquia—. Tienes que estar destrozado con lo unidos
que estabais…
—Y lo seguimos estando, mamuchi siempre estará en mi corazón,
además, a tu lado estoy mucho mejor, no sabes la falta que me has hecho todo
este tiempo, no hay como alejarse de la persona que uno quiere para saber
cuánto la necesita en su vida. Te quiero muchísimo, Sweetie, a tu lado estaré
mucho mejor. Nada ni nadie va a separarnos nunca. Eres mi vida, Maca.
Volvió a besarme y no lo aparté.
Me sentía demasiado mal como para hacerlo, y no tenía ni idea de cómo
actuar.
Álvaro se iba y Victoriano se quería casar. Pero ¡¿cómo iba a hacerlo si de
quien estaba enamorada no era de él?! ¿Y qué iba a decirle a mis jefes? Mi
vida se iba al garete y no podía escapar de mi nefasta realidad.

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Capítulo 68

Álvaro

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Se acabó, the end, c'est fini, o como diría Terminator: «A tomar por culo,
baby».
Si ya sabía que iba a terminar, ¿porqué me sentía jodidamente mal?
No era porque su ex hubiera aparecido y la estuviera besando en el
despacho. Se trataba de otra cosa, una que no me dejaba respirar desde que
los había visto juntos y comprendí que el tiempo se nos había agotado sin que
lo viera venir.
«No te pasa eso, lo que ocurre es que tú pensabas que decidirías cuándo y
dónde, no que ella lo haría por ti», proclamó mi subconsciente, poniéndome
en el sitio.
Quizá fuera así. Estaba descolocado porque por primera vez en mucho
tiempo no me importaba estar en un mismo lugar, ni siquiera había estado
consultando el mail, y si no fuera porque Sebastien me llamó esa mañana, no
sabría nada del proyecto de Tanzania.
Y eso era porque me sentía bien, de alguna extraña forma, Maca había
logrado encajarme en este lugar sin que me sintiera agobiado, al contrario,
veía cierta utilidad en lo que hacía, era bonito capturar la felicidad de los
demás y al mismo tiempo dejarles vivir la experiencia siendo conscientes de
lo que estaban disfrutando, en lugar de estar pendientes de grabarse o tomar la
mejor foto.
Incluso barajé la posibilidad de estar más tiempo en Moorea, alargar los
tres meses, porque treinta días me parecían muy pocos. Necesitaba más,
muchos más que gozar al lado de esa maravillosa mujer que dirigía ese sitio
de una forma sorprendente.
Mi padre siempre tuvo buen ojo con los trabajadores, y Maca no era la
excepción. Brillaba con luz propia, era rápida en la toma de decisiones, se le
daba muy bien escuchar tanto a los huéspedes como a los trabajadores y se
movía como pez en el agua solventando conflictos, por no hablar de lo útiles
que nos hacía sentir a todos.
Había pensado en decirle que un trimestre no garantizaba el resultado
anual, que cualquier negocio necesitaba un mínimo de doce meses para ver si
era rentable o no, era la excusa perfecta para seguir como hasta ahora,
admirándola de día y disfrutándola de noche.
Ya no hacía falta que buscara excusas para justificar mi estancia, porque
ya no podía quedarme más tiempo, no con los últimos acontecimientos. El
mero hecho de pensarlo me oprimía el pecho y me daba vértigo.
Me sujeté a una de las paredes con cuidado de no mancharla. Necesitaba
darme una ducha con urgencia. Me dejé la gorra en la habitación y me había

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dado demasiado sol en la cabeza. Intenté sosegarme, y cuando me sentí un
poco mejor, me metí en el baño.
Al salir del mismo con la toalla anudada en la cintura, Maca me estaba
esperando apoyada en la misma pared en la que la tomé anoche. La visión de
nuestros cuerpos desnudos, iluminados por la luz de la luna a sabiendas de
que nunca más iba a ocurrir, me hizo estremecer. Su rictus era serio y estaba
cargado de preocupación. Aun así, estaba preciosa con un vestido rosa de
corte fluido que le daba un aire elegante e isleño. Daba igual lo que se
pusiera, vestida o desnuda, era un puto sueño.
—Hola —me saludó comedida. Noté un halo de vergüenza, que antes no
existía, cuando se topó con mi torso desnudo.
Las cosas cambiaban con la velocidad de un chasquido. Esa mañana me
paseaba en pelotas delante de ella, y ahora… ahora me dirigía al armario a por
una camiseta para no ofender.
—Hola —respondí con una sonrisa ladeada mientras mi corazón supuraba
una letanía amarga.
—No sé ni por dónde empezar, te prometo que no tenía ni idea de que
vendría —arrancó.
—No me debes ninguna explicación, ha pasado lo lógico, ese hombre
tendría que estar loco para no haber venido a por ti. Yo soy feliz y tú vas a ser
feliz, te lo mereces —murmuré, buscando un calzoncillo que ponerme sin
quitarme la toalla de la cintura.
—Su madre ha muerto, ese era el motivo por el que Victoriano no vino
conmigo, tenía un tumor terminal y ella le pidió que no me dijera nada, él no
podía abandonarla ni contarme la verdad. Me dejó un mensaje que yo ignoré
y ahora… —Una lágrima se deslizó por su mejilla—. Soy una persona
horrible.
—Ey, no lo eres.
Me acerqué y la envolví entre mis brazos, como tantas veces había hecho
en esos últimos setenta y cinco días, solo que nuestra relación ya no era la
misma y lo que buscaba Maca entre ellos era consuelo, no pasión desmedida.
—Lo juzgué mal, pensé que me había dejado en la estacada, dije cosas
horribles sobre él, a mis amigas, a ti… —sorbió por la nariz.
—Todos las decimos cuando nos dejan, pasamos por un estado de
enajenación mental transitorio, tenemos que permitir ir de alguna manera toda
la ira y la frustración que nos consume. No tienes ni idea de las barbaridades
que le dije a mi hermano cuando murió, con la vista puesta en el cielo, porque
estoy convencido de que ahí arriba está instalado el hogar de los pilotos

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aéreos. Me sentía dolido, decepcionado y solo. Además de culpable, pero eso
ya lo sabes porque te lo he contado. No te preocupes, Maca, si ese tío ha
cruzado medio planeta es porque te quiere y porque os merecéis una segunda
oportunidad.
En cuanto dije aquella gilipollez, noté que mi corazón se fracturaba por
dentro.
—¿De-de verdad piensas eso? —Se apartó, mirándome con los ojos
empañados en lágrimas.
«No, joder, lo que querría decirte es que él nunca podrá darte lo que yo te
doy, nuestra complicidad, las lecturas nocturnas, las risas compartidas, mis
caricias a lo largo de tu espalda mientras tus mejillas se encienden acaloradas
porque intuyes lo que de verdad me gustaría hacerte. Pero sé que necesitas
oírlo en este momento. Por una vez, no voy a ser egoísta, no voy a pensar en
mí, porque él es lugar seguro y yo… yo no tengo ni puta idea de lo que soy».
—Sí —respondí sin mostrar mis verdaderos sentimientos.
—Creí que tú y yo, que nosotros…
—Lo nuestro ha sido maravilloso —murmuré, pasándole el pulgar por la
mejilla para hacer desaparecer los restos de humedad y gozar de su contacto
—, pero teníamos fecha de caducidad, habría ocurrido unos días antes o
después. A mí ya me pican los dedos por disparar mi cámara en nuevos
destinos, y tú mereces que te den tu sitio, al fin y al cabo, lo llevas todo tú,
este es tu lugar, su cerebro y su corazón, no es justo que yo siga ostentando el
título de director. Victoriano es la persona que merece estar a tu lado, tú
misma lo has dicho, no te dejó porque no te quisiera, sino por una causa de
fuerza mayor.
—Yo no estoy segura… —titubeó—. Me ha pedido que nos casemos.
En mi interior lancé un exabrupto. Los imaginé en el altar, ella preciosa
vestida de blanco, y él con un chaqué impecable deseoso de cumplir haciendo
el misionero.
—Enhorabuena —mastiqué la palabra.
«¿Enhorabuena? ¿En serio?». «Me cago en la puta, tío, escucharla ha sido
peor que una patada en los huevos con una bota con puntera de pinchos».
—¿Te parece bien? —parpadeó incrédula.
—Todo lo que te haga feliz me lo va a parecer. Te mereces todo lo bueno
que te pase, estos días han sido increíbles, así que solo puedo darte las
gracias, sé lo que te costó ceder a mi proposición. No puedo decirte otra cosa,
lo he pasado muy bien. —Le di un beso suave en los labios y me separé—.

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Tengo que ir a hablar con mis padres para dejarlo todo solucionado antes de
mi partida.
Su mirada entró en pánico.
—¿Qué les dirás?
—Déjamelos a mí, sé lo que necesitan oír. Tu puesto de trabajo no corre
peligro, eso te lo garantizo.
—Eso no lo puedes saber.
—Lo sé —respondí rotundo. Mi padre era un hombre justo y nada
estúpido, Maca era la mejor, y eso prevalecía ante todo—. Dime una cosa, ¿tu
prometido tiene dónde hospedarse? —Usar esa palabra que había sido tan
nuestra, aunque no fuera cierta, me ardía en la lengua.
—Sí, reservó una habitación en el Manava, ya sabes que nosotros estamos
completos. —Asentí.
—Si quieres, que se hospede aquí, solo tienes que decírmelo, yo puedo ir
a dormir a casa de mis padres, además, a él quizá no le haga gracia que
compartamos la villa.
—No —respondió rápida—. Le he contado lo que has hecho por mí para
que me dieran el puesto de trabajo, he obviado nuestro trato íntimo —se
mordió el labio—, él no sabe que tú y yo…
—Entiendo.
—Me quedo más tranquila si no mezclamos las cosas, por mucho que
digas, todavía no sé cómo se lo van a tomar tus padres, ni si lo que quiero
ahora mismo es a él —añadió en última instancia.
—Es lógico que tengas dudas, tenéis muchas cosas que hablar y aclarar.
Casarse es un gran paso, date tiempo y verás que todo se pone en su sitio.
Mi estómago se estaba retorciendo de la agonía.
—¿Vas a marcharte mañana? —preguntó con la voz algo tomada.
—Pues no sé si habrá vuelo, pero me iré con el primero que encuentre. —
Ella suspiró con fuerza.
—Te voy a extrañar muchísimo, no sé cómo estar en este lugar sin ti —
musitó con la voz tomada y los ojos brillantes.
«No me pongas las cosas difíciles, Maca».
—Eh, vamos, que tú eres la reina de Moorea, y yo un simple súbdito.
Además, nos veremos de vez en cuando, sé que me va a tocar hacer alguna
concesión con mis padres, así que esto no es un hasta nunca.
Volví a abrazarla, a aspirar el aroma de su pelo y memorizar el tacto de su
cuerpo contra el mío. Me hubiera quedado mucho tiempo así, pero no podía,
ya no.

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Me aparté de Maca, fui en busca de unos pantalones, me los puse, me
calcé las sandalias y me marché besando su coronilla por última vez.

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Capítulo 69

Maca

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Estaba temblando cuando llegué a la recepción. Ni esperaba la llegada de
Victoriano, ni la marcha de Álvaro, y mucho menos que le pareciera bien que
me casara.
«¿Y qué esperabas?, ¿que te suplicara que no lo hicieras?, ¿que te dijera
que estaba enamorado de ti y que iba a aparcar su vida porque se acababa de
dar cuenta de que eres todo lo que necesita? ¡Eso solo pasa en tu cabeza y en
los libros románticos! ¡Álvaro solo quería follarte! Te lo dijo y aceptaste. ¡No
puedes reclamar nada ni a nadie! Da igual que lo quieras, él no te quiere a ti y
se marcha».
Aparqué la conversación conmigo misma para centrar la atención en el
mostrador de recepción. Paty parecía estar en apuros y necesitar mi ayuda.
Centrarme en el trabajo era lo mejor para no pensar en el follonazo emocional
que tenía.
—No logro entender lo que ha podido ocurrir, señor Schmidt —musitaba
Paty al cliente austríaco de setenta y cinco años que farfullaba de un modo
casi ininteligible.
—¿Qué pasa? —pregunté, interesándome por él. No recordaba que el
hombre no tuviera dientes la noche anterior. De hecho, Álvaro y yo estuvimos
tomando una copa con él y su mujer viendo el espectáculo de animación.
—Algo she ha llevado mish dientesh —farfulló—. Losh dejé en el vasho
de agua de mi meshita de noxe mientrash me duxaba y han deshaparecido.
Alguien me losh ha robado.
Lo contemplé perpleja. A ver, no es que no pudiera suceder, pero entre
todas las cosas que podrían robarle al prestigioso joyero, su dentadura era la
más inesperada.
—¿Ha echado en falta algo más? —Él negó—. ¿Solo su dentadura?
—Shi.
—Ya, ¿y no puede ser que la haya puesto en otro sitio? Si quiere, yo
misma puedo acompañarlo a buscarla y la gobernanta también vendrá. —
Chasqueé los dedos para que Paty hiciera la llamada oportuna y Yole se
personara en la habitación del señor Schmidt.
—Losh he bushcado por todash partesh antes de venir a recepción y mi
mujer también.
—¿Dónde estaba su esposa cuando desaparecieron?
—Había shalido a dar una vuelta. Debió dejarshe la puerta de la cancela
mal cerrada porque eshtaba abierta. El ladrón tuvo que entrar por la ventana
que da a la meshilla. Pudo alargar el brazo y hacherse con el botín.
¡Menudo botín! Si por lo menos hubieran sido de colmillo de elefante…

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—Comprendo. No se preocupe, si alguien se ha llevado su dentadura,
pondremos todo de nuestra parte para intentar dar con ella. Por el momento,
tómese algo en el bar de la piscina, yo invito. Yole y yo revisaremos su villa
palmo a palmo. ¿Nos da permiso?
—Shi, shi, claro, mi mujer eshtá allí.
—Perfecto, no se preocupe, intentaremos dar con ella antes de la cena —
susurré, dándole un apretón en la mano.
—Grashiash.
El hombre se marchó, y yo me quedé unos instantes con Paty, que al ver
que se alejaba, se llevó las manos a la boca.
—¿Cómo va a robarle alguien los dientes? Puaj, menudo ascazo, solo de
pensarlo se me revuelven las tripas.
—De tarados está el mundo lleno, y de cleptómanos también. No
podemos descartar que sea cierto, aunque lo más probable es que la andadura
de su boca postiza termine entre las sábanas o sobre algún libro en formato
pisapapeles.
—O en la nalga de su mujer —rio Paty, haciendo que aflorara en mí una
carcajada.
—¿Te imaginas?
—Tu trabajo no está pagado, Maca.
—Ni el tuyo tampoco. ¿Qué te ha dicho Yole?
—Que iba de camino.
—Perfecto, yo también me pongo en marcha. ¿Sabes si ha vuelto Ebert de
casa de los señores Alemany?
En otras circunstancias, habría dicho mis suegros, pero si decía esa
palabra, me daba miedo echarme a llorar.
—No, todavía no.
—Vale, si lo hace, y yo sigo en la villa de los Schmidt, dile que se sume a
la búsqueda del tesoro.
—Claro. ¿Quieres unos guantes de látex por si acaso?
—Peores cosas he tocado que la sonrisa de un anciano, después me lavaré
las manos con agua y jabón.
—Suerte.

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José Luis (leer con acento británico)
«Daddy! ¡Soy papi!», pensé emocionado con mi regalo en la boca.
Hacía mucho tiempo que no veía a my Darling, y no era plan de hacerlo
con las patas vacías, y mucho menos ahora que sabía que me había premiado
con el fruit de nuestro love. Tres preciosos babys tan bellos como yo y con la
class de su mum. Se notaba en sus eyes[18] que eran tres cachorros muy listos.

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Hubiera querido llevarles un hueso, o algún juguete perruno, quizá un
zapato para mordisquear, pero la única window[19] que encontré abierta daba a
un vaso con una smile[20] dentro, tendría que bastar. A Linda le encantaban
mis dientes y sería un bonito recordatorio para ella y mis puppies[21].
Cuando vi mi reflejo en el cristal, con los dientes puestos, agité las cejas y
me sentí el dog más sexy del Universe.
«¡Yo tengo el perropodeeer!».
Recordé esos anuncios que mis criadas solían poner en la tele de:
«Kukident Pro, dale un buen mordisco a la vida», y me sentí el protagonista.
A quien quería darle un buen mordisco era a mi Linda, la echaba mucho
de menos desde que se la llevaron y me metieron de nuevo en la cárcel. Solo
me sacaban para hacer mis necesidades y tenía prohibidos los vis a vis. Con lo
que me hubiera gustado hacer el amor con mi Linda, igual que hacían mis
criadas, que las muy bitches[22] no paraban y a mí me tenían de voyeur.
Llevaba todo ese tiempo aliviándome solo a lametazos, nada comparable
con hundirme en el calor de mi Linda.
Aunque nunca me rendí, me dije a mí mismo que llegaría el day en que
podría huir, y ese había sido el día.
Maca, la criada que despedí, abrió la puerta y yo fingí emocionarme por el
reencuentro, aproveché para confundirla y salir huyendo. El servicio siempre
era de inteligencia limitada, por eso los humanos siempre eran criados.
Husmeé el aire mientras corría entre la maleza. Mi olfato de sabueso
británico, gracias a mi consanguineidad con mi tío Sherlock Woof, sabía que
mon amour estaba cerca.
En unos minutos la llenaría de lametazos. Un momento, ¿qué era eso?
Un aroma dulce llamó mi atención, me sonaba de algo, pero no sabía de
qué.
Escuché una especie de zumbido, el aroma parecía proceder de una cosa
abultada que estaba cerca de un tree[23], y entonces lo reconocí.
¡Era miel de la Granja San Francisco! Así era como la llamaba Noe. ¡Me
chiflaba la honey! Mi criada siempre se ponía un poco en el té y me dejaba
caer unas gotas en el hocico para que la lamiera.
Oh, seguro que a mi Linda le encantaría que le llevara un poco. El tarro
debía estar guardado dentro de esa cosa, como hacía Lau con las galletas. Si
le daba fuerte con las patas, quizá pudiera despegarla y llevármela rodando.
Me pareció a good idea[24]. Alcé las patitas delanteras y le di varios
golpes, estaba bastante duro, volví a insistir y el zumbido se hizo más fuerte.
¿Era un juguete musical?

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No, empezaron a salir moscas de esa cosa y…
—Auch! ¡Estas moscas pican! ¡Soltad mi regalo! ¡Es para mi Linda!
No parecieron entenderme, o querer dejarlo, porque salieron muchas más
de ahí dentro y siguieron pinchándome hasta que lo solté y salí corriendo con
mi primer regalo en la boca, me sentía un poco mareado y con la cabeza a
punto de estallar, los ojos se me estaban cerrando, cada vez trotaba más
despacio. ¿Qué me ocurría?
«Ay, Linda, tengo que encontrarte, espérame, my love, que ya llego».

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Ebert
El parto había sido todo un éxito.
Por suerte, no hubo complicaciones, Maru era una futura veterinaria
magnífica y no iba a faltarle el trabajo, estaba convencido.
Agnetha parecía encantada con su nuevo papel de abuela, no dejaba de
acariciar a Linda y sacarle fotos junto a los cachorros que mamaban

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entusiasmados.
En cuanto terminé de poner al corriente a Joan sobre los avances de
Álvaro con Maca, regresamos al salón. Estaba seguro de que la relación se
estaba afianzando y que mi amigo estaba tan encoñado de ella como yo de
Noe, quien, por cierto, me había dejado un mensaje de audio mientras hablaba
con Joan.
Me aparté de ellos y lo escuché. Al terminar, maldije para mis adentros.
Maca había descubierto a José Luis, las fotos que le mandó Agnetha le
hicieron tirar del hilo y dar con el padre, debería haberlo visto venir. Según la
jardinera, fue hasta la cabaña a cantarles las cuarenta, y fruto de la confusión,
el perro se escapó de nuevo.
Ella y Lau estaban buscándolo por el complejo, pero no daban con él y
tenían la sospecha de que quizá pudiera estar dirigiéndose hasta allí para
encontrarse con Linda y sus cachorros.
No era tan descabellado, cualquier hombre enamorado haría lo mismo.
El timbre sonó. Les dije a mis jefes que Maru y yo teníamos que regresar
al resort ahora que todo estaba controlado. Los cuatro nos dirigimos hacia la
puerta, y cuando Agnetha abrió, era Álvaro quien estaba al otro lado. Tenía
una expresión extraña, como de preocupación, ¿le habrían contado lo de
Linda?
—Hijo, ¡qué alegría! ¿Has venido a conocer a tus sobrinos?
—¿Mis sobrinos?
—Sí, ¡Lindy ha tenido tres bebés!
—¿Cuándo la habéis montado? —Vale, no tenía ni idea de lo de los
perritos.
—Nunca, ¡es un milagro de la naturaleza!
—Más bien de un perro que se la habrá chuscado… —masculló mi amigo.
—Eso es imposible, nunca hemos dejado a Linda sola.
—Salvo el día que se escapó en el complejo y estaba con el celo, ¿te
acuerdas? El día que Maca y yo fuimos a hacer snorkel.
Al nombrar a Maca, torció el gesto. ¿Qué estaba pasando?
—¡Es verdad! ¡Ebert! Fue el día que tú la encontraste, ¿no la viste con
ningún perro?
Iba a responder que no, aunque me daba a mí que la verdad iba a terminar
estallándonos en la cara, cuando un sonido lastimero nos hizo fijarnos en los
pies de Álvaro.
Una masa deforme, blanca y con manchas marrones, cayó al suelo, era un
bicho extraño con… ¿Eso era una dentadura postiza?

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Un olor pútrido llegó a mi nariz…
—¡¿Qué es eso?! ¡Huele a muerto! —exclamó Álvaro, haciéndose a un
lado. Maru se agachó y le apartó el flequillo.
Tenía la cabeza del tamaño de una sandía. Y los párpados tan inflamados
que le cubrían su mirada dispersa. La verdad me encogió por dentro, estaba
seguro de que ese aroma inconfundible pertenecía a José Luis.
—Parece que ha sufrido un ataque, está lleno de aguijones, hay que
llevarlo al veterinario cuanto antes o puede morir debido al veneno.
—¡Ay, Dios mío! —Proclamó Agnetha—. Pero ¿de dónde ha salido este
perro?
—Me parece que es tu yerno, José Luis de los Garbanzos —susurré
incapaz de mantener por más tiempo la identidad del perro oculta. Ella me
contempló incrédula.
—¿El perro de Maca que estaba en España? —Asentí—. Álvaro, rápido,
¡llevadlo al veterinario! ¡Mi Lindy no se puede quedar viuda tan joven, ni tus
sobrinos huérfanos!
Maru lo alzó con cuidado entre sus brazos y Álvaro no se lo pensó dos
veces, en tres zancadas ya estaba subiendo al coche, arrancando el motor,
conmigo de copiloto y Maru sentada en la parte trasera sosteniendo a Joselu.

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Capítulo 70

Lau
—Todo esto es culpa mía —gimoteó Noe contra mi hombro.

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—No es culpa tuya, se nos escapó a las dos.
—A las tres —nos corrigió Maca.
Ebert nos había llamado desde la clínica veterinaria contándonos lo
ocurrido.
José Luis estaba ingresado, había sufrido un shock anafiláctico por el
ataque masivo de un enjambre de abejas.
A duras penas, llegó a casa de los Alemany, suerte que Maru llamó desde
el coche al veterinario y este les dijo que tardaría más o menos una hora hasta
llegar a la clínica, que lo mejor era que fueran a casa de Poehere, la curandera
del poblado más cercano al resort, que era la madre de Maui. Ella conocía
muchísimos remedios que podrían darle una oportunidad a nuestra mascota.
Tuvimos suerte de que ella sí se encontrara en casa, que pudiera sacarle
todos los aguijones y preparar un emplaste que ayudó a Joselu con el veneno
y la inflamación. Maru ayudó en lo que pudo hasta que el veterinario llegó.
La buena noticia era que José Luis seguía respirando. Lo trasladaron a la
clínica y le pusieron suero para mantenerlo hidratado. Teníamos que confiar
en que los dioses, el tratamiento de Poehere y los cuidados del señor Wong le
salvaran la vida.
Ebert entró en la cabaña y lo hizo con algo en la mano.
—Lo siento, chicas —murmuró, mirándonos a las tres, aunque su mirada
estaba puesta principalmente en Noe, quien tenía los ojos más rojos e
hinchados—. El doctor Wong me ha comentado que os diga que entiende
vuestra preocupación, pero que él hará todo lo que esté en sus manos para que
José Luis sobreviva. Como la clínica está en la parte baja de su vivienda, hará
guardia toda la noche para controlarlo. Si llega vivo a mañana, será buena
señal. —Noe emitió un plañido y se fundió de nuevo en mi hombro presa del
llanto.
A Ebert parecía que le estuvieran acariciando las pelotas con un cactus, no
sabía ni qué decir ni qué hacer para consolarla. Aguantó el tipo aguardando
muy tieso, y cuando mi amiga se calmó, nos mostró el objeto que había
estado apretando en la palma.
—No sé si se trata de un juguete de vuestro perro, pero llevaba esta
dentadura en la boca cuando lo encontramos.
—¡Los dientes del señor Schmidt! —proclamó Maca, incorporándose.
Las tres estábamos sentadas en el sofá.
—¿Son los dientes de un cliente? —preguntó Ebert sorprendido.
—Sí, podrías desinfectarlos y llevárselos a Paty, ella sabrá qué hacer, y él
estará encantado de recuperarlos para cenar. No hace falta que le digáis que se

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los llevó el perro, invéntate algo creíble, que se quedaron atascados en el
desagüe o qué se yo…
—Pensaré en otra cosa, es difícil que una dentadura postiza se caiga por el
desagüe, veré qué consigo inventarme.
Volvió a mirar de soslayo a Noe, se notaba a la legua que se moría de
ganas de ser él quien le diera consuelo, pero no dijo nada al respecto, se
despidió de nosotras con una inclinación de cabeza y se fue para cumplir la
orden de Maca.
—Alguien debería darle las gracias a Maui —sugirió ella mirándome.
—¿Yo?
—Bueno, os lleváis bien, Noe no está como para salir de aquí, y yo…
Necesito algo de tiempo, el día ha sido bastante duro.
Eso era verdad. Maca nos había explicado la llegada de Victoriano y su
increíble historia sobre el fallecimiento de su madre para justificar el plantón
que le arreó. Seamos claras, a mí había cierta parte de la historia que me
apestaba más que los cuescos de Joselu.
La suegra de Maca le tenía ojeriza, siempre creyó que no era suficiente
para su hijo, y, de repente, no quería alertarla con lo de su tumor para que ella
pudiera venir a Moorea y cumplir su sueño de ser directora del resort. Encima
le daba su anillo a Culo Ganador como acto de última voluntad para que se
casaran cuanto antes, sembrando más caos que la llegada de Daenerys
Targaryen montada en su dragón.
Era lógico que mi amiga no supiera qué hacer, a ver, ella ya no estaba
enamorada de Victoriano cuando tomó la decisión de venirse, de hecho,
quería dejarlo, y había conocido a Álvaro, que la había puesto en órbita
durante dos meses, en lugar de dejar que se la comieran los gusanos y no el
sin gracia del Victo y su Sweetie.
¡Qué grima, por Dios! Si ese hombre desprendía aroma a naftalina por
todos los poros.
Por una vez que Maca resplandecía más que una joya de Chopard,
aparecía ese caraculo repeinado para opacarla de nuevo.
Maca era una mujer sensible, hacerla sentir culpable era muy sencillo, y
ese capullo le estaba haciendo chantaje emocional. Aunque, claro, lo que no
me esperaba era la huida por la puerta de atrás de Alvarito. ¿Cómo había
podido decirle que se casara con ese memo, que él se iba a Tanzania y que le
fuera bonito después de ponerse fino a marisco?
No había quien entendiera a esos hombres, y a Maui mucho menos.

