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Cicatrices del

Tiempo

Entre Sueños Rotos y Promesas Cumplidas:


La Emotiva Travesía de Manuel y Ariel .

Nelson Castillo
BOOK TITLE

ii
Copyright © 2024 Nelson Castillo

Todos los derechos reservados.

ISBN: 9798874043902
DEDICATORIA

A la inolvidable Mercedes Rodríguez,


Quien, aunque ya no está físicamente, sigue presente en cada latido de mi
corazón. Gracias por enseñarme que el amor es el más grande tesoro que
puede poseer una persona. Tu legado de bondad, dedicación y cariño
ilumina mi camino, y tu espíritu perdura en cada acto de generosidad y
compasión. A ti, mi eterna fuente de inspiración, con gratitud y amor
eterno.
CONTENIDO

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Agradecimientos
1 1.
Encuentro en el Atardecer
2 4.
Lazos que Desafían el Tiempo
3 8.
Promesas a la Luz de la Luna
4 12.
La Trágica Separación
5 16.
Sueños en un País Ajeno
6 19.
Promesas Rotos por el Destino
7 23.
La Fortuna en Tierras Lejanas
8 26.
El Tiempo que No Sana
9 30.
Regreso a la Tierra Prometida
10 34.
Reencuentro Bajo la Lluvia de
Esperanza
AGRADECIMIENTOS

En el libro de mi vida, gratitudes florecen,


A mi madre Mercedes, luz que ya no perece.
A Mirtha, Rosana, Rosmarys, Daviana, abrazo fuerte,
En la danza de la vida, son parte de mi suerte.

A Edward y Gerson, ausencias que duelen,


En el cielo su luz, en el alma resuelven.
A Paola, mi hija, regalo divino,
En su risa hallé, el más preciado destino.

Edwimar, Wilmar, María, rayos de sol,


En su risa hallé, mi propio farol.
Naifer, Edwin, Ronald, Christopher, brilla su estrella,
En el firmamento, su esencia destella.

Pedro, Eduard, Sherson, Chris, jardines de risas,


En sus sueños encuentro, promesas cumplidas.
A Katiuska, mi amor, en sus brazos refugio,
Caminamos juntos, en este edén ficticio.

Amigos queridos, Alida, Areangel, Lucía,


En su amistad, la luz de un nuevo día.
A todos quienes tejieron, este sueño posible,
En sus manos guardo, un agradecimiento infalible.

En este poema de gratitudes, mi corazón canta,


A cada ser querido, mi alma encanta.
Por siempre en mi historia, sus nombres grabados,
A todos, mi eterno agradecimiento, sellado.

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1. Encuentro en el Atardecer

En las calles vibrantes de Caracas, donde los contrastes de la vida


se reflejaban en cada esquina, Manuel caminaba con la mirada
perdida entre la multitud. Sus sueños de un futuro mejor chocaban
con la dura realidad de la situación económica que azotaba a
Venezuela. Sin embargo, en ese día soleado, algo inesperado estaba
a punto de cambiar su vida.

Mientras caminaba apresuradamente, su mirada se cruzó con la


de Ariel, una joven de cabellos oscuros y ojos chispeantes que
también deambulaba por las bulliciosas calles de la ciudad. Los
destinos de ambos colisionaron cuando Manuel, absorto en sus
pensamientos, tropezó con Ariel, haciendo que algunos documentos
se deslizaran de sus manos y se dispersaran por el pavimento.

La caída de los papeles fue el preludio de un encuentro que


cambiaría sus vidas. Ambos se agacharon instintivamente para
recoger los documentos, sus manos se encontraron en el proceso.
Fue en ese momento efímero y casual que algo mágico sucedió: sus
miradas se encontraron y, por un instante, el tiempo pareció
detenerse.

Los ojos de Manuel, profundos y llenos de determinación, se


encontraron con los de Ariel, radiantes y llenos de curiosidad. Una
corriente eléctrica pareció pasar entre ellos mientras sus manos se
tocaban de manera inadvertida. El roce casual se transformó en un
contacto intencional cuando ambos, con una sonrisa nerviosa,
sostuvieron los documentos juntos.

—Lo siento mucho, no era mi intención… —balbuceó Manuel,


sintiendo la necesidad de disculparse por el tropiezo.

—No te preocupes, fue solo un pequeño susto —respondió Ariel


con una risa suave que resonó en el aire.

Ambos se levantaron, y en ese instante, la conexión entre ellos

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era palpable. La casualidad había tejido los primeros hilos de una


historia que aún no se había escrito por completo. Manuel no pudo
evitar notar la belleza natural de Ariel, mientras ella se sintió atraída
por la sinceridad en los ojos de aquel joven desconocido.

—Soy Manuel —se presentó, extendiendo la mano hacia Ariel.

—Ariel —respondió ella, estrechando su mano con una calidez


que trascendía lo convencional.

En ese punto, el caos de la ciudad se desvaneció por un


momento, dejando solo a Manuel y Ariel inmersos en su propio
pequeño universo. Decidieron sentarse en un banco cercano para
organizar los papeles esparcidos. Mientras lo hacían, compartieron
risas y pequeñas historias sobre sus vidas.

El sol brillaba sobre sus cabezas, creando una atmósfera cálida y


reconfortante. Manuel y Ariel se sintieron atraídos por la presencia
del otro, como si sus almas se hubieran reconocido desde hace
mucho tiempo. Sin darse cuenta, intercambiaron números de
teléfono, sellando así el inicio de una conexión que trascendía las
circunstancias difíciles que los rodeaban.

—Quizás nos volvamos a encontrar —dijo Manuel, mirando a


Ariel con una chispa de esperanza en sus ojos.

—Ojalá así sea —respondió Ariel, con una sonrisa que reflejaba
la complicidad nacida en ese primer encuentro.

Se despidieron con la promesa de un posible reencuentro y con


corazones que latían más rápido de lo habitual. Mientras se alejaban
por caminos separados, ambos sabían que algo especial había
surgido entre ellos en las caóticas calles de Caracas. El destino les
había unido, y una historia de amor estaba empezando a escribirse,
una historia que desafiaría las adversidades y perduraría a través del
tiempo

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2. Lazos que Desafían el Tiempo

El sol descendía en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos


mientras Ariel y Manuel comenzaban a tejer la tela de su conexión a
través de mensajes que iban y venían como notas en una melodía
romántica. Los días se transformaron en semanas, y la amistad entre
ellos se fortalecía con cada palabra compartida.

