Está en la página 1de 277

PLATÓN

FEDRO
EDICIÓN BILINGÜE

CLÁSICOS DYKINSON
Fedro
COLECCIÓN
CLÁSICOS DYKINSON

Serie: Textos

Director de la colección
ALFONSO SILVÁN RODRÍGUEZ
PLATÓN

Fedro
Edición bilingüe, introducción y notas
de
LUIS GIL FERNÁNDEZ

Actualización bibliográfica
de
ALFONSO SILVÁN RODRÍGUEZ

Madrid
2009
I.' Edición en el Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1957

© Copyright by
Luis Gil Fernández, 2009

Editorial DYKINSON, S. L. - Meléndez Valdés, 61- 28015 Madrid


Teléfonos (+34) 91 544 28 46 - (+34) 91 544 28 69
e-mail: info@dykinson.com
http ://www . dykinson. es
http//www.dykinson.com
Consejo editorial: véase www.dykinson.com/quienessomos

ISBN: 978-84-9982-850-3
Depósito Legal: M.-48.380-2009

Preimpresión e Impresión:
SAFEKAT, S. L.
Belmonte de Tajo, 55 - 3.° A - 28019 Madrid

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño
de la cubierta, puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento
electrónico o mecánico. Cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con
la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a
CEDRO Centro Español de Derechos Reprograficos, www.cedro.org si necesita
fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ÍNDICE

Introducción 9

I. Fecha 9
II. Época y circunstancias de la acción 17
III. Carácter, objeto y unidad del Fedro 20
IV. El tema del amor 27
V. Naturaleza y destino del alma 37
VI. Retórica y dialéctica 51
VII. El Fedro y la posteridad 59

Notas 67

Actualización bibliográfica 87

Siglas 95

Texto bilingüe 96

Notas 262
INTRODUCCIÓN

I.—Fecha

Entre los muchos problemas que plantea este diálogo


no es el menor el de fijar la fecha de su composición o el
de asignarle un puesto de orden dentro de la producción
literaria platónica. Es verdaderamente impresionante el
número de monografías que se le han destinado desde
el siglo xIx, pero tan diversas son las soluciones pro-
puestas que se puede tomar esta cuestión como modelo
de esterilidad entre las más enconadas discusiones filoló-
gicas. Ello es debido a que los criterios que se siguen para
establecer una cronología de las obras de Platón —alusio-
nes a sucesos contemporáneos, relaciones con obras de
otros escritores, referencias a otros diálogos, contenido
doctrinal y análisis estilístico— fallan en el caso de este
diálogo total o parcialmente. El interés que, no obstante,
tiene tanto para el conocimiento de la evolución de la
filosofía platónica, como para la interpretación misma de
esta obra, el asignarle una fecha, siquiera aproximada,
nos obliga a tratar este punto litigioso con cierta ex-
tensión.
Las contradicciones empiezan ya en la Antigüedad.
Una tradición relativamente reciente, representada por los
testimonios de Diógenes Laercio III, 38 (siglo III d. de J.
C.), Hermias, págs. 9, 14-19, ed. Couvreur (siglo v d. de
J. C.), y una Vida de Platón de Olimpiodoro, también del
siglo y, sostiene que nuestro diálogo es la primera obra
10 Luis Gil

del filósofo. Frente a esto contamos con un aserto de Cice-


rón (Orator XIII, 47), que parece abogar por atribuir el
Fedro a la época de madurez de su autor. En este pasaje,
después de aludirse al elogio que Sócrates hace a Isócrates
al final de nuestro diálogo (279a), se dice: et ea de seniore
scribit Plato et scri bit aequalis, et quidem exagitator
omnium rhetorum, hunc miratur unum, lo que parece indi-
car —si se estima con W. H. Thompson que la palabra
senior no se puede aplicar a un hombre menor de cincuen-
ta años— que Platón habría rebasado la cuarentena en el
momento de componer este diálogo, puesto que era unos
ocho años más joven que el orador.
Generalmente se ha atribuido poca importancia al tes-
timonio de Diógenes Laercio, incluso por autores como
Schleiermacher, que consideran al Fedro como la prime-
ra obra de Platón. Que nosotros sepamos, únicamente O.
Immisch' ha defendido la antigüedad y validez de la tra-
dición que representa. El aserto de Cicerón vendría,
según dicho autor, de la Academia, de la época en que
sus jefes —primero Filón y luego Antíoco— empezaron a
enseñar retórica, en tanto que el de Diógenes Laercio se
remontaría aún más lejos, a Dicearco o alguno de los pri-
meros peripatéticos. Pero las pruebas que aporta en favor
de esta tradición no son suficientes, como ha puesto de
relieve Ritter2, para quien no demuestra Immisch nada
sino el hecho de que en la opinión de los peripatéticos el
oponer un discurso de Sócrates a uno de Lisias era un
«pueril» empeño. Y este adjetivo de «pueril» que con los
peripatéticos aplicaron los rétores posteriores al estilo del
Fedro, unido a la errónea opinión de que el tema propio
del diálogo era el amor, juntamente con el falso criterio
cronológico de que, por debatirse en él la cuestión de si
se debe escribir o no, necesariamente debió anteceder a
los demás escritos, dio lugar a la leyenda de que el Fedro
fue la primera obra de Platón.
Introducción 11

A pesar de todo, no han faltado desde el siglo xIx


estudiosos que adoptaron el mismo punto de vista, aun-
que partiendo de distintos supuestos. En primer lugar,
Schleiermacher, a quien su concepción genética de la
filosofía platónica le hizo considerar el Fedro la primera
obra genial del filósofo, en la que se trazaría a grandes
rasgos el programa general de las investigaciones filosó-
ficas a desarrollar en el futuro. Pero esta concepción de
la que participó también Bekker no se puede sostener
en la actualidad, dado el que se reconoce generalmente
que en los primeros diálogos platónicos no aparece aún
la doctrina de las ideas, que se encuentra ya perfecta-
mente constituida en el Fedro. Por motivos puramente
filológicos Usener3 y Joél4 sostienen en esencia el mismo
punto de vista que Schleiermacher.
Con todo, la opinión general pone la época de
composición del diálogo en un momento más avanzado
de la vida del filósofo. Una corriente de estudiosos de
Platón en la que figuran voces tan autorizadas como las
de Socher5, Stallbaum6, Hermand y Blass8 tiene el Fedro
como el programa de las enseñanzas que habrían de darse
en la Academia. La noticia de Diógenes Laercio, Olim-
piodoro y Hermias se explicaría suponiendo que nuestro
diálogo fue el primer escrito que salió de dicho centro.
Paralelamente un grupo de eruditos entre los que
merecen citarse Zeller, Munk, Peipers, Pfleiderer, Horn
y Susemihl9 en el siglo pasado, juntamente con Natorpl°
y Barwick" a principios de éste, sigue considerando el
Fedro una obra de juventud, asignándole el puesto nove-
no o décimo dentro de la producción literaria platónica.
La divergencia de opiniones a que daba lugar el sacar
conclusiones cronológicas a partir de la «evidencia inter-
na» no podía ser más desalentadora, cuando a partir de
1867, fecha en que Campbell publicó su célebre edición
del Sofista y del Político, empezó a tomar auge la estilo-
12 Luis Gil

metría. Los estudios de Dittenberger, Schanz, Ritter,


Lutoslawski y Raeder permitieron fijar un grupo de diá-
logos de vejez (Sofista, Político, Filebo, Timeo, Critias
y Leyes), al que por rasgos idiomáticos se emparentaba
estrechamente otro constituido por la República, el Tee-
teto, el Parménides y el Fedro. Unánimente los «Spra-
chstatistiker» colocan nuestro diálogo detrás del Fedón
y del Banquete, siendo, por ejemplo, el orden que asigna
Ritter'2 a las obras de este período central de la actividad
literaria de Platón el siguiente: República, Fedro, Teeteto
y Parménides. Reemprendidos los trabajos de estilome-
tría por H. von Arnim13 con una base idiomática aún más
amplia, la posición del Fedro después de la República
parece quedar plenamente confirmada, pero de nuevo
surgen dudas sobre el orden a aceptarse en los diálogos
de madurez, al creerse este autor autorizado a ponerlo a
continuación del Teeteto y del Parménides.
Si las dudas quedaran limitadas a este punto, los estu-
diosos de Platón podrían darse por satisfechos, pero
—¡cómo no!— no sólo se alzaron voces en contra de la
estilometría, sino que hubo quien, empleando este méto-
do de investigación, llegaba a resultados completamente
diferentes. Para no hacer interminable esta enojosa expo-
sición, pasaremos por alto a Natorp y a Barwick, men-
cionados anteriormente, y fijaremos nuestra atención en
Gomperz y Pohlenz. El primero de estos autores, enemi-
go en un principio como Wilamowitz del método estilo-
métrico, abandonó como éste sus recelos contra tal tipo
de investigación cronológica, una vez que Ritter realizó
su contraprueba aplicándolo a los escritos de Goethe con
un excelente resultado. No obstante, Gomperzm no pudo
desligarse por completo de sus anteriores ideas, y dado
el que en su opinión el carácter juvenil de la parte doctri-
nal del Fedro estaba en pugna con el supuesto de una
composición tardía, emitió la hipótesis de una doble
Introducción 13

redacción de nuestro diálogo. El Fedro en la forma en


que ha llegado a nosotros sería la corrección tardía de
una obra de juventud. Ahora bien, esta solución de com-
promiso entre las dos tradiciones que nos han llegado de
la Antigüedad choca con serias objeciones. Es, en efecto,
sumamente improbable que Platón, puesto a corregir una
obra juvenil en plena madurez, se limitara exclu-
sivamente a alterar las minucias de estilo y de expresión,
sustituyendo unos adverbios por otros (por ejemplo:
e6csicep por xaeáirep), o cambiando las fórmulas de afir-
mación (verbigracia: tí pdtv; en lugar de icó5; oi);)
dejando el contenido inalterado. Tal proceder sería
impropio de un genio de la categoría de Platón; pero es
más, según ha demostrado Ritter, las segundas redaccio-
nes afectan especialmente al contenido de las obras, y
sólo muy secundariamente a su estilo. Así, el libro pri-
mero de la República, que indudablemente fue revisado
por su autor antes de la publicación de la obra entera, se
delata precisamente por su estilo como de fecha anterior
a los restantes.
Mucha más consistencia tienen las consideraciones
de Pohlenz'5, que parte no sólo del argumento predilecto
de los defensores de una redacción juvenil del Fedro (a
saber, el de la falta de verosimilitud que entraña el
supuesto de que Platón escribiera páginas tan inspiradas
sobre el amor a una edad en que el fuego de la pasión
comienza a apagarse), sino también de una acerada críti-
ca del método estilométrico en su aplicaci ón particular
a este diálogo.
El Fedro, conviene no olvidarlo, ocupa un lugar espe-
cial dentro de la obra de Platón precisamente por su
peculiar estilo. Muchas de sus palabras poéticas, muchos
de sus dativos jónicos, muchos de sus tropoi y metáforas
los ha empleado el autor ex professo para dar un colorido
artístico a una obra que en cierto sentido pretendía com-
14 Luis Gil

petir con las creaciones de la retórica. Lo mismo ha de


decirse de su tendencia a rehuir el hiato. Si el Fedro
muestra en este aspecto un número relativamente corto
de hiatos, situándose entre las obras de vejez, que lo evi-
tan sistemáticamente, y el Lisis, que es mucho más libre
en su empleo, ello puede ser debido a una imitación
consciente del estilo de los rétores, concretamente de
Isócrates. Téngase en cuenta que también el Menéxeno
lo esquiva, sin que esto quiera decir que sea una obra de
vejez. Para Pohlenz, pues, únicamente tienen validez
para fechar el Fedro razones de otra índole, como es, por
ejemplo, el contenido doctrinal, el más frágil por otra
parte de los criterios cronológicos, dadas las muchas
interpretaciones subjetivas a que se presta. De ahí que
Pohlenz, por motivos que serían largos de exponer,
coloque al Fedro no sólo en un puesto cronológicamente
anterior al Fedón y a la República, sino antes incluso
que el Lisis, admitiendo el siguiente orden: Fedro, Lisis,
Banquete, Fedón, República.
Las conclusiones de Pohlenz no han tenido acepta-
ción. Sin duda alguna mucho de lo que dice con respecto
a la posición estilística especial del Fedro es cierto, pero
no se puede negar tampoco que la tendencia consciente
a crear un lenguaje artístico no se puede imponer a
ciertos gustos generales de un autor en determinado
momento de su evolución estilística. Ilustrando nuestra
afirmación con un ejemplo podríamos decir, pongamos
por caso, que la tendencia a evitar el hiato puede deberse
a un deseo consciente, pero no el preferir tal partícula a
tal otra, o determinada fórmula de afirmación a otra
similar. Aun cuando las pretensiones de la estilometría
hayan de reducirse a sus justos límites en el caso de
nuestro diálogo, en determinados puntos las estimamos
plenamente legítimas. Pero hay algo más, el mismo con-
tenido del Fedro parece oponerse a la posición cronoló-
Introducción 15

gica que le asigna Pohlenz. Creemos que hay razones de


cierto peso que abogan por colocarle con posterioridad a
la República y al Fedón. En primer lugar, la compara-
ción del alma con un auriga y un tronco de dos corceles
parece presuponer la doctrina de la tripartición del alma
tal como aparece en el libro IV de la República, pues no
es probable que Platón haya presentado por primera vez
a sus lectores esta doctrina en forma alegórica, según ha
puesto de relieve von Arnim. Por otra parte, en un pasa-
je de nuestro diálogo (249b) se hace alusión a la llegada
de las almas al momento del sorteo y elección de su
segunda vida, lo que parece una clara reminiscencia de
un pasaje paralelo en el mito de Er en el libro X de la
República (617d y sigs.). Además de esto, la prueba de
la inmortalidad del alma a partir de su automoción
(245c-e) difiere de las que se ofrecen en el Fedón y en el
libro X de la República, encontrándose, en cambio, en
el libro X de las Leyes, la última obra de Platón. Siendo
esta prueba más convincente que las ofrecidas en los
lugares señalados de los otros diálogos, parece natural
que, de haberse escrito el Fedro con anterioridad a éstos,
hubiera aparecido en ellos. Incluso hay motivos que
inducen a suponer nuestra obra posterior al Banquete.
De no ser así, ¿hubiera podido decir Fedro en dicho diá-
logo (177c) que aún nadie se había atrevido a hacer un
himno al amor que estuviera a la altura del tema? Todos
estos motivos, unidos a las indicaciones de la estilome-
tría, son lo suficientemente poderosos para incluir al
Fedro en el período de actividad literaria que media
entre la composición de la República y la del Sofista, es
decir, el mismo al que pertenecen el Parménides y el
Teeteto. Y ésta es la opinión más difundida en la actua-
lidad (aunque haya diferencias en lo que respecta a la
posición mutua de estas dos últimas obras y la que nos
ocupa) y que sustentan, para no citar más que los autores
16 Luis Gil

de mayor importancia, Taylor", Friedlánder", Hilde-


brandt's, Wilamowitz", Robin20, Raedern y Hackforth22.
Pero por otros caminos se pueden también encontrar
puntos de apoyo para esta opinión. L. Parmentier23 sos-
tuvo que las conclusiones de la estilística necesitaban
verificarse con la ayuda de criterios obtenidos por otros
medios, siendo éstos: el lugar y la escena del diálogo, la
personalidad de los interlocutores, y la época y las cir-
cunstancias en que éstos son presentados. Y agregaba la
interesante consideración de que el carácter mismo de
los diálogos platónicos impide a su autor poner en esce-
na a personajes vivos. De ahí que tuviera a nuestro diá-
logo por posterior a la muerte de Lisias, cuyo último
discurso está fechado en 380. De ser exacta la suposición
de Parmentier —personalmente la tenemos por bastante
probable— la idea de una redacción juvenil no puede
mantenerse.
Para terminar, aludiremos a la sugerencia de R. L.
Howland24 que, cualquiera que sea la postura que se adop-
te sobre su fundamento, tiene al menos la ventaja de dar
una buena fecha para nuestro diálogo. Cree este autor
encontrar en un pasaje (259e), aquél en que Fedro dice
que quien tenga la intención de llegar a ser orador debe
aprender no lo que es en realidad justo, sino lo que ha de
parecerlo a la multitud de los jueces, una alusión al discur-
so de Isócrates ad Nicoclem II, 45-9, cuya frase final dice
así: TOtOÚZCOV OZV 7Capa3etyptámv ivrapxóvuov 3é3euerat
Un; ateDIA0i561, Mi); áKpocoptévoy; yuxaryydv 5tt tov
1.1,¿v VODOCTETV Kat csmar3olAzbew ácpextéov, Te( 3.¿ totaiSta
2£1CCÉ0V ol; ópaxst 'coi); eix2,ou; 1.1,152acrca xaípovta;
Ahora bien, Nicocles sucedió a su padre Evágoras en
el trono de Chipre en 374 y se estima que el discurso de
Isócrates es posterior en varios años a esta fecha. Por otra
parte, Isócrates en Nicocles (III), publicado unos cuantos
años después, ataca a los detractores de la oratoria, lo que
Introducción 17

puede suponer una respuesta al Fedro. Esta obra debe,


por consiguiente, colocarse entre los dos discursos de
Isócrates, es decir, aproximadamente entre 372 y 368. El
resultado coincide con la hipótesis de Robin de que entre
el Banquete (fechado hacia 385 ó 380) y el Fedro ha
debido transcurrir un período de tiempo no inferior a diez
años, y con la fecha aproximada de 370, que a título de
sugerencia propone Hackforth para nuestro diálogo25.

II.—Época y circunstancias de la acción

El problema de fijar la fecha en la que Platón quiso


poner la acción de nuestro diálogo es de una importan-
cia secundaria, por lo cual pasaremos rápidamente
sobre él. L. Parmentier26 la situaba aproximadamente en
410 basándose en los siguientes hechos. Lisias en nues-
tro diálogo está viviendo en Atenas, lo que permite
establecer el 412-11 (fecha de regreso del orador de
Turios) como un término antes del que no puede haber-
se desarrollado. Por otra parte, se supone en el diálogo
que Polemarco, el hermano del orador, está aún con
vida, y dado el que sabemos que fue muerto por orden
de los Treinta en 404, su acción tiene que ser anterior a
dicha fecha. Isócrates (278e) es todavía joven, y Fedro
es llamado veavía; en 257c, icaT; en 267c, y contado
entre los jóvenes en 275b. Ahora bien, Fedro en el Pro-
tágoras, cuya acción se puede colocar en el 433-2, apa-
rece como un adolescente de unos dieciocho años de
edad, en el Banquete (la fiesta de Agatón se celebraría
en el 416 con motivo de su victoria trágica) tendría unos
34, y en 410 cuarenta. De ahí que no convenga separar
mucho de esta fecha la acción de nuestro diálogo, para
que se le pueda seguir considerando a su protagonis-
ta un joven.
18 Luis Gil

Pero esta construcción de Parmentier perfectamente


lógica se vino a tierra una vez que la vida de Fedro nos
fue más conocida. Jean Hatzfeld27 publicó un interesante
artículo en el que, basándose en un testimonio epigráfi-
co, aclaraba algunos puntos oscuros de la vida de este
personaje. Por nuestro diálogo (228a) sabemos que
Fedro es pobre, Lisias, por otra parte (XIX, 15), asegura
que ha perdido su fortuna, y un fragmento de Alexis
(CAF II, 386 = Ateneo XIII, 562a)28 nos dice que ha
pasado por desgracias que le impulsaron a filosofar.
¿Qué desgracias son éstas, y cuál ha sido la causa de la
pérdida de su fortuna? En Andócides I, 13, se menciona
el nombre de Fedro como uno de los acusados por el
meteco Teucro como partícipe en la profanación de los
misterios. Y un fragmento de una inscripción del ágora
con la lista de los bienes confiscados a los culpables del
delito (IGI, 12, 325), al dar la filiación completa (.1)at3po
TO 1-fueo[Ki1.8o;] Mupptvocno) permite identificar al per-
sonaje de Andócides con el protagonista de nuestro diá-
logo. Fedro, por consiguiente, no era el individuo inge-
nuo que los diálogos de Platón nos presentan, y en el 415
debió marchar al destierro acusado de un grave delito,
tras haber perdido su fortuna. Y según esto, lo más pro-
bable es que no pudiera regresar a Atenas hasta la gran
amnistía de Trasibulo en el 403, estando, por tanto, la
fecha que se atribuye generalmente al diálogo" en
desacuerdo con los hechos. De ahí que lo más aconseja-
ble sea el suponer que Platón no quiso asignar una fecha
determinada a esta ficción, considerando con Robin que
la escena del Fedro pasa «en dehors de toute histoire».
El escenario, en cambio, se puede determinar con cierta
precisión y en la Introduction de la ed. de Robin
(págs. X-XII) se puede encontrar un gráfico con la topo-
grafía del lugar. Lo único que nos interesa poner de
relieve aquí es la gran importancia que tiene el paisaje"
Introducción 19

dentro de la economía del diálogo. C. Murley" ha visto


en el poético pasaje (230b-c), en el que se describe el
ameno lugar donde toman asiento Sócrates y su amigo a
orillas del Iliso, un antecedente de la égloga pastoril de
Teócrito. Platón se habría inspirado probablemente en
Sofrón y reflejaría una moda literaria en boga en Sicilia,
cien años antes de la época del gran poeta. Pero sea lo
que fuere de esta teoría, creemos que no se debe reducir
en nuestro diálogo la función del paisaje a un mero mar-
co convencional y pasivo de la acción, ya que la natu-
raleza no se limita a hacer en él esta esporádica apari-
ción. Antes bien, en los momentos principales del
diálogo aparece subrayando de un modo efectista las dis-
tintas fases de su desarrollo.
Ante todo, ya de por sí es significativo que Sócra-
tes, que nunca abandona la ciudad, se deje arrastrar
por su amigo al campo, a la sazón en plena exuberan-
cia estival. Si allí va es para recibir una lección que los
hombres de la ciudad no le pueden dar32. El mito de
Bóreas y Oritiya, suscitado por una alusión al paisaje, y
que da pie a que Sócrates fije su posición con respecto
a la interpretación alegórica de los mitos, es un aviso
contra la razón, y su moraleja parece ser: no se deben
despreciar tales fábulas, como no se debe poner la
humana cordura por encima de la locura divina. Las
estatuillas que adornan el lugar donde ambos amigos se
sientan constituyen asimismo una premonición de la
fuerza divina que anima el paraje, y que más adelante se
dejará sentir en Sócrates poniéndole en un estado de
rapto. Es de notar igualmente que el sol está en su cénit
antes de que Sócrates comience su segundo discurso, y
va declinando según desciende de tono el diálogo; desde
el ardor de la inspiración al frío examen racional. Un
elemento del paisaje vuelve a intervenir activamente en
la segunda mitad de la obra, para indicar el cambio de
20 Luis Gil

motivo: las cigarras con su dulce invitación al sueño,


que al mismo tiempo es un aliciente para perseverar en
la discusión. Platón con tan delicioso mito parece adver-
tirle al lector la dificultad del tema que se va a tratar,
amonestándole a leer con sus cinco sentidos. Por último,
el paisaje se impone en el epílogo de la obra que cierra
la súplica a Pan", cuyo hondo sentido han pretendido
los filólogos desentrañar. Todo ello nos permite suponer
que, si Platón escogió aquel escenario campestre para
centrar en él la acción de este diálogo, no lo hizo sin
considerar las repercusiones que para su economía
podía tener esta elección.

III.—Carácter, objeto y unidad del Fedro

Uno de los rasgos más notables de nuestro diálogo es


el de que a primera vista no destaca cuál fue el objetivo
que persiguió Platón al escribirlo34. A una primera parte
constituída por tres discursos, el de Lisias y los dos de
Sócrates, que tienen por tema el amor, se opone una
segunda que se consagra a una discusión sobre la retóri-
ca, seguida de un apéndice sobre la conveniencia o no
conveniencia del escribir. Si a esto se agrega el hecho de
que en el segundo discurso de Sócrates aparece una teo-
ría del alma, que completa con la nueva prueba de la
inmortalidad y la doctrina de su tripartición las concep-
ciones formuladas en el Fedón y la República, el proble-
ma se embrolla todavía más. ¿Cuál es el verdadero tema
del diálogo, la retórica, el amor, o el alma? ¿Se puede
hablar del Fedro como de un todo unitario, o bien debe-
mos pensar que tiene más de un objetivo, y que Platón
pasó de uno a otro un tanto inconsideradamente, uniendo
inarmónicamente unas partes con otras?". He aquí dos
preguntas a las que los eruditos de todo tiempo han con-
Introducción 21

testado de mil maneras, y que no pueden resolverse más


que con un análisis detenido del diálogo.
Las dudas comienzan ya en la antigüedad. Hermias
ha dedicado en su comentario a nuestra obra, una sec-
ción relativamente extensa a las .1.ó co, iov csKonoi5", y
por él nos enteramos que había quienes consideraban
que el verdadero objeto del diálogo era el amor, que para
otros, en cambio, era la retórica, el bien, o el nparcov
Ka2,óv, en tanto que para Jámblico, cuya opinión él tam-
bién suscribe, era el icavto3airóv Ka2,óv.
Por otra parte, a través del mismo Hermias y de otros
autores nos han llegado noticias de una opinión bastante
extendida, a la que nos hemos referido anteriormente, a
saber, la de que Platón había intentado rivalizar con
Lisias oponiendo a su discurso sobre el amor otros dos,
lo que no dejaba de revelar una vanidad pueril. El Fedro,
según este enjuiciamiento, tiene todas las trazas de ser
un escrito polémico.
A partir del siglo xIx los estudiosos prestaron mayor
atención a lo que pudiéramos llamar la segunda parte del
diálogo en la que Platón fija su postura con respecto a la
retórica y pretende sentar las bases que pueden permitir-
la ser un arte (Téxvii) y no una mera rutina (enexvo;
TP1,13Y1)
El Fedro se presentaba como un programa de traba-
jo, bien como el de la totalidad de la filosofía platónica
—Schleiermacher— bien como el manifiesto fundacional
de la Academia, hecho al estilo de los de un Isócrates
o de un Alcidamante (Stallbaum, Pohlenz). Con ello se
ponía por otra parte de relieve el carácter polémico de la
obra, y se multiplicaron los estudios que pretendían
reducirla casi a un escrito de circunstancias, realizado al
calor de una enconada disputa literaria entre Platón e
Isócrates, o incluso entre Platón y Antístenes37. Pero Pla-
tón en el Fedro no ataca a la retórica tan violentamente
22 Luis Gil

como lo había hecho en el Gorgias, o en el Protágoras,


sino más bien adopta ante ella una postura conciliadora
como dice Wilamowitz; y es más, hace uso de sus pre-
ceptos, como lo han demostrado de una manera evidente
los dos estudios de Karl Mras («Platos Phaedrus und
die Rhetorik», WS 36 [1914] 295-319, e ibíd. 37 [1915]
88-117) consagrados a esta cuestión. Por ello, no es pro-
bable que el Fedro revista el carácter de un escrito polé-
mico y puramente negativo contra la retórica, sino más
bien el de una revisión crítica y constructiva que reduce
a sus debidos límites la validez de los preceptos positi-
vos del arte oratoria al uso, y recaba para ella una pro-
blemática mayor y más amplia fundamentación. Aparte
de esto, es tener un concepto muy pobre de este esplén-
dido diálogo el reducirlo a un exponente de las mez-
quinas luchas humanas. Y a Hildebrandt se debe el
mérito de haber sabido superar este enjuiciamiento pre-
dominante en los comienzos del siglo xx. Si la ciencia
moderna se concibe como una gradual penetración cog-
noscitiva en el mundo, como la integración en un siste-
ma de nuevos conocimientos, para el espíritu antiguo el
saber era ante todo competición. Platón es precisamente
el último representante de este sentido agonístico de la
cultura, y en tal disposición de espíritu, si quiere refutar
las falsas concepciones de los oradores, no le es suficien-
te el desenmascararles, poniendo en la picota a uno de
sus más genuinos representantes; tiene además que ven-
cerles en su propio terreno, componiendo también dis-
cursos que no sólo superen a los de aquéllos en el conte-
nido, sino en la forma. Y de ahí más de alguna expresión
de triunfo que puede encontrar el lector en nuestro diálo-
go (cf. 257a, 263dy 265c), y que ha permitido forjarse a
la posteridad tan erróneas ideas sobre las intenciones de
su autor. Resulta, pues, instructivo el observar que al
final de la Antigüedad no se comprendiera el espíritu
Introducción 23

agonístico que impera en nuestro diálogo, y se inter-


pretara como una obra juvenil debida a cierta ridícula
ambición.
Por otro lado, hay mucho de personal en este diálogo
que se impone a la parte puramente doctrinal. Platón ha
dado en él rienda suelta a su vena poética, y ha dejado
que, como impetuoso torrente, se desbordara lo que en él
había de irracional y de místico, inundando las tranquilas
aguas de su pensamiento. De ahí que su Sócrates termine
en tonos casi ditirámbicos su primer discurso, y de ahí
también los transportes del segundo que culminan en el
maravilloso mito escatológico. Sócrates achaca su inspi-
ración a las musas del lugar, a las fuerzas cósmicas que
irresistiblemente se imponen sobre su razón, a la comu-
nión del hombre con el paisaje. Hay mucho de verdad en
denominar a este diálogo la obra de un día feliz de vera-
no, como ha hecho Wilamowitz, pero aún hay algo más.
No es sólo la identificación mística del hombre con la
naturaleza lo que conduce al tono entusiástico de los dis-
cursos, es también Eros, el patrón de los bellos mance-
bos, quien provoca sus arrebatados acentos.
Platón, a los sesenta años aproximadamente de su
vida, desengañado ya de sus ilusiones políticas y de que
el Estado les escogiera a él y a sus discípulos como
regentes, propone en este diálogo un nuevo quehacer a
su joven círculo. De ahora en adelante será el trabajo en
común el sentido de sus vidas, unidos discípulos y maes-
tro en un vínculo espiritual que se concibe como un lazo
amoroso, en una tarea que se concibe también como
«amor de la sabiduría», y como paladines en una compe-
tición para ganarse el alma de la juventud —dialéctica
contra retórica—, que se siente asimismo como una lucha
entre amor verdadero y falso. Todo ello basta para expli-
carse el tono encendido de la primera parte del diálogo,
tan impropio en la visión de algunos para un hombre que
24 Luis Gil

ha traspasado el umbral de la vejez. Pero pueden tam-


bién haber cooperado motivos sentimentales a la exalta-
ción manifiesta de determinados pasajes, concretamente
el recuerdo de un discípulo amado, Dión.
Que sepamos, han sido Pohlenz y Mras los primeros
en hacer notar que en 252e, donde Sócrates afirma: «oí
p.1,¿v 8tj av Ató; ATóv ttva elvat ‘ritoiScst tóv
airraw ¿pc1 .1,8vov», se podía encontrar, encubierta
bajo un juego de palabras, una alusión a Dión. Hilde-
brandt, analizando más profundamente todo el discurso,
ha dado nuevas razones que casi convierten en certeza lo
que hasta entonces se presentaba como mera posibilidad.
En primer lugar, al hablar Sócrates del cortejo de las
almas en 250b, y decir: «mientras íbamos, nosotros en el
séquito de Zeus, y los demás en el de los restantes dio-
ses» (aktevot lacte( p.1,¿v Ató; ijp.1,8T;), nos choca que sea
el Sócrates histórico quien así pueda expresarse. En
efecto, sabemos por el mito de los cisnes del Fedón que
el dios de Sócrates es Apolo y no Zeus. Evidentemente
es Platón quien habla aquí por cuenta propia, y el hom-
bre cpt2,ócsocpo; TE Kat íryept,ovtxó; itjy gybatv que, como
perteneciente al cortejo jupiterino, ha buscado, no puede
ser otro que Dión, retoño de Zeus por su parentesco con
Dionisio el tirano. Otros indicios parecen confirmar esta
opinión: el dios de la república es Zeus; en todo el
segundo discurso de Sócrates el nombre del dios no apa-
rece más que en los casos oblicuos; en el célebre epigra-
ma que Platón ha dedicado a Dión afirma que éste ha
encendido su corazón de «locura»". Aparte de esto, en
250c, cuando Sócrates se excusa de su arrebato dicien-
do: «quede esto como tributo rendido al recuerdo, que,
infundiéndonos la añoranza de las cosas de antaño, ha
sido ahora la causa de que nos hayamos extendido dema-
siado», creemos encontrar un eco de las experiencias
personales del filósofo en el pasado". Lo dicho hasta
Introducción 25

aquí explica en parte el carácter complejo de nuestro diá-


logo que tan gran embarazo ha producido a los comenta-
ristas de todo tiempo. Por un lado, presenta una vertiente
agonal, al tomar Platón en él parte activa en las luchas
espirituales de la época, y proponer una nueva tarea a
realizar: la retórica filosófica. Por otro, permite vislum-
brar la intimidad del filósofo que se vuelca en tonos
encendidos en el elogio de Eros. De ahí la aparente anti-
nomia entre la primera parte del diálogo con sus arre-
batos poéticos, y la fría discusión lógica que ocupa la
segunda. Y el percatarse bien de esta índole «sui gene-
ris» de nuestro diálogo es el requisito previo para poder
comprender su verdadero objeto y su unidad.
En efecto, es una razón psicológica, apuntada con
mucho tino por Taylor40, la que nos da la clave para com-
prender la verdadera finalidad perseguida por el autor del
diálogo. Suponiendo que el «main topic» de la obra sea la
discusión de la retórica científica, discusión que toma
por base el discurso de Lisias y los dos pronunciados por
Sócrates, se comprende perfectamente que éste —es decir
Platón— se dejara arrastrar por sus propios sentimientos al
hablar en tonos tan exaltados sobre el amor o el alma, tan-
to más cuanto que existían los motivos subjetivos arriba
apuntados, y era Platón por propia naturaleza un poeta. En
cambio, si el tema principal fuera el amor o el alma, estaría
completamente fuera de lugar el excursus final sobre la
retórica. Y es ésta efectivamente la que hace su aparición
al comienzo del diálogo, cuando sale a pasear Fedro con el
discurso de Lisias escondido debajo del manto, y la que
vuelve a aparecer en las discusiones parciales que siguen a
la terminación de los discursos y la que pasa al primer pla-
no en la amplia discusión de la segunda parte del diálogo.
Pero una vez admitido esto, es lícito preguntarse por
qué salen a relucir precisamente en esta obra el tema del
amor y el tema del alma, tratado éste en el segundo
26 Luis Gil

discurso de Sócrates, planteándose con ello el problema


de la unidad del diálogo. Su solución no es difícil después
de lo que hemos dicho anteriormente. Que Platón esco-
giera como punto de partida de discusión sobre la retórica
un discurso sobre el amor, no es debido a una mera
casualidad. El amor juega un papel de primer orden en la
filosofía platónica, ya que merced al impulso que da al
alma hacia las cosas bellas, a las «alas» que hace renacer
en ella, puede ésta remontar su vuelo hacia la idea de la
belleza, realizándose por anamnesis el primer acto cog-
noscitivo que empuja al alma a desear sumirse cada vez
más en la contemplación de las formas eternas. El amor
así sublimado es el fundamental empuje hacia la filoso-
fía. ¿Y qué otra cosa es la retórica científica sino filosofía
en su más puro sentido, un tratar de llegar al conocimien-
to de las verdaderas realidades de las cosas para infundir
después en las almas de los componentes del auditorio la
persuasión y la virtud? El tema del amor queda, pues,
plenamente justificado dentro de la economía general del
diálogo. Y lo mismo ha de decirse del tema del alma.
Dentro de las exigencias de la retórica que quiera ser ver-
dadera ciencia está la de tener previamente un conoci-
miento científico del alma, la de basarse en una psicolo-
gía, según se nos dice repetidas veces a lo largo del
diálogo. De ahí que sea necesaria la doctrina de su tripar-
tición, y la demostración de su inmortalidad que se enlaza
con el mito del destino de las almas, necesario también
dentro del plan general de la obra por implicarse en él el
ideal moral del orador.
La unidad del Fedro, aunque tan imperceptible a pri-
mera vista que ha podido dar lugar a los consiguientes
errores, no deja por ello de ser menos real, ni de despren-
derse de una detenida lectura. La aparente discontinui-
dad de unas partes con otras es debida al deseo conscien-
te de Platón, en plena posesión entonces de sus recursos
Introducción 27

artísticos, de conducir al lector a un climax de entusias-


mo para luego llevarle al tranquilo remanso de la razón.
Así ha podido Emile Bourguet41 comparar el arte singu-
lar del Fedro con el de una sinfonía musical, y abundar
León Robin42 en el mismo símil en una inspirada página.
Hay en esta obra un motivo general, el de la retórica,
pero en él se entrelaza a lo largo de toda ella un motivo
dominante, el del amor, insinuado en ocasiones, apare-
ciendo en otras con una majestuosa amplitud. Con él se
enlaza otro como una variación, el del alma, al que a su
vez se une el de la «psicagogía». A todo ello hay que
añadir las diferencias de tono, frío o entusiástico, inocen-
te o burlón, según tiene la palabra la filosofía o la retóri-
ca, haciéndose valer recíprocamente estas oposiciones y
alternativas, concluye Robin, «sin choques ni disonan-
cias chillonas».

IV.—El tema del amor

En un luminoso estudio, publicado hace ya unos


cuantos años, un conocedor tan excelente de Platón
como Diés43 ponía de relieve la honda repugnancia del
hombre moderno a remover el fondo de fango del que
Platón había transplantado a su sistema «la rosa púrpura
del Eros filosófico». Este sentimiento nos domina espe-
cialmente al leer el Fedro y al compararlo con otro diá-
logo en el que el filósofo formuló de una manera magis-
tral y definitiva su teoría del amor: el Banquete. Si no
conociéramos este diálogo, y en concreto, el discurso de
Diotima, la imagen que tendríamos del amor platónico
sería completamente distinta. «Sin el Banquete —ha
dicho con razón Wilamowitz44— el Fedro sería tan
incomprensible como sin la República». En el Banquete,
Platón, al hacer a Eros hijo de la Pobreza y del Recurso,
28 Luis Gil

al haberle dado naturaleza de demonio, intermediaria


entre lo divino y lo mortal, le había definido como una
aspiración siempre insatisfecha hacia un ideal; una aspi-
ración que nace de la consciencia de su propia
indigencia, y al mismo tiempo de su inagotable inventiva
para ingeniarse expedientes. El amor tenía allí como
objeto la creación en la belleza, tanto en el sentido de la
carne, como en el del espíritu, lo que no era sino expre-
sión del deseo de todo ser de hacerse inmortal. Pero para
que el amor, cuya más elevada expresión era la filosofía,
pudiera conseguir sus propios fines, el alma debía seguir,
impulsada por él y rectamente guiada, una escala ascen-
dente que la remontaba desde la belleza corporal, pasan-
do por la belleza de las almas, instituciones, leyes, cien-
cias, a la cumbre de la belleza en sí. En la República esta
ascensión se realizaba hasta la idea del bien, que se iden-
tifica con la de la belleza.
A esta concepción del amor el Fedro no aporta nada
nuevo. Su única novedad ha sido el unir lo que hasta el
momento había aparecido separado en la obra platónica:
ecos y psyche, y en describir en términos de gran plasti-
cidad el drama interno del alma, personificado en los
esfuerzos del cochero y del noble caballo para oponerse
a la briosidad del corcel indómito. Parece que el Fedro
nos deja en las etapas anteriores de la ascensión tal como
fue formulada en el Banquete. En él nos quedamos en la
lucha de los sentidos y de la razón, en la purificación del
alma por el recuerdo de la idea, llegándose como único
triunfo en esta lucha interna a la vida filosófica. Que el
alma pueda llegar posteriormente a su suprema beatitud,
a su «salvación», por medio de la filosofía en la contem-
plación de la Idea, es algo que aquí no se dice expresa-
mente, que se presupone. La ascensión, dice Diés45,
«parece detenerse en las penúltimas cumbres del Ban-
quete, en la acpeovo; cpt2,,ocsocpía».
Introducción 29

Por otra parte, no encontramos en nuestro diálogo la


decidida condena de ciertas prácticas que ensombrecie-
ron el mundo luminoso de los griegos. Platón se muestra
en el Fedro más indulgente con la pederastia de lo que se
había mostrado en el Banquete o se mostrará posterior-
mente en las Leyes. Y nos sorprende la concesión que en
256d hace a las costumbres de su época al sostener que,
como recompensa de su amorosa locura, incluso la pare-
ja que haya escogido el régimen de vida vulgar y sin
amor de la sabiduría, tendrá la de no volver a las tinie-
blas del viaje subterráneo, y la de llevar una vida de cla-
ridad en común hasta que llegue el momento de que a
uno y a otro de sus miembros les crezcan alas. ¿A qué es
debido este cambio de actitud?
Hay dos maneras de responder, una de ellas es la de
Diés, que verá en esta indulgencia con la vulgaridad una
exigencia misma del planteamiento del problema. Platón,
para atraerse a la juventud, para crear nuevos adeptos
para su filosofía, ha tenido que realizar en su sistema una
«transposición» de las condiciones culturales de la época:
una transposición de la retórica, una del erotismo litera-
rio, otra del orfismo, tres polos de irresistible atracción
para los jóvenes espíritus de su tiempo. Ello entrañaba
determinadas concesiones, una de ellas ésta tan triste que
se encuentra en el tercer discurso de Sócrates en nuestro
diálogo. «Este discurso —nos dice— no es en absoluto una
exposición doctrinal. Es un discurso de aparato, una
apuesta literaria y escolar cuyo tema y tesis incluso esta-
ba impuesta por el tema y la tesis del discurso de Lisias.
Contra la paradoja "hay que otorgar con preferencia los
favores al que no ama", Platón no podía hacer otra cosa
sino sostener la contradictoria "más vale otorgar los favo-
res al que ama". Era, por consiguiente, inevitable que el
discurso se atuviera deliberadamente al nivel de un cierto
buen sentido vulgar y de la moral media»".
30 Luis Gil

Frente a esta interpretación se alza el juicio de Wila-


mowitz47. Si el Sócrates del Banquete parece vencer sin
esfuerzo la llamada de la sensualidad, la viva descrip-
ción que hace aquí de la lucha interna del alma para
domeñar los apetitos parece revelar otro hombre. Platón
habría dejado hablar aquí a su propio yo, revelándose en
este discurso sus propias experiencias y su conocimiento
de la debilidad humana.
Y como siempre que se trata de defender a una figura
de la Antigüedad de determinados baldones, imputables
por lo demás al espíritu de la época, han surgido firmes
paladines en defensa de Platón. Entre ellos Robin, para
quien la calidad de consumado artista del filósofo le
facultaba plenamente para expresar sentimientos que él
mismo no hubiera experimentado. Bastaría el interés psi-
cológico que para él tenían ciertas prácticas que le
rodeaban para haberle hecho ahondar en ellas, con el fin
de poder condenarlas con conocimiento de causa. Si, por
el contrario, esta condena procedió del arrepentimiento
y de un triunfo de la voluntad es algo que no podremos
saber jamás.
Pero, por mucho que nos duelan, por mucho que cho-
quen contra nuestras más íntimas convicciones, hay
determinados fallos que no pueden velarse. Una conce-
sión a la vulgaridad tan grave por el aquél de atraerse
discípulos, según piensa Diés, la creemos incompatible
con el temperamento del filósofo, y al razonamiento de
Robin se le podría oponer la pregunta de la procedencia
de ese supuesto interés psicológico. Mucho más noble es
rendirse a la evidencia de los hechos. En el capítulo pre-
cedente hemos hablado de lo mucho de personal e inti-
mo que tenía este diálogo dentro de la producción litera-
ria platónica. Si Platón ha sentido dentro de su ser, como
pretende a nuestro juicio con razón Wilamowitz, la
atracción de la carne, si en su juventud no fue tal vez
Introducción 31

ajeno a ciertos errores, por lo demás frecuentes en deter-


minados círculos, si, por último, con las solas luces de su
razón llegó a una firme y perentoria condena de los mis-
mos, dejando como legado a la posteridad una elevadísi-
ma concepción del amor, no por eso queda su figura
empequeñecida y mancillada, sino, por el contrario, con
ello se pone más aún de relieve su fuerza moral, y la
profundidad de su pensamiento.
Si el Fedro no es un tratado doctrinal sobre el amor,
si en él no ha querido Platón desarrollar sus propias
concepciones hasta sus últimas consecuencias, lo que
sería un empeño inútil después de haber escrito el Ban-
quete, al menos ha pretendido hacer propaganda del ecos
filosófico, presentándolo con el sello de lo auténtico,
frente a las pretensiones del amor sofístico, falso e inmo-
ral. El amor es aquí una locura, un delirio que envían los
dioses, que, aun en sus aberraciones, cuando es sincero,
produce en las almas de quienes lo experimentan efectos
mucho más nobles que la «humana cordura», es decir, el
puro y simple hedonismo sin la compañía del sentimien-
to. Y esta divina fuerza es un patrimonio que el hombre
no debe desbaratar ni malvender, por cuanto que, depu-
rada progresivamente de todos los elementos innobles
que en ella puedan interferir, y dirigida a su verdadero
objeto, es la única capaz de llevar al alma a su suprema
felicidad, es la única capaz de conferirle su salvación.
De ahí el canto decidido al amor, de ahí la firme defensa
de la tesis «más vale otorgar sus favores al amante», en
la que Platón ha volcado su poderosa personalidad. De
ahí también que para dar un ejemplo de mala retórica
escogiera precisamente un discurso que sostenía la tesis
contradictoria, un discurso alambicado de forma y de
contenido falaz.
Es, en efecto, el Erótico de Lisias un buen espécimen
de un tipo de literatura frecuente en el siglo iv y que
32 Luis Gil

tenía sus raíces en la sofística de finales del v. En su


origen el «discurso erótico» no es más que una transpo-
sición a la prosa de la temática de la poesía amorosa, tal
como fue consagrada por Safo o Anacreonte, y revestía
el carácter de una declaración de amor. El género fue
particularmente cultivado por los sofistas por prestarse a
declamaciones de aparato, y posteriormente fue evolu-
cionando hasta adquirir verdadera altura filosófica. Tal
debió de ser la índole de los tratados sobre el amor de
ciertos discípulos de Sócrates como Critias, Simmias,
Antístenes y Euclides de Mégara de cuya existencia nos
informa Diógenes Laercio48. El Erótico de Lisias49,
empero, nos transporta a los comienzos del género, con
todo su brutal cinismo envuelto en frases elegantes que
no logran disimular la escabrosidad del tema.
De su contenido, una vez indicada la tesis que susten-
ta, bien poco ha de decirse. Su único mérito estriba en la
expresión, como el propio Sócrates reconoce, precisa y
rotunda. No obstante, desempeña una función orgánica
dentro del diálogo, al presumir el orador que el amor, un
puro nombre para el deseo sexual, es una enfermedad
(vocseTv 231d), habiéndose de demostrar en el transcurso
del diálogo la falsedad de esta suposición.
El primer discurso de Sócrates avanza un poco más
en el camino que conducirá a la descripción del verdade-
ro amor. Obligado a defender contra su voluntad la mis-
ma tesis que Lisias, no se decide a ello más que después
de haber hecho la salvedad de que se compromete a
variar la forma sin tocar el fondo, advirtiendo que en
tales composiciones obligadas lo que se debe alabar es la
«disposición» y no la «invención», aludiéndose con ello
a las novedades verdaderamente importantes sobre el
tema que habrá de exponer en su segundo discurso.
Aparte de esto, la condena moral de la tesis lisíaca se
pone de relieve en el hecho de hablar Sócrates con la
Introducción 33

cabeza velada por vergüenza, y en el hábil cambio de la


situación que realiza, al poner en boca de un enamorado
astuto y que finge no estarlo la tesis paradójica de que se
deben otorgar los favores al no-enamorado con preferen-
cia al que ama de verdad. «Esto le da a Sócrates —dice
Taylor (Plato, the Man and his Work, pág. 33)— una
doble ventaja sobre Lisias. Pone a salvo su propio
carácter al abstenerse de la defensa, aun por juego, de
una tesis moralmente desgraciada, y le deja en libertad,
si le place, de insistir subsiguientemente en el hecho de
que la aparente sensatez del discurso es únicamente la
simulada racionalidad de un loco, ya que el cliente en
cuya boca lo pone está realmente inspirado todo el tiem-
po por una «romántica insensatez». Su discurso, además,
reviste un carácter negativo al sostener que no se debe
ceder al amante, absteniéndose posteriormente de hacer
la defensa del no-enamorado, como le urge Fedro. Con
ello se condena de nuevo la inmoralidad de la tesis de
Lisias, y se tiene la ventaja de haber definido el amor
negativamente, pues el amor que en este discurso se con-
dena no es el verdadero amor, la µavía divina de que se
hablará en el segundo, sino el amor csKató;, el mero
amor carnal. Desde el punto de vista lógico este discurso
de Sócrates tiene la ventaja de partir de una definición
del amor, y presentar una mayor articulación en sus par-
tes, exponiéndose metódicamente los efectos perniciosos
que el amante causa en el alma del amado, en su cuerpo,
en su hacienda, etc., para terminar con la descripción de
la penosa situación de ambos una vez que se ha apagado
el fuego de la pasión. El amor, tal como es concebido en
este discurso, es un estado de desequilibrio (q3pt;) que
produce en el alma el triunfo del apetito (atemaía) sobre
la ¿IetleCTITO; 8ó a OteµÉvi iov Ka2,oi5. Este concepto
del amor lo une estrechamente a la psicología, y preludia
el más amplio desarrollo de esta cuestión en el segundo
34 Luis Gil

discurso socrático, habiéndose de ver a nuestro juicio en


las dos fuerzas motrices del alma aquí mencionadas, no
una división dicotómica de la misma, como estima Hac-
kforth (Plato's Phaedrus, pág. 41), sino un anticipo del
símil de los dos caballos que se habrá de hacer más ade-
lante, según sugiere Friedlánder (Die platonischen
Schriften, pág. 490). El segundo discurso de Sócrates, la
«palinodia», provocada por una misteriosa llamada de su
demonio, nos introduce en el planteamiento propiamente
platónico de la cuestión. Hasta aquí había sido Lisias
quien había llevado la voz cantante, y Sócrates no es
quien ha hablado propiamente, como él mismo reconoce,
sino Fedro, que le ha contagiado su transporte báquico.
La crítica moderna ha interpretado esto de diferentes
maneras. K. Joél" ha emitido la hipótesis ingeniosa de
que Platón ha expresado en este lugar el punto de vista
de Antístenes. Thompsonm ha creído encontrar el eco de
las propias teorías socráticas, basándose en la similitud
de determinados conceptos expresados aquí y otros,
expuestos también por Sócrates en el Banquete de Jeno-
fonte. Según este enjuiciamiento el punto de vista plató-
nico, tal como aparece formulado en el segundo discurso
de Sócrates, se opondría a los de la sofística y los de la
socrática expresados anteriormente. Sea lo que fuere de
esta cuestión, la realidad es que el lector no se encuentra
con las teorías propiamente platónicas hasta el momento
de la «palinodia» del maestro.
Los anteriores discursos habían recriminado al amor
por ser una enfermedad, una locura, en el supuesto de
que la locura es siempre un mal, lo cual es enteramente
falso. En efecto, frente a una locura humana, causada por
trastornos funcionales, hay una locura de origen divino
que es fuente para la humanidad de los mayores bienes.
Tal es el caso de la mántica, la predicción del porvenir
en estado de trance y posesión, el de los profetas que
Introducción 35

instituyeron los misterios, y el de la inspiración poética,


tres tipos de delirio que no son más que otras tantas
manifestaciones de la locura divina. El amor igualmente
es una forma de locura, la más excelsa de todas, y la que
mayores bienes produce en las almas, tanto del amante,
como del amado. Pero estos beneficiosos efectos del
amor no pueden comprenderse bien mientras no se
conozcan la naturaleza del alma, sus pasiones y sus ope-
raciones. De ahí que Sócrates, interrumpiendo la marcha
de su discurso, pase a demostrar primero de una forma
racional la inmortalidad del alma, y el que metafórica-
mente haga después la célebre comparación de ésta con
una biga alada y su cochero, y exponga en un bellísimo
mito el doble destino del alma, tanto antes de encarnar
en un cuerpo, como en sus sucesivas encarnaciones, una
vez que ha sobrevivido a la primera muerte. Sólo ahora,
tras esta digresión, se puede comprender el cometido que
desempeña el amor. El alma caída a tierra tiene las alas
rotas y los orificios por donde surgen los brotes de su
plumaje endurecidos y taponados. No obstante, al
observar en el mundo la belleza de las cosas sensibles,
que percibimos por el más penetrante de nuestros órga-
nos sensoriales, el alma evoca el espectáculo espléndido
que contempló antaño de la belleza en sí, que es de todas
las ideas la que más claras imágenes de sí procura. El
alma entonces siente un escalofrío, y a continuación un
calor inusitado, pues de la belleza recibe una emanación
con la que se reaviva la germinación del plumaje de sus
alas. Es éste el «flujo de pasión», el Yptepo;", que le hace
sentir congoja cuando algo se interpone entre ella y el
ser amado, y alivio de sus penas cuando está junto a él.
A este estado se le da el nombre de amor. Pero no todas
las almas tienen el suficiente poder evocador para
remontarse a la contemplación de la belleza en sí, cuan-
do ven en este mundo un reflejo suyo en la belleza cor-
36 Luis Gil

poral del bello mancebo. De ahí que las que contempla-


ron por menor tiempo el maravilloso panorama de las
ideas, intenten, sin más, satisfacer de un modo animal
sus deseos, cediendo a las instancias del caballo indó-
mito. En cambio, aquellas otras que tuvieron mayor ini-
ciación en los misterios de antaño, resisten a la tenta-
ción, cooperando en la lucha dramática contra el caballo
negro, tanto el auriga del alma, como el disciplinado cor-
cel que dócilmente obedece a su voz y sus mandatos. Y
una vez domeñado aquél, y al comportarse el amante
ante su amado con un íntimo sentido de veneración y
respeto, éste va viendo nacer progresivamente en él un
sentimiento de afecto hacia su enamorado. Llámalo
amistad, pero se equivoca, porque lo que realmente tiene
es también amor, es un ávrépco;", pues el flujo de pasión
que se derrama sobre el amante, en parte se desborda de
él, y, como el eco, vuelve de nuevo al punto de partida,
penetrando en el amado e inundándolo a su vez. De ahí
que a partir de entonces experimente los mismos senti-
mientos que el amante, y esté dispuesto a hacer todo lo
que éste le ordene. Por consiguiente, se pueden distin-
guir dos casos, según predomine en los respectivos
miembros de la pareja la parte mejor del alma o la peor.
En el primero llevarán un régimen ordenado de vida en
el amor de la sabiduría, y una vez que mueran se habrán
transformado en seres ligeros y alados, habiendo venci-
do uno de los tres asaltos olímpicos, lo cual quiere decir
que, sí por tres veces consecutivas logran icat3epacsteTv
µETC( cpt2,ocsocpta;, sus almas, ya enteramente aladas,
volverán otra vez a formar parte del cortejo de los dio-
ses, librándose de la rueda de las sucesivas encarnacio-
nes. Por el contrario, si escogen un régimen de vida vul-
gar, con el amor de los honores, pero no de la sabiduría,
es muy probable que se imponga en ellos la parte peor de
sus almas, muriendo sin haber recobrado las alas, pero
Introducción 37

con el vivo deseo de tenerlas. Esta otra pareja, si bien


no recibe la recompensa de la anterior, saca un prove-
cho no menguado de su amorosa locura: el de no descen-
der al reino de Hades, y el de esperar en común en un
mundo de luminosidad el momento en que les broten de
nuevo las perdidas alas. Los falsos amantes, en cambio,
los puros hedonistas, los que no tienen en sí el delirio
divino de Eros, los que sólo buscan bienes humanos y
mezquinos, recibirán como castigo después de terminar
su vida el de andar errantes en el Hades durante nueve
millares de años.
El sentido salvacionista del amor es fundamentalmen-
te aquí el mismo que en el Banquete. Si Platón no ha
llegado a las cimas alcanzadas en dicho diálogo es por
una simple diferencia de objetivos. Entonces se trataba
de formular una teoría del eros filosófico, ahora, de
hacer su propaganda exponiendo los beneficios del amor
sincero frente a un tipo de literatura que adulteraba el
sentido y los fines de una de las fuerzas motrices más
poderosas del hombre. Por ello se comprende perfecta-
mente la indulgencia de Platón con respecto a determi-
nado tipo de amantes, frente a su implacable condena de
los falsos e impostores. Como gran conocedor del alma
humana, por propia experiencia tal vez, Platón sabía que
en toda pasión amorosa auténticamente vivida se pueden
encontrar los suficientes elementos para una superación
constante de los yerros, y los necesarios puntos de parti-
da para emprender un camino de purificación. No así en
el mezquino hedonismo mezclado de humana prudencia.

V.—Naturaleza y destino del alma

La teoría platónica del amor se implica, como ya


hemos dicho en el capítulo anterior, en una teoría del
38 Luis Gil

alma. La divina locura del Eros, tal como la formula


Sócrates en la «palinodia», tiene por misión la de elevar
al hombre al mundo inteligible de las ideas, la de hacer
recuperar a su alma las alas perdidas, la de reintegrarla,
en suma, a su propia naturaleza. Interesa, pues, conocer
la esencia del alma y su destino, antes de exponer los
beneficiosos efectos que en ella produce el amor. Y esto
es lo que hará Sócrates antes de revelar a Fedro su con-
cepción definitiva de la amorosa locura. Para ello se pre-
cisa en primer lugar demostrar la inmortalidad del alma
—que para el Sócrates-Platón significa lo mismo que su
eternidad—, como previo requisito de su conocimiento de
la realidad inteligible de las formas, y dar a conocer des-
pués su naturaleza y destino. Lo primero será objeto de
una demostración racional, puramente dialéctica, aunque
no se exprese en forma de preguntas y respuestas, y lo
segundo, de uno de los más hermosos mitos de Platón.
En una época en que la filosofía natural y las ense-
ñanzas de los sofistas habían sembrado la duda en los
espíritus sobre la pervivencia personal, el tema del alma
era un problema acuciante e intranquilizador. Platón lo
había ya abordado en varias ocasiones y desde diversos
puntos de vista: en el Gorgias y en la República fue
objeto de sendos mitos escatológicos en los que se
hablaba de penas y recompensas en el otro mundo, y en
el Fedón fue tratado no solamente desde el punto de vis-
ta moral, sino también desde el ángulo dialéctico. Se
daban en este diálogo una serie de pruebas de la inmor-
talidad del alma humana: la del origen de los contrarios,
la de la reminiscencia, la de la indisolubilidad de lo sim-
ple, y, por último, aquella, tan depurada de todo elemen-
to ajeno al logos, que pretendía que el alma, como porta-
dora del eidos de la vida, excluía de sí la muerte. Pero, a
pesar de todo, es bastante probable que al filósofo no le
satisficieran sus propios argumentos, como lo muestra el
Introducción 39

hecho de lo mucho que se dejaba en el diálogo a la espe-


ranza, a la fe, a la creencia religiosa. Aparte de la con-
vicción racional que pretendían haber infundido las
pruebas, graduadas progresivamente desde meros eiKóta
hasta la plena demostración (Curó3e t;), la creencia en la
inmortalidad del alma y en sus moradas post mortem se
presentaba también como una gran esperanza, como un
riesgo hermoso que bien vale la pena de correrse. Las
dudas, pues, que se cernían sobre los acongojados ami-
gos de Sócrates no acababan de disiparse del todo, y no
se excluía la posibilidad de una investigación posterior
más amplia y más profunda sobre el tema. Y al propio
Platón se le escapan en ocasiones asertos que parecen
denotar una disposición de ánimo muy otra que la que
quiso infundir en sus discípulos con el Fedón. Si en el
discurso de Diotima en el Banquete se dice que la mane-
ra que tiene el hombre de satisfacer su deseo de inmorta-
lidad es la procreación en la carne y en el espíritu, ¿no
encontramos en ello el sentir de la época que buscaba en
la humana gloria o en la descendencia biológica el único
expediente para no desaparecer totalmente? Y frente a
esta consolación del non omnis moriar, ¡qué íntimas
borrascas no revela la serenidad de Sócrates al plantearse
en la Apología la terrible disyuntiva de un total aniquila-
miento, o de una vida mejor después de la muerte! Pla-
tón, ciertamente, no debió cejar en su caza de un nuevo
argumento que le llevase a una total certidumbre sobre la
inmortalidad del alma, hasta encontrar éste del Fedro,
que tan maravillosamente desarrolla.
Sobre los anteriormente empleados tiene la nueva
prueba la enorme ventaja de enraizar en la filosofía natu-
ral. En efecto, por Aristóteles (De anima, 405a 30)
sabemos que Alcmeón de Crotón54, un médico contem-
poráneo de Pitágoras, sostenía que el alma es semejante
a los seres divinos, porque siempre está en movimiento.
40 Luis Gil

No sabemos hasta qué punto Platón es independiente o


subsidiario en su argumento de su predecesor; lo más
probable, empero, es que las concepciones de éste única-
mente le hayan procurado la premisa mayor de su razo-
namiento, el célebre: vuxij nácsa áeávaTo;• Tó
áeudvircov áeávaTov. La prueba que con él se dará,
advierte Platón, no será digna de crédito para los hom-
bres hábiles, pero sí para los sabios, aludiéndose con
ello, según apunta certeramente Hildebrandt, a los filó-
sofos materialistas como Demócrito contra los que se
había combatido también, en el Fedón. El comienzo del
argumento, no obstante, plantea una cuestión de crítica
textual, al dar el Pap. Oxy. 1017 la lección cc6ToKívriTov,
que como buena acepta Robin entre otros. Las razo-
nes que han dado Cario Diano55 y Hackforth56 en defensa
de la lectura tradicional (apoyada por los testimonios de
Cicerón, Hermógenes, Estobeo y Hermias) nos relevan
de la obligación de tener que justificarla aquí in extenso.
El juicio Tó yáp áetKívriTov áeávaTov no es una tautolo-
gía, sino un axioma, un Iv3oov" que actúa de premisa
mayor de todo razonamiento. La proposición Tó
cc6ToKívriTov áeávaTov, por el contrario, no lo es, y si tal
hubiera sido lo que Platón hubiera querido establecer en
primer lugar, se comprende mal que más adelante agre-
gue: TÓ cc6Tó KtVaV OiS7COTE krkyet KtVOÚIMV0V, apoyando
su aserto con la expresión &TE O'óK á7CO2,,CTICOV pautó, e
identificando TÓ cc6Tó Ktvoi5v con la áprj KtV1'168(0;.
Vista esta cuestión previa, pasemos a considerar la
prueba. El razonamiento procede de la siguiente manera.
Si dentro de las cosas móviles las hay que se mueven a
sí mismas, y las que mueven a otras pero de otras reci-
ben a su vez su movimiento, lo que siempre se mueve
habrá de pertenecer necesariamente al primer tipo de
móviles, puesto que una cosa no se abandona jamás a sí
misma. Aparte de esto, lo que siempre se mueve es
Introducción 41

inmortal, porque al no cesar de moverse, no puede cesar


de vivir. Pero a su vez lo que siempre está en movimien-
to es el principio del movimiento (áprj Ktvi'icseco;), y en
su calidad de tal es ingénito (áyévitov) e indestructible
(á3tácpeopov), pues el pensar que el principio tenga a su
vez un principio es una contradicción, y si el principio
del movimiento cesara de existir, todo el movimiento del
universo y todo el proceso de generación se detendrían,
sin que pudiera haber un nuevo principio del movimien-
to. Ahora bien, habida cuenta de que los seres que se
mueven a sí mismos son los animados (Ipama), es
decir, los que tienen un alma, no habrá dificultad en
identificar el alma con lo que se mueve a sí mismo. Y si
esto es así, el alma es por necesidad inmortal, ingénita e
indestructible.
La nueva prueba, como se ha notado, tiene cierta
afinidad con el último argumento del Fedón, al unir
esencialmente la idea de la vida con el alma, pero tiene
sobre aquélla la gran ventaja de no basarse únicamente
en puros conceptos, sino en un hecho empírico: el movi-
miento. De ahí que con el tiempo se convirtiera en la
demostración favorita de Platón para la existencia del
alma (es la que reaparece en las Leyes 893b-898d). Y el
mismo hecho también explica el que un espíritu tan cien-
tífico como Aristóteles se sirviera ampliamente de ella
para demostrar la existencia de un primer motor inmóvil,
y el que muchos siglos después, nuevamente elaborada,
se convirtiera en una de las piezas claves de la filosofía
cristiana al recurrir a ella Santo Tomás para llegar a la
existencia de Dios.
Con todo, cabe plantearse la pregunta de si Platón
pretendió aplicar esta argumentación al alma individual
o, por el contrario, quiso demostrar con ella la inmorta-
lidad del alma «total» del mundo. El problema es viejo,
y desde los tiempos lejanos del neoplatonismo filólogos
42 Luis Gil

y filósofos han discutido si la locución icdcsa vuxti debe


tomarse en sentido colectivo o distributivo, agravándose
aún más al no estar conforme la tradición manuscrita en
246b, donde al decirse que «toda alma se ocupa de lo
inanimado» se encuentran las lecciones ij vuxij icdcsa
(TW), irdcsa il wIncti (B) y irdcsa vuxti. Con ello queda en
lo incierto si Platón realmente creía o no en la perviven-
cia personal del alma humana.
Cristianos y neoplatónicos decididamente se inclina-
ron por la primera interpretación, que, tras los mitos
escatológicos del Fedón, del Gorgias y de la República,
parece no prestarse a dudas. La crítica moderna, sin
embargo, ha hecho constar muy seriamente sus reservas
sobre el particular. Hildebrandt58, por ejemplo, se pre-
gunta qué inmortalidad personal se puede esperar de un
alma que en sucesivas encarnaciones va tomando distin-
tos cuerpos, añadiendo que, si Platón asigna en nuestro
diálogo una pervivencia de mil años al individuo, lo hace
únicamente por motivos políticos, ya que en la amenaza
de un castigo de ultratumba el legislador podía encontrar
un freno para sus conciudadanos. Lo único eterno en el
alma es su cochero: el va); que asegura al hombre su
unión post mortem con el cosmos.
Frente a esta postura extremosa, que implica también
el tomar un partido decidido en la espinosa cuestión de
la tripartición del alma que más adelante veremos, la
posición de un Ritter" o un Wilamowítz" parece la acer-
tada. Neoplatónicos y cristianos han interpretado correc-
tamente a Platón al tenerlo por un firme defensor de la
pervivencia personal. Ahora bien, lo que en realidad
ocurre es que las ideas del filósofo sobre el alma no
siempre han sido las mismas, ni siempre claras, ni jamás
llegó a forjarse una doctrina psicológica sistemática. Un
profundo análisis permite descubrir en él en varias capas
diversas concepciones del alma: la popular del alma
Introducción 43