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Llevábamos dos meses tonteando, viendo atardeceres, visitando lugares
recónditos en nuestros días libres, que, por pura coincidencia, eran los
mismos, no tenía nada que ver que él hiciera los cuadrantes de personal. Por
si fuera poco, se lo llevaban los demonios cada vez que se enteraba de que yo
me daba alivio con alguien, ¡como si él no hiciera lo mismo!
No es que me lo dijera, no buscaba una confrontación verbal, pero con la
mirada fulminaba a cada uno que me zumbaba, menos mal que no era un
semidiós de verdad, porque a más de uno le hubiera partido un rayo.
—¿Vas a ir a darle las gracias por nosotras? Por favor —insistió.
—Sí, claro, ahora mismo voy.
Me puse en pie y dejé que Noe se acurrucara contra Maca, las dos se
abrazaron y no me supo mal dejarlas a solas. Las tres éramos amigas, pero
entendía que entre ellas había un vínculo especial porque se conocían desde
pequeñas.
Cuando salí fuera, Hori salía vestido de DJ con el equipo a cuestas,
pasamos un mes raros, para que mentir, pero ya estábamos como si nada.
—¿Esta noche pinchas? —le pregunté con una sonrisa.
—¿Te refieres en horizontal, o en vertical? —respondió rápido.
—Espero que, por tu bien y tu placer, sea en ambas —contesté,
ganándome una carcajada de su parte.
—Yo también.
—¿Está tu padre? —cuestioné mirando hacia la puerta.
—Sí, claro, pasa —se acercó para abrirme en el tiempo que yo tardaba en
cruzar la calle que nos separaba.
—Gracias.
—De nada… Oye.
—¿Sí?
—Que a mí no me importaría que os liarais.
—¡¿Cómo?! —Una sonrisa socarrona que me recordaba a la de su padre
emergió en sus labios, miré hacia dentro por si lo había escuchado.
—Se está duchando —atajó a modo de explicación. Pensar en Maui, en su
cuerpo enorme y empapado, siempre me acaloraba.
—Entre tu padre y yo no hay…
—Lo único que no hay es sexo —me interrumpió—, todo lo demás está
ahí, otra cosa es que vosotros no queráis verlo. No voy a ser yo la persona que
os empuje a follar en contra de vuestra voluntad.
Si supiera dónde estaba mi voluntad…
—¿Es tu manera de decirme que entre tú y yo ya está todo resuelto?

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—Es mi manera de decirte que está inaguantable desde que te tiras al
italiano, y que lleva teniendo gatillazos un mes completo. —Casi boqueé
como un pez ante la noticia, eso sí que no me lo esperaba. ¿Maui
desinflándose por mí? Escuchar para creer—. Si te llega el rumor, no he sido
yo —disimuló—, chismorrear con la vecina de enfrente que ella es el motivo
por el cual a mi padre no se le levanta no es de buen hijo, así que yo no voy a
contarte nada ni aunque me amenaces. —Me guiñó un ojo—. Por cierto,
nunca usamos el cerrojo del baño.
Me hizo un gesto de despedida con los dos dedos y se marchó tan pancho.
A eso le llamaba yo arrojar el guante.
La cosa era, ¿lo iba a coger?

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Capítulo 71

Lau
Entré en la cabaña y cerré la puerta. De perdidos al río, o al baño.

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A ver, yo había ido con la intención de darle las gracias a Maui porque
Maca me lo había mandado, así que lo que estaba haciendo era obedecer a mi
jefa.
La madre de Aquaman, cuyo nombre era demasiado difícil como para
acordarme, hizo todo lo posible por curar a nuestro perro, y no sería justa si
mi agradecimiento no estuviera a la altura y conllevara la curación del mal
que estaba hostigando a mi responsable. ¿No?
Sonreí por mi buen razonamiento mientras me desnudaba.
La voz varonil de Maui se escuchaba a través de la puerta, era un cántico
tahitiano de esos que él bailaba, aunque cuando me ponía más cerda era
cuando hacía una de esas hakas que precedían al espectáculo de fuego.
Es que me veía en una piedra de sacrificio lista para ser tomada por él.
¡Menuda fantasía!
Aunque en ese momento en mi interior solo lograba entonar el inicio de la
canción Waka Waka, de la diosa Shakira, mientras caían las prendas al suelo.

Llegó el momento, caen las murallas,


va a comenzar la única justa de las batallas.
No duele el golpe, no existe el miedo,
quítate el polvo, ponte de pie y vuelves al ruedo.

Y ahora mi parte inventada. ¿Te he dicho que me mola ponerle mi propia letra
a las canciones? Pues eso, ya lo sabes.

Y la presión se siente,
Maui vas a… correrte.
Ahora voy a por todo,
a ti te acompaña la suerte.
Chumino, atento a la lengua,
porque esto es táctica.

El conjunto que llevaba era lo suficientemente revelador como para que no


supiera mi intención.
Me colé sin llamar y el vapor me dio la bienvenida. Una intensa cortina de
agua caía sobre toda aquella cantidad de carne tostada. Presuponía que mi falo
de los deseos iba acorde a su envergadura, no obstante, verlo en directo era
mejor que cualquier suposición que pudiera haber hecho.
El perfil era como para ponerte a chupar el expositor de los pasteles, solo
la mampara separaba mi lengua y el reguero de babas que estaba soltando.

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Maui contoneaba las caderas enjabonándose el pelo con los ojos cerrados,
para terminar colocándose bajo el chorro y aclarar la melenaza.
Quién fuera espuma en esos momentos.
—Hori, ¿te falta algo? —Menudo oído ultrasónico, o quizá fue la
corriente de aire al no cerrar la puerta. Tragué la saliva acumulada e intenté
hacer acopio de fuerza e inteligencia para responderle.
—Hori me ha dicho que a quien le falta algo es a ti.
Giró la cabeza de una forma tan abrupta que casi se rompió el cuello. Se
quedó muy quieto, con los ojos terriblemente abiertos devorando cada brizna
de piel expuesta por mi parte.
—¿La-Laura? —Le dediqué una sonrisa malévola al cerciorarme de que
le hizo falta echarme un simple vistazo para que la cosa empezara a crecer y
ponerse interesante.
—Qué va, soy Rati, la diosa del sexo, el deseo carnal, la lujuria, la pasión
y el placer sexual en el Hinduismo.
Llevé mis manos al cierre del sujetador y dejé mis pechos libres frente a
sus ojos.
Soltó un taco en su lengua que me pareció de lo más caliente. Mis pezones
oscuros se pusieron duros y, sin cortarme un pelo, me bajé las bragas para
estar en igualdad de condiciones.
—¡¿Qué narices haces?! —preguntó ahogado y con la polla muy tiesa.
—He venido a darte las gracias, tu madre nos ayudó con el perro, y ahora
yo voy a comportarme como la perra poderosa que soy.
Su cara de susto quedaba compensada por la pedazo de erección que se
erguía sobre sus pelotas.
—No sé de qué perro me hablas, pero… No tienes por qué hacer esto.
—Yo creo que sí —dije, entrando en la ducha.
El espacio era justo, para qué mentir, pero suficiente para que cupiéramos
ambos de lo más apretados. Me relamí los labios y repasé parte del tatuaje de
su pecho con la lengua. Aunque quisiera, no llegaba más alto.
Aquaman gruñó y me sujetó las muñecas. Me pegué todavía más contra su
cuerpo, dejando que el agua y el deseo me calaran.
—Laura —jadeó agobiado—, para, por favor.
—¿En serio? ¿Me tienes desnuda y mojada y en lo único que piensas es
en que me vaya? Vale, muy bien, pues me marcho y llamo a Filippo para que
me dé consuelo.
Ups, de los creadores de Acabas de meter el dedo en la llaga y el palo por
el culo me ha llegado a la tráquea, llega…

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—¡Joder! ¡Tú lo has querido! —gruñó, cortando el agua para sacarme de
la ducha y llevarme a la cama.
Por supuesto que yo lo había querido, y desde el principio. ¿A alguien le
quedaba alguna duda?
Los dos estábamos mojados, resbaladizos y le importó una mierda, como
a mí. Se tumbó sobre la cama y me pidió que me sentara en su cara.
¿Te lo puedes creer?
Mi Rati interior conectó con Shakira, y ambas se unieron a la fiesta.
No pensaba decirle que esta era una de las posturas que más me excitaban,
ya lo averiguaría por sí mismo.
Comida de coño a la de una, a la de dos y a la de… ¡Joooderrr!
Sin muchos preámbulos, hundió los dedos en mis muslos para separarlos
bien y saborearme con la lengua.
Su lengua tenía el tamaño de una de mis compresas Ultra Plus para reglas
fuertes y nocturnas.
¡Era el santo grial de todas las lenguas!
Tracé ondas dejándome llevar por el placer de notar su aliento entre mis
pliegues y el vello de su cara raspándome al mismo tiempo.
Llevé las manos a mis pechos mientras le follaba la cara, no tenía otro
nombre para lo que estaba haciendo.
Maui sorbía, chupaba y batía mi clítoris hasta ponerlo a punto de nieve.
—No sigas o voy a correrme…
—Hazlo, quiero tu maná, vahine. —Sabía que vahine quería decir mujer
en tahitiano, pero a mí me sonaba a vagina, y con lo calentorra que ya iba, no
me pude contener al escucharlo.
Aullé dejándome ir por completo. Grité hasta quedarme apenas sin fuerzas
mientras él seguía rebañando cada gota de mi esencia, y cuando ya no quedó
más, me bajó sin esfuerzo para besarme en los labios y enredar nuestras
lenguas.
Esa vez no fui yo la que lo besó, al contrario, fue él quien fue ahondando
hasta llenarme de lujuria y ganas.
—Te quiero dentro —le pedí separándome de su boca. Él lanzó un bufido.
—Laura…
—Fóllame o te juro que voy a tirarme a todos los tíos del hotel, aunque
lleven dentadura postiza.
A Maui se le iluminaron los ojos con una sonrisa y terminó echando mano
a la mesilla de noche para sacar un condón. Yo no perdí tiempo y me dediqué

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a secarle el cuerpo con la lengua, o quizá lo estuviera ungiendo en baba, me
daba igual.
Al llegar al objeto de mis deseos, no lo dudé y succioné el falo de mis
pajas nocturnas. Tenía una circunferencia de tronco tan grande que apenas me
cerraban los dedos.
—La tienes enooorme —suspiré—. Nunca me he tirado a una como esta.
—Con paciencia, terminará entrando, vahine, te lo aseguro, está hecha a
tu medida.
—Vale, pero si cuando me la metas ves que me asoma por la campanilla,
córtate un poco.
Volvió a reír, eso me gustaba mucho, que pudiéramos bromear incluso en
momentos como ese.
Me pidió que me apartara un segundo, y yo le dije que lo haría después de
haber pasado mi lengua por toda la superficie venosa. No paré hasta hacerlo
rugir como una fiera enjaulada.
—Vas a matarme, mujer —volví a relamerme satisfecha, y entonces me
aparté. Él se sentó y disfruté observando cómo se colocaba el profiláctico—.
Ven aquí, siéntate encima de mí.
La posición que me pedía era la de la flor de loto, una postura íntima del
Kamasutra que facilitaba los besos y las caricias en la pareja durante la
penetración.
Volvió a agarrar mis caderas, que no eran para nada estrechas, para que
me moviera sobre su erección sin penetrarme. El simple roce me volvía
líquida. Maui volvió a besarme para bajar hasta mis tetas y darse un festín de
pezones.
Yo seguí con el balance, y ya estaba lista otra vez para descargar.
—Me encanta que las tengas grandes.
—A mí también me gusta que la tengas grande —soltó una carcajada
ronca—, y que no se te baje conmigo.
Él alzó la mirada hasta toparse con la mía.
A buen entendedor pocas palabras bastaban.
—Es imposible que se me baje contigo, toda tú eres maná.
Su declaración me hizo sonreír. Metí la mano entre nuestros cuerpos y
orienté el glande hacia mi interior.
—Estoy lista para ti —murmuré.
—Marca tú el ritmo, no quiero hacerte daño.
Bajé con suavidad, abriéndome a él en cada embate de mis caderas,
soportando la tortura de su boca, sus manos y sus gruñidos, que me envolvían

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por completo.
No paré de subir y bajar hasta tenerlo enterrado dentro, sintiéndome tan
llena que era difícil de explicar.
—Dios, eres perfecta para mí —masculló, y su afirmación me hizo
sonreír.
—Siempre me han puesto los tíos algo lentos —le guiñé el ojo y seguí
moviéndome, empalándome, rebotando mi carne contra la suya hasta que
ambos no pudimos más y estallamos en un orgasmo a la altura de nuestro
maná.

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Capítulo 72

Álvaro
Miré a los ojos de mis padres después de haber vomitado toda la verdad.

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Desde la mentira de que este resort era lo que necesitaba para volver a su
lado, hasta mi falsa relación con Maca, para terminar diciéndoles que ella
tenía pareja, que estaba aquí, que se iban a casar, que yo me marchaba y que
si la despedían por haber hecho todo lo posible para trabajar para ellos, sería
la peor decisión de sus vidas.
No quería reconocerlo, pero estaba roto por dentro, tan jodido que pensar
en coger un avión rumbo a Tanzania me devoraba las tripas.
Siempre había querido huir, marcharme, y ahora, el mero hecho de pensar
en poner distancia con Maca y que se casara con otro me destruía por dentro.
Era de locos.
Me masajeé las sienes, en lo único que podía pensar era en que me
apetecía estar con ella, abrazándola, porque, conociéndola, estaría pasándolo
fatal con lo del perro.
—Hijo…
Arrancó mi padre, lo cual me hizo alzar la cabeza, mi pose no era la de
alguien que se siente feliz con sus decisiones, más bien derrotado.
—Siento haberos decepcionado de nuevo, tuve que ser yo quien muriera y
no Marcos. Todos habríamos salido ganando.
—No digas eso —masculló mi madre, agarrando mi muñeca.
Los dos compartíamos el sofá, mientras que mi padre ocupaba una butaca
que quedaba en el lateral y sostenía una copa de licor entre los dedos.
—Es lo que pienso, siempre lo he pensado desde que se fue.
—¿Por eso te fuiste con él? ¿Por eso perdimos a dos hijos en lugar de
uno? —preguntó mi padre sin quitarme la vista de encima.
No era una acusación, en sus ojos no brillaba el reproche, solo había dolor
y curiosidad, ganas de comprender lo que había callado durante tanto tiempo
y que solo fui capaz de decírselo a una persona. No era justo seguir
ocultándoles el verdadero motivo de mi fuga. Si alguien merecía juzgarme
por mi delito eran ellos.
—Me fui porque no soportaba la culpa, porque Marcos se mató por mi
culpa —solté a bocajarro esperando la peor de las sentencias.
—¡¿Cómo?! —preguntó mi madre consternada.
El momento de la verdad había llegado.
—Yo lo hostigué a cometer esa temeridad, lo estuve chinchando,
tocándole las pelotas, provocándolo para que cambiara esa maniobra que se
sabía al dedillo y hacía tan bien en las exhibiciones, hasta que…
—¿En serio piensas que cambió la maniobra por ti? —La miré con
extrañeza.

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—Por supuesto, ¿por qué si no iba a hacer algo así?
—¡Oh, Dios mío! El ejército jamás le hubiera permitido una temeridad
así, Álvaro. Todo estaba calculado al milímetro, llevaba mucho tiempo
ensayando el ejercicio nuevo, si no te dijo nada fue porque quería
sorprenderte, disfrutaba con vuestras batallas dialécticas, como él las
apodaba. La muerte de tu hermano no fue cosa tuya, ni siquiera una
temeridad. Al poco tiempo de que te fueras, tras analizar exhaustivamente su
caza, encontraron que hubo un fallo mecánico indetectable, el accidente no lo
propiciaste tú, ni el ejercicio en sí, sino una avería del avión en pleno vuelo.
La noticia fue como un guantazo con la mano abierta.
—Eso es imposible. ¡Fue por mi culpa!
—No, nunca lo fue —aseveró mi padre.
Los miré a uno y a otro sin dar crédito.
—¿Por qué no me dijisteis nada?
—Porque no conocíamos el motivo real —se excusó mi progenitor—.
Apenas nos llamabas; cuando nos visitabas, no querías ni oír hablar de
Marcos, y estábamos tan dolidos por que ya no estuviera vivo que poco
importaba si la causa había sido un fallo mecánico o no. En el accidente
perdimos a nuestro hijo mayor y también a ti. Pensábamos que era tu manera
de gestionar el dolor, fuimos a un psicólogo y nos dijo que te diéramos
tiempo, que cada uno vive el duelo a su manera, jamás nos planteamos que tu
reacción fuera porque pensabas que tus comentarios habían matado a tu
hermano. —Había dolor y culpa en su reflexión, la conocía demasiado bien,
llevaba nadando en ella demasiados años.
—¡Podríais haber denunciado!
—¿Para qué? —cuestionó él—. Nada lo habría devuelto, aunque si
hubiera sabido lo que te acongojaba, sin lugar a dudas que lo habría hecho si
con ello te hubiésemos recuperado. No sabes cuánto te hemos extrañado, hijo,
no puedes hacerte una idea de lo duro que ha sido para nosotros.
La cabeza me daba vueltas, mi madre se acurrucó contra mi cuerpo y fue
como si mi corazón se desplomara desde un octavo piso.
«No fui yo. No maté a mi hermano». Tenía ganas de gritar y llorar al
mismo tiempo.
—Cariño…
Las temblorosas manos de mi madre acariciaron mi espalda, ni siquiera
me percaté de que las lágrimas se despeñaban por mis mejillas, o de que las
suyas empapaban el costado de mi camisa.
En esa ocasión, mi llanto no era de dolor, sino de alivio y de liberación.

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Llevaba años cumpliendo condena por un delito que no cometí, aparté a
todos mis seres queridos de mi alrededor porque pensé que no merecían tener
cerca a alguien como yo, a un asesino, a alguien capaz de propiciar el
fallecimiento del mejor hombre que había pisado la tierra y volado por el
cielo.
Me dejé envolver por la ternura y el desasosiego, lloré pegado a ella hasta
que mi padre ocupó el espacio vació que quedaba a mi otro lado y se sumó al
abrazo.
A veces hace falta romperse para poder unir los trozos, y no hay un
pegamento más poderoso que el amor de una familia y el perdón de unos
padres.
No podía dejar de repetir «lo siento», y ellos miles de frases inconexas
que tenían todo el sentido, con cada «no pasa nada», «no fue tu culpa», «lo
importante es que te tenemos y que tu hermano está muy orgulloso del
hombre en el que te has convertido», notaba que me reconstruía por dentro,
que cada vez dolía menos y que era cierto eso de que los besos de tus padres
son medicina para el alma.
Todo eran palabras bonitas, frases de consuelo, gestos de cariño que se
solapaban para generar unos nuevos cimientos. Cero rencor, cero culpa.
Varios minutos más tarde, con el corazón más aliviado, conseguimos
enjugarnos las lágrimas y mirarnos a los ojos.
—Sabíamos desde el principio que tú y Maca no estabais prometidos.
La reflexión arrojada por mi padre me pilló por sorpresa.
—¡¿Qué?!
—Vi a su prometido el día de la última reunión trimestral, la esperaba en
un bar cercano a las oficinas, ella no sabía que yo estaba en el mismo
establecimiento, porque entré después de que lo hiciera otro cliente con la
única intención de pedir cambio. Estaba entusiasmada festejando la noticia,
con ese chico trajeado en cuya mirada no se reflejaba la misma felicidad de su
prometida. Sentí lástima por ella, porque me di cuenta de que alguien que no
es capaz de festejar tus alegrías no estará a la altura para sostenerte la mano
en los momentos difíciles. Cuando te haces mayor, eres capaz de intuir esas
cosas. A esa pareja se le acababa el tiempo.
—Y, aun así, ¿le diste el puesto? —pregunté.
—¿Por quién me tomas? Ya lo dije delante de todos los trabajadores, que
Maca era mi mejor empleada, el hombre que esté a su lado gana una joya y
ella es muy capaz de gestionar cualquier establecimiento hotelero por sí sola.

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Su compromiso con nuestra empresa siempre ha sido ejemplar, no necesitaba
al prometido de Maca en Moorea, la necesitaba a ella.
—Ella creía que…
—Paparruchas. Hoy en día es muy difícil que los matrimonios o las
parejas prosperen, y todavía es más difícil encontrar trabajadores leales y
fieles. Ella lo es, por eso os senté juntos en el vuelo, porque reconocí en Maca
a la mujer perfecta para ti.
—¿Y su prometido?
—A él le compré un billete en Economy. Tenía la esperanza de que
cuando te conociera, surgiera la chispa. Me alegró saber que el billete
comprado a nombre de Victoriano Jaramillo no fue utilizado, y cuando
apareciste alegando ser su prometido… Pensé que de algún modo había
funcionado, que igual a ella le daba apuro reconocer que lo había dejado con
ese chico y que entre vosotros surgió un flechazo. Pero es que el amor es así,
hijo, cuando te alcanza, no puedes hacer otra cosa que no sea vivirlo.
Estaba anonadado.
—¿Tú estabas al corriente de todo esto? —pregunté a mi madre. Ella
asintió.
—Ya sabes cuánto me gustan las películas románticas y cuánto confío en
el criterio de tu padre cuando se trata de conocer a la gente. Si él pensaba que
esa chica podía gustarte, estaba convencida de que sería así, y si eso hacía que
tuvieras más motivos para querer estar en Moorea, mejor que mejor. Nosotros
solo queríamos recuperarte, Álvaro, y que fueras feliz, es lo único que
siempre nos ha preocupado. Perdónanos, hijo.
Cerré los ojos por un instante. Era demasiada información y no sabía
cómo sentirme al respecto.
—Contesta desde el corazón y di lo primero que te venga a la cabeza. ¿La
quieres? —preguntó mi padre sacándome del trance. «Sí», respondí sin
pronunciarlo en voz alta—. ¿Serás capaz de ser feliz sin volver a verla,
sabiendo que está casada con alguien que no la completa? Os he visto,
Álvaro, la complicidad que tenéis, el modo en cómo os miráis no se finge y
estuvo ahí desde el principio. —Eso era cierto, yo también lo sentí así, desde
ese primer tropiezo en el que Maca se cayó encima de mis muslos—. Y la
última pregunta, ¿de verdad vas a irte a Tanzania cuando por fin has
encontrado tu lugar y un motivo por el que querer formar tu propio hogar? —
Me embargó una pena profunda, porque ese mismo planteamiento lo había
tenido en los últimos días. Lo quise enmascarar alegando que no quería irme
por los números, cuando en realidad no quería hacerlo por ella. Mi padre

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palmeó mi muslo—. Busca tus respuestas. No voy a forzarte a tomar una
decisión que no sea la tuya, nunca lo he hecho y no empezaré ahora, pero
piensa bien lo que vas a hacer, porque hay trenes que es mejor no perder
nunca.

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Capítulo 73

Ebert

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Cuando ya no aguanté más, me dirigí de nuevo hacia la cabaña de las
chicas.
Dicen que los alemanes tenemos la sangre fría, pero se equivocan, el hielo
puede producir quemaduras tan intensas como el mismísimo fuego, y yo en
ese momento ardía por las ganas de estar con Noe.
Sabía lo mucho que quería a ese animal. Que hubiera sido capaz de todo
lo que hizo por José Luis, desde acogerlo cuando lo iban a sacrificar, arriesgar
su trabajo por no alejarlo de su vida y darle un hogar, decía mucho.
Tenía unos principios sólidos, un corazón bondadoso, era fiel a sus
amigas, no le importaba asumir retos, se volcaba al cien por cien en ellos y
conseguía sacarlos adelante con nota. Pese a tener un jefe toca pelotas que
disfrutaba poniéndola en bretes por el simple placer de escuchar sus
respuestas.
Me gustaba que no se mordiera la lengua y recorrerla con la mía hasta
hacerla suplicar. Estaba un poco acojonado, porque por ahora nos había ido
bien con el rol establecido. Sin embargo, me apetecía ir más allá con Noe, no
solo trabajar de día y follarnos de noche, quería el pack completo y tal vez
ella no estuviera en el mismo punto que yo, porque jamás hablamos de ello,
enfocamos lo nuestro como un aquí te pillo, aquí te follo, sin otro vínculo que
no fuera ese, y debía reconocer que fui yo quien le dijo que eso era
exactamente lo que teníamos, que no pensara en otra cosa.
Miré la puerta de madera aguantándome las ganas de subir los peldaños
que me alejaban de ella y golpear. Quería ser yo quien estuviera ahí dentro,
abrazándola, consolándola, en lugar de Maca, quería apretarla entre mis
brazos y susurrarle que todo saldría bien, aunque fuera difícil. Que estaba
convencido de que José Luis lucharía por sobrevivir para poder estar al lado
de Linda y sus cachorros, igual que haría yo si estuviera en su lugar.
Volví a mirar la puerta inmóvil, ahogado en mis propios pensamientos,
cuando esta se abrió y las dos chicas que había en su interior aparecieron en el
umbral para darse un afectuoso abrazo de despedida. Me quedé como un
jodido cervatillo deslumbrado por los faros de un coche, salvo que no era en
los faros en lo que me fijaba, sino un par de ojos azules algo enrojecidos que
me contemplaban mudos.
—¿Querías algo? —preguntó Maca—. ¿Todo bien con la dentadura? —
Ella descendió los peldaños que la separaban de mí. Su expresión se había
vuelto triste y sin brillo. Álvaro llegó con la misma a casa de sus padres. No
necesitaba ver más que sus expresiones para dilucidar que algo había ocurrido
entre ellos, y que si mi mejor amigo había ido solo a la casa de sus

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progenitores arrastrando los pies, quizá fuera porque el temido momento de
su partida había llegado.
No pude preguntarle nada delante de Maru, él volvió a casa de sus padres,
mientras que ella y yo regresamos al resort. No había vuelto, ni respondido a
los mensajes que le mandé interesándome por si estaba bien o necesitaba
hablar.
—Todo está en orden, el señor Schmidt estaba muy agradecido, tanto que
ni preguntó dónde la encontramos.
—Mucho mejor —la sonrisa no le llegaba a los ojos—. Voy a tumbarme
un rato, no me siento demasiado bien.
—¿Quieres que pida que te lleven algo del restaurante o que venga el
médico a verte?
—No, estoy bien, solo necesito descansar y pensar. Gracias por
preocuparte, tu turno de trabajo hace tiempo que terminó, así que no es
necesario que hagas nada más por mí.
—No lo hago por eso, más allá de ser mi jefa, me caes bien, si puedo
ayudar en lo que sea… —Otra vez esa sonrisa.
—Gracias, hay cosas que no tienen solución. —Me dio un apretón leve en
el antebrazo y se marchó abatida.
Yo contemplé a Noe, la cual la observaba con tristeza, y me decidí a subir,
aunque no me lo pidiera.
La envolví en mis brazos y ella se acurrucó, como si ese siempre hubiera
sido su lugar, sin preguntas, buscando mi calor. Hundí la nariz en su pelo y
aspiré. Olía tan bien. ¿Cómo había podido pensar que era la propietaria de
esos gases de fase terminal?
—Tenemos que ayudarlos —masculló contra mi pecho mientras yo le
acariciaba la espalda con deleite.
—¿A quién?
—A Álvaro y a Maca, no es justo lo que les pasa.
—Estoy un poco perdido. ¿Qué les sucede?
Ella se separó de mí y alzó las cejas.
—¿Álvaro no te lo ha contado? —Negué.
—No hemos tenido mucho tiempo para hablar, además, estaba Maru,
tampoco responde a mis mensajes, ¿tan grave es?
—Lo suficiente para que él quiera irse y Maca sea incapaz de dar un paso
más a no ser que lo dé él, la conozco, a su manera ha intentado decirle que lo
quiere, pero Álvaro parece empecinado en felicitarla por su futuro enlace y
poner Tanzania de por medio.

