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Ansiosamente, los jóvenes soldados se agolparon para tratar de encontrar la lista que contenía

su nombre. Pavel era uno de los soldados que buscaba descubrir cuál sería su asignación para
el entrenamiento militar. ¿Dónde encontraría su nombre? No lo vio en la Infantería ni en la
Compañía de Cazadores de Montaña. No estaba en la división de tanques o con los tiradores.
Siguió escudriñando las largas y numerosas listas, y llegó a las fuerzas tácticas especiales. Su
nombre estaba bajo una fuerza especial conocida como “Genialidad”. La breve explicación
decía: “Esta fuerza especial será entrenada para trabajar detrás de las líneas enemigas,
proveyendo trampas explosivas, minas terrestres y demoliciones tácticas”. -Señor, yo no sé
cómo esto se adecúa a tu plan -oró Pavel silenciosamente, mientras se alejaba-. Ayúdame a
confiar en tu guía un día a la vez. El boletín de noticias de emergencias del Ministerio de
Agricultura llegó antes de que pudieran comenzar el entrenamiento. Una de las inundaciones
más grandes que se hubiese experimentado había dejado muchas de las grandes granjas del
Gobierno bajo el agua. Era otoño, y época de cosecha del maíz. Si los militares no podían
cosechar el maíz, no habría alimento al año siguiente. Todo entrenamiento se suspendió de
inmediato. Los soldados se organizaron en grupos, con el objetivo de ser enviados a las
diferentes granjas, dispersas por todo el país. El pelotón de Pavel se enteró de que sería
enviado a un campamento temporario cerca de Bucarest. Guando llegaron al campamento, al
lado de la granja, se les encogió el corazón. Delante de ellos había cientos de hectáreas de
maíz semisumergido en el agua, esperando ser cosechado. Los tallos parecían como si
crecieran dentro de un lago gigante. No había nada atractivo en la tarea. Estaban claramente
abrumados por la imposible tarea que los esperaba. Los hijos de los oficiales de alto rango, los
doctores y los profesores universitarios no estaban acostumbrados a tareas de este tipo. La
mayoría de ellos nunca había trabajado un día entero en toda su vida. A la mañana siguiente,
el campamento se oía como un coro gigantesco, particularmente adicto a la “melodía” de
quejas y rezongos. Tan lentamente como podían arrastrar sus pies por la tierra, se dirigieron
hacia el campo de maíz semisumergido en el agua. Su nuevo oficial a cargo era un teniente
mayor que tomaba su trabajo muy en serio, y no perdía mucho tiempo en que sus
cosechadores de maíz lo supieran. Cada soldado estaba ubicado frente a una larga hilera de
maíz. Las instrucciones eran simples, pero abrumadoras: meterse en el agua y tomar tanto
maíz como pudieran llevar a la carretilla, que esperaba al final de la hilera. Cuando aquella se
llenaba, debía ser llevada para descargarse en uno de los grandes remolques que estaban
ubicados al final del campo. El discurso terminó recordando a los cosechadores,
malhumorados, que se aseguraran de no dejar maíz en los tallos. Era una de las tareas más
miserables que Pavel hubiera realizado. El agua estancada había formado un olor
desagradable, al darle el sol de otoño. Al tratar de tomar el maíz, salían insectos y arañas que
huían en todas direcciones. Cada tanto, al tratar de tomar una mazorca, una serpiente se
