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Colombia

48 horas en Cartagena
Una guía para experimentar en dos días lo mejor de esta ciudad de Colombia.
Los lugares para visitar, el casco histórico, las playas sobre el mar Caribe y los
sabores locales.

La Torre del Reloj marca el ingreso al caso histórico (Shutterstock)


15/12/2019 - Clarín.com

No sucede con frecuencia, pero esta es una de las pocas excepciones: Cartagena de
Indias es una de esas ciudades que mezclan lo imposible. Y en dosis justas.
Otrora joya de la Corona española, caminar sus barrios antiguos es poner un pie
dentro de la historia sin perder de vista los rascacielos de la zona moderna y los
aires cosmopolitas que le imponen ser el destino más visitado de Colombia. Todo
coronado por la seducción del mar Caribe y sus playas.
Ubicada en el norte del país, Cartagena fue fundada por Pedro de Heredia en 1533.
Allí funcionó uno de los puertos más importantes de la época de la colonia, lo que
la convirtió en objeto de deseo de piratas (aún se puede ir tras los rastros de sus
batallas). Muchos la conocen como “La Heroica” por haber sido la primera ciudad en
lograr la independencia, en 1811. La fusión de culturas indígena, africana y española
se respira en cada rincón y dice presente en su arquitectura, su gastronomía y en la
calidez de su gente.

Las coloridas calles del centro histórico de Cartagena de Indias, Colombia.

Colorida, exuberante, relajada y culta. Cartagena es así. Es pasado y actualidad. Es


la ciudad que inspiró a García Márquez y en la que una gorda Botero no desentona.
Es en la que nunca se abandona la rumba y, al mismo, tiempo ofrece la paz única de
atardeceres mágicos. Es una y muchas a la vez.

PRIMER DÍA
9.00 Para surfear el calor que se impone desde temprano, nada mejor que comenzar el
itinerario por el Fuerte de San Felipe de Barajas. Construido por los españoles entre
1535 y 1657 para defender a la ciudad de los ataques de corsarios ingleses y franceses,
al estar ubicado sobre el cerro San Lázaro, habilita una espléndida visión de 360° de
la ciudad. Sus gruesas paredes de piedra coralina y ladrillo de la que fue la edificación
militar más grande de América Latina permanecen intactas pese al paso del tiempo. Al
igual que la construcción, en la que es posible circular por el enredado sistema de
túneles (de baja altura, para emboscar a los invasores) y conocer su estratégico sistema
defensivo de baterías, rampas, cañones y casamatas (orificios que permitían
resguardarse ante ataques). La entrada cuesta 7 dólares.

Fuerte San Felipe de Barajas. Cartagena.

11.00 La Torre del Reloj nos da la bienvenida a la ciudad amurallada. Una ciudad
–con dos barrios, Santo Domingo y San Diego- dentro de otra y custodiada por un
muro defensivo de piedra de 11 kilómetros complementado por fortificaciones y
baluartes. Mapa en mano, es momento de enredarse por sus angostos callejones
adoquinados de nombres tan encantadores como la Calle de las Damas o la del
Porvenir que, de manera casi antojadiza, cambian de nombre en cada esquina.

l atravesar la arcada bajo la torre y cruzar la Plaza de los Coches, donde estacionan
antiguos carruajes tirados por caballos, el Portal de los Dulces pone a disposición
de paladares golosos una variedad de manjares locales. Cocadas de coco o guayaba,
bocaditos de leche, panelas de sésamo (que es ajonjolí para los colombianos) no sólo
son deliciosos, sino que resultan ideales para acompañar la caminata. Se pueden
comprar por unidad (desde US$ 0,30 cada una) o en bandejitas (desde un dólar).

Tras la pausa, la visita continúa hacia la Plaza de la Proclamación. Allí se levanta


Santa Catalina de Alejandría, la Catedral de Cartagena y una de las más antiguas
de América. Su construcción arrancó en 1577, y debido a los ataques que sufrió, debió
ser restaurada varias veces. Entre ellos, el más conocido es el del pirata Francis Drake,
que destruyó su ala derecha. Finalmente, se terminó de construir en 1612.

12.00 Enfrente, cruzando el parque de Bolívar –remanso de sombra- está el Palacio de


la Inquisición, una amplia y bella casona que fue la sede del cruel tribunal que hizo
pie en la ciudad en 1610 para condenar la brujería y castigar a los herejes. Base del
Museo Histórico, en sus salas pueden verse originales y réplicas de aquellos brutales
instrumentos de tortura. Más allá de la conmoción que provoca recorrer un espacio que
marcó injustamente el destino de muchos, no se puede dejar de admirar la arquitectura
del palacio.