La vibración de su teléfono anunciaba un nuevo mensaje de


Manuel. Ariel, con una sonrisa en el rostro, deslizó su dedo sobre la
pantalla para leer las dulces palabras que la esperaban.

*”Hola, Ariel. ¿Cómo fue tu día hoy?”*

Ariel respondió con entusiasmo, compartiendo detalles sobre su


jornada y preguntando por la vida de Manuel. Así comenzó una
rutina reconfortante de intercambio de mensajes, donde compartían
sus pensamientos, sueños y hasta las pequeñas alegrías cotidianas.

Con el tiempo, Manuel propuso un encuentro en persona, una


idea que llenó de emoción a ambos. Planeando cuidadosamente cada
detalle, decidieron encontrarse en una plaza icónica de Caracas, un
lugar lleno de historia y significado para ambos.

La plaza estaba animada con la risa de los niños, parejas


disfrutando de la tarde y músicos callejeros que añadían una banda
sonora improvisada al ambiente. Manuel llegó primero y esperó con
nerviosismo mientras observaba a la gente pasar. La anticipación en
el aire era palpable.

Cuando Ariel apareció en la distancia, el corazón de Manuel latió


con fuerza. Sus miradas se encontraron, y una sonrisa cómplice se
formó en sus rostros. Era un momento tan simple, pero lleno de
significado. Se acercaron el uno al otro y, como viejos amigos, se
abrazaron con una naturalidad que sorprendió a ambos.

El día transcurrió entre risas y charlas interminables. Pasearon

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por la plaza, compartieron helados en una heladería cercana y se


aventuraron en parques que ofrecían un refugio tranquilo de la
bulliciosa ciudad. En cada paso, la conexión entre ellos crecía, como
una semilla que germinaba en un hermoso jardín de sentimientos
compartidos.

Con el atardecer pintando el cielo de tonos púrpuras y naranjas,


Manuel y Ariel se sentaron en un banco frente a una fuente
iluminada. La luz suave de las farolas comenzó a encenderse,
creando un escenario romántico para lo que estaba por venir.

Manuel, nervioso pero decidido, tomó la mano de Ariel y la miró


fijamente a los ojos. La fuente brillaba con luces tenues, reflejando
destellos en sus miradas expectantes.

—“Ariel, desde el momento en que tropecé contigo en aquella


calle, supe que algo especial había comenzado entre nosotros. Cada
día que compartimos mensajes y risas, cada momento que hemos
pasado hoy aquí… todo ha sido increíble.”— Manuel confesó, su
voz llena de sinceridad.

Ariel, con una mirada llena de afecto, asintió alentadoramente.

—“Ariel, ¿quieres ser mi novia?”— Manuel pronunció las


palabras con una mezcla de emoción y ansias.

Ariel, con el corazón latiendo con fuerza, contempló la expresión


apasionada en el rostro de Manuel. La escena, iluminada por la tenue
luz de las velas cercanas y la luna que comenzaba a asomarse en el
cielo, parecía salida de un cuento de hadas.

—“Sí, Manuel. Quiero ser tu novia.”— Las palabras de Ariel


resonaron con la certeza de un sentimiento profundo y genuino.

El rostro de Manuel se iluminó con una sonrisa radiante. Sacó un


pequeño ramo de rosas rojas y una caja de chocolates, entregándolos
con delicadeza a Ariel. La fragancia de las rosas y la dulce tentación
del chocolate envolvieron el aire mientras ella recibía los regalos con
gratitud.

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Cicatrices del Tiempo

—“Estas rosas son símbolo de mi amor por ti, y los chocolates…


bueno, son solo un pequeño capricho para endulzar nuestros días
juntos.”— Manuel explicó, mirando a Ariel con cariño.

La luna y las estrellas parecían alinearse para celebrar este


momento especial. Se abrazaron bajo la luz tenue, sellando su
compromiso con un beso tierno y apasionado. Las velas
parpadeaban, los susurros de la noche acompañaban la escena y el
universo entero parecía aprobar la unión de Manuel y Ariel.

Así, en medio de un paisaje romántico, Manuel y Ariel


comenzaron oficialmente su historia de amor

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3. Promesas a la Luz de la Luna

La noche se cerró sobre Caracas, pero las luces de la ciudad y el


resplandor de las estrellas proporcionaron un telón de fondo mágico
para la continuación del romance entre Manuel y Ariel. Después del
especial momento en la plaza, su conexión floreció, y cada día se
convertía en una nueva oportunidad para explorar el universo que
estaban construyendo juntos.

El día del segundo encuentro llegó, y Manuel, decidido a hacerlo


memorable, propuso una serie de actividades que desencadenarían
una cascada de emociones compartidas. Se encontraron en un cine,
donde rieron y compartieron palomitas mientras veían una película
romántica que, de alguna manera, reflejaba la trama de su propia
historia. Luego, visitaron una plaza iluminada, danzando bajo las
luces centelleantes, perdidos en la melodía de sus risas.

Los parques se convirtieron en cómplices silenciosos de su


romance. Manuel y Ariel pasearon de la mano, explorando rincones
escondidos y compartiendo secretos que solo los enamorados
comparten. La complicidad entre ellos crecía con cada día que
pasaban juntos, y el amor florecía como un jardín en primavera.

Con cada mirada, Manuel veía en Ariel la chispa que iluminaba


su vida, mientras ella encontraba en él el refugio donde podía ser
auténtica y amada. Se sumergieron en un viaje de descubrimiento
mutuo, aprendiendo los matices de sus almas mientras navegaban
por las corrientes del amor.

Manuel, con una sutileza que solo el verdadero amor permite,


comenzó a planificar su primer encuentro íntimo, un momento que
sería trascendental para ambos. En un rincón boscoso de Caracas,
lejos del bullicio de la ciudad, la pareja se encontró rodeada por la
serenidad de la naturaleza y la música suave de la noche.