«doble» que postulaba para ella una desvaída existencia


de ultratumba, la teoría pitagórica de la metempsicosis
que ofrecía la enorme ventaja de procurar la base de una
teoría del conocimiento, sin contar con el orfismo que
prometía al hombre una vida feliz post mortem, una vez
liberada el alma de la prisión corporal. Sobre esta base se
ejerce la poderosa especulación del filósofo que no cuen-
ta con otros medios de estudio de la naturaleza del alma
que la observación de sus manifestaciones. Y del exa-
men de éstas surgen, como hemos de ver más adelante,
una serie de problemas a los que Platón no llegó nunca a
dar una solución satisfactoria. De ahí las naturales con-
tradicciones que pueden encontrarse en sus escritos, que
no autorizan, empero, a emitir el fallo terminante de que
no creyera en la persistencia personal. Así, pues, si el
argumento de Sócrates parece aplicarse en primer lugar
al alma del mundo, no por eso se excluye el que también
tenga su aplicación a las almas individuales. En todo
caso, del análisis del empleo lingüístico de las locucio-
nes arriba señaladas no se puede sacar ninguna conclu-
sión definitiva ni en pro ni en contra de una u otra inter-
pretación.
Una vez probada la inmortalidad del alma, Sócrates
pasa a hablar de su naturaleza (olóv ¿att), recurriendo a
un símil (7p Iouce), dado el que la dificultad del tema
descarta la posibilidad de un tratamiento dialéctico y exi-
ge el empleo de un lenguaje alegórico. De ahí que nos
diga que el alma puede compararse con una biga alada,
en la que el auriga cuenta con un corcel noble y discipli-
nado, frente a uno de mala casta e indómito. Se ha discu-
tido el origen de esta comparación", y se ha pretendido
con mayor o menor éxito quitarle el mérito a Platón de
su descubrimiento. Lo que es un hecho evidente es que
el filósofo, si de alguien la ha tomado, la ha elaborado
hasta el punto de hacer de la descripción de ambos caba-
44 Luis Gil

líos y de la lucha del auriga una pieza maestra de la lite-


ratura griega. Pero no es esto lo que aquí nos interesa
discutir, y sí el considerar los problemas que esta alego-
ría entraña.
La rebuscada perífrasis con la que Platón introduce la
metáfora (¿oucéuo 8tj csupupírup 31)VápiEt '67COICTÉÓOD
e'lyou; TE Kat ijytóxoy) tiene, sin duda, por objeto el
resaltar la unidad del alma que no se destruye con esta su
tripartición. Pero no obstante, aunque Platón distinguiera
perfectamente entre las nociones de unidad y simplici-
dad, las dificultades que con dicha composición se sus-
citan se cuentan entre los más espinosos problemas de su
filosofía, según vamos a ver acto seguido. Pero primero
tratemos de descubrir el significado de la alegoría. Qué
son el cochero y los dos corceles no se nos dice en todo
el discurso, y sólo un lector del libro IV de la República
sería capaz de reconocer en ellos el 2,orcroxóv 1.1,Épo; o
parte reflexiva del alma, TÓ OWL0E1,8é; la pasional, y TÓ
É7ClOWITITtKÓV, la apetitiva62. La misma tripartición se
vuelve a encontrar en el Timeo, donde se designan inclu-
so lugares del cuerpo en los que dichas tres partes del
alma tienen su sede".
La concordancia entre estos tres diálogos es evidente
y no habría problemas, si no se comparase esta doctrina
con la del Fedón, donde el alma aparecía como algo sim-
ple, y quedaba reducida a la parte puramente intelectiva
(v4;), pudiéndose encontrar el eco de esta concepción
en otros pasajes platónicos (como, por ejemplo, en la
República, X, 611d-612a), en los que parece sugerirse
que el alma en su verdadera naturaleza es simple. La
dificultades se agravan si se tiene en cuenta que en el
libro X de las Leyes (897a) se asignan al alma del mun-
do otros muchos componentes. Y de todo ello surge la
natural pregunta de cuál ha sido la verdadera opinión del
filósofo sobre esta cuestión: ¿consideraba Platón el alma
Introducción 45

como algo simple, o bien como una unidad resultante de


la composición de dichas tres partes?
El problema se implica con el de la inmortalidad del
alma y con el de las relaciones entre ésta y el cuerpo:
¿son las apetencias y pasiones parte esencial del alma e
independientes de su encarnación en un cuerpo, inmor-
tales, por tanto, del mismo modo que la razón? ¿Derivan,
por el contrario, del cuerpo, y con él perecen, siendo lo
único que hay inmortal en nuestra alma el vous?
En la primera de estas hipótesis se podría comprender
la caída del alma, que no sería debida a otra cosa sino a
su vehemente deseo de contemplar la verdadera realidad,
por paradójico que esto pudiera parecer. En la segunda,
resulta inconcebible que la parte puramente intelectiva
pudiera encarnar en un cuerpo terrestre, excluyéndose,
además, como dice con razón Hildebrandt, toda posibili-
dad de inmortalidad personal.
¿Cuál ha sido la verdadera creencia de Platón? Resul-
ta aventurado alinearse en una u otra postura, pues el
filósofo ha oscilado a lo largo de su vida entre uno y otro
miembro de la alternativa. En la República, 611c, pese a
decidirse por la simplicidad del alma, ha comparado el
alma humana con el dios marino Glauco, que, por su
vivir continuo en el agua, tiene pegados a su cuerpo
moluscos y algas como la quilla de un navío, pudiéndose
encontrar de igual modo en el alma adherencias que son
debidas a su contacto con el cuerpo. Esta concepción es
la que aparece en el Timeo (69c y sigs.), donde se res-
tringe la inmortalidad a la parte racional. En nuestro diá-
logo, sin embargo, la atribuye a cochero y corceles, sien-
do todos tres partes esenciales no sólo del alma de los
hombres, sino también del alma de los dioses.
Pretender extraer de todos estos datos contradictorios
un sistema psicológico coherente en Platón es empre-
sa perdida. La razón de todas estas incoherencias y
46 Luis Gil

contradicciones es la apuntada arriba. Platón se mueve


entre distintas concepciones del alma, especialmente entre
la órfico-pitagórica que la tenía por algo divino, simple,
puramente racional, y divorciado de toda función física, y
otra, procedente de la filosofía natural, que la consideraba
como el principio de la vida y del movimiento. Ahora
bien, de la consideración de los distintos «movimientos»
que el alma produce en el cuerpo —afectos, pasiones—, se
revelaba en última instancia, como Aristóteles" se encar-
gó de observar, que el puro pensamiento no mueve nada
(3távota wid] oi)3¿v KtveT), existiendo otras partes en
ella —voluntad y apetitos— que ejercen sobre aquél, de
acuerdo o no con la razón, su influencia. De ahí la alter-
nativa, simplicidad o composición del alma, que Platón
no llegó nunca a resolver.
Dejemos, pues, aquí la discusión de la tripartición del
alma, y pasemos a considerar su destino una vez que nos
es conocida su inmortalidad y esencia. A partir de este
momento nos movemos ya en pleno mito, llegando la
«palinodia» a su más alto grado de exaltación. Sócrates
gradualmente ha ido penetrando en un estado de inspira-
ción poética, debido, en primer lugar, al contagio de los
transportes coribánticos de su amigo, a la influencia telú-
rica, después, de Pan y las ninfas del lugar, y, por último,
al divino entusiasmo de Eros. El ambiente orgiástico y
místico de los misterios envuelve plenamente al lector,
y A. Diés ha podido hablar con razón de una transposi-
ción doctrinal del orfismo en nuestro diálogo que deja de
ser un mero ornato literario, para convertirse en auténti-
ca doctrina platónica".
El alma, cuando es alada, camina por lo alto y rige al
mundo entero; cuando ha perdido sus alas, cae y encar-
na en un cuerpo terrestre, pues la naturaleza del ala es la
de levantar lo pesado hacia lo alto, y como lo más divi-
no que hay entre las partes del cuerpo, se alimenta de lo
Introducción 47

que es afín a lo divino: lo bello, lo sabio y lo bueno,


destruyéndose con lo contrario de esto. Ahora bien,
¿cómo ha podido perder el alma las alas que poseyó
antaño? Preciso es para explicarlo hablar de su vida
antes de encarnar en un cuerpo mortal, contar el mito de
su predestinación, que habrá de completar el de su des-
tino final, una vez que, entrada en la rueda de la genera-
ción, ha quedado separada por la muerte del cuerpo en
que había encarnado.
Las almas siguen el cortejo de los dioses que encabe-
za Zeus, encuadradas en once" escuadrones al mando
cada uno de un dios, pues Hestia se queda en casa sin
participar en esta divina comitiva. De este modo se enca-
minan hacia la parte más elevada del cielo y, una vez
que han llegado a sus confines, salen afuera de la bóveda
superior, y apoyadas en ella, se dejan transportar por su
movimiento circular, mientras contemplan el lugar
supraceleste en el que tienen su sede las verdaderas rea-
lidades: la justicia, la templanza, el conocimiento, y la
belleza. Reconfortadas por esta visión, tras recibir el ali-
mento que les es propio, de nuevo se introducen en el
interior del cielo, y el cochero —para quien únicamente
son visibles aquellas Ideas—, al regresar a casa, lleva a la
cuadra sus corceles y les da de comer ambrosía y de
beber néctar.
Mas esto sólo lo pueden hacer sin dificultad las almas
de los dioses cuyos cocheros y corceles son perfectos.
Las demás almas, al tener que conducir un mal caballo,
indisciplinado, y que gravita hacia tierra, se esfuerzan
por seguir a aquéllas, pero no todas pueden. Tropiezan,
chocan unas con otras, a veces se elevan, otras se hun-
den, y la que más, tan sólo consigue asomar la cabeza
del auriga al lugar supraceleste y contemplar a duras
penas las realidades. Y en esta pugna por elevarse, a
muchas se les quebrantan las alas, y muchas también se
48 Luis Gil

tienen que retirar sin haber sido iniciadas en la contem-


plación del Ser, quedando obligadas a alimentarse de la
opinión.
Y así se explica la predestinación del alma. En efecto,
según la «ley de Adrastea», toda alma que haya podido
contemplar alguna de las Ideas se librará de encarnar en
un cuerpo hasta la próxima revolución. Las que, por el
contrario, hayan perdido por cualquier desgracia sus alas
y caído a tierra, habrán de encarnar en un cuerpo terres-
tre, liberándose en la primera generación de hacerlo en
un cuerpo de animal. Y según su grado de iniciación,
según hayan podido ver más o menos, así será la vida
que hayan de llevar en la tierra. Se establece, pues, una
jerarquización entre los hombres que depende de la con-
ducta preempírica del alma, lo que tiene un paralelo en
el Timeo67, aunque allí es Dios quien coloca a las almas
antes de nacer en el lugar donde podrán hacer el mayor
bien o el menor mal, y aquí, en cambio, la vida en apa-
riencia humana es determinada por la conducta moral del
alma, ya antes de entrar en la generación. Hay, por con-
siguiente, una escala de valores en la tipología humana
que comprende nueve grados, quedando incluidos en el
primero los filósofos y en el último el tirano, el hombre
más despreciable para Platón. Los adivinos y los poetas
quedan en los más bajos escalones, así como los artesa-
nos y agricultores, en tanto que los reyes justicieros y los
guerreros tienen reservados los más altos, ocupando el
lugar intermedio los médicos y los que se dedican al cui-
dado del cuerpo. Pretender sacar conclusiones de esta
clasificación nos parece aventurado. Al trazarla, Platón
no sólo se ha dejado llevar por sus ideas filosóficas, sino
también por sus gustos aristocráticos y el desprecio
general en Grecia por el trabajo manual.
Mas una vez encarnada el alma en el cuerpo de hom-
bre que determina su calidad, le espera un destino post
Introducción 49

mortem que depende en parte de su conducta moral en la


vida, ya que al transcurrir diez milenios todas las almas
habrán de volver por igual al mismo lugar de donde han
venido. Después de la primera muerte, las almas son
sometidas a un juicio, recibiendo como premio, las que
han vivido justamente, el de ser elevadas a «cierto lugar
del cielo», y como castigo, las que pasaron su vida en la
injusticia, el de ser conducidas a los lugares de expiación
del Hades. Pero esta recompensa o castigo, dependientes
de la primera vida del alma, no son eternos, teniendo
sólo una duración de mil años, transcurridos los cuales,
el alma deberá de nuevo encarnar.
Su segunda vida es determinada por un sistema mixto
de elección y sorteo, tal como lo desarrolla el mito de Er
en la República, sin cuyo conocimiento no se podría
comprender bien este lugar. Lo más importante en este
momento es que el alma puede encarnar en el cuerpo de
un animal, y viceversa, la que había estado en el cuerpo
de un animal hacerlo de nuevo en el de un hombre. Este
tipo de metempsicosis, empero, de clara raigambre pita-
górica, se presta a ciertas dificultades que Platón ha pre-
tendido soslayar. Si no hay diferencia entre las almas, si
ocupan éstas indiferentemente cuerpos humanos, o de
fieras (incluso de astros: irdcsa vuxij icavtó; É7C11182£Ttat
T0i5 ákOxcu, icávta 3' crópavóv 7C8plICOUT, auot' ¿v
auot; 81:3861, ytyvoptévi), se dice en 256b), ¿cómo expli-
car entonces que los animales no tengan razón? La res-
puesta será la siguiente: en forma de animal tan sólo
puede encarnar el alma que no haya contemplado ningu-
na de las realidades, porque lo propio del hombre es
comprender según lo que se llama «idea», es decir,
según una representación mental unitaria a la que llega a
partir de la pluralidad de las cosas sensibles, por un pro-
ceso de áveavicst; Y es evidente que en el alma que no
haya tenido la visión de las esencias dicho proceso de
50 Luis Gil

reminiscencia no puede operarse. De ahí también que,


para que pueda pasar el alma del cuerpo de un animal a
la apariencia humana, haya tenido previamente que
haber encarnado en esa forma. Y si en este último caso
se preguntara qué había sido de la facultad evocadora de
las ideas durante su período de vida animal, se podría
contestar en última instancia que se mantuvo en estado
letárgico, como la razón en el niño.
Con todo, la principal dificultad que suscita la teoría
de la transmigración de las almas, tal como aparece en
Platón, queda sin resolver. Un alma que cambia sucesiva-
mente de cuerpos sin conservar en absoluto el recuerdo
de sus experiencias en las distintas vidas carece de
personalidad. Este no era el caso de la metempsicosis
pitagórica, al recordar el maestro sus vivencias en
anteriores encarnaciones. En cuanto a la áveavicst;,
puramente racional, de las realidades inteligibles es una
cualidad rayana en lo impersonal, o si se quiere, sobre-
personal. Las almas tal como aparecen en la doctrina de
Platón quedan reducidas a la categoría de simples fuer-
zas animadoras del cosmos, pese a su índole espiritual.
Pero contra este obstáculo que parece oponerse a la per-
vivencia individual del hombre, irrumpe violentamente
el fuerte sentido platónico de la personalidad que con tan
elevados tonos vibra en la descripción de la lucha inte-
rior del alma, y en la de los efectos redentores del amor.
Pues excepción dentro de la rueda de las generaciones
son los que han filosofado sin engaño o amado a los
mancebos con filosofía. Sus almas, si por tres veces
consecutivas han escogido el mismo tipo de vida, regre-
san al cumplirse el tercer milenio al mismo punto del
que han partido. ¿Cabe pedir otra formulación más clara
de la persistencia individual?
Introducción 51

VI.—Retórica y dialéctica

La súplica con la que Sócrates termina su segundo


discurso, pidiendo a Eros que Lisias cese de dedicarse a
tales composiciones y se entregue de corazón a la filoso-
fía, preludia en cierto modo lo que va a ser el objetivo
perseguido en la segunda parte del diálogo. Toda ella, en
efecto, no va a ser más que un llamamiento a la retórica
para que supere el abismo que la separa de la filosofía. Y
una vez que los discursos pronunciados procuran los
ejemplos necesarios de lo que se debe hacer y de lo que
no se debe hacer en la oratoria, el resto de la discusión se
ha de centrar en los siguientes puntos. En primer lugar,
en la crítica de la teoría y la praxis de la retórica del
momento. En segundo lugar, en bosquejar los fundamen-
tos sobre los que se puede apoyar un arte oratoria verda-
deramente científica que una en armoniosa síntesis las
enseñanzas de la retórica con el método filosófico. Y por
último, en exponer en qué consiste este método, que Pla-
tón llama «dialéctico».
El nuevo tema de la discusión se introduce al hacer
constar Fedro sus temores de que Lisias no se muestre
dispuesto a competir con el segundo discurso de Sócra-
tes, componiendo a su vez otro, toda vez que reciente-
mente fue censurado por un político por su profesión de
componedor de discursos (2,oyoypácpo;). A ello respon-
de Sócrates que el mero hecho en sí de escribir no es
nada reprochable, sino el hacerlo mal, tomando la pala-
bra logographia no en su sentido habitual, sino en el
etimológico de escribir discursos sobre cualquier mate-
ria. Sobre esta cuestión se habrá de volver al final del
diálogo (274b- 278b), exponiendo Platón sus puntos de
vista sobre la enseñanza escrita y la oral. Por el momen-
to, esta introducción tiene por objeto el de avisar al lec-
tor que el término retórica no se habrá de tomar en su
52 Luis Gil

sentido habitual, sino en otro mucho más amplio, abor-


dándose definitivamente el tema verdadero de la discu-
sión en 259e, después de narrarse el delicioso mito de
las cigarras.
El ataque de Sócrates contra la retórica del momen-
to" se centra en la indiferencia que profesa con respecto
a la verdad. ¿Es o no un requisito necesario para que un
discurso sea bueno el que el orador conozca la verdad de
aquello sobre lo que está hablando? Fedro habrá de res-
ponder que, según ha oído decir, el orador no debe
aprender lo que es justo o bueno en la realidad, sino
aquello que lo haya de parecer a los jueces. Y su res-
puesta, que expresa el sentir de los oradores de su época,
preocupados exclusivamente de hacer triunfar su criterio
tanto en los tribunales como en las asambleas políticas,
adolece de dos defectos fundamentales: apreciar el eiKó;
lo verosímil, sobre la verdad, TÓ d(2.1104, y el tener un
concepto excesivamente estrecho de lo que es el arte
oratoria. Por ello se impone dar una definición de la retó-
rica y hacer un examen de las pretensiones de la retórica
al uso de ser una disciplina científica, una téxvi en su
sentido estricto.
El arte oratoria, según Sócrates, no es sino una
yuxayaryía", un medio de seducir las almas por medio
de la palabra, tanto en los tribunales y demás reuniones
públicas como en las reuniones privadas. Con ello su
esfera de aplicación se amplía notablemente, al caber
dentro del nuevo concepto de retórica" no sólo la orato-
ria judicial (el yévo; 3ucavticóv), la política (y.
3mniyopucóv), y la de aparato (y. ¿7C1,381,1alKéPV), sino
también las mismas aporías de un Zenón de Elea, que
con la fuerza de su palabra hacía tener a su auditorio las
mismas cosas por semejantes y diferentes, únicas y múl-
tiples, móviles e inmóviles. La retórica, pues, es el arte
de la antilogía, de la controversia, el arte que confiere a
Introducción 53

un individuo la capacidad de hacer semejante a todo


todas las cosas susceptibles de ello, y asimismo la de
sacar las cosas a la luz, cuando es otro el que realiza este
proceso de ocultación de la verdad.
Ahora bien, para que el orador pueda realizar el engaño
de su auditorio, sin ser él mismo engañado, tiene que
conocer perfectamente la realidad de las cosas, sus
semejanzas y sus diferencias, con el fin de poder hacer
gradualmente el tránsito de una cosa a su contraria, pasan-
do inadvertido a quienes le escuchan. La condición, pues,
del arte retórica para ser tal ha de ser el conocimiento de
la verdad, la de basarse en la atcyckni y no en la 8ó a.
Ahora bien, ¿cumple con este requisito la retórica
profesada por los maestros de oratoria? En modo alguno,
pues éstos, en lugar de molestarse en buscar el verdadero
objeto sobre el que versa su arte, se han preocupado,
como Lisias, de elaborar la teoría del eixó; o bien de dar
una serie de preceptos positivos que no constituyen el
verdadero objeto de este arte, sino las condiciones pre-
vias para el mismo. Así han hablado de la disposición
del discurso'', acuñando una serie de términos técnicos
como irpooípuov, 3u'iricst; ¿icávo3N, para distinguir sus
diferentes partes, pero se les ha escapado algo funda-
mental, y es que lo primordial en todo discurso no es
esta artificiosa disposición, sino su articulación lógica,
es decir, el ofrecerse como un organismo vivo provisto
de cabeza, tronco y extremidades, de partes, en suma,
congruentes entre sí y con la totalidad del conjunto. De
ahí engendros como el Erótico de Lisias cuyas partes
parecen haberse tirado en revoltijo, y que no se diferen-
cia en nada del epigrama de Midas, cuyos versos pueden
leerse indiferentemente en un orden u otro. Han hablado
asimismo de la ¿x),orj TéSv óvoptámv, distinguiendo una
correcta dicción (ópeobreta) y varios estilos de expre-
sión como la 3tic2,,acstamyía, la yvcoptamyía y la
54 Luis Gil

eixovo2,,oyía. Han hablado, por último, del modo de pro-


ducir estados de ánimo diferentes en el auditorio, pero
desconocen lo principal: a quiénes se deben dirigir tales
discursos, en qué momento, y hasta qué punto. Exacta-
mente igual que un individuo que conociera determina-
dos medicamentos y sus efectos, pero ignorara el tipo de
enfermos a quienes se deben aplicar. Por todo ello la
retórica de los manuales no debe considerarse un arte,
sino una pura rutina, una enexvo; tptr3Yi.
Ahora bien, cabe una posibilidad de instauración de
un nuevo género de retórica que sea verdaderamente
científica, si se supera la antinomia existente entre filo-
sofía y oratoria, si esta última se decide a plantearse con
la misma seriedad que aquélla el problema del conoci-
miento. Pues, sin duda, el orador ha de conocer el objeto
sobre el que se dispone a hablar, discerniendo si es un
concepto de los que no se prestan a dudas en el audito-
rio, o bien si es uno de aquellos, como son los conceptos
del bien o de la justicia, que dan pie a múltiples interpre-
taciones. Y en la exposición del tema ha de proceder
como lo hicieron los dos discursos de Sócrates. Ambos
hablaron sobre el amor, una de las cosas que a más erró-
neas interpretaciones se prestan, y pasaron gradualmente
del vituperio a la alabanza. Pero esto lo pudieron hacer
porque partieron previamente de una definición, porque
le consideraron unitariamente como una forma de locu-
ra, y después le fueron dividiendo en sus especies. Uno
de ellos hizo la disección de sus partes siniestras, vitupe-
rándole muy en justicia, y el otro, en cambio, se dirigió
hacia la parte divina de esa locura, haciendo con razón
su alabanza. El método que siguieron consta, pues, de dos
momentos, uno de ellos es la «colección» (cnwaycorD,
es decir, «el llevar con una visión de conjunto a una sola
forma lo que está diseminado en muchas partes», y el
otro es la «división» (8taípeat;), o sea, el ir distinguien-
Introducción 55

do especies dentro de lo que se presenta como una uni-


dad, siguiendo las articulaciones del objeto. Platón le da
a este método filosófico el nombre de «dialéctico» (for-
mado sobre 3taMyecseat, `conversar'), que como deno-
minación tenía un antecedente en la definición de Alci-
damanten de la retórica como 3ta2,oyucii té vi o «arte
conversacional». Sin embargo, el sentido que da Platón
al término por él acuñado es mucho más profundo: «la
palabra 3ta2,,eicrucó; —dice Hackforth"— significaba pri-
mariamente para Platón 'perseguidor de una seria inves-
tigación', como opuesto a ¿ptcrrucó; y en su origen ha
debido adoptarse para expresar su convicción de que la
conversación (3ta2,,éyecseat) de Sócrates con los que
deseaban unirse a él en la búsqueda de la verdad era
completamente diferente en objetivo y espíritu al porfia-
do disputar (¿píetv) de hombres como Eutidemo o Dio-
nisodoro». Y lo que con el método así llamado se preten-
de es la adquisición gradual del conocimiento, mediante
una clasificación de los conceptos en géneros y especies,
no puramente subjetiva, sino ajustada a las condiciones
de la realidad74.
La base metodológica de la retórica es, por consi-
guiente, puramente filosófica, como más adelante vuel-
ve a poner de relieve Sócrates, al citar a Pericles como
un orador consumado, y dar como razón de su arte el
que se hubiera llenado de «meteorología» —es decir, de
especulaciones de altos vuelos— por su trato con Ánaxá-
goras. Pues todas las artes importantes necesitan como
aditamento el «charlatanear» (es decir, el discutir
ampliamente) y el «meteorologizar» sobre la naturaleza.
Y con ello se quiere decir, no que todas las artes hayan
de fundarse en una cosmología como erróneamente se
suele interpretar este aserto", sino que deben plantearse
seriamente el problema de la naturaleza del objeto sobre
el que versan.
56 Luis Gil

Ahora bien, si la retórica tiene una esfera de aplica-


ción que abarca toda clase de discursos y temas, tiene
un único objeto: el alma del hombre. La retórica, en
efecto, tiene la misma particularidad que la medicina, ya
que si esta última requiere analizar la totalidad del cuer-
po humano, para poder aplicarle con conocimiento de
causa las debidas medicaciones que le procurarán la
fuerza y la salud, aquélla necesita analizar la del alma",
para estar en situación de dirigirle los discursos capaces
de inculcarle las convicciones que se le quiera conferir.
Y para realizar este análisis del alma se seguirá el méto-
do hipocrático" empleado en el estudio del cuerpo, y
que no es en esencia más que el método dialéctico ante-
riormente expuesto. Se habrá de ver primero si es algo
simple o compuesto. Si es algo simple, se examinarán
sus facultades, tanto para el obrar, como para el pade-
cer. Si es compuesto, se enumerarán sus partes, y se
procederá en cada una de ellas como en el caso de lo
simple.
Con esto quedan sentadas las bases teóricas sobre las
que ha de apoyarse la retórica científica. Las almas
deben clasificarse según el método expuesto, y lo mis-
mo debe hacerse con los discursos, deduciéndose de
ambas clasificaciones paralelas, qué clase de discursos
son aptos para persuadir a determinada especie de
almas, y qué otros no. Esto, en cuanto a la teoría. Pero
para ser un orador consumado no basta con ella; hay
que poseer además la facultad de poder discernir en la
práctica el género de hombres con que se enfrenta uno,
la de reconocer la oportunidad o inoportunidad del
hablar o del callarse, y la del saber emplear certeramen-
te los recursos catalogados por los manuales al uso.
Todo ello es cuestión de dotes naturales (gybat;) y de
práctica (µ82,,éri)78. El camino, empero, a recorrer para
llegar a convertirse en un buen orador es arduo, y surge
Introducción 57

la cuestión de si no habrá otro más corto que conduzca


a la misma meta. Sócrates, para responder a esta pre-
gunta, somete a un nuevo examen la teoría del eiKó;
(272b-274b) de Tisias, llegando a la conclusión de que
tal proceder es un absurdo, y que no hay otra senda
que conduzca a la verdadera retórica que la expuesta.
Ahora bien, si el esfuerzo parece grande, y si esta for-
mulación del perfecto orador semeja un ideal casi impo-
sible de alcanzar, no por eso el estudiante habrá de arre-
drarse, pues la verdadera finalidad que debe alentarle no
ha de ser el mero afán del éxito, sino «el poder decir
cosas gratas a los dioses, y el obrar en todo, según sus
fuerzas, del modo que les es grato». La retórica con ello
no sólo ha transcendido del plano de la opinión en que
se movía al del verdadero conocimiento, sino también
ha rebasado la esfera de la amoralidad, para dar el salto
definitivo a la de la moral. Nos encontramos ya frente al
orador entendido como vir bonus dicendi peritus. La
síntesis armoniosa entre filosofía y retórica se ha conse-
guido plenamente, o para expresarnos con la terminolo-
gía de Diés, la transposición de la retórica al platonismo
se ha realizado de una manera total.
A Sócrates no le queda más que el tratar la cuestión
que se esbozó al comienzo de la segunda parte del diálo-
go: la de la conveniencia o no del componer discursos
escritos, planteándose el problema dentro de los amplios
límites en que le encuadraba el sentido que se dio previa-
mente al término logographia. Se ha de ver aquí el eco
de una polémica entre Alcidamante79, partidario de la
improvisación, e Isócrates, cuyas dotes naturales le
impedían el ejercicio de la oratoria, y centraba sus ense-
ñanzas especialmente en los discursos escritos. El mito
de Theuth y de Thamus muestra bien a las claras cuál es
la postura personal de Platón. El escribir debe conside-
rarse a lo más como un pasatiempo (icat3tá), no como
58 Luis Gil

una ocupación seria, y su justificación sólo puede encon-


trarse en el hecho de querer atesorar recordatorios para
la vejez. A la palabra muerta, hierática como las figuras
de un cuadro, que siempre dice lo mismo y no puede ni
responder a las preguntas que se le hacen, ni defenderse
si es injustamente atacada, se debe preferir la palabra
viva; ese discurso vivo y animado, cuya imagen imperfec-
ta es el escrito, que al sembrarse en otras almas engendra
a su vez otros discursos capaces de transmitir indefinida-
mente la semilla del saber.
Pero estas afirmaciones hechas por Platón no dejan de
extrañarnos: ¿es el Sócrates histórico quien verdadera-
mente habla, o el propio autor de este maravilloso diálo-
go? Si es así, ¿es sincero?, ¿hemos de creer que tenía en
tan poca estimación su obra de escritor —y ya contaba
en su haber con un buen número de diálogo— que la con-
sideraba meramente un juego? De la sinceridad de esta
opinión no cabe dudar, puesto que coincide con lo que
dice en la epístola VII a propósito de la impropiedad de
la palabra escrita como medio de enseñanza filosóficos°.
Pero de ahí a creer que Platón no tuviera estima a su
obra literaria hay mucho trecho. Para entender el verda-
dero alcance de la condena de la palabra escrita es
menester leer el mensaje que Sócrates le encarga a Fedro
llevar a Lisias y a todo escritor pasado y futuro. Única-
mente tienen valor las obras de aquellos que las compu-
sieron con conocimiento de la verdad, de aquellos que
pueden salir en su defensa, y dejar con sus palabras
empequeñecidos los productos de su pluma, de aquellos,
en suma, que pueden recibir con propiedad el nombre de
filósofos, es decir, de amantes de la sabidurías'. Carecen
de él las que tan sólo pueden mostrar un mérito mera-
mente formal y son el resultado de un laborioso trabajo
literario, sin que la calidad de su contenido iguale al
pulimento de su estilo. Por otra parte, debe tenerse en
Introducción 59

cuenta que Platón enfoca la cuestión desde el punto de


vista de la icat3eía", en la que, sin duda alguna, las ense-
ñanzas orales del maestro, o mejor dicho, el 3taMyecseat
de éste con sus discípulos, producen muchos mejores
frutos en la búsqueda de la verdad que no la letra muerta
de los libros.

VII.—El Fedro y la posteridad

Sería de esperar que las ideas revolucionarias del


Fedro hubieran tenido una amplia acogida en la posteri-
dad. Y así es, efectivamente, hasta cierto punto: nuestro
diálogo ha sido citado innumerables veces a lo largo de
toda la Antigüedad. Pero, salvo Aristóteles, en el que sin
duda alguna dejaron honda huella las enseñanzas recibi-
das del maestro en la Academia", autores latinos como
Cicerón y Quintiliano, y claro está, los continuadores del
platonismo, los antiguos no estimaron suficientemente el
Fedro. Ello es debido, por un lado, a que no se prestó la
debida atención a su parte doctrinal, atendiéndose tan
sólo a sus aspectos puramente literarios, y por otro, a que
los rétores no perdonaron nunca a Platón la terminan-
te condena que había emitido en esta obra contra el arte
oratoria.
Aristóteles justificaba el estilo poético de nuestro diá-
logo, porque había sido, en su opinión, empleado µC'Z'
Cip(OVEía;84, pero, por el testimonio de Diógenes Laercio,
III, 37, nos consta que en general no tenía en gran apre-
cio las calidades literarias de su maestro, por estar su
estilo a caballo entre la poesía y la prosa. Más lejos aún
fue Dicearco, quien, al decir también de Diógenes Laer-
cio", tachaba de vulgar el modo de escribir platónico.
Los mismos reproches le hizo a Platón Demetrio el Fale-
reo86, y Cecilio de Caleacte llegó a considerarle como
60 Luis Gil

estilista muy inferior a Lisias, por amar a este orador


—según dice el autor del Flept iSwau; (XXXII, 8)— más
que a su propia persona, y aborrecer a Platón más de
lo que amaba a Lisias.
Resulta doloroso comprobar que un crítico tan fino
como Dionisio de Ilalicarnaso fallara también en contra
de Platón, precisamente en un agudo excursus que hace
sobre la lengua de nuestro diálogos'. Pero a esta condena
muy probablemente le impulsaron las exageraciones
cometidas por los imitadores del filósofo, que, sin poseer
la elevación y el garbo de su estilo, pretendían remedar-
le con el empleo de un lenguaje ampuloso, cuya vulgari-
dad no podía ocultar el abuso de términos poéticos".
Frente a esta corriente francamente desfavorable a
Platón, el autor del Flept iSkvoy; (XXXII, 8) se muestra
muy ponderado en la valoración de sus méritos litera-
rios, pese a criticarle por no atenuar sus metáforas con
expresiones como CbC77C8p8t, Ot0V8t, si xptj TOiSTOV cbtcTv
tóv yonov (XXXII, 3), y por hablar en ocasiones domi-
nado e6cricep '67C05 1311KX8ta; TWO; dejándose arrastrar a la
alegoría y a la metáfora. Y el mismo reproche de excesi-
vo atrevimiento en el empleo de estos recursos le hace a
nuestro autor Ilermógenes, quien, no obstante, señala la
ykuxuti; de numerosos pasajes del Fedro, tanto en la des-
cripción paisajística, como en el empleo de los epítetos
o en la narración de los mitos. La característica funda-
mental, empero, del estilo platónico es, según este autor la
(report]; que se consigue por la á2,1;tryopuell µ,e0o3o;
la acertada elección de los sonidos, la ocasional sobrie-
dad en la expresión y la grandeza misma del pensamien-
to. Para ilustrar todo ello con ejemplos Ilermógenes
recurre fundamentalmente al Fedro", de cuya doctrina
se muestra, por otra parte, influido cuando define la
belleza como una rn ctpta pte2,16v Kat µ,epffiv, defini-
ción esta que, trasladada a la oratoria, exige a todo dis-
Introducción 61

curso el presentarse a la manera de un organismo vivo


con articulación de partes, según el postulado formulado
por Platón en nuestro diálogo. Demetrio90 alaba al filó-
sofo su exacto empleo de las partículas, citando un pasa-
je del Fedro: «ó 1.1,¿v 3:11µ,Éya; o'ópav65 Z£'1);» (246e)
que gozó de gran estima entre los críticos antiguos,
y que en su opinión pone de manifiesto cómo un simple
aditamento tal que .14'1, sabiamente empleado, puede con-
tribuir TO pleyéeet toñ 2,óyoy91.
Pero, sin duda alguna, en quienes mayores entusias-
mos despertaron los méritos literarios de Platón fue en
Cicerón y Quintiliano. En las obras del primero se pue-
den encontrar múltiples manifestaciones92 elogiosas en
este respecto, destacando por su significación ésta del
Brutus, 12: Ouis enim uberior in dicendo Platone?
Iovem sic aiuntphilosophi, si Graece loquatur, loqui.
Mayor reconocimiento de las calidades estilísticas de un
autor no pueden ponerse en boca de un estilista de la
talla de Cicerón. Pero, con todo, la admiración que el
latino sintió por la obra de Platón no se agota en lo for-
mal, sino que se vierte de lleno en el contenido. Y si el
Fedro debió de ser tenido por él en gran estima por sus
valores artísticos, en no menor grado lo hubo de estar
también por su ideario, según lo prueba el célebre pasaje
del Somnium Scipionis93, en el que de una manera magis-
tral tradujo la prueba de la inmortalidad del alma de
nuestro diálogo.
Lo mucho que Cicerón recibió de las enseñanzas del
viejo filósofo griego lo pone de relieve Quintiliano, Inst.
Orat., X, 1, 81, que asimismo se muestra un decidido
partidario suyo en términos bien expresivos, apareciendo
con meridiana claridad en muchas de sus propias con-
cepciones la huella del platonismo, y concretamente, de
las teorías del Fedro. Así, por ejemplo, en donde afirma
que no se puede separar de la verdad y la justicia la retó-
62 Luis Gil

rica (Inst. Orat. II, 15, 29), o cuando tiene (ibíd., II, 20,
4) por la materia de este arte omnes res, quaecumque el
ad dicendum subiectae erunt.
Baste lo dicho para dar una idea de la pervivencia
doctrinal de nuestro diálogo precisamente en los medios
más afectados por sus ideas. El tratar de una forma
exhaustiva las influencias que ejerció en todo el mundo
antiguo, desde los Padres de la Iglesia a los últimos
escritores paganos, rebasa los límites de esta introduc-
ción, pudiendo el lector interesado por el tema encontrar
la lista completa de los autores antiguos que citan el
Fedro en los Testimonia de las ediciones de Schanz y de
Vollgraff. Aquí no nos interesa más que hacer constar
que el número de ellos es muy crecido, ascendiendo la
lista que da Robin en la introducción de la ed. Budé a
treinta nombres, y eso que sólo enumera los autores que
cita en el aparato crítico. Si ello da una elocuente idea de
la resonancia de esta obra en todos los sectores (paganis-
mo y cristianismo) de la Antigüedad clásica, el comen-
tario que le consagró Ilermias, un discípulo de Siriano,
en el siglo v d. de J. C., nos habla del lógico interés que
despertó en los círculos neoplatónicos. Este comentario,
editado por Couvreur94, pese a lo mucho que tiene de
farragoso, es de indudable valor para la fijación del texto
de nuestro diálogo, y aun para su interpretación en deter-
minados casos.
Al renacer en época bizantina los estudios platónicos,
los eruditos de nuevo fijaron su atención en esta obra:
Pselo" le dedica un comentario, y Máximo Planudes",
al traducir el Somnium Scipionis al griego, inserta en su
texto original la célebre demostración de la inmortalidad
del alma de nuestro diálogo, en vez de retraducirla de la
versión de Cicerón. Ello es indicio de hasta qué punto
los filólogos bizantinos estaban familiarizados con la
lectura del Fedro.
Introducción 63

A partir del Renacimiento hasta nuestros días el inte-


rés suscitado por este maravilloso diálogo ha ido in cres-
cendo, culminando en el último tercio del siglo pasado y
primero del presente, según lo prueba el ingente cúmulo
de trabajos que se le han dedicado.
El dar una idea, siquiera somera, de las influencias
del Fedro en las literaturas europeas es empresa que
sobrepasa con mucho nuestras fuerzas. Hagamos notar
tan sólo que Paul Shorey97 ha pretendido encontrar la
huella de uno de sus pasajes, escogido al azar, en autores
tan separados por el espacio y el tiempo como Jenofonte,
Cicerón, Boccaccio, Rabelais, Milton, Bacon, etc., lo
que es un indicio bien expresivo de las profundas reper-
cusiones de este diálogo en la cultura occidental.
Sobre la tradición manuscrita del Fedro poco pode-
mos decir después de los excelentes artículos de Henri
Alline98 y la Introduction de León Robin a la ed. Budé.
El texto debe establecerse a partir de tres familias de
mss., cuyos representantes más cualificados son, respec-
tivamente, el cod. Bodleianus 39 (B), el cod. Venetus
app. class. 4, número 1 (T), y el cod. Vindobonensis 54,
supp. philos. gr. 7 (W). Las dos últimas familias están a
su vez emparentadas, según lo muestran ciertas analogías
entre T y W, aunque existen las suficientes divergen-
cias entre ambos para suponer que W no depende direc-
tamente de T. Aparte de estas tres familias de mss., el
editor del Fedro ha de colacionar cuatro papiros que
conservan algunos fragmentos importantes: el Pap. Oxy.
núm. 1016, que contiene el texto desde el principio hasta
230e 4; el Pap. Oxy. núm. 1017 (publicado como el
anterior en el vol. VII de los Oxy. Pap. de Grenfell y
Hunt), que comprende desde 238c 6 a 251 b 3, con algu-
nas lagunas; el Pap. Oxy. núm. 2102 (publicado en id.
ibíd. vol. XVII), que abarca desde 242d a 244d; y el
Pap. Columbia University núm. 492 A (publicado por C.
64 Luis Gil

W. Keyes enAJPh 50 [1929] 260-2), cuyo contenido es


el más breve (266b 1-5, d 1-e 3). Las lecciones de estos
papiros, muy dispares, y que no pueden agruparse dentro
de ninguna de las familias mencionadas de mss., ofre-
cen, juntamente con las citas del Fedro hechas por los
autores antiguos, una tradición del texto anterior a la de
los manuscritos, cuya autoridad, empero, es muy varia-
ble y no siempre preferible a la de éstos. En cuanto a las
tres familias citadas, la opinión más extendida las hace
derivar de un arquetipo (fechable entre el s. vi y el ix d.
de Jesucristo) que amén del texto recogería las variantes
más frecuentes, explicando esta peculiaridad del arque-
tipo las divergencias entre los mss. Y dentro de éstos es
el códice B al que se le reconoce mayor autoridad, no
tanto por la antigüedad de la tradición que representa,
como por la escrupulosidad y saber del que preparó su
edición.
Nos toca ahora hablar de las traducciones, ediciones99
y estudios sobre el Fedro, en lo que vamos a ser muy bre-
ves, ya que tanto la bibliografía indicada en los capítulos
anteriores, como la que dieron los profesores Pabón y
Fernández-Galiano en su «Introducción» a la República,
nos releva de la parte más enojosa de esta obligación'°°.
Dejamos, pues, de lado todas las obras de carácter gene-
ral, así como todas las ediciones y versiones de las obras
completas de Platón, para mencionar únicamente unos
cuantos trabajos que afectan de un modo directo a nues-
tro diálogo. Entre ellos, la excelente edición comentada
de Thompson, anticuada en el texto (es anterior a los
descubrimientos papirológicos), pero utilísima en sus
notas; la de Vollgraffl", exclusivamente crítica, y a
veces en exceso audaz en conjeturas; la de Robin, con
una introducción casi exhaustiva en muchos aspectos; la
más reciente de Theodoracópulosl°2, provista también de
un extenso estudio preliminar, y, por último, la traduc-
Introducción 65

ción comentada de Uackforth, una obra que por la ele-


gancia del lenguaje y la agudeza del comentario hace
honor a la magnífica tradición filológica británica. Ni
que decir tiene que de todas estas obras excelentes nos
hemos servido ampliamente en nuestro trabajo.
Y en lo que respecta a versiones al castellano, debe-
mos felicitarnos de que nuestro diálogo haya sido en
estos últimos tiempos un favorito de la fortuna en com-
paración con otras obras clásicas. Con muy poco tiempo
de diferencia han visto la luz dos traducciones de nues-
tro diálogo dignas de mención por muy diversos con-
ceptos. Una de ellas es la del doctor García Baccal",
profesor de Filosofía de la Universidad Nacional Autó-
noma de México, obra sin duda de mérito por la origi-
nalidad de la introducción, muy imbuida de ideas filo-
sóficas modernas, y por la calidad literaria de su
castellano. Pero por desgracia —y de nuevo topamos con
la vieja disputa entre filólogos y filósofos por acaparar
a Platón— sus conocimientos de griego no están a la
altura de sus «especulaciones de altos vuelos». Y de ahí
múltiples errores de versión que sería largo enumerar.
Muy diferente, en cambio, es la traducción de María
Araujol", sobria y acertada, que sabiamente ha prologa-
do y anotado Julián Marías. Constituye esta obra una
excepción honrosa en el piélago de traducciones de
segunda mano, refundiciones de versiones anticuadas y
refritos de toda índole a que nos tienen acostumbrados
los editores, siempre que se trata de ofrecer al lector de
lengua castellana una obra griega o latina, y por eso su
omisión en la Bibliografia de los Estudios Clásicos en
España (1939-1955) es muy de lamentar. Los conoci-
mientos filológicos y filosóficos están en esta obra per-
fectamente armonizados, pero, con todo, su índole
divulgadora no permitía una amplia discusión de los
múltiples problemas que plantea el Fedro. El prólogo de
66 Luis Gil

Marías es una introducción general a Platón, y las notas


resultan insuficientes para tratar a fondo toda la proble-
mática del diálogo.
Por todo ello se puede afirmar que una edición más
ambiciosa de este importante diálogo se dejaba sentir en
el ámbito de la cultura española. Por colmarla nos hemos
esforzado en la medida de nuestras fuerzas, conscientes,
por un lado, de la responsabilidad que asumíamos al
encargarnos de la edición, traducción y estudio de esta
obra clave en la filosofía platónica, y deseosos, por otro,
de corresponder a la gentileza de los señores Conde, Fra-
ga Iribarne y Cardenal, a quienes debe el Fedro el salir a
la luz en esta colección.
A todos ellos, así como a don Manuel Fernández-
Galiano, que tanto interés se ha tomado por nuestro tra-
bajo, queremos rendir aquí el tributo de nuestro agrade-
cimiento.

Madrid, 1957
Introducción 67

Notas

1 «Die antiken Angaben über die Entstehungszeit des platonis-


chen PI/tic/rus», BSG (1904) 213-51.
' «Die Abfassungszeit des Phaidros, ein Schibboleth der Pla-
tonerklárung», Philol. 73 (1914-16) 321-73.
«Abfassungszeit des platonischen Phaidros», RhM. 35 (1880)
131-51.
4 «Platos sokratische Periode und der Phaedrus», Philos. Abh.
Max Heinze (1906) 78-101.
Ueber Platons Schriften, 1820, p. 301.
Platonis opera omnia, vol. IV, sect. I, 1832, p. XIXss.; 1837,
p. CIss.
Geschichte und System derplatonischen Philosophie, 1839,
p. 514.
Attische Beredsamkeit, Leipzig, 18922, II, p. 28.
9 Las referencias a los escritos de estos autores pueden encon-
trarse en el citado artículo de Ritter en Philot 73 (1914-16)
321-73.
" «Platos Phaedrus», Hermes 35 (1900)385-436 (escrito hacia
el 390) y cf. también «Untersuchungen über Phaedrus und
Theetet», AGPh. 12 (1899) 1-49, 159-186; 13 (1900) 1-22.
11 De Platonis Phaedri temporibus, Leipzig, 1913, y también
«Zum Phaidrosproblem», ZOEG 64 (1913) 818-35.
12 Platon, sein Leben, seine Schriften, seine Lehre, I, München,
1910 (en las págs. 199-272 un interesante capítulo sobre
investigaciones cronológicas).
13 Platos Jugenddialoge und die Entsehungszeit des Phaidros,

1914, y también «Zur Abfassungszeit von Platons Phaidros»,


ZOEG 64 (1913) 97-127, 835-50.
14 «Platonische Aufsátze. I. Zur Zeitfolge platonischer Schrif-
ten», SAW 114, 2 (1887) 741-767.
15 Aus Platos Werdezeit, philologische Untersuchungen, Berlin,
1913, pp. 355-64.
68 Luis Gil

16 Plato, the Man and and his Work, London, 19496 (19261),
pp. 299-300.
17 Die platonischen Schriften, Berlin-Leipzig, 1930, p. 485.
18 Platon, der Kampf des Geistes um die Macht, Berlin, 1933,
p. 399.
19 Platon, sein Leben undseine Werke, Berlin, 1929', p. 395.
20 Platon. Oeuvres complétes, tomo IV, 3.' part.: Phédre, Paris,
«Les Belles Lettres», 1933, pp. II-IX.
21 «Notes sur la chronologie platonicienne», BAGB 9 (1925)
15-20.
22 Plato 's Phaedrus Translated with Introduction and Commen-
tal)), Cambridge, 1952, pp. 1-7.
23 «La chronologie des dialogues de Platon», Bullí de I 'Acad.
roy. de Belgique, Classe des lettres 5 (1913) 147-73.
24 «Tke Attack on Isocrates in the Phaedrus», CO 31 (1937)156.
25 De la misma opinión (que también es la nuestra) se muestran
Pabón y Fernández-Galiano, quienes en su excelente intro-
ducción a su edición de la República (Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 1949, p. XXX), sitúan nuestro diálogo en
los años inmediatamente anteriores al 366.
26 «L' áge de Phédre dans le dialogue de Platon», BAGB 10

(1926) 8-21.
27 «Du nouveau sur Phédre», REA 41 (1939) 313-318.
28 El fragmento en cuestión dice así:

Ilopsvoltévo? 8' ¿ic IlatpatíTn -któ zeov xaxwv


Kai Tt1S ¿utopías (pt,ocsocpsiv ént1,0¿
29 P. ej. por Taylor (Plato, the Man and his Work, p. 301) y asimis-

mo por Hackforth (Plato's Phaedrus, p. 8), que no parece cono-


cer el artículo de Hatzfeld y las consecuencias que de él derivan.
30 Es éste un aspecto que los comentaristas del Fedro suelen
dejar de lado: únicamente Wilamowitz, Friedlánder, Hilde-
brandt y Singer (Plato der Griinder, Munich, 1927, p. 194)
parecen haberse percatado del fundamental papel que en
nuestra obra desempeña.
Introducción 69

" «Plato's Phaedrus and the Theocritan pastoral», TAPhA 71


(1940) 281-95.
32 La razón de que Sócrates no quiera salir de la ciudad es su
afán de aprender (9tkoRa0ii yétp din 230d), que sólo puede
satisfacer entre los hombres y no en contacto con la natura-
leza. Se ha querido ver en este pasaje una alusión al «slogan»
de Isócrates: ¿en/ pS cptkoltaN; last nokuRaN; (cf. R. L.
Howland, CO 31[1937] 151-59), lo que puede prestarse a
discusiones. Lo que, sin embargo, es cierto es que de su con-
tacto con la naturaleza Sócrates recibe un mensaje de Pan y
de las ninfas del lugar que habrán de transmitir tanto él como
Fedro a Lisias e Isócrates (277d, 279a). Cuánto más sabias
son estas divinidades que los hombres, lo dice textualmente
Sócrates en 263d Con este lenguaje alegórico Platón parece
querer significar que, así como el que quiere desintoxicarse
de un ambiente enrarecido lo mejor que puede hacer es salir
al campo en busca de aire puro, quien pretenda evadirse de
la atmósfera viciada de la retórica debe buscar auras vivifi-
cadoras en la filosofía.
33 De ella se han ocupado E. Bickel, «Platonisches Gebetsle-
ben», AGPh 21 (1908) 535-54, y W. Kranz, «Platonica»,
Philol 94 (1939) 332-36.
34 Este, como otros tantos puntos de nuestro diálogo, ha sido
objeto de una bibliografía extensísima. Aparte de los trabajos
que más adelante se citarán y de las obras de tipo general ya
señaladas, mencionamos los siguientes estudios: A. Tumar-
chin, «Die Einheit des platonischen Phádrus» NJW 1 (1925)
17-30; Z. Diesendruck, Struktur und Charakter des plalonis-
chen Phaidros, Wien, 1927; A. Ferro, «Introduzione al
Fedro», ASF (1935) 297-310, y Hembold-Holter, «The Uni-
ty of the Phaedrus», Univ. of Cal«. Publ. in Class. Philol 14
(1952) 387-417, Berkeley, Univ. of California Pr., 1952.
35 Que nuestra obra sea una conglomeración de descripciones
poéticas, disquisiciones metafísicas y crítica literaria sin una
finalidad unitaria que las articule parece a priori imposible,
70 Luis Gil

dado el precepto formulado por Platón en ella (264c) sobre


la necesidad de que todo discurso tenga, a la manera de un
ser vivo, cabeza, tronco y extremidades que formen un todo
congruente. De ahí el reproche que algunos autores hacen a
Platón por haber infringido sus propias exigencias en la mis-
ma obra que las postula (por ejemplo, Raeder, Platos philo-
sophische Entwickelung, Leipzig, Teubner, 1905, p. 267).
36 Lo que explica los distintos subtítulos que en épocas poste-
riores se le agregaron, cuando el nombre original, según se
desprende de Aristóteles (Retórica III, 7, 11), debió ser úni-
camente (I)diSpo;.
" El problema es tan embrollado y tanto se ha escrito sobre él
que si se tratara en sus debidas proporciones exigiría todo un
capítulo. Nos excusamos, pues, por esbozar la cuestión en sus
puntos capitales tan sólo. En nuestro diálogo, del que tan mal-
parado sale Lisias, se encuentra (279a-b) un elogio de Isócra-
tes, a quien se le reconoce una gran superioridad sobre aquél,
se le augura un brillante porvenir, y se le atribuyen además
ciertas dotes para la filosofía (Ivsatí nS cpikocroTía, Tp roí
ávSpós Stuvoig), lo que a primera vista no deja de ser franca-
mente halagador. No obstante, el tono mismo del pasaje y la
restricción del concepto «filosofía» por el nS que la antecede
hacen surgir en el ánimo del lector la duda de si Platón se
habrá expresado aquí con reticencia, y en este elogio no habrá
oculta una segunda intención que trastoque totalmente el sen-
tido del párrafo. El responder a esta cuestión entraña previa-
mente el estar al tanto de las relaciones personales entre los
jefes de dos escuelas rivales, lo que resulta bastante difícil,
dados los escasos datos con que se cuenta sobre el particular.
Para los antiguos dichas relaciones fueron amistosas: Dió-
genes Laercio III, 8, nos da noticias de la obra de un peripa-
tético, Praxífanes de Rodas, en la que se representaba a Isó-
crates y a Platón discutiendo amigablemente en la casa de
campo de este último. Cicerón (Orator XIII, 42) los tiene por
amigos, aunque no desconoce la rivalidad existente entre Isó-
Introducción 71

crates y Aristóteles (De Oratore III, 35, 141; Orator XIX,


62). No obstante, en el siglo pasado los filólogos comenzaron
a dudar sobre la veracidad de esta tradición: en los escritos de
Isócrates se encontraron alusiones poco favorables a Platón,
y en los de éste (especialmente en el Eutidemo), expresiones
que parecían velados ataques contra aquél. La idea de una
polémica y una enemistad creciente entre ambos se fue abrien-
do paso progresivamente entre los eruditos. Leonhard Spen-
gel, «Isolcrates und Platon», Abhandl. der philos.-philol Klas-
se der k. bayer Akademie der Wissenschaften 7 (1855) 729ss.,
es el primer sustentador de esta opinión. Thompson en el
apéndice II, pp.. 170-183, de su edición comentada del Fedro
(vs. infra n. 51) vuelve a insistir en la falsedad de la tradición,
haciendo acopio de pasajes en uno y otro escritor que reflejan
la enemistad de ambos. Blass, Die attische Beredsamkeit,
18922, II, pp. 28ss., y 18932, III, p. 383, sostiene que la primi-
tiva amistad que los unía es imposible a partir del Eutidemo.
Así las cosas, Gomperz, en un documentadísimo trabajo
(«Isokrates und die Sokratik», WS 27 [1905] 163ss.) abordó
de nuevo la cuestión y según él no hubo entre Platón e Isócra-
tes una amistad juvenil para la cual era un obstáculo la indi-
ferencia del orador ante Sócrates, e incluso la crítica que hace
de las escuetas socráticas en algunos de sus discursos, como
el Contra los sofistas y la Helena. Pero en un período inter-
medio de su actividad literaria (380-36) se puede percibir en
sus escritos cierta influencia socrática, cínica y platónica,
apenas perceptible en el Panegírico, palpable ya en los dis-
cursos chipriotas, y notoria en el Busiris. Por último, hay un
viraje en su evolución espiritual a partir del momento en que
Aristóteles abre escuela oratoria en Atenas, renaciendo de
nuevo en él su animosidad contra la Academia, que se deja
sentir claramente en la carta a Arquidamo (356), en el discur-
so sobre la Antídosis (353), en la carta a Filipo (346) y en el
Panatenaico. El Fedro, escrito hacia 370, correspondería al
período intermedio mencionado, en el que ambos jefes de
72 Luis Gil

escuela, a la sazón en plena luna de miel, se harían una mutua


«Kartellierung», enviando Platón al orador a aquellos de sus
discípulos que quisieran aprender retórica, y recomendando
Isócrates la Academia a los suyos con vocación filosófica. El
elogio de nuestro diálogo es por consiguiente sincero.
A partir de esta ingeniosa construcción de Gomperz, muy
discutible por otra parte, al no estar del todo clara la cronolo-
gía de los discursos de Isócrates, los estudios sobre el tema
proliferaron de un modo extraordinario. El lector podrá com-
prender que según sea el partido tomado sobre la fecha de
composición del Fedro, así será también el que se tome en
este interesante debate. Quienes le asignen una fecha tardía,
argumentarán que una predicción a posteriori sobre las posi-
bilidades filosóficas del orador, hecha en un momento en que
éste era un anciano y no daba lugar a forjarse esperanza algu-
na sobre su conversión a más nobles quehaceres, no puede ser
más que una befa, una punzante ironía, exponente de una
enconada enemistad entre ambos. Pero a éstos les responde-
rán cuantos suponen impropio del temperamento de Platón el
dejarse arrastrar por estas mezquinas rencillas de eruditos que
aquí no hay tal escarnio, sino una suave ironía, un nostálgico
adiós a una esperanza perdida, o incluso el noble reconoci-
miento de la valía de un rival, con quien, sin duda alguna,
tenía el filósofo ciertos puntos de contacto. Las opiniones
varían en mil pequeñas diferencias de matiz, esforzándose
denodadamente los filólogos por encontrar en las obras de
uno y otro escritor los detalles que permitan iluminar el esca-
broso tema de sus relaciones personales. De ahí que resulte
dificil resumir las posturas adoptadas en forma esquemática.
No obstante, ensayaremos una clasificación de los pareceres,
basándonos en el enjuiciamiento dado al elogio de Isócrates
en el Fedro, único pasaje en que es mencionado el orador por
su nombre en la obra de Platón, y que, aparte de constituir el
caballo de batalla de este espinoso problema filológico, es el
punto que a nosotros nos interesa más directamente.
Introducción 73

Como Gomperz, estiman que el elogio es serio Wila-


mowitz y Taylor (Plato, the Man and his Work, pp. 318-19),
quien, al considerar que no se debe tener a Isócrates y a Pla-
tón por «Alexandrian litterati» o «German Professors»,
hipersensibles y quisquillosos, incurre en el defecto contrario
de suponerlos «Scholars» británicos que, aun discrepando
flemáticamente en sus puntos de vista, se guardan un mutuo
respeto. R. Flaceliére («L'éloge d'lsocrate, a la fin du Phé-
dre», REG 46 [1933] 224-32) continúa en esencia la teoría de
Gomperz, y Hackforth se muestra muy influido por Taylor.
Frente a esta corriente, Raeder (Platons philosophische Ent-
wickelung, pp. 137ss. y 268ss.) supone el elogio una burla, y
lo mismo Robin, muy empapado en sus ideas; igualmente
Pfleiderer (Sokrates und Plato, Tübingen, 1896, p. 287);
Pohlenz (Aus Platos Werdezeit, p. 364); Gunnar Rudberg, que
ha consagrado un detenido estudio a este problema («Isokrates
und Platon», Symbolae Osloenses 2 [1924], pp. 1-24); Hilde-
brandt (Platon, p. 296), que ve aquí un adiós a las esperanzas
forjadas por el filósofo sobre Isócrates, y Howland («The
Attack on Isocrates in the Phaedrus», CO 31 [1937] 151-54),
el más extremoso de todos estos eruditos, que encuentra vela-
dos ataques contra el orador en múltiples pasajes del Fedro.
Y como siempre que una cuestión se desorbita, no han
faltado en ésta los innovadores y revolucionarios. H. Kesters
en un libro atrevido y original (Antisthéne. De la dialectique.
Étude critique et exégétique sur le XXTle discours de Thé-
mistius, Lovaina, 1931) ha pretendido demostrar que el Fedro
no es más que una obra polémica contra Antístenes, filósofo
que plantea muy serios problemas en lo que respecta a su
doctrina y a sus relaciones con Platón. En nuestro diálogo
habría que distinguir, según dicho autor, una primera
redacción (el Fedro A, en su terminología) que comprendería
el discurso de Lisias, los dos de Sócrates, y una conversación
sobre el valor y naturaleza de la elocuencia. Esta obra de Pla-
tón sería refutada por un tratado de Antístenes Sobre la dia-
74 Luis Gil

léctica, del que sería un plagio el discurso mencionado de


Temistio. A su vez, este tratado habría sido rebatido por un
apéndice (el Fedro B, desde 272c a 274b) que Platón agregó
a la obra primitiva para responder a las objeciones de su rival
y atacar sus teorías. Por ejemplo, éste había dicho (fr. 125
Mullach) que si la filosofía nos prepara para conversar con
los dioses, la retórica nos enseña a dirigirnos a los hombres,
y de ahí que Platón insistiera en que las dificultades inheren-
tes al aprendizaje de la verdadera retórica debían sobrepasar-
se no para saber tratar con los hombres, sino para agradar a
los dioses de palabra y de obra.
De todas estas teorías poco es lo que queda en firme. Es
evidente que las relaciones entre Isócrates y Platón, y entre
éste y Antístenes no debieron de ser muy cordiales, pero no
sabemos hasta qué punto se las puede llamar en puridad ene-
mistosas. El Fedro en todo caso no permite, a nuestro juicio,
deducir nada sobre ellas. Y en cuanto al elogio final de nues-
tra obra, si se tiene en cuenta el desprecio de Platón por toda
actividad intelectual que no fuera la filosofía, y las pretensio-
nes de Isócrates de ser un filósofo, no creemos que esté exen-
to de ironía. Pero sacar más amplias conclusiones nos parece
aventurado.
38 Se trata de un epitafio (AP VII, 99), que termina en el bien
conocido verso:
ívo ¿Itóv éxµrlvas Owtóv Ipont Aícov
" También en 252c: Viív 1.1.¿v oü'v Aix‘n óna8Cov ó kri(pOci;
41.13pBécnspov 3-óvarat cp¿paiv tó zoiS ntspovútioD e(xON se
puede encontrar una alusión al sµ(3ptOés ijON de Dión (cf.
Epist. VII, 328b), según Peter Von der Mühll, «Platonica»,
MH 9 (1952)p. 58.
4° Plato, the Man and his Work, p. 300.
41 «La composition dans le Phédre de Platon», Rey. de métaph.
et de moral, 26 (1919) 335-51. El símil nos parece acertado
aunque sea, como dice Hackforth, una liztálkat; sis á77 o
y¿wn.
Introducción 75

42 Introducción de la ed. Budé, pp. LVIII-LIX.


43 Cf. Autour de Platon. Essais de critique et d'histoire. (La
transposition de l'Erotisme et de l'Orphisme), Paris, 1927,
II, pp. 432-49.
44 Platon, p. 468.
45 Op. cit., p. 433.
46
Op. cit., I. c. De igual manera Thompson pretende que la
aceptación de pederastia por parte de Sócrates era una faceta
especial de su cipcíwcta (cf. Jenofonte, Banquete VIII, 2, don-
de se proclama a sí mismo un Otaaún-% de Eros y dice: o'üic
i zo xpl5V0V 8110ETY ÉN/ w 0,ÚK Épcbv zwN Stazá,ó5). «Intelectual-
mente el más agudo de los hombres de su época —dice este
autor— se representa a sí mismo como la persona más obtusa
de las presentes. Moralmente el más puro acepta ser esclavo
de la pasión y adopta el lenguaje galante, mostrando una bene-
volencia exagerada en la comprensión de sus contemporá-
neos. Se convierte en épacníN, npoaryyó; Itacuponó; (Jen.,
Banq. III, 10), en Itaiztrcticó (Teet. 161e) disfrazando la san-
tidad de su verdadera vocación con nombres sugestivos de
viles y ridículas imágenes» (Plato. The Phaedrus, p. 153).
47 Op. cit., pp. 468-9.
48 Cf. Frangois Laserre, «'Epcorucoi kóyot», MH 1 (1944)169-78.
49 La autenticidad de este discurso ha sido ampliamente discu-
tida sin que por desgracia se haya podido llegar a una con-
clusión plenamente satisfactoria. Los antiguos lo tuvieron por
una obra de Lisias que Platón transcribió literalmente en su
dialogo (cf. Dionisio de Halicarnaso, Epist. ad Pompeium1,
10; Diógenes Laercio III, 19 [25] y Hermias, p. 35, 19). Entre
los modernos han sustentado este parecer J. Vahlen, «Ueber
die Rede des Lysias in Platos Phaedrus», SBAW (1903) 788-
816; Mras, WS 37 (1915) 88; Wilamowitz, Platon, p. 475;
Taylor, Plato, p. 301; Friedlánder, Die platonischen Schrif-
ten, p. 487, y Laserre, MH 1 (1944) 170-1. Los argumentos
en que se basan para dar por auténtico este discurso son los
siguientes: a) las muchas concordancias que el Erótico pre-
76 Luis Gil

senta con el estilo de Lisias, y b) que resulta incomprensible


el que Platón dirigiera los dardos de su crítica contra un pro-
ducto de su imaginación y no una obra real.
No obstante, los partidarios de la tesis contraria oponen
razonamientos de no menor peso que pueden resumirse en
dos: a) las concordancias con el estilo de Lisias se deben a la
exigencia misma de todo pastiche de aproximarse lo más
posible a la verdad, y b) si Platón ha creado este discurso, en
vez de escoger uno existente, ha sido por el deseo de dar un
modelo consumado de mala oratoria. Y aparte de estas razo-
nes, que, neutralizando las anteriores, conducen la cuestión a
un punto muerto del que no parece poder salir, han aducido
otras de índole lingüística que tienen mayor fuerza. H.
Weinstock (De Erótico Lysiaco, Diss. Münster, 1912) fiján-
dose en el vocabulario, en el uso gramatical, y en los ritmos
de esta pieza, creyó encontrar ciertos detalles en ella que
delataban la mano de Platón, como eran ocho palabras y
catorce locuciones, insólitas en Lisias, y, sin embargo, fre-
cuentes en Platón. Por otra parte, P. Shorey, «On the Eroticos
of Lysias in Plato's Phaedrus», CPh 28 (1933) 131-32, ha
notado que la combinación Kai Ittv 8-íi, bastante rara en la
prosa ática, pero corriente en Lisias (frecuencia de 21 casos
por 231 páginas Teubner), aparece cinco veces en nuestro
discurso. Este abuso, que difícilmente puede deberse a una
casualidad, se explica bien como una deformación caricatu-
resca del estilo del orador. Y el mismo carácter paródico lo ha
encontrado George E. Dimock, «Akket in Lysias and Plato's
Phaedrus», AJPh 73 (1952) 381-396, en el uso de dicha par-
tícula, cuya frecuencia en el Erótico es de 17 ejemplos por
100 líneas, mientras que la proporción normal de su empleo
en el mencionado autor es únicamente de 5 1/2. Que la abun-
dancia de esta forma es intencionada parece indicarlo, por
otra parte, el moderado empleo que hace de ella Sócrates en
su primer discurso. Habida cuenta, además, del tono general
del discurso, no dan la impresión de andar descaminados
Introducción 77

quienes ven aquí la caricatura de alguna pieza de aparato de


Lisias, que, según lo muestra su Epitafio, no fue muy afortu-
nado en el género epidíctico. Las críticas de Laserre a Weins-
tock y a Robin, inclinado también a considerar el Erótico
lisiaco como un pastiche, pierden mucha de su fuerza, al no
haber tenido en cuenta el trabajo de Shorey, y no haber podi-
do consultar por imposibilidad cronológica el artículo de
Dimock. Con todo, los argumentos estilísticos no son del
todo convincentes, y resulta aventurado tomar un partido
decidido en esta cuestión. Personalmente nos sentimos incli-
nados a aceptar la hipótesis de una parodia de Lisias por par-
te de Platón, que tan consumado maestro fue, como lo prue-
ban el Menéxeno y el Banquete, en remedar el estilo de los
oradores de su época. Hackforth es también de esta opinión,
a pesar de no conocer la nota de Dimock.
Queda por resolver una pregunta que surge lógicamente:
¿por qué motivo parodió Platón precisamente a Lisias y no a
otro orador?, ¿qué le movió a hacerle tan despiadada crítica?
Robin, para responder a este interrogante, ha forjado lo que
Fernández-Galiano, «Lisias y su tiempo», EClás II, 10 (1953)
113, califica con razón de «novela filológica». Lisias habría
intervenido en la conjuración tramada contra Sócrates en 399
por considerarlo, como buen demócrata exaltado, un enemigo
del régimen, siendo la Apología de Sócrates, que nos consta
que escribió, un mero ejercicio retórico destinado a enfrentar-
se con el panfleto de Polícrates, y como tal ejercicio de decla-
mación un verdadero insulto contra la memoria del maestro.
De ahí el que Lisias se hubiera ganado la enemistad de Pla-
tón, y éste tratara a toda costa de desacreditarle como orador.
Empero, nada hay que permita forjarse tal idea, pareciendo
más bien que las relaciones entre Sócrates y la familia del
orador fueron cordiales. Así parece indicarlo el comienzo de
la República, donde aparece Sócrates conversando amigable-
mente en casa de Céfalo, el padre del orador, y el testimonio
de Quintiliano, Inst Orat. II, 15, 30. Según este autor, Sócra-
78 Luis Gil

tes rechazaría la defensa que le había escrito Lisias por con-


siderar ilegal el valerse de los servicios de un logógrafo cuan-
do la ley prescribía que fuera el reo en persona quien
pronunciara su defensa. Aunque la autoridad de este aserto
pueda ponerse en duda, lo que es evidente es que no hay por
ninguna parte un testimonio que apoye la artificiosa construc-
ción de Robin. Personalmente creemos que la elección de
Lisias como víctima propiciatoria en esta arremetida de Pla-
tón contra la retórica se justifica sin más por haber sido aquél,
juntamente con Isócrates, el orador más famoso de la época.
Ahora bien, en el momento en que Platón escribió este diálo-
go Lisias había ya muerto, y el realizar una crítica de su obra
tenia la ventaja de no herir las susceptibilidades de nadie.
Téngase en cuenta además que con ello tampoco se dañaba la
memoria del orador a quien no le habían conferido fama sus
piezas de aparato, sino sus discursos forenses.
" «Platons sokratische Periode und derPhaidros», Philos. Abh.
Max Heinze, 1906, pp. 78ss. Kesters (Antisthéne. De la dia-
lectique, Louvain, 1931, p. 21), muy influido por las ideas de
Joél, supone asimismo que el primer discurso de Sócrates
representa la elocuencia filosófica de Antístenes, con sus
típicas distinciones, antítesis y definiciones.
51 Plato, The Phaedrus; with English Notes and Dissertations,
London, 1868 (App. I, «On the Erotic Discourses of Socra-
tes»).
" Platón hace derivar esta palabra de ikvat emitir'), Itkpo;
(`partícula') y M'y (`fluir'). A lo largo del diálogo se podrán
encontrar una serie de etimologías semejantes, que en oca-
siones no son meros juegos, sino una forma cómoda de
exposición doctrinal. «Platón —dice Robin, «Introducción»
a la ed. Budé, pág. CXVII— me parece emplear la etimología
de la misma manera que usa el mito, como un medio secun-
dario de hacer tangible una intuición, que, por razones acci-
dentales o profundas, es incapaz de revelar en una forma
científica».
Introducción 79

Platón usa aquí el término en el sentido de «amor recíproco»,


«amor correspondido» que tiene el verbo ávrepáv en Esqui-
lo, Agamenón 544: tcbv ávtcpchvzcov iltápo,) Tegnkrynt¿vot.
54 La misma referencia se encuentra en Estobeo I, 49 (p. 319 de
la ed. Wachsmuth): AkicItaícov (p.-6cm airroxívrizov lana
áíStov xíviatv xai Stá zazo aktVCCCOV avtrly (scil. tilo
windiv)Kai npoaqupepfi toiS Osíots "ktokaltPávet. La palabra
aüzoicívrizov pudiera ser un indicio favorable a la lección del
Pap. Oxy. 1017 (vide infra), si no atestiguara en contra el
ácucívizov que aparece (p. 332) al reproducirse el argumen-
to del Fedro. Por Estobeo (p. 318) sabemos que Tales sus-
tentó también la misma concepción: Oakii; áneyílvato
npóko; T'in/ xj/DX-1V aEtKíVTITOV rj CCISTOKÍVTITOV.
" «Quod semper movetur aeternum est», PP 2 (1947) 189-192.
56 Plato 's Phaedrus, pp. 65-66.
" O una definición (45d1), cf. el citado artículo de Carlo Diano.
58 Platon, der Kampf des Geistes um die Macht, Berlin, 1933,
p. 282.
" Platon, sein Leben, seine Schriften, seine Lehre II, München,
1923, pp. 481ss.
" Platon, sein Leben undseine Werke, Berlin, 1929', pp. 461-
75.
61 Natorp (Platons Ideenlehre, 1921', p. 74) la estima una
reminiscencia del comienzo del poema de Parménides (Diels-
Kranz, T'ors. 28b 1); Robin («Introducción» a la ed. Budé,
p. LXXIX, n.1), siguiendo una sugerencia de Picard encuen-
tra su origen en ciertas representaciones figuradas de sarcó-
fagos; Howland, CO 31 (1937) 159, hace notar que en el Ad
Demonicum de Isócrates se compara el alma con un caballo;
Hackforth, Platos Phaedrus, p. 77, sugiere que la representa-
ción se basa en el uso metafórico de TIV1,0XEti>£1.V y sus deriva-
dos y cita a Anacreonte IV, 1, 5: oinc giSdn erct
yruxíj;
62 Thompson, Plato. The Phaedrus; with English notes and
dissertations, London, 1868, p.165, n. 9, hace notar lo mal
80 Luis Gil

que traducen el término OvµóS o eúltoctSk los latinos, ira-


cundia o irascible, y cita a Bacon que, conocedor de Platón
únicamente por traducciones latinas, reprocha a Platón el
empleo del término iracundia para designar la parte del alma
que según él debiera llamarse animositas. Y al crear este
término traduce sin saberlo perfectamente el pensamiento de
Platón, pues Owtó; = animositas incluye no solamente la
cólera, sino todas las pasiones y sentimientos prestos a la
acción energética y que son el natural contrapeso de los ape-
titos que tiendan al placer sensual. Y ésta es la parte del alma
que se alía con la razón en sus luchas internas (5nka ríazat
µeta tov koytarricoíS áv rq: ri; yruxr"ls azácsa, Rep. IV, 440e).
" 70a y siguientes. El va; o principio racional reside en la
cabeza, que es el alcázar (áicpónokt) del cuerpo; en el tórax,
la parte del alma denominada ti) (pióvaicov, que participa de
la áv8pdpc y del Owtó; y en la parte inferior del cuerpo
((ppéve), los apetitos (éntOwdat).
64 Ética a Nicómaco 1139 a 36. Debemos la referencia a Hac-
kforth, Plato's Phaedrus, p. 76.
" En Platón, dice, «todas las metáforas tomadas a los misterios
terminan en la Idea, todas las esperanzas de los misterios se
mueven en la certidumbre de la inmortalidad, fundada en el
parentesco del alma con la Idea; todas las verosimilitudes
pasajeras de la leyenda y del mito no sirven sino de escalones
hacia la esencia de la dialéctica, cuyo término es la intuición
infalible de la Idea». (Autour de Platón II, p. 444).
66 Este pasaje (246e) ha dado que pensar a los comentaristas
antiguos y modernos. El erudito bizantino Miguel Pselo le ha
dedicado un comentario (publicado por A. Jahn, «Michael
Psellos über Platons Phaidros», Hermes 24 [1899] 315-19;
cf. también H. Alline, «Sur un passage de Psellos relatif au
Phédre», RPh 35 [1911] 203-204). Hackforth (Plato 's Phae-
drus, 73-74) se ha ocupado de las concepciones astronómicas
que hay en el fondo de este lugar.
67 41d-42d, 90a-c, 91d-92c.
Introducción 81

68 En la introducción a la ed. de la Retórica de Aristóteles (Ins-


tituto de Estudios Políticos, Madrid, 1953, pp. I-XV), Anto-
nio Tovar da un excelente resumen de la retórica de los grie-
gos hasta la época de Aristóteles.
69 Mras, WS 36 (1914) 296-8, ha pretendido demostrar que el
concepto de la retórica como yúxayoryía remonta a Gorgias,
siendo la novedad de Platón la extensión del mismo a toda
clase de discursos. Sea lo que fuere de esta cuestión el térmi-
no yoxaywyelv se encuentra en dos lugares de Isócrates
(Orat, II, 49 y Evag. 10), aunque referido a los poetas.
" La distinción del y¿vo; ¿ntSguavicóv es obra de Aristóteles.
En la época en que Platón escribió el Fedro, los texvoypáTot
tan sólo conocían los dos primeros (cf. P. Wendland. Anaxi-
menes von Lampsakos, Berlin, 1905, pp. 30ss.).
71 Platón, a pesar del desprecio que manifiesta por estas ense-

ñanzas que califica de «sutilezas del arte» (te( icomfá vi;


z¿xv-% 266d), estaba perfectamente al corriente de las mis-
mas, como no se le puede escapar a todo lector del Fedro (cf.
Karl Mras, «Platos Phaedrus und die Rhetorik», WS 36
[1914] 295-319, que ha realizado un estudio sistemático de
los conocimientos retóricos de Platón).
72 Cf. Mras, WS 36 (1914)311 y n. 4, a quien debemos la refe-

rencia.
73 P lato 's Phaedrus, p. 135.

