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La revista de la «vanguardia»

Jesús Semprum

válvula se intitula un «mensuario» que acaba de empezar a publicarse en


caracas no sabemos quiénes son los comisarios del barrio o de la redacción
pero el comisario de la administración es nelson himiob bueno es que un
nelson empuñe no el bastón del magistrado pero sí el timón de la válvula
aunque las válvulas no tengan timón el sumario de la revista se intitula plano y
el editorial somos en este último dicen los redactores o tal vez será el comisario
de la administración que no nos hallamos clasificados en escuelas o rótulos
literarios ni permitiremos que se nos haga tal sic así reza la prosa hirsuta del
preámbulo y aquí termina nuestro vigilante esfuerzo por escribir sin las reglas
tradicionales de la ortografía fácil originalidad de los vanguardistas.

Se había anunciado que la válvula era revista vanguardista a secas y así lo


creímos, con ese candor tranquilo que nos caracteriza a los de retaguardia, pero
resulta que, según las palabras del proemio editorial, no hay tales carneros: lo
que unifica y armoniza a los escritores de bárbula no es el vanguardismo
militante sino una vocación mucho más peliaguda, pues en la misma monserga
del introito declaran los redactores:

«bien sabido tenemos que se pare con dolor y para ello ofrecemos nuestra
carne nueva»

En nuestros tiempos nosotros, para estos menesteres, ofrecíamos otra clase


de colaboración previa, pero será que esa carne nueva tiene otros instintos de
que nos sentimos exentos por fortuna. ¡Vade retro!

Lo que más parece ufanar a los jóvenes de la válvula no es tanto su insólita


capacidad de parir (arredro vayas, Satanás), sino su falta deliberada de caridad.
Se jactan de ser «un puñado de hombres (en qué [270] quedamos: ¿parimos o
no?) de hombres jóvenes con fe, con esperanza y sin caridad».

Hablemos en serio. ¿Qué son la fe y la esperanza sin la caridad? Dios -es


decir la suma aspiración del hombre- no es fe ni es esperanza: es caridad.
Consultad a los grandes teólogos desde San Pablo hasta el padre Castro. La
caridad puede vivir y florecer y ha vivido y florecido y prosperado, untando de
luz, dulzura y dignidad la sombra y la amargura y la infamia nativas del
hombre, sin auxilios de fe ni esperanza. La caridad es lo único divino que hay
en el hediondo barro humano. ¿Pueden tener fe ni esperanza estos jóvenes que
se despojan de la caridad y se quedan desnudos a pleno sol, escandalosos de
vergüenza?

Tránseat. Aquí viene el desfile monótono, discordante, bárbaro de poesías y


prosas vanguardistas, entre las cuales, de vez en cuando, aparecen unas líneas
inteligibles, obra de poetas o escritores que se han extraviado en esta selva
obscura. Parecen más locos que unas cabras.

¡Ah! y el autor de Lubricán, el notable periodista Leopoldo Landaeta,


hombre machucho y de experiencia, quiere también, como los donceles de
vanguardia, parir con dolor y para ello ofrece su carne que sospechamos
amojamada y durona, harto árida para esta aventura vulvar o valvular. I strike
for a new world, clama Landaeta, con Whitman. ¿A new world? ¿Un nuevo
mundo o mundo nuevo en que los hombres paran y nadie entienda lo que dice
el vecino? Perdonemos a los muchachos...

Que hay talento en las páginas de Vólvulos no cabe negarlo. La Elegía de un


auto Ford, de Chaparro, puesta en prosa, no haría mal papel en una revista
cómica. Y así algunas otras páginas.

¿Larga vida a Convólvulos? No se la deseamos. Larga vida y triunfos a los


escritores de talento que se han metido allí a escribir disparates. Eróstratos
impacientes que no encontrando templo de Efeso que quemar -o no
atreviéndose a quemarlo, que es conjetura más plausible- se han puesto a
renegar del Espíritu, como dice la Biblia. El Verbo, que es Dios, no se ha
hecho para desvaríos, sino para razonamientos, para ideas claras.

Si válvula fuera un centón de imbecilidades, nos echaríamos a reír o le


haríamos una caricatura. Pero tenemos que ponernos serios. válvula es el
campo de los suicidas. Si sólo fueran Landaeta y el honorable [271] Escala
quienes acudieran a suicidarse allí, nosotros nos quedaríamos tan tranquilos.
Pero nos duele ver cómo tanto mozo de talento (¡ay Ramos Sucre, ay Pedro
Sotillo!) corren a este palenque ridículo y trágico a darse una puñalada
barriguera en presencia de un público que ríe. Eso nos da grima.

¡Que Dios tenga piedad de la válvula y de los hombres que por allí se
desahogan!

SAGITARIO

[Firmado «Sagitario», en Fantoches, V, 233, Caracas (11de enero de 1928)].


[273]

Una flecha en «válvula»


Arturo Uslar Pietri

Sobre la falange de «válvula» ha silbado una flecha, una flecha grotesca, sin
peligro, anónima y venida de hombre emboscado. Pero he aquí que las pupilas
jóvenes hemos adivinado en su vuelo incierto el temblor senil y atemorizado de
la mano que la disparó. Se trata de un señor Sagitario, cazador furtivo en la
floresta urbana de la retórica, con muy mal pulso, que se ha hecho fama de
Nemrod por haber cobrado en distanciados días, dos o tres lechuzas
deslumbradas por el sol.

El señor Nemrodete ha tomado ahora a errar el tiro, no es esta por cierto


ninguna novedad, pero perseverante arquero se ha puesto a argüir sobre las
probables causas de su yerro, y con su sentido del ridículo, que por las
muestras debe ser muy escaso, ha procurado situarnos en él.

Comienza por colocar la palabra mensuario entre comillas como si de un


exotismo se tratase, no por cierto, querido Sagitario, mensuario deriva de
«mense» mes en lengua latina y por consiguiente tiene muy en regla su
pasaporte en las letras castellanas. Es usted muy mal aduanero.

Luego acomete, cruel y despiadado, contra nuestro pobre preámbulo


editorial. Su ojo de cazador certero ha localizado la presa. Allí, oh, inocencia,
dice: «bien sabido tenemos que se pare con dolor y para ello ofrecemos nuestra
carne nueva». Sus labios han mascullado con ironía: sodomismo manifiesto. Y
como es ésta la única tendencia que ha logrado desentrañar de la nota liminar,
se nos muestra además de infalible cazador como sodomólogo eminente o
semental inagotable.

Pero esto no es nada comparado con las argucias de que se vale cuando al
terreno teológico llega, aquí ciertamente nos pulveriza. Hemos dicho en el
mismo malhadado editorial que: «somos un puñado de hombres jóvenes con fe,
con esperanza y sin caridad», y el Crítico, Ripalda [274] en mano, nos asalta
vociferante con la boca llena de Padres de la Iglesia, para decirnos que según la
autoridad indiscutible y ejecutiva del catecismo sin la caridad no pueden existir
las otras dos virtudes teologales.

Pero, señor Sagitario, continúa usted persistiendo en su mala puntería,


nosotros no hemos hablado por ningún respecto de la caridad virtud teologal,
sino de aquella otra caridad, tan abundante en nuestro medio, que ha hecho que
hombres como usted figuren pomposamente como críticos.

El resto del artículo del crítico anti-valvulista se pierde en un ruido de


balbuceos inconexos, que no merecen la pena de una exégesis, que hasta aquí
tampoco hubiésemos hecho si no fuese por el interés de mostrar al público la
verdad.

Es mal hecho que el crítico oficial de un periódico popular y, definido como


Fantoches defraude no sólo la confianza que el Director ha depositado en él,
sino que también desacredite la actitud de los tradicionalistas, haciéndola
embarullada e incomprensible, al constituirse en su vocero de orden. Las faltas
que él pensaba enrostrarnos las cargó sobre sí con lamentable impericia.

Ahora sírvanos esto para hacer hincapié en un punto de bastante


importancia sobre este cisma literario, y es éste la maravillosa ignorancia
acerca del movimiento de vanguardia que han ostentado todos los críticos
adversos, con muy escasas excepciones.

Ya lo hemos dicho en una de las notas finales de «válvula», la vanguardia


ha necesitado de una forma exterior aparatosa para significar un desligamiento
de la tradición, para que al simple golpe de vista se dé cuenta el lector de que
se trata de una cosa distinta, pero, lo gritamos y lo sostenemos, no constituye
ello lo esencial de su credo, se trata sólo de un fenómeno de formas exteriores
del que no vacilaremos en despojarnos cuando seamos comprendidos.

Es necesario que se estudien más a fondo las tendencias de esta reacción por
aquellos que intentan decir al público la última palabra sobre la verdad estética,
la piedra liminar de nuestro credo es la absoluta libertad personal del artista
dentro de su emoción, con la sola consigna de sugerir lo más posible en el
sentido de lo hondo, de lo alto y de lo amplio.

[Mundial, XII, 297, Caracas (11 de enero de 1928), p, 1]. [275]

La «válvula» de la «vanguardia»
Tulio Martínez

Lo más peregrino del número primero de «válvula» es el «auto de fe» de


Leopoldo Landaeta: dice él que toda la literatura venezolana anterior a la
«vanguardia» (inclusive la suya, qué modestia!) es artificiosa, declamatoria,
vacua, retórica, ripiosa, fruto de impotencia física y espiritual, etc.

el señor Landaeta reconoce pues que toda su producción del «cojo


ilustrado», aquellas prosas henchidas, sonoras y coloreadas, imitaciones de díaz
rodríguez y de la misma hornada de las de fernández-garcía, carlos paz garcía,
antonio r. alvarez y otros más que descansan en paz -de verbo y de efectista
sonoridad- no valen nada, nada.

pero el que él no pudiera hacer nada con la retórica y el colorismo, no


quiere decir que a todos les haya pasado lo mismo y que toda la obra de sus
maestros e inspiradores merezca el «auto de fe» que propone el ex-redactor de
«el estado». Resistirán todos los tiempos y todas las vanguardias momentáneas
y todas las envidias amparadas bajo el manto optimista de la primera juventud -
la poesía de pérez bonalde, las prosas de juan vicente gonzález, para no citar
sino esas cúspides. Los versos juveniles de mata, romanace y andrés muñoz,
mucho de la obra de gutiérrez coll y sánchez pesquera, la prosa nervuda, recia
y benvenutina de blanco fombona, los claros y serenos apólogos de p. e. coll,
no se caracterizan por la frondosidad retórica, por la palabrería insulsa, sino
que, por el contrario, son frutos de estilo sobrio y jugoso, páginas breves,
tersas, transparentes, selectísimas, que serán las que quedarán sobre las mareas
declamatorias de los lozano, calcaño, picón febres, eduardo blanco, carnevali
monreal, y las sequedades y escueteces del moderno verbo vanguardista, tan
pobre de emoción como de palabras, tan sin frescura que no parece fabricado
por mozos de veinte años, sino por arrugados y anquilosados setentones...
[276]

es cierto que la «poesía» al estilo de quintana, de baralt, etc., merece estar


muerta y bien muerta; que descansen en paz para siempre, sin revivicación
posible, las odas y silvas descomunales de heraclio martín de la guardia y don
amenodoro urdaneta!

pero entre esa clase de poesía y la que se respira en la fresca, sencilla y


espontánea de heine, por ejemplo, hay un abismo, y ésta es flor siempre viva y
olorosa sobre el árido monte de la retórica clásica y del romanticismo difunto.

***

landaeta les aconseja a los «vanguardistas» que antes que hacer malos libros
hagan hijos i planten árboles, a fin de cumplir con el mandato árabe de vida
integral. pero pudiéramos advertirle a landaeta que para engendrar muchachos
como los que tienen por padres a los señores de ahora (poetas i prosistas
inclusive), canijos, escrofulosos, exangües, precoces, que nada tienen de
primaveral ni de matinal, enfermizos, constantes siervos del médico i de la
botica, más vale ser estériles... en cuanto a los árboles, podemos descansar
tranquilos: no crecerán los mermados ríos de Venezuela, ni dejarán de perder
cada día más sus montes la nieve y la verdura que los cubrieran un día, por los
árboles que siembran estos muchachos ultra-ciudadanos, que no conocen la
PATRIA -en sus campiñas i en sus selvas- sino en postales o en descripciones
extranjeras, i que cuando no están en la cancha, en el diamante, en el dancing o
ante el ring, viven entufados a la «cervecería» o en el «bar»...

la generación de landaeta no bebía whisky, sino berro o caña, cuando más


hennesy o champagne; los whisky con o sin soda, son los modernos, los
devotos (que los tiene) de valentino y de dempsey, los «bonitos», descotados i
pintados, que son otra clase de «vanguardistas»... la vanguardia de la
disolución i del hermafrodismo nacional...

no creemos en la sinceridad «vanguardista» de landaeta: su fracaso con los


suyos, con los de su época, lo lleva ahora a querer comulgar con los novísimos,
con sus labios ya secos y lívidos... siquiera la vanguardia literaria tiene la
suprema razón de sus veinte años i de su buena fe i de su ilusión bella, pero tú,
leopoldino, rezagado de la sepulta caravana de las frases de vidrio de color, de
los «oros de alquimia», no nos puedes hacer creer que efectivamente has hecho
un «auto [277] de fe» íntimo con tus cajones de papeles... que es por donde
debieras haber empezado, antes que introducir tu prosa de vencido, como un
cardón hiriente, entre la adolescente eclosión de arbustos de la «vanguardia»:
entre los que hai robles en primavera echada de flor, tiernos chaguaramos que
podrán ser atalayas de idealismo literario.
maracaibo: tres de febrero de 19veintiocho.

[Mundial, XIII, 332, Caracas (23 de febrero de 1928)]. [279]

La iconoclasta revista de Caracas


Francisco Laguado Jaymes

Sobre el peñón de una isla de cara al sur... os envío mi salutación,


compañeros en la nueva ideología social y en la nueva ideación de la Belleza,
del Arte y de la Vida.

Yo esperaba -con hondas ansiedades de solitario- ese grito viril y hermoso


de vosotros, ese grito de la divina Caracas, la del Libertador. Y el eco de
vuestro grito renovador e independiente, varonil y osado llega hasta mi pecho
como una ola de optimismo y de guerra, embriagándome de alegría y confianza
en el futuro extraordinario de Venezuela. La idea libertadora de 1811... tras una
noche larga de pavor y de crimen fratricida renace en 1928, en las páginas
bélicas de«Válvula», la revista iconoclasta de la joven Venezuela, queridos
camaradas, para curar, enaltecer y embellecer la tierra enferma de pecados,
enferma de malicia, enferma de barbarie y enferma de estatismo canceroso y
secular. Los hombres de la «Sociedad Patriótica», al cabo de un siglo de
silencio, resurgen. Sus espíritus resucitan, para la nueva epopeya. Los verbos
apocalípticos de Coto Paúl y de Bolívar, repercuten en la nueva conciencia
venezolana.

No es el hombre, sino las ideas las que forjan la libertad individual y


colectiva, como no es el océano, sino las olas las que socavan y constituyen
islas y continentes, a lo largo del tiempo.

Tenéis la esencia de la libertad, la rebeldía y los dones de la belleza y de la


justicia solamente se conquistan por el camino de la rebelión. Sócrates fue un
rebelde, y trazó las pautas de las conciencias libres; Cristo fue un rebelde, y
predicó el amor a la fraternidad; Voltaire fue un rebelde, y sembró la ígnea
simiente de la revolución; Bolívar fue un rebelde, y de parias hizo un legión de
repúblicas. Seamos rebeldes y haremos el bien! [280]

No sois demagogos, sino avancistas conscientes del arte y de la literatura, y


por los caminos estelares del arte y de la literatura se labra la nacionalidad
ingente, autóctona y abierta a los hombres de sana y noble voluntad. Pero no
hay que concretarse a labrar la nacionalidad nativa, sino también la unidad
continental.

Poseéis una enorme virtud, la de la fraternidad comprensiva.


***

He leído -con emoción profunda- las páginas guerreras de «Válvula», el


púlpito laico de las nuevas doctrinas innovadoras del espíritu venezolano.

«Somos -confesáis, sonoramente- un puñado de hombres jóvenes con fe,


con esperanza y sin caridad. Nos juzgamos llamados al cumplimiento de un
tremendo deber, insinuado e impuesto por nosotros mismos, el de renovar y
crear. La razón de nuestra obra la dará el tiempo. Trabajaremos
compréndasenos o no! Bien sabido tenemos que se pare con dolor y, para ello
ofrecemos nuestra carne nueva. No nos hallamos clasificados en escuelas, ni
rótulos literarios, ni permitiremos que se nos haga tal, somos de nuestro tiempo
y el ritmo del corazón del mundo nos dará la pauta.

«Por otra parte, venimos a reinvindicar el verdadero concepto del arte


nuevo, ya bastante maltratado de fariseos y desfigurado de caricaturas sin
talento, cuando no infamado de «manera» fácil dentro de la cual pueden hacer
figura todos los desertores y todos los incapaces.

«El arte nuevo no admite definiciones porque su libertad las rechaza, porque
nunca está estacionario como para tomarle el perfil.

«Nuestra finalidad global ya está dicha: SUGERIR.

«Abominamos todos los medios tonos, todas las discreciones, sólo creemos
en la eficacia del silencio o del grito... Para comenzar, creemos, ya es una
fuerza; esperamos, ya es una virtud, y estamos dispuestos a torturar las
semillas, a fatigar el tiempo, porque la cosecha es nuestra y tenemos el derecho
de exigirla cuando queramos». [281]

¡Y bien, sois la artillería de la avanzada, y a vuestro lado estoy, con la


impaciencia del zapador, en las trincheras de la liberación...!

No formáis pandillas obtusas y necias, sino que pertenecéis en espíritu y en


nervio al ideal y al pueblo, a ese gran sufrido, a ese perenne galeote de las
pandillas tiranizadoras, ya en literatura como en política ¡escuela o cuartel,
escuela de venales o cuartel de sicarios!

Con toda franqueza y con plena gallardía, expresáis: «REGIMEN


INTERNO». - «Válvula» no se propone ningún fin mercantil, carece de
Director y de Propietarios, es el vehículo de la intelectualidad joven de
Venezuela, si produce utilidades, éstas se dedicarán a su mejoramiento.

«Deseando que su radio sea nacional, encarecemos a todos los escritores y


artistas de la República que envíen sus colaboraciones. Antes que todo,
justicia: lo bueno en alto; lo malo, como si no se hubiese recibido».

No mendigáis el aplauso necio, sino la grandeza espiritual de la República,


y por eso tenéis los brazos abiertos para abarcar el terrón amado, elevándolo.
En vuestros pechos jóvenes y ubérrimos no cabe el egoísmo ni la envidia, sino
el amor hacia todo el terrón patrio.

Es una bella revelación este primer número de nuestra «Válvula», la de la


justicia. La labor es de reivindicar, y sólo saben y pueden reivindicar los
hombres de corazón y de talento crítico y creador, a despecho de la ignorancia
y de la perversidad de Caín y de Pedro Carujo de ese protervo Pedro Carujo
que soñó destruir la libertad y la justicia en la conciencia de Venezuela con la
fuerza de su estúpido puño de basilisco.

Vuestra revista laica llega a tiempo, para llenar un gran vacío y para
levantar una pica valorizadora, de ideas y de hechos.

Anheláis abrir un «Salón de Artistas Libres», para la pintura y la escultura


nuevas de los artistas reciamente modernos.

Y además, celebraréis veladas literarias (ojalá que al aire libre) y en actos


públicos expondréis programas de mejoramiento y daréis conferencias. [282]

Al aire libre y con sol, decid la verdad evangélica del arte y de la justicia
soñada, decidla como una canción nueva en los oidos del pueblo, y éste
evidenciará los milagros de Proteo.