Un dato para no perderse: sobre su fachada lateral (hacia la calle de La Inquisición)


aún se encuentra “la ventana de la denuncia”, una pequeña ventana con una cruz
arriba que servía para dejar acusaciones anónimas a las autoridades. La entrada al
Palacio cuesta 6 dólares.

13.00 La oferta gastronómica del centro es tan seductora como variada: la movida
incluye desde puestos callejeros hasta restaurantes ultra chic.

En este caso, la pausa para el almuerzo nos permite descubrir Alma, un elegante
restó con una carta que evoca la esencia de la cocina autóctona: carpaccio de pulpo,
empanaditas de langosta y una abundante cazuela de mariscos a la cartagenera. De
postre, se suma un original snooky de coco con un toque de menta.

14.30 Es tiempo de abandonar el fresco del aire acondicionado y reiniciar la aventura.


A paso lento, es un buen momento para disfrutar de un recorrido marcado por
coloridas casas coloniales con amplias balconadas floridas y patios de estilo
andaluz, y detenerse para la selfie en sus gruesos portones de madera plenos de
estoperoles (botones de hierro cuya cantidad y disposición denotaban la riqueza de sus
dueños) y aldabas -o llamadores- que revelaban el status de la familia. Los leones
señalaban el vínculo con la realeza y el poder; los búhos, la sabiduría; y los animales
marinos, que los residentes eran mercantes.
La caminata se dirige hacia Las Bóvedas, un complejo de 47 arcos y 23 bóvedas que
forman parte de la muralla. Antaño cárceles y cuarteles de los españoles, hoy son
una galería ideal para comprar antigüedades y artesanías con sello propio. Hay de todo
y para todos los bolsillos, una real perdición para los fans de souvenires y recuerdos.
Cómo no animarse a un sombrero vueltiao, símbolo y orgullo local. Amplio, se
confecciona con fibra de caña y puede doblarse hasta que queda milagrosamente
pequeño.

15.30 La ruta nos lleva atravesar de nuevo el casco histórico, con destino al Santuario
de San Pedro Claver. En el trayecto cruzamos por la Plaza de Santo Domingo, uno de
los espacios más populares de la ciudad. Rodeada de bares, sobre uno de sus lados está
la iglesia y al frente, la gorda “Gertrudis”, la escultura de Fernando Botero que
aporta su cuota de modernidad y nos abre la mirada hacia lo más reconocido -y
reconocible- del arte colombiano contemporáneo.

En un antiguo claustro colonial -que comenzó a ser construido en 1580-, la iglesia y el


Museo de San Pedro Claver invitan a reflexionar sobre la esclavitud. El altar del
templo resguarda los restos del “esclavo de los esclavos”, como se conoce al sacerdote
español jesuita que, cuenta la historia, “acristianó” a más de 250 mil esclavos por estas
tierras.

En las estancias del convento, hoy devenidas salas, se exhiben variados objetos de la
época, la enfermería donde atendía a la población esclavizada, la habitación donde
murió y, en el frondoso patio, el aljibe en el que bautizaba. La entrada al lugar cuesta 4
dólares y la visita guiada, 8,50.

Afuera, en la plaza del mismo nombre, las palenqueras -orgullosas de su linaje


africano y siempre luciendo sus trajes típicos- venden las sabrosas frutas que trasladan
con gracia y habilidad sobre sus cabezas. Una sugerencia: conviene tener a mano algo
de dinero para entregarles si quiere obtener la foto de rigor.
17.00 Saliendo por la Torre del Reloj, caminamos por el muelle de Los Pegasos. El
paseo costero que aloja, al mismo tiempo, al imponente Centro de Convenciones y, al
frente, dos galeones piratas que instalan aires antiguos en el ambiente.

Allí, desde el muelle de La Bodeguita, parte la “Sibarita del Mar”. A bordo de la


embarcación, navegando por la Bahía de las Ánimas, conseguimos las mejores
panorámicas. Imágenes que fusionan la historia y la modernidad. De un lado, la parte
vieja; del otro, los altos edificios de Bocagrande, Castillogrande y El Laguito, los
barrios más nuevos de la ciudad. Un paisaje enmarcado por una magnífica puesta de
sol digna de las mejores postales. La travesía dura aproximadamente una hora y media;
cuesta 21 dólares e incluye barra libre.