Ariel, nerviosa pero emocionada, se dejó guiar por Manuel, quien


la trató con una delicadeza que reflejaba el profundo respeto y amor

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que sentía por ella. Sus manos se encontraron en la penumbra del


bosque, creando una conexión invisible que iba más allá de lo físico.

La luz de la luna se filtraba entre las hojas de los árboles, pintando


destellos plateados sobre sus cuerpos entrelazados. Manuel miró a
Ariel con ojos llenos de admiración, expresando con cada gesto la
magnitud de sus sentimientos. Cada caricia, cada susurro, era una
sinfonía de amor que se tocaba en la quietud de la noche.

El momento culminante llegó, y el universo se convirtió en


testigo silencioso de su entrega mutua. Manuel guió a Ariel a un lugar
donde solo existían ellos, la luz de la luna y las estrellas. Con suavidad
y paciencia, él la envolvió en un amor que iba más allá de las palabras.

Ariel, con corazón acelerado y confianza creciente, se entregó a


Manuel en un acto de amor puro y apasionado. En la quietud de la
noche, sus cuerpos se fusionaron en una danza celestial, y el bosque
susurraba su aprobación a este encuentro íntimo que sellaba su
compromiso.

Después de haber compartido el regalo más íntimo de sus almas,


Manuel y Ariel se abrazaron bajo el manto de la luna. La magia del
momento aún flotaba en el aire cuando decidieron hacer una
promesa que trascendería el tiempo y el espacio.

—“Prometemos amarnos hasta el último suspiro de nuestras


vidas, ser el refugio del otro en las tormentas y celebrar juntos las
alegrías del camino. Estaremos el uno para el otro, compartiendo
sueños y construyendo un futuro lleno de amor y felicidad.”—
Manuel pronunció las palabras con solemnidad, mirando a Ariel con
una determinación que reflejaba su compromiso eterno.

Ariel, con lágrimas de felicidad en los ojos, respondió con una


promesa igualmente ferviente. Los dos se abrazaron, con la luna y
las estrellas como testigos de su amor inquebrantable.

—“Comencemos a planificar nuestra vida juntos, Manuel.


Quiero caminar de tu mano por el resto de mis días, construir un
hogar lleno de amor y tal vez, un día, tener hijos que compartirán
nuestro amor.”— Ariel expresó sus sueños con un brillo de

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anticipación en los ojos.

Manuel asintió, sintiendo que el futuro se desplegaba ante ellos


como un lienzo en blanco lleno de promesas y posibilidades. Bajo la
luz de la luna, Manuel y Ariel sellaron su compromiso no solo con
palabras, sino con el vínculo eterno de sus almas entrelazadas en un
amor que superaría cualquier desafío. La noche se desvaneció, pero
la historia de Manuel y Ariel estaba lejos de su final.

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4. La Trágica Separación

La historia de Manuel y Ariel seguía siendo un poema romántico


tejido con los hilos del tiempo y la pasión. Cada encuentro, cada risa
compartida, y cada mirada intensificaban su conexión. Exploraban
rincones íntimos de sus almas, descubriendo capas más profundas
de amor en cada abrazo y caricia.

Los planes para el futuro se multiplicaban en sus mentes, una casa


llena de risas, viajes por el mundo juntos, y el sueño compartido de
construir una familia. Cada proyecto se volvía más real y tangible en
sus mentes, creando una expectativa emocionante para el camino
que les esperaba.

Sin embargo, los caminos de la vida, a veces, toman giros


inesperados. Varios meses después de compartir sueños y
esperanzas, una nube oscura se posó sobre la historia de Manuel y
Ariel. La madre de Manuel cayó enferma, y el peso económico se
volvió un fardo demasiado pesado para los hombros de la joven
pareja.

Un tío de Manuel, que hasta ese momento había estado


apoyándolos económicamente, tomó una difícil decisión. Sabiendo
que la salud de la madre de Manuel estaba en juego, le aconsejó que
debía irse a los Estados Unidos para buscar mejores oportunidades
y poder costear el tratamiento y medicinas que su madre necesitaba
desesperadamente.

La noticia fue un golpe devastador para Manuel y Ariel. La


realidad de la situación económica los golpeó con fuerza, y la
necesidad inmediata de recursos para el bienestar de la madre de
Manuel les dejó con pocas opciones. En una noche lluviosa, Manuel
se sentó con Ariel y le contó sobre la difícil decisión que debía tomar.

—“Ariel, sé que nuestros sueños eran construir un futuro juntos,


pero mi madre necesita ayuda urgente. Mi tío ha sido claro, debo ir
a los Estados Unidos para poder proporcionarle las medicinas y

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cuidados que necesita. Es la única manera de salvarla.”— Manuel


expresó, con los ojos llenos de angustia.

Ariel, aunque devastada por la noticia, entendió la prioridad que


la vida imponía en ese momento. La enfermedad de la madre de
Manuel era una realidad palpable que eclipsaba temporalmente sus
sueños compartidos.

—“Manuel, sé lo importante que es tu madre para ti. No puedo


pedirte que elijas de otra manera. Ve y haz lo que necesites hacer. Yo
estaré aquí, esperando por ti.”— Ariel respondió, con una mezcla de
tristeza y comprensión.

Se abrazaron con fuerza, como si quisieran atesorar cada segundo


juntos antes de la inevitable despedida. Aquella noche se volvió
eterna, con lágrimas y susurros de promesas que resonaron en la
habitación.

Días después, en un amanecer cargado de despedidas y


emociones intensas, Manuel partió en un viaje por tierra hacia los
Estados Unidos. Con escasos recursos, cruzó fronteras peligrosas,
atravesó Colombia y enfrentó los riesgos del Darién, un desafío que,
aunque lleno de peligros, no pudo igualar la lucha interna y el anhelo
de Manuel por regresar con la esperanza en sus manos.

El viaje fue arduo, plagado de dificultades. Manuel enfrentó


momentos de enfermedad, donde la fiebre y el cansancio
amenazaron con detener su viaje. Perdió sus pertenencias en la
travesía, y en cada paso, la carga emocional del viaje se reflejaba en
su rostro fatigado.