***

Bien sabéis que varios ranchos juntos o cercanos forman nuestras aldeas, la
raíz de nuestra nacionalidad, y estas se encuentran vigiladas en el orden cordial
por un ranchero llamado comisario... Y «Válvula» -como un símbolo de
nuestros ranchos- tiene un comisario que supervisa sus intereses
administrativos. No lo llaméis Administrador sino comisario, como el
guardador de la armonía en nuestros vencinarios [sic].

Al transcurrir ocho años de ausencia de las playas natales, ocho años de


vivísimos recuerdos y evocaciones diarias, veo flotar en el terrón nativo y
vilipendiado por el error y el egoísmo feroz. una luminosa y leal bandera de
arte y de literatura, los legítimos senderos para liberar y afirmar las más caras
ideologías de la civilización.

Ni escuelas sectarias ni cuarteles autócratas, sino una sólida y justa


conciencia nacional y humana es la aspiración y el fin de las nuevas
generaciones venezolanas, de Venezuela entera, a través de un horroroso
calvario de escarnios y miserias a la justicia, a la libertad y a la democracia.
Una conciencia nacional es lo que necesita Venezuela, sin verse impelida a
copiar y mucho menos a suplicar extrañas formas sociales a nuestro
temperamento tropical... Un largo y vigoroso ejercicio de nacionalismo urge a
Venezuela para cristalizar su personalidad grande y magnífica y no panaceas
exóticas.

«Válvula» es el primer grito de rebelión de Venezuela contra su colonia


cultural artística y literaria. Y la revolución hay que empezarla por el cerebro
para que conquiste el éxito y sea una realidad útil. Las dogmas de la revolución
son dogmas de exaltación y no recodos de odios inicuos y venganzas infames
en pechos malvados. La revolución se inicia en el cerebro y no bajo prismas de
rencores abyectos.

Los hombres de «Válvula» son jóvenes, tienen fe y tienen esperanza y no


tienen caridad frente al pretérito vergonzoso.

¡Camaradas de «Válvula», compañeros del pueblo... yo os saludo de pie y


con la rebeldía de mi juventud... yo no pido un lugar en vuestras [283] filas, me
enrolo a ellas por derecho de conciencia, sin más bagaje que el necesario:
sinceridades y amor desnudo a la justicia!

Y como vosotros... ya hace años ofrendé mi carne nueva al dolor, sobre


nuestro emblemático caballo, el de la rebelión.

¡Camaradas de «Válvula»: EN AVANT, EN AVANT, EN AVANT...!

[El País, VI, 44, La Habana (13 de febrero de 1928), p. 3. Lleva un epígrafe de
Rodó: «Renovarse es vivir», y el nombre está abreviado Francis]. [285]

Apéndice V
Un Ensayo Crítico de la Época

[287]

El vanguardismo, sus extravagancias y sus límites


Gabriel Espinoza

La circunstancia de titular Ensayo a este trabajo, me coloca ya en el número


de los vanguardistas, porque la literatura preceptiva, quiero decir, retórica no
ha hallado todavía una clasificación de tales trabajos. Y no será por nuevos, ya
que Montaigne fue su verdadero creador, amén de la amplitud que
posteriormente les diera la literatura inglesa. El ensayo no es la monografía. En
ésta se agota el tema, y además en ella se le trata de una manera impersonal,
como cuadra a las obras científicas. A esto se añade su forma docente. Es el
ensayo, por el contrario, una manera personal de ver la cuestión; personal en la
idea o ideas centrales y en la forma de tratarla. Con esto quiero decir, no
obstante la falta de clasificación clásica del Ensayo, que no soy vanguardista, y
que precisamente trato de no serlo para juzgar al Vanguardismo, de una manera
personal, partiendo de la posición excéptica [sic] de quien en nada cree,
ciegamente, para poderlo juzgar todo con ecuanimidad.

De lejos y de todos los puntos del horizonte viene en creciente la marea del
movimiento y su rumor; pero ya se sabe [que] toda creciente arrastra junto con
las maderas preciosas de los bosques las escorias de los bajos fondos. Sobre
todo si la serpiente arrolladora del agua se desliza por las tierras ardientes del
trópico.

Hay, sin embargo, en esta empresa de la juventud literaria actual un indicio


algo desconcertante. Me refiero al antagonismo opuesto a tal movimiento por
una parte de la misma juventud contemporánea. Y es de advertirlo, esta parte
conservadora se halla formada casi siempre, en cada país, por jóvenes que ya
han triunfado a fuerza de talento y de trabajo. Intrínsecamente conservándose
en el respeto, más o menos preciso, [288] si no de los moldes clásicos, sí de
disciplinas armónicas, propicias a plasmar tendencias estéticas bien definidas.

Mas, prescindiendo de esto, el porvenir del Vanguardismo, a mi ver, se


puede juzgar con la pauta de una frase de mi amigo José Antonio Ramos Sucre,
pertinente en demasía: Si el Vanguardismo viene a establecer una nueva
disciplina poética subsistirá; si implica la destrucción de toda disciplina, está
condenado al fracaso. Este es también mi criterio, pero tal criterio impone por
mi parte un análisis y por parte de los vanguardistas la exposición de una
norma estética nueva.

El análisis aludido, lo advierto en algunos de sus aspectos, lo acometo con


ideas personales en el asunto.

***

La revolución vanguardista yo la veo bajo tres aspectos que por su síntesis


forman un todo. Y el empeño de juzgar a éste como algo simple, es
precisamente lo que hasta ahora ha efectuado [sic] la incoherencia de todos los
teorizantes en la materia, muchas veces antagónicas no sólo con las
definiciones de los demás sectarios de la Capilla, sino con la práctica de la obra
propia del juzgador.

Los aludidos aspectos del Vanguardismo son los siguientes:

Vanguardismo lógico;

Vanguardismo estético;
Vanguardismo poético.

Como la característica más visible del vanguardismo es la poética, voy a


invertir el orden de los tres aspectos enunciados, para facilitar un estudio que
debe empezar precisamente por el análisis de los detalles. Y el detalle en este
caso es el verso. Ahora bien, el verso no es la poesía. Y aquí cuadra la opinión
de un poeta clásico que pareciera haber tenido el presentimiento de lo que
acontece ahora; opinión que lo mismo puede servir al Vanguardista que a quien
no lo sea:

¿Qué los versos no son la poesía?


No, pero con su vestidura regia,
son de su jerarquía el atributo,
la pedrería son de su diadema,
de su manto real son los armiños; [289]
la poesía por el verso es reina:
la versificación es la cuadriga
de corzas blancas con que va a sus fiestas,
la góndola de nácar en que boga,
y las alas del cisne con que vuela.

(Zorrilla: «Discurso de Recepción en la Real Academia de la Lengua». La


Ilustración Española y Americana, 1885, t. I, p. 334, citado en la Literatura
Preceptiva de Jesús M. Ruano, S.J., Bogotá, 1927).

A mayor abundamiento, abundamiento Vanguardista, Jorge Luis Borges en


el Prólogo del Índice de la Nueva Poesía Americana, dice que la rima es
aleatoria, es decir, fortuita. A este respecto sostiene, y es verdad, que Don
Francisco de Quevedo se burló de ella por la esclavitud que impone al poeta;
asimismo aduce que el formidable Milton la tachó de invención de una era
bárbara y se jactó de haber devuelto al verso su antigua libertad,
emancipándolo de la moderna sujeción de rimar (modern bondage of riming).

La veracidad de todo esto nos prueba algo más de lo que se desea probar;
nos prueba que algunas tendencias vanguardistas son muy antiguas.

El lector debe advertir que hasta ahora se ha hablado de la rima, es decir, de


las consonancias; pero todavía hay algo más por tratar con respecto al verso.
Porque en éste -tratado simplemente como verso- además de las rimas hay
ritmos, es decir, compases y medidas musicales. El mismo Borges, ya citado,
nos dice: «Las dos alas de esta poesía, son el verso suelto y la imagen». Es
necesario fijarse en el sentido de la segunda proposición y de la frase: «son el
verso suelto y la imagen». De manera que esta poesía (el «Vanguardismo») al
decir de uno de sus leaders, no ha proscrito el verso suelto.

Ya llegada a este punto, me detengo y busco en la producción vanguardista


los ejemplos de verso sueltos.
En Francia, Laforgue:

Il braine:

Dans la foret mouillée, les toiles d'araignées


Ploient sous gouttes d'eau, et c'est la ruine.
Soleils plenipotentiaires des travauxs en blonds Pactoles. [290]
Des spectacles agricoles,
Oú ets vous ensevelis?

Georges Ribemont Dessaignes, uno de los que rompieron radicalmente con


el pasado, traducido:

La rata aplastada que se tiene en el cerebro y el cerebro del


estómago,
las estrellas del Zambesi y el pájaro de los labios
La virtud americana
el alcohol de piel y el pan de ojos,
la riqueza del rico y el vicio del invierno.
la risa tibia y el alga de orina,
el agua de las rodillas tristes,
los huesos picados
y las damiselas de la caña de la sangre
tam tam del biberón y bombones del corazón.

Blas Cendrars, uno de los maestros de la estética nueva, al decir de sus


críticos:

Isla maravillosa de San Borodión [donde] el azar llevó a algunos


viajeros,
dicen que aparece y desaparece cada cierto tiempo,
Munmbo Jumbo ídolo de los mendigos
Costa de Oro.
El gobernador de Guinea tiene una disputa con los negros.
Y, careciendo de proyectiles, carga sus cañones con balas de oro.
Toto-Papo

Hasta aquí, francamente, no he hallado verso alguno, sino simple


agrupación de palabras, con imágenes más o menos incoherentes entre sí. Es
bueno advertir, contra la opinión de Borges que habla aún de versos, que los
devotos de la Capilla en Francia, ven en la música algo así como un pecado
capital. Con todo, a veces a los Maestros o Iniciados en los Misterios del Culto,
se les olvida su animosidad rítmica y aparecen versos como estos de Jean
Cocteau:

Veo la mar muy corta, y que siempre roba


a una orilla un beso para besar otra orilla:
la embustera muy bien arregla sus instantes.
Pronto la imitará mi fiel amada, [291]
buscando en otra parte Abril, como las golondrinas.
¡Ay! voy a tener treinta años...
¿Treinta años? ¿Os burláis? Esa es la gracia de los mármoles;
el sol del mediodía cae sobre los árboles.
Vuestros pasos de treinta años son vuestros primeros pasos;
hasta ahora érais una loca semilla;
ahora vais... Callad. Miradme. Bostezo y no escucho más.

Antes de opinar veamos en la poesía americana: Fenelón de Arce (chileno):

Piano o pájaro pero algo llega a mí desde los bosques


donde moras
con las agujas de ese canto tejo esta malla de palabras
levanto ecos de sombra en la terraza del cansancio
y no está anunciado el expreso del alba que te trae
bajo de mí el hombre mecánico juega poker
con el naipe de los hemisferios
y el cambiavías no ha tomado la palanca en las manos
no recuerdo la época pero fue antes de tu primer sueño
cuando abriste tu alma como un libro de cuentos
yo era entonces el único grumete de tu barco
ahora en los cimientos de tu sonrisa de enero y perdida
construyo este andamio enorme de nueve mil momentos
pero tú no estás ni llegas
la espera es inútil.

Podría citar muchas maravillas más de esta índole y de todos los países de
nuestro continente. No lo creo necesario. Buscaba versos en el Vanguardismo
extremo o radical. No los he hallado en él. Lo que por ningún respecto implica
que no haya versos en el Vanguardismo poético autentico, y ya los verá el
lector. Pero antes de seguir quiero hacer ver que trabajos de la índole del de
Arce, no solo están reñidos con la métrica -como parece perseguirse en la
Escuela- sino con la puntuación y de consiguiente con la cordura. Yo, al
menos, no entiendo nada de lo que quiere decir don Fenelón de Arce. A ver si
algún Vanguardista de aquí me lo explica. Y al efecto, le aconsejo usar, por lo
menos para iluminarme a mí (que al fin soy telegrafista) el vocablo inglés
STOP, empleado en la radiotelegrafía para separar los períodos gramaticales.
Así, sin la chocante aparición de los signos ortográficos, se logra poner orden
[292] en una literatura que, en este particular, debe tener su origen en los
mensajes radiotelegráficos.

Pero volviendo al asunto, y en serio, a mí me parece que el Vanguardismo,


después de la reacción que ha de provocar necesariamente, podrá señalar como
conquista suya, la de haber alcanzado la libertad rítmica, anteriormente apenas
esbozada timoratamente. Es decir, la facultad para el poeta de construir cada
verso con el compás musical (ritmo) que el capricho o la intuición musical
quiera darle, aisladamente, sin considerar la medida de los versos anteriores o
posteriores. Hasta aquí la libertad que hará fructuoso el empleo tan querido de
las imágenes, porque en esta cuestión no debe olvidarse que todo poeta, si lo
es, piensa musical y armónicamente. Esto, por añadidura, dará al cantor de
talento una polifonía o polirritmia que ya se hace necesaria, porque en realidad
es cansón hasta el sueño leerse un libro de versos clásicos o románticos, de
marcha acompasada, por más que se varíe la medida de composición en
composición. Con todo, esta libertad no debe nunca olvidar la necesaria
concordancia del ritmo con la lógica o disciplina de las ideas o imágenes que se
construyen.

Que la poesía -se dice- no tiene necesidad del concurso musical del ritmo.
Muy bien, es verdad. Mas entonces esa poesía no debe escribirse en versos sino
en prosa; porque el verso deja de existir sin el ritmo.

A este mismo respecto, es cuando menos curioso volver los ojos hacia el
pasado -con permiso de quienes quieran destruir toda tradición, cosa imposible,
por cierto- para conocer cuanto se había hecho con el ritmo, en sentido
liberador.

Me parece que se está olvidando que la métrica tiene un carácter

eminentemente prosódico. Y este carácter es, a mi ver, ingente para las


tendencias revolucionarias del Vanguardismo, ya que en «ningún tratado de
retórica se ha estudiado hasta ahora el verdadero problema acentual del verso
castellano». Bello, no obstante su elevada mentalidad y profundo saber en la
materia, no hizo sino dejar sentadas las bases para el estudio del acento en sus
Principios de Ortografía y Métrica (302). Mucho tiempo después, Eduardo de la
Barra (303) pautó al verso cláusulas rítmicas [293] bisílabas y trisílabas que
varían en atención a la colocación del acento en la primera, en la segunda y en
la tercera sílabas de dichas cláusulas. Probablemente partiendo de este trabajo
de de la Barra, el profesor cubano doctor Max Henríquez Ureña sostiene (304) la
existencia en el verso de una cláusula tetrasílaba, con acento en la tercera
sílaba, distinta sin duda de las cláusulas de dos sílabas, ya que en este caso
habría dos acentos en vez de uno.

Lo más curioso de todo este estudio métrico de la acentuación radica en la


veracidad de haber versos de una misma medida -sean simples o compuestos-
que son diferentes por la acentuación rítmica, circunstancia en la cual no
habían reparado jamás los preceptistas y que vino a advertirse por medio del
sistema de las cláusulas rítmicas. Esta división de los versos establecida por de
la Barra, como se comprende, se halla basada en la existencia de un
encadenamiento casi constante de los acentos en un solo verso. Ahora bien, el
profesor de literatura en el Colegio Nacional de Tucumán, Ricardo Jaimes
Freyre (305), establece otra teoría ingeniosa. Según ésta, algunos de los acentos
pueden faltar en las cláusulas de la división de de la Barra. Aquí que Freyre
aprecie la existencia de períodos prosódicos, que pueden estar constituidos por
una sílaba acentuada, bien por un grupo de sílabas (no mayor de siete), de las
cuales la última tenga acento intenso, estén o no acentuadas las otras. Se
comprende fácilmente, el sistema de Freyre que se halla sustentado por la
observación de que en los versos de dos o más sílabas, hasta ocho, no se
necesita más acento rítmico que el de la penúltima sílaba.

Se comprende a la primera consideración, sea cual fuere la teoría que se


adopte, que la colocación del acento, distribuido sistemáticamente, bien sea en
cláusulas rítmicas, como lo quieren Bello y de la Barra, bien en períodos
prosódicos, si se sigue a Freyre, constituyen el «problema esencial del verso».
Según el sistema de [de] la Barra, los versos de cinco, de seis, de siete y de
ocho sílabas, pueden tener más de una forma cada uno de ellos, ya que la
colocación del acento puede variar. Y a la vez, esas formas de una misma
medida pueden usarse mezcladas indistintamente, lo cual viene a sustentar la
teoría de Freyre, ya que en realidad el acento necesario es el final de la
penúltima sílaba. [294]

A respecto final; puede decirse que los versos reconocidos como correctos
por las obras de preceptiva o retórica, son desde el de cuatro sílabas hasta el de
catorce, pero sólo uno de cada medida, sin haber señalado jamás la diferencia
existente en el verso de igual medida con distinta acentuación. Diversidad esta
última que constituye la polifonía auténtica que, a mi entender, anda buscando
el Vanguardismo y que en realidad debe y constituye la sinfonía ritma
[rítmica?] de la gran poesía.

Para terminar esta parte de mi trabajo, digo que la falta de signaciones


ortográficas, gramaticalmente, carece de objeto, ya que sólo provoca un trabajo
innecesario en el lector, y lógicamente, representa o significa algo así como un
par de muletas que dificultan la marcha del pensamiento, si es que éste en
efecto quiere y puede marchar hacia adelante, en la vanguardia...

***

En el próximo artículo sobre la materia que vengo tratando se verán algunos


ejemplos de la bella y verdadera polifonía vanguardista en poetas extranjeros y
venezolanos.

II

Y ahora aquí, unos ejemplos extranjeros y venezolanos de la polifonía


vanguardista, poesía que encuentro hermosa, sugerente y libre. Acentuación
rítmica casi siempre alcanzada intuitivamente, pero en la cual precisan, si se
estudia con detenimiento, cumplir las normas ya de una ya de otra de las
teorías prosódicas apuntadas.

«Me gusta sobremanera -dice D'Ors- la expresión polirritmo», aplicable a


un género de composición poética, visada por ciertas notas de libertad de
medida. Expresión que inventó, si no me equivoco, Juan Parra del Riego, poeta
por uruguayo tenido, aunque oriundo del Perú. Y una de las más felices y
generosas naturalezas líricas que hoy sirven a la musa hispana. Parra del Riego
falleció en plena juventud. Oigasele: [295]

AL CAPITAN SULKIN

¿Por qué hoy te has apoderado de mi alma, Capitán,


mientras miro estos barcos de vela que se van,
y en el puerto estoy solo con mi cabeza ardiente
junto a las altas proas visionarias
y dichosas,
y fraternizo con los hombres agudos y callados
de la descarga terca y amorosa,
y amo ver las llegadas de esas lanchas de carbón,
que vienen como dulces madres embarazadas
y estas maderas de árboles de América
a las harapientas músicas
de la acordeón?
¿Por qué hoy te has apoderado de mi alma, Capitán?
Y de golpe en mi sueño tan grande te he sentido
y he amado
tu vida de salvaje delicado
héroe desconocido
del mar...
Voluntad y Alegría. Triunfos y sufrimientos
que todos los niños deberían amar
en estampas sonoras, coloristas y arcanas
de libros de cuentos
abiertos por las puras manos de las mañanas.

Porque la mar fue tuya más allá de la vida,


Capitán, Capitán,
y más allá de donde la muerte para su árbol
amarillo de pájaros que nunca cantarán.

Tuya sobre la espalda de la sirena loca


y el adiós de la pobre mujer abandonada
y esa luna que toca
la cara pensativa y delicada
del ahogado perdido... Tuya en la marejada
de mares de un salvaje fósforo azul sonoro,
donde el tiburón baila su cola de alquitrán.
Tuya en el arpa limpia con su sonido de oro
que hace cantar las islas que no se encontrarán,
y en esas soledades dramáticas del Polo
donde la muerte tiene su ciudad de cristal.
Y sobre la Esperanza y el Olvido
se abre el blanco abanico de la Aurora Boreal. [296]

¡Islas Baleares!
¡Islas Azores!
Mi alma ha perdido ya sus cantares
y sus amores.