escurría por entre sus manos. No llevó mucho tiempo a los jóvenes soldados darse cuenta de
que era más fácil arrojar el maíz a uno de sus amigos que llevarlo todo el trayecto hasta la
carretilla. Las primeras 51 —¿Por qué trabajas con tanto empeño? —¿No se supone que
trabaje duro? —Por supuesto que sí. Pero, he revisado repetidas veces tus hileras y no has
dejado ni una mazorca. Haces un trabajo perfecto, aunque no te estoy controlando. ¿Por qué
lo haces? -No estoy haciendo mi trabajo para usted, señor. Siempre hago mi tarea tan perfecta
como me es posible para agradar a Dios. -No puedo creerte -respondió el teniente,
trasluciendo igual incredulidad en su rostro. -No importa si usted me cree o no: esa es la razón
por la que trato de hacer una tarea perfecta -respondió Pavel, mientras el teniente se alejaba
sacudiendo su cabeza. Esa noche, sentados cerca de una fogata, el teniente llamó a sus
hombres a formarse enfrente de él. Intentar motivar a soldados jóvenes y haraganes no era
una tarea fácil. ¡Estaba enojado! -Mírenme, y escuchen atentamente -gritó-. ¡Goia! ¡Dé dos
pasos al frente! —ordenó el teniente. Pavel se adelantó. - ¿Ven a este soldado? Aunque no lo
controle, hace su tarea en forma perfecta. Tiene una conciencia. ¡Muchos de ustedes ni
siquiera saben qué es eso! Ustedes, manga de mocosos maleducados, hijos de generales, hijos
de la realeza, vástagos de doctores, nunca han trabajado ni un solo día de sus vidas. ¿Saben lo
que es la honestidad? ¿Saben lo que es la integridad? Me voy a ocupar de que paguen caro por
su excusa para trabajar, inútil y mala. No podrán recurrir a sus “papis” esta vez. ¡Y ahora
váyanse, antes de que los muela a golpes! -gritó el teniente. El viernes de mañana, el teniente
fue detrás de Pavel, solicitando sus servicios para una nueva tarea. -Mientras recoges tu hilera
hoy, quiero que prestes atención a quién hace su trabajo y quién no. -N o puedo hacer eso.
Tendrá que encontrar a otra persona -respondió Pavel con firmeza. - ¡Cómo te atreves a
decirme lo que vas, o no vas, a hacer! Yo soy el que decide eso -respondió el teniente,
indignado. -Creo que si se pusiera en mis zapatos lo entendería. Usted tiene una familia, así
que debe tener un corazón. Usted debe saber en qué posición me coloca. No puedo ser su
informante. Luego de una larga pausa, el teniente concedió: -Lo sé; yo tampoco querría
hacerlo. Pero, quiero que sepas desde ahora que no podrás dejar de trabajar el sábado. Tengo
la intención de ver que cumplas tu horario como cualquier otro. -Si usted lo desea, recogeré
dos hileras a la vez durante el resto de la cosecha. Pero, no me pida que trabaje el sábado. -O
dio tu religión, pero te admiro por ser tan firme y valiente, al mismo tiempo — dijo, pensativo,
el teniente. Pavel continuó orando, pidiendo sabiduría y coraje durante todo el día. Cada vez
que veía al teniente le repetía su pedido, pero la respuesta siempre era la misma. Estaba
decidido. Mientras trabajaba, volvía a recordar las muchas historias sobre la guía milagrosa de
Dios en la Biblia. Casi siempre, las historias más emocionantes eran sobre situaciones justo
como esa: IMPOSIBLES. Resolvió permanecer fiel, sin importar cuál fuera el costo. El viernes de
tarde, mientras Pavel terminaba su comida, vio al teniente parándose para irse. Fue hasta
donde estaba, y le dijo: —Tengo que hablar con usted. -No, no voy a escuchar más sobre tu