La despedida con Ariel se quedó como un eco en su corazón, y


las palabras de ella resonaban en su mente mientras avanzaba hacia
el norte, con la esperanza de un futuro mejor para su madre y,
eventualmente, para ambos.

El Darién, con su vegetación densa y sus senderos sinuosos, se


convirtió en un símbolo de los desafíos que Manuel estaba dispuesto
a enfrentar por amor. En medio de la selva y bajo la luna, su
determinación y el sueño de un reencuentro sostenían cada paso que

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Cicatrices del Tiempo

daba.

Ariel, por otro lado, enfrentaba la realidad de la distancia con


valentía. Cada día esperaba un mensaje, una señal de que Manuel
estaba a salvo en su travesía hacia el norte. Las noches se volvieron
más largas, y aunque la soledad amenazaba con apoderarse de su
corazón, la promesa de amor eterno la mantenía fuerte.

Las comunicaciones eran esporádicas, pero en cada mensaje,


Manuel reafirmaba su amor y su deseo de volver a estar juntos. Ariel,
entre lágrimas y sonrisas, respondía con palabras de aliento y la
promesa de esperar, sabiendo que el tiempo y la distancia no podrían
desvanecer lo que compartían.

El viaje de Manuel se convirtió en una odisea, una epopeya


marcada por la tenacidad y la resistencia. A pesar de los desafíos,
cada obstáculo solo fortalecía su determinación de llegar a su destino
y volver con la esperanza en sus manos.

El camino hacia los Estados Unidos se tornó un testimonio de


amor y sacrificio. Manuel, impulsado por el deseo de salvar a su
madre y el anhelo de reunirse con Ariel, enfrentó cada dificultad con
valentía y esperanza. La historia de Manuel y Ariel, ahora separada
por océanos y fronteras, esperaba ser reunida en el capítulo que el
destino aún estaba escribiendo para ellos.

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5. Sueños en un País Ajeno

El arduo viaje de Manuel a través del Darién culminó con un paso


más hacia el sueño que lo llevó a los Estados Unidos. Llegó a un país
de primer mundo con esperanzas e ilusiones, pero también enfrentó
las realidades de ser un latino en una tierra desconocida. La
adaptación fue un desafío, pero su determinación lo llevó a superar
obstáculos y a embarcarse en la búsqueda de una mejor vida.

Sus primeros días en los Estados Unidos fueron una montaña


rusa de emociones. La cultura diferente, el idioma y las costumbres
eran retos constantes, pero Manuel se aferró a su sueño. Con la
tenacidad de un luchador, comenzó a buscar trabajo, y su primer
empleo lo llevó a un rol de limpieza en una empresa local.

Cada día era una lección de adaptación. Desde aprender las rutas
del transporte público hasta entender la dinámica de la vida laboral,
Manuel se esforzaba por integrarse y prosperar en su nuevo entorno.
El peso de la soledad y la nostalgia de su tierra natal eran compañeros
constantes, pero su visión de un futuro mejor le daba fuerzas para
seguir adelante.

Las noches de melancolía y soledad se volvieron más llevaderas


gracias a las palabras reconfortantes de Ariel, quien desde la distancia
se convirtió en su faro en la oscuridad. En las conversaciones
nocturnas, ella le brindaba aliento y consejo, recordándole
constantemente que su amor trascendía las fronteras físicas.

—“Manuel, eres fuerte, y cada día que pasa te acerca más a


nuestros sueños. No importa la distancia, estamos unidos por
nuestro amor y la esperanza de un futuro juntos.”— Ariel le decía,
sus palabras resonando como un eco reconfortante en las noches
solitarias.

Manuel, con cada obstáculo superado, empezó a enviar dinero a


su madre en Venezuela. Cada envío era un gesto de amor y un anhelo
de proporcionar el apoyo necesario para el cuidado de su madre. A

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través de llamadas y mensajes, compartía la buena nueva de sus


logros, brindándole a su familia un atisbo de esperanza en medio de
las dificultades.

Los meses se convirtieron en años, y Manuel, con esfuerzo y


dedicación, logró estabilizarse en su nueva vida. Aprovechó
oportunidades para estudiar y prepararse, rompiendo las barreras
que antes parecían inquebrantables. Su empleo en limpieza fue solo
el primer peldaño de una escalera ascendente hacia un futuro lleno
de posibilidades.

Con el tiempo, logró superar sus expectativas económicas.


Estudió y se capacitó en áreas que fortalecieron su posición laboral.
La distancia y los desafíos de la vida no debilitaron su conexión con
Ariel; al contrario, fortalecieron su amor y determinación para
construir un futuro compartido.

Manuel, ahora establecido en los Estados Unidos, extendió su


ayuda no solo a su madre sino también a Ariel. A través de remesas
y gestos de apoyo constante, contribuyó al bienestar de quienes
amaba en Venezuela. La prosperidad llegó a su vida, pero un
sentimiento de deber y gratitud lo mantenía comprometido con sus
seres queridos.

A pesar de sus éxitos en tierras extranjeras, Manuel no regresó a


Venezuela de inmediato. La promesa de un futuro mejor para Ariel
y su madre se interponía en su mente. Cada día que pasaba en los
Estados Unidos era una inversión en sus sueños compartidos.
Planeaba regresar solo cuando estuviera seguro de que podría
ofrecerles la estabilidad y el confort que merecían.

Ariel, desde la distancia, admiraba la fuerza y determinación de


Manuel. Cada logro, cada sacrificio, los unía aún más. A pesar de la
separación física, su amor se convertía en un lazo irrompible que
desafiaba la distancia y el tiempo. Juntos, construyeron un puente de
esperanza y superación que les permitió enfrentar cualquier desafío.

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6. Promesas Rotos por el Destino

En una humilde casa de la Venezuela de escasos recursos,


enclavada en una calle polvorienta y olvidada, la familia Suárez veía
sus sueños desmoronarse. Ariel, la joven de ojos brillantes y cabello
oscuro, caminaba entre las paredes descascaradas, donde la realidad
de su situación económica contrastaba con la esperanza que aún
albergaba en su corazón.

El apellido Suárez resonaba en la penumbra de su modesto hogar.


Un padre con límites económicos marcados por la supervivencia
diaria, una madre luchadora, y Ariel, la hija que llevaba en su corazón
la carga de los sueños que la vida parecía negarles.