74 La diferencia fundamental, pues, entre retórica y dialéctica

es que aquélla sólo pretende persuadir (nefficw), y de ahí que


únicamente atienda al gi1C(5 = tó ntOavóv, según se dice en
272d), en tanto que la dialéctica pretende enseñar (818ácnatv),
tratando, por consiguiente, de llegar a un conocimiento cientí-
fico de las cosas.
75 Esta es la interpretación de Wilamowitz y Robin, por ejem-

plo; pero últimamente se tiende a aceptar la que nosotros


ofrecemos (cf. Hackforth, Plato 's Phaedrus, p. 150 y n. 2).
La que impugnamos se basa en una defectuosa comprensión
del citado pasaje (µstswpo7,,oyías Trúaeon n¿pt 269e) y de
82 Luis Gil

la expresión &vvo n]; to-552~ 9-úcseco; (270c). Ciertamente


Anaxágoras, como todos los físicos, pretendía llegar a la
verdadera qúcst; de las cosas subyacentes al mundo aparen-
cial, pero la lección que de él recibió Pericles no fue tanto
una doctrina sobre el cosmos, como una manera filosófica de
enfrentarse con las cosas. Y de ahí que, al dar este enfoque
especulativo a la retórica, al buscar la cpvais de su objeto,
sobresaliera sobre los demás oradores de su época. En cuan-
to al termino 5kov, no se debe tomar en el sentido de «tota-
lidad del universo», sino «totalidad del alma», como lo pone
de manifiesto el ejemplo que da Platón más abajo de la medi-
cina. Para ser médico u orador se precisa, sin duda, conocer
la qúcst; del cuerpo y del alma en su totalidad, no la del uni-
verso.
76 Al exigir Platón al orador un conocimiento científico del
alma se opone al punto de vista de Lisias, quien en sus
Ilapao-Kevaí (cf. Marcellinus in Hermogen, 142. Walz, Rhet.
Gr., vol. IV, 1833, pp. 352-7ss.) había trazado las líneas ge-
nerales de una psicología puramente empírica, haciendo una
clasificación de los caracteres (de los pobres, de los ricos, de
los jóvenes y de los viejos), lo que le permitía al abogado es-
pecular sobre los eixóta de sus comportamientos.
77 Se ha pretendido infructuosamente encontrar en el Corpus

Hippocraticum una formulación de este método. El problema,


que atañe más directamente al estudio de la medicina antigua
que al platonizante, quizás se ha desorbitado. Es muy proba-
ble, en efecto, que Platón al aludir a Hipócrates lo único que
pretenda sea apoyar con la autoridad del ilustre médico (en
270d se habla de Hipócrates y del ¿ rl0ils kóyN) el método
expuesto, de la misma manera que en muchos otros pasajes
de su obra acude a los poetas para dar mayor solemnidad a
sus asertos. Sobre este problema cf. P. Kucharski, «La métho-
de d'Hippocrate dans le Phédre», REG 52 (1939) 301-57
(quien, sin que se vea bien el motivo de la doble interpreta-
ción, supone que en Platón tov ¿Skov (p1 (N debe entenderse
Introducción 83

como «naturaleza del cosmos», pensando no sólo en la teoría


del vous de Anaxágoras, sino también en el Timeo, donde se
establece una relación entre el alma y el mundo; en tanto que
en Hipócrates se ha de interpretar como la totalidad de hechos
y fenómenos que forman el medio físico y biológico del hom-
bre) y Fritz Steckerl, «Plato, Hippocrates and the Menon
Papyrus», CPh 40, 3 (1945) 166-180 (que se muestra par-
tidario de la interpretación que damos al término ókov).
78 Platón acepta y corrige en parte las concepciones de la retó-
rica de su tiempo. La teoría del icatpó, un tema que poste-
riormente se haría importante en la retórica, había sido abor-
dado ya por Gorgias. Pero frente a los rétores, para quienes
sólo tienen importancia las dotes naturales y la práctica (cf.
Isócrates, Contra los sofistas 7 y Protágoras, fr. 3 Diels),
Platón exige al orador la ¿rctatíltri.
79 Alcidamante en su discurso Contra los que componen discursos
escritos o sofistas ha emitido en lo fundamental los mismos con-
ceptos que expresa aquí Platón: la palabra tiene vida (111yroxó;
¿así mi 4 28), las letras son EISco2u1 xai axligaza xai myttata
Xóycov (cf. Paul Friedlánder, Platon. Eidos, Paideia, Dialogos,
Berlín, 1928, cap. V: «Das geschriebene Werk», pp. 129-30).
80 341c-342a, 343e-344d, y la misma opinión aparece en el
Protágoras, 329a.
81 Platón considera la escritura como un arte imitativo, inferior,

por consiguiente, en todos los respectos al original, la palabra


viva. Ahora bien, entre los productos de la escritura se han
de distinguir los de la poesía, cuyo mero fin es agradar, y los
de la filosofa, que son imitaciones de la verdad (cf. Friedlán-
der, op. cit., 1, c.).
82 Cf. H. Ll. Hudson-Williams, Three Systems of Education.
Some Reflections on the Implications of P lato 's Phaedrus,
Oxford, Univ. Pr., 1954.
83
Cf. en la introducción de Tovar a la Retórica de Aristóteles
el capítulo titulado «La preparación de la Retórica de Aris-
tóteles: etapas en su formación» (pp. XXI-XXXV).
84 Luis Gil

84 Retórica III, 7, 11.


85 III, 37.
86 Según nos consta por Dionisio de Halicarnaso, Demosthenes
5 (p.138, 6 de la ed. teubneriana de Usener-Radermacher).
87 Op. cit. 5-8 (pp. 136, 11-142, 19).
88 Cf. De Deinarcho 8 (pp. 307, 21, ed. Usener-Radermacher).
89
Remitimos al lector a los índices de la ed. teubneriana de
Raber, en los que puede encontrar los lugares que se comen-
tan de nuestro diálogo.
" De elocutione 55-56.
91 Plutarco, Non posse suaviter vivi secundum Epicurum 22,
1102e omite, sin embargo, Síi). Por lo demás el texto que da
en esta cita coincide con el de Demetrio, apareciendo, en
cambio, la palabra ínfgliáv en Quaestiones conviviales VIII,
3, 5,722d. Dada la divergencia de ambas citas, Robin se pre-
gunta en la Introduction de la edición Budé si ésta debe atri-
buirse no a un fallo de la memoria de Plutarco, sino a una
diferencia de tradición. Si Robin hubiera tenido presente este
pasaje de Demetrio, la pregunta hubiera encontrado una rápi-
da respuesta. Plutarco, como lo atestigua el testimonio de
Demetrio, utilizó para este lugar dos tradiciones distintas del
Fedro.
92 Cf. De oratore I, 47; 49; III, 15; 60, Orator 62.

83 Lo ha traducido también con cierta libertad en Tusc. I, 23, 53

(Cf. Humbert, «A propos de Ciceron traducteur du grec»,


Mélanges Ernout, 1940, pp.197-200). P. Boyancé, «Sur le
Songe de Scipion», AC 11 (1942) 5-22, ha defendido, en
contra de la tesis de Van den Bruwaene (AC 8 [1939] 127ss.),
que Cicerón tuvo frente a sí el texto de Platón, y no como
pretendía dicho autor una paráfrasis del mismo hecha por
Posidonio. R. Poncelet, «Deux aspects du styl philosophique
latin», REL 28 (1950)145-67, ha comparado la traducción de
Cicerón con la de Chalcidius, In Plat. Tim. Commentarius,
LVI. El primero tiene ante sus ojos la variante en 245e: vel
concidat omne caelum omnisque terca consistat (scil. necesse
Introducción 85

est), y el segundo, y¿vgaw: aut omne caelum omnemque


genituram labefactam consistere.
" Hermiae Alexandrini in Platonis Phaedrum scholia adfidem
cod Paris. 1810 denuo collati edidit et apparatu critico
ornavit P. Couvreur, Paris, 1901.
" Cf. A. Jahn, «Michael Psellos über Platons Phaidros», Her-
mes 24 (1899)315-19 y H. Alline, «Sur un passage de Psel-
los relatif au Phédre», RPh 35 (1911)203-4.
96 Cf. Blake, Warren E., «Maximus Planudes and Plato Phae-
drus 245c-246a», CPh 28 (1913) 130.
" «On Plato Phaedrus 250d», CPh 27 (1932) 280-2.
98 « L' h i st o i re et la critique du texte platonicien et les Papyrus
d'Oxyrhynchus 1016-17», RPh 34 (1910) 251-94, y «Le
texte du Phédre et le T'indobonensis 54», RPh 38 (1914)
274-84. Para el establecimiento del texto son de importancia
los artículos de Peter Von der Mühll, «Miszelen. Platonica»,
Philol 93 (1938) 489-91, y «Platónica», MH 9 (1952)58-59,
pero sobre todo las «Notes on Platos Phaedrus», de W. J.
Verdenius (Mnemosyne 8 [1955] 265-289). Debe también
consultarse el trabajo de F. Scheidweiler, «Zum platonischen
Phaidros», Hermes 83 (1955) 120-22.
99 Sobre algunas características de nuestra traducción y nuestro
texto cf. el artículo «Notas al Fedro», Emerita (1956)311-30.
10° Citemos, empero, algunas obras de reciente aparición, como
es la 2.' edición corregida y aumentada del Platon de Frie-
dlánder (Tomo I, Seinswahrheit und Lebenswirklichkeit,
Berlin, 1954), el trabajo de Antonio Tovar, Un libro sobre
Platón, Colección Austral, 1956, el estudio de Piene-Máxi-
me Schuhl, L'oeuvre de Platon, Paris, 1954, recientemente
traducido al castellano por Amparo Alhajar y provisto de
una «Nota sobre las traducciones de Platón al español»
(Librería Hachette, Buenos Aires, 1956), y la traducción del
Fedro al alemán de Hildebrandt (Phaidros, übertr. und ein-
gel., Kiel, Engelke, 1954), que por desgracia no hemos podi-
do manejar.
86 Luis Gil
101 Platonis dialogus qui inscribitur Phaedrus, ad optimorum
librorum, codicis Boa. praecipue, fidem recognovit, Leyden,
1912.
102 Mercal/in (DaiSpN. Eiacrywyn, ápxcdo xai váo KáltEVO 1.1É
axata, Atenas, 1948.
103 Platón. Obras completas. Hipias Mayor, Fedro, México,
1947.
104 Platón. Fedro, traducción del griego por María Araujo,
introducción y notas de Julián Marías, Revista de Occiden-
te, Buenos Aires, 1948.
ACTUALIZACIÓN BIBLIOGRÁFICA

El compendio bibliográfico específico más completo


que conocemos relativo al Fedro, posterior a la primera
aparición de la presente edición en Madrid, Instituto de
estudios Políticos, 1957, es el que se encuentra en Gar-
deya, Peter, Platons Phaidros. Interpretation und Biblio-
graphie, Würzburg, Kónigshausen & Neuman, 1998. En
él se registran gran parte de de los títulos, que no todos,
del amplio elenco bibliográfico utilizado para la citada
primera edición de esta obra platónica que, ahora revisa-
da, tiene en sus manos el lector.
Como referencia para la consulta de la bibliografía
general sobre la obra de Platón recomendamos, por su
amplitud, organización y proyecto, la recopilación efec-
tuada por Luc Brisson y varios colaboradores, en conti-
nuación de la tarea empezada por H. Cherniss en la
revista Lustrum (núms. 4 y 5, de 1959 y 1960, para los
años 1950-57), y que pretende abarcar desde el año
1958 hasta la más reciente actualidad. En varios núme-
ros de la citada revista (20 [1977], 25[1983], 26[1984],
30[1988], 31 [1989], 34[1992]) se halla la bibliografía
correspondiente a los años 1958-90. Con los títulos
«Platon 1990-95» y «Platon 1995-2000» han sido reco-
gidas las apariciones que tuvieron lugar durante esos
años y publicadas por la casa editorial Vrin, de París, en
los años 1999 y 2004 respectivamente. Estas bibliogra-
fías están organizadas por orden alfabético de autores y
llevan un índice temático y otro de diálogos. Para las
88 A. Silván

referencias a partir del año 2000, con unos 350 títulos


registrados por año, aunque se echan de menos por el
momento los índices pertinentes, se puede recurrir a las
siguientes direcciones electrónicas: (http://www.plato-
society.org/newbibliography.html) de la Societé Pla-
tonicienne Internationale, y (http://upr_76.cnrs.fr/
biblioplato.html) del Centre Jean Pépin UPR 76, y a
Études platoniciennes.
Entre las entradas más importantes allí consignadas,
que a su vez remiten a bibliografía platónica, merece
citarse la dedicada a Elber, Michael, Platon, Basel,
Schwave Verlag, 2007 (en Grundriss der Geschichte der
Philosophie. Die Philosophie der Antike, 2/2).
Un equipo de trabajo, bajo la dirección de Luc Bris-
son, se encarga actualmente de la creación de un ban-
co de datos que reagrupará unos 12000 títulos apareci-
dos desde 1950 hasta el momento de su próxima difusión,
de la cual se encargará la citada casa editorial Vrin, de
París.
Cabe destacar los siguientes trabajos concernientes al
Fedro aparecidos en su mayoría con posterioridad al libro
de P. Gardeya:

Estudios específicos

DANANI, C., «`Il diálogo di Platone che amo di piú'.


Gadamer lettore del Fedro», OB 1 (2001) 85-103.
DERRIDA, J.: «La pharmacie de Platon», en La dissémi-
nation, Paris, Editions du Seuil, 1972, pp. 77-213.
Trad. en castellano La diseminación, Madrid, Funda-
mentos, 19751 , 2007.
DI TORO, U, «Cosa si nasconde dietro la nature evocata
nel Fedro: il confronto con la physis presocratica o la
polemica con Parmenide?», OB 1 (2001) 145-171.
Actualización bibliográfica 89

ESTEBAN SANTOS, A., «Interior/exterior: antítesis en la


temática y en la estructura del Fedro», Cuadernos de
Filología Clásica 2 (1992) 165-185.
FATTAL, M., «Le logos dans le Phédre de Platon (265d,
266a et 270c)», en Logos. Pensée et verité dans la
philosophie grecque, 2001, pp. 129-157.
GIL FERNÁNDEZ, L., «Notas al Fedro», Emérita 24 (1956)
311-30.
— «Divagaciones en torno al mito de Teuth y de Tha-
mus», EClás 9 (1956) 343-60. Recogido en Transmi-
sión mítica, Barcelona, Planeta, 1975, pp. 99-120.
— «De nuevo sobre el Fedro», Emérita 26 (1958) 215-21.
GILL, M. L., «Plato' s Phaedrus and the method of Hipo-
crates», ModSch 80 (2002-2003) 295-314.
HARRIS, J. P., «Divine madness and human sanity in
Plato's Phaedrus», Mouseion 50 (2006) 387-406.
KÜHN, W., «Quelle critique e de quels écrits? La fin du
Phédre de Platon interprétée de maniere non esotéris-
te», RPhA 17 (1999) 27- 47. Traducción al francés de
«Welche Kritk an welchen Schriften? Der Schluss
von Platons Phaidros, nichtesoterisch interpetiert»,
ZPhF 52 (1998) 23-39.
— La fin du Phédre de Platon. Critique de la Rhétorique
et de l'Écriture, Firenze, Leo S. Olschki, 2000.
LEFKA, Ai., «§ 7. Platon, Phédre», en Philosophie de
la Forme. Eidos, Idea, Morphé dans la philosophie
grecque des origines á Aristote, Actes du colloque
interuniversitaire de Liége, Louvain-la-Neuve, Paris,
Dudley [Ma], 2003, pp. 115-136.
LUCETTA, G. A., «Il cuarto discorso (non scritto) del
Fedro», OB 1 (2001) 107-130.
MIGLIORI, M., «La struttura polifonica del Fedro», OB 1
(2001) 11-46.
NICHOLSON, G., «The ontology of Plato's Phaedrus»,
Dionysius N. S. 16 (1998) 9-28.
90 A. Silván

ROSETTI, L. (ed.), Understanding the Phaedrus. Procee-


dings of the Second Symposium Platonicum, Sankt
Agustin, 1992.
— «Il piú antico decreto ecologico a noi noto e il suo
contesto (Fedro 230b-c)», en Thinking about the envi-
ronment. Our debt to the classical and medieval past,
(ed. Th. M. Robinson and oth.), New York /Oxford,
Lexington Books, 2002, pp.43-57.
ROWE, C. J., «Plato on the art of writing and speaking
(logoi): the Phaedrus.», en Plato and the art ofphilo-
sophical writing, Cambridge U.P., 2007, pp. 266-73.
RUIZ YAMUZA, E., «Los dos primeros discursos del
Fedro de Platón: topoi homoeróticos», en Homenaje
al prof. J. S. Lasso de la Vega, Madrid, Ed. Complu-
tense, 1998, 447-457.
— «El Fedro de Platón en manuscritos españoles: el
Escorialensis S II 15», Habis 33 (2002) 61-71.
SZLEZÁK, Th. A., «Dialectique orale et cjeu' écrit: le
Phédre», RPhA 17 (1999) 3-25. Publicado anterior-
mente en: Platon. Seine Dialoge in der Sicht neuer
Forschungen, ed. de Th. Kobusch y B. Mojsisch,
Darmstadt, 1996, pp. 115-145.
— «La critique platonicienne de l'écrit vaut-elle aussi
pour les dialogues de Platon? A propos d'une nouve-
lle interprétation de Phédre 278b 8—e 4», RPhA 17
(1999) 49-62. Traducción al francés de «Gilt Platons
Schriftlichkeit auch für die eigenen Dialoge? Zur
einer neuen Deutung von Phaidros 278b 8—e 4»
ZPhF 53 (1999) 259-267.
STELLA, M., «Il 'falso Lisia': la scrittura della contraffa-
zione nel Fedro platonico», OS 67 (2008) 159-172.
TRABATTONI, F., Oralitá e scrittura in Platone, Milano
(CUEM), 1999.
WERNER, D., «Plato' s Phaedrus and the problem of uni-
ty», OSAPh 32 (2007) 91-137.
Actualización bibliográfica 91

Estudios con referencias al Fedro.

BENSON, H. (ed.), A Companion to Plato, Malden


(Mass.), Blackwell, 2006.
BRISSON, L., Lectures de Platon, Paris, Vrin, 2000.
ELBER, M., Platon, München, C. H. Beck, 2006.
FITZI, G. (ed.), Platon im Discurs (Beitrage zur Philoso-
phie. Neue Folge), Heidelberg, Winter, 2006.
LLEDÓ, E., El surco del tiempo. Meditaciones sobre el
mito platónico de la escritura y la memoria, Barcelo-
na, Crítica, 2000 (1992').
GEIER, A., Plato 's erotic thought: the tree on the unk-
nown, Rochester (NY) 2002.
GOTSHALK, R., Living and dying: a reading of Plato's
Phaedo, Symposium and Phaedrus, Lahnam [Md],
University Press of America, 2001.
LAURAND, V., «L'Éros pédagogique chez Platon et les
stoiciens», en Platonic stoicism — stoic Platonism, ed.
por M. Bonazzi y Ch. Helmig (Ancient and medieval
philosophy. Series 1, 39), Leuven, 2007, pp. 63-86.
LÓPEZ FÉREZ, J. A. (ed.), Mitos en la literatura griega
arcaica y clásica, Madrid, Ed. clásicas, 2002.
MARTÍNEZ, M. L. M. — SANTANA, G., Los mitos
de Platón: antología de textos, Santa Cruz de Teneri-
fe, Textos universitarios, 1997.
REALE, G., Por una nueva interpretación de Platón.
Relectura de la metafísica de los grandes diálogos a
la luz de las «doctrinas no escritas», trad. al castella-
no (de la 20.a ed. italiana) de M. Pons Irazazábal, Bar-
celona, Herder, 2003. Se incluyen dos conversaciones
con H.-G. Gadamer, la primera realizada en 1996 y la
segunda, en 2000, editada por primera vez en su texto
completo con ocasión de esta edición en castellano.
SEECK, G. A., «Meinungsstreit in Platons DialogenPhai-
dros, Gorgias undProtagoras», WJA 25 (2001) 41-71.
92 A. Silván

SZLEZÁK, Th. A., Platon Lesen, Stutgart, 1993. Trad. en cas-


tellano, Leer a Platón, Madrid, Alianza Editorial, 1997.
— «` Seele' bei Platon», en Der Begriff der Seele in der
Philosophiegeschichte, ed. por H.-D. Klein, (Der
Begriff der Seele, 2), Würzburg, 2005, pp.65-86.
— Platon und die Schriflichkeit der Philosophie.Teil I.
Interpretationen zu den frühen und mittelern Dialo-
gen, Berlin/New York, De Gruyter,1985. El primer
capítulo «Die Kritik der Schriftlichkeit» y el segundo
«Der Gang des Dialoge»están dedicados al Fedro.
— Platon und die Schriftlichkeit der Philosophie. Teil
Das Bild des Dialektikers in Platons spáten Dialo-
gen, Berlin/New York, De Gruyter, 2004.
WARNEK, P., Rhetoric and Poetry in Antiquity, Oxford,
Oxford University Press, 2000.

Ediciones.

Platón. El banquete. Fedro, traducción de Luis Gil (Ban-


quete, 1969') y María Araujo (Fedro, 1948'), Madrid,
Sarpe, 1984 y 1985.
Platón. El banquete. Fedro, traducciones de J. D. García Bac-
ca y P. Azcárate (la trad. del Fedro, realizada por el últi-
mo, revisada por A. Vasallo), Barcelona, Océano, 2001.
Diálogos 111. Platón. Fedón; Banquete; Fedro, traduccio-
nes, introducciones y notas por C. García Gual, M.
Martínez Hernández, E. Lledó Iñigo, Madrid, Gredos,
2004 (1986').
Platón. Fedón; Fedro, Introducción, traducción y notas
de Luis Gil Fernández, Madrid, Alianza Editorial,
2005 (con el Banquete incluido, Madrid, Guadarra-
ma, 1969'; reedición en Barcelona, Labor, 1991). Las
diversas ediciones del Fedro con la traducción de D.
Luis Gil Fernández se remiten a la originaria de
Actualización bibliográfica 93

Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1957, la única


que apareció en edición bilingüe, con algunas reim-
presiones, anterior a la presente revisada.
Platón. Fedro, introducción, traducción y notas de Emilio
Lledó, Barcelona, RBA, 2008 (de la ed. en Gredos,
1986').
Platón. Fedro, introducción y traducción de M. Isabel
Santa Cruz, Buenos Aires, Losada, 2007.
Platone. Fedro, a cura di Giovanni Reale, testo critico di
J. Burnett, Firenze, Lorenzo Valla: Mondadori, 1998.
Plato. Phaedrus, translation with introduction, notes and
an interpretative essay by James H. Nichols, Agora
editions Ithaca [N. Y.], Cornell University Press, 1998.
Plato. Phaedrus, with introduction, translation and com-
mentary by C. J. Rowe, Warsminster, Aries & Phi-
lips, 2000 (revisión de la ed. de 1986'). Reeditado en
London, Penguin Classics, 2005.
Platon. Phédre, traduction inédite, introduction et notes
par Luc Brisson. Suivie de «La pharmacie de Platon»
de Jacques Derrida, Paris, Flammarion, 2000.
DE VRIES, C. J., A Commentary on the Phaedrus of Pla-
to, Amsterdam , 2001 (revisión de la ed. de 1969').
Platon. Phédre, texte établi et traduit par Claude Mores-
chini et Paul Vicaire; préface de Jacques Brunschwig;
introduction et notes de Guy Samana, Paris, Les
belles lettres, 2002 (de la ed. de 1985').
Platon. Phaidros, Übersetzung und Kommentar E.
Heitsch, Góttingen, Vandenhoeck und Ruprecht,
19972 (aumentada, de 1993').
Platon. Phaidros, übertragen und eingeleitet von Kurt
Hildebrandt, Stuttgart, Reclam Universal-Bibliothek,
20063 (Reclam 1957'; Kiel, Engelke, 1954') .
Platon. Symposion; Phaidros, Übersetzung von R. Rufe-
ner, Einführung von Th. A. Slezák, Dusseldorf/
Zürich, Artemis und Winkler, 2001.
SIGLAS

B = codex Bodleianus. MS. E. D. Clarke 39.


C = codex Coislianus 155.
D = codex Venetus 185.
G = codex Venetus Append. Class. 4, cod. 54.
L = codex Laurentianus 2643.
P = codex Parisinus 1812.
T = codex Venetus Append. Class 4, cod. I.
V = codex Vindobonensis 109.
W = codex Vindobonensis 54, suppl. phil. Gr. 7.
Oxy. = Papyrus Oxyrhynchita, núm. 1016
Recentiores manus siglis B2 T2 significantur

Arist. = Aristides Iambl. = Iamblichus


Chalc. = Chalcidius Phil. = Philoponus
Cic. = Cicero Phot. = Photius
Dem. = Demetrius Plot. = Plotinus
Dionys. = Dionysius Proc. = Proclus
Euseb. = Eusebius Simpl. = Simplicius
Eust. = Eustathius Stob. = Stobaeus
Gal. = Galenus Syr. = Syrianus
Her. = Heraclitus Synes. = Synesius
Herm. = Hermia Theodoret. = Theodoretus
Hermog. = Hermogenes
(DAIAPOE
EUYICOTTI; OctiSpiln

227a ES-1. 91.,8 (I)aiZpe, itoi 81j Kat icóeev;


Hapá AucríoD evo EcIwpate;, iov 1(89á)ou,
7Cope'boptat npó; icepíicatov gco TC{X01);* CrOXV05V yáp
¿KeT 3tétptya xpóvov KaeYwevo; coetvoi5. cs65
Kat 44 '.caípcp 7C8teópi£V0; AKOWICV65 xara tá; 63oi);
notoiSptat Mi); 7C8pl7Cát01);* (mai yáp áxonarrépou; elvat
b T16v ¿v Un; 3póptot;
ES-1. KakéS; yáp, evo M'ya. árap Aucría; ijv, cb;
gOlK£V ¿V &ata.
Na{ icap"EntKpatet, ¿v tfi38 ic2aicsíov iov
'Okupticíou &ida Mopuxía.
ES-1. Tí; oi)v 81j ijv l,l 3tarptr3di; íl 3112,.ov 5tt TéSv Xóycov
'1)0; Aucría; eicrcía;
He'bcrn, c'í crol, axo2aj irpoióvn áxo'betv.
FEDRO
Sócrates, Fedro

Sócrates.—Amigo Fedro, ¿adónde vas ahora, y de 227a


dónde vienes?
Fedro.—De estar con Lisias, Sócrates, el hijo de
Céfalo', y voy a dar un paseo fuera de la muralla, porque
allí pasé mucho tiempo sentado desde el amanecer. Y
haciendo caso a nuestro común amigo Acúmeno2, hago
los paseos por los caminos, ya que, según afirma, son
menos fatigosos que los que se dan en los lugares de
costumbre'.
Sócrates.—Pues lo dice con razón, compañero. Pero,
a lo que parece, Lisias estaba en la ciudad.
Fedro.—Si, con Epícrates4, en esa casa que está cerca
del templo de Zeus Olímpico, la de Mórico5.
Sócrates.—¿Y en qué empleasteis el tiempo? Eviden-
temente Lisias os agasajó con sus discursos, ¿no?
Fedro.—Te enterarás si tienes tiempo de escucharme
paseando.
98 Oaibpo5; 227b-228a

ES-1. Tí 3é; oúx áv o'íet pt£ Katá Hív3apov «Kat


ácsx,o2Aa; 'únéptepov» 7Cpdypta notficsacseat tó TON/ rc Kat
Aucríou 3tatptr3fiv áKoiScsat;
c JAI. Hpóaye &fi.
ES-1. Myot; &v.
(I)AI. Kat pifiv, evo EcIwpate;, irpocrfixoucsa yé crol, fi
áxofi• ó yáp T01, Xóyo; ijv, nept áv 3tetpír3optev, cyóK 613'
óvttva tpónov ¿partKó;. yéypacpe yáp &fi ó Aucría;
7CElpdLEVÓV ttva TéSv Ka2,16v, O'ÓX '67C' pato 3é,
aircó &fi tonto Kat KeKópaveurat• Myet yáp cb; xaptatéov
µfi ¿pffivtt pt,&.2,,ov íl ¿pffivtt.
ES-2. "1-2 yevvailn. sien ypáyetev cb; xptj névfitt 42,1ov
íl 7C2WDCSífp Kat irpear3Dtépcp íl vearépcp, Kat 5csa
d ¿la Oí rc 7CÓÓCSECYTt Kat sois fi pt,ó5v• yáp áv
ácstdot Kat 3fiptexpeX,ei,'; sise oí Xóyot. gycoy ouv CÓTCO;
attee'biarpca áKoiScsat CISCST' Éáv r3a3ícov nottl TÓV
icepíicatov Méyapa38 Kat xara `Hpó3tKov 7Cpocsr3á; iw
TE{XEl 7C152AV árcíris oi5 CSOD ánoX,819016.
Hé5; Myet;, w Pattate EcIwpate;; o'íet
228a Aucría; ¿v 7COU65 xpóvcp lacra axa.fiv auvéefixe,
38tVétat0; 6).V TÓSV vi5v ypácpetv, taiSta i3tdrciv óvta
álcoptviptove'úcsetv áíco; ¿K8{VOI, 7CoUoi5 ye 3éco• Katrot
¿Pou2,,ópt,fiv y' áv ptállov íl ptot xpucsíov yevécreat.

227b rcotriactaeat París, 1811 edd.: nodicrecreat BT Verdenius


any BT: Tern) G Burnet
Fedro 99

Sócrates.—Por supuesto. ¿Crees que yo no estimaría


como algo «por encima incluso de urgente quehacer»,
según dice Píndaro6, el escuchar en qué os entretuvisteis
tú y Lisias?
Fedro.—Adelante, entonces.
Sócrates.—Puedes hablar.
Fedro.—Por cierto, Sócrates, que lo que vas a oír es
algo que te concierne, pues el tema sobre el que departi-
mos estaba relacionado, no sé de qué manera, con el
amor. En efecto, ha representado Lisias en un escrito a un
bello mancebo requerido de amores, pero no por un ena-
morado; que en esto mismo reside la sutileza de su com-
posición, puesto que dice que se ha de otorgar el favor a
quien no está enamorado con preferencia al que lo está.
Sócrates.—j Qué magnanimidad la suya! Ojalá escri-
biera que se debe ceder al pobre mejor que al rico, al
viejo mejor que al joven y a cuantos reúnen las condicio-
nes que hay en mí y en la mayoría de nosotros. Sus dis- d
cursos entonces, a la vez que elegantes, serían de utili-
dad pública. Pero tan dominado estoy por el deseo de
escucharte, que, aunque prolongues tu paseo hasta
Mégara7, y llegando, según la prescripción de Heródico8,
hasta la muralla, vuelvas sobre tus pasos, no hay miedo
de que me quede a tu zaga.
Fedro.—¿Cómo dices, amigo Sócrates? ¿Crees que lo
que con mucho tiempo y calma compuso Lisias, el más 228a
hábil escritor de los de ahora, lo voy a repetir de memo-
ria yo, que no soy un profesional, de un modo digno de
él? Lejos estoy de ello. Y eso que quisiera poderlo hacer
más que el entrar en posesión de una gran fortuna.
100 Oaibpo5; 228a-d

Ea 1 -2 (DaT3pe, si ¿yd) (DaT3pov áyvoéS, Kat 4.1,autoi5


ailariaptat. yáp cyó3étepá ¿ótt tojút(OV• sv ol3a
ótt Apcsíoy 2,.,óyov áxo'bcov ¿K£T,VO; 0'1) plóVOV eura,
fiKODCS£V, 7COUáKt; É7CavaX,apt,r3ávcov ¿icé? £DéV oi
b Myetv, ó ¿7C8{08TO irpoeíluo;. TO cyó3e taiSta ijv
ixavá TúZDTÓSV icapaX,arYov tó 13413Mov á pi,e0acrca
¿ICC O'bplEt É7C8CSKó7C8t, Kat oso 3péSv coetvoiS,
KaeYwevo; dlICEttedw, si; icepíicatov Cb; pl¿v É-y(1)
61µ,at, vtj tóv icúva, ¿C7Clatápi£V0; tóv Xóyov, si puj 7CáVD
1)V plaxpó; ¿7C0p£'68TO 3' ¿Któ; T84(01); Vva pteX,eujyri.
ánavríicsa; TO VOCSOiStat icept Xóycov áxoYiv, i&ov pdv,
c ficsei ótt got tóv avyKopyr3avttffivta, Kat irpoáyetv
ÉKa£1)8. 380pléVOD Myetv iov Tan/ Xóycov ¿pacstoiS,
Éepíntt£TO d0; 31j CYÓK atemaffiv Myetv• TaZDTÓSV
gµ£? £ Kat si tt; Éld0V áK0'601, Pía ¿peTv. csi) oi)v,
(DaT3pe, aótoi5 38Yieritt 6icep táxa icávuo; noificset vi5v
341 7C0t£TV.
'Eptot cb; C(1,1916; Kpáttatóv ¿attV CÓTCO;
óleo; 3'úvaptat Myetv, (15; ptot 30KET; CSó aó3apt,16; pie
laeicsetv npiv ew divo 416; yé reo;.
ES-1. Hávu yáp crol, Waiefi 3oKéS.
d JAI. O'ÓTCOCSi TO{VDV 7COU'ICSCO. iw óvtt yáp,
Edwpate;, icavtó; pidUov Té( ye Mama cyóK ¿ép.t,aeov•
itjv pléVtOt 3távotav axe3óv ánávuov, 61; gcpii 3tacpépetv
TOi5 Épanao; íl iá TOi5 ÉN/ KapaX,aíot; gicacrcov
¿cpeii; 3t£1411, ápápi,evo; aleó iov irpárau.

228b trávo Ti; BT Verdenius: mayo TI Schanz Burnet Robin


iScby ItSv T2 Oxy.: iScav ItSv iScav BT: iScby ItSv ichv G: iScby ItSv
iÓVTU vulg.
Fedro 101

Sócrates.—¡Ay, Fedro!, si yo no conozco a Fedro, me


he olvidado también de mí mismo. Pero no ocurre ningu-
na de las dos cosas. Bien sé que esa persona, puesta a oír
el discurso de Lisias, no lo escuchó tan sólo una vez, sino
que, volviendo muchas veces a lo dicho, le invitó a repe-
tirlo, y aquél se dejó persuadir gustoso. Mas ni siquiera le b
bastó con esto, que, tomando consigo el manuscrito, ter-
minó por inspeccionar lo que más deseaba. Y ocupado en
este menester desde el alba, desfallecido de estar sentado,
salió a pasear, sabiéndose de memoria, según creo yo,
¡por el perro!, el discurso, si no era uno excesivamente
largo. Encaminóse entonces por fuera de la muralla para
repasarlo, y habiéndose encontrado con uno que está loco
por oír discursos, al verlo, se alegró porque iba a tener
quien le acompañase en sus transportes de Coribante9, y
le invitó a seguir su camino. Pero, cuando el amante de
discursos le pidió que lo pronunciara, hacía melindres
como si no estuviera deseando declamarlo, pero al final
habría de pronunciarlo a la fuerza incluso, si su auditorio
no se mostraba dispuesto a escucharlo. Así que tú, Fedro,
pide a ese hombre que haga ya a partir de este momento
lo que tal vez hará de todas formas.
Fedro.—Para mí, en verdad, es con mucho lo mejor el
declamarlo tal y como pueda, puesto que me da la impre-
sión de que no me soltarás por nada del mundo, hasta
que lo pronuncie de una manera o de otra.
Sócrates.—Muy verdadera es la impresión que te doy.
Fedro.—Entonces así lo haré. Pero, para decir verdad d
antes que nada, Sócrates, no me aprendí de memoria las
palabras. No obstante, el sentido de casi la totalidad de
los pasajes, en los que expresó las diferencias entre la
condición del enamorado y la del no-enamorado, lo
expondré en sus puntos capitales y por orden, cuestión
por cuestión, empezando desde el principio.
102 Ocd5po5; 228d-229c

ES-1. Aeía; ye npacov, evo cpt2,.,órj;, tí ápa ¿v ifl


áptatepá gx8t; ÓTCÓ iw íptatícp• TO7CáC0 yáp ae gx£1,V TÓV
2,.,óyov airóv. sí toiStó ¿attV OÓTCOCSi 3tavooi5 icept
e 41,0'15, ch; ¿ych CSE 7CáVD piEV cpt2,.,16, napóvto; 3e Kat
Avaíau, 4.1,autóv aot ¿pwa.,8"CaV 7CCTEXElV oú 7CáVD
3é3oKrat. íet, 38{KVDC.
CDAI. HaiSe. ¿K-KéKpouica; píe evo EcIwpate;,
íjv eixov ¿v (roí cb; ¿yymavaak.tevo; noi5 3'11 rkya.,et
KaEgóla£V01, ávayvéSIACV;
229a ES-1. AeiSp' ¿Ktpairóptevot xara TÓV I2ACSÓV ícoptev, ara
67cou áv ijauxía KaetOjak.teea.
(1)A1. Eis Katpóv, cb; otxcv, d(VD7CÓ311TO; wv ETDX0V. CTÓ
piev yáp 3'11 ¿c{. OCSTOV OZV l'u& xara TÓ iZártov Ppéxoyat
mi); icó3a; iévat, Kat aóK 434, 110,1w; rc Kat TYlv38 ttjv
óSpav iov gtOD; rc Kat vil; k.tépa;.
ES-1. Hpóaye Kat aKóicet apta &nao Ka083(41,80a.
Opá; oi)v ¿KdVTIV itjv inviXotárriv ic2,.,áravov;
ES-1. Tí pdiv;
b JAI. 'EKET aKtá ÉCSTiv Kat itveiSiaa ptétptov, Kat ltóa
Kaeíeaeat ij, áv Paa.,6 .1,80a, KataiJavfivat.
ES-1. Hpoáyot; &v.
(1)Al. Einé pot, evo EcIwpate;, aóK ¿veév38 ilÉVT01, 7COOEV
¿IZÓ TOÓ '12aaoi5 ?yctat ó Bopéa; tijv npeíeutav ápicaaat;
ES-1. Aéyctat yáp.
(DAI. oi)v ¿veév3e; xapíevta yoi5v Kat Kaeapá Kat
3taxpavii Te( '63átta cpaívetat, Kat ¿intY)3eta Kópat;
nagetv ltap' aótá.
c ES-1. OISK, Kát(0181CV &soy ij tpía ará8ta, ‘171 npó; to5
Di; 'Aypcq 3tar3aívopiev• Kaí 7COÓ Tí; ÉCSTI, 13copió; aóróet Bopécru.

229a KaestioUnsect Oxy. : KaOt@icyéne0a. codd. I I 229b


Karcocktefivat codd. Oxy. : Karcucktvilvat Schanz Burnet. 1 229c ró
ril; 'Aya; codd. Oxy. Herm. : ró ni; Aypaía; B2 Eust. : ró ¿y
'Aypa; Burnet
Fedro 103

Sócrates.—No sin mostrar primero, amor mío, qué es lo


que tienes en tu diestra debajo del manto, pues conjeturo que
es el mismísimo discurso. Ysi esto es así, hazte a la idea en lo
que a mí respecta de que, si bien yo te estimo mucho, estando e
de hecho presente Lisias, no estoy dispuesto en absoluto a
prestarme a que ensayes a mi costa. Ea, pues, muéstralo.
Fedro.—Para. Me has arrancado, Sócrates, la espe-
ranza que tenía de ejercitarme contigo. Pero, ¿dónde
quieres que nos sentemos a leerlo?
Sócrates.—Desviándonos por aquí, marchemos a lo 229a
largo del Iliso'". Luego nos sentaremos con tranquilidad
donde nos parezca bien.
Fedro.—Oportunamente, al parecer, da la casualidad
de que estoy descalzo", pues tú, por descontado, lo estás
siempre. Así que, lo más cómodo para nosotros es cami-
nar por el arroyuelo remojándonos los pies, lo que tam-
poco será desagradable, especialmente en esta época del
año y a esta hora del día.
Sócrates.—Guía, pues, y mira a la vez dónde nos
vamos a sentar.
Fedro.—¿Ves aquel altísimo plátano?'-.
Sócrates.—Sí.
Fedro.—Allí hay sombra, una ligera brisa, y césped b
para sentarnos, o, si queremos, recostarnos.
Sócrates.—Puedes avanzar.
Fedro.—Dime Sócrates, ¿no es éste el lugar de donde
se dice que Bóreas" arrebató del Iliso a Oritiya?
Sócrates.—Así se dice, en efecto.
Fedro.—Luego, ¿no fue de aquí? El riachuelo, al
menos, se muestra encantador, límpido, transparente, y
muy propio para que a sus orillas jugaran las doncellas.
Sócrates.—No fue de aquí, sino de más abajo cosa de
unos dos o tres estadios, por donde cruzamos hacia el
santuario de Agras'4. Incluso hay allí en alguna parte un
altar consagrado a Bóreas.
104 Oaibpo5; 229c-230a

(I)AI. 0i) 7CáVD vcvórp á2,X,' sute npó; Ató;,


EcI)Kpate;, al tonto tó pi,DeoX,óripta iceíeu á2aiee; ctvat;
ES-1. ct ántatotriv, e6csicep oí csocpoí, aóK áv átono;
sita csocínt;óptevo; cpatriv aúttjv nvei5µ,a Bopécru lana
té5v ic2aicsíov netpffiv o-bv (DapplaKeía nagolKsav Icsat Kat
oiStco 8tj teX,eutY)csacsav 2,,exefivat incó ton Bopéop
d ávápicacstov yeyovévat• 11 ApeíoD icayou• Myetat yáp
ai) Kat oZto; ó 2,óyo;, cb; ¿KeTeev ¿veév38
ijpirácsei. ¿yd) 3é, w (I)aT3pe, aa.a.,(0; pi,¿v Tá totaiSta
xapíevta ijyoiSptat, May 3etvoi5 Kat ¿7C1,7CóVOD Kat al)
7CáVD E'ÓTDX0i5; áv3pó;, Kat' auo pi,¿v aó3év 8tt 3' aút65
ávayKri µeta tonto tó tan/ InicoKevta'bpcov 813o;
¿navopeoikseat Kat aZet; tó Xtptalpa;, Kat ¿ictppeT
e 3e óxX,o; TOIAATCOV Fopyóvcov Kat Hiyácscov Kat II2,1.,cov
ápnixávcov iúdieri TE Kat átoníat tepatoX,óycov man/
qyúcsecov• al; si tts á7C1,6TÓSV irpocsr3tr3á Katá tó ElKó;
gKaatov &TE áypoímp ttvi csocpía xpktevo;,
aút65 axo2a1; 3dcset. 4.1,ot npó; tá totaiSta cyó3apti6;
ÉCSTI, CSX02,,Y1• tó CSÉ díttov, TabTOD Tó3E. cyó
3'úvaptaí IVO xara tó A82,xptKóv ypálapta yvéSvat 4.1,autóv•
230a ye2uDibv 3di ptot cpaívetat tonto gtt áyvooi5vta tá CO,Iótpta
csKoneTv. 80ev 8tj xaípetv ¿ácsa; tanta, 7CE1,0ópiEVO; 3e T45
voiatoptévcp itcpt ainffiv, 8 vvv3ij Ueyov, csKonóS oú
tanta 4.1,autóv, sito TI, eripíov 8v tuyxáva) ItxpliSvo;
7CO2,D7C2,OK(hTEpOV Kat ptállov al,TEODKIEVOV, sito
flpiEpcírcepóv TE Kat á7C2,.0'66TEpOV C't5ov, eeía; ttvó; Kat
átíxpou ptoípa; qyíKret laCtéX,OV.

229c cita codd.: si Von der Mühll 229e ret rotahra Oxy.: airrá
B: labra TW
Fedro 105

Fedro.—No me había fijado en absoluto. Pero dime,


por Zeus, Sócrates, ¿estás convencido tú de que ese mito
es verdad?
Sócrates.—Si lo pusiera en duda, como los sabios, no
me saldría de lo corriente". Diría en ese caso, dándome-
las de instruido, que el soplo del Bóreas la despeñó de las
rocas vecinas mientras jugaba con Farmacia'', y que por
haber muerto de esa manera se dijo que había sido rapta-
da por el Bóreas. O bien colocaría la acción en el Areópa- d
go'7, pues también circula la versión de que fue allí y no
aquí, de donde fue arrebatada. Pero yo, Fedro, aunque
por una parte considero sugestivas tales explicaciones, las
estimo por otra como obra de un hombre tan sutil y labo-
rioso, como desafortunado. Y no por otro motivo, sino
por el de que, sucesivamente, le será menester rectificar
la figura de los Hipocentauros, y a continuación la de la
Quimera, viniendo después, como un verdadero torrente,
una muchedumbre de Gorgonas y Pegasos semejantes y e
multitudes de otros seres prodigiosos, sin contar con los
portentos relativos a ciertas naturalezas objeto de leyen-
das. Y si alguno, por no creer en ellas, trata de reducirlas
una por una a los límites de lo verosímil, haciendo uso
de cierta rudimentaria sabiduría, se verá necesitado para
ello de mucho tiempo. Y yo no tengo tiempo en absoluto
para tales lucubraciones. El motivo, amigo mío, es el que
no puedo aún conocerme a mí mismo, según prescribe la
inscripción de Delfos". Y me parece ridículo, ignorando 230a
todavía eso, considerar lo que a mí no me atañe. De ahí
que, mandando a paseo esas cuestiones, y dando fe a lo
que se cree de ellas, no ponga mi atención, como decía
hace un momento, en ellas, sino en mí mismo, con el fin
de descubrir si por ventura soy una fiera con más replie-
gues y tufos" que Tifón, o bien un animal más manso y
más sencillo, partícipe por naturaleza de un algo divino
y sin tufos.
106 Oaibpo5; 230a-230e

áráp, pt,etai) Tan/ XOycov, ap' cyó tó3e ijv Tó


3Év3pov ¿cp' 5icep ijye; fiptá;;
6 JAI. ToiSto pt,¿v oi)v aircó.
ES-1. Ni TljV "Hpav, KaX,fi ye fi Kataywyfi. fi rc yáp
icX,átavo; a8tri 4.1,91,2,a9fi; rc Kat '1) yfikfi, T0i5 rc
áyvou Tó 8wo; Kat Tó CSúCSKtOV iráyKakov, Kat do; áxiafiv
EXEl i áVOTI;, Cb; áv eixo3Écrcárov 7CapEX,01, TóV Tó7COV.
fi TE au iciyfi xapteatáti '67Có T11; icX,atávou psi pt,á2,a
voxpoi5 83ato;, e6crce ye T45 7CO3i temafipacreat. Nopupffiv
TÉ TtVCOV Kat Axe24ou tcpóv álCó TÓSV Kopffiv TE Kat
c áya24.1,arcov I01X8V sivat. sí 3' ai)130'aEl Tó eiírvouv T0i5
Tó7COD Cb; áyanitóv Kat cs9ó3pa fi&b, eeptveiv TE Kat
2,tyupóv '67CTIXET T45 TÓSV TETTí7COV X0p45. 7CáVTCOV
Kopavótatov Tó T11; icóa;, ótt ¿v fipépta 7Cp0CSáVTEl ixavfi
icégyuKe KataiJavévtt ti v Kapakfiv icayioüxo;IX£1,V. eÓCSTE
aptatá crol, ¿eváyfitat, w Ole (DaT3pe.
JAI. Eú 3É ye, w eauptácste, árondrcató; Tt; cpaívp.
átexv6); yáp, 8 2,,Éyet;, evayouptÉvcp 'Mi Kat oim<
d ¿ictx(optcp Iotica;• armo; ¿Ic iov áCSTEO; OiST' ct; TljV
incepoptav alco3fiptei,';, oiSt' w TEtX01); Eptorye 30KET; Tó
icapánav ¿tévat.
ES-1. EvyytyvcocsKÉ ptot, w aptate. cpti\optaefi; yáp eipu•
Te( ptev oi)v xcopía Kat Tá 3Év3pa aó3Év ¿east 3t3ácsKetv,
oí 3' ¿v T45 áCSTEt ilwepancot. csi) µ,ÉVT01,30KET; 1101, T11; Épui;
¿ó3ou Tó cpápiaaKov OpriKévat. e6csicep yáp oí Tia netvéSvta
Opéimara ea2,1•5v íl 'uva Kapicóv 7Cp0CSEtOVTE; áycruatv, crú
e .1,ot 2,.,óyou; 0{STCO 7CpOTEtVCOV 13432dot; D'IV TE ATTtletjV
cpaívu 7CEptáEtV euracsav Kat 5not áv 110,1068 (30'1)24 vi5v 3'
oi)v ¿v T45 icapóvn 3eiSp' ágnicóptevo; ¿yd) µÉN/ ptot 3oKéS
KataKetcsecreat, csi) 3' ¿V óirotcp csx,fiptatt OLst Pácsta
ávayvdbxsecseat, toiSe' 2,.,(5p.tevo; ávaytyvcoaKe.

230b C;5078 rs BTW: 65; :ye Aristaenetus vulg. Verdenius H 230d


av Oxy. rece.: oh BT
Fedro 107

Pero, ¡oh, compañero!, dicho sea de paso, ¿no era ese el


árbol hacia el cual me conducías?
Fedro.—En efecto, es éste.
Sócrates.—¡Por Hera!, bello retiro. Pues este plátano es
muy corpulento y elevado, y sumamente hermosa la altura
y la sombra de ese sauzgatillo20, que además, como está en
el apogeo de su florecimiento, puede dejar en extremo
impregnado el lugar de su fragancia. A su vez, la fuente
que mana debajo del plátano es placentera a más no poder,
y su agua muy fría, según se puede comprobar por el pie.
Consagrada a alguna ninfa o al Aqueloo2' parece estar a
juzgar por esas estatuillas e imágenes. Y fíjate también en
el aire tan puro del lugar, ¡ qué agradable, cuán sumamente
delicioso es, y con qué sonoridad estival contesta al coro
de las cigarras! Pero lo más exquisito de todo es el césped,
porque crece en suave pendiente que basta para reclinar la
cabeza y estar maravillosamente. De modo, amigo Fedro,
que has sido un excelente guía de forasteros.
Fedro.—Te revelas, hombre admirable, como un ser
extrañísimo. Pues pareces ni más ni menos un forastero
que se deja guiar, como tú dices, y no uno del lugar. Tan
es así que ni te ausentas de la ciudad para ir al extranje- d
ro, ni sales en absoluto, creo yo, fuera del muro22.
Sócrates.—Perdóname, buen amigo. Soy amante de
aprender. Los campos y los árboles no quieren enseñar-
me nada, y sí los hombres de la ciudad. Pero tú cierta-
mente pareces haber encontrado un remedio para hacer-
me salir. Porque, de la misma manera que los que agitan
delante de las bestias hambrientas una rama o un fruto
las hacen andar, tú, tendiendo ante mí discursos en un e
volumen, está visto que me harás dar la vuelta a toda el
Ática y a cualquier otro lugar que te venga en gana. Pero
de momento, llegado aquí, me parece que yo me voy a
acostar. Tú escoge la postura en la que creas que leerás
con mayor comodidad, y lee.
108 Oaibpo5; 230e-231d

(I)AI 'A-Kove

«1180, 1.1,8v TéSv 4.1,65v npantámv 8icícstacsat Kat cb;


voptgco csupupépetv tjµiv yevoptévcov TOóTCOV áldpcoa;•
231a átéS pul] 3tá tonto áturicsat wv 3Éoptat, ótt ainc
8pacmj; ¿6v crol) tuyxávco. cb; 8KCíV0t; piEV TóTE
piETallaEl wv 15,V 7COVCICK061,V, É7CEtóáV T11; Éntemata;
icaúcscovtat• TOT; cyl)K Iatt xpóvo; 8v 7p ptetayvéSvat
irpocrípat. oú yáp '67C' áváveri; 8KóVt£;, Cb; 15,V
aptata icept Tan/ oiKetcov 1381)2,.,8úcsatvto, npó; itjv
3'1)vaiatv itjv aircffiv 8?) notoikstv. Itt 38 oí 1.1,8v 8pliSvt8;
cnconoiScstv & TE KaKéS; 3tée8vto Tan/ aircffiv 3tá tóv
Iparca Kat á 7CE7COVCIKaatV 8?) Kat 8v 8Ixov 7CóVOV
b 7COOCSTBÉVTE; íryoi'ívtat nálat ti v átav áno383(oKévat
xáptv un; 8pcoptévot;• un; 38 pul] 8pfficstv oiSte itjv TIO'V
OtKáCOV ápia.,8tav 3tá tonto IcstlV irpocpacsgecreat oiSte
'coi); icapekrikueóta; 7CóVOD; incoX,oygecreat, oiSte Tá;
npó; 'coi); irpocrípcovta; 3twpopá; aittácsacreat• e6crce,
iceptupriptévcov TOCSOóTCOV KaKffiv, cy1)38v '1)7CO2£t7C8Tat dCW
íl 7COlETV irpoe'laco; ótt áv aircoT; oicovtat irpáavt8;
c xaptdcseat. Itt 38, ei 3tá tonto igtov 'coi); 8pliSvta; respi
7CoUoiSnoteTcreat, ótt T0úTOD; pióúa6Tól, cpacstv cptUTv coy
áv 8pfficstv, Kat gt01410t Etat Kat 8K TéSvX,erycov Kat 8K TéSv
Ipycov TOT; 15,U01,; dUCEXOUVópiEVOt TOT; Épcoptévot;
xapgecreat, Pá3tov yvéSvat, ei Myoucstv, ótt 5cscov
áv 8cstepov 8pacrefficstv, 8KCíV01); aircffiv icepi7CWOVO;
icou'icsovtat, Kat 3112,,ov ótt, 8áv 8Ketvot; 3oKfi, Kat
TaóTOD; KaKéS; 7COVCICSODC71,V. Kaítot ican eiKó; 8att
totoiStov irpánta npoécreat totaúniv IXONal CSDpupopáv,
d ijv 0'1)3' áv 87ClX,81pl'1681,8V O'ÓóEi,; Ipmetpo; ¿,6v dUCOTOÉ7CEW;
Fedro 109

Fedro.—Escucha, pues.

«Mi situación la conoces, y que estimo de nuestra con-


veniencia el que esto se realice, lo has oído también. Pero
no por ello creo justo el no conseguir mi demanda, por el 231a
hecho precisamente de no estar enamorado de tí. Pues los
enamorados se arrepienten de los beneficios que hacen, tan
pronto como cesan en su deseo. En cambio, los que no lo
están no tienen ocasión en que les toque arrepentirse.
Como no obran bajo el imperio de su pasión, sino de gra-
do, pueden decidir mejor que nadie sobre sus asuntos per-
sonales, y hacen sus beneficios con arreglo a sus posibili-
dades. Es más, los enamorados consideran aquellos
asuntos propios que administraron mal por culpa del amor
juntamente con los beneficios que hicieron, y añadiendo a
esto los sinsabores que tuvieron, creen que han devuelto b
hace tiempo el debido agradecimiento a sus amados. Por el
contrario, los no enamorados no pueden alegar descuido de
sus intereses privados por esa causa, ni tener en cuenta las
penas pasadas, ni imputarles a los mancebos las diferencias
con sus allegados. De suerte que, eliminados tantos males,
no les queda otra posibilidad que la de hacer con buena
voluntad lo que crean que, una vez cumplido, les hará gra-
tos a los por ellos requeridos. Pero es más, si la razón de c
que valga la pena estimar en mucho a los enamorados es su
afirmación de que quieren más que a nadie a los que son
objeto de amor, y están dispuestos de palabra y obra a ene-
mistarse con los demás por hacerse gratos a sus amados,
fácil es percatarse, si dicen verdad, de que estimarán en
más que a éstos a todos de cuantos se enamoren después; y
está claro que, si a sus últimos amados les parece bien,
harán mal incluso a los primeros. Y ciertamente ¿cómo
puede ser natural que se ceda en semejante asunto a quien
está aquejado de una desgracia tal, que nadie, teniendo d
experiencia de ella, trataría siquiera de evitar?
110 Oaibpo5; 231d-232c

Kat yáp aircot ópt,o2wyoikst VOCSETV pia2,10V íl CSexppoveTv,


Kat 8i3Évat ótt KaKéS; cppovoiScstv 3úvacreat
KpateTv• e6cste icó5; áv 8?) cppoNdicsavt8; tanta
KaX,16; Ix£1N tjyt'icsatvto icept c7ov armo 3taK84.1,8vot
PauX,e'bovtat; Kat pt,8v 8tj ei pt,8v Él< Épdnacov TóV
13É2atcycov aipoTo, ó?dywv áv csot tj Iiv1.4t; eiti• ei 3'
Él< tli)vá2,1.,cov TóV CSaut65 Élettli3ClótaTOV, ÉK 7CO216)V.
e e6crre 7COkú 7C2,CíCOV ÉX,7Ci,; ÉN/ Un; 7COUOT; óvta TDX£TV TóV
igtov ri; mi; cpt2da;.
Ei toívuv táv vóptov táv Kaeecurpc&ca 3É3otica;, puj
nueoptévow t65v ávepdyncov eivet3ó; csot yévitat, eix¿);
232a ÉCST1, t0ó; pi¿v Éplinaa;, armo; áv otopt,Évou; Kat '1)7Có tli)V
15,2,1,Coy '112,,oiicseat e6csicep aircoi); Énapetivat
tw 2,,Éyetv Kat 91,2,OttplOWLÉVOD; Ént38ficvDcreat icp6;
anavta; ótt cyl)K 7C87CóVlitav t0ó; puj
Épliwta;, KódttOD; óvta;, tó 13ÉktlatOV áVti T11;
3ó11; T11; icapá ávepdyncov aipacreat. Itt 38 'coi);
pt,8v ÉpéSvta; icaloi); ávávoi nueécreat Kat i38Tv
áKa.,aueoiSvta; 'COY; Épcoptévot; Kat Ipyov tonto
b 7C01,011ÉVOD;, e6crce, ótav 690fficst 3taX,eyóptevot
tótc aircoi); aíovtat íl yeyeviptévii; íl
pi£U0'1)611; ICSecreat T11; atemata; croveTvat• mi); puj
Épliwra; 0'1)3' aittácseat 3tá CYDvoycsíav Éntx8tpoikstv,
8i3át8; ótt ávayKaibv ÉcstlV íl 3tá cpt2dav te? 3taMyecreat
íl 3t, aUT1V TtVá tjcoviIv. Kat pt,8v 8tj 8i óot 38(:);
icapécsupav fiyouptÉvcp xaX,eiróv dvat cpt2dav cs1441,ÉVElV,
Kat aa.a.,(p pi,¿v 'manco 3tacpopá; yevopt,Évri; Kotviiv
c ápuparépot; Kataarivat csupupopáv, irpoept,Évou 38
csou á icept 7CX,CíCSTOD 7C0141, pleyeúaiv áv csotr32,áf3tiv áv
yevécreat, eix¿mo; áv mi); Épliwta; pt,&.2,,ov áv cpor3oTo•
Fedro 111

Pues los mismos enamorados reconocen que están más


locos que cuerdos, y que saben que no están en su sano
juicio, pero que no pueden dominarse. De modo que, una
vez recobrada su sensatez, ¿cómo podrían considerar
que están bien las cosas sobre las que toman una deci-
sión en ese estado? Además, si fuera entre los enamora-
dos donde escogieras al mejor, tu elección se haría entre
unos pocos. En cambio, si fuera entre los restantes donde
eligieras al más conveniente para ti, lo sería entre
muchos. De modo que, al estar entre muchos, es mayor e
tu esperanza de alcanzar al hombre digno de tu amistad.
Pero si temes la costumbre establecida, es decir, el que
al enterarse la gente caiga sobre tí el oprobio, lo natural es
que los enamorados, por creer que son objeto de los celos 232a
de los demás, como los demás lo son de los suyos, se
exalten hablando, y por vanagloriarse muestren ante todos
que no han pasado penas en vano; en tanto que quienes no
lo están, al saber dominarse, escojan lo mejor en lugar de
la gloria ante los hombres. Pero aún hay algo más, nece-
sariamente serán muchos quienes descubran a los enamo-
rados y los vean acompañar a sus amados y dedicarse a
eso, de suerte que, cuando se les vea conversar mutua- b
mente, creerán entonces que su trato con el amado es
debido a que se ha cumplido ya, o está a punto de cum-
plirse, su deseo. En cambio, a los que no están enamora-
dos ni siquiera se les ocurrirá el inculparlos por su trato,
puesto que saben que es algo normal que se converse con
alguien, bien sea por amistad, bien por cualquier otro
motivo de agrado. Y si te ha entrado miedo al considerar
que es difícil que la amistad se mantenga, y que, surgida
de cualquier manera una disensión, si bien la desgracia es c
común para ambos, para ti especialmente, si has hecho
entrega de lo que más estimas, el daño sería grande, lo
natural en ese caso es que temas más a los enamorados.
112 Occibpo5; 232c-233b

7CO2,1á yáp ainyó; ¿att Tá XionoiSvta Kat 7CáVT' ¿ni T1,1


aótó5v 132,árb voiagovat ytyveaeat. 3tóicep Kat tá; npó;
toi); IIX,Xot); té5v ¿pcoptévcov auvouata; álCOTO7CODCM,
cporkyóptevot toi); pt,8v oi)atav KEKTTIEVOD; µtj Xfyktacstv
ainoi); incepr30,,covtat, toi); 7CE7Cát3EWIEVOD;
CYDVÉCSEt KpEíTTOD; yévcovtat• té5v 110,.,Xo Tt KEKTIlptév(OV
d áyaeóv VID/ 3'óvaiatv icáatcyt) 91)2,,áttovtat. 7CEíaáVTE;
piEv 0'6V álCEXOECSeál a8 TO'bT0t; Et; Éprudav cpt2,cov
Kaetatáatv, ¿áv tó cauto aKoicó5v api,81NOVÉKEtVCOV
cppovti;, ig8t; ainoT; 8i; 3tacpopáv• 5aot puj ¿pffivt8;
Iroxov, ak2,.á 3t' ápetiiv Inpaav 7ov ¿3éovto, oúx áv TOT;
CYDV0i561, cpeovoTev, toi); pnj ¿eaovta; pitaoTev,
ijyo'bia8vot '67C' ÉKEtVCOV piEv incepopáaeat, '67Có TÓSV
e CYDVóVTCOV cbcp82,.daeat, e6ate noki) 7CXEúCOV ÉX,7Ci,; cpt2dav
ainoT; ¿K toiS nparyptato; íl Ixepav yeNdia8aeat.
Kat pt,8v 8tj tan/ pt,8v ¿pcbvtcov icoUot npótepov toiS
aktato; avallnicsav íl tóv tpónov Imoaav Kat tan/
5,2,1.,cov oixeínv Ipmetpot ¿yévovto, e6ate a3112,ov ainoT;
ei it TóTE Pou2diaovtat cOlot elvat ¿icet3áv
233a ¿ir t í a; icaúacovtat• toT; pnj ¿póSatv, oi Kat
npótepov la2,1;0.ot; Olot óvt8; m'Una Inpaav, oi)K
wv áv 8?) 7Cá0(061, m'Una eiKó; 0,,átt(0 VID/ cpt2dav ainoT;
notflaat, 'm'Una pilada KataX,8t9efivat TÓSV
piE2,1óVTCOV ICSecreat. Kat pt,8v 8tj 1382,,ttovt aot 7Cpocn'pat
yevéaeat 4.1,ot 7CEleOptéVq? íl Épacml. ¿Kdvot pt,8v yáp Kat
icapá tó Pattatov tá TE 2,,eyópteva Kat tá npattópteva
aatvoiSatv, tá pt,8v 383tót8; pnj ánéxecovtat, tá 38 Kat
b ainot xdpov 3tá VID/ ateupdav ytyVdx7KOVT8;.