tonta religión -respondió, mientras continuaba caminando en la dirección opuesta. Pavel se
apresuró y se adelantó, poniéndose en su camino. —Voy a hablar con usted esta noche. No iré
a dormir hasta que lo haga. -Date la vuelta y vete. ¡Es una orden! —No me iré. Tendrá que
ponerme en la cárcel, y si tengo que ir a la cárcel, está bien; pero no me iré hasta que hable
con usted. -Joven, estás loco. ¡Tienes que haber perdido la cabeza! No podemos hablar aquí,
donde otros pueden escucharnos. Vayamos afuera -dijo, haciendo un ademán para que Pavel
se dirigiera a la puerta de salida. Deteniéndose en un lugar apartado, el teniente preguntó con
impaciencia: -Ahora, ¿qué es lo que quieres? —Veo que no me relevará de mi trabajo por la
bondad de su corazón, así que le diré cómo será. —No vas a decirme cómo será: ¡ese es mi
trabajo! Yo soy quien está al mando aquí, ¡no tú! No voy a comenzar a cumplir órdenes de un
chico punk de 18 años. ¿Está eso claro? Tan decidido como siempre, Pavel continuó con su
apelación: -Esta vez, yo le diré a usted cómo será. Usted tiene dos opciones: puede dejarme
seguir mis convicciones sabiendo que hizo algo bueno, o puede ordenarme trabajar. Pero,
usted sabe que no voy a trabajar; y, como su orden será frente a otros soldados, tendrá que
enviarme a la prisión. En consecuencia, arruinará mi vida para siempre. En cualquier caso, no
trabajaré -declaró Pavel con determinación. - ¿Te has vuelto loco? En tiempos de guerra te
fusilaría en el acto por insubordinación —gritó el oficial. -Mire, usted tiene un arma; puede
dispararme ahora mismo. Pero, no trabajaré mañana -dijo Pavel con resolución, mientras
miraba al oficial a los ojos. - ¿Hablas en serio? ¿Morirías por tu fe? -preguntó el oficial,
asombrado. -Sí -afirmó Pavel con firmeza. Sin hacer ninguna pausa, prosiguió: -Escuche por un
par de minutos más. Quiero contarle una historia. Mudo de asombro, el oficial escuchó a Pavel
comenzar su historia: -Cuando yo era chico, decidimos construir una iglesia en mi pueblo natal.
Usted sabe que es ilegal construir una iglesia sin un permiso; también, que nunca se dará
permiso para construir una iglesia, por mucho que se espere. Así que, decidimos seguir
adelante sin un permiso, construyendo la iglesia de noche, en silencio. Advirtiendo que todavía
tenía la atención del teniente, Pavel continuó: -Los miembros se dividieron en grupos de 25,
trabajando en forma rotativa. En la noche que debíamos trabajar, llegábamos un poco antes
de las 11, para que nuestros ojos estuvieran acostumbrados a la oscuridad cuando fuera hora
de comenzar. Trabajábamos toda la noche hasta las 5 de la mañana siguiente. No usamos
herramientas eléctricas, martillos ni cualquier otra cosa que causara sospecha. Era lento y
tedioso, amarrábamos todo a mano con largos tomillos. Luego de tres meses, la mayoría de las
paredes estaba levantada. El teniente permaneció quieto, mientras Pavel continuaba su
historia: —Alguien avisó a la policía sobre nuestro proyecto de construcción de la iglesia. A la
siguiente noche, llegaron al portón cerrado con llave, demandando entrar; pero no tenían una
orden de allanamiento. “Mientras se fueron para obtener la orden, alentamos a nuestro pastor
a que escapara mientras pudiera. Sabíamos que no lo volveríamos a ver, si se quedaba.