¡Madagascar!
un día, solo, con una Biblia y mi carabina
me haré a la mar.

Buen Capitán.
Capitán loco y aventurero,
como tu vida se desfigura
bajo la sangre
del ala negra de mi sombrero...

Se van las olas dulces y rotas


ya cae la lágrima de Aldebarán...
sobre las últimas gaviotas.

Y Fernán Silva Valdez:

Me levanté con noche a preparar el barro


para mis cacharros.
Yo soy un poco indio guarany por mi cara,
y soy indio del todo al hacer mis cacharros.
Va a amanecer, el alba
es como un friso rosa
chispeado de pájaros.
Me levanté con noche a preparar el barro
para mis cacharros.
Está aclarando el día, los pájaros del alba
entre trinos y vuelos
se han comido toditas
las estrellas del cielo.
Está aclarando el día; -yo trabajo cantando,
tengo la voz mojada y tonada fácil;
(me levanté esta mañana
con la garganta tan fresca
como si hubiera dormido
con una estrella en la boca):
Y así mientras trabajo
cantando a media voz,
lejos, en el paisaje
se oye subir el sol. [297]

En Venezuela, Fernando Paz Castillo:

Se alejó, lentamente,
por entre los taciturnos pinos,
de frente hacia el ocaso, como las hojas y como la brisa,
la mujer que no vimos.
...................................
La tarde fue cayendo silenciosa
sobre el paisaje ausente de sí mismo
y floreció en un oro apagado y nuevo
entre el follaje marchito.

Hacia un cielo de plata


pálido y frío;
hacia el camino de los vuelos que huyen;
de las hojas muertas y del sol amarillo,
se alejó lentamente,
la mujer que no vimos.

Sus huellas imprecisas las seguía el silencio,


un silencio ya nocturno, suspendido
sobre el recogimiento de la tarde
huérfana de la prolongación de sus caminos...

Pero su voz, vibrante entre la sombra,


hizo vibrar la sombra, y era su voz un trino;
fúlgida voz que hacía pensar
en unos cabellos del color del trigo.

Recuerdos de las formas evocan las siluetas


de los apagados árboles sensitivos;
pero la voz, que se aleja entre masas borrosas,
denuncia unos ojos claros como zafiros,
y unas manos que trémulas apartan los ramajes
como dos impacientes corderitos mellizos.

Ni pasos furtivos, ni voces familiares:


oquedad y silencio entre los altos pinos
y en las almas confusas un ansia de belleza...
¿Pasó junto a nosotros la mujer que no vimos?
Y de Agustín Silva Díaz:

Arbol sin ramazones


árbol seco
pones tu silueta de aquelarre
en el camino escueto: [298]
eres trasunto fiel de uno de tantos
impulsos fracasados por el medio.

Maniquí que vistió la Primavera


en su jira ficticia
que luego el tahur del otoño
te robó de la planta hasta el moño
mintiendo caricias.

Fuiste pasto del pulpo


de las nubes
que en la abstracta absorción de sus tentáculos
se bebieron el vino
que en tus cordajes arteriales hubo
y se fueron borrachas dando tumbos.
Tu influencia en la vida
va pasando.

Yankilandia lo afirma
de una manera tal,
que te venció el petróleo en la cocina,
y en la mueblería
por snobismo o por economía
te sucede el metal.

Arbol seco,
de savia no te queda ni una mínima dosis,
condenado a morir pareces reo,
el viejo mal de la arterioesclerosis
te puso enteco y feo.

Eres casi un inútil


en la marcha moderna de las cosas.
Eres un fracasado
en estos tiempos;
ya no sirves de ejemplo
ni sirves, como antaño, de picota,
que en este siglo yanquilandizado
Judas se ha civilizado
y no piensa en la horca.

Eres trasunto fiel de uno de tantos


esfuerzos fracasados. [299]

Para que se vea que no ando tan solo en mi tendencia rítmica, óigase al
maestro vanguardista, Jorge Luis Borges, ya citado: «Un mejor argumento es el
empírico de que las rimas ya nos cansan. Para cualquiera de nosotros, estos
versos blancos de Garcilaso son entero y grato arquetipo de musicalidad:

Corrientes aguas, puras, cristalinas


Arboles que os estáis mirando en ellas,
Verde prado de fresca sombra lleno...

Por lo anteriormente dicho y citado se comprende o se deduce el concepto


personal que tengo del poeta, vanguardista o no. Un poeta es un hombre capaz
de hallar, o, si se quiere -y esto es más vanguardista-, de establecer conexiones
nuevas entre los estados efectivos [sic] del espíritu. Estas conexiones,
necesariamente formales, deben ser representativas y expresarse en imágenes.
Pero como no hay idea de magnitud posible dentro de la perfecta quietud del
espacio ni del tiempo solamente homogéneos, y menos de la quietud del
espíritu, es necesario afirmar que la forma es movimiento, porque el elemento
primario de ésta, la idea, no es sino un núcleo de fuerza espiritual fugaz. De
consiguiente, las imágenes no son relieves inmóviles y no aparecen
simultáneamente en el pensamiento, aunque así parezca. Y aquí la necesidad
(poética) de pautarle un ritmo a su movimiento, si se quiere que este
movimiento tenga alguna cohesión estética.

***

Vamos, pues, a ver como nos aparece el Vanguardismo considerado


estéticamente.

Hay entre los vanguardistas quienes afirman que el criterio para juzgar su
Escuela debe ser estético, exclusivamente, quiero decir, prescindiendo de todo
criterio filosófico; pero ya resulta innecesario afirmar que la estética es un
capítulo de la filosofía. No obstante, como existen muchas teorías estéticas
antagónicas entre sí, debe uno limitarse a estudiar el Vanguardismo de acuerdo
con los principios peculiares de su estética.

¿Y cuál es ésta?

Veámoslo: [300]

«El poeta -dice Vicente Huidrobe [sic. Huidobro] (306)- no debe ser el
instrumento de la naturaleza, sino convertir la naturaleza en su instrumento. He
ahí toda la diferencia con las viejas escuelas». Y más abajo: «no busquéis
jamás en estos poemas el recuerdo de cosas vistas, ni la posibilidad de ver
otras. Un poema es un poema como una naranja es una naranja y no una
manzana. No encontraréis en él cosas que existen de antemano ni contacto
directo con los objetos del mundo externo».

Esta declaración final del señor Huidobro [sic] -iniciador del Vanguardismo
en América- me recuerda un cuentecito caraqueño de los días de la gran guerra
mundial: Decía cualquier guasón que el Emperador Guillermo no quería la paz
ni la guerra.

Algún oyente interrogaba:

-¿Y qué es lo que quiere entonces?

A lo cual el guasón respondía algo bastante grotesco e indecible.

Un poeta que no expresa «el recuerdo de cosas vistas, ni la posibilidad de


cosas por ver», debe hallarse en sus propósitos estéticos muy cerca de lo que
quería, al decir de los guasones, el ex emperador de Alemania!...

Pero sigamos con la estética vanguardista. Jorge Luis Borges dice: «Quiero
inscribir alguna observación acerca de la imagen. La imagen (la que llamaron
traslación los latinos, y los griegos tropo y metáfora) es, hoy por hoy, nuestro
universal santo y seña».

Ya ve, pues, cierto vanguardista con quien he hablado bastante de estas


cosas, que la imagen no es una oposición retórica de la metáfora. Esto dicho
entre paréntesis. Vamos ahora al núcleo estético de la cosa.

Borges, como acaba de verse, dice que el eje actual del Vanguardismo está
en la imagen. Pero Huidrobo [sic] nos ha enseñado que en los poemas de la
Escuela no se ha de buscar el «recuerdo de cosas vistas, ni la posibilidad de
ver otras».

¿Qué deducir de todo ello? [301]

Que las imágenes vanguardistas por buscar, no pertenecen a la realidad de


lo concebible en el pasado nemónico, ni al presente y al futuro intuitivos. Por
esto, de seguro decía Gómez Carrillo, en posición irónica refiriéndose a la
misma estética: «Esto que a nosotros nos deja perplejos, a los que están
iniciados en los secretos de la estética nueva se les presenta cual un modelo de
poesía absoluta. Si su significado concreto no resulta claro para nadie ¿qué
importa? De lo que se trata es de las imágenes, que constituyen la verdadera
poesía, la poesía químicamente pura. El regocijo voluptuoso del que lee, debe
surgir de la virtud de las palabras. El sentido es una cosa aparte, una cosa que
no tiene nada que ver con la poesía. El sentimiento es también cosa aparte. ¿Y
la armonía? Eso ya es diferente. Lo que se necesita, sin embargo, es que todo el
mundo se ponga de acuerdo sobre lo que eso es!...

José Ortega y Gasset ha hablado ya sobre la deshumanización del arte. Es lo


que Huidrobo [sic] quiere, a juzgar por sus palabras ya citadas. Pero parece que
los vanguardistas han errado el camino de autonomizar, de deshumanizar el
arte y la poesía. Valiéndose capitalmente de las imágenes; porque las imágenes
no existen ni pueden existir en el espíritu por generación espontánea, sino por
traslación de intuiciones empíricas. Y ya se sabe, no se conocen intuiciones
vacías sino llenas con representaciones sensuadas. El Vanguardismo, según
Huidrobo [sic], no es sino una especie de germinación espiritual ajena a toda
refracción o prolongación nemónica. Por esto, sin dármela de maestro, creo que
el Vanguardismo debiera haber echado mano más de los conceptos que de las
imágenes. Los conceptos al fin son tan fecundos que pueden alargarse hasta la
irrealidad imaginativa sin llegar a lo grotesco. Mientras que las imágenes
irreales (por ejemplo, «el cerebro del estómago», usada por Ribemont
Dessaignes) tienen que determinar una sospecha de desequilibrio en su autor.

Por otra parte, es inconcebible un arte deshumanizado, porque ningún


creador artístico, deja de ser humano aun en el caso de ser una simple máquina
de urdir disparates (que sean exclusivamente disparates) porque la locura, por
ser locura, no deja de ser una dolencia humana.

A otro respecto, la posición central que Huidrobo [sic] toma al sentar que el
poeta no debe ser instrumento de la naturaleza sino que la naturaleza debe serlo
del poeta, revela a una necesidad o a una pobre [302] facultad discursiva.
Probablemente sea ésta una de las virtudes del Vanguardismo.

En primer lugar, ninguna poesía ha sido obra teleológica de la naturaleza


exterior, a través del instrumento hombre, salvo en la mente de Goethe, quien
denominó, por metáfora, a éste, lengua de la naturaleza. No lo ha sido, porque
la naturaleza, materia extensa, no piensa por sí sola. Y la poesía es obra del
pensamiento, o sea, obra creada por la materia inteligible. Por otra parte la
naturaleza del hombre, materia inteligible, fue, es y tendrá que seguir siendo el
artífice de toda poesía; pero no artífice autonómico, aunque ductilice
imaginativamente todas las representaciones de su mente, sino artífice
instrumental de construcciones espirituales, hijas a su vez de las sordas,
oscuras y aun desconocidas corrientes nerviosas de lo inconsciente,
determinadas no sólo por el misterio de la materia orgánica sino por las leyes
deterministas y funcionales de la Forma.

Por consiguiente, esa estética sustentada por imágenes de aparición


espontánea y milagrosa, no pasa de ser un juego infantil, un propósito verbal,
porque en la más simple de las imágenes existe una cantidad innegable de
sentimiento, ya que ninguna imagen se halla construida fuera de la obra
perennemente constructora de las sensaciones. Y también existe en ella un
coeficiente conceptual, tanto más grande y eficiente cuanto menos real e
intuitiva sea la imagen.

***

En la próxima y última articulación de este ensayo, se estudia el aspecto


lógico y cultural del Vanguardismo.
III

Aunque el Vanguardismo no lo revele, sus sectarios prefieren presentarlo


como una poesía más mental, más lógica que afectiva.

Veamos si en realidad es así.

En primer lugar nos hallamos con la alteración o transmutación acepcional


de los vocablos. Se comprende fácilmente, se trata de una [303] innovación
léxica. En realidad el nombre de una cosa nunca da la esencia de la cosa en sí,
ya que el hombre jamás conoce o se pone en contacto directo, inmediato con
las cosas en sí. El no conoce sino fenómenos, es decir, sensaciones; pero no
sólo para poder entenderse con sus semejantes ha notado las cosas con nombres
más o menos arbitrarios, sino para poder disciplinarlas y fijarlos en su
memoria. Más claramente, para poder pensar. Porque el pensamiento no existe
sin el conocimiento, toda vez que nadie concibe la idea de una cosa ajena a las
representaciones del mundo sensible.

Mas por arbitrarios que sean los nombres con referencia a las cosas, nunca
son hijos del imperativo caprichoso de un hombre solo que a su talante lo
escoja sino el consenso colectivo que la costumbre, el tiempo y la lógica
lingüística van formando y destruyendo simultáneamente. Esa obra del
construir es lo que forma las lenguas vivas, y por oposición, ese olvido o
desuetud [sic] de los sustantivos, de los modos adverbiales, etc., etc., es lo que
constituye las lenguas muertas.

El Vanguardismo, o mejor dicho, los vanguardistas, quieren llamar las cosas


como se les antoja, no colectivamente dentro de su Escuela -como es fácil
precisarlo con muchos ejemplos- sino individualmente según el capricho
constructivo de su imaginación en el momento de poetizar!

Me parece, después de lo dicho, innecesario probar lo inadecuado de tal


tendencia.

Y ahora, a la base lógica que les sirve para pretender las pseudoanalogías
léxicas en cuestión. Esta base, no puede ser otra que una sustitución sensitiva
de la función de un sentido por la de otro. Poesía es ficción, y esto estaría bien
poéticamente; pero no debe olvidarse que metafóricamente, por ejemplo, puede
sustituirse el sentido de la vista al del oído o de otro sentido. Y así se dice, y se
dice bien: «se ve la calma» (falta de brisa); «se oye la luz», «me olía a amor»,
etc., etc... Y en cuanto a sustituciones externas, objetivas, nadie se admirará de
que un poeta sustituya, por analogía estética, las sensaciones espaciales por las
temporales y viceversa. De esta manera se expresa el hombre cuando afirma
que una canción es kilométrica y que una danza tenía cincuenta minutos. Ya el
fonógrafo ha mensurado en el espacio la duración del sonido, amén de que
geográficamente se cuentan las distancias del globo por medio del tiempo.
[304]

Lo anterior al respecto primario de una disciplina mentual [sic, mental?].


Pero hay algo más. Los vanguardistas extremos en sus trabajos poéticos
parecen olvidar que toda composición de esta especie, debe hallarse tejida
sobre el cañamazo de una idea central. Y este es olvido de muchos poetas que
se tienen como antípoda del Vanguardismo. Aceptar lo contrario será todo lo
bello que se quiera, pero eso es el caos. Ahora, no sé si el caos será bello!

Es pretender formar una poesía nueva a base de ideas sin disciplinarles


lógicamente!

Otra cosa, se habla del Vanguardismo como tendencia cultural. Pero si uno
trata de estudiar el valor mental y cultural de un trabajo poético de la escuela,
se desconcierta, ya que el ametódico amontonamiento de imágenes, de ideas
contradictorias, etc., no permiten descubrir la idea o ideas centrales de esa
tendencia cultural que, de existir, sería estética. Por otra parte parece ser que
quienes hablan de cultura en una escuela tan personalista olvidan la esencia o
fundamento posible de la cultura como ciencia. A este respecto me permito
aquí una cita de H. Rickert, profesor de la Universidad de Heidelberg, y uno de
los maestros en Alemania de la cultura como ciencia: «La universidad (sic) de
los valores culturales es justamente la que evita el capricho individual en la
concepción histórica. Sobre ella descansa, pues, la «objetividad» de los
conceptos históricos: lo culturalmente esencial no ha de ser importante para
este o aquel individuo aislado: debe serlo para todos».

Por añadidura, la acepción de «cultura», nos está diciendo por sí de


disciplinaria adquisición mental, tan opuesta, al parecer, al criterio anárquico
de la moderna juventud vanguardista. Ello a juzgar por los conceptos de Paul
Sonday que de seguida copio:

«Entre los personajes que han contestado a Pierre Lagarde ninguno ha


definido peor la cuestión de hecho que Claude Farrère, el célebre novelista
autor de los «Civilisés», de la «Bataille», de «L'Homme qui assasi», etc.; «Los
jóvenes aman demasiado la inteligencia, ha dicho Claude Farrère. Es su mayor
equivocación. El ser puramente inteligente no es más que un primario».

Tantos errores como palabras, según mi pobre parecer; ¡que los jóvenes
prefieren demasiado la inteligencia!... ¿Dónde diablos ha visto esto Claude
Farrère? Siendo crítico literario, leo por deber profesional [305] muchas obras
de autores jóvenes, leo ciertamente muchas más que el señor Claude Farrère y
tengo el deseo de no estar obligado a ello! Pues bien, según mis observaciones,
la inteligencia es, al contrario, lo que a los jóvenes más les falta, como la
gramática, que es además una disciplina intelectual.

Ciertos de estos jóvenes escritores tienen dones. Tienen frecuentemente


imaginación, verso, emoción; frecuentemente también son hipermotivos,
hiperestésicos y casi neuróticos. Pero la mayor parte razonan como tambores,
carecen de sentido crítico en un grado prodigioso, no saben absolutamente
nada, desprecian dogmáticamente la cultura y la lógica y cuentan con su genio
natural para que baste a todo. «Nosotros, gente de calidad, sabemos todo sin
haber aprendido nada», decía un personaje de Molière. Estos jóvenes se creen
todos hijos de los dioses, y están convencidos de que la milagrosa inspiración
venida de lo alto le dictará obras maestras.

Ciertas teorías filosóficas a la moda les proveen de buenos pretextos. La


intuición, el inconsciente. ¡Esto es cómodo y menos fatigoso que los largos
esfuerzos para instruirme, meditar y ahondar en un asunto! Le complacen
perezosamente en una confortable ignorancia y una blanda incuriosidad. Y se
escribe sin reflexión ni control todo lo que pasa por la cabeza. Los
superrealistas llaman a esto el «monólogo interior». Alfonso Daudet hacía
decir a su Valmajour, el tamborilero: «¡Esta se me ha ocurrido de noche,
oyendo cantar al ruiseñor! Era lo mismo pero dicho más graciosamente».

***

A respecto final de este trabajo, debo decirlo, para limitar, por lo menos
mentalmente, cada cosa en su lugar: no creo ni que el arte sea en nuestra época
la tendencia capital de la cultura, ni que los hombres culturales tengan por qué
desdoblarse en hombres de acción: «Si se considera, dice Le Bon, que bajo las
preocupaciones utilitarias del mundo moderno, a cuya aurora nosotros
asistimos, el papel del arte no está aparcado apenas, se puede suponer que será
clasificado entre las manifestaciones, sino inferiores, secundarias al menos de
la civilización». Por lo demás, hasta cierto punto el hombre de acción y el
hombre cultural, son antagónicos. Por lo menos la historia tiene enseñanzas a
este respecto que hasta el presente no parecen modificadas por la experiencia.
[306] Y esto, sabido es, no se puede decir de los artistas, quienes a veces
llevaron su actividad de hombres de acción hasta el delito. Ahí están las
Memorias de Benvenuto Cellini que no me dejan mentir. Y esto ya por sí nos
ilustra, como la historia del Renacimiento entero, acerca del antagonismo en
que los artistas y el arte pueden hallarse con la verdadera cultura.

