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FEDRO
EDICIÓN BILINGÜE
CLÁSICOS DYKINSON
Fedro
COLECCIÓN
CLÁSICOS DYKINSON
Serie: Textos
Director de la colección
ALFONSO SILVÁN RODRÍGUEZ
PLATÓN
Fedro
Edición bilingüe, introducción y notas
de
LUIS GIL FERNÁNDEZ
Actualización bibliográfica
de
ALFONSO SILVÁN RODRÍGUEZ
Madrid
2009
I.' Edición en el Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1957
© Copyright by
Luis Gil Fernández, 2009
ISBN: 978-84-9982-850-3
Depósito Legal: M.-48.380-2009
Preimpresión e Impresión:
SAFEKAT, S. L.
Belmonte de Tajo, 55 - 3.° A - 28019 Madrid
Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño
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ÍNDICE
Introducción 9
I. Fecha 9
II. Época y circunstancias de la acción 17
III. Carácter, objeto y unidad del Fedro 20
IV. El tema del amor 27
V. Naturaleza y destino del alma 37
VI. Retórica y dialéctica 51
VII. El Fedro y la posteridad 59
Notas 67
Actualización bibliográfica 87
Siglas 95
Texto bilingüe 96
Notas 262
INTRODUCCIÓN
I.—Fecha
VI.—Retórica y dialéctica
rica (Inst. Orat. II, 15, 29), o cuando tiene (ibíd., II, 20,
4) por la materia de este arte omnes res, quaecumque el
ad dicendum subiectae erunt.
Baste lo dicho para dar una idea de la pervivencia
doctrinal de nuestro diálogo precisamente en los medios
más afectados por sus ideas. El tratar de una forma
exhaustiva las influencias que ejerció en todo el mundo
antiguo, desde los Padres de la Iglesia a los últimos
escritores paganos, rebasa los límites de esta introduc-
ción, pudiendo el lector interesado por el tema encontrar
la lista completa de los autores antiguos que citan el
Fedro en los Testimonia de las ediciones de Schanz y de
Vollgraff. Aquí no nos interesa más que hacer constar
que el número de ellos es muy crecido, ascendiendo la
lista que da Robin en la introducción de la ed. Budé a
treinta nombres, y eso que sólo enumera los autores que
cita en el aparato crítico. Si ello da una elocuente idea de
la resonancia de esta obra en todos los sectores (paganis-
mo y cristianismo) de la Antigüedad clásica, el comen-
tario que le consagró Ilermias, un discípulo de Siriano,
en el siglo v d. de J. C., nos habla del lógico interés que
despertó en los círculos neoplatónicos. Este comentario,
editado por Couvreur94, pese a lo mucho que tiene de
farragoso, es de indudable valor para la fijación del texto
de nuestro diálogo, y aun para su interpretación en deter-
minados casos.
Al renacer en época bizantina los estudios platónicos,
los eruditos de nuevo fijaron su atención en esta obra:
Pselo" le dedica un comentario, y Máximo Planudes",
al traducir el Somnium Scipionis al griego, inserta en su
texto original la célebre demostración de la inmortalidad
del alma de nuestro diálogo, en vez de retraducirla de la
versión de Cicerón. Ello es indicio de hasta qué punto
los filólogos bizantinos estaban familiarizados con la
lectura del Fedro.
Introducción 63
Madrid, 1957
Introducción 67
Notas
16 Plato, the Man and and his Work, London, 19496 (19261),
pp. 299-300.
17 Die platonischen Schriften, Berlin-Leipzig, 1930, p. 485.
18 Platon, der Kampf des Geistes um die Macht, Berlin, 1933,
p. 399.
19 Platon, sein Leben undseine Werke, Berlin, 1929', p. 395.
20 Platon. Oeuvres complétes, tomo IV, 3.' part.: Phédre, Paris,
«Les Belles Lettres», 1933, pp. II-IX.
21 «Notes sur la chronologie platonicienne», BAGB 9 (1925)
15-20.
22 Plato 's Phaedrus Translated with Introduction and Commen-
tal)), Cambridge, 1952, pp. 1-7.
23 «La chronologie des dialogues de Platon», Bullí de I 'Acad.
roy. de Belgique, Classe des lettres 5 (1913) 147-73.
24 «Tke Attack on Isocrates in the Phaedrus», CO 31 (1937)156.
25 De la misma opinión (que también es la nuestra) se muestran
Pabón y Fernández-Galiano, quienes en su excelente intro-
ducción a su edición de la República (Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 1949, p. XXX), sitúan nuestro diálogo en
los años inmediatamente anteriores al 366.
26 «L' áge de Phédre dans le dialogue de Platon», BAGB 10
(1926) 8-21.
27 «Du nouveau sur Phédre», REA 41 (1939) 313-318.
28 El fragmento en cuestión dice así:
rencia.