232e ygvlicsayeat B: yevIcrOat TW


Fedro 113

Pues son muchas las cosas que les afligen, y creen que
todo sucede en su propio perjuicio. Por ello evitan el trato
de sus amados con los demás, temiendo que los que tienen
hacienda les sobrepasen con sus riquezas, y que los que
están educados les aventajen con su inteligencia. Y según
que cada cual posea una buena cualidad, se precaven ante d
su influencia. Así que, habiéndote persuadido a enemistar-
te con éstos, te ponen en una completa soledad de amigos;
y si tú, velando por tu interés, te muestras más sensato que
ellos, incurrirás en desavenencias con ellos. Por el contra-
rio, quienes, sin estar enamorados, han conseguido su
demanda en razón de su mérito no mirarían con malos
ojos a quienes tuvieren trato contigo; antes bien, abone-
cerían a los que no quisieran tenerlo, por considerar que
por estos últimos son menospreciados, y les son benefi-
ciosos, en cambio, los primeros. De modo que los que
aceptan sus requerimientos tienen muchos mayores e
motivos de esperar que sean amistades y no enemistades
lo que les reporte su relación con ellos.
Además, muchos de los enamorados son dominados
por el deseo del cuerpo antes de conocer el carácter y
tener experiencia de las demás particularidades de sus
amados, de suerte que para éstos queda en lo incierto si
aún querrán ser amigos, cuando cesen en su deseo. En 233a
cambio, en el caso de quienes no están enamorados y
consiguieron su demanda, existiendo previamente una
mutua amistad, lo natural no es que los buenos ratos
pasados disminuyan su amistad, sino que queden como
un indicio de los que va a haber en el futuro. Y, cierta-
mente, es de tu incumbencia el hacerte mejor, haciéndo-
me caso a mí y no a un enamorado. Pues esos hombres
alaban, incluso contra lo que es lo mejor, dichos y
hechos, en parte por temor a granjearse el encono de su
amado, y en parte también por tener ellos peor criterio de b
juicio por culpa de su deseo.
114 Occibpo5; 233b-e

totaiSta yáp ó IN); Ént3ÉtKvótat• 3ócstuxoóvta; ptév,


pnj kóicriv sois DIOl; 7CapÉX,El, ávtapá 7COlET VOpitElAr
E'ÓTDX0i5VTa; 3É Kat Te( pnj ij3ovii; 11( ta icap' ÉKEtVCOV
Énaívou ávayKaet tuyxavetv• e6cste 7coxú pth'Uov ÉX,C£TV
sois Épcoptévot; aótoó; npocMKÉt. Éáv 3É pot
neteu, 7Cparcov pt,Év 0'1) cljv icapoiScsav ij3oviiv eepandxov
csóvécsoptat csot, á2,X,á Kat n'IV plüloycsav cb982,,tav
c Icsecreat, cróx '67C' Eparco; TITT(bpiEVO; á2,1'Épt,autoi5
Kpatliw, cyó3É 3tá csiatKpá icsxupáv Ixepav ávatpoóptevo;
¿ú 3tá pi,eye0,,ar3pa3Éco; 62,Áriv ópyi'v 7C01,0'141EVN, Tli)V
plÉv áKaucsúcov crtryyvdlaiv xwv Te( ÉKoócsta icetpdizvo;
dlICOTpÉ7CEW tanta yáp Écstt cpt2da; iroX,óv xpóvov ÉcsotÉvii;
TÉKpdipta. Ei 3' ápa crol, 'ratito icapécrcriKev, cb; oóx otóv TE
tappáV cpt2aav yevécreat Éáv Tt; ¿pan/ tuyxavu,
d ¿vemadcreat xp1 ótt oiSt' áv 'coi); ód; icept icoUoi5
Énotoópteea oiSt' áv 'coi); icatépa; Kat tá; laryrépcq, oiSt' áv
>mamó; cp{Xou; ÉKÉKItizea, oi aóK Énteóptía; totaóri;
yeyóvacstv ÉÉTÉpcov biltri3emaáuov.
"Ert 3É, ei xpi sois 38011ÉVOl; piá2acsta xapgecreat,
irpocMKÉt, Kat top áxaots, µ1j T0i);13E2atCYTOD; aUZI, T0i);
dlICOMTáTOD; Ev 7COLETV. pizykruov yáp ánaki\ayévte;KaKliw
7C2£tCYTTIV xaptv aótoT; eicsovtat. Kat pt,Év 81j Kat Év vais
e i3tat; 3anavat; oú 'coi); 91.ou; igtov icapaKakeTv, á2,1.á
'coi); irpocsattoi5vta; Kat 'coi); 38011ÉVOD; 7C2J16110V11;*
ÉKETVOt yáp Kat áyaiMcsoucstv Kat áKo2,,cruNcsoucstv Kat É7Ci
Tá; eópa; igoócst Kat pi,a2acsta ijcsWicsovtat Kat aóK
ÉX,axícuriv xaptv e'ícsovtat Kat 7COUá áyaeá aótoT; siSovtat.
ák/1.,' 'km; irpocMKÉt oú TOT; C79ó3pa 38optÉvot; xapgecreat,
aki%á TOT; pie0acrca áno3oóvat xaptv 3óvaptÉvot;• cró3É TOT;
Épfficst ptóvov, áxxá TOT; TOiSicpayptato; gtot;•

233d icai rol; etkkot; BT: icáv mi; etkkot; Badham Hackforth:
xai róív etXXcov Aldina Theodoracopulos 1 233e ¿pihat TW:
npoaspóSat B: repoacuroZat Ast Schanz Burnet
Fedro 115

Pues he aquí los efectos que muestra el amor: a los des-


afortunados les hace considerar insoportable lo que a los
demás no produce pena, a los afortunados les obliga a
prestar su alabanza incluso a lo que no es digno de gozo.
De manera que a los amados conviene mucho más compa-
decerlos que envidiarlos. En cambio, si me haces caso a
mí, en primer lugar, en mis relaciones contigo no atenderé
tan sólo al placer del momento, sino también al provecho
que habrá en el futuro, sin ser vencido por el amor, sino
dominándome a mí mismo; sin dejarme arrastrar por un
fútil motivo a una gran enemistad, sino mostrando con cal-
ma a gran motivo poca ira; otorgando mi perdón a las
faltas involuntarias, y tratando de evitar las voluntarias.
Pues éstas son las pruebas de que una amistad ha de durar
mucho tiempo. Mas si por ventura se te ha ocurrido pensar
que no es posible que exista una profunda amistad, a no
ser que se esté enamorado, menester es que reflexiones d
que en ese supuesto no estimaríamos tanto ni a nuestros
hijos, ni a nuestros padres, ni a nuestras madres; ni serían
tampoco fieles amigos nuestros aquellos que no los hemos
creado por un deseo semejante, sino por otras relaciones.
Pero es más, si debe uno otorgar su favor a quienes más
lo solicitan, conviene, incluso en otras cuestiones, no hacer
bien a los mejores, sino a los más necesitados, porque cuan-
to mayores sean los males de que son liberados, mayor será
el agradecimiento que nos tendrán. E incluso en nuestros
banquetes privados lo indicado no es invitar a los amigos, e
sino a los mendigos y a los necesitados de un hartazgo.
Pues éstos nos querrán23, nos acompañarán, vendrán a nues-
tra puerta, se regocijarán grandemente, nos tendrán el
mayor agradecimiento, y pedirán para nosotros muchos
bienes. Pero tal vez no conviene otorgar nuestros favores a
quienes los piden con grandes instancias, sino a quienes
mejor pueden devolvernos el favor. Ni tampoco a quienes
aman simplemente, sino a los dignos de su concesión;
116 Oaibpo5; 234a-d

234a aó3e ócsot ni; (ni; e6pa; álcoX,cfficsovtat oíttve;


irpear3Dtépcp yevoptewp Tan/ cscpetépcov áyaeffiv
pteta3d)csoucstv• cró3e oí, 3tairpaálaevot, npó; toi);110,1ou;
cpti\ottpdicsovtat, díttve; ataxuvóptevot, npó; euravtg
cstwiMcsovtat• cyó3e sois 62,.,íyov xpóvov csicou3áoucstv,
áaaá TOT; Ópt0I,(0; 31,á icavtó; iov Píou 91.ot; ¿csoptévot;•
aó3e oíttve; icauki£V01 T11; Éntemata; Ixepa; npócpacstv
‘rit'íicsoucstv oí, icaucsaptévr4; ni; e6pa;, TóTE
b ctjv aircffiv áperliv ¿Iet380Vtat. CSD ODV TIISV rc eipiptévcov
pteptvicso Kat ¿K£TVO ÉVODIAOD, 2l, TOD; piEv Épffivra; oí
voueetoiScstv d); óvto; KaKoi5 iov ¿ictri3e'lltato;,
sois be puj ¿pfficstv aó3ei,; 7Cd»COTE TIISV OTKEI,COV Éllépavato
d); 3tá toiSto KaK6); PouXsuoilévot; itcpt
"km); ecv ovv Ipotó4,te cl, euracsív crol, icapatva) TOT; µtj Épfficst
xapgecseat. ¿yd) µev ()wat cró3' áv TóV Épffivra npó; effeccvtá;
c ae KázbEtV TOD; Éplávccq taórriv IX81V ctjv 3távotccv. oiSte yáp
T652,byq)2,.,41,13ávovt-t xápvco;'ícsri; gtov, oiSte csoir3aaopévcp
toi);110,1ou; Xaveávetv ópoíco; 3Dvatóv• &T 3e 132,.,árkiv
dm' aótoi5R38,tíccv cbcpe2dccv be 4.1,9oTv -yíyvecseat.
'Eyd) ptev ouv ficaválaot voi,d4o Te( eipiweva• cl, 3' Itt
TI, CSD icoeei,";, íryo'lltevo; icapa2£2,.,eTcpeat, ¿Orca».
(I)AI. Tí crol, cpaívetat evo Edwpate;, ó 2,.,óyo;; cróx
D7Cepcpué5; Té( rc 15,2,1a Kat sois óvóptacstv eipficseat;
d ES-1. Aati.tovíco; µev oi)v, evo eiaips e6crce píe ¿Kic2,arivat.
Kat tonto ¿yd) Inaeov 3tá csé ¿') (I)aT3pe, npó; cse
álcor3Miccov, ótt 4.tot ¿3óKet; yávvcreat D7Có iov 2,.,óyou
p.tetai) ávaytyvd)csmov•

234a navcsaltáv)E Ast: 7CCIAXTéyavot BT Thompson: navoltávrN


L Stallbaum: naDcsai.távou Hermann Burnet Robin: naucsoltáviE
Theodoracopulos: naucsai.távo? Heindorf: alii alia II 234c TÓ> X.(579
2,,altf3etvovn BW Bekker Stallbaum Robin Theodoracopulos: r
2,,aµ13ávovn. T Schanz Burnet Verdenius H 3á n BT Stallbaum Robin
Theodoracopulos: gtt Ti Heindrf Schanz Burnet: Vollgraff
csi) itoeci'; Ven. 189: un .67(411; BW: -0a; T
Fedro 117

ni a cuantos vayan a aprovecharse de tu lozanía, sino a 234a


quienes, cuando envejezcas, te harán partícipe de sus
bienes. Ni tampoco a los que, conseguido su empeño, se
vayan a jactar ante los demás, sino a quienes por pudor
callarán ante todos; ni a cuantos se interesan por poco
tiempo, sino a los que han de ser por igual amigos toda la
vida; ni, asimismo, a quienes, cuando cesen en su deseo,
buscarán un pretexto de enemistad, sino a cuantos, una
vez marchita tu lozanía, te mostrarán entonces su virtud. b
Conque acuérdate de lo dicho, y ten presente que a los
enamorados les amonestan sus amigos en la idea de que
su proceder es malo, y, en cambio, a los que no lo están,
jamás les censuró ninguno de sus familiares en la idea de
que por ello tomaban malas decisiones sobre sí mismos.
Tal vez podrías preguntarme si te aconsejo que otor-
gues tu favor a todos los que no están enamorados de tí.
Pero yo creo que ni siquiera el enamorado te exhortaría a
tener esa idea con respecto a todos los enamorados. Pues
ni al que toma tu favor con sensatez le resulta eso digno
de igual agradecimiento, ni a ti tampoco, si quieres pasar
inadvertido a los demás, te será ello posible por igual en
todos los casos. Y es preciso que de este asunto no resul-
te ningún daño, sino provecho para ambos.
En conclusión, yo por mi parte estimo suficiente lo
que, he dicho. Tú, si echas de menos algo, por considerar
que se ha pasado por alto, pregúntame».

¿Qué te parece el discurso, Sócrates? ¿No es una


extraordinaria pieza oratoria, entre otras razones, espe-
cialmente por su léxico?
Sócrates.—Divina ciertamente, compañero, hasta tal d
punto que quedé estupefacto. Y ese sentimiento lo he
experimentado por tu causa, Fedro, poniendo en ti mis
ojos, porque me parecías en medio de la lectura ponerte
radiante por efecto del discurso.
118 Ocd5po5; 234d-235b

íiyoúpievo; yáp cs¿ ptállov íl ¿pt,¿ ¿icatetv nepi Tan/


T01,0úTOW CSOi Kat enópievo; auver3áxxeucsa ',me(
ri; eeía; Kapakri;.
Elev• oíStco 8tj 3oKeTnagetv;
AoKéS yáp crol, nagetv Kat cyóxi eanou3aKevat;
e JAI. 1\4341,16;, evo Edwpate;, ¿O: cb; ákrieé5; sine
npó; Ató; cpt2dou, oiet áv rtva xcty Ei7CETV auov tésv
`Ea.,2div(ov gtepa TO'ICCOV pides Kat 7C2,EI,C0 nept tov aicoi5
npántato;;
ES-1. Tí 3É; Kat taírrn 38T '67C' 410i5 rc Kat csoi5 tóv
2,.,óyov enatvefflivat, cb; Te( 3Éovta eipixóto; iov notruoiS,
á2,1.,' oúx exeívu pióvov, ótt cswpfi Kat a tporta.a, Kat
áxpt1316; gicacsta TéSv óVOiláTCOV de7COTETOOVEDTCU; si yáp
38T, croyxcopritéov xáptv e7C8i ¿pté ye aaeev '67Có TI];
235a ¿jai]; cyó3evía;• iw yáp Pritopti<65 aicoi5 pióvcp tóv voi5v
npocseTxov, tonto cyó3' airróv c'tSpiriv Aucríav oiecreat
ixavóv sivat. Kat oi)v piot 13oev, evo (DaT3pe, si pd) TI,
aú a2,1,0 2,,Éyet;, 3i; Kat 'mi; Te( airrá eipiKevat, cb; cyó
7CáVO eimopffiv TOiS 7CO2,1,á 2,,Éyetv nept iov aicoiS, íl icsan
aó3ev aic65 piaov TOiS T01,0úTOD. Kat ecpaíveto piot
veavte'becreat e7C1,381,KV1 18VO; do; OTO; rc ¿,6v tairrá
Étépco; rc Kat Étépco; 2,,Élkov kupotépco; Ei7CETV aptata.
b JAI. 063ev 2,Éyet;, evo Edwate;• aircó yáp tonto Kat
pie0acrca ó 2,.,óyo;IX£1, TIO'V yáp ¿vóVTOW áíco; Piefivat
iw npántatt cyó3ev napaW,otnev e6cce napá Te( ÉKCíVq?
dm-nieva <áv> 7COTE 3úvacreat Ei7CETV 7C2,EI,C0
Kat 7C2,,EI,OVO; Cl ta.

235a ay ante airróy add. Burnet: ante ciSp.rpi Thompson: post


oVsa0at Ast II Kai Hermann Burnet Robin Theodoracopulos:
Sucatohy B: Silo:muy ovv TW: Kai Srl oiSy Thompson Verdenius II
235b Aldina: p.riSlya codd
Fedro 119

Te seguía por considerar que tú entendías más que yo de


tales cosas, y al seguirte me contagié del delirio báquico
que tú, divina cabeza, tenías.
Fedro.—j Vaya! ¿Conque decides tomarlo a broma?
Sócrates.—¿Te doy la impresión acaso de bromear y
no hablar en serio?
Fedro.—En modo alguno, Sócrates, pero dime la ver- e
dad, por Zeus, patrón de la amistad, ¿crees que algún
otro griego podría decir cosas mejores en calidad y
mayores en cantidad sobre el mismo tema?
Sócrates.—¿Y qué? ¿Debemos alabar nosotros, tú y
yo, el discurso también en el sentido de que su composi-
tor ha dicho lo debido, y no sólo en aquel otro de que
cada una de sus palabras ha sido torneada con claridad,
rotundidad y exactitud? Pues si es preciso hacerlo, te lo
he de conceder como un favor, ya que a mí se me escapó
por culpa de mi nulidad. En efecto, únicamente presté 235a
atención a su parte retórica, pero ni siquiera en este
aspecto pensé que el propio Lisias lo considerara satis-
factorio. Es más, Fedro, me pareció, a no ser que tú digas
otra cosa, que repetía dos y tres veces los mismos con-
ceptos, como si no estuviera sobrado de inspiración para
decir muchas cosas sobre el mismo tema, o quizá como
si no le importara nada semejante empeño. Asimismo se
me revelaba pueril al demostrar que era capaz de decir
lo mismo de una manera y de otra, y de hacerlo esplén-
didamente en ambas.
Fedro.—No dices nada de peso, Sócrates. Pues esa b
misma condición la posee, y en grado sumo, el discurso.
En efecto, de las cuestiones implicadas en el tema que
merecían ser expuestas, no ha pasado por alto ninguna,
hasta el punto de que en comparación con lo dicho por él
ninguno podría jamás decir más palabras y de mayor
valía.
120 Occibpo5; 235b-e

ES-1. ToiSto ¿yd) C701, O'ÓKÉT1, Oló; ECSoptat ineecreat•


icaX,atot yáp Kat csocpoi áv3pe; rc Kat yuvai,'Ke; icept
aótó5v eipixóte; Kat yeypacpóte; ¿e2,.,eyoucsí µc ¿áv
crol, xapit;óptevo; csuyxcopéS.
c JAI. TíVE; OZTOt; Kat noiS csi) 13E2aí(0 TO'ImOV
áKl'il<Oa;;
ES-1. Ni'ív ptev armo; oil< Iza) Et7CETV. 3fiX,ov ótt
ttvéSv áKfiKoa, íl 7COD Eampoi'); tS Ka2a1;íl Avaxpeovto;
ton csocpoiS fi Kat cmyypacpecov T1NÓSV. 7Có0EV 31j
temaatpóptevo; M'ya); 70,:flpe; nen, w 3atiaóvte, tó atfieo;
aicseávoptat icapá m'Una áv xcty cbtcTv Etepa µfi
xetpco. ótt pi,ev oi)v icapá ye 4.1,autoiS cró3ev a'ótó5v
¿vvevóiKa, e?) ol8a, crovetM; 4.1,aut65 ápiaetav• 2£t7CETat
d &fi, olptat, i á2,1.,otptcov 7Coe¿v vaptátcov 3tá áxofi;
iceickfipfficseat pie 3ficriv áyyetou. i)icó vweeía; a?) Kat
aótó TOiSTO &TM; TE Kat INPUNCOV fixoycsa.
(DAI. yevvatótate KáUtcsta eipiKa;. csi) yáp
4.1,ot lvttvcov pi,ev Kat 5icco; fixoucsa; áv KE2X1)(0
einta;, m'Uno aótó 8 Myet; noticsov• té5v T65134132dcp
13E2aí(0 rc Kat µfi 0,,átt(0 Etepa incearicsat cbtcTv TO'ImOV
dlICEXópiEVO;, Kat crol, ¿yd), e6csicep oí ¿vvéa ápxovte;,
inctaxvoiSptat xpucsfiv eiKóva icsoptétpitov ei; A82,xpoi);
e ávaeficsetv, cyó ptóvov 4.1,autoiS á2u1.,á Kat afiv.

235d indaxnaat Burnet: unoaxÉcset codd. II óímrsp oi ¿vvÉa


Ctpxovre secl. Von der Mühll
Fedro 121

Sócrates.—De eso yo ya no seré capaz de dejarme


convencer por ti. Pues sabios varones de antaño hay y
mujeres que, por haber hablado y escrito sobre estas
cuestiones, se encargarán de refutarme, si yo por congra-
ciarme contigo te doy la razón.
Fedro.—¿Quiénes son ésos? ¿Y dónde has oído tú
razones mejores que éstas?
Sócrates.—Ahora y así, de pronto, no puedo decirlo.
Pero es evidente que se las he escuchado a alguien, bien
fuera a Safo la bella, o a Anacreonte el sabio, o incluso a
ciertos prosistas24. Y ¿de dónde saco yo mi afirmación?
Por tener, divino amigo, en cierto modo el pecho rebo-
sante, me doy cuenta de que podría decir otras razones
no inferiores a éstas. Y que ninguna de ellas las he idea-
do por mí mismo bien lo sé, estando como estoy cons-
ciente de mi incompetencia. Por ello sólo queda, creo yo, d
el que en alguna parte, en fuentes ajenas y de oídas, me
haya llenado de ellas a la manera de una vasija. Pero por
culpa de mi estupidez incluso tengo olvidado cómo las
oí y a quiénes se las escuché.
Fedro.—Bien dicho, mi noble amigo. Mas tampoco te
invito yo a que me cuentes a quiénes y cómo las escu-
chaste. Haz tan sólo lo que dices. Has prometido decir
otras razones mejores en calidad y no inferiores en
número a las contenidas en el volumen, sin tocar éstas.
Yo por mi parte te prometo, como los nueve arcontes25,
consagrar en Delfos en oro y en tamaño natural, no sólo
mi estatua sino también la tuya. e
122 Occibpo5; 235e-236c

ES-1. (Hamo; Él Kat d); Waie6); xpvcsoi5;, w (DaT3pe,


á 7 µc día 2,,Éyetv d);Aucría; toi5 icavtó; ílitápriKev, Kat
,
01,0V rc 8rj >Trape( icávta taiSta Dla Et7CETV. tonto 3É,
olptat, cú3' áv TÓV cpauX,ótatov icaedv avyypacpéa.
airdica icept o?) ó tíva oict 2,,Éyovta d); xpii pul]
Épffivtt pt,állov íl Épffivtt xapgecreat, icapévta ton µÉN/ tó
236a cppóvti.tov Éymoiatáetv, toi5 TÓ a9Ó0V yéyetv,
ávayKaTa yoi5v óvta ax,a: ítta g£1,V 2,,Éyetv;
olptat, tá pdv totaiSta Éatéa Kat cruyywocstéa 2,,Éyovtt• Kat
tan/ µÉN/ T01,0ÚTCOV 015 n'IV 88peatv 31ABECYlV
É7CCUVETÉ0V TÓSV puj ávayicaícov TE Kat xaX,Éné5v c15pcTv
npó; ti] 3taeécset Kat 'n'IV 88peatv.
Evyxa)pa) 8 2,.,Éyet;• ptetptco; yáp ptot 3oKÉT;
eipiKévat. 7C01,1'16(0 ODV Kat Éyd) 0{ST(0;• TÓ piEV TÓV
b ¿pawta ton pul] ¿pan/u); voadv 3d)csa) crol,
incotteecreat, tffiv Xoticaw gtepa icX,Éíco Kat icX,Étovo;
gta eindw tffiv toi5Aucstou icapá tó KITÉX,t3ó5v áváeruaa
agyupiV,,ato; '02aucía atáeitt.
ES-1. 'Ecsicub3aKa;, 71; (DaT3pe, ótt crol) tffiv icat3tKaw
ÉneX,a13ópniv Ép£C7X112AV CSE, Kat oiet pic d); Waie6);
É7ClX,Ctpl'1681,V ElICETV icapá irjv ÉKEtVOD CSocptav gtepóv it
7C01,10,2ATEÓ0V;
Elept µÉN/ TOÚTOD w Ole, sis Más óptota; 2,.,ar3á;
c ÉW.,Dea;. Pinéov µÉN/ yáp crol, icavtó; ptállov armo;
5icco; OTÓ; rc El' Vva puj tó tffiv Km.tp365v cpoptucóv
irpdypta ávayicad .1,80a 7COlETV ávtano3t3óvte; á2,42,.,ot;
eaarMieritt Kat puj rkyaiDD µs ávayKácsatXÉyÉtv ÉKETVO TÓ
Éyd), w 'Ed)Kpate;, Ea)Kpátiv áyvo6), Kat 4.1,autoi5
Ércti\buicsiaat», Kat 6ti,«É7CE9ÓpiEt plÉv Myetv, É007CTETO 3É».

236b Té'W Aoatou T2 recc.: ribiSE Averío.» TW: siaóvto;


Atüriou B: TüívSs Váv Atüriou Vahlen: tirw Aucríau edd.: TüSvSs
scrip. Burnet Robin secludentes Auatoo: rüSvSE Aucsiou secl. Von
der Mühll I1 236c 'íva S¿ T Robin Verdenius: iva Burnet.
saul3fiOryrt secl. Cobet Schanz Thompson Burnet Vollgraff
Fedro 123

Sócrates.—Tú sí que eres, Fedro, además de excelen-


te amigo, verdaderamente de oro26, si crees que yo digo
que Lisias ha errado por completo su meta, y que es
posible decir otras razones diferentes a todas éstas. Esto,
creo yo, no le podría ocurrir ni al más vulgar escritor.
Por ejemplo, en lo que respecta al tema del discurso,
¿quién crees que diciendo que se debe otorgar favor al
no-enamorado con preferencia al enamorado, si pasa por
alto el encomio de la cordura y la censura de la insensa- 236a
tez, tópicos sin duda obligados, va a poder hacer luego
alguna otra consideración? Son éstos, a mi entender,
puntos que se han de dejar y permitir al orador; y en
ellos no se ha de alabar la invención, sino la disposición.
En cambio, en los que no son obligados de tocar, pero
son difíciles de inventar, además de la disposición ha de
alabarse la invención.
Fedro.—Admito lo que dices, pues me parece que te
has expresado con mesura. Así que obraré también yo
así. Te daré como tesis que el enamorado padece de un b
mal mayor que el no enamorado; y si en lo demás das
más argumentos y de mayor valía que los de Lisias, que-
de erigida una estatua tuya, trabajada a martillo, en
Olimpia junto a la ofrenda de los Cipsélidas27.
Sócrates.—Je has picado, Fedro, porque ataqué a tu
amado Lisias por burlarme de ti? ¿Crees acaso que yo de
veras voy a tratar de decir, en competición con su talen-
to, otra cosa más florida?
Fedro.—En esto, amigo, te dejaste coger por la misma
llave28 que yo. Ante todo has de hablar conforme a tu capa- c
cidad; y a fin de que no nos veamos obligados a desempe-
ñar el vulgar oficio de comediantes, intercambiándonos
mutuamente las invectivas, ponte en guardia, y no quieras
obligarme a decir aquello de «si yo, Sócrates, no conozco a
Sócrates, me he olvidado también de mí mismo», y lo de
«ardía en deseos de hablar, pero hacía melindres»29.
124 Oaibpo5; 236c-237a

á2,1,á 3tavoiyitt 5tt ÉvteiSeev cróK ántptev npiv áv ai)


cap; á Igniaea CST1'1081, xcty. ÉCSia¿v ptóva)
d ¿priptlq, taxupótepo; 3' Éyd) Kat V8d)T8p0;. ÉK
álcávuov TOÚTCOV «CTÓVC; 5 T01,2,,Éya)», Kat pti3apt,6); npó;
13íav Pou2aielis,jaálX,ov íl ÉldovX,Éyetv.
ES-1. ptaKápte (DaT3pe, yeXoTo; Iaoptat icap'
áyaeóv notirliv i3tán; aircoaxe3tácov icept Tan/
aircffiv.
(1)Al. Olae' d); Iza; naiSaat npó; pte Ka2,1xontóptevo;•
axe3óv yáp Iza) 8 eindw ávayKáaa) aeXÉyetv.
ES-1. Mi341,6); toívuv
OiSK, á2,1.,á Kat 8tj M'ya). ó 3É µoí 2,.,óyo; 5pKo;
lana. kivulat yáp aot—tíva pi,ÉVT0t, tíva eeffiv; ijr3a1)X,et
e 'n'IV ic2,áravov tautiví;— tl pdiv, Éáv µoí pnj ami; tóv
Xóyov Évavtíov aúitls taúni;, pni3Énoté aot gtepov
2,.,óyov wri3Éva pal3evó; WITE É7C1,88*tV WITE Éalry82,.,8Tv.
ES-1. Bar3aT, w µtapé, d); e?) áviiiSpe; itjv áváveriv
áv3pi 911,o2,.,óycp 7C0t£TV 8 áv Ke2,,d)11;.
(I)AI. Tí 3fita Ixa)v atpápu;
ES-1. aó3ev it É7C81,31"1 CSÚ ye tanta ópt,d)ptoica;. ica);
yáp áv OTÓ; CiTIV 'común]; eoívi; ánéx,eaeat;
237a (I)AI. M'ye 31
ES-1. Olae' ouv dn7C011'ICSOY,
ToiS népt;
ES-1. 'EyKakowápievo; Ép6), 5tt táxtata 3ta3pápo
tóv 2,óyov Kat pnj 132,Éna)v npó; ae '67C' atCYXÚVTI;
3tairopffiptat.
(I)AI. M'ye ptóvov, Te( 3' 11(2,1.,a 5icco; 130'a.£1, 7C0t8t.
Fedro 125

Hazte a la idea de que no nos marcharemos de aquí has-


ta que no digas lo que, según tu anterior afirmación,
tenías en el pecho. Estamos los dos solos en lugar desha-
bitado, y yo soy más fuerte y más joven. De todo esto d
«comprende lo que te digo»", y no prefieras por ningún
concepto hablar a la fuerza a hacerlo de buen grado.
Sócrates.—Pero, bienaventurado Fedro, ante un buen
escritor, yo, un profano, haré el ridículo al improvisar
sobre los mismos temas,
Fedro.—¿Sabes cómo está el asunto? Cesa de fingir
ante mí. Pues tengo en la punta de los labios lo que he de
decir para obligarte a hablar.
Sócrates.—Entonces, de ningún modo lo digas.
Fedro.—iQuiá!; ahora mismo lo estoy diciendo. Y mis
palabras serán un juramento. Te juro en verdad —pero ¿por
quién, por qué dios?, ¿o prefieres que sea por este plata- e
no?"— que, si no me pronuncias tu discurso ante este mis-
mo árbol, jamás te volveré a leer o a dar noticias de ningún
otro discurso, fuera de quien fuere.
Sócrates.—¡Ay!, granuja, ¡qué bien descubriste el
medio de coaccionar a un hombre amante de discursos a
hacer lo que ordenes!
Fedro.—Entonces, ¿qué excusa tienes para zafarte?
Sócrates.—Ninguna ya, una vez que tú has hecho este
juramento. Pues ¿cómo sería yo capaz de abstenerme de
semejante deleite?
Fedro.—Habla, pues. 237a
Sócrates.—¿Sabes qué voy a hacer?
Fedro.—¿Respecto a qué?
Sócrates.—Me voy a cubrir el rostro para hablar, a fin
de pasar de punta a punta el discurso, corriendo a toda
velocidad, sin azorarme de vergüenza al mirarte.
Fedro.—Habla de una vez, y haz lo demás como
quieras.
126 Oaibpo5; 237a-237d

ES-1. 'Mete , w MoiScsat CITE 3t' c'p311;87,3o; Myetat,


EiTE 3tá yévo; µ,01)61,KóV Tó Atybcov taúniv Xsi'
É7CCOvupdav, «túµ ptot ár3 86 e 8» T0i5 pUbOOD, 5v µE
ávayKáct ó PaTtCYTO; aln0C7i 2,,Éyetv, Vv' ó
b aótoiS, Kat npótepov 3oKéSv ioúiw CSocpó; sivat vi5v Itt
ptaUOV

'Hv armo 5i rcais pt,állov ptetpaidcwo;, pt,á2x


Ka2,ó;• ijcsav ¿pacstai 7CáVO 7COUOt. Et; 3É Tt;
aircliSv aiva.o; ijv, 8; cyó3evó; ijVCOV ÉpéSv ¿7C87Cdx£1, TóV
icaT3a do; aóK ¿pcjyri. Kat 7COTE aótóv aité5v 17C81,08V toi'd
aircó, do; pnj ¿péSvtt npó iov ¿pliSvto; 3Éot xapgecreat,
avyév TE 703E—

«Elept icavtó;, w >mi, púa ápxii ToT; ptalkyucst Ka2,16;


c PoDX,e'ócsecreat• ei3Évat 38T icept o?) áv 11 tl Pou2,di, íl
icavtó; ápiaptávetv áváryieri. 'coi); 7COU0ó; MktleEV ÓTt
aÓK iaacst ti v o'ócríav KáCSTCYD. d0; 0?)V Et3óTE; cyó
3toptóXoyoi5vtat ¿v ápxfi csKékveco;, 7Cp0áBóVTE;
Tó eiKó; áno3t3óacstv• oiSte yáp oiSte á2,1;0.ót;
óptoX,oyoiScstv. ¿yd) oi)v Kat csi) pnj iráecoptev 8 aU0t;
atT1416511EV, d(U' É7CE1,31j CSoi Kat 4.1,ot ó Xóyo; npóKettat
nótepa ¿péSvtt íl pnj ptállov sis cpt2aav itéov icept
Iparo; otóv ECYTt Kat ijv 12(V, 3'óvaiatv, óptamytá
d eépLEVOt 5pov, sis TOiSTO dlICOP.E7COVTE; Kat áva9Épovte;
VID/ CSKÉytv notdblacea CITE cbcpe2dav CITE PAPTIV 7CapEX,Et.
ÓTt piEv 0?)V Ólj Éntemata Tt; ó Epan, &num 3112,.ov•
Fedro 127

Sócrates.—Ea, pues, Musas melodiosas, bien sea la


naturaleza de vuestro canto, bien el pueblo musical de
los Ligures" la causa de que hayáis recibido esta deno-
minación, prestadme vuestra ayuda en el mito que me
obliga a contar ese hombre excelente que veis ahí, a fin
de que su compañero, que ya antes le parecía sabio, se lo b
parezca ahora todavía más.

Era una vez un niño, o, mejor dicho, un mozalbete,


sumamente bello, que tenía muchísimos enamorados. Era
uno de ellos ladino y, a pesar de que estaba prendado de
él más que ninguno, teníale convencido de que no le
amaba. Un día, inquiriéndole de amores, trataba de per-
suadirle precisamente de que se debía otorgar el favor al
no-enamorado con preferencia al enamorado, y decía así:

«En todo asunto, muchacho, sólo hay un comienzo


para los que han de tomar una buena determinación. Es
preciso conocer aquello sobre lo que versa la determina-
ción", so pena de errar totalmente. Pero a los más les
pasa inadvertido que no conocen la realidad de cada
cosa, y sin ponerse de acuerdo en la idea de que conocen
su objeto al principio de la deliberación, en el transcurso
de ésta reciben el natural castigo; no llegan a un asenso
ni con ellos mismos, ni entre sí. Así que, no nos vaya a
ocurrir a ti y a mí lo que censuramos a los demás, y
puesto que tenemos planteada la cuestión de si es la
amistad del enamorado o la del no-enamorado la que se
debe buscar con preferencia, hagamos primero de mutuo
acuerdo una definición sobre el amor, sobre su naturale-
za y su poder, y luego, poniendo en ella la vista y refi- d
riéndonos a ella, hagamos el examen de si acarrea prove-
cho o perjuicio. Ahora bien, que el amor es una especie
de deseo está claro para todo el mundo.
128 Occibpo5; 237d-238c

ótt 3' ai) Kat puj ¿péSvte; ate110i561, TIO'V KaVi5v,


tóv ¿pliSvtá rc Kat puj KptvoiSpiev; 38T av voficsat ótt
N .1,65v ¿v KáCSTO? 8úo tW ¿CSTOV i3éa ápxovte Kat áyovte,
otv ›reópteeal) áv áritov, rj pt,¿v Iptcputo; oZcsa atemata
ij3ovó5v,a2,111 3¿ ¿ictierrito; 8ó a, Oteptévri toi5 ápícstau.
e TO'Im0 3¿ ¿v rjµiv TOTE piEv ópi3OVOETTOV, ICYTt 3¿ ótc
CSTUaláCTOV. Kat TOTE piEv .'cépa, 15,2,10TE 3¿ tépa
Kpatei: 3óri; pt,¿v oi)v Tó aptatovX,óycp árybari; Kat
238a Kpatcybari; iw Kpátet csexppocróvi óvopta• ¿ictemata; 3¿
á2,óyco; alozybari; IVOVá; Kat ápácsri; ¿v rti
ápIti iír3pt; ¿iccovoptácseri. iír3pt; 8: 8fi 7COXiOdmplOV•
7C0X41,EX,E; $p Kat 7COXiDEl3E; Kat TaóTCOV TÓSV i3E16V
¿K7COE7C1j; ij 11V róXI1 yevoptévri, TljV aircri; buovviatav
óvoptaóptevov TóV Ixovta icapéxetat, oiSte TtVá Ka2ajv
oiSt' ¿Tratav KeKtficseat. icept pt,¿v yáp ¿3co3iiv KpatoiScsa
toi5 2,,óyou rc T0i5 ápícstau Kat tan/ 15,2,1(ov betel11AV
b ¿ictemata yacstptiaapyta rc Kat TóV Ixoyca taótóv tonto
KElv\TIptévov icapéetat• icept 3' ai) ptéea; tupavveúcsacsa,
tóv KEKTMLÉVOV móvil ayoucsa, 3112,,ov o?) TE'bETCO,
irpocspi'llaato;• Kat taX,X,a 8rj Tá TaóTCOV á382,cpá Kat
á382,.,916v atemató5v óvóptata ir1S áci 3Dvacsteucybari;1)
7Cpocn'pat KaX,ET,creat irpó3iX,ov. ij; 3' gvexa icávta Tá
npócseev eintat, axe3óv pt,¿v fi3ri cpavepóv, X,exe¿v 3¿íl
puj X,exe¿v 7CáVTOn CSacpécrcepov• rj yáp áveDX,óyou 3óri;
c ¿ni tó ópeóv ópiadxsti; Kpatíicsacsa ¿ictemata npó; ij3oviiv
áxedcsa Ká2,1.,au;, Kat i)icó av tan/ avyyevéSv
ateDWAV ¿ni CYCOpiáTCOV Ká2,10; ¿pfoptévco; PcocreeTcsa
vudicsacsa áycoyfi, dm' airri; ni; Pdari; buovviatav
2,ar3oiScsa, Ipan ¿K9dieri».

238a nokoett3C; ahí alio in ordine codd. Stob.: nokopcpÉ; Burnet


Fedro 129

Asimismo, el que también los que no están enamorados


desean a los bellos es algo que sabemos. ¿Con qué criterio,
pues, discerniremos al enamorado del no-enamorado? Preci-
so es de nuevo distinguir que en cada uno de nosotros hay dos
principios rectores o conductores, que seguimos doquiera que
nos guíen: el uno es un apetito innato de placeres, y el otro, un
modo de pensar adquirido34 que aspira a lo mejor. A veces
tienen ambos en nosotros un mismo sentir, otras, en cambio, e
están en pugna. En ocasiones es uno el que domina, en otras,
el otro. Si es ese modo de pensar que guía hacia lo mejor
mediante el razonamiento el que detenta la victoria, se da a
ésta el nombre de templanza. En cambio, si es el apetito que 238a
arrastra irracionalmente hacia los placeres lo que en nosotros
domina, se aplica a este dominio el nombre de intemperancia.
Pero la intemperancia tiene muchos nombres, pues consta de
muchos miembros y formas; y entre esas sus formas aquella
que por ventura se haga notar confiere su nombre a quien la
posee; un nombre ni bello ni digno de llevarse. En efecto, si
es en lo relativo a la comida donde prevalece el apetito sobre b
la noción de lo mejor y los restantes apetitos, se llama enton-
ces glotonería, y hace que se llame glotón a quien lo tiene. A
su vez, si es en lo tocante a la embriaguez donde se muestra
como un tirano, y por ese camino conduce a quien lo posee,
está claro qué denominación recibirá. Y en lo que respecta a
los demás nombres hermanos de éstos y de apetitos herma-
nos, es asimismo evidente el que conviene aplicar, según sea
el que en cada caso ejerza su despótico dominio. Mas ¿cuál
es el apetito por cuya causa se ha dicho todo lo anterior? Poco
más o menos ya está claro, pero, si se dice, quedará de todas
formas más claro que si no se dice: el apetito que, prevale-
ciendo irracionalmente sobre ese modo de pensar que impul-
sa a la rectitud, tiende al disfrute de la belleza, y triunfa en su
impulso a la hermosura corporal, fuertemente reforzado por
sus apetitos parientes, es el que, recibiendo su denominación
de su misma fuerza, ha sido llamado amon>35.
130 Oaibpo5; 238c-239a

Atáp, evo 91.8 (DaT,398, 3oKéS TI, CS0t, ekSairep 4.1,aut65,


OETOV 7Cá00; nenoveévat;
Hávu pi,Cv oi)v, evo Edwpatc;, icapá tó cicoeó;
ciSpotá Tí; ac c'í2aicpcv.
ES-1. DT] toívuv ptoy C(KODC. T45 ÓVTI, yáp Ocios EOIKEV
d ó Tó7C0; mut, &ate ¿áv apa 7CO2JAKI,; vuinókructo;
npoióvto; toi5 2,.,óyou yévcoptat, puj eamaáau;• tá vi5v yáp
O'ÓKÉTI,icóppco 3teupálar3cov cpeéyyoptat.
A9aieéatata X,Cyct;.
Ea TO'l/TCOV plÉVT01, CSó autos. tá Xotirá CCICODC.
'km; yá,p Káv álCOTO7C01,TO Tó É7CIÁV. TaiSta pi,Cv oi)v 0845
npó; tóv rcai8a 7CEÚJ,V T45 2,.,óycp ttéov.

«Elcv evo 9Éptatc• 8 pi,Cv 8tj ruyxávet 8v icept ov


PoyX,curéov cipitat rc Kat e6ptatat, 13X,Énovre; 8: 8tj
e npó; ccótó Tá X,01,7Cá Mycoptcv Tí; cbcpc2da íl 132,ár3ri ligó rc
¿pan/u); Kat puj T45 XaKoptévcp cixóto; amarYiactat.
T45 31j '67Có atemata; ápxoptévcp 30DXZbOV'tí rc 001
áváyKri 7COD TóV Épcbiaevov do; fi 3tatov a'utItS
icapaaKeváctv voaoi5vrt 7t 1V Tó µtj áVTI,TETVOV,
239a KpETTTOV .1.¿ Kat iaov ¿xepóv. oiSte 31j KpáTTCO OiSTE
1,60'141EVOV Éld0V Épacmj; icat3tKá ávéctat, fittco .1.¿ Kat
'67CO3EÉCSTEpOV áci áncpyáctat• fittcov ápiaeii; aocpoiS,
38116; áv3petcu, á&Uvato; Et7CETV ÓTITopticoi5, r3pa3i);
á'yXíVOD. TOCS0úTCOV KaKó5v Kat Itt 7CUIÁSVCOV Katá itjv
3távotav ¿paatijv ¿pcoptévcp áváyKri ytyvoptévcov rc Kat
gybact ¿vómov, té5v pdv Ocaeat, Tá icapaaKeváctv,
íl atépcaeat toi5 icapaytfica IVÉN.
Fedro 131

Pero, oh, amigo Fedro, ¿no te parece, como a mí, que


he pasado por un trance de inspiración divina?
Fedro.—En efecto, Sócrates, contra lo acostumbrado
se ha apoderado de tt una vena de elocuencia.
Sócrates.—Escucha en silencio entonces. Pues en
verdad parece divino el lugar, de suerte que, si al avanzar d
mi discurso quedo poseído por las ninfas, no te extrañes;
que por el momento ya no ando muy lejos de entonar un
ditirambo.
Fedro.—Gran verdad es lo que dices.
Sócrates.—Y el causante de ello eres tú. Pero escucha
el resto, que tal vez esa desgracia inminente pueda evi-
tarse. Pero de eso se cuidará la divinidad. Nosotros
hemos de dirigirnos de nuevo al muchacho con nuestro
discurso.

«Está bien, buen amigo. Lo que es el objeto sobre el


que hemos de deliberar queda dicho y definido; así que,
poniendo nuestra vista en ello, digamos lo que queda por
decir: ¿qué provecho o perjuicio, según las probabilida- e
des, sacará del enamorado y del no-enamorado quien les
conceda su favor? De hecho, quien es súbdito del deseo
y esclavo del goce necesariamente pone al amado en
situación de procurarle el máximum de placer. Porque
para quien está enfermo es grato todo lo que no se le
opone y aborrecible lo que le domina o es su igual. Así, 239a
pues, el amante no soportará de buen talante que el ama-
do sea superior a él o se le iguale, y lo hará siempre
inferior y más débil. E inferior es el ignorante al sabio, el
cobarde al valiente, el incapaz de hablar al orador, el
lerdo al avispado. Produciéndose tantos males —y aún
más— en la inteligencia del amado, y también existiendo
en ella por naturaleza, necesariamente el amante se ale-
grará de estos últimos y preparará los otros, so pena de
quedar privado de su placer del momento.
132 Ocd5po5; 239b-239d

b cpeovepóv 8tj ávávoi elvat, Kat no2,116v pt,¿v Dlcov


avvoycstaw ánetpyovta Kat cbcpeMpuov 508v áv pt,á2acst'
áviip ytyvotto, pi,eyeúa]; di:my elvatf3Xár3i;, pteykstri;
ni; 5 eev áv cppovtiaárato; tonto ij ()eta
címlocsocpta nryxávet 6v, ij; ¿pacmjv icat3tKá áváveri
icóppweev eipyetv, iceptcpor3ov óvta ton Karacppoviefivat•
Tá rc 11W.,a pnixavácseat aco; áv 11 icávta áyvoffiv Kat
icávta ducor32,,bccov ei; tÓV ¿pacdiv, olo; ¿,6v iw pt,¿v
01,6t0;, ÉaIrc65 132,,a138párato; Tá piEV OZV
c Katá 3távotav ¿Iettp07C05; TE Kat Kotvcovó; cyó3aputi
kDatTEMI; áviip Ixcov
Tijv csdwro; gtv rc Kat eepandav can/ rc Kat
do; eepaneúcset o?) áv yévitatiebpto;, 8; ij3i) npó áyaeoi5
iiveryKaatat 3iáKetv 38T laCtá tanta í6civ. ONcsetat
pi,a2,,eaKóv nva Kat al) cst8p£05V 3tdmov cú3' ¿v '1'124
Kaeap65 teepapiltévov á2,1.á incó cruptlatyd csKtá, icóvcov
pt,¿v áv3peínv Kat i3pdruov euretpov, Ipmetpov
d ánakii; Kat áváv 3pou 3tattri;, á2,1,otptot; xpdlaacst Kat
Kócsiaot; OtKEtCOV KOC7110ÚpIEVOV, ócsa rc DIU
TOÚTOt; EICETát icávta ¿ictri3e'bovtaá 3112,,a Kat oi<
igtov icepattém npor3aívetv, gv Ke90,,atov
óptcsaptévoy; ¿Ir' 11(2,10 iévat• TÓ yáp totoiStov cskta ¿v
7COXER) rc Kat 15,2,1,at; xpetat; ócsat pteyálat oí µ¿v ¿xepoi
eappoiSatv, oí 3.¿ 91.,ot Kat aircoi oí ¿pacrcat cpor3oi5vtat.
Fedro 133

Por fuerza, pues, habrá de ser celoso; y al apartar a su b


amado de muchas provechosas relaciones con las que
podría hacerse en el más elevado sentido de la palabra
un hombre, por fuerza también habrá de ser el causante
de un gran perjuicio; y del más grande al apartarle de
aquello que podría conferirle la mayor capacidad de jui-
cio. Y esto es precisamente la divina filosofía, de la que
forzosamente mantendrá a distancia el amante a su ama-
do, por temor a incurrir en su menosprecio. En cuanto a
lo demás, deberá ingeniárselas para que éste sea ignoran-
te de todo y en todo ponga la vista en su enamorado, con
lo que si aquél está en situación de serle sumanente pla-
centero, lo está también en la de hacerse muchísimo
daño a sí mismo. Así que, en lo que atañe a la inteligen-
cia, el hombre con amor en modo alguno es provechoso
como tutor y compañero.
A continuación, es preciso ver en lo relativo al estado
del cuerpo y a sus cuidados, de qué temple será ese esta-
do, y cómo cuidará su cuerpo aquel que haya caído en
las manos de un hombre que está obligado a perseguir el
placer en lugar del bien. Se verá efectivamente que un
hombre así persigue a cualquier muchacho delicado, y
no a uno robusto; criado no a pleno sol, sino en un sol y
sombra; desacostumbrado a las fatigas viriles y a los
secos sudores, acostumbrado, en cambio, a un régimen
de vida muelle e impropio de varón; adornado con cos- d
méticos y colores que no son suyos a falta de los pro-
pios; practicando en suma todas cuantas cosas están en
consonancia con éstas, que por evidentes no vale la pena
de seguir exponiendo, bastando con definir un solo pun-
to capital antes de pasar a otra cuestión. En efecto, ante
un cuerpo semejante, en el combate y demás ocasiones
de gravedad, los enemigos cobran ánimos, en tanto que
los amigos y los propios enamorados se aterran.
134 Ocd5po5; 239d-240c

ToiSto pt,¿v oi)v cb; 3fiX,ov ¿areov, Tó 3' ¿cpeti; Pfiteov•


e tíva fi pti'v cbcpe2dav íl tíva 132,ár3fiv nept ti v KTI1CSW tl TO'15
¿pliwto; ópt,t2da TE Kat ¿iettpoiceía icapéetat. csacpe; &fi
toiStó ye navti ptév, 1.1,0,,tata 3e T65 Épacstfi, ótt Tan/
cptkrátcov TE Kat E'ÓVODCSTáTeOV Kat eEt0TáTe0V KTIilláTe0V
ópcpavóv npó icavtó; eiSatt' áv elvat TóV Épktevov•
natpó; yáp Kat ptitpó; Kat csuyyevéSv Kat cpt2,cov
240a atepecreat áv al tóv 3Éatto 3tamo2arcá; Kat betttparrá;
fiyallievo; ni; fi3tati; npó; airróv ópt,t2da;. pt,fiv
cyócstav Ixovta xpucsoi5 íl TWO; aUll; KreiCSECO; OiSTE
E'ÓáX,e0TOV 64.1,0te0; OiSTE CO,,óvta e'óptetaxeíptcycov
fiyficsetat• c coy nácsa áváyiefi ¿pacstfiv icat3tKoT; cpeoveTv
1.1,ev crócstav KEKTIWEVOt;, deleoUoptévii; xatpetv. Itt
TOWIW ayaptov, ánat3a aotKov ÓTt 7eUTCYTOV Xpóvov
icat3tKá ¿pum-fi; eiíatt' áv yevécreat, Tó a'ÓT0i5y2ami) cb;
7e2£TCYTOV xpóvov KapicoiScreat betel16W.
"ECYTt plEv 31j Kat 11(2,1.,a KaKá, T1,; 3afiacov 4.1,8*
b sois 7eUtCYTOt; ÉV T65 icapautfica fi3ovfiv• olov KaaKt,
3etv0 efiptcp Kat 132,,árb pleyákfi, 51,1o; beéplEtEV tl qyócst;
fi3ovfiv 'uva cyóK aptoucsov, Kat T1,; Étatpav do; 132,,ar3epóv
yeetev áv, Kat a2,1a 7e0?? T6)V TOtOUTOTpó7UOV
Opeptlaárcov TE Kat betT113811áTOW, 01; Tó yc Kae' kiépav
Otatotatv elvat i)irápxet• nat3tKoT; ¿pacrcfi; npó; T65
c 132,,a138p65 Kat ei; Tó CSIWIWEpEt)EtV TeáVUOV 43Écstatov.
zá,p 3fi Kat ó icaX,ató; Xóyo; TépleEtV TóV fiX,tica• tl
yáp, ()wat, xpóvou icsóti; icsa; fi3ová; áyoucsa 3t'
óptotóryca cpt2dav icapexetat, ko;Kópov yc Kat fi
Fedro 135

Así, pues, se ha de dejar esto por evidente y se ha de


decir lo que viene a continuación: ¿Qué provecho o qué e
perjuicio nos ocasionará con respecto a nuestras posesio-
nes el trato y tutela del enamorado? De hecho, hay algo
que es evidente para todo el mundo, pero en especial
para el enamorado, el que pediría antes que cosa alguna
que su amado estuviera huérfano de los bienes más que-
ridos, mejor intencionados para con él, y más divinos.
En efecto, preferiría que estuviera privado de padre y de 240a
madre, de parientes y amigos, por considerarlos un obs-
táculo con sus censuras para su dulcísimo trato con él.
Además, si tiene el amado riquezas, en oro o en otros
bienes cualesquiera, no le considerará tan fácil de con-
quistar, ni, una vez conquistado, tan dócil de manejar.
Por ello ha de dolerle de toda necesidad al amante que el
amado tenga hacienda, y de alegrarle la pérdida de ésta.
Pero aún más, su deseo sería el de que éste permaneciera
el mayor tiempo posible soltero, sin hijos y sin casa, por
su apetencia de recoger el mayor tiempo posible el fruto
de su placer.
Existen, sin duda, también otros males, pero cierta
divinidad puso en la mayor parte de ellos un gozo b
momentáneo: por ejemplo, el adulador, terrible engendro
y sumamente dañino, en el que, con todo, mezcló la
naturaleza un cierto placer, no exento de encanto. Igual-
mente se podría vituperar a la cortesana como algo per-
nicioso, así como a otras muchas criaturas de índole
semejante, y formas de vida que al menos cumplen la
condición de ser sumamente agradables en la diaria
rutina. Pero para un amado el amante, aparte de serle c
nocivo, es lo más desagradable de todo para pasar en su
compañía la jornada. Pues «cada cual se divierte con los
de su edad»", dice el refrán, ya que por conducir la igual-
dad de años a los mismos placeres procura, creo yo, la amis-
tad por la semejanza de gustos. Aun así, produce también
5cpAo/1215oyyp '514Apri pox 5olcod9 asp AllAcpodcbcos) 1mi
Aoion 'Altrpa,$)odu 1mi 01c113 A9 pa,AoXdp nom) Acp
'Amp.)19 Ao99 ll3 9191 •Acpepil,p p9pry9 1g Al9d9c1) n'asno
AonoupL9 mols)aonal) 9191 (pa, A3 9X1,93.,mt 51/1,9ri vItz
5oA9ricyoAXInucy, Aco91)1,199 1mi 91 Acoxd9 Ayeyou pa,911
1mi pyyou A9 513 '5olszup AoA9dX prL9u9 A91, 519 5olcod9
Qoa, 3g 5)o l,ry '51,191.no 1mi 91 59d9dIyd A911 Ac9d9
csaoA9ricodX liA9riplumnomo
pox 19do)nonox irls)ltdchou '519Xsyrou9 01)19Ap 1111 (b)., 59du
5o3.,A91 Allori 99 519 '5cyont9Ap no A911 5o3.,Aocb4A 5noil.9A
5colp 9 5cp '13.,Aocyoxp 5m,Aoroodd9u9, 1mi 5aoApou9
91 5aodpon '53.,A)oup 59du pox 593.mou alg cbmrionnyacb
5aou9louaXml llg 93., 5p)twymb 'uoes)95019X)olgri
51.1A91119)11)odu 199 5lotkpAp cbil,d9 t3 in l,tri '59udgrac9 a
no Aig(yon 1mi 9 '113.9o3., moro Ac91 33
Acomriou9 'Pdcp A3 no 1mi And93.,ads)9du Alfk9 A911 und9
`.51491.19 Al9wy9 AoroX1)9 u3 1Xg.o ltri pa,A9Aas) AoA9dX
Aosn A93., 191)1,tiou 59,o919 5pAo94 5pAp., 11 Amecyrbodnu
Aolou cbA9ricod9 49 99 (pa, .A1,91,9dltug, (93.9.1) 5col9dpdp
511Ao94 0311 3190) 'aoA9ricod9 ooa, cbA9riomoes)po
AllAtes)po mosnu 1mi 'cbA9riolup '13.,Aocyoxp 'ilAc9d9
'19Lp 5910313 199 5pAo94 A911 (bA19)1.9 50 'Dol9Awy9
aocasno pox 31 5lotIpAp :o? 'uolgumoup p
m9)1.9 591nA 919,0 5pdv-il,t, ecyp AcpAas) 5od919.1J1)9du
da l cbc:193.,co9A 19)/9 p)119Dou 59du 543.,Ind9
111, 59du 49 9 .Dol,919'y Apu 1d9u Ilmou
9.chod Aopoxiboxp 91 91 Alpipox 19X9 pwaonal) Acouyoa,

v/PZ-00PZ `50c/93790 911


Fedro 137

saciedad el trato con los coetáneos. Porque lo que es obli-


gatorio, asimismo se dice, resulta pesado en toda cuestión
a todo el mundo. Y esto es precisamente un inconveniente
que, además de la desigualdad de edad, posee en grado
sumo el amante con respecto del amado. Pues, como
mayor en edad que es, y por tener trato con uno más joven,
no admite de buen grado el ser abandonado por éste ni de
día ni de noche. Antes bien, es impulsado por una fuerza d
irresistible y un aguijón que le empuja al ofrecerle constan-
temente placeres, al ver, al escuchar, al tocar, al tener cual-
quier experiencia sensorial con el amado; en consecuencia
le presta sus servicios firmemente con placer. En cambio,
¿qué solaz o qué placeres dará al amado para lograr que,
estando éste en su compañía el mismo tiempo, no llegue al
colmo del hastío? Pues lo que ve el amado es un rostro
envejecido y marchito, y las demás cosas que de esto deri-
van, que si no son agradables de oír de palabra, no diga-
mos ya de enfrentarse con ellas de hecho, cuando siempre e
se tiene junto a sí la obligación de ello: el ser objeto de una
vigilancia llena de injustas sospechas constantemente y
frente a todos; el escuchar alabanzas inoportunas y exage-
radas; y lo mismo el recibir reproches que, si son insopor-
tables cuando el amante está sereno, aparte de insoporta-
bles, son vergonzosos cuando éste, al emborracharse,
emplea una franqueza estomagante y descarada.
Y si mientras está enamorado es pernicioso y desagra-
dable, cuando cesa de estarlo se convierte en desleal para
el futuro; ese tiempo para el que hizo muchas promesas
con muchos juramentos y súplicas, reteniendo a duras
penas unas relaciones, que eran ya entonces difíciles de 241a
soportar para el amado, gracias a las esperanzas de bienes
venideros que le infundía. Pero precisamente en el
momento en que sería menester que las cumpliera, ponien-
do a otro guía y patrono en su interior —el buen juicio y la
templanza en lugar del amor y la pasión—, se convierte en
138 Oaibpo5; 241a-241d

X,É2aieev Te( icat3tKá. Kat ó ptev airróv xáptv ¡brand TÓSV


TÓTE '67C011141VÚCSKCOV Tá npaxeévta Kat Xexeévta, cb; iw
airc65 3taX,eyóptevo;• ó '67C' átaXÚVTI; OiSTE Et7CETV
io? ut óit DIN y&yovcv, ove' 5icco; Tá T11; irpotepa;
b ávoi'vrou ápri; ópiccopt,ócstá rc Kat '67COCSXÉCS8t; 417CE3dbXSTI
EXEl, VCYÓV ÉCSX111<d); Kat creamppovrimb;, Vva puj
7CpáTTCOV tairrá iw npócseev ktotó; rc ÉKEtVq? Kat ó aircó;
ice0,,tv yévitat. círtyá; 81j ytyvetat ¿K TOÚTCOV Kat
de7CECSTEÓTIKdn '67C' áváveri; ó npiv ¿pacríi;, ócstpáKou
piETCUCECSÓVTO;, Vetat cpuri pietar3a2Av• ó ávayKáetat
31AKEW áyavaierffiv Kat ¿icteeácov, iryvormin TÓ anav
ápri;, ótt aóK apa 13et 7COTE ¿panal, Kat '67C' áváveri;
c ávOup xapgecreat á2,1,á ptállov puj ¿panat Kat
voi5v Ix0VTV si ávayKaTov Év3oiSvat airróv
ánícsup, 3Dcsicacp, cpeovep65, 438T, 132,,a138p65 ptev npó;
aúcstav, 132,a138p65 npó; T1jv Ta CSdaato; gtv, icoX,i)
132,ar3eparátcp npó; iljv T11; VDX11; icat3eDatv, 171; oiSte
ávepdynot; OiSTE esos T1,1 ákrieeíg TtklláTEÓ0V OiSTE ECYTtV
OiSTE 7COTE ECSTat. taiStá rc OZV w 7ca1 crovvoeTv Kat
ei3evat ti v Épacrcoi5 cpt2dav ótt cyó laCt' ávota; ytyvetat,
d C(21.,e( attíoD tpónov, xáptv "cb; kímot apv'
álfairffics', 6); icaiZa cpti%oiScstv ¿pacrcaí"».
Toi'd ¿KeTvo, evo (I)aiZpe. CrÓKÉT' áv TÓ népa áKoúcsat;
¿poi') Myovto;, Ori crol, TÉ2X1; ÉX,ÉTCO ó

241b álego--cgmcd); BT: árcstprpcio; con. C: árcso-Torpeio; Her-


mann: ¿Ipso-Ti-1mb; Von der Mühll 241d apv' álfeueduy' Herm. (ali-
bi etpvu (ptkoZaw et Hermog. ytXduy') Stallbaum: etpva; oiyandíaw
BT Burnet Robin Theodoraeopulos
Fedro 139

otro hombre sin que el amado se dé cuenta. Reclámale éste


el agradecimiento de los favores del pasado, recordándole
los dichos y los hechos, como si estuviera conversando
con el mismo hombre. Pero aquél, por vergüenza, ni se
atreve a decir que se ha convertido en otro ser, ni tampoco
sabe cómo podrá mantener los juramentos y las prome-
sas de su anterior e insensato gobierno, ahora que ha b
adquirido juicio y calmado sus pasiones, sin convertirse
otra vez, por hacer las mismas cosas que antes, en un
hombre idéntico o semejante al de antaño. Así que, el
amante del pasado viene a ser un desertor de sus propias
promesas, forzado a la no comparecencia, y al caer de la
otra cara la concha", da asimismo la vuelta y emprende
la huida. En cuanto al muchacho, se ve obligado a perse-
guirle, irritándose e invocando a los dioses, desconoce-
dor en absoluto del asunto desde sus mismos comienzos,
es decir, que nunca hubiera debido ser un hombre ena-
morado y por necesidad ofuscado a quien otorgara su
favor, sino muy al contrario, uno no enamorado y en su
sano juicio. Pues, de no hacerlo así, forzosamente habría
de entregarse a un hombre desleal, irritable, celoso, des-
agradable, perjudicial para la hacienda, perjudicial para
el temple del cuerpo, pero mucho más perjudicial aún
para la educación del alma, un bien en verdad que no
tiene parejo ni tendrá en la estimación de los dioses y de
los hombres. Esto es, pues, muchacho, lo que debes
meditar, comprendiendo que la amistad de un enamora-
do nunca nace unida a la buena intención, sino como la
afición por un manjar, por mor de la saciedad:
Tal como el lobo al cordero, ama el amante al man-
cebo»".
Pero he aquí lo que decía, Fedro: no podrás ya oírme
hablar más. Ea, tenga aquí su fin el discurso.
140 Oaibpo5; 241d-242b

KatTot c'tSiariv ye ptecsoi5v aóTóv Kat epa/ Táióa


icept ToiSpnj epliSvTo;, cb; 38T ÉKCíVq? xaptecreat
Mycov 5csa av 12(81, ayaeá• vi5v 4, w EdwpaTe;, tí
anoicalm;
e ES-1. 06K ficseou, w ptaKapte, 5Tt fi311 cpeeyyoptat
O'ÓKÉtt 3teupearkro;, Kat tanta w&ywv; eav 3'
eicatveTv TóV gtepov apcoptat tí pi£ día 7C01,1'1681,V; ap'
„ „ 7
01,60 Ott DIU) t65v Nuptcpcov, at; pt£ C7i) icpabr3a2,e;
irpovota;, csa916; evecuatácsco; M'ya) otiv evi Xóycp 5Tt
5csa TóV gtepov 2,.,82,ot3o0Kaptev, Étépcp TávavTía
VATCOV aya% 7CpóCSECMV. Kat Tí 38T ptaxpoi5X,óyou; nept
yáp kupoi'v ixavéS; einTat. Kat armo 8tj ó pliSeo; 5 TI,
242a 7CáCSX£1,V irpocM-Ket w6T65 tonto 7C8t68tal: Káyd) Tóv
noTaptóv ToiSTov 3tar3a; anépxoptat irptv '67Có CS0i5 TI,
piCIOV ávayKacrefivat.
Ml'i7CCO ye, w EdmcpaTe;, irptv áv Tó KaiSpta
icapaeu. íl cy6x ópá; do; axe36v fi311 ptecrratr3pía VaTaTat,
KaXouptévri csTaeepa; a2,1,1a 7C8p1418tVaVT8; Kat apta
nept Tffiv eipriptevcov 3takexeévTe;, Taxa eicet3av anoymai

ES-1. eeTó; -y' el icept Toi); Xóyou;, w (DaT3pe, Kat


aTexv6); eauptácsto;. olptat yáp eyd) Tffiv ent Toi5 csoi5 (Mol)
b yeyovóTcov Xbycov pit)3eva icX,etou; íl cse 7C87C01,11KÉVal
yeyevficseat. fi tOt a'óTóv MyovTa íl aa.a.ou; N/í,ye te?
Tpóircp irpocsavayKávTa —Etwatav Ord3aTov eatpóS
Xóyou• t65v D.,X,cov icaptico2a) KpaTei,';— Kat vi5v ati
30KET; aittós ptot yeyevficseatXbycp Ttvi Prietivat.
01) 7Có2£1.1óV ye ay-ye? et;. ican 8tj Kat "CM
TO'Imp;

241d as uecroüv auto13 Hermann: yg uecroüv auto13 BT: ye


ugaoüv autóv V 11 242a i xakotutevn ataegpá seel. Von der
Mühll Verdenius
Fedro 141

Fedro.—¿Cómo? Yo me figuraba que estabas por su


mitad y que ibas a hacer una exposición igual con res-
pecto al no-enamorado, en demostración de que se le
deben otorgar a él con preferencia los favores, enume-
rando en su turno cuantos puntos favorables tiene. ¿Por
qué ahora, Sócrates, te paras?
Sócrates.—¿No te diste cuenta, bendito, de que estoy e
ya declamando versos épicos y no ditirambos? Y eso que
estaba haciendo el vituperio. Pero, si empiezo a hacer la
alabanza del otro, ¿qué crees que iba a componer? ¿Aca-
so no comprendes que iba a quedar claramente poseído
por las ninfas, a las que tú me arrojaste premeditadamen-
te? Por ello digo de una vez que las contrarias de cuantas
cosas hemos recriminado al uno son los puntos favora-
bles que concurren en el otro. ¿Qué falta hace extenderse
más? De ambos se ha dicho lo suficiente. De ese modo
mi historia correrá la suerte que merezca correr. Y yo 242a
cruzo el río este y me voy, antes de ser obligado por ti a
pasar por otra más grave.
Fedro.—Aún no, Sócrates, antes de que pase el ardor
del sol. ¿No ves que ya casi es mediodía, lo que se dice
«pleno mediodía»? Ea, esperemos, conversando entre tan-
to sobre lo dicho, y tan pronto como refresque, nos iremos.
Sócrates.—Eres un ser divino con los discursos",
Fedro, un ser sencillamente admirable. Pues creo yo que
entre todos los discursos que ha habido durante tu vida b
nadie ha logrado que se hicieran más que tú, bien los
pronunciaras tú, bien obligaras a pronunciarlos a los
demás de una forma o de otra —exceptúo a Simias el
tebano"; que a los restantes los vences con mucho—. Y
ahora también me parece que has sido la causa de que yo
tenga que pronunciar cierto discurso.
Fedro.—No es precisamente la guerra4' lo que anun-
cias. Pero, ¿cómo ha sido ello, y qué discurso es ése?
142 Occibpo5; 242b-e

ES-1. `HvíK' 4.1,82J", c'oyaee, TóV noTaptóv 3tar3aívetv, Tó


3atptóvtóv TE Kat Tó eicoeó; cripteibv pot yíyvecseat eyeveTo
c —áet 3É ple entaX,81, 8 etv pta./1n 7CpáTTE1N— Kaí Ttva cpcovfiv
I3oa ainóeev áKoiScsat, fi pte cyóK ántevat irptv etv
lipocndxscoptat, cb; &fi TtfiptapTfiKóTa ei; Tó BETOV. Etái 31j 0?)V
ptáVTl; áéV, OT) 7CáVD csicou3aTo;, ¿O: e6csicep oí Tá
ypeqaptaTa cpaaot, 5crov ptev eptauT65 ptóvov ixavó;• csa916;
avfi3i paveen/a) Tó áptapTripta. cb; &fi TOt, w eTaYpe, piCCVTIKóV
ye TI, Kat fi yuxfi• epte yáp epa c µÉN/ TI, Kat icái\at XeyovTa TóV
Mryov, Kaí IVO; e3Dcsancalliv KaT' "If3uKov, µfi it icapá 0E0T;
d «4432,aidov TlááV npó; ávepdyncov ápteíwo».
vi5v 3' ficseiptat Tó ááápri pta.
Aeyet; &fi Tí;
ES-1. AElVóV w (DaT3pe, 3etváv 2,óyov aicó; TE
eKópacsa; ¿pie TE TiveryKacsa; Et7CETV.
Hé5; &fi;
ES-1. Eirfiefi Kat '67Có it áCSE1311. 0?) Tí; áV 3etvóTepo;;
0638í;, ei yc crú ákfiefi 2,,eyet;.
ES-1. Tí oi)v; Tóv"EpcoTa criK Acppo3íTi; Kat ISEóV Ttva fini;
AeyeTaí yc &fi.
ES-1. 015 it TVCó yc AucríoD, o1)8& '67Có T0i5 csoi5Myou, 8;
e 3tá Toi5 eptoi5 aTóptaTo; KaTacpapptaKeueevTo; i)icó csoi5
eXexeri. ei 3' IcstlY, e6csicep oúv Icut, 0E6; Tí TI, ISEIÁV ó "Epan,
cy63ev etv KaKóv Tc'D 2,.,óyco Tc'D VDV31j itcpt aúiov
eineTriv do; TOLCYDTOD ÓVTO;* Tabra TE ouv ktapTccverfiv itcpt
TóV "EpcoTa, at TE TI áfieeta ainoTv 7CáVD áCSTeía, Tó áll3Ev
Fedro 143

Sócrates.—Cuando me disponía, buen amigo, a cruzar


el río, me vino esa señal divina42 que suele producirse en
mí —siempre me detiene cuando estoy a punto de hacer c
algo—, y me pareció oír de ella una voz que me prohibía
marcharme, hasta que no me hubiera purificado, como si
efectivamente hubiera cometido algún delito contra la
divinidad. Soy, en efecto, adivino, no uno muy bueno,
sino al modo de los malos escribientes, lo imprescindible
tan sólo para bastarme a mí mismo. Y ya comprendo cla-
ramente mi pecado; que en verdad, compañero, el alma
es también algo con cierta capacidad de adivinación.
Pues hubo un no sé qué que me inquietó hace un rato
mientras estaba pronunciando mi discurso, y me entró
cierta preocupación, no fuera que, al decir de Ibico43,
pecando ante los dioses, honor de los hombres
a cambio recibiera.
Pero ahora me he percatado de mi ofensa,
Fedro.—¿A qué te refieres?
Sócrates.—Es pavoroso, Fedro, es pavoroso el discur-
so que tú trajiste y el que me obligaste a mí a pronunciar.
Fedro.—¿Cómo es así?
Sócrates.—Es necio y en cierto aspecto impío. ¿Qué
otro podría haber más terrible?
Fedro.—Ninguno, si es verdad lo que tú afirmas.
Sócrates.—¿Y qué? ¿No crees que es el Amor hijo de
Afrodita y una divinidad?"
Fedro.—Al menos así se dice.
Sócrates.—Mas no lo dice así ni Lisias, ni tu discurso,
es decir, el que pronunció mi boca, hechizada por tt. Y si e
es el Amor, como lo es sin duda, un dios o algo divino,
no podría ser en modo alguno algo malo. Pero los dos
discursos de hace un momento hablaron de él como si lo
fuera. En este sentido, pues, pecaron contra el Amor; y
encima su necedad llega al colmo del refinamiento: el de
144 Oaibpo5; 243a-c

243a óytÉ; MyovT8 pai3É a2aieÉ; creptvóvecreat cb; Ti óvTÉ, cí ápa


Ccvepantio-Kau; Tima; ÉaicaTVicsavT8 SIZOKtpll'ICSETOV V aóToT;
4.1,ot µÉN/ otiv, evo KaNpacseat ávayieri• IcstlV sois
aptapTávoucsi icept p.tueoX,oytav Kaeapp.t,ó; ápxaTo;, 8v
"Opnipo; p.1,Év cyóK fi CSOETO, ETricsíxopo; 3É. Tan/ yáp
óptlaáuov csTeprieet; 3tá T'ID/ Kaicriyoptav cyóK
iryvóricsev e6csicep Diaripo;, a2,1.,' &TE 1.10DatKó; Eiw Eywo
T'ID/ atttav, Kat noid Éóeó;•

«GóK Icst' ET110;2,.,óyo; otiTo;,


cyó3' If3a; VITOCStV E'660101,;,
b cyó3' 'ficeo 1-1Épyapta Tpota;»•

Kat noti'icsa; 8tj nácsav T'ID/ KaXoup.1Évriv Ha2avcp3tav


icapaxplipta ávér32,.,8wev. Éyd) otiv cso9d)Tepo; ÉKCíVCOV
yevíicsoptat KaT' aóTó ye Toiko• irptv yáp Tt icaeei'v 3tá itjv
T0i5"Epa)To; KaKiyoptav, 7Cetpácsoptat aóTd5 áno3oóvat
itjv ica2avcp3tav, yupvfl Ti] Kapakti Kat oóx e6csicep TóTE
'67C' ataXóVli; Éylal<11,2willÉVO;.
TODTCOVí w Ed)KpaTe;, cyóK IcstlV ECTT' &V EptOt
Et7CE;113LCO.
c ES-1. Kat yáp, cbya0É (DaY3pe, ÉVVOCT; cb; ávat36);
eipicseov Tc'02,.,óyo), otiTó; rc Kat ó Toi5r3t132doó Prieet;.
et yáp áK0óCOV Tt; TóXOt tjµwv yevva3a; Kat 74)0; Tó
ijeo;, ÉTÉpou TOtaóTOD Epliw ij Kat npóTepóv 7COTE
Épacseet;, 2,.,eyóvuov cb; 3tá csiatKpá p.terala; Ixepa; oí
ÉpacsTat ávaipoi5vTat Kat Ixoócsi npó; Tá icat3tKá
9 0ovepa); rc Kat 132,.,a13Épan, ica); oúx ew oict aóTóv
ijyacreat aKcybetv vaóTat; 7COD Teepap.4.1,Évcov Kat
Fedro 145

ufanarse, sin decir nada sensato ni verdadero, como si 243a


tuvieran alguna consistencia, para ver de engañar a cier-
tos hombrecillos de poca valía y gozar en el futuro de
buena fama entre ellos. A mí, pues, amigo, preciso me es
purificarme. Y hay para los que pecan contra la mitolo-
gía una antigua purificación que no percibió Hornero, y
sí, en cambio, Estesícoro. Pues, privado de la vista por
culpa de su maledicencia contra Helena, no desconoció
la causa como Homero, sino que, a fuer de buen artista,
la descubrió y compuso inmediatamente:

No es cierto el decir ese,


ni embarcaste en las naves de buena cubierta,
ni llegaste al alcázar de Troya. b

Y al punto que hubo escrito toda la llamada Palino-


dia45 recobró la visión. Ahora bien, yo seré más sabio
que aquéllos, al menos en eso mismo: antes de que me
ocurra una desgracia por difamación del Amor, intentaré
rendirle el tributo de mi palinodia, con la cabeza al des-
cubierto y no velado como antes por vergüenza.
Fedro.—Nada hubieras podido decirme, Sócrates,
más agradable que esto.
Sócrates.—En efecto, buen Fedro, pues te das cuenta
de cuán desvergonzadamente se expresaron los dos dis-
cursos, este mío y el que se leyó de tu escrito. Suponte
que por casualidad nos hubiera escuchado un hombre de
carácter noble y apacible, que estuviese enamorado de
otro tal como él, o lo hubiera estado alguna vez anterior-
mente, cuando decíamos que por fútiles motivos los ena-
morados suscitan grandes enemistades y que son envi-
diosos y dañinos para sus amados, ¿no crees tú que
pensaría sin remedio que estaba oyendo hablar a hom-
bres criados entre marineros y que no habían visto ningún
146 Oaibpo5; 243c-244a

cyó3eva a,e'beepov Ipcota copaKótcov, 7CoUoi5 3' áv 38TV


d fi pti'v ópto2,oyeTv á weyo.tev TÓV "Eparca;
(I)AI. "km; vi Edywate;.
ES-1. ToiStóv ye toívuv Iycoye aicsrvoptevo„;, Kat aótóv
tóv"Epcota 383tdn, ¿icteuptéS notípup 2,.,oycp otov á24.1,upáv
áxofiv CuroKkbaacseat• csupt,PoDX,e'bco 3e Kat Aucsía ótt
táxtata yplawat cb; xpfi ¿pacrrti ptállov fi µfi ¿panat ¿K
té5v óptoícov xaptecreat.
(I)AI. A2,1' EU tóet ÓT1, EE1, 0{STCO• CSOiS yáp
Et7CÓVTO; TÓV iov ¿paatoi5Inatvov, nácsa áváyicm Aucstav
e '67C' 4.1,oi5 ávayKacrefivat yplawat ati icept toi5 aúiov

ToiSto ptev TÓZTEÚCO, Ecocurep áv lis 8; el


(I)AI. M'ye toívuv eappffiv.
ES-1. Hoi5 &fi ptot ó >red; npó; 8v aeyov; Vva Kat tonto
áKoúcsu, Kat µfi ávfiKoo; ¿,6v cpeácsu xaptcrápievo;
¿pffivtt.
Otito; icapá crol, µ& a ickficstov áet 7CápECYTtV,
ótav csi) 13cyau.