Por otra parte, nada nuevo se dice al evidenciar que la constitución psíquica,
filosóficamente inferior del hombre de acción, sea socialmente muy
importante, como agente económico y como elemento bélico: porque los
hombres como los pueblos perecen cuando se alteran sus normas de carácter
con prescindencia absoluta de sus condiciones culturales, ya que todavía en
nuestra época los hombres y las naciones que éstos forman o componen,
subsisten más por sus energías en la lucha implacable del vivir que por su
elevación cultural y filosófica. La única superioridad ante la cual se inclina la
historia, en cuanto a la subsistencia, es la militar, creada por los hombres de
acción, siendo también verdad que éstos sólo por excepción se hallan dotados
con los otros elementos de la civilización, que es cultura.

Caracas, Enero, 1928 (En Isla Petra).

[Este artículo fue publicado en tres números de El Universal de Caracas, con


una dedicatoria para Jesús Semprum y Rómulo Gallegos. Las fechas son el 28,
29 y 30 de enero de 1928]. [307]

Apéndice VI
Polémica Gil Fortoul - Febres Cordero - Paz Castillo

[309]

Vanguardismo poético
José Gil Fortoul

A los poetas de la presente generación que lean estas páginas les advierto
que no vengo a criticar, ni censurar, ni muy menos a condenar. Porque no nací
para crítico, ni censor, ni juez. Aunque jurista (además de sportman y
aficionado a artes) jamás convine en ser juez, entre otros motivos porque con la
filosofía especial que está arraigada en mi entendimiento y en mi corazón, aun
los más empedernidos delincuentes tendrían probabilidades conmigo de
resultar absueltos. Además, mis lectores y mi auditorio de aquí, de mi
Venezuela, saben que prefiero andar por la vida recreándome solamente en
cosas risueñas, en paisajes atractivos, apartándome en lo posible de tristezas y
miserias, y cortando alguna flor fresca al lado del camino para prenderla,
cuando puedo, en el corpiño transparente de una mujer hermosa...

Ni adversario adusto ni defensor apasionado de lo que ahora llaman


vanguardismo. ¿Adversario, por qué? Trátase de una tendencia, de un
entusiasmo, de una aspiración colectiva, que pretende renovar o rejuvenecer
formas de arte, y para oponerme a eso no tengo ni autoridad, ni fuerzas, ni
voluntad. Por otra parte, sería necio desaire aparecer como viejo caballo
cansado corriendo detrás, a larga distancia, de potros briosos y relinchadores.
Preferible fuera correr con ellos y llegar siquiera placé.

¿Defensor apasionado del vanguardismo? Tampoco. Si los vanguardistas


tienen talento, y muchos tienen más que talento, se impondrán. Si no, irán
cayendo como los zánganos de la colmena después del vuelo nupcial.

¿Qué algunos vanguardistas dicen a veces disparates? ¡Qué importa! Otros


dicen más; por ejemplo, muchos académicos, con la circunstancia [310]
agravante que éstos suelen soltar sus disparates sin ingenio ni gracia. Y el
disparate no es la misma cosa cuando sale de una boca chocha que esté ya
mascando el agua o cuando vibra en labios impacientes que se abren al chorro
de un entusiasmo juvenil... En arte, envejecer es abdicar o morir. En arte y lo
demás, nada importan los años, si el corazón permanece rojo y caliente. La
vejez no son los años: es la indolencia, la desesperanza, la impotencia.
Quédense los impotentes llorando en alguna etapa del camino. Los otros, sigan
andando... ¿A dónde? A otro espacio, a otros paisajes, a otros amores... hasta
que nos encontremos con la última novia, con la última novia que en la última
noche de amor ha de arroparnos para siempre con la mortaja del silencio y del
olvido.

Antes de ver en qué consiste propiamente el vanguardismo, sobre todo en


poesía, despejemos un poco el terreno.

Algunos lectores, de esos que se quedan en la apariencia de lo que leen, se


empeñan en buscarles a los actuales vanguardistas remotos precursores. A
menudo se equivocan.

En la poesía castellana traen a cuentas el «culteranismo» de Góngora.


Ilusión histórica. Don Luis de Góngora y Argote, que vivió a horcajadas entre
los siglos XVI y XVII, quiso en sus Soledades, en su Polifemo, en casi todas
sus obras poéticas, reaccionar contra el ya cansado estilo de su época. Y logró
su propósito, sencillamente porque tenía genio. Pero a poco sucedió que la
turba imitadora imitó solamente su gusto por ciertas metáforas forzadas, por
ciertas oscuridades aparentes; y formaron ellos, los imitadores, no Góngora, la
escuela culterana. Góngora se quedó solo en su cumbre.

Aquí entre nosotros, en nuestros cenáculos caraqueños, suele evocarse


irónicamente el Delpinismo llamándole precursor del vanguardismo. Como
ironía pase, porque no deja de ser espiritual. Como precedente histórico, no.

El Delpinismo no fue movimiento exclusivamente literario. Tuvo más que


ver con la política.

Francisco Antonio Delpino y Lamas pertenecía por su padre a familia de


libertadores y por su madre era nieto del autor del Popule meus. No era
completamente iletrado, como que niño pasó por colegios, y fue en su
mocedad, como casi todos sus contemporáneos, guerrillero. [311] Después se
dedicó al noble oficio del sombrerero en la parroquia caraqueña de San Juan.

Es difícil averiguar si su ascendencia patricia, o sus recuerdos bélicos, o el


arte de fabricar sombreros determinaron en él la ambición de destacarse
intelectualmente sobre sus congéneres. Lo cierto es que la dio por hacer versos
que no se pareciesen a ningunos y a poco resultó un Góngora del queso, para
emplear la jerga de su tiempo. Cuerdo en todo lo demás, cojeaba, tropezaba y
resbalaba al tratarse de poesía.

Estudiantes de la Universidad y otros frondistas de oficio se apoderaron de


Delpino para convertirlo en héroe de una farsa satírica, exaltando hasta el
delirio sus (como decía él) «Metamorfosis carnavalesca» y «Sonetos
estrambotes».
Empezaron por llamarle Don Francisco. Sarcasmo de actualidad. Porque
hacía muchos años que los venezolanos eran todos democráticamente
ciudadanos, a no ser también, caso frecuente, generales o doctores. El don se
había quedado como distintivo de los antiguos «godos». Pero, por aquellos
años delpinísticos revivió el don y se aplicó casi exclusivamente a los
académicos de la Lengua, correspondientes de la Española. El título de don
acordado a Delpino resultó una burla contra los académicos (exceptuando, por
supuesto, a hombres como Cecilio Acosta, Rafael Seijas, Julio Calcaño y
algunos otros).

Al fin decidieron los delpinistas celebrar una velada en el Teatro Caracas


para coronar al poeta, velada que se efectuó el 14 de marzo de 1885 con
asistencia del Gobernador y del Prefecto. Los directores eran: Lucio Villegas
Pulido, Manuel Vicente Romero García, Francisco Caballero, José Alfonzo
Ortega y José Mercedes López.

Ninguno hablaba nunca en serio. Vivían en plena guasa, en perpetua


«guachafita», en incansable «mamadera de gallo». Lucio Villegas: estudiante
eterno, es decir, que pasaba de un curso a otro sin presentar exámenes: su
mayor desgracia hubiera sido tener que salir de la Universidad con un grado de
doctor. Romero García, el futuro autor de Peonía, andaba todavía vacilando
entre la carrera literaria y la carrera militar. Francisco Caballero, que trataba a
Delpino de «tocayo», «tocayo don Pancho», no era aficionado a escribir:
prefería conversar maliciosamente echando a rodar «bolas» extravagantes en la
Plaza Bolívar y en los clubs. Seijas García: ironista en frío. Alfonzo Ortega,
estudiante de [312] medicina, imitaba a veces el ingenio chispeante de su
talentosísimo hermano Andrés, estudiante de Derecho. José Mercedes López,
también estudiante de Medicina, apasionado admirador de la Revolución
Francesa, gran jugador de dominó, como Dantón, al fin trocó su bisturí por un
machete en las guerras civiles.

Véase, pues, que los corifeos del Delpinismo no eran propiamente pichones
de literatos. Ninguno de ellos, a excepción de Romero García, novelista
original, resultó después gran prosista, gran poeta, ni grande orador. Un Luis
López Méndez, un Lisandro Alvarado, un César Zumeta, un Picón Febres, un
Tomás Mármol, desdeñaron siempre la guasa callejera. Los delpinistas no
formaron escuela literaria. La ironía y la sátira se tornaron luego más finas,
más profundas y más artísticas, con otros prosistas y poetas.

Es verdad que los delpinistas titularon el opúsculo publicado al día siguiente


de la coronación: La Delpiniada; Nueva faz de la literatura venezolana. Su
reformador el Excmo. señor don Francisco Antonio Delpino y Lamas. Ese es el
genio; y agregaron en la dedicatoria: «A los intrépidos poetas que escalan el
Helicón en el Pegaso de Sancho; a los presuntuosos de todas las edades y de
todos los países; a los heroicos perseguidores de la arepa; al nihilismo
literario».

Pero no hay en todo esto ningún esfuerzo creador, ningún estilo nuevo,
ninguna nueva forma de belleza. Delpiniada es simplemente una burla de los
ensayos académicos de epopeyas nacionales que se llamaron La Colombiada,
La Boliviada, La Cachurriada, y con lo demás se quiso disfrazar una reacción
político-social (cuya reseña pertenece a otro estudio).

En resolución, ni el culteranismo español, ni el delpinismo caraqueño se


pueden invocar como precursores del vanguardismo actual.

Aquí, como en otras Repúblicas latinoamericanas, se está realizando un


movimiento análogo al que en Europa, después de la gran guerra, se bautizó
con una porción de calificativos en ismo: futurismo, dadaísmo, cubismo,
nemismo (de ahora), impresionismo, expresionismo, superrealismo, ultraísmo,
oscurismo... y muchas etcéteras.

Sólo que esos movimientos europeos suelen propagarse por acá algo tarde.
Aunque de París o de Londres o de Berlín a Caracas bastan dos semanas de
viaje, sucede a veces que libros y revistas viajan con [313] mayor lentitud, a
causa de pausas de correo que algunos vanguardistas maliciosos atribuyen
injustamente a nuestros amables y diligentes distribuidores de correspondencia.

***

El aspecto del vanguardismo que pudiéramos llamar técnico, lo trató el otro


día en las columnas de El Universal mi distinguido colega Gabriel Espinosa,
con admirable competencia, aunque también con alguna dureza. Por lo cual no
hay que guardarle rencor: su erudición, su talento y su buena fe merecen
aplauso y respeto.

Sería muy largo ahora y aquí que yo me engolfase en comentarios


minuciosos de los libros que sobre vanguardismo se han publicado en Europa y
en nuestra América.

Limítome a citar la revista Válvula, que se empezó a editar en Caracas


(enero de 1928) y donde se define el vanguardismo venezolano. Dice: «El
único concepto capaz de abarcar todas las finalidades de los módulos
novísimos literarios, pictóricos, o musicales, el único, repetimos, es el de la
sugerencia. Su último propósito es sugerir: decirlo todo con el menor número
de elementos posibles (de allí la necesidad de la metáfora y de la imagen duple
y múltiple), o en síntesis, que la obra de arte, el complexo estético, se produzca
(con todas las posibilidades anexas) más en el espíritu a quien se dirige que en
la materia bruta y limitada del instrumento».

¿Han bien comprendido todos mis lectores? ¿Sí? ¿No? Vamos por partes.

Según los diccionarios. sugerir es: «inspirar, dictar, insinuar, recordar,


advertir, etc., alguna cosa». Retengamos el verbo «insinuar».

En primer término, no se trata de pintar o describir la realidad tal como ella


aparece al vulgo, sino tal como el pintor y el poeta pretenden verla, con la
mayor sobriedad y la mayor sugestión. En lo que casi todos estamos de
acuerdo, por lo que diré abajo.

Solo que, para comprender bien las cosas conviene hacer algunas
salvedades, advertencias y distinciones. [314]

Supongamos que el poeta o el prosista (de las diferencias entre uno y otro
hablaré después) va a presentarnos una mujer bella y con este motivo hablamos
de amor. Si no es vanguardista, y si se trata, por ejemplo, de una muchacha
angloamericana, la creará fresca, fuerte, alegre, sportiva: una holandesa será
subida de color y abundosa en carnes, rubia húmeda como el trigo maduro
arropado de brumas: una francesa será espiritual, complicada, nuancée,
delicadamente matizada en todo, en el vestir, en el hablar, en el andar, en el
sentir, en el amar... El vanguardista extremado no se detendrá en nada de eso.
Su papel se circunscribirá a insinuar, a sugerir. Lo demás le corresponde al
lector o al auditorio.

Veamos si logro explicarme mejor, en un asunto que pudiera ser escabroso.


Si mi pluma resbala, perdóneme el lector, gracias a mi ingenuidad.

Apelo a mis recuerdos. Cuando yo desempeñaba la Legación de mi país en


Berlín, hace largos años, un secretario muy joven de la Legación de los Países
Bajos, a quien pregunté si era feliz en Alemania, me contestó al rompe: «Sí,
muy feliz aquí, buena cerveza y muchacha gorda». No era vanguardista.

A una dama gentil, en Londres, la dama del gran mundo muy festejada
durante la «estación», le oí decir, mientras saboreaba su té como si fuese
solamente «sugerencia» de té: «Oh, el amor; si es un simple capricho resulta
banal, y si se torna en pasión resulta tragedia: mejor es quedarse en el flirt».
Era vanguardista mundana. Pasaba sobre los sentimientos como mariposa, o
brisa, o nube, voluble e inconstante. A su novio, si ha tenido novio, le habrá
dicho: quedémonos a la puerta de la vicaría, sin nada aventurar. A su marido, si
loca se ha casado: ¿para qué querernos? La sugerencia basta.

Aquí en Caracas recuerdo a uno de mis colegas plumíferos, compañero y


comensal del amable cronista Fides. Era vanguardista anticipado. Vestido de
paño raído, calzado de zapatos desencajados, habitante de un cuartico oscuro, y
sin saber por qué milagro iba a encontrar que comer. Pero sabía apelar a la
sugerencia, y al punto veía que por la puerta del cuartucho se entraba un pavo
orondo, de cabeza rubicunda como si fuese nuncio o cardenal, meneando
académicamente su abanico posterior, pidiendo que le desplumasen y echasen
a la olla, o le hiciesen bailar danzas dadaístas en el asador. Y el pavo -afirmaba
mi colega- [315] se desmayaba él mismo sobre un plato historiado donde se
besaba con un montoncito de trufas perfumadas y ofrecía él mismo su carne
blanda y sabrosa al plumífero hambriento. Quien, además, no se regalaba en
soledad, porque un rayo de luna se entraba también por la ventana cantando
amores con la imagen rubia de Afrodita, con las miradas verdes de Minerva,
con los brazos voluptuosos de Helena... Después, dulce sueño digestivo en
medio de la sugerencia de haber cenado como Lúculo, amado como Don Juan
y creado una obra maestra.
En las discusiones vanguardistas ocupan lugar exagerado ciertos puntos que
a mí me parecen relativamente secundarios. Por ejemplo: la rima y la
neotipografía.

No recuerdo quién escribe que «prescindir de la rima es saber andar sobre la


cuerda floja sin el balancín». Convenido. Pero todos sabemos que la rima no
fue nunca, en ninguna lengua, parte esencial del verso, y que lo que distingue
el verso de la prosa es un ritmo particular del uno y de la otra.

Sucederá, sin embargo, que después de una proscripción más o menos larga,
la rima volverá del destierro, sobre todo en castellano, con sus consonancias y
asonancias. La rima no es balancín sino para los poetas medianos que lo
necesitan. Los grandes poetas de lengua castellana o francesa o italiana, se
volverán a casar con la rima rica y procrearán con ésta más versos armoniosos.

La neotipografía es otra novedad sin importancia. Un pormenor: ¿por qué


suprimir las letras mayúsculas para reemplazarlas siempre con minúsculas? Es
suprimir un aspecto de belleza visual. Las minúsculas son la turba, algo así
como las obreras en las sociedades de insectos, o, hablando en lenguaje
sugerente, son como mujeres pequeñitas que, si tienen gracia y sal dan ganas
de chuparlas golosamente como un bombón acidulado. Pero las mayúsculas
son como mujeres altas, esbeltas, airosas elegantes. ¿Por qué no seguir con las
letras de ambos tamaños?

No insistiré sobre estas cuestiones secundarias. En una nota titulada «forma


y vanguardia», la revista Válvula apunta: «La vanguardia más quizá que ningún
otro movimiento ha tenido que apelar a la forma, para llevar al público en una
manera tangible la convicción de que lo que se propone es renovar. De allí la
causa del uso de minúsculas, de la supresión de la puntuación rancia, sustituida
por otros signos o por [316] espacios en blanco, de la neotipografía
caprichosa... Pero ello es sólo un medio por el cual la vanguardia significa su
ruptura con el pasado y en modo alguno encierra la totalidad de su credo. Él es
puramente ideológico, y así no debe extrañar que ella se despoje de estos
malabarismos formales y exteriores una vez que su idea haya sido
comprendida».

De acuerdo. Pero ¿qué significa ruptura con el pasado? No será ciertamente


supresión ni negación del pasado; lo que en primer lugar fuera imposible y en
segundo absurdo, porque sería negarle al arte sus raíces y su historia. Lo que
aquella frase quiere decir, en mi entender, es que en artes como en todo, los
cambios profundos se efectúan por movimientos precipitados, que en
sociología y en política llamamos revoluciones. En Europa y por contagio en
nuestra América: romanticismo contra clasicismo; naturalismo contra
romanticismo; simbolismo, impresionismo, etc., contra naturalismo, y ahora
vanguardismo (u otro ismo) contra las predominantes hasta la gran guerra...
Toda revolución literaria empieza a pasos rápidos y, teóricamente, llega a su
extremo. Luego, las exageraciones se van moderando y al fin algo queda... algo
o mucho con los que tuvieron talento original y realizaron grandes obras. La
turba desaparece.

Otro punto esencial. La obra de arte nace del connubio del entendimiento
humano con la naturaleza. ¿Cómo? (Advierto a mis pacientes lectores -si
existen- que es difícil presentar este complicado asunto en fórmulas
inmediatamente comprensibles, dificultad mayor para quien tiene la memoria
cargada de reminiscencias... De Théophile Gautier se dijo que era un poeta
para quien «el mundo exterior existe». Permítaseme decir humildemente que
soy hombre para quien el arco iris existe. La mayoría se fija cuando más en los
colores simples, ignorando los intermedios).

No hay dos artistas que vean y sientan la naturaleza del mismo modo. El
horizonte visual e intelectual de cada individuo y de cada grupo es diferente.
Para muchos individuos y grupos el mundo infinito del arte apenas existe:
viven ante un universo incógnito. O viven en un mundo representado por
metáforas simples. ¿Las estrellas? Clavos de oro o plata. ¿La historia? Lo que
pasó; pero sin lejanías, ni complicaciones, ni matices de psicología
trascendente.

Lo que llamamos «realidad» de las cosas, lo es solamente con relación a


nuestro entendimiento. «El hombre es la medida de todo: [317] uno no se sale
de uno mismo», decía Protágoras. Y cuando el entendimiento se afina y
personifica, cada cual ve y siente de un modo especial, único, personal.

Esto no solamente en cuanto al hombre. Porque no cabe duda que la vista y


el cerebro de una hormiga, por ejemplo, no se representan un árbol de igual
manera que la vista y el cerebro de un hombre, culto o inculto... Imagínese lo
que puede ser nuestra tierra para el habitante de otros mundos mayores. Más
todavía: nuestro globo terráqueo es, probablemente, un organismo, un ser
viviente con órganos cerebrales peculiares: ¿qué representación se formará el
alma del globo terráqueo al sentir moverse el infusorio llamado hombre?...