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—¡¿Casarse?! ¿Con quién? —Noe hizo que pasara al interior de la cabaña
y me lo contó todo, desde el principio y sin dejarse nada.
—A mí no me huele bien y a Lau tampoco. Todo esto es muy extraño,
Ebert. ¡Maca no puede casarse con su ex, quería dejarlo y está loca por
Álvaro!
—Y yo por ti —solté a bocajarro.
—¡¿Qué?!
—Sé que no estoy escogiendo el mejor momento, que a mí estas mierdas
se me dan de pena, porque el romanticismo fue suprimido de mi base de datos
en cuanto me concibieron, pero necesito decírtelo aunque me rechaces. No
quiero que me pase como a Álvaro y alguien me pase la mano por delante. Te
quiero, me gustas y me he enamorado de ti, de lo bien que encaja tu cuerpo
diminuto con el mío, de tus contestaciones locuaces, de que no me pongas las
cosas fáciles y me mantengas en alerta todo el día.
»Siento si me puse de culo contigo y con Lau, en mi defensa diré que solo
miraba por el bien del complejo y dudaba de vuestras capacidades. Os
encargasteis de despejar todas mis dudas, de demostrarme que me
equivocaba, que la buena voluntad y la actitud siempre suman. Para muestra
estáis vosotras dos.
»Y no voy a escudarme con algo tan trillado como que la vida no fue fácil
conmigo y se encargó de joderme a base de bien, primero con mi padre y
después con el accidente que tuve. Porque gracias a él comprendí que en los
Alemany tenía todo lo que necesitaba, que cuando te quitan algo siempre se te
concede un regalo a cambio. En mi caso, una nueva familia, una profesión
que me encanta y, ahora mismo, la mujer con la que aspiro a tener un futuro.
»Las otras relaciones fallidas que he tenido me han servido para entender
con qué tipo de persona quiero pasar mis días, y esa eres tú, Noe, también me
equivoqué en eso contigo, porque no quiero que solo seamos sexo, ni que
mantengamos una relación de jefe empleada, quiero serlo todo contigo
aunque haya sido un auténtico Tocaweber…
Ella sonrió, tomó mi cara entre sus preciosas manos y me interrumpió
dándome un mordisco en el labio inferior que me hizo callar.
—Sí que lo has sido —musitó—, pero eres mi Tocaweber y no quiero que
lo seas de nadie más, yo también quiero intentarlo contigo.
—¿Eso es un sí?
—Sí.
—Joder, ¡estaba cagado de miedo de que me dijeras que no! —confesé.
—Y si lo hubiese hecho, ¿te habrías rendido?

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—¿Bromeas? Te habría llevado encima de mi hombro hasta mi cabaña, te
hubiera atado a la cama y te hubiera follado hasta que cambiaras de opinión.
Ella rio pícara.
—Siempre me ha gustado tu estilo de persuasión.
Buscó mi boca y le di un beso dulce, entendía que con lo de su perro no
iba a estar de humor como para que me dedicara a hacerle una demostración
de lo que hubiera ocurrido frente a su negativa en mi habitación, pero
imaginaba que sí lo estaría para que la invitara a cenar, la abrazara y
habláramos toda la noche de lo que ella quisiera.

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Capítulo 74

Maca
Dormir, lo que se dice dormir, no pude en toda la noche.

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Estaba demasiado preocupada por José Luis, por la reaparición de
Victoriano en mi vida y la salida inminente de Álvaro. Esperaba que viniera
para charlar, que habláramos las cosas, que apareciera en mitad de la noche y
me dijera que se lo había pensado mejor, que estaba tan enamorado de mí
como yo de él y que, aunque mi ex estuviera en la isla, no iba a consentir que
me casara con él porque me quería demasiado.
No pasó, de hecho, no vino en toda la noche, y yo aproveché para
ponerme tibia a jamón cuando mi estómago me recordó que llevaba horas sin
comer. Lo había escondido en un cajón de la cómoda para que Álvaro no me
pillara, dichosa lista y conversación de las cosas que no me gustaban…
Recibí un mensaje de Noe, bueno, más bien del doctor Wong, ya sabes,
era un reenviado en el que se podía leer «Primera noche superada, la
medicación sigue su curso y le está haciendo efecto. Es un luchador».
Era buena señal, significaba que las posibilidades de nuestro perro de salir
con vida de esa aumentaban cada segundo.
Golpearon a la puerta y mi corazón dio un brinco.
«Álvaro».
Salí corriendo de la cama sin pensar que era imposible que él llamara,
tenía llave y no lo necesitaba, aunque en mi fuero interno creí que lo hacía por
educación, por la vuelta de mi ex. Eso me dije, hasta que abrí la puerta y la
decepción me inundó por completo.
Victoriano, con una impoluta camisa blanca, pantalones beige, americana
azul marino y su peinado al más puro estilo Íñigo Onieva, me ofrecía un
repaso disgustado al toparse con mi outfit poco apropiado.

✓ Pijama del falo protector.


✓ Mirada de oso panda trasnochado.
✓ El pelo hecho un desastre.
✓ Lamparones de aceite que chorrearon del paquete de jamón que lamí, no era plan
de desperdiciar ni una gota del ibérico.

—Bu-buenos días, Sweetie —arrugó la nariz con desagrado—. ¡Qué distinta


has amanecido hoy! ¿No has tenido tiempo de ducharte? Hueles como a…
tocino —proclamó besando mi frente.
Casi le lancé un ronquido.
—Será porque anoche cené jamón, y no, no he tenido tiempo de pasar por
la ducha, ayer fue un día difícil, José Luis ha estado al borde de la muerte.
—Comprendo —masculló sin ningún tipo de interés—. No pasa nada.
Ahora puedes hacerlo y darte bien con la esponja. —Echó una mirada al

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interior de la villa—. Este sitio está muy bien. ¿No está aquí mi sustituto?
Esperaba poder hablar con él para ver cómo íbamos a enfocar mi vuelta.
—Álvaro no está, ha pasado la noche fuera, y no es necesario que
enfoques nada con él —gruñí—, en todo caso, tendrás que hacerlo conmigo.
—Claro, mucho mejor. Imagino que mi vuelta ha sido un alivio y se moría
de ganas de poder pasar una noche disfrutando con alguna isleña en lugar de
fingir tener algo contigo, tiene aspecto de que le vaya el sexo en tribu. Puede
que se lo montara con tres o cuatro, los fotógrafos son así, nada monógamos,
no como nosotros —rio ante su propia ocurrencia.
Apreté los dientes y fui en busca de algo que ponerme para recuperar mi
imagen de profesional de siempre, desoyendo las mofas de Victoriano.
—Voy a ducharme.
—Te espero en la terraza, Sweetie, así vamos juntos a desayunar y
hablamos del enlace.
Uy, sí, me moría de ganas de hablar con él sobre una boda a la que no
pensaba asistir.
No obstante, era mejor adecentarme y tener la mente despejada para darle
la noticia. Por muy difícil que fuera la conversación y que valorara su gesto,
tenía que decirle que su viaje había sido en balde.
Me daba mucha pena que hubiera perdido a Pitita. Aunque su madre no
fuera santo de mi devoción, él la quería mucho. Se llamaba María del Pilar,
aunque sus amigas, con las que jugaba al mus los domingos, le pusieron el
sobrenombre debido al lunar de su cara y su estilo de rancio abolengo que
recordaban a la Ridruejo.
Me contemplé en el espejo antes de quitarme el pijama.
Madre mía, estaba peor de lo que imaginaba, si incluso tenía un resto de
grasilla pegada a la mejilla, no me extrañaba que Culo Ganador no me
hubiese dado el visto bueno. Tenía unas ojeras más moradas que el logotipo
de Podemos, líneas de preocupación frunciendo la comisura de los ojos y mi
frente. La melena apelmazada y pegotes negros distribuidos por toda la
cuenca ocular. La niña de The Ring y yo, primas hermanas, lo raro era que
Victo no hubiese salido corriendo, con lo abanderado de la pulcritud que era.
Me entretuve un poco más de lo debido por culpa de los nudos que se me
habían formado.
También por echarme algo de corrector. Definitivamente, a mí no se me
daba tan bien como a las chicas de esos vídeos de TikTok que veía en bucle,
se me cuarteaba y tenía la sensación de que no lograba disimularlas nada bien.
Por lo menos, estaba limpia y la ropa me sentaba como un guante.

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Cuando salí a la terraza, Victoriano me esperaba sentado en una de las
sillas. No llevaba puesta la americana, que descansaba sobre el respaldo de la
otra. Se había arremangado la camisa por debajo del codo, desabotonado los
dos primeros botones y sus ojos permanecían cerrados, mientras el sol
calentaba sus mejillas.
Era guapo, muy al estilo «Cayetano», pero guapo.
Supongo que su imagen proyectaba toda la estabilidad que siempre quise
en una pareja. Mi padre era más estilo Álvaro, ropa casual, muñeca llena de
pulseras de cuero, algunas canas salpicando el pelo castaño, casi siempre
desordenado, y con ese brillo aventurero en el fondo de la mirada. Mi madre
parecía estar hecha a juego, solo que se arreglaba algo más para aparecer
frente a la cámara. Se complementaban tanto que, en cuanto los miraban,
sabían que eran pareja. Quizá luego los llamara, para ver cómo estaban y
eso…
—Ya estoy —murmuré, interrumpiendo su baño de sol. Él me sonrió, la
aprobación había vuelto a sus retinas. Se puso en pie, me tomó de la mano y
besó mis nudillos.
—Ese vestido siempre fue mi favorito y el de mamuchi. Gracias por
ponértelo. —Ni siquiera me había dado cuenta de que escogí su ropa
predilecta, quizá fuera cosa del subconsciente. Era un vestido midi en color
malva, discreto y formal, como a él le gustaba—. Estaba pensando en lo
mucho que le hubiera agradado verte en tu puesto de directora y lo orgullosa
que se habría sentido de ti.
—Subdirectora —lo corregí. Él le restó importancia con la mano.
—Los dos sabemos quién se encarga de todo aquí. ¿Sabes? Siempre me lo
decía, Victo, esa chica llegará lejos, tiene que ser para ti, y mírate ahora, lo
has logrado.
—Victoriano, yo…
—Shhh —me acercó a su pecho y me abrazó—. No sabes cuánto te he
extrañado, Sweetie. Han sido unos meses tan duros, tan llenos de dolor, que lo
único que me aliviaba era saber que tu corazón era tan grande que me
perdonarías la mentirijilla piadosa, porque sé todo lo que me quieres. Lo he
dejado todo atrás por ti. Mi casa, mi trabajo, no me queda nada, salvo tú.
—¡¿Cómo que no tienes nada?! —pregunté—. ¿No has pedido una
excedencia?
—¿Para qué? No pensaba volver, eres el amor de mi vida, además… —Se
mordió el labio—. Tengo que contártelo, ¿recuerdas mi inversión en crypto?
—asentí—. Pues resulta que lo perdí todo, ese tipo de la empresa de

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criptomonedas era un estafador, así que mis ahorros se fueron a la porra.
Sabes que vivía con mi madre y que todavía quedaban años para pagar la
hipoteca del palacete. La hipoteca era sumamente cara y sin los ahorros no
podía hacerle frente, o invertía lo poco que me quedaba en pagar la letra, y
renunciaba a ti para siempre, o venía a por ti. Así que te elegí a ti, Maca, por
encima del dinero, de mi trabajo y de la hipoteca del banco. —«¡Menuda
suerte!»—. Como quería mamuchi, te tengo a ti y pronto estaremos casados.
Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío.
«¡Será caradura!».
Su reflexión fue como una losa de doscientos kilos cayendo sobre mi
espalda. Me faltaba el aire, acababa de encasquetarme su supervivencia a mi
costa. Victoriano me conocía lo suficiente como para saber que darle una
patada en el culo en esas circunstancias me era casi imposible, sobre todo,
teniendo en cuenta que lo que le esperaba en Mérida era poco más que la
indigencia, y no me lo imaginaba durmiendo en un albergue.
—¿Y el hotel en el que te hospedas? —pregunté con miedo.
—Esperaba que pudieras echarme una mano con eso, tengo pagado hasta
hoy, mañana tendré que buscar otro sitio o pedirte un pequeño préstamo.
—No sé qué decir.
—Dime que te casarás conmigo, que me harás el hombre más feliz del
mundo y dejarás que cumpla la última voluntad de mi madre. Te prometo que
me pondré de inmediato a buscar un empleo, o quizá tengas alguna vacante
cuando el hijo de los jefes se largue, ya sabes que para los números soy
brillante.
Eso era demasiado hasta para mí.
—¿Po-por qué no desayunamos primero? Estoy un poco mareada y no he
descansado bien como para tomar decisiones tan importantes, además de que
no sé qué querrán hacer mis jefes con el puesto de Álvaro. Igual me despiden
por engañarlos con lo del falso compromiso.
—¡¿Cómo quieres que te despidan?! —preguntó estrangulado—. Eso es
imposible, Maca, no pueden renunciar a sus dos directivos. Tú eres la que
llevas todo esto, ese mediocre es solo un mantenido que juguetea con una
cámara y los turistas.
—Álvaro no es un mediocre, es un gran fotógrafo.
—Lo que tú digas —relajó un poco el tono—. Me refiero a que no sirve
para dirigir, mientras que yo sería un gran apoyo. Ya verás cómo sabemos
vendérselo a los Alemany. —La cabeza me daba vueltas y sentía náuseas—.
Te estás poniendo blanca, necesitas glucosa, vayamos al restaurante a llenar

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tu estómago de cosas ricas, mientras te ofrezco mi regalo de boda, una
sorpresa que espero que te encante y te levante el ánimo.
—¿Una sorpresa? ¿Qué es? —Por favor, que no sea el vestido de su
madre de cuando se casó.
—Si te lo dijera, no sería una sorpresa. Vamos. —Tiró de mi mano con
entusiasmo.
—Victoriano, tengo que trabajar.
—Por supuesto, ahora que vas a mantenernos, hasta que tus jefes se den
cuenta de que me necesitan, tienes que alimentar la economía familiar, ya
sabes que soy de gustos finos, aunque con tu sueldo de ahora podrás
consentirme un tiempo —me sonrió. Casi que prefería hacerle un préstamo
para ayudarlo con lo del palacete y devolverlo a Mérida—. No puedo esperar
a ver tu cara cuando lo veas.
«Madre mía, ¡fijo que era el vestido con olor a naftalina y encaje en el
cuello!».
Cuando llegamos al bar, no esperaba bajo ningún concepto lo que me
aguardaba en la terraza.
El impacto fue tan grande que mis ojos se humedecieron de inmediato, me
eché a temblar, y si Victo no me hubiera sujetado, estoy segura de que habría
caído redonda al suelo.
—¿Papá? ¿Mamá? ¿Abuelos? ¡¿Qué hacéis aquí?!
—¡Venimos para tu boda!

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Capítulo 75

Victoriano
Un tono, dos, tres…

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—¡Victoriano!
—Hola, mamuchi.
—Dame buenas noticias.
—Todo va como la seda.
—¿Esa necia de Mari Carmen se lo ha creído?
—Sí, mamuchi, y creo que, como dijiste, el golpe de gracia ha sido traer a
toda su familia, que su madre le diga lo feliz que se siente y que le haya dado
su traje de novia para que se lo ponga esta noche. Maca está sobrepasada y no
va a poder negarse. Entre tu muerte, mi fragilidad económica y la dicha de los
suyos, esta cae.
—Bien, hijo, bien, recuerda que lo importante es que no sepa lo que ha
pasado en España.
—Lo dudo, está muy desconectada y, por suerte, lo de mis estafas a los
clientes del hotel que regentaba es imposible que trascienda hasta aquí.
—Tienes muy poco tiempo, Victoriano, necesitamos su dinero o
perderemos la casa. Que Piluca rechazara tu oferta de matrimonio fue lo peor
que nos podría haber pasado.
—Fue mala suerte que su padre jugara un torneo de golf con el cliente al
que saqueé en mi última timba. ¿Cómo iba a pensar que le enseñaría mi foto y
me reconocería?
—Si no te lo hubieras jugado todo en la última, no habría pasado esto.
—Lo sé, madre, pero es que lo tenía…
—Perdido, era lo que tenías. Tenemos todas las cuentas a cero, tienes que
ser rápido y cauto. Mari Carmen no es rica, pero ahora tiene una buena
nómina, cuando os hayáis casado, podrás ir ahorrando y ese cinco estrellas
seguro que está lleno de ricachones a los que poder sablear. Has de apostar
con cabeza, Victoriano, como te enseñamos tu padre y yo. Es nuestro legado.
—Sí, madre, no volverá a pasar.
—Buen chico. ¿Tienes las licencias que le pediste al Bodas?
—Sí, solo falta que esta noche me dé el «sí, quiero» y asunto resuelto.
—Muy bien, hijo, confío en ti.
—Hazlo, madre, tardaré un poco más, pero lo conseguiré. He aprendido
de mis errores y ahora sé cómo hacerlo.

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Capítulo 76

Noe

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Estiré los brazos y moví el cuello. Ya eran las diez de la mañana y, por
tanto, tocaba nuestra parada en boxes diaria. Mi jornada laboral y la de Ebert
arrancaba a las seis, por lo que necesitábamos cargar las reservas con un buen
desayuno y un café.
Fui a buscar un sitio a la sombra, en la terraza del bar, mientras él se
ocupaba de hacer el pedido en la barra.
Lo que no esperaba era encontrarme con una especie de celebración
protagonizada por la familia de Maca al completo junto a Victoriano. Tuve
que frotarme los ojos un par de veces para asumir que no se trataba de una
alucinación.
No entendía qué estaba pasando, qué pintaban todos allí, hasta que las
palabras boda y esta noche alcanzaron mis oídos juntándose en la misma
oración.
Me puse a teclear un mensaje de mayday a Lau, quien ya estaba de
camino, porque solía tomarse el café con Ebert y conmigo. Llegó incluso
antes de darle al botón de enviar, y cuando me agarró por la espalda, se quedó
tan perpleja como yo.
Las dos estábamos como un par de pasmarotes admirando la escena, solo
nos faltaba el bol de palomitas.
Doña Julia, la abuela de Maca, fue la que advirtió antes nuestra presencia,
nos pilló de pleno, sin parpadear, al lado de una preciosa planta de
buganvillas.
—¡Noelia! ¡Laura! —proclamó, acercándose a nosotras. A Lau la conocía
por videollamada, y a mí desde mi infancia—. Venid, estamos celebrando la
felicidad de mi nieta, ¡que por fin se nos casa! Pero ¡qué guapas estáis y qué
morenas! ¡Seréis unas damas de honor preciosas! —Casi me salió un
sarpullido al oírla y desviar la mirada hacia el supuesto novio que supuraba
felicidad matrimonial por cada uno de sus poros.
No tuvimos más remedio que acercarnos, era todo tan surrealista que por
primera vez en mi vida no sabía ni qué decir, muda me había quedado y con
cara de circunstancia porque lo único que me apetecía era sacudir a mi amiga
como a un sonajero y preguntarle en qué mierda estaba pensando.
Maca parecía haber sido abducida por una energía extraña que le impedía
actuar con normalidad. Sus padres cotorreaban con el futuro yerno de lo
felices que se sentían de que su hija hubiera encontrado a su pareja de vida en
él, un hombre tan atento y cariñoso.
Regurgitando en tres, dos, uno… ¡Y eso que tenía el estómago vacío!

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Por lo que pude enterarme, Victoriano les había pagado el pasaje a los
cuatro, además de un par de noches de hotel, supuestamente, quería
sorprender a Maca con una boda romántica, íntima y familiar. El muy hijo de
España lo tenía todo más que orquestado para que nuestra amiga no pudiera
resistirse.
Miré a un lado y a otro en busca de la cámara oculta, tenía que ser eso,
pero no había ninguna, estaba ocurriendo, y si no hacíamos algo, Maca iba a
casarse.
Me deshice momentáneamente como pude de la abuela Julia, poniendo
como excusa que estábamos trabajando y que nuestro descanso había
terminado, para arrastrar a Laura conmigo al interior del bar, necesitábamos
hablar y planear algo.
Ebert estaba detrás de la barra, revisando una de las cámaras que parecía
no enfriar del todo bien.
—Ya estoy, chicas, perdonad el retraso —comentó chocando la mano con
el camarero para salir de ella y venir a nuestro encuentro.
—En nada os tengo listo el desayuno.
Le dediqué una sonrisa taimada y casi le arranqué el brazo a Mr. Weber
para arrastrarlo junto con Laura al almacén de las bebidas.
—¡¿Qué te pasa?! Si estás pensando en un trío, yo no soy de esas cosas.
Sin desmerecer, Laura —proclamó al lado de las cervezas de importación.
—Ni en tus mejores sueños te compartiría. No se trata de eso. ¡Maca se
casa esta noche!
—¿Cómo que esta noche? —preguntó aturdido.
—Te lo digo yo, que llevo toda mi infancia a su lado, Culo Ganador le ha
venido con la pena negra y toda su familia. O la ayudamos, o de esta Maca no
se libra. ¡La culpa es de tu amigo, que, en lugar de afrontar la realidad, sale
por patas y nos deja con todo el marrón! —exclamé, mirando desencajada a
Ebert.
—¡¿Hoy?! ¡¿Estás segura?! —preguntó mi alemán, sacando el móvil para
teclear a toda leche.
—Garantizado. El cabrón de su ex ha hecho un montaje como el de esos
programas de la tele que sales por la mañana y cuando vuelves te han
reformado toda la casa. Victoriano no tiene ni un pelo de tonto, aunque lo
parezca, ha venido a por todas y se ha traído a los familiares de Maca como
operarios. Con lo sensible que ella es para estas cosas… Eso es jugar muy
sucio.

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—Pues juguemos nosotras también a lo guarro, hay que impedir que Culo
Ganador se quede con la chica. Me da igual si el cobarde de Álvaro se va a
Tanzania o a Sebastombolo, nosotras somos sus amigas y sabemos que ese
engominado de medio pelo no le conviene.
—¿Qué sugieres? —pregunté mientras Ebert se llevaba el móvil a la
oreja.
—Así, en frío y a bote pronto… A ver… Podría improvisar un disfraz de
extraterrestre y hacerme un buen maquillaje. A ti Ebert te puede fabricar una
especie de ovni con ruedas y luces láser. Podríamos perseguir a Victoriano
entre las plantas haciéndole creer que queremos abducirlo, llevarlo a un lugar
apartado y que Maui le dé un buen mamporrazo en la cabeza. El siguiente
paso sería meterlo en su canoa, empujarlo hacia el mar y que con un poco de
suerte la marea lo haga encallar en una isla remota en plan náufrago. Si
alguien lo encuentra y le cuenta la historia, seguro que lo ingresan en un
psiquiátrico, como poco.
—Uf, a ver, lo veo muy rebuscado. Ebert dudo que tenga tiempo de crear
un ovni creíble y que Victoriano caiga bajo el embrujo de un supuesto
secuestro alienígena, fijo que nos pilla.
—También podríamos contratar a un par de actores, que interrumpieran
en mitad de la ceremonia y acusaran a Victoriano de ser un espía
internacional.
Solté una carcajada, porque Culo Ganador tenía la misma cara de espía
que yo.
—Ver eso sería impagable, pero dudo que alguien se lo creyera.
—¿Y si hacemos pedidos a lo loco en plan pizzas, hamburguesas, etc.?
Que los repartidores lo inunden a pedidos y no pueda salir de la habitación.
—Si estuviéramos en Mérida todavía, pero dudo que en esta isla haya
tantos repartidores a domicilio como para formar un atasco.
—También es verdad. A ver, pensemos, las dos estamos de acuerdo en
que hay que salvar a nuestra amiga del error más grande de su vida, así que
para situaciones extremas hay que encontrar soluciones a la altura. —Laura se
puso a dar varias ideas para impedir que Victoriano saliera de la habitación de
su hotel y se presentara, mientras que Ebert seguía peleándose con el móvil
sin hablar—. Y en última instancia, necesito arcilla o algún material
moldeable. —Laura dirigió su mirada hacia el alemán, y este apartó el
teléfono de su oreja al ver que se dirigía a él—. Eh, tú, el del comodín de la
llamada, ¿alguna idea de dónde puedo hacerme con un material moldeable y
que sea preferiblemente barro?

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—Quizá en el almacén tenga algo que te pueda servir de utilidad, tipo
cemento o yeso, pero no arcilla. ¿Qué quieres hacer, una vasija para
envenenar al novio como en Juego de Tronos?
Reí por lo bajito.
—No, tío listo, lo mío va a ser una recreación de Ghost a lo isleño, ¡no te
fastidia!
Me eché a reír al ver el ceño arrugado de mi chico. Todavía no se lo había
contado a Lau, que lo nuestro ya era oficial, aunque después de que ella no
apareciera por casa después de ir a ver a Maui, me daba a mí en la nariz que
no era el único que había dado por fin un paso al frente.
—Quiero hacerle un kolossoi —prosiguió mi amiga—, lo suyo es hacerlo
de barro o terracota.
—¿Y eso qué es? —cuestionó alzando las cejas.
—Vendría a ser la versión romana de un muñeco vudú.
—¿Quieres hacerle vudú a Victoriano? —pregunté con el vello de la nuca
erizado. Yo no era muy de esas cosas, me daba pavor tocar tema magia,
espíritus y que pudiera volverse en mi contra.
—Sí, me enseñaron a hacerlo y puede funcionar si seguimos los pasos.
—Vale, pongamos que lo consigues. —Por el tono que empleó y la
postura de su cuerpo, se notaba que Ebert no creía que la sugerencia de Laura
pudiera surtir efecto—. ¿Cómo sabrán los dioses romanos hacia quién va
dirigida la maldición? ¿Tenemos que conseguir un mechón de pelo o algo así?
—cuestionó Ebert.
—Sí, de su matojo, los más largos y rizados, ¡no te fastidia! —Lau lo miró
mal.
—No te cabrees, que soy nuevo en esto.
—Y poco crédulo. Para que lo sepas, se escribe el nombre debajo, listillo.
Así no da a equívoco.
—Vale, eso es mejor que ir a por su vello púbico —mordió una sonrisa.
Laura dirigió su mirada hacia mí.
—Tenemos que acompañar la figura con una maldición, hay que pensar
bien lo que escribimos y enterrarla en un lugar de la isla donde haya malas
energías, seguro que Maui conoce alguno.
—Eso fijo —masculló Ebert sin disimular su aversión—. ¿Puedo
preguntar qué le pasará a Victoriano si funcionara?
—Podríamos partirle el pene —respondió Lau rotunda.
Ebert se llevó las manos a la entrepierna como acto reflejo, y mi amiga le
dedicó una sonrisa canalla.

