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EXILIO E IDENTIDAD EN LA ÚLTIMA DICTADURA ARGENTINA DESDE UNA MIRADA FILOSÓFICA.

El 14 de agosto de 1974, poco después de la muerte de Perón, asumió como ministro de


Educación Oscar Ivanissevisch, en reemplazo de Jorge Taiana. Se mantuvo en la cartera
durante un año, hasta el 11 de agosto de 1975.
El objetivo explícito de su misión era “eliminar el desorden” en la universidad y producir la
“depuración ideológica”. Durante ese período, se incrementaron las muertes y desapariciones,
así como las cesantías de docentes, estudiantes y personal de apoyo de las universidades
argentinas, y se sucedieron atentados contra quienes eran sospechados de sostener y difundir
ideas subversivas.
Así comenzó el vaciamiento de las universidades y el exilio de la razón. Muchos partieron
con rumbo a Europa, Estados Unidos o diversos países de América Latina –exilio exterior–;
otros se quedaron en el país separados de sus cargos o imposibilitados de acceder a la
universidad (ni como docentes, ni como graduados, ni como estudiantes) o a otros cargos
públicos –exilio interior–.

Son todavía pocos los trabajos que encaran el estudio de esta etapa del pensamiento argentino
desde la perspectiva de una historia de las ideas filosóficas que asuma la cuestión del exilio
como problema filosófico. Existen, no obstante, numerosas investigaciones sociohistóricas,
testimonios y otros antecedentes que han contribuido en la articulación de experiencias que
dan cuenta de la situación de exiliado/a.

En este sentido, se intenta realizar una distinción entre “exilio externo” y “exilio interior”.
Aunque en ambos casos se trata de situaciones de ruptura, distanciamiento de la propia
sociedad y sobrevivencia, sin embargo, se trata de experiencias diferentes.
Apelamos a algunos casos que valen como ejemplos que permiten adentrarnos en la
comprensión de tales diferencias, así como en lo que tuvieron en común.
Para el caso del exilio exterior, atendemos a la divergencia entre Enrique Dussel y Arturo
Andrés Roig en el marco de la Filosofía de la liberación, la cual se aprecia en sus respectivas
presentaciones en el Primer Coloquio Nacional de Filosofía, realizado en la Ciudad de
Morelia, México, en 1975. Divergencias que también permiten visualizar la fecundidad de
sus planteos.
Para el caso del exilio interior, repasamos tres experiencias que permiten arriesgar la tesis
de que, a pesar del silencio impuesto por la Junta Militar, la soledad y el vacío de los que
partieron fue posible convertir el desarraigo en el propio lugar en algo creativo y generar una
resistencia poblada de voces.
EXILIO EXTERIOR
Se ha conceptualizado el exilio como “separación de una persona de la tierra en que vive”
(RAE), sin embargo, el prefijo ex indica expulsión del propio país, temporaria o definitiva,
forzada o voluntaria, por motivos políticos, religiosos, ideológicos, socioeconómicos,
ambientales o de supervivencia. Los regímenes políticos dictatoriales, cualquiera sea su signo
ideológico, usan el destierro como instrumento para castigar a disidentes y opositores reales,
potenciales o imaginarios. Aunque no parece riguroso hablar de “exilio interno”, este
comparte rasgos del exilio, pues se trata de un confinamiento de hecho dentro de las fronteras
nacionales, con fuertes restricciones, negaciones o pérdidas de derechos civiles, aislamiento,
exclusión, discriminación social y laboral, con lo que se provoca pérdida de la pertenencia, o
sea de la condición de miembro de una comunidad política –aún dentro de los límites
geográficos del país–. No podemos dejar de mencionar que existe también el “exilio de la
palabra”, en el sentido de que quien detenta el poder tiene la potestad de decidir cuál es la
palabra autorizada y cuál no lo es, ejerciendo la censura sobre lo que se puede decir y hacer
en el terreno de las manifestaciones culturales, la prensa, la educación, etc. La condición del
exiliado, dentro o fuera del país, es de extrema vulnerabilidad, aunque la distancia geográfica
abre un margen de libertad para la crítica, que llega a convertirse en el deber moral del
exiliado.
Ahora bien, además de la dimensión jurídica del exilio, cabe hablar de una dimensión
cultural, formativa, que sale a la superficie sobre la deconstrucción de la noción de Estado-
nación como institución reificada de la modernidad. La figura del exilio acompañó en el siglo
XIX los procesos de formación de los Estados modernos en los países de nuestra América.
Desde el exilio se produjeron no pocos discursos que contribuyeron a la conformación de las
identidades nacionales. En más de un caso esos discursos trazaron una frontera interior que
separó a los incluidos de los expulsados –“exiliados”– de la nacionalidad: el indio, el gaucho,
el cholo –recuérdese el Facundo de D. F. Sarmiento–; otros discursos manifestaban que la
construcción de la nación requería el reconocimiento de la diversidad interior –como en
Nuestra América de J. Martí, o en América Latina de Eugenio María de Hostos, o en
Iniciativa de la América de Francisco Bilbao–.
Ahora bien, el exilio argentino de los 70, supuso un ejercicio sistemático de la violencia de
Estado y, como contracara, una experiencia de desarraigo para quienes marcharon al exterior
y para quienes quedaron en un silencioso ostracismo interno.
El discurso filosófico del exilio maduró, desde el exterior, como denuncia de la violencia y
revisión crítica de las propias categorías de análisis filosófico, político y social. Desde el
interior, a pesar de la censura impuesta y la autocensura, el desplazamiento al margen de la
cultura oficial, la experiencia de orfandad y vagabundeo teórico, lejos de silenciar todas las
voces, provocó búsquedas, aperturas a la diferencia reprimida por la violencia uniformadora
de un ilícito Estado terrorista.
La época es descripta por Arturo Roig de la siguiente manera:

Al promediar la década del ’70 se abrió, para la vida intelectual argentina, una época de
alteración profunda. […] el gigantesco movimiento del exilio que en sucesivas oleadas se
fue produciendo en el Cono Sur, alcanzó a nuestro país de modo ya masivo entre los años
1973-1975 en adelante y casi hasta promediar el ’80. Todos estos hechos marcaron de
modo pronunciado la vida intelectual argentina, generando obstáculos, pero también
posibilidades en cuanto que, en más de un caso, se abrieron nuevos horizontes y fueron
posibles experiencias de integración hasta entonces insospechadas. El intelectual argentino,
encerrado en un ilusorio “europeísmo”, pudo descubrirse a sí mismo en esa debilidad suya
tan lamentablemente cultivada y fomentada. Hubo así mismo lo que podríamos llamar un
“exilio interno” que afectaría muchas veces de modo brutal todo desarrollo. (Roig, 1991,
pp. 98-99)
Quienes salieron al exilio [dice] dentro de esa línea teórica y política, fácilmente se
integraron en diversos sectores de nuestro continente suramericano. La historia de las ideas
recibió, además, un fuerte impulso desde la llamada Filosofía de la liberación, en la medida
en que se tomó conciencia de que la problemática de la dependencia latinoamericana
también pasa por el nivel ideológico, el que no puede ser escindido de otras facetas de
nuestra realidad económica y social. En líneas generales podríamos afirmar, sin pretender
desconocer lo realizado en otros sectores, que la producción relacionada con la historia de
las ideas alcanzó su máxima importancia durante el exilio y para los exiliados, en México,
en Venezuela, en Ecuador. (Roig, 1991, p. 101).

La realización del I Coloquio Nacional de Filosofía en la ciudad de Morelia, México, en