ES-1. «GÓTCOCSi TOWDV 70 nal KaM ¿vvoicsov, do; ó ptev


244a npótepo; tjv 2,óyo; (Dat3pou ton Hueo -KX,eou;,
Mupptvoucstou áv3pó;• 8v 3e pi,e2,1xo Myetv, Etficstxopou
toi5Expfiptou, Iptepatou. 2£KTÉO; 138, ótt ozyóK Icst'
ETWIO; 2,.,óyo;» 8; áv icapóvto; ¿pacstoiS, iw µtj Offivtt
42,1ov gni &Tv xapgecseat, 3tott &fi ó ptev ptaívetat, ó
csexppoveT. ei ptev yáp án2uDiSv tó ptavíav KaKóv ctvat
Ka2,16; áv 0,,eyeto• vi5v tá pteytata tan/ áyaeffiv fi pti'v
ytyvetat 3tá ptavía;, ()eta µ,ÉVT01, 3ócret 3t3optévi;. fi TE
Fedro 147

amor propio de hombres libres? ¿No estaría muy lejos de


estar de acuerdo con nosotros en lo que vituperamos al d
Amor?
Fedro.—Sí, por Zeus, tal vez, Sócrates.
Sócrates.—Pues bien, por vergüenza ante ese hombre y por
temor al propio Amor, estoy deseoso de enjuagar, por decirlo
así, con un, discurso potable el regusto salobre de lo que aca-
bamos de oír. Y mi consejo a Lisias es que lo antes posible
escriba que es al enamorado mejor que al no-enamorado a
quien en justa correspondencia se debe otorgar el favor'".
Fedro.—Ea, ten bien sabido que así será. Habiendo
pronunciado tú la alabanza del amante, de toda necesi-
dad es que Lisias sea obligado por mí a escribir a su vez e
un discurso sobre el mismo tema.
Sócrates.—De eso estoy seguro, mientras seas tal como eres.
Fedro.—Habla entonces con confianza.
Sócrates.—¿Dónde se me ha metido el muchacho a
quien hablaba? Lo digo con la intención de que oiga
también esto, y no se adelante, por no haberlo escucha-
do, a conceder su favor al no-enamorado.
Fedro.—Ese está siempre a tu lado y muy cerquita,
cuando quieres.

Sócrates.—«Pues bien, bello mancebo, hazte a la idea


de que el anterior discurso era de Fedro, hijo de Pitocles, 244a
varón de Mirrinunte, mientras que el que voy a pronunciar
es de Estesícoro, hijo de Eufemo47, natural de Hímera. Y
se ha de exponer así: «no es cierto el decir» que afirme
que, aun existiendo enamorado, se ha de conceder favor al
no-enamorado, precisamente porque uno está loco, y el
otro en su sano juicio. Si fuera una verdad simple el que la
locura es un mal, se diría eso con razón. Pero el caso es
que los bienes mayores se nos originan por locura, otorga-
da ciertamente por divina donación. En efecto, tanto la
148 Ocd5po5; 244b-244d

b yáp 8tj ¿v AEX,cpoi,'; irpogrritt; ÉN/ á(03éVT1 tépctat


ptaveksat µEN/ no2,1.,á 3.1j Kat Kaká i3íg TE Kat 3rwocsía
`DIO« iipyácsavto, csexppovoiScsat 13pazéa íl cyó3év•
Kat ¿áv 8tj Mycoptev Eír3D2,1áv TE Kat auou;, ócsot
µman] xpdlaevot ¿veécp no2,1.,á 31'1 7COUOT; npoMyovte;
ei; TÓ plülov dSpecocsav, piTIKÚVOlpiEV 3'12x navti
Myovte;. tó3e µt'IN/ igtov ¿ictiaaptbpacs Out, ótt Kat tan/
ica2,atliw oí Tá óvóptata tteéptevot cyóK ataxpóv tjyoiivto
c cyó3E eivet3o; ptavíav• cyó yáp áv KaUkstra téxvia,l) TÓ
plülov Kph/Etat, aircó tonto toiSvopta 4.1,7CX,ÉKOVT8;
«µ,avudiv» ¿KáX,Ecsav. ¿O: cb; KaX,oi5 óvto;, ótav ()eta
ptotpa yíyvitat, cylítco voptícsaVt8; EOEVTO• oí vi5v
álCElp0KáXn; TÓ «tan» beEpir3áUOVTE; «µ,avtudiv»
¿KlaX,Ecsav. ¿7C8i, Kat Tl'IV ye t65v 4.1,9póvcov toi5
piEUOVTO; 3tá TE ópvtecov 7COlOWIÉVCOV Kat tan/ 15,2,1,cov
allpidf0V, &T' ÉK 3tavota;noptt;optévcov ávepancívu otíicset
d VOi'W TE Kat tatoptav, «oiovoicstudiv» ¿iccovóptacsav, ijv
vvv «OiCOVVYTtKilV» TO w CSEIAVÚVOVTE; oí véot Ka2uDiScstv•
5cscp 31'1 otiv Tú.,Ed)TEpOV Kat ¿Vt14105t8p0V ptavtudi
OiCOVVYT1X11;, TÓ TE óvopta toiSóvóptato; Ipyov Epyou,
TÓCSCp KáUlOV plaprupoiScstv oí icaX,atot ptavíav
amppocsúvi;, 'My Él< eco tti; icap' ávepdyncov
ytyvoptévri;.
Fedro 149

profetisa de Delfos, como las sacerdotisas de Dodona es b


en estado de locura en el que han hecho a la Hélade, pri-
vada y públicamente, muchos hermosos beneficios, en
tanto que en el de cordura, pocos o ninguno. Y si enume-
ráramos a la Sibila y a los demás que, empleando un tipo
de mántica por rapto divino, predijeron a muchos
muchas cosas para el futuro y acertaron, nos extendería-
mos exponiendo lo que es evidente para todo el mundo.
Lo que, no obstante, sí es digno de aducirse como testi-
monio es que tampoco aquellos hombres de antaño que
pusieron nombres a las cosas tuvieron por deshonra ni
oprobio la «manía»48; pues, de otro modo, no hubieran
llamado «mánica» a esa bellísima arte, con la que se dis-
cierne el futuro, enlazándola con dicho nombre. Por el
contrario, fue en la idea de que era algo bello, cuando se
produce por divino privilegio, por lo que tal denomina-
ción le impusieron. Mas los hombres de ahora, en su
desconocimiento de lo bello, introduciendo la t la llama-
ron «mántica». Pues asimismo a la investigación del
futuro propia de los que están en posesión de sus faculta-
des mentales y se sirven para realizarla de aves y restantes
indicios, como mediante la reflexión procuran a la creencia
humana comprensión e información, le dieron el nombre d
de «oionoística»; un arte, que actualmente llaman las nue-
vas generaciones «oionística», adornando el término
pedantemente con la o larga. Pues bien, cuanto mayor es
en perfección y dignidad la mántica con respecto a la oio-
nística, su nombre con respecto al nombre de ésta, y el
quehacer de la una con respecto al quehacer de la otra,
tanto mayor es en belleza, según el testimonio de los anti-
guos, la locura con respecto a la cordura; ese estado de
alma que envía la divinidad con respecto a ese otro que
procede de los hombres.
150 Ocd5po5; 244d-245c

A2,1.,á µrjv vócscov ye Kat icóvcov Tan/ pteyícsuov,


icaX,ató5v ¿K wrivtiaáuov noeev ¿v<riv> nal Tli)V 'IEVÓ5V, rl
e µavía, ¿yyevoptévii Kat irpoviteúcsacsa ot; 13et,
álca2,1,ayijv ii6peto, KatacpuyoiScsa npó; edi)V E'ÓXá; rc
Kat Xarpeía;, 508v 8rj Kaeapialbv rc Kat TE2£T1i)V TDX0i5C7a,
ÉáVT11 É7COtTICSE TóV Éavni;Ixovta npó; rc tóv icapóvta
Kat tóv InEtta xpóvov, XiÓCSly iw ópeé5; ptavévtt TE Kat
Katacsxoptévcp iwv icapóvuov Kadbv e'ópoptévii.
245a Tpíti 3e Cucó Moucsaw KáTOKCOXI'l rc Kat µavía,
2,ar3oiScsa Curakfiv Kat ar3atov vo2div, ¿yetpoucsa Kat
¿Kr3axxe'boucsa Katá TE c'p3á; Kat Katá irjv DITIV
7COtTlatV, ',tupía Tan/ icaX,ató5v Ipya KocriaoiScsa 'coi);
¿irtytyvoptévou; icat3e'bet• 6; 6' ew aveu µavía; MODCSÓW
¿Id 7COlTITtKá; e'ópa; ácpticritat, 7CE1,60Ei,; d0; ápá ÉK TEXVT1;
ixavó; notrycii; ¿cski£V0;, átekrj; aircó; rc Kat ij notricst;
incó rri; Tan/ ptatvoptévcov rl iov amppovoi5vto;
iwavíaeri.
b TocsaiSta ptév crol, Kat ETt 7C2£íCO Exco µavía; ytyvoptévii;
Cucó 086w Myetv Ka2,,á Ipya. e6crce toiStó ye aircó pnj
cpor341,80a, in& T1,; l'Uta; Xoyo; eopur3etuo 383nróptevo;
do; npó iov KEKWIlllévOD tóv C7dxppova 38TirpoatpeTcreat
Olov• tó6c npó; ¿l<CíV(p 3eía; cpepécseco Tá
vueryn'ipta, do; cyóK ¿Ir' W90,4 ó Ipco; iw Éplinat Kat TéS
¿pcoptévcp ¿K eelbv ¿7C1,7C417C8Tal. álco3eucceov av
to'óvavtíov, do; É7C' E'ÓTUXtá T1,1 pteytarti icapá eeffiv rl
c 'común] µavía 3t3otat•

244d Évfjv Hackforth: codd.: rlv ev Vollgraff: Ivt Thompson


Robin 244e écurril;Ixovra BT: airrriv 1XOVTU Arist. : árrly Ixovra
emend. Alline: sed. Burnet existimans glossema Earl; esse
Fedro 151

Aparte de esto, para las mayores enfermedades y


sufrimientos que se produjeron en ciertas familias49 de
no se sabe qué antiguos resentimientos de los dioses, la
locura, apareciendo donde debía aparecer y profetizando e
a quienes debía profetizar, encontró remedio, refugián-
dose en las súplicas y en el culto de los dioses; y de ahí
consiguió ritos purificatorios e iniciaciones con los que
hizo libre de culpa en el presente y en el futuro al que
tiene parte de ella", descubriendo para quien está loco y
poseído en su debida forma el medio de liberarse de las
desgracias que lo afligen. 245a
Pero hay un tercer estado de posesión y de locura pro-
cedente de las Musas que, al apoderarse de un alma tier-
na y virginal, la despierta y la llena de un báquico trans-
porte tanto en los cantos como en los restantes géneros
poéticos, y que, celebrando los mil hechos de los anti-
guos, educa a la posteridad. Pues aquél que sin la locura
de las Musas llegue a las puertas de la poesías' conven-
cido de que por los recursos del arte habrá de ser un
poeta eminente, será uno imperfecto, y su creación poé-
tica, la de un hombre cuerdo, quedará oscurecida por la
de los enloquecidos.
Tantos son, y aún más, los bellos efectos que te puedo b
enumerar de la locura que procede de los dioses. De
suerte que no temamos el hecho en sí de la locura, y
ningún razonamiento nos confunda, amedrentándonos
con la afirmación de que se debe preferir como amigo al
cuerdo y no al perturbado. Antes bien, que se lleve tal
argumento el premio de la victoria, si además de eso
prueba que no es en beneficio del amante y del amado
como es enviado por los dioses el amor. Pero es lo con-
trario lo que por nuestra parte hemos de demostrar: que
es con vistas a la mayor felicidad de ambos como les es
otorgada por parte de los dioses locura semejante.
152 aibpo5; 245c-246a

ij Curó3ett; Icstat 381,VOT; piEv 15,7C1,6T0;, CSocpoi,';


7ClarCi. 38T oi)v irpárov wuri; gyócs£(0; nem, eeía; rc Kat
ávepancívii;, i3óvta 7Cáell TE Kat Ipya tá2aiee; voficsav
áprj á7CO3.8t8(0; fi3E.
tYvxrj irdcsa áeávato; tó yáp áeudvitov áeávatov• tó
3' C(Uo Ktvoi5v Kat '67C' 110,101) KWO'bilEVOV, icai52,av Ixov
KOdiCSECO;, icaaccv IX& C011;. pióVOV 31j Tó aútó KW0i5V &TE
O'óK alCOXET7COV atcó O&TCOTE kíiyet Ktvoúpievov, ák/1.,á Kat
d sois 112,1ot; ócsa KtveTtat m'Uno icriyij Kat ápxii KOrl'ICSECO;.
ápXlj áyévitov. ápri; yáp áváyirri wLv Tó ytyvóptevov
ytyvecreat, aircrjv pni3' ve,;• sí $p 1K TOD ápXlj
ytyvotto, cylm ew Itt ápxii ytyvotto. ¿7C81,81j áyévitóv
¿CCM Kat á3t&peopov ccótó áváyieri sivat. ápri; $p
Curo2upptévri; oiSte 7COTE 1K TOD, O&TE &?,./1.0 ¿Ketvii;
yevíicsetat, einep ápri; 38T tá icávta ytyvecreat. armo 31j
KOrCICSECO; piEv ápXlj Tó ccótó aútó Ktvoi5v. m'Uno oiSt'
álcó2Jwcseat oiSte ytyvecreat 3Dvatóv, íl icávta rc cyópavóv
e 7C&CSáV TE yévecnv C7DIA7CECSoiScsav arivat, Kat pdi7COTE ¿Eh;
IXEW 50EV Ktvieévta yevíicsetat. áeavátou icapacwevau
toiSixp' autoiSKtvoltévoy, vuri; cyúcstav rc Kat 2,.,óyov
toiStov aótóv T1,; Xeycov oúx ataxuveTtat. 7C&V yáp cskta,
ptev Icoeev Tó KtveTcreat, avuxov, w 3e 1v3o0ev aút65
aúiov Ilavuxov do; m'Inri; oiScni; gyócseco; vuxik sí
3' IcstlV TOiSTO OiSTCO; IX0V, µrj auo Tt elvat Tó aircó
246a avió Ktvoi5v íl vu2div, áváveri; áyévitóv TE Kat
áeávatov vuxij ew

245c neudvrttov codd. Cic. (quod semper movetur) Hermog. Stob.


Herm.: ainoidvrttov Oxy. n.° 1017 (sed in marg. dist-) Vollgraff Robin
245d In apA Iambl. Theodoret. (ad Timaeum Locrum referens si ya()
¿yÉvszo, oinc av i'jv Bit apxn) Buttmann Burnet Hackforth: apA Vind.
89 Cic. (nec enim esset principium quod gigneretur aliunde): É ápxil;
BT Oxy. Simpl. Stob. Robin Verdenius 1 245e yÉventv codd. Oxy.
Herm. Syr. Stob. Chale. (omnemque genituram): ytív si; i v Phil Cic.
(omnisque terra) Burnet Ixeiv Oxy. Stob.: Ixav a-ah/al codd. Herm.
Fedro 153

En cuanto a la demostración, si no será convincente para


los hombres hábiles, lo será, en cambio, para los sabios.
Pero para ello es menester antes que nada comprender la
verdad, viendo con relación a la naturaleza del alma
divina y humana tanto las pasiones como las operacio-
nes. Y he aquí el principio de la demostración.
Toda alma es inmortal, pues lo que siempre se mueve
es inmortal. Pero aquello que mueve a otro y por otro es
movido, por tener cesación de movimiento, tiene cesa-
ción de vida. Únicamente, pues, lo que se mueve a sí
mismo, como quiera que no se abandona a sí mismo,
nunca cesa de moverse, y es además para todas las cosas
que se mueven la fuente y el principio del movimiento. d
Pero el principio es ingénito, pues es necesario que todo
lo que nace nazca del principio, y éste no nazca de nada
en absoluto. En efecto, si el principio naciera de algo, ya
no sería principio. Mas puesto que es ingénito, es nece-
sario también que sea imperecedero, pues si perece el
principio, él no podrá nacer nunca de otra cosa, ni otra
cosa podrá nacer de él, ya que es necesario que todo naz- e
ca del principio. Así, pues, el principio del movimiento
es lo que se mueve a sí mismo. Y esto es imposible que
perezca ni que nazca, so pena de que el universos'- entero
y todo el proceso de generación, derrumbándose, se
detuvieran, y no tuvieran nunca una fuente para volver
de nuevo, recobrando el movimiento, a la existencia. Y
habiéndose mostrado inmortal lo que se mueve a sí mis-
mo, no se tendrá vergüenza en afirmar que es eso preci-
samente la esencia y la noción del alma. Pues todo cuer-
po al que le viene de fuera el movimiento es inanimado,
en tanto que todo aquél que lo recibe de dentro, de sí
mismo, es animado, como si en esto mismo radicara la
naturaleza del alma. Y si esto es así, a saber, que lo que
se mueve a sí mismo no es otra cosa que alma, por nece- 246a
sidad el alma habrá de ser algo ingénito e inmortal.
154 Oaibpo5; 246a-d

flept ptev otiv aeavacría aún]; ixavan• icept ni;


i3ea; aóri; 138 2£KTEOV. 01,0V plÉV ÉCST1,, 7CáVTT1 7CáVT0);
()eta; elvat Kat ptaKpá; 3tryyt'icseco;, 7p 3e I01,K£V,
avepconívri; rc Kat a,árCOVO;* neón otiv Mycoptev.
ÉCHKETCO 3.1j CSDpupúrcp 31A/41a '67COICTÉ001) e'lryou; rc Kat
fivtóxou. eeffiv ptev otiv Innot rc Kat TIV1,0X01,7CáVTE; aótot
b rc áyaeot Kat ayaeffiv, tó t65v D.,X,cov µ,Éptetictat.
Kat irpárov ptev tjp.1,65v ó apx(ov csóvcopt3o; fivtoxeT, sita
tan/ '1:i/my ó ptev aót0 KaX,ó; TE Kat ayaeó; Kat ¿K
T01,0úTOW ó 3' ¿vavtícov TE Kat ¿vavtío;•
Kat 3ócsKoXo; ávayKri; tj iceptijiaá; fivtóxicst;.
ODV OVTITOV rc Kat aeavatov Vp" ov netpateov
Et7CETV. VOXii nácsa icavtó; É7C141E? cTTal, TOiS ávbxou,
icavta crópavóv 7CE01,7COUT 15,UOT' ÉV 15,U01,; Ei3E61,
c ytyvoptévri. teX,ea ptev otiv oticsa Kat ¿7CT8p(Opi,ÉVTI
piETEC0007COOET rc Kat icavta tóv Kócsplov 3totKeT,
ictepoppm'icsacsa cpepetat gco; áv cst8p£0i5 TWO;
ávtilarkitat, oti KatotxtcseeTcsa, cskta yílivovX,ar3oiScsa,
aótó aótó 3oKoiSv icwcTv 3tá ÉKE1,VTI; 3óvaiatv, Vp" ov
Tó csópticav yóxii Kat cskta icayév, OVTITOV
ECSXEV É7CCOvulatav• aeavatov 3e 0'63' veis Xóyou
X,82,cytaptévou, áaaá 7CX,áTTOpIEV, OiSTE 1,3óVTE; OiSTE
ficavéS; vot'icsavte;, ecóv aeavatóv T1, WOV, EXOV piEv
d yu2div, Ixov cskta, tóv áet xpóvov 'm'Una
crupticapóKóta.

246a ¿oudro Sri T2W2 Herm. Stob. : lows re) Sri B: lows ro?
T: lows Sri ro? WV: lows S7j t vulg. II 246b tyoxri n'euro Oxy.
Simpl.: rcEtaa rl yoxit B: rl yoxii netaa. T: trncri y&p nEtcsa. Euseb.
Fedro 155

Sobre su inmortalidad basta con lo dicho. Sobre su


modo de ser se ha de decir lo siguiente. Describir cómo
es exigiría una exposición que en todos sus aspectos úni-
camente un dios podría hacer totalmente, y que además
sería larga. En cambio, decir a lo que se parece implica
una exposición al alcance de cualquier hombre y de
menor extensión. Hablemos, pues, así. Sea su símil el de
la conjunción de fuerzas que hay entre un tronco de ala-
dos corceles y un auriga. Pues bien, en el caso de los
dioses los caballos y los aurigas todos son buenos y de b
buena raza, mientras que en el de los demás seres hay
una mezcla. En el nuestro, está en primer lugar el con-
ductor que lleva las riendas de un tiro de dos caballos, y
luego los caballos, entre los que tiene uno bello, bueno y
de una raza tal, y otro que de naturaleza y raza es lo
contrario de éste. De ahí que por necesidad sea difícil y
adversa la conducción de nuestro carro. Pero ahora
hemos de intentar decir la razón por la que un ser vivien-
te es llamado mortal e inmortal. Toda alma se cuida de
un ser inanimado y recorre todo el cielo, aunque toman-
do cada vez una apariencia distinta. Mientras es perfecta
y alada camina por las alturas y rige al universo entero;
pero aquélla que ha perdido las alas es arrastrada hasta
alcanzar algo sólido en donde se instala, tomando un
cuerpo terrenal que da la impresión de moverse a sí mis-
mo, gracias a su virtud. Llámase ser viviente al conjunto
de este ajuste entre alma y cuerpo, que recibe además la
denominación de mortal. En cuanto al nombre de inmor-
tal, no procede en absoluto de ningún concepto del que
podamos dar razón. Por el contrario, sin que lo hayamos
visto ni lo podamos concebir de una manera satisfacto-
ria, nos forjamos la idea de la divinidad como si fuera un
viviente que no muere, con alma por un lado y cuerpo d
por otro, pero unidos eternamente por naturaleza.
156 Ocd5po5; 246d-247b

d1,21,á TaiSta ptev 31'1, órn iw 0865 Olov, 'cabra ¿x,ÉTCO TE


Kat Xeyécseco• T1jV atttav ni; TÓSV 7CTEOW de7C0130k11;,
31; TiV vuri; álcoppeT, 2,.ár3coptev. Icstl3É Tt; totá3e.
flégyuKev rl 7CTEpOi5 3úvaiat; Tó Épi[3pte¿; a781,V 15,VCO
piETECOpgovcsaij tó tan/ eeffiv yévo; &KEY, KEKOWdwrIKE
3É rn pt,á2acsta té5v icepi tó cskta T0i5 6d01) [WDX1'1]• tó
e eeTov KaX,óv csocpóv, áyaeóv, Kat 7CaV ÓTt TOtOiSTOY
TO'bT0t; 8rj tpécpetat TE Kat aiíetat pt,á2ACYtá ye tó ni;
vuri; ictépcopta, ataxp65 3e Kat KaK65 Kat TOT; ¿vavttot;
cpetV£1, TE Kat 3tóUutat. ó ptev 8rj µ,Éya; ijyepubv ¿v
cyópav65 ZE'ó;, a,abvcov ictrivóv &ppm, imano; nopeúetat,
3taKocriaffiv icávta Kat betpia.,0'1 1EVO;* TO 3' g7CETat
atpattá eeffiv TE Kat 3atiaóvcov, Katá gv3exa µ,Épri
247a KEKOCYpiliptéV11. plÉVEt yáp 'arría eeffiv oimp ptóvii• té5v
áll,cov ócsot ¿v iw TÓSV 36)38Ka áptept,65 tetayptévot
0E0i, apX0VTE;I'lyoiSycat Katá TátV gKaCSTO; ÉTáXell.
no2,1,ai ptev ouv Kat ptaKáptat (Mal TE Kat 3tÉo3ot ¿vtó;
cópavoiS, E(,; eeffiv yévo; ei)3atiaóvcov ¿incstpécpetat
7CpáTTCOV gicacsto; ainffiv Tó aúiov g7C8Tat ó áei
¿eacov TE Kat 3Dvápievo;• cpeóvo; yáp w 6d,01) X0p0i5
Vcstatat. ótav npó; 3aTta Kat ¿ni, 00íVTIV 1:(061,V,
b axpav ¿ni TljV incoupávtov áyT3a nopeúovtat npó;
ávavte;,1) 8rj tá ptev eeffiv 62datata icsoppówo; ein'ivta
óvta Pg3íco; nopeúetat, tá 3e 15,2,1a pt,óyt;• Ppteet yáp ó
ni; Káicri 1:7C7C0; piETÉZCOV, TljV yi'v f5É7CCOV TE Kat
Papúvcov w puj Ka2,16; <11v> 11 teepapiltÉvo; té5v ijvtówv.
Ivea 8rj 7CóVO; TE Kat áy¿ov matos vuxil npóKettat. al
ptev yáp áeávatot Ka2uzyíltevat, fivíx' áv npó; áKpcp

246d vuxn BT: om. Plut. 246e Sil codd. : ilycluay codd.
Dionys. Hermog. Plut. Plot. Stob. Herm. Procl. : om. Dem. et alibi
Plut. Hermog. 247b p Srl Procl. : codd. áv add. Heindorf
BT: 11jy rece.
Fedro 157

Mas quede esto tal como le plazca a la divinidad, y sea


también así dicho. La causa, empero, de la pérdida de las
alas, que determina el que éstas se le caigan al alma,
considerémosla. Es más o menos la siguiente.
La propiedad natural del ala es la de levantar lo pesa-
do a lo alto, elevándolo a la región donde habita el linaje
de los dioses, y de un modo o de otro es dentro de las
partes del cuerpo lo que más ha participado de la natura-
leza divina. Pero lo divino es bello, sabio, bueno y reúne e
cuantas propiedades hay semejantes. Con ellas precisa-
mente se crían y crecen en grado sumo las alas del alma,
mientras que con lo feo, lo malo y los vicios contrarios a
aquéllas se consumen y perecen. Pues bien, el excelso
conductor del cielo, Zeus, auriga en su carro alado, es
quien camina primero, ordenando y cuidándose de todo.
Le sigue la hueste de dioses y divinidades formada en
once escuadrones. Únicamente IIestia permanece en el 247a
hogar de los dioses; que todos los demás, encuadrados
en el número de doce, van como jefes a la cabeza del
destacamento que a cada uno le fue asignado. Y hay
muchos y beatíficos espectáculos en el interior del cielo,
así como órbitas que recorre el linaje de los dioses biena-
venturados, ocupándose cada uno de lo que es de su
incumbencia; entre tanto les sigue aquél que en cada
caso quiere y puede. Pues la envidia está fuera del divino
coro. Mas cuando se dirigen a su festín a regalarse,
caminan cuesta arriba por la cumbre de la bóveda que b
está debajo del cielo, precisamente por donde los vehícu-
los de los dioses, que son por su equilibrio fáciles de
conducir, avanzan con holgura, en tanto que los demás lo
hacen a duras penas. Pues el corcel que participa de mal-
dad es pesado, gravita hacia tierra, y entorpece a los
cocheros que no estén bien entrenados. Allí precisamen-
te se enfrenta el alma con su fatiga y lucha suprema. Las
llamadas inmortales, una vez que
158 Oaibpo5; 247b-248a

yévcovtat, Icoicopeueeksat Icstficsav ¿ni T45 TOiScyópavoi5


c VáVCCp CSTácsa; 8É aircá; iceptayet tj icepupopa, al
eecopoiScst táÉ w toiScyópavoi5.
Tóv 8É i)icepoupávtov TÓ7COV OiSTE Tt; ÓáVTICSÉ 7CCO t65v
Tfl3E OiSTE 7COTE '61.1,VI'ICSEt Kat' átav. Iza 8É 138
—to4triteov yáp oi)v TÓ ye a2,,fiee; eineTv, 110,1co; rc Kai
icepi ákfieeía; Myovta— tj yáp áXpktáTÓ; rc Kai
ácsrwattato; Kai ávacpfi; aúcsía 5vta); oZcsa, vuri;
Kur3epvfitu ptóvcp eeatfi v65, 7CEpi fiv TÓ T11; ák7100i5;
d É7Clartn111; yévo;, toiStov Iza TÓV TÓ7COV. &T' Otv)V 0E0i5
3távota v0 rc Kai É7ClarnITI aKipatcp tpapoptévi, Kai
anácsi; wuri; órn áv µe2,41 TÓ irpocsfiKov .1.éacreat,
i8oiScsa 3tá xpóvau tó 5v áfyálrá 'rc Kai eecopoiScsa tákfiefi
tpécpetat Kai eincaeeT, gco; áv KI)K2,cp tj iceptcpopá sis
taótóv icepteveyKu. ¿v 3e ti] iceptó3cp Kaeopá pi,ev aótfiv
3tKatocsúviv, Kaeopá 8É amppocsúviv, Kaeopá
e É7ClaTIntliV, O'ÓX, 11 ZÉVEC7t; 7CpÓCSECYTtV 053' fi ¿cstíV7COD
'repa ¿v 'repcp aucsa wv tjµsis Vi')V ÓVTCOV Ka2wiSpiev,
láUá ÉV T45 5 ¿attV ÓV ÓVTCO; É7ClaTIntliV oZcsav• Kai
t112,a cbcsaútco; T á 5vta 5vta); eeacsaptévi Kai
bzsttaeeTcsa, 3i5csaica2av sis TÓ EtCYCO T0i5 cyópavoiS, oiKa38
tv1X,OEV. a,e0t)(711; 8É aúni; ó fivíoxo; npó; cpátviv
'coi); Inicuo; atficsa; icaper3aX,ev ápir3pocstav rc Kai ¿Ir'
aótfi véKtap ¿7C05T1,68V.
248a Kai oZto; ptev eelbv 13to;• al 8É Dlat vuxaí, tj ptev
aptata 080 Ércoµévri Kai eiKaaptévi i)icepfipev sis TÓV
ECO TÓ7COV ctjv T0i5 TIVtÓXOD Kapa2,fiv, Kai crupticeptivexei

248a Saoltavi Kai sitcanuSvu codd.: anopavi Oxy. Wilamowitz


Robin Von der Mühll Verdenius
Fedro 159

han ascendido a la cumbre, salen afuera y se detienen en


la espalda del cielo, y al detenerse las transporta circular-
mente su revolución, mientras contemplan las cosas que
hay fuera del cielo.
En cuanto a ese lugar que hay por encima del cielo,
jamás hubo poeta de los de aquí que lo celebrara de una
manera digna, ni tampoco lo habrá. Pero, puesto que nos
hemos de atrever a decir la verdad, especialmente cuan-
do hablamos de la Verdad, he aquí su condición. Es en
dicho lugar donde reside esa realidad carente de color, de
forma, impalpable y visible únicamente para el piloto del
alma, el entendimiento; esa realidad que «es» de una
manera real, y constituye el objeto del verdadero cono- d
cimiento. Y puesto que la mente de la divinidad se ali-
menta de pensamiento y ciencia pura, como asimismo la
de toda alma que se preocupe de recibir el alimento que
le es propio, al divisar al cabo del tiempo al Ser, queda
contenta, y en la contemplación de la verdad se nutre y
disfruta, hasta que el movimiento de rotación la trans-
porta circularmente al mismo punto. Yen esta circunva-
lación contempla a la justicia en sí, contempla a la tem-
planza y contempla al conocimiento, pero no aquél, e
sujeto a cambios, ni aquél otro que es diferente al versar
sobre los distintos objetos que ahora nosotros llamamos
seres, sino el conocimiento que versa sobre el Ser que
realmente es. Y tras haber contemplado de igual modo
las restantes entidades reales y haberse regalado, de nue-
vo se introduce en el interior del cielo y regresa a casa.
Y una vez llegada, el auriga pone los caballos junto al
pesebre y les echa como pienso ambrosía, y después les
da de beber néctar.
Ésta es la vida de los dioses. En cuanto a las restantes 248a
almas, la que sigue mejor a la divinidad y más se le ase-
meja logra sacar al lugar exterior la cabeza del auriga, y
es transportada juntamente con aquéllos en el movimiento
160 Oaibpo5; 248a-d

itjv icepupopáv, eopur3oupt,Évi i)icó TéSv Iniccov Kat p.tóyt;


Kaeopfficsa Tá 5N/tu. fi TOTE piEv Tvipev, TOTE 3' 13D,
13taop.1,Évcov TéSv Viciecov Te( pdv 87,38v, Te( 3' oiS. al &fi
y2,.,txóptevat p.1,8v anacsat tov ave) gicovtat,
á3DvatoiScsat 38, i)icor3púxtat csupticepupépovtat,
b natoiScsat á2,1.,fiX,a; Kat Éntr3áUcrucsat Étépa ltpó
Étépa; netpcopt,Évi yevécreat. eópur3o; oi)v Kat eat2,1.,a
Kat iZpénlaxato; ytyvetat, o?) &fi Kaidá fivtóxcov icoUai
p.1,8v xco2,.,8'bovtat, icalai 38 >reale( 7CTEpá epa'bovtat•
irdcsat icoav Ixoucsat itóvov áTEX,ET; TI]; T0i5 ÓVTO;
eéa; ánéppvtat, Kat álc82,.,eoiScsat tpocpti 3oacuti
xpffivtat. ou 3' gvex,' tl 7CO2,11j CS7COD31j Tó ákfieeía; i38Tv
ice3tov oú ÉcstlV, fi TE 371 irpocsfiKaucsa yuri; iw ápícsup
c voiafi Él< 'coi') ¿KEY 2,.,8tiaffivo; Tu'aáVEl aucsa, fi rc T0i5
7CTEpOi5 gyócst;, w vuxii Kowpgetat, TO'ICO? tpécpetat.
C'Eapió; rc A3pacsteía; 538. fi tt; áv yuxfi 0845
auvoica3ó; yevoptévi Katí3fi Tt TIO'V á2,.110115V, plEXpl rc TI];
Étépa; iceptó3ou elvat árk.tóva, Káv áci tonto 3úvitat
7COlETV áEi ár32,,a13fi elvat• ótav á3Dvatficsacsa
Éntairécreat µfi 'í313, Kat TM, CYDVTDX,tá xpicsaptéviX,fiefi; rc
Kat Kaida; ic2,,ficseeTcsa Papuvefi, Papuvedcsa
irrepoppuficsu TE Kat tfiv yi'v 7CÉCSTI, TóTE Vópi0; taórriv
d µfi cpureiScsat 8i; p.1,1138p.dav efipetov gyócstv irpárn
yevécset, á2,1á itjv piEv 7CXETCYTá i3oiScsav sic yovfiv áv3pó;
yevicsopt,Évou cpilocsócpou íl cpt2,.,o-Keúuyó íl ia01)61,K0i5 TWO;

2486 oU Sri Ivax"i1 T Herm. Robín: on8¿v lxst B: oU 8' Ivex'


D Madvig Burnet
Fedro 161

de rotación; pero, como es perturbada por sus corceles,


apenas puede contemplar las realidades. A veces se alza,
a veces se hunde, y por culpa de la fogosidad de los
caballos ve unas cosas y otras no. Las demás siguen con
el anhelo todas de alcanzar la altura, sumergiéndose al
fracasar en su intento y siendo arrastradas en el movi-
miento circular todas a la vez, pisoteándose mutuamente b
y embistiéndose, al tratar de adelantarse las unas a las
otras. Así, pues, se produce un tumulto, una pugna, un
sudor supremo, en el que por impericia de los aurigas
muchas quedan cojas, muchas con muchas plumas que-
brantadas, y todas, tras pasar por gran fatiga, se van de
allí sin haber sido iniciadas en la contemplación del Ser,
recurriendo a la opinión como alimento después de su
retirada. Y la razón de ese gran afán por ver dónde está
la Llanura de la Verdad es que el pasto adecuado para la
parte mejor del alma procede del prado que hay allí, y el
que con esto se nutre la naturaleza del ala, con la que se
aligera el alma.
Y ésta es la ley de Adrastea53. Toda alma que, habien-
do entrado en el séquito de la divinidad, haya vislumbra-
do alguna de las Verdades quedará libre de sufrimiento
hasta la próxima revolución, y si pudiera hacer lo mismo
siempre, siempre quedará libre de daño. Pero cuando no
las haya visto por haber sido incapaz de seguir el cortejo;
cuando, por haber padecido cualquier desgracia, haya
quedado entorpecida por el peso de una carga de olvido
y maldad, perdido las alas a consecuencia de este entor-
pecimiento, y caído a tierra, la ley entonces prescribe lo
siguiente. Dicha alma no será plantada en ninguna natu- d
raleza animal en la primera generación, sino que aquella
que haya visto más lo será en el feto de un varón que
haya de ser amante de la sabiduría, o de la belleza, un
cultivador de
162 Ocd5po5; 248d-249b

Kat ¿paynKoiS, Tip/ 3eurepav sis Pacsileco; ¿vvóptou íl


7CO2£1.0X0i5 Kat ápvicoiS, 'mímy sis 7CO2ATtKOi5 íl TWO;
OtKOV0álKOi5 íl xpiptattattKoiS, TETápTI1V sis cpiloicóvou
<fi> ymavacroKoi5 íl icepi adlaato; iacsív TWO; ÉCSOáÉVOD,
e icepticrfiv ptavtucóvf3tov fi 'uva TE2£6T1X6V Eoucsav• gKril
7C01:71TtKó; íl TéSv icepi átállaív T1,; 15,2W%0; ápiaócset, 13.3ópura
3filatoupytKó; íl yecopytKó;, Cry3•513 csocptatticó; íl
311110K07ClKó;, ÉVáTT1 npavvticó;.
'Ev &fi TaóT0t; bracstv 8; ptev áv 3tKaíco; 3tayári
ááffi/OVO; plotpa;
pista? aptPávet, 8; 3' áv áfflicco;, xeípovo;• sis ptev yáp Tó
aircó 50ev fiKet tl vuxii -icácstri aóK ácpucveTtat ¿Tan/
249a ptyptcov —cyó yáp irrepoiStat npó TOCS0úTOD xpóvau-
7C2diV tl T0i5 cpti%ocsocpficsavto; á3•52,,co; íl nat3epacrcficsavto;
lactó( cpti\ocsocpta;• ¿nal, 3e tpírti iceptó3cp ifl Xt2aETET, ¿En/
acovtat tpis ¿cpe ri; TóV 13tov toiStov o5uo rrepweeTcsat
tptaxt2aocst65 It£1, álCEOZOVTát. al 15,2,1at, ótav TóV
nparcov 13tov TE2XOTT'IC061,V, Kpícseco; Ituxov, KpteeTcsat
al ptev sis Tá '67Có yfi; 3tKatanfipta 0,,eoiScsat 3ficriv
ÉKTíVODC71,V al 3' sis uyópavoi5 'uva Tó7COV '67Có T11; Aticri;
b KatxptcseeTcsat 3táyaucstv áíco; o?) ¿v ávepdynov e'í3et
¿Ptcocsav Nov. T45 3e xl2a0C7T65 kupótepat ácpticvullievat
É7CiKkfipcocsív TE Kat dipecnv iov 3eurepaufkou aipoi5vtat
8v áv eé? -icácstri• Ivea Kat sis efiptcru 13tov ávepancívi
vuxfi ácpticveTtat, Kat ¿K efiptou 5; 7COTE ávepcono; ijv
náltv sis ávepconov. crú yáp fi ye ál'i7COTE i3oiScsa itjv
ákfieetav sis Tó3E TgEt Tó

248d:11am-t. Badham add. Thompson Burnet 248e Sultoxonucó;


T Herm. Burnet Robin: µTrucó; B
Fedro 163

las Musas, o del amor; la que sigue en segundo lugar, en


el de un rey obediente a las leyes, o belicoso y con dotes
de mando; la que ocupa el tercero, en el de un político,
un buen administrador de su hacienda o un negociante;
la del cuarto, en el de un hombre amante de la fatiga
corporal, un maestro de gimnasia o un perito en la cura
del cuerpo; la quinta habrá de tener una vida consagrada e
a la adivinación o a algún rito iniciatorio; a la sexta le irá
bien la vida de un poeta o la de cualquier otro dedicado
al arte de la imitación; a la séptima, la de un artesano o
labrador; a la octava, la de un sofista o un demagogo; a
la novena, la de un tirano.
En todas estas encarnaciones, el que haya llevado una
vida justa alcanza un destino mejor, el que haya vivido
en la injusticia, uno peor. Pues al mismo punto de donde
ha venido no llega ningún alma antes de diez mil años 249a
—ya que no le salen alas antes de dicho plazo—, con
excepción del alma del que ha filosofado sin engaño o
amado a los mancebos con filosofía. Éstas, si en la terce-
ra revolución de un milenio han escogido por tres veces
consecutivas dicho género de vida, adquiriendo de ese
modo alas, al cumplirse el último año del tercer milenio
se retiran. Las demás, cuando han terminado su primera
vida, son sometidas a juicio, y una vez juzgadas, van las
unas a los penales que hay bajo tierra donde cumplen su
condena, y a las otras las eleva la justicia a un lugar del
cielo donde llevan una vida en consonancia con el mere- b
cimiento de la que llevaron en la apariencia humana. Al
transcurrir un milenio, llegadas unas y otras al momento
del sorteo y elección de la segunda vida, escoge cada una
el tipo de vida que quiere. Es entonces cuando un alma
que ha estado en un cuerpo humano encarna en uno ani-
mal, o cuando el que un día fue hombre, abandonando la
forma animal, vuelve de nuevo a hombre. Pues no llegará
a esta forma el alma que
164 Occibpo5; 249b-e

axiipta. 3ÉT yáp avemicov avvtévat Ka<tá tó> 87,3o;


c 2,,eyóptevov, Él< icaló5v ióv<t'> aicsWicsecov ei; lv
2,,cytapt,65 auvatpaóptevov• tonto 3' ÉcstiV áVáplial;
ÉKEíVCOV á itot' ET3EV TiktÓ5V tl VUXTI cruptaopeuedcsa 0865
Kat TVCept3oiScsa á vi5v mut cpaptev, Kat ávaiebyacsa Et; tó
óv ÓVTOn. 6t6 6tj 3ticaíco; ptóvti ntepoiStat tl ton
cpilocsócpou 3távota• npó; yáp ¿K8tV01,; áEí ÉCSTW ptvi'auti
xara 3'óvaiatv, npó; olcsicep 0E6; 6YV OET,ó; ÉCSTW. TOT; 8: 8tj
T01,0úT0t; áviip TVCoptvíntacstv ópean XMLEVO;, Tú.É01);
áEi Tú.,ETá; Tú:ópiEVO;, té? EO; ÓVT(0; pióVO; ytyvetat•
d ¿tcr. áptevo; 3É té5v avepancívcov csicau3aaptatcov Kat npó;
tw edfp ytyvóptevo;, VODOETETTát plÉv i)icó té5v ico2u1.,65v cb;
icapaKtvffiv, Éveoucstacov 3É2,,É2aieev T0i); 7COUO'ó;.
"ECYTt 6i oi)v 38i5po ó 7C4 fi mov X,óyo; icepi ni;
TETápT11; µavía; —fiv ótav tó Tfl3É T1,; ópéSv Ke0,1Án, ton
0,,rieoi5; ávapudayticsKóptevo;, ictepóStat TE Kat
ávantepulltevo; 7CpoOupuyíltevo; ávantécreat a3Dvató5v
3É, ópvteo; 3ficriv 132,Éncov avco TÓSV KáT(0 apt82,16v,
e aittav Iza Cb; ptavt-KéS; 3taKet µEN/N— Cb; apa aótri
icacsaw tan/ Éveovatácsuov aptcstri TE Kat aptatcov iw
TE IX,OVT1, Kat KOWCOV0i5VT1, airri; ytyvetat, Kat ótt
taúttls piETEXCOV T11; µavía; ó ÉpéSv té5v KaViSv Épacstii;
KakeTtat. Kaeáirep yáp dpritat, irdcsa pt,Év avepdynou

249b lona tó sitio; conieci: Kat' sitio; codd. Burnet Robin Ver-
denius: lo Kat' sitios Heindorf Hackforth: Kat' san lo Else ióvt'
auct. Badham Thompson Hackforth: ióv codd. II 249e p post
áliskibv add. Von der Mühll
Fedro 165

nunca ha visto la Verdad, ya que el hombre debe realizar


las operaciones del intelecto según lo que se llama idea",
procediendo de la multiplicidad de percepciones a una
representación única que es un compendio llevado a cabo
por el pensamiento. Y esta representación es una reminis-
cencia de aquellas realidades que vio antaño nuestra
alma, mientras acompañaba en su camino a la divinidad,
miraba desde arriba las cosas que ahora decimos que
«son» y levantaba la cabeza para ver lo que «es» en rea-
lidad. Por ello precisamente es la mente del filósofo la
única que con justicia adquiere alas, ya que en la medida
de sus fuerzas está siempre apegada en su recuerdo a
aquellas realidades, cuya proximidad confiere carácter
divino a la divinidad. Y de ahí también que el hombre
que haga el debido uso de tales medios de recuerdo sea
el único que, por estar siempre iniciándose en misterios
perfectos, se haga realmente perfecto. Saliéndose siem- d
pre fuera de los humanos afanes y poniéndose en estre-
cho contacto con lo divino, es este hombre reprendido
por el vulgo como si fuera un perturbado, mas al vulgo
le pasa inadvertido que está poseído por la divinidad.
Pues bien, llegada a este punto, la totalidad de la
exposición versa sobre la cuarta forma de locura —esa
locura que se produce cuando alguien, contemplando la
belleza de este mundo, y acordándose de la verdadera,
adquiere alas, y de nuevo con ellas anhela remontar el
vuelo hacia lo alto; y al no poder, mirando hacia arriba a
la manera de un pájaro, desprecia las cosas de abajo,
dando con ello lugar a que le tachen de loco— y aquí se e
ha de decir que es ése el más excelso de todos los estados
de rapto, y el causado por las cosas más excelsas, tanto
para el que lo tiene, como para el que de él participa; y
que asimismo es por tener algo de esa locura por lo que
el amante de los bellos mancebos se llama enamorado.
Pues, según se ha dicho, toda alma humana por condición
166 Occibpo5; 249e-250c

yuxii gyó681, teeéatat Tá óvta, íl cylm áv TY12,,OEV sis Tó3E Tó


250a Vp" ov• ávaiatiavúcsiacreat 3É Él< tdv6c ÉKÉTva oú f5a3tov
¡brama, oiSte 5csat 13paxéco; cT6ov TóTE taxa, alíe' al
38i5po necsoiScsat É3Dcrróxicsav, e6cste '67Có rtvwv óáll1,11')V
Tó a3tKov tpairóptevat TóTE cT6ov tepó5v
Wayat 6i 2,,Et7COVTál, at; Tó µA/1'nm; ixavéS;
7CápECSTI,V. ainat 3É ótav TI, Tli)V ¿KEY óptoícopta i3axstv,
¿K7C2,ljTtovrat Kat cyóKÉO' ainffiv ytyvovtat, 8 6' Iatt Tó
b iráeo; áyvooiScst 3tá tó µtj ixavéS; 3tatcreavecreat.
3tKatocróvi; pt,Év av Kat amppocróvi; Kat ócsa
típtta yuxai,'; aóK IVECYtt cpéro; cú3Év toT; tt138
óptotdaacstv, 6t' aptu3pffiv ópyávcov ptóyt; dótó5v
Kat Wayot É7Ci Tá; eiKóva; ióvte; eeffivtat Tó TOiS
eixacseévto; yévo;• Ke0,1o; TóT' 1)V i3ÉTv2,,apapóv, &tc
C7i)v eiZaltovt xop65 ptaKaptav eiwtv rc Kat (May, Énóptevot
plETá plEv Ató; íjp.1,8i,';, 15,2,1ot 3É laCt' á2,101) eswv, cT6óv rc
Kat ¿TE2,,OiSVTO Tan/ TE2,,ETÓSV ijv 0411,; 2,,Éyetv
c ptaKaptcotativ, ijv c'opytáopt,Év 62,,óKX,ripot pt,Év ainot
óvte; Kat almea; KaKó5v ócsa ílitd; 'úcstépcp xpóvcp
ineépLEVEV, 6 Kat lanXil Kat átpepui Kat
8'63aípt,ova Ocriaata laDO'118VOt rc Kat É7COICTE'bOVT8; ¿v
airyti Kaeapa', Kaeapoi óvte; Kat acríatavtot TaóTOD 8
vGv 6i cskta iceptcpépovte; óvopt,aoptev, ócstpéop tpónov
3838apteuptÉvot.

250a oM<S0' co`yróiv edd. : CriCÉT. ceirdív codd.: ccürüív


Hirschig Burnet Vollgraff 250b ijv O> µr5 rece. Herm. : rl OSItt B:
040; T
Fedro 167

de su naturaleza ha contemplado las verdaderas realida-


des de las cosas, ya que, de no ser así, no hubiera encar-
nado en este ser viviente. Ahora bien, el acordarse por 250a
las cosas de este mundo de aquellas otras no es algo fácil
para la totalidad de las almas; no lo es para cuantas vie-
ron entonces por corto espacio de tiempo las realidades
de allí; ni tampoco para cuantas tuvieron la mala fortuna
en su caída a este mundo de ser desviadas por ciertas
compañías hacia lo injusto, llegando a olvidarse así de
los santos espectáculos que habían visto en su día. Por
ello son pocas las que quedan con suficiente poder evo-
cador. Y éstas, cuando ven algo que ofrece semejanza
con los objetos de allí, quedan fuera de sí, y ya no son
dueñas de sí mismas; pero desconocen lo que les ocurre b
por la insuficiencia de sus percepciones. Pues en las
réplicas terrenales tanto de la justicia, como de la tem-
planza y de cuantas otras cosas son apreciadas por las
almas, no hay ningún resplandor. Y no es sino a duras
penas, por medio de órganos confusos, como únicamente
unos pocos, yendo a las imágenes de aquéllas, contem-
plan los rasgos genéricos de lo reproducido. Fue posible
ver la Belleza en todo su esplendor en aquella época en
que en compañía de un coro feliz teníamos ante la vista
un beatífico espectáculo, mientras íbamos, nosotros en el
séquito de Zeus, y los demás en el de los restantes dioses;
éramos entonces iniciados en el que es lícito llamar el
más bienaventurado de los misterios, que celebrábamos c
íntegros y sin haber sufrido ninguno de los males que nos
aguardaban en un tiempo posterior. Íntegras también, y
simples, y serenas, y felices eran las visiones que en el
último grado de nuestra iniciación contemplábamos en su
puro resplandor, puros y sin la señal de ese sepulcro" que
ahora llevamos a nuestro alrededor y llamamos cuerpo,
estando en él encarcelados como la ostra en su concha.
168 Occibpo5; 250c-251b

TaiSta 1.1,ev oi)v Kexaptcseco, 3t' ijv 7Cóeq? TÓSV


TóTE vvv plaxpótepa eipitat• icepi Ka2,1o1);, e6csicep
d Ei7C011EV, piET' ÉKEtVCOV rc aapurev 6v, 3eiSpó ÉX,eóVTE;
Katet2,dicpapt,ev aótó 3tá ni; ¿vapyeatárj; aiaNcreco;
Tan/ íiltetépcov, cstíM3ov ¿vapyécstata. eiwt; yáp
ÓDTáTTI TaW 3tá iov csktato; Ipxetat aiaNcrecov, 11
cppóvicst; cyóx ópIrat• 3etvoi); yáp áv icapeTzev Iparca;,
si Tt TOlOiSTOV Éalni; ¿vapye; ei3coX,ov icapeíxeto sis
Invtv ióv, Kat T1,2,1.,a ócsa ¿puma. viiv Ka2,1o; ptóvov
taórriv laxe ptoTpav, ¿6cst' ¿mpavécstatov elvat Kat
e ¿pacsiatáratov. ó 1.1,ev oi)v jai] VEOTEMI;íl 3tapeappdvo;
cyóK óéco;¿veév38 ¿K£T,CM 9Épetat, npó; aótó Tó KEQ,0;,
eEdLEVO; aótoiS T1jV ttl38 acovóiatav, ¿66c' ció cséPetat
rpocropffiv, 1'13°1 icapa3oi); tetpáno3o; vói.tóv
Paívetv ¿ictxetpeT Kat nat3ocsicopeTv, Kat ór3pet
251a 7CpocropuX,ffiv ció 3É 301X8V 0'63' aicsxóvetat napa qyócstv
íj3ovilv 3tcbmov• ó apttte2d1;, ó iwv TóTE 7C0kDOE410V,
ótav eeoet3e; npócsancov '1:313 Ka2,1o; e?) ptept,tpuratévov, íl
ttva cs4tato; i3Éav, nparcov ptev Icppte Kat Tt Tli)V TóTE
'67C11X,OEV al tóv 3etptatcov• ara irpocropffiv cb; ecóv
affletat Kat si jai] ¿3£3t£1, itjv T11; cs9ó3pa µavía; 3ólav,
eóot áv cb; á-041,m Kat 0865 sois icat3tKoi,';. i3óvta 3É,
b al tóv olov ¿K cppticri; ptetar3oXVI rc Kat i3pcb; Kat
eeppáris ddieris

251a pu) ÉSÉStÉt con. Cobet et Oxy. ita legendum demostravit:


SeStsín B: µt1 SeStet T SÉ Oxy. Robin: S' B Herm. Bumet
Fedro 169

Quede esto como tributo rendido al recuerdo, que,


infundiéndonos la añoranza de las cosas de antaño, ha
sido ahora la causa de que nos hayamos extendido dema-
siado. Volvamos a la Belleza; según dijimos, estaba res- d
plandeciente entre aquellas visiones, y al llegar a este
mundo la aprehendemos por medio del más claro de
nuestros sentidos, puesto que brilla con suma claridad.
La vista, en efecto, es la más penetrante de las percep-
ciones que nos llegan a través del cuerpo, pero con ella
no se ve la sabiduría. De lo contrario, nos procuraría
terribles amores, si diera aquélla una imagen de sí misma
de semejante claridad que llegara a nuestra vista. Y lo
mismo ocurriría con cuantas otras realidades hay dignas
de amarse. Pero el caso es que únicamente la belleza
tuvo esa suerte, de tal modo que es la más manifiesta y
la más amable de todas ellas. Pues bien, quien no es un e
iniciado reciente o quien está corrompido no se deja
transportar prontamente de aquí a allá, junto a la Belleza
en sí, cuando contempla lo que en este mundo recibe el
nombre de aquélla; de suerte que, al poner en ello su
mirada, no experimenta un sentimiento de veneración.
Por el contrario, entregándose al placer, intenta cubrir
a la manera de un cuadrúpedo y engendrar hijos, y por
estar sumido en el libertinaje no siente temor ni yerguen- 251a
za al perseguir un placer contrario a la naturaleza. En
cambio, el que acaba de ser iniciado, el que contempló
muchas de las realidades de entonces, cuando divisa
un rostro divino que es una buena imitación de la Belle-
za, o bien la hermosura de un cuerpo, siente en primer
lugar un escalofrío, y es invadido por uno de sus espan-
tos de antaño. Luego, al contemplarlo, lo reverencia
como a una divinidad, y si no temiera dar la impresión
de vehemente locura, haría sacrificios a su amado como
si fuera la imagen de un dios. Y después de verlo, como
ocurre a continuación del escalofrío, se opera
170 Occibpo5; 251b-e

2,,apt,(3ávet• 38ápievo; yáp iov KálX,01); iljv álcoppoilv 3tá


iwv ópiltátcov ¿eepptáverblj rl TOi5 7CTepoi5 gybat; áp3etat,
eepptaveévto; 3¿ ¿tener) tá icepi cijo Impucstv, á ice0,,at'67CÓ
csialporito; crunteptuKóta elpye µ1j 132,,acstávetv•
alppveksi; 3¿ v1S tpogni; COTICSÉ TE Kat (15ppuicse gybecreat
duró ti]; ()gil; ó TOi5 7CTEpOiSKaa.,ó;'67CÓ 7CaV TÓ T11; VDX11;
C E7,80;* nácsa yáp ijv tó ice0,,at 7CTEpCOTI'l. psi 0'6V ÉV TOÚTO?
52,.1 Kat ávampdet, Kat &Tref) TÓ tan/ 63ovtocpuabvtcov
7Cá00; icepi 'coi); 63óvta; ytyvetat ótav aptt gyboxstv,
KVIlat; TE Kat áyaváKricst; icepi tá taótóv 31j
nénoveev rl toi5 ictepocpueTv ápxoptévou vor'i• psi rc Kat
áTavaKteT Kat yapya2,getat qyboucsa tá 7CTEpá. ótav pt,¿v
ouv 13X,Énoucsa npó; tó toi5 icat3ó; Kák2,,N, ¿K£TOCV plépri
¿ictóvta Kat PÉOVT' 31'1 3tá m'Una Vtepo; KaX,ETtat-
3exoptévi [tóv Vtepov] ap311Tát rc Kat eeppluívitat, 2,,expá
d rc 2115 63ÚVIl; Kat yérieev• ótav 3¿ wpi; yévi1tat Kat
ccóxi.dicrn, tá iwv 314ó3cov atoptata 11 tó 7CTEpÓV ópptá
crovaDatvopteva, pubcsavta álco-KX,úet ti v PACYTTIV TOi5
ictepoiS• 3' ¿VD:5; plETá TOi5 ilaépou ánoKeicktiptévi,
ici3fficsa otov tá csqybovta, ti] 314ó3cp ¿yxptet ácácstri rti
Ka0' aú v ¿6ate nácsa Kevtouptévii(1) voxii oicstpá
Kat 63Dvátat, pivi'llaiv 3' ai) Ixoucsa toi5KaXoi5 yérieev.
3¿ kupotépcov pteptetyptévcov á3lipLOVET TE T1,1 átontá toi5
e icáeoy; Kat álcopoiScsa kOTTá Kat oZcsa oiSte
VUKTÓ; 3úvatat Kaed)38tv, oiSte ia80' ijiaépav o?) áv 11
plÉVElV, 0si 3¿ noeoiScsa 57cou áv obitat eiwecreat tóv
IXOVTá TÓ KáU0;*

251c My Vuspov auct. Stallbaum sed. Thompson Bumet Robin


Fedro 171

en él un cambio que le produce un sudor y un acalora-


miento inusitado. Pues se calienta al recibir por medio de
los ojos la emanación de la belleza con la que se reanima
la germinación del plumaje. Y una vez calentado, se
derriten los bordes de los brotes de las plumas que,
cerrados hasta entonces por efecto de su endurecimiento,
impedían que aquéllos crecieran. Mas al derramarse
sobre ellos su alimento, la caña del ala se hincha y se
pone a crecer desde su raíz por debajo de todo el contor-
no del alma; pues toda ella era antaño alada. Y en este
proceso bulle y borbota en su totalidad, y esos síntomas
que muestran los que están echando los dientes cuando
éstos están a punto de salir, ese prurito y esa irritación en
torno de las encías, los ofrece exactamente iguales el
alma de quien está empezando a echar las alas. Bulle,
está inquieta y siente cosquilleos en el momento en que
le salen las plumas. Ahora bien, siempre que pone su
vista en la belleza del amado, al recoger de él unas partí-
culas que vienen a ella en forma de corriente —y por eso
precisamente se les da el nombre de «flujo de pasión»—,
se reanima y calienta, se alivia de sus penas y se alegra. d
Pero, cuando queda separada y se seca, secándose con
ella los agujeros de salida por donde surge el plumaje, se
cierran e impiden el paso a los brotes de las alas. Quedan
éstos encerrados dentro juntamente con el «flujo de
pasión», brincan como un pulso febril, y golpea cada
uno el orificio que tiene frente a sí; de tal manera que,
aguijoneada el alma en todo su contorno, se excita como
picada del tábano y sufre, en tanto que, al acordarse de
aquel bello mancebo, de nuevo se regocija. Y como conse-
cuencia de la mezcla de estos sentimientos se angustia por
lo insólito de su situación; y en su perplejidad se pone e
rabiosa, y en este frenesí ni puede dormir de noche, ni que-
darse quieta donde está de día, impulsándole su añoranza a
correr adonde cree que ha de ver a quien posee la belleza.
172 Occibpo5; 251e-252c

i3oiSaa Kat É7COXETEDCSVÉVT1 Yptepov aDCM plEv Tá TóTE


csupticappayéva, ávairvofiv 2,,ar3oiicsa Kévtpwv TE Kat
cb3tvcov aigev, fi3ovfiv 3' ai) taútiv yX,Dieutátiv
252a icapóvtt KapicoiStat. 508v 3fi ÉKoiScsa Élvat cim<
álCOXEt7CETát aó3É 'uva toi5 Kakoi5 icepi 7C2,.EtOVO; notdrat,
putrépcov TE Kat á382,.,916v Kat Étatpcov 7CáVTCOV
X,É2,,ficstat, Kat cyúcsía; 3t' 4.1,ÉX,Étav álcoUpplÉvri; icap'
o15 &v ttectat, voptípuov Kat e'úcsrutóvcov, ol; npó toi5
ÉK112,10)7CíCTO, 7CáVTCOV Katacppovficsacsa 301)2,Cú8tV
Étotiari Kat Kotiadcreat 57cou Tt; Éyytnátco iov
b 7Có00D• npó; yáp iw CSÉPecreat tóv tó Ká2,2,o; Ixovta
iatpóv ri{SpriKe ptóvov iwv imytatcov icóvcov. m'Uno tó
7Cá00;, CO >red KaX,É, npó; 8v &fi ptot ó ávepancot
µÉN/ Ifxota ÓV011árDatV 0E0t 3É 8 Ka2wiScstv áKoúcsa;
eiKótco; 3tá VEóTliTá ye2,,ácsia. X,Éyoucst 3É, olptaí, TtVE;
Optipt3Ibv Él< tan/ ducoeétcov Éné5v 8úo Infi ei; tóv
"Epana, wv Tó Etepov OptattKóv 7CáVD Kat cyó cscpó3pa Tt
. .1,Étpov• ilavoikst 3É 138.

«tóv 3' fitOt OVIITOt plEv "Epcota KcOuDiScst notivóv,


áeávatot litépcota, 3tá ictepocpútop' áváyxfiv».

C TODT01,; 31j EECYTt plEv neteecreat, EECYTtV p.tfi• 51,1o;


fi y8 aitía Kat Tó 7Cá00; TI6V Épdnacov tonto ÉKETVO
TD7XáVEt 6V.

252b zrepoeytop' Stob.: Ittepóyyttrov B: zrepóyorrov T


Fedro 173

Y cuando lo ha visto, y ha canalizado hacia sí el «flujo


de pasión», abre lo que hasta entonces estaba obstruido,
recobra el aliento, cesa en sus picaduras y dolores, y
recoge en ese momento el fruto de un placer que es el 252a
más dulce de todos. Por eso precisamente no consiente
de buen grado en ser abandonada, ni pone a nadie por
encima del bello mancebo. Antes bien, se olvida de
madre, hermanos y compañeros, de todos; nada le impor-
ta la pérdida por descuido de su hacienda; y en cuanto a
los convencionalismos y buenas maneras que anterior-
mente tenía a gala, los desprecia en su totalidad, dispues-
ta como está a ser esclava y a acostarse donde más cerca
se le permita hacerlo del objeto de su añoranza. Pues,
aparte del sentimiento de veneración que le inspira, ha b
encontrado en el que posee la belleza al único médico de
sus mayores sufrimientos. Y a este estado, oh bello
muchacho a quien va dirigido mi discurso, le dan los
hombres el nombre de amor, pero si oyes el que le dan
los dioses es natural que te rías por su rareza. Recitan
algunos dos versos, procedentes, creo yo, del caudal épi-
co de los Homéridas, dirigidos al Amor, de los cuales el
segundo es sumamente licencioso y no está muy de
acuerdo con la métrica. Dicen así:

Llaman, por cierto, a Eros alado los mortales,


los inmortales Pteros, porque fuerza a criar alas".