Entendiendo que teníamos razón, se escabulló en la oscuridad. “En pocos minutos, con la
orden de allanamiento en la mano, los oficiales de policía cortaron el candado de nuestro
portón e ingresaron, demandando saber quién estaba a cargo del proyecto. Mi padre se
adelantó, diciendo que él era el encargado. Pero enseguida otro se adelantó, diciendo que él lo
era; luego, otro y otro. Para frustración de la policía, los 25 que estaban presentes se
declararon como responsables por el proyecto. ¿Cuántos líderes tienen?’, preguntó el oficial
de policía. ‘Somos todos iguales’, respondieron. ‘¡Están todos locos, manga de tontos!’, gritó el
oficial. “Entonces, mi padre fue llevado al cuartel de la policía. El mayor, el jefe de la policía, y
el jefe de la policía del servicio secreto lo llevaron a la sala de interrogatorios. Por varias horas
golpearon sus puños en la mesa, gritando que la construcción debía detenerse
inmediatamente. Mi padre se negó repetidamente. Con sus rostros enrojecidos, amenazaron:
‘Enviaremos motoniveladoras y demoleremos las paredes’. “Mi padre les informó que eran
270 miembros de iglesia; la mayoría, con familias. Si las motoniveladoras iban, ellos traerían a
sus esposas e hijos, y se pararían unidos enfrente del edificio. Si iban a demoler el edificio,
tendrían que pasar por encima de los cuerpos de mujeres y niños. “Cada vez más enojados,
gritaron: ‘Entonces los mataremos, uno por uno’. ‘Adelante. Es mejor morir por Dios que vivir
sin él. Si comienzan a matarnos, iremos a los mercados y comenzaremos a predicar. Pronto
seremos 2 mil, miembros en vez de 270’. ‘Usted está loco, completamente mal de la cabeza’,
gritaron los oficiales en un arranque de ira. “‘Quizá lo estamos, a su parecer. Pero, la sabiduría
de Dios es locura para el hombre; y la sabiduría del hombre es locura para Dios’, respondió
calmadamente mi padre. “La amenaza de golpear y matar a los miembros de iglesia no hizo
cambiar a mi padre en lo más mínimo el rumbo. Les informó que la iglesia es la niña de los ojos
de Dios, y que cualquiera que luche en contra de su iglesia está luchando en contra de Dios.
“Exasperado, el mayor hizo su declaración de cierre: ‘¡No tememos al Dios que ustedes
inventan! Cuando hayamos terminado con ustedes, veremos quién es Dios’, exclamó, mientras
se retiraba intempestivamente de la habitación”. Fijando sus ojos en el teniente, Pavel terminó
su historia: -En su regreso a casa desde la estación de policía, el mayor y otro alto oficial
murieron en un accidente automovilístico. Liberaron a mi padre sin hacerle daño, pues temían
por sus propias vidas. Los miembros de iglesia terminaron el templo y construyeron una casa
para el pastor, sin ninguna interferencia de las autoridades. “Por lo tanto, como usted ve, si
tengo que ir a la cárcel o morir, lo haré con gusto. Existe un Dios. Y si él me permite morir para
su gloria, lo haré. Así que, haga lo que usted elija. Mañana no trabajaré. No estoy tratando
deliberadamente de desobedecer sus órdenes; yo respeto su autoridad. Estoy dispuesto a
morir por mi país si es necesario, pero no quebrantaré ninguno de los Mandamientos de Dios
por nadie”. -N o sé qué decir -respondió el oficial, muy pensativamente te-. Si te dejo el día
libre para adorar a tu Dios, alguien puede reportarme, y perderé mi empleo y mi libertad. Lo
que pides es imposible, si quiero conservar mi trabajo. Pero, quizá tú puedas no trabajar y yo
no necesito enterarme. Déjame pensar al respecto -dijo, mientras se retiraba. A la mañana
siguiente, Pavel se despertó un poco más temprano de lo acostumbrado. Quería asegurarse de
tener la presencia de Dios con él, antes de enfrentar la prueba que seguramente vendría. Oró
pidiendo coraje y fortaleza para mantenerse sin ser intimidado. Con paz en su corazón, se
presentó a la formación con los otros soldados. -Cada uno párese enfrente de su hilera de maíz
-ordenó el teniente. Pavel lo miró sin moverse, como recordatorio de la conversación de la
noche anterior. Mientras los demás caminaban hacia sus hileras, el teniente le dijo en voz baja
a Pavel que fuera con él por uno o dos momentos. Pavel caminó en silencio hacia su hilera. -
Todos comiencen -ordenó. Todos comenzaron a trabajar. Pero, Pavel se mantuvo quieto
enfrente de su hilera. Mirando directamente a Pavel, repitió su orden: -Dije: “TODOS”. Pavel
supo que estaba siendo probado, para demostrar si realmente se mantendría firme en su fe.