La noticia llegó como un golpe inesperado, un terremoto que


sacudió los cimientos de la familia. El patriarca, con la seriedad que
caracterizaba sus decisiones, anunció que Ariel debía casarse con
Gregorio, un hombre mayor adinerado. La esperanza titilante se
apagó en los ojos de Ariel mientras las palabras de su padre
resonaban en la pequeña sala.

—“Ariel, es tiempo de que asumas tus responsabilidades.


Gregorio será tu esposo. Esta unión es necesaria para el bienestar de
la familia y tu futuro.”—

La desesperación se reflejó en los ojos de Ariel, pero la


imposición de su padre dejaba poco margen para la resistencia. En
un hogar donde la opulencia era un sueño lejano, la idea de rechazar
la decisión del patriarca parecía un acto de rebeldía imposible.

Los muebles sencillos de la sala de estar se volvieron testigos


mudos de la resignación que se apoderaba de Ariel. Las lágrimas,
apenas contenidas, no lograban disolver la amargura de aceptar un
destino que no eligió. La casa, antes llena de risas y esperanzas
modestas, se transformaba en el escenario de un drama familiar
impuesto por la fuerza de la necesidad.

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Cicatrices del Tiempo

En ese rincón olvidado de Venezuela, donde las penurias


económicas eran un peso constante, la familia Suárez se veía forzada
a sacrificar la felicidad de su hija en pos de la estabilidad financiera.
Así, entre las paredes que guardaban historias de luchas y anhelos
truncados, comenzaba el capítulo trágico de la vida de Ariel, una
joven atrapada en las telarañas de un matrimonio impuesto por la
urgencia de sobrevivir.

Ariel, presa de las imposiciones paternas, enfrentó el día más


oscuro de su vida. Su padre, un hombre de carácter fuerte y
autoritario, la obligó a casarse con Gregorio, un hombre mayor
adinerado al que ella no amaba. La decisión de su padre resonaba en
cada rincón de la mansión, donde la opulencia se mezclaba con la
desdicha.

El día de la boda llegó como un tormento anunciado. Ariel,


vestida de negro en honor al luto por su amor perdido, caminaba por
el pasillo con un semblante demacrado y los ojos cargados de
tristeza. La imposición de su padre la llevó al altar, donde Gregorio,
un hombre solitario y mayor, esperaba con una sonrisa que no
alcanzaba a ocultar su soledad.

El vestido negro ondeaba como un estandarte de su dolor, un


contraste marcado con la pomposidad de la boda. Las flores blancas,
los candelabros centelleantes y la música festiva eran testigos
silenciosos de la tragedia que se desarrollaba ante sus ojos.

Ariel, con lágrimas contenidas, intercambió votos con Gregorio,


quien, ajeno a su desdicha, sonreía con una mezcla de satisfacción y
resignación. La ceremonia, más que unión por amor, era una
transacción marcada por el poder y la imposición.

La vida con Gregorio inició en una mansión llena de lujos, pero


vacía de amor. Las habitaciones decoradas con opulencia parecían
prisión para Ariel, quien llevaba en su corazón el recuerdo de
Manuel. Gregorio, por su edad avanzada, no podía ofrecerle el sueño
de tener hijos, añadiendo otra capa de desdicha a la vida de Ariel.

La comunicación con Manuel fue abruptamente cortada, como


si un oscuro velo se interpusiera entre ellos. Ariel, atrapada en una

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Cicatrices del Tiempo

realidad que no quería, se sumió en la melancolía, recordando los


días felices con Manuel mientras su presente se desmoronaba.

El padre de Ariel, satisfecho con la alianza que había construido,


observaba desde las sombras como su hija se hundía en un
matrimonio sin amor. Su rostro reflejaba la indiferencia ante el
sufrimiento de Ariel, una víctima más de sus decisiones imperiales.

La mansión que debía ser un hogar se convirtió en una cárcel


dorada para Ariel. Gregorio, un hombre marcado por la soledad,
intentaba colmarla de regalos y lujos, pero cada gesto carecía del
amor genuino que ella anhelaba. La cama compartida se volvió un
abismo entre dos almas que no podían conectarse.

Ariel, en sus noches de insomnio, seguía recordando a Manuel.


Su corazón permanecía fiel a ese amor prohibido, y las lágrimas caían
en la oscuridad mientras Gregorio roncaba a su lado, ajeno al
tormento de su esposa.

La vida de Ariel se volvía un lienzo oscuro, pintado con la tristeza


de un matrimonio sin amor. En cada rincón de la mansión resonaban
los ecos de sus sueños rotos y la imposición de un destino que no
eligió. Este capítulo, tragico y desgarrador, dejó una marca indeleble
en la historia de Ariel, donde la opulencia de la boda contrastaba con
la desolación de su corazón.

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7. La Fortuna en Tierras Lejanas.
Después de la brusca interrupción de la comunicación con Ariel
y la desgarradora noticia de su matrimonio con Gregorio, Manuel se
encontró inmerso en un mar de emociones tumultuosas. La distancia
física se volvía insuperable, y la incertidumbre sobre el destino de
Ariel pesaba como un lastre en su corazón. Pero, con la tenacidad
que lo caracterizaba, decidió enfocarse en forjar un nuevo camino,
separando su vida de la sombra del pasado.

El dolor lo envolvía como un manto oscuro en tierras


desconocidas. Las noches eran testigos de sus suspiros y las estrellas,
cómplices de sus lamentos. Sin embargo, con el tiempo, Manuel
comprendió que la única salida era seguir adelante. El amor que una
vez floreció entre él y Ariel ahora quedaba sepultado en los
recuerdos, y la necesidad de construir su propio destino lo impulsó
a dejarla atrás.

La vida en los Estados Unidos se convirtió en su nuevo campo


de batalla. Manuel canalizó su dolor en el estudio y el trabajo arduo.
No había lugar para las lágrimas en un mundo que no esperaba
compasión. Se sumergió en libros y lecciones, escalando las escaleras
del conocimiento y construyendo una base sólida para su futuro. La
educación se volvió su aliada, un faro que iluminaba el camino hacia
el éxito.