Cuando el ser humano superior, el artista, el sabio, la mujer espiritualmente


bella, ve y siente los aspectos del mundo exterior, ve y siente de otro modo que
el vulgo.

Un Heráclito al ver pasar las aguas de un río no piensa solamente en bañarse


y beber agua: su visión se agranda, se complica, y cuando exclama: «no nos
bañamos dos veces en el mismo río», crea inmediatamente otro infinito mundo
intelectual. Lo mismo un poeta como Lucrecio, limpiando de dioses el universo
y reemplazándolos con fuerzas hasta entonces apenas sospechadas. Lo propio
un pintor como Leonardo, combinando de mil maneras la sonrisa de Mona Lisa
con la sonrisa -ambas enigmáticas- de Baco joven.

Sólo un Pascal, al mirar al cielo en noche serena, sabe combinar la filosofía


más honda con la poesía más intensa pensando y escribiendo así: «Cuando
considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y
siguiente, el pequeño espacio que yo ocupo o veo, abismado en la infinita
inmensidad de los espacios que yo ignoro y que me ignoran, me espanto y me
extraño de verme aquí más bien que allá, porque no hay razón para que sea
aquí y no allá, ni por qué ahora más bien que entonces... El silencio eterno de
esos espacios infinitos me espanta».

Cuando un Goethe fija la mirada y pasea sus manos sobre un cuerpo


humano de líneas perfectas, comprende en seguida (él con pocos) la absoluta
belleza de una obra maestra en mármol, medita y compara, y (son palabras
suyas) ve «con ojos que palpan» y toca «con manos que ven». [318]

Así tal vez un día algún vanguardista de genio.

Dos palabras sobre otra cuestión importante: las relaciones o diferencias


entre el verso y la prosa, que ciertos vanguardistas confunden
inconsideradamente. Aun los más ignorantes plumíferos debieran saber por
experiencia que es igualmente difícil escribir bien en una u otra forma, y que
no es la una superior ni inferior a la otra. El verso de Racine o de Calderón no
vale más ni menos que la frase de Pascal o de Santa Teresa.

Pero confundir verso y prosa equivaldría a un retroceso, a volver a lo


primitivo, a refundir en una sola dos formas ya artísticamente diferenciadas, a
empobrecer el arte de hablar y escribir. Los que tal pretenden andan ayunos de
todo estilo, de toda técnica.

Mi compañero Aracil, mi más íntimo compañero en toda suerte de


diversiones literarias, quien anda en estos días vagueando por Caracas entre
dos viajes trasatlánticos, al oírme leerle estas páginas, me dice con su eterna
sonrisa irónica:

«Si ello te divierte, embárcate con los vanguardistas. Pero no con desbocado
entusiasmo juvenil. Deja eso a los que viven todavía en primavera. Si te vas en
ese barco, vete como viejo marinero que ha corrido por muchos mares
tempestuosos y guarda la experiencia de otras batallas, o para emplear un
término de moda en los congresos diplomáticos, vete simplemente como
«Observador». Muchos se caerán al agua. Otros, renovando el mito de Ícaro, se
quemarán allá arriba sus alas pegadizas. Unos pocos llegarán al puerto. Grítales
salud y buena suerte a los que puedan imprimir su talento en obras
perdurables».

[Publicado originalmente en Cultura Venezolana, 86 (enero-marzo de 1928).


Con el título de «Sobre el Vanguardismo» se publica el 5 de julio de 1928 en
El Universal y desencadena la polémica. Tomamos el texto de Obras
Completas, vol. VII. Caracas: Ministerio de Educación, 1957, pp. 389-399].
[319]
El Vanguardismo y el Doctor Gil Fortoul
Miguel Febres Cordero

Furor de innovación se apodera del mundo en cuanto a modas, costumbres,


literatura y procedimientos. En todos los tiempos han ocurrido reformas y
cambios, mas nunca tan copiosos ni tan sensacionales como en el presente
siglo. Hechos que requerían épocas para sucederse en la historia, agólpanse
ahora dentro del corto lapso de un lustro, de un año o de menos tiempo. Un
caso de estos es la violenta metamorfosis de la mujer desde que se masculinizó
su indumentaria, actividad y modales.

Al modo como los cataclismos abrevian los procesos de la geología, hasta el


grado de que en un solo día puede hundirse todo un continente y surgir otro de
en medio de las ondas del mar, así el universo social viene presentando un
espectáculo de inauditas novedades en la escena de la vida. Ejemplo: la abuela,
la madre, la hija y la nieta (nacida esta última en nuestros días), representan
cuatro épocas, de las cuales las tres primeras se eslabonan corrientemente, sin
notables diferencias, como no sean las que de una manera natural impone el
tiempo. La herencia de hábitos y de tradiciones viene pasando así, casi
incólume, hasta la nieta; hasta allí el río de las generaciones corriendo
tranquilo, sin enormes saltos ni lagunas que alteren su curso; pero de la nieta en
adelante (hablamos en tesis general): principio, el Niágara o piélagos de por
medio, la isla de Trinidad u otra Antilla, fragmento de la Tierra Firme,
apartándose de ésta por tremendo sacudimiento sísmico...! En la nieta viene a
romperse, pues, la cadena de los antecedentes solariegos y en ella aparece por
fin el tipo acabado de la mujer feminista, con sus modernos hechizos y trofeos
de conquistadora, ufana de su libertad masculina.

Pero vayamos al vanguardismo, que es el tema principal de estas líneas,


recientemente tratado en Cultura Venezolana, selecta revista caraqueña, [320]
por el doctor Gil Fortoul, literato esclarecido. ¡Poder del talento! Este ilustre
escritor sugestiona de tal suerte con la autoridad de su rica pluma, que es capaz
de hacernos creer que lo blanco es negro y viceversa. Bástale aplicar su
habitual monóculo al vanguardismo, que sencillamente mirado no es sino un
desordenado modo de escribir para que el tal vanguardismo adquiera a los ojos
de los lectores categorías de escuela fundamental y hasta algo así como un
exequator literario.

Toda escuela se funda en una doctrina y toda doctrina en principios. ¿Cuáles


son la doctrina y los principios del vanguardismo? Ni se sabe. Por lo que se ve,
su divisa es parecida al grito épico de Córdoba en Ayacucho: Reglas discreción
y paso a la palabra libre! El anarquismo en tierras de Apolo. Por fortuna el
vanguardismo, especie de afección juvenil, ha de pasar con la edad, cuando la
crisálida del lirismo se rompa con el peso de la seriedad y del juicio. Entonces
el vanguardista dejará de serlo, como sucedió a los decadentes, y terminará por
escribir corrientemente, mirando claro que la originalidad, secreto del éxito en
literatura, no consiste en simples y desairadas innovaciones, sino en la astucia
del ingenio para lograr tan codiciado lujo sin incurrir en temeridades. Aquí está
el busilis.

La edad es punto capital sobre el cual precisa hacer hincapié cada vez que
se trate de revoluciones. La juventud, por razón natural, casi nunca es
conservadora. Su índole la impulsa de ordinario a los ensayos, a la variación;
de donde resulta el peligro de dañar en vez de mejorar, que se corre en toda
reforma, cuando se pierde la orientación de la Belleza, si se trata del arte; de la
Verdad, si de la ciencia; de la Justicia, si de la moral y del derecho. ¡Cuántos
escritores de consagrada reputación, a salvo ya por sus años de toda crisis en su
carrera literaria, quisieran fulminar la edición del periódico en que aparecieron
las primicias de su no bien preparado ingenio, avergonzados de haberlas dado a
la estampa! Pena que se ahorraron los jóvenes de antaño, escondiendo
humildemente sus apellidos tras candorosos seudónimos: y de haberse atrevido
contra el público, al punto un grito del viejo: niño! O la férula de críticos
terribles, como los de entonces, demasiado intransigentes para admitir, en
oficios de literatura, la disculpa de que echando a perder se aprende.

Triunfarán los vanguardistas de talento -augura Gil Fortoul-. Es lógico; pero


no con el vanguardismo, sino con su talento mismo, pues [321] el talento no
tiene escuela: los giros de su caudaloso vuelo no caben en patios académicos ni
en salones de clubs, sino en la inmensidad del éter; y si vamos a tomar por
vanguardismo la reacción contra la decrepitud de la estética clásica y la
preponderancia de nuevos métodos literarios, en la historia hay una legión de
vanguardistas, distinguiéndose entre ellos Rubén Darío, el «mago del verso», y
Vargas Vila, cuyo vanguardismo en las ideas llegó al disparatado extremo de
ensalzar la venganza, sentimiento ruin, y abominar el perdón, virtud de almas
superiores. Y si buscamos por los lados del Símbolo y de la Parábola, allá en
las brumosas lontananzas de la literatura, se columbran nubes de fuego velando
un monumento de estupenda originalidad y de sublimes vanguardismos; es el
Apocalipsis, escrito por San Juan sobre la mesa de los siglos y al gusto de todas
las escuelas.

El doctor Gil Fortoul, a pesar de sus declaraciones de indiferente en la


materia, tiende siempre a halagar el vanguardismo, honrándolo con
apreciaciones sociológicas y regulándolo con bombones en el laberinto de su
caudalosa fantasía. Lo que no impediría que un Julio Camba, verbigracia,
apropiándose el fenómeno vanguardismo, lo despachase con cuatro plumadas,
declarando en su mordaz estilo lo mismo que creemos muchos, es, a saber, que
tal manera de escribir no es esto ni aquello, sino lisa y llanamente,
muchachadas!...

Ni podía tampoco el doctor Gil Fortoul tronar contra el vanguardismo, pues


esto hubiera sido contrario a su temperamento de modernista definido; una
nube importuna en el cielo siempre primaveral de sus bien vividos días; un
soplo de vejez nocivo para el clavel que tan celebrado escritor suele ostentar en
su pecho, como diciendo galantemente a las mujeres hermosas: Sabed que tras
esta flor late un corazón lleno de juventud y de alegría, dispuesto a todo lo que
queráis vosotras!
Y terminamos este palique pensando que alguno de los lectores, al vernos
tan pequeños, pudiera decir:

-Miren al ratón jugando con el elefante. ¡Divertido!

Atreverse a refutar a Gil Fortoul...

[El Universal, XX, 6888, Caracas (16 de julio de 1928), p. 1]. [323]

Sobre el tema del Vanguardismo


Fernando Paz Castillo

C'est alors que se produisit le phénomene très remarquable


d'une division profonde dans le peuple cultivé.
PAUL VALERY

No hay vanguardismo. Hay muchas formas nuevas de expresión que


producen una aparente anarquía entre los escritores, y digo aparente, porque en
el fondo todos están de acuerdo en una cosa: en darle al arte autonomía, en
hacerlo puro, sin llegar por ello al concepto desinteresado del «arte por el arte».
Como en la época romántica: «On revendiquait alors une liberté totale pour les
formes de l'art et ses expressions». Una libertad total que puede traducirse en
diferentes modos de concebir y de expresar la belleza, incluyendo en ellos
hasta la misma forma clásica, siempre que ésta sea vaso que contenga el
espíritu nuevo.

Por lo tanto lo que hay es un espíritu nuevo, el cual no sólo se manifiesta en


arte, sino también en todas las fases de la actividad humana. Negarlo es
imposible. Aun en los terrenos de la ciencia, mucho más conservadora que el
arte, temperamentos, inquietos como Spengler y Einstein han provocado una
serie de obras que, por sí solas, forman una literatura original. Definirlo es
aventurado, ya que sentimiento tan complejo no puede encerrarse en unas
cuantas palabras retóricas.

Algo parecido a esto, según tengo visto, pasó por los años de 1820, cuando
los hombres dieron a todas las inquietudes del naciente siglo XIX el nombre
abarcador del mal del siglo.

Entonces, preguntaban qué significado tendrían aquellas palabras. No


obstante, el mal del siglo era una realidad que no sólo produjo el pistoletazo de
Werther, sino que creó una modalidad literaria, acaso la más rica que ha habido
en la Europa cristiana. Hoy a simple vista se entiende lo que la frase quiere
significar, porque ya para nosotros sólo tiene un apagado valor histórico,
ilustrado por una serie de hechos que pasaron de lo espiritual a lo vulgar, esto
es, a lo cotidiano. Así, lo [324] que para ellos representaba una inquietud, se
convierte para nosotros en una realidad vivida, en un fenómeno histórico que
juzgamos a través de creaciones características.

Nos parece muy claro el romanticismo contemplándolo desde las cimas de


Hugo o de Vigny, ya que las dificultades momentáneas, las vacilaciones y otros
muchos sentimientos inherentes al artista, desaparecen ante la magnitud de la
obra realizada.

El mal del siglo y el espíritu nuevo son dos formas vagas de expresar una
misma cosa: el deseo de vida de una generación, el ansia de encontrar una
expresión, una palabra acaso, que contenga algo de ese íntimo anhelo del alma
humana a superarse siempre.

Sólo la posteridad unifica los movimientos literarios. No es posible reducir


a una sola tendencia los diferentes modos con que reaccionan ante la vida los
hombres de una época. Entre dos románticos hay tanta desemejanza, viéndolos
con perspicacia psicológica, como entre un clásico y un romántico.

Esta perspicacia es, precisamente, una de las cosas que determinan ese
sentimiento confuso que se llama el espíritu nuevo: de allí que se haya acusado
al arte actual de individualista.

Por lo tanto es difícil establecer una agrupación, o una escuela.


Vanguardismo es una palabra genérica con la que agrupó Guillermo de Torre,
en su libro Literatura de Vanguardia, las diferentes manifestaciones que
sacuden los nervios de toda Europa. Un error hace motejar de vanguardismo a
todas las literaturas nuevas, cada una de las cuales tiene su ismo propio. Así,
podría fácilmente definirse lo que es el cubismo y no se necesitaría ser muy
sagaz para ello, puesto que ya Apollinaire lo hizo. Lo mismo puede decirse del
ultraísmo, del dadaísmo y de muchas otras, pues todas han salido a la luz
precedidas de un minimanifiesto.

Las nuevas tendencias se diferencian de las antiguas, no precisamente en la


originalidad de cada poeta -originalidad siempre ha habido- sino en el valor
que tiene cada uno, aun los más humildes, para confesarla.

Claro que a esta situación se llega por el concepto de libertad en el arte, el


cual se traduce no sólo en la forma exterior de ampliar o [325] reducir los
metros clásicos, sino también en la manera intelectual de concebir la obra. Este
concepto, algo egoísta si se quiere, aísla al hombre del medio, encerrándolo, si
no en la torre de marfil de los románticos, en un cerebralismo un poco
esotérico. Concepto que creo expresa Ortega y Gasset en su fórmula «la
deshumanización del arte».

No es posible dar una definición abarcadora de todas las tendencias


modernas: las anteriores acaso podría definirlas un espíritu conforme que se
contente con el significado de las palabras. Pero a un temperamento inquieto, y
sobre todo a un artista a quien preocupa la verdad individual, separada de las
arbitrarias agrupaciones retóricas, le es tan difícil encontrarle un sentido firme
a la palabra vanguardismo como a cualquiera de los otros ismos que, desde los
más remotos tiempos del pensamiento hasta hoy, han venido individualizando
esa entelequia universal y eterna que es el arte.

Cada siglo produce su inquietud y levanta su polvareda. El siglo XIX


estremecido de sentimientos libertarios -Revolución Francesa, Polonia, Grecia,
Independencia de América- produjo ese sentimiento de inconformidad, para
algunos pesimismo, que se llamó mal del siglo.

El XX también, después de una guerra, produjo este otro sentimiento, para


muchos optimista, deseo de vivir, que se llama espíritu nuevo. Ambos
sentimientos en el terreno del arte se convierten, aquél en romanticismo
(fórmula: emancipación del hombre, fraternidad, exaltación del amor hasta
considerar a la mujer como un ángel, pero como un ángel esclavo e incapaz de
pensar por sí sola, exaltación que desfalleció en la literatura sensual de antes de
la guerra) y éste, el vanguardismo (fórmula: emancipación individual, no
política del hombre y la mujer, amor considerado como una necesidad y no
como una idealización de la vida)...

Pero ni en el siglo XIX ni en el XX hay Niágaras. Las abuelas no son, en


verdad, tan diferentes de sus nietas, como no son tan diferentes los buenos
poetas de hoy a los de ayer. Todavía, aun los más exagerados modernistas, se
emocionan con los versos de Espronceda a Teresa. En cuanto a las costumbres,
no se necesita hilar muy delgado para ver que, en los mismos amanerados
tiempos del minuet y del pañuelito de encajes, las damas gustaban hacerle
ciertas burlas a la cejijunta moral... Y ahora vamos a otra cosa. [326]

El señor Febres Cordero califica al vanguardismo como un desordenado


modo de escribir, en lo cual demuestra que sólo conoce a los escritores de
vanguardia desordenados, ya que hay algunos, como Alfonso Reyes, por
ejemplo, que exceden en método, en sentido de la medida, y hasta si se quiere,
en corrección del idioma, a los perfectos y ecuánimes pseudo-clásicos, y no
digo pseudo-románticos porque los románticos no fueron nunca afectos a las
oxidadas leyes gramaticales.

Pero ¿qué podría pedírsele en esta vez al señor Febres Cordero, cuando él
mismo confiesa su poca pericia en la materia? No otra cosa demuestra el
siguiente párrafo: «Toda escuela se funda en una doctrina y toda doctrina en
principios. ¿Cuáles son las doctrinas y principios del vanguardismo? Ni se
sabe»... Lo que se traduce en este caso de devoción literaria: no se sabe porque
el doctor Gil Fortoul, no ha podido decir nada en su artículo. Si hubiera algún
principio, algún fundamento científico, alguna norma estética, el doctor Gil
Fortoul los hubiera expresado. Quizás, pensando así, con respecto a nuestros
conferencistas, tenga razón Febres Cordero... Pero ¿qué culpa tiene de ello el
vanguardismo?

Claro que hay tendencias muy serias y muy bien definidas por escritores
como Paul Valery, de la vanguardia francesa, que actualmente ocupa el sillón
que dejó vacante Anatole France.

El desorden no podría nunca sino dar obras menguadas y sin ningún valor
estético como «La Delpinada». Pero debe pensarse que en una tendencia que
logra cuajar en obras de verdadera enjundia, hay algo más que desorden -
hemos supuesto un pensamiento serio- aun cuando no se la pueda definir
precisamente como a un triángulo.

El vanguardismo cuenta con obras serias como las de Pirandello, cumbre de


los dramaturgos modernos, el Ulises de James Joyce, los libros de Apollinaire,
poeta y crítico de arte, cuya tendencia tuvo su repercusión americana en
Tablada, de quien no podía decir el señor Febres Cordero, que es un
desordenado, y con otras muchas entre las cuales se destacan los versos de
Cocteau, Max Jacob, André Spir, y las novelas de Paul Moran, que dicho sea
de paso, no son completamente de mi agrado.

Mas, según deja ver el señor Febres Cordero, todas estas obras nacen como
los cuadros de cierto clásico pintor que decía: [327]

si con barbas, San Antón,


si no la Inmaculada Concepción:

esto es, nacen al azar de un desordenado movimiento de muchachos. ¿Y por


qué de muchachos? Acaso ignora nuestro crítico que en España Antonio
Machado, que nada tiene de muchacho, fue uno de los primeros en sentir la
inquietud del momento y, noble y generoso, como siempre, abandonó la
cómoda posición en que se encontraba para ensayar por los nuevos caminos en
su libro Nuevas Canciones. Lo mismo que de él puede decirse de Jiménez,
mucho más arriesgado y mucho menos tradicionalista... Y a pesar de estos
auténticos valores del período rubeniano que no desconocen el vanguardismo y
que lo creen una cosa seria, el señor Febres Cordero asegura que es un
movimiento desordenado... Como si en todo movimiento literario no hubiera
siempre, ya que va contra lo establecido, contra lo apaciguado por la
costumbre, algo de desorden.