Todos los ojos se volvieron, para mirar lo que sucedería a continuación. Como si hubiera
recordado de pronto una discusión previa, el oficial preguntó: -Ah, Pavel, ¿te acuerdas de lo
que te pedí que hicieras? No muy seguro de lo que pasaría a continuación, Pavel respondió: -
Creo que sí. Pero ¿por qué no me lo recuerda? —Te pedí que no trabajaras con el maíz hoy.
Quiero que me pongas al día mi papeleo, ¿recuerdas? Mientras Pavel se dirigía hacia el casino
de oficiales, sonrió. El teniente me ordenó no trabajar. Gracias, Padre, por una orden de no
trabajar en tu día santo, oró Pavel. El teniente llegó a la oficina. -N o tengo nada de papeleo,
así que, ¡fuera de aquí! Si los demás te ven dando vueltas por ahí, me reportarán. Solo vete.
Vete a algún lugar donde no te vean, como el bosque, y haz lo que sea que haces con tu Dios. -
N o puedo creer que haya dicho eso -musitó el teniente, mientras un soldado muy feliz se
escabullía hacia los árboles cercanos. Todo el día Pavel adoró a su Dios. Cantó sus himnos
favoritos con renovado entusiasmo. Había participado de maravillosos cultos en la iglesia, pero
de alguna manera Dios parecía más cerca que nunca en su santuario del bosque. Sin duda,
algún hijo de un oficial, descontento, hizo una llamada telefónica quejándose de la inequidad
de un teniente que había permitido a un soldado no trabajar los sábados, mientras el resto lo
hizo. Sin aviso, un nuevo oficial comandante reemplazó al teniente. Su nombre significaba
“zorro”, y resultó interesante que su nombre y su carácter fueran una coincidencia. Era astuto,
y no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que le faltaba mucha moral. No le importaba nada
ni nadie, incluyendo su país y el ejército, sino solamente en la medida en que lo beneficiara.
Pavel pudo entrever que razonar con este “zorro” no sería fácil. Supo que en una semana
estaría nuevamente en el mismo lugar que había estado un par de viernes de tarde antes.
Tratar de causar buena impresión en este oficial no era una tarea fácil. Decididamente, no
estaba interesado en el bienestar de ninguno de sus hombres. Ciertamente, quienquiera que
hubiera hecho el llamado al cuartel para pedir el reemplazo debió de haberse dado cuenta
enseguida de que las cosas habrían estado mejor como estaban antes. - ¡Pónganse a trabajar,
manga de brutos! Ustedes no son soldados. Mírense, ¡no son más que un montón de muías de
carga! Ustedes no le importan al ejército; de lo contrario, no estarían aquí, especímenes
humanos inútiles -gritó el nuevo teniente. ¡Qué introducción!, pensó Pavel. Y no era el único
que lo pensaba. Cada uno de los demás soldados lo habría cambiado de buena gana por el
primer oficial comandante. Ya de por sí era humillante haber escuchado este discurso de
iniciación al comienzo del día, pero continuó durante todo el día. Cuando consideraba que
había que hacer un énfasis adicional, añadía una o dos palabrotas. Todo lo que salía de su boca
era denigrante. Todo el día soportaron su acoso y maltrato constantes. Si algunos soldados
tenían esperanzas de que las cosas mejoraran al final del día de trabajo, estaban equivocados.
Ordenándoles que se ubicaran cerca de sus pertenencias, comenzó la siguiente fase de su
campaña. -Muéstrenme quién tiene buen alimento. Lo que ustedes tengan me pertenece.