agosto de 1975, ofreció la posibilidad de abrir a toda América Latina los debates iniciados en
Argentina, al mismo tiempo que fue un escenario propicio para exponer las necesarias
reorientaciones de una filosofía que pretendía pensar la realidad latinoamericana desde ella
misma con intención liberadora. En esa ocasión, se produce la “Declaración de Morelia”,
firmada por Enrique D. Dussel, Francisco Miró-Quesada Cantuarias, Arturo Andrés Roig,
Abelardo Villegas y Leopoldo Zea. En ella se propone la elaboración de una filosofía que,
frente a la doctrina del destino manifiesto, exprese el derecho de todo pueblo a la libertad
como autodeterminación, rechazando las relaciones de dependencia a favor de una relación
horizontal de solidaridad entre hombres y pueblos. Ello implica, también, extender
universalmente las posibilidades y el temario de una Filosofía de la liberación.
(Declaración de Morelia, 1975).
Las diversas líneas de trabajo que se abren a partir del redimensionamiento y de los
replanteos de la Filosofía de la liberación pueden apreciarse en dos ponencias, de Enrique
Dussel y de Arturo Andrés Roig, que se presentaron en ocasión del Coloquio de Morelia.
El trabajo de Enrique Dussel, titulado “La filosofía de la liberación en la Argentina. Irrupción
de una nueva generación filosófica” (Dussel, 1975), busca caracterizar y ubicar
historiográficamente al movimiento filosófico en Argentina a comienzo de los 70, impulsado
por un grupo de pensadores y profesores universitarios que
La nueva generación de filósofos de la liberación se fue constituyendo durante la década de
los 60 y 70. Ellos plantean como problema fundamental la posibilidad o imposibilidad de una
filosofía concreta latinoamericana, ante una filosofía universalista, abstracta,
europeonorteamericana. Para esta generación, la cuestión filosófico-política es la siguiente:
no hay liberación nacional ante los imperios de turno sin liberación social de las clases
oprimidas. Esta opción –dice Dussel– le ha costado, a la mayoría de quienes integran esta
generación, sus cargos en las universidades argentinas, se trata de una generación “jugada”.
La filosofía como crítica y la persecución política del filósofo están unidas, sostiene el
filósofo mendocino.
La filosofía de la liberación pretende repensar toda la filosofía desde el Otro, el oprimido,
el pobre.

Con las generaciones anteriores a la que emerge en los 60, se habría alcanzado la
“normalización” de la filosofía en Argentina, conforme a pautas que remedan el ejercicio de
la profesión filosófica europeo-norteamericana. La nueva generación exige nuevas formas y
nuevas categorías para expresar sus inquietudes filosóficas. Una de estas categorías es la de
“exterioridad”. Pensar desde el Otro es pensar desde la “exterioridad” respecto de la filosofía
fomentada por las academias. Así, el filósofo argentino inicia su exilio del país con la
exigencia de pensar desde el “exilio de la filosofía”, esto es, desde los márgenes de la
filosofía institucionalizada. Su prolífera labor quedó plasmada en aquellos primeros años del
destierro en textos que dieron continuidad a los desarrollos ya iniciados de su ética de la
liberación latinoamericana.
La misión de la filosofía actual en América Latina consiste, pues, en la búsqueda de nuevos
conceptos integradores, expresados en nuevos símbolos, o en la resignificación crítica de los
que existen. Así, por ejemplo, es necesario desmontar el símbolo de “Calibán” que representa
al hombre cuyo anonimato se consumó desde categorías de integración paradójicamente
excluyentes: “civilización”, “espíritu”, “mundo occidental y cristiano”; y resignificarlo como
símbolo de esa fuerza que expresa lo nuevo dentro del proceso histórico –el indio, el negro, el
mestizo, el gaucho, el hombre humilde de los campos, el proletario, el cabecita negra–.

En el horizonte desde el cual Roig busca responder a la pregunta del ser, de quién es el ser
humano considera los problemas de la historicidad del hombre americano, como hombre. Es
decir, las personas que viven en América también son seres humanos. Razón por la cual se
distancia críticamente de los fundamentos del populismo, pues las categorías integradoras de
“pueblo” y de “ser nacional” niegan la alteridad o la deforma al entenderla como una
especificidad cultural absoluta. “Pueblo” oculta la heterogeneidad real, disimula la lucha de
clases, y posterga la liberación social pretextando la prioridad de la liberación nacional. “Ser
nacional” se funda en una heterogeneidad irreal que oculta la homogeneidad real. Ambas
aparecen como categorías de integración dentro de un discurso que tiende a cerrarse sobre sí
mismo, obturando la emergencia de la novedad histórica.
En síntesis, para Roig, el compromiso de la filosofía con su propia situación histórica exige
una reformulación de quién es el ser humano a partir de la historicidad del hombre y de la
filosofía.
Nuevas categorías y símbolos –o la reformulación de los existentes– son necesarios para la
comprensión y proyección del filosofar como liberación y de la historia de las ideas como
saber acerca del propio proceso histórico abierto a la irrupción de la novedad.
Los trabajos de Dussel y Roig, brevemente comentados, ponen de manifiesto que se trataba
de un pensamiento vivo, atento al acaecer histórico, capaz de nutrirse del diálogo crítico y de
la discusión de ideas, impulsado por la voluntad de transformación social en el sentido de
mayor justicia social y de liberación. Los desarrollos posteriores de ambos autores, como de
muchos de los que participaron de los debates iniciales de la Filosofía latinoamericana de la
Liberación, dan muestra de la diversidad y al mismo tiempo de la fecundidad de este ejercicio
crítico del pensar latinoamericano. Sus aportes contribuyeron a renovar en ejercicio de la
filosofía y de la historia de las ideas.