Años después, con una determinación inquebrantable, Manuel


emergió como un hombre transformado. Había estudiado, trabajado
incansablemente y, finalmente, alcanzado su sueño de tener su
propia empresa. La fortuna que amasó no solo era un reflejo de su
habilidad para los negocios, sino también la prueba de su capacidad
para sobreponerse a la adversidad.

Sin embargo, la victoria estaba marcada por una sombra de


melancolía. A pesar de su éxito empresarial, el hueco en su corazón
dejado por Ariel persistía. La decisión de no tener nuevas relaciones
amorosas estables se convirtió en una barrera que él mismo había
erigido para protegerse del dolor del pasado. Las cicatrices

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Cicatrices del Tiempo

emocionales, aunque no siempre visibles, eran testigos silenciosos de


su viaje solitario.

Las noches de soledad eran compañeras constantes. Manuel se


sumergía en reflexiones sobre lo que pudo haber sido y lo que era en
realidad. Las fotografías guardadas en su viejo álbum contaban la
historia de un amor truncado, pero también de un hombre que se
elevó por encima del sufrimiento para alcanzar las estrellas.

La figura de Ariel se volvía borrosa en sus pensamientos. Había


decidido dejarla en el pasado, un capítulo cerrado en el libro de su
vida. Sin embargo, la nostalgia a veces lo asaltaba en los momentos
más inesperados, recordándole los susurros de un pasado que se
resistía a desvanecerse por completo.

La decisión de Manuel de centrarse en su éxito profesional le


otorgó reconocimiento y respeto en su campo. Su empresa
prosperaba, pero la pregunta sobre el precio pagado por esa victoria
resonaba en la quietud de las noches solitarias. La sonrisa en su
rostro durante el día a menudo se disolvía en la tristeza que lo
acechaba en la penumbra.
El amor, ahora envuelto en capas de nostalgia y resignación, se
mantenía a distancia. Las oportunidades de nuevas relaciones se
presentaban, pero Manuel se aferraba a su promesa de no
comprometer su corazón nuevamente. El temor a revivir el dolor del
pasado se convertía en un escudo infranqueable, un mecanismo de
defensa que lo mantenía a salvo de las tormentas emocionales.

Las cartas no enviadas y los mensajes no escritos acumulaban


polvo en una esquina de su alma. La ausencia de Ariel dejó un vacío
que ninguna cantidad de éxito o riqueza pudo llenar por completo.
El amor, que alguna vez fue su motor, se transformó en un recuerdo
lejano, un susurro en la brisa nocturna.

Aunque la vida le ofreció triunfos y logros, Manuel llevaba


consigo la carga de un amor no consumado. Su viaje, aunque pleno
en muchas áreas, estaba marcado por la sombra de lo que pudo haber
sido. En la cima de su éxito, miraba hacia el horizonte,
preguntándose si algún día el destino le depararía una reconciliación
con el amor que dejó atrás.

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8. El Tiempo que No Sana

La vuelta a Venezuela marcó un regreso a los recuerdos y a las raíces


para Manuel. Con el corazón lleno de nostalgia y la mente llena de
anhelos, dejó atrás el país que lo vio crecer en busca de su madre, la
única familia que le quedaba. El propósito de su regreso era claro:
darle a su madre los mejores recuerdos en los últimos días de su vida.

Al llegar, la realidad de la situación le golpeó con fuerza. La salud de


su madre, ya debilitada por el tiempo, enfrentaba una nueva batalla
contra la enfermedad. El amor de Manuel por ella se manifestó de
inmediato en sus acciones, decidido a hacer que los últimos meses
de su madre fueran memorables y llenos de amor.

Los días en Venezuela se convirtieron en una aventura compartida


entre madre e hijo. Manuel, como el hijo ejemplar que siempre fue,
llevó a su madre a lugares que alguna vez fueron testigos de sus risas
y complicidad. La playa se convirtió en el escenario de su conexión,
las olas susurran nostalgia mientras caminan por la orilla, recordando
momentos que el tiempo no pudo borrar.

La dedicación de Manuel hacia su madre no conocía límites. Cada


día era una oportunidad para tratarla como la reina que siempre fue
en su vida. Desde pequeños gestos de afecto hasta grandes sorpresas,
Manuel procuraba que cada momento compartido fuera un tesoro
atesorado.

Las salidas a lugares emblemáticos se sucedían, cada uno impregnado


de la complicidad de madre e hijo. Los parques, los mercados locales
y las plazas cobraban vida con las risas compartidas y las historias
recordadas. Manuel, con paciencia y ternura, guiaba a su madre a
través de los lugares que marcaron su historia, compartiendo con ella
la riqueza de sus recuerdos.

La playa se volvió un refugio especial para ambos. Con la brisa


marina acariciándoles el rostro y el sonido de las olas como melodía
de fondo, madre e hijo compartieron conversaciones profundas y

19
Cicatrices del Tiempo

silencios llenos de significado. Manuel sabía que esos momentos


eran preciados, y cada instante dedicado a su madre era una joya en
la corona de su amor filial.

En sus brazos, Manuel llevaba a su madre al corazón de la naturaleza.


Paseos por parajes idílicos, atardeceres pintados de tonos cálidos y
noches estrelladas se convirtieron en un tributo al vínculo
inquebrantable entre ambos. La aventura se volvía una celebración
de la vida, un esfuerzo por teñir de colores vibrantes los días que
quedaban.

La enfermedad, sin embargo, avanzaba inexorablemente. Manuel se


convertía en el sostén de su madre, ofreciéndole no solo su amor
sino también el apoyo físico y emocional que necesitaba. Cada gesto,
cada palabra, era un bálsamo para el corazón de ella.

La pérdida progresiva de fuerzas no hizo mella en la luz de la madre


de Manuel. Su espíritu valiente brillaba en la penumbra de la
enfermedad. En cada mirada, en cada sonrisa frágil, se reflejaba la
gratitud por el amor incondicional de su hijo.

El inevitable momento de la despedida se acercaba. La madre de


Manuel, rodeada por la calidez de su hogar y la presencia amorosa
de su hijo, se preparaba para el último acto de su vida. Con la
serenidad de quien ha vivido plenamente, aceptó el destino que se
avecinaba.