Quiero sus galletitas, sus manzanas y naranjas, y cualquier otra cosa que me parezca buena.
Revolvió bolso por bolso, tomando cualquier cosa que le gustara. Era un grupo muy
desanimado de soldados el que fue a dormir esa noche. La vida se había vuelto más miserable
de lo que se habían imaginado. Ansiaban desesperadamente que el día siguiente trajera alguna
mejora. Al día siguiente, continuó el acoso. Las cosas no habían mejorado para nada. No
solamente los maldecía y los llamaba con todo mal nombre imaginable, sino también añadió a
su tortura un entretenimiento adicional. Quizás en un mal sueño, el “zorro” había decidido que
podía hacerles la vida más miserable si les tiraba cosas mientras trabajaban. Era ya
suficientemente malo ver que otro se comía tu manzana, pero era peor que el centro volara en
tu dirección, después. Para los soldados humillados que trataban de recoger maíz, esquivar
misiles de todo tipo hizo que ese día fuera muy largo. También era un error pensar que los
objetos que volaban en su dirección dejarían de hacerlo cuando la comida hubiera sido
consumida. Rodeado de maíz, el oficial ahora tomaba su propio maíz para arrojarlo al resto de
ellos. Ahora tenían que vadear el agua nauseabunda, con insectos y serpientes deslizándose
entre medio de ellos, y además tener como oficial comandante al individuo más odioso que
alguna vez hubiesen conocido. Agradarle era, simplemente, imposible Toda la semana Pavel
oró a Dios para que lo ayudara a saber qué hacer respecto del siguiente sábado. Parecía no
haber esperanzas de encontrar una solución con un individuo tan imposible. El viernes de
mañana Pavel se acercó al oficial, con el fin de presentar su pedido de un día de descanso y de
adoración. -Señor, he trabajado duro para usted toda la semana. He tratado de hacer el mejor
trabajo que he podido. Mañana es mi día para adorar a Dios. El pedido de Pavel fue truncado
por un oficial comandante muy antipático. -N o me importan tus ideas locas y tu día de
adoración. ¡Date la vuelta y vete de aquí! ¡Vuelve a trabajar ahora! -ordenó. Pavel se quedó
inmóvil durante unos momentos, esperando una oportunidad para explicar su posición. - ¿No
puedes oír? Dije que te dieras la vuelta y te fueras... ¡Ahora! No había ninguna duda de que la
conversación había terminado. Todo el día Pavel habló con Dios sobre qué debía hacer. El
viernes de noche, necesitó todo el coraje que pudo reunir para enfrentar a su nuevo teniente.
Ver a Pavel de pie enfrente a él no le agradó para nada. Apartándose, disgustado, gritó
enojado: —No me hable, soldado. Váyase de aquí. Calmadamente, Pavel respondió: -N o voy a
trabajar mañana. Si quiere arruinar mi vida, es libre de hacerlo; pero, no voy a trabajar. Toda
mi vida me ha ido bien en los estudios y he trabajado duro en mis empleos. Pero, no puedo ir
en contra de mi conciencia. Con gusto moriría por mi país si fuera necesario, pero quiero que
sepa que, sin importar cuánto me cueste, no voy a trabajar en el día que Dios dice que debo
descansar. -Sí, lo harás -ordenó-. ¡Ahora date la vuelta y vete! El tono de su voz indicaba que
hablaba muy en serio. Los primeros pensamientos que pasaron por la mente de Pavel a la
mañana siguiente fueron: -Señor, ayúdame a ser fiel a ti, sin importar lo que suceda. Llamando
a sus hombres a formación, el teniente comenzó sus tácticas diarias de intimidación. Sin poder
evitarlo, una vez más tuvieron que soportar el ser llamados estúpidos, brutos inútiles, como así
también algunos otros “nombres selectos”. Guando terminó, gritó: -Ahora, pónganse a
trabajar. Pavel se quedó quieto, mientras los demás soldados caminaban hacia sus hileras
