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Cuentos Infantiles

15 DE FEBRERO DE 2024
Editorial sofía mabres s.l.
Calle 123 Dr. Ningún Tampoco
Editorial Sofía Mabres S.L.

INDICE:
LA CIGÜEÑA MARÍA......................................................................2
UGA LA TORTUGA.......................................................................11
EL PATITO FEO.............................................................................16
EL OREJÓN..................................................................................22
FIN.............................................................................................. 26
EL VOLCÁN ENFADADO...............................................................27
PABLO PROTESTA Y PROTESTA....................................................30
FIN.............................................................................................. 32
Colección Cuentos Infantiles

La cigüeña María

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Editorial Sofía Mabres S.L.

Érase una vez una joven, pero valiente cigüeña que, pese a su
juventud, se aventuró a emprender un largo viaje y cumplir con
su primera tarea, llevar a una preciosa niña a los brazos de
su mamá.

Preparó
todo
para
tan

atrevida aventura, y una mañana empezó un largo camino


desde los cálidos vientos del sur hacia los fríos de las estepas
rusas. Vivió toda clase de aventuras, le
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sorprendieron tormentas, nieves e incluso un feroz ataque de


un águila que, confundida, no llegó a comprender la hermosa
labor que había comenzado la joven cigüeña.

Pese a todo, y ya malherida y tiritando de frío, vio las heladas


aguas del río
Volga, y en
vertiginoso
descenso, puso
a la niña en el
dulce regazo de
un moisés que
pese a su
humildad, sería un cálido lugar donde mecerla y dejarla a los
cuidados de su mamá.

Tras un breve descanso, y sintiéndose en una tierra


extraña, emprendió el largo viaje de vuelta hacia su hogar,
una antigua torre donde en un hermoso nido le esperaba su
familia, la que se sentiría
orgullosa de a pesar de su
tierna juventud, haber

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terminado con éxito la bella labor para que las cigüeñas habían
sido creadas.

Así, repetidamente, cumpliría con otros viajes a alejadas partes


del mundo donde madres y padres esperaban la
deseada llegada de sus bebés. Se sentía orgullosa con la tarea
que la naturaleza le había concedido, aunque con tristeza
escuchaba a veces las viejas historias que cigüeñas más
experimentadas contaban de bebés que no siempre eran felices
en los lugares donde con tanta ilusión los habían dejado.

En la pequeña aldea de
la estepa, y en su
camita de madera se
encontraba nuestra
hermosa bebé
Tania. Ya había
mucho tiempo que
nuestra amiga la
cigüeña María la
trajo, pero sus ojos estaban tristes y, junto al frío, empezó a
darse cuenta de que no tenía una buena mamá.
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Pasaron varios años y su vida no cambiaba. Estaba abandonada


la mayoría de los días y apenas su vieja vecina Ivana, por
lástima, le daba algún cariño y mimo, así como la poca comida
que alimentaba su frágil cuerpecito.

Un día, creyendo que en un vaso había leche, se lo tomó, pero


el vaso contenía pintura, y el pequeño cuerpo de Tania se
enfermó. Por suerte se curó. Y para que no estuviera más
solita, la llevaron a un orfanato donde la cuidarían junto a otros
niños y niñas que no
tenían a sus papás y
mamás. Allí tuvo a sus
primeros amigos, y
empezó a veces a reír,
pero ella lo que quería
era tener un papá y una
mamá.

Cuando cumplió cuatro años, una familia que deseaba tener


una hija vino a verla. Después de jugar con ellos los besó y,
por primera vez, sus pequeños y sonrosados labios dijeron las
bellas palabras papi y mami. Un día salió radiante del orfanato

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y después de un largo viaje, igual como el que en su día hizo la


cigüeña María, fue feliz en una hermosa casa, llena de
muñecos, juguetes, y del amor de su papá y mamá.

La sonrisa de su carita y la alegría de sus ojitos expresaban a


todos su felicidad.
Ya no sintió más
frío, y el sol del sur
la acariciaba, las
flores reían de
felicidad a su paso,
y todos los
animalitos del
parque
cantaban canciones
de amor y felicidad.
Tania ya no lloraría
más de soledad. Un día ocurrió algo maravilloso. Paseaba
Tania con sus padres por el bosque y encontró a la ya vieja
cigüeña María.
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La llamó y le dijo que la llevara otra vez en sus alas. También


le pidió si podría ponerla dentro del vientre de su madre, que lo
acariciara su papá, y así ella sería de nuevo un bebé, tendría la
dulce leche del pecho de su mamá, crecería, y viviría en el
mundo de felicidad que a todos los niños les corresponden.
La cigüeña María, sorprendida, la escuchó atentamente.