73 P lato 's Phaedrus, p. 135.
Estudios específicos
Ediciones.
229c cita codd.: si Von der Mühll 229e ret rotahra Oxy.: airrá
B: labra TW
Fedro 105
(I)AI 'A-Kove
Fedro.—Escucha, pues.
Pues son muchas las cosas que les afligen, y creen que
todo sucede en su propio perjuicio. Por ello evitan el trato
de sus amados con los demás, temiendo que los que tienen
hacienda les sobrepasen con sus riquezas, y que los que
están educados les aventajen con su inteligencia. Y según
que cada cual posea una buena cualidad, se precaven ante d
su influencia. Así que, habiéndote persuadido a enemistar-
te con éstos, te ponen en una completa soledad de amigos;
y si tú, velando por tu interés, te muestras más sensato que
ellos, incurrirás en desavenencias con ellos. Por el contra-
rio, quienes, sin estar enamorados, han conseguido su
demanda en razón de su mérito no mirarían con malos
ojos a quienes tuvieren trato contigo; antes bien, abone-
cerían a los que no quisieran tenerlo, por considerar que
por estos últimos son menospreciados, y les son benefi-
ciosos, en cambio, los primeros. De modo que los que
aceptan sus requerimientos tienen muchos mayores e
motivos de esperar que sean amistades y no enemistades
lo que les reporte su relación con ellos.
Además, muchos de los enamorados son dominados
por el deseo del cuerpo antes de conocer el carácter y
tener experiencia de las demás particularidades de sus
amados, de suerte que para éstos queda en lo incierto si
aún querrán ser amigos, cuando cesen en su deseo. En 233a
cambio, en el caso de quienes no están enamorados y
consiguieron su demanda, existiendo previamente una
mutua amistad, lo natural no es que los buenos ratos
pasados disminuyan su amistad, sino que queden como
un indicio de los que va a haber en el futuro. Y, cierta-
mente, es de tu incumbencia el hacerte mejor, haciéndo-
me caso a mí y no a un enamorado. Pues esos hombres
alaban, incluso contra lo que es lo mejor, dichos y
hechos, en parte por temor a granjearse el encono de su
amado, y en parte también por tener ellos peor criterio de b
juicio por culpa de su deseo.
114 Occibpo5; 233b-e
233d icai rol; etkkot; BT: icáv mi; etkkot; Badham Hackforth:
xai róív etXXcov Aldina Theodoracopulos 1 233e ¿pihat TW:
npoaspóSat B: repoacuroZat Ast Schanz Burnet
Fedro 115
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T: lows Sri ro? WV: lows S7j t vulg. II 246b tyoxri n'euro Oxy.
Simpl.: rcEtaa rl yoxit B: rl yoxii netaa. T: trncri y&p nEtcsa. Euseb.
Fedro 155
246d vuxn BT: om. Plut. 246e Sil codd. : ilycluay codd.
Dionys. Hermog. Plut. Plot. Stob. Herm. Procl. : om. Dem. et alibi
Plut. Hermog. 247b p Srl Procl. : codd. áv add. Heindorf
BT: 11jy rece.
Fedro 157
249b lona tó sitio; conieci: Kat' sitio; codd. Burnet Robin Ver-
denius: lo Kat' sitios Heindorf Hackforth: Kat' san lo Else ióvt'
auct. Badham Thompson Hackforth: ióv codd. II 249e p post
áliskibv add. Von der Mühll
Fedro 165
258d ch; notrun; et (in iStcarn; sed. Badham Von der Mühll II
259a mi nn4 T Stob.: om. B
Fedro 193
267c avnp Bekker Burnet Robin: ávnp codd. H 268a tia' anyá;
TW: 'Últaíryacrlict Kakóv B H DI con. Hackforth: Tnv codd.: ió
Vollgratf
Fedro 223
Naí.
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7CpáTTCOV íl 2,.,Éycov;
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e cbcpe2dav, 3141,05VTO; 3É, ótt Ka2,16; íl pnj Ka2,16; 3oKoT
X,Éyetv, TÓ piEV Eye-my, TÓ 3' ¿7CÚV£1,. 7COUá piEv 8tj icept
-icácstri; ni; téxvii; ¿Ir' aptcpótepa eap.toi5v iw eei)e
Myetat anoeivacreat, á 2,.,óyo; icoa; áv eir4 3teX,Oehr
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cpapp.taKov Opéeri». ó 3' d'ICEN,' «1-1 TEXVI,KdnaTE 6E'Óe,
Fedro.—Sí.
Sócrates.—¿Y sabes de qué manera agradarás más a
los dioses en esta cuestión de los discursos, tanto al
hacerlos como al hablar de ellos?
Fedro.—En absoluto. ¿Y tú?
Sócrates.—Puedo al menos contarte una tradición que
viene de los antiguos, pero lo que hay de verdad en ella
sólo ellos lo saben. Con todo, si por nuestras propias
fuerzas pudiéramos nosotros descubrirlo, ¿nos íbamos a
preocupar ya más de lo que se figuran los hombres?