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—Recuérdame que tú y yo nunca nos peleemos —musitó, mirándola, lo
que me hizo mucha gracia.
—Esa era una petición típica, pero en la maldición podemos poner lo que
nos venga en gana, en plan, que se le partan los dos pies y no llegue nunca,
que le dé un ataque de diarrea y lo postre en el baño, cosas así…
—Me reitero, tú y yo amigos para siempre —susurró él mirándola.
—Entonces, ¿vas a ayudarme? —le preguntó.
—Por supuesto que sí. Puestos a elegir, prefiero que Victoriano se quede
sin nabo y se cague en el baño.
—Hagámoslo —me sumé yo—. No perdemos nada, así que de perdidos al
río. ¿Tú has conseguido contactar con Álvaro?
—Me salta el contestador. He llamado a casa de sus padres, pero no hay
nadie y, aunque el teléfono de Joan da señal, no lo coge.
—¿Y Agnetha? —pregunté.
—Comunica, lo probaré más tarde.
—Lo mejor será que mientras nosotras vamos en busca de Maui, a ver si
él sabe dónde conseguir arcilla rápido y un punto de la isla con malas vibras,
tú vayas en busca de tu amigo, eso si no se ha largado ya de la isla —gruñí.
—Haré lo que esté en mis manos, pero no puedo garantizaros nada,
cuando a Álvaro se le mete algo en la cabeza, es tozudo como una mula, y eso
que estoy convencido de que está enamorado de Maca hasta las trancas.
—Pues esperemos que se dé cuenta antes de que sea demasiado tarde. En
marcha, tenemos una boda que impedir.

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Capítulo 77

Maui

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—¿Que necesitas que te consiga qué? —pregunté jocoso mientras me
comía a Laura con los ojos.
Después de haberme perdido en sus deliciosas curvas, no podía pensar en
otra cosa que no fuera en darle de su maná a mi tiki.
Hori tenía razón, había sido un auténtico capullo al poner tanta resistencia
en la dirección equivocada. Laura me gustaba, era una realidad, y obviarlo
solo iba a llevarme en una única dirección, a la del gatillazo, y yo era un tío
muy sexual.
—Arcilla.
—¿Quieres que hagamos un muñeco de barro?
—Café y cigarro, muñeco de barro. ¿Sabes que en España eso es cagar?
Casi me morí de la risa.
—Hombre, cagar es un placer, pero ya puestos a que tengo que hacerlo
contigo, prefiero otras cosas más suculentas —murmuré, llevando las manos a
sus pechos.
Le bajé el escote de la camiseta junto con el sujetador y le mordí los
pezones. Ella gimió enredando los dedos en mi nuca.
—Me encantaría hacer esto, pero no tenemos tiempo.
—¿Quién dice que no? Hacer una figurita, crear una maldición y
enterrarla en un punto lleno de malas energías es bastante rápido. Puedo
hacerlo todo y follarte al mismo tiempo, ¿recuerdas? Desciendo de un
semidiós —comenté, succionándole el pezón derecho mientras amasaba su
culo para frotarlo contra mi erección.
—Vale, semidiós, lo haremos, pero en cuanto concluyamos la misión.
Noe está ocupándose de la operación «Victoriano, te crecen los enanos», para
que ese capullo no pueda asistir a la boda, y tú y yo tenemos que cerciorarnos
de que mis dioses están de nuestro lado.
—Muy bien, iremos a por la arcilla —musité, devolviendo esas dos
preciosidades a su lugar.
—¿Se te da bien modelar?
—¿Lo dudas? ¿Es que anoche no te toqué lo suficientemente bien? —Me
ofreció una sonrisa picante y se mordió los morros.
—Anoche me tocaste más que bien, ¿dónde pasó la noche tu hijo?
—En la furgo, intuyó que había llegado al límite de mi resistencia y que tú
me sacarías de mi zona de confort.
—Chico listo —musitó.
—No sé qué me has hecho, vahine, pero lo quiero para siempre. —Volví a
frotarme contra ella.

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—¿Seguro? Eso suena a mucho tiempo, y los dos sabemos que te gusta la
variedad.
—No si se trata de ti, y sabremos cómo reinventarnos si alguna vez nos
falta algún ingrediente. —Mi respuesta la hizo sonreír.
—Anda, bravucón, movámonos, o al final me veo sin cumplir mi fantasía
de hacerte un Ghost isleño.
—¿Un Ghost isleño?
—Después te lo enseño —rimó—, primero a por el barro.
La llevé a casa de mi madre, era el único lugar con posibilidades de tener
arcilla fresca, ella la utilizaba para sus curas.
En cuanto me vio aparecer con Laura, una sonrisa afloró en sus labios, y
eso solo podía significar una cosa, que Hori se había ido de la lengua y que mi
madre estaba más que complacida al verme aparecer con una mujer por casa
después de tantos años.
Les bastaron cinco minutos para entablar conversación como si se
conocieran de toda la vida, y otros diez más para que Lau se abriera, le
contara sus planes y ella se ofreciera a ayudarla con la maldición y regalarle
cierta mezcla de hierbas que Victoriano recordaría para siempre.
—Recuerda que el efecto solo dura unas horas —le comentó, tendiéndole
el saquito y el trozo de pergamino enrollado donde habían apuntado las
desgracias a las que sería sometido Victoriano.
—Sí, tranquila, he tomado nota de todo, muchas gracias, eres la mejor.
—No hay de qué, puedes venir siempre que quieras, será un placer
compartir mis conocimientos contigo. —Mi madre me miró con una sonrisa
franca—. Maui, Laura me gusta.
—Por suerte para ti, a mí también, mamá.
—¿Por qué no venís el día que tengáis libre en el resort a comer? Puedo
preparar mi famoso Fafaru, así Laura y yo nos conocemos mejor, Hori seguro
que está encantado.
—No lo pongo en duda, ¿te ha dicho que se enamoró de Laura antes que
yo?
—Mi nieto siempre ha sido más listo que tú para el amor y menos
asustadizo. Aunque me alegro de que al final te dieras cuenta de que ella no
era para él, sino para ti.
—Creo que Hori también se dio cuenta de eso antes que yo.
—Es que tienes mucho que aprender de tu hijo, los chicos de hoy día nos
sacan la delantera en muchas cosas, y el tuyo es excepcional —aseveró Laura.

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—Sí que lo es. —Besé su sien, atrayéndola hacia mi costado de un modo
natural.
—Poehere, ha sido un placer conocerte y estaré encantada de venir a
comer. Como te he dicho, en mi próxima visita te traeré uno de mis falos
protectores, y otro de los de jade —le comentó, guiñándole un ojo.
Las mejillas de mi madre se encendieron y supe que estaba perdido,
porque el vínculo entre ellas ya se había forjado, solo me quedaba rezar a los
dioses para que las cosas salieran bien esa vez.
Me dirigí con Laura hacia uno de los marae cercanos a la casa.
Los marae eran construcciones realizadas con piedras volcánicas y coral,
lugares sagrados que podían tener connotaciones ceremoniales o religiosas. El
que formaba parte de la parcela de mi familia lo conocían los habitantes de la
isla y no se podía acceder a él sin permiso.
Se ubicaba en un claro rodeado de vegetación que le confería bastante
privacidad. En el centro, se alzaban tres tikis protectores, que representaban al
dios Tū, de la fertilidad en la tierra; la diosa Pele, que era la del fuego, y el
dios Ta'aroa, que era el creador supremo. Los tres tenían puesta la mirada
sobre un altar de sacrificios. No era como los de las películas, más bien una
pila de piedras del mismo origen que el marae con una mucho más lisa y
grande en la parte superior, en la que cabría una persona de metro setenta
tumbada.
Al lado, quedaba una poza natural en la que de pequeño disfrutaba
bañándome.
—Madre mía, ¡este lugar es mágico! —exclamó Laura—. ¿Qué es eso?
—Un altar de sacrificios —informé con la boca pequeña.
—¡No jodas! ¡Es ideal!
Solo existía una mujer en el mundo que pudiera maravillarse ante algo así.
Pasó la mano sobre la superficie pulida y sonrió.
—Ese es el sitio ideal. Mira, podemos sentarnos en el suelo y usar esa
piedra como base para hacer la figura, además, el agua está al lado. ¿Estás
listo para nuestro Ghost isleño?
—¿Te refieres a esa peli en la que se meten mano mientras hacen un
jarrón? —Ella asintió pizpireta—. Entonces, estoy más que listo. ¿Cómo será
el nuestro?
Laura sacó su móvil y me enseñó una fotografía.
—Nosotros no vamos a por el jarrón, sino a por esto, un kolossoi. —Lo
miré con detenimiento, era una figura humana atravesada por varias varillas

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de hierro en la boca, los ojos, la cabeza, el centro del pecho… Incluso una lo
atravesaba de delante hacia atrás en sus partes nobles.
—Se nota que el artista le tenía mucho aprecio al muso.
Laura rio.
—Recuerda que es para impedir una boda, así que tenemos que poner
todo nuestro empeño en hacerlo bien.
—Te prometo que me volcaré al cien por cien.
Laura sacó la arcilla que le dio mi madre, se acomodó en el suelo y me
pidió que trajera algo de agua. Busqué una cáscara de coco vacía, la llené, la
puse al lado de la arcilla y me acomodé detrás de Laura como en la película.
Ella hundió las manos concentrada en el barro y me fue pidiendo que le
pusiera agua.
Cuando tuvo la textura adecuada me dijo que la ayudara a modelarlo con
la espalda acomodada en mi pecho.
Era una postura muy íntima. Intentaba concentrarme, pero al ser más
bajita, la visión de su escote me sacaba de contexto. Además, no podía obviar
el aroma que desprendía, la sensación de tocarnos con las manos resbaladizas
y cómo su culo se movía convirtiendo a mi tiki particular en piedra volcánica.
—Mmm, alguien se está despertando —musitó.
Abandoné la dichosa figura y metí las manos bajo su camiseta para
colarlas por el sujetador y embarrar aquel par de maravillas.
—Llevo despierto desde que te has ido de la cabaña, no sabes cuánto me
pones, Laura. Verte aquí, en uno de mis lugares favoritos, me dan muchas
ganas de follarte.
Ella suspiró.
—¿Aquí? ¿En el altar de los sacrificios?
—¿Ves otro lugar mejor? —Pellizqué los pezones y ella resolló.
—¿Sabes que tuve una fantasía contigo y nos imaginé en uno de estos?
Gruñí en su oído.
—Yo contigo paso de fantasías, ahora lo único que me apetecen son
realidades.
Ella seguía dándole forma a la figura y yo a sus tetas.
—Voy a decirte una cosa, creo que tu ritual funcionaría mejor si le
hacemos una ofrenda a los dioses.
—¿Qué tipo de ofrenda? —jadeó con la voz tomada por el placer que le
ofrecía mi contacto.
—A los dioses les encantaría que les entregáramos parte de nuestro maná,
me parece un regalo maravilloso, seguro que así nos hacen más caso.

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Podríamos liberarlo aquí, frente a ellos. No hay mejor manera para que fluya
que el sexo.
—¿Insinúas que tus dioses son unos mirones y que haríamos bien si les
damos un espectáculo de porno en vivo? —murmuró jadeante al notar mis
dientes mordisqueando su cuello.
—No lo insinúo, estoy convencido, vahine, sobre todo, si se trata de
contemplarte a ti en pleno orgasmo. Esa cosa que has hecho es lo más
parecido a Victoriano que vas a conseguir, podemos dedicarnos un rato a
nosotros mientras se seca, ¿no querrás que cuando lo enterremos se deforme y
se malogre el nombre?
—Sería un horror que pasara eso —suspiró a la par que yo seguía con mi
particular tortura.
—Busca unos palitos para que se los clavemos, se los pones donde creas
que más dolor le puede causar y lo colocas en algún sitio para secar.
—Eso está hecho.
Convertí al kolossoi en un alfiletero. Laura aprovechó para desnudarse,
darse un baño rápido en la poza para quitarse el barro y emerger con el cuerpo
empapado para deleite de mi mirada enfebrecida. Caminó hasta la piedra
oscura y se tumbó tentadora.
La polla iba a estallarme ante tanta belleza.
Casi me arranqué las prendas que me cubrían, yo también pasé por el
agua, saliendo tan listo como empalmado.
Lau estaba jodidamente preciosa, con los rayos de sol calentando su piel y
aquella expresión de lujuria perfilando su boca. Di la vuelta al altar solo
contemplándola, observando cómo se erizaba su cuerpo por el contacto de mi
mirada.
—Tócame —susurró deseosa.
—Hazlo tú, tócate para mí.
Al principio, vislumbré cierta reticencia en su mirada, pero aceptó. Las
yemas de sus dedos reptaron por la piel morena en un camino sinuoso, una
danza tentadora que llevó la palma de mi mano a mi erección. Me acerqué a
ella sin perder detalle de cada caricia, cada jadeo, de cómo trazaba círculos en
sus pezones y bajar por el vientre hasta el monte de Venus. Separó las
piernas, invitante, y estimuló el clítoris henchido.
Era puro deleite. Me acerqué a su humedad y me permití saborearla
levemente. Solo una pasada para capturar una brizna de su esencia.
—Maui —gimió.
Alcé la cabeza y le sonreí.

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Me senté en la piedra frente a los tikis y le pedí a Laura que lo hiciera
encima de mi polla sin penetrarse, también de cara a ellos.
—Te quiero dentro —musitó sin ver la expresión de complacencia de mi
rostro.
—No tengo condones y ese de ahí es el Dios de la fertilidad, sería
jugársela mucho, ¿no crees? —Ella protestó bajito—. No te preocupes, te
garantizo que me ocuparé de darte el máximo placer.
Mis piernas estaban juntas, mientras que las suyas permanecían abiertas,
con un pie en cada una de las piedras salientes. Dejó que su cuello se venciera
hacia atrás para darme acceso a él. Tenía unas vistas privilegiadas sobre su
desnudez.
—Muévete. Eso es, encima de mi erección, úsame para tu placer, Laura.
Mordisqueé el lateral de su cuello, torturé sus pezones con una mano, la
otra se desplazaba de su boca al clítoris.
Estábamos mojados, sudorosos por la humedad del ambiente, el calor y
nuestro propio deseo. La incité hasta que su respiración se entrecortó por
completo, sus músculos se tensaron y yo me llené de anticipación.
—Voy a correrme, voy a correrme —anunció incontenible.
—Hazlo, ofrece tu maná a los dioses. Míralos, ellos bendecirán nuestra
unión y aceptarán tu ofrenda.
Laura los contempló con fijeza y yo aumenté el ritmo y la presión hasta
que se rompió frente a los dioses. Su flujo impregnó mi rigidez mientras yo
sujetaba los estertores de su cuerpo.
Estaba tan cachondo que podría haberme corrido así, pidiéndole que no
detuviera el balanceo, pero preferí alzarla, tumbarla en la piedra y frotarme
con fruición hasta liberarme sobre sus pechos y su vientre.
Al terminar, me tumbé para besarla y adorar su boca.
Ella sonrió y me acarició el pelo.
—¿Piensas que les habrá gustado? —musitó, desviando la mirada hacia
las deidades.
—Por supuesto —volví a besarla y la llevé conmigo a la poza para
lavarnos.
Salimos fuera, dejamos que el sol nos secara y aguardamos a que la figura
se solidificara un poco más, tomando el sol desnudos en la piedra.
—Adoro estar así contigo, en comunión con todo esto, es tan… liberador.
¿Entiendes ahora por qué no necesito más que lo que me da la isla? —le
confesé, besándole el pelo.

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—Lo entiendo y lo comparto, a mí también me gusta, pero ahora tenemos
que volver, hay una misión que cumplir y no podemos quedarnos más tiempo.
—Vale, aunque volveremos, no sabes la de ofrendas que se me han
ocurrido que podemos hacer aquí —gruñí, dándole un bocadito en el labio.
—Estoy deseando convertirme en objeto de sacrificio, siempre y cuando
tú seas mi hechicero.
—Descuida, nunca te compartiría con otro, eres mía, vahine, ahora y
siempre.
—Hasta el fin de nuestros días —prometió, entregándome las únicas
palabras que en ese instante necesitaba y no sabía cuánto.

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Capítulo 78

Noe

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Si en algún momento soñé en convertirme en chica 007, ese día estaba en
racha.
Sabía por Maca que Victoriano se hospedaba en el Manava Beach, pero
no tenía ni idea ni de su número de habitación ni de nada de nada, suerte que
poseía una filmografía muy amplia, una imaginación efervescente y un
cómplice que esperaba que supiera lo que se hacía desde la distancia.
Me acerqué a la recepción, me dirigí al recepcionista con mucho glamour
y poca gracia. Se suponía que el hastío formaba parte de la gran mayoría que
tenía algo más que mierda en las tripas.
—Hola —saludé medio desganada, metiéndome en mi papel de enviada
de Tiffany.
—Hola, buenos días, bienvenida al Manava Beach, ¿en qué puedo
ayudarla?
—Soy Ingrid Bergmont —anuncié—, y vengo a traer la alianza de boda
del señor Victoriano Jaramillo. —Le enseñé una cajita de terciopelo que
compré una vez en una subasta de Ebay con el logo de la famosa joyería,
porque me gustó muchísimo la peli de Desayuno con diamantes y sabía que
nunca podría tener una joya de aquel escaparate. En su interior, había una
pieza de bisutería de mucho brillo y poco coste, aunque si no eras un
entendido, daba el pego, oye. La abrí un segundo para que un destello lo
alcanzara y cerré rápido—. A la futura novia le bailaba un poco la joya, ya me
entiende, los nervios del enlace a muchas les hacen perder varios kilos —le
ofrecí una risita comedida y él me la devolvió—. Al señor Jaramillo se le
olvidó facilitarme su número de habitación, me podría decir en cuál se
hospeda y yo misma se la acerco, tengo bastante prisa porque mi avión sale en
breve.
—Espere un instante, que ahora lo llamo, deme un minuto. —Alzó el
dedo.
«¡Mierda!».
Había esperado que mi cara, mi escote y el vestido tubo lo hubieran
seducido, pero no. Si me la hubiera dado, habría sido demasiado fácil y poco
profesional de su parte. Ralph alzó el teléfono, su nombre refulgía en una
chapita sobre la americana granate. Consultó el listado de clientes en la
pantalla del ordenador y marcó el número sin que pudiera echar el ojo. Tras
medio minuto en espera con el auricular en la oreja, me miró con cara de
circunstancia y colgó.
—Lo lamento, señorita Bergmont, el señor Jaramillo no está en su
habitación. ¿Quiere dejármela a mí? La guardaré en la caja fuerte del hotel y

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yo mismo se la entregaré.
—Imposible, no puedo dársela a nadie que no sea él, entiéndame, jamás
podría hacerle responsable si algo le ocurriera a la pieza, mi jefe me cortaría
la cabeza y a usted lo despedirían de inmediato —comenté afligida—. Se trata
de un solitario muy especial realizado en oro blanco, con un diamante de talla
brillante, con más de cincuenta y seis facetas que reflejan la luz, y de más de
diez quilates. Su valor oscila entre cinco vidas de las suyas más tres de las
mías.
Él parpadeó perplejo.
—No sé qué decirle…
—¿Podría darme otra solución? Por ejemplo, podría acompañarme a su
cuarto y yo misma la dejo allí, así sería la única responsable.
—Lo siento, no puedo dejarla entrar sin el permiso del señor Jaramillo.
Ahí estaba la señal que necesitaba.
«Por favor, que caiga en la trampa y que esto salga bien».
—Un minuto, eso podemos solucionarlo de inmediato, no quería molestar
al señor Jaramillo el día de su enlace, pero si no hay más remedio…
Saqué el móvil y recé para que funcionara la estrategia que había ideado.
Existía un programa nuevo que gracias a la inteligencia artificial era capaz
de sustituir tu cara por la de alguien durante una videollamada, solo eran
necesarias varias imágenes de la cara de la persona en distintos ángulos, y
como yo tenía la clave de acceso a la nube de Maca, pude descargarme varias
fotos de Culo Ganador y así mandárselas a Mr. Weber, él era mi cómplice en
la distancia, porque me había acercado al Manava y se dirigía rumbo a casa de
los Alemany para buscar a Álvaro.
Ebert estaba al corriente y debía contestar al otro lado de la línea.
Cuando salió su cara, bueno, mejor dicho, la de Victoriano, casi me morí
de la risa.
—Buenos días, disculpe, señor Jaramillo, soy Ingrid, la enviada de
Tiffany, estoy en su hotel. En recepción no me permiten dejarle la alianza en
su habitación porque usted no está y necesitan su permiso. Sé que hoy es un
día muy complicado y lamento la molestia, pero por protocolo soy
responsable de la pieza y no puedo entregarla a nadie así como así.
—Buenos días, señorita Bergmont —susurró—. Gracias por su
profesionalidad, lamento no haber podido esperarla, pero es que tenía un
desayuno con la familia de mi futura mujer. ¿Puede pasarme con la persona
encargada de recepción para que le dé la orden?
—Por supuesto.

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Giré el móvil, con el corazón bombeando a trescientos latidos por minuto.
Ralph se fijó en la pantalla y vi reconocimiento en su mirada. Parecía que
estaba de suerte y había visto a Victoriano.
—Señor Jaramillo, disculpe, no sabía que era usted, qué cabeza la mía, es
verdad que esta mañana, cuando le pregunté si no iba a desayunar, me dijo
que tenía una reunión con la familia de su futura mujer.
«Redoble de tambores y pase directo a la final de Got Talent. ¿Quién es la
mejor? ¿Quién es la mejor? ¿Quién es the simply the best? Ua, ua».
—Así es, ¿podría dejarle la llave de mi habitación a la señorita Bergmont
bajo mi absoluta responsabilidad?, me gustaría decirle a ella dónde quiero que
me deje la joya y que nadie esté presente por seguridad. —Vi que Ralph
dudaba.
—Estaré muy poco tiempo —musité—, ya le he dicho que tengo prisa.
Nos miró a uno y a otro dubitativo.
—¿Ralph? —musitó Ebert, afectando la voz a lo «Cayetano».
—Es que esto incumple las normas, señor Jaramillo… Si usted estuviera
aquí…
—No puedo esperar tanto tiempo o perderé el vuelo —mascullé.
—Hágame este favor, no puedo presentarme en mi boda sin el anillo, le
prometo que seré muy generoso con la propina cuando me vaya, además,
añadiré una carta recomendándolo al director y una buena reseña en Trip
Advisor mencionándolo.
Los dedos del recepcionista tamborilearon, y al final aceptó.
—Todo sea por su felicidad.
«Claro, y un buen pellizco en el bolsillo, qué cara más dura, aunque eso a
mí me la trae floja».
Por fin conseguí la ansiada llave y el número de habitación. El pulso me
latía muy rápido, casi tanto como los pasos que estaba dando para alejarme de
recepción.
Cuando estuve lo suficientemente lejos, volví a llamar a Ebert.
—¡Lo hemos conseguido! ¡Dime que ya has dado con Álvaro o sus
padres!
—Todavía no, parece que no hay nadie en casa.
—¡Tienes que encontrarlos!
—Estoy en ello. Por cierto, me ha llamado el doctor Wong. —Eso sí que
no lo esperaba, paré en seco sin saber si tenía que esperar algo bueno o
fatídico—. José Luis está fuera de peligro y la hinchazón ha remitido
muchísimo.

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—¡Por fin una buena noticia! —proclamé, dando saltitos. La recuperación
de Joselu tenía que ser una señal de que todo iba a salir bien. Suspiré aliviada.
Laura tendría que estar al caer, me mandó un mensaje diciendo que iba de
camino diez minutos antes de que yo entrara en recepción. La necesitaba para
que me ayudara con ciertas cosillas. El plan era sencillo, yo me iba y ella se
quedaba terminando la faena. Sabía por Hori que las cámaras de seguridad del
Manava eran de pega, ninguna grababa de verdad, porque la vida delictiva de
la isla era del 0,1 %, lo que jugaba a nuestro favor.
Por fin llegué a la habitación, fui directa al baño, saqué el autobronceador
ultra fast del bolso y cambié el contenido de la crema hidratante y facial de
Victoriano por la mía. Naranjito a su lado iba a ser un aficionado. Pulvericé
cayena en polvo en su cepillo de dientes y cambié su acondicionador de pelo
por crema depilatoria.
No podía estar más tiempo.
«Mierda, Laura, ¿dónde estás?».
Me asomé a la puerta y la vi girando la esquina del pasillo con una maleta
de ruedas. Miré a un lado y al otro y le hice un gesto para que se apresurara.
Sus labios formularon un «ya voy» mientras yo salía, dejaba la puerta
ajustada sin cerrar del todo y me cruzaba con ella guiñándole un ojo. Era
mejor que nadie nos viera hablando.
Regresé a la recepción y le devolví la llave a Ralph.
—Ya está, muchas gracias.
—Que tenga un buen vuelo de vuelta, señorita Bergmont.
—Muchas gracias, y tú una buena propina, Ralph, seguro que de la reseña
del señor Jaramillo nunca te olvidas.
Le ofrecí una última sonrisa y me marché.
Maui estaba a una distancia prudencial esperándome con el coche de
empresa en marcha, mientras Laura terminaba con su parte del plan.

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Capítulo 79

Maca

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Tras el desayuno de la sentencia, me encajoné en el despacho y no salí en
todo el día.
No mentía cuando le dije a Victoriano que tenía muchísimo trabajo,
además, necesitaba no pensar demasiado, porque la realidad me ahogaba.
No les había visto el pelo ni a Noe ni a Laura y estaba de los putos
nervios. No sabía si llamarlas y pedirles ayuda para salir huyendo a lo Julia
Roberts en Novia a la fuga, solo que en mi caso, al ser una isla, tendría que
largarme en canoa en lugar de a caballo.
Estaba al borde de un ataque de nervios, porque lo peor de todo era que a
mis padres y mis abuelos les entusiasmaba la idea de mi enlace con Victo.
En ese instante tenía el vestido de novia de mi madre entre las manos.
Ella me contemplaba extasiada, exigiéndome que me lo pusiera por si mi
abuela me lo tenía que ajustar.
Mi constitución era bastante parecida a la suya, así que en cuanto me lo
puse, las dos se emocionaron y me observaron con los ojos húmedos.
—Maca, ¡estás preciosa! —proclamó mi madre, llevándose las manos a
los labios.
Era de un estilo boho chic, sencillo y sin demasiadas florituras, ideal para
una boda en la playa, como Victo pretendía.
—Desde luego que es tu viva imagen, Virgi —anunció mi abuela—. Yo
he traído este broche, ya sabes, por eso de que hay que llevar algo prestado,
algo regalado, algo nuevo y algo azul. Así que como tu madre te presta el
vestido, yo te regalo esta reliquia que tanto te gustaba de pequeña y que tiene
algo azul.
—Abuela —me fundí en un abrazo con ella.
Ese broche pertenecía a su madre, tenía unas preciosas incrustaciones de
topacio color aguamarina formando una flor que eran una auténtica pasada.
Como bien decía, de pequeña me colaba en su cuarto para abrir el joyero y
admirar las pocas piezas que contenía, eso sí, todas buenas, como ella
argumentaba.
—Quiero que sea tuyo, Mari Carmen, que esta semana han muerto Tina
Turner, Gala y Llongueras, con el dinero que tenían. Los viejos caemos como
moscas, con eso de que no quieren pagarnos la pensión, yo creo que hay un
complot mundial para erradicarnos. Primero lo intentaron con la COVID, y
ahora le ha tocado el turno a los que más dinero tienen y más les cuestan. Nos
extinguimos y una no sabe cuánto tiempo le queda de vida.
—¿Ya estamos con tus teorías de la conspiración, abuela?
—Ríete, pero están liquidando a los viejos.

