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CHARLES BUKOSWSKI

“MAJA THURUP”

Había tenido un amplio eco en la prensa y la televisión y la señora iba a escribir un libro contándolo todo. El
nombre de la señora era Hester Adams, dos veces divorciada y con dos hijos. Tenía 35 años y uno
imaginaba que éste iba a ser su último vuelo. Las arrugas iban apareciendo, los pechos iban cayéndose, los
tobillos gruesos, se notaba la celulitis en los muslos, los michelines. América había establecido que la
belleza sólo residía en la juventud, especialmente en las hembras. Pero Hester Adams tenía la oscura
belleza de la frustración y la esperanza perdida; todo ello se arrastraba por su ser, todas las ilusiones
perdidas, y le daban un algo sexual, como una mujer marchita, furiosa y desesperada sentada en un bar
lleno de hombres. Hester había mirado a su alrededor, había visto pocos signos de ayuda en el macho
americano, y se había subido a un avión rumbo a Sudamérica. Se había adentrado en la jungla con su
cámara, su máquina de escribir portátil, sus gruesos tobillos y su piel blanca, y se había liado con un caníbal,
un caníbal negro: Maja Thurup. Maja Thurup tenía una cara digna de ser observada; parecía estar escrita
con miles de resacas y tragedias. Y era verdad --había tenido miles de resacas--, y las tragedias le venían
siempre por el mismo motivo: Maja Thurup estaba muy colgado, inmensamente colgado, e increíblemente
sexuado. Ninguna mujer del poblado le aceptaba. Encima había reventado a dos chicas con su aparato. A
una la había tomado por delante y a otra por detrás. Lo mismo dio.
Maja era un hombre solitario y bebía y rumiaba su soledad hasta que Hester Adams llegó con un
guía, con su piel blanca y su cámara. Después de las presentaciones formales y unos cuantos tragos al lado
del fuego, Hester había entrado en la choza de Maja y allí había recibido todo lo que él podía darle y aún
había pedido más. Era un milagro para los dos, así que se casaron en una ceremonia tribal que duró tres
días, durante la cual fueron asados y consumidos algunos prisioneros de una tribu enemiga, entre danzas,
encantamientos y borracheras. Fue después de la ceremonia, al evaporarse la resaca general, cuando
empezaron los problemas. El brujo, habiéndose dado cuenta de que Hester no había probado la carne de los
enemigos asados (guarnecidos con piñas, aceitunas y nueces) anunció a todo el mundo que ella no era una
diosa blanca, sino una hija del dios del mal, Ritikan (hacía siglos, Ritikan había sido expulsado del cielo de la
tribu por su negativa a comer otra cosa que no fuesen vegetales, frutas y nueces). Este anuncio causó gran
impresión y furor en la tribu, y dos amigos de Maja Thurup fueron inmediatamente ajusticiados por haberse
atrevido a sugerir que el hecho de que Hester hubiese podido albergar todo el aparato de Maja ya era de por
sí un milagro, y que por tanto no necesitaba ingerir otras formas de carne humana --al menos,
temporalmente--.
Hester y Maja huyeron a América, a North Hollywood para ser precisos, y Hester comenzó los
procedimientos para convertir a Maja Thurup en ciudadano norteamericano. Como profesora improvisada,
Hester se dispuso a instruir a Maja en el uso de vestidos, en el idioma, la cerveza y los vinos californianos, la
televisión y los alimentos comprados en el supermercado de la esquina. Maja no sólo veía la televisión, sino
que incluso apareció en ella con Hester y declararon su amor ante millones de espectadores. Luego
volvieron a su apartamento de North Hollywood e hicieron el amor. Después de eso, Maja se quedó sentado
en medio del salón con su gramática, bebiendo cerveza y vino, entonando cantos nativos y tocando el
bongo. Hester trabajaba en el libro sobre Maja y ella. Un gran editor lo estaba esperando. Todo lo que
Hester tenía que hacer era ponerlo en solfa. Era fácil.
Una mañana yo estaba en la cama, eran alrededor de las ocho. El día anterior había perdido 40
dólares en Santa Anita, mi cuenta en el Banco Federal de California estaba quedándose peligrosamente
baja, y no había escrito una historia decente en un mes. Sonó el teléfono. Me desperté, gargajeé, tosí y lo
descolgué.
--¿Chinaski?
--¿Sí?
--Soy Dan Hudson.
Dan llevaba la revista Flare de Chicago. Pagaba bien. Era el editor y director.
--Hola, Dan, madrecita.
--Mira, tengo una cosa justo para ti.
--Claro, Dan. ¿Qué es?
--Quiero que entrevistes a esta perra que se ha casado con un caníbal. Pon mucho sexo. Mezcla el
amor con el horror, ¿comprendes?
--Comprendo. Lo he estado haciendo toda mi vida.
--Hay 500 dólares para ti si lo tienes listo antes del día 27.
--Dan, por 500 dólares soy capaz de convertir a Burt Reynolds en una lesbiana.

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Dan me dio la dirección y el número de teléfono. Me levanté, me eché agua por la cara, tomé dos
Alka-Seltzers, abrí una botella de cerveza y telefoneé a Hester Adams. Le dije que quería publicar su
relación con Maja Thurup como una de las grandes historias de amor del siglo XX. Para los lectores de la
revista Flare. Le aseguré que el artículo ayudaría a Maja a obtener una ciudadanía norteamericana. Ella
accedió a una entrevista a la una de la tarde.