asignadas. Viendo a Pavel parado inmóvil, el resto de los soldados dejó de caminar, mirando
primero a Pavel y luego al teniente. El teniente miró a Pavel con ojos que parecían echar
chispas. Nadie nunca había desobedecido una de sus órdenes anteriormente, y no dejaría que
eso sucediera ahora. Mirando directamente a Pavel, dijo: - ¿Por qué estás ahí parado? ¡Dije
que fueran a trabajar! Todos continuaban paralizados; todos los ojos esperaban ver qué
ocurriría a continuación. Pavel permaneció de pie, en calma, esperando que el oficial hiciera el
próximo movimiento. Luego de algunos momentos, el aturdido teniente ordenó: -Goia, ven
aquí. El resto de ustedes, vaya a trabajar, como les ordené. Respondiendo a la orden, caminó
en silencio esperando ver qué sucedería. Tan determinado como su joven soldado
insubordinado, el teniente continuó: -Vas a trabajar, ¡y es una orden! -No, no lo haré. Con
gusto sufriré por Dios, si tengo que hacerlo; aunque espero no tener que hacerlo -contestó
respetuosamente. —Ahora me doy cuenta de que o te has vuelto loco o eres un completo
idiota. ¿Por qué sufrirías por un Dios que ni siquiera existe? ¿Alguna vez viste a este Dios, del
que hablas tan tontamente? -preguntó el oficial. -No, pero hablo con él todos los días, y
muchas veces he oído que me habla, también -respondió Pavel. -Ahora sé que eres estúpido, al
decir que oyes hablar a un Dios que admites no haber visto nunca -dijo el oficial, mirándolo
con incredulidad Tratando de razonar con el oficial, Pavel arguyó: -Pensemos en esto por un
minuto. Si realmente no hay un Dios, usted no tendrá ningún problema al final de su vida. Por
otro lado, si hay un Dios y usted ha vivido toda su vida negando su existencia, usted estará en
grandes problemas. Pero, yo no tendré problemas de una u otra forma. -Sí, los tendrás.
Evidentemente, no has pensado sobre perder tu libertad. Veremos si todavía te sientes como
un ganador, luego de pasar algunos años en la cárcel -retrucó el oficial. -Señor, creo que
también está olvidando algo. Tarde o temprano, todos nosotros moriremos. ¿Cuán libre será
usted? -respondió Pavel. Sin esperar una respuesta, continuó: -Permítame contarle una
historia. -No tengo ganas de escuchar una de tus historias. He escuchado todo lo que quiero
escuchar de ti -respondió el teniente con impaciencia. -Toléreme por un par de minutos más, y
creo que podrá entender mejor mi posición. El teniente escuchó sin interés, mientras Pavel
volvía a narrar la historia de la construcción de la iglesia de su pueblo. En silencio, Pavel oraba
a fin de que Dios tocara el duro corazón de su oficial comandante. La historia terminó, una vez
más, con el puño cerrado del mayor en el aire, desafiando la existencia de Dios. El rostro del
oficial se estiró levemente, mientras escuchaba sobre la suerte del oficial de la ciudad.
Tratando de no parecer conmovido por el aparente acto de juicio en contra del mayor, dijo con
fuerza: -Si crees que tengo miedo a morir, estás equivocado. No tengo miedo. Vivo solamente
por un placer, que es divertirme de las demás personas; tu pequeña historia no ha cambiado
nada. -Bien, puede ser. Pero, espero que entienda que no es por mi ambición personal o mi
deseo de resistir sus órdenes que no puedo trabajar en sábado. Simplemente, no puedo, pues
mi conciencia no me lo permite. -Eres prácticamente la persona más estúpida que he conocido
-respondió el oficial. Luego de estudiar la sinceridad en d rostro de Pavel durante unos
momentos, añadió: -Pero no te voy a enviar a la cárcel. No me importas tú ni tu Dios. Solo me
importa de mí mismo. Enfrente de sus ojos, Pavel observó un corazón duro que se ablandaba.