Y después de pensar un momento le dijo: 'Tania, Dios escribió


tu destino, lo que será tu
vida, y para eso se valió de
una apasionada y joven
cigüeña, de un largo y
alocado viaje, de una mamá
y papá que desde la
distancia te buscaban, y así
en su infinito amor. Levantó
con mimbres de caricias y perfumes de rosa tu hogar, para
siempre, y Dios se siente feliz solamente con que por las
noches les dé las gracias por la vida y un minuto del día te
acuerdes de su eterno amor.

FIN

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Uga la tortuga
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- ¡Caramba, todo me sale mal!, se lamenta constantemente


Uga, la tortuga.
Y es que no es para
menos: siempre
llega tarde, es la
última en acabar sus
tareas, casi nunca
consigue premios a la
rapidez y, para colmo
es una dormilona.
- ¡Esto tiene que
cambiar!,- se propuso
un buen día, harta de
que sus compañeros del bosque le recriminaran por su poco
esfuerzo al realizar sus tareas.
Y es que había optado por no
intentar siquiera realizar
actividades tan sencillas como
amontonar hojitas secas caídas de
los árboles en otoño, o quitar
piedrecitas de camino hacia la
charca donde chapoteaban los
calurosos días de verano.
- ¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban
haciendo mis compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a
descansar.
- No es una gran idea - dijo una hormiguita -
Lo que verdaderamente cuenta no es hacer

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el trabajo en un tiempo récord; lo importante es acabarlo


realizándolo lo mejor que sabes, pues siempre te quedará la
recompensa de haberlo conseguido.
No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay
labores que requieren tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas
nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y siempre te quedarás
con la duda de si lo hubieras logrado alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y
vivir con la duda. La constancia y la perseverancia son buenas
aliadas para conseguir lo que nos proponemos; por ello yo te
aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de lo que
eres capaz.
- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo
que yo necesitaba: alguien que me ayudara a comprender el
valor del esfuerzo; te prometo que lo intentaré.
Pasaron unos días y Uga la
tortuga se esforzaba en sus
quehaceres.
Se sentía feliz consigo
misma pues cada día
conseguía lo poquito que
se proponía porque era
consciente de que había
hecho todo lo posible por
lograrlo.
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- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse


grandes e imposibles metas, sino acabar todas las pequeñas
tareas que contribuyen a lograr grandes fines.

FIN

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El Patito Feo
Colección Cuentos Infantiles

En una hermosa mañana de verano, los huevos que habían


empollado la mamá Pata empezaban a romperse, uno a uno.
Los patitos fueron saliendo poquito a poco, llenando de
felicidad a los papás y a sus amigos. Estaban tan contentos que
casi no se dieron cuenta de que un huevo, el más grande de
todos, aún permanecía intacto.

Todos, incluso los patitos recién


nacidos, concentraron su
atención en el huevo para ver
cuándo se rompería. Al cabo de
algunos minutos, el huevo
empezó a moverse. Pronto se
pudo ver el pico, luego el
cuerpo, y las patas del sonriente
pato. Era el más grande, y para
sorpresa de todos, muy distinto de los demás. Y como era
diferente todos empezaron a llamarle el Patito Feo.

La mamá Pata, avergonzada por haber tenido un patito tan feo,


le apartó con el ala mientras daba atención a los otros
patitos. El patito feo empezó a darse cuenta de que allí no le
querían. Y a medida que crecía, se quedaba aún más feo, y

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tenía que soportar las burlas de todos. Entonces, en la mañana


siguiente, muy temprano, el patito decidió irse de la granja.

Triste y solo, el patito siguió un camino por el


bosque hasta llegar a otra granja. Allí, una vieja
granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el
patito creyó que había encontrado a alguien que le
quería. Pero, al cabo de algunos días, él se dio cuenta
de que la vieja era mala y solo quería engordarle
para transformarlo en un segundo plato. El patito feo salió
corriendo como pudo de allí.

El invierno había llegado, y con él, el frío, el hambre y la


persecución de los cazadores para el patito feo. Lo pasó muy
mal. Pero sobrevivió hasta la llegada de la primavera. Los días
pasaron a ser más calurosos y llenos de colores. Y el patito
empezó a animarse otra vez.

Un día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas


que jamás había visto. ¡Eran cisnes! Y eran elegantes,
delicadas y se movían como
verdaderas bailarinas, por el agua.
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El patito, aún acomplejado por la figura y la torpeza que tenía,


se acercó a una de ellas y le preguntó si podía bañarse también
en el estanque.

Y uno de los cisnes le contestó:

- Pues, ¡claro que sí! Eres uno de los nuestros.