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—No digas eso, que tú y el abuelo sois incombustibles, además, esos tres
eran mucho más mayores que vosotros.
Los abuelos deberían ser eternos y tener prohibido morirse, sobre todo, los
míos, que tanto me habían cuidado siempre.
—Aunque sea así, este broche yo no me lo puedo poner para ir a misa los
domingos, o la Pascuala diría que voy de ricachona ahora que mi nieta va a
casarse con una familia de nobles.
—Victoriano no tiene ningún título.
—Bueno, pero ya sabes cómo son en el pueblo. Tú seguro que puedes
lucirlo más en este sitio. ¿Eres feliz aquí, hija?
—Sí.
Los ojos me traicionaron y se me llenaron de más lágrimas, no porque
estuviera mintiendo, sino porque lo había sido hasta entonces y mucho.
Todo en Moorea era perfecto, me gustaba la isla, mi trabajo, que
estuvieran mis amigas, la relación con los trabajadores, con los clientes…
Salvo por un pequeño detalle, que Álvaro se había marchado sin decir adiós y
no le importó dejarme atrás en los brazos de otro hombre.
—¿Qué ocurre? —preguntó mi madre, arrugando el ceño.
—E-es la emoción —mentí.
¿Cómo iba a decirles la verdad? ¿Y cómo no se la iba a decir? ¿Estaba
dispuesta a llegar con Victoriano hasta el final después de haber descubierto
el amor verdadero? No estaba segura de poder llegar a pronunciar el «sí,
quiero».
Victoriano pasó casi todo el día con mis padres, se había ido hacía
escasamente quince minutos, cuando terminó mi turno laboral, para decirme
que iba a cambiarse y que no fuera de esas novias que llegaban una hora tarde
al enlace.
No tenía demasiado tiempo para tomar una decisión y me sentía como si
me hubiera abducido una maldita canción de Camilo Sexto.

Siempre me voy a enamorar


de quien de mí no se enamora,
y es por eso que mi alma llora.
¡Y ya no puedo más!
¡Ya no puedo más!
Siempre se repite esta misma historia…

A mi abuela le encantaba, tenía todos sus discos, y yo me sabía sus grandes


éxitos de tantas veces que los había escuchado.

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—Date un baño, seguro que eso te relaja —sugirió mi madre—, te he
comprado un precioso conjunto de ropa interior para esta noche. ¿Quieres que
te llene la bañera?
Aquellos pequeños detalles eran los que más echaba de menos de ella,
sentirme mimada, cuidada y arropada era lo que más anhelaba.
—Quizá sí que me siente bien —musité. Ella se levantó y regresó en un
santiamén.
—Nosotras también tenemos que ir a cambiarnos, ¿quieres que llamemos
a Laura y a Noe?
—No, ellas seguro que también se están arreglando.
—En media hora estaremos de vuelta y así te ayudamos con lo que sea.
—Gracias —susurré, y ellas abandonaron la villa.

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Victoriano
«Siuuuuuu».
Entré en la habitación con el grito de Cristiano en la boca.
Los tenía a todos comiendo de la palma de mi mano, en una hora y media
Maca sería mi mujer y mis problemas económicos se solucionarían.

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Conecté el móvil a los altavoces bluetooth mientras me desnudaba
arrojando la ropa de un lado a otro sin miramientos al ritmo de Old Time Rock
And Roll. Me sentía igual que Tom Cruise en Risky Business, insuperable.
Fui al baño, accioné la ducha y dejé que el vapor de agua lo empañara
todo.
Me metí bajo el chorro y me enjaboné bien. Tenía que lucir pelazo en las
fotos, así que fui generoso con el acondicionador. Me lo puse en el pelo y lo
dejé actuar. Tenía tiempo de sobra. Corté el agua, me sequé y fui en busca de
mis cremas. Una buena capa de hidratación era justo lo que necesitaba para
que mi piel luciera como la del culito de un bebé.
Aproveché para sacarme algunas fotos y mandárselas a mamuchi, bajo
ellas podía leerse, «Tu hijo preparándose para solucionarnos la vida».
Cogí la pasta de dientes, la coloqué en el cepillo después de leer la
respuesta de mi madre, compuesta por varios emoticonos de ánimo.

Di cuatro restregones y noté que la menta picaba como nunca.


«¿Qué diantres?».
El tubo era el de siempre, prometía aliento fresco veinticuatro horas. La
lengua empezó a arderme inexplicablemente, en lugar de mentol debía estar
hecha con dragón.
¡Me cago en la leche! ¿Se habría caducado?
Me puse a escupir como un loco, pero el ardor iba in crescendo.
Los ojos me lagrimeaban. Pasé mis manos por la lengua con ganas de
arrancármela. La sensación era indescriptible.
Abrí el grifo, metí la boca debajo y me puse a llenarla de agua para
escupir. Nada parecía surtir efecto.
Había empezado a llorar. La mirada se me empañó, deslicé las yemas para
enjuagármelos pasando por alto que antes las había tenido sobre las papilas,
con el simple roce casi se me cayeron de las cuencas.
«Por Dios, ¡¿qué me pasa?!».
Lo mejor era que me metiera otra vez entero en la ducha, en lugar de solo
la cabeza como pretendía para quitarme el acondicionador.
Lo hice sin pensar, medio ciego, con una sensación de quemazón
indescriptible en la cavidad bucal.
Froté, me restregué, dejé que el agua corriera por mi cara, el pelo y la piel,
sin conseguir calmarme.

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Recordé que una vez comí unos habaneros muy picantes en un mexicano
y me trajeron un vaso de leche. En el minibar tenía una botella, que usaba
para hacerme los cortados, quizá sirviera con la menta caducada.
Salí de la ducha de nuevo dejando un reguero de agua a mi paso. Me
resbalé y me aticé con la silla en toda la espinilla.
Lancé un grito de dolor que atravesó toda la habitación.
¡Mierda! ¡Joder!
Llegué a la pequeña nevera con la pierna palpitando, cogí la botella y la
vacié entera en mi garganta dejando que cada trago actuara sobre mi lengua.
¿Era por la pasta de dientes, o me sabía rara?
Me daba igual, a cada sorbo, la sensación de ardor iba bajando, que era lo
importante.
¡Cómo me dolía el golpetazo!
Regresé al baño, al haberme duchado de nuevo necesitaba ungirme otra
vez en crema. Me sequé a conciencia y a hidratarme de nuevo. No podía ver
mi reflejo porque el espejo todavía estaba empañado, ya lo haría después.
Cogí el tubo de pasta dental y lo tiré íntegro a la papelera. Agarré el móvil
y me fui directo al balcón. Tenía mucho calor y no era plan de ponerme el
traje sudado. Me entretuve un rato viendo modelos de coches y dejé que la
brisa me serenara. Todavía tenía tiempo.
Apuré hasta los últimos cinco minutos, no necesitaba más.
Fui en dirección al armario, y cuando lo abrí, grité, aunque la voz no me
salió como siempre, era como si el pitufo maquinero me acabara de poseer.
Intenté hablar, la voz iba y venía con un soniquete agudo al más puro
estilo intoxicación por haberse tragado un globo de gas helio. ¿Me habría
afectado la pasta de dientes a las cuerdas vocales? ¿O era por la mezcla con la
leche?
¡Necesitaba que me funcionaran las cuerdas vocales para dar el «sí,
quiero»!
Aunque lo peor de todo no era eso, sino que había desaparecido toda la
ropa de mi armario. En él solo quedaba una cosa marrón y larguirucha,
parecía un disfraz de… ¿Zurullo?
O era un mojón, o una salchicha carbonizada. Con agujeros para los
brazos y las piernas y otro para la cara.
¿Qué cojones era eso y por qué no estaba mi traje de novio?
Igual me habían vaciado la habitación por error porque al día siguiente me
marchaba.

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Pero ¿quién dejaría un disfraz de mierda en mi armario? Si incluso tenía
tropezones.
Fui al teléfono para llamar a recepción, pero comunicaba; un intento, dos,
tres. Arranqué el terminal desesperado y lo estampé contra el suelo.
¡Necesitaba largarme ya para llegar a tiempo!
No podía ponerme la ropa sudada de nuevo, porque era imposible pasar
otra vez por la ducha. La toalla estaba empapada y no era una opción.
Apreté los dientes.
Total, en este sitio no iban a volver a verme, pasaría la noche de bodas
con mi mujer.
Me enfundé en el zurullo, me calcé los zapatos y fui hecho un basilisco a
recepción, dispuesto a armarles la marimorena por haber vaciado mi armario
sin mi permiso.
Allí estaba la maldita recepcionista, carcajeándose al teléfono de cháchara
con una amiga. Me puse en su visual, ella alzó la cabeza y dio tal grito que
dudé de si había entrado en un universo paralelo y estaba en la peli de
Scream.
Hubiera rugido un «¡Puede colgar y atenderme de una maldita vez!», si en
lugar de un gemidito me hubiera salido voz. La recepcionista me miró
anonadada.
—¿E-está usted bien? —preguntó trémula, repasándome de cabeza a pies.
«De puta madre, ¿no me ve, estúpida?».
Entonces me fijé en el reflejo que ofrecía el espejo que estaba a la espalda
de la recepcionista y tuve que mirar dos veces para darme cuenta de que esa
cosa era yo y no un ente traído del planeta Naranjito.
¡Mi cara y mis brazos eran naranjas, y donde antes lucía un pelazo de
anuncio, ahora quedaban tres mechones al más puro estilo Crispin Clander!
Intenté gritar de nuevo, pero solo escapó un silbido que se asemejaba más
a haber pisado un juguete canino que a mí.
Eso no podía ser fruto de una intoxicación, ¡alguien estaba intentando
sabotear mi boda, y no lo iba a consentir!

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Página 516
Capítulo 80

Maca
No iba a casarme.

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No necesitaba que nadie me dijera que si me casaba con Victoriano,
cometería el error más grande de mi vida.
No necesitaba que Noe y Laura me sacaran de la bañera, me secuestraran
y me metieran en un avión drogada hasta las cejas para que no cometiera el
error más grande de mi vida.
O que mi madre y mi abuela leyeran entre las líneas que forzaban mi
sonrisa, para darse cuenta de que, si aceptaba a mi ex como marido, cometería
el error más grande de mi vida.
No necesitaba que Álvaro apareciera montado en un corcel blanco para
decirme que me amaba y que no me casara con Victoriano, que lo hiciera con
él, porque si le daba el «sí, quiero» a Culo Ganador, cometería el error más
grande de mi vida.
Bueno, quizá eso un poco sí que lo necesitaba, pero era más bien una
fantasía perteneciente a mi alma romántica y fan de Pretty Woman.
Nunca había existido esa intención en mí, como para que ahora me la
planteara, hacía mucho que dejé de pensar en Victoriano como pareja, lo
único que ocurría era que había colapsado; tras creer que tenía la felicidad en
la yema de mis dedos, todo se desmoronó.
La aparición sorpresa de Victoriano, Álvaro y su «Me marcho a Tanzania
y que seas muy feliz», la aparición de José Luis, su paternidad y su vida
pendiendo de un hilo. Que hubiera fallecido mi suegra, la aparición de mis
padres y mis abuelos para una boda sorpresa… Demasiadas emociones juntas
en apenas veinticuatro horas, por no hablar de que mi trabajo pendía de un
hilo por culpa de una gran mentira.
¡Estaba sobrepasada! Aunque no me duró mucho.
Me bastó un baño, en la intimidad de la villa, para darme cuenta de que
daba igual que estuviera aquí mi familia, de si los decepcionaba o no, de si no
cumplía la última voluntad de una suegra en la que nunca vi un atisbo de
aprecio, o si Álvaro entraba en ese momento para decirme que no lo hiciera.
Porque eso no iba de lo que quisieran los demás, iba de mí, de mi futuro,
de lo que no entraba en mis planes y de lo que sí.
Mis padres siempre hicieron lo que creyeron mejor para ellos, y yo, por
una vez, iba a hacer lo mismo, iba a pensar en lo que yo quería, en lo que me
hacía feliz, y no en el cataclismo que supondría mi decisión final. Tenía que
ser consecuente, honesta, agarrar al toro por los cuernos y enmendar el nudo
que yo misma había ido apretando hasta asfixiarme.
El primer paso arrancaba contando la verdad, y para eso tenía que
olvidarme del enlace e ir a mi despacho.

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Salí de la bañera diez minutos después de haberme sumergido. No podía
perder más tiempo. Me sequé rápido y dejé el moño desmadejado que
improvisé en lo alto de mi cabeza para buscar algo cómodo que ponerme.
Me bastó el mismo tiempo para llegar, sentarme frente al ordenador,
buscar el documento de renuncia a mi puesto laboral, que teníamos
protocolarizado, imprimirlo, firmarlo con fecha de hoy y llamar a Joan.
Me respondió al cuarto tono. Me disculpé de antemano por llamarlo fuera
de mi horario laboral, le dije que necesitaba hablar urgentemente con él y su
mujer, que quería presentar mi dimisión.
Fue una bomba, al parecer, inesperada, porque lo escuché contener el aire
al otro lado de la línea.
—¿Cómo dices?
Me estaba costando la vida darle la noticia, me faltaba el aire y una
pesadez enorme se había instalado en mi fuero interno porque iba a renunciar
a mi sueño, pero necesitaba hacerlo para ser consecuente con mis actos.
—Tengo la carta de renuncia al puesto de subdirectora firmada, con fecha
de hoy, delante de mí. No les voy a dejar con el culo al aire, si es lo que
temen, les daré el margen necesario para que encuentren a otra persona que
me reemplace. Estoy segura de que cualquiera de mis compañeros que están
en España y optaban al mismo cargo estarán encantados de tomar mi relevo.
—Maca, ¿dónde estás?
—En el despacho.
—¿Esto tiene algo que ver con mi hijo?
—No, es una decisión personal, no he sido franca con ustedes desde el
principio y este puesto no me corresponde.
—¿Puedes darme diez minutos? Me gustaría que lo habláramos en
persona antes de que te precipites.
—No me estoy precipitando, es lo correcto.
—Sea o no lo correcto, prefiero que lo hablemos. ¿Podemos hacerlo
ahora?
«Claro que podemos, solo tengo que casarme en cuarenta y cinco minutos
y no pienso hacerlo».
—Por supuesto, aquí le espero.
Me dejé caer en la comodidad de la silla que me había envuelto en los
últimos meses. Casi podía ver a Álvaro con su sonrisa tunante observándome
desde la mesa de enfrente, para regresar su mirada al vídeo que estuviera
editando.

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Me gustaba contemplar la forma en que su ceño se arrugaba concentrado,
el modo en cómo los hombros se le echaban hacia delante en una postura
incómoda que le pasaría factura a esas cervicales que me gustaba masajear.
También me gustaba aferrarme a ellas cuando entrábamos a la villa
precipitados y hambrientos de sexo. Cuando me penetraba contra la pared y
nos envolvíamos en jadeos, con mis bragas echadas a un lado y sus
pantalones arremolinados en los tobillos por la necesidad extrema de
sentirnos.
Ya no habría más sexo de supervivencia con Álvaro.
Ni bromas, porque no te lo he dicho, pero en estos dos meses le he
gastado unas cuantas. Una noche que no me leyó porque estaba agotado y se
quedó dormido en la cama, fingí que me había afectado el sonambulismo y
me puse a dar brincos en el colchón con la mirada perdida.
Tendrías que haber visto el susto que se dio y su mirada desencajada
porque le daba pánico despertarme o que me cayera y me abriera la cabeza.
Casi se me escapó la risa. Aguanté como una jabata, me quedé muy quieta, y
entonces comencé a hablarle a una esquina para que pensara que estaba
teniendo contacto con mi bisabuela, casi se jiñó.
Di un grito, y él dio otro empujado por el mío, estaba lívido, tanto que
corté la broma de raíz temiendo por que le diera un paro cardíaco.
Me froté los ojos y lancé un bostezo mirándolo como si no comprendiera
qué había ocurrido. Estaba tan asustado que sentí pena, lo abracé y reconocí
que todo había sido una broma de mal gusto.
Le volvió el color a la cara y, en lugar de enfadarse, me sometió a una
guerra de cosquillas y sexo desenfrenado.
Lo iba a echar tanto de menos que sería difícil superar a un tío como
Álvaro.
Pensé que cuando se cansara de mí, me refugiaría en el trabajo y en mis
amigas, ahora sabía que no sería así.
Masajeé las sienes intentando erradicar la pulsión sorda que se
concentraba en mi cabeza. No podía pedirles a Lau y Noe que regresaran a
Mérida conmigo, habían encontrado un curro que les gustaba, brillaban en
Moorea, por no hablar de que mi mejor amiga estaba genial con Ebert y
dudaba de que Maui pudiera evitar a Laura por mucho tiempo, ¡si lo hacían
todo juntos excepto follar! Y él se moría de celos cada vez que mi amiga se
trajinaba a otro. ¡Era la crónica de una pareja anunciada!
Dejé ir un suspiro largo. Volvería a Mérida, a mi antiguo piso, y buscaría
curro en algún sitio que me mantuviera tan estresada que no me diera tiempo

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a lamentarme por nada. Quizá un McDonald’s, una ración de estrés y trabajo
precario me serviría para coger impulso de nuevo.
Después echaría el currículum en una cadena hotelera lejos, pero a algún
lugar al que pudiera llegar en tren, quizá Francia o Italia, ya vería. Primero
tenía que estar en paz conmigo misma, y para eso necesitaba erradicar las
mentiras de mi vida.
Los golpes en la puerta me sacaron del ensimismamiento. Joan llegó dos
minutos antes de tiempo, lo hizo con Agnetha y cara de preocupación.
Vestían ropa elegante, como si los hubiera pillado a punto de dirigirse a una
cena importante o a un baile de gala.
—¿Tú no te casas esta noche? —preguntó Joan sin preámbulos,
contemplando mi atuendo con extrañeza. Siempre me gustó que fuera un
hombre directo. Era lógico que ya lo supiera, Álvaro me dijo que hablaría con
sus padres antes de marcharse. Suspiré—. Si es por eso por lo que quieres
dimitir, no hace falta que lo hagas.
—No, no es por eso. El motivo por el que quiero dejar mi puesto es por
mi falta de honradez, porque les mentí, aunque imagino que su hijo ya les
puso al día de ello.
—Álvaro vino esta mañana a casa, sí, pero nosotros también te mentimos
a ti, así que estamos en tablas. Charlamos largo y tendido y todos nos
sinceramos. No eres la única que ha mentido en esta historia, Maca, nosotros
también lo hicimos.
—No le comprendo.
—Por favor, siéntate y hablemos.
Fue así como me enteré de que, en parte, los Alemany me habían utilizado
tanto como yo a su hijo. Que nunca se creyeron lo mío con Álvaro, que sabían
que mi prometido era Victoriano desde el principio y que había volado sola.
Que si no dijeron nada cuando les mentimos fue porque Joan tenía la
esperanza de que lo mío con Álvaro pudiera funcionar, que fue idea suya la de
sentarnos juntos en el vuelo y que si mi ex hubiese venido, le habría tocado
lejos de nosotros. Que cuando me conoció, pensó que era la mujer ideal para
Álvaro y quiso hacer de Celestino.
De todo lo que había podido pasarse por mi cabeza, nunca habría
imaginado algo así.
—Por tanto, no tienes por qué dimitir, como ves, yo tampoco jugué limpio
y quería que Álvaro fuera para ti, que nos sirvieras de ancla para amarrarlo
cerca de nosotros.

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—Pues ya ve, ni de eso les he servido, soy un ancla de mierda y su hijo se
ha ido. Bon Voyage![25] —Joan miró de soslayo a su mujer y ella puso cara de
circunstancia. No sabía lo que significaba, pero me daba igual; cuando
tomaba una decisión, era de las que la llevaba hasta las últimas consecuencias
—. Sea como sea, tengan parte de culpa o no, yo renuncio. —Le tendí la
carta.
El temor volvió a sus rostros.
—¿Por qué no te lo piensas mejor? Ninguno de los dos quiere que te
vayas —comentó, haciendo partícipe a Agnetha, que asentía—. Tómate unos
días, yo asumo el mando mientras te lo piensas, el puesto de directora va a ser
tuyo a tu vuelta. Álvaro nos pidió encarecidamente que te ascendiéramos, y
nos lo hubiera pedido nuestro hijo o no, lo habríamos hecho, fue un error
garrafal no darte ese reconocimiento desde el principio. Queremos darte lo
que siempre te perteneció. —Mi corazón dio una voltereta de pura felicidad,
aun así, no pensaba aceptar.
—Se lo agradezco, pero no.
—Maca… —murmuró Agnetha con la voz algo tomada—, las prisas no
son buenas consejeras, hazle caso a mi marido, tómate unos días y, con la
mente despejada, decides. Acepta nuestras disculpas, tú hiciste todo lo que
estuvo en tu mano con el único objetivo de ser la persona que creías que
buscábamos, porque deseabas este puesto por encima de todo. Los verdaderos
culpables de presionarte tanto somos nosotros, y estamos dispuestos a asumir
la culpa que nos corresponde. Tómate esa semana, elige el lugar que quieras,
correremos con los gastos con mucho gusto.
No sabía qué responder, aunque tampoco pude hacerlo porque empezaron
a oírse gritos fuera del despacho que nos interrumpieron.
Los tres miramos hacia la puerta, y yo me puse en pie para abrirla y
entender qué era todo aquel follón.

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Capítulo 81

Lau, 5 minutos antes

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—Hubiera dado cualquier cosa por ver el interior de esa habitación. —
Noe se rio—. Dios, ¿te acuerdas el año que casi fuiste tú la langosta de la
boda de tu prima? —comentó carcajeándose.
—Es que ese puñetero autobronceador debería estar penado por la ley,
parecía la hija no reconocida de Donald Trump y el cangrejo Sebastián. —Las
dos nos echamos a reír—. ¿Crees que se habrá tomado un cortado? No sé si
fue buena idea lo de volcar la infusión en la leche, pero era donde me pareció
que se notaría menos el sabor —musité, mirando a Noe, que estaba enfundada
con el horripilante vestido de dama de honor, idéntico al mío, que nos había
proporcionado Victoriano para la boda.
Parecíamos una bola de discoteca roja o un trozo de espumillón. Si nos
ponías la canción de Mariah Carey de Navidad, podríamos haberle hecho los
coros. Si es que no íbamos para nada acordes con la temática playera, más
bien para acudir al festival de Eurovisión, y mira que era difícil que a Noe
algo no le sentara bien.
—A ver, ¿qué nos decía siempre Maca? —me preguntó, salvándome de
uno de sus destellos que amenazaba mi córnea—. Que Culo Ganador era
adicto al café con leche, que se tomaba seis o siete al día.
—Ya, pero igual, si solo se ha tomado uno, era poca cantidad —dudé.
—A lo hecho pecho, ya no hay marcha atrás —miró el reloj—,
deberíamos ir yendo hacia la villa para ayudar a Maca.
—¿De verdad piensas que se va a casar?
—Tengo mis esperanzas puestas en que no, pero para eso están las
amigas, para acompañarte aunque sea en tus cagadas más atómicas.
—Hablando de cagadas… ¿Qué habrá pensado al ver que no tenía traje de
novio y que iba a convertirse en un zurullo?
—Pues que su mierda interior había salido a flote. —Las dos volvimos a
carcajearnos—. Tengo fe en que Victoriano sea incapaz de salir de la
habitación, con las pintas que tendrá, que cancele la boda vía WhatsApp
porque no le salga la voz y no tenga cojones de salir del hotel con lo pedante
que es. Así le daremos tiempo a Maca para que se lo piense bien.
—Cruzaremos los dedos.
—¿Chicas, estáis? —La voz de Maui nos alcanzó desde fuera de la
cabaña, y reconocerla me hizo morder el labio pensando en cómo disfruté de
mi sacrificio.
—¿Y esa cara? —preguntó Noe, cogiendo el bolso.
—Después te cuento, solo diré que estoy mejor que nunca.
—Bueno, ese Aquaman parece haber cogido la directa.

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—Oh, sí, muy directa.
En cuanto salimos, Maui parpadeó varias veces al vernos, estaba muy
guapo, nada demasiado formal, a su estilo, pero guapo.
—¡Joder! —prorrumpió Hori, parpadeando muchas veces—. ¿Sois las
chicas del coro?
Su padre le arreó una colleja y nosotras pusimos cara de circunstancia.
—Ven aquí, vahine, estás que deslumbras —dijo mi chico, arrastrándome
a su lado para comerme los morros sin contemplaciones.
—¿Has visto a Ebert? —preguntó Noe a Hori.
—No, ¿quieres que vaya a buscarlo? Me quedan cinco minutos antes de ir
a la playa para poner la música de la ceremonia.
—Tranquilo, ya le mando un mensaje…
Los cuatro nos encaminamos hacia la zona del resort donde se alojaban
los huéspedes. Acabábamos de cruzar la carretera y caminábamos por el
sendero que nos llevaba hacia la zona de recepción cuando vimos algo
extraño corriendo hacia allí.
Maui y yo nos miramos.
—¿Eso es una mierda gigante con piernas? —preguntó Hori anonadado.
—Joder, joder, ¡corred! —nos espetó Noe, quitándose los tacones para
salir a la carrera del mojón salvaje.

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Maca
No daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
Alguien disfrazado de mojón estaba aporreando el timbre de la recepción
mientras Paty le suplicaba que se calmara.
Noe y Laura entraron a la carrera vestidas como si fueran a aparecer en un
videoclip de Vicco, lanzando destellos rojos a todo aquel que osara mirarlas.