Manuel, siempre a su lado, le dedicó sus días y noches. La habitación


se llenaba con el murmullo de sus conversaciones íntimas y la
melodía de las canciones que marcaban momentos compartidos.
Cada abrazo, cada caricia, era un acto de amor que intentaba detener
el implacable avance del tiempo.

El último día llegó con la suavidad de un suspiro. La madre de


Manuel, tomada de la mano de su hijo, sintió la paz acercándose. En
sus ojos, en la fragilidad de su voz, resonaba la gratitud por haber
tenido un hijo tan excepcional. Las lágrimas de Manuel caían como
un tributo silencioso a la mujer que le dio la vida.

—"Gracias, hijo. Gracias por cada risa, por cada lágrima compartida.

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Cicatrices del Tiempo

Eres el mejor regalo que la vida me dio."— Las palabras de la madre


de Manuel, llenas de amor y resignación, se deslizaron como un adiós
suave en la habitación impregnada de recuerdos.

Manuel, con el corazón apretado por la tristeza, asistió impotente al


último suspiro de su madre. Fue un adiós lleno de paz, una transición
hacia la eternidad que dejaba en el corazón de Manuel una mezcla de
dolor y gratitud. La madre de Manuel se fue, dejando tras de sí un
legado de amor, un hijo ejemplar que llevaba consigo la esencia de la
mujer que lo crió con tanto sacrificio.

21
9. Regreso a la Tierra Prometida

La tristeza envolvía a Manuel mientras conducía el cuerpo sin


vida de su madre de regreso a Caracas. El viaje, que alguna vez
compartieron juntos lleno de risas y sueños, ahora se deslizaba en un
silencio sepulcral. Cada kilómetro parecía un eco de la pérdida,
resonando en el vacío del automóvil. La carretera, antes testigo de la
complicidad madre e hijo, se volvía una senda solitaria, marcada por
el luto.

Al llegar a la ciudad, Manuel llevó el cuerpo de su madre a la


funeraria en Caracas. El ambiente era denso, cargado de la realidad
cruel que marcaba el final de una vida. Los trámites funerarios y los
preparativos del velorio transcurrían como un ritual sombrío. La sala
de velación, iluminada por luces tenues, se convertía en un escenario
donde el dolor se expresaría en sus diversas formas.

Manuel, con el corazón partido en mil pedazos, contemplaba el


ataúd que contenía a la mujer que le dio la vida. Las lágrimas
brotaban de sus ojos, un río de dolor que no conocía límites. La
habitación parecía encogerse con el peso del sufrimiento mientras
los familiares y amigos llegaban para dar el último adiós.

Entre las sombras de la tristeza, una figura femenina se acercó a


Manuel. La elegancia y la compasión se reflejaban en sus ojos. Una
hermosa dama que, al levantar la mirada, reveló ser Ariel. Enterada
de la noticia, decidió ir a darle el último adiós a la madre de Manuel.
El destino, caprichoso en sus giros, reunía a dos almas que
compartían un pasado de amor y tragedia en el umbral de la
despedida.

—“Manuel, lo siento mucho por tu pérdida.”— Las palabras de


Ariel resonaron como un susurro de consuelo en medio del silencio
pesado.

Manuel, sumergido en su propio dolor, apenas levantó la mirada.


Sus ojos, enrojecidos por el llanto, se encontraron con los de Ariel.

22
Cicatrices del Tiempo

La sorpresa se dibujó en su rostro, como si el pasado y el presente


se fusionaran en un instante. El abrazo que compartieron fue un
gesto de consuelo mutuo, dos corazones heridos encontrándose en
la penumbra del luto.

El velorio se sucedía con una solemnidad opresiva. Los rostros


afligidos de los presentes formaban una sinfonía de dolor. En medio
de las lágrimas y los sollozos, Manuel permanecía junto al ataúd de
su madre, desconsolado y sumido en la melancolía.

Llegó el momento de llevar el cuerpo de su madre al cementerio.


El cortejo fúnebre avanzó por las calles de Caracas, una procesión
marcada por la tristeza. La ciudad, que alguna vez fue testigo de los
pasos alegres de madre e hijo, se convertía en un escenario silencioso
de despedida.

El cementerio, con sus lápidas erguidas como testigos mudos de


la vida y la muerte, recibió al grupo afligido. Manuel, con el rostro
abatido y los ojos vidriosos, llevó el féretro hasta el lugar de descanso
final. Cada paso era un recordatorio doloroso de la partida inevitable.

Las palabras del sacerdote resonaron en el aire, palabras de


consuelo que apenas mitigaban la tristeza que envolvía a Manuel. El
ataúd, descendiendo lentamente a la tierra, marcó el final de una vida
y el inicio de la eternidad.

El rostro de Manuel reflejaba la devastación. Las lágrimas caían


sin restricciones, el sollozo era un lamento desgarrador. La pérdida
de su madre, la mujer que lo crió, que lo amó incondicionalmente,
era una herida que el tiempo no curaría fácilmente.

Ariel, permaneciendo a su lado, compartía el duelo silencioso. La


conexión entre ambos, marcada por la tragedia del pasado
compartido, se intensificaba en ese momento de despedida. El
consuelo entre ellos era un bálsamo frágil en medio de la tormenta
emocional.

La ceremonia concluyó con la dispersión de tierra sobre el ataúd,


un gesto simbólico que sellaba el destino final. La multitud se
dispersó, dejando a Manuel frente a la tumba fresca, solo en su dolor.

23
Cicatrices del Tiempo

La noche cayó sobre el cementerio, pero el corazón de Manuel


seguía sumido en la oscuridad. La pérdida de su madre marcaba el
fin de una era, dejándolo con la pesada carga de la soledad y el vac

Ío. En el silencio de la tumba recién sellada, Manuel buscó


consuelo en los recuerdos que aún resonaban en su corazón,
anhelando encontrar fuerzas para seguir adelante con la carga de la
pérdida.

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10. Reencuentro Bajo la Lluvia
de Esperanza
La tristeza se apoderó de Manuel de una manera abrumadora. La
pérdida de su madre lo sumió en una depresión profunda, una
oscuridad que nublaba sus días y noches. La comunicación con el
mundo exterior se desvaneció; no hablaba con nadie, no respondía
mensajes, y su alma parecía perdida en un mar de dolor insuperable.