Y le dijo el patito:

- ¿Cómo que soy uno de los vuestros? Yo soy feo y torpe, todo
lo contrario de vosotros. Vosotros son elegantes y vuestras
plumas brillan con los rayos del sol.

Y ellos le dijeron:

- Entonces, mira tú reflejo en el agua del


estanque y verás como no te engañamos.

El patito se miró y lo que vio le dejó sin


habla. ¡Había crecido y se había
transformado en un precioso cisne! Y en
este momento, él supo que jamás había sido feo. Él no era un

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pato sino un cisne. Y así, el nuevo cisne se unió a los demás y


vivió feliz para siempre.

FIN
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El orejón.
Era su segundo día de clase. Henry se sentó en el primer
pupitre del aula, al lado de la ventana, como le recomendó
su mamá. La profesora entró en clase y les dijo:

- Buenos días. Hoy vamos a estudiar algunos animales.


Comenzaremos con el asno, ese animal tan útil a la
humanidad, fuerte, de largas orejas, y...

La profesora no había terminado de explicar cuando una


voz la interrumpió desde atrás del salón.

- ¡De orejas largas como Henry!

Muchos niños comenzaron a reír ruidosamente y


miraban a Henry.

- ¿Quién dijo eso?, preguntó la profesora, aunque


sabía bien quién lo había dicho.

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- Fue Quique, dijo una niña señalando a


su lado a un pequeñín pecoso de cinco
años.

- Niños, niños, dijo Mily con voz


enérgica y poniendo cara de enojo. No
deben burlarse de los demás. Eso no está bien y no lo voy a
permitir en mi salón.

Todos guardaron silencio, pero se oían algunas risitas.

Un rato después una pelota de papel golpeó la cabeza de


Henry. Al voltear no vio quién se la había lanzado y
nuevamente algunos se reían de él. Decidió no hacer caso a
las burlas y continuó mirando las láminas de animales que
mostraba Mily. Estaba muy triste pero no lloró.

En el recreo Henry abrió su lonchera y comenzó a comerse el


delicioso bocadillo que su mamá le había preparado. Dos niños
que estaban cerca le gritaron:

- Orejón, oye orejón, no comas tanto que va a salirte cola


como un asno, y echaron a reír.
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Otros niños a su alrededor lo miraron y tocando sus propias


orejas, sonreían y murmuraban. Henry entendió por primera
vez, que de verdad había nacido con sus orejas un poco
más grandes. 'Como su abuelo Manuel', le había oído decir a
su papá una vez.

De pronto se escucharon gritos desde el salón de música, del


cual salía mucho humo. Henry se
acercó y vio a varios niños
encerrados sin poder salir, pues algún
niño travieso había colocado un palo
de escoba en los cerrojos. A través
de los vidrios se veían los rostros de
los pequeños llorando, gritando y
muy asustados. Dentro algo se estaba
quemando y las llamas crecían.

Los profesores no se habían dado cuenta del peligro, y


ninguno de los niños se atrevía a hacer nada. Henry, sin
dudarlo un segundo, dejó su lonchera y corrió hacia la puerta
del salón y a pesar del humo y del calor que salía, agarró la

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escoba y la jaló con fuerza. Los niños salieron de prisa y


todos se pusieron a salvo.

Henry se quedó como un héroe. Todos elogiaron su valor.


Los niños que se habían burlado de él estaban apenados.

En casa, Henry contó todo lo sucedido a su familia, por lo que


todos estaban orgullosos de él. Al día siguiente, ningún niño
se burló de Henry. Habían entendido que los defectos físicos
eran solo aparentes, pero en cambio el valor de Henry al salvar
a sus compañeros era más valioso y digno de admirar.

FIN
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El volcán enfadado
Las olas del mar arrastraron a la piedra blanca a esa playa.

Era una piedra muy hermosa, blanca y reluciente. Cuando


amaneció descubrió que estaba en un entorno
oscuro, rodeado de grandes piedras negras,
pero no le importó demasiado.

Estaba feliz, dejándose acariciar por las


olas del mar cuando escuchó a su
espalda:

- ¿Qué hace esa aquí?

La piedra blanca se volvió y vio allí una gran piedra negra


que la miraba muy enfadada.

- ¿Se puede saber qué haces en nuestra isla? Aquí no hay lugar
para piedras como tú - le espetó.

- ¿Acaso no lo ves? - le dijo señalando a su


alrededor.

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Y observó como todas las demás piedras asentían y la miraban


con cara de pocos amigos.

- ¿Qué os molesta que esté aquí? - dijo, con valor. - No os he


hecho mal a ninguna.

- ¡No te queremos aquí! ¿Es que no lo entiendes? ¡Fuera! -


gritaron amenazándola.