Tanto el doctor Gil Fortoul como el señor Febres Cordero cometen un


pecado de acidia que no excusa el vanguardismo: el de hablar de una cosa de la
cual no están suficientemente enterados. Una de las normas de ese desordenado
movimiento que no tiene normas, es el horror a la literatura por la literatura, y
tanto lo escrito por el doctor Gil Fortoul como el artículo a que me refiero, son
literatura: una afortunada y graciosa literatura.

(Conste que el artículo del doctor Gil F. fue pensado como una conferencia
social que, por motivo de enfermedad, no pudo efectuarse. De allí que la
página abunda en intención de gracejo y en trivialidades de causseur, más que
en intención de pensamiento).

Mucho se ha dicho que la crítica nueva ha cambiado de orientación. Ortega


y Gasset la define como una buena fe simpatizante para servir de intermediario
entre el público y el lector. Desde luego, la crítica considerada así, tiene que ser
creación, tiene que ser obra de arte desinteresada y, sobre todo, comprensiva; y
eso, precisamente, fue lo que le faltó al doctor Gil F., quien no se tomó el
pequeño trabajo de examinar suficientes trozos de los vanguardistas.

Dejemos, pues, esto a un lado, y sigamos con nuestro tema, o mejor con el
tema del señor Febres C., guardián de la tradición... La tradición que entiende
el señor F. C. como muy bien lo hace ver Paul Valery [328] (no vaya a creerse
que en Francia no existen críticos como el señor F. C.) es completamente
artificial en nuestro siglo. Ahora, en el sentido constructivo, en el sentido
vanguardista, no puede haber arte sin tradición: al vanguardismo en Francia se
enlaza con Hugo, Baudelaire y Verlaine, en Italia con Páscoli y D'Annunzio; en
España con Góngora. Pero esta tradición de ninguna manera puede ser
servilismo e imitación, sino nervio de raza, fuerza de pensamiento, grito íntimo
que trata de afirmarse en cada nueva edad, alma misma del pueblo que se da en
cantares; cantares que sufren, aunque debilitada, la influencia del medio y de la
época hasta el punto de ser el folklore una de las más fuertes huellas históricas
que persiguen los acuciosos investigadores modernos.

Y sólo así, rebelde y viva, la tradición tiene derecho a persistir. La tradición


como un adormecido río de aceite, es la muerte del arte, el aniquilamiento de la
raza.

Perdone el señor F. C. a nuestras graciosas mujeres de hoy el que no se


parezcan a sus abuelas. Ellas cumplen con su siglo y reproducen, aunque de
diferente modo, el encanto de las damas de antaño que leían a Bécquer y a
Espronceda entre rosales apagados por la luna.

[El Universal, XX, 6893, Caracas (21 de julio de 1928), p. 9]. [329]

Apéndice VII
Polémica sobre Semprum y la Vanguardia

[331]

La crítica de «Sagitario»
José Salazar Domínguez

La mejor manera de hacer palpable la no importancia de las opiniones


emitidas en contra de cualquier asunto es despreciándolas.

Despreciar, con ese aire de superioridad que da la confianza en sí mismo, he


ahí la fórmula. Marchar sin volver la cabeza es el desprecio en sí. Seguir
adelante y triunfar es la consecuencia.

Pero hay veces que a pesar de no volver la cara, la opinión contraria se nos
adelanta, nos intercepta el camino, nos muestra de nuevo su mercancía barata y
gana partidarios; es decir, estorba. Por eso hay que aplastarla. Que no quede en
el suelo ni siquiera la mancha de que existió, aunque para ello tengamos que
trastornar las leyes de la conservación de la materia y la energía, ya
suficientemente trastornadas.

La impertinencia melosa del vendedor de billetes de lotería, del crítico


confiado en la eficacia de su crítica, está sucediendo actualmente. Un caso en
la literatura nacional.

Desde que los jóvenes de aquí nos dimos cuenta, un poco tarde, de que por
todos los países civilizados estaba circulando una nueva modalidad literaria, de
que habían nuevos rumbos vírgenes, de que a nuestra literatura le estaban
naciendo telas de araña y comenzamos por buscar la orientación, con las
narices hacia arriba, oliendo el ritmo de la época, desde ese momento se
desprendieron, como si hubieran sido sacudidos por un cataclismo imprevisto,
los artículos de Sagitario, criticando las nuevas modalidades.

Decir Sagitario en nuestra literatura es nombrar la guillotina en tiempos de


la Revolución Francesa. Lo que él dice es la verdad! Y ya, cuando Sagitario
habla, la gente, el montón, sonríe. Contra él nadie [332] puede. Y él sonríe
también, satisfecho, y hasta se vuelve chistoso. Ya está mordiendo las fronteras
de la bufonada. Ya no lo acompaña la conciencia crítica en sus escritos. Ahora
se preocupa de hacer reír a su público.

Apenas aparecieron las nuevas modalidades entre nosotros, Sagitario lanzó


un artículo grueso, directo, pero incalificable. No recuerdo si alguien se opuso
una brizna. Él ha quedado omnipotente, Señor de largas heredades,
sacudiéndose los moscardones con gestos inconscientes. Ha continuado
orondamente su camino de negación, poniendo el pie en cada cerebro con la
seguridad del propietario. Y ha seguido haciendo artículos críticos, como
antiguamente, sin desperdiciar una sola oportunidad para desdecir de las
nuevas modalidades literarias, por el solo capricho de negarlas.

Por el solo capricho de negarlas, porque Sagitario no se ha tomado el


trabajo de estudiarlas, tarea que resultaría por lo demás inútil, pues es cuestión
de época y de sensibilidad. Se necesita haber sentido sobre el pecho el
tamborilazo de la pelota de foot-ball, tener la cara apretada por el vértigo de la
velocidad, sentir la emoción íntegra de la máquina del siglo XX, que una vez es
Lindbergh y otras veces la onda eléctrica agrupando en un solo lazo indefinible
las distancias de todos los continentes.
En uno de sus últimos artículos, aparecido en Fantoches del 4 de julio, y al
hablar de las obras completas de José Martí, publicadas bajo la dirección de
Armando Godoy y Ventura García Calderón (¡sin fecha!) agrega: «y es raro
que los sectarios de las escuelas novísimas no lo aclamen por suyo (a José
Martí), porque tuvo en algunos de sus versos sencillos esas incoherencias
trémulas de que tanto gustan los innovadores». Esto será una gracia o una
ironía; pero de todas maneras un exponente deslumbrante de que todo el señor
Sagitario se ha dejado llevar por la superficial creencia ciudadana, que sin
profundizar en la sustancia de las modalidades novísimas, supone a sus
partidarios en busca de autores-columnas nobles para el sostenimiento de una
falsa moneda literaria. Creencia que gotea única y exclusivamente de la
ignorancia radical o de la imperfecta aclimatación de las literaturas de
vanguardia.

Si se ha hablado de Góngora, de Mallarmé, de Pierre Reverdy, de otros y de


Julio Herrera y Reissig, ha sido por pura referencia clasicista [333] y de
ninguna manera por considerarlos padres de nuestras vanguardias actuales.
Cada época tiene sus valores innegables y allí quedan las luminosidades de los
grandes hombres, aisladamente, cortadas por el tiempo, puntos de referencia
por participar de la selectividad.

Entre Sagitario y Luis Nueda, autor de Un Libro Raro, libro verdaderamente


peregrino, puede hacerse un estricto parangón. Luis Nueda se pregunta: «¿Qué
son ventanas campesinas? ¿Qué es la negativa de un hotel? ¿Qué es enfondarse
hasta las cocinas? ¿Qué es un vaivén viajero? ¿Qué es un quedo encendimiento
de lucecitas?, etc., etc.». Con la única diferencia de que Luis Nueda a pesar de
que quiere ser bastante irónico resulta cándido cuando termina: «Todo esto no
tiene de nada de particular y quizás es sólo un producto morboso de esas
rancias preocupaciones mías que tanto me estorban para escribir bien, según
los modernos cánones».

La crítica de vanguardia ha de ser crítica afirmativa, como muy bien predica


Guillermo de Torre, no «la crítica negativa, menuda, adjetiva, que trata de
descubrir manchas en el sol, que se indigesta con los galicismos y frunce el
ceño profesoralmente ante las extralimitaciones históricas, lógicas o
gramaticales...; quizás sea aun aceptable para 'ellos', los obstinados en
perpetuar procedimientos pseudocríticos y caseros del pasado siglo, pero
resulta totalmente inadecuada para las letras de vanguardia».

La Gaceta Literaria del 1º de junio de este año, periódico de seriedad


amplísima, dice que «Queremel realiza una concienzuda labor de
incorporación. Ya no queda en sus versos nada de aquel poeta verlainiano -
bohemio aureolado de poeta 'maldito'- que revolviera El barro florido. Ahora
vuela en las naves de la imaginación, sumando su cantar al entonado coro del
momento. Hurra por el ágil gimnasta que saltó en un brinco maravilloso -luces,
penumbras, alboreos- de uno a otro siglo. Ya se encuentra Queremel en las
filas más auténticamente juveniles; ya tiene enfilada su proa lírica a las serenas
costas de la poesía».
Ahora veamos lo que dice nuestro crítico desorientado. No sabe -qué va a
saberlo- lo que el bardo denomina «unidad poética», aunque al cabo de muchas
operaciones logra descubrir que son treinta y dos poemas. Hace otro
descubrimiento: el bardo escribió su nombre con [334] letras minúsculas. Y
entre paréntesis: «(pues cada quien escribe su nombre como le da la gana y hay
que respetar siempre estas resoluciones o caprichos)». Aquí ha debido abrir
otro paréntesis para hacer constar en él los aplausos y ovaciones que recibió de
su público por este germen de chiste.

Sagitario continúa desconociendo la amplitud de la palabra «vanguardista»


al hablar de los signos de puntuación, pues solamente algunas escuelas de
vanguardia dejan de usarlos y en más de los casos no es una abolición total,
pues ahí está la neotipografía con su sistema de blancos y espacios para separar
los hemistiquios, las estrofas escalonadas, las líneas verticales, oblicuas y los
distintos caracteres empleados: cursivas, negritas, versales.

Por el solo hecho de que las «expresiones -poéticas- parecen más


adivinanzas que poesía», deduce Sagitario, con su deducción siempre negativa,
que no se establece ningún «lazo» entre el lector y la poesía. Deducción
ilógica, pues quizás cuando más mezclado está el espíritu con la cosa es cuando
se liga a ella por medio de la atención. Y atención es lo que se le exige al lector
de hoy, no pasar sobre las páginas con esa indolencia característica de los
lectores de literatura museal.

Epstein afirma que «los modernos requieren para ser comprendidos un


trabajo intelectual complementario por parte del lector» y Guillermo de Torre
le exige imaginación.

Contra el resobado «nihil novum» de Sagitario, no tenemos nada que decir.


Ha sido el eterno escudo de los quietistas, agujereado millones de veces por la
superioridad de las nuevas ideas. Ellos todavía lo manejan con la misma
seguridad.

Oh, Sagitario! Con tus fermentaciones de apóstol tropical, fermentaciones


aplaudidas por un público que se va quedando atrás, desorientado por el
trepidar de los grandes pájaros mecánicos, picoteando en las nubes, es preciso
que te cierres, como una época. Ya es tiempo de que la sombra de tus páginas -
muchas vibrantes- vayan ordenando tus triunfos for orden de fechas.

Para hacer crítica de vanguardia hay que tener fe en ella, de lo contrario es


negarla. [335]

Se impone pues la necesidad de que nos abandones, si eres incapaz de


cambiarte los brazos por alas. Tenemos urgencia de seguir adelante. Tú debes
retirarte por el fondo ante el advenimiento del Eoántropo.

Caracas: mil 928.


[El Radio (Magazín Dominical), Año III, 651, 12 de agosto de 1928]. [337]

«Sagitario» y su obra
Gustavo La Mar

En El Radio del domingo, correspondiente a la semana actual, publica un


artículo nuestro muy querido y muy talentoso camarada José Salazar
Domínguez, en defensa del Vanguardismo y de los vanguardistas y en ataque
al notable crítico venezolano Sagitario, al presente encargado de la sección
bibliográfica de Fantoches.

No me explico que Salazar Domínguez, para luego pedir serenidad y


conocimientos, se coloque de primero en la palestra, en una actitud más que
desafiante, agresiva, y aun inconcebible encuentro que escritor de obligada
cultura desconozca lo que en las letras venezolanas significa y pesa la obra de
Sagitario, salvo que ignorase de hecho quién es Sagitario.

De conocerlo no hubiera quizás incurrido en error que lo sitúa entre los que,
por negación absoluta de valores pretéritos, andan en literatura patria
descaminados, sin rumbo y sin apoyo.

Por si tal aconteciera, voy a permitirme ilustrar a Salazar Domínguez en


aquello que no sabe, o finge no saber, según se desprende de su artículo digno,
por ciertos conceptos enfermizos, de una rígida problaxis en la pía mansión del
doctor Landrú.

Va de resumen:

Sagitario ocupó durante una de las épocas más brillantes de la literatura


venezolana, que no ha tenido sucedáneo ni heraldo ni adalid como El Cojo
Ilustrado, ocupó decimos, la más alta jerarquía y respetable autoridad de la
crítica, ¿lo ignora acaso Salazar Domínguez? Tan poderosa se perfiló su
personalidad de crítico para entonces que tras ella opacáronse las otras facetas
de su amplio talento, tales el cuentista [338] y el bardo y se pudo descuidar que
el autor de «Compasión» y de «La Palmera», debe catalogarse entre los más
firmes cultores del Cuento Nacional, como no es tampoco un menospreciable
tañedor de caramillo el poeta que cantó el «Conticinio» y «A los ojos negros de
María». ¿Los habrá leído Salazar Domínguez? Sagitario tiene en su acervo
cuatro o cinco tomos de cuentos, la mayor parte publicados en periódicos de
Venezuela, que todos debemos haber leído, firmados con su nombre de pila y
fama, y entre ellos la serie de «La Vida de Pierrot», en la cual hay páginas de
tanta calidad o calibre como «Esperanza» y «La Vitrina». ¿Lo desconoce
Salazar Domínguez? Sagitario tiene dos tomos de poesías. Es autor de un
famoso estudio acerca de la obra lírica de Pérez Bonalde. ¿Está al corriente de
esto Salazar Domínguez? ¿Conoce el amigo Salazar Domínguez el vasto y
minucioso juicio de Sagitario respecto a El Castellano en Venezuela? ¿Ignora
Salazar Domínguez las traducciones de Sagitario de libros Ingleses y Franceses
al español? ¿Sabe Salazar Domínguez que actualmente escribe Sagitario la
historia crítica e individual de aquel resplandeciente ingenio que llenó una
época, y se llama Juan Vicente González, biografía que deberá constar de seis
volúmenes? Sin duda tampoco es del dominio de Salazar Domínguez que
Sagitario conserve inédita una novela: La Ciudad, y que es autor, además de un
sensato estudio sobre los grandes pintores venezolanos.

Al cabo de tal recuento juzgo que el articulista de El Radio al pedir a


Sagitario la evidencia de su obra ha procedido con violencia juvenil, violencia
de vanguardia, pues a su conjuro, Sagitario pudiera aparecérsele sonriente y
misterioso como Buda, trepado en un parapeto de sólidos cimientos donde para
alcanzarle aún le falta a Salazar Domínguez ganar muchos peldaños.

Cuando se pide obra es porque se tiene obra. ¿Cuál la de Salazar


Domínguez? Una veintena de cuentos, que no es de mi propósito agrupar entre
buenos, regulares y malos, algún fugitivo artículo de periódico, no condensan
personalidad ni renombre suficientes para asumir autoridad de «magister», ni
mucho menos para empuñar con el desatino de un ciego Santana la piqueta
demoledora.

Y para terminar, pasando mi brazo cariñosamente por sobre los hombros del
«compinche» fantochérico, le pregunto en secreto: ¿Sabes ahora quién es
Sagitario, Salazar Domínguez? Y si lo sabes, sabrás también que cuanto he
señalado a las volandas, implica una labor literaria [339] respetable y fecunda,
gloriosa y patriótica y que de no comprenderlo así acabaría el propio Salazar
por caer entonces en la dolorosa certidumbre de que él mismo con sus cuentos,
y con su vanguardismo, no dejará por más que se empeñe ni una señal, ni una
palabra, ni un eco que recuerde su nombre mañana.

[Fantoches, VI, 264, 15 de agosto de 1928, p 3]. [341]

La cátedra de Gustavo La Mar


José Salazar Domínguez

En la primera página de Fantoches del 15 de este mes, el profesor Gustavo


La Mar, a usanza de los genuinos profesores universitarios, hace resumen de la
obra de Sagitario, resumen en donde está apelmazado el conocimiento de
acuerdo con las orientaciones técnicas de este siglo, urgido de tiempo.

A todas las preguntas que me hace el profesor La Mar he de contestar lo


siguiente: Las personalidades literarias son por lo general polifacéticas y
desgraciadamente las faces de la estructura global no son todas de idéntica
refracción lumínica. Hay algunas de un claror tan intenso que hacen opacar a
las demás y pretender que el señor Sagitario ha descollado con vibraciones de
indefectibilidad en todos los géneros y empresas literarias a que ha asomado su
proa de escritor, me parece muy aventurado.

Yo no he pretendido negar la obra de Sagitario, primero, porque


lamentablemente no la conozco, y segundo, porque he oído excelentes
opiniones acerca de ella. No por las razones que expone Gustavo La Mar, esto
es: carencia de obra propia, pues es suficiente poseer un criterio y una cultura
cualquiera, para juzgar sobre los productos intelectuales de los demás, sin
urgencia de tener amontonadas una pirámide de obras propias. La tesis de La
Mar a este respecto me parece vaga de cimentaciones y por lo tanto inestable.

En una época en que la literatura patria, movido [sic] en un orbe


relativamente pequeño, por defectos de orientación transoceánica, cualquiera
que hubiera podido citar obras y autores extranjeros, recibía «ipso facto» de sus
cofrades ideanos la circundante brillantez del genio. Así se explica que
Sagitario -llámelo usted por su nombre de pila- [342] haya salido desde
aquellas edades ataviado de chispeantes estrellas de gloria; y a ello se debe
también que, halagado por la postración cariñosa de sus admiradores
pasionales, hoy se nos presente con el mismo vestuario, negando radicalmente
el valor de nuestra actitud juvenil y optimista ante los senderos vibrantes de las
literaturas de vanguardia.

En cuanto a lo dicho por mí en El Radio, sólo es aplicable a la porción


limitada de su concepto frente al nacimiento de las letras novísimas en nuestro
medio. Concepto insano, pues no proviene de una justa y equilibrada
apreciación, estando dirigido más que todo, a extirpar con innoble cuchilla los
alientos juveniles de la literatura presente e intercontinental.

Sagitario como interpretador y crítico de las literaturas de vanguardia,


carece por completo de esa «intención afirmativa, constructora y creadora» que
se hace necesaria para orientar a los modernos lectores por las rutas ideológicas
del momento, o como aconseja el eminente Ortega y Gasset, «para completar la
obra, completando su lectura».

Los estudios críticos de Sagitario podrán tener toda la sapiencia y justo


equilibrio que se les quiera atribuir; pero esto solamente será aplicable a las
letras de molde paralítico, no a nuestras letras escurridizas, refractarias a los
contactos conceptuales, rígidos de disciplinas y acanalados de fines supremos.