Los meses pasaron, pero la carga emocional de Manuel no


disminuía. La depresión lo envolvía como una sombra persistente, y
su rostro perdía la luz que alguna vez reflejó la alegría de vivir. La
soledad se volvía su única compañía, mientras los recuerdos de su
madre y el amor perdido con Ariel se entrelazaban en una maraña de
tristeza.

Una noche, en un intento desesperado por escapar de la prisión


emocional en la que se encontraba, Manuel salió a la plaza donde
tuvo la primera cita con Ariel. Sentado en un banco, con la lluvia
empezando a caer, se sumió en una mezcla de lágrimas y recuerdos.
La tormenta exterior reflejaba la tormenta interior que consumía su
alma.

Ariel, enterada por un amigo de Manuel que estaría en la plaza,


decidió ir a buscarlo. La conexión entre ellos, marcada por el destino
y la historia compartida, aún tenía un hilo invisible que los unía. En
medio de la lluvia, Ariel vio a Manuel, sentado solo en la plaza, y su
corazón sintió el llamado del amor que alguna vez compartieron.

Sin mediar palabra, Ariel se acercó a Manuel y, con la fuerza del


anhelo contenido durante tanto tiempo, le dio un beso. Manuel,
sorprendido pero con el corazón latiendo nuevamente, respondió al
beso con la intensidad de sus propios sentimientos. Fue un
encuentro que trascendió las palabras, una conexión profunda que
solo el amor compartido puede crear.
Ariel tomó la mano de Manuel y lo guió hacia el lugar donde
compartieron su primera vez juntos. Entre susurros de la lluvia y sus

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Cicatrices del Tiempo

almas reencontradas, Ariel compartió la desdicha que había


experimentado desde que se casó. La muerte de Gregorio, su
matrimonio desdichado, la soledad que la envolvía; todo se derramó
en confesiones compartidas en medio de la tormenta.

En ese mismo lugar, donde sus historias se cruzaron por primera


vez, se besaron nuevamente. Fue un acto de redención, un volver a
encontrarse en el mismo punto donde el destino los unió por
primera vez. Los nervios y la emoción vibraban en el aire mientras
sus labios se encontraban, reconociendo el amor que había resistido
al tiempo y al dolor.
La conexión entre Manuel y Ariel no se detuvo en los besos. Con
la misma fuerza que marcó el reencuentro, se acariciaron, se
poseyeron nuevamente en el mismo rincón donde el universo
conspiró a su favor por primera vez. La lluvia que caía sobre ellos
parecía una bendición, limpiando las heridas del pasado y
permitiendo que el amor floreciera una vez más.

Decidieron reiniciar los planes que el destino había interrumpido


cruelmente. Juntos, se aventuraron en la reconstrucción de sus
sueños juveniles, buscando la felicidad que la vida les había negado
por tanto tiempo. La decisión de casarse marcó un nuevo comienzo,
un compromiso que simbolizaba la resiliencia del amor que había
superado la prueba del tiempo.

Con el tiempo, llegó un nuevo capítulo a sus vidas. Manuel y


Ariel, unidos por el lazo indisoluble del amor, dieron la bienvenida a
un hermoso hijo, una manifestación tangible de la fuerza de su
unión. La familia que construyeron se convirtió en el refugio donde
las heridas del pasado sanaron, dando paso a la alegría y la plenitud
que tanto ansiaron.
La historia concluye con una reflexión sobre la fuerza del amor
verdadero. A través de las lágrimas, las pérdidas y los desafíos,
Manuel y Ariel demostraron que el amor puede resistir las pruebas
más difíciles. La última página de su historia compartida se escribe
con la certeza de que el verdadero amor, aunque sometido a pruebas
y tribulaciones, tiene el poder de superar incluso las tormentas más
intensas. Es un recordatorio de que, en el tejido de la vida, el amor
auténtico perdura, crece y florece, trayendo consigo la promesa
eterna de la felicidad compartida.

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1) ACERCA DEL AUTOR

Nelson Castillo, nacido el 16 de enero de 1992 en Apure, Venezuela,


emergió en un rincón de la tierra marcado por la fuerza de la naturaleza y
la calidez de su gente. Su historia comenzó en un hogar donde su madre,
luchadora incansable, lo crió con amor y dedicación como hijo único en
medio de ocho hermanos.

Desde temprana edad, Nelson mostró una


personalidad sencilla y un corazón generoso.
Aunque la vida le brindó la etiqueta de
solitario, él encontró su riqueza en la
profundidad de sus emociones y en la
capacidad de empatizar con los demás. Su
infancia transcurrió entre risas compartidas y
la sensibilidad que definiría su camino.

Criado en un entorno modesto, Nelson aprendió desde joven el valor del


esfuerzo y la solidaridad. La dinámica de una familia numerosa le otorgó
la habilidad de apreciar las pequeñas cosas y la importancia de estar
presente para aquellos que amaba. Su madre soltera, con determinación y
amor incondicional, le enseñó lecciones de resiliencia que perdurarían en
su corazón.

A medida que crecía, Nelson se destacó por su disposición a ayudar a los


más necesitados. Su gran corazón se revelaba en gestos de generosidad y
en la búsqueda constante de maneras de contribuir al bienestar de quienes
lo rodeaban. La comunidad que lo vio crecer reconocía en él a un joven
solidario, dispuesto a tender una mano amiga en los momentos difíciles.

Aunque la soledad a veces lo envolvía, Nelson encontró en su sensibilidad


un refugio, explorando el mundo a través de la introspección y la
conexión con los demás de una manera única. Su capacidad para
comprender las emociones y su disposición para ofrecer apoyo le ganaron
un lugar especial en el corazón de quienes tuvieron la fortuna de cruzarse
en su camino.

La vida de Nelson Castillo, marcada por la sencillez, la generosidad y la


conexión emocional con su entorno, dejó una huella imborrable en la
comunidad de Apure y más allá. Su legado perdura en la memoria de
aquellos que conocieron al joven de corazón grande, recordándolo como
un ser especial cuya presencia iluminaba la vida de quienes lo rodean.

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