Cerca de allí el volcán de la isla, que estaba presenciando todo,


bramó con fuerza:

- ¡Yo soy vuestro padre! ¡Jamás os he enseñado eso!

- ¿Acaso pensáis que por ser de diferente color no siente como


vosotras? - continuó el volcán enfadado por la actitud de sus
hijos.

- Entre vosotros
hay piedras
grandes,
gordas,
pequeñas, finas,
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con aristas y redondas. ¿Por qué no puede haber piedras


blancas?

Las piedras negras, pensativas, se fueron alejando por


diferentes lugares de la isla para reflexionar.

Esa misma tarde, el volcán echó por su cráter nuevas piedras, y


las recién nacidas, enseguida empezaron a jugar con la piedra
blanca sin importarles su color.

Al ver aquello, las piedras negras se dieron cuenta de que no


habían visto en su vida una blanca y, simplemente,
la repudiaron por ser diferente a ellas. Pesarosas por su
actitud, se acercaron a pedirla perdón.

Fin

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Pablo protesta y protesta.


Pablo siempre andaba aburrido. Había llegado el
verano y no sabía qué hacer con tanto tiempo
libre. De todo se cansaba. Si cogía el balón
tardaba menos de diez minutos en soltarlo. Si
montaba en bicicleta decía que se agotaba y que el
casco le daba calor. Si sacaba sus coches para echar
carreras con ellos protestaba porque éstos no
rodaban bien.

Y cuando jugaba con sus amiguitos o primos en el pueblo la


cosa no mejoraba. Pablo acababa discutiendo con
todos porque siempre quería que los demás hicieran lo
que él quería. Al final escuchaba las mismas palabras
de su mamá que sólo conseguían que le enfadarán aún
más: 'hay que compartir', 'cada uno debe mandar un ratito o
poneros todos de acuerdo', 'si no sabéis jugar juntos nos
vamos a casa'.
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El verano estaba siendo complicado para toda la


familia. Parecía que el mal humor se había instalado en
casa con ellos. Además, un día, Pablo se cayó de
los columpios por darse muy fuerte y se
rompió el tobillo. Lloró mucho y rápidamente
sus papás le llevaron al médico. Tuvieron que
ponerle una escayola que tendría que llevar
durante 15 días.

Parecía que el verano le quería poner cada vez


las cosas más difíciles. Pero, sin
embargo, no fue así. Al estar más
limitado en sus movimientos no le
quedó más remedio que pasar
muchas horas sentado a la
sombra viendo como sus amigos y primos corrían y jugaban. Y
fue entonces cuando utilizó su imaginación. En su cabeza se
inventaba grandes aventuras y empezó a leer muchos libros,
sobre todo de piratas, que eran sus favoritos. Ahora las horas sí
pasaban deprisa y le encantaba estar de vacaciones.

El momento favorito de Pablo era cuando


empezaba a caer la tarde y a refrescar.

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Editorial Sofía Mabres S.L.

Entonces, gracias a las herramientas que le había dado la


lectura empezaba a escribir sus propias aventuras y crear
sus propios cuentos. Éstos eran muy aplaudidos entre sus
amigos y Pablo empezó a estar siempre muy contento. Sin
duda, este había sido el mejor verano de su vida porque había
descubierto que de mayor quería ser escritor.

Fin
La rama quejumbrosa
Era un día tan caluroso que hasta las lagartijas y
los caracoles buscaban la sombra. Hacía tiempo que no llovía y
las ramas secas, abriéndose camino, salían de la tierra
agrietada.

— Estoy vieja y arrugada y ya no


sirvo para nada, — dijo una rama
quejumbrosa con voz temblorosa.

— ¿Por qué dices eso?, — preguntó


el caracol. Yo estoy encantado de
que me des sombra porque
me haces sentir bien.
Colección Cuentos Infantiles

Entonces, la rama seca miró sorprendida al caracol y no dijo


nada.

Al día siguiente la rama se volvió a quejar:

— Estoy pálida y muy seca, ¿quién me va a querer así?

— ¿Por qué dices eso?, — preguntó la lagartija. Con este calor


sofocante, — dijo, si tú no estuvieras aquí, yo no tendría
tu sombra, ¡qué suerte que estés tan cerca de mí!

Entonces la rama seca miró sorprendida a


la lagartija y no dijo nada.

Esa misma tarde, la rama quejumbrosa,


como ya era su costumbre sollozó
quejándose de nuevo:

— ¡Ay, pobre de mí!, ¿por qué sigo en este mundo si nadie se


acuerda de mí?

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Entonces mirándose la lagartija y el caracol, sin decir nada, se


marcharon a la sombra de otra rama que no se quejara
tanto.

Fin.

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