Desde el casco hisórico, visa de Bocagrande, Castillogrande y El Laguito (Shutterstock)

19.00 De nuevo en el “corralito de piedra”, como llaman sus habitantes al casco


histórico, hay que dejarse seducir por el encanto de la ciudad iluminada. Candé, un
restaurante de cocina ciento por ciento cartagenera, es el lugar elegido para la
cena. En un ambiente colonial y distendido, con una fuerte impronta local (que incluye
shows de salsa y bailes folclóricos), el menú ofrece deliciosas y abundantes
preparaciones tradicionales en versiones modernizadas. Para turistas un tanto
desorientados con los nombres de las comidas, las camareras explican qué contiene
cada plato. Hay opción vegetariana.

SEGUNDO DÍA
8.30 A 40 kilómetros de la ciudad, el archipiélago del Rosario -28 islas, de las cuales
7 son privadas- es un edén para los amantes de la naturaleza, la tranquilidad y los
deportes acuáticos.

Islas del Rosario, excursión para aprovechar mientras se visita Cartagena, Colombia.

Desde el muelle de la marina Santa Cruz, en el barrio de Manga, la lancha zarpa a las 9
y llega, una hora después, al hotel San Pedro de Majagua, en la Isla Grande, un
verdadero paraíso ecológico rodeado de barreras de corales, playas de arena
blanquecina y toda la calidez del mar Caribe.

En el único parque nacional submarino de Colombia, es posible descubrir toda la


riqueza de su arrecife buceando (la inmersión cuesta 65 dólares y dura alrededor de 50
minutos) o haciendo snorkel (30 dólares).

Para conocer los manglares, lo ideal es hacer un paseo en kayak (23 dólares) o en
canoa (18 dólares).
Aguas transparentes en Islas del Rosario.

Caminar o andar en bici por los senderos agrestes -bajo la sombra de los altísimos y
añosos majaguas que, con sus enormes troncos anaranjados, pincelan el paisaje-, es la
mejor manera de explorar un entorno tan natural como instagrameable.

Para disfrutar del sol, el hotel tiene dos playas privadas: una con música y abundantes
corales; la otra, más amplia y tranquila. El relax también tiene su espacio en el spa,
una confortable cabaña en la que hacen masajes y otros tratamientos (desde 25
dólares).

Allí mismo, en el centro del predio, sirven el almuerzo entre las 12 y las 14. La
propuesta tiene la marca local y el pescado frito -el pargo en particular- es protagonista
principal, siempre acompañado de arroz con coco o ensalada. Para terminar, un
refrescante plato de frutas típicas, como el cocorozo y la papaya.

En el muelle, mientras se espera que la lancha emprenda la vuelta-siempre lo hace a


las 15-, se pueden ver las coloridas manualidades confeccionadas por los habitantes de
la isla. A tono con el entorno, hay colgantes y adornos con figuras de peces, tortugas y
pájaros de madera.
16.30 Al regreso, la visita sigue con un recorrido por Getsemaní, el barrio más
bohemio y relajado de Cartagena. Espacio de contrastes en el que conviven antiguas
viviendas familiares con hoteles boutique, restós y casonas restauradas -producto del
boom inmobiliario que vivió la zona en los últimos años-, en sus veinte manzanas se
respira, para muchos, el verdadero espíritu cartagenero. Es que fue la primera barriada
extramuros -es decir, levantada fuera de las murallas- y entonces era conocida como
“el arrabal”.

En sus inicios, fue una isla separada de la ciudad (a la que luego se unió por puentes) y
era el lugar en el que residían los esclavos y, después, las clases bajas trabajadoras. Por
su ubicación, en aquel entonces alejado del centro, el barrio funcionó como la “caja
fuerte” de la corona española, que resguardaba su tesoro en la iglesia de la Trinidad,
que aún se mantiene en pie y puede visitarse.

Lo mejor es conocer a pie, sin prisa pero sin pausa, la impronta que tiene cada una
de sus calles, apreciar los grafitis que decoran las paredes, disfrutar de los artistas
callejeros y de la salsa que nunca deja de sonar en el ambiente. Sentarse a tomar un
trago en cualquier bar de la Plaza de la Trinidad es la mejor forma de terminar el
paseo.

19.30 A unos 15 minutos, cruzando por el puente Román, Manga es un barrio


residencial y comercial. Allí, situado dentro del Fuerte de San Sebastián del Pastelillo,
el Club de Pesca es uno de los restaurantes más tradicionales de la ciudad, y
representa una excelente opción para cenar.

Una terraza con una espléndida vista de la bahía y de la marina de fondo es el espacio
ideal para disfrutar de una deliciosa cazuela de mariscos y despedirse de una ciudad
que siempre nos invita a volver.

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