Las infantiles palabras amenazadoras que me dedica Gustavo La Mar -sobre


la probable aparición de Sagitario, montado en un parapeto del Extremo
Oriente, con su descomunal obra en los brazos- no me obligan a recoger lo
dicho. Nosotros los hombres somos muy previsivos y hemos construido aceras
en las calles para evitar accidentes desgraciados.

Sobre nuestros horizontes porveniristas ya está triunfando un medio disco


de sol, ya se han coagulado en moldes más o menos estables los arrebatos de la
iniciación. Las nuevas líricas van ensanchando poco a poco sus mirajes,
ganando contra las murallas de los quietistas escalones de gloria y
purificándose el pulmón con este aire nuevo que circula por las tuberías del
siglo en guardia.

Descuide el profesor La Mar que no habremos de apagar arteramente los


resplandores de su Ídolo. Sobre la obstinación de los que imaginan haber
llegado a la cumbre perfecta y suprema, él estará en [343] pie -profeta por la
gracia de los conservadores- para indicarles normas de rutinas y de
apolillamientos.

Pero, una vez más, he de repetirlo: SI SAGITARIO ES INCAPAZ DE


CAMBIARSE LOS BRAZOS POR ALAS, SE IMPONE LA NECESIDAD
DE QUE NOS ABANDONE. TENEMOS URGENCIA DE SEGUIR
ADELANTE!

Caracas, mil 928.

[El Radio (Magazín Dominical), Año III, 652, 19 de agosto de 1928]. [345]

Críticos y criticados
Lotario Pérez

«Renovarse o morir...»

En Fantoches del 15 del corriente, aparece un artículo referente a los


comentarios publicados en El Radio, por el joven escritor José Salazar
Domínguez, con motivo de algunas críticas literarias, autorizadas por el
veterano «Sagitario», en el mismo semanario Fantoches.

El artículo a que ahora nos referimos apareció firmado por Gustavo La Mar
y, a pesar de la apabullante cantidad de consideraciones y de las citas acerca de
lo que constituye la obra sólida sobre la cual asienta Sagitario su reputación de
crítico infalible, nada dice en concreto a Salazar Domínguez, ni a quienes
rompiendo mohosas ligaduras, consideren el movimiento de Venezuela con
sano criterio, con sereno espíritu.

Sagitario, sistemáticamente, castiga con la mayor dureza, toda literatura con


tendencias vanguardistas.

Salazar Domínguez está muy en razón cuando niega a Sagitario, no la


capacidad, sino la autoridad para combatir las modernas tendencias literarias.
La capacidad emana del talento y Sagitario lo tiene, o lo ha tenido, si el
talento es cosa que se pierde. La autoridad emana del profundo conocimiento
de la materia en discusión, y Sagitario no se ha tomado el trabajo de estudiarla
en este caso, como bien lo indica lo superficial de sus críticas, cuando éstas
tratan de las escuelas de vanguardia.

El joven que rompe lanzas en Fantoches a favor de Sagitario se encarga de


afirmar este concepto, cuando, queriendo señalar la personalidad [346]
culminante de Sagitario y lo inapelable de sus fallos, retrocede a los tiempos
arcádicos del venerable Cojo Ilustrado.

En efecto, entre otras preguntas muy P. Ripalda que se le hacen a Salazar


Domínguez, hay una que dice: ¿Sabe Salazar Domínguez que Sagitario fue el
crítico más temido entre los que constituyeron el grupo intelectual hasta hoy
insuperado de El Cojo Ilustrado...?

Francamente, es peregrino afirmar que el movimiento intelectual señalado


en El Cojo Ilustrado no haya sido superado. Indica un desconocimiento de
abundantes y positivos valores completamente nuevos, o un estacionamiento
intelectual desde hace una treintena de años. Lo último es lo más seguro, si nos
atenemos a las aseveraciones del articulista.

Sagitario pudo ser muy bien el «Coco» de los chicos de El Cojo, pero los
chicos de El Cojo no son los mismos a quienes combate ahora Sagitario. La
literatura actual de cualquier parte es muy distinta a la que hizo época cuando
Sagitario se atrevía con las musas. Su patrón intelectual, ajustado a los viejos
sistemas de pesas y medidas, es poco menos que inútil en el imperio de los
decimales.

«...¿Conoce Salazar Domínguez la novela inédita que tiene Sagitario


titulada La Ciudad...?» Es otra pregunta un poco cándida del apasionado
defensor de Sagitario.

Qué va a conocerla, estando inédita... Ni la conocemos nosotros tampoco, ni


la conocen nuestros lectores; acaso el articulista será el único mortal felice a
quien su autor, consecuente con la tradición, lo haya hecho sentir el deleite de
sus páginas.

Y, una cosa, joven: la obra inédita no es suficiente a consagrar. En cuanto a


la publicada, es discutible: Sagitario lo afirma a cada instante con sus críticas.

La renovación es ley ineludible. ¿Por qué no se renueva Sagitario...? En su


afán constante de condenar lo malo, ¿por qué no señala el sitio donde lo bueno
existe...? Que sea él mismo nuestro Faro. Poca cosa la cuesta.

Gómez Carrillo conservó hasta lo último, en sus crónicas, una sugestiva


agilidad, porque sus nervios sabían vibrar con las emociones [347] del
momento. Gómez Carrillo murió joven en el sentido intelectual, sin ser menor
que Sagitario.
Y Valle-Inclán, a quien las corrientes modernas arrastran como a cosa
nueva, se habrá ganado para cuando muera el sencillo epitafio de: «Aquí yace
un hombre que nunca envejeció...». Esto, por citar solamente a dos escritores
de habla hispana, que bien pueden servir de ejemplo a Sagitario, y para que vea
Sagitario que no somos injustos ni irrespetuosos con los «viejos»...

Mientras Sagitario no haga obra nueva, mientras no pruebe su capacidad


para situarse dentro de la actual sensibilidad, seguirá dando palos de ciego.

Y, para el caso, sería preferible adoptara una silenciosa actitud, rodeado de


su obra conocida e inédita, para que los muchachos al pasar a su lado se
descubrieran respetuosos y dijeran, señalándolo: «He ahí a Sagitario, el hombre
que segó laureles en aquellos tiempos de El Cojo Ilustrado, y se quedó
dormido sobre ellos...».

[El Radio (Magazín Dominical), III, 652, 19 de agosto de 1928]. [349]

Apéndice VIII
La recepción de «Barrabás» de Uslar Pietri

[351]

Comentarios bibliográficos
Pedro Sotillo

Caracas, setiembre de 1928.- El cuento es quizás el género literario


últimamente aparecido en nuestro medio y el que, en rigor, ha sido menos
cultivado. La generación que pudiéramos llamar del Centenario, por cierto no
vinculada a ninguna revista, porque ninguna tenía efectivo carácter, fue la que
nos empezó a dar frutos apreciables, sin más precedente serio que Luis
Urbaneja Achelpohl. La culminación la encontramos en los autores de Vidas
oscuras [José Rafael Pocaterra] y El último Solar [Rómulo Gallegos]. El
impulso que desde esa fecha ha cobrado el cuento es grande y ha venido a
rematar en esta formidable irrupción de los escritores ultimísimos,
gallardamente orientados hacia los caudriculados [sic] exigentes de las
literaturas de avance.

Y he aquí que nos viene a las manos un espléndido libro de cuentos. El libro
pleno de juventud de Arturo Uslar Pietri que nos revienta de promesas ante los
ojos engolosinados. Y vaya si nos place decirlo! Conocimos al autor cuando
comenzó a reñir con su banqueta politécnica que ya nos había jorobado un
tanto a nosotros. Era un larguirucho rubio y explosivo que asordaba [sic] con
su desbarajuste emocional e intelectual. Pero en medio de todo, sembraba muy
hondo su sana raíz de inquietud de espíritu. Y tiempo ha corrido de entonces
acá, y no en vano, porque Uslar Pietri formó en la juvenil milicia literaria que -
inferior o superior a las que le precedieron, no importa; aunque sí distinta, e
importa- invertía la trayectoria y empezaba por enfrentarse a la necesidad
cultural amplia y poderosa, hasta entonces cultivada sólo en forma de realidad
pasiva como refugio de una vejez infecunda, cuando no hay más vida espiritual
que una turbadora aspiración académica.

Pertenece A. U. P. al grupo esencialmente representativo de su tiempo. No


va a la literatura por el asalto injustamente generalizador [352] que denunció
un renombrado intelectual endiosador de su época y de la labor realizada en su
época. Tampoco lo va por la palabra consagratoria de un escritor anterior, pues
ya sólo los interesados se atreven a creer en tales consagraciones. Va por un
imperativo vocacional al que ha estado dándole firme basamento cultural.

La literatura que realiza A. U. P. escapará siempre a los improvisadores. No


basta leer, escribir y el soplo divino. Ya pasó la edad de oro de los inspirados, y
vivimos una hora áspera en que el arte es una grave responsabilidad. Y este
descubrimiento dista de ser viejo en Venezuela, pese al desdén entre olímpico
y rencoroso de algunos y a la ignorancia integral de los otros.

Se decía hasta hace poco: es un escritor fácil, y hasta nos asombraban con el
mínimo tiempo que gastó en una cuartilla. ¿A. U. P. es un escritor fácil? No lo
sabemos ni nos interesa. Lo que sí sabemos es que su prosa no es fácil, sino el
resultado de un poderoso y consciente esfuerzo intelectual. ¿Cerebralista?
Puede ser. Debe ser. Para algo va a ser instrumento de un arte de cuerpo
presente y no de una simulación de realidad artística que en cada uno vivirá de
sí, propagándose por el contagio, como definió Ortega y Gasset.

La colocación de los relatos nos ha parecido bastante arbitraria. Es decir: ha


podido buscarse un impulso ascendente ya que, seguramente, se trata de
cuentos de diferentes épocas. Con la colocación ha podido subrayarse el
esfuerzo. Pero, por demás, esto es secundario.

Uslar Pietri será, si ya no lo es, dueño de un estilo completo, de un auténtico


instrumento literario. Estilo ágil y personal, deslumbrador en su abundante
originalidad metafórica. Dan ganas de echarse páginas adentro apuntando
expresiones admirables, imágenes novísimas, matices y vibraciones que nunca
podrán advertir los que no hayan calado a su mente los anteojos recios de la
disciplina. Camina con paso señor por el huerto sellado de los vocablos cultos,
como un día lo dijimos de Vicente Fuentes y de Ramos Sucre, y como
tendremos ocasión de decirlo de varios de los novísimos escritores. Como se
puede constatar por las últimas producciones de A. U. P. que no están en
Barrabás y otros relatos, continúa la depuración de su estilo varonil y sobrio.
[353]
Un libro de cuentos original y orientado. Ese ojo siniestro que Rivero le
enquistó a Barrabás (307) perseguirá desde hoy a la gruñona theoría [sic] de los
que se oponen a toda renovación. Un libro de cuentos que, como dijimos, es
producto nuevo en Venezuela, y que, sin embargo, ya estaba apestando porque
al estancamiento pronto sucedió la putrefacción.

El ritmo apresurado de la juventud preside en las páginas plenas de


sugestiones de Barrabás y otros relatos. La frase entrecortada del primer relato
nos agolpa un poco la respiración. El pobre Barrabás! Ya lo suponíamos un
poco menos culpable de lo que nos dejaron dicho nuestros abuelos. Como él
son muchos los que todavía están en los hondos infolios del infortunio
esperando quien los redima. Y es curioso, y demuestra un gran fondo de
humanidad, que nuestro joven autor se haya fijado en Barrabás, la figura más
apagada de aquellos momentos trágicos. Judas era un caso de conciencia. Hasta
ahorcado: «un vertical caso de conciencia», dice uno de nuestros poetas. Pero
Barrabás es la simple, es la olvidada infelicidad humana que se redime por obra
de un espíritu alto. Todo el mundo lo dejó detrás con un desprecio que ni llegó
a manifestarse. Su culpa estuvo en que no se cometió con él la injusticia.
Terrible culpa que sólo a un indefenso como él, que ya era víctima de otra
injusticia, podía incrustárselo [sic]. Mejor que tal crimen haya sido detenido,
aunque tarde, en su marcha hacia la eternidad. «Barrabás» es un cuento tenso
que nos agarra el ánimo y nos hace desembocar con mil ojos abiertos a la
tragedia del Capitán del «S. S. San Juan de Dios».

En los relatos de A. U. P. se recuerda, se cuenta. Abundan los pasajes que


recuerdan por su construcción, donaire y golosina de buen lector, los libros
maestros que, generalmente, nos caen primeros en las manos: Las Mil y Una
Noches, La Biblia, etc. Claro está que todo ello buscado y conseguido.
Partimos de algunas de estas viejas lecturas y llegamos sin dificultad al caudal
imaginativo que nos deslumbra en Barrabás y otros relatos. Y muy claro nos
aparece el brazo juvenil armado del «hacha redentora». Qué poda hubo que
hacer en la imaginación! Es seguro que los primeros cuentos de A. U. P., o
estos mismos al ser concebidos, fueron un malstroom [sic] imaginativo. Pero
pronto el enemigo de la imaginación exuberante y, por supuesto, superflua.
[354] Surgió la riqueza ideológica, y así vemos que el incidente intelectual se
empina, cada vez más acentuado y más acertado, y al mismo tiempo limita y
fortalece el incidente imaginativo. A quien es dueño de estas dotes no podía
faltar la tercera para complementar al literato: la riqueza idiomática,
conseguida en ocasiones no por la abundancia de léxico sino por la riqueza de
matices y el aprovechamiento metafórico de los vocablos.

Es necesario insistir en que quizás es la primera vez que un escritor tan


joven como A. U. P. produce y publica un libro tan densamente «literario»
como el que nos ocupa. Uslar Pietri no es una aspiración, una posibilidad más
que mañana pueda ser sumada a las que duermen en nuestro inmenso
«carnero» literario. Este muchacho es una realidad intelectual, y una realidad
nueva que lamentamos vaya a interrumpir el baile de momias que divierte a la
gran mayoría de la tribu literaria. No tenemos la culpa: que traten de no leer.
Por demás de eso, de no leer han hecho casi su oficio.
Entre los muchos puntos que condenarán del magnífico libro de A. U. P. (El
gran libro de mi amigo, que hubiera dicho el gran Luis Enrique Mármol)
figurarán sus descripciones. Nos han entusiasmado. En cada paisaje, en cada
momento se dispara raudo a la caza de imágenes precisas y suficientes. Los
trazos certeros se siguen unos a los otros jadeantes, sin perder el contacto,
como en la buena formación gimnástica. Jehová, para Barrabás poseía «en la
punta de cada dedo un castigo». «La gran nube de gritos del motín». «Había
tanta luna que parecía un día convalesciente». «El viento sacaba un ruido de
agua de los árboles del patio». «En las bordas se ha puesto a saltar la lejanía».
«La sangre me anda a golpes de ola». «Se puede ser loco por precocidad de
risa».«Abierta en el cráneo una boca grande se ríe con sangre». Y mil más.

El libro nos deja el ánimo palpitante de amargura. Desde el final,


«Miralejos» nos ha estado espiando, siguiendo nuestras diversas emociones
para envolvernos en su densa nube de dolor. Después de este cuento ha debido
grabarse en la página siguiente una cruz rústica como aquellas que marcaron
las sepulturas de los seres que mató la «económica» en las tierras repletas de
sol grueso. Tragedia vulgar del campesino, de la hembra paniega de la que
«penden numerosos hijos como un traje en harapos», de la infancia sorprendida
por el imperativo del trabajo sin [355] fin -porque entre las gentes pobres de los
campos sólo los muertos no trabajan». Y la mentira subyugadora de las otras
tierras, para luego volver a la faena tremenda y al aguardiente y a la miseria. Y
es que la muerte es el único viaje que puede traer ventura a los infelices, y
éstos los ignoran y se van tras-tras-tras-tras con lentitud desesperante hacia el
solo bien a que pueden aspirar.

[El Universal, XX 6942, Caracas, 8 de septiembre de 1928]. [357]

Para Arturo Uslar Pietri


Casto Fulgencio López

Compañero!

Llegó Barrabás y subió tras... tras... caminando, y llegó al alto donde yo


trabajo y me llenó el escritorio con su barba ingenua. Yo me dije: Barrabás?,
ah, sí... el de la Biblia, lo conozco, muy viejo y agarré el abrecartas con un
bisturí y comencé a cercenarlo y a buscar la pústula para escupirle encima la
crítica y refocilarme con la anemia de la envergadura, pero la sangre me anegó
la intención y me coloreó de juventud y de vida y me enseñó la belleza abierta
sobre cada herida y las heridas eran tantas que se me llenó la casa de belleza.

Entonces bajé con el peso de la maldad y me fui tras...tras... caminando


¿comprendes? lejos y me dije: se queda el libro allá, en el alto y yo para abajo,
muchos años, y me quitó la luz que me ciega, linda; pero la tenía metida la
belleza en el cerebro y allí marcó hondo la tragedia de la verdad que libertó al
de Bethábara y el silencio del otro cuando los marineros levantaron en alto La
Caja. Salí y me fui por las calles y los encontré a los otros que hablaban del
libro NUEVO y lo buscaban todos pero no lo encontraron sino algunos porque
se había acabado, se los llevaron todos, la edición se agotó, íntegra, la primera,
la compramos nosotros sin dinero ¿comprendes? porque la otra, la de las
librerías, se vende poco a poco entre los que la compran para no leerla sino
apenas para deletrearla.

Carlos Eduardo [Frías] me dijo que había más, que tú tenías otros, muchos y
más grandes, enormes, y yo me asusté y me puse triste, sin veneno,
¿comprendes?, sin maldad, triste de tiempo, lejos! Y agarré lo mío, tú sabes!
«El Hornero», «Alazán», «Miope», «La Otra», y lo demás, la basura, para que
no se quemara y los fui sepultando en lo hueco [358] de mí mismo,
sumergiendo, y esperando en el milagro, salieron las células viejas a
defenderlos, pero las células nuevas se las comieron y aquello se siguió
hundiendo como Levián [sic] porque «era llegado el tiempo aceptable y el día
de salud» y todo se hundió estoico hasta que salió la burbuja, esta burbuja...

Entonces me propuse escribirte esta carta, para ahora que estás cerca de
nosotros, pedirte uno, de los pequeños, uno chiquito para mí, así como «La
Voz» o «El Camino», y me lo das para ponerme joven y resistir la trocha con
los otros, que se quedan, porque tú te vas tras... tras... caminando hacia lejos,
por el camino aquel que tú dices de los que no saben caminar... tras...tras...
caminando...

[Fantoches, V, 269, 9 de septiembre de 1928]. [359]

Un libro nuevo
N(elson) H(imiob)

Es común en nuestro país diferenciar el cuento de la novela sólo por sus


dimensiones, sin preocuparse de otros elementos que son los que realmente
definen un relato, cualquiera que sea su tamaño. Y así se toma por novela un
cuento alargado y por cuento una novela en resumen. Nadie sería capaz de
negar a Maupassant, por ejemplo, el carácter de cuentista; sin embargo,
Maupassant sólo fue un novelista, o mejor, un dramaturgo que relataba sus
dramas. Maupassant toma a un personaje, lo analiza con extremo cuidado
poniendo en relieve sus rasgos físicos y psicológicos, lo rodea de varios
personajes secundarios, lo mete en diálogos que le dan vida, lo aleja del
escenario una o dos veces para prepararle situaciones nuevas, describe con
minuciosidad las decoraciones, y por medio de guiones o números romanos
hace la división de los actos. Igual que Maupassant, los otros grandes
cuentistas europeos, excepción hecha de algunos alemanes (Heise, Ruten, etc.),
quienes se reducían a narrar historias sencillas con epílogos filosóficos, y de
casi todos los rusos, quienes ya se orientaban por certeros caminos. Hoy tiene
el cuento un carácter definido. En él sólo se atrapa del personaje el perfil que se
ha de analizar, interviniendo únicamente personajes secundarios en los casos
que con aquel se relacionen y sintetizando las descripciones por medio de
imágenes más o menos arriesgadas. Todos estos elementos se reúnen en
Barrabás y otros relatos, libro de Arturo Uslar Pietri, acabado de aparecer. Por
eso me ha parecido innecesaria la precaución del autor de llamar relatos los
cuentos de su volumen.