Puedes darles crédito, y puedes no dárselo. Sin c


embargo, la causa de que les pase, y lo que les pasa a los
enamorados, es precisamente eso que se ha dicho.
174 Oaibpo5; 252c-253a

TéSv pt,¿v oi)v Ató; óica3ó5v ó 2aicpeei; 4.1,13pteeatepov


3úvatat cpepetv Tó T0i5 7CTEMV1 101) axeo; • ócsot
Aped); TE eepaneutai Kat laCt' ÉKEtVO'D 7CEpl,E7CaDDV,
ótav '67C' "Epano; álóSat Kat TI, obiefficstv á3tKeTcreat '67Có
T0i5 Épcoptévoy, cpovticoi Kat gt014101, Kaetepeúetv aútcyl)
d TE Kat iá icat3tKá. Kat obtco Kae' gicacstov ecóv ov
gKáCSTO; 11V X0pEDTT'i;, CKCtVOV T14165V tc Kat 111410'141EVO;
Et; Tó 3Dvatóv gco; áv 11 á3tácpeopo; Kat TljV Tfl3E
irpárriv yéveatv 13toteína, Kat TO'Imp iw tpóircp npó; tc
T0i); pcoptévoy; Kat toi); auou; ÓpillET tc Kat
irpocIpepetat. tóv tc oi)v "Epcota té5v KaViSv npó; tpónou
¿KX,eyetat gicamo; Kat, cb; 0£6V al tóv ¿K£TVOV óvta,
ccutItS olov aya24.1,a TEKTUIVETát tc Kat KataKoapteT, cb;
e TMCSCOV tc Kat ópytácscov. oí ptev cyúv Ató; ATóv 'uva
etvat '11t0i5C71, TljV wurjv TóV úcp ainffiv ¿pktevov•
csKonoiScstv oZv ct cpt2,,ócsocpó; tc Kat ijyeptovticó; TljV
gybatv, Kat ótav aótóv E'OóVTE; Épacrefficst, 7CáV 7C01,0i561,V
(17C(0; T01,0i5TO; ICSTat. ¿áv cyúv puj npótepov 4438131661, iw
al:n-138'11am, TóTE É7C1,2(Elpl'ICSáVTE; plaveávoycsí tc CSOEV
áV TI, 3úvcovtat Kat aútoi ptetépxovtat• ixveúovte;
253a icap' autliSv áveuptaKetv itjv t0 CScpetépou ()coi') gybatv
eincopoiSat 3tá tó crovtóvan iivayKácseat npó; tóv 0£6V
13X,É7CEI,V Kat ¿cparróptevot aútoiStli ptvi'auti ¿veoucstffivte;
¿KCíVO'D 2,apt,r3ávoucst Tá Kat Tá Éntri3e'ltata,
Kae' ócsov 3Dvatóv ()coi') ávepdyncp ptetacszeTv• Kat TO'óTCOV
31'1 tóv Épcb aittktevot it tc piáUOV áyanfficst,

252e S'ióv D Herm.: Si' óv B: Suóv T 253a Toírrow rece. :


roikov BT
Fedro 175

Pues bien, aquél de los compañeros de Zeus que se ha


dejado coger puede soportar con mayor firmeza el fardo
del dios que ha recibido su nombre de las alas. Pero cuan-
tos eran servidores de Ares y con aquél daban la vuelta a
los cielos, cuando son conquistados por el amor y creen
que han recibido algún agravio de su amado, se vuelven
sanguinarios y están dispuestos a inmolarse a sí mismos y
a aquéllos. Y así, conforme al modo de ser del dios a cuyo d
coro haya pertenecido, cada cual vive honrándole e imi-
tándole en lo posible, mientras no se haya corrompido su
naturaleza y esté viviendo la primera generación en este
mundo. Y de esa manera se comporta en su trato y relacio-
nes con los amados y los demás. Así, pues, cada uno esco-
ge su amor entre los bellos mancebos de acuerdo con su
modo de ser, y como si éste fuera una divinidad se forja
de él, por decirlo así, una imagen que adorna, dispuesto a
rendirle honores y culto divinos. En consecuencia, los que e
pertenecían al cortejo de Zeus buscan como su amado a
uno que por su alma haya pertenecido también al cortejo
de Zeus. Observan si hay alguien que por naturaleza sea
amante de la sabiduría o dotado para el mando, y cuando,
tras encontrarlo, se enamoran de él, ponen todo lo que
está de su parte para que llegue a ser tal como exige su
naturaleza. Y aunque antes no se hayan metido en esta
ocupación, al poner entonces manos a la obra, aprenden
de dondequiera que puedan recibir una enseñanza, reali-
zando ellos también por cuenta propia indagaciones. Y en
este su rastreo se encuentran con abundancia de medios
para descubrir por sí mismos la naturaleza de su propio 253a
dios, por el estar obligados a poner su vista en él continua-
mente. Alcanzándole con el recuerdo y poseídos por él, de
él toman sus costumbres y sus ocupaciones, en lo que es
posible que un hombre pueda participar de la divinidad.
Pero precisamente estos efectos se los imputan a su ama-
do, y por ello le aman todavía más.
176 Oaibpo5; 253a-253d

xily Él< Ató; ápúrcocsty, e6csicep al PáKxat, É7Ci TljV T0i5


Épcopt,Évou wurjv É7CaVTUi5VTE; 7C01,0i561,V Cb; 3Dvatóv
b óptotótatoy iw cscpetépcp 0865. 5csot 3' ai) lace' "flpa;
EITCOVTO, Pacst2aKóv ‘rycoiScst, Kat EÓpóVTE; icepi ToiStoy
icávta 3pfficsty iá aicá. oí 3É A7CóW0Vó; rc Kat ÉKáCSTOD
Tan/ OEIÓV 0{STCO, Katá Tóv 0E6V tóVTE;, '11T0i5C71, TóV
cscpétepoy icaT3a icegruKévat. Kat ótay Krjcscovtat,
pitplabilEVOt aircot TE Kat t icat3tioa 7CEte0VTE; Kat
ÓDOpitOVTE;, sis Tó ÉKEtVOD attOeupta Kat i3Éav
ayoucsty, ÓCST1 ÉKáCSTCp 3úvapt,t;, (yr) cpeovcp o'63'
ávázueépcp 31)6118V8íq XMLEVOt npó; Te( icat3tKá,
c sis óptotóryca aircoi,'; Kat TO 080 6v áv Ttiafficst icdcsay
7CáVT(0; ÓT1, piá2acsta 7CElpdLEVOt a781,V 0{STCO 7C01,0i561,
icpoeupda pt,Év oZy TéSy do; ákrieé5; Épcbmoy Kat TEUTT'i,
Éáv ye 3taicpacovtat 8 7Cpoeuptoi5vratij M'yo), armo
Ka2,ij rc Kat 8'63atploytierj ÓTCó T0i5 3t' Ipayta ptavévto;
91.ou iw cptkrieévtt ytyvetat, Éáv aípcefl. álícsKetat
31j ó aipeeet; Tot038 manco.
Kaeáicep ápxfi Toi538 Toi5 pubeou mtxt1 3tdloptey
yuxrjv ÉKácmiy, ticicoptopcpco pt,Év 3'bo tw EiÓT1, l'iVt0X1X6V
d E1,80; mítoy, Kat viSy Itt ijpay TaiSta pi,EVÉT(0. T1ÓV 31j
Viciccov ó ptév, cpaptév, Cryaeo;, ó 3' arr áperj Tí; T0i5
áyaeoiSij KaKoi5Kaida oú 31,8t7COpi£V, viSy UKTEOV.
piEv TOtVDV aircoTy KaUtovt cstáCS£1, wv Tó rc E7,30;
ópeó; Kat 3tripepcopt,Évo;, invabriv, atypwro;, 2XDKó;
tÓETV, 1182,,avópiltato;, Ttixri; Épacmj; µeta croxppocrbyri;
TE Kat ai3oi5;, Kat á2aietvii; 3óri; ÉtaTpo;, Ce7C2Uller0;,
KEWKSpiaTt pióVOV KaiXbycp ijytoxdrat•

253a xecv Madvig Hackforth: xav codd. 1 253c Cáv 7£


Stanpácostrat Herm.: Cetv T' ÉvSturcpácovrat BT 1 p XÉ7co Hein-
dorf: ijv Myco TW Thompson: C76.) B
Fedro 177

Y derramando sobre el alma del amado el cántaro que


llenan, como las bacantes, en la fuente de Zeus, le hacen
en el mayor grado posible semejante a su propio dios. A
su vez, cuantos seguían a fiera buscan a un hombre con b
dotes de rey, y al encontrarlo hacen con respecto a él lo
mismo. Los que pertenecían a Apolo y a los demás dio-
ses, yendo cada uno en pos de su propia divinidad, bus-
can que su amado sea así por naturaleza. Y cuando lo
tienen, con su propia imitación de la divinidad, con sus
consejos persuasivos y con su dirección conducen a sus
amados al tipo de ocupación y manera de ser que son
propias de aquel dios. Y lo hacen así en la medida de sus
fuerzas, sin sentir envidia ni malevolencia impropia de
hombres libres con respecto a su amado, tratando de lle-
varle lo mejor que pueden a una completa y total seme-
janza consigo mismos y con el dios a quien rinden culto.
Tan bello, pues, y tan feliz resulta para el amado el inte-
rés de los que verdaderamente le aman —al menos si con-
siguen el objeto de su interés del modo que digo— y el
recibir la iniciación de quien está enloquecido por causa
del amor, si es conquistado. Y el que es conquistado lo es
de la siguiente manera.
Al principio de esta narración dividimos cada alma en
tres partes, dos de ellas que tenían la forma de caballo, y
una tercera que tenía la de auriga. Mantengamos ahora d
también esta división. Pues bien, de los caballos, deci-
mos, uno es bueno y el otro no. Pero cuál es la excelen-
cia del bueno y el defecto del malo, es algo que no expu-
simos y que ahora debe decirse. Aquél de los dos que
está en el lugar de preferencia es erguido de porte, de
proporcionados miembros, cerviz alta, nariz corva, blan-
co de aspecto, y de ojos negros; amante del honor con
moderación y respeto, compañero de la verdadera gloria,
sin necesidad de golpes se deja conducir con sólo la voz
de mando.
178 Occibpo5; 253e-254c

e ó 3' ati csKa.tó;, 7C0k1);, EiKfl CSDpurecpopriptévo;,


Kpatepaúxriv, 13paxutpáriX,o;, cstptonpócscono;,
ia82,áyxpco;, yX,auxópt,ptato;, iScpatiao;, iír3pÉco; Kat
á2,aoveía; ÉtaTpo;, icept wta 2,ácsto; ' Kaxpó;, ptácstryt
piETá Kévtpcov ptóyt; imEíKCOV. ótav 3' cytiv ó fivíoxo; i&ov
tó ÉpcottKóv óptaa, nácsav aicsel'icset 3taeeppdiva; tljv
yapya2acsiaoi5 TE Kat 7Có001) Kévtpcov inCO7C2a16011,
254a ó pt,Év EinCEleii; tw l'iVtón? Tli5V V7C7CCOV, áEí TE Kat tótc
ai3oT 13taópt,Évo;, Éautóv Katéxet µ1j al7C1134V tw
Épcopt,Évcp• ó oiSte Kévtpcov fivtoxt-KéSv oiSte ptácsttyo;
ETt ¿vtpénetat, csKtptaw 13tá 9ÉpÉtat, Kat icávta
irpáyptata 7CapEXCOV tw CS'I)Iryt TE Kat fivtów ávayKáct
IN/al, TE npó; tá icat3tKá Kat laveíav notdcseat ni; té5v
ácppo3taícov xáptto;. Tc‘o 3É Kat' ápxá; pt,Év áVTlTEíVETOV
b áyavaKtoi5vte, cb; 3Étvá Kat 7Capávopta ávayKaopt,Évco•
TEXEDTÓSVTE 3É ótav lari3Évljirépa; KaKoiS, icope'becreov
áyopt,Évco, e'íavte Kat ópt,o2,oríicsavte 7COVIVSEtV tó
KEXEDópiEVOV. Kat npó; aic65 t' ¿yévoyco Kat Ét3ov tljv
eiwtv tljv té5v nat3tKéSv ácstpántoucsav. i3óvto; toi5
fivtóxou 1j kwi'llari npó; t1 v T0i5 Ká2,1ou; gybatv
Kat ice0av Ét3Év aútljv laCtá csexppocrbvi; áyv6513áepcp
13813fficsav• i3oiScsa I3etcsé TE Kat csapedcsa áVÉ7CECSEV
c 'atta Kat apta iivayKácseri sis TainCíCSCO Éaxúóat Tá;
fivía; cylítco cs9ó3pa, ¿6 t' É7Ci Tá inía, api,cpcoKaeksat Tc‘o
V7C7CCO TóV piEv -icóvta 3tá tó µ1j áVT1,TEíVElV, TóV
Optatiiv áKovta. de7CEX,OóVTE áncotépco, ó pdv
átaXúVII; TE Kat eálar3ou; i3pant nácsav 113pee tljv
VDX1'1V, ó ti]; ijv '67Có T0i5 Xa2avoi5 TE
ECYZEV Kat T0i5 7CT(biláT0;, pióyt; Éavairveúcsa;
a,ot3ópricsev ópri, 7CO2,1á Kaid4ov tóv TE l'IVí0X0V

253e nein Tá dna káoto; looyó T: respi Tá dna. Xaotoicexpo; B


Synes. Phot.: nsptorták Ytos vnóxwcpo5 Her.
Fedro 179

El otro, en cambio, es contrahecho, grande, constituido e


de cualquier manera, de cuello robusto y corto, chato, de
piel negra, ojos grises y naturaleza sanguínea; compañe-
ro del desenfreno y la fanfarronería, con espesas crines
en torno de las orejas, y sordo, a duras penas obedece al
látigo y a los aguijones. En consecuencia, siempre que el
cochero, al ver la persona que despierta su amor, siente
ante esta percepción un calor por toda su alma, y se llena
del cosquilleo y las picaduras de la añoranza, aquel cor-
cel obediente al auriga, dominado entonces como siem- 254a
pre por el respeto, se contiene para no saltar sobre el
amado. Pero el otro, que ya no hace caso ni de los agui-
jones ni del látigo del auriga, se lanza saltando impetuo-
samente; y poniendo a su compañero de tiro y al cochero
en toda clase de apuros, les obliga a ir junto al amado y
a hacerle mención de los deleites del amor. Al principio
se oponen ambos encolerizados, como si fueran obliga- b
dos a una acción terrible y criminal. Pero al fin, cuando
ya el mal no tiene barrera, se encaminan, dejándose
guiar, cediendo, y conviniendo hacer aquello a lo que se
les invita. Y llegan junto al amado y ven el radiante
espectáculo que ofrece. Al divisarlo el cochero, su
recuerdo se transporta a la naturaleza de la belleza, y la
ve de nuevo estar con la moderación en un santo pedes-
tal. Al verla se llena de temor, y dominado de un religio-
so respeto cae de espaldas, quedando a la vez forzado a c
tirar de las riendas hacia atrás con tanta violencia que
hace sentarse a ambos caballos sobre sus grupas, el uno,
de buen grado, por no oponer resistencia, y el indómito,
muy contra su voluntad. Una vez que se han retirado a
cierta distancia, el buen caballo, por su vergüenza y
sobresalto, empapa de sudor a toda el alma; el otro, cal-
mado el dolor que le produjo el freno y la caída y reco-
brado apenas el aliento, prorrumpe en injurias colérico,
haciendo mil reproches al auriga
180 Occibpo5; 254c-255b

Kat TóV óp.tótrya, cb; 38t2da rc Kat ávav3pía 2A7CóVTE VID/


d tiatv Kat ópto2uyytav• Kat ica2av cyóK ¿ea.ovta; npocrtévat
ávalficacov ptóyt; cruvexOpficrev 38011ÉVCOV sis atiet,;
'67Cepr3aX,Écreat ¿X,OóVt0; T0i5 CTDVTEOÉVTO; XpóVOD, [CM]
ápIVTIptoveTv irpocricotouptévco ávaiatptvcriccov, (3taóptevo;,
xpEpiCtíCOV, amov fivayKacrev av irpocreX,OETv sois
icat3tKoT; T0ó; aótoi); 2,.,óyou; Kat ¿net3fi ¿ryi);Ijcsav,
¿yiebya; Kat ¿Kteíva; itjv KépKov, ¿v3aidov TóV XcOavóv,
piET' ávat3eía; ó 3' fivíoxo; Itt ptállov taótóv
e icaeo; icaedw e6cricep duró ócricX,fiyo; ávanecrdw Itt
plaUOV T0i5 '613:ptatoi5 iucucov ¿K iwv 63óvtcov Pía ataco
cricácsa; tóv xa2avóv, Tl'IV TE Kamyyópov 10,16ttav Kat tá;
yváeou; Kaefiptaev, Kat tá cricari TE Kat tá icrxta npó;
TljV yi'v ¿petera; «ó&óvat; I3COKEV»• ótav ta'ótóv
7COUáKt; 7CáCSVOV ó novipó; ór3peco;
Ta7CE1NCOOEi,; EICETat T0i5 TIVtóXOD irpovota, Kat ótav
't313 TóV KaXóv, cpór3cp 3tó2Janat• e6crte cruptr3aívet TóT'
itjv T0i5 Épacrcoi5 wuzfiv toT; icat3tKoT; ai3ouptéviv rc Kat
383tuTav girecreat
255a 'ATE otiv nácsav eepanetav cb; icróeeo; eepairepóptevo;
O'ÓX '67Có CSXTniaTtOpi,ÉVOD T0i5 ¿pan/u); ákrieé5;
tonto 7CE7COVeóT0;, Kat a'ótó; ¿,6v círócret 02,,o; iw
eepaire'bovtt, ¿ay apa Kat ¿v iw npócreev '67Có
crupupottitliw TtVCOV DIcov 3tar3813krutévo; lj X,Eyóvtcov
cb; aicrxpóv ¿plinat ickficstaetv, Kat 3tá tonto dUCCO011 TóV
¿pliwta, npoióvto; fi3ri toi5 xpóvou fi TE fiX,ticía Kat tó
b xpedw fiyayev sis Tó npocrécreat al tóv sis óptt2dav•

254c kutóvre T Herm.: Xuróvra BW2 H 254d on sed. Heindorf


Burnet
Fedro 181

y a su compañero de tiro, como si hubieran abandonado


por cobardía y falta de virilidad su puesto y el convenio. d
Y presionándolos de nuevo para acercarse en contra de
su deseo, a duras penas les concede ante sus súplicas
dejar la tentativa para más adelante. Pero una vez trans-
currido el plazo señalado, como finjan ambos no acor-
darse de su promesa, se la recuerda, y ejerciendo sobre
ellos violencia, entre relinchos y tirones, les obliga de
nuevo a acercarse al amado para hacerle las mismas pro-
posiciones. Y una vez que se han acercado, agachando la
cabeza, estirando la cola y mordiendo el freno, tira de
ellos con desvergüenza. Mas el cochero, que aún más
que antes experimenta el mismo sentimiento, cae hacia e
atrás como un corredor ante la barrera de salida, y con
fuerza aún mayor tira del freno del caballo indómito;
sácaselo hacia atrás fuera de los dientes, llena de sangre
su boca malhablada y sus mandíbulas, y haciéndole apo-
yar sus patas y sus grupas en tierra se las «entrega a los
dolores»57. Así, cuando ha padecido lo mismo el mal
caballo muchas veces y cesa en su rebeldía, humillado,
obedece ya a los propósitos del auriga, y siempre que
divisa al bello mancebo, se muere de miedo. De suerte
que ocurre ya entonces que el alma del amante sigue a su
amado con un sentimiento de respeto y de temor.
Así que, como recibe éste toda clase de cuidados, 255a
cual si fuera semejante a un dios, por parte de un amante
que no es fingido, sino que siente el amor verdaderamen-
te; y como asimismo él es por propia naturaleza amigo
de su admirador; aunque anteriormente hubiera sido cen-
surado por sus condiscípulos u otros cualesquiera, que le
dijeran que era un deshonor acercarse a un amante, y por
esta razón le hubiera rechazado; entonces ya, con el paso
del tiempo, es impulsado no sólo por su edad, sino tam-
bién por su conveniencia a aceptar al amante en su com- b
pañía.
182 Occibpo5; 255b-e

coi) yáp 3Ti7COTE 84.tarat KaKóv KaK65 Olov cyó3' áyaeóv


µfi 91.,ov áya065 ctvat. 7Cpocreptévou 3É Kat 2,.,óyov Kat
ópt,t2dav 38ap.1,Évou, Éyybeev tl eiSvota ytyvopt,Évi toi5
ÉpéSvto; ÉK7CXTITTEt TóV Épktevov, 3tatcreavóptevov ótt
có3' oí csúpi7CaVt8; Olot rc Kat oixdot p.toTpav
cpt2da; aó3Ép.tíav icapéxovtat npó; TóV EVOEOV cp{Xov. ótav
xpovgia tonto 3p1i5v Kat ic2,,ficstau µeta ton antecreat
c Iv rc yupwacstot; Kat Év vais 11(2,1.,at; ópitMat;, Tóf 011 tl
T0i5 Pe'lltato; ÉKCíVOD ictryfi óv `4.1,Épov Zei); Favup.tfi3ou;
¿pan/ c'ovóptacse, 7COUlj cpepopt,Évi npó; TóV Épacm'iv, tl
pdv sis aótóv 13D, i 3' dlICOptECSTOWIEVOD Ecó álcoppeT•
Kat olov nveiSp.ta íl Tt; TUCO dlleó 2,,EtCOV rc Kat cst8p£16V
á2,101.1ÉVT1 7COAV ÓOEV cbpiafieri 9ÉpÉtat, 0{STCO Tó T0i5
Ka2,1.,ou; PeiSp.ta náltv sis TóV Ka2,.,óv 3tá tan/ óptp.tatcov
íóv 11 irápvicev É7Ci TTIV wuzfiv Ivat, ácpticóptevov Kat áva
d ictepfficsav, tá; 3tó3ou; té5v ictepffiv ap3et rc Kat elSpincse
ictepocpudv rc Kat VID/ T0i5 Épcoptévou av wuzfiv Ipcoto;
Événkficsev. pt,¿v ovv ótav 3É álcopÉT. Kat ove' ótt
7CE7COVOEV 07,3EV cyó3' Iza cppacsat, olov dm' 15,2,1.,ou
690a24.11a; dlICO2,EX,CWK(1); npócpacstv ctitcTv CrÓK EXEt,
e6csicep Katóictpcp Épawn Éautóv ópaw
2,.,É2,.,fieev. Kat ótav µÉN/ ÉKETVO; num], kfiyet xara mina
ÉKEtVq? 63t)V11;, ótav ánfi, xara iai5v av noed
e Kai 7Coedrat, ei3(4.,ov Ipcoto; ávtépcota Irw• KaX,ÉT
aótóv Kat di:Etat cyóK Ipcota cpt2dav Étvat. Énteupt,ÉT
ÉKCíVw icapankficsín; µév áCSOEVECSTEp(0; 3É, ópáv,
antecreat, cpti1.,ÉTv, avyKataKeibeat.

255b roi EurrecrOat Euseb. : roóroy arecsOut BT 255c


ávrurrepüScsav codd.: etvunXripéúcsuv Heindorf
Fedro 183

Pues no es cierto que el destino haya fijado que el mal-


vado sea amigo del malvado, ni que el bueno no sea ami-
go del bueno. Y una vez que lo ha admitido, y acogido
favorablemente su conversación y su trato, la benevolen-
cia del amante al mostrarse de cerca deja perplejo al
amado, quien se percata de que la porción de amistad
que todos sus demás amigos y familiares juntos le ofre-
cen no es nada en absoluto en comparación con un ami-
go poseído por un dios. Así, cuando haya pasado el tiem-
po haciendo esto, y adquirido intimidad con el amante
con los contactos en los gimnasios, y en los demás luga-
res de reunión, entonces ya la fuente de aquella corrien-
te, a la que Zeus enamorado de Ganimedes diera el nom-
bre de «flujo de pasión», lanzándose a torrentes en el
amante, en parte se hunde en él, y en parte, una vez lleno
y rebosante, se derrama de él al exterior. Y de la misma
manera que el viento o el eco, rebotando de una superfi-
cie lisa y dura, vuelve otra vez al punto de donde había
partido, la corriente de la belleza llega de nuevo al bello
mancebo a través de los ojos, el conducto por donde es
natural que se encamine hasta el alma; y excitándola
vivifica los orificios de las alas, y los impulsa a criar d
plumas, llenando a su vez de amor el alma del amado.
Queda éste entonces enamorado, pero ignora de qué, y
no sabe qué es lo que le pasa, ni puede explicarlo. Antes
bien, como si se hubiera contagiado de una oftalmía de
otro, no puede dar razón de su estado, y le pasa inadver-
tido que se está mirando en el amante como en un espe-
jo. Cuando éste está presente, se le acaban sus cuitas de
la misma manera que a aquél, y cuando está ausente, de
la misma manera le añora que él es añorado, pues tiene
como imagen del amor un «contraamor». Pero no cree e
que sea amor, sino amistad, y así lo llama. Y su deseo de
ver, de tocar, de besar, de yacer con el amante es seme-
jante al que éste experimenta, aunque más débil.
184 Occibpo5; 255e-256c

Kat 3fi oTov Éficó;, noteT tó µeta m'Uno taxi) cavia. Év


ODV avyKotiaficset toiS pt,Év ÉpacrroiS ó áKaaato;Vicico;
IXEl ótt npó; TóV 1jVíOX0V, Kat á toi ávti icoUffiv
7CóVCOV CYpitKpá ano2,aiScsat• ó tan/ icat3txffiv Iza piEv
256a oU3Év eindv CS7Capyffiv 3É Kat airopffiv iceptflület tóv
Épacrrfiv Kat cpti\sT, d); csTó3p' eiSvauv ácsicaópt,Évo;, ótav
TE CYvyKataxécovrat oto; Écstt µti áv anapviefivat Tó
aútoiS µ,Épo;xaptcsacreat iw Épliwtt, ei 38fiedi TUXETV* ó
ópt,ó1) au laCtá T0i5 1jVtóXO'D npó; m'Uta laCt' ai3oi');
Kat 2,.,óyou áVT1,TEtVEl ¿áv piEv 31j 0'6V ei; tetayptéviv TE
3tattav Kat quIpcsocptav vuencrn tá 1382,tíco 3tavota;
b ayayóvta, ptaKaptov pt,Év Kat óptovoitucóv tóv Éveá38 13úov
3tayoucstv, ÉyKpateT ainaw Kat Kócsiatot óvt8;,
3o1)2,a)csaptevot ptÉv w KaKía yuri; Éveytyveto,
aeyeepdxsavte; 3É w apern TEX,EDTT'ICS&VTE; 3fi
iveó7CTEpOt Kat a,a9poi movóte; iwv tptliw 7CcOztaptámv
iwv d); a2,i06); '02,.,mantaxliw v vevuducacstv, oú pt,8%ov
ayaeóv oiSte csexppocrUvi avepancívi oiSte eeía µavía
31)varn noptcsat avepárup Éáv &fi 3tárn cpoptuccotépa
c TE Kat acímlocsócpcp, cpti1.,otípup xpficscovtat, taz' áv 7COD
¿v piéeat;, íl TlVt auu ápiEX,Et& Td) áK02,áCSTCO aUtoi'v
incoiryíco 2,a13óvte Tá; VDXá; acppoUpoi);, cruvayayóvte
ei; taUtóv, TljV ineó Tan/ 7CO2,116V plaKaptcmjv dípecstv
EilÉCSOTIV TE Kat 3teirpaácseriv• Kat 3tairpaapt,Évco tó
X,01,7C6V 011 XpéSVTat piEv csicavía 3É, &TE CY1) 7CáTil
383ondva ti] 3tavoía 7CpáTTOVTE;

256c siléo-Otiv Euseb.: sikÉtqv BT


Fedro 185

Por ello, como es natural, este deseo hace que se llegue


rápidamente a las consecuencias que le siguen. Pues
mientras yacen juntos, el caballo desenfrenado del aman-
te sabe qué debe decir al auriga, y pretende, como recom-
pensa de muchas fatigas, el disfrutar un poco. El amado,
en cambio, no sabe decir nada, pero, turgente de deseo 256a
como está y lleno de perplejidad, abraza al amante y le
besa, como si mostrara su cariño a uno que muy bien le
quiere; y cuando comparten el mismo lecho está en situa-
ción de no negarle, por su parte, su favor al amante, si
éste solicitara el obtenerlo. A su vez, el compañero de tiro
con el auriga se oponen a esto con su sentido del respeto
y su capacidad de reflexión. De ahí precisamente que, si
se imponen las partes mejores de la mente conduciéndo-
les a un régimen ordenado de vida y al amor de la sabidu-
ría, pasen ambos la vida de aquí en la felicidad y en la b
compenetración espiritual, dueños de sí mismos y mode-
rados, tras haber dominado aquella parte del alma en la
que está innato el vicio y liberado aquella otra en la que
está innata la virtud. Y de ahí que al término de sus vidas,
transformados en seres alados y ligeros, hayan vencido el
primero de los tres asaltos de esta lucha verdaderamente
olímpica, un bien que no tiene parejo entre los que pue-
den procurarle al hombre tanto la humana cordura, como
la locura divina. Por el contrario, si escogen un régimen
de vida más vulgar y sin amor de la sabiduría, aunque sí c
con amor de los honores, es muy probable que en alguna
ocasión, bien sea en las borracheras, o en algún otro
momento de descuido, los dos corceles desenfrenados de
ambos, cogiendo desprevenidas sus almas, las lleven jun-
tamente al mismo fin, eligiendo así y consumando aque-
llo que para el vulgo es lo que procura mayor felicidad. Y
una vez que han consumado el acto, en adelante ya usan
de él, por más que no sea con frecuencia, puesto que hacen
algo que no le parece bien a la totalidad de la mente.
g nannoclip„ 311X111ngdL7k :Au vionnadin.
miau 5IXing? 5 ^1-11119 II g mix0979 :I m10979 vLIZ

'ADOcia, 'Dontoda,?3„ 5oXchorinoll


giolnn 59clyy929 cigus)cp Applos)cyid) 12q 'A0)/1,9'y
Acolnoloa, Ac91 gginu 5oAgricpupo nci?rou no/1,9'y A91,
Anwav 'cp4 1mi 3. 59cigpo. Agrioup 5?)Clur9 los) 1b/1,9'y
1119 g Agesndu mi A3 iDA19 AOrrili 51(yymt 5191)9c:bou AOA q
4 Aoyypri 13.2 3„ nom 'AlAd9 1g 511sxpdltu 911,tri Ury?cly9
91411 5micogg Al1 AltAX?a, iori Alptuco0 A1u, 5com 1mi
511Agring 'A0)X3 Aid9X 32A93. pox AltricpAkkaD 3. Acoci?3„odu
Ama, pro? mooDltdig Aodgyrkp1312 /yuyo. 51o)tultiou
liA?risn)1/1,DA11 Aunri9A9 5191 pox Ircy9 91 91 'plgcbArynu
uo3„Du.v.n pox 37 polog?2 lusnci9 pox lusymmt
AiripAng Andv.gril1 519 '5cociH„ 3'0 co 'los) 113,nv
199dnu AnoA9 511/1.,
9un 1mi A1u.nn AlimrinogArynx ALI/ Icigu AQ37,3 5Dgyry« vLsz
19AA '139c1Ox37A3 LIMA A113.9c19 5cp AllmrinoArmq
5noe1ryu yun AnIcigenn9A9 'psnorionoxio wycogigcb
pox 91 93.11A0 '11A?rinchigx 113.11A0 llAnDocicbcos) '5113.919)tio
5~90 1tri gio3. 9r9 n 4 .nyylcb giolsnO chou 11
Do3.9D1tdcog los) coup ppe po)t 'pou co 'Innywo3. 137 (1131
•DoesnA91 A133,9 'Aida 5o3,coci2 5noci?3„uori9
pox '5non?riongdou AcTy1tyy9 ,2211 ApAorivogng 5p3„Ao/1,912 a
Aold Aymocb prg '5149dou nolmodnoun 5113. 1124
5ion?rildluxx 51o3, Apm 11,2 Ap.cg 5o119A Appdou 511/1.,
9un A1u, 1mi Ao3.9)1D d13,1 513 mo3„Aod?cb 5mApri 511)tuco0
541 Acryen AychtiriD 33.Dcp '5ororicps) goa, iDnoApolpt
`meDnodliu 3g 593.9)Iltrido? 'A?ri locignr9 111 n
A3 •A13e'3 ?3„ou AndeX2 519 5pasosxyylDA19 Aynrige no 59
'ineX?292 pox 91 roAptco292 Awy1tyy9 coAlrino/14 5p3.D1/1.,gri
5)92 5193.1nu 'iDno/1,912 con?riongl co2 pox 5°10)0 goa, 91
912 Awy1tyy9 ' A0Y)A13x3 n Ao3,3,1,1 'colnollmt no m11 m'Id) p

qzs-j-p9s-j 5odgpo 981


Fedro 187

Los miembros de esta pareja, sin duda alguna, pasan tam- d


bién su vida en mutua amistad, aunque menos que los de
aquella otra, tanto mientras dura su amor, como cuando ha
terminado, por considerar que se han dado y recibido
mutuamente las mayores garantías de lealtad, que no es
lícito violar jamás para entrar en enemistad. Así, al fmal de
su vida salen de su cuerpo, sin alas, es cierto, pero habiendo
deseado vivamente el tenerlas, de modo que no es pequeña
la recompensa que se llevan de su amorosa locura. Pues no
prescribe la ley que vuelven a las tinieblas del viaje subte-
rráneo quienes han comenzado su viaje bajo el cielo, sino
que sean felices llevando una vida de claridad, haciendo su e
camino juntamente, y recibiendo ambos a causa de su amor
iguales alas, cuando les llegue el momento de tenerlas.
Tantos son, muchacho, y tan divinos los dones que te
otorgará la amistad del enamorado. La familiaridad, en
cambio, con el no-enamorado, mezclada de humana cor-
dura, dispensadora de bienes humanos y mezquinos, y
que produce en el alma del amigo una disposición impro-
pia de hombres libres, encomiada por la masa como vir-
tud, la hará ir y venir alrededor y bajo tierra nueve milla- 257a
res de años privada de razón.
Aquí tienes, oh querido Amor, la más bella y mejor
palinodia que hemos podido ofrecerte en desagravio, y
que entre otras cosas ha sido obligada a pronunciarse
con ciertos términos poéticos a causa de Fedro. Ea, pues,
concediendo tu perdón a mis palabras anteriores y tu
favor a éstas, benevolente y propicio, no me quites ni
mutiles en un momento de cólera el arte amatoria que
me otorgaste, y concédeme aún más que ahora el ser
estimado entre los bellos mancebos. Y si anteriormente b
dijimos Fedro y yo en nuestras palabras algo duro para
ti, echando la culpa de ello a Lisias, el padre de la discu-
sión, apártale de discursos semejantes y dirígele, como
se ha dirigido su hermano Polemarco, a la filosofía,
188 Occibpo5; 257b-e

Vva Kat ó Épaatii; 538 ainoi5 IATIKETt brapupoteptu


Kaeánep vi5v, án2,16; npó; "Epcota µeta, címloaócpcov
2,.,óycov tóvf3tov nottitat».
Euveúxoptat aot, evo Edwpate;, einep api,81NOV
c taiSe' tjpáv cTvat, taiSta yíyveaeat. tóv 2,óyov 38 CSOD
7CáX,at eauptáaa; Iza), 5acp KaUtco toi5 irpotépou
aripyáaco• e6ate &va) pdi pot ó Apaía; Ta7CElVó; (pan], Éáv
ápa Kat É082diati npó; aótóviDlov ávtticapateTvat. Kat yáp
T1,; aótóv, evo eauptaate, Ivayxo; t65v 7CO2aTtKÓSV TOiST' aótó
Xot3opffiv c'ovet3tt;e, Kat 3tá iráari; ti]; Xot3opta; ÉxiaX,et
Xoyoypácpov• táx' otiv áv '67Có címlyttiata; É7CíCSX01, tjµiv áv
TOiSypácpetv.
ES-1. FOUDTAV y', evo veavía, tó 3óypta 2,,Éyet;, Kat toi5
d '.catpat) auxvóv 3taptaptávet;, ct aótóv o5tco; tjyti ttva
yocpo381 iaco; 38 Kat TóV 2,ot3opalwevov airc65 oiet
óvet3govtaMyetv áaeyev.
'Ecpaíveto yáp, w Edwpate;• Kat aúvotaeá7COD
Kat aótó; 5tt oí µ,Ératov 31)Váll£VOt rc Kat aqiVótatOt
taT; 7Ca,E6tV ataXúVOVTat 2,óyou; rc ypácpetv Kat
KataX,eínetv croyypápwata Éautó5v 3óav cporkyíltevot
toi5I7Cata XpóVOD, µtj CSovatai KaViSvtat.
«FkoKi); laymbv», w (DaT3pe• 2,é?aieév ae 5tt aleó
toi5 ptaxpoi5 áyKéSvo; toi5Katá Nctkov ÉlUViely Kat npó;
e TO áyKéSvt2,,aveávet ae 5tt oí pdytatov cppovoi5vte; té5v
7CO2aTtKÓSV pia2aata ÉpéSat2upyoypacpta; rc Kat KataXetween
avyypaptaarcov, oí ye Kat, É7C81,8áV ttva ypácpcoatX,óyov,
armo; áyanóSat tal); Énatvéta;, e6ate irpoanapaypácpouat
icpcbtou; di áv ÉKaataxoi5ÉnatvéSatv aótab;.
(I)AI. IBS; 2,,Éyet; m'Uno; cyó yáp ptaveávco.

257d óvet6íovra Postgate: óvettitovru voKovra B: von4urca


TW 1órt...¿IcXnen auct. Heindorf secl. Robín Von der Mühll
Fedro 189

a fin de que también este su amante no nade más, como


ahora, entre dos aguas, y dedique de una vez su vida a
ocuparse del Amor con discursos filosóficos».

Fedro.—Uno a la tuya, Sócrates, mi súplica de que, si


eso es mejor para nosotros, se cumpla. Pero en lo que c
respecta a tu discurso, desde hace rato estoy dominado
por el asombro de cuánto más bello que el anterior lo
conseguiste. De suerte que temo que Lisias se me vaya a
mostrar mediocre en caso de que quiera oponerle otro.
Pues, además, el otro día, oh hombre admirable, un polí-
tico le reprendió y reprochó por su ocupación precisa-
mente, calificándole a lo largo de toda su reprimenda de
«escribe-discursos». Así que tal vez por amor a su repu-
tación se nos abstenga de escribir.
Sócrates.—Ridícula, joven, es la decisión que dices, y
te equivocas grandemente sobre tu amigo, si le tienes por d
hombre tan temeroso del reproche. Y tal vez crees también
que su reprensor decía en tono de censura lo que decía.
Fedro.—Pues lo aparentaba, Sócrates. Y tú también
sabes que los que gozan de mayor influencia y respeto
en las ciudades se abstienen por vergüenza de escribir
discursos y de dejar obras debidas a su pluma, temiendo
por su reputación en la posteridad, no sea que vayan a
ser llamados sofistas.
Sócrates.—Eso es un «dulce recodo»", Fedro, y te ha
pasado inadvertido que la expresión viene del largo reco-
do en el Nilo. Y además de lo del recodo, se te escapa el e
hecho de que son los políticos más pagados de sí mismos
quienes con más ardor desean el escribir discursos y
dejar escritos, pues siempre que escriben un discurso,
tanto se complacen con sus panegiristas, que añaden en
cláusula adicional y en primer lugar los nombres de los
que en cada caso les alaban.
Fedro.—¿Qué quieres decir con esto? No lo comprendo.
190 Oaibpo5; 258a-c

258a ES-1. Oú ptaveavet; ótt ápIti áv3pó; 7COXITtK0i5


CYvyypálaptart imano; ó Énatvéti; yéyparrat.
(I)AI. flan;
ES-1. «"E3oÉ» 7CO'b (11161,V «Tfl 1301)41» ij «TO 3fiptcp» íl
kupotépot;, Kat «8; ElICEV»• TóV airróv &fi 2,,Éycov ptaX,a
(sepa); Kat ÉTKcopítácov ó csuyypacpeú;• I7C8lta 2,,Éyet &fi
<tó> µeta toiSto É7C1,381,KV1 18VO; sois Énatvétat; T'ID/
Écucoi5 csocptav, Évíote icavu ptaxpóv noticsaptevo;
crbyypapwa• íl csotá2,10 Tt cpaívetat Tó TOlOiSTOV íl 2,.,óyo;
csuyyeypaptpdvo;;
b (I)AI. 06K llame.
ES-1. aóKoi5v Éáv ptev oico; Épíptévu, yeyfied);
ánépxetat Él< mi') eeárpou ó notrycfi;• Éáv Éa2,etTe'll
Kat aptotpo; yévitatX,oyoypacpía; rc Kat mi') igto; etvat
csuyypacpetv, neveeT aicó; rc Kat oí ÉtaTpot.
(I)AI. Kat ptaX,a.
ES-1. AfiX,óv ye ótt cyúx do; i)icepcppovoi5vte; iov
Éntri3e'laato;, do; teeauptaxóte;
(I)AI. flavo ptev oi)v.
ES-1. Tí 3É; ótav ixavó; yévitat Pfitcop íl PacstX,e'l);,
c e6crce 2,,arYov T'ID/ ADKoúpyou íl Eó2,,covo; íl Aapetou
3úvapítv áeávato; yevécreat X,oyoypeupo; 7CaEl, áp'
oúx icsóeeov fiyeTtat aicó; rc airróv Itt 115v Kat oí
I7CEtTa ytyvóptevot mina tanta nept aicoi5 V011íoDat,
eEdbLEVOt aicoi5 Te( csuyypámata;
(1)Al. Kat ptaX,a.
ES-1. Oct
'í ttvá oi)v TéSv T01,0úTCOV 5CST1,; Kat óvocutoi5v
3'bo-vou;Aucría, óvet3getv aircó tonto ótt csuyypacpet;
(1)Al. OiSicouv eiKó; ye 7ov csi)2,,Éyet;• Kat yáp áv ifl

258a ápxfi sed. Madvig: áv8pó; secl. Herwerden croyypáltucen


secl. Burnet: csuyypáltuato; corr. Bergk Robin II (priat B: yucriv
airalw tió o-Uyypaultu TW 1 Kat 8; sinev codd.: Kui 5; Kat 8; sinev
Burnet tió add. Krische
Fedro 191

Sócrates.—¿No te das cuenta de que al comienzo del 258a


escrito de un político lo que está escrito primero es el
nombre del ensalzador?
Fedro.—¿Cómo?
Sócrates.—«Le pareció bien al Consejo», o «al Pue-
blo», o a ambos, viene a decir el autor, y añade: «Fulano
presentó la propuesta», refiriéndose a sí mismo con gran
solemnidad y elogio de su persona; luego expone lo que
viene a continuación, demostrando su propia sabiduría a
sus aprobadores, y haciendo con ello a veces el escrito
sumamente largo. ¿Acaso te parece a tí que semejante
composición difiere de un discurso redactado?
Fedro.—A mí no.
Sócrates.—Pues bien, en el caso de que ese discurso-
propuesta tenga éxito, su autor se marcha del estrado
lleno de alegría. En cambio, si aquélla es borrada de la
orden del día, y éste queda frustrado en su capacidad de
escritor de discursos, y no es tenido por digno de redac-
tar una propuesta, se duelen tanto él como sus amigos.
Fedro.—Y mucho.
Sócrates.—Evidentemente no por desprecio de la pro-
fesión, sino por admiración.
Fedro.—Exacto.
Sócrates.—¿Y qué? Cuando un orador o un rey,
habiendo tomado el poder de un Licurgo, de un Solón o c
de un Darío, queda capacitado para llegar a ser un escri-
tor de discursos inmortal en su ciudad, ¿no se considera
a sí mismo como un ser semejante a los dioses, cuando
aún está con vida, y no tiene la posteridad la misma opi-
nión sobre él, cuando contempla sus escritos?
Fedro.—Sin duda alguna.
Sócrates.—¿Crees entonces que un hombre de esa índo-
le, cualquiera que fuera él y el motivo de su animosidad
contra Lisias, le reprocharía el mero hecho de escribir?
Fedro.—No es probable, de atenerse a lo que dices.
192 Occibpo5; 258c-259b

kcutoi5 atemaía, cb;I01X8V, ÓVEt3g0t.


d ES-1. ToiSto ptev apa navti 3fiXov, ótt oúx ataxpóv
aótó ye tó ypácpetv 2,.,óyou;.
(I)AI. Tí yáp;
ES-1. ¿K£TVO oiµat ataxpóv OIL TÓ µtj Ka2,16;
Myetv rc Kat ypácpetv ataXpan rc Kat KaKó5;.
(1)Al. Ali?" 31'1.
ES-1. Tí; oi)v ó tpóno; ton Ka2,16; rc Kat pnj ypácpetv;
38ópteeá tt, evo (DaT,398, Aucríav rc icept TOÚTCOV Éetácsat
Kat 11W.,ov 5att; 7CdY7COTÉ Tt yeypacpev íl ypayet, EiTE
7CO2ATtKÓV crbyypaptlaa EiTE 1,31,COTtKÓV ÉN/ piétpcp cb;
notritij; íl áveu ptétpou do; i3tcbtri;;
e JAI. 'Epayrq; ct 38ópteea; tívo; ptev oi)v gvexa lob/
T1,;, Cb; Et7CETV, TÓSV T01,0ÚTCOV IVOVÓSV EveKa;
cró yáp 7COD ÉKEtVCOV 5'C COV npokuniefivat 38T ij lari3e
ijcsefivat, 8 8tj Wayou irdcsat al icept TÓ cskta 13ovai
Ixoucst• 3tó Kat 3tKaíco; áv3pano3ffiet; KÉK4vtat.
ES-1. Exoatj ptev 34'1, cb; I01,1<£. Kat apta ptot 3oKoiScstv
cb; ¿v iw nvíyet incep Kapakri; ijp.1,65v oí TÉTME; 1130VTE;
259a Kat á2,42,.ot; 3taX,eyópt,evot Kaeopdv Kat '41,4. ct oi)v
i3otev Kat veo, Kaeánep TOÓ; 7COU0Ó; ÉN/ piecrruar3M, puj
3taXeyoptévou; á2,1.á vocstáovta; Kat KriXouptévou;
aúté5v 3t' ápyíav 3tavoía;, 3tKaíco; áv Kataye24ev,
ijyo'óptevot áv3páno3' atta cscpícstv a,eóvta ei; tÓ
Katay(bytov, e6csicep npor3átta, ptecrrat,r3ptávta icept itjv
883etv• ¿av ópaxst 3taX,eyoptévou; Kat
b icapairMovtá; cscpa; e6csicep Eetpfva; áKriXa'itou;, 8
yépa; napa eeffiv Ixoucstv ávepdynot; 3t3óvat, taz' &y
301£V áyacseÉVT8;.

258d ch; notrun; et (in iStcarn; sed. Badham Von der Mühll II
259a mi nn4 T Stob.: om. B
Fedro 193

Pues sería su propia aspiración lo que, al parecer, vitupe-


raría.
Sócrates.—Luego es algo evidente para todo el mundo, d
que no es vergonzoso el hecho en sí de escribir discursos.
Fedro.—En efecto.
Sócrates.—Pero esto otro, creo yo, ya sí lo es: el no hablar
ni escribir bien, sino mal y de una manera vergonzosa.
Fedro.—Evidentemente.
Sócrates.—¿Cuál es entonces la manera de escribir
bien o no? ¿Sentimos alguna necesidad, Fedro, de inte-
rrogar a Lisias sobre esta cuestión, o a cualquier otro que
haya escrito alguna vez o vaya a escribir una obra sobre
asunto político o privado, bien en verso como poeta,
bien sin él como prosista?
Fedro.—¿Preguntas si sentimos esa necesidad? Y e
¿por qué otro motivo se habría de vivir, por decirlo así,
sino por mor de placeres semejantes? Pues, sin duda, no
será por aquellos otros que exigen sufrir de antemano, so
pena de no sentir gozo alguno; lo que precisamente
entrañan casi todos los placeres corporales, y ha hecho
que con razón se les haya dado el nombre de serviles.
Sócrates.—Así, pues, tenemos tiempo, al parecer. Y
me da la impresión de que las cigarras a la vez que can-
tan por encima de nuestras cabezas y conversan entre 259a
ellas, como suelen hacer en pleno ardor del sol, nos están
contemplando. Así que, si nos vieran a nosotros dos,
como a la generalidad de los hombres a mediodía, sin
conversar, y dando cabezadas, cediendo a su hechizo por
pereza mental, se reirían de nosotros con razón, en la
idea de que habían llegado a este retiro unos esclavos a
echarse la siesta, como corderos, a orillas de la fuente.
En cambio, si nos ven conversar y costearlas, como si
fueran las Sirenas, insensibles a su embrujo, tal vez nos b
concederían admiradas el don que por privilegio de los
dioses pueden otorgar a los hombres.
194 Occibpo5; 259b-e

"Exoócst tí tonto; ávi'pcoo; yáp, cb; I01X8,


tuyxáva) ¿6v.
ES-1. 0'6 p.tev 31j 7CpE7CEl ye cpt2,.,óptoucsov áv3pa TÓSV
T01,0úTCOV ávi'pcoov etvat. Myetat 3' 6); 7COT' ijcsav oZtot
ávepancot tan/ npiv Moócsa; yeyovévat, yevoptévcov
Moucsaw Kat cpaveícni; oótco; ápa TWE; TÓSV TóTE
C ócp' e6cste á3ovte; iwaricsav
csítcov TE Kat notó5v, Kat aaeov TE2XOTT'ICYCWTE; aútoó;•
7ov Tó TETTtyCOV evos µ8"C' ÉKETVO gybetat, yépa; tonto
icapá Moucsó5vX,a13óv, pai3ev tpogni; 3eibeat yevóptevov,
ácsttóV TE Kat álCOTOV E'ÓAó; OEW ao; áv TE2XOTT'1071,
Kat lacte( tanta icapá Moócsa; ánayy9letv tí;
tíva aótó5v T14111 TÓSV ¿veá3e. Tepytxópa p.tev ouv 'coi); ¿v
TOT; X0p0T; TETtpiTIKóTa; al ti ánayyülovte; notoiSat
d irpocscpti\eatepou;, ti] 'EpatoT 'coi); ¿pcottKoi,';,
Kat tai,'; 110,1.,at; ciótco;, lacre( tó 813o; Éicácstri; ttiaii;• rti
7Cpecsfrutárn KaUtórn Kat rti µ8"C' al ti 0ópavía
toó; ¿v cptX,ocsocpta 3táyovtá; TE Kat ttiaffivta; TljV
ÉKEtVCOV 1101)61,K1jV áyyüloócstv, p.1,0acsta tan/
Moucsó5v icept rc oópavóv Kat 2,.,óyou; oZcsat ed,01); rc Kat
ávepancívou; tácstv KaUtcstriv cpcovi'iv. no2,165v 8tj oi)v
gveica 2£KTEOV Tt Kat ció Kaeeó3riteov rti p.tearn.tr3pta.
AEKTEOV yáp oi)v.
e ES-1. GóKoiSv 5icep vvv irpoyeepteea csKéyacreat, tóv
2,.,óyov orar Ka2,16; IX£1,Myetv rc Kat ypácpetv Kat órn
CSKEICTEOV.
JAI.Of
ES-1. oi)v cróx óirápxetv 38T TOT; EZ ye Kat Ka2,16;
Priericsoptévot; itjv T0i5Myovto; 3távotav ei3uTav Tó
Fedro 195

Fedro.—¿Y cuál es ese don que pueden conceder?


Pues, según parece, nunca he oído hablar de él.
Sócrates.—Pues es ciertamente impropio de un hom-
bre amante de las Musas el no haber oído hablar de tales
cosas. Se dice que estos animalillos fueron antaño hom-
bres de los que hubo antes de que nacieran las Musas; y
que, al nacer éstas y aparecer el canto, quedaron algunos
de ellos tan transportados de placer, que cantando, can-
tando, se descuidaron de comer y de beber, y murieron
sin advertirlo. De éstos nació después la raza de las ciga-
rras, que recibió como don de las Musas el de no necesi-
tar alimento; el de cantar, desde el momento en que
nacen hasta que mueren, sin comer ni beber; y el de ir
después de su muerte a notificarles cuál de los hombres
de este mundo les rinde culto, y a cuál de ellas. Así,
pues, a Terpsícore le ponen en conocimiento de los que
la honran en las danzas, haciéndolos así más gratos a sus d
ojos; a Erato le notifican los que la honran en las cues-
tiones del amor; y hacen lo mismo con las demás, según
el tipo de honor de cada una. Pero es a la mayor en edad,
Calíope, y a Urania, que la sigue, a quienes dan noticia
de los que pasan su vida entregados a la filosofía, y cul-
tivan el género de música que ellas presiden. Y éstas pre-
cisamente, por ser entre las Musas las que se ocupan del
cielo y de los discursos divinos y humanos, son las que
emiten la más bella voz. De ahí que por muchas razones
debamos hablar en vez de dormir al mediodía.
Fedro.—Desde luego, debemos hablar.
Sócrates.—En ese caso lo que debemos hacer es ocu- e
parnos de la cuestión cuyo examen propusimos hace un
momento, a saber, la de cómo un discurso oral o escrito
queda bien y cómo no.
Fedro.—Evidentemente.
Sócrates.—¿Y no es un requisito necesario para los
discursos que han de pronunciarse bien y de una forma
196 Occibpo5; 259e-260c

á2aie¿; 7ov 0v ¿peTv népt pt,ÉX,X,u;


(1)Al. Ok(06i,icepi TOírCOD áldpcoa, 1018 Edwate;,
260a cyóK elvat áváveriv T45 áü,2,,OVTI, (yíltopt Iaeaeat Te( T45
5vtt 3ficata ptaveavetv, Tá 3(gavt' ew iúdieet olnep
3tKaacruatv, aó3e Tá ÓVTCO; áyaeá íl KaX,a, 5aa
3ó£1,* ÉK yáp TO'óTCOV elvat Tó 7CEBEIN O'ÓK ÉK T11;
akTleeía;.
ES-1. «OiStot lairól32ayrov I7C0;» elvat 38T, w (DaT,398, 8
ew eincoat aocpot, CSKOICETV pd) ti. Mycoat. Kat 6i Kat
Tó ViSV 2,,EXOEv O'ÓK ácpetéov.
'Opean Myet;.
71-13e 8tj CS7C07C141EV aircó.
(I)AI. flan;
ES-1. Ei ae neteotiat ¿y¿o 7CO2,,Eát01); ápVI/VEI,V
KTTICS4LEVOV V7C7COV, api,cpco Vicirov layvooTptev, toaóv38
áÉVT01, TD7XáV01411, El,&0; icepi aoiS, 5tt (I)aT3po; Vicirov
tydrat Tó t65v íláépcov Cwwv ptérata Ixov
FEX0T,05V y' ew, w Edwpate;,
ES-1. OiSicco ye. ótc 31j CS7C01/3171 ae neteotin,
CYDVTI,OEi,; 2,,óyov Inatvov Katá 5vou Vicirov
É7COVOááCOV Kat Mycov cb; icavtó; glOV Tó Opema 01:K01,
TE KeKriaeat Kat ¿ni atpand;, Ce7C07C0X,CIACTV rc Xpl'iC71410V
c Kat npó; y' ¿veyKeTv 3Dvatóv aKeíni Kat 11(2,1a no2,1.,á
cbcpa.,tpt,ov.
(1)Al. flayyéXotóv y' ew Ori
ES-1. cyó KpET,TTOV ye2uDibv Kat 91.,ov íl 381,V05V
TE Kat ¿xepóv elvat [fi 91.,ov];
(1)Al. (Daívetat.

260b rcpó; y' ¿veyKsi'v Thompson: trpocrsvsyxsi'v BT II 260c


yskoi:ov xai yíkov Herm.: yskoi:ov BT II stvat fi yíkov codd.: secl.
Burnet
Fedro 197

bella el que la mente del orador conozca la verdad de


aquello sobre lo que se dispone a hablar?
Fedro.—Sobre eso, amigo Sócrates, he oído decir lo
siguiente: a quien va a ser orador no le es necesario apren- 260a
der lo que es justo en realidad, sino lo que podría parecer-
lo a la multitud, que es precisamente quien va a juzgar; ni
tampoco las cosas que son en realidad buenas o malas,
sino aquéllas que lo han de parecer. Pues de estas verosi-
militudes procede la persuasión y no de la verdad.
Sócrates.—No debe ser «palabra desdeñable»",
Fedro, lo que digan los sabios. Lo que hay que hacer es
examinar si dicen algo de peso. De ahí que lo dicho aho-
ra no se haya de pasar por alto.
Fedro.—Dices bien.
Sócrates.—Examinémoslo entonces de esta manera.
Fedro.—¿Cómo?
Sócrates.—Si yo tratara de convencerte de que com- b
praras un caballo para defenderte contra los enemigos en
la guerra, y ambos desconociéramos lo que es un caba-
llo, y yo tan sólo supiera con respecto a ti que Fedro
tiene por caballo a aquel animal doméstico que tiene más
grandes las orejas...
Fedro.—Sería ridículo, Sócrates.
Sócrates.—En ese caso aún no, pero sí cuando tratara
de persuadirte con ardor, componiendo un discurso en
alabanza del asno, dándole el nombre de caballo", y ase-
gurando que el bruto en cuestión es una posesión de
inapreciable valor, tanto en casa como en campaña, no
sólo por su utilidad para combatir sobre él, sino también
por su capacidad para el transporte de cargas y por sus c
otras muchas aplicaciones.
Fedro.—En tal caso sería ya ridículo a más no poder.
Sócrates.—¿Y no es mejor que el engaño sea ridículo
y amistoso que temible y mal intencionado?
Fedro.—Evidentemente.
198 Oaibpo5; 260c-261a

ES-1. Otav °in/ ó Pritopticó; ayvoffiv áyaeóv Kat


KaKóv, 2,,arYov 7Có2AV dxsaúten IXODCYCW 7C8tell, µtj icepi
óvou csKtá; do; 'inicuo TóV Inatvov 7C01,0'118V0;, icepi
KaKoiScb; ayaeoiS, 8ó as 7C2d1001); pi£1182ZZI1Kén 7C8k71,1
KaKá 7CpáttElV áVt' áyaeffiv, 7COTÁSV "UN' a<V> día piCtá
d tanta tljV Pritoptiojv Kapicóv 7ov ICS7C81p£ eepgetv;
(I)AI. 06 icavu ye ¿ictetioi.
ES-1. oi)v, w ayaeé, aypotKótepov ton 3É0VTO;
2,.,82,ot3o0Kaptev itjv Tan/ 2,óycov texviv; i 3' km; áv
einot• «Tí 7CO'Z' eauptácstot, 2aipeTze; ¿y¿o yáp cyó3év'
ayvooi5vta ta2aiee; ávayicaco ptaveavetv Xeyetv, ei
TI, ¿jai] C714113010di, KT116418V0V ÉKETNO CYCCCO; Épi,¿
2,aµ,13avetv• tó3e 3' oi)v ptéya M'ya), cb; áveu ¿poi') iw tá
óvta ei3ótt cyó3év TI, piállOV ICSTat7C8teCtV TÉXV[1».
e JAI. GóKoi5v 3ficata ¿peT, Myoucsa tanta;
Ea (IYratí, ¿av oi y' ¿nlóVt8; aún 2,.,óyot ptaptopfficstv
etvat texvia. e6csicep yáp amybetv 3oKéS TWCOV irpoatóvuov
Kat 3taptaptopoptévcov Xbycov, ótt we'ó3etat Kat cyóK Iatt
TÉXV11, at£X,VO; tptrYi• «mi') Myetv», cpricsiv ó
Aamov «Itupto; texvi áveu ton alieeía; ijcpeat oiSt'
ICST1N OiSt£ 7COT£ iScstepov yévitat».
261a JAI. TO'ImOV 38T Tan/ 2,óycov, evo Edmcpate;• COJA
3eiSpo aótoi); icapaycov ¿Étae tí Kat ican Myoucstv.

260c ny' ecv Hirschig Burnet: twa BT 260d si Ti B: sí Ti; T


Verdenius lut) tut,Paokfi B: Sufí T: .»1113o.okfi
xpfurat Stephanus: Suoi croul3oUku? xpficseatfloastut Vollgraff
xtriaáltsvov Vahlen: Krucsáltsvo; BT 1 Xuuflávstv BT: XuuPávst
vulg. Naber Vollgraff
Fedro 199

Sócrates.—Pues bien, cuando el hombre que domina


la retórica y desconoce el bien y el mal, habiéndoselas
con una ciudad que se encuentra en la misma situación,
trata de persuadirla, no sobre «la sombra de un asno»",
haciendo su alabanza como si fuera un caballo, sino
sobre lo que es malo como si fuera bueno, y por haber
estudiado las opiniones de la masa la logra convencer a
hacer el mal en lugar del bien, ¿qué clase de fruto crees
que después de esto recogería la retórica de lo que había d
sembrado?
Fedro.—No muy bueno.
Sócrates.—¿Pero acaso, mi buen amigo, no hemos
vituperado con más rudeza que la debida al arte de los
discursos? Ella tal vez nos podría decir: «¿Qué majade-
rías, hombres admirables, son esas que estáis diciendo?
Yo no obligo a nadie a aprender a hablar ignorando la
verdad. Por el contrario, si de algo vale, mi consejo es
que la adquiera antes de hacerse conmigo. Pero he aquí
la importante afirmación que hago: sin mi concurso el
conocedor de las realidades de las cosas no conseguirá
en absoluto llegar a persuadir con arte».
Fedro.—¿Y no hablará con justicia al decir esto? e
Sócrates.—Sí, en el caso de que los argumentos que
acudan en su auxilio atestigüen que es un arte. Pues me
da la sensación como de oír a ciertos argumentos que se
lanzan contra ella presentando el testimonio contrario, a
saber, el de que miente y no es un arte, sino una rutina
ajena por completo al arte. «Y un arte verdadera de la
palabra», dice el Lacedemonio62, «que no esté ligada a la
verdad ni existe, ni habrá de existir jamás».
Fedro.—Necesarios son esos argumentos, Sócrates. 261a
Ea, condúcelos hasta aquí, y examina qué dicen y cómo
se expresan.
200 Oaibpo5; 261a-c

ES-1. IIaptte 3fi, Opeµµata yevvaTa, KaUíicat3a rc


(DaT3pov 7CEteETE Cb; ¿lb/ µtj ixavan cptX,ocsocpficsu, oi5
ixavó; 7COTE Myetv Icstat icepi aó3evó;. ánoxptvécseco &fi
ó
'Epcot at£
O'Ó tó plEV Pfitoptiefi áv texvi
yuxaywyía Tt; 3tá Xoycov, cyó ptóvov ¿v 3tKacrcipíot; Kat
ócsot auot 3fiµócstot cs'bUoyot, á2,1.,á Kat ¿v i3íot;, tl
b aúitj csµtxpéSv rc Kat µeyálcov icept, Kat có3ev
ÉVT141ÓTEOOV tó ye ópeóv icepi csicou3aTa íl icepi cpai52,.,a
ytyvóµevov; íl ican csi) tai'd áKfiKoa;;
(I)AI. 0'6 µá tóv cyó navtánacstv ortos,
µa2acrca µév 7CCO; icepi tá; 3fica; Myetaí rc Kat ypácpetat
texvu• Myetat Kat icepi 3fiµ,fiyopía;• ¿ni 7CMOV cyóK
álefiKoa.
ES-1. tá; Nécstopo; Kat '03Dcscséco; tex,va;
ptóvov icepi Xoycov áKfiKoa;, E(,; ¿v Dacp CSX0Ú.ÚOVTE;
auveypayátiv, TéSv IIa2,.,aµfi3ou; ávfiKoo; yéyova;;
c JAI. Kai vai µá Aí' Iycoye Tan/ Nécstopo;, ei µfi
Fopyíav Nécstopa rtva KatacsKeDaet;, íl rtva
epacróptaxóv TE Kat 08ó3copov '03Dacrea.
ES-1. "Icsco;. a,2,1á yáp TOÚTOD; ÉffiplEV. C71) 3' sine, ¿v
3tKaatipíot; oí áVTt3tKOt Tí 3pfficstv; cyóK ávtileyoucstv
plÉVT0t; íl Tí 91'160118V;
TOiST' aicó.
ES-1. IIepi tov 3tKaíou rc Kat á3íKou;
Naí.

261b ypáygtat Tlxvn T: ypáygtat B


Fedro 201

Sócrates.—Presentaos, pues, nobles criaturas°, y per-


suadid a Fedro, el de los bellos hijos, de que, a no ser que
filosofe lo bastante, jamás llegará a ser lo bastante capaz
de hablar sobre cuestión alguna. Ahora que responda
Fedro.
Fedro.—Preguntad.
Sócrates.—¿No es tal vez, en su totalidad, el arte retó-
rica una manera de seducir las almas por medio de pala-
bras, tanto en los tribunales y demás reuniones públicas,
como en las reuniones privadas? ¿No es una y la misma
en las pequeñas y en las grandes cosas, y no más estima- b
ble su empleo correcto en los asuntos serios que en los
asuntos sin importancia? ¿O cómo has oído tú decir
esto?
Fedro.—No, por Zeus, así desde luego no, sino, más
o menos, que es principalmente en los juicios donde se
habla y se escribe con arreglo a los dictados del arte, y
que de acuerdo también con ellos se habla en las alocu-
ciones públicas. Pero más de esto no he oído decir.
Sócrates.—Entonces, ¿es que sólo has oído hablar de
las «Artes retóricas» de Néstor y Ulises, que compusie-
ron ambos en sus ratos de ocio en Troya, y no de las de
Palamedes?
Fedro.—No, por Zeus, ni tampoco de las de Néstor; a c
no ser que me disfraces a Gorgias con los ropajes de un
Néstor, o con los de un Trasímaco o Teodoro a Ulises.
Sócrates.—Tal vez. Pero dejemos a éstos, y dime:
¿qué hacen las partes litigantes en los tribunales? ¿No
sostienen de hecho una controversia? O ¿qué hemos de
decir?
Fedro.—Eso mismo.
Sócrates.—¿Sobre lo justo y lo injusto?
Fedro.—Sí.
202 Oaibpo5; 261c-262a

Ea GóKoi5v ó texvu tonto 305v 7COTTICSEt cpaviivat tó


d ccótó sois aúiois tot plÉV 3ficatov, ótav fkaiitat,
a3tKov;
(I)AI. Tí pdiv;
ES-1. Kai ¿v 3mniyoptc4 8tj ti] icó2,et 3oKeTv tá airrá
totc plÉV áyaeá, tot 3' au távavtía;
OíStco .
ES-1. Tóv ouv 'EX,eattKóv IlaX,apdi3riv Myovta oúx
icspiev texvia, e6cste cpaívecseat sois áK0t)01/61, Tá ai5t
ktota Kat ávóptota, Kat lv Kat 7COUá, plÉVOVTá TE ai) Kat
cpepópteva;
Meúx ye.
ES-1. aóK apa ptóvov icepi 3tKacrdiptá té ¿CCM TI
e ávtiloyudi Kat icepi 3illniyopíav, cb; I01X8, icepi
icávta Tá Xeyópteva púa Tt; TÉXV11, einep ECYTtV, aíSti áv
T1,; otros lamí 7CáV navti óptotoi5v té5v 3Dvató5v
Kat °I; 3Dvatóv Kaí, aa.a.ou óptotoi5vto; Kat
álCOKÓDICTOplÉVOD, Et; (pan ayetv.
(I)AI. IBS; 8tj tó totoiStovX,Éyet;;
ES-1. Ti138 3oKéS ‘ritoiScstv cpaveTcreat. álCáTTI 7CÓTEÓ0V
ÉN/ 3tacpepoucst yíyvetat pidUov ij 62,4ov;
262a JAI. 'Ev sois 62,4ov.
ES-1. A2,1.,á ye 8tj Katá csiatKpóv ptetar3aívcov p.tállov
kTICSE1,; ÉX,EVOV É7C1, tó Évavríov íl Katá ptéya.
(I)AI. IBS; 3' oiS;

261e fi tt.; P: rÍ TI; TW Herm.: fi Tt; B


Fedro 203

Sócrates.—Y el que hace esto con arte, ¿no hará apa-


recer la misma cosa y a las mismas personas a veces d
justa y a veces, según su voluntad, injusta?
Fedro.—En efecto.
Sócrates.—Y en una alocución pública ¿no hará que
parezcan a la ciudad las mismas cosas a veces buenas, y
a veces lo contrario?
Fedro.—Así es.
Sócrates.—Y ahora, en lo que respecta al Palamedes
de Elea", ¿no sabemos que hablaba con arte, de tal
manera que le parecía a su auditorio que las mismas
cosas eran semejantes y desemejantes, únicas y múlti-
ples, y según los casos inmóviles o móviles?
Fedro.—En efecto.
Sócrates.—Luego no son únicamente los tribunales y
las alocuciones públicas sobre lo que se ejerce el arte de e
la controversia. Antes bien, según parece, hay solamente
un arte, si es que lo hay, que se aplica a todo lo que se
dice; y sería ésta la que puede conferir a un individuo la
capacidad de hacer semejante a todo todas las cosas sus-
ceptibles de ello ante quienes se pudiera hacer esto, y
asimismo la de sacar las cosas a la luz, cuando es otro el
que realiza esta semejanza y ocultación.
Fedro.—¿Qué quieres decir con esto?
Sócrates.—Si lo indagamos de este modo, creo que se
nos mostrará con claridad. ¿Dónde se da mayormente el
engaño, en las cosas que difieren mucho, o en las que
difieren poco?
Fedro.—En las que difieren poco. 262a
Sócrates.—De ahí entonces que se advierta menos
que has llegado a lo contrario, si pasas de una cosa a otra
poco a poco, y no a saltos.
Fedro.—¡Cómo no!
204 Oaibpo5; 262a-d

ES-1. AeT a pa TóV plülovra dlICUTT'ICSEIN aX,X,ov,


airróv puj ázaríicsecreat, irjv óptotóryca TéSv óvuov Kat
ávoptotóryca áxpt1316; 3tet3Évat.
(1)Al. Avával pdv oi)v.
ES-1. oi)v otó; TE ECSTat, COdieetav áyvoffiv KáCSTCYD,
irjv TOiS áyvomptévou óptotórrita csiatKpáv TE Kat pleyeOuiv
TOT; 15,2,1ot; 3taytyvdxsKetv;
b (1)Al. A3úvatov.
ES-1. aóKoi5v sois icapá Te( óvta .1.oácyucst Kat
álcatcoptévot; 3112,.,ov cb; Tó 7Cá00; tonto 31: óptotottuov
TI,V65V EkSeppírri.
nyvetat yoi5v orno;.
ES-1. "Eattv oi)v 5icco; texvticó; Icstat ptetar3t13áetv
Katá csiatKpóv 3tá Tan/ óptotorívuov Cucó iov óvto;
ÉKáCSTOTE ¿Id tcyúvavtíov álcáycov, aicó; t0 t2
3tacpeúyetv, ó puj ¿yvcoptic¿o; 8 ECSTIN Exacrcov TéSv óvuov;
(I)AI. 7COTE.
c ES-1. Aóycov apa téxviv, evo ó rjv CO,dieetav puj
ei3dn, teeripeumin, yeXotav itvá Cb; EOIKE, Kat
atexvov icapÉetat.
(I)AI. 1(1A/31/Vd/El.
ES-1. 130:24£1, OZV ÉV T45 Avatou 2,.,óycp óv 9Épet;, Kat ¿v
7 e 7
ot; TWET; Ei7C0I1EV 1,3ETV TI, coy cpaptev áTÉXVCOV TE Kat
ÉVTEXVCOV elvat;
Ilávuov yÉ 7COD pleúacrca, cb; vi5v ye wt2,16; 7CCO;
X,Éyopt,ev, oimIXOYCE; ixavá icapa3etyptata.
ES-1. Kai wrjv Katá rbriv yÉ nva, cb; I01,K£V,
d ¿pprikrriv Tc‘o 2,.,óyco IXOYCÉ TI, icapá3etypta cb; áv ó etko;

262b p.gtaikpáctv T Gal.: Itetaikpáci. B 262c átlxvov...


¿vzÉxvoni con. Heindorf: engxvov... 1VTEXVOV codd. Tú) Xóyo.) T: T'O
Xóyo) B
Fedro 205

Sócrates.—Luego es preciso que quien se disponga a


engañar a otro y a no ser él mismo engañado discierna
con exactitud la semejanza y la desemejanza de las cosas.
Fedro.—Ciertamente es necesario.
Sócrates.—¿Y será capaz, desconociendo la verdad
de cada cosa, de distinguir en las demás la semejanza,
grande o pequeña, del objeto por él ignorado?
Fedro.—Es imposible.
Sócrates.—Así, pues, en el caso de los que se forman
opiniones en pugna con la realidad de las cosas y se
equivocan, está claro que el error se ha insinuado en
ellos en virtud de ciertas semejanzas.
Fedro.—En efecto, así se origina.
Sócrates.—Luego, ¿es posible de algún modo que
posea la técnica de irse apartando gradualmente, por
medio de semejanzas, de una realidad hasta llegar a su
contrario, o de escapar personalmente de este engaño,
aquel que no está en posesión del conocimiento de lo
que es cada una de las realidades?
Fedro.—Jamás será posible.
Sócrates.—Luego el arte de la palabra que ofrecerá,
compañero, quien no conozca la verdad, y haya andado
a la caza de opiniones, será una ridícula, al parecer, y
exenta de todas las perfecciones del arte.
Fedro.—En tal riesgo incurre.
Sócrates.—¿Quieres, pues, ver en el discurso de
Lisias que traes y en los que pronunciamos nosotros algo
de lo que decimos que está o no de acuerdo con las nor-
mas del arte?
Fedro.—Sí, con sumo gusto, pues por ahora hablamos,
por decirlo así, sin armas, al no tener suficientes ejemplos.
Sócrates.—Por cierto que fue una suerte, al parecer, el
que se pronunciaran aquellos dos discursos, ya que ofre-
cen ambos un ejemplo de cómo el conocedor de la verdad, d
206 Oaibpo5; 262d-263a

to a2,.,nee;, npocsnaí coy ev 2,.,óyot;, napáyot 'coi);


amybovta; Kai Iycoye, w (DaT3pe, aittéSpiat 'coi); eVT076,01);
OEO'b;* 1:60); Kai oí tan/ Moucsaw npocpltat, oí 'únep
Kapa2,ii; c'p3oí, ent7C87CVEDKót8; áv tlµiv ElEV tonto tó
yépa;• cyó yáp 7COD Eywye texvi; tivó; ton Myetv p.1,ÉTOXO;
"Eatco 6); 2,.,eyet;• pióvov 3'0,cocrov 6 cpú;.
ES-1. "Iet 3.1'i µoí dwaywoet T1jV ton Aucríou 2,.,óyou
á p2div
e (I)AI. «IIepi piev té5v 4.1,65v npawarcov enícstacsat, Kat
6); voptíco csupupépetv tlµiv TO'óTCOV yevoptevcov, aidpcoa;.
átéS 6 pnj Eta tonto áturicsat wv 3eopiat, ótt aóK
epacstii; 6w csoi5 tuyxávco. 6); ÉKEtV0t; piEv TóTE

ES-1. HaiScsat. tí 8tl oi)v oZto; ápiaptávet Kat atexvov


notd XEKTEOV. tl yáp;
263a JAI. Naí.
ES-1. cyó itavtt 3112,.,ov tó ye totóv3e, 6); nepi
piev 6vta té5v T01,0úTCOV ÓpIOVOTIT1K16; EX011EV, nepi 6' 6vta
cstacsuottxé5;;
AoKéS piev 6 Myet; piaveavew, In 6' eine
ampécstepov.
Dtav T1,; 8vopia ama cst&ipou íl apybpou, ap' cyó
tó aótó 7CáVTE; 31,EVOOTWEV;
(I)AI. Kat p.t,a2,.,a.
ES-1. Tí 6' ótav 3ticaíou íl ayaeoi5; aóK aa.a.,0; auu
cpepetat, Kai apuptarkitoiSpiev a2,11V,.,ot; TE Kai
aótoT;;
(I)AI. flavo piev oi)v.