EXILIO INTERIOR

La cuestión del exilio interno es un tema de estudio pendiente para nuestra historia de las
ideas. Sin embargo, se pueden apuntar algunas posibles líneas de trabajo y proporcionar
algunos ejemplos que permitirían sostener la hipótesis de que desde la marginalidad cultural
–filosófica en este caso– el silencio estuvo poblado de voces.
Sin embargo, se pueden apuntar algunas posibles líneas de trabajo y proporcionar algunos
ejemplos que permitirían sostener la hipótesis de que desde la marginalidad cultural –
filosófica en este caso– el silencio estuvo poblado de voces. Entre las formas que puede
adoptar la separación de un individuo de su nación, Paul Ilie menciona la marginalidad y el
desplazamiento del centro, “vivir aparte [dice] es adherirse a nuevos valores que están
separados de los valores predominantes; aquel que percibe esta diferencia moral y que
responde a ella emocionalmente vive en exilio”. Desde esa experiencia de la marginalidad se
gestaron, de manera más o menos informal, grupos de estudio, reuniones de lectura con el
propósito de profundizar en la interpretación de los clásicos, pero también de interiorizarse de
las novedades del universo filosófico y de la propia tradición de pensamiento. Se habilitaba,
así, un fructífero diálogo entre recepción de la filosofía universal y producción propia.
Quienes participaron de dichos grupos coincidían en la búsqueda de anclajes teóricos, de
categorías para comprender una situación que se había vuelto extraña por el estallido de las
significaciones conocidas.
En su mayoría, estos grupos se formalizaron y manifestaron públicamente con la vuelta a la
democracia, durante el gobierno de Raúl Alfonsín (10 de diciembre de 1983-8 de julio de
1989). Así por ejemplo, quienes impulsaron la Asociación Argentina de Investigaciones
Éticas, fundada en Buenos Aires, en 1985, constituían un grupo de filósofos y filósofas que
buscaban abrir un espacio independiente para la discusión libre de cuestiones vinculadas a las
posibilidades de una vida mejor, fijándose como objetivo promover, realizar, apoyar y
difundir la investigación y el estudio de la ética y la filosofía práctica, manteniendo una
política amplia y pluralista, ubicándose en las antípodas de la dogmatización que había
ganado terreno en las cátedras universitarias durante la dictadura cívico-militar. Entre los
integrantes del grupo se cuentan Ricardo Maliandi, Graciela Fernández, María Luisa Pfeiffer,
Mario Heler, María Cristina Reigadas. En los primeros años de vida democrática llevaron
adelante proyectos de investigación, reuniones científicas y publicaciones que se proponían
pensar la situación crítica del país y del mundo en los 80, los problemas de la vida urbana, los
desafíos de la ética aplicada y la bioética ante las nuevas tecnologías, la situación de la niñez,
entre otros.
Otro es el caso de jóvenes, docentes e investigadores, que promueven la creación de la
Fundación ICALA (Intercambio Cultural Alemán Latinoamericano), que comenzó a
funcionar en Río Cuarto, desde 1983, como asociación científico-cultural sin fines de lucro,
hasta su formalización como Fundación en 1999. Dorando Michelini, Carlos Pérez Zavala y
Jutta Wester son los iniciadores de la Fundación, cuyos objetivos son promover la reflexión
sobre la realidad histórica y la cultura latinoamericana, incentivar el diálogo crítico acerca de
los valores de la sociedad contemporánea, promover la investigación, la realización de
actividades de formación, cursos, seminarios, reuniones de intercambio académico,
publicaciones. Desde 1993 organiza anualmente las Jornadas Internacionales
Interdisciplinarias, en cuyo marco se discuten problemas tales como: “Racionalidad y cultura
en el debate modernidad-posmodernidad” (1993), “Eficiencia y justicia social como desafío