¡Qué transformación impresionante! En silencio Pavel alabó a Dios, mientras el teniente
continuaba: -Así es como lo voy a hacer. Si alguien me reportara por no hacer trabajar a uno de
mis soldados, sería considerado un oficial débil e inferior. Cuando llegue el momento de mi
revisión de desempeño, con seguridad seré degradado. Pero, lo voy a manejar de esta manera:
cuando ordene trabajar, te asignaré la tarea de las compras en el pueblo. Pavel interrumpió: -
Espero que entienda que tampoco voy a hacer alguna compra. Es el día de Dios. - ¡Soldado
estúpido! Vete de aquí. Vete y haz lo que sea que tengas que hacer. Pero, no te olvides de
volver al final del día -dijo el oficial, sacudiendo su cabeza mientras se alejaba. Pavel no pudo
evitar cantar de alegría. Cambiar el corazón de este hombre, indudablemente, había sido una
tarea más difícil que mantener abiertas las aguas del M ar Rojo para el pueblo de Israel. Su
adoración comenzó mucho antes de llegar a las puertas de la iglesia. Todo el día sintió la
bendición del Cielo rodeándolo con una atmósfera de paz y de felicidad. Acababa de ver a Dios
obrar otro milagro poderoso. Esa noche, cuando regresó al campamento, el oficial continuó
con su parte del plan. Cuando estaba seguro de que la mayoría de los soldados estaba
mirando, le dijo a Pavel que se acercara: —¿No compraste nada? ¿Estaban cerrados todos los
negocios hoy? —preguntó en voz alta. Pavel permaneció callado, mientras el oficial hablaba y
hablaba, inventando su historia en el momento. Su invento era una coartada perfecta, porque
los negocios cerrados eran algo muy común. La mayoría del tiempo no había nada en los
estantes para comprar; en consecuencia, los negocios cerraban, hasta que tuvieran algo en los
estantes para ofrecer. Luego de algunos minutos, el oficial terminó su elocuente discurso con: -
Quizá la semana que viene los negocios estén abiertos. El lunes de mañana, el teniente llamó a
Pavel aparte y le indicó que no volviera a asistir a la iglesia en su uniforme militar. Alguien
había informado a los oficiales en el cuartel general sobre un joven soldado que había asistido
a la iglesia, en lugar de reportarse a trabajar. Su pequeño plan sería sin duda descubierto, si
alguna vez volvía con su uniforme. Teniendo un interés compartido en su secreto, Pavel le
aseguró que sería cuidadoso de no cometer el mismo error otra vez. Toda la semana Pavel
trabajó con un corazón aliviado, sabiendo que no tenía que preocuparse en lo más mínimo por
el próximo sábado. Según lo que habían escuchado los demás soldados, se le había encargado
ir al pueblo. Trabajar en medio del lodo y el agua sucia, llena de insectos y serpientes, era el
doble de malo que había parecido al principio. Pavel sabía que Dios lo estaba bendiciendo, en
su deseo de ponerlo en primer lugar. Al encaminarse al pueblo el siguiente sábado, Pavel supo
que sería su última oportunidad de asistir a la iglesia. El mes de trabajo de campo había llegado
a su fin. Pensativo, revivió cada una de las maneras en que Dios lo había bendecido durante las
últimas cuatro semanas. No solo se lo había exceptuado de trabajar cada sábado, sino también
había podido asistir a la iglesia, y adorar junto con otros que amaban y servían a Dios.
Realmente esto no era un milagro menor, mientras se estaba en el ejército comunista de
Rumania. Me pregunto con qué me enfrentaré cuando vuelva a la guarnición, pensó Pavel,
mientras regresaba al campamento.

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