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Maui se abalanzó sobre el zurullo humano para retenerlo y que dejara de
liarla parda.
Cuando este se dio la vuelta, por poco me caí de culo. Era Victoriano, con
la piel naranja, sudando como un pollo, con los ojos inyectados en sangre y
emitiendo una especie de soniquete agudo e ininteligible que poco tenía que
ver con su voz.
—¡¿Victo?! —inquirí sin dar crédito a la imagen esperpéntica que me
taladraba las córneas.
Mis amigas me miraron con cara de susto. A ver, no iba vestida de novia,
pero mi ex estaba mucho peor.
Victoriano intentó desembarazarse de Maui sin que este se lo permitiera.
—¿Llamo a la poli? —preguntó Hori.
—No —jadeé—. Maui, suéltalo, por favor —le pedí amablemente,
acercándome a ellos sin entender lo que pasaba.
El rostro de Victo estaba envuelto en furia e impotencia.
—¡Me han saboteado! —logró vocalizar haciendo gallos.
—¡¿Qué?!
—¡Que me han saboteado! ¿No me ves? ¡No querían que nos casáramos!
Bajó la parte de arriba del mojón que envolvía su cabeza y ahogué un
grito al ver el estropicio de su cabeza. Donde antes había pelo, solo quedaban
unos mechones sueltos.
—¿Quién te ha hecho esto? —pregunté incapaz de asumir lo que veía.
Aunque su color de la piel me recordaba a…
Victoriano apretó los labios y se fijó en Lau y Noe, que eran las que
estaban más cerca.
«Ay Dios, que ya sabía a lo que me recordaba y mis amigas desprendían
un tufo a culpabilidad que ni los de José Luis con las galletas orgánicas».
Victo pasó a observar a mis jefes, que me flanqueaban por detrás y no
tenían ni idea de lo cabronas que podían llegara a ser mis amigas.
—¡Ellos! ¡Ellas! —apuntó a todo el mundo—. ¡No lo sé!
Tenía que serenarlo y sacarlo de la recepción antes de que se liara más.
Miré de reojo a mis amigas sin que se me notara mucho, lanzándoles un
mensaje en clave que ellas entenderían a la perfección. Solo me hacía falta
ver cómo Noe se mordía nerviosa el interior del carrillo.
—Victo, tenemos que hablar, entra en mi despacho, por favor, será mejor
que lo hagamos en privado —murmuré sin querer espantar a los clientes que
pudieran pasar por la recepción.

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—¡No! ¡Nos tenemos que casar! No podemos llegar tarde, es ahora o
nunca, Sweetie.
—No podemos casarnos.
—¡Claro que sí! —dijo fuera de sus casillas—. Da igual mi aspecto. Soy
como el príncipe de La bella y la bestia, mi belleza está en el interior. —Se
dio la vuelta y miró a Maui—. ¡Tú! ¡Gastón! ¡Dame tu ropa! —le dijo a mi
jefe de Animación. Él alzó las cejas y dio un paso atrás sin intención alguna
de prestarle nada. Victoriano volvió a contemplarme con una súplica en su
mirada—. Olvida la ropa, Maca. El pelo ya me crecerá y me daré baños de
lejía hasta recuperar mi color. —Se ofreció con la voz yendo y viniendo.
Parecía un muñeco al que se le acababan las pilas.
—No es por tu aspecto —me disculpé—, es que no puedo hacerlo. No te
quiero, Victo, lo nuestro se terminó incluso antes de que me subiera al avión
para venir a Moorea.
Él se puso a hiperventilar, me agarró de la mano con la vena del cuello a
punto de estallar y tiró de mí.
—Estás enajenada por mi aspecto. Tú me quieres y vas a convertirte en mi
mujer.
—¡No! No te quiero, tampoco te quería cuando te dije que me
acompañaras a Moorea, de hecho, te iba a dejar y no lo hice porque te
necesitaba para que me dieran el trabajo. —Eso sí que pareció
desestabilizarlo.
—¡¿Tú a mí?! ¡Ja! Pero ¿te has visto? ¡Estabas loca por mí!
—Puede que al principio me cegaras, pero mis sentimientos se fueron
apagando. No teníamos nada en común. Lo siento, te utilicé, no debí hacerlo,
estuvo mal y lo lamento. Pero no podemos casarnos por mucho que tu madre
haya muerto y tú se lo prometieras.
—Su madre no ha muerto —murmuró Ebert, entrando en la recepción con
el ceño fruncido y acompañado por un par de agentes de la ley—. Victoriano
Jaramillo, también conocido como el Timbas, tiene una orden internacional
de busca y captura emitida por España. Medio mundo está movilizado
después de que todo haya estallado y timara al hijo del ministro de Exteriores.
Ha estafado a muchísimos hombres y mujeres que, por casualidades de la
vida, eran clientes de Sun Travel Mérida, como demostró la investigación
abierta que buscaba un vínculo entre las víctimas.
»Por una vez, Google ha acertado con las noticias que mostrarme, estos
señores se ocuparán de hospedarlo y pagarle el billete de vuelta para su nueva
casa, en la que gozará de pensión completa y vistas al patio carcelario, señor

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Jaramillo. Su madre, lejos de estar bajo tierra, le espera en dependencias
policiales acusada de ser su cómplice durante años.
—¡Menudo hijo de Pitita! —proclamó Laura sin aguantarse.
—¡Se equivocan! ¡Me confunden con otro! —espetó Victoriano, que nos
había dejado a todos con la boca abierta.
Bueno, a todos menos a Ebert, quien lo contemplaba con un mosqueo de
tres pares de cojones. Un sudor frío me recorrió la espalda al comprender toda
la información que el jefe de Mantenimiento acababa de facilitarnos. Volvía a
sentirme colapsada, tenía náuseas y el esófago anudado.
Los policías avanzaron hacia él. Culo Ganador intentó echar a correr sin
demasiado éxito, en parte por el disfraz, en parte porque Hori le hizo la
zancadilla y terminó besando el suelo en lugar de a la novia.
Los agentes aprovecharon para reducirlo y llevárselo.
—Menudo trozo de mierda del que te has librado, hija de mis entretelas
—susurró mi abuela.
No la había visto llegar con todo el follón. Estaba allí, junto con el abuelo
y mis padres, los cuales iban guapísimos para ver casarse a su única y
desgraciada hija. Entraron por el otro acceso que quedaba en un lateral de la
recepción, a mis espaldas. Por sus caras, habían llegado a tiempo para
enterarse de todo.
El corazón se me iba a salir del pecho. No sabía qué decir o qué hacer…
—Dios mío, ¿un estafador? ¡Por mi culpa timó a los clientes del hotel! —
conseguí farfullar.
Era la gota que colmaba el vaso. Estaba hecha un flan. Todo me temblaba
y me daba vueltas.
La señora Alemany me cogió del brazo.
—Tranquila, Macarena.
—Mari Carmen —la corrigió su marido.
—Eso. ¡Que alguien le pida una tila, por favor! Ay, no, ¡que le está dando
una bajada de tensión! —Me sentía a punto de desfallecer, de hecho, todo se
estaba apagando igual que en una función del teatro—. ¡Que se desmaya! —
Fue lo último que escuché.

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Capítulo 82

Maca

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—¿Puede saberse dónde está Álvaro? A ver si al final tenemos que llamar
a Paco Lobatón, como diría mi madre.
El murmullo de Noe llegó a mis oídos como si fuera un sueño. Despegué
un poco los párpados y me di cuenta de que alguien me había traído a la villa
y que estaba tumbada en la cama, mientras mis familiares y mis amigas
cuchicheaban entre ellos.
Tenía bastante mal cuerpo, y es que el exceso emocional siempre me
había pasado factura en la tripa; como mi yaya decía, todos los disgustos se
me acumulaban en el estómago, aunque lo de ese día había ido un poco más
allá.
—Cariño —musitó mi madre. Estaba sentada a mi lado, y al ver que abría
los ojos, me acarició el pelo con expresión apenada.
Seamos francos, bastante pena sí que daba, hasta yo tenía ganas de
compadecerme de mí misma. ¿Cómo se había podido liar todo tanto en tan
poco tiempo? Aunque analizándolo fríamente, poco no fue, que el cabrón de
Victoriano llevaba tiempo jugándomela y aprovechándose de mi trabajo sin
que supiera nada.
—Mari Carmen, ¿cómo estás? ¿Quieres un poquito de agua? —me ofreció
mi yaya. Negué.
—No, no tengo sed, gracias.
—Has tenido una bajada de tensión, chochete. Te hemos puesto el
tensiómetro de tu abuela y estás un poquito baja, aunque no era para menos
después de la que ha formado el mierdolo de tu ex. ¡Menuda jeta! —bufó
Laura—. Para las bajadas va bien tomar café, sin embargo, no creo que la
cafeína sea lo mejor.
—También va bien la sal —apostilló Noe.
—Pues entonces voy al bar y nos pillo unos tequilas para acompañar… —
sugirió Laura.
—No hace falta, estoy mejor —anuncié, bebiendo un poco del agua que
me tendió mi yaya. Fijé la vista en mis amigas e hice la pregunta del millón
—. Fuisteis vosotras, ¿verdad? Me refiero al estado en el que llegó
Victoriano.
Sabía de sobra la respuesta, estaba ahí, en el fondo de sus miradas, aun
así, quería oírlas.
—Lo único que pretendíamos era retrasarlo, pensábamos que así
aplazarías el enlace y te daríamos tiempo, aunque viendo la clase de tipejo
que era Victoriano, poco le hemos hecho —gruñó Noe.

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—Estoy de acuerdo, si lo llego a saber, además del paralizante de cuerdas
vocales que le metimos en la leche, le hubiera pedido a Poehere un buen
laxante para que se fuera jiñando e hiciera todavía más honor al disfraz.
—Sé que teníais buena intención, tampoco me hubiera casado si hubiese
llegado bien, aunque reconozco que si hubiera sabido el tipo de rata de
alcantarilla que es, me hubiese encantado colaborar. No sé cómo he podido
estar tan ciega.
—Ese tipo de gentuza sabe ocultarse muy bien —musitó mi madre,
palmeando mi mano—. No te fustigues, no merece la pena.
Negué, claro que me fustigaba, yo había metido a ese cabronazo en la vida
de mis jefes, y se sabe que la reputación es algo que valora mucho la gente de
dinero.
Dudaba que, después de mi última estocada directa al corazón, los
Alemany quisieran mantener su oferta de que me lo pensara mejor.
Podía imaginar los titulares: «Clientes de una prestigiosa cadena hotelera
timados por el novio de su única directora mujer». ¿Era o no era para cortarse
las venas? Si ya lo teníamos difíciles en puestos de dirección, llegaba yo y nos
hundía un poquito más.
—He presentado mi carta de renuncia, voy a dejar el resort y volver a
Mérida.
—¡¿Que has hecho qué?! —preguntaron mis amigas al unísono—.
¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? —Fueron disparando alternándose entre las dos.
—Porque la he liado mucho, muchísimo. Debí ser franca desde el
principio con ellos. No tuve que fingir mi compromiso con su hijo. Todo ha
estado mal, y ahora esto. No puedo quedarme aquí, no sería consecuente con
lo que soy.
—No entiendo nada, ¿qué compromiso? —preguntó mi abuela.
Había llegado el momento de destapar la caja de los truenos y confesarle a
mi familia que no era la chica perfecta que todos creían.
Les expliqué punto por punto cómo había llegado hasta allí y lo que hice
para garantizar mi puesto. Verbalizarlo en voz alta me hacía sentir todavía
peor porque no quería decepcionarlos a ellos también, aunque ahora solo
podía apechugar.
Cuando terminé de ponerlos al día, mi yaya me miró con su expresión de
amante de las telenovelas.
—¿Y todo eso te ha pasado? ¡Menuda fantasía! —Solo mi yaya era capaz
de decir algo así en unas circunstancias tan adversas—. Virgi, ¡que la niña se
nos ha enamorado del hijo de los terratenientes, han tenido un romance falso

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que se ha convertido en verdadero y el muchacho está desaparecido! ¿Nadie
ha pensado que si el Victoriano se enteró, podría haberlo secuestrado y ahora
está herido y maniatado en el fondo de un pozo oculto en la selva? ¡Por eso
no ha venido a impedir la boda! ¡El pobre Álvaro no ha podido presentarse! Y
a ti lo que te pasa no es una bajada de tensión, jovencita, esto es de telenovela
de manual, tanto darle a la mandanga te ha preñado. Y si no encontramos al
hijo de los terratenientes a tiempo, ¡mi bisnieto será huérfano!
—Julia, haz el favor, ¡que esto no es uno de tus culebrones de las cuatro!
—espetó mi abuelo, intentando que mi yaya entrara en razón.
—Pero podría serlo, que muchos hablan de cosas que pasan, mira la que
tienen formada los Pantoja y los Rivera. Tenemos que dar parte a las
autoridades y que busquen a Álvaro.
—Ya os he dicho que Álvaro se fue a Tanzania porque nunca me ha
querido. —«Y yo tengo la regla ahora mismo, así que de embarazo nada de
nada».
—Eso no es cierto.
La voz masculina que alcanzó mis oídos me hizo levantar la cabeza y me
cortó el aliento.

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—Mira tú, parece que la invocación a Paco Lobatón, al fin y al cabo, ha
surtido efecto —masculló Noe mientras la habitación se sumía en un absoluto
silencio.
Álvaro estaba guapísimo con un traje oscuro y un… ¿cerdo vietnamita
entre los brazos?
Era un bebé, llevaba un lazo gigante en el cuello de mi color favorito y
una chapa dorada con el logo de Cinco Jotas. ¿De dónde lo habría sacado?
—Bonita forma de decirle a Maca que te has portado como un cerdo —

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atacó Laura.
No tenía nada que ver con eso, ese no era el mensaje.
Cuando le pasé mi absurda lista a Álvaro para conocernos mejor, le dije
que quería casarme, tener cinco hijos y un cerdito vietnamita al cuál llamaría
Cinco Jotas, porque odiaba el jamón.
De toda esa afirmación, solo era cierto que quería casarme, lo demás era
para quitarle las ganas y, sin embargo, ahí estaba con el animalito en su pecho
y mirándome.
Mi corazón latía con muchísima fuerza y muy rápido. ¡No era justo que
Álvaro estuviera tan guapo mientras yo era un absoluto desastre!
—¿Es tu regalo de despedida? —pregunté seria.
—Más bien es una declaración de intenciones. Llevo todo el día
solucionando cosas porque no pienso marcharme de Moorea, no cuando sé
que ningún lugar será suficiente si no estás conmigo.
Mi abuela suspiró con fuerza y casi pude escuchar los vítores que lanzaba
su alma romántica.
—¿Qué os parece si les dejamos a solas? —sugirió mi madre.
—¿Por qué? Ahora que viene lo mejor, que es la declaración de amor…
Yo soy Julia, la abuela de Mari Carmen, aunque siempre me llama yaya. —Ni
corta ni perezosa, se acercó a Álvaro—. Las historias de amor entre el hijo de
los terratenientes y la pobre campesina siempre han sido mi debilidad —le
guiñó un ojo pizpireta.
—¡Yo no soy una campesina! —protesté.
—¡¿Cómo que no?! Te has criado en el campo y tu abuelo tiene algunas
tierras.
—Sí, pero ¡mi padre es cámara y mi madre periodista!
—Eso da lo mismo, tú eres más de campo que los cogollos de Tudela —
zanjó mi abuela, terminando la discusión para volver a mirar a Álvaro con
ojos de adoración—. Te doy permiso para cortejar a mi nieta, un cerdo
siempre es un buen regalo, sobre todo, si te gusta el Cinco Jotas como a
nosotras. ¿Verdad que sí, Maca? A mi nieta le pirra, es igual que mi
Herminio, mi marido le inculcó la pasión por los ibéricos, si uno tiene que
comer colesterol, que sea del bueno.
Mis mejillas se pusieron rojas y Álvaro me contempló divertido con las
cejas alzadas. Porque acababa de pillarme en otra de mis mentiras.
—Es bueno saberlo —masculló.
—Anda, tunanta, vámonos fuera, que los muchachos tienen que hablar. —
Mi abuelo besó una de sus mejillas y miró con fijeza a Álvaro—. Ya puedes

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hacer las cosas bien con mi nieta o me traeré la escopeta del pueblo, y en
cuanto te dé caza, te echaré de comer a Cinco Jotas hasta que no quede de ti
ni los dientes.
—¡Abuelo! —espeté. Pero él ni caso.
—Descuide, señor Herminio, no tengo intención de hacerle daño.
—Más te vale, o ya sabes lo que te espera, que yo no amenazo en balde,
soy de la vieja escuela —comentó, palmeando la cabeza al cerdito. Le puso la
mano en la cintura a mi abuela y salieron.
Estaba un pelín avergonzada por la vehemencia de mi yayo. Ni siquiera
tenía escopeta y sería incapaz de hacerle daño a una mosca, pero me quería
tanto que había creído necesario defenderme sin dudarlo.
Mi padre fue harina de otro costal, porque se acercó a Álvaro
preguntándole si era Álvaro Alemany, y cuando este se lo confirmó, por poco
le pidió un autógrafo.
—¡Te lo dije, nena, lo reconocí en cuanto cruzó la puerta! —exclamó,
mirando a mi madre con absoluta felicidad—. Soy muy seguidor de tu
trabajo, el último reportaje que hiciste en Zimbabue sobre la Sabana arbolada
de teca del Zambeze fue la leche. Te han nominado a los premios Wildlife
Photography of the Year de este año, ¿verdad?
—Sí —afirmó Álvaro ruborizado.
—¡Si es que lo sabía! Tío, eres la hostia con la cámara. —Mi padre se giró
hacia mí—. Hija, si no lo ha hecho del todo bien, perdónale, ya sabes cómo
somos los artistas, sabemos capturar la esencia de las cosas y lo más
importante se nos escapa entre los dedos.
Lo decía porque mi madre estuvo a punto de salir con otro porque mi
padre no se atrevía a decirle lo mucho que le gustaba. ¿Era posible que la
historia se estuviera repitiendo?
Mi padre se acercó a mí, me besó en la mejilla y agarró a mi madre de la
mano para salir del cuarto murmurando: «Álvaro Alemany, ¿te lo puedes
creer? Increíble».
Las únicas que quedaban eran Noe y Laura, que contemplaban a Álvaro
con cara de pocos amigos.
—Nosotras estaremos cerca, si necesitas algo, grita —me informó Noe,
pasando por el lado de Álvaro, cuando lo hizo, puso el dedo índice y el
corazón en forma de v enfocando su mirada para después apuntar hacia la de
él—. Te tenemos vigilado, no vuelvas a cagarla o lo que le ha pasado a
Victoriano se va a quedar en el olvido en menos que canta un gallo.
—Tienes mi palabra, intentaré hacerlo mejor.

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Noe asintió, y por fin nos dejaron a solas.

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Capítulo 83

Álvaro

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No mentía cuando le dije a Maca que me habían bastado treinta y seis
horas para darme cuenta de que lo que no quería en mi vida era vivir su
ausencia.
Ya no quería huir más. Había comprendido que cualquier lugar del mundo
carecería de lo más importante si no la tenía a mi lado.
Adoraba su sonrisa, la imprevisibilidad de sus caídas, el piercing que
decoraba aquella lengua que me hacía perder la cordura y la noción del
tiempo. Adoraba la intensidad con la que vivía cada decisión como si la
supervivencia de la raza humana dependiera de que acertara.
Me gustaba que su puerta siempre estuviera abierta para todo el mundo,
que observara el mundo con cierta ingenuidad e ilusión, parecida a la que
tienen los niños, que les queda mucho por vivir y que se sorprenden a la
menor oportunidad, llenando cualquier experiencia con un brillo casi mágico.
No me importaba que el despertador sonara cuatro veces, porque
aprovechaba cada minuto para gozar de la forma en que su cuerpo se
moldeaba para acurrucarse contra el mío.
Anoche dormí solo, lo que me hizo sentir frío en el alma. Estaba
convencido de que mi hermano se estaría mofando de mí desde el cielo, por
capullo, por no echarle huevos al asunto, por no arrancarle la cabeza a ese
imbécil de su ex cuando lo pillé comiéndole la boca.
Entre tú y yo, me moría de ganas de trocearlo y lanzarlo a los escualos. Si
me contuve fue por Maca, porque necesitaba respetar su decisión, porque en
teoría lo nuestro no era real, porque yo le había puesto fecha de caducidad. El
karma siempre se ocupa de ponerte en tu sitio y devolvértelas todas.
Maca era mi karma, estaba convencido de que no podría amar nunca a
nadie con la misma intensidad que la quería a ella. Maca era mi tren y quería
subirme a él.
Necesité hablar con mis padres, confesar lo que me llevaba a huir
constantemente para librarme de la culpa que me gangrenaba por dentro. Lo
que no esperaba era haberme equivocado en mi sentencia y haberme
condenado sin ser culpable de un solo cargo.
Entender que no tuve nada que ver con la muerte de Marcos, que todo
había estado en mi cabeza, fue el puntapié que necesité para darme cuenta de
que muchas veces los problemas no existen, que los creamos nosotros mismos
erigiendo falsos obstáculos que nos ahogan y nos hacen tomar decisiones
pésimas.
Supe que si quería que Maca me creyera, si quería tener una oportunidad
con ella, debía hacer las cosas bien y desde el principio.

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Me costó un poco, porque no fue fácil obtener todo lo que pretendía en el
poco tiempo que tenía. Temí hasta el último minuto no llegar a tiempo y
encontrármela con un anillo de casada en el dedo, aunque ni siquiera eso me
hubiese detenido.
Ahora la tenía ahí, en la cama que tantas noches habíamos compartido,
despeinada, agotada y preciosa. Me temblaba cada célula del cuerpo por la
necesidad de tocarla, acariciarla, besarla hasta que comprendiera que iba en
serio, que había sido un tonto, un necio, pero no lo sería más, o por lo menos
no en cuanto a nosotros.
Dejé a Cinco Jotas en el colchón. El cerdito correteó hasta subirse a su
falda, hacerse una bolita y buscar su calor. Maca le sonrió y pasó los dedos
por su pelaje, el animal emitió un ruidito de placer absoluto, yo también lo
habría hecho si ella me estuviera tocando el pelo como a él.
¿Estaba sintiendo envidia de un animal?
La estaba sintiendo.
Necesitaba arrancar de alguna manera, y lo hice rescatando una evidencia,
queriendo saber por qué me había mentido y cuántas cosas más de su lista no
eran verdad.
—Así que fan del jamón ibérico… Si lo llego a saber, te traigo la pata en
lugar de al cerdo.
—El cerdito también me gusta —admitió sin dejar de acariciarlo—. No
todo lo que te dije era mentira.
—¿Te parece si lo hablamos?
—No sé si voy a estar a la altura de la conversación, hoy no está siendo un
día fácil, en realidad, ayer tampoco lo fue.
—Quizá yo pueda mejorarlo si me dejas. Lo creas o no, tú siempre estás a
la altura, soy yo el que la caga constantemente y se precipita como si la Parca
lo estuviera acosando con su guadaña. ¿Me das permiso para sentarme? —
pregunté esperanzado.
Ella extendió la palma invitándome a hacerlo. Me acomodé sin acercarme
demasiado, con la proximidad justa para que no se sintiera incómoda, porque
si fuera por mí, en ese mismo instante estaría tumbado a su lado y comiéndole
la boca.
—Antes que nada, quiero disculparme por desaparecer y que creyeras que
me había largado de la isla. En parte sí que me fui, pero no a Tanzania, ni con
la intención de no volver. Tenía que ir a por Cinco Jotas, en Moorea no tenían
ningún cerdito vietnamita a la venta, así que me escapé a Tahití. A por él, a

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por la chapa que lleva en el cuello y unos cuantos libros que esperan en casa
para leértelos por la noche.
—¿En la de tus padres? —Negué. Separé un poco la chaqueta y saqué
unas llaves del bolsillo interior. Se las tendí, tenían un bonito llavero azul, con
varios símbolos marinos, una tortuga, una estrella y un caballito de mar que
simbolizaban el día que hicimos snorkel juntos.
Maca pasó de temer una actividad a amarla, igual que yo, que había
pasado de estar aterrorizado por la posibilidad de enamorarme de ella y ya no
podía pensar en otra cosa que pudiera hacerme más feliz.
—Son tuyas si las quieres —las balanceé.
—¿Mías?
—Llevo todo el día mirando propiedades en Moorea, ha sido bastante
difícil dar con una que reuniera todas las características indispensables para
formar la palabra hogar, pero di con ella, y me muero de ganas de enseñártela,
que me des el visto bueno y que empecemos a disfrutarla. Este es tu juego de
llaves. —Ella las contempló perpleja y aproveché para tomar aire. Estaba muy
nervioso por lo que pudiera pensar—. Es mi manera de decirte que apuesto
por nosotros, que no me marcho a ninguna parte, lo que no quita que, de vez
en cuando, quizá deba viajar para cumplir con algún reportaje, aunque lo
consensuaré contigo, jefa. Los clientes del hotel no saldrán nunca
perjudicados, me han dicho que la directora del Moorea Lagoon es la hostia
conciliando la vida de sus trabajadores —murmuré esperanzado.
—Espera, espera, espera. ¿Me estás diciendo que te has comprado una
casa?
—Te estoy diciendo que he comprado nuestra casa, si aceptas venir a vivir
conmigo, claro. —Su pecho se infló hasta los topes y fue soltando el aire
despacio—. Esta villa está genial, pero no me parece bien ocupar eternamente
un sitio destinado a los huéspedes, y quiero que tengamos nuestro propio
espacio para llenarlo de recuerdos y cosas absurdas que nos gusten a ambos.
Su mirada se estrechó, la cosa no estaba yendo como pensaba.
En mi mente, Maca se habría arrojado a mis brazos, me besaba y me decía
que le hacía muy feliz la idea de que por fin me hubiera dado cuenta.
—No voy a mudarme a vivir contigo, Álvaro, de hecho, he renunciado a
mi puesto, regreso a Mérida —comentó seria.
Vale, esa era otra opción que estaba ahí pero había preferido obviar.
Vi a mis padres antes de entrar en la habitación, sabía que Maca había
presentado su renuncia y creí ser capaz de hacerla cambiar de idea, al fin y al
cabo, parte de la decisión que había tomado era por mi culpa.