263a ópovoritticch; TB2 Gal.: 6:6 Itóvov notritticói; B


Fedro 207

jugando con las palabras, puede desviar del buen camino


al auditorio. Y por mi parte, Fedro, echo la culpa de ello a
los dioses del lugar, aunque tal vez sean los profetas de las
Musas, es decir, esos cantores que tenemos encima de nues-
tras cabezas quienes nos hayan otorgado por inspiración ese
don. Que desde luego yo no tengo ni arte ni parte en la
oratoria".
Fedro.—Sea como dices. Tan sólo aclara tu afirma-
ción.
Sócrates.—Venga pues, léeme el principio del discur-
so de Lisias.
Fedro.—«Mi situación la conoces, y que estimo de e
nuestra conveniencia el que esto se realice lo has oído
también. Pero no por ello creo justo el no conseguir mi
demanda, por el hecho precisamente de no estar enamo-
rado de ti. Pues los enamorados se arrepienten...»
Sócrates.—Para. Ahora toca decir cuál es el yerro del
orador y en qué atenta su composición contra el arte.
¿No es verdad?
Fedro.— Sí. 236a
Sócrates.—¿Y no hay al menos algo que es obvio para
todo el mundo? Me refiero a lo siguiente, a saber, al
hecho de que sobre algunas de las cosas de esta índole
estamos de común acuerdo, y en discrepancia sobre otras.
Fedro.—Me parece entender lo que dices, pero repí-
telo con mayor claridad.
Sócrates.—Cuando alguien pronuncia el nombre del
hierro o de la plata, ¿no nos representamos todos mental-
mente el mismo objeto?
Fedro.—Exacto.
Sócrates.—¿Y qué ocurre cuando se dice el de lo justo
o el de lo bueno? ¿No se va cada uno por su lado, y disen-
timos unos con otros, e incluso con nosotros mismos?
Fedro.— Efectivamente.
208 Ocd5po5; 263b-d

ES-1. 'Evpiev ápa TOT; CSuptcpcovoiSpiev, ev TOT;


OiST(0.
ES-1. flotemet otiv E'Óanantrótepot ÉCS11EV, Kai
notepot;p1,8%0V 3úvatat;
AfIX,ov ótt ol; n2,,avd .teea.
GóKoi5v tóviaülovra texvriv Pritoptidiv piettevat
nparcovpiev 38T taiSta ó30 3tupticseat, Kai ei2alpevat TIA/á
xapaierripa exatepou ei3ou; ev 7p TE ávávoi TÓ
7CX,1100; nX,avácseat Kai 7 puj.

c JAI. Ka2,óv yoi5v áv Edmcpate;, 813o; sir)


Katavevorpc¿o; ó toiSto 2,,ar3dw.
ES-1. "E7CEtTá ye, olpiat, npó; ÉKáCSTCp ytyvópievov pi]
2,,aveávetv ¿O: óéco; aicseávecreat nepi oti
epa/ notépou óv tuyxávet yévou;.
(I)AI. Tí pdiv;
ES-1. Tí otiv; tóv Ipara 7CÓTEÓ0V 914.1,ev elvat Tan/
kuptahricsípicov íl TéSv pdi;
(I)AI. Tan/ ápuptarkyclicsípuov 31'17COD• íl OiEt aN, C701,
eywpficsat Et7CETV á V0V371 ET7CE; nepi aótoiS, cb;132,,ár311 TÉ
ÉCST1, T45 Épcoptévcp Kat epffivrt, Kat ¿Eh; cb; pieytatov óv
TÓSV áyaeffiv tuyxávet;
d ES-1. 'Aman( Myet;• á2,1,' sirve Kat tó3e —ey¿o yáp T01,
3tá TÓ eveoucstacutKóv cyó 7CáVÓ 114n/wat— si c`optaápitiv
Ipara ápxópievo; 2,.,óyou.
(I)AI. Ni] Día ápirixávan ye cb; cs9ó3pa.
ES-1. (1)ei5 ócscp Myet; texvticarepa; 1\lówpa; tá;
Axe24ou Kat Iláva tóv Epptói5 Aucríou Kecpálou
npó;X,óyou;

263b rckfieo; T Gal. : sitios BW2 11 263c ay/oprimo Galeni cod.


Marcianus: o-tracopficsat codd. Verdenius
Fedro 209

Sócrates.— Luego en unos casos concordamos y, en b


otros, no.
Fedro.—Así es.
Sócrates.—¿Y en cuál de estos dos casos somos más
susceptibles de engaño, y en cuál de estos dos tipos de
objetos tiene mayor poder la retórica?
Fedro.—Es evidente que en aquellos que vacilamos.
Sócrates.—Así, pues, quien se disponga a ir en busca
del arte retórica debe, en primer lugar, hacer una clasifi-
cación metódica de dichos objetos, y aprehender algo
que caracterice a cada una de sus dos especies, tanto a
aquélla en la que indefectiblemente vacila el vulgo,
como a aquélla otra en la que no.
Fedro.—Excelente método, Sócrates, habría ideado
quien aprehende dicha diferencia.
Sócrates.—En segundo lugar, creo yo, al encontrarse
ante cada objeto, no le debe pasar inadvertido, sino darse
cuenta inmediatamente de a cuál de las dos especies per-
tenece aquello sobre lo que se disponga a hablar.
Fedro.—En efecto.
Sócrates.—¿Y qué? ¿Debemos decir que el amor es
de las cosas que se prestan a discusión o de las que no?
Fedro.—De las que se prestan a discusión sin duda.
De lo contrario, ¿crees que te hubiera dado lugar a decir,
como hace un momento dijiste, que es algo perjudicial
para el amado y para el amante, y a sostener acto segui-
do que es el mayor de los bienes?
Sócrates.—Dices muy bien. Pero dime también esto d
—pues yo ciertamente, debido a mi rapto de inspiración,
no me acuerdo en absoluto—, ¿definí el amor al principio
de mi discurso?
Fedro.—Si, por Zeus, y con enorme precisión.
Sócrates.—¡Ay! ¡Cuánto más duchas en los discursos
son, a tu decir, las Ninfas del Aqueloo y Pan, el hijo de
Kermes, que Lisias, el hijo de Céfalo!
210 Ocd5po5; 263d-264b

íl cyó3Év X,Éya), á2,X,á Kat ó Aucría; ápxóptevo; iov


¿partKoi5 fiváyKacsev fi jad; i)ico2,,a138Tv TÓV "Epara gv it
e Tan/ 5vuov 8 aircó; Ér3oD2,fieri, Kat npó; tonto fi3ri
csuvtaápievo; icávta TÓV 5atepov Xóyov 3teicepávato;
flyaet iceúav ávayvéSpiev itjv áp2(T1V aircoi5;
Ei (roí ye 30KET. 8 pi,ÉVT01, 01T8i,; O'l/K ICST' airóet.
ES-1. M'ye, Yva ámyócsco aótoi5 ÉKEtV01).
«IIepi µÉN/ TéSv 4.1,65v npayptámv Énícuacsat, Kat
cb; voptíco csupupépetv '41TV TOÚTCOV yevoptévcov, áKfiKoa;.
264a átéS 3É µfi 3tá toiSto ároxficsat ("ov 3Éoptat, ótt cyóK
Épacstfi; wv csoi5 tuyxávco. do; ÉKEtV0t; plÉV TÓT£
ptetapta£1, wv aV 8?) 1C01,1'16(061,V, É1C81,3áV T11; Éntemata;
icaúcscovtat...»
ES-1. 1Co2,1.,oi5 38TV I01,K£ 1C01,8TV 538 ye 8 fitoi'l,ev,
8; cró3É dm' ápri; dlICÓ Tú,CDTI1; É 'l/ircía; áváncOav
3taveTv ÉntxetpeT TÓV 2,óyov, Kat apxetat ácp' ("ov
1C81Ca1/1ÉVO; aV 011 ó Épacrcfi; 2,,Éyot npó; Te( icat3tKá. íl
cyó3Év £7,1COV (DaT3pe, 91.41Kapakfi;
6 JAI. "Eattv yÉ T01, 31'1, w Edwpate;, Tú.ZDT1'1, icepi oú
TÓV 2,.,óyov 1C01,8T,Tal.
ES-1. Tí 3É TD.1,a; cyó x'ó3fiv 3oKeT 13813X,ficseat Te( mi')
2,óyou; íl cpaívetat TÓ 38ÚT8p0V sipiij x T1,VO;
áveryKri; 38frcepov 38Tv teefivat, fi TI, ID,X0 TIISV fSTIOÉVTCOV;
4101 1.11V yápl3oev, do; pni3¿v eiZótt, cyóK áyevvéS; TÓ
É1C1,ÓV eipficseat t ypeupovtt• csi) 3' Iza; TlVá áváyKriv
2,,oyoypacptiefiv 11 taiSta ÉKETNO; 0{5T(0; Écpeii; icap'
15,2,1112,,a gefiKev;
Fedro 211

¿O estoy equivocado, y Lisias también nos obligó al


principio de su Erótico a suponer el amor como un algo
provisto de la realidad que él quiso conferirle, y llevó a e
término el resto de su discurso, ordenándolo con arreglo
a este concepto previo? ¿Quieres que leamos otra vez su
comienzo?
Fedro.—Sí, si a ti te parece. Pero lo que buscas no se
encuentra en su discurso.
Sócrates.—Lee, para que le oiga a él personalmente.
Fedro—«Mi situación la conoces, y que estimo de
nuestra conveniencia el que esto se realice lo has oído
también. Pero no por ello creo justo el no conseguir mi 264a
demanda, por el hecho precisamente de no estar enamora-
do de ti. Pues los enamorados se arrepienten de los bene-
ficios que hacen, tan pronto como cesan en su deseo...»
Sócrates.—Ciertamente dista mucho, según parece,
de hacer lo que buscamos. Pues intenta recorrer el dis-
curso en sentido inverso, no desde el principio, sino des-
de el final, como si nadara a espalda, y comienza en el
punto en que hablaría el amante a su amado al terminar
ya. ¿Me equivoco acaso, Fedro, querido amigo?
Fedro.—No cabe duda, Sócrates, es un final el tema b
de su discurso,
Sócrates.—¿Y qué decir de lo demás? ¿No dan la
impresión de haberse tirado en revoltijo las partes de su
discurso? ¿Se ve acaso una necesidad que exija que lo
dicho en segundo lugar haya de colocarse en segundo
lugar, y no otra cosa cualquiera de las dichas? A mí, en
efecto, en mi total ignorancia, me pareció que el escritor
decía, no sin cierto atrevimiento, lo que se le iba ocu-
rriendo. Pero ¿sabes tú de algún imperativo «logográfi-
co» que le obligara a aquél a colocar así sucesivamente,
unas al lado de otras, las partes de su discurso?
212 Occibpo5; 264b-e

XpriaTó; cT 5Tt píe ijyti ixavóv elvat Tá ¿K8tV01)


C 0{STCO; áxpt1316; 3tt3eTv.
ES-1. Tó38 'c oiµaí ae cpávat áv 38Tv icávTa
X8yov e6airep Vp" ov auveaTávat C71611á it IxovTa airróv
aúiov e6aTe áKécpaX8v elvat µ tc a7CODV d1,2,1á
pteaa tc EXEW Kat áKpa, irpénovTa á2,42,.8t; Kat t 52,w
yeypaweva.
(I)AI. IBS; yáp oiS;
ES-1. Exéyat Toívuv Tóv Toi5 Taípou crol) X8yov EiTE
0{STCO; EiTE 15,2,10); EXEl, Kat e'úpi'paet; T0i5 atypámato;
cy838v 3tacpepovTa, 8 Mí3q iw t puyí cpaaív 'ME;
¿ntyeypácpeat.
d (1)Al. floTov ToiSTo Kat Tí 7CE7COVeó;',
ES-1. "EaTtptev ToiSTo Tó38.

«Xa2mi icapeévo; eiptí, Mí3a 3' ¿ni, crktaTt KeTptat


59p' áv 53cop tc ván Kat 38v3pea ptaKpá Tee'041,
aúiov Ti138 ptévouaa 7Cokuiv1.,abtou Túpir301),
áyy8X,Éco icaptoiSat Mí3a; 5Tt Ti138 TéeanTat»

e 5Tt 3' c838v 3tacpepet aúiov npanov íl 5aTaTóv it


Myeaeat, ¿VVOCT; 7COD, Cb; Élyjpiaat.
EKálet£1,; TóvX,óyov ílité5v, w EdwpaTe;.
ES-1. ToiSTov p.tev Toívuv Yva puj ai) axeu , ¿ácscoptev
—Katrot auxvá ye IX£1,V I101, 3oKeT icapa3eíyptaTa npó;
Tt; 132,,É7CCOV óvívatT' ew, pupteTaeat airrá ¿ictxetpó5v puj
7CáVD sis Toi); 'repou; X8you; ljv yáp it
¿v aicoi,';, do; 3oKéS, irpoafpcov i38Tv TOT; PouXoptévot;
icepi Xbycov CSKOICETV.

264d µíSa T: µi&L B


Fedro 213

Fedro.—¡Bueno estás, si crees que yo soy capaz de


penetrar tan agudamente en la intención de aquél!
Sócrates.—Pero esto sí creo que puedes afirmarlo:
todo discurso debe tener una composición a la manera de
un animal, con un cuerpo propio, de tal forma que no
carezca de cabeza ni de pies, y tenga una parte central y
extremidades, escritas de manera que se correspondan
unas con otras y con el todo.
Fedro.—¡Cómo no!
Sócrates.—Examina, pues, el discurso de tu amigo a
ver si está escrito así o de otra manera, y encontrarás que
no difiere en nada del epigrama" que, al decir de algu-
nos, está inscrito en la tumba de Midas el Frigio.
Fedro.—¿Qué epigrama es ése, y qué le ocurre?
Sócrates.—IIelo aquí.

De bronce doncella soy, y sobre la tumba de Midas yazgo,


en tanto que fluya agua, hayan árboles altos retoñado,
permaneciendo aquí mismo, sobre sepulcro tan llorado,
anunciaré a los que pasan que está aquí Midas enterrado.

Y que no importa en absoluto el que se recite cual- e


quiera de sus versos bien al principio, bien al final, es
algo de lo que, según creo, te percatas.
Fedro.—Estás haciendo escarnio de nuestro discurso,
Sócrates.
Sócrates.—Pues bien, dejémosle estar, para que no te
amohínes. No obstante, me parece que tiene un montón
de ejemplos que podrían ser de utilidad para quien pusie-
ra su vista en ellos, a condición de que no intentara imi-
tarlos en absoluto. Pero pasemos a los otros discursos.
Había algo en ellos que, según me parece, es interesante
que vean los que quieren hacer un estudio de la oratoria.
214 Oaibpo5; 265a-c

265a JAI. Tó itoTov 31j2,.,Éyet;;


ES-1. 'Evavtíco 7COD fiCYTTIV* ó piEv yáp cb; iw Épffivrt, ó
3' cb; iw pilj 38T xapíecreat, a,eyériv.
Kai pía?: áv3ptican.
Ea "1-1tpniv 6c tá2aieÉ; Épdv, ótt p.tavtican• 8 p.t,ÉVT01,
É91'ITODV ÉCSTiV aircó tonto. p.tavíav yáp ttva Écp'íicsap.tev
ctvat tóv pwia. 11 yáp;
Naí.
ES-1. Mavía; 3É ye d3ri 8üo ti v piEv '67Có VOCSIlliáTCOV
ávepancívcov, TljV '67Có eeía; TéSv dcoeóuov
voptípuov ytyvoptéviv.
(I)AI. flavo ye.
ES-1. Ti]; 3É ()cía; TETTáMV 0816v téttapa µÉn
31£2,.,óptevot p.tavttiefiv Énínvotav A7CóW0VO; OÉVTE;,
Atovúcsou cSÉ Ta.,ECYTtldiV, MODCSÓSV 3' ai)
TETápTT1V Acppo3ítns Kat "Eparco Épartiajv p.tavíav
Écp'íicsap.tév rc ápícuriv mut. Kat aóK otá órn Tó ÉpaynKóv
7Cá00; dUCEtKá0VTE;, iCSCO; piEV á20100i5; TWO;
Écpairróptevot, Taxa 3' ew Kat ,5,21.0.58 icapacpepóptevot,
c KÉpácsavte; oú navtánacstv áníeavov abyov p.tuetKóv
'uva 81avov 7Cpocseicatcsaptev p.tetpíco; rc Kat dxpi'llaco; tóv
ÉpióV rc Kat csóv 3867CUTIV "Epara, evo (DaT3pe, KaXii5v
icaí3cov Icpopov.
Kai µáaa llame oi< 4316; áKoiScsat.
ES-1. Tó3E TOtVDV airróeÉv 2,.,árkoptev, cb; aleó 'coi')
yéyetv npó; Tó ÉnatveTv ICSXEV ó2,.,óyo; ptetar3iivat.
(I)AI. IBS; oi)v aircó2,.,Éyet;;
Fedro 215

Fedro.—¿Qué es ese algo de que hablas? 265a


Sócrates.—Eran los dos en cierto sentido contradicto-
rios, puesto que decía el uno que había que otorgar favor
al enamorado, y el otro, al no-enamorado.
Fedro.—Y con gran valentía lo decía.
Sócrates.—Creía que ibas a decir la verdad, que con
locura. Pues, de hecho, lo que indagaban era eso mismo,
ya que dijimos que el amor era una especie de locura.
¿No es verdad?
Fedro.—Sí.
Sócrates.—Y había dos especies de locura, una pro-
ducida por enfermedades humanas, y otra por un cambio
de los valores habituales provocado por la divinidad.
Fedro.—En efecto.
Sócrates.—Y en la locura divina distinguimos cuatro
partes que asignamos a cuatro dioses, atribuyendo a
Apolo la inspiración profética, a Dioniso la mística, a las
Musas a su vez la poética, y la cuarta, la locura amorosa,
que dijimos era la más excelsa, a Afrodita y a Eros. Y
tratando de describir la pasión amorosa no sé con qué
símiles, alcanzamos en parte tal vez la verdad; en parte
también nos perdimos por otros caminos; amalgamamos
un discurso que no es del todo increíble; y entonamos
comedida y piadosamente un mítico himno en honor y
solaz de mi señor y el tuyo, Fedro, el Amor, vigilante de
los bellos mancebos.
Fedro.—Y que no me fue en modo alguno desagrada-
ble de escuchar.
Sócrates.—Pues bien, captemos en él cómo pudo
pasar del vituperio a la alabanza.
Fedro.—¿En qué sentido dices esto?
216 Occibpo5; 265c-266b

ES-1. 'Eptoi pt,Év cpaívetat tá pt,Év C(2,1.,a ÓVT1, icat3til


irgicaTcreat• TO'ImOV 3É TtN/COV tbX11; f5110ÉVUOV 3Doi'v
d ei3oTv si aútoi'v TljN/ 3úvaiatv téxvia 2,a138Tv 3úvattó T1,;,
O'ÓK axapt.
Tívcov 34'1;
ES-1. Ei; pitav TE i3Éav cruvopffivta ay£1,V Tá icalaxti
3tecsicapptéva, Vva gicacstov óKóptevo; 3112,.,ov non] icepi
7 „
o av agt 3t3ao-Ketv ¿EWA]. e6csicep tá vuv3ii icepi"Epayro;
8 gattV óptcseév sita' sv sitas KaKó5;, aéXell• Tó yoi5v
csa9É; Kat Tó aótó aút65 ópt,o2unalievov 3tá taiSta gcsX8V
Et7CETV ó
(1)Al. Tó 6' gtepov 87,3o; tí Xgyet;, evo Edwatg;;
e ES-1. Tó náltv Kat' gi3ii 3úvacreat 3tatéiavetv Kat'
pepa icégyuKev, Kat pnj gictxgtpdv Katayvúvat µ,Épo;
R3Év, KaKoi5 ptayetpau tpóircp xpdlagvov, e6csicep ápit
Té) 2,.,óyco• tó pt,Év acppov 3tavota; gv Tt xotyfl E7,30;
266a a,a(3Étriv, e6csicep ad .1,ato; 1\/ó; 3t7c2A Kat óptdwupta
irápvice, <tia pt,Év> o-Katá tá 3gtá iJaieévta, o8tco Kat
tó icapavota; cb; <1v> gv tjµiv iregruicó; 813o;
tyricsaptÉvco Té) 2,óyco, ó pdv Tó E7C' áptatepa TEpóJAEVO;
µ,Épo;, iceúav TOiSTO TÉJAN/COV O'ÓK E7Cavrpav npiv aútoi,';
gcpeup¿ov óvoptaópt,evov cricatóv tatua gpcota a,ot3ópricsev
3ficti, ó 6' sis Tá EN/ tic táT11; µavía; álfay¿ov
kik ópidwuptov plÉv gl<CíVq.), edbv 6' ai) tatua IN= gcpsup¿ov
b Kat 7CpOTElVállEVO; EICÚVECSEV Cb; lagytatcov aittov
áyaeffiv.
A40Écstata Xgyet;.

265d Da vt5v codd. : re ví'w Schanz Hackforth 1 266a Da µay


(wat& scripsi: (main T Stob.: -Ks;• Kat á B 1 -ret & Stob. : TetSs
codd. con. Heindorf: ¿v codd.
Fedro 217

Sócrates.—Para mí es evidente que todo lo demás ha


sido verdaderamente un juego. Pero entre esas cosas que
por fortuna se dijeron había dos tipos de procedimiento,
cuya significación para el arte retórica no sería desagra- d
dable coger si se pudiera.
Fedro.—¿Cuáles son, pues?
Sócrates.—E1 llevar con una visión de conjunto a una sola
forma lo que está diseminado en muchas partes, a fin de hacer
claro con la defmición de cada cosa aquello sobre lo que en
cada caso se pretende desarrollar una enseñanza. Precisamen-
te tal y como hace un momento se habló sobre el amor,
habiéndose defmido mal o bien lo que realmente es. Pues, al
menos, lo que había de claridad y concordancia consigo mis-
mo en el discurso pudo éste conseguirlo por dicha razón.
Fedro.—¿Y cuál es el otro procedimiento de que
hablas, Sócrates?
Sócrates.—E1 ser inversamente capaz de dividir en espe- e
cies, según las articulaciones naturales, y no tratar de que-
brantar parte alguna, a la manera de un mal carnicero, sino
hacerlo como lo hicieron hace un momento los dos discur-
sos. Cogieron éstos lo que había de locura en la mente, en 266a
común y como una sola forma; pero de la misma manera
que en un solo cuerpo hay dos series de miembros homóni-
mos, que se llaman unos izquierdos y otros derechos, así
también consideraron los dos razonamientos el caso de la
locura; es decir, como si fuera en nosotros por naturaleza
una única forma. Pero uno de ellos se dedicó a dividir la
parte de la izquierda, y no desistió de ir haciendo nuevas
divisiones, hasta el momento en que, encontrando en ellas
un amor denominado «siniestro», lo vituperó muy en justi-
cia. El otro, en cambio, conduciéndonos hacia las partes de
la derecha de la locura, y encontrando a su vez un amor
homónimo de aquél, pero divino, lo expuso a nuestras mira- b
das, y lo alabó como el origen de nuestros mayores bienes.
Fedro.—Dices una gran verdad.
218 Occibpo5; 266b-e

ES-1. Tal/TCOV 31j Eyarye aótó; rc Épacm'i;, w (DaT3pe,


té5v 3tatpécsecov Kat auvaywyffiv, Vva Oló; rc 70 Myetv rc
Kat cppoveTv• eav TÉ TIN' Dlov ijyi')cscopiat 3Dvatóv sis
Kat no2,1á necpuKóe' ópdv, toiStov 3tacco «Katónicsee
piET' 1:XVIDV (116TE OEOT,0». Kai µ,ÉVTOtKai 'coi); 3Dvaptevou;
aótó 3pdv, si piev ópean íl puj npocsayope'ów, 0E6; 018E,
c Ka2,16 oi)v piexpt toi538 3taX,extuoyó;. tá vi5v napa
csoi5 TE Kat Aucstou piaeóvta; eine tí xpii KaX,ei'v• íl toiSto
ÉKETVó ÉCSTIN íl 2,,óycov téxvrl 11 epacróptaxó; TE Kai oí
auot xpkievot csocpoi piev ainoi Myetv yeyóvaatv,
aUCYD; TE 7C01,0i561,V, 01: ew 3copocpopeTv aútois cb;
PacsileiScstv eeüxocstv;
BacsúaKoi piev av3p8;, cyó piev 8tj É70,CYTT)lOVE;
7 ,
ye coy Eparq;. áxxá TOUTO piEv Tó 813o; ópean llame
3oKeT; xaxsiv 3taX,extricóv Ka2,16v• tó PritoptKóv
3oKeT piot 3tacpeúyetv le' ijia4.
d ES-1. 1116; cpú;; Ka2,óv 7C0í) TI, aV eiri, 8 TOí/TCOV
C(noX,etcpeev ko; texvu 2,,apt,r3avetat; 7CáVT0); 3' aóK
áttiaaateov aótó (roí TE Kai 41,0t, UKTEOV 3e Tí plÉVT01,
Kai Iatt Tó 2£1,7CópiEVOV T11; Pritopuoi;.
Kai µáxa 7COD CrlaVá, w Edwate;, tá y' ev TOT;
13t132dot; 2ois nepi 2,.,óycov texvi; yeypapiptevot;.
ES-1. KaiKa2,16; ye TVeépwricsa;. «npootpuov» piev
np115tov cb; &T toi5 2,.,óyou Myecseat ápxti• m'Una Myet;
yáp;— tá Kopava t texvi;;
e JAI. Naí.
Ea AdrC8p0V «31Yiyricsív» tiva «µaptupta;»
tpítov «texpdipta», tétaptov «eiKóta»• Kai
«nícstaxstv» olptat Kai «al7CíCST(061,V» Myetv tóv y8
130,,ttatov 2,.,oyo3at3aX,ov 131/áVTI,OV av3pa...

266b rcepicó0" edd.: rcepmcórct vulg. : necpvxó5 BT Stob. 11 266c


ucteóvra; B: µaOóvte5 TW etvópe; codd. Herm.: ávópe5 Bekker
Burnet Robín 1 266e koyoSaíSaXov T Herm. (et legit Cícero):
Xóyov SaíSaXov B
Fedro 219

Sócrates.—Y naturalmente, Fedro, yo mismo soy un


enamorado de esas divisiones y sinopsis, a fin de poder
ser capaz de hablar y de pensar. Y si estimo que otro
tiene la capacidad natural de ver en unidad y en multipli-
cidad, voy «en pos de sus huellas, como si fuera un
dios»67. Y ciertamente a los que pueden hacer eso, Dios
sabe si les doy o no el nombre apropiado, pero hasta este
momento les llamo «dialécticos». Pero ahora, una vez
recibida la lección que tú y Lisias nos dais, dime qué les
debemos llamar. ¿O acaso es esto que he expuesto el arte
oratoria, con cuyo uso Trasímaco y los demás se han
hecho ellos diestros en hablar y hacen a cuantos otros
estén dispuestos a aportarles sus ofrendas como a reyes?
Fedro.—Hombres de categoría regia son sin duda,
pero no conocedores del objeto al que alude tu pregunta.
Ahora bien, en lo que respecta a ese método, me parece
que le das el nombre exacto al llamarle «dialéctico». Con
todo, me parece que el «retórico» aún se nos escapa.
Sócrates.—¿Cómo dices? ¿Puede haber algo de valía d
que, privado de estos requisitos, se adquiera, no obstan-
te, por técnica? Bajo ningún concepto debemos ni tú ni
yo menospreciarlo, sino decir qué es en verdad lo que
aún queda de la retórica.
Fedro.—Un montón de cosas, Sócrates, al menos las que
se encuentran en los tratados sobre el arte de la palabra.
Sócrates.—Hiciste bien en recordármelo. En primer
lugar, creo yo, está eso de que debe pronunciarse un
exordio al principio del discurso. ¿Te refieres —¿no es
verdad?— a esas sutilezas del arte?
Fedro.—Sí. e
Sócrates.—Y en segundo lugar una exposición, y a
continuación los testimonios, y en tercer lugar los indi-
cios, y en cuarto las probabilidades. Y creo que incluso
habla de una confirmación, y una confirmación adicional,
ese excelente artífice de la palabra nacido en Bizancio...
220 Occibpo5; 266e-267c

Tóv xpriatóv 2,,Éyet; 08o3copov;


267a ES-1. Tí pdiv; Kat «aeyxov» ye Kat «É7CEÉ2£7X0V» Cb;
7COVIITÉ0V ÉV Katiyopíq TE Kat áno2,,oyíq. tóv 3ÉKÉO,Itcycov
IIáptov Eórivóv 4 ptéaov cyóK ayoptev, 6; TÓ7C031X,COCHN»
TE imano; iii)pev Kat «icapeicaívou;»; oí 3' airróv Kat
«napayóyou;» cpacsiv ptétpcp 2,,Éyetv lavi'llari; xáptv•
csocpó; yáp Tetcríav Fopyíav rc ÉáCSOIAEV E{S3EtV,
oi npó TéSv Waieffiv Te( axón( et3ov do; ttpurycéa
Te( TE ai) csiatKpá IlEyeúz Kat Te( pteye0,,a csiatKpá cpaívecseat
b notoiScstv 3tá Pdlariv 2,óyou, Katvá rc ápXátOn Tá
Évavtía Katvé5;, crovtoplav rc 2,,oycov Kat anetpa
icepi icávuov áviiSpov; taiSta áxo'bcov 7COTÉ ploy
IIpo3tKo; Éyaucsev, Kat !aovo; aicó; OpriKévatI(pi wv
38T 2,,oycov téxviv• 38TV 3É oiSte ptaxpéSv oiSte 13pazécov
áxxá ptetpícov.
Eocpáratá ye, IIIpo3tice.
ES-1. Inicíav cyó 2,,Éyoptev; olptat yáp áv aúpan-19ov
aót65 Kat tóv TIX,eibv évov yevécreat.
(I)AI. Tí 3' oiS;
ES-1. Tá II(Uou né5; cppácscoptev av !aovada Xbycov,
c do; «3ticX,acstoX,oyíav» Kat «yvcoptoX,oyíav» Kat
«eiKovoX,oyíav», ÓV011áTCOV rc Aticuptvícov á ÉKEtV(p
É3copi'icsato npó; 7C0t1161N E'ÓEICEtin;
IIparayopeta 3É, w Edwpate;, cyóK ijv pi,ÉVT01,
totai'd atta;

267a ávrip Bekker Burnet Robin: ávnp codd.


Fedro 221

Fedro.—je refieres al hábil Teodoro?


Sócrates.—¡Cómo no! Y también dice que se debe 267a
hacer una refutación y una refutación adicional, tanto en
la acusación como en la defensa. ¿Y no sacamos a la lid
al extraordinario Eveno de Paros, que fue el primero que
descubrió la alusión velada y los elogios indirectos? Y
algunos hay que aseguran que hizo también vituperios
indirectos en verso para que pudieran recordarse, pues
era un verdadero sabio. ¿Y vamos a dejar dormir a Tisias
y a Gorgias, que vieron que habían de estimarse más las
verosimilitudes que las verdades, y por la fuerza de su
palabra hacen aparecer las cosas pequeñas como gran-
des, las grandes como pequeñas, lo que es nuevo como b
si fuera viejo, y lo contrario como si fuera nuevo, y des-
cubrieron cómo hablar con concisión o extenderse inde-
finidamente sobre cualquier materia? Oyéndome un día
Pródico decir esto se echó a reír, y afirmó que él era el
único que había descubierto la clase de discursos que
requiere el arte: ni largos, ni cortos, sino de una exten-
sión moderada.
Fedro.—Muy sabiamente dicho, Pródico.
Sócrates.—¿Y no hablamos de flipias? Pues creo que
a Pródico también le prestaría su voto el extranjero de
Elis.
Fedro.—¡Qué duda cabe!
Sócrates.—¿Y cómo hemos de calificar las exquisite-
ces de los modos de expresión de Polo, verdaderos san-
tuarios de las Musas", como la expresión reiterativa, la
expresión sentenciosa, y la expresión mediante imáge-
nes? ¿Y el rebuscamiento de sus vocablos «licimnios»,
que le diera Licimnio para contribuir a su elocuencia?
Fedro.—¿Y no había también, Sócrates, otras tantas
invenciones de Protágoras semejantes a éstas?
222 Occibpo5; 267c-268b

ES-1. «'Opeobretá» yÉ TI,;, (70 >mi, Kat 15,2,1,a no2,1.,á Kat


Ka2,.,a. tan/ yc µt'IN/ oixtpoyócov Ént Tripa; Kat nevíav
ÉX,Kopt,Évcov 2,.,óycov xsxpatTp téxvp p.tot cpaívetat tó
toi5 Xa2ucri3ovíou cseévo;• ópyícsat TE ati 7CoUoi); apta
d 381,Vó; áviip yéyovev, Kat icaltv, c'opytaptévot; Éna3cov,
cb; 3tar3aUetv TE Kat duca.,úcsacreat
3tar3oX,a; óeev3ii Kpáttato;. tó 31j Ta0; TÓSV 2,.,óycov
KOW1,1 7CáCSIN E0I,KE CYDv383oyptévov elvat, w ME; plEv
a7CáV030V» D101, 3' 15,2,10 tíeevtat óvopta.
Tó KapaX,atcp gicacsta 2,.,Éyet; '67Copwricsat É7Ci
TE2XDT11; T0ó; áKcybovta; icept té5v eiprat,Évcov;
TaiStaX,Éyco, Kat á TI. Crú 111,U0 EXEI,; ElICETVX,óycov
téxvri;
EiatKpá yc Kat cyóK ata X,Éyetv.
268a ES-1. 'Eé5p.tev 8tj tá yc csiatKpá• mUna 3É '67C' aúyá;
p.02,1ov i3(0118V, tíva Kat 7CóT' EXEI, Tá T11; TEXVT1; 3úvaiatv.
(I)AI. Kat p.t,a2,.,a Éppcopt,Évriv, w Edwpate; lv yc 31j
7C2die01); CYDvó3ot;.
ES-1. "Exet yáp. , w 3atp.tóvte, i3É Kat crú si apa Kat
csot cpaívetat 31,86TTIKó; aótó5v Tó fitptov e6csicep Ép.tot.
JAI.Octi p.tóvov.
ES-1. Eine 31'i p.tot• si TI,; irpocseX,e¿ov T45 Étatpcp csou
'Eputp.taxcp íl T45 natpt aútoi5 AKOWEV45 EITC01, «'Ey¿o
atataptat totaiSt' atta csktacst irpocs9Épetv, e6cste
b eepp.taívetv Éáv 13caxoptat Kat vbxetv, Kat Éáv µÉN/
8ó ta p.tot, 4.1,8TV 7C0I,ETV Éáv 3' ati, KáT(0 3taxcopeTv, Kat
11(2,1.,a icapuroUa totaiSta•

267c avnp Bekker Burnet Robin: ávnp codd. H 268a tia' anyá;
TW: 'Últaíryacrlict Kakóv B H DI con. Hackforth: Tnv codd.: ió
Vollgratf
Fedro 223

Sócrates.—Sí, muchacho, una correcta dicción, y


otras muchas cosas bellas. Pero en el arte de aplicar, aun
al arrastre, discursos plañideros a la vejez y a la pobreza,
me parece a mí que quien se lleva la palma es ese vigo-
roso orador de Calcedón69, que asimismo tenía la habili-
dad de provocar la indignación de la masa, y de nuevo d
calmar su ira con su embrujo, según afirmaba. De ahí
que fuera el más experto tanto para lanzar calumnias,
como para disiparlas. Pero en lo que ciertamente parece
que hay un común acuerdo es en la terminación de los
discursos, que llaman unos recapitulación y otros le dan
otro nombre.
Fedro.—je refieres al recordar al final del discurso
al auditorio en un resumen, uno por uno, los puntos que
se han tratado?
Sócrates.—A eso me refiero. Y si tú puedes decir algo
más con respecto al arte de la palabra...
Fedro.—Pequeñeces, no dignas de mención.
Sócrates.—Dejemos entonces las pequeñeces, y vea- 268a
mos más bien a la luz esto de que estamos hablando, a
saber, qué poder tienen los preceptos del arte, y cuándo.
Fedro.—Uno y muy poderoso, Sócrates, al menos en
las reuniones de la multitud.
Sócrates.—Lo tienen, en efecto. Pero, ¡ay, bienaven-
turado amigo!, mira también tú a ver si no te parece,
como a mí, que su urdimbre deja huecos.
Fedro.—No tienes más que mostrarlos.
Sócrates.—Dime entonces: si acercándose uno a tu
amigo Erixímaco o a su padre Acúmeno le dijese: «Yo sé
aplicar a los cuerpos medicinas tales que pueden calen-
tarlos o enfriarlos, si quiero; obligarles a vomitar, si me b
place; a hacer de vientre, si es esa mi voluntad, y tam-
bién producir en ellos otros muchos efectos semejantes;
224 Occibpo5; 268b-e

Kat ¿7Clatáll£V0; airrá átéS iatpticó; elvat Kat aa.a.,OV


7C0tETV (7p áv itjv TOtmOV ataTIntliV icapa316», Tí áv oict
áKoúcsavta; Et7CETV;
(I)AI. Tí 3' C(2,1.,o ye ij ¿pécseat ei npocsenícuatat Kat
criScutva; 38T Kat 057CóTE Exacrca TOtrUOV 7C0tETV, Kat ptexpt
Caócsou;
Ei oi)v einot ótt «06341,16;• átéS TóV tanta
c icap' ptaeóvta airróv 01,05V i elvaticoteTv á ¿parca';;»
Einotev áv, olptat, ótt ptaívetat avepanco;, Kat
¿K 131132dou 7COOEV áloybcsa; íl iceptrox¿ov cpapptaidot;
iatpó; oietat yeyovévat, cyó3ev aatcov texvii;.
ES-1. Tí 3' ei Eocpoiv1.8T av irpocseX,e¿ov Kat Eópticí3u Tt;
Myot cb; ¿nícstatat icepi csiatKpoi5 irpávato; ÓT'ICSEt;
icapildiKet; nota/ Kat icepi pteyakou icávu csiaticp4, ótav
TE PoWarcat ofierp4, Kat tcyúvavtíov av cpor3epá; Kat
d dlICE1111TtKá; ócsa aala totaiSta Kat 3t3ácsmov aircá
tpaycp3ía; notricstv otctat icapa3t3óvat;
(1)Al. Kai oinot áv w Edwpare;, olptat, Kataye2ASev Et
Tt; otctat tpaycp3íav Tt elvat íl itjv TOtnCOV
csúcstaatv icpbcoucsav 0,.,2,O.,ot; TE Kat TO
auvtataptéviv.
ES-1. A»; cyóK áv áypoímo; ye, olptat, Xot3o0csetav,
e6csicep áv ptoucsticó; ¿Vi-DX(iw áv3pi otoptévcp ápi.tovti<65
etvat ótt 8tj tuyxáV£1, ataTápIEVO; Cb; 01,05V TE ÓIDTáT11V
e Kat Papp táriv xop3iiv notdv,

268b at6Tétp£V0 B2: -µavoy; codd. 11 268c s'inotsv Stephanus:


sinos codd.: sinsiv Burnet H Etv0pcono Bekker: &vOpcono5 codd.
Fedro 225

y por saber esto me creo capaz de ser médico, y de con-


vertir en médico a quien transmita el conocimiento de
estas medicaciones»; ¿qué crees tú que dirían después de
oírle?
Fedro.—¿Qué otra cosa podrían hacer sino preguntar-
le si sabía además a quiénes debe aplicar cada uno de
esos tratamientos, y en qué momento, y hasta qué límite?
Sócrates.—¿Y si él respondiera: «En absoluto. Pero
estimo que el que aprende esto de mí queda capacitado
por sí solo para hacer lo que preguntas»?
Fedro.—En ese caso dirían, creo yo, que el individuo
en cuestión está loco, y que por haber oído hablar de
estas cuestiones en algún libro o haberse tropezado con
medicamentos, cree haberse hecho médico, aunque no
entiende nada de esa arte.
Sócrates.—¿Y qué me dices si, llegándose uno a
Sófocles o a Eurípides, les dijera que sabe componer lar-
guísimos parlamentos sobre un asunto de pequeña mon-
ta; o sumamente pequeños sobre uno importante; que-
jumbrosos, cuando quiere; o, por el contrario, temibles y
amenazadores; y así sucesivamente con todas las cosas
de este tipo; y se imaginara que enseñando esto transmi- d
te el modo de componer una tragedia?
Fedro.—También éstos, Sócrates, se reirían, me
supongo, de que alguien creyera que una tragedia es otra
cosa que la disposición de dichos pasajes hecha de forma
que se correspondan entre sí y con el todo de la obra.
Sócrates.—Sin embargo, creo yo, no le increparían
con rudeza, sino que emplearían los mismos términos
que un músico al tropezarse con un hombre que cree
saber de armonía, porque conoce casualmente cómo se
puede hacer dar a la cuerda la nota más aguda y la más e
grave.
226 Occibpo5; 268e-269c

oim< áyptco; einot Cw• «1-1 ptoxeripé, pi,e2xyxoX,q;»,


&TE 1.101/61,1<ó; &\/ npqótepov ótt «1-1 aptate, áváveri p.tev
Kat tai'd ¿icíatacreat TóV plülovra ápplovvicóv Icsecreat•
oV3ev µtjv KCOM/E1, áll3E CSátKpóv ápplovía; ¿icatetv tóv
itjv CS1jV E 1,‘, EXovra• Tá yáp npó ápplovía; ávayKaTa
p.taNp.tata ¿nícstacsat, C(2,1: cyó Te( ápplovvicá».
'Opeótatá ye.
269a ES-1. OVicoi5v Kat ó EocpoiJai; tóv mptatv bet3etiMplevov
Te( npó tpaycp3ía; áv (patri, C(2,1: oú Tá tpayucá, Kat ó
AKOWEVó; Tá npó iatpuoi;, cyó Te( iarptKá.
Ilavtánam p.tev ovv.
ES-1. Tí 3e tóv «µe2ayripuv 'A3pacrcov» otópteea ij Kat
ei áxoúcsetav wv VI/V31j tjµcis 3vtiptev Tan/
icayKá2,.,cov TEXVIlliáTCOV, «13paxv2,orffiv» rc Kat
«eiKovamytó5v» Kat ócsa C(12,,a 31,82,MóVt8; '67C' aVyá;
b Icpaptev elvat csK87Ctéa, 7CóTEpOV X112,,E7C65; áv aircab;,
e6csicep ¿yd) TE Kat Tí) )7t' áypoucía; (mipvi, TI, Et7CETV
ánaí3evtov ei; 'coi); taiSta yeypacpóta; rc Kat
3t3ácsKovta; do; (yrycoptiefiv texviv, ij &TE í11.1,16v 5N/tu;
csocparcepov; Ken/ v65v É7Ctiúdgat einóvta;• «1-1 (I)aiZpé rc
Kat Edwate;, cyó xptj xaXeicaívetv avyytyvdxsKetv,
Ei 'ME; álj É7ClaTápiEVOI, 3takeyecreat á&Vvatot ¿yévovto
ópícsacreat Tí 7COT' ECSTIN (yrycopudi, ¿K Tal/TOD TOiS
7Cá001); Tá 7Cpó ri; texvii; ávayKaTa p.taNp.tata IXOYCE;
C ÓT1Toptiajv chericsav OpriKevat•
Fedro 227

Pues no le diría violentamente: «¡Ay desdichado!, no


estás en tu sano juicio», sino a fuer de músico en un tono
más afable: «Buen hombre, es necesario, en efecto, que
tenga también este conocimiento el que vaya a ser un
armonizador, pero esto no quita que no entienda ni pizca
de armonía quien se encuentra en tu situación. Pues
posees los conocimientos necesarios que preceden a la
armonía, pero no los relativos a ésta».
Fedro.—Muy puesto en razón.
Sócrates.—Y así también Sófocles a quien les hizo, a 269a
él y a Eurípides, aquella demostración le diría que tenía
los conocimientos previos a la tragedia, pero no los rela-
tivos a ésta; y lo mismo replicaría Acúmeno a su hom-
bre, diciéndole que poseía los anteriores a la medicina,
pero no los de esta ciencia.
Fedro.—Completamente.
Sócrates.—¿Y qué creemos que harían Adrasto70, el
de la voz de miel, y Pericles, si oyeran hablar de esas
bellísimas invenciones del arte oratoria que hace un
momento expusimos: las braquilogías, las expresiones
por medio de imágenes, y cuantos recursos dijimos al
enumerarlos que debían ser considerados a plena luz? b
¿Les haría acaso la rusticidad, como a ti y a mí, decir
coléricamente alguna palabra ineducada contra los que
han escrito estas cosas y las enseñan como si fueran la
retórica, o, como más sabios que nosotros, nos reprende-
rían incluso a los dos? Y dirían: «Oh Fedro, y tú, Sócra-
tes, no debe uno irritarse, sino perdonar, si algunos por
no saber emplear el método dialéctico quedaron incapa-
citados para definir qué es la retórica, y a consecuencia
de este percance creyeron, al estar en posesión de los
necesarios conocimientos previos a este arte, que la
habían descubierto.
228 Oaibpo5; 269a-270a

Kat tanta 8tj 31,3áCSKOVT8; aX,X,ou; ijyoi5vtaí acptatv


TEMO); ÓT1Toptiefiv 38343axeat, tó gicacsta TaóTCOV
7Cteavan Myetv rc Kat tó 52,,ov auvícstacreat —cyó3ev
Ipyov— ainoi); 38TV icap' autliSv mi); ptaeritá; cscpcov
nopgecseat top 2,.,óyot;».
A/11á pdiv, evo Edwate;, KtV3DVd)81, ye totoiStóv
tt etvat tó T11; TEXV11; ourot oí av3p8; cb; (yritoptiefiv
3t3ácsKODCHN tc Kat ypácpoucstv, Kat Iptotye 3oKeT;
eiptiKevat• T1jV T0i5 iw óvtt (yritopticoi5 tc Kat
d icteavoi5 texviv icó5; Kat icóeev áv Tt; 3úvatto
nopícsacseat;
ES-1. Tó ptev 3úvacseat evo (DaT3pe, e6cste Crycovtatijv
té? con yevécreat, eiKó; —icsco; 3e Kat ávayiadov— 9: (81,V
e6csicep tá2,1a. si ptév crol, ivrápxet gybcset (yritopti<65 etvat,
Icrn (yíitcop ¿2,,X,óytiao;, irpocsX,arkov alCSTI'llATIV rc Kat
1.1,82,,Étriv, ¿Stop 3' áv ¿2,18t7C1,1; TaóTCOV, m'In]] átekrj;
Icrn. 5crov ainoi5 iéxvi1 cyóxijAucría; rc Kat
epacsúptaxo; nopeúetat 3oKeT ptot cpaívecseat
ptéeo3o;.
A».,á ;
e ES-1. KtV3DVE'bEt w óptate, eiKótan ó
7CáVTCOV TEXEdnaTO; sis itjv (yritoptiefiv yevécreat.
(I)AI. Tí 34'1;
ES-1. Ildcsat 5csat pteyálat té5v texvffiv irpocs3eovtat
270a «á3oXscsxía;» Kat «ptetecopo2uDyía;» gybcreco; icept• tó yáp
invii2,,óvouv tonto Kat icávtu teX,ecstoupyóv EOlKEV
ÉVTEiSeÉV 7COOEV eicstevat. 8 Kat IleptiJai; npó; iw eixpurj;
etvat EKTTICSaTO.

269c 6U.S¿v lpyov BT: 6.n oUS¿v lpyov 6v Herm. : oU.kvlpyov 6v


Heindorf Bumet 1 270a rel.ratcrupyóv B Plut.: rekeatcrupytxóv TW:
TeXcalpyov Badham
Fedro 229

De ahí que, cuando enseñan dichos conocimientos a los


demás, estimen que han quedado perfectamente instrui-
dos por ellos en la retórica, y supongan que el emplear
cada uno de dichos recursos de un modo convincente, y
el que se estructure el todo de la obra congruentemente
—¡casi nada!— es algo que deben sus discípulos procurar-
se por sus propios medios en sus discursos».
Fedro.—En verdad, Sócrates, es muy probable que tal
sea la índole del arte, que esos hombres califican de retó-
rica tanto en sus enseñanzas como en sus escritos, y a mí
al menos me parece que has dicho la verdad. Pero, enton-
ces, ¿cómo y de dónde se podría uno procurar el arte del d
que en realidad es orador elocuente y persuasivo?
Sócrates.—E1 poder llegar a ser un maestro consuma-
do en esta arte, Fedro, es verosímil —y tal vez también
necesario— que sea como todo lo demás. Si en tus condi-
ciones naturales está el ser elocuente, serás un orador
insigne, si a aquéllas añades la ciencia y la práctica. Y en
lo que de éstas quedes corto, en eso mismo serás imper-
fecto. Pero en lo que hay en ello de arte, me parece que el
buen camino no va por la senda seguida por Lisias y Tra-
símaco.
Fedro.—Entonces, ¿por dónde va?
Sócrates.—Es muy probable, mi buen amigo, que e
Pericles haya sido con razón el hombre más perfecto de
todos en la oratoria.
Fedro.—¿,Por qué?
Sócrates.—Todas las artes importantes necesitan como
aditamento el «charlatanear» y el «meteorologizar»71 270a
sobre la naturaleza. Pues de ahí parece que viene esa
elevación mental y esa eficacia en todos los aspectos. Y
esto, en adición a sus dotes naturales, fue lo que adquirió
Pericle s.
230 Oaibpo5; 270a-d

7Cpocurecs¿ov yáp, olptat, T01,0úTO? óvtt Avaayópg,


piETECOpa.cryta; ¿ptickricseet; Kat ¿ni gybatv voi5 TE Kat
ávoía; ágnicóptevo;, wv 8tj nem TóV iroX,i)vX,óyov ¿7C01,81Z0
Avaayópa;, ¿vteiSeev eDucocrev ¿ni TilV TÓSV 2,óycov
téxviv tó npócscpopov aútil
(I)AI. IBS; m'Uno 2,.,eyet;;
Ea ccótó;7COD tpóno; texvi; iatpuoi; 5csicep Kat
Pritopuoi;.
(I)AI. IBS; 31'1;
ES-1. 'Ev kupotepat; 38T 3teX,Écseat gybatv, csktato;
ptev ¿v rtiÉtÉpa, wuri; ¿v rti sí
tpt1311 ptóvov Kat ¿puretpíg TEXV71, T45 piEv cpápiaaKa
Kat tpogYfiv irpocIpepcov 'úyíetav Kat Pdlativ ¿pi7C01,1'1681,V,
Tfl 2,,óyou; TE Kat attri3eúcs£1,; V04101); 7CE1No
130'1)241 Kat áperjv icapa3dxsetv.
Tó yoi5v efick w Edwpate;, oíStco;.
c ES-1. Turi;ovv gybatv áíco;2,óyou Katavoficsat caí
3Dvatóv elvat eweu toi5 gybcreco;;
Ei ptev 17C7C0KpáTEl ye T45 TIO'N/ Acsiv1.,rinta3ó5v 38T
Tt ineecreat, aó3e icepi csktato; IIVED T11; pieeó3ou
tabtri;.
ES-1. Ka2,16; yáp, Myet• xptj 1.1,ÉVT01, npó; T45
17C7C0KpáTEl TóVX,óyov ¿CtigOV'ta CSKOICETV sí csuptcpcoveT.
(I)riptí.
ES-1. Tó toívuv icepi gybcreco; csKóicet tí 7COTE Myet
Inicoxpátri; TE Kat ó á2,,rieij; 2,óyo;. áp' cróx 138 38T
d 3tavoeTcseat icepi ótouoi5v gybcreco;; irpárov ptév, álcX,oi5v
íl 7COXiDEl3é; ¿CCM o?) >nem Poukricsópteea elvat ainot
TEXV1X0i Kaieú,lov 3Dvatoi 7COlETV.

270a ávoía; BT Herm.: Ótavoía; V Arist. Burnet


Fedro 231

Pues habiendo tropezado con Anaxágoras, un hombre, creo


yo, que reunía esas condiciones, llenóse de «meteorología»
y penetró en la naturaleza de la inteligencia y de la falta de
inteligencia, sobre las que tantísimo hablaba Anaxágoras; y
de ahí sacó y aplicó al arte de la palabra lo que le convenía.
Fedro.—¿,En qué sentido dices eso?
Sócrates.—Sobre poco más o menos la medicina y la b
retórica tienen la misma particularidad.
Fedro.—¿Cómo?
Sócrates.—En ambas es preciso analizar una natura-
leza, la del cuerpo en la una, y la del alma en la otra, si
no es únicamente por la rutina y la práctica, sino de un
modo científico, como se pretende aplicar, al uno, la
medicación y el alimento conveniente, a fin de conferir-
le la salud y la fuerza, y a la otra, los razonamientos y las
prácticas de rigor, con objeto de comunicarle las convic-
ciones que quieras y la virtud.
Fedro.—Lo verosímil al menos, Sócrates, es así.
Sócrates.—¿Y crees que es posible comprender la
naturaleza del alma de un modo digno de tenerse en cuen-
ta sin haber comprendido la naturaleza de su totalidad?
Fedro.—De prestar crédito a IIipócrates el Asclepía-
da, ni siquiera es posible comprender la del cuerpo sin
seguir ese método.
Sócrates.—Y su afirmación, compañero, es exacta.
Pero, aparte de IIipócrates, es preciso examinar la razón,
a ver si concuerda con su aserto.
Fedro.—Sí.
Sócrates.—Pues bien, en lo relativo a la naturaleza
observa qué es lo que dicen IIipócrates y la estricta
razón. ¿No es así como se debe reflexionar sobre la natu- d
raleza de cualquier cosa? En primer lugar, ver si es sim-
ple o complejo aquello sobre lo que queramos poseer un
conocimiento científico y tener la posibilidad de trans-
mitírselo a otra persona.
232 Oaibpo5; 2 70d-271a

aura 3É ew µÉN/ air2uDiSvil CSKOICETV TljV hvaiatv aótoiS,


tíva npó; Tí icégyuKev sis tó 3pdv Ixov, íl tíva sis tó
icaeeTv '67Có T0i5 áv 7CX,EíCO Ei311 tanta
aptepuricsápievov, 5icep ¿cp' toi'd i3eTv ¿cp' KáCSTCYD,
TO Tí 7C0tETV aótó 7CégyuKev, TO Tí icaedv i)icó ton;
KtV3DVE'bEt, w EdyKpate;.
ES-1. TI yoi5v avey TO'óTCOV piéeo3o; ¿oíKot ew e6csicep
e nxpX,oi5 nopeía. cró µtjv dlICEtKaCSTEOV tóv ye téxvia
piETtóVTa ÓTt0i5V nxpX,65 cyó3É mo965, 3112,.,ov cb;, áv
iw Tt; TEXVI12,.,óyou; 31,30, TiiV cyócríav 38íet axpt1316;
gyócseco; TO'bTOD npó; 8 'coi); 2,.,óyou; npocsoícset• Icstat 3É
7COD VOX1j tonto.
(I)AI. Tí pdiv;
271a ES-1. GóKoi5v tl ap.u2u1.,a aót65 tétatat npó; tonto irdcsa•
neted) yáp TO'Imp 7C0tETV É7CtXElpET. tl yáp;
Naí.
ES-1. apa ótt ó epacróptaxó; TE Kat 8; ew
csicoun téxviv Pitopuojv 31,30, nparcov nácsu axptr3eía
ypayet TE Kat 7C011'ICSEt VOX1jV t3ETV, 7CóTEpOV v Kat
któtov icégyuKev íl lacra csktato; p.topqrfiv 7C0X,DEt3E;*
tonto yáp cpaptev Ocstv elvat 3etwóvat.
Ilavtánam µÉN/ oi)v.
ES-1. AdrC8p0V 3É ye, 5up tí noteTv íl icaedv i)icó ton
irápvicev.
(I)AI. Tí pdiv;

270d dtimOinaáltevov Gal.: ápieltricsaltÉvdo; codd. avió rece.:


atinó) BT: oiSto V
Fedro 233

Luego, si es simple, examinar sus capacidades: cuál es la


que tiene por naturaleza para obrar, y en qué, y cuál otra
para padecer, y por la acción de qué agente. Por último,
si tiene varias partes, tras haberlas enumerado, ver en
cada una de ellas, como en el caso del objeto simple, qué
es lo que puede hacer por naturaleza y con cuál de ellas,
y qué es lo que puede padecer, en qué parte, y por qué
agente.
Fedro.—Es probable, Sócrates, que sea así.
Sócrates.—En efecto, pues, el método que prescindie-
ra de esto se parecería al caminar de un ciego. Pero cier- e
tamente no es ni con un ciego ni con un sordo con quien
se debe comparar al que persigue de un modo científico
cualquier conocimiento. Por el contrario, está claro que
si alguien enseña con arte a alguno discursos, le mostra-
rá con precisión la realidad de la naturaleza de aquello a
lo que éste vaya a aplicar dichos discursos. Y eso, sin
duda, será el alma.
Fedro.—Desde luego.
Sócrates.—Así, pues, su esfuerzo entero va dirigido a 271a
eso, pues en ello intenta producir la persuasión. ¿No es
verdad?
Fedro.—Sí.
Sócrates.—Luego es evidente que Trasímaco o cual-
quier otro que enseñe con seriedad el arte retórica descri-
birá primero con toda minuciosidad el alma y hará ver si
es una cosa única y homogénea, o, a la manera del cuer-
po, compleja. Pues en esto estriba, decimos, el mostrar la
naturaleza de algo.
Fedro.—Exactamente.
Sócrates.—En segundo lugar hará ver qué es lo que
puede hacer, según su naturaleza, y con cuál de sus par-
tes, o bien qué es lo que puede sufrir, y por la acción de
cuál agente.
Fedro.—Desde luego.
234 Oaibpo5; 271b-d

ES-1. Tpttov 341 3tataápi,evo; t 2,óycov rc Kat


yuri; yévi Kat Te( TáóTCOV para 3íetat nácsa; aitía;,
irpocsapptóruov gicacrcov KáCSTO? Kat 3t3ácsmov o'ía oZcsa
oiwv Xbycov 3t' ijv atttav áváyKri; tl ptev 7CEteETát,
íj 3e ¿meted.
KlaUtata yoi5v áv, Ixot oíStco;
ES-1. OiStot ptev oi)v, 15,2,1xo; ¿V381,KV118V0V íl
2£1,óptevov TEXV71 7COTE 2£Xel'ICSETát íl ypagn'icsetat oiSte tt
C auo oiste tonto. dw: oí vi5v ypácpovte;, wv csi)
áidncoa;, té vas 2,,óycov navoiSpyoí eicstv Kat
álCOKO'InCTOVTát, Et3óTE; VOX11; icept icayKáXo;• npiv áv
oi)v tóv tpónov toiStov Mycocsí rc Kat ypácpcoat, pi]
netedlaeea aúiois texvia ypácpetv.
Tíva toiStov;
ES-1. Aká plEv Tá Si ata Et7CETV O'ÓK E'ÓICETÉ;* Cb;
38T ypeupetv, ei 1.1,ÉU£1, TEXV1,K6); EXEW Kae' 5crov
¿v3exetat, Myew ¿eaxo.
M'ye
ES-1. 'Enet341 2,óyou 3úvaiat; nryxáV£1, yuxayaryía
d oucsa tóv ptülovra (yrycopticóv Icsecseat áváveri ei3evat
yuxii ócsa ei341 £xct. ECSTO, oi)v tócsa Kat tócsa Kat toTa
Kat ToTa, 508v oí ptev totoí3e oí 3e totoí38 yíyvovtat•
TaóTCOV armo 3tupratévcov, 2,óycov av tócsa Kat
tócsa IcstlV Ei311, TOtóV3E Exacrcov. oí ptev oi)v TOlOt8E '67Có
TÓSV totéSv3e 2,óycov 3tá n'iv38 itjv atttav ¿; Te( 'cota&
E'ÓTCEBET;, oí 3e totoí38 3tá Tá3E 31)67C8ted;*

271d TOtOlie.. . M'Oí& T Gal.: TOI01.. . M'Oí& B cci) Tó661, T:


avtó5 a B
Fedro 235

Sócrates.—Y en tercer lugar, clasificando los géneros b


de discursos y de almas, así como sus afecciones, expon-
drá todas las causas, acomodando a cada género el suyo,
y enseñando qué clase de almas, por efecto de qué clase
de discursos, y por qué causa necesariamente se conven-
cen, unas sí, y otras no.
Fedro.—Este sería, al menos, según parece, el mejor
modo de proceder.
Sócrates.—Ni habrá nunca otro, amigo mío, con el
que pueda decirse o escribirse con arte, ni esto de que
hablamos, ni ninguna otra cuestión, bien sea en la forma
de ejercicio de escuela o de discurso propiamente dicho.
Pero los escritores actuales de artes oratorias, a quienes
tú has escuchado, son unos perfectos pillos, y a pesar de
que conocen perfectamente lo que atañe al alma, lo disi-
mulan. Por tanto, hasta que no hablen y escriban de ese
modo, no les creamos que escriben con arte.
Fedro.—¿Qué modo es ése?
Sócrates.—Decir las palabras precisas no es fácil.
Pero cómo se debe escribir, si ha de quedar el escrito en
lo que es posible a la altura del arte, eso sí que estoy
dispuesto a decirlo.
Fedro.—Habla, pues.
Sócrates.—Ya que la fuerza del discurso estriba en su
hecho de ser un modo de seducir las almas, es necesario d
que quien vaya a ser orador conozca cuántas partes tiene
el alma. Pues bien, son éstas tantas y cuántas, y tales y
cuáles; y de ahí que unos individuos sean de esta mane-
ra, y los otros de esta otra. Y una vez clasificadas dichas
partes de este modo, debe hacer lo propio con los discur-
sos: hay en ellos tantas y cuántas especies, y cada uno es
de tal y cuál naturaleza. Así que los hombres de tal con-
dición son fáciles de convencer por tales discursos en
virtud de tal causa para tales cosas, y difíciles los de tal
otra por estas otras causas.
236 Oaibpo5; 271d-272c

38T 8tj taiSta ixavéS; vOcsavta, µeta taiSta eEktEVOV


e dna ¿v ta'í; icpaecstv óvta rc Kat npattópteva, óéco; rti
aiaNcset 3úvacreat ¿icaKoX,ouedv, íl µr 8¿v elvaí 7CCO
7CMOV aót65 wv TóTE fiKODEVX,óycov ambv. ótav 3¿ Et7CETV
'rc ixavan n °lo; o'ícov 7CEteETal icapaytyvkievóv
TE 3Dvató; Il 3tatcseavóptevo; lautItS ¿v3eíxvocreat ótt
7 „
272a OTO; ECYTt Kat aótri tl qyócst; icepi ij; TóTETYlaav oí 2,,óyot,
vi5v Ipycp icapoiScrá ot,l) npocsotatéov tuba& 138 mi);
2,.,óyou; T1jV TffiV3E Med)* taiSta 3' fi3ri icávta Ixovtt,
irpocs2,a13óvtt Katpoi); T0i57CóTE 2£KTEOV Kat ¿7Clarté0V,
13parX,cyía; rc ai) Kat aetvamyía; Kat 381,Vdx78(0;
ÉKáCSTCOV TE 5csa áv ei3ri ptaeu 2,,óycov, TOóTCOV T1jV
eilcatpíav rc Kat áKatpíav 3tayvóvtt, KaX,16; rc Kat
Ta.,ÉCO; ÉCSTiV tl TEXV11 anetpyaaptévri, npótepov 3' oiS•
b CW: óit áv a'ótó5v TI.; aX,Et7C1,1 Mycov íl 3t3ácsmov íl
ypiacpcov, cpti 3¿ téxvu Myetv, ó pnj 7CEleópiEVO; KpateT.
«Tí 8tj oi)v;», eicset icsan ó croyypacpeú;, « w (1)ai',30 rc
Kat Edwpate; 3oKET oóta);; íl Wn; 7CCO; dlICO3EKTEOV
X,eyoptévri;X,óycov téxvi;;»
AUvatóv 7COD, w Edwpate; 11(2,1an• Kaítot cyó
csiatKpóvy8 cpaívetat Ipyov.
ES-1. A40112,.,Éyet;. T0úTOD T01, Evexa xptj icávta; mi);
2,.,óyou; avco Kat KáTCO pietacupécpovra É7ClCSKOICETV á Tí;
C 7t fSacov Kat Ppartépa cpaívetat ¿Ir' aótiiv 63ó;, Yva puj
7COUljV dUCtla Kat tpaxdav, ¿óv Wayriv rc Kat
X,eíav.

271e ij ttrykv eivat Gal.: EiSevat B: ij un& EiSevat T: ij


unS¿v EiSevat Herm. Robin 272c árán BT: ávín Stallbaum: rr,rptn
Badham: 'in Schanz
Fedro 237

Y una vez que tiene una noción suficiente de estas dife-


rencias, al verlas después en la práctica y aplicadas a un e
caso concreto, ha de poderlas seguir con agudeza de espí-
ritu, so pena de que no le valgan de nada los discursos
que en su día escuchó cuando asistía a la escuela. Y cuan-
do esté en situación de decir qué clase de hombre se con-
vence y por qué clase de argumentos, y dándose cuenta
de cuándo le tiene a su lado, sea capaz de indicarse a sí
mismo que ése es el hombre, y que esa naturaleza que 272a
ahora tiene junto a sí de hecho es aquélla de la que en tal
día se hablaba en la escuela, y a la que se debían aplicar
estos razonamientos, y de este modo, a fin de conseguirla
persuadir de estas cosas; en el momento, decimos, en que
esté ya en posesión de todas estas cosas, y haya adquirido
además el conocimiento de las ocasiones en las que se
debe hablar o callar, y la facultad de reconocer la oportu-
nidad o inoportunidad de las braquilogías, de los pasajes
patéticos, de las exageraciones apasionadas, y de cuantos
tipos hubiera aprendido de discursos, entonces precisa-
mente, y no antes, es cuando ha llevado su arte a la pleni-
tud de su belleza y perfección. Y si alguno se queda corto b
en estos requisitos, bien en sus discursos, en sus enseñan-
zas, o en sus escritos, y afirma que habla con arte, quien
no le presta crédito se impone con su opinión. «En con-
secuencia, ¿qué decís?, oh Fedro, y tú, Sócrates», dirá tal
vez nuestro escritor, «¿os parece bien así, o se ha de acep-
tar otro modo cualquiera de definir el arte oratoria?»
Fedro.—Tal vez es imposible, Sócrates, aceptar otro.
Y aun así no parece ser empresa pequeña.
Sócrates.—Dices la verdad. Por eso ciertamente hay
que revolver de arriba abajo todos los razonamientos
para examinar si aparece por alguna parte un camino
más fácil y corto que conduzca a este arte, a fin de no
desviarse en vano por un largo y empinado camino, si es
posible ir directamente por uno corto y llano.
238 Oaibpo5; 272c-273a

á2,1.,' á ttvá icu Pofieetav Ix8t; Énamixo¿o; Aucríou íl


TWO;aUCYD, netpéS Myetv ávaiatiavficsKóptevo;.
"Evexa ptev iceípa; Ixotpt,' áv, oiStt vi5v y'
orno; Iza).
ES-1. BoYa.,El 0'6V Éyd) cinco 2,óyov 8v Tan/ icepi
taiStá rwwv áKfiKoa;
(I)AI. Tí pifiv;
ES-1. Aeyetat yoi5v, 1.1)aT3pe, 3ficatov elvat Kat tó iov
klwou Et7CETV.
d JAI. Kai csú ye orno nota.
ES-1. (1)acsi toívuv cyó3ev armo taiSta 3eTv cs£11V1w£1,V,
cú3' áváyetv ave) ptaKpáv 7Ceptr3a2,1optévoy;• navtánacst
yáp, 8 Kat Kat' ápxá; Ei7COpIEV T0i53E T0i5 2,óyou, ótt
cyó3ev ákfieeía; piETEXEW 3Éot 3tKaícov íl áyaeffiv >nem
npayárcov, fi Kat ávepdyncov ye T01,0úTCOV gybcset óvuov íl
tpocpti, tóv ptülovta ixavéS; Pfitopticóv Icsecseat. tó
icapánav yáp cyó3ev ¿v sois 3tKaatipíot; TO'ImOV
e dtX,rieeía; piaElV 0'1)38\4 láUá T0i5 >mea voiS• tonto 3'
elvat tó eiKó;, w 3eTv npocsexetv tóv p.tülovta texvu
¿peTv. oi5 yáp av Tia npaxeévta 38TV Myetv ¿VíCit£,
ÉáV µtj EtKóT(0; Il nenpayptéva, áUá Tá eiKóta lv TE
Kariyopíg Kat álco2uDyía• Kat icávuo; Myovta tó &fi eiKó;
31fOKTÉ0V elvat ico2,1á einóvta xaípetv iw dOUleET* TOiSTO
273a yáp 3tá icavtó; iov 2,óyou ytyvóptevov TljV anacsav
texviv nopgetv.
Aká ye, lEacpare;, 3tekfikuea; á Myoucstv oí
icepi 'coi); 2,,óyou; TEXV1,K0i 7Cp0C77C01,0'1 1EVOt elvat•
áveptvficsefiv yáp ótt npócseev 13paxéco; TOiST01,0úTOD
Ofiyápizea, 3oKei,' toiSto irápipteya elvat sois icepi tanta.

