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“COLIN, LLÉVALA CONTIGO: ELLA TE PROTEGERÁ”

- Toma, hijo, Ella te protegerá.


- ¿Una medalla? ¿De quién es? Parece la Virgen María.
- Sí, Colin. Era de mi hermano. Él fue sacerdote y me la dejó de recuerdo. Siempre
la he llevado conmigo, pero ahora que te vas a Afganistán, la necesitas más que
yo. Ya sabes que yo, tu abuela, siempre te he protegido con mucho amor. Ahora
que no pudo estar a tu lado, la Virgen María lo hará por mí y lo hará mejor….
Llévala contigo. Ya verás que, cuando regreses, me contarás alguna historia
donde hayas sentido su protección maternal.
Colin y su abuela se dieron un largo abrazo y, aunque era un valiente
soldado y había escuchado tantas veces eso de que los hombres no lloran, por esta
vez se rompió la norma y sus lágrimas caían por sus mejillas. Se colgó la medalla al
cuello y se fue a Afganistán, como sargento de la Infantería de Marina. Allí
participó en algunas de las misiones más peligrosas en Afganistán
como explorador avanzado.
Y como explorador avanzado, el marine Colin Faust, a sus 21 años, el 15 de
octubre de 2010 avanzaba delante de su grupo de asalto testeando el terreno
cuando su pie izquierdo pisó un IED (artefacto explosivo improvisado), conocido
popularmente como “bomba caminera”.
La explosión lo elevó varios metros hacia arriba y asegura recordar el verse
suspendido en el aire. Su rifle apareció a 100 metros de distancia. “Recuerdo estar
extremadamente confundido… sin saber lo que acababa de pasar”, cuenta Colin. “Mi
primera reacción, mi instinto por la razón que sea, fue recitar una oración. Ni siquiera
recuerdo lo que dije”. Lo que sí recordaba es que llevaba la medalla que le había
dado su abuelita.
Colin reflexiona sobre ese instante y lo más normal es que hubiera perdido
la vida en aquel instante, por varias razones:
En primer lugar, porque se hubiera desangrado allí mismo si no hubiera
sido por la rápida atención que le proporcionó un médico de la Marina, quien le
aplicó torniquetes en ambas piernas y en su brazo izquierdo.
En segundo lugar, porque el helicóptero de evacuación médica que les
acompañaba tuvo que abandonar debido a la artillería pesada de los talibán que
rodeaba la posición del soldado herido.
En tercer lugar, por el terrible dolor que le causó tan tremenda herida en sus
articulaciones, el cual no pudieron paliar con morfina por fallos con la jeriguinlla.
Sus compañeros le auxiliaron con una improvisada camilla, pero tenían que
atravesar una zona del camino que estaba vigilada continuamente por el enemigo;
pero, a pesar del fuego enemigo, lograron atravesar.
Efectivamente, Dios y la Virgen Santísima lo estaban cuidando. La abuelita
tenía razón. Una historia tenía para contarle. Llegando a casa, más cosas tenía que
contarle a su abuelita. Y es que él que había sido criado, desde niño, como luterano
en Minnesota, en una relación tibia con Dios; ahora, gracias a la Virgen, empezó a
profundizar en la fe hasta unirse a la Iglesia Católica durante la Vigilia Pascual de
2018 cuando tenía 29 años.
En este proceso providencial, tras el accidente conoció a la que sería su
esposa, católica practicante. Cuando Colin conoció a Julia había pasado ya por
numerosas cirugías y más de dos años de rehabilitación. La parte inferior de su
pierna izquierda se perdió en la explosión y su pierna derecha resultó gravemente
dañada mientras que su brazo izquierdo resultó también muy herido.
Se casaron el 15 de octubre de 2016, fecha del aniversario de la explosión y
Dios les ha bendecido con la alegría de un bebé. A Colin le encanta su labor de
esposo y padre, pero su principal pasión es la fe. Está cursando una licenciatura en
teología de la Escuela de Divinidad del Seminario de San Pablo.
Por supuesto, la devoción mariana es una parte muy relevante de su
fe. Reza el Rosario cada día y se ha consagrado al Inmaculado Corazón de María.
Además, afirma que un pasaje del Evangelio marca su vida: “Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Sin duda, Colin Faust ha llevado una cruz en el sufrimiento de años de
cirugía y rehabilitación, y de tendrá que pasar el resto de su vida en una silla de
ruedas. Pero la forma en que habla de eso ahora indica que ha eliminado la
autocompasión de su vida. Ha sido reemplazada por una profunda sabiduría por
la que ha pagado un alto precio. Y de esta manera termina su testimonio: “Una paz
gozosa reina en el alma cuando uno se da cuenta de que todos los dolores, sufrimientos y
momentos de prueba en esta vida no carecen de sentido, sino que se convierten en el medio
de santificación propia y ajena cuando se une a Cristo”.

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