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Encerré las llaves en la palma de mi mano y las dejé caer sobre la mesilla.
Tomé sus dedos, con los nervios había empezado la casa por el tejado y tenía
miedo de haber llegado demasiado tarde para que me abriera las puertas de su
corazón.
Respiré hondo y lo solté.
—Maca, te quiero. Cuando te vi abrazada a tu ex, fue como si un rayo me
alcanzara, me creciera el martillo de Thor entre los dedos y fuera a usarlo para
golpear su cabeza y erradicarlo de nuestras vidas para siempre. No lo hice, no
por falta de ganas, actué de forma contraria a lo que sentía, por miedo a
joderla yendo a la cárcel y porque volví a sentir crecer la angustia en mi
interior de querer demasiado a alguien y poder perderlo. Me acojoné, me faltó
el aire, llevaba unos días asumiendo que lo que estaba sintiendo por ti iba
mucho más allá que una farsa y buen sexo. Había ideado todo un plan de
excusas para seguir a tu lado más allá de los tres meses, y de golpe fui
consciente de que eran eso, excusas, porque lo que realmente me pasaba era
que estaba enamorado de ti hasta las trancas.
»Sentí terror de no estar a la altura, de no saber cubrir tus expectativas, de
fallarte, de cagarla tan a lo bestia que mi incertidumbre pudiera ser nuestro
fin. Puedo parecer un tío muy seguro de mí mismo, con la salvedad de que
tengo el mismo pánico a perder a las personas que me importan que tú a
volar, y tú me importas mucho, muchísimo, Maca.
—¿Por eso me deseaste que fuera feliz con otro? ¿Por eso me dejaste
tirada en la habitación cuando fui en tu busca para que te quedaras en lugar de
irte a Tanzania?
—Me comporté como un capullo y lo siento, pero en mi defensa diré que
no quería imponerme a tus deseos, bueno, en el fondo sí quería, le hubiera
arrancado la cabeza a ese tío y dado una patada tan bestia que lo habría
arrojado a otro continente, si no hubiera sido una conducta penada por la ley.
Quería darte la oportunidad de escoger y que me eligieras a mí.
—¿Me estás diciendo que habrías dejado que me casara cuando has
comprado una casa que según tú es para nosotros? Esto es de locos.
—¡No! A ver si me explico bien. Tenía la esperanza de que no llegaras
hasta el final, que te dieras cuenta de que soy el hombre de tu vida, al igual
que tú eres la mujer de la mía, y decirte que me muero por tus besos y por
cualquier cosa que tenga que ver contigo.
—¡¿Y si hubiera llegado a casarme?!
—Va a sonar muy feo lo que voy a decir, pero si te hubieses casado, no
me habría marchado de la isla, no habría renunciado a mi puesto, ni a ti, te

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habría puesto las cosas terriblemente difíciles hasta que te dieras cuenta de
que habías cometido el error de tu vida al quedarte con un tío incapaz de
hacerte la gambita. Porque puede que haya actuado como un auténtico
gilipollas, pero soy tu gilipollas y te quiero, y estoy absolutamente loco por ti.
»Me da igual si te pirra el jamón ibérico, si hablas con tu tatarabuela
muerta, si eres sonámbula o una friki de las pelis de terror.
—Todo eso era mentira —torció el morro—. Al principio, se me ocurrió
la brillante idea de espantarte lo suficiente como para que quisieras huir de la
isla.
—Eso es imposible, porque aquí estabas tú. —Ella se quedó callada—.
¿Sigues queriendo que me vaya? —pregunté esperanzado de que respondiera
que no.
—Ahora no sé lo que quiero, Álvaro, han pasado demasiadas cosas, he
perdido todo lo que creía que era importante para mí, he metido la pata hasta
el fondo y no sé si seré capaz de arreglar las cosas o de encontrarme a mí
misma. Todo en lo que creía me ha estallado en las narices. Tus padres, el
hotel, su reputación…
—¡Mis padres te adoran tanto como yo! ¡Tú no has hecho nada, Maca!
Ellos son muy conscientes de que la culpa de lo que ha ocurrido no es tuya.
Antes de entrar a verte, me han puesto al corriente y me han dicho que te diga
que su oferta sigue en pie, que te tomes unos días, que no quieren a otra en tu
puesto y que, por favor, perdones al estúpido de su hijo por ser tan tonto y no
reconocer al verdadero amor cuando ha estado durmiendo cada noche a su
lado.
—¿Eso te han dicho? —preguntó, pellizcándose el labio inferior entre los
dientes.
—Bueno, puede que la última frase sea mía, pero seguro que la han
pensado. Dime por lo menos que lo pensarás, por favor.
Ella suspiró.
—Lo pensaré. —Asentí, no podía pedirle más. Levanté sus manos y besé
los nudillos con nostalgia, perdiéndome por un instante en el calor de su piel.
—No voy a tirar la toalla. Me importas demasiado.
Ojalá viera en su mirada lo mismo que días atrás. No era así, había
perdido la fe en mí, y eso escocía.
—Necesito descansar, Álvaro.
—Muy bien, os dejo.
Me levanté de la cama con un nudo en el pecho y ganas de poder dominar
el tiempo y recular dos días atrás.

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Capítulo 84

Maca
Habían pasado dos días desde que todo saltó por los aires.

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Les pedí a los Alemany que me dejaran las cuarenta y ocho horas que iba
a quedarse mi familia para enseñarles a mis padres y mis abuelos la isla. No
tenía la cabeza como para trabajar, y ellos tenían la estancia pagada, me
apetecía aprovechar para mostrarles los lugares que me habían enamorado de
Moorea.
Maui accedió encantado a hacernos de guía en su día libre, comimos en el
restaurante de su familia, visitamos a su madre y recogimos a José Luis
cuando le dieron el alta.
Al día siguiente, Agnetha pidió que lo lleváramos a su casa para que
pudiera conocer a sus hijos y de paso hacer una barbacoa en ella con mi
familia.
Mis padres aceptaron encantados, y reconozco que yo tenía el corazón en
un puño porque creía que estaría Álvaro, me equivoqué, lo habían llamado
para hacer un reportaje exprés de la Polinesia y aceptó. Después de rechazar
lo de Tanzania, tampoco es que tuviera otra opción. Además, podía ir y venir
en el mismo día a su nueva casa. Me estaba dando mi espacio, como yo le
había pedido, así que tampoco es que pudiera reprocharle que no estuviera
allí. Sería bastante contradictorio.
Me sentí cómoda, los Alemany eran unos grandes anfitriones, y en ningún
momento quisieron forzar la máquina conmigo. No preguntaron por mis
intenciones, así como tampoco sacaron a colación el tema de su hijo. Se
limitaron a ser encantadores con mis padres, mientras que la abuela no dejaba
de decirle al señor Alemany cuánto le gustaba su casa de terrateniente.
Él no podía disimular la gracia que le hacía la palabra y la invitó a venir a
visitarlos con el abuelo, de vacaciones, las veces que quisieran.
José Luis no se separó de sus cachorros ni de Linda. Se enroscó al lado de
su amor perruno, mientras las juguetonas criaturas que había engendrado se
acercaban a olisquear a su padre. Era muy gracioso verlos interactuar. Me
encantó que Agnetha le regalara a José Luis un precioso collar con su nombre
grabado en una chapita y una graciosa pajarita que lo hacía parecer un
gentelman algo exótico.
—Hacen buena pareja, ¿no crees? —preguntó, colocándose a mi lado
mientras yo admiraba a la familia feliz.
—Sí —suspiré, mirándolos con cierta envidia.
—Parece que Lindy ha encontrado el amor en la isla y al padre de sus
cachorros. El amor es como la magia, te sorprende cuando menos lo esperas,
intentas descifrar el misterio porque escapa a tu raciocinio, pero no puedes y

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te envuelve en una sensación indescriptible de la que no eres capaz de
deshacerte nunca, ni siquiera habiendo descubierto el truco.
Linda se puso a darle unos cuantos lametazos a Joselu, mientras los
pequeños mamaban.
Me quedé en silencio contemplando la estampa perruna, analizando las
palabras de Agnetha y asumiéndolas sin demasiado esfuerzo, porque tenía
razón, en el amor había mucha magia y bastantes polvos, si no, que se lo
dijeran a Joselu.
Había hablado con las chicas sobre el posible futuro de nuestra mascota,
todas estábamos de acuerdo en que separarlo de Linda o sus hijos no era lo
que queríamos para él.
—Agnetha.
—¿Sí?
—Las chicas y yo creemos que, si a ti y a Joan no os importa, sería buena
idea que se quedaran juntos. —Cabeceé hacia ellos.
—¿Te refieres a que nos quedemos con José Luis?
—Sí, bueno, no sé cómo lo verías, pero no querríamos separarlo de Linda.
—Ella me ofreció una sonrisa franca.
—Si te soy sincera, Joan y yo queríamos hablaros de lo mismo, nos haría
mucha ilusión que pudieran vivir su amor en esta casa, junto a nosotros, por
supuesto que podríais venir a visitarlos cuando quisierais, y a cambio, os
pediríamos, a cada una de vosotras, que os quedarais con uno de los cachorros
y los trajerais de visita para ver a sus progenitores de vez en cuando.
—Pero en el complejo no se puede tener animales.
—Es cierto, pero tampoco creo que vosotras estéis viviendo en él para
siempre. Los cachorritos todavía son muy pequeños, mi idea es dejarlos con
sus padres unos meses, que son los que creo que necesitan tus amigas para dar
un paso adelante con sus respectivas parejas. Soy perra vieja, Macarena, y sé
lo que ven los ojos de mi corazón.
»Ebert adora a Noelia, ese muchacho viene a mi casa desde pequeño y te
garantizo que conozco cada una de las expresiones de su cara, y la suya dice
«no te voy a dejar escapar».
»La adoración más profunda y ancestral titila en las pupilas de Maui
cuando Laura está cerca, ellos tienen un alma afín y se les nota que navegan
en la misma sintonía, su complicidad se palpa. Además, que no va a estar
compartiendo esa minúscula vivienda con ella y con su hijo. No tardarán en
querer algo más que una cabaña de madera en frente de la otra. ¿No crees? —
Yo había pensado lo mismo, así que asentí.

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»En cuanto a ti, no he querido sacarte el tema, pero te lo voy a decir. Joan
y yo seguimos creyendo que eres la persona ideal para estar al frente del
resort; eres honesta, trabajadora, luchadora y todo el personal te adora,
además de obtener muy buenos resultados a nivel de números. No puedo
pedirte que ames a mi hijo, si no es lo que sientes, pero sí que me gustaría que
aceptaras el puesto que siempre te perteneció y que nosotros te quitamos
erróneamente.
»Acepta la semana que te ofrecimos, desconecta de todo y de todos, pon
en una balanza los pros y los contras que te trajeron a Moorea, y elije.
Asumiremos la decisión que tomes y no la rebatiremos sea la que sea.
En el fondo, yo también pensaba que necesitaba esa semana conmigo
misma y tomar una decisión coherente.
—Voy a aceptarla, y también sé el lugar al que quiero ir. —Los ojos se le
iluminaron.
—¡¿En serio?! ¡Eso es fantástico! ¿Dónde irás?
—Me apetece visitar O‘ahu. —Sabía que para ello tendría que coger un
avión, que eran cinco horas y media de vuelo, una prueba definitiva conmigo
misma que quería asumir.
—Sabia decisión, Hawái está precioso en esta época del año, te encantará.
Le diré a Joan que se encargue de la reserva, hay un hotelito precioso que
creo que puede ser un refugio maravilloso para pensar.
—Suena bien.
—Ya verás como sí. Ahora vayamos con tu familia, ya les he robado
demasiado tiempo de su querida hija, y hoy es día de disfrutar con ellos,
gracias por escucharme.
—Gracias a ti por ser tan comprensiva.

Tres días después, con mi familia de regreso a España, yo me encontraba en


el aeropuerto de Papeete, embarcándome sola en un avión. Sin pastillas, sin
alcohol y sin nadie más que yo misma.
Cinco Jotas se había quedado bajo la amorosa y atenta mirada de mis
amigas, les pedí a Noe y a Ebert que se mudaran a mi villa tres días y que los
otros tres los pasaran allí Maui y Laura. Me pareció buena idea darles algo de
intimidad y, como decía Agnetha, yo también creía que ambas parejas
merecían probar su convivencia, aunque fuera tres días, en un lugar como la
villa, compartiendo la custodia de mi adorable cerdito.

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—Acompáñeme, señorita Romero, la llevaré a su asiento —comentó la
amable azafata guiándome a primera.
Cuando llegamos a la fila, me indicó que mi asiento era el de la ventanilla,
lo que me recordó aquel primer avión que cogí hacía meses en Madrid.
—Muchas gracias.
—Que disfrute del vuelo —murmuró con amabilidad. Avanzó un paso
para que pudiera pasar.
Fue entonces cuando me di cuenta de que el asiento de al lado estaba ya
ocupado. Sufrí un déjà vu muy bestia que me dejó las piernas temblando. Mi
corazón se puso a latir como un loco al identificar la colonia amaderada que
alcanzaba mi pituitaria, recorrí el perfil de mi compañero de viaje y me quedé
sin aire.
Si no supiera que estaba muy sobria, pero que muy sobria, juraría que
sufría alucinaciones.
Él alzó el mentón para fulminarme con su mirada azul mientras me
devoraba con todo el descaro de un canalla de altos vuelos.
—Buenos días, señorita, ¿usted es mi compañera de viaje? Porque con
mucho gusto la dejaré pasar.
Le había echado de menos, mucho, muchísimo, tanto que había dormido
en su lado de la cama solo para aspirar las pequeñas partículas que seguían
fluctuando en la almohada y que me recordaban que su cabeza había estado
ahí impregnándola con su aroma.
Todo lo que me dijo la última noche que estuvimos juntos se reprodujo en
mi cerebro una y otra vez, como esa canción del verano que suena en la radio
cada vez que la enciendes y que cuando la apagas, sigue retumbando en ti.
No respondí de inmediato, en su pregunta había implícito un desafío que
se extendía hacia mí. Porque así era Álvaro desde que lo conocí, un reto
provocador que buscaba sacarme de mi zona de confort.
La cosa era que a mí ya no me apetecía huir y que acababa de darme
cuenta de que si lo hacía, me convertiría en lo mismo de lo que lo acusé, una
persona incapaz de afrontar sus sentimientos y coger el toro por los cuernos.
Así que me armé de valor y respondí.
—Eso parece, tendrá que dejarme pasar, a no ser que quiera que me pase
todo el viaje encima de sus rodillas —me arranqué, siguiéndole el juego con
un hormigueo conocido adueñándose de mi tripa.
—Um, pues no sé qué decirle, señorita…
—Romero.
—Por supuesto, señorita Romero.

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—¿Respecto a qué?
—A si la prefiero a mi lado, o encima de mí —respondió canalla.
—Entonces déjeme decidir a mí.
Nada más arrimarme al asiento delantero, recordé ese primer tropiezo que
me encajó sobre su regazo y que me hizo echar mano a su entrepierna sin
querer.
Sonreí para mis adentros y pensé en si recrear la escena adrede. Todo mi
cuerpo pedía su contacto, lo reclamaba y lo anhelaba a partes iguales.
Cinco días habían sido suficiente castigo cuando estaba claro que me
moría de ganas de estar con él.
No me dio tiempo a seguir procrastinando, porque noté un tirón que me
llevó directa a sus muslos.
—¡¿Qué hace?! —pregunté, fingiendo un azoramiento que no sentía.
—Te juro que lo he intentado, Maca, te he dado tu tiempo, tu espacio y
que Dios me perdone si no deseas que sea el hombre con quien compartir tu
futuro, pero yo no me perdonaría si ahora mismo no te besara en los labios y
te dijera lo mucho que te extraño y te necesito.
No fue él quien me besó, fui yo la que, incapaz de seguir escuchando o
aguantándome las ganas, devoré esos maravillosos labios perdiendo la noción
del tiempo.
¡Joder! ¡¿Cómo había podido estar tanto tiempo sin él?!
Olvidé el lugar, me importaba un pimiento, porque lo importante era que
volvía a saborear a Álvaro.
Un ligero carraspeo pinchó la frágil burbuja de felicidad que se alzó sobre
nuestras cabezas.
—Disculpen, debería volver a su asiento porque vamos a despegar.
—Este es su asiento, no ha ocupado otro en ningún momento —gruñó
Álvaro, resistiéndose a soltarme. La chica me miró con cara de circunstancia,
y yo le dediqué una risita cómplice.
—Disculpe a mi prometido, le encanta fingir que no nos conocemos y
montar el numerito en los vuelos —dije a modo de explicación.
Le di un beso corto a Álvaro y me desplacé a mi butaca recibiendo la
mirada agradecida de la azafata.
Cuando siguió su recorrido, busqué los ojos de Álvaro, este me observaba
expectante tras escuchar mis palabras. Me abroché el cinturón, me crucé de
brazos y lo contemplé buscando una explicación.
—¿Qué haces en este avión?

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—¿Además de convertirme en tu acosador y tu prometido de nuevo? —
Asentí—. Digamos que mi padre y yo compartimos una cuenta de viajes por
temas de puntos, vi que hizo una reserva para uno y…
—Chafardeaste y viste que se trataba de mí.
Se encogió de hombros.
—Únicamente cuando se pierde todo somos libres para actuar.
—Uhuu, y ahora sacas la artillería pesada citando una frase de El club de
la lucha.
—Cuando se trata de ti, Macarena —utilizó el apelativo que empleaba su
madre—, voy a por todas. No podía ni quería seguir cruzándome de brazos,
necesito que comprendas que…
—Lo he comprendido —respondí, mirándolo con todo el amor que fui
capaz de reunir—. Yo también te quiero, Álvaro Alemany, y es mi turno para
decirte todo lo que siento, tú ya lo hiciste, y ahora me toca a mí.
»Me gusta que te gusten todos los colores, incluso el marrón, que adores
el jamón ibérico y la pasta como yo, que pese a que no me apasionaran los
deportes de agua, me hicieras descubrir que lo que importa es dar con la
persona con la que no te importe practicarlos, porque en el fondo sabes que
eso la hará feliz y tú serás feliz con ello.
»Me da igual que no tengas afinación para la música, porque sí la tienes
para leer mis libros predilectos. Puede que nunca seas una estrella de rock,
pero en nuestra cama eres la estrella del concierto y me haces acariciar con
cada orgasmo la teoría del Big Bang.
Su sonrisa se iba ampliando a cada frase y a mí me embargaba la emoción
de verlo.
»Siento muchísimo que perdieras a tu hermano, pero no siento que fuera
él en lugar de ti, porque si tú hubieras muerto aquel día, jamás te habría
descubierto, ni a ti, ni a la mujer que habita en mí cuando estoy a tu lado, y,
créeme, me gusto muchísimo más al estar junto a ti.
»Sigo siendo la chica decidida a la que le aterran los aviones y, aun así, da
pequeños pasos para que el miedo no la devore. La del piercing en la lengua,
la que habla con extraños para hacerles las proposiciones más indecentes y
descaradas en mitad de un vuelo.
»Y a la pregunta que me hiciste en tu lista y que tengo grabada a fuego en
mi memoria: sí, quiero seguir conociéndote, descubriéndote a diario, porque
mis días son mejores cuando los paso contigo.
»Si fueras un hotel en el que pasar el resto de mi vida, no querría un
alojamiento y desayuno, una media pensión o una pensión completa. Porque

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contigo lo quiero todo, tú siempre serás mi todo incluido.
Nuestras bocas se fundieron sin que el cinturón de seguridad se
convirtiera en una barrera infranqueable. No nos importó que la azafata
hubiera empezado con el bailecito del protocolo de seguridad o no poder
teletransportarnos para aterrizar en una cama en la que dar rienda suelta a
nuestro deseo, porque esa la tendríamos en unas horas. Lo importante era que
nos teníamos el uno al otro, y eso no iba a cambiar.
Moorea nunca fue el verdadero destino, sino el camino para encontrar al
amor de mi vida, a Álvaro Alemany.

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Epílogo

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Maca. Seis meses después.
Si hace nueve meses una adivina me hubiera contado todo lo que
viviríamos en Moorea, lo habría achacado a un exceso de ayahuasca.
Y es que no podía sentirme más feliz.
Me tomé el reencuentro con Álvaro en el vuelo como que el destino me
mandaba una señal, alta y clara, daba igual al lugar que me dirigiera, o el
viaje que pretendiera hacer, nada podría alejarme lo suficiente de mis
sentimientos, y si lo hacía, no me lo perdonaría nunca.
Nos besamos mucho, muchísimo, y también utilizamos el baño para saciar
una de mis fantasías. Si bien reconozco que no fue nada cómodo, lo
compensaron las ganas que le tenía a Álvaro y el morbo de follar en un avión.
Reconozco que el primer día de llegada a la isla fuimos incapaces de salir
de la maravillosa habitación de hotel que Agnetha había reservado.
Los otros los usamos para visitar la isla y redescubrirnos. Dejamos al
margen todas las mentirijillas que le conté y actualizamos datos. Creo que lo
que más ilusión le hizo fue que ni fuera una friki del terror ni hablara con mi
tatarabuela fallecida.
Por mi parte, disfruté muchísimo al ver que la carga que Álvaro soportaba
por la muerte de Marcos se había disuelto, era como si estuviera mucho más
feliz. Si antes lo disfrutaba todo al cien por cien, ahora era al dos mil por dos
mil.
Álvaro me pidió que me fuera a vivir con él y me regaló un precioso
piercing elaborado con una perla de Moorea que no dudé en utilizar para
arrancarle más de un aullido de placer cuando inauguramos la casa a la vuelta;
al fin y al cabo, desde que pisamos la isla, compartíamos villa, y teniendo en
cuenta que lo pasé fatal durmiendo sin él, la decisión estaba más que tomada.
Accedí sin ni siquiera ver la casa, lo que menos me preocupaba era el
lugar, lo importante era que iba a ser nuestro hogar, y eso no lo conforma una
estructura o unos muebles, sino el amor que habitaría dentro y todo lo que nos
quedaba por vivir.
Reconozco que cuando me llevó frente a ella, me quedé sin aire. No
porque fuera un lugar ostentoso, al contrario, era una casita de arquitectura
tradicional, con tres habitaciones, una tipo suite y otras dos de invitados. La
cocina estaba integrada en el salón, que era bastante amplio y luminoso. Tenía
otro baño completo en mitad de los cuartos de invitados, además de un aseo
de cortesía, por si alguien solo necesitaba ir al baño.

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La biblioteca-despacho era uno de los puntos fuertes de la casa, sobre
todo, porque contaba con un precioso diván de lectura, para dos, que daba a
una cristalera desde la que se divisaba el jardín.
En el exterior, fundida con el paisaje, se encontraba una bonita caseta en
la que Álvaro quería montar su cuarto oscuro. No, no es uno para hacer
guarrerías, sino para poder revelar sus fotos analógicas.
Lo mejor eran las fantásticas vistas sobre la bahía de Opunohu.

—¿Te gusta? —preguntó mientras mis ojos eran incapaces


de soportar tanta emoción.
—Yo no la habría elegido mejor, me he sentido en casa
desde que he puesto un pie dentro, o mejor dicho, en cuanto me
has alzado entre los brazos para cruzar la puerta.
—Es que tenía miedo de que te desnucaras con la tabla que
hay suelta —bromeó, mordiéndose la sonrisa.
—Tú siempre tan heroico. —Puse los brazos alrededor de
su cuello y le di un beso lento mientras los últimos rayos de sol
dibujaban nuestras siluetas.
—Faltan muchas cosas, no quería comprar nada sin ti,
necesito que sientas que este lugar es de los dos, por eso solo
hay un colchón, dos sillas y una mesa.
—Suficiente para lo que vamos a hacer hoy —murmuré,
tirando de él hacia el interior y arrancándonos la ropa con
desasosiego.

A la mañana siguiente, nos presentamos en casa de sus padres y acepté el


puesto de dirección. Los Alemany no podían sentirse más felices, tanto
porque no me marchara como por la decisión de Álvaro. Ahora sí que
teníamos una relación oficial, y ellos podrían compartir su felicidad cerca de
su hijo.
Agnetha no se equivocaba. Los días que estuvimos fuera supusieron un
antes y un después en las vidas amorosas de mis amigas.
Ebert le pidió a Noe que se mudara a su cabaña, y así Maui y Laura
podían hacer lo propio, lo que limó algunas asperezas entre el alemán y el
mooreano. Hori había logrado su ansiada independencia, ya no necesitaba la
furgo para sus escarceos amorosos, sobre todo, ahora que había empezado a
salir con Maru.
¿Te lo puedes creer?
Sí, Hori y Maru estaban conociéndose, y se les veía muy bien juntos.

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Una productora musical local se había interesado por el trabajo de DJ
George y lo estaba tanteando para hacer una pequeña gira por las islas que le
hacía mucha ilusión. Moorea parecía la isla del amor, todos lo habíamos
encontrado allí, incluso José Luis y Linda, quienes vivían su amor en casa de
mis suegros.

Cuando los cachorros cumplieron los tres meses, fueron repartidos, uno
para cada Divina.

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En casa éramos cuatro, contando con Cinco Jotas y Tiki, que se llevaban a
las mil maravillas.
No solo lo llamamos así porque era un nombre representativo de la
Polinesia, sino porque le encantaba engancharse a un cojín muy mullido que
teníamos y darle al tiki tiki, como más tarde descubrimos.
En eso salió a su padre, por lo demás era buenísimo, no como el culo
inquieto de Puchi (el del centro de la foto).
Tendrías que haber visto la cara de Ebert cuando Noe lo bautizó, casi se
descompuso diciendo que no le pegaba tener un perro con un nombre tan
ñoño. Noelia se mondaba, y si te soy sincera, creo que le puso así justo por
eso, por verlo gruñir. Además, el perrete tenía fijación por sus calzoncillos; en
cuanto daba con alguno, le hacía ventilación asistida.
Mi amiga bromeaba diciendo que era porque el perro detectaba que se le
calentaban demasiado los webers y necesitaba refrigerar para que no
terminaran cocidos.
Laura se quedó con la cachorrita de la camada, a quien llamó Circe
porque decía que era una diosa hechicera con capacidad de transformar a los
hombres en cerdos.
Exacto, era un mensaje subliminal para su portentoso Aquaman, quien
vivía bajo la amenaza de que si volvía a las andadas, dando cariño
internacional, tendría un destino un tanto cerdiagudo.
Ese día nos habíamos reunido todos en la playa, era una tarde-noche
especial porque alguien se iba a casar y estábamos muy nerviosos por la
ceremonia.
Las Divinas llegamos cogidas del brazo acompañadas por una suave
música polinesia. Miramos con ojos brillantes a los tres hombres que nos
aguardaban descalzos sobre la arena.
Me desplacé sin pensar sobre ella, cuando una vive en Moorea, tiene que
aparcar las manías porque es imposible no toparse con los gránulos en algún
momento del día.
Habían marcado un sendero de antorchas y pétalos que llevaban a un
bonito arco floral. El aroma de las flores de tiaré y el salitre lo impregnaban
todo.
—Estás preciosa —murmuró Álvaro a mi oído. Me separé de las chicas
para tomarlo de las manos y que me besara en los nudillos.
Él vestía íntegramente de blanco, con un collar de flores, igual que Ebert y
Maui. Nosotras llevábamos un pareo en el mismo color, el pelo suelto y una
corona floral que olía de maravilla.

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—Y tú guapísimo.
Le di un beso dulce en los labios.
—¿Estáis nerviosas? —preguntó Aquaman con una sonrisa socarrona en
los labios.
—Hace falta mucho más que una boda para ponernos nerviosas —musitó
Lau, pasándole los dedos por encima de la camisa sobre su corazón.
—No todos los días se casa un hijo… —apostilló Ebert, agitando las cejas
para desplazar la mirada hacia los protagonistas de la fiesta.
José Luis y Linda llegaban en canoa acompañados por sus hijos, mis
suegros y Hori al remo.
Maru sería la encargada de oficiar la ceremonia.
Exacto, se daban el «sí, quiero» los futuros señores de los Garbanzos, en
un enlace tan íntimo como inusual que me hizo sonreír.
Mis suegros tuvieron la idea, ya que nuestro hotel era pets friendly, o lo
que era lo mismo, para amantes de los animales, íbamos a probar a abrir otro
nicho de mercado, las bodas para mascotas.
—Llegan los novios. Álvaro, te toca fotografiarlos —apuré a mi chico,
quien además del collar llevaba la cámara colgada al cuello. Había dispuesto
varios trípodes para filmarlo todo desde distintos ángulos y poder hacer el
vídeo promocional.
—Sí, jefa, a sus órdenes. —Se cuadró—. No sabéis cuanto le pone
mandarme. —Mi chico le guiñó un ojo a Ebert y este rio.
—Me hago una ligera idea, a la mía también le ponen las órdenes —
comentó, mirando a Noe de refilón.
Mi mejor amiga tenía los ojos húmedos, con esas cosas siempre se ponía
muy sensible.
—Creo que voy a llorar —sorbió por la nariz—. ¡Mirad que guapos están!
Maru se había ocupado de los estilismos, y lo cierto era que todos estaban
preciosos.
Los peques llevaban trajecitos con estampado tropical; la novia, un collar
de flores y un tocado a juego, y a Joselu lo vistieron como a sus hijos
añadiendo una flor de tiaré a su pelo.
Ebert le secó las mejillas a su chica y la abrazó contra su cuerpo.
—Pues espero que estés más feliz el día que tú y yo nos casemos.
—¡¿Os vais a casar?! —preguntamos al unísono Laura y yo con
suspicacia. Nuestra amiga asintió emocionada.
—Ebert me lo pidió anoche.
—¡Y a mí Maui!