272d naketv Stephanus e Fieino: Itast BT 272e w rá T: airrá


B: abra rá Heindorf Burnet 273a ¿yrivecusOct T: Oryptoetuseu B
Fedro 239

Por tanto, si puedes prestar alguna ayuda con lo que


hayas oído decir a Lisias o a algún otro, intenta recordar
sus palabras y dilas.
Fedro.—Por probar, podría hacerlo; pero no estoy por
el momento en situación de ello.
Sócrates.—¿Quieres entonces que te diga un aserto que
he oído a algunos de los que se dedican a estas cuestiones?
Fedro.—Por supuesto.
Sócrates.—En todo caso, Fedro, se dice que es justo
también defender la causa del lobo.
Fedro.—Entonces hazlo tú también así.
Sócrates.—Dicen en verdad esos hombres que no hace
falta para nada ensalzar tanto estas cuestiones, ni subir
tan arriba dando tan largo rodeo; porque es un hecho que
quien se propone ser un orador cumplido no necesita en
absoluto, según dijimos también al principio de esta dis-
cusión, el ocuparse de la verdad en relación con las cosas
justas y buenas, ni en relación con los hombres que
poseen estas cualidades por naturaleza o educación. Pues
en los tribunales a nadie le interesa lo más mínimo la
verdad sobre estas cuestiones, y sí, en cambio, lo que e
induce a persuasión. Y esto es lo verosímil, y a ello debe
prestar atención quien vaya a hablar con arte. Pues ni aun
se deben decir en ocasiones los hechos, en caso de que no
hayan ocurrido de un modo natural, sino las probabilida-
des, y eso tanto en la acusación como en la defensa. Así
que, cuando se habla, se ha de perseguir por todos los
conceptos lo verosímil, mandando mil veces a paseo la
verdad, ya que es eso lo que, al mostrarse a través de todo 273a
el discurso, procura el arte en su totalidad.
Fedro.—Has expuesto, Sócrates, precisamente lo que
dicen quienes se las dan de ser expertos en el arte de la
palabra. Y recuerdo que en lo anterior rozamos brevemen-
te dicho asunto, que, por otra parte, les parece de grandí-
sima importancia a los versados en estas cuestiones.
240 Oaibpo5; 273a-d

ES-1. A2,),.,á µt'IN/ tóv y8 Tetcríav airróv 7C87CátliKa;


áxpt1316;• £1,7CÉTCO TOtVDV Kat tó38 tjµiv ó Tetcría;, pdi TI,
b áxxo M'ya tó eiKó; íl tó iw 7C2die£1, 3oKoi5v.
(I)AI. Tí yáp 110,.,X,o;
ES-1. ToiSto 31'1, cb; otxc csocpóv 8i)pc'ov apta Kat
TEX,V1,K6V Iypayev dn, ¿áv its áCSOCV1j; Kat áv3pticó;
icsx,Dpóv Kat 381,Xiw CSwyKówa;, tilátl,OV Tí TI, auo
ácp8X,ópt£V0;, £1,; 3tKaatt'iptov áyritat, 38T 8tj tá2J108;
pui3étepov Myetv, áxx,á tóv pi¿v 381,Xiw µtj Tneó pióvou
cpávat ton áv3pticoi5 csuyK8Kócpeat, tóv m'Uno pt,8v
c ¿X,Éyx8tv cb; ptóva) ficstiv, ¿l<CíVw lana xpl'icsacreat
«7C6); 3' ew ¿yd) totócs38 tot6538 ¿nexeípticsa;» ó
3' cyóK ¿peT 31j n'IV autoi5 KáKriv, áxxá it auo
we'1)38creat ¿ictx8tpliSv táx' ávaeyxóv 7t icapa3oíri iw
áVtl,ffix(p. Kat icept ta2,1a totai'd atta ÉCSti, tá téxvia
X,eyópteva. cyó yáp, evo (DaT3p8;
(1)Al. Tí pd)v;
Ea (1)8i5 38tvé5; y' I01X8V ánoKexpviaptévriv téxviv
áveupdv ó Tetcría; 5att; 7COT' wv TlYaáV£1,
xai 057Có08V xaípet óvoptaópt,evo; átáp, evo TO'Imp
pid; 7Cót8p0V MycopiCV
d JAI. Tó noTov;
ES-1. "Ott, evo Tetcría, ice0,,at npiv Kat cs8
icap8X,e8Tv, toyxávoptev Myovt8; cb; ápa m'Uzo tó £1,1<ó;
'COY; 7COUOT; 3t' óptotórita ton áX,rieoi5; tuyxávet
¿yytyvóptevov• tá; óptotórita; ápit 3tffi,,eopt,ev ótt
7CaVtaX0i5 ó 'My d1,2,dieetav 8i3d); KáUtcsta ¿icícstatat
ápícsKetv.
Fedro 241

Sócrates.—Pues bien, a Tisias al menos le tienes tri-


llado de arriba a abajo". Que nos diga entonces Tisias, si
a su decir lo verosímil es otra cosa que la opinión de la b
muchedumbre.
Fedro.—¿Qué otra cosa iba a decir?
Sócrates.—De ahí, al parecer, que descubriera y com-
pusiera aquello tan sabio y tan artificioso a la vez de que,
si era llevado a juicio un hombre débil y valeroso por
haber golpeado a uno fuerte y cobarde, y robado su man-
to u otra cosa, no debían decir ninguno de los dos la ver-
dad, sino afirmar el cobarde que no había sido golpeado
sólo por el valiente, y el otro argüir que estaban los dos
solos, y recurrir al célebre: «¿Cómo hubiera podido ata-
car yo, un hombre tan débil, a uno tan fuerte?» Éste, a su
vez, no reconocerá su propia cobardía, sino que, tratando
de inventar otra mentira, pondrá tal vez en manos de su
adversario un modo de refutarle. Y en lo demás son tam-
bién de esta índole o poco menos las cosas que se dicen
con arreglo al arte. ¿No es verdad, Fedro?
Fedro.—En efecto.
Sócrates.—¡Ay!, es el descubrimiento de un arte ocul-
to lo que parece haber hecho sagazmente Tisias, o quien
sea su verdadero descubridor, y el nombre que le guste
recibir". Pero, oh compañero, ¿debemos o no decir a
este hombre...?
Fedro.—¿,E1 qué?
Sócrates.—Esto: «Oh Tisias, desde hace un rato,
antes incluso de que tú comparecieras, venimos diciendo
que esa noción de lo verosímil se produce en la mente
del vulgo precisamente por la semejanza con la verdad.
Y las semejanzas, acabamos de exponer, es siempre el
conocedor de la verdad el que mejor las sabe encontrar.
242 Ocd5po5; 273d-274b

e6cst' sí ptev C(Uo it icept texvi; 2,.,óycov Myet;, áK0'1)01418V


áv si pdi, 61; vuv3ii 31:0,0optev netcsópteea, do; ¿áv
e Tt; TÓSV TE áKODCSOptév(OV Tá; gybcset; 3taptepdicsitat, Kat
Kat' EV,811 TE 3tatpeTcreat Tá óvta Kat latá i3ea 3Dvató;171
Kae' v gKaatov icepti141,13ávetv, ov 7COT' ICSTat TEXV1105;
2,óycov nem Kae' 5crov 3Dvatóv ávepdyncp. tanta cyó
7COTE Kríicsitat áveu icoUfj; npawateía;• ijv cróx
gveKa ton Myetv Kat 7CpáTTEW npó; ávepdynou; 38T
3tanoveTcreat tóv adxppova, á2u1.,á T0i5 0E0T; Kexaptaptéva
ptev Myetv 3úvacreat Kexaptaptévco; 7CpáTTEW Tó 7CáV
sis 3úvainv. crú yáp 8tj ápa, evo Tetcría, cpacsiv oí
274a csocpárepot tjµwv ópt,o3cya.ot; 38T xaKecreat 1.1,82£TaV
tóv V0i5V Ixovta, 5 TI, pi] irápepyov, 3867Cótal;
áyaeoT; te Kat áyaeffiv. ¿66r' sí µame( tl icepío3o;, pi]
eauptácsu;• pteyáX,cov yáp gveKa 7CEptlTÉ0V, O'ÓX d0; C7i)
30KET;. ICSTat pdiv, do; ó 2,.,óyo; cpricsív, ¿áv Tt; ÉOÉ241, Kat
tanta KlaUtcsta ¿K8tVCOV ryvópteva.
(1)Al. IlayKálco; llame 3oKei'Myecreat, evo EáKpate;,
einep oto; TÉ T1,;
ES-1. A? Kat ¿7C1,2(81,p0i5Vtí TOt TOT; KaX,óv Kat
b 7CáCSXElV 5 TI, áv tcp csmarn icaedv.
(I)AI. Kat waX,a.
ES-1. GóKoi5v tó ptev TEXV11; TE Kat átexvía;X,óycov nem
ixavéS; ¿Xét(0.
(I)AI. Tí pdiv;
ES-1. Tó 3' dr/menda; 8tj ypacími; icept Kat ánpeiceía;, >mi
yryvklevov KaMS; áv Ixot Kat 5rti apenan, 2upticóv. tl yáp;

273e Upiliv Heindorf: rl B: UpAv T: vulg. 1 274a oió;


is Heindorf: olo; rs T: oio; B 274b ó ir T: 6To? B ánpencía;
om. Stob.
Fedro 243

De manera que, si dices otra cosa sobre el arte de la pala-


bra, te escucharemos, y si no, prestaremos crédito a eso
que hace un momento exponíamos de que, a no ser que
se enumeren las naturalezas de los que van a componer e
el auditorio, y se tenga la capacidad tanto de dividir en
especies las realidades, como de abarcarlas una por una
en una sola idea, jamás se llegará a tener el dominio, en
lo que esto es posible para un hombre, del arte oratoria.
Y lo dicho nunca se podrá adquirir sin gran esfuerzo. Y
no es el hablar y el negociar con los hombres aquello por
lo que debe poner el hombre sensato ese esfuerzo, sino
el poder decir cosas gratas a los dioses, y el obrar en
todo, según sus fuerzas, del modo que les es grato. Pues,
al decir de los más sabios que nosotros, Tisias, no debe 274a
ejercitarse el hombre con seso, salvo de un modo acce-
sorio, en complacer a sus compañeros de esclavitud, sino
en complacer a unos amos que son buenos y están
hechos de buenos elementos. De manera que, si es largo
el rodeo, no te admires. Pues son grandes las cosas por
las que se debe dar, y no es como tú te figuras. Pero en
verdad, según lo asegura nuestro argumento, se obten-
drán también, si se desean obtener, de aquellas grandes
cosas estas pequeñas en su mayor perfección».
Fedro.—Muy bien dicho a mi entender, Sócrates, si
es que hay alguien capaz de realizar lo expuesto.
Sócrates.—A quien intenta cosas bellas, bello le es tam-
bién el padecer cualquier cosa que le acontezca padecer.
Fedro.—En efecto.
Sócrates.—Así que baste lo dicho sobre el arte y la
falta de arte en los discursos.
Fedro.—De acuerdo.
Sócrates.—En cambio, en lo relativo a la convenien-
cia o inconveniencia del escribir, queda por decir cómo,
según la manera en que se haga, puede ser algo que esté
bien o mal. ¿No es verdad?
244 Occibpo5; 274b-e

Naí.
ES-1. Olcse' ovv 5ina ptia2acsta 080 xaptfl 2,.,óycov népt
7CpáTTCOV íl 2,.,Éycov;
063ap.tan• crú 3É;
c ES-1. AKol'iv lx,co 2,.,Éyetv té5v irpotépcov, TÓ 3' ia2aiee;
aútot icsacstv. si tonto 88potp.tev aútoí, ápá y' ew le'
p.t,É2,.,ot TI, TÓSV avepancívcov 3oacsp.tatcov;
(1)Al. FE2WTOV fipou• cpid; dna-Naval, 2,.,Éye.
ES-1. TIKoucsa toívuv icept Nalwpattv AiyInctou
yevécreat té5v ¿KeT nakató5v Ttva 0865v, o?) Kat tó ópvcov
tcpóv 8 8tj KaX,oiScstv 'Ir3tv• aút65 eivopta T45 3a4tovt
elvat Os46. toiStov 8tj irpárov apteptóv rc Kat 2upytap.tóv
d ápeTv Kat yecoptetpíav Kat ácstpovoptíav, Itt 7CETTEta
TE Kat Kur3eía;, Kat 8tj Kat ypápwata. Pacsiléco; 3' au
TÓTE ÓVTO; AiyInctou eap.toi5 icept itjv p.teraliv
lean/ TOiS 15,VCO TÓTCOD "EUT1VE; ~mía; ei'd3a;
Ka2uDiScst Kat tóv eap.toi5v 'Aptiacova, napa toiStov 0,.,EVov
ó eei)e Tá; téxva; É7CÉ3EI,EV, 3eTv 3ta3oefivat
TOT; a2,1.,ot; Airnetíot;• ó fipeto fivttva -icácstri Ixot
e cbcpe2dav, 3141,05VTO; 3É, ótt Ka2,16; íl pnj Ka2,16; 3oKoT
X,Éyetv, TÓ piEV Eye-my, TÓ 3' ¿7CÚV£1,. 7COUá piEv 8tj icept
-icácstri; ni; téxvii; ¿Ir' aptcpótepa eap.toi5v iw eei)e
Myetat anoeivacreat, á 2,.,óyo; icoa; áv eir4 3teX,Oehr
É7CEIM1 ¿ni TOT; ypápwacstv ijv, «ToiSto 3É w Pacsilei5,
tó p.taeruaa», ó Os46 «csoqxotépou; ~atol); Kat
p.tviwovtmotépou; icapéet• p.tvi'llai; TE yáp Kat csocpía;
cpapp.taKov Opéeri». ó 3' d'ICEN,' «1-1 TEXVI,KdnaTE 6E'Óe,

274b Osó) Stob.: Osó'w BT II 274c ispóv Stob. Herm. : tó ispóv


BT II 274d fjv V: 5v BT OultoiW Postgate Vollgraff Hackforth:
Osóv codd. : Ommiív Osóv Scheidweiler Verdenius 274e á ków;..
Stskes'iv BW Stob.: om. T
Fedro 245

Fedro.—Sí.
Sócrates.—¿Y sabes de qué manera agradarás más a
los dioses en esta cuestión de los discursos, tanto al
hacerlos como al hablar de ellos?
Fedro.—En absoluto. ¿Y tú?
Sócrates.—Puedo al menos contarte una tradición que
viene de los antiguos, pero lo que hay de verdad en ella
sólo ellos lo saben. Con todo, si por nuestras propias
fuerzas pudiéramos nosotros descubrirlo, ¿nos íbamos a
preocupar ya más de lo que se figuran los hombres?
Fedro.—Ridícula pregunta. Ea, cuenta esa tradición
que dices ha llegado a tus oídos.
Sócrates.—Pues bien, oí decir que vivió en Egipto, en
los alrededores de Náucratis, uno de los antiguos dioses
del país, aquél a quien le está consagrado el pájaro que
llaman Ibis. Su nombre es Theuth74 y fue el primero en
descubrir no sólo el número y el cálculo, sino la geome- d
tría y la astronomía, el juego de damas y los dados, y
también las letras. Reinaba entonces en todo Egipto Tha-
mus, que vivía en esa gran ciudad del alto país a la que
llaman los griegos la Tebas egipcia, así como a Thamus
le llaman Ammón. Theuth fue a verle y, mostrándole sus
artes, le dijo que debían ser entregadas al resto de los
egipcios. Preguntóle entonces Thamus cuáles eran las
ventajas que tenía cada una y, según se las iba exponien- e
do aquél, reprobaba o alababa lo que en la exposición le
parecía que estaba mal o bien. Muchas fueron las obser-
vaciones que en uno y en otro sentido, según se cuenta,
hizo Thamus a Theuth a propósito de cada arte, y sería
muy largo el referirlas. Pero una vez que hubo llegado a
la escritura, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey,
hará más sabios a los egipcios y aumentará su memoria.
Pues se ha inventado como un remedio de la sabiduría y
la memoria». Y aquél replicó: «Oh, Theuth, excelso
inventor de artes,
246 Occibpo5; 274e-275c

&2,10; piEv tciccTv 3Dvató; Te( Ti]; texvii;, 15,2,1o; 3e Kpi'vat


TíV' EXEl ploTpav 132431; TE Kat cbcpe2da; TOT; piEU0Dat
275a xplicseat• Kat vi5v csú icarjp wv ypapiltámv, 3t' eiívotav
talwavríov EIRE; ij 3úvatat. toiSto yáp té5v ptaeóvuov
2dieriv ptev ¿v yuxai,'; icapéet pndllati; ápi£2,,ETTICH,q, &TE
3tá 7CíaTtV ypacpti; Icoeev lülotptcov tb7CCOV O'óK
Ev3o0ev aircoi); aircffiv ávaiatizmaKóaévou;• oiSicouv
µWatt]; ineOpiNdiCSECO; cpápiaaKov tiope;. csocpta;
TOT; piaerycd; 3ócw, aóK á2dieetav 7C0pgEt;* 7COXiDl'il<001,
b yáp crol, yevóptevot aveu 3t3ari; noktryvktOVE; elvat
3ócocstv, áyvktOVE; (b; ¿ni Tó 7C2,S100; óvte;, Kat
xaXenot croveTvat, 3oócsocpot yeyovóte; ávti csocpffiv.
Edmcpate;, f5q3íco; csi) Airnettou; Kat
óico3airoi); ew ¿6é2,41; 2,.,óyou; itotcT;.
Ea Oí 3É y' , ¿v T0i5 Ató; 'coi') Aco3covatou
tep65 3puó; 2,.,óyou; Icpacsav ptavrtKoi); irpárou; yevécreat.
TOT; piEv OZV TóTE &TE O'óK 0'661, CSocpoi,'; e6csicep iltd;
OiVE0t, ducéxpi 3puó; Kat netpa; áKO'bEtV eirrieeía; si
c ptóvov Myotev• csot 3' icsan 3tacpepet Tí; ó Mycov
Kat no3aicó;. cyó yáp ¿KETVO pióVOV CSKO7CET;, sitas CYISTCO;
CITE á? w; Ixet;
'Opeé5; ¿iceic2oga;, Kat ptot 3oKeT icept
ypapiltámv xcty ijitsp ó Orif3do; M'ya.
ES-1. aóKoi5v ó texviv otóptevo; ¿v ypálaptacst
Kata2aireTv —Kat ati ó icapa3exóptevo;— ¿6; Tt CSacp¿; Kat
Per3atov Éx ypapiltámv ¿csóptevov, ico2Jui; ecv eirrieetcq yépot

274e TÉ XVII; B: cíxvr1S T Stob. 275b oí SÉ 7' w T: oiS' Éyw


B: oü& 7' (T) V: csoi. S' Éych Stob. Ipacsav T: lyricsav B Stob.
275c Sv T Stob.: om. B
Fedro 247

unos son capaces de dar el ser a los inventos del arte, y


otros de discernir en qué medida son ventajosos o perju-
diciales para quienes van a hacer uso de ellos. Y ahora tú, 275a
como padre que eres de las letras, dijiste por cariño a
ellas el efecto contrario al que producen. Pues este inven-
to dará origen en las almas de quienes lo aprendan al
olvido, por descuido del cultivo de la memoria, ya que
los hombres, por culpa de su confianza en la escritura,
serán traídos al recuerdo desde fuera, por unos caracteres
ajenos a ellos, no desde dentro, por su propio esfuerzo.
Así que no es un remedio para la memoria, sino para sus-
citar el recuerdo lo que es tu invento. Apariencia de sabi-
duría y no sabiduría verdadera procuras a tus discípulos.
Pues habiendo oído hablar de muchas cosas sin instruc- b
ción, darán la impresión de conocer muchas cosas, a
pesar de ser en su mayoría unos perfectos ignorantes; y
serán fastidiosos de tratar, al haberse convertido, en vez
de sabios, en hombres con la presunción de serlo».
Fedro.—¡Ah, Sócrates!, se te da con facilidad el com-
poner historias de Egipto o de cualquier otro país que te
venga en gana.
Sócrates.—Los sacerdotes del templo de Zeus de Dodona,
amigo mío, dijeron que las primeras palabras proféticas
habían procedido de una encina. A los hombres de entonces,
pues, como no eran sabios como vosotros los jóvenes, les
bastaba en su simplicidad con oír a una encina o a una piedra,
con tal de que dijesen la verdad. Pero a tí tal vez te importa c
quién es y de dónde es el que habla. Pues no atiendes única-
mente a si las cosas son tal como las dice o de otra manera.
Fedro.—Con razón me reprendiste, y me parece que
con respecto a la escritura ocurre lo que dice el Tebano.
Sócrates.—Así, pues, tanto el que deja escrito un
manual, como el que lo recibe, en la idea de que de las
letras derivara algo cierto y permanente, está probable-
mente lleno de gran ingenuidad
248 Oaibpo5; 275c-276a

Kat TO ÓVT1, T'ID/ 'Aptpovo; ptavteíav áyvooT, 7CX,E0V it


d otóptevo; <oi:ou; t'> dvat2,,óyou; yeypapt,µÉvoy; íl Tóv
ei3óta i)icoptvficsat icept wv ew Il Tá yeypaptpdva.
'Opeótata.
Aetváv yáp 7COD, w (DaT3pe, toi'd IX8typagYí), Kat
do; á2a1016; óptotov coypacpía. Kat yáp Tá ÉKEtV11; gicyova
gCSTTIKE piEv d0; 115v.ca, Éáv 3' ávépu ti, CSEI1V16; 7CáVO
cstyá. Tairróv 3É Kat oí 2,.,óyot• 3óaí; pt,Év áv (15; TI,
cppovoi5vta; aircoi);XÉyav, Éáv 3É it gpu TéSv X,eyoptévcov
PoDX,óptevo; ptaedv, gv it crwaívet ptóvov tairróv áeí.
e ótav erra ypacpti, icu2av3ÉTTat pt,Év 7CáVTUX0i5 7C4
2,.,óyo; óptoíco; napa sois Énatovatv, cb; 3' arios icap ol;
cyó3Év irpocrípat, Kat cylm ÉnícstatatX,Éyav ol; 38T TE Kat
ic2autia£2,.,0'118VO; 3É Kat cylm 3ficti Xot3oprieei,; iov
icatpó; áCi 3drat Porieoi5• aircó; yáp oiSt' ápubvacreat
oiSte Porieficsat 3Dváró; airc65.
(I)AI. Kat taiStá crol, ópeótára eipitat.
276a ES-1. Tí 3'; aX,X,ov ópéSpiev 2,óyov TabTOD á382,cpóv
rdicstov, i0 tpóircp TE yíyvetat, Kat iícscp ápieívcov Kat
3Dvatárepo; T0úTOD gybetat;
Tíva toiStov Kat icó5;2,,Éyet; ryvóptevov;
ES-1. "O; laCt' É7ClaTI' 111; ypeupetat rti iov
ptaveavovto; ylvxf 3Dvató; pt,Év ápi,i5vat Écurc65,
É7ClattniCOV 3É2,Éyetv TE Kat arydv npó; of); 38T.
Tóv iov ei3ów; 2,óyov 2,,Éyet; 115vta Kat
gplynov, oti ó yeypapt,µ,Évo; ei3W.,ov av it 2,,Éyotto
3tKaían.

275c otou; eivat conieci: eivat codd.: ezetv Heindorf: noteiv


Stallbaum (auct. Bury nleov noteiv oiónevo; Hackforth): elven ev
vel eveivat coi; -ot; -ot5 Richards 275d ij tóv scripsi: roí) Tóv BT:
Kat toíkov Stob.: n tó -My fuisse sup. Wachsmuth H 276a yvnatov
con. C: yvnatN codd.
Fedro 249

y desconoce la profecía de Ammón, al creer que las pala-


bras escritas son capaces de algo más que de hacer recor- d
dar a quien conoce el tema sobre el que versa lo escrito.
Fedro.—Muy exacto.
Sócrates.—Pues eso es, Fedro, lo terrible que tiene la
escritura y que es en verdad igual a lo que ocurre con la
pintura. En efecto, los productos de ésta se yerguen como
si estuvieran vivos, pero si se les pregunta algo, se callan
con gran solemnidad. Lo mismo les pasa a las palabras
escritas. Se creería que hablan como si pensaran, pero si
se les pregunta con el afán de informarse sobre algo de lo
dicho, expresan tan sólo una cosa que siempre es la mis-
ma. Por otra parte, basta con que algo se haya escrito una e
sola vez, para que el escrito circule por todas partes lo
mismo entre los entendidos que entre aquellos a los que
no les concierne en absoluto, sin que sepa decir a quiénes
les debe interesar y a quiénes no. Y cuando es maltratado,
o reprobado injustamente, constantemente necesita de la
ayuda de su padre, pues por sí solo no es capaz de defen-
derse ni de socorrerse a sí mismo.
Fedro.—También esto que has dicho es muy exacto.
Sócrates.—Entonces, ¿qué? ¿Hemos de ver otro dis- 276a
curso hermano legítimo de éste, de qué modo nace, y
cuánto mejor y más capacitado crece?
Fedro.—¿Qué discurso es ése, y de qué manera dices
que nace?
Sócrates.—Es aquél que unido al conocimiento se
escribe en el alma del que aprende; aquél que por un
lado sabe defenderse a sí mismo, y por otro hablar o
callar ante quienes conviene.
Fedro.—Te refieres al discurso que posee el hombre
que sabe, a ese discurso vivo y animado, cuya imagen se
podría decir con razón que es el escrito.
250 Ocdc5po5; 276b-d

ES-1. Ilavtánacst ptev oi)v. tó3e ptot eine• ó voi5v


Ixcov yecopyó;, wv cs7C8ppiát(OV KOOtTO Kat IyKapica
Pan,otto yevécreat nótepa csicou3t1 áv, eépou; sis
A3d)vt3o; K1'17COD; ápffiv, xatpot eecopéSv KaX,oi); ¿v
ijiaépatatv óvcd) ytyvoptévou;, il tanta ptev 8tj icat8td; rc
Kat optii; xáptv 3pcpri áv ÓTE Kat notoT• ¿cp' ol;
¿csicub3aKev, if yecopyticti xpdaevo; áv texvia, csicetpa;
sis TÓ irpocrilKov, áyancpri 6y3ócp puiviócsa Ics7C81p£V
té? 0; 2,a13óvta;
c JAI. Ormo 7COD w Edwpate;, Te( piev csicou3fi, Te( 3e
cb; '.cepco; áv Il X,Éyet; notoT.
ES-1. Tóv 3ticalcov rc Kat Ka2,ó5v Kat áyaeffiv
¿ictcyckta; Ixovta yecopyoi5 964.1,ev ijvcov voi5v xcty
sis Tá auto csicepptata;
"IlKtatá ye.
apa csicoun airrá «Man ypáyet»,
csicetpcov 3tá Ka2,ápiou laCtá 2,.,óycov á&ovárcov ptev aúiois
2,.,óycp Poriedv, á3ovárcov ixavan tákriefi 3t3áat.
OiSicouv 8tj TÓ y' eiKó;.
d ES-1. Oú yáp• 'coi); pi,ev ypálaptuat K1'17C01);, d0;
EOlKE, icat3t4 xáptv (simpa rc Kat ypáyet, ótav [3e]
ypágna, 6autItS TE incoptvi')aata ericsauptóptevo;, sis TÓ
4,1'101; Tripa;» ¿áv Vicrycat, Kat navti iw tairróv '1:2yo;
piETtÓVTl, I'laNcsetat TE á'ÓT0i); eecopéSv grooptévou;
ána2,cyl);• ótav auot icat3taT; a2,1at; xpffivtat,
CSIVICOatOt; TE ap3ovte; aircoi); '.cepot; TE ócsa TOÚTCOV
á382,cpá, TÓT' ÉKETVon, Cb; EOlKEV, áVTi TOÚTCOV 01; M'ya)
nagcov

276d tie secl. Burnet: om. Bekker: re Heindorf: ys Schanz H oi;


X '® P: oi; keycov codd. : z v oi;Skeyov Heindorf Vollgraff: ov keyw
Schanz
Fedro 251

Sócrates.—Precisamente. Pero ahora respóndeme a b


esto. El agricultor sensato ¿sembraría acaso en serio
durante el verano y en un jardín de Adonis" aquellas
semillas por las que se preocupara y deseara que produ-
jeran fruto, y se alegraría al ver que en ocho días se
ponían hermosas? ¿O bien haría esto por juego o por
mor de una fiesta, cuando lo hiciera, y en el caso de las
simientes que le interesaran de verdad recurriría al arte
de la agricultura, sembrándolas en el lugar conveniente,
y contentándose con que llegaran a término cuantas
había sembrado una vez transcurridos siete meses?
Fedro.—Así haría, Sócrates, lo que hiciera con serie-
dad, y lo que no, de la manera opuesta, según dices.
Sócrates.—Y el que tiene el conocimiento de las
cosas justas, bellas y buenas ¿hemos de decir que tiene
menos seso con respecto a sus simientes que el agri-
cultor?
Fedro.—En absoluto.
Sócrates.—Luego lo que no hará seriamente será «el
escribirlas en agua»76, o lo que es igual, en tinta, sem-
brándolas por medio del cálamo con palabras que tan
incapaces son de ayudarse a sí mismas de viva voz,
como de enseñar la verdad en forma satisfactoria.
Fedro.— No es, desde luego, probable.
Sócrates.—No lo es, en efecto. Por el contrario, los d
«jardines de las letras» los sembrará y escribirá, al pare-
cer, por pura diversión, cuando los escriba, haciendo
acopio, por si llega al «olvido que acarrea la vejez»77, de
recordatorios para sí mismo, y para todo aquel que haya
seguido sus mismos pasos; y se alegrará viéndolos
madurar. Y cuando lo demás se entreguen a otras diver-
siones, recreándose con festines y cuantos entreteni-
mientos hay hermanos de éstos, entonces él, según es de
esperar, preferirá a estos placeres pasar el tiempo divir-
tiéndose con las cosas que digo.
252 Occibpo5; 276e-277c

e JAI. HayKákriv Myet; >Trape( cpcuaiiv icat3táv evo


EdyKpate;, toi5 2,.,óyot; 3yvaptevau nagetv, 3tKatocrUvii;
TE Kat 15,2,1.,cov 7ov 2,.,98t; nem 1.1,yeo2upyoi5vta.
ES-1. "ao, yáp, w Ole (DaT,3pe, oiStco• icoX,i) 3', diptat,
KaUícov andu3ij icept airrá ytyvetat, ótav Tt; T1,1
3taX,extucti texvu xpd ievo;, 2,,ar3d)v yurjv
irpocsijKoycsav, gyuteúli TE Kat csiceípu ÉletaTI'll111;
277a 2,.,óyou;, di Éav2OLs TO rc cpureúcsavtt PorieeTv ixavoi Kat
cróxi áKapicot Ix0Vt8; csiceppta, 508v auot ¿v
auot; ijeecst cpy05118V01, ToDiST' d(Et áeávatov icapexetv
ixavot Kat tÓV Exoyca ei)3ati.toveTv 7C0t0i5VTE; ei; 5crov
ávepdyncp 3yvatóv pi,e0acsta.
(I)AI. yáp toiSt' IttKáUtOV 2,.,eyet;
ES-1. Ni5v 3ij ¿KeTva evo (I)cd3pe, 3yválmea Kpívetv,
TOÚTCOV (bpioX,oriptévcov.
Tá noTa;
ES-1. 71-1v 3ij itépt Pau2aieévte; i3eTv ácpticópteea ei;
tó3e ÓVO; TÓ Apcsídu rc ÓVEt30; ÉETáCSatplEV T11; TÓSV
b 2,.,óycov ypacpii; népt, Kat ainoi); toiy,.,óyou; oi texvia Kat
ávey texvii; ypácpotvto. tó 1.1,ev auv IVTEXVOV Kat pnj
3oKeT ptot 383112,16creat ptetpico;.
"E3oé ye 31j• ice0av '67CÓIAVIICSÓV plE Trans
ES-1. IIptv áv Tt; TÓ TE ákrleE; ÉKáCSTCOV Et3171 >nem lv
Myet íl ypácpet, Kat' aircó rc 7CaV óKecseat &mató;
yévitat, óptcrápievó; TE 7COAV Kat' ei3ii ptexpt toi5
TÉIAVEtV ÉletaT11011, icept rc VDX11; gyUcseco; 3u&ov
c Katá iaúiá tó irpocsapiaóttov ÉKá621j grUcset 813o;
áveyptamov,

277b Eitifj D: kifi T: ttifi B Kat" si5rí T: Katítiri B


Fedro 253

Fedro.—Hermosísimo entretenimiento frente a uno e


vil ese que mencionas, Sócrates, del hombre capaz de
jugar con los discursos, componiendo historias sobre la
justicia y las demás cosas que dices.
Sócrates.—En efecto, amigo Fedro, así es. Pero mucho
más bello, creo yo, es el ocuparse de ellas en serio, cuando,
haciendo uso del arte dialéctica, y una vez que se ha cogi-
do un alma adecuada, se plantan y se siembran en ella dis-
cursos unidos al conocimiento; discursos capaces de
defenderse a sí mismos y a su sembrador, que no son esté- 277a
riles, sino que tienen una simiente de la que en otros carac-
teres germinan otros discursos capaces de transmitir siem-
pre esa semilla de un modo inmortal, haciendo feliz a su
poseedor en el más alto grado que le es posible al hombre.
Fedro.—Mucho más bello aún es esto que dices.
Sócrates.—Ahora ya, Fedro, una vez de acuerdo en
esto, podemos juzgar aquello.
Fedro.—¿,E1 qué?
Sócrates.—Lo que queríamos ver y nos ha conducido
a esto, a saber, el hacer un examen del reproche que se le
hacía a Lisias por el hecho de escribir discursos, y otro,
relativo a los discursos en sí, de los que se escribían con b
arte o sin arte. Ahora bien, lo que está de acuerdo con el
arte, y lo que no, queda aclarado, me parece a mí, en su
debida medida.
Fedro.—Así ciertamente nos pareció. Pero recuérda-
me otra vez cómo.
Sócrates.—Hasta que no se conozca la verdad de todas
y cada una de las cosas sobre las que se habla o se escri-
be; se tenga la capacidad de definir la cosa en cuanto tal
en su totalidad; se sepa, después de definirla, dividirla en
especies hasta llegar a lo indivisible; se haya llegado de la
misma manera a un discernimiento de la naturaleza del
alma; se descubra la especie de discurso apropiada a cada
naturaleza;
254 Occibpo5; 277c-e

oíStco ttefl Kat 3taKocrwri tóv 2,óyov, notid2,41 ptev


notidlou; yoxil Kat icavapptovíoD; 3t3oi); 2,óyou;,
álc2,oi5; án2,41• cró itpótcpov 3Dvatóv téxvu Icsecseat
Kae' 5crov 7Cégyme ptetaxetptcsefivat Tó Mycov evos, oiSte
Tt npó; Tó 3t3áat oiSte Tt npó; Tó neTcsat, cb; ó
Ipurpocreev 7Cá; plEptl'INPOKEV ljp1TV
Ilavtánam ptev oi)v toiStó ye CYISTCO 7C(0; ¿cpávii.
d ES-1. Tí 3' ai) icept tov Ka2,óv íl ataxpóv elvat Tó
2,óyou; 2,,Éyetv rc Kat ypácpetv, Kat 5icu ytyvóptevov
3ficia 2,,Éyott' áv óvet3o; íl µfi, ápa cró 3831V,,COKEV Tá
Xexeévta 62,.,íyov Ipapocreev...
Tá noTa;
ES-1. 12; CITE Aucría; íl Tt; 1512,,O; 7CdY7COTE Eypayev íl
ypenvet i3íq íl 3fiptocríq vóptou; tteeí;, crbyypaptiaa
7CO2aTtKóV ypáqxov Kat pteye0,fiv ttvá aic65 13813atórfita
fi yoúpievo; Kat csacpfivetav, oíStco ptev óVEt30; iw
ypácpovtt, CITE Tí; 9ficstv CITE plt Tó yáp áyvoeTv ííicap rc
e Kat óvap 3tKaícov Kat á3ímov népt Kat KaidiSv Kat áyaeffiv
aóK Émpeúyet ifl ákfieeíq µfi aóK É7COV8t3t6TOV elvat,
cyó3e áv ó 7Cá; eixX,o; aótó Énatvécm.
(I)AI. 06 yáp oi)v.
ES-1. 3É y8 Év ptev iw yeypantévcp 2,,óycp icept
KáCSTO'D icat3táv TE fiyulievo; 7CO2,11jV ávayiadov elvat,
Kat cyó3Éva 7CdY7COTE 2,óyov ptétpcp cyó3' áveu ptétpou
pteyákri; gtov csicou3fi; ypacpfivat, oi5 Xexefivat, cb; oí
Payp30'118V01, áVED ávaxptcrean Kat 3t3axii; neteoi5;
gveica ÉXÉxeficsav,

277d ií St; P: si St; BT noktrucóv codd. : natarucóv corr.


Scheidweiler II 277e oi t... ?,,exOricsav secl. Schanz: w5 oi...
aéxOriaav secl. Ast. : w5 oi]Onot corr. Schleiermacher: Onot w5 oi
Scheidweiler
Fedro 255

se componga y se adorne según ello el discurso, aplicando


discursos abigarrados y en todos los tonos al alma abigarra-
da, y simples a la simple; hasta ese momento, será imposi-
ble que el género oratorio sea tratado, en la medida que lo
permite su naturaleza, con arte, tanto en su aplicación a la
enseñanza, como en su aplicación a la persuasión, según
nos lo ha indicado toda la discusión anterior,
Fedro.—Efectivamente, así se puso de manifiesto.
Sócrates.—¿Y qué me dices sobre el que sea bello o d
vergonzoso el pronunciar o el escribir discursos, y la
manera en que debe hacerse para que pueda ser o no
calificado en justicia de oprobioso? ¿Es que no ha pues-
to en claro lo dicho un poco antes...?
Fedro.—¿,E1 qué?
Sócrates.—Que si Lisias u otro cualquiera ha escrito
alguna vez o escribe en el futuro, como particular, o
como hombre investido de poderes públicos que, al pro-
mulgar leyes, escribe una obra política, y considera que
en ella hay una gran firmeza y certidumbre", en este
supuesto hay ciertamente motivo de reprobación para el
escritor, se diga o no. Pues el ser un ignorante, día y
noche, en lo que atañe tanto a lo justo y lo injusto, como e
a lo malo y lo bueno no se substrae en verdad al hecho
de ser reprobable, aun cuando toda la gente lo alabase.
Fedro.—No se substrae, en efecto.
Sócrates.—En cambio, quien considera que en los
discursos escritos sobre cualquier materia hay necesaria-
mente gran parte de juego, y que jamás discurso alguno
con verso o sin verso valió mucho la pena de ser escrito,
o de ser pronunciado, a la manera que se pronuncian los
de las rapsodias, sin previo examen ni doctrina y por el
mero objeto de persuadir;
256 Oaibpo5; 278a-d

278a d0,1á óvtt aótó5v 'coi); Pektícstou; eiZótcov i)icópwricstv


yeyovévat• ¿v 3.¿ 3t3acsKoptévot; Kat ptaNcreco; xáptv
2,,eyoptévot; Kat TO óvtt ypacpoptévot; ¿v wuri icept
3tKaícov rc Kat KaViSv Kat ayaeffiv [¿v] ptóvot; tyallievo;
Tó rc Évapy¿; cTvat Kat té? EOV Kat 15, tov csicou311;• 38TV
T0i); TOtaóT01); 2,,óyou; Myecreat olov '1)8T;
yvicsído; cTvat, irpárov pt,¿v tóv ¿v aútd5 ¿av eiTeeet;
b EICEtTa ct TtVE; T0úTOD EKyovot rc Kat a382,cpot apta
CO,latatv 110,1,cov yuxai,'; Kat' átav ¿vécpucsav• 'coi); 3.¿
auou;xayetv ¿ésv —otito; ó totoiSto; aviip
KtV3DVEt)Et, w (I)aiZpe, cTvat olov ¿yd) rc Kat csi) e'úaípt,80'
áv csé rc Kat ¿pd yevécseat.
Ilavtánacst pt,¿v ativ Iyarye 13da.optat rc Kat
eiíxoptat á 2,.,Éyet;
ES-1. aóKoi'w iceicatcseco ptetptco; tjµiv tá icept
2,.,óycov• Kat (Tú rc 0,,EVov cppae Aucría ótt vd) Katar3ávte
4 tó Nupupffiv válaa rc Kat pi,ouadov iiKulKsaptev 2,.,óycov,
c o ¿ICÉ CSTEUOV Myetv Apaía rc Kat ct titC 15,2u1.0; CTDVTtellat
4
2,.,óyou;, Kat Opdipcp Kat á Tt; 110,1o; av notricstv ij
¿v 4)311 auvtéeriKe, tpítov Eó2,,covt Kat 5att; ¿v
7CO2,ATtKOT; 2,,óyot; vójtou; óvopt,acov cstryypápwata
Iypayev• si piEV Et3(1); Il Tó WaleE; EXEt CYDVÉOTIKE m'Una,
Kat Ixcov Poriedv, sis avyxov idw nept Iypaye, Kat
Mycov aótó; 3Dvató; v yeypaptptéva cpaaa áno3egat,
ov Tt TÓ5V38 É7CCOvupdav Ixovta 38T Myecseat TóV TOtOiSTOV,
d C(W ¿cp' 61; ¿csiculZaKev ¿KáVCOV.
Tíva; otiv ta; acovuptía; aótd5 VéplEt;',

278a Év secl. Burnet


Fedro 257

quien cree que los mejores de ellos no son más que una 278a
manera de hacer recordar a los conocedores de la materia,
y que son los que se dan como enseñanza, se pronuncian
con el objeto de instruir, se escriben realmente en el alma,
y versan sobre lo justo, lo bello y lo bueno los únicos en
los que hay certeza, perfección e interés que valga la pena;
quien piensa que tales discursos deben llamarse, por
decirlo así, hijos legítimos suyos: primero el que tiene en
sí mismo, en el supuesto de que esté en él por haberlo él
mismo descubierto, y luego cuantos descendientes de éste b
y hermanos a la vez se producen en las almas de otros
hombres según su valía; quien mande a paseo los demás
discursos; ese hombre, Fedro, el hombre que reúne esas
condiciones, es muy probable que sea tal como tú y yo, en
nuestras plegarias, pediríamos llegar a ser.
Fedro.—Por supuesto; lo que dices es enteramente lo
que yo quiero y pido ser.
Sócrates.—Pues bien, cese aquí ya en su justo límite
nuestro entretenimiento con los discursos. Y tú llégate a
Lisias y hazle saber que, habiendo descendido ambos al
arroyo de las Ninfas y a su santuario, oímos unas pala-
bras que nos encomendaron transmitir un mensaje, tanto
a Lisias y a todo aquel que componga discursos, como a
Hornero y a cuantos hayan compuesto poesía sin acom-
pañamiento musical o para ser cantada, y en tercer lugar
a Solón y a cualquier otro que, ocupado en la oratoria
política, haya escrito obras denominándolas leyes. Helo
aquí: si alguno de ellos compuso sus obras sabiendo
cómo es la verdad, puede socorrerlas sometiéndose a
prueba sobre lo que ha escrito, y con sus palabras es
capaz de dejar empequeñecidos los productos de su plu-
ma, no debe recibir en tal caso su nombre del género de
sus escritos, sino de aquellas otras cosas en las que puso d
su más elevado empeño.
Fedro.—¿Qué nombres le atribuyes entonces?
258 Ocdc5po5; 278d-279b

ES-1. Tó pt,Év csocpóv, w (DaT3pe, KaX,ÉTv Iptoty8 ptéya


Étvat 3oKÉT Kat 0865 pióVq? 7C07CEI,V. tó 911,ócsocpov íl
T01,0i5TóV TI, piállóV TE áv aind5 Kat ápiaóttot Kat
Épipl,EXECSTEpen EX01,.
(I)AI. Kat cyó3Év ye duró tpónou.
ES-1. aóKoi5v av tóv pnj Ixovta ttpudyrepa a)v
auvéeriKev íl Iypayev ave) KáT(0 CSTpécpcov xpóva,),
e npó; aUriX,a Kalaw TE Kat dupatpaw, &KB 7COD
7COIT)VIIV íl 2,.,óyo)v csuyypacpéa íl voptoypácpov irpocrepÉT;;
(I)AI. Tí pdiv;
ES-1. TaiSta toívuv iw Étatpcp cppae.
(I)AI. Tí 3É cró; 7C16; cyó3É yáp cyó3É tóv csóv
ÉtaTpov 3ÉT icapá,edv.
ES-1. Tíva toiStov;
IcsoKpátri tóv Ka2,óv• 7p tí ánayy82,,ÉT;,
Ed)Kpate;; tíva aótóv 91'1601.18V Élvat;
279a ES2. Néo; Itt, w (D'alpe, IcsoKpárri;• 8 ptévt01, laccvtsboptat
Kat ' aúiov 2,,Éyetv ÉOÉ2,,a).
Tó noTov 34'1;
AoKÉT ptot ápizíva)v ij xara 'coi); iceptAucríav Élvat
Xóyou; tá vS gyócseco;, Itt TE fieEl, yevvtmotépcp KÉKpdcreat•
e6cste aó3Év áv yévotto eauptuatóv, 7Cpoicybari; iVaKía;
el icept aótcyó; TE T0i); Xóyou;, 61; vi5v Éntxetpd, 7C2,É0V íl
icaí3cov 3tÉvÉyKot tffiv 7Cd»COTE ákvaptÉvcovX,óyo)v. Itt TE, el
aind5 puj álcoxpi'icsat m'Una É7Ci 1,1EI40 3É TI,; al tóv ayot
eetotépa• gyócset yáp, w 91.8 IVECStí ii cpti%ocsocpía
b yr] ton áv3pó; 3tavoía. m'Una 8rj ovv Éyd) plÉv napa té5v38
tffiv 0865v do; ÉptoT; icat3tKoT; IcsoKpatet Éayyal.,a), o-1) 3'
ÉKÉTva do; csoT;Aucría.

278e ¿Taípu,) T: ¿-(Épop 11 279a X15 fikucía; T: io-rpatcía; B Étit


r T: dre B
Fedro 259

Sócrates.—E1 llamarle sabio, Fedro, me parece algo


excesivo y que tan sólo a la divinidad corresponde. En
cambio, el llamarle amante de la sabiduría79 o algo seme-
jante le estaría más en consonancia y mejor acomodado.
Fedro.—Y no sería en modo alguno impropio.
Sócrates.—A la inversa, al que no tiene cosas de
mayor valor que las que compuso o escribió, revolvién-
dolas tiempo y tiempo de arriba abajo, pegando unas con e
otras o amputándolas, ¿no le llamarás tal vez con justicia
poeta, compositor de discursos o escritor de leyes?
Fedro.—Desde luego.
Sócrates.—Pues dile eso a tu amigo.
Fedro.—¿Y tú qué? ¿Cómo harás? Que tampoco hay
que pasar por alto a tu compañero.
Sócrates.—¿A cuál te refieres?
Fedro.—A Isócrates el bello. ¿Qué le comunicarás,
Sócrates? ¿Qué vamos a decir que es?
Sócrates.—Todavía es joven Isócrates, Fedro. Pero lo 279a
que le vaticino estoy dispuesto a decirlo.
Fedro.—¿,E1 qué?
Sócrates.—Me parece que por naturaleza no admite
comparación con los discursos de Lisias, y que además
en su carácter tiene la mezcla de mejores elementos. De
manera que no sería nada extraño que, al avanzar su edad,
en ese tipo de discursos que ahora intenta sobrepasara
a todos los que anteriormente escribieron más que si
fueran niños; y mucho más aún, si no le contentaran estos
discursos, y a cosas mayores le condujese un impulso
más divino. Pues por natural disposición, amigo mío,
hay en la mente de este hombre cierta filosofía. Esto es, b
pues, lo que yo de parte de estas divinidades comunicaré
a Isócrates, como a mi amado, y eso otro lo que tú
comunicarás a Lisias, como al tuyo.
260 Márcov, 279b-c

Tai'd lamí• a2,1,á icoptev, ¿icet3ii Kat Tó irvi'yo;


Ii7C1ATEpOV y&yovcv.
Ea GóKoi5v c'óap.tévcp 7CpE7CEl TOTCY3E nope'becreat;
(I)AI. Tí pdiv;
ES-1. 1-1 IláV TE KatáUot ócsot Tfl3E 0E0t, 3oírité
µoí KaX,65 yevécreat táv3o0ev• Icoeev ócsa Iza), TOT;
C ÉVTó; elvaí µoí Olía. 7CX,0'1)61,0V 3.¿ VOpigOlpit TóV CSocpóv•
tó xpucsoi5 7CX,f100; sir) 1101, ócsov cpépetv
a781N 3'óvatto aa.a.,0; íl ó ócbcppwv. 1T' aX,X,01) TOD
3eópteea, w (DaT,398; 4.1,ot 1.1,¿v yáp ptetpíco; ritiKtat.
(I)AI. Kat 4.1,ot raya CrOVE'bX0D• KOlVá yáp rá tan/
91.,cov.
Ea "Icopi£V.

279b abaltavo,.) codd.: staltavco Bekker Stallbaum Thompson


Schanz 1 279c Tílta recc.: (ikjet B: T
Fedro 261

Fedro.—Así lo haré. Pero marchémonos, puesto que


se ha mitigado el calor.
Sócrates.—¿Y no conviene antes de marcharse elevar
una plegaria a estas divinidades?
Fedro.—Desde luego.
Sócrates.—Oh, Pan querido, y demás dioses de este
lugar, concededme el ser bello en mi interior. Y que
cuanto tengo al exterior sea amigo de lo que hay dentro
de mí. Ojalá considere rico al sabio, y sea el total de
mi dinero lo que nadie sino el hombre moderado puede
llevarse consigo o transportar. ¿Necesitamos pedir algo
más, Fedro? A mí lo que he suplicado me basta.
Fedro.—Suplícalo también para mí, puesto que son
comunes las cosas de los amigos".
Sócrates.—Vámonos.
262 Márow

Notas

' Céfalo, siracusano de nacimiento, se había establecido en Ate-


nas por consejo de Pericles, y poseía en el Pireo una importan-
te fábrica de escudos. Según se deduce del comienzo del libro I
de la República estaba bien relacionado con los círculos inte-
lectuales atenienses. Tanto él como sus hijos Lisias y Polemar-
co, a quien se menciona en este mismo diálogo (257b), perte-
necían al partido democrático, lo que tuvo funestas
consecuencias para la familia. Durante el régimen de los
Treinta Tiranos Polemarco fue ejecutado y Lisias tuvo que
huir a Mégara.
2 Médico de renombre y padre de Erixímaco, médico también y
uno de los interlocutores del Banquete. Ambos son menciona-
dos en 268a. Fedro, según se pone de relieve en el diálogo
anterior (176d), prestaba gran crédito a las prescripciones de
uno y otro.
Apól.to; (`lugar de paseo') se aplica especialmente a los pórti-
cos de las palestras.
Probablemente el mismo personaje que aparece en Aristófa-
nes, Eccl. 71, del que dice el Escoliasta en dicho lugar que era
un orador y demagogo.
Fastuoso personaje, célebre por sus fiestas que gozaban de
mala reputación. El templo de Zeus Olímpico, comenzado en
tiempos de Pisístrato, permaneció desde su muerte hasta
Antíoco Epífanes sin concluir.
6 Istmicas I, 2.
7 Pequeña ciudad del istmo de Corinto a corta distancia de Ate-
nas.
8 Médico mencionado en el Protágoras, 361e, yen la Repúbli-

ca I, 406 a. La alusión de Sócrates a los paseos higiénicos


recomendados por Heródico no está exenta de ironía, dado el
carácter de Fedro tan inclinado siempre a prestar fe ciega a los
consejos de los médicos.
Fedro 263

9 Los Coribantes eran sacerdotes de Cibeles, en cuyo honor


celebraban unas danzas frenéticas. Platón gusta mucho de la
metáfora icopqavstáv para indicar un arrebato de tipo inte-
lectual, encontrándose en su obra cinco textos relativos a los
Coribantes además de éste: Eutid. 277 de, Leyes 790d-791a,
Gritón 54d, Ion 533e-534b, 356c y Banq. 215e (cf. Iván Lin-
forth, «The Corybantic Rites in Plato», Univ. of California,
Publicat in Class. Philol. 13 [1946] 121-62).
1° Riachuelo del Ática.
11 La costumbre de Sócrates de andar descalzo es bien conoci-
da, cf. Banquete 150c, 174a; Aristófanes, Nubes vv. 103 y
362; Jenofonte, Memorables I, 6, 2. En cuanto a Fedro, si va
descalzo, es posiblemente por seguir alguna prescripción
higiénica, como sugiere Robin.
12
El plátano en cuestión estaba a la orilla izquierda del Iliso,
según ha demostrado Ritter, «Miszellen», Philo 67 (1908) 314.
13 Bóreas, el viento Norte, gozaba de un culto especial en el
Ática, por estar emparentado con los atenienses precisamen-
te por esta su unión con Oritiya, hija del rey Erecteo, con la
que tuvo dos hijos: Zetes y Calais. De ahí la ayuda que les
prestó en la batalla de Artemision, según el decir de Heródo-
to VII, 189.
14 Demos del Ática.
15 En efecto, estaba de moda entre los sofistas la explicación
racional de los mitos. La presente digresión sirve para poner
de manifiesto la postura de Sócrates, es decir, del propio Pla-
tón, respecto a tales especulaciones, cf. J. Tate en CO 23
(1929) 142-54 y 24 ( 1930) 1-10.
16 Ninfa de una fuente próxima al Iliso.
17 Monte frontero a la Acrópolis. En él celebraba sus sesiones
el famoso tribunal que según la tradición juzgó por primera
vez en el matricidio de Orestes, y allí pronunció San Pablo
un célebre sermón.
18 Esta misma razón es la que hace despreciar a Sócrates el
estudio de la naturaleza, cf. Jenofonte, Memorables I, 1, 12.
264 Octibpo5.

19 Tifón, monstruo de cien cabezas y cuerpo de serpiente, fue


derrotado y arrojado al Tártaro por Zeus, que puso sobre él
la masa ingente del Etna. La cólera impotente del monstruo
se deja sentir de vez en cuando por las erupciones del vol-
cán. Platón hace aquí un juego de palabras entre 1-59o;
ToTíiív y arccOmm¿vo; que se puede conservar, en parte,
en español, por tener la palabra «tufo» el mismo sentido de
«soberbia» que en griego. En cuanto al término Itoipa, cree-
mos que tiene aquí el sentido de 'parte', 'porción', y no el de
`destino', como traduce Robin.
20 El sauzgatillo (r7tex agnus castus) es un arbusto que crece a
orillas de los ríos.
21 El Aqueloo, el mayor de los ríos de Grecia, nace en el Epiro
y desemboca en el golfo de Lepanto. Como divinidad fluvial
era considerado padre de algunas ninfas, entre ellas Siringe,
amada de Pan, (cf. Ovidio, Metamorfosis I, 689 y sigs.). Las
estatuillas a que se hace mención son de índole votiva.
22 Este es uno de los rasgos típicos de Sócrates. Salvo sus sali-
das a Potidea, Delion y Amfípolis, como soldado (cf. Ban-
quete 220e, 221a), y una peregrinación a los juegos ístmicos
(cf. Critón 52b), no abandonó nunca la ciudad.
23 El discurso de Lisias hace gran uso de los azttata ropytata,
la ávríOcat; los náplaa e iaa, y el óltototéksirov; de ahí
que resulte difícil su traducción por la imposibilidad de
reproducir en castellano los mismos efectos rítmicos y foné-
ticos. En este párrafo p. e. (desde bccivot yáp hasta eigovntt)
se encuentran dos Keá,a con tres icómata con 61.totonkeurov
-aorrat) cada uno. En el primero de aquéllos los
Kóp4tata son rcáptaa con número creciente de sílabas (mi
áyarttkopat 6, Kai álco2wpOikopat 7, tad_ ígovat 9), en el
segundo hay un Kói.qta de ocho sílabas (cai, ii`laNcovrat), y
dos Icómata laa de once (cai... slaovrat, y Kai.. . aiSlovrat)
que cierran el párrafo. Hemos intentado reproducir aproxi-
madamente los mismos efectos acústicos en castellano
mediante el empleo de la terminación -rán. Y al mismo
Fedro 265

expediente hemos recurrido en otros pasajes del discurso


como el lector habrá podido comprobar.
24 Probablemente no se trata de una manifestación de la
si.p6vata de Sócrates, sino de una alusión a los éporrucoi
2,óyot de moda entre los sofistas de la época. La ironía socrá-
tica, empero, aparece más abajo.
25 Los nueve arcontes, al tomar posesión de su cargo, juraban
consagrar una estatua de oro si transgredían alguna de las
leyes, según refiere Aristóteles, Contitución de Atenas VII, 1.
No obstante, no se hace mención en este texto a que la
estatua fuera de tamaño natural, ni a que tuviera que consa-
grarse en Delfos. Ambos detalles aparecen agregados en
Plutarco, Solón 25, probablemente, como sugiere Hackforth,
para conformar los temimos del juramento con este pasaje
del Fedro. Otras referencias a esta costumbre se pueden
encontrar en Heraclides Póntico, fr. 1, ed. Kóhl, y en Suidas
s. v. xiyucril
26 El adjetivo xpvaovs con el que Sócrates recoge festivamente
el xpúafiv silcóva tiene en el lenguaje popular un sentido
cariñoso o irónico. Aquí se aplica a la ingenuidad de Fedro.
27 ¿Se añade esta ofrenda a la anterior, o bien se trata de un
descuido de Fedro que un poco más arriba ponía como lugar
de erección de la estatua Delfos? Los Cipsélidas son los des-
cendientes de Cipselo, tirano de Corinto.
28 Metáfora tomada de la lucha: ka[31'1, 'acción de coger', d.;
2,a(3ás ¿kOsiv. 'llegar a ofrecer presa de uno mismo al adver-
sario'. De ahí la traducción que ofrecemos.
29 Cf. 228a, b.
30 Verso de Píndaro (fr. 94 Bowra) convertido en proverbio.
31 Juramentos eufemísticos en asuntos de poca monta. Sócrates
suele emplear vil tóv icúva, 'por el perro'.
32 Los antiguos no supieron percibir el tono festivo de esta
invocación a las Musas. Dionisio de Halicarnaso (Demóste-
nes, 7) le critica acerbamente su novrtrucii actpoxakía, sin
darse cuenta de que Sócrates lo que pretende es justamente
266 Octiápo5.

remedar la árcapolcakía de los rétores. Menos profundo Her-


mógenes (17spi ibeCo'v II, 322) alaba la 72,-oicúrrN que confiere
a la invocación el epíteto ktysiat. La parodia del estilo de los
rétores es, sin embargo, evidente. Nótese ante todo la estruc-
tura rítmica del pasaje: ecycza (my —) es un peón, muy
apropiado para el principio del discurso, según Trasímaco;
en segundo lugar, la forzada paronomasia que pone en chus-
ca relación etimológica el adjetivo «melodioso» atyciat)
con el étnico Ligures, y, por último, la tmesis
2,étflacres (cf. más detalles sobre los ritmos de este lugar en
Mras, WS 37 (1915) 96.
33 Es fundamental el llegar a la definición de los objetos, para
lo cual se aplicará más adelante (265d) el método dialéctico.
34 La palabra Sóla aquí no tiene el sentido epistemológico de
`opinión' como polo opuesto de la ¿rctarkrq o vóricrt; 'cono-
cimiento científico', sino que está empleado en su acepción
vulgar de 'modo de pensar'.
35 Admitido que el amor es una érctOvilía, Sócrates tiene interés
en poner de relieve su «fuerza», que produce en el alma un
estado de desequilibrio con predominio de la parte irracional
de la misma sobre la racional, estado este que entra en el
concepto de -15[3pu;. De ahí que ponga en relación el nombre
del amor, Ipo) , con el de «fuerza», fichl.tri y el verbo
íS6vvol.a. Aunque el juego de palabras es imposible de repro-
ducir en castellano, sí lo es la paronomasia ¿ppollévon
f`ocresicra que traducimos 'reforzado fuertemente'.
36 El refrán completo, al decir del Escoliasta a este lugar, decía
1)24 t¿pna, y¿pow 8¿ zéprea yépovta. Platón lo cita
también en el Banquete 195b, en el Gorgias 510b yen el
Lisis 214a. Más abajo se encuentra una cita a Eveno, fr. 8
Bergk o a Teognis, v. 472 (rtáv yá,p ávayicaiov Ctvitt)póv
19-o); véase la nota a este lugar en Bergk.
37 Anscrrapwcón es una metáfora jurídica: el amante se encuen-
tra por necesidad en un estado en que no puede cumplir sus
promesas, siendo su situación similar a la del reo de fraude,
Fedro 267

condenado en rebeldía, al no presentarse a juicio. La expre-


sión óatpeco-o Itatartsaóvto; alude al juego llamado
ócrcpaKív8a que explica bien Hermias: se lanza una concha
al aire en medio de dos equipos, y según que caiga o no
sobre la cara blanca, uno de los equipos tiene que echarse a
correr y el otro lanzarse a su persecución. Los paremiógrafos
(cf. ed. Leutsch II, 84) han recogido el dicho proverbial
ócrypálcoD rrspurrpoO.
" Según Hermias se trata de una adaptación de la Ilíada XXII,
263. Y nos parece también seguro que haya de leerse con él
ápv" áyarrÁba', con lo que se obtiene un hexámetro dactílico
perfecto, adquiriendo así sentido la afirmación de Sócrates
de más abajo (241e) de estar declamando versos épicos.
" En efecto, en el Banquete Fedro es «el padre de la discu-
sión», y más adelante se le llama «padre de bellos hijos»
(261a).
40 Simias de Tebas, perteneciente al círculo socrático, fue uno
de los amigos del maestro que estuvo dispuesto a preparar su
evasión de la cárcel. En el Fedón es uno de los interlocutores
del diálogo, donde defiende ciertas teorías pitagóricas apren-
didas de su anterior maestro Filolao. Diógenes Laercio le
asigna veintitrés diálogos, hoy perdidos.
41 Es decir, «no es una mala noticia la que me das».
42 Se trata de una manifestación del célebre «demonio» socrá-

tico. Cf. Apología 31d y Jenofonte, Memorables IV, 8, 1.


43 Fr. 51 Bergk.
44 A la concepción popular de que Eros es un dios, sostenida por
Agatón, se opone en el Banquete la de Diotima, expuesta por
Sócrates, que le considera un genio, hijo del Recurso y de la
Pobreza.
45 La nueva versión del mito, tal como la ofrecía la Palinodia,
de la que aquí se conserva el fr. 46 Bergk de Estesícoro, se
puede reconstruir fundamentalmente por la Helena de Eurí-
pides. París, al raptar a Helena, no llevó a Troya más que un
sliScó,ov forjado por los dioses, en tanto que la verdadera
268 Oaibpo5.

Helena era transportada a Egipto y atendida por el rey Pro-


teo. Al llegar allí Menelao de regreso de Troya, se desvanece
el fantasma, y ambos esposos pueden reunirse felizmente.
Homero, que no se dio cuenta de su difamación, fue ciego,
como es sabido.
46 La expresión bc Viív ktoícov no significa 'en igualdad de con-
diciones', sino 'en correspondencia a la acción de la otra parte'
(cf. Fraenkel, nota a Ag. 1423 y Verdenius en Mnemosyne 8
[1955] 275).
47 Posible juego de palabras: e-69111w es 'el que se abstiene de
palabras de mal agüero o irreverentes'. En Hímera, asimis-
mo, se puede encontrar una alusión al «flujo de pasión»
cím.spo;) del que se hablará más adelante.
48 De nuevo Platón vuelve a divertirse jugando con las etimo-
logías. Robin hace notar que este pasaje presupone la doctri-
na del Crátilo de que el lenguaje ha sido instituido por legis-
ladores filósofos que combinaron los sonidos para reproducir
las ideas.
49 Alusión a ciertas culpas hereditarias como las que pesaron
sobre los Labdácidas, los Tindaridas, los Pelópidas, etc.
" La expresión ¿Iávtri aoírias tóv z avtfllS Ixovta ha sido
interpretada de muy diversas formas. L. Parmentier, RPh 26
(1902) 354-59, propuso leer tóv árqv Ixovta, basándose en
una cita de Aristides, y en que el adjetivo ¿Iávrq; (empleado
por Hipócrates en la acepción de 'libre de enfermedad') tie-
ne aquí un sentido religioso que explica bien el Etym. M,
como i w CerrK. Y, en general, se ha tendido a suprimir
éa-orq-;, o bien a corregir Ixovut en p.st¿x,ovta, como puede
verse en el aparato. Fr. Pfister, «Der Wahnsinn des Weihe-
priesters», Festschrift Cimbria, Dortmund (1926), pp. 55-6,
distinguía en el texto dos locuras: la del sujeto, patológica, y
otra divina, la del sacerdote, entendiendo tóv ¿ami; Ixovta
como «el que está en contacto con la locura del sacerdote» y
viendo en ello un fenómeno de curación por contacto. Pero
esta interpretación no es factible, dado el que Ixstv (activo)
Fedro 269

no está atestiguado en esta acepción. Nosotros seguimos a


Ivan Linforth, «Teleslic Madness in Plato», Univ. of Califor-
nia Publicat. in Class. Philot 13 (1946) 163-72, para quien
éavtf1S es un gen. partitivo, que actúa de complemento direc-
to de Ixstv. Hackforth no tiene, a nuestro juicio, razón en
suprimir con Burnet écanN del texto y entender tóv Ixovut
como 'el paciente' (tóv tilo vóaov Ixovta).
51 Platón se ha ocupado en distintas ocasiones sobre la inspira-

ción poética: en el Ion 534b, 536c; en el Menón 98b y sigs.,


y en la Apología 22b-c. En todos estos lugares aparece como
la nota distintiva del verdadero poeta el estar fuera de sí, el
no estar en dominio de su mente, el estar poseído. En el
Fedro es mucho más explícito al calificar de locura la inspi-
ración poética. Anotamos también que Paul Friedlánder,
CPh 36 (1941) 51-2, ha pretendido encontrar en este pasaje
dos reminiscencias de Píndaro (Pean 7, 13 e Ístmicas
VI, 22).
" Ovpavós tiene aquí el sentido de «universo» como en el
Timeo 29b, 92c.
53 Epíteto de Némesis (la justicia distributiva), cuya significa-

ción es la «irrehuíble».
54 En nuestro artículo «Notas al Fedro», Emerita 24 (1956)
311-30, hemos dado las razones que nos han inducido a dar
esta interpretación. A lo allí dicho agreguemos algo que pue-
de venir en apoyo de nuestra conjetura. Gerald Frank Else,
«The terminology of the Ideas», Harvard Studies in Classi-
cal Philology 47 (1936) 34, señala que los términos ai8o; e
iS¿a normalmente suelen ser introducidos por Platón con
expresiones que atenúan su empleo como tts i3éa, o lv tt
si8N. El autor interpreta esto como «una especie de apolo-
gía» por emplear dichas palabras en un contexto no familiar
al lector. Pero esta costumbre desaparece a partir del Fedro,
lo que quiere decir que el filósofo considera al lector ya al
tanto de su terminología; de ahí que no sea expuesto conje-
turar Kat& tó ai&n 2,gyól.tavov. Subrayemos, no obstante,
270 Occibpo5.

que dicho autor corrige el texto de manera diferente a noso-


tros: Kat' siso; <ro> keyólicvov.
" En Ctaíutavzoi (literalmente, 'sin señalar') se ha de ver una
alusión al acbp,a, atta («el cuerpo es un sepulcro») órfico.
56 Una vez más, como en el caso de lip.gpo; tratado en la
«Introducción», Platón se recrea en las etimologías.
" Fórmula homérica, cf. Od XVII, 567.
58 Es decir, una excusa. El proverbio lo explican Gregorio de
Chipre (Paroemiographi Graeci II, pág. 66, ed. Leutsch),
Hesiquio y Hermias, cf. la nota de Thompson a este lugar.
Del árccov del Nilo habla Heródoto II, 99.
" Fórmula homérica, cf. Riada II, 361 y III, 65.
" Aquí, probablemente, hay una alusión a un hecho real. Dió-
genes Laercio VI, 7 cuenta que Antístenes se levantó un día
en la Asamblea para proponer que se nombrara por votación
«caballos» a los asnos. Y ante el natural alboroto se defendió
alegando que también se podía ver a muchos que habían sido
nombrados por votación estrategos sin que supieran nada.
61 Alusión, al proverbio eivou csictá, y reepi eivou crict4 (cf.
Paroemiographi Oraeci II, 193 y 565, ed. Leutsch), que citan
entre otros Aristófanes, Avisp., v. 191, Hesiquio y Suidas.
" Stallbaum anota lo siguiente: Lepidum est autem quod Laco-
num utitur testimonio; qua re nihil aliud videtur indicare,
nisi hoc, vel sensum communem atque naturalem ad dicendi
artem requirere solere veri scientiam et cognitionem. Y cita
a Plutarco 233b, que depende probablemente de este pasaje
del Fedro.
63 Nótese: 1) el ritmo wo— (peón); 2) la prosopopeya de los
discursos, y 3) el uso de términos poéticos (calkínat;
Optmata). El pasaje es una parodia del estilo gorgiánico.
64 Probablemente Zenón. Gorgias, como hace notar con razón
Ast, es comparado con Néstor, propter suavitatem orationis
aetatisque longinquitatem.
65 La traducción literal es: «no tengo parte de ningún arte del
hablar».
Fedro 271
66 Este epigrama (que Thompson compara con los versus can-
crini medievales como Otto tenet mappam madidam mappam
tenet Otto), aparte del Fedro, se encuentra en la Vida de
Homero del Pseudo-Heródoto 11; Antología Palatina VII,
153; Favorino 38 y Diógenes Laercio I, 89. El v. segundo lo
mencionan el autor del tratado Sobre lo sublime 36, 2; Sexto
Empírico, Hypot. II, 37 y Adv. math VIII, 184, y Libanio, Or
17, 34 (cf. Alfred Kórte, Festschrift Kretschmer Góttingen,
1936, pp. 110-15, y Leo Weber, Hermes 52 [1917] 536-45).
67 Reminiscencia homérica tal vez, cf. Od V, 192.
68 Robín sigue a Heindorf al tener la expresión µovada, kóycov
como el título de una obra de Polo. Hackforth es también de
esta opinión. Nosotros estimamos con Thompson que µovada
rige tanto a kóyow como al óvollecrow de más abajo y equivale
a 'exquisitez, rebuscamiento'. De ahí la traducción un tanto
libre que ofrecemos.
69 Nótese: 1) la ávrovoltacs-ía (mí) XakicriSovízu); 2)1a neOppacn;
frecuente en Homero con cs0évo; 3) la metáfora (klicop.évcov);
4) el compuesto oixtpoyócov, altamente poético, y 5) el ritmo
del pasaje. De nuevo Platón se burla de la prosa artística de su
época.
" Rey de Argos; el epíteto procede de Tirteo (fr. 8, 7 Bergk).
Ast ha pretendido encontrar, encubierta bajo este nombre,
una alusión a Antifonte de Ramnunte. Pero, según ha pues-
to de relieve Thompson, no es probable que así sea por
haber considerado los antiguos su estilo deficiente en sua-
vidad. Dionisio de Halicarnaso (De comp. verb., p. 52, ed.
Reiske) le tiene por un representante de la cdpyrripec
y la mención que de él se hace en el Menéxeno no es lauda-
toria.
71 Sobre el sentido de estas expresiones ya se ha hablado en la

«Introducción»; Sócrates alude en burla a las calumnias que se


le hacen de ser un charlatán (cf. las Nubes de Aristófanes), y de
especular sobre las cosas celestes (set úgt¿wpa, (ppovnatí)s,
Apología 18b), empleando el mismo lenguaje que el vulgo,
272 Occibpo5.

para quien el filosofar no es más que pura charlatanería y


andarse por las nubes.
72 El griego dice «pisado».
73 Velada alusión a Córax, de quien Tisias era discípulo, como

señala Hermias. La ironía del pasaje se pone de relieve al no


mencionar por su nombre al orador (Corax es 'cuervo'), y
emplear el estilo ritual de las súplicas a los dioses (cf. Cráti-
lo 400e). Thompson saca a relucir el proverbio iccoca
icópaico; xaxóv cüóv, que pudiera acentuar la segunda inten-
ción del pasaje.
74 El mito, como el de las cigarras, parece ser una invención de

Platón. Aceptamos más abajo la corrección de J. P. Postgate


tóv eapxyüv, en cuyo apoyo viene más adelante un lugar
(274c) a demostrar que Platón identifica a Thamus con
Ammón. Menos convincente es la corrección de Scheidwei-
ler (cf. Hermes 83 [1955] 120-1) que puede verse en el apa-
rato, basada en un supuesto juego etimológico de Platón
(Oaµovs = Ocó Aimow)
75 En las fiestas de Adonis se cultivaban en vasijas plantas que

morían rápidamente, para simbolizar la muerte prematura


del amante de Afrodita. La expresión MówiSo; iciptoi ha
pasado a adquirir un valor proverbial (cf. Hesiquio, Dioge-
niano I, 14 y Gregorio de Chipre I, 7).
76 Dicho proverbial ¿ni té'w p,árriv novuúvuov que transmiten

en la forma x0' '63cun ypetygt; Diogeniano II, 59 y Suidas.


77 Literalmente la vejez del olvido'. La construcción un tanto

extraña nos hace pensar que haya aquí una reminiscencia


poética.
78 Mras. (WS [1914] 316, n. 2) estima que tal vez haya aquí una
alusión a la República, como en 276d al Banquete.
79 El término filósofo está empleado aquí en su sentido etimo-

lógico.
" Según nos informa el Escoliasta a este lugar, el dicho es un
proverbio pitagórico.
CLÁSICOS DYKINSON
PRÓXIMOS TÍTULOS

Estudios

— E. Bloch, Derecho natural y dignidad humana.


— R. Bubner, Polis y Estado.
— M. Fuhrmann, Las poéticas de la Antigüedad.
— P. Szondi, Teoría del drama moderno. Ensayo sobre lo
trágico.
— W. B. Stanford, El tema de Ulises.
— I. López, Alejo Carpentier. La poética del Mediterráneo
Caribe.

Textos

— Hesíodo, Teogonía. (Ed. bilingüe)


— Heródoto, Historia. Libro 1. (Ed. bilingüe).
— Sófocles, Electro. (Ed. bilingüe).
— Aristóteles, Poética. (Ed. bilingüe).
— Horacio, Arte poética. (Ed. bilingüe).
— Longino, De lo sublime. (Ed. bilingüe).
— M. Bandello, Novelas.
— Calderón, El mayor encanto, amor. Los encantos de la
culpa.
— Boileau, El arte poética y otras sátiras. (Ed. bilingüe).
— F. Schiller, Lo Sublime (De lo Sublime y sobre lo Subli-
me). (Ed. bilingüe).
— J. Lezama Lima, Estética y Poética.
— De poética. Textos en castellano. Siglos xviii y XIX.

También podría gustarte