***

Quizás algún crítico rutinario, amargado por los años, de esos que no saben
colocarse en la época, época nuestra de músculos anchos y horizontes [360]
redondos, quizás ese crítico, empujado hacia atrás por la vibración de la sangre
nueva, diga, con palabras de magister, que el libro de Uslar Pietri carece de
estilo, o, más clemente, que su estilo es descuidado. Por tanto es necesario
asentar en qué consiste el estilo. Si por ello entendemos (y es lo más común)
elegancia en la expresión, Uslar no tiene ninguna. Mas si lo consideramos (y es
lo verdadero) como el medio propio para exteriorizarse, Barrabás está escrito
en un estilo seco y sobrio, fuerte y áspero, sin esos matices que, en la
generalidad de los casos, por abolir una disonancia hacen escapar una emoción.
Uslar es enemigo de la perfumería literaria. No gusta adornar su prosa de
aristas rudas pero brillantes, con cintas y lazos de color que conducen más a la
cursilería que a la belleza estética. Tampoco usa ese ritmo tieso y dulzón que
empalaga los oídos.

Uslar Pietri es certero en la captación de sus metáforas. Así nos dice en «La
Voz»: «están los árboles levantados y abiertos como candelabros de llamas
verdes». Y en «El camino»: «También era sabia en el museo zoológico, donde
los animales se inmovilizaban en extrañas actitudes secas que hacían pensar en
una película que se hubiese detenido en mitad de su proyección». Y a
propósito, aclaremos el concepto de la metáfora. Usada para expresar lo que no
se pudo decir de otra manera, es un signo de pobreza. Pero cuando se recurre a
ella para resumir un paisaje interno o externo, o cuando por sí misma encierra
belleza, la metáfora es un exponente de capacidad.

Barrabás y otros relatos es un libro nuevo en todos los aspectos,


soberbiamente nuevo.

[Fantoches, V, 268, 12 de septiembre de 1928]. [361]

El libro de las separaciones y de las revelaciones


Rafael Angarita Arvelo
Caracas, setiembre de 1928. -¿Puede un libro intensificar abstractamente el
punto de partida de las divisiones literarias? Tal vez no. (Numerosos son los
diámetros -libros- perpetradores de la hora actual, índices de distintos puntos
de partida). ¿Cabe a un libro la esencialidad histórica de realizar el fin y el
comienzo de cierta -o ciertas- épocas del pensamiento nacional? Cabe. Como
los jefes políticos, los libros determinan ciclos. Si se cuadricula el estudio de
los hechos nacionales a base de hombres dirigentes, para la observación
literaria bien están el sistema hemisférico, la separación estética a base de
libros (Libros, espíritus, ciclos).

Construye en la literatura venezolana de todos los tiempos su andamiaje


divisorio el volumen Barrabás y otros relatos. Es el adiós al paisaje superficial
y plástico, adiós al vernaculismo, adiós al nativismo -glosa infecunda, mar de
plata para corsarios palabreros. Con motivo de la publicación de Peregrina
(Díaz-Rodríguez) en el 921, señalaba Semprum el dominio absoluto del paisaje
en la novela y cuento nacionales. Pero de 20 años atrás ese paisaje literario y
no captado -como en los poemistas ad hoc-, percibido al ras, sin penetrar la
tierra y el aire, por sobre la copa de los árboles, por sobre el resplandor de las
aguas, sofocaba y envilecía su expresión legítima en novelas y cuentos
fantasiosos, impuros, podados de ideas, inasibles como música perdida. Se
precipitaban siempre los asuntos en situaciones sentimentales o trágicas,
recubiertas de palabras criollizantes como de harina descompuesta noble pastel.
Grotesca baraúnda del palabrerismo venezolanista, mengua de la auténtica -
tradicional- literatura nuestra, defendida entonces -durante el lapso falsario- por
los escritores no criollizantes del momento, autores de obras humedecidas en el
ambiente propio y hondo, libros del [362] arrequive y del arabesco, del adorno
preciosista y de la turbia cursilería, obedientes al imperativo categórico del arte
y del artista. Aquello fue el criollismo, paréntesis de acción inartística que nada
produjo a las letras del país. (O novelas. O cuentos). (Sálvense -en parte-
Peonía y la labor de Urbaneja Achelpohl). Dentro de descomposición tan
asfixiante, los novelistas y cuentistas genuinos cristalizaron -muestra
inequívoca de sus calidades- obras fundamentales que, como Política
Feminista, demarcan -dividen- ciclos espirituales. (Frente por frente a las
mayorías chatas).

Cerradura -la llave al fondo del Caribe- pone Uslar Pietri con su libro a
cuantos desmanes y lacras ofrecían tiempos vecinos. (El escritor representa su
promoción). Establece el poste, como dicen en lenguaje petrolero -diabólico
lenguaje- entre el hemisferio anterior (acuarela-paisajismo de brocha gorda) y
el que ahora se galvaniza en una potente, impetuosa expresión renovadora. (Lo
actual y lo porvenir vs. lo inactual y pasado). Casi todos los novísimos
escritores de cuento en Venezuela buscan en el género manifestación
intelectual del ambiente, cuadro para la ideología contemporánea -post-guerra-,
que admirablemente los estimula. Muchos de ellos, igual que antes los otros
con la naturaleza, se desvían en la riqueza multiforme de pensamientos y de
tendencias, aspirando a entregarse por completo en cada creación, sin separar
las opuestas -contradictorias- electricidades del momento. Y en la búsqueda de
esa forma expresiva, como los maquinistas inexpertos, sueltan todas las
válvulas íntimas, todos los escapes interesantes. Se olvidan -cosa natural en las
primeras salidas- de que existen válvulas significadas para cada velocidad, no
debiéndose desplazar el voltaje íntegro cuando sólo aparecen necesarias
cantidades circunscritas. (Tómese lo anterior como apunte panorámico, porque
de la vuelta al sitio claro -dirección de la plomada-, de la carrera juvenil, briosa
y alegre aun a sol enfermo, tomarán a la estabilidad verdadera, dueños como
son del entusiasmo y del talento, distribuyendo luego, mediante el manejo
técnico de las válvulas artísticas, el vigor y prosperidad que con ellos
comienzan a borbotar en nuestra literatura).

Cuatro son los que -recientes- han fabricado lujosamente la renovación del
cuento en Venezuela. (Con los avisos de Julio Garmendia (Tienda de muñecos)
y de las narraciones marinas de Vicente Fuentes). Uslar Pietri, Carlos Eduardo
Frías, Salazar Domínguez y Nelson Himiob. Estos escritores encuentran el
paisaje de un modo más personal [363] y eminente. Descartan la
impersonalidad descriptiva para formalizar la descripción ideológica,
concretando los efectos profundos de paisaje-idea. (Paisaje de campos de
hombres, de pueblos, de aguas y de almas). Escurren la modalidad biológica y
psicológica -antes llamada estado de alma o ley de herencia- y extraen, lejos de
la trascendencia, caracteres de gentes y de tierras tal como sus respectivas
sensibilidades los especifican. Así, de manera más propia y precisa que en
Carlos Eduardo Frías -ejemplo- a quien desconciertan el campo alegre y el
alma trágica (tenazmente distanciados en sus cuentos como dos corrientes
repulsivas y congestivas), Uslar Pietri crea su paisaje para sus figuras, no sus
figuras para su paisaje, vocación extraordinaria que lo llevará a comprender -
que los llevará- el alma de este país, despreciada e inexcrutada. (Su «S. S. San
Juan de Dios» -el cuento de mayor calibre- es paisaje al alma, marco
incontrovertible para el alma que lo domina en su terrible expresión dramática).

Por lo que se colige del libro su joven autor posee dentro de sí un boscaje
multicolor, vario y ecléctico con vistas a próximas definiciones. A su edad la
literatura es un conglomerado global, tendiente a la fijación, impulsado por
virtud de los primeros conceptos audaces. El cúmulo de lecturas -sistema
cohesivo del escritor- traduce en él la inquietud actual como signo de cercana y
excepcional madurez. Trasluce los contornos del espíritu en transformación.
Dibuja su amanecer literario desde un enfoque meritorio de talento. Pasajero
del trasatlántico en que todos nos hemos embarcado -promociones de la
postguerra- viaje en primera, atenido a las rozaduras de la travesía, victimario
de las ideaciones primitivas, saludador de los nuevos mensajes. Y en esa
travesía, bordada de intentos como el canal de la Mancha, equilibrará para el
final del raid, para la meta aspirada -geométricamente-, con armonía de ángulo,
sus verdades y sus mentiras, sus ideas y sus captaciones bajo la presión de su
vértice ideológico e incorruptible. (Vértice-orilla).

Un boscaje multicolor, vario y ecléctico. A las promociones últimas de


América -también de Europa-, signadas por momentos históricos
trascendentales, llamadas a dirigir el sol y la luna de sus correspondientes
sistemas planetarios, callados, agudos, grises, escarlata, espesos como niebla de
las montañas, como polvo misterioso y doloroso, sufrido y cansado, llegaron la
niebla y el polvo de la moderna literatura rusa, taller del año 17. Tan grave y
fuertemente cruzó nuestros nervios aquel ambiente en que las almas se
movilizan como dentro del aceite, como recargadas [364] de viscosas
prolongaciones, de amarguras milenarias, de dolidas esperanzas redentoristas,
que suspendió las visiones últimas -júbilos de la luz nuestra- para volatilizarlas
en reconstrucciones sombrías, perforadas de terror, crudas y tremendas,
circulantes por entre las recién nacidas almas como fantasmas hórridos, como
pesadillas ténebres [sic] al mismo tiempo que iniciativas. Ni el Tarass Boulba
[sic] de Gogol, ni Dostoievsky, ni el ruso-franco Turgeniev, ni el apostólico
Tolstoy, ni Gorki se apoderaron de tales promociones. Fueron Andreiev y
Artzybachev y Averchenco y Chejov y Sibiriak y los promotores de la época -
época de Yegulev (Andreiev), ruso monumental de la literatura, capitán de
bandidos, bandido de la Rusia fatalmente triste y sentimental- los que
prepararon las nuevas sensibilidades, pozos abiertos en el corazón del mundo,
filtrados en las reuniones de la Internacional. Y a través de este libro de
cuentos, aun en el de descendencia más diluida -Barrabás- se refleja el paso de
la Rusia obsesionante, movilizada y estereotipada. Literatura de exposición
social, rica y admirable, tremenda como los lamentos de los siervos,
melancólica como la oración de los popes sobre los mujiks postrados y
embrutecidos, efervescentes como el ulular de los ejércitos rojos. (Léanse «S.
S. San Juan de Dios» y «Paz de la tarde», narración de angustiosos repliegues,
alumbrada por las velas amarillas de El Límite (Artzybachev) o por las luces
trémulas -de lampadario- de El Abismo (Andreiev).

La impresión de estas lecturas ha formado en el escritor -cierto- una


conciencia literaria algo ficticia pero saludable, encargándose ella misma, en
un como intensivo pugilato espiritual a golpes armoniosos de edad y de talento,
de desbrozar el boscaje primitivo. De donde el autor se desnuda ante el público
sin interioridades prestadas. Ha alquitarado sus lecturas, estritificándolas
perfectamente, como dominio de hombres y cosas ambientes [sic]. Ha sabido
leer. Tan bien lo ha hecho que, descartando las combinaciones sintomáticas a
lo Andreiev -de lo sombrío a lo burlesco, de lo humorístico a lo trágico-
alcanza la más completa unidad en sus cuentos. Unidad que extrae las figuras
del marco paisajista, criollizante y nacional para universalizarlas y dilatarlas
como figuras de una literatura naciente. Cuantos se empeñen en descubrir
influencias eslavas -crítica anacrónica- en escritores de la calidad de Uslar
Pietri y demás camaradas, convendrán -si es que conocen las radiaciones de las
dichas lecturas- en el tacto, decoro y honestidad observados por ellos al
edificar su estética y su ideología en tan incomparable [365] fuente de los
espíritus nuevos. (Táctica a lo Sherwood Anderson, gran narrador
norteamericano).

***

Barrabás y otros relatos es una oportunidad para exponer en esquema


nuestra situación en la literatura venezolana. En los países -todos los países-
pendientes de la trayectoria cultural progresiva, interesados en la evolución
artística y novedosa- espíritu mañanero en tensión, grávido y lúcido- los
hombres representativos de anteriores evoluciones dominantes y directrices -
hasta cierto punto-, críticos amplios, examinan las manifestaciones nuevas,
disparadas como centellas o como saetas. Las atisban, descubren, diseccionan,
corrigen, saludan y anuncian. Hallan en ellas tópico para consideraciones
civilistas. Llaman la atención general, heraldos de las albas prometedoras. No
usan el esguince sistemático de la mayor parte de nuestros literatos, escondidos
detrás de culturas fósiles, estáticas, irreformadas e irrenovadas, desde donde
objetan -sotto voce- las promociones subsiguientes con ironías de profesores
inútiles. Están animados por ánima generosa y comprensiva, capaz del aplauso
y de la concesión, universal e inductiva. Tal Gómez de Baquero -ilustre
Andrenio- en España, Lugones mismo en la Argentina, Varona en La Habana,
Sanín Cano en Colombia, Donoso en Chile. Tal Ortega y Gasset y su
extraordinaria Revista de Occidente, hogar del pensamiento moderno europeo e
hispanoamericano. Nuestros escritores de promociones anteriores -con El Cojo
Ilustrado por defensa- se empinan absortos y abúlicos sobre nuestro actual
movimiento literario -literatos literatos- definiéndonos, por el prejuicio
absolutista que los denuncia, desorientados, sin rumbo, sin arte y sin
fundamento.

Algunos impugnan nuestra promoción hasta la mala fe. Nos tildan de


negadores, de iconoclastas y de vacíos. Nuestro cartel es otro. Continuamos
pura, sencilla y patrióticamente la tradición literaria del país mientras otros se
disputan el afearla y desmerecerla, agenos [sic] a la justicia y a las virtudes
ciudadanas. Cuando esos otros escurrieron el homenaje a lo mejor de nuestra
literatura, al nombre más alto de un ciclo literario de treinta años (Díaz
Rodríguez), nosotros fuimos a la oblada alegres y confiados, cumplidores del
deber. Pedimos la Academia para Urbaneja Achelpohl cuando sus propios
contemporáneos se la negaban. Nos adentramos en todo el historial artístico
venezolano, divulgándolo y esparciéndolo, sin adulterarlo para nuestras
conveniencias personales, [366] sin acomodarlo a nuestra ideología particular.
Lo grave de esta promoción consiste en que ha de decir la verdad y -al decirla-
demolerá estatuas de azúcar y de sal, de cera y de barro, respetadas sin razón
por nuestros predecesores. Nada nos importa el que salgan dragones y fieras.
Nunca hemos protestado contra ello, ni contra los que -presuntamente- nos
impiden surgir. Tenemos conciencia de nosotros mismos y más de nuestro
agrado son los inconvenientes que las rosas. Vamos en automóvil. Vamos en
aeroplano, por los caminos del aire.

Gritamos gritamos gritamos hasta aturdir. Nos escuchan los que vienen
detrás. Pocas veces -hay que gritarlo gritarlo- Venezuela ha contado con una
promoción artística tan culta, trascendental y esforzada. Tan culta y universal.
El momento histórico que nos señala la post guerra, la voz de la sangre y el
tiempo que nos exulta como en las epifanías diluyen electricidades raramente
maravillosas. Somos la vanguardia (juventud, frescura, limpidez de propósitos,
propósito del arte y de la patria). Somos los dueños de nuestra literatura,
menospreciada por las mayorías derechistas. Y los revisores. Gritamos. La hora
actual en el mundo acusa un definitivo meridiano de juventud. Gritamos. Para
los espíritus de la mañana, los nuestros, los de aquellos que nos comprendan y
los que hayan de seguirnos. Gritamos. Y hacemos crítica. A cada cual lo suyo.

***
Queda contestada la interrogación abierta al principio de estas notas.
Saludamos y voceamos el libro de Uslar Pietri -arte nuevo- como una
característica de nuestro hemisferio, como un poste divisorio y absoluto. Lo
remitimos a las almas elevadas, a los oteadores extranjeros, a los escritores del
idioma. (España y América). Es una bofetada a los negadores de la gente joven.
Una batalla ganada con talento y con alegría. Sin petulancia. Suenen músicas
bárbaras -jazz, charleston. Suenen las maracas y cuatros nacionales en la
orquesta de los saxofones. Suenen el sol y la luna sobre el espíritu de la
Venezuela matinal. Se ha publicado un libro en el tiempo, contra el tiempo. (En
el arte, contra la falsedad). Lo distribuimos como en una mesa de caridad.
Barrabás y otros relatos es el libro de las separaciones y de las revelaciones.

[El Universal, XX, 6953, Caracas, 19 de septiembre de 1928]. [367]

Comentario a Barrabás
Jesús Semprum

Uslar Pietri, escritor de la última generación venezolana, se dice


vanguardista, y sus cofrades lo aclaman y presentan como vivo testimonio de
los aciertos que puede tener un escritor de esa escuela y como ejemplo de las
excelencias de la escuela misma. Don Panchito Pimentel, hombre injustamente
medio olvidado ahora, decía una vez, hablando de cierta obra de un académico
y contemporáneo suyo:

-En esta obra, lo bueno no es de Fulano y lo de Fulano no es bueno.

Más o menos podríamos imitar en cierto modo la frase para aplicarla a Uslar
y a su libro, diciendo que lo bueno que allí hay no tiene nada de vanguardista y
que los rasgos vanguardistas no tienen nada de bueno.

En el libro de Uslar hay mucho talento incuestionable y patente: pero al


mismo tiempo muchas desigualdades y desaciertos, unos frutos de su
deliberado y a ocasiones desaforado afán vanguardista y otros de la
inexperiencia propia del autor novel. Con todo, salta a la vista que Uslar Pietri
tiene madera de cuentista; y es seguro que con el tiempo irá despojándose de
los amaneramientos y afectaciones que le impone la escuela a que se ha
afiliado y que afean a trechos las páginas de este libro.

«Barrabás», el primer cuento del volumen, tiene bastante originalidad.


Barrabás, el célebre y misterioso malhechor a quien el pueblo judío pidió que
indultaran cuando Pilatos le preguntó a la muchedumbre de fanáticos a quién
prefería que se concediera el indulto, si a Jesús o al facineroso, Barrabás
aparece en este cuento con caracteres originales, puesto que es inocente del
crimen que le achacan. Es hasta hombre puro. [368] Este cuento es quizás el
que menos extravagancias de lenguaje ofrece de todos los que forman la
colección.

Las influencias que predominan en la obra de Uslar Pietri parecen ser


principalmente rusas. Hay allí el mismo malestar, el mismo desasosiego, la
misma inquietud vaga que caracteriza a los novelistas moscovitas de las
últimas generaciones. Cuando Uslar Pietri consiga dominar el instrumento del
idioma, podrá contar con más eficacia comunicativa esos sentimientos, esas
ideas, esas zozobras que aparecen esbozados a veces con mucho acierto en las
páginas de Barrabás.

[«Libros venezolanos: Arturo Uslar Pietri. Barrabás y otros relatos, Caracas,


1928», en: Fantoches, VI, 273, 17 de octubre de 1928. Firmado con el
seudónimo «Sagitario»].

La formación de la vanguardia literaria en


Venezuela : (antecedentes y documentos)
© Nelson Osorio T.
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