Fedro.—Ridícula pregunta. Ea, cuenta esa tradición
que dices ha llegado a tus oídos.
Sócrates.—Pues bien, oí decir que vivió en Egipto, en
los alrededores de Náucratis, uno de los antiguos dioses
del país, aquél a quien le está consagrado el pájaro que
llaman Ibis. Su nombre es Theuth74 y fue el primero en
descubrir no sólo el número y el cálculo, sino la geome- d
tría y la astronomía, el juego de damas y los dados, y
también las letras. Reinaba entonces en todo Egipto Tha-
mus, que vivía en esa gran ciudad del alto país a la que
llaman los griegos la Tebas egipcia, así como a Thamus
le llaman Ammón. Theuth fue a verle y, mostrándole sus
artes, le dijo que debían ser entregadas al resto de los
egipcios. Preguntóle entonces Thamus cuáles eran las
ventajas que tenía cada una y, según se las iba exponien- e
do aquél, reprobaba o alababa lo que en la exposición le
parecía que estaba mal o bien. Muchas fueron las obser-
vaciones que en uno y en otro sentido, según se cuenta,
hizo Thamus a Theuth a propósito de cada arte, y sería
muy largo el referirlas. Pero una vez que hubo llegado a
la escritura, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey,
hará más sabios a los egipcios y aumentará su memoria.
Pues se ha inventado como un remedio de la sabiduría y
la memoria». Y aquél replicó: «Oh, Theuth, excelso
inventor de artes,
246 Occibpo5; 274e-275c
quien cree que los mejores de ellos no son más que una 278a
manera de hacer recordar a los conocedores de la materia,
y que son los que se dan como enseñanza, se pronuncian
con el objeto de instruir, se escriben realmente en el alma,
y versan sobre lo justo, lo bello y lo bueno los únicos en
los que hay certeza, perfección e interés que valga la pena;
quien piensa que tales discursos deben llamarse, por
decirlo así, hijos legítimos suyos: primero el que tiene en
sí mismo, en el supuesto de que esté en él por haberlo él
mismo descubierto, y luego cuantos descendientes de éste b
y hermanos a la vez se producen en las almas de otros
hombres según su valía; quien mande a paseo los demás
discursos; ese hombre, Fedro, el hombre que reúne esas
condiciones, es muy probable que sea tal como tú y yo, en
nuestras plegarias, pediríamos llegar a ser.
Fedro.—Por supuesto; lo que dices es enteramente lo
que yo quiero y pido ser.
Sócrates.—Pues bien, cese aquí ya en su justo límite
nuestro entretenimiento con los discursos. Y tú llégate a
Lisias y hazle saber que, habiendo descendido ambos al
arroyo de las Ninfas y a su santuario, oímos unas pala-
bras que nos encomendaron transmitir un mensaje, tanto
a Lisias y a todo aquel que componga discursos, como a
Hornero y a cuantos hayan compuesto poesía sin acom-
pañamiento musical o para ser cantada, y en tercer lugar
a Solón y a cualquier otro que, ocupado en la oratoria
política, haya escrito obras denominándolas leyes. Helo
aquí: si alguno de ellos compuso sus obras sabiendo
cómo es la verdad, puede socorrerlas sometiéndose a
prueba sobre lo que ha escrito, y con sus palabras es
capaz de dejar empequeñecidos los productos de su plu-
ma, no debe recibir en tal caso su nombre del género de
sus escritos, sino de aquellas otras cosas en las que puso d
su más elevado empeño.
Fedro.—¿Qué nombres le atribuyes entonces?
258 Ocdc5po5; 278d-279b
Notas
ción es la «irrehuíble».
54 En nuestro artículo «Notas al Fedro», Emerita 24 (1956)
311-30, hemos dado las razones que nos han inducido a dar
esta interpretación. A lo allí dicho agreguemos algo que pue-
de venir en apoyo de nuestra conjetura. Gerald Frank Else,
«The terminology of the Ideas», Harvard Studies in Classi-
cal Philology 47 (1936) 34, señala que los términos ai8o; e
iS¿a normalmente suelen ser introducidos por Platón con
expresiones que atenúan su empleo como tts i3éa, o lv tt
si8N. El autor interpreta esto como «una especie de apolo-
gía» por emplear dichas palabras en un contexto no familiar
al lector. Pero esta costumbre desaparece a partir del Fedro,
lo que quiere decir que el filósofo considera al lector ya al
tanto de su terminología; de ahí que no sea expuesto conje-
turar Kat& tó ai&n 2,gyól.tavov. Subrayemos, no obstante,
270 Occibpo5.
lógico.
" Según nos informa el Escoliasta a este lugar, el dicho es un
proverbio pitagórico.
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