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—¡Y yo a Álvaro!
—¿Para qué conformarse con un enlace único cuando puede ser triple? —
intervino Maui, haciéndonos reír a todos.
Las tres nos contemplamos alucinadas con una sonrisa en los labios
dispuestas a encarar el nuevo reto que se avecinaba.
Contemplé con cariño a esas fantásticas mujeres con quien había
compartido esta gran aventura llena de risas, locuras y amistad.
El amor siempre crece y se hace más fuerte cuando lo compartes con
aquellas personas que te comprenden, te apoyan y son capaces de
acompañarte hasta una isla en la Polinesia para verte feliz.
Ocupamos nuestros asientos, y Álvaro se sentó momentáneamente a mi
lado para ofrecerme una caricia y un beso emocionado.
Todos aprendimos a abrazar nuestras diferencias, reírnos de nuestros
errores, luchar contra nuestras flaquezas y confiar en que el destino siempre
pone en tu camino a la persona correcta. Ese era el verdadero significado de
un todo incluido, por lo menos, en el amor.

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Agradecimientos
Siempre quise escribir una novela veraniega, una de esas que te apetece leer
tumbado en una hamaca y que lo único que te provoque sean unas risas
mientras inundas tu boca en una piña colada.
¡Vale puede que después de que hayas tragado, no vaya a ser que rocíes a
la vecina de al lado!
Te advierto que lo único que vas a encontrar en este libro son sonrisas, así
que olvídate de husmear a ver si encuentras drama o un lado oscuro, porque
este no sería tu libro.
Me parece que es la historia que he escrito más rápido y es que era
incapaz de soltarlos, la he gozado muchísimo y espero que a ti, querido lector,
te pase lo mismo.
He contado con tres protagonistas de lujo: Maca, Noe y Lau, que
quisieron embarcarse conmigo en esta aventura y convertirse en las
protagonistas del resort, y por supuesto, de esta historia.
Gracias chicas por las risas, los mails, las teorías y las aportaciones, sois
únicas y espero haber estado a la altura de vuestras expectativas, os quiero un
montón.
A mis ceros, chicas sé que con este libro os he hecho sacar la lengua para
tenerlo antes dde las vacaciones, os lo agradezco muchísimo y de corazón.
Nani, Vane, Irene y nuestra última pero no menos importante incorporación,
desde las Canarias: Jean. Gracias a todas, sois increíbles.
A Noni, Marisa y Sonia, siempre al pie del cañón, sudando la gota gorda y
no desfalleciendo incluso estando enfermas. Gracias por esta corrección
maravillosa y llena de sonrisas, sois estupendas.
A Laia, @venusfolk, mi ilustradora que ha hecho de la imagen de la
portada una auténtica maravilla.

Página 559
A Kramer por darle forma a la ilustración de Laia y convertirla en la
portada perfecta. ¡LA ADORO! Gracias Mago.
A Tania, a quien espero que saque unos días para venirme a visitar estas
vacaciones y echarnos unas risas además de las que nos pegaremos en la LC,
te echo de menos, ¡¡¡¡¡¡ven!!!!!!
A Christian @surfeandolibros, Sandra @libro_ven_a_mi, Ángeles,
Adriana @mrs.svetacherry Marcos @booksandmark, Henar
@clubdelecturaentrelibros, Luisa @literaliabooks, Andrea @andreabooks,
Yole @el_rincon_dela_yole, y todos los bookstagramers con los que hablo
que tanto me aportáis y que siempre sumáis.
A mis chicas de La Zona Mafiosa, Clau, Anita, que sois unas cracks.
A Mari Hoyos, Adriana Freixa, Noe Frutos, Rocío, Mada, Edurne
Salgado, Eva Suarez, Bronte Rochester, Piedi Lectora, Elysbooks, Maca
(@macaoremor), Saray (@everlasting_reader), Vero (@vdevero), Akara
Wind, Helen Rytkönen, @Merypoppins750, Lionela23, lisette, Marta
(@martamadizz), Montse Muñoz, Olivia Pantoja, Rafi Lechuga, Teresa
(@tetebooks), Yolanda Pedraza, Ana Gil (@somoslibros), Merce1890,
Beatriz Ballesteros. Silvia Mateos, Arancha Eseverri, Paulina Morant, Mireia
Roldán, Maite López, Analí Sangar, Garbiñe Valera, Silvia Mateos, Ana
Planas, Celeste Rubio, Tamara Caballero, Toñi, Tamara.
A todos los grupos de Facebook que me permiten publicitar mis libros,
que ceden sus espacios desinteresadamente para que los indies tengamos un
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Botezatu, Ana Maria Catalán, Ana María Manzanera, Ana Plana, Anabel
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Olías, Daniela Mariana Lungu, Angustias Martin, Asun Ganga, Aurora
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Chari Llamas, Chon Tornero, D. Marulanda, Daniela Ibarra, Daniela Mariana
Lungu Moagher, Daikis Ramírez, Dayana Lupu, Deborah Reyes, Delia
Arzola, Elena Escobar, Eli Lidiniz, Elisenda Fuentes, Emirsha Waleska
Santillana, Erika Villegas, Estefanía Soto, Elena Belmonte, Eli Mendoza,
Elisabeth Rodríguez, Eluanny García, Emi Herrera, Enri Verdú, Estefanía Cr,
Estela Rojas, Esther Barreiro, Esther García, Eva Acosta, Eva Lozano, Eva

Página 561
Montoya, Eva Suarez Sillero, Fati Reimundez, Fina Vidal, Flor Salazar,
Fabiola Melissa, Flor Buen Aroma, Flor Salazar, Fontcalda Alcoverro,
Gabriela Andrea Solis, Gemma Maria Párraga, Gael Obrayan, Garbiñe
Valera, Gema María Parraga, Gemma Arco, Giséle Gillanes, Gloria Garvizo,
Herenia Lorente Valverde, Inma Ferreres, Inma Valmaña, Irene Bueno, Irene
Ga Go, Isabel Lee, Isabel Martin Urrea, Itziar Martínez, Inés Costas, Isabel
Lee, Itziar Martínez López, Jenny López, Juana Sánchez Martínez, Jarroa
Torres, Josefina Mayol Salas, Juana Sánchez, Juana Sánchez Martínez, Juani
Egea, Juani Martínez Moreno, Karito López, Karla CA, Karen Ardila, Kris
Martin, Karmen Campello, Kika DZ, Laura Ortiz Ramos, Linda Méndez,
Lola Aranzueque, Lola Bach, Lola Luque, Lorena de la Fuente, Lourdes
Gómez, Luce Wd Teller, Luci Carrillo, Lucre Espinoza, Lupe Berzosa, Luz
Marina Miguel, Las Cukis, Lau Ureña, Laura Albarracin, Laura Mendoza,
Leyre Picaza, Lidia Tort, Liliana Freitas, Lola Aranzueque, Lola Guerra, Lola
Gurrea, Lola Muñoz, Lorena Losón, Lorena Velasco, Magda Santaella,
Maggie Chávez, Mai Del Valle, Maite Sánchez, Mar Pérez, Mari Angeles
Montes, María Ángeles Muñoz, María Dolores Garcia, M Constancia
Hinojosa, Maite Bernabé, Maite Sánchez, Maite Sánchez Moreno, Manuela
Guimerá Pastor, Mar A B Marcela Martínez, Mari Ángeles Montes, Mari
Carmen Agüera, Mari Carmen Lozano, María Camús, María Carmen Reyes,
María Cristina Conde Gómez, María Cruz Muñoz, María del Mar Cortina,
María Elena Justo Murillo, María Fátima González, María García, María
Giraldo, María González, María González Obregón, Maria José Estreder,
María José Felix Solis, Maria José Gómez Oliva, María Victoria Alcobendas,
Mariló Bermúdez, Marilo Jurad, Marimar Pintor, Marisol Calva, Marisol
Zaragoza, Marta Cb, Marta Hernández, Martha Cecilia Mazuera, Maru Rasia,
Mary Andrés, Mary Paz Garrido, Mary Pérez, Mary Rossenia Arguello Flete,
Mary RZ, Massiel Caraballo, May Del Valle, Mencía Yano, Mercedes
Angulo, Mercedes Castilla, Mercedes Liébana, Milagros Rodríguez, Mireia
Loarte Roldán, Miryam Hurtado, Mº Carmen Fernández Muñiz, Mónica
Fernández de Cañete, Montse Carballar, Mónica Martínez, Montse Elsel,
Montserrat Palomares, Myrna de Jesús, María Eugenia Nuñez, María Jesús
Palma, María Lujan Machado, María Pérez, María Valencia, Mariangela
Padrón, Maribel Diaz, Maribel Martínez Alcázar, Marilu Mateos, Marisol
Barbosa, Marta Gómez, Mercedes Toledo, Moni Pérez, Monika González,
Monika Tort, Nadine Arzola, Nieves López, Noelia Frutos, Noelia Gonzalez,
Núria Quintanilla, Nuria Relaño, Nat Gm, Nayfel Quesada, Nelly, Nicole
Briones, Nines Rodríguez, Ñequis Carmen García, Oihane Mas, Opic Feliz,

Página 562
Oana Simona, Pamela Zurita, Paola Muñoz, Paqui Gómez Cárdenas, Paqui
López Nuñez, Paulina Morant, Pepi Delgado, Peta Zetas, Pilar Boria, Pilar
Sanabria, Pili Doria, Paqui Gómez, Paqui Torres, Prados Blazquez, Rachel
Bere, Raquel Morante, Rebeca Aymerich, Rebeca Gutiérrez, Rocío Martínez,
Rosa Freites, Ruth Godos, Rebeca Catalá, Rocío Ortiz, Rocío Pérez Rojo,
Rocío Pzms, Rosa Arias Nuñez, Rosario Esther Torcuato, Rosi Molina, Rouse
Mary Eslo, Roxana-Andreea Stegeran, Salud Lpz, Sandra Arévalo, Sara
Lozano, Sara Sánchez, Sara Sánchez Irala, Sonia Gallardo, Sylvia Ocaña,
Sabrina Edo, Sandra Solano, Sara Sánchez, Sheila Majlin, Sheila Palomo,
Shirley Solano, Silvia Loureiro, Silvia Gallardo, Sonia Cullen, Sonia Huanca,
Sonia Rodríguez, Sony González, Susan Marilyn Pérez, Tamara Rivera, Toñi
Gonce, Tania Castro Allo, Tania Iglesias, Toñi Jiménez Ruiz, Verónica
Cuadrado, Valle Torres Julia, Vanesa Campos, Vanessa Barbeito, Vanessa
Díaz, Vilma Damgelo, Virginia Lara, Virginia Medina, Wilkeylis Ruiz,
Yojanni Doroteo, Yvonne Mendoza, Yassnalí Peña, Yiny Charry, Yohana
Tellez, Yolanda Sempere, Yvonne Pérez, Montse Suarez, Chary Horno,
Daikis Ramirez, Victoria Amez, Noe Saez, Sandra Arizmendi, Ana Vanesa
Martin, Rosa Cortes, Krystyna Lopez, Nelia Avila Castaño, Amalia Sanchez,
Klert Guasch Negrín, Elena Lomeli, Ana Vendrell, Alejandra Lara Rico,
Liliana Marisa Scapino, Sonia Mateos, Nadia Arano, Setefilla Benitez
Rodriguez, Monica Herrera Godoy, Toñi Aguilar Luna, Raquel Espelt Heras,
Flor Guillen, Luz Gil Villa, Maite Bernabé Pérez, Mari Segura Coca, Raquel
Martínez Ruiz, Maribel Castillo Murcia, Carmen Nuñez Córdoba, Sonia
Ramirez Cortes, Antonia Salcedo, Ester Trigo Ruiz, Yoli Gil, Fernanda
Vergara Perez, Inma Villares, Narad Asenav, Alicia Olmedo Rodrigo,
Elisabet Masip Barba, Yolanda Quiles Ceada, Mercedes Fernandez, Ester
Prieto Navarro, María Ángeles Caballero Medina, Vicky Gomez De Garcia,
Vanessa Zalazar, Kuki Pontis Sarmiento, Lola Cayuela Lloret, Merche Silla
Villena, Belén Romero Fuentes, Sandrita Martinez M, Britos Angy Beltrán,
Noelia Mellado Zapata, Cristina Colomar, Elena Escobar Llorente, Nadine
Arzola Almenara, Elizah Encarnacion, Jésica Milla Roldán, Ana Maria
Manzanera, Brenda Cota, Mariló Bermúdez González, María Cruz Muñoz
Pablo, Lidia Rodriguez Almazan, Maria Cristina Conde Gomez, Meztli Josz
Alcántara, Maria Garabaya Budis, Maria Cristina Conde Gomez, Osiris
Rodriguez Sañudo, Brenda Espinola, Vanessa Alvarez, Sandra Solano,
Gilbierca María, Chanty Garay Soto, Vane Vega, María Moreno Bautista,
Moraima selene valero López, Dalya Mendaña Benavides, Mercedes
Pastrana, Johanna Opic Feliz, María Santos Enrique, Candela Carmona, Ana

Página 563
Moraño Dieguez, Marita Salom, Lidia Abrante, Aradia Maria Curbelo Vega,
Gabriela Arroyo, Berenice Sanchez, Emirsha Waleska Santillana, Luz Marina
Miguel Martin, Montse Suarez, Ana Cecy, Maria Isabel Hernandez Gutierrez,
Sandra Gómez Vanessa Lopez Sarmiento, Melisa Catania, Chari Martines,
Noelia Bazan, Laura Garcia Garcia, Alejandra Lara Rico, Sakya Lisseth
Mendes Abarca, Sandra Arizmendi Salas, Yolanda Mascarell, Lidia
Madueño, Rut Débora PJ, Giséle Gillanes, Malu Fernandez, Veronica Ramon
Romero, Shirley Solano Padilla, Oscary Lissette, Maria Luisa Gómez Yepes,
Silvia Tapari, Jess GR, Carmen Marin Varela, Rouse Mary Eslo, Cruella De
Vill, Virginia Fernandez Gomez, Paola Videla, Loles Saura, Bioledy Galeano,
Brenda Espinola,Carmen Cimas Benitez, Vanessa Lopez Sarmiento, Monica
Hernando, Sonia Sanchez Garcia, Judith Gutierrez, Oliva Garcia Rojo, Mery
Martín Pérez, Pili Ramos, Babi PM, Daniela Ibarra, Cristina Garcia
Fernandez, Maribel Macia Lazaro, Meztli Josz Alcántara, Maria Cristina
Conde Gomez, Bea Franco, Ernesto Manuel Ferrandiz Mantecón. Brenda
Cota, Mary Izan, Andrea Books Butterfly, Luciene Borges, Mar Llamas,
Valenda_entreplumas, Joselin Caro Oregon, Raisy Gamboa, Anita Valle,
M.Eugenia, Lectoraenverso_26, Mari Segura Coca, Rosa Serrano,
almu040670.-almusaez, Tereferbal, Adriana Stip, Mireia Alin, Rosana Sanz,
turka120, Yoly y Tere, LauFreytes, Piedi Fernández, Ana Abellán, ElenaCM,
Eva María DS, Marianela Rojas, Verónica N.CH, Mario Suarez, Lorena
Carrasco G, Sandra Lucía Gómez, Mariam Ruiz Anton, Vanessa López
Sarmiento, Melisa Catania, Chari Martines, Noelia Bazan, Laura Garcia
Garcia, Maria Jose Gomez Oliva, Pepi Ramirez Martinez, Mari Cruz Sanchez
Esteban, Silvia Brils, Ascension Sanchez Pelegrin, Flor Salazar, Yani Navarta
Miranda, Rosa Cortes, M Carmen Romero Rubio, Gema Maria Párraga de las
Morenas, Vicen Parraga De Las Morenas, Mary Carmen Carrasco, Annie
Pagan Santos, Dayami Damidavidestef, Raquel García Diaz, Lucia Paun,
Mari Mari, Yolanda Benitez Infante, Elena Belmonte Martinez, Marta
Carvalho, Mara Marin, Maria Santana, Inma Diaz León, Marysol Baldovino
Valdez, Fátima Lores, Fina Vidal Garcia, Moonnew78, Angustias Martín,
Denise Rodríguez, Verónica Ramón, Taty Nufu, Yolanda Romero, Virginia
Fernández, Aradia Maria Curbelo, Verónica Muñoz, Encarna Prieto, Monika
Tort, Nanda Caballero, Klert Guash, Fontcalda Alcoverro, Ana MªLaso, Cari
Mila, Carmen Estraigas, Sandra Román, Carmen Molina, Ely del Carmen,
Laura García, Isabel Bautista, MªAngeles Blazquez Gil, Yolanda Fernández,
Saray Carbonell, MªCarmen Peinado, Juani López, Yen Cordoba, Emelymar
N Rivas, Daniela Ibarra, Felisa Ballestero, Beatriz Gómez, Fernanda Vergara,

Página 564
Dolors Artau, María Palazón, Elena Fuentes, Esther Salvador, Bárbara
Martín, Rocío LG, Sonia Ramos, Patrícia Benítez, Miriam Adanero,
MªTeresa Mata, Eva Corpadi, Raquel Ocampos, Ana Mª Padilla, Carmen
Sánchez, Sonia Sánchez, Maribel Macía, Annie Pagan, Miriam Villalobos,
Josy Sola, Azu Ruiz, Toño Fuertes, Marisol Barbosa, Fernanda Mercado, Pili
Ramos, MªCarmen Lozano, Melani Estefan Benancio, Liliana Marisa
Scarpino, Laura Mendoza, Yasmina Sierra, Fabiola Martínez, Mª José Corti
Acosta, Verónica Guzman, Dary Urrea, Jarimsay López, Kiria Bonaga,
Mónica Sánchez, Teresa González, Vanesa Aznar, MªCarmen Romero, Tania
Lillo, Anne Redheart, Soraya Escobedo, Laluna Nada, Mª Ángeles Garcia,
Paqui Gómez, Rita Vila, Mercedes Fernández, Carmen Cimas, Rosario Esther
Torcuato, Mariangeles Ferrandiz, Ana Martín, Encarni Pascual, Natalia
Artero, María Camús, Geral Sora, Oihane Sanz, Olga Capitán, MªJosé
Aquino, Sonia Arcas, Opic Feliz, Sonia Caballero, Montse Caballero, María
Vidal, Tatiana Rodríguez, Vanessa Santana, Abril Flores, Helga
Gironés,Cristina Puig, María Pérez, Natalia Zgza, Carolina Pérez, Olga
Montoya, Tony Fdez, Raquel Martínez, Rosana Chans, Yazmin Morales,
Patri Pg, Llanos Martínez, @amamosleer_uy, @theartofbooks8, Eva Maria
Saladrigas, Cristina Domínguez González (@leyendo_entre_historia),
@krmenplata, Mireia Soriano (@la_estanteria_de_mire), Estíbaliz Molina,
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Cuesta, Laura Serrano, Ana Julia Valle, Nicole Bastrate, Valerie Figueroa,
Isabel María Vilches, Nila Nielsen, Olatz Mira, @marta_83_girona, Sonia
García, Vanesa Villa, Ana Locura de lectura, 2mislibrosmisbebes, Isabel
Santana, @deli_grey.anastacia11, Andrea Pavía, Eva M. Pinto, Nuria Daza,
Beatriz Zamora, Carla ML, Cristina P Blanco (@sintiendosuspaginas),
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Manoli Jodar, Verónica Torres, Mariadelape @peñadelbros, Yohimely
Méndez, Saray de Sabadell, @littleroger2014, @mariosuarez1877,
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Elena Navarro, Candela Carmona, Sandra Moreno, Victoria Amez, Angustias
Martin, Mariló Bermúdez, Maria Luisa Gómez, María Abellán, Maite
Sánchez, Mercedes Pastrana, Ines Ruiz, Merche Silla, Lolin García, Rosa
Irene Cue, Yen Córdoba, Yolanda Pedraza, Estefanías Cr, Ana Mejido,
Beatriz Maldonado, Liliana Marisa Scarpino, Ana Maria Manzanera, Joselin
Caro, Yeni Anguiano, María Ayora, Elsa Martínez, Eugenia Da Silva, Susana
Gutierrez, Maripaz Garrido, Lupe Berzosa, Ángeles delgado, Cris Fernández
Crespo, Marta Olmos, Marisol, Sonia Torres, Jéssica Garrido,

Página 565
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Yeimi Guzman, Lucía Pastor, Aura Tuy, Elena Bermúdez, Montse Cañellas,
Natali Navarro, Cynthia Cerveaux, Marisa Busta, Beatriz Sánchez, Fatima
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Siurell, Beatriz Millán, @Rosariocfe65, Dorina Bala, Marta Lanza, Ana
Belén Tomás, Ana García, Selma, Luisa Alonso, Mónica Agüero, Pau Cruz,
Nayra Bravo, Lore Garnero, Begikat2, Raquel Martínez, Anabel Morales,
Amaia Pascual, Mabel Sposito, Pitu Katu, Vanessa Ayuso, Elena Cabrerizo,
Antonia Vives, Cinthia Irazaval, Marimar Molinero, Ingrid Fuertes, Yaiza
Jimenez, Ángela García, Jenifer G. S, Marina Toiran, Mónica Prats, Alba
Carrasco, Denise Bailón (@amorliteral), Elena Martínez, Bárbara Torres,
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Torres, Sandra Pérez, Concha Arroyo, Irene Bueno, Leticia Rodríguez,
Cristina Simón, Alexia Gonzalex, María José Aquino, Elsa Hernandez, Toñi
Gayoso, Yasmina Piñar, Patricia Puente, Esther Vidal, Yudys de Avila, Belén
Pérez, Melisa Sierra, Cristi Hernando, Maribel Torres, Silvia A Barrientos,
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Camacho, Cristina Campos, Oana Simona, María Isabel Sepúlveda, Beatriz
Campos, Mari Loli Criado Arcrlajo, Monica Montero, Jovir Yol LoGar Yeisy
Panyaleón, Yarisbey Hodelin, Itxaso Bd, Karla Serrano, Gemma Díaz, Sandra
Blanca Rivero, Carolina Quiles, Sandra Rodríguez, Carmen Cimas, Mey
Martín, Mayte Domingo, Nieves León, Vane de Cuellar, Reyes Gil, Elena
Guzmán, Fernanda Cuadra, Rachel Bere, Vane Ayora, Diosi Sánchez,
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Obregón, Yexi Oropeza, Bea Suarez, @Victorialba67, @lady.books7, valeska
m.r., Raquel Attard @missattard, @lola_lectora, Marisol, @lecturasdefaty,
Lola Toro, Cati Domenech, Chari García, Lisbeth de Cuba, Vanesha, Cris,
Oropeza, Montserrat Castañeda, Alicia Cecilio, Estrella, Susana Ruiz,Rosa
González, Noelia, _saray89_, Mercè Munch, Maite Pacheco, Cris E, María
del Carmen, Adriana Román, Arantxa_yomisma, inmamp18,
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MariVega,CristinaPinos,@josune1981,m.jaresav,caroo_gallardoo,

Página 566
@beccaescribe, @rosemolinar, Tami, @elicaballol, Maruajose, Paloma
Osorio, Thris, Lorena Royo, @flor.s.ramirez, Mar Llamas, @starin8,
AguedaYohana Téllez, Maria Belén Martínez, @lalylloret, Mayte Ramírez,
Camino Combalina, María Isabel Salazar, Teresa Hernández, Mari Titis,
Paula Hernández, Valeska Miranda, María Victoria Lucena, Daniela, Cecilia,
Karina García, Olga Lucía Devia, Miryam Hurtado, Susy Gómez Chinarro,
Amaya Gisela, María Barbosa, Sandra Rodriguez, Montse Domingo y Elia
Company, Kristibell73, ros_g.c, majomartinez_43, CamiKaze��, Mery
Martín Pérez y Vanessa Martin Perez, zirim11, Desirée Mora, Isabel San
Martín, Paky González, Maggie Chávez, Damasa, Jenny Morató, Camila
Montañez, Lodeandru, Sagrario Espada, Jessica Espinoza, Davinia Mengual,
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María Isabel Epalza, María Escobosa, @cristinaadan4256, Verónica Vélez,
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Gallego, Michelle Llanten, Maria Jose Cortia, Miss_carmens, Ángela García,
Esmeralda Rubio, Encarni Pascual, Rocítri69, Kenelys Duran, Isabel Guerra,
Rocítri69, Encarni Pascual.
A todos los que me leéis y me dais una oportunidad, y a mis Rose Gate
Adictas, que siempre estáis listas para sumaros a cualquier historia e iniciativa
que tomamos.

Página 567
ROSE GATE es el pseudónimo tras el cual se encuentra Rosa Gallardo Tenas.
Nació en Barcelona en noviembre de 1978.
A los catorce años, descubrió la novela romántica gracias a una amiga de
clase. Ojos verdes, de Karen Robards y Shanna, de Kathleen Woodiwiss
fueron las dos primeras novelas que leyó, convirtiéndola en una devoradora
compulsiva de este género.
Dirige un centro deportivo. Casada y con dos hijos se decidió a escribir
animada por su familia y amigos.

Página 568
Notas

Página 569
[1] Vahine: Mujer, en tahitiano. <<

Página 570
[2] Popa'a: extranjera, en tahitiano. <<

Página 571
[3]Mauruuru roa e a oaoa i te mahana: muchas gracias y a disfrutar del día,
en tahitiano. <<

Página 572
[4] Tae roa mai i teie pô, e mea nehenehe mau: Hasta esta noche preciosa. <<

Página 573
[5]Flute dog: traducción literal de perro flauta, ya te darás cuenta de que Jose
Luis de inglés poco, aunque se dé aires de la realeza británica e intente poner
acento, nació en el Peñón, un bar de Albacete, aunque a él le gusta decir que
es originario del de Gibraltar. <<

Página 574
[6] Free: libre, en inglés. <<

Página 575
[7] Fucker perreator: la traducción de José Luis de jodido perreador. <<

Página 576
[8] Dog of my life: a la perra de mi vida, traducción literal de José Luis. <<

Página 577
[9] My class: mi clase, traducción literal de José Luis. <<

Página 578
[10] Freedom: libertad, en inglés. <<

Página 579
[11] Orations: oraciones, traducción literal de José Luis. <<

Página 580
[12]Don’t call me garbanzo, call me José Luis: No me llames garbanzo,
llámame José Luis, en inglés. <<

Página 581
[13] Sausage: salchicha, en inglés. <<

Página 582
[14] Fucking love of my life: El jodido amor de mi vida, en inglés. <<

Página 583
[15] Ma fleur: mi flor, en francés. <<

Página 584
[16] Hello my Darling: Hola querida, en inglés. <<

Página 585
[17] Ça va, mon amour?: ¿Qué tal, mi amor?, en francés. <<

Página 586
[18] Eyes: Ojos, en inglés. <<

Página 587
[19] Window: ventana, en inglés. <<

Página 588
[20] Smile: sonrisa, en inglés. <<

Página 589
[21] Puppies: cachorros, en inglés. <<

Página 590
[22] Bitches: zorras, en inglés. <<

Página 591
[23] Tree: Árbol, en inglés. <<

Página 592
[24] A good idea: Una buena idea, en inglés. <<

Página 593
[25] Bon Voyage!: ¡Buen viaje!, en francés. <<

Página 594

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