Era un apartamento en un tercer piso. Ella abrió la puerta. Maja estaba sentado en el suelo con su
bongo, bebiendo un oporto barato directamente de la botella. Estaba descalzo, vestido con unos gruesos
jeans y una camiseta blanca con bandas negras. Hester iba vestida del mismo modo. Me trajo una botella de
cerveza, yo saqué un cigarrillo del paquete que había sobre la mesita y comencé la entrevista.
--¿Cuándo conoció a Maja?
Hester me dio una fecha. También me dijo la hora y el lugar exactos.
--¿Cuándo empezó a tener sentimientos amorosos hacia Maja?
--Bueno --dijo Hester-- fue cuando...
--Ella amarme cuando le metí la cosa --la interrumpió Maja desde la alfombra.
--¿Ha aprendido el idioma muy deprisa, no?
--Sí, es muy brillante --dijo Hester. Maja cogió su botella y se tiró un buen trago.
--Le puse esta cosa en ella, ella decir, “¡Oh dios mío oh dios mío oh dios mío!”. ¡Ja, ja, ja, ja!
--Maja está maravillosamente dotado - dijo ella.
--Ella come también --dijo Maja--. Come bien. Garganta profunda. ¡Ja, ja, ja!
--Yo amé a Maja desde el principio --dijo Hester--. Fueron sus ojos, su cara... tan trágica. Y su
manera de andar. Él anda, bueno, anda como un tigre.
--Follar --dijo Maja-- nosotros follar, nosotros jodidamente follar follar follar. Me estoy quedando
cansado.
Maja se tiró otro trago. Me miró.
--Follar tu con ella. Yo estoy cansado. Ella gran túnel hambriento.
--Maja tiene un verdadero sentido del humor --dijo Hester--. Esa es otra de las cosas suyas que
adoro.
--Sólo una cosa tú adorar de mí --dijo Maja-- ser mi poste de teléfonos dispara-orina.
--Maja lleva bebiendo toda la mañana --dijo Hester-- tendrá que perdonarle.
--Quizá sea preferible que vuelva cuando él se sienta mejor --dije yo.
--Sí, creo que será lo más adecuado. Hester me citó a las dos de la tarde del día siguiente.

Todo iba bien. Necesitaba algunas fotografías. Conocía a un fotógrafo de oficio, Sam Jacoby, que
era bueno y me lo haría barato. Cuando volví lo llevé conmigo. Era un mediodía soleado con sólo una ligera
capa de smog. Subimos y llamé a la puerta. Nadie respondió. Llamé otra vez. Maja abrió la puerta.
--Hester no estar –dijo--, irse al almacén de comidas.
--Teníamos una cita para las dos en punto. Quisiera entrar y esperar.
Entramos y nos sentamos.
--Yo tocar tambores para vosotros --dijo Maja.
Tocó los tambores y entonó unos cantos de la jungla. Era bastante bueno. Se estaba trabajando otra
botella de vino oporto. Seguía con su camiseta de bandas de cebra y los jeans.
--Follar follar follar --dijo-- eso es todo lo que ella querer. Ella volverme loco,
--¿Echas de menos la jungla, Maja?
--Ustedes blancos no saber nada, sólo cagar contra corriente. ¡Waba yak!
--Pero ella te ama, Maja.
--¡Ja, ja, ja!
Maja nos tocó otro solo de tambor. Incluso bebido era bueno.
Cuando Maja acabó, Sam me dijo:
--¿Crees que ella tendrá alguna cerveza en la nevera?
--Supongo que sí.
--Mis nervios están mal. Necesito una cerveza.
--Pues ve allí y coge dos. Yo le compraré otras. Debería haber traído unas cuantas.
Sam se levantó y entró en la cocina. Oí cómo abría la puerta de la heladera.
--Estoy escribiendo un artículo sobre ti y Hester --le dije a Maja.
--Mujer gran-agujero. Nunca, llena. Como volcán.
Oí a Sam vomitando en la cocina. Era un borracho habitual. Yo sabía que estaba de resaca. Pero
seguía siendo uno de los mejores fotógrafos de los alrededores. Entonces cesó el ruido. Sam salió de la
cocina. Se sentó. No traía ninguna cerveza.

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--Yo tocar tambores otra vez --dijo Maja. Tocó de nuevo los tambores. Seguía siendo bueno, pero no
tanto como la vez anterior. El vino le estaba pegando.
--Vámonos de aquí --me dijo Sam.
--Tengo que esperar a Hester --le contesté.
--Mira tío, vámonos --dijo Sam.
--¿Ustedes, tíos, querer algo de vino? - preguntó Maja.
Me levanté y me fui a la cocina por una cerveza. Sam me siguió. Me dirigí hacia la heladera.
--¡Por favor, no abras esa puerta! --dijo él.
Sam se fue al fregadero y se puso de nuevo a vomitar. Yo miré la puerta de la nevera. No la abrí.
Cuando Sam acabó, le dije:
--De acuerdo, vámonos.
Salimos al salón donde Maja seguía sentado con su bongo.
--Yo tocar tambor otra vez –dijo.
--No, gracias, Maja.
Salimos y bajamos por las escaleras hasta la calle. Subimos a mi coche. Arranqué. No sabía qué
decir. Sam no decía nada. Estábamos en el distrito comercial. Paré el coche en una gasolinera y le dije al
encargado que llenara el depósito con normal. Sam salió del coche y fue andando hasta la cabina telefónica
a llamar a la policía. Vi a Sam salir de la cabina. Pagué la gasolina. No había podido hacer mi entrevista.
Había perdido 500 dólares. Esperé a Sam que regresaba al coche.

Charles Bukowski: “Maja Thurup” en Boletín CACyF 58/59, Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía,
Buenos Aires, 1994, pp. 41-44.

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