para América Latina” (1994), “Identidad e integración multicultural” (1999). En 2003 se
debatió el tema “Libertad, solidaridad, liberación” en homenaje a los fundadores de la
Filosofía de la liberación, contando con la presencia de la mayoría de ellos. Fue ocasión
propicia para realizar un balance retrospectivo y proyectivo que se plasmó en el “Manifiesto
de Río Cuarto” y en la revista Erasmus, año V, n.º 1 / 2, 2003, que reproduce las ponencias
presentadas por los representantes de la Filosofía de la liberación allí reunidos.
La cátedra libre de Pensamiento Americano “Fray Francisco de Vitoria” se creó en Mendoza
en diciembre de 1979, por iniciativa de Armando Martínez (filósofo) y Félix Mariano Viera
(abogado) entre otros, que tomaron inspiración de las enseñanzas de Manuel Gonzalo Casas,
quien había impactado en su formación durante su paso por la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad Nacional de Cuyo. El propósito que animó la creación de esta cátedra libre
fue generar un ámbito de libertad, fuera del contexto universitario, que permitiera estudiar y
discutir problemas filosóficos, políticos, sociales de nuestra América con espíritu crítico y
pluralismo ideológico. Ese fue precisamente el sentido del término “libre” en su designación.
Sin lugar fijo de reunión, las sesiones de trabajo tenían lugar en casas particulares, en días y
horarios aleatorios. En 1983 comenzaron a ofrecerse algunos cursos y seminarios destinados
a un público amplio. Entre ellos, un seminario de análisis de la obra de Alejo Carpentier,
dictado por el Prof. Ph. D. Jorge Hidalgo, y un curso sobre el tema “El hombre americano
como problema”, que se organizó como resultado de investigaciones realizadas por un grupo
de trabajo integrado por Delia Albarracín, Alicia Ruiz y Adriana Arpini. Después de la
apertura democrática, se organizaron tres Seminarios Interdisciplinarios Latinoamericanos
(SILA), en 1985, 1987 y 1991, en forma conjunta con la Fundación Ecuménica de Cuyo y la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo. En el primero se trabajaron los
siguientes temas: “La cuestión de la dependencia: actualidad y perspectivas”, “Condiciones
políticas y económicas de la unidad latinoamericana”, “América Latina y el marco mundial
de poder”, “Participación social, proyecto político y democracia”, “Protagonismo popular y
proyectos culturales”, “Sociedad, estructura de poder y sistema educativo”. El segundo fue
convocado para tratar el tema general “Comunicación, sociedad y democracia” desde
diferentes puntos de vista: político, económico, cultural, de las nuevas tecnologías, y contó
con la presencia de especialistas como: Oscar Landi, Luciano Álvarez, Alcira Argumedo,
Carlos Altamirano, Aníbal Ford, entre otros. Esta actividad dio impulso a la creación de la
Carrera de Comunicación social en la FCPyS de la UNCuyo. En el año 1991, el tema de la
convocatoria fue: “Deuda, Estado y desarrollo: críticas y alternativas”, se debatieron los
problemas del desarrollo autónomo, las políticas de ajuste, la crisis del Estado y los modelos
de desarrollo. También en esta ocasión se contó con la presencia de especialistas como Paulo
Schilling de Brasil y el sociólogo paraguayo Tomás Palau.
Si bien son necesarios todavía muchos estudios monográficos específicos sobre el “exilio
interno” que permitan contar con un panorama más completo de las formas que adquirió el
quehacer filosófico alternativo, con perspectiva crítica y latinoamericana, en vista de lo
recorrido hasta el momento no resulta arriesgado afirmar que, de maneras más o menos
públicas o soterradas, se gestaron inquietudes que fueron madurando hasta alcanzar
consistencia y visibilización a medida que se fue reconquistando la vida democrática en el
país.
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